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REVELACIÓN Y TRADICIÓN I Identidad y misión de la Teología Fundamental 1. De la Apologética a la Teología Fundamental 2. Vigencia de la demostratio religiosa, christiana et catholica II Teología de la Revelación 3. Anclaje antropológico de la revelación cristiana 4. Naturaleza de la revelación cristiana 5. La fe como respuesta a la revelación 6. Fe y razón III Teología de la Tradición 7. Naturaleza teológica de la Tradición 8. Tradición, Escritura y Magisterio Referencias bibliográficas CICat nn. 26-184. CONCILIO VATICANO I, Constitución “Dei Filius”, DzH 3000-3045. CONCIIO VATICANO II, Constitución Dogmática “Dei Verbum”. JUAN PABLO II, Encíclica “Fides et ratio”, 14.09.1998. CORDOVILLA, Á., El ejercicio de la teología, Sígueme, Salamanca, 2007. FISICHELLA R., La Revelación, evento y credibilidad, Sígueme, Salamanca 1989. IZQUIERDO C., Teología fundamental, EUNSA, Pamplona 2009. KNOCH, W., Revelación, Escritura y Tradición, Edicep, Valencia, 2001. LATOURELLE R, Teología de la Revelación, Sígueme, Salamanca 1993. LATOURELLE R.-FISICHELLA, R.-P-NINOT, S., (ed.), Diccionario de Teología Fundamental, Paulinas, Madrid 1998 3 . MÜLLER, G.L., Dogmática. Teoría y práctica de la teología, Herder, Barcelona 1998, 45- 92. P-NINOT, S., La Teología Fundamental, Secretariado Trinitario, Salamanca 2009 7 . RODRÍGUEZ PANIZO, P., «Teología Fundamental», en CORDOVILLA, Á., La lógica de la fe. Manual de Teología Dogmática, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2006,17-86. ROVIRA BELLOSO, J.M., Introducción a la teología, BAC, Madrid 1996. RUIZ ARENAS O., Epifanía del Amor del Padre, CELAM, Bogotá 1988. Cuestionario 1. Explica la especificidad de la Teología Fundamental y sus principales tareas. 2. ¿En qué sentido hablamos de un “anclaje antropológico” de la revelación cristiana? 3. De acuerdo con la Constitución Dei Verbum, ¿en qué consiste la revelación cristiana, cuáles son sus características principales y cuál es su objeto? 4. Describe la dinámica trinitaria y sacramental de la revelación cristiana. 5. Analiza la fe y sus propiedades como respuesta personal y eclesial al Dios que se revela. 6. Explica la relación entre fe teologal y razón humana. 7. Describe la naturaleza teológica de la Tradición. 8. Explica la relación entre Tradición, Sagrada Escritura y Magisterio eclesiástico.

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REVELACIÓN Y TRADICIÓN

I – Identidad y misión de la Teología Fundamental

1. De la Apologética a la Teología Fundamental 2. Vigencia de la demostratio religiosa, christiana et catholica

II – Teología de la Revelación

3. Anclaje antropológico de la revelación cristiana 4. Naturaleza de la revelación cristiana 5. La fe como respuesta a la revelación 6. Fe y razón

III – Teología de la Tradición

7. Naturaleza teológica de la Tradición 8. Tradición, Escritura y Magisterio

Referencias bibliográficas

CICat nn. 26-184. CONCILIO VATICANO I, Constitución “Dei Filius”, DzH 3000-3045. CONCIIO VATICANO II, Constitución Dogmática “Dei Verbum”. JUAN PABLO II, Encíclica “Fides et ratio”, 14.09.1998.

CORDOVILLA, Á., El ejercicio de la teología, Sígueme, Salamanca, 2007. FISICHELLA R., La Revelación, evento y credibilidad, Sígueme, Salamanca 1989. IZQUIERDO C., Teología fundamental, EUNSA, Pamplona 2009. KNOCH, W., Revelación, Escritura y Tradición, Edicep, Valencia, 2001. LATOURELLE R, Teología de la Revelación, Sígueme, Salamanca 1993. LATOURELLE R.-FISICHELLA, R.-PIÉ-NINOT, S., (ed.), Diccionario de Teología

Fundamental, Paulinas, Madrid 19983. MÜLLER, G.L., Dogmática. Teoría y práctica de la teología, Herder, Barcelona 1998, 45-

92. PIÉ-NINOT, S., La Teología Fundamental, Secretariado Trinitario, Salamanca 20097. RODRÍGUEZ PANIZO, P., «Teología Fundamental», en CORDOVILLA, Á., La lógica de la fe.

