mujer chaman

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Ly"" V. Andrews vive en el sur de California, donde se ha dedicado al cine y a colec - cionar obras de arte . Ahora consagra su tiempo a escri- bir, dar conferencias y a se- guir la instrucción de la mujer chamán de "trasmitir el mlln- do del espíritu a tu gente y dar a los demás lo que has aprendido ". Ha escrito tres libr os más sobre el tema ..

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Mujer chamán es el relato autobiográfico de una mujer que busca su identidad en una culturaindí gena americana. Lo. que comienza como una búsqueda de un simple objeto artesanal se convierte en un viaje azaroso a través de la provincia de Manltoba, Canadá, donde hechos inexplicables y encuentros peligrosos ponen a prueba la fortaleza de espíritu de la autora. Un encuentro fortuito la conduce a una curandera India, Agnes Alce Veloz, "heyoka" o chamán, cuya profunda sabidurfa cambia su vida. Este es un notable libro de autodescubrlmiento a la mejor manera de Carlos Castaneda. Un verdadero thriIIer espiritual.

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Page 1: Mujer Chaman

Ly"" V. Andrews vive en el sur de California, donde se ha dedicado al cine y a colec­cionar obras de arte . Ahora consagra su tiempo a escri­bir, dar conferencias y a se­guir la instrucción de la mujer chamán de "trasmitir el mlln­do del espíritu a tu gente y dar a los demás lo que has aprendido". Ha escrito tres libros más sobre el tema . .

Page 2: Mujer Chaman

LYNN V. 'ANDREWS

MUJER cHAMÁN

I . EMECÉ EDITORES

Page 3: Mujer Chaman

Diseño de tapa: Eduardo Ruiz

Titulo original: Medicine Woman

Copyright © 1981 by Lynn V. Andrews

© Emecé Editores, S.A, 1990 Alsina 2062 - Buenos Aires, Argentina

Primera edición en offset: 3.000 ejemplares.

Impreso en Compañia Impresora Argentina S.A., Alsina 2041149, Buenos Aires, abril de 1990.

IMPRESO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.

I.S.B.N.: 950-04-0954-2 23.391

I1

Este libro está dedicado a David Carson. el verdadero invisible

Page 4: Mujer Chaman

j' .............. . '. ,.

Agradeci~ientos

Estoy profundamente agradecida a D. H. Latimcr, el lobo-guía de muchos escritores. Mj gratitud y respeto h<ida mi editor, Clayton Carlson, habla por sí mismo. Y para Rosalyn Bruyere, una verdadera hennana que conoce su sombra, mj agra­decimiento.

Mis gracias más efusivas para mis amables maestras de medicina, sin las cuales este libro no podría haber sido escrito jamás.

Page 5: Mujer Chaman

No hay hechiceros sin hechiceras. Un hechicero recibe su poder de una mujer, y siempre ha sido asl. Un hechicero ocupa e/lugar de un perro. Es meramente un instrumento de la mujer. Ya no parece ser así, pero lo es.

Agnes Alce Veloz

Una luna amarilla se había elevado sobre las colinas a la distancia. El cielo era inmenso y hermoso y en alguna parte aullaban los coyotes.

Yo estaba sentada frente a un fuego al aire libre con una india anciana. Su rostro estaba arrugado como el de una pasa. Tenía pómulos altos y largas trenzas que le llegaban abajo de los hombros. Llevaba un collar de cuentas curativas sobre una camisa de cuadros verdes.

-Tu vida es una senda -dijo con un fuerte acento difícil de comprender al principio-o Consciente o inconscien­temente, has ido en busca de una visión. Es bueno tener una visión, un sueño .

. Había algo apremiante en ella. Su personalidad parecía cambiar de un momento a otro. Aunque tenía dificultad para expresar en inglés los pensanlientos más simples, era tan eru­dita como cualquiera que yo hubiera conocido. Y poseía una gran dignidad.

"La mujer es la esencia -continuó-. La madre tierra

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Page 6: Mujer Chaman

pcttencce a la lllujer. no al hombre. Ella lleva el vacío. Esas fueron las palabras de una curandera hevoka antcs

dc que yo me conVit1iera en su aprendiz. Yo estaba destinada a acompañarla en su senda durante siete ai'los. Este libro es la historia de mi viaje a su extraño y hermoso reino ... una cele­bración del podcr de la mujer ... tal como ella me lo reveló.

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ESTOy caminando en alguna parre de lo lejO/IO. l.a pradera eSTá cubierra de nWTorrales de anemisa ralos y cedros dispersos. Pienso en un \'al/e solitario en un cráter de la IlIlla. Encuelllro una l'islOsa I'itrina en medio de este silencio \'asto y extraM. Su anesanía es notable. Puedo \'er a través de las puerros traslúcidas. A la izquierda, detrás del vidrio, el rostro de una mujer está mirándome . .. el rostro de una anciana india americana. A la derecha I'eo 1411

cuen:o azul y negro. lA escena me recuerda un cuadro de Magrille. La cabeza de la mujer comienza a \'Olverse COIl brusquedad

de Ul! lado a otro . .. ríllnicamellle, como el péndulo de UI! me­Trónomo.

-Cuálllas I'eces debo decirte -me regO/Ja sin dejar de girar la cabez(}- que el cesIO del matrimonio no se I'cnde. /Jebes ganánelo. Debes ganánelo.

Mielllras escucho la reprimenda, el ojo brillallle del cuervo distrae mi atención. El cuerpo {Iel cuer\'(} empieza a girar hacia adelllro [reme a la cabeza de la mujer, 1/l00'iéndose con el mismo ritmo metronómico.

Me sobresalto. El cuervo comienza a imitar las palabras (le la anciana. Las dos voces nítidas son tan amonestadoras que me estremezco.

Page 7: Mujer Chaman

SóLo he visto un cesto del matrimonio en mi vida. Sé que el cesto aún existe. Dónde, lo ignoro.

Hyemeyohsts Stonn

-¿Estás lista? -preguntó Ivan, ansioso por marcharse. -Todavía no --contesté-o Aunque no lo creas, me

parece que he encontrado algo interesante. Había ido a la Galería Grover a la inauguración de la

muestra Stieglitz con el doctor Ivan Dcmetriev, un psiquiatra amigo mío La galería estaba atestada con los usuales patroci­nadores de arte y la gente que aparentaba ser culta, pero ya lo había previsto. No era eso lo que me molestaba sino la exposi­ción. Era estática, insípida.

Eso fue antes de ver la fotografía .. "Espera un minuto, Ivan, esa no puede ser una Stieglitz

-dije, tironeándolo de la manga. Estábamos de pie frente a una fotografía de un antiguo cesto indio americano. Ivan la ob­servó de mala gana, aburrido y deseoso de marchaI"Se.

"Qué diseño fascinante --comenté, mirando con más a­tención-, pero no es el estilo de Stieglitz. -Continué con­templando el cautivante cesto. Tenía un dibujo intrincado que semejaba un delfín con una víbora, o un rayo. Aunque soy coleccionista de arte americano, jamás había visto algo que se le comparara. El tejido también era insólito. No podía distin-

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Page 8: Mujer Chaman

guir si enl enrollado, trenzado o qué. Estaba hipnotizada por su pertección. No sabía de dónde provenía, pero ya estaba en exhibición en mi subconsciente. Ivan seguía frunciendo el entrecejo y buscando la salida. La copia, de ocho por diez, tenía una mística calidad sepia que nunca habría asociado con Stieglitz. Me pregunté cuándo la habría hecho. Mis ojos se detuvieron en la inscripción cuidadosamente mecanografiada debajo de la fotografía, y busqué la techa. Allí estaba, junto con el título: El cesIO del matrimonio, pero me aguardaba otra sorpresa. El nombre del fotógrafo era McKinnley. Una isla solitaria en un mar de Stieglitz.

Ivan me miraba con impaciencia. "¿Conoces a un fotógrafo llamado McKinnley? -le pre­

gunté. -No, no lo conozco -contestó, tiroíndome del brazo-o

Pero sí reconozco a un grupo de farsantes y seudointelec­tuales cuando los veo, así que salgamos de aquí y tomemos un trago.

-Pero quiero esa fotografía -atinné. . -Entonces regresa mañana y dem>eha tu propio tiempo

-respondió I van, encaminándose bruscamente hacia la puer­ta.

_. Al menos déjame anotar el nombre -dije. buscando sin 61to una lapicera dentro de mi canera. Levanté la cabeza, vi a Ivan haciéndome señas desde afuera y; con un suspiro, decidí que podía recordar El cesto del matrimonio y "Mc­Kinnley". Me apresuré a alcanzar a lvan.

Esa noche comenzaron los extraños sueños. No podía dormir. Un búho ululaba ominosamente en el nogal fuera de mi donnitorio. Me tapé la cara con las sábanas y pemlanecí quieta y callada. Cuando empezaba a quedannc donnida, imá­gencs del cesto del matrimonio, oscuras y misteriosas, se apo­deraron de mi mente. El sueño irrumpió en mi consciencia con

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un sonido zumbante enloquecedor. Desperté sobresaltada y me senté en la .cama, con los ojos desorbitados, asustada. Luego hice a un lado las sábanas con enojo y me dirigí al baño. Encendí la luz y hurgué ruidosamente dentro del boti­quin, ojeando los espejos con recelo en busca de .sombras revoloteantes. Un frasco de aspirinas se deslizó al pis() y se rompió en una docena de pedazos. Cuando me agaché para recoger las pastillas y los fragmentos de vidrio, me golpeé la cabeza.

-¡Maldición! Tomé un Alka-Seltzer y volví a la cama. El cuano estaba

oscuro excepto por algunos rayos de luna que jugaban en mi rostro. Recordé una historia de Ana'is Nin en que la heroína, a la luz de la luna, giraba y temblaba bajo el imponente resplan­dory, poco a poco, perdía su alma. Al adonnecenne, el búho ululó y el cesto del mau"Í111onio reapareció ante mí, esta vez sostenido con un gesto agorero por una vieja india con ojos como espejos lustrados. La visión persistió hasta que me dor­mí de agotamiento.

Lo próximo que supe fue que sonaba el teléfono. Era de mañana.

-Hola -dije, no del todo despierta. -Con la señorita Lynn Andrews, por favor. La Galería

Grover devolviendo su llamada -anunció una voz femenina enloquccedoramente alegre.

-Sí, soy yo, ella. Anoche dejé un mensaje en su contes­tador automático relacionado con una fotografía de un cesto del matrimonio que vi durante la exposición Stieglitz. ¿Podría reservánnela, por favor'?

-¿Un cesto del matrimonio, señorita? -Sí, un cesto del matrimonio indoame·ricano totogratiado

por McKinnley, creo. Ni siquiera estoy segura. Me parece que se llamaba McKinnley.

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i r.J

Page 9: Mujer Chaman

-¿McKinnley? -Sí, no. Una fotografía vieja de algún fotógrafo. -Lo averiguaré, señorita Andrews. -Me dejó esperando

y la comunicación se cortó. El tono empezó a zumbar. Colgué y me tomé la dolorida cabeza. Unos minutos

después, el teléfono volvió a sonar. -¿Señorita Andrews? -Sí. -No tenemos ninguna fotografía de ese tipo bajo el

nombre de McKinnley ni de ningún otro fotógrafo. -¿Qué quiere decir con que no tienen la fotografía?

-Me senté de golpe, súbitamente alerta. -No tenemos ningún registro de un cesto del matrimo-

nio indio americano, señorita Andrews. -La voz era impa­ciente.

-Pero es· imposible. Quiero decir, debe de haber un error. Iré para allí de inmediato, gracias.

Estaba extrañamente obsesionada, casi frenética. Con­duje zigzagueando a través del tránsito hacia la galería en el bulevar La Ciénaga, físicamente exhausta por la noche anterior, confundida por la conversación telefónica de esa ma­ñana y molesta por la falta de eficiencia en un simple mantenimiento de registros. Estacioné frente a la puerta prin­cipal y entré en la galería. La vasta extensión de paredes blancas, el encuentro con fotografías colgando en todas di­recciones de la altura de los ojos, me repugnó ... del mismo modo en que me repelió, en ese momento, toda la escena de arte "in". El marchand "in" se acercó, tomando nota de mi Jaguar sedán afuera y mi vieja cartera Gucci. El hombre era de facciones angulosas, delgado pero fuerte, y preten­sioso.

-¿Señorita Andrews? -Sí. Llamé por la fotografía del cesto del matrimonio.

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La vi aquí anoche; Era de McKinnley. -Mi voz sonaba tensa y desconoclda.

-PemlÍtame interrumpirla, señorita. Antes que nada. por . favor, tome asiento y acepte una taza de té. ¿Con crema o

azúcar? Estupendo. -Dejó la habitación sin esperar mi res­puesta.

Me senté en el único mueble de la galería, un sofá re­dondo, henchido, con forma de buñuelo y un pedestal tapizado sobresaliente en el medio. Estaba tapizado con imitación piel color naranja y diseñado de forma que siempre resultarcl incó­modo. El hombre volvió con dos tazas de té, me entregó una '1 tomó asiento. Permanecimos sentados espalda con espalda ea medio de un silencio exasperante, bebiendo té. Decidí dejarlo hablar primero. Con parmoia creciente, me estaba conven·

. ciendo de que el hombre me estaba ocultando la fotografía para hacerme pagar más por ella.

-Debe de haber un error, señorita Andrews. Hemos examinado los archivos y tenemos una única fotogmfía de McKinnfey. -Se interrumpió y se volvió para mirclnne,esti­rando el cuello ceremoniosamente, conteniéndose a tiempo para no caer del buñuelo naranja.

-Bien, permítame ver esa fotografía, por favor. Se encogió de hombros. alzó la mirada al cielo raso, y

volvió a abandonar la habitación. Estuvo ausente durante un tiempo interminable y yo estaba segura de que se preparaba para fijar un precio astronómico a la fotografía. Me quedé sentada retorciendo la falsa piel naranja en bolitas con mis dedos nerviosos y la vista fija en las fotografías de las .paredes. M4scaras ominosas me observaban. ecos blancos "y negros de mis pesadillas recientes. Me puse de:pie.y,~omencé apasear­me. El hombre reapareció con un ~ portafolio. me miró con l\Iria y dijo en un tono incon~n~ dulce:

-Aquí la tiene, señorita ~"$. -. Abrió el portafolio

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Page 10: Mujer Chaman

sobre el asientoanélfanja,do. En su interior había una vieja fotografía de sepia de. tipis'" en Little Big Hom, de .alrededor de 1850. La recogí, buscando debajo la fotografía del cesto del, matrimonio. El portafolio estaba vado.

-,.Está rnintiendo~ije. El hombrecito retrocedió y se apresuró a exclamar: -Le dije que no tenemos la fotografí~, y que yo sepa,

nunca la tuvimos.·Realmente señorita Andrews, creo que está yendo demasiapo lejos.

Comprendiendo mi imprudencia, mi m~l genio y total falta de control, me disculpé y me marché .de la galería. Con­duje haciendo eses por La Ciénaga de regreso a;Bcvcrly Hills. Cuando llegué a casa, me pre~¡u-é otra taza de té y me dejé caer en el s~nón, apoyando mis pies fríos sobre una mesita. Lue~o tomé el teléfono y marqué clnÚlnero de Ivan.

-Oficina del doctor Demetriev -respondió la secre­taria-. ¿Puedo ayudarlo? ,

-,-Por favor, quisiera hablar con Ivan. Soy Lynn An­drews.

-El doctor está con un paciente. Déjeme su número y le diré que la llame.

-Es urgente. Por favor, avísele que estoy en Unea. Me pidió que esperara. Muzak insultó mis oídos. -Hola -dijo Ivan con brusquedad. -¿Recuerdas el cesto del matrimonio de anoche, Ivan?

¿Cómo se llamaba el fotógrafo? -¿Qué cesto del matrimonio? ¿Qué fotografía? Estoy en

mc.dio de un colapso suicida, Lynn, así que sé breve. -,Lamento interrumpirtc,'pero necesito saber acerca de

esapar;tirulat fotografía que vimos anoche en la galería. ¿No la, reeuerdas?,

• Tiendas de indios.

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-No recuerdo ninguna 'fotografía de ningún cesto' .-...;afinnó con determinación-o Y era una exposición de Stieg"

,litz. No me gustan estas interrupciones. -Pero te la mostré cuando estábamos por irnos. -Lynn, creo que deberías pedirle un turno' a mi secre-

taria -brom~. No me mostraste ninguna fotografía de ningún cesto, te 10 garantizo.

-¿Estás cómpletamente seguro, Ivan? Esto esimpor­tanteo Era una vieja foto en sepia, de hace por lo menos setenta años ... de McKinnley, creo.

-Estoy segurísimo de que no me mostraste nada pare­cido. Te llamaré más tarde. -Colgó.

La cabeza me daba vueltas. Sabía que había visto esa maldita. fotografía. La había visto y tocado con mis manos en mi sueño. ¿Qué estaba pasando? De repente, me sentí ~uy cansada.

Miré alrededor de mi living. Era como estar sentada en el centro de una combinación de aldea africana y museo indígena americano. Durante años, había reunido implacablemente una colecCión inestimable de figuras ancestrales congoleñas, feti­ches mágicos y deidades de guerra, mantas de navajo y cestos de todas partes de Norteamérica y Guatemala; La habitación era mágica, cargada de poesía y poder de antiguas tradiciones primitivas. Los cestos, simétricos y perfectos, alineados contra las paredes, eran mis favoritos. Yaquel'ccsto'detmatriJnonio.,' imbuido de magia ... jamás había sentido tanta urgencia por conseguir un objeto.

Me recliné en el sillón, tratando de ponerme cómoda, y estudié a través de la habitación una obsesión anterior, una banda de la fertilidad de Guatemala, blanca y negra. tejida a mano. Colgaba de la pared junto a una fotografía del Templo Maya del Gran Jaguar que había tomado en Tikal, Guatemala, hacía un par de meses. Recordé las difirulta-

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Page 11: Mujer Chaman

des de aquel mes de larga búsqueda en pos de la banda. Había ido en un jeep alquilado desde la ciudad de Guate­

mala hasta Chichicastenango ... donde existía un antiguo mer­cado indio en el que me habían dicho que podría encontrar la banda que tanto ansiaba poseer. La campiña era soberbia ... retazos de tierra cultivada y una red sotisticada de zanjas de irrigación escalonaban las laderas de las colinas ... los mayas guatemaltecos habían practicado la irrigación durante siglos. El suelo era fértil y verde. Podía oler la tierra fecunda y el humo de fuegos ardientes dentro de las casas de ¡techos de paja. Llegué a la pendiente que llevaba a Chi Chi con el sol bien alto sobre mi cabeza. La antigua aldea estaba situada sobre una elevada meseta y el camino era traicionero, inclu­sive con tracción en las cuatro ru~das del jeep.

