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Recuperar la fraternidad. Una experiencia de reconciliación en el contexto de proceso de la independencia del Paraguay y el Pontificado del Papa Francisco. Marcela Adelaida Bordón Lugo Ex Asesora Jurídica del Arzobispado de la Santísima Asunción Paraguay El proceso de independencia en América Latina ha pasado por diversos escenarios y matices. Es apropiado decir, que así de diversa, rica y joven es nuestra cultura en los países de Latinoamérica, así de diversos han sido los contextos en donde se desarrollaron estos procesos de emancipación o independencia. La independencia del Paraguay ha sido contada en capítulos, por diversas plumas y visiones acerca de lo sucedido. Mis expresiones plasmadas en este ensayo (debo reconocer) pueden estar viciadas por una educación que ha exaltado la identidad nacional por encima de una identidad “latinoamericana”. La experiencia vivida con la lectura de la obra del Profesor Guzmán Carriquiry “Memoria, Coraje y Esperanza” (2017), ha significado re-leer la historia aprendida sobre los orígenes de mi identidad como paraguaya y reconstruir un escenario (que ciertamente) ha sido muy desventajoso o injusto, si se quiere expresar más caprichosamente, contra nuestro pueblo paraguayo. Ahora bien, una lectura enmarcada en el “proceso latinoamericano” ha generado en mí una honda autocrítica y búsqueda de los hilos entretejidos que no había sido capaz de tomar en mis manos, para comprender cuan latinoamericanos somos como pueblo. Mis afirmaciones responden más a una percepción empírica entre mi vivencia de una identidad nacional, el reconocerme paraguaya y actualmente, en el contexto de mis estudios y residencia en Santiago de Chile, reconocerme parte de una identidad más grande como es la de ser latinoamericana. Ya no leo mi historia como una paraguaya ante el mundo, sino como parte de una fraterna unión de hermanos, que aspira a fortalecerse en esta búsqueda de un proceso de renovación política en clave de un compromiso político como católicos. Fundación de Asunción. Los inicios de nuestra historia como nación, considero (a criterio de una lectora aficionada) ha sido peculiar en cuanto a factores que determinaron su devenir en el acontecer de los tiempos de la temprana América. La génesis del Paraguay comenzó con la fundación del fuerte militar de “Nuestra Señora de la Asunción” en 1537, donde Juan de Salazar y Espinoza, casi por casualidad mientras se adentraba a territorio insular en búsqueda del explorador Juan de Ayolas. En este lugar, afirman historiadores, los españoles se encuentran con los nativos asentados a las orillas del río Paraguay, los guaraníes-carios, se dice que eran un pueblo “sumiso”, cuando en algunos textos hablan de una previa batalla entre Juan de Ayolas y sus hombres contra la defensa de los guaraníes. El encuentro con los españoles representó un peligro que quizá, al ser un pueblo eminentemente nómada y de perfil mucho menos combativo que otras etnias de la familia guaraní, no quisieron confrontar y se pacta una “alianza” entre los españoles y los caciques carios. Esta pacifica recepción a orillas del río Paraguay, podríamos decir, que pacta un inicio bastante particular en comparación con otras fundaciones y/o relacionamientos con los nativos. Pueblos originarios mucho más combativos y guerreros como los charrúas en parte de la actual Argentina y Uruguay, debieron ser sometidos o casi exterminados para poder permanecer seguros en los fuertes militares, que luego se convirtieron en ciudades

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Recuperar la fraternidad. Una experiencia de reconciliación en el contexto de proceso de la independencia del Paraguay y el Pontificado del Papa Francisco.

Marcela Adelaida Bordón Lugo Ex – Asesora Jurídica del Arzobispado de la Santísima Asunción

Paraguay

El proceso de independencia en América Latina ha pasado por diversos escenarios y matices. Es apropiado decir, que así de diversa, rica y joven es nuestra cultura en los países de Latinoamérica, así de diversos han sido los contextos en donde se desarrollaron estos procesos de emancipación o independencia.

La independencia del Paraguay ha sido contada en capítulos, por diversas plumas y visiones acerca de lo sucedido. Mis expresiones plasmadas en este ensayo (debo reconocer) pueden estar viciadas por una educación que ha exaltado la identidad nacional por encima de una identidad “latinoamericana”. La experiencia vivida con la lectura de la obra del Profesor Guzmán Carriquiry “Memoria, Coraje y Esperanza” (2017), ha significado re-leer la historia aprendida sobre los orígenes de mi identidad como paraguaya y reconstruir un escenario (que ciertamente) ha sido muy desventajoso o injusto, si se quiere expresar más caprichosamente, contra nuestro pueblo paraguayo.

Ahora bien, una lectura enmarcada en el “proceso latinoamericano” ha generado en mí una honda autocrítica y búsqueda de los hilos entretejidos que no había sido capaz de tomar en mis manos, para comprender cuan latinoamericanos somos como pueblo. Mis afirmaciones responden más a una percepción empírica entre mi vivencia de una identidad nacional, el reconocerme paraguaya y actualmente, en el contexto de mis estudios y residencia en Santiago de Chile, reconocerme parte de una identidad más grande como es la de ser latinoamericana. Ya no leo mi historia como una paraguaya ante el mundo, sino como parte de una fraterna unión de hermanos, que aspira a fortalecerse en esta búsqueda de un proceso de renovación política en clave de un compromiso político como católicos.

Fundación de Asunción.

