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Los Cuadernos de Literatura UNA PERSONAL REMEMBRANZA: CRONICA DE UNA MUTE ANCIADA Juan Manuel García Ramos L os hombres que no saben escribir, escri- ben demasiado sobre los que pueden es- cribir, le dice Martín Eden -el perso- naje-título de Jack London- a su compa- ñero Russ Brissenden refiriéndose al caso de Ste- venson y a la crítica que recibió en su tiempo. Y uno, efectivamente, muchas veces percibe esa complicid con la ignorancia cuando aborda el comentario fugaz o el análisis reposado de obras como Crónica de una muerte anunciada de Ga- briel Gcía Márquez y demora el riesgo de valo- rar, la incertidumbre de la aproximación. No obstante, el hechizo del equívoco o tal vez el encanto de emular las prácticas de la creación -radicalizando las cosas, George Steiner ha pro- clamado que la crítica debería surgir de una deuda de amor-, termin siempre por propiciar gunas líneas en torno a este último lro del autor de Cien años de soledad. Toda lectura implica siempre el aislamiento de un determinado rasgo, la soresa de un carácter que esclavi a los demás, o por lo menos los vuelve menos relevantes. Por ello, resulta her- moso, por lo que supone de armonía interpreta- tiva, coincidir en la elección de ese rasgo determi- nte, en el reconocimiento de ese carácter mo- nopolizador. En Crónica... priva, en este sentido, una vieja tarea que inmortiza un giro popular y redundte: contar un cuento. Nrarnos no bajo la amenaza del misógino monarca de Sasán impo- niendo a Schas un rel@o nocturno y svador, sino por el aparente, solo y tenaz placer de na- rrarnos. Deshilvanar un sumario -el correspondiente asesinato de Cayetano Gentile Chimento (Stio Nasar, en la ficción) consumado por los hermanos Chica (los Vicario) el día 22 de enero de 1951 en el Departamento de Sucre de la Colombia n@al del autor-, reconstruir a través de testigos y amigos el triste final de Gentile, tal es la tea de este nuevo Gcía Márquez erigido en nrador-recopilador, en «insolente» cuentero que no duda, en ningún momento de las desogadas 139 páginas de su obra (edición de Bruguera), en asistirse de mate- ries y de voces de una diversidad que canza lo doméstico -su hermana Mgot, su madre doña Luisa, su esposa Mercedes, su hermano Luis En- 74

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Los Cuadernos de Literatura

UNA PERSONAL

REMEMBRANZA:

CRONICA DE UNA

MUERTE ANUNCIADA

Juan Manuel García Ramos

Los hombres que no saben escribir, escri­ben demasiado sobre los que pueden es­cribir, le dice Martín Eden -el perso­naje-título de Jack London- a su compa­

ñero Russ Brissenden refiriéndose al caso de Ste­venson y a la crítica que recibió en su tiempo. Y uno, efectivamente, muchas veces percibe esa complicidad con la ignorancia cuando aborda el comentario fugaz o el análisis reposado de obras como Crónica de una muerte anunciada de Ga­briel García Márquez y demora el riesgo de valo­rar, la incertidumbre de la aproximación.

No obstante, el hechizo del equívoco o tal vez el encanto de emular las prácticas de la creación -radicalizando las cosas, George Steiner ha pro­clamado que la crítica debería surgir de una deudade amor-, terminan siempre por propiciar algunaslíneas en torno a este último libro del autor deCien años de soledad.

Toda lectura implica siempre el aislamiento de un determinado rasgo, la sorpresa de un carácter que esclaviza a los demás, o por lo menos los vuelve menos relevantes. Por ello, resulta her­moso, por lo que supone de armonía interpreta­tiva, coincidir en la elección de ese rasgo determi­nante, en el reconocimiento de ese carácter mo­nopolizador. En Crónica ... priva, en este sentido, una vieja tarea que inmortaliza un giro popular y redundante: contar un cuento. Narrarnos no bajo la amenaza del misógino monarca de Sasán impo­niendo a Scharasad un relato nocturno y salvador, sino por el aparente, solo y tenaz placer de na­rrarnos.

Deshilvanar un sumario -el correspondiente al asesinato de Cayetano Gentile Chimento (Santiago N asar, en la ficción) consumado por los hermanos Chica (los Vicario) el día 22 de enero de 1951 en el Departamento de Sucre de la Colombia natal del autor-, reconstruir a través de testigos y amigos el triste final de Gentile, tal es la tarea de este nuevo García Márquez erigido en narrador-recopilador, en «insolente» cuentero que no duda, en ningún momento de las desahogadas 139 páginas de su obra (edición de Bruguera), en asistirse de mate­riales y de voces de una diversidad que alcanza lo doméstico -su hermana Margot, su madre doña Luisa, su esposa Mercedes, su hermano Luis En-

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rique, su hermana la monja- para perspectivizar este suceso de cuernos que no sólo nos ha de­vuelto la novela sino la denuncia judicial que ha ocasionado su misma publicación.

