reencuento · 2016-01-06 · prólogo-oráculo-catártico y esdrújulo para contar un cuento no...

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Reencuento

Así escriben los maestros de Jalisco

Reencuento

Así escriben los maestros de J alise o

Antología de narrativa de profesores de la Sección 16 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.

Reencuento.

Así escriben los maestros de Jalisco.

Antología de narrativa de profesores de la Sección 16 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.

Coordinadora del proyecto: Ma. Justina Santana Tejeda.

Diseño gráfico: Ana Paola López Santana.

Corrección de estilo: Hugo Salvador Bautista

Pottada: Ramón López Morales

Portada:

Prólogo: José Moisés Aguayo Álvarez ..

La presentación y disposición en conjunto de:

Reencuento. Así escriben los maestros de Jalisco.

Es propiedad del autor

Ninguna pat1e de esta obra puede ser reproducida o transmitida, median­te ningún sistema o método, electrónico o mecánico (INCLUYENDO EL FOTOCOPIADO, la grabación o cualquier sistema de recuperación y a l­macenamiento de información), sin consentimiento por escrito del autor.

Derechos reservados conforme a la ley :

© José Moisés Aguayo Alvarez 1 0 /ivia Aguilar Andrade 1 Hugo Salvador Bautista 1 Fernando Blanco Guzmán 1 Manuel Brambila 1 Juan Camacho 1 Rita Camarena Ramos 1 Isidro Delgado Guerrero 1 Gerardo Esparza Briseño 1 David González !barra 1 David González !barra 1 Félix !barra Piza Epifanía Huerta Hernández 1 Ramón López Morales Héctor Alfredo Martínez Berna/ 1 Martorrev 1 Jazmín Moya García José María Munro Olmos 1 Arturo Accio Paredes Santana Cinthia Liliana Real Rameño 1 Justina Santana Tejeda

ISBN 978-970-764-948-4

Impreso en México 1 Printed in Mexico

Índice

l.-El amor es un hexágono o Déja vu de una fotonovela José Moisés A guayo Alvarez ...... ............ .... .... .... .............. ... . 13

11.-La vueltita. Olivia Aguilar Andrade .................. ........ .... ....... ..... ...... .... ... . 23

111.-0bservaciones. Hugo Salvador Bautista ... ........................ .. ............. .. ...... ..... 27

IV.-Negrín y el Colibrí. Fernando Blanco Guzmán ........... .. ......... ..... ... .. ....... ............ 29

V.-Campo de golf. Manuel Brambila .. ..... .. .. .... ..... ..... ...... .... ...... ......... .. .... .. ... ... . 35

VI.-Cómo olvidar. ~

Juan Ca macho ..................... .......... ... ... ................. .... ... .... .... 3 7

VII.-Una hermosa aventura. Rita Camarena Ramos .... .......... .......... ....... .... ........ .............. 41

VIII.-en el fut de mis sueños Isidro Delgado Guerrero ..... .. ....... .... ...... .... ..... ... ...... ....... ... .. 43

IX.-El hombre de ningún lugar. Gerardo Esparza Briseño ..... ..... ........ ........ ......... .... .......... ... 49

X.-Ojos. David González lbarra ..... ...... .... ....... .. ... ..... .................. ...... 51

XI.-"La tortuga de colores". Tortuguín. Félix lbarra Piza ....... .. .... .................. ....... .......... ..... ............ . 55

XII.-Los guaraches. Epifanio Huerta Hernández .......... .. ........... .. .. .............. ........ 59

XIII.-Mi niña. Ramón López Morales . ........................................................ 65

XIV.-Las voces. Héctor Alfredo Martínez Berna! .......................................... 69

XV.-Un cuento de la Independencia de México. Martorrev ... ...... ............ ........................... ....... ...................... 73

XVI.-El cuento de cada cuatro generaciones. Jazmín Moya García ............................ ...... .......................... 77

XVII.-El espejito mágico. José María M un ro Olmos ..... .. ......... ........ ..... ...... ....... .......... 83

XVIII.-Un silencio perturbador/ Sin ti en el paraíso. Arturo Accio Paredes Santana .................................... .. .... .. . 85

XIX.-Una historia verdadera/ Cables/ Socializando/ Amén por los traidores. Cinthia Liliana Real Rameño .......... ...... ...... ............ .. .... .... ... 87

XX.-Ahí está la muerte. Justina Santana Tejeda ........... .... .. .............. .... .......... .. .. ....... 91

Prólogo-oráculo-catártico y esdrújulo

Para contar un cuento no hace falta más que un cuentero y su alma, la misma que se dispara como flecha a lo recóndito. El arco es la pluma que se desmadeja en el papel, el horizon­te no puede avizorarse: nadie sabe a dónde van a parar las palabras ... las palabras-tinta tienen esa corporeidad que les otorga presencia. Nadie puede saber a manos de quién llegará este libro, quién lo está leyendo ahora, quién s~ refleja dentro como en un espejo que habla; quién se descubre asesinando a sus fantasmas o cediendo ante sus demonios interiores, como algunos de los personajes imbricados en el tejido cuentil. Quién sabe . . . quizá tú, lector, eres un extraño ser que desci­fras estas líneas para gloria de tu especie interplatanaria del siglo XXXIX; quizá sólo seas un muchacho curioso que ha estado hurgando entre los libros de alguien más; arrellanado en un sillón añoso; probablemente se trate de algún colega que se ha extrañado al saber que "el maestro" o " la profesora" escriben, y que se encuentra absorto en la lectura, por mero morbo o hasta por vocación .. . tal vez seas la joven que se ha quedado sola en casa y estás matando el tiempo en tanto es­peras la vuelta de tus padres . .. en una de tantas eres, lector, el erudito que navega entre las expresiones literarias de nuestra época, buscando lo que nosotros pretendimos encontrar . . . el horizonte no puede avizorarse, no les interesa a los autores, más que sacar a la luz estas historias, más que saberse parte de algo que se mueve en el marasmo de las letras y que dice lo que tiene que decir. El trasfondo lo buscará algún avezado, qué de la psiqué de los autores, qué del movimiento literario en que se enmarcan, qué de su cosmovisión y su propuesta; esos son los vericuetos que los autores, como maestros que son, simplemente nos dejan de tarea.

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Como toda obra, debe degustarse con serenidad, sin pre­juicio ni obcecación; sin sojuzgar aunque sin conceder; cual prologuero que se encuentra en la línea de fuego; como este que escribe, emulando al oráculo recién emergido de los va­pores enervantes y que no atina para elucidar sus caprichosas visiones, sino al parangón de los sentidos:

¿Qué decir del sabor en las historias que aquí convergen?: Apuntar que van desde el dulce caramelo hasta el salobre taba­co; desde la agridulce remembranza, hasta el humor ácido. Un buen buffet, variado y condimentado.

Para el oído, auguro al lector el descubrimiento de ecos di­versos en el tono y las historias, puede que se escuche a sí mis­mo hablando como un personaje más; como escuchará cantar al campo y la ciudad, al pasado y al porvenir; presenciará con­versaciones conocidas, de tan cercanas; la voz de los objetos y quizá atisbe el murmullo de ciertas conciencias.

En cuanto al tacto, decir que aquí se tocan plumas de ave, féretros, navajas, recuerdos, mariposas, espejos, libros sagra­dos y banquetas ... terrenos ásperos, crótalos y ensueños.

Para la vista hay estructuras conocidas, pero también nue­vos paisajes; paisajes diversos, poblados de luz y de tinieblas, estampas locales, pasadas y futuras.

Y si de aroma se trata, diré que me quedo en él un buen momento, pues reconforta sentirse rodeado de tanto incienso. Se respira el indudable tesón con que se han acuñado ciertos textos -hay labranza en los más y emoción en los que res­tan-; quizá porque los rostros me son familiares, o porque evoco un incierto cigarro de hoja en una incierta biblioteca con mis amigos, los hacedores de cuentos.

Qué más decirte, lector, que ya tocas la aldaba, si es que no has saltado ya de lleno a este peñasco de papel, [a la orilla de esta playa de gaviotas que son colibrís] de leh·as que son

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arenas, de historias brisa -del camino que nos ha traído hasta aquí-.

Así son los cuentos que cuentan los maestros de Jalisco, en esta segw1da vuelta de tuerca, bienvenido lector insospechado, de un tiempo indefinido; ábrete paso en esta isla de confluen­cias.

José Moisés Aguayo Álvarez

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El amor es un hexágono o Déja vu de una fotonovela

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A escasos diez minutos del coito, Amalia le confesó entre su­sunos que sentía muy próxima su boda. El humo del cigarro --que se fuma más por cliché, que por las meras ganas de fumar- le trajo a Salvador un a acceso de tos bastante pro­longado.

-¿Qué te pasa, Chava?- le preguntó Amalia, solícita, jugando con los pelillos en el pecho de él.

-¿Cómo qué? ... ¿Estas pensando en voz alta?

- ¿De qué estas hablando?

-De eso, de que ya quieres casarte ...

Amalia sonrió.

-Pero no contigo, pendejito.

"¿Acaso esta mujer piensa que pendejito es un apodo ca­riñoso?"

-Menos mal- y siguió fumando sin recuperarse aún.

-Mi novio llega pasado mañana de Texas. Me caso la semana entrante.

Entre anumacos, Salvador musitó que entonces les queda­ba tiempo para algunos encuentros posteriores en el cuarto de Remolino 60. Apagó el cigarro sobre el buró pletórico de cica­trices, y se internó nuevamente bajo la sábana para besarle los muslos. Amalia se entregaba por completo al juego. Salvador, extasiado le hacía preguntas entre jadeos: "¿Y cómo te gusta

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que te ponga tu novio? .. . ¿Eh?" "Nunca hemos tenido relacio­nes" "Ah . .. o sea que tuve la pernada .. . mejor para mí. . . " "La noche de bodas le voy a pedir que me haga esto que tú haces, Chava .. . "

Así las cosas, la mullida camita de Remolino 60 tuvo que cumplir con una jornada difícil, pues esa tarde fueron cuatro los momentos que redujeron considerablemente su periodo de vida útil.

Cuando ambos estaban a medio vestir, se escuchó una arenga a la entrada de la así llamada casa de gue:.pedes, edifi­cio al que ellos preferían llamar Remolino 60, por su dirección. Amalia recorrió un poco un viejo biombo que obstruía la puer­ta de entrada, y se quedó muda.

Ajeno a la tensión del caso, Salvador se aplicaba una lo­ción de azahares sobre las mejillas. Se aproximó hasta Amalia y la tomó por la cadera.

- ¡Escóndete!- le ordenó ella súbitamente, aguzando el oído. Lo apartó de sí como a un chiquillo empalagoso.

-¿Qué te pasa Amalia?

-Métete debajo de la cama .. . o detrás de la puerta . . . ¡no! ¡En el baño! , ¡Pero córrele, pendejito!

Sin cuidar las formas, Salvador se escurrió medio desnu­do y tembloroso por la habitación, llegó hasta el ba1'io y cerró enérgicamente de un portazo. Escuchó entonces a un extraño que imprecaba violentamente desde el pasillo.

-¡Ábreme canijadeturechingadamadre!- conminó el in­dividuo con una rabia lacerante, propinando intermitentes pa­tadones y sacudidas a la puerta.

Salvador escuchó luego una extraña agitación en el balcón, luego en el cuarto; todo era murmullos y tropiezos. Después

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una desconocida voz femenina: "¡Ahí vaaan! ". El deslizar del cerrojo, un rechinido:

-¿Qué anda buscando por acá Don Guille? ...

-Martini ta ...

" ¿Martinita?, ¿Qué no se llamaba Amalia? Esto es un en­redo .. . "

- Ay, Don Guille, por poco se me sale el chamaco, me va a matar de un susto ... ¿Qué de plano anda muy jarioso?

-No Martinita ... ¡chingado!, perdóneme, es que . ..

-Nada nada, si de veras es mucha la urgencia ya sabe que aquí estamos a sus órdeñes . ..

-No, discúlpeme usté, ¡Ay, condenada cqmadre! , pero me la voy a poner como campeona ... es que mi comadre me dijo que aquí estaba .. .

-Ándele, pásele, tengo un Roncito que nomás está que­renduco ... y lo más seguro es que me quiebre unos traguitos pa' l sustazo. No me va a dejar emborracharme solitaria ...

-No, de veras que . .. con su permiso ... es más, bueno . .. . . .

SI. .. pero .. . no, meJor no . . . con su permiso ...

Pasos que se alejan. Risas nerviosas en el cuarto. Salvador asoma su rostro lívido desde la pue11a del baño. Amalia ríe a carcajadas en tanto abraza a una mujer rechoncha, de cabello crispado.

-Te la debo Martis, me cae que te la debo ...

-Pos me la pagas, cabrona, la brincada desde el otro cuarto no estuvo tan suave- dice sardónica la Martis, que ya voltea a donde Salvador- me la pagas con este pende jito -ríe. Salvador no puede evitar un refunfuño.

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-No, en serio, Martis. Te la debo porque donde me ca­che Don Guillermo, me adoma toda la calabaza con agujeros -reitera Amalia poniendo su frente contra la de la Martis, y lanza una mirada cómplice a Salvador- Chavita, hay que dis­pararle aunque sea una botella de rompope a esta changa, que acaba de salvamos el cuerámen.

-¿Cómo está eso Amalia? ¿Quién era ese? ¿De dónde salió esta?