Los inicios de nuestra historia como nación, considero (a criterio de una lectora aficionada) ha sido peculiar en cuanto a factores que determinaron su devenir en el acontecer de los tiempos de la temprana América. La génesis del Paraguay comenzó con la fundación del fuerte militar de “Nuestra Señora de la Asunción” en 1537, donde Juan de Salazar y Espinoza, casi por casualidad mientras se adentraba a territorio insular en búsqueda del explorador Juan de Ayolas. En este lugar, afirman historiadores, los españoles se encuentran con los nativos asentados a las orillas del río Paraguay, los guaraníes-carios, se dice que eran un pueblo “sumiso”, cuando en algunos textos hablan de una previa batalla entre Juan de Ayolas y sus hombres contra la defensa de los guaraníes. El encuentro con los españoles representó un peligro que quizá, al ser un pueblo eminentemente nómada y de perfil mucho menos combativo que otras etnias de la familia guaraní, no quisieron confrontar y se pacta una “alianza” entre los españoles y los caciques carios.

Esta pacifica recepción a orillas del río Paraguay, podríamos decir, que pacta un inicio bastante particular en comparación con otras fundaciones y/o relacionamientos con los nativos. Pueblos originarios mucho más combativos y guerreros como los charrúas en parte de la actual Argentina y Uruguay, debieron ser sometidos o casi exterminados para poder permanecer seguros en los fuertes militares, que luego se convirtieron en ciudades

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donde el mestizaje español – indígena no se había proliferado tanto como para desarrollar una identidad diferente a la de los criollos españoles.

Inicios del mestizaje guaraní – español.

Posterior a la fundación pacífica del fuerte de Asunción, el papel que jugó el primer gobernador del Río de la Plata y el Paraguay, Don Domingo Martínez de Irala, fue determinante para el nacimiento de una identidad paraguaya que considero, ha marcado una profunda diferencia en el desarrollo de la historia en esta apartada provincia de la temprana América del Sur.

Martínez de Irala es conocido como el precursor del mestizaje de guaraníes y españoles, casi como un plan de pacificación (no mediante violencia, en su totalidad). Se recuerda que casó a la mayoría de sus hijas mestizas con conquistadores españoles. Su numerosa descendencia fue fruto de las relaciones que mantuvo con sus diferentes criadas guaraníes, razón que le valió muchas críticas por parte de la Iglesia Católica en esos días y considerado un personaje poco honorable en nuestros días. A pesar de ello, lo que podemos rescatar es que estos matrimonios acordados y estratégicos generaron una cohesión entre españoles y guaraníes más que por sometimiento, por lazos de sangre. Esta lógica no sería nada nueva, atendiendo a que, con el mismo fin los reinos europeos concertaban matrimonios que beneficiaban a las coronas que se unían a través de la unión de las casas en un mismo linaje.

El mestizaje planteado por Martínez de Irala también proporcionó una peculiaridad no muy observada en un contexto de conquista. Muy lejos de ocultar o negar reconocer a sus hijos fruto de relaciones no bendecidas por la madre Iglesia y exponiéndose a criticas de una moralista (y ciega por opción) corona española, reconoció a cada uno de sus hijos y les dio un nombre y apellido que los distinguía de los demás guaraníes. El apellido les proporcionó cierto estatus gracias al cual, la unión con españoles y la extensión de este lazo de sangre mestizo fue considerado como un beneficio para ambas partes y no solamente un arrebato como si fuera una propiedad, tomar a las mujeres mestizas como utensilios sino como parte de una sociedad que se iba forjando.

Esto en nada cambia de todas formas, las aberrantes acciones de sometimiento por parte de españoles a mujeres guaraníes y mucho menos, el poco respeto que se daba a las mujeres en su condición de sumisas a la autoridad del padre, esposo o propietario, reconociendo en primer lugar, las acciones poco adecuadas de Martínez de Irala (por más que cabe reconocer que dieron resultados notables). La justificación de violaciones y utilización como moneda de cambio a las mujeres mestizas o guaraníes no cabe en este escenario. Pero debemos recordar que este es un recuento de acontecimientos que escribieron una historia común entre guaraníes y españoles, que deliberadamente generó una unión y pacificación entre los conquistadores y el pueblo guaraní-carios.

Una identidad con su propia lengua.

Otro aspecto de este mestizaje es que la lengua materna por excelencia se mantuvo en el tiempo, la lengua guaraní. Los hijos mestizos eran educados con los hijos criollos y tratados, aunque con ciertas reservas, de iguales. La lengua española era necesaria para los hijos poder compartir con la sociedad criolla y la estructura que administraba y dominaba la provincia. Pero la lengua de la expresión de los afectos, del dialogo con sus madres fue el guaraní.

Esto se ha mantenido en nuestros días. En periodo de la nueva democracia, desde 1992 con la nueva constitución nacional, es reconocido el español y el guaraní como idiomas

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oficiales de la República del Paraguay. La complejidad y extensión del idioma guaraní tanto en su grafía como en expresión es casi igual o semejante al español. Por más que en estos 200 años de historia independiente no se ha enseñado en las escuelas el guaraní, este no se ha extinguido. Al contrario, se ha desarrollado y mutado con el tiempo. Al punto que algunos historiadores y lingüistas afirman, que el guaraní que hablamos en nuestros días ya no es el guaraní originario de los primeros carios que los españoles encontraron en la bahía de Asunción. Sino que se trata, de un idioma que nació del mestizaje y fue manteniéndose en el transcurso del tiempo como la lengua del afecto, del profundo ser del paraguayo.

