no intervención, autodeterminación y naciones unidas
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No intervención, autodeterminación y Naciones UnidasAuthor(s): Manuel TelloSource: Foro Internacional, Vol. 2, No. 3 (7) (Jan. - Mar., 1962), pp. 346-350Published by: El Colegio De MexicoStable URL: http://www.jstor.org/stable/27737004 .
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NO INTERVENCI?N, AUTODETERMINACI?N Y
NACIONES UNIDAS* Manuel Tello Canciller de M?xico
Juzgo que se me presenta una obligaci?n que, en conciencia,
no debo eludir: la de reiterar la adhesi?n del Gobierno de M?xico a las Naciones Unidas en los momentos precisos en
que atraviesa por una de las crisis m?s serias de su breve his
toria.
Ning?n servicio le prestar?amos si trat?ramos de encu
brir la verdad con frases de esteriotipado elogio, ya que es al
conjunto de los Estados, a la conducta internacional de cada uno de ellos a quienes debemos atribuir los ?xitos y los fraca sos de nuestra organizaci?n.
Constituida en 1945 para "preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra", ha sido impotente para cumplir la m?s alta de sus misiones. Y el hecho de que los conflictos armados que ha habido desde entonces no hayan alcanzado proporciones mundiales no constituye un atenuan
te, pues fue precisamente esa clase de conflictos los que cre?a mos poder sofocar r?pidamente.
Claro est? que quienes suscribimos en San Francisco la Car ta de la ONU nunca pensamos que sus miembros responde r?an en todos los casos como movidos por el resorte de la fraternidad. Sab?amos que, inevitablemente, se suscitar?an
controversias entre ellos y que nos enfrentar?amos a situacio
nes susceptibles de poner en peligro la paz; pero al mismo
tiempo confi?bamos ?ten?amos necesidad de confiar? en que
* Con un ligero cambio en la salutaci?n ?que hace resaltar a?n m?s
los perdurables conceptos que contiene? Foro Internacional desea repro ducir el discurso pronunciado por el ministro mexicano de Relaciones
en ocasi?n del Aniversario de las Naciones Unidas.
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los procedimientos estatuidos en pro de la seguridad colectiva
y el sentido de responsabilidad de las grandes potencias ac
tuar?an con eficacia, y que el veto, o sea el recurso que paraliza al Consejo, no ser?a empleado sino en ?ltimo extremo.
Infortunadamente nuestras esperanzas tuvieron corta du
raci?n. Poco tiempo bast? para que se regresara a la pol?tica del equilibrio de fuerzas que, en s? misma, constituye una
negaci?n del principio de la seguridad colectiva, al que todos los Estados ?grandes y peque?os? deber?an contribuir po niendo a la disposici?n del Consejo de Seguridad las fuerzas armadas que fueran necesarias para mantener la paz. Esta
disposici?n de la Carta la ignoramos lisa y llanamente y la
Organizaci?n qued?, por decirlo as?, debilitada de antemano. Casi simult?neamente empez? a desarrollarse ese proceso ca
racter?stico de la situaci?n actual que conocemos con un nom bre nuevo, la guerra fr?a. Se trata, en realidad, de un viejo fen?meno no por conocido menos peligroso. Antes de 1940 le llam?bamos "guerra de nervios". ?Acaso es necesario recor
dar que termin? en una de las peores cat?strofes que ha co nocido la humanidad?
No es de extra?ar que, en las circunstancias hasta aqu? descritas, empiecen cautelosamente a abrirse paso ciertas ten
dencias que, de cristalizar, implicar?an la desintegraci?n de las Naciones Unidas en su parte medular. Incluyo en estas ten
dencias las que tratan de convertir a la Organizaci?n en ape nas algo m?s que una academia deliberante; las que hablan de sustituirla por instituciones compuestas exclusivamente por
pa?ses de id?nticas estructuras pol?tico-sociales; y, ya m?s cer ca de la actualidad, las que tienden a dislocar la unidad del
Secretariado, a cuyo frente luch? por la paz y la justicia la noble figura de Dag Hammarskj?ld, a quien tributo el home
naje a que es acreedor.
Quienes creemos que la vida de relaci?n colectiva de los Estados s?lo puede desarrollarse de manera arm?nica y cons tructiva mediante la vigilancia de un ?rgano ?las Naciones
Unidas? que la mantenga dentro de las normas perfectibles del Derecho y conforme a los prop?sitos y principios de la
Carta, no podemos menos que rechazar esas tendencias.
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La gravedad de la hora nos se?ala a todos por igual una
obligaci?n impostergable: fortalecer las Naciones Unidas. In sistir ?y apoyar cada quien su insistencia con su propia conducta? en la adopci?n de medidas que atemperen la
guerra fr?a y conduzcan a la observancia y cumplimiento de la Carta.
