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EL MUNDO, SAN JUAN, 9, R. DOMINGO 10 DE JULIO DE 1938. LA ESTRELLA DE CINE Por OLGA ROSMANITH Martin, el chofer del famoso ac- tor Paul Barrié, regresó del estu- dio con la gran "limousine" antes de las nueve. Una ver detenido ei coche ante la bella casa de Upo esparte!, avanzó por el blanco "hall" hacia el patio trasero, donde la esposa riel artista, Gipsy Barrié, l»la los periódicos mientras toma- ba el desayuno. Martin le entrego una carta mientras le decía: - Mr. Barrié lt «nvla esta nota, señora. La joven a quien se refie- re está esperando en el auto. Tam- bién he traído otra aaca de corres- pondencia. Sin leer la carta, la señora Ba- rrié expresó a su chofer: —Haga que pase esa Joven. Y traiga tam- bién la correspondencia. t'na vez que se fué su sirviente. la esposa de la estrella de cine le- la carta de su marido, que de- cía: "Queridísima: Aunque Bert Green dice que pue- de mantener el asunto fuera de los periódicos, te ruego que seas quien trates de resolverlo a tu manera. Esta muchacha ha esta- do esperando mi llegada, fuera del estudio, desde las cinco de la ma- ñana. Es la Jane Briand que me escribió todas aquellas cartas lo- cas desde Sioux Falls. Ahora se hace llamar Myrtle Montgomery, que es un nombre mes propio de Hollywood. No te quiero ocultar que le tengo miedo porque le he visto el suicidio en los ojos. Pro- cura convencerla de que debe re- gresar a su casa. Yo que no te faltarán recursos. Con amor de. Paul". La muchacha, que un momento después estaba en el patio con la esposa de Barrié, era de una be- lleza deslumbradora, aunque no es- taba bien vestida. Era alta, de pe- lo castaño y blancura de nieve, y no le dio la impresión a Gipsy de que quisiera matarse. Probable- mente no pasaba de ser otra de las innumerables muchachas que que- rían entrar en el cine a fuerza de desparpajo. Con toda afectuosidad le dijo: —Acerqúese, Misa Montgomery. Luego, dirigiéndose al chofer: —Ponga la saca de coresponden- cia ahí, Martin. La muchacha permanecía ante ella en actitud no por embarazada, menos desafiadora. La mujer del actor más romántico desde Valen- tino, le dijo gentilmente: —Siéntese, Joven. Luce cansada. ¿Se ha desayunado ya? —No. Quiero decir, que no quie- ro. Muchas gracias. —No sea boba. Desayúnese con- migo. Cogió una campanilla y la tocó, e Inmediatamente apareció una cabeza en la ventana. —Traiga más café con leche. Li- la le dijo a la sirvienta. —Y má* tostadas y frutas también. Mientras la muchacha devora- ba el desayuno, Gipsy Barrié. di- plomáticamente, siguió leyendo. Sólo cuando hubo terminado, se di- rigió de nuevo a ella: —Dígame ahora, querida: ¿qué es lo que desea usted de mi mari- do? He leído sus cartas. Acaso la pueda ayudar... El rostro de la chica se tornó de púrpura mientras expresaba: —A todas mis cartas les puse la marca de privadas... —Si. Exactamente como hacen todas. Pero es que mi marido no podría atender por si mismo a esa corespondencla ni aunque trabaja- ra las veinticuatro horas de cada día... Mlsi Montgomery miró a su al- rededor, como si buscara un rugar de escapada. Al fin dijo: —No he debido venir aquí. No me dló tiempo a pensar cuando me propuso que viniera. Estoy lo- ra, eso es todo. Y no me importa que todo el mundo, usted misma, sepa que lo amo... - Muy bien, muchacha. Pero no t»ne que continuar loca. Lo que tiene que hacer es olvidar ese amor insensato y seguirlo admirando por su trabajo en los "films". Le dará un retrato especialmente dedicado, y usted le dirá adiós y volverá a su casa. A Miss Montgomery