El guaraní “moderno” es ya una variación del original guaraní. Incluso, aquellos que hemos nacido en la capital en familias donde los abuelos “prohibían hablar guaraní a los niños” (esto debe ser leído en un contexto histórico más reciente) comprendemos, aunque no sepamos expresarnos con la versatilidad suficiente, una conversación en guaraní. Lo notable es y esto lo manifiesto por propia experiencia, la forma en que he podido mantener una conversación en un guaraní bastante básico, expresándome mayormente en castellano, con una persona que cuando me cuenta sus dificultades o problemas, automáticamente recurre al uso del guaraní. Y mi interlocutor, cuando reconoce que mi falta de vocabulario no es por mala fe sino por mi heredada ignorancia o limitación idiomática, efectivamente comprende lo que estoy diciendo. Es como vivir en un país donde todos podemos hablar en dos idiomas diferentes y nos comprendemos.

A la mescla más “capitalina” del guaraní con el castellano, lo llamamos coloquialmente jopara (yopará) que en guaraní quiere decir una mescla, un revoltijo de cosas.

Este apartado sobre nuestra lengua tendrá un sentido conforme vayamos avanzando en este análisis sobre el contexto paraguayo.

La independencia ¿de la Corona o de Buenos Aires?

Si consideramos que el episodio del plan de pacificación de Martínez de Irala ocurrió por los años 1540 a 1550 aproximadamente, podemos colegir que para 1800, el mestizaje era algo más que reconocido socialmente en la provincia de Paraguay. Cabe aclarar, que este mestizaje no exoneró a la provincia del Paraguay de las reducciones jesuíticas ni de las desigualdades con los guaraníes. El pueblo guaraní está compuesto por varías parcialidades que en el correr del tiempo, se opusieron a la sumisión de los guaraníes-carios y fueron brutalmente sometidos a los conquistadores por la fuerza.

A pesar de esto, la identidad mestiza de la provincia era un hecho que marco sus diferencias con las provincias cercanas, en especial con el Virreinato del Río de la Plata. Para el acontecer de nuestra independencia, en mayo de 1811, se habla de que la mayoría de nuestros próceres descendían de la estirpe mestiza de Martínez de Irala. Sea este un hecho comprobado o no, se puede comprender que, siendo hijos de ascendencia española reconocida, podían acceder a una educación al igual que los hijos criollos que iban a Buenos Aires o a Europa a estudiar y aprender cómo continuar administrando la provincia para la Corona Española.

Con lo que no contaban, era que estos hijos mancebos de la tierra no compartirían por siempre la visión de colonia como sus antecesores. Las ideas liberales que fueron aprendiendo y escuchando durante su paso por Europa, al igual que a Simón Bolívar y a José de San Martín, inspiraron a luchar por una libertad más grande que solo la de ser parte de la administración o autoridad en la provincia, representando intereses de extraños. Pero en este sentido considero que, en base a mi lectura sobre las motivaciones

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de nuestra independencia, ésta fue más una libertad del control o sometimiento al Virreinato del Río de la Plata que a la corona española misma, cuya metrópolis había olvidado a la muy valiosa ciudad de Asunción que, durante muchos años, cumplió con la función estratégica de puerto de reabastecimiento para los exploradores y conquistadores que se abrían paso al Alto Perú.

La provincia del Paraguay no contaba con minerales ni piedras preciosas, tampoco se trataba de una provincia con un reino indígena que debía ser derrotado. Simplemente fuimos una pequeña urbe que se volvió más ordenada con los años y que a través de los ríos, distribuía las bondades de la tierra. Ese era el tesoro de la tierra de esta provincia, su optima condición para el cultivo y el ganado.

Las relaciones con Buenos Aires han tenido diversos matices, pero quizá uno de los más notorios que he analizado con los relatos de mis ancianos familiares y/o maestros, es la diferencia que había existido entre la categorización social de los criollos por encima de los mestizos. Esto no acontecía (o no tan marcadamente) en Asunción como si en Buenos Aires. Este sentir diferente, no como parte del Virreinato del Río de la Plata, no era por no querer continuar perteneciendo o no a la Corona Española, sino que respondía a un deseo de autonomía que se le había negado a la provincia de Paraguay para gestionarse por sí misma y con sus propios hijos, criollos y mestizos que acogieron como suya la identidad de mancebos de la tierra y así ya no necesitar la validación de un enviado extraño a esta nación que se iba pujando, siendo enviado un español o criollo que asumía la autoridad de la ciudad y la provincia.

A raíz de la delicada situación en España, que luchaba contra las tropas de Napoleón Bonaparte, tras ser depuesto el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros días antes, se nombró el 25 de mayo de 1810 una Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del señor Don Fernando VII. Este nuevo gobierno provisional aspiró a mantener la jurisdicción del Virreinato del Río de la Plata en nombre del rey Fernando VII hasta que se aclarase la situación en la península Ibérica. Con ese motivo la Junta Provisoria y el Cabildo de Buenos Aires enviaron oficios a las demás ciudades y villas del virreinato expresando los motivos para asumir el gobierno en lugar del virrey. Además de solicitar el reconocimiento y acatamiento, solicitaron el envío de diputados para la formación de un gobierno representativo. La Provincia del Paraguay por medio de un Congreso celebrado ad-hoc, se negó a subordinarse a la Junta de Buenos Aires desembocando los acontecimientos en la autonomía de hecho de la provincia a partir de 1810.

La gesta independentista. El cierre de fronteras y el reconocimiento de la República.