Permitidme que ampl?e mi pensamiento con un ejemplo. La Carta consagra el principio de la no intervenci?n en los
asuntos que pertenecen a la jurisdicci?n interna de los Esta
dos. La violaci?n de este principio es fuente de fricciones y factor coadyuvante en la guerra fr?a. ?Acaso no convendr?a
?sobre la base del inter?s com?n? que la Asamblea General
precisara este concepto? Para ello bastar?a con reiterar la nor
ma de que un Gobierno no puede, ni directa ni indirecta
mente, estimular o propiciar la ejecuci?n en el territorio de otro pa?s, de cualesquier acto que el Gobierno de este ?ltimo
calificara de intervenci?n. En caso de duda, prevalecer?a la
opini?n del Gobierno afectado, hasta que la Asamblea Gene ral resolviera la controversia.
El principio de no intervenci?n, as? fortalecido, no actua r?a ?como algunos pudieran aducir? en detrimento de las relaciones entre los pueblos. El Presidente de la Rep?blica, don Adolfo L?pez Mateos, en su mensaje del i? de septiem bre ?ltimo, dijo que no se trata de que "las naciones se con
viertan en islotes ajenos a la realidad del mundo en que vivimos". Por el contrario, una vez que estas relaciones se
basaran en el respeto y la lealtad se ir?an haciendo cada vez m?s frecuentes y fruct?feras.
La cuesti?n del desarme es acaso la ?nica de la que se
puede decir, con todo rigor, que la paz depende de su acertada
soluci?n. El 14 de octubre de 1959, nuestro Primer Magis trado hac?a notar, ante la Asamblea General, que "constituye
un problema de tanta trascendencia que nadie podr?a renun
ciar a considerarlo... ni nadie deber?a dejarse ganar por la
desilusi?n, por la inercia o por la apat?a". Mientras se recorre el largo camino del desarme que, como
todos sabemos, est? erizado de dificultades, la Asamblea Ge
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neral deber?a ejercer su influencia para que los experimentos con bombas nucleares sean
suspendidos sin tardanza.
Otro problema que confrontan las Naciones Unidas es el de las colonias. M?xico ha sido y es ferviente partidario de
que se liquide definitivamente el sistema colonial; pero la
liquidaci?n de una colonia debe tener un objetivo claro y preciso: el bienestar de los habitantes que la integran me
diante el ejercicio de sus derechos soberanos. Ser?a contradic torio que cada colonia que se libere caiga en la anarqu?a o
bajo el dominio de un Estado poderoso o se convierta en un
pe?n ?blanco o negro? en la ominosa partida de ajedrez de la guerra fr?a. No basta liberar a los pueblos dependien tes, es preciso ayudarlos en lo pol?tico, en lo econ?mico y en
lo social. Diversas soluciones se ofrecen a nuestra considera
ci?n, pero no es el momento ni el lugar para analizarlas.
Finalmente, existe otro punto cr?tico en los actuales mo
mentos ?el de Berl?n?, al cual las Naciones Unidas no pue den permanecer indiferentes. Independientemente de sus an tecedentes jur?dicos, basta con que la presente situaci?n
ponga en peligro la paz y la seguridad internacionales, para que la Asamblea, en uso de las facultades que le confiere la
Carta, haga o?r su voz y, en cumplimiento del principio de
autodeterminaci?n, oiga la voz del pueblo alem?n. M?xico se ha se?alado en las Naciones Unidas como un
pa?s que desea fervientemente la paz; pero precisamente por esto, porque anhelamos la paz, porque propiciamos el impe rio del derecho y de la justicia, porque creemos en la necesi dad de la cooperaci?n entre los Estados, quiero ahora, en mi condici?n de Secretario de Relaciones Exteriores, reiterar nues tra fe en la Organizaci?n de las NacionesUnidas y hacer un
llamamiento a todos para que le prestemos, cada quien en su radio de acci?n, el apoyo y los medios necesarios para llevar a buen t?rmino su dif?cil cometido.
Tengamos presentes sus magn?ficas realizaciones en el te
rreno t?cnico. No olvidemos sus numerosos aciertos y, sobre
todo, no permitamos que el desaliento empa?e nuestro op timismo.
Busquemos, en las inevitables controversias, las f?rmulas
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que unen, no las diatribas que dividen. Tratemos de elimi nar las posturas demag?gicas. Cuando necesitemos actuar con
firmeza, hag?moslo tambi?n con serenidad. No usemos en nuestras exposiciones frases o palabras que ser?an inaceptables aun en las relaciones personales. Recordemos que, para cada
ocasi?n, existe siempre el lenguaje cuidadoso, la constructiva
paciencia. M?xico ha procurado
actuar de esta manera en los organis mos internacionales y as? seguir? haci?ndolo porque ?como
dijo uno de sus grandes poetas? tiene la virtud de ser "siem
pre igual, fiel a su espejo diario". Independiente en su crite
rio, respetuoso de la opini?n ajena, generoso y cordial, e ins
pirado en el noble prop?sito de contribuir al bienestar huma
no, M?xico continuar? luchando porque las generaciones venideras se vean libres del flagelo de la guerra.
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