parecía mo- lestarle la indiferencia con que la esposa de Barrié hablaba de la atracción que el artista ejercía so- bre otras mujeres. Y de pronto afirmó: —De ninguna manera. ;No me Iré! Ahora <jue he logrado venir a Hollywood no retornaré como una tonta... —Pero, ¿qué puede hacer. Miss Montgomery? No debe malinter- pretar mi hospitalidad. Estoy siem- pre dispuesta a recibir a las mu- chachas que -*e sienten enamora- das de mi marido, pero la primera visita es también la última. La muchacha volvió a mirar a su alrededor, pero sin decidirse a tratar de abandonar la casa, que eitaba bastante apartada de todas las lineas de guaguas. Hada un sol de fuego, y la chica se sentía cansada y no tenia ganas de ca- minar. Por último contestó a au interlocutora: —No me puedo ir de Hollywood, porque tengo mucho que hacer aquí. Me propongo entrar en el ci- ne... El rostro de la señora de Barrié se iluminó con una sonrisa. Era una mujer pequeña, trigueña, boni- ta, que ya debia estar muy cerca de la treintena. Le preguntó a Miss Montgomery: —¿Es que tiene algún contrato? —No. Todavía no. Pero tengo ciento sesenta y siete dólares y con de diez años un hogar, ni en que es un marido modelo y el padre de dos hijos? Usted se ha enamorado de él, lo quiere, según dice, y en eso no hace más que repetir las palabras de esas otras muchachas cuyas cartas recibe por centenares. Pero usted ha Ido más lejos que las otras: se ha trasladado a Ho- llywood y lo ha querido enamo- rar, perseguir, sin importarle las consecuencias de su acto. ¿Cree usted que yo le guardo rencor por hacerla más famosa que Greta Garbo... —¿Hará usted eso? preguntó ansiosamente la muchacha con los lindos, negros ojos iluminados por la ilusión. —¿Me recomendará al magnate de las películas? —SI, lo haré, pero ante la quie- ro poner en guardia. A todas las muchachas bonitas e inexperta» que llegan a Hollywood encandila- das, como las mariposas, por los fulgores del cinematógrafo, la ma- —Yo procuro mantenerme lim- pia, aunque a veces me salpique el fango. Y si me resigno a todos los sacrificios, no lo hago por mi por mi nunca lo haría sino por mi marido, que entre paréntesis se retirará del cine al final de es- te año. Entonces nos Iremos a vivir muy lejos de aqui, y no volveremos ¿Está nervioso? ¿Fatigador A Lo que Ud. necesita -^w torrar NER-VITA r* no iy tintura . JUL M uno brillantina del dómente perfumada que se crplij ea con las manos. No ^o^hcn ni perjudica a la salud. CuareiH ta años de éxito contra las caj nos. De venta: Farmacias y PtH fumerías. Precio: $1.50 ««tuche Representantes: Glex. Padin CoJ ese dinero podré vivir hasta que lo consiga... La señora Barrié volvió a son- reír, esta vez con una sonrisa más amplia. —Es que para conseguir un con- trato hace falta tener experien- cia, personalidad, talento... La llegada de una Joven muy ele- gante Interrumpió el diálogo. La señora Barrié la presentó diciendo: —Miss Greely, mi secretaria. Miss Montgomery. que está pasando el día con nosotros... Determinaron que trabajarían allí, y la señora de Barrié le pre- guntó a la admiradora au es- poso si quería ayudarlas. —Con mucho gusto, contestó la muchacha, que comenzaba a sen- tirse mejor. Miss Greely se ausentó y volvió al poco rato con virios cestos metálicos para papelea,. Ca- da UQO tenia una etiqueta y todos los colocó sobre la mesa, en fila. Luego abrió la saca de correspon- dencia y comenzó a colocar, tam- bién sobre la mesa, montones de cartas. —El trabajo consiste habló Gipsy dirigiéndose a Miss Mont- gomery en abrir las cartas, leerlas e irlas clasificándolas