-¿Quién descubrió América? ¿Qué le dijo Jesús a Láza­ro? .. . ya, ya no importa Salvador ... si no sea por esta, ése, mi futuro suegro, nos avienta de balas hasta con la lengua.

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- Hicieron bien en quedarse muchachos- dijo la Martis ya un poco beoda- con el argüende de la tarde, de seguro que hay pájaros en el alambre. Mucha pinche gente chismosa por todos lados ... en la menos, hasta los está esperando Don Gui­lle, jeje, como perro del mal, jeje -se asoma al balcón y lanza un escupitajo. Alguien, desde abajo protesta con una palabrota - ... ni por que te estoy regando la calva, pelón .. . Deberías agradecer. .. ¿Y ustedes qué me ven, culeros? ...

La Martis se enfrasca en una discusión con alguien desde al balcón hasta la bocacalle. El asunto termina con la Martis arrojando el cenicero con violencia. Salvador y Amalia se ha­cen un solo molote de roces y agarrones. Él está sentado en la única silla del cuarto; ella está encima. Los dos están tan có­modos que se han quedado en paños menores, sin importarles la presencia de la Martis, que luce las mismas fachas y se los queda viendo en tanto aprieta con sus dientes el labio inferior. "Qué re chulos se ven. cochino tes, hasta me dan ganas de . . . " Tocan a la puerta. La Martis bosteza y se dirige a la puerta masajeándose el cuello con la mano izquierda y sosteniendo un pesado jaiba! con la otra. Se asoma a la mirilla con desgano

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pero antes de correr la cerradura apura el jaibol y se pasa difi­cultosamente un cubito de hielo.

-¿Qué les dije?- una pausa; su rostro está colorado, pasar un hielo de ese tamaño es casi un récord. Recupera el aliento y sus ojos se enjugan de lagrimitas- es el hojaldras de Don Guille, de nuez .. .

Salvador y Amalia se miran preocupados, y sin haber­lo acordado, se filtran hasta el baño a hurtadillas . . Tocan a la puerta.

-Hey ... - dice la Martis.

-Martinita ... me traje unas cocas .. . ¿Cómo la ves?

-Don Guille ... me agarra usté a pocos minutos de una cita de negocios .. .

-No te apures, si esos minutos son más de dos, ya la llevo de ganar .. .

-No ... es que, ya casi llega el Patas . .. el que me exprime las espinillas del cicirisco ... ya sabe . .. elpadrul ...

-Pos que se espere, Martinita.

-Ay, Don Guille .. . Mejor no me insista porque . . .

-Ni sabes la de vueltas que me tuve que dar para decidir-me .. . -y la palabra final de la frase se convüiió en un empujar la puerta con una violencia dulzona y un deslizarse por el cue­llo de la Martis , que ya andaba más pa' llá que pa'cá y se puso muy querendona: tanto, que en un dos por ocho, ambos yacían en la camita de Remolino 60 con la ropa interior a punto de desprenderse. Amalia y Salvador, un tanto apretados entre la regadera, el lavamanos y la taza del minúsculo baño, optaron por ocupar su tiempo en un silencioso y repentino fajecín. Hubo un momento en que todo eran labios, saliva y respiraciones; no

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obstante, a los pocos instantes, el pasillo exterior del cuarto era un enjambre de pasos ruidosos y voces descompuestas.

"¡Aquí está el pinche puerco ... comadre Pepa! ¡Y que no me salga con que el chisme es balín! ¡Yo acabo de ver a mi compadre meterse muy padrote a este chiquero! ... ¡Abre hijo de tu bomba! ¡Guilleeeennoooo! ¡Siii, comadre, miéntele su madre al perro! ¡Rata de dos patas! ¿Me estas oyendo, inútil? ... ¡ Puercoooo!"

En un abrir y cerrar de orejas, Don Guille estaba tan es­condido en el baño como los otros dos, desnudo, calvo, agitado y sudoroso. Saludó con un gesto de pasmo a su futura nuera y con una mirada confundida al futuro ... ¿sancho? de su hijo. No dijeron una sola palabra. La presión generada por los tres cuerpos abotagados en el baño liliputiense, y el inevitable roce de sus pieles húmedas, terminó por expeler a Salvador, dado que Don Guille supo incrustarse cual figura cubista hasta el fondo de modo tal, que la parte inferior de su botija se hallaba sobre el lavamanos y su ombligo saltón presionando levemen­te la mejilla de Amalia, lo que le otorgaba una especie de "aga­rre". Don Guille se asemejaba a un pivote asegurado al interior del pequeño baño. Amalia y Don Guille en esta situación no tuvieron más remedio que mantenerse cada uno con la mirada esquiva, como pasajeros de algún insospechado ascensor.

-¡Doña Pachita!- dice la Martis asomando la cara con la puerta entreabierta- ¿Qué se le ofrece? ... ¡Ay! ¡También trajo a su comadre! .. .

-¡Ábrenos, Martina!- amenaza Doña Pachita con una chancla en la mano- ábrenos o soy capaz de romper la celTa­dura ... -muestra la chancla con determinación- ya se que aquí esta el marrano de mi compadre Guillermo.

En un instante de iluminación histriónica, Salvador, recién exiliado del baño se acercó a la cama, tomó su pantalón y, procurando llamar la atención lo agitó antes de ponérselo, ca-

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tTaspeó un poco y sacudió sonoramente un llavero. "¡Óigalo Doña Pepa!, ¡Ahí está el cínico maiTano!" La Martis ha com­prendido la treta y abre entonces totalmente la puerta, movien­do un poco el biombo. Salvador se finge ofuscado, para darle dramatismo al momento :

-¡Mi amor! ¿No ves que me estoy cambiando?

-¡Ah, perdón Chavita de mi corazón! Es que aquí las señoras están buscando a un señor de no sé dónde ni ... -las interpeladas se miran entre sí con un dejo inequívoco de ver­güenza.

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De alguna manera, la Martis y Salvador se las arreglaron para despedir de la escena a Doña Pachita, pero a Doña Pepa no hubo pretexto que la convenciera de abanqonar el lugar. Decidió quedarse a beber junto a la Martis. Entre trago y tra­go Doña Pepa desgranaba sus frustraciones maritales, a grito pelado despotricaba de su marido, y aquel, silente y atorado en el baño se limitaba a mirar los grifos que escurrían agua con óxido. Un sentimiento confuso seguía haciéndolo evitar los ojos de Amalia. Al segundo jaibol Doña Pepa rompió en un llanto inconsolable. "Si tan solo tuviera yo un querubín como el tuyo Martina ----dijo y posó una lúbrica mirada sobre el pe­cho desnudo de Salvador-. uno que me quitara las telarañas del. .. corazón ... "- remató dándole un pellizco en el pezón al muchacho. El rostro de Salvador se tiñó de rojo. Las dos muje­res rieron a carcajadas. Salvador aprovechó el instante de hila­ridad y se escurrió como pudo, no sin antes pasar por el baño a jalarle a la palanca, para despistar; luego colocó un beso muy cachondo en la boca de Arnalia ante los ojotes inyectados de Don Guille, ante su grotesca y sudorosa papada.

También Don Guille estaba que ardía de ganas de esca­par. Deseaba con ahínco ser borrado de esa incómoda posición física y moral. La Martis también estaba hasta el queque de

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esta jodida reunión que nomás no terminaba ni en sexo ni en chingadazos, así que, en un infinitesimal momento de lucidez rodeó a Doña Pepa con el brazo y la encaminó hasta el balcón. La Martis corrió entonces la sucia cortina de manta estampada con motivos "aztecas" esperando que los inquilinos-clandesti­nos abandonaran sigilosos el cuartucho. Amalia fue la primera en asomar su cabeza despeinada por la puertita del baño. Des­calza y con su ropa hecha bolas salió a hurtadillas, se escabulló hasta el biombo raído frente a la salida y con delicadeza jaló el pasador. Don Guille la secundó en el intento de escape; sin em­bargo se quedó pasmado al advertir tras la cortina a las siluetas de Doña Pepa y la Martis fundidas en un beso insospechado. Tragó saliva, y, visiblemente afectado, apretó con coraje dien­tes, puños y, a decir de Amalia, hasta las nalgas.

Nadie hubiera imaginado que a Doña Pepa, la guácara le tomara por sorpresa. Súbitamente corrió la cortina con dibuji­tos aztecas y justo antes de lanzar por la boca una heterogénea y amarga revoltura de ron, cocacola, tacos de tripa, chicharrón y ácidos estomacales, observó incrédula a Don Guille en teti­llas y a su futura nuera casi encuerada y con los trapos apiña­dos en el pecho; los dos a un paso de la fuga. Para redondear la escena, el viejo biombo cayó sonoramente sobre la plasta semi-orgánica recién parida por la bocaza de Doña Pepa. En­tonces todo fue silencio.

IV

Tomasito volvió de Texas como todo un cowboy. Las bo­tas exageradamente picudas contrastaban con el tacón cubano imposible; el pantalón Wrangler pulcramente planchado, la camisa Lee amarilla que lo acompañara en sus mejores rodeos, de "tarugos"-sin broches ni botones-, el sombrero Resisto! de 3000 x , el diente de oro y los dólares suficientes para el bodorrio y tres meses de holgura. El mismo día de su llegada quiso que fueran a pedir la mano de Amalia. Los padres de

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ella, ambos, burócratas jubilados, dispusieron la mesa con la mejor vajilla, los cubiertos de imitación de imitación de plata de imitación, y se encargaron de los pequeños protocolos que vuelven memorables estos acontecimientos familiares . Pero algo flotaba en el ambiente: algo inexplicable. Algo que ni los padres de Amalia, ni Tomasito pudieron entender. Ese algo si­niestro se respiró durante la cena, luego en la sobremesa, en el brindis obligado. Don Guille, Doña Pepa y Amalia no pararon de reír toda la noche.

José Moisés Aguayo Álvarez

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La vueltita

Veinte a las cinco. ¿Por qué tiene que amanecer tan rápido? Ay no, el despertador. Sssh ... ¿Y si me doy una vueltita? Si nada más una ... Tony levántate. Arriba, uno, dos ... Qué flojera ¿Y si no me baño? Nel que vergüenza oler feo ... ¿Me levanto, no me levanto? Ni modo, a darme prisa o me ganan el baño y después llego tarde a la escuela. Lo bueno es que dejé todo en orden y listo para evitar olvidos y pendientes. Dice uno, dice dos, dice que no me quiero levantar, no quiero, que no, que no, me niego rotundamente. ¿Quién inventó levantarse temprano? ¿A quién se le ocurrió andar limpio? De seguro a alguien que no tenía nada qué hacer. Me gustaría ser como el "Ecoloco", ese que apesta y le encanta vivir entre la bastira. ¡Qué asco! "Oler o no oler" he ahí el dilema. Shakespeare ¿te bañabas, tenías que madrugar? Y a mi qué me importa, ni que fuera escritor; la maestra de literatura habla maravillas de Shakes­pare, Saramago, la Poniatowska, García Márquez, Unamuno, aunque no sé porque sospecho que a García Lorca le apestaban las patrullas y no le prestaba mucha atención al aseo personal. Demonios, doce a las cinco, mejor me hubiera dado una vuel­tita en lugar de estar pensado ¿Qué onda mi honorable cama? ¿Tú qué opinas: te debo abandonar o ser un solo ser? "Voy, voy ahí me esperan los míos, muertos casi todos ya están bajo el dominio de Perséfone"; carajo Antígona ¿qué me han de­jado los libros? En la primaria cuando leímos Las Aventuras de Tom Sawyer, me sucedió algo extraño: un día acompañé a unos cuates a su casa, yo no sabía que vivían en la "Perdida", así que empezamos a caminar y caminar por más de una hora; yo no decía nada por miedo a que se burlaran de mí, cruzamos cercas de alambre con púas, atravesamos ríos de aguas negras que corrían fuera de las casas, en las calles a plena luz del día tipos tomando y drogándose, jamás imaginé que existieran

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lugares como la colonia la ''Perdida" y mucho menos que mis compañeros vivieran con tantas carencias, en esos momentos me sentía Tom el personaje del libro. En la secundaria mi hé­roe literario fue Herman Hess; su temática coincidía con mi vida y sentimientos: desde Demian, Alma de Niño, Sidharta, hasta Bajo la Rueda, todos se burlaban de mi, para ellos era "la cucaracha de biblioteca", en lo único que coincidía era en el placer de jugar en los baños a orinar lo más alto y lejos que se pudiera: llegué a imponer record al orinar hasta el techo, veía escurrir los orines por los muros y que decir de los baños, a pe­sar de que me repetían "atínale el baño", salpicaba todo, era un puerco ... qué decir un puerco: un cerdo, un marrano asqueroso ja.ja.ja.ja.ja. Cinco a las cinco, piensa: ¿te levantas o te das una vueltita? y que en esa vueltita me sucediera lo del Ensayo de la Ceguera de Saramago, no tendría que dejar esta cálida cama, ni asearme. Alto .. alto ... alto, si me quedara ciego me llenaría de excremento, porque de seguro habría excremento por aquí, excremento por allá, excremento por delante, excremento por detrás; creo que a Doris Lessin le encantaría verme de esta ma­nera, de segmo la inspiraría para escribir un nuevo libro. A don Vargas LLosa con la Verdad de las Mentiras quiero confrontar­Jo, pues es como si me quisiera poner los pies en la tierra y cor­tar de tajo lo que me viene a la mente al pensar que todo lo que leo es realidad. Saramago, la Poniatowska, Vargas Llosa, se ven impecables aparte de cerebros, porque eso sí: qué tipos tan brillantes. Elena Poniatowska me encanta por el lenguaje que utilizan sus personajes, ella y García Márquez son un par de valemadristas y su ingenio se los permite, aunque a mi qué me impm1a, a la bruja de mi maestra se le ocurrió hacer examen hoy a primer hora y yo como buen mexicano me puse a estu­diar hasta el último momento y heme aquí sufriendo y gozando con la maravillosa obra de estos personajes, desgraciadamente pagando un alto precio, pues tengo sueño, mucho sueño, no me queda de otra: me voy a dar una vueltita en la cama y luego ya ... doy mi palabra de honor que me voy a levantar ..... No

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Así escriben los maestros de Jalisco.

inventes: ahí van el Quijote y Sancho, órale si eran molinos de verdad, el Quijote no estaba loco; vean molinos, molinos de verdad. "La piel del cielo" qué onda, qué hermoso el universo; estoy en el observatorio de Tacubaya, esto es la gloria, es otro mundo. Aguas ahí viene "El quinto hijo" de Doris Lessin, oiga Don Mario Vargas Llosa lo de la confrontación era una mala broma, por fa' sáqueme de aquí, acuérdese que La Fiesta del Chivo es mi favorita, mas no para estar en el lugar donde se desarrolló; si me deja aquí seguro me matan, soy Tony un ton­to estudiante que nada tiene que ver con esta historia, ayuda, auxilio, socorro ... Eh ... . ¿Qué, qué? Las cinco y media. Pero si solo me di una vueltita en mi cama, faltaban cinco a las cin­co, fue nada mas una vueltita. Maldita sea, ahora todos se ba­ñan conmigo y me acompañan a la escuela para que la maestra tome nota que por culpa de los libros y sus autores llegué tarde a su examen. Ustedes son testigos de que solo fue una vueltita una vueltita nada más.