Manual de Teología Dogmática, Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2006,17-86. ROVIRA BELLOSO, J.M., Introducción a la teología, BAC, Madrid 1996. RUIZ ARENAS O., Epifanía del Amor del Padre, CELAM, Bogotá 1988.

Cuestionario

1. Explica la especificidad de la Teología Fundamental y sus principales tareas.

2. ¿En qué sentido hablamos de un “anclaje antropológico” de la revelación cristiana?

3. De acuerdo con la Constitución Dei Verbum, ¿en qué consiste la revelación cristiana, cuáles

son sus características principales y cuál es su objeto?

4. Describe la dinámica trinitaria y sacramental de la revelación cristiana.

5. Analiza la fe y sus propiedades como respuesta personal y eclesial al Dios que se revela.

6. Explica la relación entre fe teologal y razón humana.

7. Describe la naturaleza teológica de la Tradición.

8. Explica la relación entre Tradición, Sagrada Escritura y Magisterio eclesiástico.

Guión

I – Identidad y misión de la Teología Fundamental

1. De la Apologética a la Teología Fundamental

La fe cristiana ha conocido desde sus orígenes un momento en el que reflexiona sobre

la plausibilidad de su propio contenido. Especialmente de cara a sus detractores o

críticos, hubo de argumentar y dar razones de la esperanza que la anima (cf. 1P 3,15),

no sólo para explicarla sino también para defenderla.

Desde el punto de vista sistemático, por ello se elaboró un planteamiento apologético

que acompañó su profesión de fe. Epistemológicamente se justificó también como

preambula fidei, es decir, la formulación racional de aquellos elementos que servían

para mostrar la armonía entre el conocimiento natural y la razón creyente.

En tiempos recientes, se ha procurado destacar el nivel estrictamente teológico de estas

reflexiones. Así, se le ha llamado teología fundamental. En ella se integra tanto la

exposición de las condiciones epistemológicas de la propia teología como los espacios

de diálogo y discusión con la cultura y la ciencia.

La Teología Fundamental es, en palabras de Fisichella, “la disciplina teológica que

estudia el acontecimiento de la revelación y su credibilidad a fin de ofrecer al creyente

las razones que motivan su opción de fe y presentar a quienes no comparten su misma

profesión de fe las razones para creer”.

Son temas de la Teología Fundamental: la revelación, su credibilidad, y el

correspondiente acto de fe (cf. FR 67). Ello supone el reconocimiento intrínseco de la

racionalidad propia del acto de fe y su relación con otros modos de conocimiento

humano.

Se pueden reconocer diversas líneas que le incumben. Una epistemológica, que

identifica las condiciones internas del conocimiento teológico. Una dogmática, que

formula la naturaleza de los fundamentos de la teología, es decir, la revelación misma.

Una dialéctica, que se intercambia su argumentación con otros modos de

conocimiento humano. Y una apologética, que formula la atendibilidad del

cristianismo de cara a sus oponentes y detractores.

Son tareas de la Teología Fundamental, de acuerdo con FR: “Mostrar cómo, a la luz

de lo conocido por la fe, emergen algunas verdades que la razón ya posee en su camino

autónomo de búsqueda. La Revelación les da pleno sentido, orientándolas hacia la

riqueza del misterio revelado, en el cual encuentran su fin último. Piénsese, por

ejemplo, en el conocimiento natural de Dios, en la posibilidad de discernir la

revelación divina de otros fenómenos, en el reconocimiento de su credibilidad, en la

aptitud del lenguaje humano para hablar de forma significativa y verdadera incluso de

lo que supera toda experiencia humana. La razón es llevada por todas estas verdades

a reconocer la existencia de una vía realmente propedéutica a la fe, que puede

desembocar en la acogida de la Revelación, sin menoscabar en nada sus propios

principios y su autonomía. Del mismo modo, la teología fundamental debe mostrar la

íntima compatibilidad entre la fe y su exigencia fundamental de ser explicitada

mediante una razón capaz de dar su asentimiento en plena libertad. Así, la fe sabrá

mostrar plenamente el camino a una razón que busca sinceramente la verdad. De este

modo, la fe, don de Dios, a pesar de no fundarse en la razón, ciertamente no puede

prescindir de ella; al mismo tiempo, la razón necesita fortalecerse mediante la fe, para

descubrir los horizontes a los que no podría llegar por sí misma” (FR 67).