y co- locándolas en los cestos. Las peti- ciones de fotografías, aqui; las criticas sobre actuación, aquí, que son las que mi marido guata de leer; las cartas de amor, aqui; las peticiones de dinero aqui, y asi sucesivamente... De cuando en cuando, la esposa del artista miraba a Miss Mont- gomery, cuyo rostro denotaba la Impresión que le causaba la lectu- ra de aquellas cartas en que otras muchachas le escribían a au ma- rido epístolas idénticas a las su- yas. Los cestos se iban llenando rápidamente y al fin Gipsy se au- sentó contestando a una llamada de teléfono. Cuando retornó, le pareció que Miss Montgomery estaba cansada y triste por la lectura de aquellas cartas que le expresaban bien a las claras la futilidad de su propó- sito. A la esposa del nuevo Valen- tino le dio lástima el aspecto de la muchacha, y por ello le habló afec- tuosamente, al siguiente tenor: —Vale más que deje el trabajo y duerma un rato. Es usted mi huésped durante todo el día y de- seo que mis invitados de esta tarde la encuentren descansada. Quiero que admiren su belleza en todo su esplendor. Venga conmigo, que la voy a llevar a su cuarto... La condujo ella misma a una habitación lindamente amueblada y decorada, y después de propor- cionarle todos aquellos artículos que pudiera necesitar, la dejó sola, no sin antes recomendarle que dur- miera a pierna suelta, todo lo que quisiera. —Nadie vendrá a molestarla le aseguró. —Yo acudiré a desper- tarla á la hora del almuerzo. Después que hubieron almorzado, cuando Miss Montgomery se sentía descansada, tranquila y optimista, esposa del hombre de quien es- taba enamorada le habló de esta manera: —A sus años, todas las cosas, aún las más absurdas, nos parecen posibles y hacederas. Analicemos su caso. Usted debia sentirse feliz en la población donde reside con sus padres que la quieren y en don- dé, dada su belleza, sin duda se puede casar con un joven de por- venir, Incluso con un hombre rico, guapo, inteligente. Pero un dia vi- no en la pantalla de un cine de moda, la figura de mi marido, y se creyó enamorada de él. ¿Por qué? Justamente porque es guapo, y porque actúa siempre en héroe y les dice a las heroínas de sus pe- lículas unas cuantas frases boni- tas que otros han preparado para él. ¡Horror! ¿No se ha detenido usted a pensar en que ese hombre tiene constituido, desde hace cerca ello? Nada de eso. En el fondo me agrada que el hombre que quiero y de cuyo cariño estoy también convencida, Inspire tales pasiones, lleve a las mujeres a tales locu- ras. Pero en su caso no veo nada más que su candidez y su inexpe- riencia. Está usted expuesta aqui a. todos los peligros, y la quiero salvar de todos modos. Miss Montgomery no hablaba. Las últimas palabras de la señora de Barrié, parecían haberla con- movido. La esposa del astro con- tinuó: —También quiere usted ser artis- ta de cine. ¿Lo ha pensado bien? ¿Usted se da cuenta de todo lo que tiene que sacrificar para seguir esa carrera? ¿Advierte todos los peligros que la amenazan, peligros que alcanzan desde su vida hasta su felicidad? Usted, seguramente, querrá ser madre algún dia. To- das las mujeres, en una época u otra, sentimos la llamada de la maternidad. Pues bien, no sabe us- ted las angustias que pasamos las madres de los hijos de artistas de cine. Esta mañana, cuando la abandoné durante el trabajo de las cartas, corrí desolada a buscar a mi pequeño Johnny, que en una de las que habla leído se amenaza- ba con un secuestro. ¡Usted no sa- be les dolores que nos proporciona la popularidad de Paul! —Pero hay todavía más. Mucho más. Esta tarde