Olivia AguiJar Andrade

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Observaciones

- "Su piel no es clara. No está de pie.

Su cabello cae lacio y oscuro sobre la espalda y los hombros.

No habla. No usa zapatos de tacón alto .

Lleva ropa entallada: pantalón azul de mezclilla y blusa del mismo color.

No es difícil adivinar sus formas .

Lleva aretes; son blancos.

No sonríe.

Sólo observa y observa las letras de un libro . Apoya sus manos sobre las piernas, en donde lleva -además- una chamarra" .

El gigante deja la muestra en el microscopio, para que otro más la vea.

Hugo Salvador Bautista

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N egrín y el colibrí

En un paisaje admirable por su colorido, como los hay tantos en nuestros pueblos queridos, un grupo de niños armados con sen­das resorteras; cargando con la inquietud de su infancia a cuestas, siempre en busca de nuevas aventuras y batallas que ganar.

-¡Acá salió un lagartijo!- exclamó Nico -Sus pelos desaliñados, siempre con una expresión retadora tratando de imponer respeto, que sin duda lo lograba dada su actitud ex­trovertida e imperativa.

-¡Este me lo sueno yo!- dijo Chava-. Tensando fuer­temente su resortera, de la cual se sentía muy orgulloso y va­nidoso porque se la habían comprado en la feria del pueblo vecmo.

-¡A que yo le pego primero!- respondió Mingo, tratan­do de adelantarse en el tiro---. Hincó una rodilla en el suelo de manera apresurada y se mordió la lengua como era su costum­bre hacerlo.

Todos a tm tiempo le dispararon, pero ninguno dio en el blanco, el lagartijo fue demasiado rápido; sospechó que estaba en riesgo su vida.

Entre ellos estaba Negrín, así le decían de cariño en su casa debido a la tenue oscuridad de su piel; esto lo había here­dado de su papá, pero era más por exponerse constantemente a los inclementes rayos del sol. Su figura era delgada y debilu­cha, pero contrastaba con el brillo inteligente de sus grandes OJOS oscuros.

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-¿Por qué no le tiraste Negrín?-le cuestionó Mingo---. Que había tirado contra el suelo su resortera por fallar el tiro; era otra de sus manías.

-Es que cuando volteé ya se había escapado- contestó Negrín con un tono de voz apreciablemente tímido---.

---- ¡No es cierto! ¡Si lo vió!- observó Chava-. Lo que pasa es que es muy malo para tirar y aparte su resortera no Sirve.

-Ni aunque trajera una resortera nueva me ganaría a ti­rar a mí.- Aseguró Nico, muy presumido-. Mostrando la de él , que era de mezquite, muy bien elaborada y tenía unos grabados preciosos. Así pasó la mañana, ya le tiraban aquí, ya le tiraban allá. Cada quien se fue para su casa con la consigna de que al día siguiente, se reunirían para emprender una nueva cacería.

Negrín caminaba con paso lento, suave y cabizbajo en di­rección a su hogar.

- ¿Por qué seré tan mal tirador?- pensaba constante­mente--- . ¿Será que de verdad mi resortera no sirve y tendré que construim1e una mejor? El estaba consciente que apuntaba con decisión, pero al soltar el tiro la piedra pegaba lejos del objetivo.

Este pensamiento no se apartaba de su mente, lo tenía muy preocupado.

Por la tarde, después de comer, llegó a la conclusión que debía practicar incansablemente, hasta lograr alcanzar con sus tiros los blancos más difíciles.

Pero lo tenía que hacer solo, para que sus amigos no se enteraran y después se sorprendieran al comprobar que era un gran cazador; ¡el mejor de todos!

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Así escriben los maestros de Jalisco.

Su resortera era de alambre retorcido, con unas grandes li­gas dobles y un cuerito que había recortado de un zapato viejo que se encontró en el basurero; la colocó en la bolsa trasera de su pantalón y emprendió el camino. Recogió piedras redondas porque éstas eran las mejores y las metió en la bolsa que usaba para cargar el parque. Se dirigió al arroyo en donde sabía que salían lagartijos y muchos pájaros para ejercitar su puntería. Caminaba cautelosamente, sin hacer ruido, con su arma presta, como una fiera acechando a su presa.

Con sus ojos avispados lo miraba todo atentamente para que no se le escapara ningún detalle o movimiento por imper­ceptible que fuera. Repentinamente escuchó un leve zumbido sobre su cabeza, levantó la mirada y ... -¡Un colibrí!- ex­clamó interiormente -¡Qué suerte tengo! ¡Le tengo que pe­gar! -pensó decididamente Negrín-. Esperó con paciencia el momento preciso en el que el Colibrí hiciera un alto en el aire al succionar el néctar de una flor del árbol.

Estiró fuertemente su resortera, se concentró, cerró un ojo, se apuntó, y .. . pudo apreciar lo maravilloso, deslumbrante e hipnotizante del suave plumaje multicolor del pequeño Coli­brí, al reflejarse los rayos del sol sobre él; también el increíble pico tan puntiagudo que era casi tan largo como su cuerpo. Una estampa impresionante rodeada de flores, verdores y de fondo la nitidez del cielo azul; un marco digno del mejor pin­tor que existe: la naturaleza.

Pero todo esto duró un instante. Sí, un instante que pare­cía interminable. El tiempo quedó en suspenso; una fracción de segundo que se convirtió en eternidad.- ¡Disparó! El pe­queño Colibrí cortó repentinamente su ligero aleteo-¡Cayó! -¡Le di! ¡Le di!- gritaba emocionado Negrín-.

-¡Le di! ¡Le di!- no dejaba de saltar, de bailar, colmado por la euforia-.

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Cuando fue a recoger a su víctima, vio el pequeño cuer­pecito quieto, desmadejado, con sus plumitas alborotadas. Lo comparó con lo hermoso que se veía cuando volaba y no pudo evitar que se le formara un enorme nudo en la garganta.

Tomó en sus manos al Colibrí que aún conservaba la ti­bieza natural. Sintió su cuerpo lacio, inmóvil; había perdido la brillantez de su plumaje y no pudo evitar que sus ojos derra­maran lágrimas de tristeza.

-¡Lo maté! ¡Lo maté!- repetía inconsolablemente-. -¿Qué hago? ¿Qué hago?- se preguntaba a si mismo tra-tando de encontrar una solución-.

De pronto se le prendió el foco de las ideas: recordó que en el corral de su casa, su mamá tenía pollitos; cuando por accidente alguien pisaba alguno, lo metía debajo de un bote, le sonaba durante un rato y el pollito se recuperaba.

- ¡Eso haré! -se le iluminó por un instante el rostro a Negr.ín-.

Corrió, corrió y corrió lo más rápido que le permitían sus flacas piernitas, con el pequeño Colibrí entre sus manos, que de vez en cuando soplaba sobre él en el afán de trasmitirle su aliento. Llegó, tomó el bote de lámina, colocó al avecita de­bajo . ¡Tam! ¡Tam! ¡Tam! Golpeaba repetidamente Negrín con angustia tremenda. Se interrumpía, lo levantaba, solo para des­cubrir que el pajarito seguía quieto. -¡Ay, no!- gemía Ne­grín-. Y seguía con perseverancia e inquebrantable gran fe . ¡Tam! ¡Tam! ¡Tam! Repitió esta operación no sabía ya cuántas veces; cuando estaba a punto de darse por vencido, decidió que sería la última vez que levantaba el bote. ¡¡Qué sorpresa!! El Colibrí voló, voló; de nuevo sus maravillosos colores relam­paguearon al ser heridos por los rayos del sol. Dio una vuelta alrededor de Negrín y se alejó perdiéndose en el horizonte. -¡Ahhh! -salió un suspiro de alivio que inundó todo el interior

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Así escriben los maestros de Jalisco.

de Negrín-. Se relajó y sintió que se había quitado un gran peso de encima.

Nunca supo cuál era el secreto del bote, pensó que había heredado el color de su papá y la magia de su mamá. Lo que sí descubrió es que no era mal tirador, sino que apreciaba dema­siado a los seres vivos e inconscientemente erraba los tiros a propósito cuando tenía que dispararles.

Decididamente volvería a acompañar a sus amigos siem­pre y cuando no se tratara de hacerle daño a los animalitos.

¡Hasta una nueva aventura de Negrín!

Fernando Blanco Guzmán

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Campo de golf

Estoy leyendo mi novela, la de turno de lectura, no la que yo haya escrito; pues no he escrito ninguna. Estoy en el patio de mi casa, sentado a la mesa del jardín y viendo el campo de golf en activo, viendo a los golfistas trasladarse en sus carritos en los que transportan los palos, viendo a los golfistas que lle­gan hasta donde han caído las bolas, viendo a los golfistas que hacen sus lances luego de tomar sus poses de fotografía y de ensayar por dos o tres veces el golpe preciso a la dura pelota.

Pues sí, el campo de golf me interrumpe la lectura porque su verde intenso y sus lomas y sus hondonadas: sus ondulacio­nes me relajan, me hacen sentir el incesante batir de las olas del mar, me hacen recordar que yo estuve en los barcos por tanto y tanto tiempo izando e izando velas, arreando y arrean­do velas. Me olvido también que por temerario, w1 tiburón me arrancó la pierna cuando me prendió de la pantorrilla. Me olvi­do que pasé mi juventud de arriesgadas empresas, de aventuras intensas, de vivencias ardientes: años jóvenes de vinos y de amores instantáneos, años jóvenes de un amor que pudo ser perenne, pero que sólo duró lo que es suficiente para procrear un hijo que creció a la distancia con la madre que no quiso ser mi amada porque yo compartía el amor con la mujer y con las bravas olas y con los recios barcos.

Estoy leyendo mi novela a ratos; unos párrafos, unas pá­ginas. Y mientras leo me froto la rodilla, justo donde se une la prótesis de madera que me ayuda a caminar un poco renquean­do, casi imperceptiblemente. Tengo tiempo de leer porque ya estoy retirado de todos aquellos trabajos con las cuerdas y con losarpones.

No; mi barco no era de pesca, no te confundas. Mi barco era de vigilancia, de seguridad marina, de resguardo a la segu-

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ridad nacional. Sin embargo, traíamos equipo para distraemos en los días y días y más días que pasábamos en alta mar. Por supuesto que las diversiones eran propias de la vida del mar: bajábamos en lanchas a pescar peces chicos, pero las ansias de hacer más emocionante la jugada nos llevó a buscar riesgos mayores. Por eso no tengo pierna; se la tragó un tiburón del que salvaron al resto de mi cuerpo mis compañeros de aven­tura, quienes arponearon al escualo y me jalaron hacia la em­barcacioncita.

¿Por qué no me amaría mi esposa? ¿Por qué mi hijo no quiso estar conmigo? ¿Por qué no me frecuentan? ¿Por qué me han dejado leyendo novelas y jugando golf? ¿Será por mi pata de palo?

Por hoy ya es suficiente: separo la página con una hoja de árbol y luego le seguiré. A ver si para entonces no vuelven los recuerdos a interrumpir mi lectura.

Manuel Brambila

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"Cómo olvidar"

Erika Mercado, Sergio Méndez y Antonio Vera son tres perso­nas jóvenes que compartieron algunos años de su vida, fueron compañeros en la primaria y al final de ésta habían formaron lazos inquebrantables de amistad. Hoy se han reencontrado después de varios años de haber terminado sus estudios y que cada quien hubo elegido un camino diferente en la vida. Aquel encuentro removió sus sentimientos y emociones, sus recuer­dos y añoranzas. Todos éstos surgidos durante su infancia y que al final hizo crecer en cada uno de ellos el compañerismo y la amistad sincera.