2. Vigencia de la demostratio religiosa, christiana et catholica

Existen diversos modos de organizar el contenido de la Teología Fundamental. Uno

de ellos, prevaleciente aún en ámbitos germanos, establece tres pasos en la articulación

racional (demostratio) del discurso católico. Conserva la perspectiva apologética, pero

señala con precisión los temas a considerar.

El primer paso, de cara al ateísmo, es la demostratio religiosa, que afirma la existencia

de Dios. Se consideran entonces los elementos que hacen razonable la afirmación

teísta, y con ella se valora el fenómeno religioso, a la vez que se distingue del hecho

propiamente revelado. Se pueden incluir, entonces, las filosóficas “pruebas de la

existencia de Dios”, debidamente cribadas. (Sobre ello volveremos al inicio del tratado

de Trinitate).

El segundo paso, de cara a las religiones en general, es la demostratio christiana, que

podemos llamar también cristología fundamental. En ella se argumenta sobre las

razones para identificar a Jesucristo como plenitud de la revelación, incluyendo en ello

los signos de su credibilidad. Si tradicionalmente se consideró la fuerza de la profecía

veterotestamentaria, de sus milagros y particularmente de su resurrección, la teología

más reciente ha buscado integrar todo en el hecho mismo del Señor como signo

personal, comunicación definitiva de Dios y concentración eficaz de la acción de Dios

entre nosotros.

El tercer paso, de cara a otros grupos cristianos, es la demostratio catholica, que

podemos llamar también eclesiología fundamental. Se justifica entonces por qué la

Iglesia católica contiene en sí la integridad de los elementos queridos por el Señor.

También en este rubro las tradicionales pruebas históricas y empíricas han dado paso

a una formulación integral, capaz de reconocer el sentido auténtico de la catolicidad

así como una valoración equilibrada de elementos de salvación presentes fuera de sus

límites visibles.

Pregunta: 1. Explica la especificidad de la Teología Fundamental y sus principales tareas.

II – Teología de la Revelación

3. Anclaje antropológico de la revelación cristiana

El hombre busca el sentido último de su vida. Es haciéndolo que se encuentra con el

Dios que lo ha procurado primero. La búsqueda de la ultimidad es uno de los aspectos

específicos del ser humano, de su condición espiritual. Al presentarse, la revelación

encuentra a un hombre en búsqueda, a un ser capax Dei.

CICat 27: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre

ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no esa de atraer hacia sí al hombre, y sólo

en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar. La razón más

alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios.

El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino

porque, creado por Dios y por amor, es conservado siempre por amor; y no vive

plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su

Creador (GS 19,1)”.

Este deseo configura a la persona humana como un ser naturalmente religioso, y se

establece culturalmente como religión. CICat 28: “De múltiples maneras, en su

historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado a su búsqueda de Dios por

medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios,

cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden entrañar, estas

formas de expresión son tan universales que se puede llamar al hombre un ser

religioso”.

Con todo, este elemento natural está lastimado por el pecado. CICat 29: “Esta unión

íntima y vital con Dios puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada

explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos: la

rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes

del mundo yd e las riquezas, el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes de

pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que,

por miedo, se oculta de Dios y huye ante su llamada”.

Dios no claudica en su proyecto sobre el ser humano. CICat 30: “Si el hombre puede

olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que

viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su

inteligencia, la rectitud de su voluntad, un corazón recto, y también el testimonio de

otros que le enseñen a buscar a Dios”. “Nos has hecho para ti y nuestro corazón está

inquieto mientras no descanse en ti” (San Agustín, Conf 1,1,1).