A mitad del camino estrecho y zigzagueante, el tránsito en ambas direcciones estaba .interrumpido, así que tuve que detenerme. Al tomar una curva, un enorme camión de circo que transportaba una elefanta y su cría ~e había abierto dema­siado para doblar y casi había desbarrancado. Era evidente que el camino estaba bloqueado desde hacía horas.

Apagué el motor y me bajé en la banquina. Un sinnúmero de pájaros excitados parloteaban en los altos árboles. La marcha atrás del camión de circo se había roto, y con cada movimiento de los dos elefantes, el vehículo crujía y gruñía. Los autos se iban deteniendo uno tras otro. Guatemaltecos furiosos insulta­ban y daban consejos al aturdido conductor.

La conmoción aumentaba. La elefanta y su cría continua­b~ ladeando el camión de un lado a otro, y los viejos tablones de madera laterales empezaron a resquebrajarse. El vehículo se mecía precariamente, a sesenta centímetros, del borde de un precipicio de trescientos metros. La batahola era absoluta. En ese instante, se detuvo un gran ómnibus con los integrantes del circo.

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Enanos defonlles con cadenas oxidadas en las espaldas, mujeres gordas y hombres calvos tatuados con palancas y poleas bajaron del autobús. Caminantes de la cuerda floja, acróbatas y bailarinas de danzas orientales, todos guatemalte­cos, bajos y morenos, gritaron a los turistas para que des­pejaran el lugar.

Los elefantes barritaron aterrados, el camión se inclinó amenazante próximo al abismo y a una muerte segura para los animales. Los enanos se arrastraron debajo del camión v~ife­rando obscenidades. Alrededor de cincuenta personas contem­plaban el espectáculo ... turistas en bermudas, guatemaltecos, indios con sus tú~icas y huipiles tradicionales balanceando canastas de mercado sobre sus cabezas. Nadie respiraba.

Uno de los enanQs colocó una cadena. alrededor del eje del camión y alguien ató la cadena al paragolpes del ómnibus. El conductor del camión puso punto muerto y el otro prendió el motor del órpnibus. Resultaba difíéil creer que el paragolpes aguantara, menos aún la vieja cadena oxidada. Cuando el camión empezó a retroceder, la mujer gorda y el hombre tatuado qui­taron las piedras detrás de las ruedas y las arrojaron a un costado como si fueran canicas. Entonces, con el nuevo movi­miento, los elefantes dejaron de ladearse. Los enanos saltaron y dieron volteretas en el' aire y nuestros vítores resonaron en todo el bosque. El circo prosiguió su camino.

Continué hasta Chi Chi sólo para que me dijeran que debía volar a una provincia remota de Guatemala, a las anti­guas ruinas mayas de Tikal-Peten, para encontrar a un comer­ciante que podría vendenne la banda. Regresé al jeep y a la ciudad de Guatemala, después de medio día de viaje.

j y el viaje a Tikal-Peten! Había diez asientos y yo era la única pasajera. El avión era un viejo transporte del ejército de la Segunda Guerra Mundial. Podí~ ver las junglas de Guate­mala a través de las tablas del piso. Debíamos llegar al pequeño

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Page 12: Mujer Chaman

aeropuerto a las seis de la mañana; pero aun a esa hora tem­prana el calor era opresivo y húmedo. El piloto circunvoló los ciento treinta kilómetros cuadrados de ruinas parcialmente expuestas que sobresalían imponentes entre la vasta extensión de jungla tupida, esperando que un granjero local hiciera a un lado una vaca para poder aterrizar en la pista de tierra.

El museo situado en el pequeño aeropuerto para bene­ficio de los turistas estaba casi desierto. La mujer que lo atendía me dijo que el comerciante que yo buscaba había regresado a la ciudad de Guatemala, me dio una dirección y añadió que el próximo avión partía en cuatro, horas. Me sentí desilusionada. .

Compré una lata de jugo frío y un mapa, y un guía me explicó por d,6nde tomar para ir al patio principal del Templo del Gran Jaguar. Puse un rollo en mi máquina antes de em­prender el camino por el estrecho sendero. El estrépito de los pájaros silvestres parecía mofarse de mí y el aire de la mañana temprana tenía un fuerte perfume a pimienta. El sendero es­taba flanqueado con palmeras gigantes y árboles semejantes a arbustos florecían brillantes. con enredaderas de orquídeas que colgaban de ellos. Traspirando por el calor creciente, me até la camisa blanca sobre la cintura. Estaba completamente sola en medio de los impresionantes acueductos de piedra, platafor­mas y estelas, y me sentía tan fascinada por los jeroglíficos y las piedras esculpidas, tan embriagada por el narcótico per" fume del.aire, que no me di cuenta de que me había perdido.

Doblé por una esquina que llevaba a un pequeño patio abierto y choqué con un indio alto. Grité sorprendida.

-¿Qué está haciendo aquí? -preguntó. Estaba iiunóvil y su cara era joven y hermosa. -Debería estar en el norte.

-¿Se refiere a la ciudad? -pregunté. . Me miró con severidad y siguió hablando como SI me

conociera.

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, .

-Debe regresar a la ,ciudad, pero el de~tino de su viaje es el norte distante.

-¿Cómo hago para volver al aeropuerto? -pregunté . nerviosa, deseando concluir la conversación.

-Siéntese -dijo. Alisó el suelo entre nosotros y, utilizando un palo, dibujó

con cuidado un mapa en la tierra y señaló la dirección que yo debía tomar. Se esforzó por que lo comprendiera y mientras hablaba, reparé en su gracia y elegancia notables. Cuando terminó, sentí que debía darle algo p~ agradecer la molestia y revolví dentro de mi bolso, pero 10 único que encorttréfue dinero... un billete de veinte dólares. Al tomarlo, sus ojos brillaron con una luz misteriosa y me miró con intensidad.

"Est~ dinero que me ha dado la compromete -anun- . ció-. Le enviaré dos ayudantes antes de cuarenta y cuatro días. El primer ayudante será una mujer. Usted no la recono­cerá como su aliada. Deberá conquistar a esta: aliada .. También le enviaré un ayudante masculino, quien marcará su sendero. -Partió el billete de veinte dólares en dos pedazos y me entregó Una mitad diciendo: -Guárdelo.

Estaba asustada y molesta. "Volveremos a encontrarnos -añadió-. Guarde este

billete roto en su morral. -¿Se refiere a mi bolso? Pero nuestra conversación había acabado y el hombre se

limitó a apuntar enérgicamente con el palo mientras agregaba: -Jamás regrese a este lugar. Apresúrese. No tenía ninguna intención de ofenderlo, ya que era

obvio' que estaba loco. Podía volver a: Guatemala' y a los templos cuando me diera la gana. Le indique que había en-tendido. '

"Apresúrese a salir' de aquí o nunca encontrará su camino.

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Page 13: Mujer Chaman

Se puso de pie y se marchó, desapareciendo casi al ins­tante dentro de la jungla. Mi primer impulso fue deshacerme del pedazo de billete sin valor, pero lo puse detrás de una tarjeta de crédito en mi billetera. Me encaminé hacia el aero­puerto, la ciudad de G.uatemala y la codiciada banda de la fertilidad.

Ahora la banda colgaba en mi pared. Era hermosa, sin duda digna de todo el esfuerzo realizado para encontrarla. Bebí otro sorbo de té, tomando conciencia con un respingo de que había pasado más de un mes desde aquella experiencia con el joven indio. Allá él, pensé. Por cierto no había ninguna ayudanta en vista, ni nada parecido.

-Si me quedo aquí esta noche me voy a volver lo­ca -dije en voz alta. Me incliné hacia adelante y tomé una caja de plata que estaba sobre la mesita de café. La abrí y extraje un pedazo de papel con un nombre garabateado y una fecha. Mi viejo amigo Arthur Desser daría una comida el 18 de febrero a las ocho. . . esa misma noche. Devolví la invi­tación a la caja. Estaba muy nerviosa por el incidente en la galería y la falta de sueño. Empecé a preguntarme si la foto­grafía del cesto del matrimonio no habría sido producto de mi imaginación. Inclusive tomé el Times y me fijé si la exposi­ción Stieglitz figuraba en la sección "Eventos" de la semana pasada. Allí estaba.

Luego volví a perder el control. Hice varias llamadas telefónicas inútiles a galerías en Nueva York. Ninguna poseía una fotografía de McKinnley de un cesto del matrimonio, aunque una había ... tal vez ... oído hablar de ella. Necesitaba una dosis de realidad. Decidí visitar la pedicura de Elizabeth Arden.

Cuando volví a casa, me senté un rato en el borde de la

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cama, frotando los dedos de mis pies recién arreglados contra la suave alfombra de gamuza. Luego, puse la alanna del reloj para dos. horas después, hundí la cabeza en la almohada y me quedé dormida. ,

-¡No, no, no! -Oí mi voz gritando en la distancia. De pronto me desperté. Me sacudía de un lado a otro, empapada en sudor, con las almohadas desparramadas como si las hu­biera sacudido. Me senté, aún viendo el sueño, y agité el aire frente a mí, como si tuviera un peso agobiante en el pecho. La visión no podía haber sido un simple sueño. La había visto con tanta claridad, una niña con ojos brillantes y misteriosos, alargando el cesto del matrimonio hacia mí. Me había hecho señas para que me acercara, más y más cerca, y de pronto comenzó a crecer y el cesto se volvió enorme. La, niña corrió hacia mí, amenazándome con el cesto extendido.

"¡Oh, mi Dios, otra vez no! -dije. Prendí la luz, en­volviéndome en la colcha de raso y miré el reloj. En ese momento, sonó la alarma. Apreté el botón "off' y me recosté temblando en las pOC39 almohadas que quedaban. Quería le­vantanne y encender todas las luces de la casa.

Dejé la cama temblando y me vestí para la fiesta de Arthur. Coriduje hacia Bel Air, a menos de diez minutos de distancia, por Carolwood Orive, pasando por la casa de Walt Disney. En la fmca contigua vivía León Craig, urbanizador de Bel Air, en una fmea rodeada de un jardín tipo Versalles con largos senderos, setos esmeradamente cuidados e interminables canteros de rosas extendiéndose serenos y perfectos alrededor de la casa de construcción irregular. Papá, como 10 llamaba su familia, un hombre encantador y atractivo que vivía solo en esa gigantesca propiedad excepto por visitas ocásionales de su familia, era un alcohólico, un hombre que poseía todo en el mundo pero que se emborrachaba para no pensar. Solía des­pertar mi curiosidad. Papá, como muchos amigos de mis padres,

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Page 14: Mujer Chaman

había dedicado la primera mitad de su vida a amasar una fortuna, y pasaba los últimos años sumergido en la amargura y la· autodestruccwn. Yana deseaba que mi vida tenninara de ese modo.

Los símbolos de opulencia se extendían a ambos lados del camino serpenteante. Reduje la velocidad para contemplar los exquisitos jardines y los árboles fonnando corredores lar­gos y majestuosos, con las hojas brillando a la luz de la hma. Esos arbustos y canteros cuidados, desmalezados y alineados como con un compás, me confortaban; el ordenado y opulento universo de Bel Air me era familiar. Habitualmente disfruto del aire y la quietud y me pregunto por qué una persona querría vivir en otro sitio. Sin embargo, esa noche me sentía como una batería descargada. Apreté el acelerador y volví a tijar la vista en el camino.

Cinco kilómetros más adelante llegué a la casa de Arthur. Vi luces en· las ventanas y oí música. Había alrededor de diez autos estacionados en la calle ... Rolls Royces, Mercedes, una pickup enonne con tracción en las cuatro ruedas y un re­molque para acampar. Me pregunté a quiénes habría reunido Arthur esta vez. Arthur se deleita con las veladas intelectuales, enfrentando a científicos y empresarios con artistas y gurúes. Arthur, quien hizo su cuantiosa fortuna con refinerías de petróleo, es divorciado cuatro veces, tiene dos hijos, y se ha embarcado en casi todas las aventuras psíquicas y psicológicas existentes. No le sirvieron de nada, y aunque quiero a Arthur, soy muy precavida con él. Nunca se sabe lo que hará ... en especial en este tipo de cenas.

Una voz metálica, con acento, contestó el portero eléctrico.' Era la mucama francesa. ~,

-Soy Lynn Andrews, Fran90ise. Luego de un "cHc", Fran9Qise abrió las enonnes puertas

chinas laqueadas.

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'!: .,

"Comment fa va? -pregunté. . -.Tres bien .• merci. Mademoiselle Andrews. C'est ma­

gnifiquel........,..exc1amó, contemplando mi kimono de seda negro y palmeándome el brazo con afecto. De pronto, dando la vuelta por la pileta de azulejos verdes, apareció, gruñendo y ladrando, la "jauría de Baskerville", como llamo a los Yorkshire terriers de Arthur, unos pequeños bultQS peludos de mal carácter.

-Oh, tenga cuidado con ése, señorita AnQrews -dijo Fran90ise alarmada-o No olvide que muerde.

-Merlín no me morderá. Me conoce. Merlín me gruñó, olfateó mis pies y hundió sus filosos

dientitos en mi pierna cubierta con medias de seda. . "¡Auch, pequeño demonio ... ! -grité, apartándolo de

una patada. No me había lastimado, pero sí. agujereado la media.

-¡Perro malvado! -lo regañó Fran90ise. Se inclinó y espantó a los tres perros, que todavía aulla­

ban y gruñían hacia su cucha. Comencé a subir la escalera de ladrillo que conducía al

living. Había velas votivas en cada escalón, brillantes flores rosadas colgando del balcón superior. Arthur estaba de pie sonriendo en lo alto de la escalera, con sus tradicionales chaqueta azul de Yale y pantalones de franela gris y un vaso en la mano.

-Llegas tarde, querida -dijo. -¡Tu perro acaba de mordenne, es un monstruito! . -Tiene esa tendencia. Pasa, querida. Me encanta tu pei-

nado. Quiero presentarte a unas personas muy importantes. Tomó mi kimono y lo guardó en el annario. -¿Qué has preparado para esta noche, Arthur? -Bueno, tengo una sorpresa especial para ti, Wl hechi-

cero indígena americano que escribió ese best seller Siete Flechas. ¿Has oído hablar de él?

-Sí. Estoy encantada.

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-Eso supuse --comentó Arthur con sarcasmo. Entra­mos en el living blanco rectangular. El fuego crepitaba en la chimenea. Una artística lámpara de Ray Howlett arrojaba pris­mas color pastel sobre el cielo raso abovedado. Un cuadro de Fritz Scholder cubría toda la pared detrás del largo sofá de cuero, y un Buda sereno, de casi dos metros de alto que se desmoronaba de viejo, nos presidía.

Arthur presentó a sus invitados. "Lynn, quiero presentarte a mis más viejos y queridos

amigos de Connecticut, George Helmstead y su esposa Pamela. George es banquero.

"":"'Hola -dije. -Ya conoces a Ivan Demetriev. Nos abrazamos. . -y mi novia, Helen, quien esta noche celebra un gran

negocio de seguro. -Qué bueno -manifesté, mirándola con curiosidad. -¿Conoces al doctor Friedlander y a Lorraine? -Creo que no. -El doctor Friedlander es un estudioso del antienveje-

cimiento. Acaba de regresar de la India. -Es un placer conocerlo. -Estreché la mano del doc­

tor. Su cabeza afeitada se volvía rosa y azul bajo el resplandor de la lámpara de Howlett. Su bigote a lo Fu Manchu era apropiado, y pestañeaba constantemente. Lorraine era alta, de una belleza tipo pantera. Me sonrió.

Luego Arthur me presentó a una actriz que había sido mi favorita durante años. Llevaba pantalones babuchas y una boa de plumas.

-y ahora, el último en orden pero no .en importan­cia, te presento a Hyemeyohsts Storm, autor de Siete Flechas. -Tendí mi mano. Mi primera impresión de él fue la de una quietud tan vasta como el Polo Norte. Arthur me trajo una

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vodka con agua tónica y casi no me di cuenta de haber tomado el vaso. StOffil y yo empezamos a hablar de su libro y de Ratón Saltarín, mi parte favorita. Mientras conversábamos, supe que algo se estaba apoderando de mí. Mucha gente sueña con encontrar dentro de sí misma el reflejo de una persona, no importa cuán común sea, que de algún modo embellecerá su vida. Senú algo parecido, pero no por nada que Storm dijera o hiciera. Tal vez fue sólo su presencia, o su amistad. Hasta el día de hoy, lo ignoro. Pero tenía conciencia de estar inmovilizada, de haber entrado con Storm en un círculo má­gico. . . de modo que me encontraba simultáneamente detrás y alrededor de él. Cosas externas que habían sido reconfortantes y momentos antes familiares ahora se convir­tieron en fuente de inquietud y restricción, y me s~ntí intran­quila.

La mucama irrumpió en nuestro momento de ensueño para anunciar que la cena estaba lista. Todos se pusieron de pie, tragos en mano. Cruzamos sinuosamente el jardín del balcón en el frío aire nocturno y bajamos la escalera de caracol de cromo hacia el Valle de los Tankas.. . como llamo al comedor de Arthur abarrotado de arte tibetano. Noté que Arthur y Helen zigzagueaban un poco. Eso significaba que el resto de la velada se pondría pesado.

-¿Qué te parece? -susurro Arthur, indicando a Storm. -Muy interesante -me limité a responder. Arthur nos

invitó a sentamos a una larga mesa de madera con un bonito arreglo en el centro. La cristalería y la vajilla de plata reful­gían. Arthur ocupó la cabecera y ubicó a Stonn en la otra punta, en la "silla eléctrica". Yo me senté a la derecha de Storm. Fran~oise y otra mucama francesa comenzaron a servir ensalada de espinaca y vino. Todos comentaban el estudio del antienvejecimiento que estaba llevando a cabo el doctor Fried­lander.