Erika, la niña de las trencitas, de carácter. alegre y piz­pireta. Hoy se había transformado en toda una ama de casa, sencilla y responsable; además de ser una gran madre de tres pequeños, que al igual que ella en su niñez, armaban una gran algarabía. Sergio, de carácter fuerte y en ocasiones agresivo, "el terror" de la clase, a quien todos sus compañeros temían, actualmente es un renombrado abogado, un conocedor de las leyes y los derechos humanos, lo cual le permite defender las injusticias de quien ha sido objeto de agresión alguna. Y Anto­nio, el niño regordete y siempre con una sonrisa en carita ino­cente, pero realmente muy inquieto y además el bromista de la clase; quien gustaba de gastar toda clase de bromas a sus com­pañeros y sobretodo a sus maestros, en especial a su profesor de quinto grado, con quien se identificaba de manera especial, era para él un ejemplo a seguir; hoy es todo un profesionista, gran fotógrafo y un excelente comunicador en algunos medios de comunicación.

Aquel día quedaría marcado de forma muy especial en sus vidas. Ellos no pensaron que se volverían a encontrar de nue­vo. Se abrazaron con gran afecto, rieron al ver los cambios

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físicos que habían sufrido, pero sobre todo den-amaron algunas lágrimas de alegría por volver a estar juntos. Su amistad no se había perdido con el tiempo.

Erika, emocionada, comentó a sus amigos: --Que tiempos aquellos donde nos juntábamos para realizar algunas travesu­ras. Aún más aquellas que le preparábamos al Maestro Andrés, el que nos dio quinto y sexto. ¿Saben? nunca he olvidado esa acción de bondad que tuvo hacia mi . Recuerdo que era una tar­de muy calurosa. Ese día el profe nos invitó a participar en la reforestación de la escuela y todos con gran alboroto acep­tamos. Seria un día sin libros ni cuadernos. Pensábamos que sembrar un arbolito sería cualesquier cosa, pero la verdad es una responsabilidad plantar un árbol y cuidarlo para que logre sobrevivir y que algún día nos brinde su sombra y en su caso alguna fruta. Yo me moría de calor y en eso llegó él y me dio un vaso muy grande de agua fresca, creo que era de jamaica. Me cayó muy bien, me refresco bastante. Fue como sacarme de un horno encendido al máximo. Fue un gran detalle de su parte.

Tienes razón-respondió Sergio-más que un buen "tea­cher", fue nuestro Amigo, todo un cuate podría decir. Nos dio toda su coniianza, su comprensión, la mano amiga que necesi­tamos en algún momento. Tenía una gran paciencia con cada uno de sus alumnos, se preocupaba por conocerlos y si era necesario intervenía en sus problemas para ayudarlos a salir siempre adelante. Eso sí: nunca les resolvía sus problemas, les mostraba la forn1a de encontrar el camino para que ellos mis­mos vieran las diferentes soluciones a éstos. Además, siempre fue muy recto y no permitía injusticias. Recuerdo la paciencia y tolerancia que tuvo conmigo, a pesar de ser un alumno pro­blemático. Yo fui muy inquieto y agresivo con todos ustedes. Él supo cómo ayudarme, cómo atraer mi atención y así cana­lizar todas mis inquietudes. -En ese momento sus lágrimas brotaron y con voz entrecortada dijo--conoció realmente lo que me pasaba y los problemas que estaba viviendo. Gracias

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Así escriben los maestros de Jalisco.

a él aprendí la importancia que tiene el estudio para lograr so­brevivir en la vida. Me hizo que sintiera el gusto por el cono­cimiento y que con éste lograra alcanzar uno de los suefios que todo estudiante de sexto tiene, ganar el Concurso de Sexto o como le llaman ahora la Olimpiada del Conocimiento y así viajar a la ciudad de México y saludar de mano al Presidente de la República. Recuerdo que fue en 1995 y era "el pelón y orejudo" a quien salude.

Creo que el Profe era un ángel que estaba encargado de cuidar a todos los niños que estábamos en el salón-hacía mención con orgullo y algo emocionado Antonio-siempre fue una persona llena de amor, de sensibilidad y carifio para sus alumnos a quienes, pienso yo, quería como si fueran sus hijos. No olvido su cara de enojo cuando le "aplicaba" una broma. Fruncía el cefio y su mirada se ponía seria, como quien deseaba agarrar al pollo y torcerle el "pescuezo'~ Pero de pron­to soltaba la carcajada al verme con una cara llena de aflicción y en espera de la reprimenda. Nw1ca lo mire triste, aunque en su mirada se notaba un dejo de nostalgia, como si hubiera perdido algo que para él fuera muy imp01iante y de gran va­lor. Siempre lo miré en su escritorio revisando los trabajos de todos. Llegaba con una sonrisa contagiante y nos saludaba ale­gremente e igual hacia al despedirse. Me dio el ejemplo de res­ponsabilidad, honestidad y patriotismo. A diario era el ejemplo a seguir. Todo eso me dio la fortaleza y el deseo de superarme, de levantarme cada vez que tropezaba, de volver a repetir una y otra vez si llegaba a equivocarme. Comprendí que siempre tendría la oportunidad de mejorar y volver a empezar. Y cuan­do me sentía derrotado recordaba sus palabras "El hombre que se equivoca y reconocer sus errores tiene el derecho de rec­tificar una y mil veces para así volver a comenzar"-y ya no pudiéndose aguantar dejó que el llanto brotará en sus ojos.

Erika y Sergio guardaron silencio, comprendieron que su amigo había expresado más que una verdad. La emoción inva-

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dió sus corazones y se unieron a su compañero en un abrazo. Guardaron algtmos instantes en silencio y enjugaron sus lágri­mas. El haber recordado aquellos momentos vividos a lado de su querido maestro hacía que extrañaran aun más su ya lejana infancia. Para cada uno aquel profesor había marcado de for­ma especial sus vidas.

Hoy el destino los había reunido. Una simple llamada ha­bía bastado para que ellos acudieran al mismo lugar. No com­prendían como el destino jugara así con las vidas de las per­sonas. Nuevamente se reunirían con su querido "Profe". No creían que se volverían a encontrar con él. Era difícil llegar hasta donde éste se encontraba, había tanta gente que se en­contraba a su alrededor. Poco a poco fueron acercándose y al estar a su lado nuevamente el llanto brotó en sus ojos. Fueron lágrimas muy amargas y su corazón se desganó en un instan­te. Entonces se tomaron de la mano fuertemente y dije ron eii voz alta-"Gracias maestro por todo cuanto nos entregaste". -Así, ante el féretro de madera color caoba y adoma_QQ_ooi figuras de metal a su alrededor, ellos despedían para siempre a su mentor que había muerto en un accidente.

Juan Camacho

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Una hermosa aventura

-y todo por un colibrí

Así tenninaba la canción que entonaban alegremente los tres amigos, integrantes del grupo recién formado.

- ¿Ya vieron?-dijo Ana

-¡Si! ¡Mira qué bonito!­contestó Mandy

-Es un colibrí!-gritó " Calcetín" así le decían a Hugo de cariño las chicas del grupo.

--es un animal muy fuerte-

-para mí, es de los más bellos-

-Yo creo, que es ESPECIAL es ... mágico; el día se divi-de entre antes de ver un colibrí y después de verlo-

y así iban poniendo adjetivos a cada una de las frases para nombrar a tan atrevido animalito, que fue a revolotear en el árbol que majestuosamente se levantaba a las afueras del salón donde nonnalmente se veían para ensayar las canciones.

Divagando entre un adjetivo y otro, poniendo cada uno de su sentir en cada expresión, llegaron a una conclusión:

- ¿Y si le ponemos " Colibrí", de nombre al grupo?­preguntó "Calcetín";

-Mmm ... ¡Si! ¡Me gusta!­contestó Ana.

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-¡Me parece una excelente idea!, estoy de acuerdo­asintó Mandy.

Sonrieron los tres amigos, advirtiendo con ese gesto un irrefutable ... ¡SÍ!

... Y desde ese día comenzó " LA HERMOSA AVEN­TURA".

Rita Camarena R.

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En el fut de mis sueños Por Isidro Delgado Guerrero

Un gol para Cabrera y otro para el Infante

que me heredó la forma aún sin ser futbolero

Mamá mamá dame permiso de salir a jugar sí mama le insistía y le insistía pero ella no no me hacía ningún caso y yo no pien­so que mamá me ignorara no simplemente tal vez sólo no me escuchaba porque estaba donnida entonces dije quedito mamá si mamá sólo salgo un ratito y a luego que me meta te temlino las planas y meriendo completo no te dejo migaja en ese plato un nadita de nada mamá pero deja que salga y juego un rato al balón y tú me miras serás la aficionada principal la que me echa las ponas más hermosas anda mamá y meto un gol para ti te lo dedico y celebro como hugo como cuauhtémoc no porque es maleducado dijo mi abuelo fer me quito la playera y celebro corriendo y me resbalo como el festejo aquel cuando fuimos campeones contra los de brasil en confederaciones no le hace que en el suelo me rebane las nalgas como dice papá que le pasó en un juego por andarse barriendo bueno no la playera no mamá porque hace mucho frío y para entonces tal vez hasta me enfermo porque sí que hace frío y entonces ahora sí ya no me dejarás y no seré el mejor del equipo porque enfermo me que­daré en la banca el dt me dejará en la banca y no se vale porque soy el mejor el que mete más goles el que corre más rápido el que golpea mas fuerte porque me he preparado mirando los partidos de los grandes mundiales y seré como diego y me dirán pelé los dos más grandes me dice mi papá que los miró jugando a los dos en vivo y en directo en el estadio y dice que fue feliz aunque no eran de méxico que son los más ca bueno eso eso que dijo él cuando creyó que no lo había escuchado y que yo no lo digo porque se escucha mal en un joven de mi

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Reencuento

edad antes papá decía en un niño pero los años pasan y ahora me dice joven y está bien papá yo respondía está bien cuando él decía toda mala palabra no debes repetirla aunque a mí se me salgan sin querer como víboras no mamá no la camiseta no te lo prometo me cuidaré del frío de que no me golpeen de que no me fracturen porque ya de por sí ándale sí mamá y mamá no me miras pero sé que me escuchas le decía y me fijo en las calles me cuido de los carros sí pero eso no me importa mamá y tú no te preocupes hay gente que la ha pasado mal porque no se ha cuidado cuando cruza las calles o cuando en la escalera cuando conduce el auto y luego un accidente no les petmite andar o los deja maltrechos no mamá yo me cuido que cuando sea mayor voy a ser futbolista seré el mejor del mundo mejor que brasileño nunca jamás nacido el me si y el cristiano no me verán ni el polvo mamá papá estará orgulloso ya no me falta mucho casi cumplo los trece pero mira mamá que si no entre­no no respondo no te prometo nada no está seguro el triunfo para quien no se esfuerza y el que no se prepara sí ya sé ya no me lo repitas también para la escuela seré bueno te prometo si puedo hacer tres goles en un juego más fácil saco diez en el bimestre en el año completo cuando vuelva a la escuela claro pero déjame entreno tú me cuidas me miras desde lejos proba­ré mis gambetas verás mis tiros libres qué potencia mamá qué cañonazos con izquierda y derecha sí ya sé que nadie viene a invitarme al juego pero sé que me esperan dani y edson y el isra y el macaco están jugando afuera ya no chiflan como antes para que salga porque sé que me envidian aunque sean mis amigos y si me ven venir se hacen que no me miran pero son mis amigos y al final entre amigos festejamos contentos como si nada pasa no son malos mamá pero hace mucho tiempo que tlt me cuidas tanto y no me dejas ir ni salir ni jugar por eso ellos se alejan el otro día yo ya no sé si el lunes o el viernes debió de ser domingo porque había muchos juegos y me cansé de ver porque me enfada ver yo prefiero jugar casi me vuelvo loco de ver tanto futbol ya sentía dos balones de fut en lugar

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Así escriben los maestros de Jalisco.

de mis ojos pues ese día mamá papá estaba diciendo que tal vez estoy solo y no me lo merezco pero que qué puede él ha­cer ni modo de forzarlos para que me visiten que ya no viene ni tmo siquiera por el play y eso que tengo el disco de fifa el más reciente ni por comer del pay que tú preparas y te queda tan rico del que comían los cuatro como niños diospicio dijo papá que de ellos se perdona porque todavía ni el bigote pero que a tío rodolfo no le va a perdonar lo que expresó aquel día cuando te hizo llorar ni porque sea tu hermano ni su compadre ni mi padrino menos no lo perdona nunca aunque pasen los años porque se carcajeo cuando tu le contaste y yo también lo vi pero a mí no me importa cuando tú le contaste se carcajeo al oír el sueño que tenía el de ser futbolista y dijo el pobre sueña sólo que meta goles de cabecita a mí no me preocupa mamá papá si ustedes me preguntan que si sigo soñando que triunfo en el futbol yo les diré que sí que es mi sueño más grande el que mueve mi vida que me deja despierto por las noches por­que suefío despierto les confieso así me va me]or pues si me duermo no es fácil manejar tan fácil mis deseos aunque sé que se cuidan los dos de ya no preguntarme y yo me cuido igual de no insistirles tanto yo no quiero mirar cómo mamá te alejas te vi por el espejo en la sala cómo te fuiste aprisa para llorar muy quedo cuando hace casi un año que me sentí mejor dije a los cuatro vientos que volvería al futbol porque sería el mejor con el entrenamiento por eso sí mamá le insistía muy bajito para que me dejara mas para no abrumarla se lo decía así quedo también como ella a veces llora y se va corriendo para que yo no escuche mamá mamá que es poco lo que falta para irnos al mundial y si no me preparo tal vez no pueda ir no impmta que sea aquí en el jardín del coto ya luego vuelvo al club y si el profe comprueba que estoy en buena forma seguro que me pone en la lista del equipo uy y si mirara aguirre los goles que yo meto seguro que más fácil me llevaría al mundial y en todas las noticias y en todos los periódicos el jugador más joven un jugador de méxico y yo metiendo goles ándale sí mamá no

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te parece bello algo para que cuentes a tus catorce nietos mis hijos sí mamá porque un día te me caso con quién aún no lo sé pero existe una niña yo la quiero tal vez no me recuerda por­que hace tanto tiempo que no voy a la escuela tanto tiempo sin vemos anda mamá sí ma no esperes a que llegue papá para que te convenza despierta y dime sí que ya yo te juré que bien me cuido que ya no falta mucho para que inicie el juego bueno tal vez espero no te presiono más me espero.