La revelación cristiana está en armonía con esta búsqueda del hombre, aunque a la vez

la trasciende. No podemos decir que se trate de una simple proyección humana, sino

que, asumiendo las inquietudes del hombre, lo lleva más allá de sí y le da a conocer la

verdad de Dios misma, que no es el resultado del capricho o la ilusión del ser humano.

En el camino, el hombre se encuentra con un Dios que desde el principio no ha dejado

de buscarlo. Dios responde a los anhelos más hondos del hombre, pero también los

supera. Hay, pues, una auténtica continuidad entre el ser religioso del hombre y la

revelación divina, pero también una discontinuidad de trascendencia y desbordamiento

en ésta.

Pregunta: 2. ¿En qué sentido hablamos de un “anclaje antropológico” de la revelación cristiana?

4. Naturaleza de la revelación cristiana

Una perspectiva sistemática de la revelación (momento dogmático) es, de hecho,

necesaria para articular científicamente la Teología (momento epistemológico) y para

establecer la plataforma adecuada del diálogo (momento dialéctico y apologético). La

doctrina sobre la revelación es, por lo tanto, necesaria y fundamental en la elaboración

completa del edificio teológico.

De la revelación podemos identificar el sujeto (¿quién revela?), el acto (¿qué es

revelar?), el contenido u objeto (¿qué revela?), el destinatario (¿a quién lo revela?), el

motivo (¿por qué lo revela?), el modo (¿cómo revela?) y la finalidad (¿para qué lo

revela?).

A estas preguntas nos responden los dos Concilios Vaticanos, formulando una

experiencia secular de la Iglesia. También lo hacen los teólogos, procurando alcanzar

frases que contengan esta realidad. Así, podemos decir que se trata de la

autocomunicación de Dios al hombre en Cristo. Decir “comunicación” debe

entenderse en el doble sentido de una transmisión de ideas y de una participación de

la propia realidad.

Así lo describe el Vaticano II en DV 2: “Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí

mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por

medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se

hacen consortes de la naturaleza divina”. De aquí podemos ya desglosar algunos

elementos.

El sujeto de la Revelación es Dios. Más aún, hemos de decir el Dios Trino, que

paulatinamente se acerca al hombre. Es el Dios verdadero, que ya actúa en el Antiguo

Testamento, pero que conocemos como Dios Trino también en el Nuevo Testamento,

de modo que las tres divinas personas actúan en ella. Podemos decir: el Padre como

fuente, el Hijo como plenitud, el Espíritu como guía.

El acto consiste en el darse a conocer, comunicarse. Pero no ha de entenderse sólo

como una entrega de contenidos indiferentes, como transmisión de información, sino

como una comunicación interpersonal en el que la entrega de una verdad (dimensión

intelectual) es simultáneamente interpelación personal (dimensión relacional) y

llamado a la comunión (dimensión salvífica).

Por ello, el objeto se identifica en una doble vertiente: Dios mismo y su proyecto de

salvación. Dos aspectos que en última instancia convergen, porque Dios mismo es

quien se ofrece como salvación del hombre, y el designio de salvación Dios lo cumple

desde la historia misma del hombre.

El destinatario de la revelación es el ser humano, capaz, por lo tanto, de acogerla en la

fe y de ser trascendido desde sí mismo a partir de la gratuita e indulgente donación de

Dios.

El motivo de la revelación no ha de encontrarse sino en la voluntad divina –acto

plenamente libre, sin ulterior justificación– y en su amor –al realizarla, sólo lo mueve

el bien, volcado sobre el ser humano, al que ha querido en sí mismo–. Considerada la

majestad de Dios y su misericordia, se reconoce una acción absolutamente gratuita de

parte divina e inmerecida de parte del hombre, con la triple gratuidad de la creación,

la redención y la glorificación.

La finalidad, por lo tanto, para el hombre resulta salvífica (comunicar al hombre la

propia vida divina, haciendo de los hombres hijos y capaces de responderle, conocerle

y amarle; cf. CICat 52), y vista desde Dios no será sino su propia gloria.

El modo de la revelación lo identificamos en sus características:

o Teológica. Es Dios mismo quien la lleva a cabo. Su fuente última es el Padre.

o Cristocéntrica. Cristo plenitud e la revelación. En Él Dios habló plenamente.