Atendiendo a todo el contexto previo, rescatando la realidad socio-cultural que caracterizaba a los hijos nacidos en la provincia del Paraguay, paso a describir brevemente el acontecer de la independencia.

Primeramente, la conspiración por la independencia de la provincia, ya venía siendo discutida entre la élite de criollos e hijos mestizos (recordando que conquistadores españoles de alto rango se habían casado con mujeres mestizas a inicios de la colonización). Por entonces, varios de los hoy día próceres de la patria paraguaya fueron destacados jóvenes que tuvieron la oportunidad de ilustrarse, estudiar en el Colegio Seminario de San Carlos y algunos, posteriormente dirigirse a estudiar en Buenos Aires leyes y otros la carrera en la milicia.

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El tener presente el debilitamiento de la corona española y las aspiraciones de expansión y dominación por parte del virreinato del Río de la Plata, hizo urgir una gesta patriótica para no continuar en estado de sometimiento a un reino distante para la realidad de la provincia y ante una nueva “invitación” de anexión.

Los próceres, Fulgencio Yegros, Pedro Juan Caballero, Vicente Ignacio Iturbe, Mauricio José Troche, Mariano Antonio Molas, Fernando de la Mora, Francisco Javier Bogarín (sacerdote participante de la independencia), Juana María de Lara, y el Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, conocido como el ideólogo, mentor político de los primeros congresos constituyentes, y el instaurador del nuevo Estado de la República del Paraguay.

Si bien no todos estuvieron presentes en la intimación al gobernador Bernardo de Velasco, debido a que necesitaron adelantarla del 17 de mayo, a acuartelarse el 14 de mayo en la noche y confrontar al gobernador representante de la corona durante la media noche y madrugada del 15 de mayo. Al amanecer, el gobernador español comprendió que, ante una corona española acéfala, además de una contra ofensiva compuesta por jóvenes ilustrados que gozaban del aprecio y respeto de la sociedad de la provincia, no tenía muchas maneras de escapar de la situación.

Así amanece el primer día de independencia de la provincia del Paraguay, el 15 de mayo de 1811. Aquí es cuando cabe reconocer que si bien esta declaración de independencia, cuyo bicentenario hemos festejado en las fiestas patrias del año 2011, significó la independencia como provincia, su acta de independencia habla del reconocimiento como único soberano a Fernando VII, lo cual podríamos considerarlo como parte de las acciones conocidas como la Farsa o la Máscara de Fernando II, usado como pantalla para alentar independencias a los virreinatos que en el continente joven buscaban un gobierno centralizado. Pero al final, sometiendo nuevamente a otras provincias. Claramente esto no era lo que el pueblo paraguayo quería.

El proceso devenido fue de re organización tanto administrativa como política, aunque no tan compleja considerando que la provincia al no ser muy importante para el virreinato del Rio de la Plata, no contaba con muchas autoridades que no fueran criollas de varias generaciones con una identidad de paraguayos, criados junto a mestizos de linaje como el de Martínez de Irala. La cimentación de una nación independiente ya era un hecho temido por el imperio del Brasil y las fuerzas revolucionarias de las posteriores conocidas, Provincias Unidas del Sur. Pero la parte crucial sería el reconocimiento y respeto a su autonomía, por parte de las potencias vecinas.

Trascurrieron 4 años desde la gesta independentista, durante los cuales se conformaron fórmulas de triunviratos como miembros de la Junta Provisional Gubernativa de la Provincia. Llegó un momento en el que tanto capitalinos como campesinos, se vieron convencidos ante el buen trabajo realizado por José Gaspar Rodríguez de Francia como Cónsul ante las potencias vecinas, de la necesidad de concentrar el poder en una sola persona. Es así que, en el Congreso del Paraguay en octubre de 1814, constituido por cerca de 1100 emisarios venidos de todos los rincones de la naciente república, fue electo como Dictador Supremo de la República al Doctor Rodríguez de Francia por un periodo de 5 años. Posterior a este periodo, en el cuarto Congreso de la República, esta vez compuesto por 250 diputados distribuidos territorialmente, decidieron por aclamación, nombrar al Dr. Francia como Dictador Supremo Perpetuo. Dicho título le permitió hasta el día de su muerte en 1840 disponer las normas de toda la república, decretó el cierre de todas las fronteras con el exterior y su política de aislamiento se interpretó como una estrategia de imposición del reconocimiento de la republica ante las naciones vecinas.

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Paraguay, en su calidad de mayor productor de uno de los productos más valorados en su momento, la yerba mate, además de consistir en una ruta obligatoria de re abastecimiento, representó un aislamiento no menor para los vecinos gobiernos, además de una compleja competencia en el poder.

El acontecimiento Mariano en Caacupé. La religiosidad Popular.

Ahora bien, todo el contexto antes expuesto, podemos decir que justifica la identificación de ciertos acontecimientos que marcaron la identidad propia de un pueblo, en este caso el del pueblo paraguayo, pero visto desde una disconformidad política y hasta social. Pero, el pueblo paraguayo además de tener una identidad marcada en su mayor ascendencia mestiza española-guaraní, tiene una identidad muy propia de un pueblo piadoso y en este caso, católico.

Un catolicismo no solo traído por la práctica piadosa de la sociedad española y criolla que se estableció en estas latitudes, sino una evangelización a los nativos guaraníes que dio frutos abundantes y de notable testimonio, que han marcado profundamente una identidad paraguaya.