va usted a asistir al "cocktail party" que tendremos en casa. Mi marido no podrá acu- dir, porque esta mañana ha salido para el desierto, donde tiene que filmar varias escenas de la pelícu- la que está haciendo, y esta noche dormirá allá. Pero usted va a cono- cer la clase de gente que una ar- tista de cine tiene que halagar, que festejar, como parte del pre- cio que exige la gloria. Usted va a ver el concepto que les merece el honor, la lealtad, la hidalguía... —Pero yo no podré asistir. No tengo más traje que el que tengo puesto. No me puedo presentar con él... —No se preocupe por eso. Yo misma la arreglaré y la pondré co- mo una reina. Ya verá como ios hombres la van a halagar, a per- seguir. Vendrán críticos, periodis- tas, artistas. Y vendrá también Samuel Parker, uno de los produc- tores más conspicuos de Hollywood, que en seguida le va a prometer VENDO 1900 metros solar, calle Villa- rán, esquina Cañáis, con al- cantarillado. LEMUEL MARXUACH Tel. 19li Seat Loize Núzn. a yorla de los productores les ofre- cen convertirlas en Greta Gar- bo... siempre que, se presten a ser complacientes. Sus apetitos son desmedidos y sus orgias nausea- bundas. Y no habrá que decir que Inmediatamente se olvidan de sus promesas, entre otras razones por- que para ser Greta Garbo hace fal- ta tener todo el temperamento y toda la sabiduría de que hace gala la gran actriz escandinava... —Señora, hace usted una pintura muy lóbrega del ambiente en que se desenvuelve su marido y en que usted misma vive... , a colocarnos en toda nuestra vida 'ante una cámara fotográfica... Las palabras pesimistas de Gipsy Barrié no lograron extirpar de Myr- tle Montgomery, la ilusión de co- nocer a Samuel Parker, el produc- tor que la podía convertir en una estrella de cine.. La esposa del Va- lentino moderno la atavió regia- t SE SIENTE DÉBIL T LO QUE UD. NECESITA ES TOMAR Ner-Vita m m LIBROGRATIS u O une Dinetio EN LA INGENIERÍA MECÁNICA YMasP^áPl li Cirnn dt Mayor Pirvmir EN MANO Ef TA «1 que puede usted ocupar los magníficos puestos que ee ofrecen al Experto en TUERZA MOTRIZ en aus aplicaciones modemai a la Transpor- tación, Agricultura Aviación, Minería Obras Públicas. Marina etc. ESTUDIE EN SU CASA el afamado mé- todo por correspondencia Rotenkranz y asegure su independencia económica rápidamente. Sólo necesita saber leer y escribir español y dedicar una hora diaria para hacerse de una profesión interesante y lucrativa. püiríí iMANDI ESTE CUPÓN HOY MISMO! M. J. A. tOSINKRANZ, Presidente. NATIONAL SCHOOLS 4ooo JO. SIOUE»OA ST, Dcpto. 70.BL LOS ANetLIS CALIP.. E.U.A. MMMíMM M libro GRATIS con datos púa eaaar dlnaro I N0S&BM_ OlMedoa _ Pobladáo _ hev.oEda. Edad mente, la sometió a procesos de embellecimiento que a la provin- ciana le eran completamente des- conocidos, y a la hora del "party" se presentó en el salón hermosa, bella y feliz. La señora de Barrié la esperaba sentada y la recibió con entusias- mo. —Todavía no ha llegado Par- ker, le dijo pero muy pronto estará aquí. Todos los huéspedes parecían encantados ante la belleza de la muchacha, que hacia resaltar toda- vía más aquel traje de noche de amplio escote, desnudo por la es- palda. E inmediatamente alrededor de ella se formó el coro de los pre- tendientes, que querían bailar con ella e Invitarla al jardín. Ella se excusaba mirando continuamente hacia la puerta, por donde debia aparecer el caballero encantado que la condujera de la mano hada la gloria y la fortuna. Al fin llegó Parker y la señora de Barrié hizo las presentaciones. —Quiere ser actriz de cine, le dijo al magnate y he pensado