Un cuento conocido, una crónica anunciada, el arrojo de exhumar unos acontecimientos tan in­mediatos en el tiempo y tan partícipes de la amis­tad personal; de recrearlos en el solar de la fic­ción, ya Goethe señalaba que en el empeño por retratar toda la vida moderna, el arte corría el riesgo de convertirse en periodismo, con la liber­tad que todo creador se toma y que tan mal enten­dida es por esas mentes que no ven en la literatura sino el oficio de mentir o tergiversar la «única realidad», la aritmética realidad en la que fundan sus convicciones, y a las que cabría responder con un comentario anejo con el que el autor de Cró­nica... subraya la sorpresa del magistrado de Ríohacha que instruye el caso Nasar: «Sobre todo, nunca le pareció legítimo que la vida se sirviera de tantas casualidades prohibidas a la lite­ratura, para que se cumpliera sin tropiezos una muerte tan anunciada».

García Márquez dispone con su última obra dos líneas de intervención. Una, a nivel de estilo, que nos pone ante el redactor del manuscrito de El coronel no tiene quién le escriba, La mala hora -hasta aquí coincido con Rafael Cante-, Relato deun náufrago, y, obviamente, del articulista genialque está detrás de Textos costeños: de maneraprioritaria, lenguaje directo, una sintaxis plegadamás a la información que a la flamígera verbosi­dad, humor, coloquialismo ...

Otra segunda línea que tiene menos que ver con su propia trayectoria de escritor y que dimensio­naliza la experiencia que constituye Crónica ... en el marco de la actual narrativa hispanoamericana.

Si es Faulkner el autor presente en una franja considerable de las elaboraciones de Rulfo, Onetti y del García Márquez de Cien años ... -¿las escri­turas más excepcionales de estos últimos cin­cuenta años de la narrativa de aquella zona?-, a la hora de rastrear influencias, digamos vecindad meditativa, en Crónica ... , no podemos menos que dirigir de nuevo la vista hacia los narradores nor­teamericanos que han tomado el relevo a los Faulkner, los Dos Passos, los Hemingway, Carson Me. Cullers o Robert Penn Warren. Crónica ... es lo que Trumao Capote denominaría una «novela' real», un concepto no sólo puesto en circulación por él sino practicado en su lejana A sangre fría y en su recientemente trasladada al español Ataúdes tallados a mano.

«Novela real» alude a una manera de hacer narrativa que no ha pasado desapercibida -dentro de la literatura USA- ni a N arman Mailer, el autor de The Armies of the Night, · The Naked and the Dead, ni a Tom Wolfe, y que constituye una sín­tesis específica de periodismo y literatura, de re­portaje y ficción.

Al margen de títulos recientes como El caso Ranchero, de Guillermo Thorndike o La verdad

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sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, Cró­nica... es la más ágil experiencia que conozco dentro de este subgénero inventariado y fundado por Capote. No tanto por el tratamiento del su­ceso acometido como por la circunstancia crea­dora que distingue a García Márquez de los dos nombres anteriormente citados; esa genuina tena­cidad de todo gran narrador, tan bien advertida por Joseph Conrad: la de habér creado un mundo en el que honestamente puede llegar a creer.

El cuento que nos acerca García Márquez ahora se nutre de este doble flujo, interno, una actitud ante la prosa ya probada, una concisión que lo acerca más a la práctica de la «mot justé» de un Maupassant que a las interpolaciones filosóficas y a las digresiones moralizantes de un Tolstoi; ex­terno, una tendencia a conciliar el documento y la imaginación -lo que Vargas Llosa define como lo «real objetivo» y lo «real imaginario»- recibida, con el talento que distingue al que se deja hones­tamente influir del que simplemente persigue imi­tar, de los novelistas que trabajan más al norte.

Crónica... parte de un hecho real pero en su proyección literaria suenan ecos procedentes de esquinas del mítico Macondo: la virilidad semidi­vina de los Buendía encarnada en los antagonistas Bayardo San Román y Santiago Nasar; la propia onomástica, Gerineldo Márquez, Aureliano Buen­día, Dionisio !guarán; los turcos y sus ghettos; los almendros nevados de claridad; y, excepcional­mente, esa particular hiperbolización con que se registra el pasaje de una bala que en su carrera desbarata el armario de una habitación, atraviesa la pared de una sala, pasa con un estruendo de guerra por el comedor de una casa vecina y con­vierte en polvo de yeso a un santo de tamaño natural en el altar mayor de una iglesia situada al otro extremo de la plaza; la diarrea padecida por Pablo V icario en la cárcel con la que rebosa seis letrinas portátiles; el pueblo al que se traslada Angela Vicario, cuyo único problema eran las no­ches de mareas altas, porque los retretes se des­bordaban y los pescados amanecían dando saltos en los dormitorios; o las dos mil cartas sin res­puesta que aquélla es capaz de escribir a su frus­trado marido.