Una de las historias o leyendas que justifica la anterior afirmación, aunque pueda cuestionarse su fehaciente suceso histórico (por considerarse una leyenda que ha pasado de generación en generación), es la del acontecimiento mariano que nació en la creencia popular entre los guaraníes convertidos al cristianismo. Alrededor del año 1600 junto a las misiones evangelizadores que llegaron a la región se encontraban los jesuitas y los franciscanos. La metodología de evangelización y catequización de guaraníes por parte de los frailes franciscanos había una gran adhesión por ciertas tribus guaraníes (no todas), otorgando conocimientos de escultura, tallado en madera y aprendido a apreciar la belleza que podían crear a través de sus manos los nativos, que a través de esta pedagogía fueron asimilando la compresión de la fe y la religión católica.

La leyenda que hasta nuestros días ha marcado profundamente nuestra historia es la de la Virgen de Caacupé. Palabra guaraní que a su vez significa “detrás de la yerba”. Según la historia todo comenzó cuando un hombre guaraní llamado José, quien se había convertido en cristiano, se encontró en el monte con los indios de la tribu mbaya quienes eran considerados un grupo muy peligroso por haber declarado la lucha contra los españoles y los evangelizadores, así como considerando traidores a sus hermanos de otras tribus que abrazaron la fe cristiana. Ante aquella desgraciada coincidencia en el camino, José le prometió a la Virgen María que si el grupo de indios no lo mataban realizaría una imagen de ella la cual prometió que sería venerada.

Según la leyenda, la Virgen María le apareció a José y le dijo en idioma guarní ¡Ka’aguý cupe-pe! (vete detrás de los arbustos de Yerba mate) al escuchar esto el indio se dirigió hacia donde le había sido indicado por la Virgen y para su sorpresa hallo un tronco grueso donde pudo refugiarse, fue entonces cuando decidió que en un pedazo de madera de ese árbol tallaría a la Virgen.

Luego que el indio José no pudo ser visto por la peligrosa tribu, agradeció a la Virgen y cumplió lo prometido de tallar la imagen. El tronco le alcanzó para dos tallas: la mayor fue destinada a la Iglesia de Tobatí y la más pequeña la conservó el indio en su poder, para su devoción personal. Este aspecto de la devoción personal tuvo mucho peso al conocer la historia, que cuenta que los demás indios guaraníes, ante su testimonio, comenzaron a

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venerar con mayor fe a la Virgen que había defendido a uno de los suyos. Ya no iba figura lejana y puramente española.

En documentos alrededor del 1700 menciona este acontecimiento y sobre la zona que ya era conocida como el Valle de Caacupé. El 4 de abril de 1770, se toma como referencia para la fundación del pueblo de este último nombre. El humilde y “desconocido” José, solo con el nombre de pila y sin apodos, representa a todos y a cada uno de los cristianos guaraníes. La narración mítica habla de las peregrinaciones que iban a ver a la Virgencita de Caacupé, de los peligros mortales que padecieron, sobre la devoción a la Inmaculada, la Tupäsy (Madre de Dios) que tomó el lugar de la mítica Ñandesy de sus ancestros (Margot Bremer, 1998).

Producto de esta leyenda y del sincretismo que ocurrió durante la evangelización con las congregaciones religiosas, la asimilación de la fe católica por parte de los guaraníes se desarrolló de una manera particular, puntualmente por las similitudes (aunque relativas, si se analizan estrictamente) entre las deidades guaraníes y la concepción del Dios todopoderoso católico. Tupá, el Dios creador y Dios del trueno, tenía atribuciones similares a las del Dios Padre, dentro de sus deidades también se encontraba Ayvú (La Palabra creadora) similar al Espíritu Santo católico, así como existía una deidad femenina conocida como Ñandesy (nuestra madre), pero con atribuciones no muy similares a la Virgen María, pero podrían haber sido relacionados, como una madre protectora.

Este proceso evangelizador, no puede negarse que genero un cimiento notable entre los guaraníes conversos y la posterior descendencia que habría de ser parte del mestizaje español-guaraní que originó en gran medida al pueblo de la provincia del Paraguay. La devoción a la Virgen ha pasado de generación en generación y hasta nuestros días se trata de un lazo muy fuerte entre la fe en la Madrecita de Caacupé y sus hijos paraguayos repartidos por la nación y por el mundo. Las comunidades paraguayas en el exterior son conocidas por difundir su devoción en donde encuentran, al punto de, por ejemplo, en Buenos Aires tener una parroquia de la Virgen de Caacupé, para atender la necesidad de devoción de una de las comunidades más grandes paraguayos en el exterior.

La Triple Alianza. La guerra fratricida.

Motivaciones (el cierre de fronteras post independencia, no deuda con Londres, la relación con el mercado libre, los pasos seguros de Rosario, etc.).

Recapitulando, sobre el Dr. Rodríguez de Francia debemos reconocer ciertas acciones de su gobierno hasta su muerte, que fueron caldo de cultivo de una nación, si bien aislada, bien administrada y con prometedor desarrollo. En el escenario internacional, donde las coronas seguían luchando por sus poderíos en tierras de ultramar, mientras España perdía toda influencia sobre las más autónomas provincias convertidas en naciones, una Portugal ya casi dependiente de Inglaterra en su protección y una corona británica que había cambiado sus reglas de juego. Parafraseando al Prof. Guzmán Carriquiry (2017), la estrategia del Imperio inglés ya no se enfocaba en lograr una dominación política en las tierras de ultramar, sino en difundir el dogma del libre comercio propuesta por Adam Smith.