Ya despierta mamá que papá está llegando ya viene del trabajo y yo no fui a jugar para no despertarte me conformé con verte dormir a mi costado ya está entrando papá con su sonrisa a medias lo adivino en la sala con su sonrisa a medias pero no es un reproche ni lo pienses porque sé que su amor el de ambos siempre ha sido completo no hay antes ni después si te pregunta dile que sí que estuve molestando para salir al juego del jardín dile que soy feliz porque sigo mi sueño porque sigo jugando y quiero contagiarles esta felicidad porque los an1o dile a papá mamá que no estoy enojado si ya hace tiempo no les hablo que no estoy enojado al principio pensé que con el tiempo la voz me iba volver confiaba en serio por eso no les hablo porque no ha regresado no así del movimiento eso sí estuvo claro la cara de papá la tuya y su llanto mamá cuando el médico dijo que no había movimiento juro no me enojé lo acepté de inmediato no me rindo mamá si un día vuelve la voz yo se los digo lo que quiero que vuelva es la sonrisa grande de papá y toda la alegría mamá con que me recibías al volver de la escuela de los entrenamientos deja alcanzo a papá ya lo escucho que sube se está acercando al cuarto y no quiero que llegué con su sonrisa a medias con su saludo a medias yo voy a recibirlo mamá con mis piernas de trapo con mi cuerpo de trapo como dice el abuelo pero no me detengo yo no corro mamá sí parece que vuelo nadie tiene la culpa le diré nadie la tiene pa a veces así pasa un imprudente se nos cruza en la calle la camioneta vuela porque así fue papá pero no fue tu culpa la camioneta vuela el niño vuela pudo haber sido peor sin embar-

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Así escriben los maestros de Jalis co.

go aquí estamos los dos volvimos le diré tú andando y yo en tus brazos pero volvimos quiero que no sea un peso mi vida porque no lo merecen mira yo seguiré jugando al futbol papá como antes seguiré fastidiando rogándote mamá y cuando él entre miéntele que me diste permiso que perdiste la cuenta de mis goles que fueron diecisiete tal vez con un gol él se olvide de aquello ya sé mamá papá después del accidente de las dos piernas ya no me sirve ni una mas como dice el abue con la imaginación que éste se carga o sea yo para ese corazón que me mueve completo no existen límites dile mamá que salí que quiero su sonrisa si es necesario aumenta que sean dieciocho goles que se ponga feliz miente que tú lo estabas dile que su campeón ya no me ha dicho nunca mamá tú dile sigo siendo el mejor en el fut de mis sueños.

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El hombre de ningún lugar

Había una vez un hombre que lloraba amargamente porque lo había perdido todo: su identidad, su personalidad, su lugar de origen, y hasta su nombre.

Era un oceáno de lágrimas y un torrente de dolor, una víc­tima de la fatalidad,

Sabía que no tenía va lor ya como persona.

Sentía haberse transfom1ado en algo parecido al Principi­to, porque había salido de viaje pero no sabía cómo regresar. Él pensaba y pensaba: ¿en qué momento salí de mi país, de mi ciudad o tal vez de mi mundo? Sólo quiero volver a tener un lugar de origen y a ser nuevamente un hombre real.

Llegó el día que el hombre se dio cuenta que no necesitaba hacer ningún viaje teiTitorial para volver a ser una persona nor­mal y para recuperar todo Jo perdido. Sólo bastó con despe11ar y abrir los ojos a la realidad y quererse a sí mismo.

Gerardo Esparza Briseño

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"Ojos"

Recuerdo que aquella noche, repentinamente, cayó una gran tormenta sobre la ciudad y en pocos minutos las avenidas esta­ban totalmente anegadas. La lluvia era tan intensa y el viento tan fuerte que varios árboles fueron derribados y esto terminó por convertir aquello en un caos donde los automovilistas que­damos atrapados. Por fortuna yo quedé justo a la entrada del estacionamiento de un centro comercial, así que viré hacia la izquierda y en unos segundos ya estaba salvado. Me acerqué lo más que pude al ingreso de un restaurant y salí del auto. En­tré al establecimiento e inmediatamente sentí el calorcito que emanaba ese lugar.

-Buenas noche -saludé.

-Buenas noches, bienvenido -me dijo un hombre que vestía traje azul marino y amablemente me indicó la ubicación del área de no fumar.

Tomé una mesa junto a la ventana para poder ver el pa­norama. Desde ahí, era muy bello observar como caía la luz amarillenta de las lámparas sobre el asfalto mojado, las gotas de agua resbalando por el cristal una tras otra reventando sus cuerpos. Me quité la boina y en eso se acercó una mesera a ofrecerme café. Moví la cabeza y le sonreí justo en el mo­mento en que sus ojos se encontraron con los míos. Me dio la impresión de que ese instante se hubiera congelado, porque esa mirada ... esa lucecita que había en sus ojos castaños me llevó de viaje y fue como si hubiera subido a un remolino y me instalara en el pasado, donde alguna vez bajé cada astro del cielo para dárselo a una mujer, a una mujer que llevo tatuada bajo la piel...

-¿Crema para café?- preguntó la chica

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·Q ? h ' ' ¡:, - 0 ue., a crema ... s1, s1, por 1avor.

Al alejarse la mesera no pude evitar que mis ojos se fueran sobre sus caderas; bajé la mirada para escapar del encanto y me dispuse a beber mi café.

Dos mesas adelante, había una familia conformada por el papá, mamá y dos niñas. El hombre era un tipo moreno y del­gado con unas ojeras muy acentuadas. Junto a él estaba una niña, casi adolescente, quien por cierto usaba muletas, y se parecía muchísimo a su padre: el mismo tono de piel, las fac­ciones muy finas y delgada también. De frente a ellos estaba la mamá: una mujer muy atractiva de unos treinta y tantos años; traía el cabello suelto y un vestido con escote y entallado que la hacía lucir muy sensual. Junto a ella estaba una niña de edad preescolar bastante inquieta que agitaba una manteleta y unas crayolas y de vez en cuando volteaba conmigo como buscando hacerme cómplice de sus juegos; me hacía gestos como de ani­mal salvaje sacudiendo su melena despeinada con gruñidos y toda la cosa; yo la miraba un poco divertido por sus ademanes y sus ocurrencias, hasta que su madre, con una voz que casi llegaba a grito le dijo:

-¡Abril, aplácate ya!

En ese momento llegó la señorita que me estaba atendien­do y me di cuenta de algo que no había notado : su nombre : CARMEN -se leía en su gafet.

- ¿Más café?

-Sí, por favor.

Busqué de nuevo su mirada y esta vez pude apreciar unos ojos enrojecidos, como si hubiera estado llorando. Quise de­cirle algo, pero no supe qué, y en mi cabeza traté de relacionar su nombre con esos ojos castaños y repetí mentalmente: Car­men, Carmen, Carmen ...

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Así escriben los maestros de Jalisco.

Ella se retiró y desapareció en medio de la bruma de mi desconcierto. Afuera sólo quedaba una llovizna mientras yo naufragaba en un mar de dudas.Me levanté y dirigí mis pasos rumbo a la caja a pagar mi cuenta y una vez saldada mi deuda abrí la puerta y salí, pero algo me obligó a voltear hacia atrás y al hacerlo encontré su silueta tras el cristal con mi nombre colgado en sus labios.

David González !barra

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"La tortuga de colores"

Tortuguín

Había una vez, una familia de tortugas que vivían a un cos­tado de un pequeño lago cercano a una gran casa de campo, donde cada vacación asistía una familia a pasar los fines de semana.

En una tarde de primavera nació Tortuguín, el más peque­ño, travieso e inquieto de la familia. Era tan travieso pero tan travieso, que durante la noche mantenía en vela a la mamá tortuga, pues ésta, se la pasaba cuidándole con el fin de que no fuera a lastimarse.

Tortuguín también ayudaba en los quehaceres de la casa, caminando de aquí para allá, no parando durante las tres cuar­tas partes del día, por lo cual toda su familia se sentía muy orgullosa de él.

Un día sin quererlo se alejó tanto, que fue a parar cerca de la casa de campo que se encontraba junto al lago. Uno de los niños la descubrió y la tomó como mascota, llevándola consi­go y mostrándola a sus demás amiguitos que, al verlo, compar­tieron juntos su alegría.

Tortuguín no sabía lo que pasaba aunque, a pesar de todo. él se sentía muy contento por lo que le estaba sucediendo. Los niños regresaron a la ciudad, llevándose por supuesto a Tortuguín.

Por otro lado, la familia de éste pequeño se sentía muy triste pensando que jamás volverían a ver a quien con sus tra­vesuras alegraba su hogar y los mantenía siempre sonriendo. La casa simplemente ya no era la misma.

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Reencuento

Tot1uguín por su parte también sentía que algo le faltaba, pero por el ambiente en que se encontraba no le permitía del todo darse cuenta de lo que en su hogar estaba sucediendo.

El niño se sentía muy bien con su mascota: le construyó una pequeña casa en la que acomodó una camita, una sala y unas ventanitas, pintándole de colores su caparazón.

-¡Resaltará más mi mascota!- pensó el niño ...

El tiempo fue pasando y todos creciendo; los niños bus­cando otras aventuras y la pequeña tortuga de igual manera otras necesidades. Tanto fue esto, que comenzó a entristecer y a extrañar a su familia; su libertad se veía obstaculizada por el pequeño espacio en el que se desenvolvía. Esto el niño, ami­guito de Tortuguin, lo notó decidiendo que el siguiente fin de semana lo iría a dejar al lugar de donde lo había traído para dejarle en libertad.

Así sucedió. Llegaron todos al lago donde el niño depositó a la totiuga, la cual -al sentirse libre- corrió feliz de estar nue­vamente en casa.

Al llegar a ella, todo era diferente: la hierba había crecido, el agua bajado por la llegada del verano, sus hem1anitos tam­bién habían crecido y sus papás habían envejecido.

Tortuguín llegó y, al verle, todos se sorprendieron . ..

-¿No me reconocen? ---preguntó Tortuguín.

-¡Soy yo!. .. ¡Tortuguín!- ¿Acaso no me reconocen?

-¡No! .. . tú no eres Tortuguín!- replicó su familia, y dán-dose la vuelta entraron todos a su casa.

La tristeza invadió al pequeño travieso y, caminando len­tamente, se alejó de su casa. Uno de sus hermanos, que algo había aprendido de Tortuguín, le observaba a lo lejos y, dentro de sí, musitó :

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Asi escriben los maestros de Jalisco.

-¡Creo que sí es él! , pero voy a averiguarlo- y acercán-dose a su hennanito volvió a preguntar:

- ¿En verdad eres tú Tortuguín?

-¡Claro que soy yo! ---contestó la entristecida tortuguita.

Y con sorpresa, después de observarle, preguntó su her­manito:

-¿Pero ... por qué traes tu caparazón de colores?

Y sonriendo Tortuguín, se puso a recordar lo que había pasado. Su hem1anito, al verle, dijo entre sí:

-¡Eres tú Tortuguín! ¡Lo sabía!- nadie puede ser tan tra­vieso como tú .

Y abrazándose los dos, dieron rienda suelta a su alegría. Tanta fue su felicidad, que fueron a parar dentro del agua, lo cual -sin darse cuenta- hizo que la pintura de su caparazón fuera desvaneciéndose poco a poco. ~

-¡Mira Tortuguín, la pintura se ha ido!

-¡He vuelto a ser igual que tú!- respondió Tortuguín.

Y dirigiéndose a su casa, la felicidad volvió a renacer den­tro de la familia, pasando Tortuguín horas y horas contando lo que le había sucedido, con el mismo humor y gracia que le había caracterizado siempre con su familia .

Tottuguín se casó más tarde y tuvo cuatro hijos que salie­ron igualitos que él de traviesos. Pero lo más importante es: que fue la tortuguita más feliz que existía en cualquier lago del mundo.

Con todo mi amor para lo mejor de mi vida: Mis hijos Levi y Randy

Felix ibarra piza

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Los guaraches

-¡Ya son las cinco de la mañana, ya es tarde y es largo el camino!- Dijo mi 'apá a mi ' amá -Ya cargué los burros. Quería llevar a Timoteo aunque sea pa' que me cuide los bu­lTOS cuando los descargue, pero todavía esta dom1ido ¡Ayer se cansó de tanto caminar!