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-Francamente, creo que me haré poner un cierre relámpago en la espalda-dijo la actriz.

El tono de la conversación era relajado y agradable mien­tras terminábamos la ensalada.

-. Espero que esta noche se sientan libres para decir o hacer lo que deseen -intercaló Arthur.

-De acuerdo, Arthur, pero esta noche digámoslo con humor y no con ironía -bromeó Ivan con su atractivo acento ruso.

-Sin limitaciones, sin limitaciones -dijo Helen, levan­tando la copa para brindar por sus propias palabras. Fran~oise empezó a servir pollitos con arroz, el plato principal.

'- -Nunca asuman las limitaciones. Son perjudiciales -comentó la actriz, cortando la pechuga ,del pollito para dejar expuesto el relleno-o ¿No te parece, Ivan?

-Sí. Uno se siente muerto en vida, perdido. -La miró de reojo.

-Creo que la única respuesta a la búsqueda en este mundo es el análisis freudiano -expresó Arthur, después de servirse más vino.

-La única respuesta es hacer lo que uno quiere, y si no se puede, encontrar a alguien que lo haga por uno -manifestó el banquero de Connecticut.

Arthur se volvió hacia DÚ.

-Lynn, creo que cualquier partidario del indio ameri­cano es un perdedor. -Fran~oise estaba retirando los platos mientras que la otra mucama servía crema de ca­ramelo.

-¿Piensas que soy una perdedora? -pregunté, acos­tumbrada a sus ataques furiosos.

-En lo que se retiere a indios, sí. ¿Usted qué opina, señor Stonn?

-No mucho -replicó Storm en voz baja-. A propósito,

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de la única forma en que hablaré con usted, señQr Desser, es de igual a igual.

Se hizo silencio. -¿Qué quiere decir? -preguntó Arthur. -Se lo demostraré -contestó Storm. Su presencia esta-

ba afectando a todos los que lo rodeaban-o Diga "Ivan no im~ porta". -Ese hombre parecía misterioso y profundo como un cañón. Sin duda provenía de Dakota o Montana. Se percibía.

-Ivan no importa -repitió Arthur. -Diga "Lynn no importa". -Lynn no importa. -":'Oiga "Helen no importa". -Cuando terminó con to-

dos los invitados y le llegó el turno, Storm explicó: -Si no está dispuesto a hacerlo, entonces no hablaré con usted.

-Usted no importa y todavía pienso que es un perdedor -afirmó Arthur con vehemencia. Volvió a llenar su vaso,

-De acuerdo, no me molesta que quiera jugar conmigo. Yo jugaré con usted -dijo Storm en un tono decididamente ominoso.

Cambié el giro de la conversación preguntando al doctor Friedlander qué había estado haciendo en la India.

-Conduciendo una investigación, aunque mi método pueda parecer extraño y poco científico. Estoy interesado en la capacidad de algunas personas para disminuir a voluntad la temperatura corporal. Hemos descubierto que si un cuerpo se mantiene a una temperatura más baja, el proceso d~ cm'cje­cimiento se retarda. He practicado la meditación durante años y conocí yogis que podían permanecer en estado de trance du­rante días. provocando una consiguiente. disminución de la temperatura corporal. Fui a la India en busca de yogis para verificarlo.

-¿Y cómo les controlaba la temperatura? -preguntó la actriz.

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-Bueno, puede sonar gracioso, pero utilizaba un tennómetro rectal. Recorrí la India metiendo termómetros en traseros de yogis.

Todos rieron con ganas excepto Arthur, que había estado susurrando furioso al oído de Helen. De pronto le ordenó que dejara el comedor y ella se levantó llorando de la mesa.

Ignorando la pelea, pregunté: -¿Constató que los yogis mantenían una temperatura

más baja? -Sólo detecté una diferencia notable en un par de casos. -¿Conoció a algún gurú en sus viajes? -inquirió Ivan. -Unos pocos. Eran poderosos. Uno me desnudó y me

obligó a acarrear piedras para construirle un templo. En el medio de la selva. Hubo meses en que hice todo el trabajo por él y sus estudiantes. Al final me dejó tomarle la temperatura y después me ordenó destruir todo lo que había construido.

Arthur interrumpió. -¿Señor Stonn, en su mundo se lo considera una espe­

cie de yogi'? -Sí, así es. -¿Entonces por qué el doctor Friedlander no le mete un

termómetro en el trasero? -Arthur estaba rabioso. Todos se quedaron boquiabiertos. Storm se puso de pie en silencio y caminó alrededor de la

mesa, sus ojos fijos en los de Arthur, el espacio entre ambos hombres cargado de tensión. Storm extendió una mano hacia el estómago de Arthur. La mano pareció desaparecer dentro del plexo solar, luego girar y retorcerse como si estuviera extrayendo los intestinos. Arthur se sacudió.

-Lo hice por ti, Lynn -dijo Storm, mirándome ajos ojos-o Le quité la voluntad. Ahora podemos hablar.

Storm regresó a su silla. Los otros invitados parecían no haberse dado cuenta de lo que acababa de suceder y conversa-

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ban en el mejor estilo de una fiesta. Igual que Arthur, que ya no parecía borracho. Daban la impresión de estar hipnoti­zados, y cuando Storm y yo comenzamos a hablar, nadie daba señales de oímos. Pero no comentamos lo recién ocurrido. . . me daba miedo. Por fm, le pregunté con voz temblorosa si alguna vez había oído hablar de un cesto del matrimonio.

-He visto un cesto de matrimonio en mi vida -dijo, ignorando a los invitados en trance a su alrededor.

-¿De veras? -pregunté con excitación, casi olvidando lo que acababa de suceder.

-Sé que el cesto aún existe. Dónde, lo ignoro. -Pero debes de saber dónde puedo encontrarlo -insis-

tí. Me estudió con calma, luego respondió con cautela: -Si quisiera encontrar al guardián del cesto iría a la

Reservación Cri al norte de Crowley, Manitoba. -Vaciló, dio una larga pitada a su cigarrillo y sin quitarme la vista de "encima, continuó: -Trataría de encontrar a una anciana lla­mada Agnes Alce Veloz. Es una heyoka, así llaman a algunas hechiceras ... una mujer que "enseña como". Nadie sabe con exactitud dónde vive Agnes. Va y viene bastante, parece que lo prefiere así.

-¿Cómo puedo encontrarla si no tengo su dirección? -Es muy difícil dar con Agnes. Por suerte, hay otra

mujer que puede ayudarte si lo desea, Ruby Jefe Próspero. Estoy seguro de que Ruby sabrá dónde localizar a Agnes, pero no puedo prometerte que te ayudará. Ruby también es muy reservada ... muy apegada a sus hábitos. Tal vez vayas hasta Manitoba sólo para que Ruby te dé la espalda y te diga que regreses a casa. Nada es capaz de persuadirla cuando no desea hacer algo.

-¿Existe alguna forma segura de abordar a esta Ruby Jefe Próspero?

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-Sí, llevarle tabaco. un cartón de cigarrillos y una manta de artesanía india. Esa ~s la costumbre. Recuerda que el cesto del matrimonio es sagrado. No te engañes suponiendo que puedes conseguirlo sólo porque lo deseas. Tendrás el cesto únicamente si te lo ganas.

-¿Crowleyen Manitoba'?-pregunté no muy convencida, pensando, "Empezamos de vuelta"'.

-¿Por qué quieres ese cesto en particular'? Hay infmidad de cestos indios hennosos mucho menos peligrosos. -De pronto, supe que estaba jugando conmigo.

-La otra noche, vi una fotografía de un cesto del matri­monio en una exposición de Stieglitz. Desde entonces, he soñado con él. Ese cesto me obsesiona. Tengo que encon­trarlo, o al menos una fotografía de él. La fotografía que vi no estaba en la galería al día siguiente y no figuraba en los registros. En realidad, esto ha sido una pesadilla.

~¿Eres coleccionista de objetos? -preguntó. -Soy coleccionista y comerciante de arte indígena ameri­

cano y, en particular, de cestos. -Encontrar el cesto del matrimonio te ocasionará muchos

problemas. Es un símbolo muy sagrado e importante en el mundo de los soñadores.

-¿Los soñadores'? -Sí, los soñadores. -¿Qué es un soñador'? -Los soñadores son aquellos que ven el sueño de sí

mismos y de otros, pero éste no es momento para discutirlo. Si tus intenciones son serias, te dibujaré un mapa del camino que debes tomar para llegar a la reservación Cri desde el aero­puerto de Winnipeg. Aquí tienes mi número de teléfono.

Escribió el número en un pedazo de papel, dibujó con rapidez un mapa escueto en la parte de atrás y colocó el papel en mi mano. Luego me sonrió con afecto, dijo buenas noches

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al grupo y se marchó. No fue hasta ese momento que me di cuenta de que, además del papel, me había entregado un pedazo de piel gris. Todos seguían comportándose de una manera eXtraña y, poco después, nos retiramos a nuestras respectivas casas.

A la mañana siguiente, me despertó el teléfono. Era Arthur. -¿Estuve muy mal anoche, Lynn? -Tienes que dejar de beber, Arthur. -Lo siento. Estoy avergonzado. -La comida estaba fabulosa. -No sé qué hice anoche pero tengo una magulladura

terrible alrededor del estómago y el plexo solar. Me duele muchísimo.

-Gracias otra vez por l~ cena, Arthur. Te llamaré más tarde, después de levantarme. Tal vez tropezaste.

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¿Qué es la \'Oz de la mujer sino la voz del katchina?

Agnes Alce Veloz

El 727 de Air Canada aterrizó en el aeropuerto de Winnipeg y allí alquilé un auto~ Treinta minutos después, siguiendo el mapa de Storm, conducía velozmente por la autopista en di­rección a Crowley. Bajé la ventanilla y respiré por primera vez el vigorizante aire de Canadá. ¿Qué diablos estaba ha­ciendo, en medio de la tundra canadiense, buscando a una anciana a causa de un cesto?

Mientnls manejaba, una visión del cesto cruzó mi mente y por un momento hubo un contraste de luz y oscuridad y un vasto espacio extendiéndose frente a mí. Luego el camino quedó en foco otra vez, tedioso y desierto, y parpadeé para despejar mi cabeza. Aferré el volante con más fIrmeza.

Me pregunté si me habría vestido adecuadamente. Lle­vaba vaqueros, botas y una cazadora color caqui. Mi valija estaba llena de suéteres, medias de lana y piyamas de franela; además, traía mi neceser con cosméticos. Sentí un poco de frío y prendí la calefacción. La radio funcionaba pero la re­cepción no era buena, así que la apagué.

El cielo era enorme y por todas partes se veía el paisaje ventoso de Manitoba. En las amplias praderas ondulantes, el pasto verde se doblaba y ondeaba con el viento.

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De pronto, el capó del auto se inclinó hacia la izquierda. La goma delantera izquierda había reventado.

-¡Maldición! -grité, sujetando furiosa el volante mien­tras el auto coleaba a través de la ruta hacia la suave banquina del otro lado. Dejé que se deslizara hasta detenerse, olvidando por completo la belleza pastoral de Canadá. Me quedé sentada un momento conteniendo la respiración y luego abrí la puer­ta.- Vaya suerte.

Me bajé indignada, pateé el neumático estropeado y me volví buscando alguna señal de vida, ayuda, un teléfono. No había nada similar a la vista. Tomé conciencia de que no había visto ni un auto desde las afueras de Winnipeg. Bueno, ya que no existía ningún Automóvil Club cerca, tendría que ingeniánn~las para cambiar la goma sola. Arrastré las herra­mientas hasta el frente del auto, rompiéndome una uña en el proceso, y me senté en la tierra para deducir cómo usar el gato. Al menos 10 tenía, pero me llevó media hora resolver cómo colocar la cosa debajo del auto.

Estaba arrodillada inclinándome para insertar la palanca cuando vislumbré dos siluetas altas, delgadas, caminando por la autopista hacia mí. Me puse de pie de un salto para hacer señas y gritar, pero me contuve. Eran dos jóvenes indios, y me asusté un poco. Al acercarse, los oí conversar en un idio­ma que supuse era cri. Uno de ellos llevaba una chamarra de lana a cuadros, el otro una raída campera- militar de combate. Se aproximaron al auto y el de la chamarra se agachó para mirar el neumático. Luego se incorporó y él Y su acompañante empezaron a reír. Me sonreían mostrando los dientes sin dejar de hablar en cri. Me enfurecí.

-¿Hay algún teléfono por aquí? Las sonrisas se ensancharon. "¿Hablan inglés? (Muchísimos indios de las reservacio­

nes no lo hacen.)

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El de la chamarra se encogió de hombros. Ninguno de los dos se movió para ayudarme.

"Muy amables. .Volví a arrodillarme para seguir luchando con el gato.

Treinta minutos después estaba cubierta de grasa y malhu­morada, traspirada y exhausta, pero la goma había sido cam­biada. Esperaba que no se saliera mientras andaba.

No podía creer que los indios se hubieran quedado para­dos mirando. Arrojé el gato y el tacón de engarce de llave dentro del baúl y los miré. Estaban de pie a tres metros de distancia, todavía observando.

"Lindo par de tontos. Estaba a punto de entrar en el auto para marcharme

cuando el hombre de la campera de combate gastada empezó a estrujarse las manos como si se las estuviera lavando. Me pareció raro pero no le di importancia. El hombre se encogió de hombros, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a gesticular en una especie de lenguaje de gestos. Sentí una fuerte presión debajo del mentón y en la garganta y me pregunté si habría una conexión entre lo que él estaba haciendo con sus manos y lo que me estaba sucediendo. Los ojos se me nublaron un par de segundos y cuando volvieron a enfocar, el hombre estaba parado muy enhiesto, las manos a ambos lados. Los dos me miraban con intensidad.

"¿Quieren dar un paseo? -pregunté de pronto, sorpren~ diéndome a mí misma.

El joven de la campera gastada sonrió. -Claro, nos encantaría. Gracias, señora. --:-Me asombró

oírlo hablar en perfecto inglés. Subieron a la parte trasera del auto y nos alejamos. El neumático parecía haber quedado bien.

Enojadísima, decidí ignorar a los dos hombres. La ruta de asfalto se extendía hacia adelante por k> que parecían kil6-

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metros intenninables. Estaba famélica. Anduvimos en silen­cio, los árboles eran como estatuas en la distancia. Empecé a congeniar más con la solitaria expansión de ondulantes prade-ras.

rrear. El indio de la campera de combate comenzó a cantu-

-1 a i a ei ei ooh ... El amigo se le unió. Los miré por el espejo retrovisor. Cantaban con los ojos

cerrados, moviendo las cabezas con cada nota. Volví a fijarme en el camino y reduje la velocidad a causa de un conejo.

-1 a i a ooh ... soy un cowboy solitario i a i a ooh ... La interpolación me sorprendió. En el espejo retrovisor,

el indio de la chamarra seguía cantando. Sus ojos se cruz~on con los míos y me ruboricé.

De repente, un pájaro con unas alas inmensas apareció justo delante del auto. Giré el volante con brusquedad; pero el pájaro se elevó sobre nosotros y se perdió de vista. Los indios cantaron muy fuerte al instante, luego se callaron de pronto.

"Nos bajaremos aquí. Miré en derredor buscando una casa o un sendero. Nada

excepto la pradera salvaje. Salí del camino y detuve el auto. -¿Están seguros de que quieren bajarse aquí? -Sí -respondió el indio de la chamarra sin mirarme

mientras abría la puerta y dejaba entrar una súbita ráfaga de aire frío. No recordaba que hubiera viento.

-Disfrute el paseo -dijo el hombre de la campera de combate. Miró hacia atrás y se alejó con su amigo. Pronto desaparecieron detrás de una loma baja.

De vuelta en la ruta, advertí que las nubes fornlaban sombras gigantescas que se deslizaban como fantasmas a través de la pradera. Las contemplé estirarse, avanzar, rehacerse y avanzar de nuevo, con sus bordes angulosos y eléctricos. Las

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sombras me ocultaban las cosas ... burlándose de mí. Divisé un grupo de álamos a la distancia; desapareció y reapareció a medida que las colinas se desplegaban. No había señales de vida humana y estaba ansiosa por llegar a Crowley, pero con­duje durante lo que parecieron horas antes de arribar allí. Las líneas del mapa indicaban un callejón sin salida.

Había cinco o seis edificios. Uno tenía un cartel sobre la puerta: ALMACÉN RURAL Y RAMOS GENERALES CROWLEY. Una india y dos niños salieron del interior, cerrando una puerta de alambre a sus espaldas. Estacioné entre una destartalada pick­up con un trailer para caballos cargado y otra más nueva llena de chicos morenos de cara redonda que comían pastelitos. Los niños me miraron, rieron y se llenaron las bocas con chocolate y migas. Me bajé del auto en el momento en <}\le llegaba, en medio de una nube de polvo, otra pickup con un trailer para caballos. Un indio vestido de cowboy se bajó de ella. Era corpulento ... noventa kilos o más.

-¿Eh, señorita, vino a ver el rodeo? -preguntó. -No, no sabía que hubiera uno. -Bueno, ahora 10 sabe -dijo sonriendo--. Estaremos

enlazando calle abajo hasta el anochecer. -Gracias, pero estoy buscando a una amiga. -No que­

ría involucramle en nada que no fuera el asunto que me había llevado allí.

-¿Sí, a quién? -pregunt6 el hombre, bebiendo un tra­go de una lata de cerveza.

-Estoy buscando auna mujer llamada Ruby Jefe Prós­pero. -La tierra que se levantaba en la calle me entró en los ojos, estornudé y me los limpié.

-Nunca la oí nombrar. ¿Está segura de que no se equi­vocó de reservación? -Me miró con extrañeza. -Nos vemos -concluy6, quitándose el sombrero Stetson, y entró en el almacén. Lo seguí.