que nadie mejor que usted la pue- de orientar por ese camino... Samuel Parker era un hombre de mediana edad, a quien los anos y los vicios hablan dado un aire enfermizo que se hacia notar a primera vista. Su pelo, ralo e hir- suto, y su nariz aguilena, hacían recordar al halcón, siempre dis- puesto a devorar palomas. —Un verdadero hallazgo dijo Inmediatamente. —Ahora si que puedo afirmar que he encontrado la heroína de mi próxima cinta. ¿Quiere que hablemos de ello, se- ñorita?... —Montgomery repitió la se- ñora Barrié. —Un nombre que le viene muy bien... Myrtle se cogió a su brazo, y juntos se fueron al jardín, donde podian estar solos. La muchacha pudo notar el vaho de alcohol que salla de la boca de su nuevo ami- go, y las admoniciones de Gipsy vi- nieron en tropel a su recuerdo...-! Pero el hombre le hablaba entu- siasmado de que ella era el tipo de heroína que necesitaba para la nue- va película, una superproducción en la que iba a invertir un millón de dólares, y la magia de aquellas palabras fué tan poderosa que Miss Montgomery se vio asistiendo al preestreno de la cinta, y siendo aclamada por el mundo como la primera actriz de la época. De ma- nera que cuando Parker le Insinuó que debían abandonar inmediata- mente la casa para formalizar el contrato, en vez de sentir reparos se consideró la más feliz de las mujeres... —Quiere firmarme en seguida le dijo a la señora Barrié en des- pedida. —Mañana volveré por aquí a devolverle sus cosas. A usted se lo deberé todo... La esposa de Paul Barrié no supo qué contestar... Al dia siguiente, el correo de la tarde le trajo a la señora Barrié un paquete y una carta. La remi- tente era Myrtle Montgomery, que registraba su residencia en el me- jor hotel de la localidad. El pa- quete contenía el traje que la mu- chacha habla usado la noche ante- rior, pero en su parte superior te- nia prendido un magnifico pasa- dor de brillantes. Con la sorpresa que es de Imaginar, la señora Ba- rrié leyó la cirta que decía: "Mil gracias, señora, por haber- me dado la oportunidad de cono- cer a Samuel Parker, el magnate de las películas. Hacia dos años que buscaba la ocasión de poner- me al habla con él. y no lo habla podido conseguir debido a la ene- mistad de uno de los hombres que están a su alrededor. Porque yo no soy la muchacha inexperta y can- dida que usted creyó ver en mi, sino una corista de un teatro de Nueva York que estaba decidida a ser estrella de cine, y que al fin ha logrado su objetivo. Anoche, cuando Parker se hallaba borra- cho de caricias y de alcohol, me firmó un contrato por tres años que me garantiza la filmación de dos películas cada año en calidad de estrella. El sueldo que me ha asignado y que ya he empezado a devengar, me permite hacerle ese obsequio que le envío y que le rue- go acepte en prueba de mi reco- nocimiento. En cuanto a su mari- do, nada tiene que temer por él. ¡Le Juro que no as mi tipo! Myrtle. La carta, escrita a máquina, no llevaba firma. Y a Gipsy todo ello le causó tal gracia, que todvla se estaba riendo cuando regresó su marido... Renueve tu Belleza Con Cera Mercolizada Renovador del Cutis Ninguna mujer debe lamentarse ai su cutis no es bello y suave cuande .«« t*n fácil para ella el conseguirlo con la Cera Mercolizada. Esta excelente crema—Crema completa—tipifica el tratamiento mía apropiado para el embellecimiento del cutía. Palmees» el rostro vigorosamente con Cern. Mercolizada. as! como el cuatlo y brazos antes de acostarse. 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  • EL MUNDO, SAN JUAN, 9, R. DOMINGO 10 DE JULIO DE 1938.