El libre comercio, además de representar un presunto apoyo a la autonomía e independencia de las nacientes naciones, proporcionó el poderío del Imperio inglés al ser el difusor de esta nueva visión del comercio, al empoderarse del control del transporte de exportaciones e importaciones del y para el nuevo mundo, así como los circuitos de intermediación. Mientras los otros imperios aún reclamaban la propiedad de sus tierras

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conquistadas y ahora emancipadas, el Imperio Inglés dictaba las reglas comerciales, ganaba en imposiciones por el tránsito de productos y actuaba como un apoyo e inversionista en las nuevas economías nacientes en toda América.

Esta maniobra además de servirse de las regalías que traían consigo estas negociaciones, se impuso como el principal control de los circuitos bancarios, así es que Inglaterra monopolizó los empréstitos a las jóvenes naciones de América para impulsar el comercio. Lo notable de este dato es que, en el contexto del Paraguay post-independencia, el aislamiento impuesto por el Dictador Supremo, el Dr. Francia, logró acaudalar tal suma de dinero en las arcas del Estado que, para el momento de su muerte en el año 1840, el Paraguay había logrado una clara independencia política y económica.

En el mismo día de la muerte de José Gaspar Rodríguez de Francia, su sobrino Don Carlos Antonio López, con quien no mantenía una buena relación por sus cuestionamientos al régimen dictatorial que llevaba adelante, asumió el mando de la Junta de los comandantes de los cuatro cuarteles de la capital, bajo la presidencia del alcalde del cabildo, Manuel Antonio Ortiz. La Junta provisional se adjudicó la misión de convocar un Congreso para plantear cual sería el modelo de gobierno a adoptar y la elección de sus autoridades. Por un periodo de 4 años de diversas guerras civiles y un suspenso prolongado en cuanto al devenir político de la nación paraguaya.

En marzo de 1844 se reunió el Congreso contando con trescientos diputados. Bajo la dirección de Carlos A. López se dictó una "Ley que establece la Administración Política de la República del Paraguay" donde se establecía una división de poderes, aunque muy favorable al poder casi ilimitado del Poder Ejecutivo. Éste sería ejercido por un Presidente de la República, que gobernaría durante diez años. Carlos A. López resultó electo para el cargo, siendo así reconocido en nuestros días como el Primer Presidente Constitucional.

Con una independencia política y económica que a pesar de sus conflictos civiles pudo perdurar, la nueva Administración de la República estaba decidida a impulsar el desarrollo económico y social del Paraguay.

Su administración se enfocó en generar puestos de trabajo y en invertir en la obra pública. Otorgó de nacionalidad a todos los nacidos, mestizos, criollos o indígenas nacidos dentro de las fronteras del país. Pueden citarse algunos de sus notorios aportes, la construcción del primer tramo del Ferrocarril Nacional, la creación de la Flota Nacional, las fundiciones de hierro de Ybycuí y con esto el desarrollo del arsenal junto con el afianzamiento de las fronteras paraguayas, así como el reconocimiento de su independencia por parte de muchos países.

El incremento de la producción y el comercio gracias a la extensión del ferrocarril que unió puntos distantes del país, que facilito el transporte de productos dentro y fuera del país. Se firmaron tratados comerciales con Francia, Estados Unidos y el Reino Unido.

En cuanto a lo socio-cultural sus aportes más reconocidos son la fundación del periódico El Paraguayo Independiente, la reorganización completa de la administración pública, con un mayor presupuesto; la instalación de imprentas y el resurgimiento de la vida social; la contratación de profesores y maestros extranjeros para que pudieran asistir al nuevo plan educativo que buscaba ya no solo tener ciudadanos alfabetizados, sino también un mayor nivel de cultura y conocimiento del mundo más allá de las fronteras del país.

En este escenario tan auspicioso, Paraguay para mediados de 1860 representaba una potencia creciente junto a sus pares de la región y, además, gracias al legado económico producto de las disposiciones del Dr. Francia, habían proporcionado tal base de

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sustentabilidad económica al nuevo gobierno, que el Paraguay era uno de los pocos (sino el único) país en América que no requirió ningún empréstito al Banco de Londres. Sin una deuda externa a pagar por cien años, el Paraguay tenía la libertad de crecer, volverse una potencia política y económica, además de mantenerse ajena al dominio de los intereses económicos del Imperio Inglés. Esta condición tan favorecedora, le habría costado el celo de las naciones hermanas y la inspiración de provocar una guerra contra un pueblo que no buscaba más que avanzar y alcanzar esa “tierra sin mal” de la que los ancestros guaraníes hablaban en sus relatos míticos.

La Guerra de la Tripe Alianza, en donde los ejércitos del Imperio del Brasil, Argentina y Uruguay tuvieron a su cargo uno de los capítulos más infames de la historia Latinoamericana. De acuerdo con las palabras del escritor uruguayo, Eduardo Galeando quien relata que “no dejaron piedra sobre piedra ni habitantes varones entre los escombros. Aunque Inglaterra no participó explícitamente, fueron sus mercaderes, sus banqueros y sus industriales quienes resultaron beneficiados con el crimen en Paraguay. La invasión fue financiada, de principio a fin, por el Banco de Londres, la casa Baring Brothers y la banca Rothschild, en empréstitos con, intereses leoninos que hipotecaron la suerte de los países vencedores”.