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El local estaba abarrotado de comestibles enlatados, neumáticos de repuesto, aceite motor, pastelitos, correas de ventilador y revistas. Un revoltijo de papeles pinchados en una pizarra se agitaba ruidosamente cada vez que se abría o cerraba la puerta. En el fondo, había una heladera repleta de leche y diversos refrescos. Paquetes de papas fritas y saladitos colgaban de unas estanterías enormes. En el centro de ese caos, un par de ojos castaños me estudiaba con frialdad.

-¿Necesita ayuda? -preguntó el dueño con voz esten­tórea. Di un salto.

-No. Escudriñé la tienda con rapidez y, resignada, tomé tres

paquetes de saladitos de la estantería. -Esta señora busca a alguien llamada Ruby Jefe I;T6s­

pero -dijo el indio vestido de cowboy. El dueño de la tienda no dio señales de reconocer el

nombre. Los pocos indios presentes que habían seguido cada uno de mis movimientos desviaron la mirada. Hurgué dentro de mi bolso en busca de dinero mientras el dueño atendía en silencio a tres niños. y al cowboy indio. De pronto, me miró fijamente.

-Vivía calle abajo pasando el Museo Indio, o supongo, que en Black Mesa. -Siguió contando el vuelto delcowbóy indio. .

-¿No sabe dónde está ahora? -pregunté. El dueño se volvió hacia un hombre en el fondo del

local. -¿Ey, Ernmet, sabes dónde vive Ruby?

. :-Sí -gritÓ'---'. Vivía calle abajo pero se mudó hace un año.

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El cowboy indio se encogió de hombros. -¿Por qué en cambio no viene al rodeo? -En otra ocasión -mascullé.

.. ~e encogió de hombros de nuevo y se marchó, gol­~o la puerta de alambre y alzando un remolino de tielTa.

.. ~Por favor -dije-, Hyemeyohsts Stonn me dijo que cualquiera en Crowley podría decirme dónde vive Ruby Jefe Próspero.

El hombre sonrió y escupió jugo de tabaco al piso. -Puede tomar por el gomoso ... así llamamos aquí al

camino alquitranado. . . unos nueve kilómetros. Doble a la izquierda en el camino de tierra después del puente y siga unos seis kilómetros más. Verá la cabaña. A la derecha. Oiga, ¿no piensa pagar lo que se lleva?

Pagué y me fui enseguida. La puerta de alambre se cerró tras de mí con un golpe de viento. Me subí al auto, sintiendo la tierra en las ~llanos al tomar el volante. Después de verificar la nafta y tomar nota mental del kilometraje, avancé por el ca­rnino hacia la cabaña de Ruby Jefe Próspero, comiendo un saladito.

Anduve exactamente nueve kilómetros y divisé un ca­mino de tierra curvándose hacia la izquierda sobre una colina. Su superficie estaba llena de surcos y me deslicé entre saltos a veinticinco kilómetros por hora. El viento había cesado y el parabrisas juntaba tanta tierra que tuve que parar dos veces para limpiarlo. Luego vi una cabaña entre rocas y árboles a ochocientos metros de distancia, pero ninguna señal de vida excepto un halcón de cola roja revoloteando sobre ella.

Cuando estuve más cerca de la sencilla vivienda de troncos, reduje la velocidad al mínimo. Creí ver un inmenso animal marrón inmóvil en el porche; sin embargo, al aproxi­marme, advertí Que en realidad se trataba de dos ciervos . Detuve el coche. En tanto abría la puerta y me bajaba, una anciana india con un enorme cuchillo de carnicero salió de la cabaña y pennaneció de pie junto a la puerta, mirándome con furia. Me quedé helada de miedo.

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La mujer vestía una falda de lana larga y una chamarra de lana a cuadros ... roja y negra. Su largo cabello gris estaba atado en una única trenza, su rostro moreno surcado de líneas. Se arremangó, aún sosteniendo el cuchillo arnenazadorarnente frente a ella.

-¿Es usted Ruby Jefe Próspero? -balbucí. -Sí -repuso, dando un paso hacia mí con el

cuchillo ahora con la punta hacia mí, todavía furiosa por la intrusión.

-Me envió Hyemeyohsts Storm. Me dijo que usted po­dría ayudanne a encontrar a Agnes Alce Veloz. -Había re­trocedido hacia el auto en caso de tener que alejarme de prisa, y hablaba casi a los gritos.

-Sí -contestó-. Ya lo sé. Me sentí absurda. Podía imaginar mi aspecto ... una ru­

bia desaliñada y enloquecida cubierta de grasa, tierra y migas. -¿Puedo pasar y tomar una taza de té? -pregunté. Di

un paso hacia el porche. Ruby asintió, se volvió y entró en la cabaña. Asumí que

debía seguirla, pero me detuve en el porche a observar los ciervos muertos. En ese instante, Ruby salió y se qued6 de pie frente a mí, esta vez con otro cuchillo de carnicero en la otra mano. Sus extraños ojos antiguos tenían la mirada de una niña. . . de una niña impaciente. Me tendió el cuchillo y me orden6 ayudarla a carnear los ciervos.

-Más tarde hablaremos de tu viaje -dijo-. Y del cesto del matrimonio. -Tomó mi brazo con el vigor de un hombre y añadió: -Rápido, a trabajar.

Yo estaba horrorizada. Me entregó el cuchillo y explicó con severidad.

''Haz lo que yo haga, rápido, antes de que se pongan tiesos.

Los dos ciervos yacían de costado. Ruby se arrodilló, los

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acomodó en una posición mejor y se volvió hacia mí, hun­diendo su cuchillo para indicar que yo debía comenzar. Esa mujer era la clave para encontrar el cesto, así que me arro­dillé y empecé. Ruby cortaba alrededor de las pezuñas tra­seras, de modo que levanté el cuchillo y deslicé la hoja a lo largo del borde de la pezuña. Ante la visión de la sangre y el horrible sonido de la carne al abrirse, las lágrimas comen­zaron a rodar por mis mejillas. Continué, tratando de imitar a Ruby ,al principio cortando sin la profundidad suficiente, lue­go perdiendo la paciencia y clavando el cuchillo con ira a través del hueso. . . una cuchillada insensata y la pezuña se parti6 sobre el porche. Tuve ganas de gritar.

La anciana se tomaba su tiempo ahora, cortando debajo de la piel en el interior de cada pata hasta llegar a la panza. Parecía di.sfrutar de un júbilo maníaco, y se aseguraba de que yo me mantuviera a la par. Hice lo mejor que pude, hasta que la piel entera de cada pata se desprendió. Cuando Ruby puso su ciervo de costado, me las ingenié para hacer lo mismo con el mío. Me salpiqué toda de sangre, las manos y el cuchillo estaban pegajosos. De pronto, Ruby destripó su animal con tanta rapidez que la masa de entrañas y la rlngre coagulada se desparramaron sobre el porche antes de que pudiera prepararme para su visión. Hundí mi cuchillo, tanteé, con los ojos cerrados. Luego miré los intestinos. Había un feto, y leche deslizándose de las ubres de la madre. Sentí ola tras ola de náuseas.

Retrocedí y cerré los ojos, ajena a la cabaña y el silencioso progreso del tiempo, sintiendo mi confusión incrementada por la súbita oscuridad.

No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando abrí los ojos, estaba de pie junto a los cadáveres mutilados y fragmentados, y Ruby no se veía por ninguna parte.

Salió de la choza, extendió un periódico en el piso del

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porche entre los animales y prosiguió trabajando con 'su cier­vo, esta vez cortando hígado, riñón y corazón. Arrojó el' hlga­do y el riñón, uno por vez, sobre el periódico, y sostuvo el co­razón aún tibio en las manos.

-Bien ~ijo, la sangre corriendo entre sus dedos-o Hazlo tú.

Abrí la boca con espanto. "Hazlo. Me las arreglé para extraer cada uno de los órganos. Mi

campera y mi vaquero estaban impregnados de sangre. Mien­tras cortaba el corazón, Ruby se volvió hacia el este y elevó el de su ciervo hacia el cielo ya oscuro. Comenzó a cantar en cri. Su canción colmó mi corazón, y levanté los ojos hacia la ahora brillante luna y el desnudo cielo primaveral. Ruby se volvió hacia mí lentainente, sin dejar de cantar, con un brillo en su mirada.

"Hey iiih hey iiih. La canción se detuvo, se hizo un silencio deliberado, y

luego Ruby dijo: "Eso se llama la canción del rayo. Se canta para consolar

al espíritu del ciervo. Cortó un pedazo del corazón de su presa y empezó a co­

mérselo, indicándome con su cuchillo que yo debía hacer lo mismo.

-Oh, no -gemí. Hundí la hoja en el corazón y me llevé a la boca un

peOazo de la carne tibia y dura. Mastiqué haciendo arcadas; tenía la boca llena de sangre.

-Ho -dijo Ruby, asintiendo con aprobación. Proseguimos con nuestro trabajo y quitamos la piel, en­

rollándola en un bulto. Los ojos desorbitados del ciervo brilla­ban a la luz de la luna. Pero yo había perdido toda capacidad de inquietud.

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'. Siguiendo el ejemplo de Ruby, separé la cabeza. Corté el costado y el lomo, arrojando cada pedazo dentro de Una caja de crutón. Llenarnos cuatro cajas con carne empapada de san­gre y Ruby tiró las tripas a varios perros que se habían acer­cado a husmear. Se abalanzaron sobre ellas gruñendo y des­

'. ' pedazándolas y se alejaron corriendo, arrastrando largas titas de intestinos.

Sentí alivio cuando la carneada terminó, y estaba tan exhausta y atontada que lo único que quería era dormir. Ruby llevó una caja de carne fresca al interior de -la cabaña, luego volvió para buscar otra. Me pregunté cuándo me invitaría a pasar, -pero entró todas las cajas y no regresó. Con timidez; golpeé a la puerta con mi puño encostrado con sangre.

La abrió. -¿Qué? -Tengo que lavarme las manos. ¿Puedo entrar? Nece-

sito un lugar donde dormir. -Lávate a la mañana. -Me cerró la puerta en la cara. -Espere un minuto -grité-o ¿Dónde voy a dormir? -Duerme en tu auto, wasichu -contestó con sequedad. Mi Dios, no hablaba en serio. No podía. Miré alrededor

en busca de una manguera. Me quedé mirando la puerta varios minutos mientras

caía en la cuenta de que tendría que dormir en el auto; des­pués me alejé pesadamente y traté de acomodarme lo mejor posible en el asiento trasero. Oí el aullido de algún animal salvaje y trabé todas las puertas. No donní mucho.

Desperté con Ruby golpeando en la ventanilla. La an­ciana sostenía una lata y dos pedazos grandes de carne de ciervo seca ... "charqui". Abrí la puerta y tomé uno, dema­siado soñolienta para hacer algo más que asentir con aproba­ción. La lata contenía un líquido amargo que olía a café.

Después de comer fui a la choza. Noté que parte de la

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cabeza del ciervo estaba comida. Las pezuñas y otras partes habían desaparecido y la sangre del piso del porche había sido lavada o lamida. Ruby apareció con una hachuela, fue hasta una pila de madera seca a un costado de la cabaña y se puso a hachar, ignorándome.

Recordé la manta de artesanía y el tabaco en el baúl del auto. Los busqué, me acerqué a Ruby y se los entregué.

-He venido desde muy lejos, Ruby -dije-o Com­prendo que soy una intrusa no muy bienvenida.

Ruby seguía cortando con el hacha. ''Por favor, acepta esta manta y el tabaco. Necesito tu

ayuda. Te dije que estoy intentando encontrar el cesto del matrimonio. ¿Sabes dónde vive Agnes Alce Veloz?

-Sí, lo sé -replicó, partiendo una rama sobre su rodi­lla. Tomó la manta y el tabaco, los apoyó sobre la pila de madera y se volvió hacia mí con lentitud-o Vive a catorce kilómetros de aquí. Hacia el este. -Extrajo uno de los ciga­rrillos y lo encendió. -No hay fonna de llegar allí excepto caminando. Pero si estuviera en tu lugar, no lo haría hasta hah.:r establecido amistad con mis perros.

-¿Tus perros? -Sí. Los animales de la reservación son muy feroces,

casi salvajes. Han matado a más de un hombre e incluso a al­gunos niños. La mayor parte del tiempo están de caza. Se juntan en manadas y corren durante kilómetros. Sé que han matado muchos ciervos, y a veces se vuelven contra los de su propia raza. Nada puede hacerles frente. Debes presentarte, y ellos deben conocerte antes de que andes caminando por estos lados. Los perros son más peligrosos de lo que puedes ima­ginar.

-¿Qué tengo que hacer? ¿Acariciarlos o qué? -Los llamaré y tú debes pennanecer perfectamente quie-

ta. No demuestres temor o será el tino No creo que pudiera

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detenerlos si hicieras un mal movimiento y te atacaran. -¿Puede pasanllc algo"? Ruby no contestó. En cambio silbó agudamente y treinta

o más perros de todo tamaño, fonua y color aparecieron sal­tando de todas direcciones y se arremolinaron alrededor de nosotras. Vieron que no había comida y una criatura negra, enonue y horrible, gruñó y ladró.· Entonces todos los perros empezaron a ladrar y a gañir, gruñir y babear. Ruby entró en la "choza con los brazos cargados de madera.

.JI. -Espera -traté de susurrar. Sabía que si uno de los perros hacía estallar una reacción

en cadena, me despedazarían. Tuve que empujar el temor a lo más profundo de mi mente. Los animales se acerca­ron despacio, husmeando y jadeando, con más osadía. Con­tuve un impulso de gritar. Varias narices fría se metieron de­bajo de los puños de mi campera y subieron por mis piernas, más de una nariz particularmente interesada en mis entrepier­nas. El perro grandote negro me saltó con sus patas delanteras y me lanlió la cara, otro amenazó mi espalda, y un tercero mordió mi bota. Reprimí la urgencia de salir corriendo.

Ruby salió al porche y se quedó mirando, sin hacer nada.

-¡Fuera de aquí! -gritó por fin. Los perros huyeron asustados.

"Ahora ya te conocen. Mis ojos estaban llenos de lágrimas y me temblaban las

rodillas. Ahora que la prueba había tenllinado, mi cuerpo se estremecía de la cabeza a los pies.

"Esos perros no te molestarán ... puedes alegrarte de eso --comentó Ruby, y sus ojos rieron misteriosamente-o Pue­des recorrer los alrededores con tranquilidad. Hacerlo sin cono­cer a los perros es un gran riesgo. Ahora tienes una probabili­dad de llegar a la casa de Agnes; antes no la tenías.

SI

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Mis manos estaban entrelazadas con fuerza y comprendí que estaba cortando la circulación.

-Sí-dije. -Ahora sigue tu canlino, wasichu. Tal vez encuentres

lo que buscas. Toma. -Me alargó tres pedazos de carne seca y los tomé. Se alejó riendo. -El cesto del matrimonio. Los wasichu no saben nada.

Pennanecí parada como una tonta, sosteniendo la carne, luego caminé hasta el auto y tomé algunas cosas para el viaje a casa de Agnes.

Comencé a andar por el sendero que partía de la casa de Ruby. Catorce kilómetros no era demasiado, y llevaba mi abrigo de piel alrededor de la cintura y un suéter extra dentro del bolso que colgaba de mi hombro.

El pasto aún estaba húmedo por el rocío. Caminé entre las piedras detrás de la choza de Ruby siguiendo el sendero mientras contemplaba un valle amplio y tranquilo que se ex­tendía, frente a mí.. El pasto era verde y los pocos. árboles L_ florCClan con la pnmavera. Un arroyo serpenteaba Junto al r i

sendero. Hice algunos ejercicios de elongación para aliviar mi dolor de espalda y traté de borrar los perros de mi mente. Después empecé a trotar, lentamente. y llegué casi al final del valle, a unos tres o cuatro kilómetros. Caminé un rato. mien­tras unos cuervos me sobrevolaban, y me detuve cerca de un estanque donde se ensanchaba el arroyo. en una piedra grande y chata entibiada por el sol. Me acosté sobre ella, comí un pedazo de charqui. y me adonnecí contemplando las nubes blancas en el ciclo. Unas ardillas jugaban en un árbol cercano y su parloteo acentuaba el imponente silencio. Respiré hondo. agradecida por el aire auténtico. Podía sentir su frescura en mi lengua.

Me puse boca abajo y hundí un dedo en el reflejo de mi rostro en el agua. Olas pequeñas ondearon desde el centro

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hacia afuera. No tenía ni idea de por qué iba tras esta ob­sesión. La vaga sensación. .. mezcla de temor y expectati­va. . . todavía persistía, inalterable desde el primer momento en que vi la fotografía. Sabía que me estaba adentrando en te­rritorio desconocido. Observé el agua tibia y tentadora.

-¿Por qué no? -Necesitaba un baño. Me desvestí. entré en el agua transparente y me senté.

sumergida hasta el cuello, sobre un musgoso saliente sub­terráneo. Casi entre sueños, admiré los diseños que la luz dibujaba sobre la superficie.

No sé cuánto tiempo estuve aJIí, pero una fría ráfaga de viento me despertó con brusquedad. Nubes negras habían ta­pado el sol. Cuando traté de paranne, mi pie resbaló ~n el musgo. Me aferré a un saliente de roca a mis espaldas, ma­rcada y desorientada, y tropecé con torpeza en el agua que se había vuelto negra, reflejando el ciclo. Encontré un lugar frr­me donde pisar y comencé a avanzar paso a paso. pero resbalé de nuevo y me tanlbaleé hacia adelante, golpeándome la cara con una roca. La nariz me empezó a sangrar. Salí del agua con dificultad. .. tan atontada que me costó encontrar la ropa. Sentí que mi cabeza comenzaba a despejarse y traté de limpiar la sangre de mi suéter blanco. Quedó una mancha roja y larga. Podía oír truenos a la distancia y estaba oscureciendo cada vez más. Empecé a correr no muy rápido. reservando mi fuer­za ... lo que quedaba de ella. El sendero pasaba por una colina baja y luego ascendía hacia una meseta. La marcha era pe­nosa.

El cielo tronaba. Podía ver rostros negros gigantescos en las nubes. Era muy consciente de mi respiración, como si perteneciera a otra persona. Me sentía vigilada. Finalmente, las vi. Las urracas que antes volaban se habían posado en un árbol más adelante ... frente al sendero. Ojos negros y opacos siguieron mi paso. Eran pavorosos y agresivos. Pero continué

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andando hacia un amplio cañón. La lluvia caía a 10 lejos fonnando una capa gris. Un viento frío soplaba de los peñas­cos al norte; subí el cierre de mi abrigo hasta el cuello y proseguí trotando. Luego el sendero se angostaba y desapare­cía. Abatida, me senté en la tierra y me agarré la cabeza con las manos.