DV 4: “Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los

profetas, ‘últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo’, pues envió a su

hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que

viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el

Verbo hecho carne, ‘hombre enviado a los hombres’, ‘habla palabras de Dios’

y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió. Por tanto,

Jesucristo –ver al cual es ver al Padre–, con su total presencia y manifestación

personal, con palabras y obras, señales y milagros, y sobre todo, con su muerte

y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del

Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino

que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la

muerte y resucitarnos a la vida eterna”.

o Pneumática. La acción del Espíritu Santo se reconoce en la revelación en todos

los niveles. Desde antiguo, los credos reconocen su obra en los profetas.

Además de su acción en la obra de Cristo, se confiesa en la Iglesia su

participación en la consignación por escrito de los textos sagrados –inspiración

(cf. DV 11)– y la asistencia continua en su recepción, interpretación y

desarrollo –asistencia del Espíritu que guía hacia la verdad completa, cf. Jn

16,13)–, que mira de distintas maneras al fiel, al magisterio y a la Iglesia en su

conjunto. Debe subrayarse que la docilidad a Él es clave para la recta

interpretación de la Revelación: “La Sagrada Escritura hay que leerla e

interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió” (DV 12).

o Histórica. Ocurre en las coordenadas espacio-temporales dentro de las cuales

se desarrolla la vida humana.

o Sacramental. Determinadas realidades creadas se convierten en signo e

instrumento de la acción divina. Ello incluye el dinamismo palabra-acción (cf.

DV 2; CICat 53). Incluye verdades y acciones. Pero el signo por antonomasia

es personal: nuestro Señor Jesucristo y, en referencia a Él, la Iglesia, Su Esposa.

o Progresiva. Se desarrolla por etapas (cf. CICat 54-64), desde la creación

misma, pasando por la elección de Israel, hasta su plenitud en Cristo y a partir

de ello su transmisión eclesial hasta la gloria.

o Interpersonal. A la acción tripersonal de Dios corresponde el ser humano, en

la integridad de su ser, como el interlocutor, a quien se le involucra como ser

dotado de corporeidad, espiritualidad (inteligencia, voluntad), historicidad,

sociabilidad, culturalidad.

o Definitiva. No esperamos ulteriores revelaciones (cf. DV 4: “La economía

cristiana… como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no hay que esperar

ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro

Señor Jesucristo”), aunque es posible explicitarla (cf. CICat 66).

Pregunta: 3. De acuerdo con la Constitución Dei Verbum, ¿en qué consiste la revelación cristiana,

cuáles son sus características principales y cuál es su objeto?

Pregunta: 4. Describe la dinámica trinitaria y sacramental de la revelación cristiana.

5. La fe como respuesta a la revelación

Naturaleza de la fe. Desde el punto de vista teológico, llamamos “fe” a la respuesta

del hombre a la revelación divina. Ella hunde sus raíces también en una estructura

antropológica, que es la capacidad humana de confiarse en el testimonio ajeno, de lo

cual se deriva un conocimiento cierto a partir del reconocimiento de la atendibilidad

de quien habla. Esto da pie a un auténtico conocimiento, y a la vez se deriva de la

relación interpersonal marcada por la confianza.

También en la fe identificamos un sujeto (¿quién cree?), una acción (¿qué es creer?),

un interlocutor (¿a quién le cree?/¿en quién cree?), un objeto (¿qué cree?), un motivo

(¿por qué cree?) un dinamismo (¿cómo cree?), un medio (¿a través de qué cree?), un

fin (¿para qué cree?).

DV 5: “Cuando Dios revela, hay que prestarle ‘la obediencia de la fe’, por la que el

hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando ‘a Dios revelador el homenaje

del entendimiento y de la voluntad’, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha

por Él. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que previene y ayuda, a los

auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios,

abre los ojos de la mente y da ‘a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad’. Y

para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo

perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones”. CICat 143: “Por la fe, el

hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser,

el hombre da su asentimiento a Dios que revela”.

El sujeto de la fe lo identificamos en la profesión creyente: es, simultáneamente, el

bautizado en su originalidad y la comunidad creyente de la que forma parte

(“creo”/“creemos”).