-¡Déjalo que descanse!- contestó mi ' amá -Pobre de m' ijo se cansa; ahi será otro día cuando lo lleves.

Pa' cuando acabó de decir esto - mi 'amá- yo ya estaba sentado refregándome los ojos pa ' poder ver bien- ¡Si voy apá! , le dije amodorrado.

-No vayas hijo, estás cansado. Mejor descansa y otro día vas; esta re ' lejos de aquí a San Pedro -me dijo mi ' amá.

-Yo si voy ¿Me lleva ' apá? ¡alcabo no me quedo! Me pego de la carga del burro pa' no quedarme -les dije, y me creyeron.

-¡ Vámonos pués ¡ - dijo mi ' apá. Me puse mis guaraches y agan·é mi sombrero y ahi vamos todavía oscura la maña­na, arreando los burros pa ' que no nos agarrara la tarde por el camino. Allí con don Lencho, apenas andaban abriendo la puerta del molino. Yo creo que todavía no eran ni las cinco de la mañana como dijo mi apá, sería más temprano; pero seguro él creyó que ya eran pos no tenemos ni reloj ni radio pa' ollir la hora, bueno si teníamos pero ya no tenemos: el que teníamos se descompuso y mi apá lo llevo a que lo arreglaran y ya no lo ha ido a traer porque no tiene dinero con qué pagar la com­postura. Y luego ni tenemos luz: hace como dos meses que le dijeron los de la cooperativa a mi apá que si nos ponían luz y dijo que no, que no tenía con qué pagarla, y no nos la pusieron;

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Reencuento

ahí nos seguimos alumbrando con los aparatos de petróleo ... Ya vamos subiendo la loma para llegar a San Martín de Arriba; de allí agarramos por el Camino Real y ahí nos juimos camine y camine atrás de los burros y nada que llegábamos. Cuando íbamos por allá a la agüita, ya iba bien cansado, pero no que­ría quedarme porque si no ya no me iba a volver a llevar pa' otra vez, y ahí voy bien pegado de las cargas de zacate pa' no quedarme, y allá llegando a las primeras casas de San Pedro . .. que nos salen bien munchos perros a queremos morder, pero que los agarra mi apá a lazasos y no se nos arrimaron. Él ya sabía desde antes que llegáramos que iban a salir, porque me dijo : -Vente d'este lado porque allí adelantito van a salir unos perros; es que él ya había pasado munchas veces por allí. Pasando de allí ya están todas las casas juntas una a lado de la otra hasta el centro. Llegamos allá todavía temprano; acababa de salir el sol cuando mi 'apá le preguntó a un señor de esos que tienen jarros que si quería zacate y le dijo que no, que tenía muncho todavía y ahi vamos a otra puerta grandota y nos dijo lo mismo el señor y ahi andamos pa' llá y pa' e á y naiden quería comprar: que todos tenían todavía. Anduvimos más muncho que de aquí a San Pedro. Eran como las once cuando un señor nos habló:

-¡ Hey! ¿A cómo las cargas?

-A siete pesos.

-¿A siete? ¡Te las pago a cuatro y traime las qu'e quieras. ¿Qué dices, me las dejas?

-¡No, no puedo! ¡A siete. Si no, no!

-¡Bueno, pa'que no digas te las voy a pagar a cinco!

-¡No, a siete si quiere!

-¡Bueno, déjamelas, nomás porque necesito si no no te las compraba.

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Así escriben los maestros de Jalisco.

Así fue como vendimos las dos cargas de zacate que lle­vábamos. Mientras mi 'apá metía las barcinas yo me quedé cuidando los bulTos, allí en la calle. Vámonos - me dijo -me subió en un burro y ahi venimos por toda una calle ancha. Luego me dijo : ¡Mira ven! Te voy a enseñar donde venden los guaraches. Dimos vuelta y a media cuadra y allí estaba una guarachería.

-¡Mira! ¿No te gustan unos como esos?- me dijo.

-Como no me van a gustar si están rete bonitos. ¡Y mire! también aquellos que están allá colgados me gustan.

-¿Cuáles? ¿Los que tiene remaches arriba?

-¡Esos meros!

- ¿ Oiga?- preguntó mi 'apá al guarachero- ¿Cuánto cuestan de esos que tienen remaches arriba?

-¿Cuáles? ¿Éstos? - preguntó el señor y sacó los guara­ches pa 'que me los midiera.

Los agarré y me senté en un banquito que estaba allí sin recargadera. Me los puse y a la pura medida.

- ¿ Te vienen? - me preguntó mi 'apá - ¿No te aprietan?

-No, qué me van a apretar son de mi pura medida.

-¿Cuánto cuestan?- volvió a preguntar mi ' apá.

- ¡ Mire! - contestó el señor - Si los hiciéramos aquí le costarían quince pesos pero, como los traemos de León, le cuestan diecisiete pesitos.

-¡Están muy caros!

- ¿ No me los puede dejar más baratos?

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Reencuento

-¡No, señor! Es que este guarache es de pura calidad. Mire la correa, es de esa maciza; no hay otra más resistente que ésta ¡pura correa de esa buena! ¿Dónde anda comparando con esos guaraches que hacen aquí? ¿Que no ha oído que de allá donde traemos éstos, es el lugar más famoso donde hacen guaraches ' .. .. ¿No? Y no son caros, son baratos; pa'l tiempo que duran. Son los guaraches que he conocido que son más durad ores que cualquier otro de otro lado... ¡Ya le digo! ... Diecisiete pesos no son caros. Le aseguro que si usted los com­pra en otro lado se los dan por lo menos a veinte o veinticinco pesos: tres u ocho pesos más; pero aquí queremos ser amigos de todos nuestros clientes, es por eso que les damos más bara­to ... ¿Quiubo, qué dice, se los envuelvo?

-¡P'os no estaría mal! Pero lo malo es que no ajusto.

-¡Bueno, dígame, cuanto trai! ¡A ver si le puedo dejar a ese precio!

-P'os no traigo mas que diez pesos .. . Si los quieres usted.

-¡Uh no! Diez pesos no me paga ni las suelas de los gua­raches.

-P' os no traigo más, usted dirá si se anima.

-¡No patroncito, con diez pesos no los encuentra en nin­gún lado! . . . O mire: se lleva de éstos de correa cruzada, éstos pa ' que vea que si se los dejo en los diez.

-¡No, pa ' de'sos ya los había comprado! Los que quiere mi muchacho son de de 'sos con remaches.

-P'os ya le dije cuánto cuestan.

-¡No, señor, mejor se los compramos otro día!

Y nos salimos de allí. Mi 'apá, un poco muino me dijo :

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Así escriben los maestros de Jalisco.

-¡Ven pa'cá, Timo! Vamos allí adelantito, está otra gua­rachería; vamos a preguntar, a lo mejor están más baratos. Y ahi vamos en los burros. Llegamos, los amarramos allí cercas de la puerta y ahi vamos pa' dentro a preguntar, y no : fíjese que allí estaban más caros y no me compró nada. Me dijo que mejor otro día que lleváramos más zacate pa' ajustar y que iba a hacer la lucha también de comprar pa' él, porque también ya los traía igual que los míos, reventados por todos lados y mi ' amá y todos mis hermanos siempre andan "a rais" todo el día ... De allí nos fuimos a una tienda a comprar un refresco con dos semas cada uno; con esto se me quitó el hambre y has­ta se me olvidó que ocupaba otros guaraches.

Epifanio Huerta Hernández.

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FORJADORES DE MI PAT DO, PRESENTE Y FUTURO

Mi niña

Llegué a casa después de un largo y extenuante día de traba­jo. Llevaba un poco crecida la barba porque tomé la decisión de dejármela crecer, sólo para ver cómo lucía. Al cruzar el umbral, ella, mi niña de 5 años, estaba ahí: escondida atrás de la puerta, esperando, como cada tarde, que yo la buscara en la cocina, y mientras cruzaba la sala entrando con tiento al lugar, de pronto ella salió gritando sorprendiéndome gra­tamente:

-¡Buuh! ¡Buuh! ¡Papá, te asusté, papá!

Yo fingí un gran asombro y la perseguí tratando de alcan­zarla, cosa que no era fácil porque la casa era amplia, bastante espaciosa, y mi hija no paraba de correr incluso sobre los mue­bles, bajo la mesa y, en un descuido mío, dio un gran salto en­caramándose en las escaleras y llegó al segundo-piso, logrando atrincherarse en su habitación, bajo el edredón y las sábanas, usando las almohadas y cojines como una pequeña fortaleza, hasta que por fin la atrapé, la despojé de su mullido cuatiel y la besé muchas veces. Ella se resistía apatiándome con fuerza, gritando muy agudo y después de una recia batalla, por fin la solté. Pero entonces me vio con esos ojos tan profundos y bri­llantes, me tomó de la cara acariciando mi áspero rostro, y con ternura me reprochó diciendo:

-No me beses con barba, ¡me pica tu barba! , ¡me pica tu barba!

La miré fijamente y someí. Entonces me golpeé el pecho emulando a un gorila y volvimos a comenzar el juego. Que días tan bellos. Pero el tiempo no perdona, la vida tampoco y la naturaleza tiene que seguir su curso ¿verdad?

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Reencuento

Ella creció y ya no hubo juegos, no más besos esperando tras la puerta. No más sueños de algodón ni fortalezas de al­mohadas.

Se convirtió en una joven mujer y sus besos cambiaron de mi rasposa barba a la suave piel de un chico dos años mayor que ella.

La extraño tanto.

Ella se casó y siguió a su marido, quien consiguió un tra­bajo en el extranjero. Yo pensé que sólo sería por un tiempo, pero no fue así. N o sé cómo pero ella lo sabía, sabía que se iría y jamás nos volveríamos a ver.

La noche antes de su enlace me habló desde su recámara, como lo hacía cuando era niña y despertaba espantada por un mal sueílo. Entré y la vi sentada en su cama, sonriendo, pero con una mirada extraña . . . triste. Pero sus ojos lucían una abati­miento que jamás le había visto, una tristeza tan profunda que haría llorar a los ángeles. Me pidió que me sentara a su lado; obedecí en silencio. Ella tomó mi mano y comenzó a acariciar­la despacito, suavemente; después me abrazó y beso mi raspo­sa barba llena de canas. Platicamos indefinidamente; hablamos de sus sueños, de los míos, de los juegos de la infancia. Nos reímos de los recuerdos, de los errores, sentimos nostalgia por cada detalle inconcluso de nuestras vidas. Nos pedimos perdón por todas las veces que nos hicimos enojar, nos perdonamos en silencio. Recordamos con ternura a su madre y lo joven que era cuando falleció . Lo difícil que fue la despedida, cuando depositamos dos rosas blancas en su ataúd, y la soledad tan grande que nos heredó su partida. Me preguntó si la extraílaba, si me sentía muy sólo, si nunca tuve la necesidad de que otra mujer estuviera a mi lado; desvié su cuestionamiento besando sus manos.

Hablando de mil cosas no nos fijamos en la hora, simple­mente nos dejamos arrullar por los sonidos de nuestro pasado,

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Así escriben los maestros de Jalisco.

y por los sueños del porvenir. No nos dimos cuenta en qué momento nos recostamos en la cama, ni cuándo finalmente nos tendimos en ella, y así quedamos abrazados y en silencio. Noté como ella lavó mi barba con sus lágrimas mientras yo llené su frente y su pelo de besos, hasta quedarnos dormidos en la inocencia de su habitación

Al día siguiente desperté con cuidado de no molestarla. Al verla noté sus ojos hinchados y la cara initada. Dormía pláci­damente. No pude evitar sentarme en su sillón y mirarla una vez más, pensar en ella como mi niña, como mi pequeña. Qui­se velar su sueño por última vez, observar su rostro al respirar, el suave aliento de su boca. Cuantas veces lo hice siendo ella bebé, cuantas veces vigilé su sueño a costa del mío .. . Sabía que esa mañana sería la última vez que la vería así. Una sensa­ción de desconsuelo me lleno el pecho. ¡Que no daría por velar su sueño otra vez! Volverlo a hacer cada noche, todos los días, por toda una vida. Que volviera a ser aquella bebé llorando en las noches, aquella niña quejándose de mi barba rasposa, aquella princesa de castillos de algodón .. . daría todo porque volviera a ser la misma pequeña .. . mi bebé, mi niña.

La tarde de su boda no hubo fiesta ni celebración. Al ter­minar la ceremonia, después de los abrazos de los amigos y familiares, se acercó a mí, me miró fijamente en silencio. La besé en la frente una vez más y le di mi bendición, y con lágri­mas, susurrando en su rostro, tomó la mano que se la llevaría de mi vida, y la vi alejarse para siempre con el último suspiro del sol.

Ramón López Morales

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Reencuento

Reseña

Ha publicado los libros "Insuficiencia renal crónica, histo­ria de mi diálisis", 2007, y Bástian: siempre seremos amigos, 2009. Desde marzo de 2009 conduce el programa de radio­lnternet Vida Vagabunda! por www.radiomorir.com. Su blog http:/ /rlmorales. blogspot.com.

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Las Voces

Marzo inmundo. Las voces me atormentan cada vez más. No entiendo lo que dicen, pero me provocan jaquecas que duran largas horas. Hace un rato me tomé cuatro reynol con una coca cola y el dolor persiste. Las voces van y vienen en lapsos irre­gulares, murmurándome palabras sin sentido.