El corazón me laúa con fuerza y tenía la boca seca. Un cuervo voló sobre mí graznando. Estaba aterrada pero algo me impulsaba hacia mi sueño. Me puse de pie para orientanne. Contemplé el cañón, peñascos a ambos lados y un final abier­to. Por el centro corría un arroyo y decidí que si yo fuera un sendero, lo seguiría. Ahora estaba furiosa ... Ruby sabía que el sendero moría allí. Sin embargo, me había dicho que cmui­nara hacia el este, y el cañón se extendía en esa dirección. Continué la marcha por el pasto.

Recorrí toda la longitud del cañón, la lluvia aún mue­nazantc, las colinas solitarias y dcsoladas cn su manto gris. De pronto, casi sin c.Ianne cuenta, mis pics sintieron un sende­ro borrado debajo. Gracias a Dios. Empezó a lloviznar y corrí, al bordc dcl agotamiento, sin ninguna noción dcl tiempo. Te­nía la imprcsión de no avanzar, pero sabía quc había rccorrido más de doce kilómetros.

La lluvia cmpczó con violencia cuando mc acercaba a un bosque dc álmnos y rocas grandes. Me detuve en seco. Divisé la fonna borrosa de una cabaña en la meseta. ¿Pcrtenecía a Agnes Alcc Vcloz? No me importaba, estaba dcmasiado can­sada, mojada y asustada. No había scñales de vida, ningún animal ni persona. Tomé un palo largo en una mano y una piedra en la otra, en caso de que hubiera perros como había dicho Ruby, y me aproximé. Subí el destartalado porche y llamé a la puerta ... no obtuve respuesta. Volví a golpear con desesperación, y esta vez la puerta se abrió. La cabaña estaba vacía. Había una cama en un rincón, cubierta con una manta

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india. Parecía ser un diseño Dos Colinas Grises, y me sorp~dí preguntándome si podría comprarla y si ésa era la choza de Agnes.

Había lámparas de querosén en el alféizar de la ventana. Una palangana esmaltada azul estaba apoyada sobre una tosca tabla de madera junto a una cocina de leña. Manojos de hier­bas colgaban de clavos en las paredes de troncos. Había peda­zos de cartón clavados aquí y allá para mitigar .la entrada del viento ... hasta un cartel de Coca-Cola. Frente a los pies de la cama, una ·cómoda ordinaria sobre la que colgaba un cuadro mejicano de terciopelo que representaba una bailarina espa­ñola. No muy lejos, pendían maracas de pezuñas de ciervo y un ala de búho. Adverú dos manzanas sobre la mesa de ma­dera gris en el centro de la habitación. Había tres sillas.

Me senté y comí una manzana con voracidad. La lluvia golpeaba en la chapa sobre mi cabeza. Jmnás en mi vida había estado sola en un lugar salvaje. Cerré la puerta del frente ... el cuarto estaba helado. Las sombras de la noche se alargaban, llevándose consigo mi coraje. Me moví ruidosamente para oínne, hablándome mientras prendía la lámpara de querosén e intentaba, sin éxito, encender la cocina de leña. Mi cuerpo no daba más. Comí un pedazo de charqui de la pared y. de­sesperada y congelada, tomé la vieja bolsa de donnir que vi en el rincón yOla extendí sobre la cama. Estaba manchada con grasa y adornada con un Mickey Mouse azul y rosa de frane­la. Me había quitado la ropa empapada y me aprestaba a acostanne cuando me di cuenta de que tenía unas ganas tre­menda de orinar.

Gruñendo, me puse el abrigo y las botas y abrí vacilante la puerta del frente. Un rayo iluminó el porche y vi que estaba vacío. Salí a la noche, bajé los escalones y me acluclillé sobre el pasto mojado bajo el torrente de lluvia, tomada del porche por seguridad. Luego me apresuré de regreso adentro y cerré

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la puerta. Me desvestí de nuevo, me metí rápido en la cama, temblando y estremeciéndome. y apagué la lámpara de que­rosén. La lluvia había parado y ahora reinaba demasiado silen­cio. Yací inmóvil en la cama.

No sé cuánto tiempo dormí pero de pronto desperté en medio de sacudidas. Alguien me tiraba del pelo, me golpeaba un hombro y me gritaba.

-¡Levántate! Es hora. ¡Levántate rápido! . Abrí los ojos y contuve el aliento. A la luz titilante de

una vela, vi un rostro que parecía de cera derretida. No estaba segura de que fuera un rostro hunlano. Grité y una mano me tapó la boca.

"'Es hora! ~i vuelta la cabe~, incapaz de recobrar el equilibrio. -¿Qué pasa? -pregunté-. ¿Es usted Agnes Alce Veloz? -Sí, estás en mi cabaña. ¡Levántate y sígueme ... ahora

mismo! Me levanté confundida y me puse el vaquero, el abrigo y

las botas. Agnes me empujó hacia la puerta con una fuerza sorprendente. Estuve a punto de caer.

-¿Qué diablos está haciendo? Agnes me empujó con más vigor. -Tenemos que apuramos. Estaba dan rígida que apenas podía cantinar, pero sali­

mos de la cabaña y nos alejamos rápidamente a la luz de la luna; la anciana se movía como una joven. Tomamos por las piedras detrás de la choza. No había sendero. Nos arrastramos por encima de rocas enormes y alrededor de riscos sobresa­lientes que arrojaban sombras gigantescas y fantasmales. Resbalé y caí, torciéndome el tobillo y magullándome la rodilla, pero Agnes me tomó de la mano y me tironeó hacia adelante. Mantuvimos ese paso enloquecedor durante más de quince minutos.

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Llegamos a un claro en las rocas. A menos de dieciocho metros de distancia se alzaba un tipi luminoso. El exterior brillaba con la luz del fuego en el interior y el humo ascendía en espiral por la parte de arriba. Era irreal. Agnes me arrastró hasta la entrada.

-¡Desnúdate! -ordenó. -¿Qué? -Debes presentarte desnuda ante las ancianas. Con una rapidez increíble, se volvió y me arrancó la

ropa. Traté de protestar, pero me abofeteó. Estaba aterrada y me zumbaban los oídos. Atontada, dejé que Agnes me em­pujara dentro de la tienda, con ella detrás.

Seis ancianas indias envueltas en frazadas se encontra­ban sentadas alrededor de un fuego <;entral. Un humo denso y penetrante flotaba en el aire. A la luz del resplandor teñido de rojo', noté que sus rostros eran de más edad que el de Agnes. Detrás de ellas, de los palos de la tienda, colgaban cintas, plumas, calabazas y cráneos de búfalo. Clavadas en los montí­culos de tierra frente a cuatro de las mujeres, había varas de oraciones.

"Siéntate -dijo Agnes, empujándome al suelo. Se movió hacia mi derecha y se sentó a mi lado. Me

estremecí, tomándome las rodillas para taparme los pechos. Ojos relucientes se fijaron en mí y las sombras arrojadas

por el fuego danzaron alrededor de las paredes del tipi. Visiones de asambleas de brujas medievales cruzaron por mi mente. Imágenes atesoradas de hemlosac; mujeres indígenas antiguas sacadas de fotografías de Curtís parecían haberse materializado frente a mis ojos. Pero ahora se burlaban ... me observaban con malicia.

-¿Por qué trajiste a esta caníbal, Agnes? -dijo una de las ancianas en inglés chapurreado. Su voz era mezquina. Supongo que me sobresalté al oír la palabra "caníbal".

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La mujer más próxima a mí sostenía un palo largo o bastón del que colgaban plumas. Empezó a aguijonearme con la punta, primero en el hombro y luego en un costado. Otra mujer se inclinó y me pellizcó.

-Esta niña desea transitar el camino del cesto del matri­monio -explicó Agnes.

No me atreví a movenne. -Ho -dijo la mujer con el bastón-o ¿Por qué has

tardado tanto en venir? -Cuando me volví hacia ella, sentí un escalofrío.

-Sólo vine a comprar el cesto del matrimonio, si es el mismo que vi en la fotografía ... si no cuesta demasiado -barbullé.

-Silencio, idiota -iptervino Agnes. -Pero yo sólo quería el cesto para ... -¡Silencio! -insist6-. Habla sólo cuando te hablen. -No está preparada -dijo la mujer del bastón. Se in-

clinó y susurró algo al oído de Agnes. Las demás ancianas asintieron con la cabeza. Me sentí

víctima de una terrible conspiración. -Jamás podrás enseñarle -acotó alguien. Entonces oí un sonido que sólo podía describir como un

cacareo ... algo así como pájaros o locura total. Las ancianas empezaron a regañarme simultáneamente ... fue demasiado. Supe que estaba.ápunto de enloquecer.

-Por favor, lo único que quiero es ver el cesto del matrimonio ....... No reconocí el sonido de mi propia voz.

La mujer del bastón me miró con frialdad. -Rezaremos por ti. Soñaremos por ti -afinnó. No en­

tendí. Sentí vértigo, el suelo cedió debajo de mí y caí de espal­

das. Los rostros de las ancianas parecían más jóvenes, sus ojos eran como espejos. Vi a la niña de mi pesadilla. Un

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ciervo estaba sentado en el lugar de la anciana más cercana, y había otrás bestias ... un lobo, un lince, y otros animales que no conocía. La tienda giró y se volvió borrosa y me desmayé.

A la mañana siguiente, desperté tarde con el olor de leños ardiendo. ¿Sería parte del sueño? Por un momento, no supe dónde me encontraba. Agnes estaba preparando té.

. -Come -dijo Agnes-. El desayuno está listo. Me levanté, me vestí y fui hasta la mesa. Agnes trajo

dos platos de lata y me entregó uno. Tomó asiento frente a mí. Yo temblaba y tenía mucha hambre. Al otro lado de la ventana de la cabaña, una luz pálida se reflejaba en los árbo­les. llovía. Miré la comida ... charqui de ciervo, moras, pan frito y té de artemisa ... y me lancé a comer. Todo era ex­quisito.

-¿Qué pasó anoche? ¿Me desmayé'? ¿Cómo regresé aquí? -pregunté, ahora más tranquila, a Agnes.

-Limítate a comer -respondió señalando el plato. Dejó la mesa y se sentó en la cama donde yo había donnido. Ad­vertí que tomaba ".1i campera desgarrada.

Dejé que el vapor del té de artemisa entibiara mi cara. La pequeña caja de cartón de charqui sobre la mesa tenía sangre seca en los costados. No me importó, estaba rico. Se­guí comiendo con voracidad.

Agnes estaba cosiendo un rasgón en mi campera. Junté toda mi voluntad y coraje y pregunté:

-¿Me venderás el cesto del matrimonio? -No lo sabes, Lynn, pero te encuentras en una cir~

cunstancia muy peligrosa. -Sin dejar de coser, alzó la vista y me sonrió. Era la primera vez que me llamaba por mi nombre.

-¿Qué significa el cesto y por qué estoy tan obsesiona­da por encontrarlo?

La actitud de Agnes era dulce y afable. -No comprendes. -Cortó el hilo con los dientes y le

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hiw un nudo, luego apartó la campera ya remendada. --Si no escuchas a la mujer que hay dentro de ti, perecerás. Quizás algún día poseas el cesto del matrimonio, quizá no. Pero es tu elección. Tendrás que tomar la decisión. Nadie puede hacerlo por ti, ni siquiera las ancianas.

Sus palabras no tenían ningún sentido, pero su tono era cautivante. Agnes era tan distinta del ogro que había conocido la noche anterior que me pregunté si sería la misma persona. Todavía me dolía la mejilla de la bofetada. Sabía que debía odiarla por haberme humillado, pero no podía. La comida era reconfortante y el ruido de la lluvia sobre el techo de chapa me resultaba sedante.

-¿Qué quieres decir con que es mi decisión? ¿De qué demonios estás hablando? Soy coleccionista de arte.

-No sabes qué eres -contestó-. No se puede explicar por qué naciste o por qué te tocó ser una determinada parte animada de la tierra. Crees que no te conozco y que no sé nada de ti. Sin embargo, puedo contarte una experiencia que viviste. Janlás he visto los grandes lagos de este mundo, el océano. Pero sé que un día, el agua te cubrió. De modo que las entrañas de este mundo te han elegido y otorgado su pro­tección. Esa fue una señal de poder, un regalo de las entrañas de tu madre, la tierra, y es por eso que los soñadores se han comunicado contigo. No se puede explicar por qué has sido elegida. Pero es así.

Enseguida supe a qué se refería. Una tarde en Venice, California, caminé por la playa, trepé las rocas y me quedé contemplando el verde aturquesado del mar. Sin ningún mo­tivo aparente, de pronto el agua se elevó por lo menos nueve metros en el aire y me cubrió, solamente a mí, a nadie más de los que estaban cerca. Me aferré a las rocas, totalmente em­papada y riendo, hasta que los salvavidas aparecieron con los megáfonos pidiendo a todos que se retiraran del espigón.

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Agnes sirvió más té de artemisa Pennanecimos en silen­cio durante varios minutos, mis pensamientos seguían confun­didos.

"El cesto es el camino antiguo de la mujer -susurró. Por alguna razón, empecé a Jlorar, luego a balbucear. -Esas viejas malvadas ... en especial Ruby Jefe Prós-

pero. Me obligó a descuartizar ese ciervo. Y por la forma en que se me acercó con ese cuchillo, creí que iba a apuñalarme o cortanne en pedazos. Fue horrible. Nunca me pasó algo igual. Es injusto. Odio a esa vieja bruja.

-No hay necesidad de odiarla -me interrumpió Ag­nes-. No intentaba lastimarte. Ruby es ciega.

. -¡Ciega! -exclamé, todavía Jlorando-. No. No puede ser cIega. No puedo creerlo. Oh, lo siento tanto.

-Nunca te disculpes -expresó Agnes con severidad-o Si lo deseas te hablaré de Ruby, pero debes escuchar con atención. Su historia tiene signiticado para ti.

-Nunca me imaginé que fuera ciega... cuéntame. -Me enjugué los ojos.

--Cuando Ruby tenía dieciséis años, iba a casarse con Stuart Corre Hacia Atrás. Era un buen hombre pero eso fue hace mucho tiempo. Ahora está muerto. Ella vivía con su abuelo. Un día, cuando él estaba afuera cazando con trampas y Ruby se encontraba sola en la casa oyó un gran alboroto. Eran los días antes de la aparición de los autos, cuando todo el m.undo tenía carretas o montaba a caballo. El griterío se volVIÓ muy fuerte, Ruby se acercó a la ventana y vio un caballo de hierro con humo saliendo de la parte delantera. Cuatro agrimensores del gobierno estaban de pie junto a él discutiendo.

Uno se acercó a la cabaña y llamó a la puerta. Ruby estaba asustada. Había visto muy pocos hombres blancos en su vida. Vestían de modo extraño, y dos llevaban pistolas. El

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hombre en la puerta empezó a gritar. Al final, golpeó t~n fuerte que la bisagra de cuero se cortó y la puerta cayó hacIa adentro. El hombre vio a Ruby de pie junto a la ventana y supongo que se sorprendió al encontrar allí a ~s~ joven .t~ hennosa. Tal vez pensó que en esa cabaña VIVla un vIeJo sordo. Se le acercó, la tomó del brazo y pronunció unas pala­bras horribles. Ruby no las entendió, pero la avergonzaron.

"'Los otros tres individuos se aproximaron para ver quién estaba con el primer hombre y entraron en la choza. Ruby se dio cuenta de que se encontraba en peligro. Sabía que esos wasichus iban a violarla así que trató de romper la ventana para huir. Alguien la golpeó y la arrastró hasta un rincón. Uno de los hombres era muy corpulento. Se quitó el cinturón, lo puso alrededor del cuello de Ruby y tirando de él l~ llevó hasta la cama. Le rasgaron la ropa. Ruby les imploró pero no la escucharon. Empezó a gritar y a forcejear y logró deshacerse del cinturón y tomar un pedazo de leña. Se armó una gran batalla. . . imagino que los cuatro hombres se sor­prendieron mucho. Se enfurecieron y la golpearon ~ro no se contentaron con ello, de modo que se turnaron para VIO-larla.

"Después se preguntaron si deberían matarla. Muchos dijeron que hubiera sido preferible que Ruby muri~ra en ~ez de convertirse en 10 que fue después. Uno de los tipOS qUISO darle dinero para que eIla no contara que la habían violado. Sabían que no estarían en dificultades por 10 que habían he­cho, puesto que ella era una india, pero avergonzarían a sus familias blancas. Entonces, como no se atrevían a matarla, tomaron un compás que usaban para hacer mapas. Tenía una punta mosa. Querían cerciorarse de que eIla no los identifi­caría. De manera que antes de marcharse, se aseguraron de que quedara ciega.

"Cuando el abuelo de Ruby regresó a la casa y vio lo

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que había pasado, le dio un caldo y juntó hierbas para curarla. Ruby recuperó su fuerza bastante rápido, pero se pasaba los días sentada en la cabaña, sintiéndose deshonrada y rehusán­dose a aprender o a cuidar de sí misma. Incluso le pidió a su abuelo que la matara, pero él la golpeó y dijo que no toleraría su autoindulgencia. Dijo que se le había dado un único ene­migo. ... su ceguera. Ruby contestó que no le importaba ... quería morir. Su belleza y la posibilidad de una vida feliz habían sido arruinadas. Sin embargo, fue afortunada, ya que su abuelo era un hechicero y no muy viejo. Había estado aprendiendo durante mucho tiempo y tenía mucho poder.

"Él podía ver que la voluntad de Ruby estaba adorme­cida y que debía despertar su estómago. Comenzó mostrándo­se muy amable, pero la engañó muchas veces. La hacía tropezar y caer, le entregaba utensilios hirvientes y le servía alimentos imposibles de comer. Se burlaba de ella y la hacía enojar hasta ver que el estómago de su nieta despertaba. Ruby estaba herida. Creía que su abuelo ya no la amaba.