La fe como acto es, ante todo, respuesta al Dios que se revela. Supone la prioridad de

la iniciativa de Dios, y más aún, el auxilio continuo del mismo Dios para llevar a cabo

el acto, que, con todo, es un acto plenamente humano. Incluye, por lo tanto, el

momento interno interpersonal, que es ante todo el acto existencial de confianza en

Dios (fides qua), a partir del cual se incluye el contenido conocido como verdades

reveladas (fides quae).

En ello se incluye también el motivo de creer (se cree en Dios, porque es digno de

confianza, porque no puede engañar). Se cree a Dios, lo que Él comunica, porque se

cree en Dios, hay con él una relación viva. CICat 156: “El motivo de creer no radica

en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a

la luz de nuestra razón natural. Creemos a causa de la autoridad de Dios mismo que se

revela y que no puede engañarse ni engañarnos” (tema desarrollado especialmente por

Dei Filius).

El contenido de la fe es el mismo de la Revelación: Dios mismo y su plan de salvación,

conocido como verdades reveladas y asumido como sentido y significado de la

existencia en una relación vital personal con la Trinidad (cf. CICat 150-152).

La comunidad creyente, con su profesión y testimonio, es instrumento por medio del

cual llega a los seres humanos la fe, incorporándolos a su propia vitalidad.

La finalidad de la fe es salvífica: marca la historicidad de la propia existencia de cara

a la vocación eterna de la visión eterna de Dios.

Características de la fe. Al integrar el don divino y la respuesta humana, se reconoce

que la fe es una gracia (dimensión teologal), y un acto humano que incluye la

inteligencia y la libertad (cf. CICat 153-160, dimensión personal). Considerada en su

dinámica, es principio necesario (al menos implícitamente) para la salvación, que

reclama perseverancia histórica y que orienta a su propia plenitud en la vida eterna (cf.

CICat 161-165, dimensión salvífica). Además de acto personal, la fe es un acto

comunitario, pues “nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a

sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro… Cada

creyente es como un eslabón de la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin

ser sostenido por la fe de otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros”

(CICat 166, dimensión eclesial; en este sentido, la Iglesia es sujeto de la fe, además de

ser parte de su objeto).

Como parte del carácter personal de la fe, ésta trata de comprender. “Es inherente a la

fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprende

mejor lo que le ha sido revelado” (CICat 158). El desarrollo riguroso de esta búsqueda

da pie a la Teología como ciencia de la fe. Igualmente, la fe se manifiesta a través de

las estructuras de comunicación humanas, particularmente el lenguaje, adquiriendo así

una configuración que le permite ser un patrimonio común, compartido por la

comunidad creyente.

Al no desprenderse de la evidencia inmediata, la fe pone en juego a la libertad humana.

Es formalmente un acto de la inteligencia, pero impulsada por la voluntad, guiada por

el Espíritu Santo.

Como don recibido por el creyente, la fe es un acto interno, pero al que compete

también la responsabilidad de manifestarla exteriormente, en particular a través de la

participación en la comunión y misión eclesial, asumiendo sus implicaciones vitales,

actuando por la caridad.

En su horizonte escatológico, la fe está llamada a dar paso a la visión de Dios.

Pregunta: 5. Analiza la fe y sus propiedades como respuesta personal y eclesial al Dios que se

revela.

6. Fe y razón (CICat 156-159; FR)

Aunque no se agote en su dimensión cognoscitiva, pues implica también el carácter

prioritario de la relación interpersonal con Dios, la fe debe ser reconocida también

como un tipo de conocimiento. La misma experiencia nos muestra que muchos

elementos de lo que conocemos proviene más de la confianza que tenemos en quien

nos lo ha dicho que en la experiencia inmediata.

La fe, en cuanto dirigida al hombre entero, quiere naturalmente entender. Al creer, la

inteligencia se pone en juego, manteniendo la especificidad del tipo de conocimiento

que es, y empleando los recursos específicos de la propia razón humana. De hecho, la

revelación ha tenido lugar dentro de parámetros accesibles al ser humano, de modo

que, sin violentar su naturaleza, le permite ir más allá de ella. FR 13: “Para ayudar a

la razón, que busca la comprensión del misterio, están también los signos contenidos

en la Revelación. Estos sirven para profundizar más la búsqueda de la verdad y

permitir que la mente pueda indagar de forma autónoma incluso dentro del mismo

misterio. Estos signos, si por una parte dan mayor fuerza a la razón, porque le permiten

investigar en el misterio con sus propios medios, de los cuales está justamente celosa,

por otra parte, la empujan a ir más allá de su misma realidad de signos, para descubrir

el significado ulterior del cual son portadores. En ellos, por lo tanto, está presente una

verdad escondida a la que la mente debe dirigirse y de la cual no puede prescindir sin

destruir el signo mismo que se le propone”.