En Crónica ... se nos vuelve familiar asimismo la relación que su narrador establece con el tiempo: con el de la redacción de su alegato y el del suceso que nos pormenoriza. Estamos ante la conocida y privilegiada organización que Vargas Llosa detectó al analizar el mismo hecho en Cien años de soledad: «El narrador se halla en un tiempo desde el cual aquellos hechos aparecen como sucedidos hace mucho; gracias a esa pers­pectiva conoce no sólo el pasado que narra sino el futuro de ese pasado».

En la personal remembranza que viene a ser Crónica ... , García Márquez introduce ese juego pasado-pasado/pasado-inmediato por medio de dos clases de evocación: a) la suya propia, siem­pre caleidoscópica, siempre furtiva; y b) la de los

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testigos y los documentos, normalmente en este orden. Desde la primera página puede reconocerse dicha disposición: a) «El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5,30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al des­pertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros»; b) «Siempre soñaba con árboles, me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato».

No obstante, y a pesar del privilegio que con­cede al narrador la vecindad del acontecimiento -García Márquez iba de juerga con el muerto, erasu amigo- y los años que median para verificar unprofundo análisis de sus razones, hay una declara­ción manifiesta de relativismo indagativo, de im­potencia cognoscitiva.

«La totalidad nos atormenta, pero jamás la po­seemos» (Kostas Axelos), parece ser el lema que se aplican tanto el juez de Ríohacha -« .. .lo que más le había alarmado al final de su diligencia excesiva fue no haber encontrado un solo indicio, ni siquiera el menos verosímil, de que Santiago N asar hubiera sido en realidad el causante del agravio»- como el mismo García Márquez al final de sus investigaciones, muchos años después de que acuchillaran a su amigo.

Queda oculto en esta obra lo que casi determina la esencia de cualquier novela de género policiaco: el descubrimiento del móvil, la revelación abso­luta de las causas. García Márquez diseña Cró­nica ... con un trazo que puede recordar a Conan Doyle, a Simenon, o a cualquiera de sus parientes nobles u ocultos, pero con la novedad de que los asesinos de Crónica ... , paradójicamente, mendi­gan una y otra vez entre sus conciudadanos el ser reconocidos como tales homicidas antes de come­ter su delito; con el hallazgo de que la confesión de culpabilidad que recae sobre Santiago N asar y que los induce a su acción sanguinaria no llega nunca a ser comprobada dentro del libro: «Al con­trario -comenta García Márquez refiriéndose a la pretendidamente burlada-: a todo el que quiso oírla se la contaba -su tragedia- con sus pormeno­res, salvo el que nunca se había de aclarar: quién fue, y cómo y cuándo, el verdadero causante de su perjuicio, porqué nadie creyó que en realidad hubiera sido Santiago Nasar ... La versión más corriente, tal vez por ser la más perversa, era que Angela Vicario estaba protegiendo a alguien a quien de veras amaba, y había escogido el nombre de Santiago N asar porque nunca pensó que sus hermanos se atreverían contra él».

El esfuerzo informativo y especulativo del au­tor, un esfuerzo del que nos vuelve rápidamente cómplices, queda coronado por este fatal y natural fracaso. La verdad o mentira de una simple rela­ción amorosa entre Santiago Nasar y Angela Vica­rio se marcha con la muerte del primero, y se diluye con la ambigua actitud de la supuestamente

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ultrajada. Nos deslizamos hacia esa �terra incóg­nita» a la que se arriba cuando la retorta de la investigación contiene sentimientos tan comunes como las humanas.

En ese punto la pesquisa judicial, literaria y personal concluyen. El deseo de totalización se desbarata.

El reportero se ve impelido a regresar a su «sala de máquinas»; tal vez la parte más decisiva de sus averiguaciones le ha sido vedada y su tarea se volverá más ardua, el montaje debe ser otro; aquel que consagre rasgos menos espectaculares que el del esplendor y la estatua de la verdad final, aquel que mime la trayectoria de los acontecimientos, el colorido de los pareceres, la sombra de las versio­nes; aquel, en fin, que sea capaz de dotar su talento, el talento del periodista -« ... siempre me he considerado un periodista, por encima de todo», decía recientemente en «El país»- a secas que comenzó siendo Gabriel García Márquez hace treinta y cinco años en «El espectador» de Bogotá y que ahora nos devuelve la historia en esta nueva y exquisita versión.

En este sentido, García Márquez persiste en la línea experimentalista que entroniza la hibridez de los géneros y de las artes: Puig y el cine; Vargas Llosa y la radio en La tía Julia ... ; Néstor Sánchez y el tango; Reynaldo Arenas y la historia en Elmundo alucinante; José Agustín y la electrónica.

Junto a las radicales contexturas de Sarduy, Moreno-Durán, Pacheco, y al epopeyismo del Fuentes de Terra Nostra y del Fernando del Paso de Palinuro de México, quizá sea aquélla la línea innovadora más robusta que po- edamos reconocer en la última novela de América Latina.

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LIBROS DEL «VIEJO TOPO»

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