"Durante todo ese tiempo, él se sentaba afuera, a la luz de la luna, cantando canciones pidiendo ayuda para que Ruby recuperara su integridad. Una noche, vio un mapache hembra con sus crías. Era una señal de que debía enviar a Ruby al norte, la señal que él había estado esperando. Ruby se mar­chó.

"Los satoux del norte no sabían nada de la gente blanca. Conservaban su poder. Su poder no estaba oculto. Eran grandes hechiceros y sus danzas eran aún mágicas. Como dije, eso fue hace mucho tiempo.

"Había un hechicero llamado Cuatro Ciervos al que has­ta los satoux temían. Cuatro Ciervos vivía en la alta montaña desde cuyo cobertizo podía contemplar su aldea. Se decía que Cuatro Ciervos tenía el poder de devolver la vida a los muer­tos, que tomaba su poder de mujeres que no lo veían. Ni

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siquiera yo comprendo ese ensalmo. Todos esos satoux hi­cieron subir la montaña a Ruby. pero nadie quiso acompañarla. Temían demasiado a Cuatro Ciervos. Ruby se cayó muchas veces, se lasúmó y rasguñó. Cuatro Ciervos la obsevaba, sin decir nada, pero en cierta fonna, ella sentía su presencia y la necesidad de seguir avanzando. Cuando por tin lo alcanzó, Cuatro Ciervos estaba riendo. Ruby preguntó qué debía hacer. Él contestó que había una sola manera de ayudarla. Siempre sería ciega, pero si la mataba y uúlizaba su medicina en la muerte, él podía devolverle la integridad. Tomaría ese poder de las mujeres que no lo veían y le restituiría la vida. Después de eso, ella debía aprender la medicina del ciervo de las muje­res satoux. A partir de ese momento, tendría que tomar caldo de pezuñas de ciervo y comer únicamente carne de ciervo. De lo contrario, moriría.

"Cuatro Ciervos construyó una platafonna y acostó a Ruby sobre ella, tomó una pipa de caña y le sopló un poco de veneno en los oídos. Ruby murió y su espíritu se alejó hacia el campo de los recién muertos. Cuatro Ciervos le aplicó su medicina, remodeló algo en su cuerpo e invocó el poder de las mujeres que no podían verlo para que devolvieran el espíritu de Ruby. Esto llevó muchos días. Luego puso algo muy frío en la boca de Ruby y ella despertó, más en­fenna que nunca. Sufrió un ataque extraño y Cuatro Ciervos la hizo utilizar la energía generada por el ataque para movi­lizar todos sus sentidos. Para ello, le enseñó a controlar esa energía.

"Ahora Ruby es ciega pero ve más que nadie. Cuatro Ciervos la guió al centro de este círculo exterionnente vio­lento y le enseñó a serenarse. Ruby siempre verá porque siempre está en ese centro. Cuatro Ciervos le dijo que fuera primero con las mujeres satoux, luego que regresara con su abuelo y aprendiera de las canciones de él. Ruby es una hechice-

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ra. Sabe más que nadie sobre la medicina del ciervo. Cuatro Ciervos y esas mujeres satoux le enseñaron todo. Espero que revele su medicina, pues muchos la necesitan.

"No te estoy contando acerca de Ruby para entretenerte. Lo estoy haciendo para instruirte --conúnuó Agnes-. Soy una hechicera. Vivo en el más allá y regreso; anoche fuiste conmigo allí. Estás siendo iniciada en un conocimiento tan viejo como el tiempo. Los soñadores te han tocado. A veces puedes mirar por sobre el hombro y no prestar atención. Pue­des elegir ser ciega, o puedes seguir tu destino.

El rostro de Agnes era paciente. Lentanlente, empecé a darme cuenta de que estaba siendo impelida por una fuerza más allá de mi comprensión. Empecé a reconstruir los sucesos de los últimos meses. Me recliné en la silla, agobiada, parali­zada. Presentí que ésta no era una situación de posesión sino que, siendo elegida, yo también elegía. Con cada punzada de aversión, de terror, más me obsesionaba mi sueño del cesto. No estaba segura de qué me retenía, si la investigadora en mi interior o la pesadilla, pero, ¿qué importaba?

Agnes debió de haber percibido mi capitulación, pues sonrió y asintió con la cabeza. Sin decir una palabra, comenzó a levantar la mesa. Contemplé la madera ahumada y las migas de pan frito. Mi vida estaba en esas migas, lo sabía, pero me tenía sin cuidado.

Agnes me tocó el hombro y susurró: "Vamos, debes regresar a California. -¿Cómo puedo regresar? -pregunté-o No tengo el

cesto. Todavía no puedo volver a casa. Agnes se puso una pesada camisa de lana y me entregó

mi abrigo con expresión grave. -Iremos a la cabaña de Ruby --explicó-o Te enviaré a

tu casa. Se acercó a la cómoda, tomó algo y 10 puso sobre la

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mesa frente a mí. Era un aro hecho con la punta de un asta y con incrustaciones de turquesas.

"Ruby me dijo que si aparecías por aquí te entregara este pendiente. Tómalo ... es protección.

-¿Protección? ¿Contra qué necesito protección? ¿Cómo puede protegerme un pendiente?

-Póntelo -me orden6-. No pennitas que ningún hombre lo toque jamás, excepto un hombre heyoka en su tiempo de mujer.

Obedecí. Agnes se dirigía hacia la puerta, recogí mi bolso y la seguí.

"La mujer nace encinta -dijo Agnes mientras cami­nábamos. El hombre debe ser fecundado por la mujer. Algu­nos hombres lo consiguen a través de plant~ u otras discipli­nas. Existen secretos que no te puedo develar.

Marchábamos por el sendero hacia el este mientras Ag­nes hablaba.

"Hay diferentes tipos de fuerzas en el mundo. Estos poderes pueden matarte con facilidad o hacerte desear la muerte. Cuando decidas obtener el cesto del matrimonio enfrentándote a todas las fuerzas que han existido siempre, necesitarás coraje y vo­luntad. El pendiente te ayudará en la travesía de tu mundo al mío.

Me hizo señas para que me apurara. Me costaba seguirle el paso sin tener que correr.

"Las cosas que en el pasado te han ayudado en tu mundo ... tus tarjetas de crédito, tu auto, la ropa que usas ... esas cosas no son prácticas aquí y no te ayudarán.

El aire era diáfano, el olor a tierra húnleda, agradable. Anduvimos un kilómetro y medio o más en silencio. El recuerdo del ti pi iluminado en medio de la noche continuaba inquietándome, y también la palabra "caníbal" que había utili­zado la anciana.

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Por fin, pregunté: -¿Anoche, Agnes, a qué se referían con "caníbal"? Agnes sonrió. Sin detenerse, extrajo un pedazo delgado

de charqui del bolsillo de su camisa de lana y lo empujó hacia mi boca, indicando que yo debía comer. Lo mordí, aunque no tenía hambre y era duro para masticar. -

Llegamos al sitio donde terminaba el sendero. Las flores en el cañón se abrían después de la lluvia. Los colores eran vibrantes, las flores se mecían con el suave viento.

-Anoche visitamos a las ancianas ~xpres6-. Se reve­lan ante mí porque has sido elegida por los soñadores. Las ancianas me están ayudando a instruirte. Has entrado en lo que para ti es un mundo extraño. Hay mucho que no com-prendes. .

Se detuvo con brusquedad. Se acuclilló entre las flores y levantó la cara de una flor azul. Me incliné para mirarla.

"Cuando puedes hablar a una planta ~xplic6-, cuando sabes que una planta está viva, q~e posee un espíritu, comes la planta y la planta se te revela. Tienes el poder del espíritu de la planta. -Arrancó la flor y se la comió. -Te miro y veo que no comprendes lo que estoy diciendo.

Con nerviosismo, mordí un pedazo de charqui de ciervo. "La carne que estás comiendo ahora es tu hennana.

Comemos a nuestros hermanos y hennanas. Eres una caníbal. Tu hermana ha caído para que tú puedas tener vida.

Asentí para demostrar que comprendía y proseguimos caminando. El cañón estaba plagado de pájaros, marmotas de las praderas y mariposas, todos activos con la primavera.

-Sí -dije-o Creo que comprendo algo del motivo por el que consideras caníbales a las personas. Pero no entiendo por qué me humillaron tanto. Quiero decir, me desnudaste delante de todas esas viejas ... las ancianas -me corregí.

-Para poder dar los primeros pasos torpes en el rojo

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camino de la femineidad, debes estar desnuda en todo sentido -atinnó Agnes.

Alcanzamos el borde del cañón y vimos el arroyo y el estanque en la distancia. Observé el atloramiento de rocas y una vez más admiré la hennosura del estanque.

tó:

De pronto, el talante de Agnes pareció cambiar y pregun-

"¿Eres una mujer? -Sí. -¿Eres una mujer cuando estás desnuda? -Sí -respondí. -¿Tienes una vagina? -Sí. No entendía adónde quería llegar con esas ~xtrañas pre-

guntas. -¿Menstrúas? -Sí. -No 10 sabíamos. En el mundo indígena se lo denomi-

na luna. Es tu tiempo de máximo poder. Anoche teníamos que asegurarnos.

Me ruboricé. Caminamos en silencio el trecho que nos separaba en la roca plana junto al agua. Me alegró descansar un poco. Comimos más charqui y bebimos del arroyo. Me recosté en la roca, satisfecha y soñolienta, cerré los ojos y bostecé.

De repente, se produjo un fuerte sonido explosivo como el disparo de un rifle.

-¡Despierta! -me gritó Agnes. Me levanté de lID salto

y me volví. "¿Cómo sabes que no te mataré? -preguntó, dejando

caer dos piedras grandes al suelo, una de cada mano. Su actitud era amenazante. Parecía más grande que antes.

"Síentate -dijo, señalando el suelo-. Ahora hablare-

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rnos del cesto del rnatrimonio. Debes saber algo para com­prender a qué te enfrentas.

"En cierta ocasión, un hombre vino aquí. .. sólo un hombre. Su nornbre era Padre Pearson. Dijo que él sabía todo acerca de dos forrnas de rnirar. Podía mirar hacia ruTiba y ver y oír a los espíritus buenos. En algún lugar profundo de la rnadre tierra se encontraban los espíritus malos. Sostuvo en alto el símbolo de los senderos cruzados y dijo que estábamos desequilibrados. Dijo que si no ernpezábamos a mirar hacia arriba, los espíritus buenos nos matarían. En ese entonces, a todos nos pareció bastante ridículo.

"El viejo Dos Coyotes sintió lástima de él y decidió enseñarle. Le mostró lo que había en los morrales de medi­cina, pero cada vez que Dos Coyotes c.omenzaba a enseñarle sobre las mujeres, el cura se enfurecía mucho. Dos Coyotes le dijo que si de veras quería aprender el uso del poder tendría que aprenderlo de rní. Eso no le gustó, pero el cura era inteli­gente y lo escuchó. No hay hechiceros, sin hechiceras. Un hechicero recibe su poder de una rnujer, y siempre ha sido así. Un hechicero ocupa el lugar de un perro. Es merrunente un instrumento de la mujer. Ya no parece ser así, pero lo es.

"Vino a venne y como Dos Coyotes era rni amigo, lo tomé como mi iniciado. Era astuto y aprendía rápido. A me­dida que la instrucción progresaba, supe que se estaba enamorando de mí ... siempre pasa lo mismo con los hornbres. Yo no amaba a ese hombre blanco, ni siquiera sentía aprecio por él. Pero me daba cuenta de que se estaba volviendo po­deroso.

"Un día me confesó su runor y quiso poseenne. Quería mi poder, pero yo no deseaba dárselo. Le dije que tendría que buscarse otra mujer con habilidad. En esa época, la envidia era prácticamente desconocida entre mi gente, pero vi cómo el odio empañaba su mirada. El odio es un poder que com-

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prendo, y decidí hacer vivir al cura con el sabor a odio en la boca. El odio tiene gusto a maíz quemado. Cuando se incre­menta junto a la sabiduría, es casi imposible detener su poder.

"Lo hice usar una máscara desde ese día hasta el final de la instrucción. Algunas máscaras pueden contener las emo­ciones ... todo heyoka lo sabe. Es sencillo clavarse una aguja de hueso en la cara para estar feliz y rebosante de amor ... eso también es una máscara. Pero la máscara que este hombre utilizaba era para refrenar el odio.

"Aprendió todo lo que un hombre puede aprender. Co­noce el mundo indígena como nadie, y puede hacer todo lo que quiera. No lo entenderás, pero está hecho de poder. Le hostré todo lo necesario para ser un hechicero, pero no le interesaba. Tomó el conocim¡ento y, en cambio, se convirtió en un hechicero poderoso. Poco a poco, aprendió todo y ahora es tan fuerte como cualquier mago en la tierra. Ahandonó los hábitos, adoptó un nombre y aprendió cómo ucultarse. Su nombre es EI-Hombre-Que-Percibe-EI-Sendero, o Sendero Oculto. Algunos dicen que su nombre es Perro de Fuego u Soldado de Fuego. Los que lo conocemos lo llamamos Perro Rojo.

"Yo era la guardiana del cesto del matrimonio. Estaba tejido con los sueños de muchas mujeres, producido y reno­vado por los esfuerzos de las tejedoras y los soñadures. Es muy hermoso y sagrado para todas las mujeres. Un día, cuando yo estaba reunida con Dos Coyotes, Perro Rojo encontró el cesto. Nunca imaginé que lo robaría, pero lo hizo. Tenía que conseguir algo que pudiera utilizar como su mujer reveladora de poder, así que robó el cesto. Tenía más poder que cualquier mujer.

"No puedo darte el cesto. Tienes que robárselo a Perro Rojo, yeso es muy peligroso. Estoy dispuesta a enseñarte cómo robarlo, pues él no puede dañarme. Pero puede matarte

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con facilidad, y siempre está alerta. Será difícil, pero si eres valiente, tal vez lo logres. Yo no puedo robarlo, la ley de los soñadores me lo impide. Espero que estés dispuesta.

-¡Robar! No podría robar nada -repliqué vÍrtuosanlente. Agnes me miró con malicia. "Nunca robé nada en mi vida -mentí. -Me interesa tu habilidad, no tu moral. Si quieres el

cesto tendrás que aprender a robar.

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Nadie es un hechicero cada hora del día. ¿Cómo podría vil'ir?

Pablo Picasso

Holmby Park estaba desierto ~ las siete de la mañana excepto por unas pocas personas que trotaban y un par de ancianos paseando sus perros con correas. Me toqué la punta de ]os pies, respiré hondo y empecé a correr despacio por el sendero que conducía a ]as canchas de bochas. El césped estaba húme­do y fragante, e] agua de los regadores como cristales. Alcé la vista hacia los árboles y las opulentas mansiones que rodea­ban el parque. La última vez que había corrido fue en Canadá. Allí no había bulevares flanqueados por árboles ... sólo -la vasta expansión de las estepas canadienses.

Agnes me había dicho que sopesara bien la posibilidad de regresar a Canadá. Estaría allí varias semanas, quizá me­ses, y tal vez nunca podría abandonar a Agnes. Quizá moriría allí. Ella me enseñaría a robar el cesto del matrimonio si yo decidía convertinue en una persona dispuesta a aprender. Pero aquí, en Los Ángeles, estaba erigiendo todo obstáculo imagi­nable ... el terror, la pereza, sobre todo mi c;:cma duda. Me convencía de que no había prisa, de que el tiempo sobraba. Di la vuelta al extremo sur del parque. Era bueno retomar la rutina de trotar.

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Cuando llegué a casa, traspiraba y estaba agotada. Des­pués de duchanne, me envolví en una bata de toalla ~ me desenredé el pelo, con la mente llena de cestos y anCIanas horribles.

Fui al donnitorio y me puse un vestido blanco y zapatos de taco alto. Tenía que estar en continuo movimiento, para evadir mis pensamientos. Conduje distraída hacia el Bistro Garden a encontrarme con mi amiga Caroline.

-Bueno, se te ve muy bien -dijo Caroline. Nuestra amistad siempre había sido despreocupada. Ver a Caroline era tranquilizador.

-Estoy bien -respondí. -¿Qué más? -Quizá me vaya a Canadá dentro de qno o dos días a

vivir con esa hechicera que te conté. Veremos. Es todo lo que puedo decirte. Me estoy volviendo loca, eso es todo.

-Has hecho cosas raras, pero ir a vivir a Canadá con cazadores de cabezas o lo que sean, es demasiado.

Me quedé mirándola con los ojos en blanco y tomé un sorbo de mi martini. La bebida me quemó los labios, pero estaba rica ... venenosa y rica. Me emborraché al instante.

El Bistro estaba abarrotado de gente elegante. Mamparas de vidrio grabado y bronce lustrado dividían las hileras de mesas, cada una adornada con un hermoso ramo de flores. Las paredes de espejo reflejaban líneas interminables de caras be­llas y sonrientes, todas nonnales pero totalmente absurdas. Me forcé a sentanne derecha y quieta en el banco tapizado de rojo.

Nos trajeron el salmón y tomé una jarrita de plata para cubrirlo con salsa, recordando la caja de cartón llena de san­gre.

-¿Qué te pasa? -preguntó Caroline. -¿Te gustaría ir conmigo a Canadá, Caroline? -pre-

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gunté bromeando--. No es Río, pero podríamos vivir en una exótica cabaña que conozco. No tiene personal de servicio, pero sí privacidad.

Caroline pidió otro trago. -¿Algún buen mozo por ahí? -Oh, sí, miles de solteros codiciables -contesté pen-

sando en los dos indios que me habían observado cambiar la goma.

-Creo que me quedaré con Hawaii, gracias. Canadá es demasiado salvaje para mi gusto.

-He vuelto a tener unos sueños terribles -dije, cam­biando de tema.

-No me sorprende, tonta. ¿Qué otra cosa esperas, mez­clándote con salvajes?

-No son salvajes. Son personas diferentes con maneras diferentes.

--:-¿Llamas diferente a que te despierten en mitad de la noche y te maten de un susto? ¡Vamos! Y encima quieren que robes algo.

-Pero no hay otra fonna de conseguir el cesto -expliqué, buscando ánimo--. Además, en realidad no es robar. Es un modo de enseñar. -Hice girar el pendiente de asta y turquesas.