Reconociendo el carácter específico del conocimiento de la fe, es posible identificar

también el estatuto epistemológico propio de la Teología. Ella constituye una auténtica

ciencia, pero una ciencia sui generis, irreductible a las ciencias empíricas, formales o

aún filosóficas, pero capaz de establecer con ellas un diálogo en diversos niveles, en

razón de su propia sistematización rigurosa.

En base a esto, podemos reconocer tres principios de la relación entre fe y razón.

o La fe es razonable (no es arbitraria; la razón mantiene ante ella un nivel de

control).

o La fe trasciende la razón (la supone, la sana, la eleva, ensanchándole su

horizonte).

o Entre fe y razón se da una relación de reciprocidad. La fe evita que la razón se

encierre en su inmanencia, y la razón, que la fe se pierda en la arbitrariedad.

Ambas se necesitan. De cualquier modo, el criterio último de esta relación se

apoya en la credibilidad de Dios.

Al interno de esta relación, un lugar especial lo ocupa el saber filosófico, que criba

también en una perspectiva superior el alcance de otro tipo de conocimiento. La

relación entre Filosofía y Teología Fundamental es el espacio natural para cultivar la

interdisciplinariedad de los diversos conocimientos de la fe con otro tipo de ejercicios

científicos y culturales.

Pregunta: 6. Explica la relación entre fe teologal y razón humana.

III – Teología de la Tradición

7. Naturaleza teológica de la Tradición (CICat 74-78)

La consideración de las tradiciones orales como fuente del conocimiento de la fe abrió

lugar en el siglo XX a una más amplia perspectiva de la Tradición vista

teológicamente. No consistiría sólo ni en primer lugar en elementos materiales no

contenidos en la Escritura y que han de ser tomados como revelados, sino en el

movimiento de transmisión de la misma vitalidad de la salvación.

En este sentido, se ve a la Tradición como el movimiento vital, que de hecho constituye

a la Iglesia misma, en el cual el objeto de la fe se comunica de una persona a otra y de

una generación a otra. Incluye lo que se escribe o formaliza, pero antes que nada la

misma existencia de los bautizados y el testimonio que se dan mutuamente.

Base de esta perspectiva es la misma tradición humana que configura la cultura y su

dinamismo.

La Tradición sigue, entonces, la forma de una “entrega”/“recepción”, tal como la

describe san Pablo (cf. 1Co 11,23; 15,3). Aún más ampliamente podemos reconocer

el movimiento de entregas descrita por la Escritura (el Padre entrega al Hijo, el Hijo

se entrega, Judas entrega a Jesús, Jesús entrega al Espíritu, Pablo entrega lo que a su

vez recibió). Se trata de la vitalidad misma de la Iglesia. En este sentido, la Tradición

es la acción por la que la Iglesia, obediente al mandato de su Señor, continúa su misión

de transmitir la revelación acogida en la fe.

Dei Verbum explica este movimiento en un sentido teológico. DV 7: “Dispuso Dios

benignamente que todo lo que había revelada para la salvación de los hombres

permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones”.

Esta es responsabilidad de los apóstoles y de toda la comunidad creyente. “Así, pues,

la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros

inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua.

De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido,

amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra o

por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre.

Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el

Pueblo de dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su

doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo

que ella es, todo lo que cree” (DV 7).

Esta Tradición conoce, entonces, un desarrollo, de modo que “progresa en la Iglesia

con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las

cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los

creyentes, que las meditan en su corazón [Teología], ya por la percepción íntima que

experimentan de las cosas espirituales [sentido de la fe], ya por el anuncio de aquellos

que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad

[Magisterio]. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a

la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios” (DV

8).