"Mata". "Asesina" . "Destruye". Alaridos claros y pene­trantes se presentan e introducen. Las voces, perforan mis oí­dos y machacan mi cerebro. No entiendo, no puedo hacer caso. ¿Matar es malo ... o no? Me van a volver loco; me gritan, les digo. Me ignoran ... Será como ustedes digan, ojalá y se callen de una buena vez.

Sólo mujeres, humanos del sexo femenino , morenas, vo­luptuosas y bonitas ... Como lo fue mi madre; cabello largo y ensortijado, negro muy negro. Ella se olvido de mí y se fue un día. Tenía nueve años, ahora tengo veinticinco. Yo nunca he matado, ni siquiera un perro; algo nuevo entre tanta mo­notonía.

Salgo a caminar por las calles del centro; es más de me­dianoche y las voces ya no se aguantan, es un tormento. La ciudad esta semidesierta con uno que otro desvelado que anda por ahí. Camino por Juárez hacia el oriente rumbo a San Juan de Dios, y aparece: "es ella", susurran mis cómplices desde mi cabeza; no muy alta ni muy baja, senos grandes y que parecen firmes, me recuerdan la "M" del anuncio de "Macdonald 's. Se aproxima lentamente, su rostro no refleja ni el menor atisbo de miedo. "Son las doce cincuenta", dice al contestar mi pregunta sobre la hora. Sigue su marcha tal vez un poco asustada. "¿Si?" me pregunta y gira sobre sus talones al ver que la sigo; le digo que olvidé algo. "¿Que es lo que olvidó?". Meto la mano en mi

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Reencuento

chamaiTa y ante sus azorados ojos, saco la navaja. Quince cen­tímetros de acero despiden un efímero destello a la luz de las lámparas. Grita y trata de coiTer; al tope mi adrenalina, estoy excitado, la alcanzo por los cabellos y en un movimiento fur­tivo y torpe, le incrusto el metal en la garganta. ¡Que extraño placer produce el borboteo de la sangre a través de mi mano! Es tal la sensación que lo hago una y otra vez; en el pecho, en el vientre, en un seno ... ¡El color de la sangre es divino, exci­tante, orgásmico. Las voces estaban satisfechas.

"CRIMEN ESPANTOSO" "71 PUÑALADAS" decían ' '

los encabezados, exagerados. No hay pistas, así que puedo es­tar tranquilo. ¡Morenas, preocúpense, que voy por ustedes!

Marzo partido a la mitad. Estoy descansando en mi cuarto de no hacer nada. Las voces despiertan ... "Hazlo de nuevo, ¿te gustó?" Me aúllan dejándome aturdido unos instantes. Salgo a la calle sin rumbo fijo. Tren ligero, estación "Refugio", las voces me apremian: "¡Ahí,ahí!" Entro al anden y entre la gen­te la veo: es morena clara, lleva el cabello lacio y le llega a media espalda, piernas largas y marcadas por el ejercicio, ma­nos largas y cuidadas; pero lo que mas agrada de ella son sus ojos, que me recuerdan un fragmento de una rima de Bécquer: "Porque son niña tus ojos/verdes como el mar, te quejas/ verdes los tienen las náyades/verdes los tuvo Minerva,ly verdes son las pupilas/de las huris del profeta." No supe nunca que eran las huris, y además siempre me valió madre. Me mira con sus ojos de Minerva, indiferente. Escucho el sonido del tren que se acerca vertiginoso, me paro detrás de ella y finjo despiste. La morena se prepara para abordar; la empujo, ella grita, su grito es de corta duración, se escucha un crujido como de "Corn ftakes" al masticar. De aquel bulto femenino brota un chorro de sangre que empapa las paredes y vías del tren. Salgo de ahí corriendo, tratando de dominar mi risa, las carcajadas fluyen, interminables. Disminuyo la mar­cha y tomo el camión ruta 37 en la esquina, me voy riendo

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Así escriben los maestros de Jalisco.

un poco todavía; el chofer me mira extrañado. Mientras me siento, dispuesto a observar el panorama que me ofrecen las calles de Guadalajara pienso en lo feliz que estoy de vivir aquí aunque haya tanto loco suelto por ahí. ..

Héctor Alfredo Martincz Bcrnal

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Un cuento de la independencia de México

-Patroncito, patroncito ...

-Ahi le buscan .. .

-¿Quien es? Con tanta gente que ha venido a San Juan hay que tener cuidado

-Es el Sr. Allende, patrón

-Hazlo pasar. . .

-¡Doña Lencha! Prepare una buena jarra de agua fresca y llévela a la sala, seguro que viene muy cansado

El relinchido del tordillo y las sonoras huellas de metal hicieron eco por todos los pasillos y jardines de ta casa grande de los González. El general Allende bajó con brío de su cabal­gadura y don Manuel Moreno le dio un abrazo de bienvenida

-Cuénteme, como van las cosas por los Querétaros.

Don Ignacio movió los ojos como inspeccionando el lugar y quitándose el sudor. ¿Habrá llegado don Pedro Setién? pre­guntó mientras recibía un vaso con agua de limón

-No, aun no. ¿Sabes algo Rita?

-Bueno, creo que llega esta tarde junto con los González que fueron a los Guadalajaras

-Bueno .. . mientras tomare un baño y por favor busque al niño Jacinto

-¿Niño? Si ya tiene 16 años . ..

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Reencuento

¡Hortensia! Dile al chino paletas que busque de inmediato a Jacinto que esta con don Jair- y prepara tm buen té para la llegada de los patrones y del general.

Las campanadas de la basílica colmaron los cielos y las canteras de todo San Juan. Los cánticos de iberos, criollos, indios y negros anunciaban las festividades del día quince de agosto.

La sala envuelta de luz en candelabros y olor a incienso, Ignacio Allende escribe el acta de todo lo acontecido en esa reunión

Tres hojas se emollaron y se lacraron y en silencio se en­tregaron a Jacinto.

-hijo, entrega lo mas pronto que puedas estos propios a don Miguel Hidalgo en la capilla de Dolores, viaja por la no­che hasta que estés fuera de los Jaliscos y que nadie sepa qué llevas, porque es de vida y muerte

-Aquí tienes unos reales para que comas y le des al caba­llo, toma tu tiempo y no canses a tu cabalgadura

Jacinto salió como sombra, fueron varias lunas en su cam­bio de vestimenta. Jacinto cruzó la orografía de los Jaliscos, de los Aguascalientes y de los Guanajuatos. En todos los rin­cones había soldados del poder español y en los mesones se escuchaban las voces de la inconformidad contra el imperio de Napoleón y de la incapacidad del virrey.

Jacinto se movía con cautela tratando de pasar inadvertido como indígena, o como campesino; en cada parada revisaba su caballo, la paloma que llevaba de emergencia, el agua de su bule y el envoltorio sagrado.

Al llegar al recodo del Cerro del Muerto escucho relinchi­dos que llegaban de los cuatro costados y al sentir el primer

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Así escriben los maestros de Jalisco.

golpe saco su machete y comenzó a tirar machetazos por don­de podía, cayó del caballo y con él la jaula se rompió y la palo­ma escapo en un abrir y cerrar de ojos mientras los bandoleros lo despojaron y huyeron.

-¡Patrón, Patrón! La paloma de Jacinto ha regresado

-No, no puede ser. ..

Doña Rita Pérez conió a la sala. Escribió en un pequeño trozo de papel:

"Nos han descubierto actúen en consecuencia"

Lo enrolló, subió hasta la azotea de la casa y escogiendo una paloma especial se lo ató a su pata y la dejó volar

Martorrev

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El cuento de cada cuatro . generaciones

Había una vez no hace mucho tiempo, bueno, para ser exactos al terminar el verano pasado: Lila, una mariposa monarca per­teneciente a la tercer generación de una familia, se encontraba en un campo agrícola del Norte de Canadá, charlando con sus amigas acerca del gran acontecimiento que deberían enfren­tar sus descendientes próximos, o sea, sus hijos. La hembra comentaba que como solamente le quedaba un par de días de vida, de las cinco semanas máximas que puede vivir, le fasci­naría que los huevos que dejó en un árbol cerca de aquel tene­no repleto de suculentos manjares que le encantó degustar a lo largo de su vida, puedan pasar a ser larvas y alimentarse para que en un futuro próximo lleguen a convertirse en hermosas mariposas al igual que su madre, no solamente para alardear con las demás especies la hermosura de sus grandes alas, sino también porque la cuarta generación es la afortunada en viajar cuatro mil kilómetros hacia el Sur con destino a un país lla­mado México, bueno, eso le contó la mamá a la mamá de la mamá de su mamá y se fueron pasando la voz; y no es porque se ganará un viaje por aquella aerolínea muy mencionada en el país de destino; es porque la madre naturaleza así lo estipuló, y todos sabemos que lo que así es porque ella quiere que sea, así se queda.

En fin , Lila, presumió a sus amigas que sus futuras via­jeras tendrían la capacidad, claro, estando fuertes y bien ali­mentadas, de volar hasta ciento veinte kilómetros diarios si eran disciplinadas, ahorrando energía al abrir sus alas para pla­near en la corriente de aire y no cansarse tanto, para así poder llegar a los bosques de coníferas encontrados allá y disfrutar

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Reencuento

de un invierno no tan frío como el que les espera en Canadá. Lila continuó hablando y hablando y hablando hasta que sus amigas se cansaron y la dejaron sola, dicen que las mariposas presumidas caen mal.

Pasaron dos largas semanas y lógicamente a Lila ya no se le volvió a ver aletear por ningún lado, unas dicen que pasó al cielo de las mariposas y otras murmuran que por ser tan habla­dora pasó al cielo de las chismosas, eso nunca lo sabremos.

Pero adivinen quién pasó la frontera de Estados Unidos y México sin que la revisaran: una bellísima mariposa monar­ca llamada Luli, con sólo saber el nombre nos percatamos de quién es hija ¿verdad? Los oficiales de migración le dijeron que como iba del Nmte al Sur hasta le aplaudirían por su paso por ahí, no entendió por qué le mencionaron eso, pero agrade­ció los aplausos y continuó su vuelo saludando con sus alas al estilo de aquellas típicas reinas de belleza.

Un poco después de un mes era una de las cien millones de sobrevivientes del viaje al aterrizar en un bosque con árbo­les altísimos que al chocar unos con otros sus ramas dejaban pasar sólo un poco la luz del sol que hacía brillar las alas de sus múltiples compañeras que, al descansar en el lugar en el que habían aten·izado, . formaron un infinito tapiz de colores naranjas por todo el bosque.

Luli pasó un momento de reflexión porque sólo concluye­ron su viaje una de cada cinco mariposas que las acompaña­ban, llegando a la conclusión de que las más fuertes sobrevi­vieron y aún le quedaba por disfrutar seis meses más de vida. Justamente se encontraba disfrutando la vida cuando conoció a un macho tan guapo que decidió formar una nueva generación de mariposas monarcas en su compañía.

Estamos en vísperas de primavera, y Luli, cargada de hue­vos para dejar en el lugar de su preferencia se prepara física-

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Así escriben los maestros de Jalisco.

mente para regresar a su viejo hogar, aquel en el cual su madre alardeaba orgullosa de los futuros logros de su hija y así poder contar su historia y predecir el futuro de la hija de la hija de la hija de su hija.

Jazmín Moya García

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El espejito mágico

Había una vez una joven de secundaria llamada Lucinda. Ella era morena, de pelo negro, largo, muy largo y tenía unos gran­des, muy grandes ojos color café. Tímida y solitaria, no era la más bonita de su salón de clases, ni mucho menos la más po­pular y amiguera; pero tenía un corazón tan grande, tan grande que no cabía en el salón de clases.

Sus compañeros se reían de ella a diario por eso, por estar siempre tan sola, sin adivinar aquel corazón tan enorme, pero tan enorme que latía dentro del pecho de Lucinda. Y es que ellos sólo veían los aspectos superficiales de la vida.

Sucedió que un día lunes, un día común como cualquier lunes, o martes o miércoles, a las siete treinta de1a mañana, y a punto de iniciar la primera clase: Español II, Lucinda se sentó en su butaca, triste y pensativa. Se acercaba el 14 de febrero y el tradicional baile escolar del Día del Amor y la Amistad; pensaba, pensaba y volvía a pensar que, al igual que los años anteriores, nadie la sacaría a bailar y se retiraría a casa como siempre, tan sola y triste.

Mientras Lucinda reflexionaba, ¡OH, SORPRESA! , sobre la paleta azul de su butaca descubrió tm hennoso espejito, con marco de oro y piedras preciosas incrustadas. Parecía ser an­tiguo, tan antiguo como si tuviera 1 00 años. Iba a preguntar a sus compañeros, quienes conversaban ajenos, si no habían dejado olvidado un espejo, cuando el espejito, apresurado, le susurró:

-¡SSSSSH! ¡Guarda silencio y no me delates ... ! Sí. . . soy yo ... un espejo que habla. Lucinda creyó estar volviéndo­se loca o soñar una pesadilla y les juró a todos los Santos del

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Reencuento

Cielo que jamás volvería a cenar tanto jamón con queso como lo había hecho la noche anterior.

-¡No te asustes, Lucinda! -Añadió el espejito- Soy un espejo que habla. Es cierto y sé que esto es como para perder el juicio; pero soy amigable y no te haré ningún daíi.o. Todo lo contrario, he venido a ayudarte. A cambiar tu vida. ¡Mírate ahora en mí y estoy seguro de que te llevarás una agradable sorpresa! ¡Hazlo ya!