-Enseñar o lo que sea, ¿acaso no tienes suficientes cestos? ¿Qué tal taparrabos antiguos para variar ... algo nue­vo?

Del restaurante fuimos al Museo Country a ver la nueva exposición africana. Llegamos una hora antes de que cerraran y nos dirigimos a la Galería Ahmanson. Me sentí mejor en la quietud de la habitación. rodeada de máscaras de la Costa de Marfil.

-Mira ésa -señaló Caroline. Contemplé la máscara tranquila de una mujer joven, una

de las utilizadas por la sociedad secreta gobernante ... llamada

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Mmwo ... de los ibos en Nigeria. El rostro era fuerte, el cabello de estilo casi egipcio. Los ojos parecían ciegos. '

Una talla de los ibos del delta del Níger mostraba a un guenero montado en la espalda de lma criatura escamada y con colmillos, sosteniendo una maraca y una copa de libación. El monstruo que montaba era una proyección de sus habilidades asesinas y el hombre llevaba la maraca en la mano derecha. Recordé que en el sudoeste de Nigeria, muchas tribus rendían culto a la mano derecha de un hombre, la mano que representa su habilidad como guenero. Pero también recordé la maraca colgando de la pared de Agnes.

Me di cuenta de que estaba pensando en cómo sería Perro Rojo. Supongo que las primitivas figuras monstruosas estimularon eS,e pensamiento. Esperaba no tener que verlo nunca en persona.

Junto a la salida había una escultura que me gustó. Sentado en el mango de un abanico, había un dios representado como un ser doble compartiendo un único cuerpo. Deslicé mis dedos con lentitud por la gastada madera.

-¿No te identiticas con eso? -pregunté a Caroline. -No, pero veo que tú sí. Reímos. -Vamos -dijimos al unísono. Ya en casa, me senté acurrucada frente a la chimenea

con mi perro Kona y El Leopardo de Nieve de Peter Matthiessen. La habitación estaba tibia y acogedora, y me sentía muy can­sada.

Permanecí mirando el fuego ardiendo en el hogar. Apoyé la mano en el teléfono, deseando poder hablar con Agnes. Pero si quería hablar con ella tendría que viajar a Manitoba.

Estudié las distintas muñecas kachinas acomodadas en la penumbra sobre la repisa de la chimenea. Existe una dualidad en el mundo ... todo lo material tiene una contraparte espiritual

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representada por los kachinas. La luz del fuego despertó momentáneamente a las muñecas, sus espíritus parecieron co­brar. vida. Sus plumas y cuerpos pintados me trajeron a la n~ente otro mundo misterioso. Las observé. Me acordé de que P~~asso había ~ufri~o la intluencia de esculturas mágicas afrIcanas y tome un hbro para buscar un pasaje que recordaba:

Comprendí qué significaban esas esculturas para los negros. Por qué las tallaban de ese modo y no de otro. Después de todo no eran cubistas. .. ¡los cubistas todavía no existían! Por supuesto, ciertos hombres habían inventado los modelos, y otros los habían imitado ...

. ¿no ~s eso la tradición? Pero todos los fetiches cumplían el mIsmo papel. Eran armas ... para evitar que la') personas fueran regidas por espíritus, para ayudarlas a liberarse. Herramientas. ¡Ese día tuve que pintar Les demoiselles ll'Avignon. no por las formas, sino porque fue mi primer cuadro de exorcismo! Por eso más adelante pinté cuadros como los anteriores, El Retrato de Oiga, los demás retratos. .. ¡nadie es un hechicero cada hora del día! ¿Cómo podría vivir?

Más tarde, en la cama, me quedé acostada mirando la luz de la luna filtrándose a través de los vidrios de la ventana y escuchando el conocido ulular del búho. Un aire frío entró en el dormitorio y caí en una especie de abstracción. Luego, una extraña sensación me despertó, un ruido estrepitoso en mi cabeza o junto al oído que se convirtió en un sonido zumbante. Comprendí que el cesto del matrimonio estaba atacándome ... no podía movenne. El cesto estaba lleno de cuervos batiendo sus alas, mirándome fijo con ojos brillosos y graznando. El

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cesto estaba siendo empujado hacia mí desde arriba. De pronto se detuvo, suficientemente cerca para poder tocarlo. y. de su interior oscuro, emergió el rostro fantasmal de un gigantesco hombre kachina. Tenía ojos vidriosos, la boca abierta y el cuerpo salvajemente pintado. Grité y desperté aterrada mientras el teléfono sonaba.

-Hola --contesté con voz ronca. -Hola, Lynn, soy Hyemeyohsts Stoml. --Oh, hola. Espera un minuto. Me alegra tanto que seas

tú. He tenido otra pesadilla espantosa. -Cuéntamela -dijo con animación. Me senté, prendí la luz y le conté. -¿Irás a Canadá? -preguntó. Tenía un nudo en el estómago. Kona subió a la cama de

un salto y se acurrucó nervioso contra mí. Temblaba. -Todavía no 10 sé. ¿Pero qué piensas de mi sueño? -Estoy en Nueva México por negocios --contestó

Hyemeyohsts, ignorando mi pregunta-o Pero he estado pen­sando en ti y ahora sé por qué. Debes comprender que los soñadores te han elegido. ¿Recuerdas la piel de lobo que \ te di cuando te dibujé el mapa? Nunca duermas sin ella, pues los poderes ajenos a los soñadores intentarán dañar-te. La piel de lobo te protegerá. Eres la cazadora, pero también la presa. Debes entender que la voluntad no es un misterio. Es simple. La voluntad sueña el equilibrio y" """ quiebra la mente. ¿Qué son tus visiones nocturna~ o tu dolor "'-. sino el fracaso de tu voluntad? Ahora debo inne. Te dejo dentro del espejo de la creatividad y tocando e}i círculo del mundo. -Cortó.

Me quedé mirando el teléfono, molesta por la brusquedad de la llamada. ¿Qué había dicho Hyemeyohsts ... voluntad? ¿El fracaso de mi voluntad? ¿Mi voluntad de qué? Tomé un bloc de papel y anoté sus palabras. Para cuando terminé de

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escribir, sabía qué había querido significar. Había una chispa humeando en mi interior, tratando de encenderse, pero aún era demasiado débil para ello. Supe que mi voluntad estaba siendo alimentada, que comenzaría a controlanne y a impulsanne hacia un destino misterioso. Tenía la certeza de que me estaba acercando a un abismo oscuro y que, de alguna forma, tendría que precipitamle a su profundidad inimaginable. Lloré hasta que me dormí de nuevo.

Desperté a la mañana con los ojos hinchados y guardé el pequeño pedazo de piel de lobo en una vieja bolsita medicinal de cuero que había coleccionado. La apoyé sobre la mesita de noche.

A las cuatro de la tarde, llegó Ivan con George y Pamela Helmstel.ld, el matrimonio que había asistido a la fiesta de Arthur, para ver 10 que Ivan suele llamar "el wigwam* de Beverly HilIs". Pasé un largo rato mostrándoles mi colección de arte. Mientras pasábamos de una pieza a otra, les relaté brevemente mis experiencias en Canadá ... no podía parar de hablar. Los Helmsteads escuchaban con cortesía, pero Ivan parecía sonreír con afectación.

Salimos al patio de ladrillos a tomar té con galletitas. La buganvilla que trepaba sobre nuestras cabezas era como un estallido carmesí contrastando con el cielo azul.

-¿Por qué aprender a robar un cesto, Lynn? -preguntó Ivan. Mordió una galletita. -¿Por qué no robar recetas como otras mujeres? Estas galletitas son deliciosas -se apresuró a añadir ..

--Ojalá te atragantes con una -dije. George y Pamela rieron. -Jamás podrías robar el cesto de mi Banco --comentó

* Tienda de pieles rojas.

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George, presuntuoso-. No estás tratando con gente respetable. Lo perderás. Probablemente alguien te lo robará a ti después.

+-Me oí decir: -Quizá sea la búsqueda y el desafío lo que me atrae ...

aunque Agnes dijo que podría morir tratando de hacerlo. -¿De veras podrían matarte? -inquirió Pamela con

incredulidad. -Eso dijo Agnes. -En ese caso, olvídalo. Quiero decir, no es más que un

cesto. -Pamela sorbió su té. -Tal vez esté hechizada, pero 10 cierto es que el asunto

me fascina. Además, no es sólo un cesto. -¿Por qué no vas a Canadá y averiguas qué es 10 que

. esa mujer quiere que hagas? -preguntó Ivan-. ¿Qué te p~ce si voy yo para indagar si es una charlatana?

-Bueno, no sé qué hacer. Agnes fue muy explícita en cuanto a que debo ir sola.

-Es una farsante, Lynn -asevero Ivan, con aire definitivo.

Conversamos de trivialidades, tenninamos el té y nos despedimos. Los observé alejarse en el auto y luego, sola, leí un libro con un final feliz.

Esa noche fui en coche a La Famiglia para cenar con Arnold Schulman. El aire estaba fresco y cargado de pl!rfumc a jazmín.

Por 10 general, La Famiglia está suficientemente Heno para resultar interesante y se puede conversar durante horas mientras se cena. Quizá suene como si me 10 pasara sentada comiendo eternamente, pero, de hecho, esa es la mejor fonna de establecer contacto con la gente en Los Angeles. En Roma o en París, uno puede caminar por las calles y participar de la corriente de la vida. Pero no en Los Angeles.

-Hace tiempo que no te veo -dije a Arnold después

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de que nos ubicamos-o ¿Estuviste fuera? Arnold sonrió. -En realidad acabo de regresar de las selvas de Perú.

Quizá te parezca extraño, pero fui allí a buscar un alucinógeno llamado ayahuasca. Los indios lo llaman el vino de la muerte y William Burroughs lo denominó "la dosis tina!". Encontré un guía indio y subí el Amazonas para buscar un hechicero de quien había oído hablar, aunque me dijeron que era imposible encontrarlo, y, más aún, aprender de él. Nos abrimos camino por la selva a machetazos; comidos por los mosquitos y empapados por la humedad. Finalmente hallamos su aldea ... seis o siete chozas de paja. Cuando llegamos allí, todos habían salido a cazar y estaba desierta ... excepto por él. Allí estaba, sentado en su platafonna de madera, con una gqrra de béisbol y una camisa hawaiana, sonriendo.

-Te habrás sorprendido. -Claro que sí. Era muy viejo. FIaquísimo. "Cuando la gente toma el ayahuasca, abandona su cuerpo.

Mientras están fuera del cuerpo físico, el hechicero los examina para ver qué tienen y los cura. Tenía la esperanza de poder participar en esa ceremonia.

-¿Qué hiciste?' -Hablé con el hombre por intennedio del guía y decidió

que yo tomaría el vino de la muerte sentado frente a él en la platafonna. Era muy solemne. Para entonces, ya era de noche.

-¿Tenías miedo? -Por supuesto. Pero no tanto como el que tuve cuando

me enteré al regresar que el ayahuasca es cincuenta veces más fuerte que el ácido.

-Eso· me contaron, pero la diferencia reside en sus propiedades curativas, ¿verdad?

--O te mata o te cura, así dicen. Reímos.

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-Esta historia es asombrosa, Amold. ¿Qué pasó después? -Bueno, primero le di una botella de Jack Daniels y

otras cositas y nos acomodamos frente a un altar provisorio. Era difícil ver bien en la oscuridad. Había una única vela encendida. Reparé en una estatua de la Virgen María, feti­ches de madera tallada, plumas y bolsitas atadas con cintas. Una calabaza ahuecada descansaba sobre unos palos y el an­ciano empezó a cantar sobre ella. Luego sumergió en su interior la mitad de una cáscara de coco y me la entregó. El líquido olía y tenía gusto a vómito. Me forcé a beberlo y devolví la copa. El anciano tomó un trago y me dijo que el efecto duraría sólo seis o siete horas, pero cuando amaneció el segundo día y yo seguía volando, supe que estaba en problemas.

Amold reía, pero yo no. . -¿Qué aprendiste? -pregunté. -Lo que aprendí fue por observación y difícil de explicar.

Volé a una velocidad asombrosa a través de las vidas de personas ... personas que conozco. Las vi interactuar y realizar rutinas diarias. Sentía que las veía en una dimensión más importante, como si nuestra realidad presente fuera artificial.

Nos quedamos callados durante varios minutos. -¿No hiciste todo eso nada más que por un guión,

Amold, no es cierto? Amold dobló su servilleta y me sonrió con picardía. -No. -¿Pero por qué arriesgar tu vida? Lo tienes todo. Debes

de ganar muchísimos millones por año. Hasta eres feliz. Amold reflexionó un momento .

.>t-Quizá sea por 10 que dijo Nietzche: "Lo que no me destruye, me fortalece." -Permaneció en silencio un rato y luego me miró con entusiasmo. -Bueno, hablemos de tu experiencia. Se te están cerrando los ojos.

Comí un bocado de ternera y me quedé pensando. Lo

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que había sucedido en Canadá parecía menos tangible que haber tomado una droga y tenido alucinaciones durante un tiempo prescripto.

-Ahora que puedo hablar, no sé por dónde empezar. He estado teniendo sueños recurrentes sobre un encuentro que tuve con una hechicera llamada Agnes. Me siento un poco desorientada.

Le conté a Amold partes de la historia y cómo el cesto del matrimonio se había convertido en una obsesión. Debió de haber sonado como una pesadilla.

"Hasta ahora lo (mico concreto que obtuve es mi pendiente. Lo dejé en casa, pero te lo mostraré en otra ocasión. Espero que todo esto no te parezca totalmente absurdo, Amold.

-Vamos, Lynn. ¿Qué. otra cosa existe sino la búsqueda? -Supongo que tienes razón. -Pero hay cosas que todavía no entiendo. ¿Qué es el

cesto del matrimonio? ¿Qué significa? -Bueno, sólo puedo decirte lo que Agnes me dijo.

-Miré los espejos detrás de Amold y vi el reflejo de mi propia frustración. - Agnes me dijo que el cesto fue tejido por soñadores y que representaba un vacío inexpresa­ble ... el útero en la mujer. Es ley que todas las cosas deben nacer de la mujer, incluso lo inventado por los hombres. To­das las estrellas nacieron del vacío, y el vacío es la mujer. La creación inventó al hombre para equilibrar eso. Dijo, pondré un hombre dentro de ella. En todo hombre hay una musa femenina. Agnes dijo que los hombres han tomado el vacío adjudicándoselo y que, como resultado, nuestra madre tierra se encuentra en un estado de gran desequilibrio.

Amold me miraba tijo. -¿El cesto es real o una metáfora? -No, como te conté, lo vi en una fotografía. El cesto es

una realidad. No se trata de una metáfora.

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-¿Pucdo ir a Canadá contigo'? Me encantaría conocer a tu hechicera.

-Ojalá pudieras ir. Tendría mucho menos miedo si estuvieras allí conmigo.

-¿Existe algún motivo que me lo impida'? -Me dijeron que las enseñanzas son sagradas, y que

debo ir sola. Amold me observó con incertidumbre y tomó un trago

de su café expreso. Bajó la taza. -Prefiero vérmelas con Agnes y con el vino de la muerte

antes que con ciertos jefes de estudio que conozco. Reímos. La conversación se interrumpió un momento.

Respiré hondo y comenté: -¡Esos sueños me han asustado tanto, Amold! tengo

que olvidarnle de todo este asunto espantoso ... de alguna tornla, no sé cómo. Me perturba demasiado. Si vuelvo con Agnes temo que mi vida, tal como la conozco, se acabe. Aún tengo muchas cosas que hacer aquí. Debo ir a una subasta impurtante en Nueva York y, además, mucha gente cuenta conmigo. No puedo abandonar todo por un capricho para ir en pus de una obsesiÓn. -Tomé mi vaso y bebí un sorbo.

Amold parecía sorprendido. -*-No puedes desperdiciar esta oportunidad, Lynn .. Tus

sueños son mensajes. Deja de actuar como una tonta y piensa en lo que estás diciendo. ¿Subastas, personas que cuentan contigo'? ¿Acaso el verdadero fantasma que te tortura no es tu propio temor'?

Los ojos se me llenaron de lágrimas. -Podría morir, Amold. -¿ Y qué? Debes enfrentarlo. Arriesgarte. Tienes que ir

a Canadá. Lo sabes.

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Me costaba muchísimo admitir que Amold tenía razón. -No. no lo sé.

Arnold se inclinó y me tocó la mano. -Escucha, ¿no te das cuenta de lo increíble que esto es

para ti'? Te han hecho un regalo extraordinario. No 10 cuestiones. Observa a esas personas alrededor ... 10 mejor de Hollywood.

Eché un vistazo a la gente circundante. En el favorecedor ambiente de La Famiglia, los comensales parecían serenos.

-¿Qué diablos han logrado en sus vidas't-preguntó Amold, apretándome la mano y sonriendo-. ¿Y qué has hecho· tú con la tuya? Pero ahora tienes una posibilidad ·única. Si eres lo suficientemente afortunada para haber sido escogida por el destino, maldita sea, no desperdicies tu suerte.

-Creí que me querías viva, Amold. -No viva. Sino viva de verdad. Tienes que descubrir

q)..té significa realmente esta obsesión -dijo-. Y apuesto ~ que descubrirás que el cesto del matrimonio puede salvarte.

-Eso espero. -Tómate un avión mañana mismo -sugirió Amold

más tarde, mientras nos marchábamos-o Estoy ansioso por enteramle de lo que sucederá. Llámanle en cuanto regreses ... si es que regresas.

-Gracias, Amold ---<lije riendo y me despedí de él con un beso.

Conduje mi auto resuelta a reservar un pasaje en cuanto llegara a casa. Pero mienu'as avanzaba por Beverly Orive, empecé a recordar lo que había experimentado en manos de Agnes y Ruby. Me pregunté si yo no sería más que otra tonta dejándose llevar por una farsa. Una vez en casa, me senté en el living a sopesar todo eso. Tenía puesto el pendiente de asta y turquesas. ¿En qué momento me lo había puesto? Me lo quité y lo estudié con atención. Era lo único tangible de todo ese sueño.