Identificada la Tradición con la misma vitalidad de la Iglesia, podemos reconocer que

está constituida por el conjunto de sus doctrinas, acciones e instituciones, que se

verifican en tradiciones puntuales, sin necesariamente identificarse con ellas. CICat

83: “La Tradición… es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron

de las enseñanzas yd el ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo…

Es preciso distinguir de ellas las ‘tradiciones’ teológicas, disciplinares, litúrgicas o

devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas

constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones

adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran

Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo

la guía del Magisterio de la Iglesia”.

El flujo de la vitalidad eclesial deja su testimonio en documentos y monumentos que

permiten conocer el desarrollo histórico de la misma comunidad creyente, y apreciar

y valorar el desarrollo o eventual involución de su propia fidelidad. En este sentido se

pueden reconocer como cultura objetiva y como patrimonio de la misma Iglesia. Se

suelen identificar: textos de los Padres, de los teólogos, de los concilios y sínodos;

rituales litúrgicos, legislaciones, obras de arte, edificios, y todo lo que exprese el modo

como la fe ha sido vivida a lo largo del tiempo y del espacio. La comprensión de estos

testimonios exige una adecuada hermenéutica, que se ha de realizar identificando los

testimonios en los que la comunidad se reconoce a sí misma (recepción) y en referencia

a la integridad de la fe (analogía de la fe).

Para la Teología, la Tradición se convierte en una fuente primaria, pues le hace

accesible la continuidad de la transmisión de la Revelación y el desarrollo que se ha

logrado en su conocimiento.

Pregunta: 7. Describe la naturaleza teológica de la Tradición.

8. Tradición, Escritura y Magisterio

La transmisión de la fe para la salvación de los hombres lleva implícita la relación

profunda entre esa vitalidad (la Tradición, testimonio portante de la revelación

animada por la guía del Espíritu Santo), la consignación por escrito de sus escritos

canónicos (la Sagrada Escritura, testimonio fundante de la revelación sostenida en la

inspiración del Espíritu Santo) y el servicio apostólico (el Magisterio, testimonio

garante de la perseverancia de la Iglesia en su conjunto en la verdad por una asistencia

peculiar del Espíritu Santo).

DV 9: “La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y

compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden en

cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de

Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la

Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la palabra

de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz

del Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su

predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada

Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y

venerar ambas con un mismo espíritu de piedad”. Es posible reconocer que la

Tradición es anterior a la Escritura, que dentro de ella se lleva a cabo la consignación

por escrito de los textos sagrados y el reconocimiento canónico de los mismos, y a ella

compete su lectura auténtica.

El Magisterio eclesiástico es un momento intrínseco de la misma Tradición, a través

del cual el mismo Señor garantizó que el envío apostólico gozaría de una asistencia

peculiar para perseverar en la verdad. Si Tradición y Escritura “constituyen un solo

depósito sagrado”, el de la “palabra de Dios”, y todo el pueblo santo debe perseverar

en él, conservando, ejercitando y profesando la fe recibida, el oficio específico “de

interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o trasmitida ha sido confiado

únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de

Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que

la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la

asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone

con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad

revelada por Dios que se ha de creer” (DV 10).

El ejercicio del Magisterio eclesiástico se presenta en una tipología diversa. Su sujeto

es el Santo Padre como sucesor de Pedro y el colegio de los obispos como sucesores

de los apóstoles, con el Papa como su cabeza. Se llama “extraordinario” cuando se

ejerce con peculiar solemnidad y fuerza vinculante (definiciones dogmáticas) y

“ordinario” cuando se ejerce cotidianamente. Las definiciones dogmáticas del Sumo

Pontífice o de los Concilios, de acuerdo con el Concilio Vaticano I, están sancionadas

por la infalibilidad. También lo está la convergencia en una doctrina de parte del

magisterio ordinario universal.

En síntesis, “la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia,

según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que

no tiene consistencia el uno sin el otro”, y “juntos, cada uno a su modo, bajo la acción

del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas” (DV 10).

La Teología tiene la responsabilidad de asumir y explicar las enseñanzas del

Magisterio, identificando su fuerza vinculante y relacionándolas con la totalidad de la

doctrina cristiana. Particular relevancia tiene, en este sentido, el reconocer los dogmas

solemnemente definidos.

Pregunta: 8. Explica la relación entre Tradición, Sagrada Escritura y Magisterio eclesiástico.