La suerte del Paraguay, desgraciadamente oculta por muchos años por la deshonrosa motivación de sus hermanos sudamericanos, había sido echada cuando, según algunos autores, se encontró la excusa perfecta para destruir a la potencia en auge del Paraguay, afirmando estar luchando por la liberación del pueblo del déspota General Francisco Solano López, se justificó una guerra genocida por los errores (o aciertos) de un personaje que bajo ningún concepto, justificaba la cantidad de muertes que cobró esta guerra.

El Paraguay hasta nuestros días, sin detallar mucho en las batallas que se sucedieron entre 1864 y 1870, no ha podido recuperarse de este brutal episodio. La población había sido exterminada a tal punto, que la patria había tenido que ser reconstruida de sus escombros, por mujeres, ancianos y niños. Estas heridas habían separado a hermanos de sangre a lo largo de territorios que pertenecían al Paraguay. La actual provincia de Corrientes y Misiones de la Argentina, así como las tierras que actualmente pertenecen a Matto Grosso do Sul en Brasil, fueron tierras donde los hermanos que venían de una misma sangre, un mismo sentir y hablar en lengua guaraní con español, debieron reconocer una derrota que los posicionó en algún momento como enemigos. Cuando los verdaderos enemigos, se encontraban en otro lugar, con otras preocupaciones y motivaciones. Ajena a un genocidio que hasta hoy, en el siglo XXI ha dejado secuelas en un pueblo aventajado a puertas de un nuevo siglo, pero actualmente con un retraso económico tal que nos ha tomado casi siglo y medio reconstruir la moral, conciencia y fuerza de un pueblo que nació con una identidad propia.

La reconstrucción del Paraguay.

En la post-guerra, el Paraguay quedo devastado, perdiendo tierras, las arcas del Estado vacías, las líneas de tren y conexiones de telégrafo inservibles y una población casi extinta, habiendo perdido en el periodo de seis años que duro la guerra, cerca del 70% de los hombres de toda la población.

El gobierno de post-guerra, articulado en primer momento bajo la dirección de las fuerzas brasileñas, posteriormente por la Argentina, se enfocó en “reconstruir” la economía del Paraguay. Se realizaron dos empréstitos al Banco de Londres, uno en 1871 y otro en

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1872, que más que beneficios, impusieron una carga pesada al país a causa del mal manejo de estos recursos.

Entre los años 1883 y 1885 se sancionaron tres leyes de ventas de tierras y yerbales públicos para oxigenar las finanzas estatales. De esta forma grandes extensiones de tierra pasaron a manos de capitales extranjeros, e incluso de una pequeña elite nacional cercana al poder. Esto ha permanecido así hasta nuestros días.

El Papa Argentino. Una reflexión sobre la reconciliación.

Todo este preámbulo histórico acerca de mi país, no es solo con el fin de relatar una revisión histórica, que ha abundado en las últimas décadas con autores paraguayos y rioplatenses acerca de lo ocurrido en tan injusto y trágico escenario contra un pueblo que no hizo más que nacer en el centro geográfico de otras dos potencias. Para quienes no hayan escuchado nunca acerca de esta “Guerra Grande”, “Guerra del Paraguay” o la “Guerra de la Triple Alianza”, necesito compartirla con ustedes quienes leen estas líneas, para que puedan comprender el auténtico y trascendental significado que tuvo para el pueblo paraguayo que el sumo pontífice de la religión mayoritariamente profesada en el Paraguay, sea actualmente un latinoamericano, pero además ¡un argentino!

El Papa Francisco, antes de ser nombrado Papa, como joven y posteriormente sacerdote había conocido en su caminar, personas e historias que lo acercaron a nuestro pasado y conoció más sobre el papel que tuvo la Argentina en estos oscuros capítulos de la América joven e independiente.

En sus propias palabras, habló de esta guerra de la siguiente forma:

“Latinoamérica tiene que rearmarse con formaciones de políticos que realmente den a Latinoamérica la fuerza de los pueblos. Para mí el ejemplo más grande es el de Paraguay de posguerra. Pierde la Guerra de la Triple Alianza y prácticamente el país queda en manos de las mujeres. Y la mujer paraguaya siente que tiene que levantar el país, defender la fe, defender su cultura y defender su lengua, y lo logró. La mujer paraguaya no es cipaya (figura literaria que refiere a aquel que vende la patria a la potencia extranjera que le pueda dar más beneficio) y defendió lo suyo. A costa de lo que fuera, pero lo defendió, y repobló el país. Para mí es la mujer más gloriosa de América. Ahí tiene un caso de una actitud que no se entregó. Hay heroicidad. En Buenos Aires hay un barrio, a la orilla del Río de la Plata, cuyas calles tienen nombres de mujeres patriotas, que lucharon por la independencia, lucharon por la patria. La mujer tiene más sentido. Quizá exagero. Bueno, si exagero que me corrijan. Pero tiene más sentido de defender la patria porque es madre. Es menos cipaya. Tiene menos peligro de caer en el cipayismo”. Entrevista del periódico español El País al Papa Francisco. 22/01/2017

Otra de sus experiencias que abrió las puertas al aprecio de los paraguayos al Papa Francisco, fue justamente con la comunidad de paraguayos más grande fuera del país. Más de la mitad de la población de la Villa 21, es paraguaya. Esta es una de las conocidas “villas miseria” que existen en la periferia de Buenos Aires, Argentina. La misión de los sacerdotes “villeros” como se los conocía, fue apoyada por el entonces Arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio. Incluso se recuerda con mucha emoción, en varias entrevistas a connacionales paraguayos residentes en la Villa 21, la ocasión en que el párroco había mandado buscar desde Asunción, una réplica de la Virgen de Caacupé. La misma llegó a Buenos Aires el 23 de agosto de 1997 y el obispo

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Jorge Bergoglio celebró una misa de bienvenida para ella y la comunidad paraguaya en la catedral de Buenos Aires, hasta donde los pobladores de la villa la fueron a buscar.