Al escuchar la orden del espejito mágico, Lucinda se asus­tó, porque la verdad es que los espejos le hon·orizaban. Y es que cada vez que ella se miraba en uno de ellos, sin más se quebraban, haciendo un ruido estrepitoso y provocando la bur­la de los demás.

-¡Prueba¡ ¡Anda! ¡Yo no soy como los demás espejos, comunes y corrientes! No te preocupes, verás que no me rom­peré -Le animó el espejito.

Poco a poco, y con mucho, mucho, muchísimo cuidado, tan lenta, pero tan lentamente, Lucinda se asomó al espejito y ¡OH, SORPRESA DE NUEVO! ¡EL ESPEJITO MÁGICO NO SE QUEBRÓ! Al contrario, ella miró en él, llena de jú­bilo y alegría, en lugar de su imagen acostumbrada, todo un mundo de mil colores, de bondad, de felicidad, de flores y estrellas.

-¡Sí! -Aíi.adió el espejito, sonriente y tierno- Eso que estás viendo eres tú. ¿Verdad que eres hermosa, tan hermosa como las flores del campo, las estrellas del cielo, y la alegría de vivir? Te lo dije. Te prometí que no me quebraría y que te llevarías la sorpresa de tu vida ... Y es que yo no soy como los demás espejos que has conocido. ¡Claro que no! Yo no reflejo, como los otros, la imagen externa y superficial de las personas. Yo reflejo su interior, que es más real y valioso. Y eso que estás mirando embelesada, es tu belleza interior.

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Así escriben los maestros de Jalisco.

-¿Qué es lo que estás haciendo? -Irrumpieron dos chavas del grupo. Eran Myma y Mirella, las chicas más guapas del salón.

-¡Cómo! ¿Tú, Lucinda, mirándote a un espejo? ¡Ja! De seguro que ya lo astillaste, ¿verdad? ¡Echa para acá! -Las dos chicas le arrebataron el espejito mágico, ansiosas de observar­se en él. Mas, ¡OH, SORPRESA! En lugar de su acostwnbrada imagen, lozana y fresca, observaron horrorizadas un mundo oscuro y tenebroso, lleno de soberbia, envidia y odio. Myma y Mirella gritaron al unísono, soltando aterradas al espejito má­gico. Volando por los aires, el espejito desapareció al caer al piso: ¡Puff!, como un fantasma . ..

En los siguientes días, todo mundo comentó aquel inci­dente; pero luego fue olvidado, considerándolo como un mal sueño. Excepto Lucinda, quien guardaba ese recuerdo en su pecho como una piedra preciosa. ¡Como una promesa a punto de cumplirse!

Los días pasaron rápidos y pronto llegó el 14 de febre­ro . Esa noche, durante el tradicional baile escolar dedicado al Amor y la Amistad, Lucinda se había quedado sola en la mesa, como siempre, mientras que la secundaria entera bailaba, feliz y contenta.

-¿Quieres bailar conmigo, Lucinda? -Alguien le pregun­tó, de repente. Lucinda miró frente a ella a un muchacho de sonrisa sincera, que le tendía la mano.

-Pero, yo .. . -Respondió Lucinda,

-¡Vamos a bailar! -Insistió el joven- Yo no soy como los demás, que sólo miran la superficie de las personas. Te conoz­co por dentro y sé que eres la más hermosa de todas las chicas que en mi vida he conocido. Deseo bailar contigo hoy y siem­pre .. . Siempre . ..

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Reencuento

Lucinda recordó las palabras del espejito mágico: " Yo no soy como los demás espejos comunes y corrientes, yo reflejo la belleza interior de las personas"; y llena de confianza, alegría y júbilo se levantó, mezclándose entre la multitud que bailaba y bailaba sin parar.

Lucinda bailó toda la noche con su pareja. Desde entonces y para siempre fue feliz; tan feliz, como solamente las perso­nas de verdad hermosas saben serlo.

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Prof. Munro Olmos José María

Sec. Federal José Cornejo Franco, núm. 117.

Un silencio perturbador

La señora decía que mis ojos serían con los que él vería, que no hiciera sacrificios absurdos, sino que buscara la indulgencia en los actos, llevando al límite cualquier cosa hasta que el exceso me hiciera puro. La señora decía que el fuego es inteligencia robada a los dioses, única fuerza redentora verdadera, que el miedo debe hacerte mover rápido como un violento vals en el abismo. Ser sumiso es otra forma de crueldad. Ahora que lo pienso dos veces, lo pienso tres y otra más, sé que ella tenía razón, al lograr que dos almas estén contenidas en un cuerpo y hacer un exorcismo invertido en mí. Bueno, ahora la señora ya no dice nada, desde que él me dijo que ella sabía demasiado y eso nos estorbaría.

Sin ti en el paraíso

Lorena aprendió a esconderse entre las plantas del enorme jar­dín de su abuela, ahí pasaba tranquilas horas sin hacer nada. Pese a conocer a la perfección cada centímetro del lugar, se sorprendió una tarde al encontrar el dibujo de una gastada puerta en la pared, tomó una piedra y esbozó una llave con la que hizo girar la perilla. Era un lugar hermoso donde un niño jugaba en medio de un enorme lago. Él le dijo que su nombre carecía de importancia. Juntos platicaron eternidades que en nuestro mundo era una fracción de segLmdo, cada fin de sema­na se reunían; tomar el té, comer fruta fresca, montar un cisne y mirarse a los ojos al sentir la hierba, eran algunas de las ac­tividades que ella recuerda en una época de inocencia que se fue perdiendo al hacerse las visitas más esporádicas, llenarse

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Reencuento

de prioridades. Pasaron meses hasta que decidió comprobar si aun existía al menos la puerta, cuando fue al lugar donde recordó que estaba. Apenas un mamarracho borroso fue lo que encontró, su duda era comprensible, pero mm así hizo girar de nuevo la perilla y al volver a entrar miró a su alrededor, vio un mundo reducido a cenizas y muerte, el solitario llanto de su amigo era todo lo que se escuchaba, al acercarse le puso su mano en el hombro, él, disgustado, le devolvió una mirada que ya no reflejaría paz por eones, le impidió hablar y le señaló el camino de regreso.

-He estado solo durante lo que en tu mundo dura la vida de una estrella ¿sabes lo que es eso? Claro que no lo sabes. Vete de aquí y no regreses.

Al marcharse. Lorena alcanzó a escuchar una última frase de él como un susurro en su mente, con la cual le trató de ex­plicar lo que había pasado;

- Lo bello del mundo únicamente existe para ser compar­tido, si no es un Averno sin sentido.

Arturo Accio Paredes Santana

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U na historia verdadera

Tuvo su hijo a las 3 de la mañana. Al día siguiente salió co­rriendo en medio de sonrisas que agolpaban su mente. Había tenido que recorrer varios pasillos desiertos por donde horas antes sus compañeros escuchaban con atención los gritos del patio y después el llanto del bebé.

Nadie se había apercibido de su embarazo. Los doctores le veían como tm paciente más, que día a día se quejaba de delirios de grandeza y del estrés de la rutina.

Ella, Ana Bolena, parió sola, deslumbrada por la luz tenue que desplegaban los cirios de la capilla del palacio. Los últi­mos nueve meses de su existencia los había pasado hurtando bocados de las personas que la rodeaban. Tenía~miedo de que el rey Enrique Octavo la repudiara junto con su hijo y los man­dara a guillotinar.

Exacto. Era su hijo y no de él. Pero no podía rebelárselo. Tenía que andar hasta encontrar al verdadero padre del niño. Las puelias del hospital permanecían cerradas. Ana estaba sangrando, cansada de haber llevado en su vientre a w1a cria­tura que de antemano sabía que abandonaría en aquella ca­pilla tantas veces visitada y que la había mantenido distante de interrogatorios clandestinos. Ella creía que la capilla era el espacio más compasivo del palacio. Tenía que dejarlo ahí y desaparecer. Quizás, sólo así, podría esperarle un futuro mejor al pequeño.

Ana quedó inconsciente, tirada en el quicio de la entra­da principal de la capilla psiquiátrica. Enrique Octavo había denunciado a la misma colie por no permitírsele el paso a un lugar sagrado, cuando lo único que deseaba en esos momentos era pedir por la salvación de su alma.

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Reencuento

Los doctores tardaron en abrir la pequeña capilla situada al centro del hospital. Fue necesario den·ibar la puerta y retirar las bancas que habían sido colocadas en forma de trinchera. Encontraron a Ana tendida a los pies del altar, con un crucifijo en cada mano, empuñados fuertemente. Un enorme charco de sangre cobijaba al pequeño príncipe implacable en su llanto.

Todos creyeron que Enrique Octavo era el padre. Por eso le permitieron que fuera el primero en acercarse a Ana y car­gar al recién nacido, así como arrancar para siempre el cordón umbilical que unía a madre e hijo. Jamás volverían a compartir el mismo dolor.

Cuando Ana hubo sido instalada en su dormitorio, Na­poleón III preparaba una emboscada contra Enrique Octavo para apoderarse del niño. Él era el padre infalible y como tal tenía planes para crear un colosal ejército al lado de su primogénito.

Enrique Octavo y Napoleón III se disputarían al príncipe, el futuro heredero. No obstante tenían que unir sus fuerzas para derrocar a los intrusos de blanco, que habían invadido sus te­rritorios, sus reinos personales y se hacían pasar por doctores.

Ana ya no se levantó del quicio de la puerta. Conocía los planes de Napoleón y no · estaba dispuesta a presenciar más derramamiento de sangre. Aun así lo seguiría amando. Estaba resuelta a sacrificarlo todo por él. Y fue así como planeó su muerte nueve meses antes.

Cables

Mi memoria es un chip. Tú estás en otra computadora. Hay cables que se cruzan sin tocarse cuando nuestros monitores se apagan. Duermen nuestras impresiones. Te recuerdo en re­soluciones confusas. Mi capacidad se agota. Ya no almaceno

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Así escriben los maestros de Jalisco.

imágenes, sólo aquella primera cuando te conocí, sólo textos que envían palabras satelitales; satélites que resguardan ilusio­nes ignoradas. Estás en mi memoria ram. El mejor antivirus ha sido instalado para resguardar tu información, nuestros mo­mentos. Pero mi vida sólo dura una giga. ¿Qué pasará cuando descubras la parquedad de mi CPU? ¿Qué pasará cuando ini­cies sesión y ya no esté ahí?

Socializando

Un chat. Un montón de nicknames. Miles de mensajes bus­cando algo. Una realidad simulada. Romances videodesnudos. Personas desesperadas. Perdidas, simpáticas, desocupadas. Fototráficos. Un guardi@n que vigila tu lenguaje. La rapidez de lo efímero. La vida enchufada a una vía satelital. Desconéc­tate, muere y mata a la humanidad.

Amén por los traidores

Ayer murió un rey mago camino a Belén, llevaba huaraches y debajo del sarape un moiTal con sus riquezas. Un pastor Jo traicionó robándole todo lo que llevaba, vendió el morral a un tal Juan, sin darse cuenta de que adentro estaban el oro y la corona. Desde entonces el rey se volvió metáfora y el tal Juan gobernó al pastor y a sus borregos por los siglos de los siglos. Amén.

Cynthia Liliana Real Rameño

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Ahí está la muerte

Dando la última del rosario de ánimas tiran candado y cadenas, empiezan su desfile fúnebre con sandalias de huesos, vesti­dos de gris, café y negro, velas encendidas y en las manos un rosario colgando. Murmuran Padres Nuestros y Aves Marías chocando sus descarnadas encías.

Inician en la puerta de la calle Felipe Ángeles, dan vuelta por Pablo Valdez, continúan por Francisco Sarabia -donde ha­bía muchos árboles de zapotes blancos- inician la letanía cuan­do doblan a la calle Esteban Alatorre.

Nosotros llenos de vida desde las banquetas de enfrente los observamos. Nosotros bañados de sol, ellas caminan en senderos de luna. Desfilan ojos con telarañas, pensamientos putrefactos, corazones agusanados, pensamientos cadavéricos de mis ancestros.

Allá por los años cincuenta, hasta principios de los setenta, de tarde en tarde el lúgubre espectáculo. Un día cualquiera fui por el rumbo del panteón de San Isidro a tratar de remover mis miedos, el abrir del candado, las cadenas que caen, las sombras tenebrosas de los añejos eucaliptos. Esperé paciente hasta las doce de la noche y no sucedió nada: por donde se pasean las ánimas está invadido de vendedores de muebles que ahí mis­mo se elaboran.

Dónde rezarán ahora, donde entonarán sus tristes lamen­tos, a quién le cantarán:

¡Salgan salgan salgan ánimas en pena

que el rosario santo rompe las cadenas ... !

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Reencuento

Cené los ojos y sentí un murmullo de invierno en mis oí­dos: '·ya no podemos salir a las calles, tenemos miedos de ser atropellados . . . "

Justina Santana Tejeda

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Reencuento Así escriben los maestros de Jalisco

se terminó de imprimir en febrero ele 2011

en los talleres gráficos de Amateditorial , S.A. de C. V. E. Z apata núm. 15, El Mante

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36120068

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BLOQUE 7 NÚM. 112A TEMA: Literatura SECCIÓN: 16 TITULO: Reencuento Así escriben los maestros de Jalisco CLASIFICACIÓN: 01

ISBN 970764948-8

~ ~d ito r tal

9 789707 649484

Portada: Ramón López Morales

~ ~dttortal

ISBN 970764948-8

9 7!19707 649484

Portada: Ramón López Morales