    LA ESTRELLA DE CINE Por OLGA ROSMANITH Martin, el chofer del famoso ac-

    tor Paul Barri, regres del estu- dio con la gran "limousine" antes de las nueve. Una ver detenido ei coche ante la bella casa de Upo esparte!, avanz por el blanco "hall" hacia el patio trasero, donde la esposa riel artista, Gipsy Barri, lla los peridicos mientras toma- ba el desayuno. Martin le entrego una carta mientras le deca:

    - Mr. Barri lt nvla esta nota, seora. La joven a quien se refie- re est esperando en el auto. Tam- bin he trado otra aaca de corres- pondencia.

    Sin leer la carta, la seora Ba- rri expres a su chofer: Haga que pase esa Joven. Y traiga tam- bin la correspondencia.

    t'na vez que se fu su sirviente. la esposa de la estrella de cine le- y la carta de su marido, que de- ca:

    "Queridsima: Aunque Bert Green dice que pue-

    de mantener el asunto fuera de los peridicos, te ruego que seas t quien trates de resolverlo a tu manera. Esta muchacha ha esta- do esperando mi llegada, fuera del estudio, desde las cinco de la ma- ana. Es la Jane Briand que me escribi todas aquellas cartas lo- cas desde Sioux Falls. Ahora se hace llamar Myrtle Montgomery, que es un nombre mes propio de Hollywood. No te quiero ocultar que le tengo miedo porque le he visto el suicidio en los ojos. Pro- cura convencerla de que debe re- gresar a su casa. Yo s que no te faltarn recursos.

    Con amor de. Paul".

    La muchacha, que un momento despus estaba en el patio con la esposa de Barri, era de una be- lleza deslumbradora, aunque no es- taba bien vestida. Era alta, de pe- lo castao y blancura de nieve, y no le dio la impresin a Gipsy de que quisiera matarse. Probable- mente no pasaba de ser otra de las innumerables muchachas que que- ran entrar en el cine a fuerza de desparpajo. Con toda afectuosidad le dijo:

    Acerqese, Misa Montgomery. Luego, dirigindose al chofer:

    Ponga la saca de coresponden- cia ah, Martin.

    La muchacha permaneca ante ella en actitud no por embarazada, menos desafiadora. La mujer del actor ms romntico desde Valen- tino, le dijo gentilmente:

    Sintese, Joven. Luce cansada. Se ha desayunado ya?

    No. Quiero decir, que no quie- ro. Muchas gracias.

    No sea boba. Desaynese con- migo. Cogi una campanilla y la toc, e Inmediatamente apareci una cabeza en la ventana.

    Traiga ms caf con leche. Li- la le dijo a la sirvienta. Y m* tostadas y frutas tambin.

    Mientras la muchacha devora- ba el desayuno, Gipsy Barri. di- plomticamente, sigui leyendo. Slo cuando hubo terminado, se di- rigi de nuevo a ella:

    Dgame ahora, querida: qu es lo que desea usted de mi mari- do? He ledo sus cartas. Acaso la pueda ayudar...

    El rostro de la chica se torn de prpura mientras expresaba:

    A todas mis cartas les puse la marca de privadas...

    Si. Exactamente como hacen todas. Pero es que mi marido no podra atender por si mismo a esa corespondencla ni aunque trabaja- ra las veinticuatro horas de cada da...

    Mlsi Montgomery mir a su al- rededor, como si buscara un rugar de escapada. Al fin dijo:

    No he debido venir aqu. No me dl tiempo a pensar cuando me propuso que viniera. Estoy lo- ra, eso es todo. Y no me importa que todo el mundo, usted misma, sepa que lo amo...

    - Muy bien, muchacha. Pero no tne que continuar loca. Lo que tiene que hacer es olvidar ese amor insensato y seguirlo admirando por su trabajo en los "films". Le dar un retrato especialmente dedicado, y usted le dir adis y volver a su casa.

    A Miss Montgomery pareca mo- lestarle la indiferencia con que la esposa de Barri hablaba de la atraccin que el artista ejerca so- bre otras mujeres. Y de pronto afirm:

    De ninguna manera. ;No me Ir! Ahora