Estos breves relatos, no fueron difundidos masivamente sino hasta el día del nombramiento del Cardenal Bergoglio como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. La acogida de esta noticia y la emoción que despertó a los miembros de la comunidad paraguaya que tuvieron la oportunidad de conocerlo en su trabajo pastoral, hicieron eco en cada rincón del país. En mi experiencia personal y con mucha risa recuerdo, como en el momento de ser anunciado quien fue electo Papa, yo repetí el nombre y lo busqué en internet y resultó ser un cardenal argentino. A lo que mi papá expreso en voz alta (en tono de broma, pero también muy pero muy sorprendido como yo) “Ahora sí, ya nos fuimos, me voy de la Iglesia”. Al final, tanto mi familia como gran parte del país comenzó a conocer más acerca de este nuevo Papa y su cercanía a nuestro pueblo.

Estas expresiones espero puedan ser comprendidas en el contexto antes expuesto, no con un ánimo de ofensa sino con la dimensión de lo que significaba para mucho de nosotros el impacto de la noticia. Las heridas y consecuencias de una guerra injusta habían calado hondo en la historia de nuestro país y, por muy heroicas que podamos encontrar las acciones asumidas por las mujeres paraguayas en la post-guerra, no dejan de ser un peso que se ha pasado de generación en generación. Un sufrimiento, sostenido en la fe de un porvenir mejor. Una acción heroica que el hecho de que el Papa Francisco, lo haya recordado (en el pasado como obispo, como se ve en misas grabadas de sus homilías con la comunidad paraguaya) y reconocido ahora como cabeza de nuestra iglesia ha representado un bálsamo sanador para lo que significó una condena hasta nuestros días en retraso en desarrollo económico y social.

El Papa Francisco, más que nunca hoy en sus palabras y enseñanzas representa en su persona, una reflexión hacia la reconciliación y el perdón del pasado, con miras a un futuro unido por la caridad, la hermandad de los pueblos y la búsqueda de esa patria grande, ya no fundada en ideales liberales ni en visiones económicas que despersonalizaban a los individuos. Sino en una patria de hermanos, como podríamos incluso recordar a nuestros ancestros, aquella tierra sin mal donde poder convivir como hermanos ya no representa una utopía sino un destino común que podemos materializar.

Mercosur, ¿un fracaso o una tarea inconclusa?

El proceso de integración del Mercado Común del Sur representó una de las acciones más concretas por parte de las tres naciones que un día fueron enemigas, por reconciliar la historia y comenzar un proceso de integración que generara mejores y mayores posibilidades de desarrollo entre las tres naciones.

El Paraguay podríamos decir que se ha visto beneficiado parcialmente por este acuerdo, cuando en la realidad los impuestos a la exportación de productos paraguayos siguen pesando más que la inversión que requiere su comercialización. El hecho de ser mediterráneos nos ha generado una dependencia relativa en cuanto al tránsito de productos nacionales a mercados de la región o fuera del hemisferio sur. La integración portuaria fue uno de los primeros pasos que no se ha logrado unificar en la región. El transido libre por las aguas de ríos internacionales se ven a veces condicionadas a “pasos seguros” que, en ciertos puntos del trayecto de los países vecinos, siguen exigiendo un costo por su tránsito.

Un proceso de integración imperfecto, que responde, considero, a la falta de continuidad de la voluntad política en los tres países, de concretar esta integración regional más allá

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de sus intereses sectarios, partidarios o ideológicos. Este perjuicio de alguna forma desempolva historias pasadas en que particularmente el Paraguay ha sufrido de arbitrariedades que se consideran injustas.

La propiciación de un ambiente político internacional que genere una nueva hermandad entre las naciones, requiere de mucho más que discursos y acciones públicas que no terminan por concretarse. La aspiración por una patria grande no deja de ser posible si consideramos que las generaciones más jóvenes, tienen más acceso a la información, a una inter-culturización regional a través de la música, las artes, el deporte, la danza y la literatura que trascienden historias pasadas, generan una nueva cohesión que espero, a futuro pueda traducirse en una posible integración que con firme voluntad busque la unidad regional.

En la actualidad, quizá lo que nos corresponde a los jóvenes que nos encontramos cursando estudios universitarios, especializaciones, tengamos la gallardía de proponer un cambio en el debate nacional y regional sobre la unidad como hermanos, cuestionar la competencia en perjuicio del otro, la corrupción que estanca a todas nuestras sociedades. Sin renunciar a nuestra identidad, nuestra historia y cultura, abrazar la grandeza de esta cultura latinoamericana que se nos ha dado como herencia. Proponer una proximidad más humana y no solo económica entre nuestras naciones. Una integración cultural, autóctona, no con ideologías globalizantes, ni que reniegue de la riqueza de las distintas culturas de nuestras naciones. Proponer un proceso de integración nuevo. Esto en la academia, en los debates públicos, en el compartir con la familia. Un cambio a la cultura del encuentro que nos propone el Papa Francisco, podría ser la nueva visión que necesitamos integrar a los fallidos intentos de integración.

La cultura cala más hondo en los cambios sociales, la economía fluctúa si quienes toman las decisiones por el desarrollo de nuestros países, no miran a las personas como individuos sino como números de una cuenta que genera ingresos o pérdidas.