Después de lma ducha rápida, me metí en la cama, dejando expresrunente el pendiente junto al lavatorio en el baño. No

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apagué la luz del dOnllitorio y soñé con el cesto del matrimonio. Caminaba hacia él, pero al alcanzarlo, Agnes se encontraba en su lugar.

-Ahora debes venir. Es hora. -Sí -respondí sin vacilar. La tigura de Agnes se disolvió y donní plácidamente. A la mañana, el pendiente estaba en mi oreja, pinchándome

la mejilla cuando desperté. Esta vez supe con certeza que estaban sucediendo cosas anonnales. Pensé en el sueño en tanto contemplaba el pendiente en la palma de mi mano. Agnes había dicho que era un objeto de transición. " un puente extendiéndose de mi mundo hacia el de ella.

Levanté el teléfono y reservé un pasaje para volar de regreso a Canadá, y a Agnes, inmediatamente.

Es ley que tOlÚJS la cosas deben nacer de la mujer. inclu­sive lo ¡m'entado por fos hombres.

Agnes Alce Veloz

Me alegró ver .la tienda Crowley. Estacioné frente a la puerta, apagué el motor, me bajé del auto y cerré la puerta con fuerza. Tres niños cris con pelo negro y caras redondas me miraron tijo un momento y luego echaron a correr hacia el río.

-¡Rápido! ¡Rápido! -gritaban. Al otro lado de la calle, varios ancianos estaban sentados

en el banco de la oficina de correo local. Se comunica­ban entre sí por medio de gestos ... deduje que yo era blanco de alguna broma privada. Pretendí no danne cuenta y empujé la crujiente puerta de alambre. Los papeles en la pizarra se movieron y pennanecí de pie frente a los estantes de comida barata y herramientas de ferretería.

El dueño de la tienda se encontraba detrás del mostrador delantero junto a la caja, los brazos cruzados sobre una camisa vaquera bordada con rosas. Se movió nervioso y escupió jugo de tabaco.

-¿Dónde está el atún? -pregunté. -Allí atrás -indicó, señalando la parte posterior del

negocio.

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Recorrí la tienda seleccionando comestibles ... manteca de maní, pan, jalea, etcétera.

.. ¿Encontró a la vieja Ruby la última vez que estuvo aquí? -preguntó el hombre mientras yo estudiaba una lata de jugo de manzana.

-Sí, la encontré. El rostro del dueño era pasivo y volvió a escupir tabaco. -:-Espero que sepa 10 que está haciendo. -Lo sé. -De veras lo espero. -Se inclinó hacia adelante, apo-

yando los codos sobre el mostrador. -No quiero asustarla pero yo tendría mucho cuidado. Algunas muchachas que van allí. .. no me retiero únicamente a muchachas blancas ... in­dias también ... pierden la razón. Uno cree que saben 10 que están haciendo y la próxima vez que las ve, parecen muertas por dentro. No sería la primera vez que pasa algo así. Es muy peligroso bromear con una mujer como Ruby.

-No estoy bromeando con Ruby. La mujer que vine a ver esta vez se llama Agnes.

El hombre palideció y casi se atragantó con el tabaco. -¿Agnes Alce Veloz? -Sí. Parecía asustado. -¿La conoce? -Sí. Se enderezó y adoptó una expresión de disculpa. -Tome esto -dijo, agitando un cartón de cigarrillos-o

Sólo estaba bromeando con respecto a Ruby. El cambio de actitud me dejó atónita. La mera mención

del nombre de Agnes aterró a ese indio de edad madura. Dio la vuelta al mostrador, aún blandiendo el cartón de cigarrillos.

"Vamos, tómelo -insistió gritando, depositando los ci­garrillos en mi mano.

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-No ... no fumo -balbucí. -Oh, no importa. Llévelo igual. .. ¿quiere? -se obs-

tinó y trató de sonreír. -Gracias -dije, molesta. No necesitaba tabaco en ab­

soluto. Luego recordé 10 que había dicho Hyemeyohsts Storm en

cuanto a que el tabaco era sagrado para los indígenas ameri­canos. Puse los cigarrillos con el resto de mis víveres y el dueño regresó detrás del mostrador.

Coloqué los comestibles en el baúl del auto, me subí y tomé por la autopista. Conduje con lentitud para contemplar las sencillas casas de madera, los autos viejos y los edificios deteriorados.

Más adelante, vi dos hombres caminando al costado del carnino, los mismos dos que se habían quedado mirando mien­tras yo cambiaba mi goma. Me detuve junto a ellos y bajé la ventanilla.

-¿Quieren que los lleve? -pregunté-o ¿Me recuer­dan?

-Por supuesto que la recordamos -respondió el más alto, riendo. Subieron y se acomodaron en el asiento trasero. Parecía que hubieran estado esperando que yo apareciera por allí.

-¿Cómo se llaman? -pregunté. -Él eS'Ben y yo soy Drum ---contestó el más alto. -¿Ben y Drum, eh? Parece que siempre nos encontra-

mos. Silencio. "Me enfurecieron la última vez cuando no quisieron ayu-

danne a cambiar la goma ---comenté. Más silencio. Ben y Drum no eran muy conversadores. "¿Cómo han estado? -inquirí. -Bien -dijo Drum.

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Se hizo otro silencio incómodo, pero yo empezaba a disfrutar del paisaje. Respiré hondo el aire fresco y comencé a re 1 ajanne.

Drum se inclinó sobre el asiento de adelante y susurró: -Detén el auto, Lynn. -¿Qué? -dije, apretando el freno-o ¿Eh? -Mírame -dijo él-o Véme. -Puso la mano plana

debajo de su boca, como si fuera a soplar polvo en mi cara. -Estoy mirando el rostro de un diosa.

-¿Qué demonios estás diciendo? -Nunca he contemplado tal celestial belleza -prosi-

guió. Sus ojos adquirieron un brillo extraño y parecía soplar las palabras hacia mí. No se trataba de un intento de seduc­ción ... S\,l expresión era impersonal. Comenzó a hablar con un ritmo familiar-o No es cri, Lynn. Estoy hablando una lengua de hace mucho tiempo. Lleva tus ojos hacia el centro de mis palabras.

En una ocasión, cuando tenía ocho años, en un negocio que vendía animalitos vi a un hombre alimentar una víbora con un ratón. Éste se paralizó justo antes de que la víbora lo mordiera, reconociendo su muerte y sometiéndose a ella. Las indescriptibles palabras de Drum eran la respuesta a ese enigma y ahora, yo también me rendía.

Recurrí a toda mi voluntad para salir de ese estado. Em-pecé a gritar.

-¡Por favor, para! ¡Para! -¿Parar qué? -preguntó Drum. Sus ojos cambiaron. -Luz verde, señorita -dijo Ben. Temblando, continué manejando, a los sacudones y

traqueteando. Drum se reclinó en su asiento y me ignoró. "¿Adónde vas? -preguntó Ben. -A casa de Agnes Alce Veloz -respondí, todavía tra­

tando de despejar mi mente-. Tengo que dejar el auto en la

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choza de Ruby Jefe Próspero y después seguir a pie. Ben y Drum rieron burlonamente. -No es necesario -dijo Ben-. Hay un camino vecinal

que lleva a lo de Alce Veloz. -¿Dónde queda? Agnes nunca me lo mencionó. Drum se inclinó y apoyó los codos sobre el asiento de­

lantero.-No me extraña. Agnes ni siquiera te daría la hora del día. Es una bruja. Todos lo saben.

-El camino es allí -dijo Ben, señalando--. Dobla a la izquierda, te dejará a cien metros de la cabaña.

-Agnes Jamás me habló de un camino vecinal. • -Esa vieja bruja -comentó Dnun, todavía apoyado en

el asiento delantero--. Una persona como tú no debería estar .aquí. ¿De dónde eres?

-Beverly Hills, California. Drum sonrió. -¿Donde viven todos los artistas de cine? -Algunos. . -¿Eres una artista? -preguntó Berí. -No. Drum se reclinó. -Pensamos que deberías regresar a tu casa. -¿Porqué? -Bueno, la última chica blanca que vino por aquí fue

encontrada estaqueada a un hormiguero. -Muy gracioso -dije. -Deténte. Nos bajaremos en esa bifurcación. Me salí del canlino y detuve el auto. Ben y Drum em­

pezaron a bajarse. Drum se detuvo con un pie fuera del coche. -Vivimos en ese sendero -explicó--. Si necesitas ayuda

o lo que sea, ve a buscarnos. Nos encargaremos de la vieja Agnes.

-Sí, claro que nos encargaremos de ella -rió Ben.

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-Bueno, gracias -respondí-o Si resulta ser una bruja, vendré enseguida.

-Trabajamos para un tipo blanco -indicó Drum~. Es bastante astuto. Deberías conocerlo. Le gustan las mUjeres bonitas. -Cerró la puerta con fuerza. -y él a ellas también -agregó. . , ,

-Nos vemos -gritó Ben-. No aceptes nmgun bufalo de madera.

Juntos emprendieron el camino por el sendero que con­ducía a las distantes colinas verdes. Permanecí sentada varios minutos con el motor prendido y una sensación rara en el estómago. Traté de razonar lo que había s~cedido. Un i~dio con ojos fogosos de pronto empezó a decIr cosas extranas, estuve a punto de desmayarme y me sentí muy, c~rca de la muerte ... demasiado cerca. El incidente era escalofnante.

Suspiré y conduje despacio por el camino de tierra. El sol calentaba a través del parabrisas. La ruta serpenteaba entre colinas verdes y ondulantes y moría en un precipicio de roca. No vi ninguna cabaña, pero había un sendero estrecho que rodeaba un costado de una colina, y lo seguí. Tal vez después de todo no me llevara a la cabaña de Agnes.

Justo debajo de mí, sin embargo, divisé su techo de chapa y el humo ascendiendo por la chimenea. Comencé a correr colina abajo, casi saltando, di la vuelta a la cabaña y me topé con ella. Me miró furiosa, con su rostro oscuro ... airado. Me detuve en seco.

-Esos dos hombres que recogiste eran aprendices de Perro Rojo. Debiste haberme contado que los viste la última vez.

-¿Cómo diablos iba a imaginar quiénes eran? -Ben y Drum te fumaron para tomar tu poder, pe~o

descubrieron que no tenías nada, al menos por ahora. Eres mas estúpida de lo que pensé. Has cometido tu primer error.

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-¿Cómo te enteraste de que los recogí? Sin contestar, Agnes se volvió y entró en la cabaña. La

seguí, intentando disculparme. Apartó una silla y la señaló. -Siéntate. Me senté. La mesa estaba cubierta con varias hierbas que Agnes

empezó a atar en manojos. "Habría sido lo mismo que hubieras ido a casa de Perro

Rojo y anunciado tu llegada. Es una suerte que lleves puesto el pendiente, podrían haberte matado.

-¿Cómo? -pregunté, estupefacta. -Los hechiceros nunca matan a nadie. Hacen que las

personas se maten a sí mismas. -¿Cómo? -pregunté. -Si un hechicero tomara un arma y te disparara, per-

dería poder. Te fuerzan a matarte a ti misma o buscan a otro .Jfpara que lo haga.

Le relaté la extraña experiencia con Drum en el coche. -¿Puedes explicarme eso? -inquirí. -Drum te estaba recordando. Retrocedió a uno de tus

círculos de vida previos, o encarnaciones. -¿De qué estás hablando, Agnes? -Drunl trató de empujarte al otro lado antes de tu hora.

Jamás habrías regresado ... eres demasiado débil. Tu pendien­te impidió que cruzaras. Tuviste suerte esta vez.

-¿Quieres decir que Drum podía matarme solamente hablándome?

-Sí, y casi lo logró. Tienes que despertar y mantener los ojos alertas. Los soñadores deben de creer que tienes poder, pero no puedo imaginar cuál podría ser.

Mi entusiasmo por esa aventura se estaba desvane­ciendo.

Agnes se puso de pie y colgó los manojos de hierbas en

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distintos clavos sobre la pileta, hundió un jarro de lata en un balde de agua y bebió un trago. Luego se volvió y me miró.

"Cuéntame exactamente qué ha ocurrido entre los aprendices de Perro Rojo y tú, desde el principio.

Le conté todo lo que recordaba del primer encuentro, cuando Ben y Drum se acercaron mientras yo trataba de cam­biar la goma de mi auto. También le di detalles de nuestro segundo encuentro. El rostro de Agnes permanecía it~pávido.

-¿Por qué no me mencionaste el sendero vecmal hasta tu cabaña? -quise saber. '

-¿Mencionártelo? ¿No lo sabías? Todavía te falta mucho por aprender -dijo sacudiendo la cabez.a. ,

Cuando salimos para descargar mIS cosas, note que una de las puertas del auto estaba abierta.,

-Nunca dejo una puerta abierta --comenté-o Es ex­traño.

Fuimos hasta la parte posterior del coche y abrí el baúl. -¿Qué es eso? -preguntó Agnes con las manos en las

caderas. Estudió con frialdad mis dos valijas, el bolso de maquillaje, el colchón de aire, la bolsa de donnir y las ~es bolsas de víveres. Tomó dos de las bolsas, el cartón de cIga­rrillos asomando por arriba debajo de su mentón. Caminó de prisa hacia la cabaña y la seguí con mis dos maletas. Las deposité en el interior y regresé por el resto de las ~osas. Cuando volví, Agnes había puesto sobre la mesa el kIlo ,de helado de chocolate ahora convertido en un gran charco marran. Me miró con extrañeza.

-No se me ocurrió que se derretiría tan rápido -aduje. -Tenías que ser una wasichu -dijo ella. Tomó una cuchara y comió un poco del helado líquido.

Cuando tenuinó, arrojó el envase por la puerta. "Bastante bueno -manifestó-o A los perros les gus­

tará.

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-¿No tienes un congelador o una heladera? -Tuve una grande este invierno. Intló mi colchón de aire y 10 colocó sobre el piso mi­

rando en la misma dirección que su cama. Después desenrolló mi bolsa de donnir y la acomodó sobre el colchón de aire. Vació las bolsas de comestibles y puso cuidadosamente las latas de comida sobre el estante. Yo quería ayudar pero sabía que estorbaría. Cuando tem1Ínó, descolgó su chamarra de lana de un clavo en la pared y se la puso.

"Quiero que me lleves en auto a casa de Ruby a buscar mi maraca. La traeremos aquí y trabajaré contigo. Mi maraca tiene algo de poder medicinal. Veo un problema en ti y nece­sito la maraca para resolverlo.

Pero el auto no andaba. El motor giraba pero se negaba a arrancar.

"Creo que tendrás que can1Ínar -acotó Agnes en tono práctico. Todos los indios parecían fijar la vista hacia adelante cuando estaban en un auto-. Puedes ir mañana. Espero que no sea demasiado tarde. Necesitas el poder de la maraca con bastante rapidez. Deberías ir a buscarla ahora, pero es peli­groso andar de noche. Además, no estás acostunlbrada a la oscuridad, ¿verdad?

-¿Yo'? ¿Canlinar por estos lugares de noche? Ni loca. -La perspectiva era atemorizante.

-Bueno, vamos. Bajémonos. Regresamos a la cabaña. Agnes no se quitó el abrigo . .. Tendrás que quedarte sola esta noche. Tengo que asistir

a una reunión de hechiceros. Puedes partir para lo de Ruby a la mañana, cuando yo vuelva.

-¿Sola ... aquí'? -Sí, vete a dom1Ír. No olvides cerrar la puerta con

llave ... aunque no sirve de mucho. De tanto en tanto, Perro Rojo merodea por aquí durante las noches.

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Me estremecí. "Ojalá tuviéramos mi maraca -añadió Agnes con

seriedad-o Manténte alerta. Me acerqué a la ventana y la observé desaparecer colina

arriba. Si llegara a suceder algo, no tenía forma de salir de allí excepto a pie. Prendí una lámpara de querosén, contenta de habernle acordado de traer conmigo unos libros y el dia­rio. Me quité el maquillaje con agua, me desvestí y me metí dentro de la bolsa de dormir. La lámpara estaba cerca de mi cabeza, abrí mi diario y me dispuse a escribir el registro del día.

Al cabo de un rato, sentí olor a humo. La cocina estaba emitiendo un sonido sibilante. Bajé mi cuaderno y temblé dentro de la bolsa tibia. Otra ~ez me estaba dejando llevar por mis pensamientos.

Me di cuenta de que si Perro Rojo irrumpía en la choza, yo quedaría atrapada en la bolsa de dormir. Me levanté, me vestí y me senté a la mesa en una silla desvencijada. Las ventanas oscuras reflejaban" el ala de búho y la maraca col­gando en la pared opuesta. Ocasionalmente, las luces del norte ondeaban a través del cielo, entonces, un gran res­plandor se cernía sobre la cabaña, como las luces distantes de una ciudad sitiada y en llamas. Los árboles junto a la cabaña eran contornos oscuros y aterrorizantes que se mecían y frotaban en una danza ominosa. Un búho, posado en 10 alto de una rama desnuda, ululaba. Podía ver su silueta plumosa.

El viento adquiría velocidad afuera y un gruñido oca­sional hacía vibrar la cabañá. De vez en cuando, algo caía sobre el techo de chapa ... tal vez una piña. Cada ruido pene­trante me sobresaltaba. Varias sombras oscuras en la habi­tación acechaban cada vez más cerca a medida que las luces del norte comenzaban a apagarse.

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Siempre me encantó el estallido de luces, pero en ese momento no.

Encendí la otra lámpara, caminé y actué alegremente, y me volví a lavar la cara con agua fría.

-¿Qué demonios es eso? -<lije en voz alta. Había oído un gruñido preciso, seguido de un sonido

como el de un animal grande arrastrándose por la maleza. Me desnudé en cuatro segundos exactos y salté dentro del seno protector de mi bolsa de dormir. No satisfecha, me levanté con rapidez y puse las dos lámparas una a cada lado de la bolsa. Se estaban quedando sin querosén, pero estaba demasiado asustada para ponernle a buscar más y pennanecer más tiempo fuera de la bolsa de dormir. un lobo, o un coyote, empezó a aullar en la distancia. .. su canción pavorosa parecía estar aproximándose. El viento sacudía el techo de chapa ... creí que se volaría. La cabaña vibraba y gemía, y me pareció ver el rostro de un hombre mirándome por la ventana. Oí un crujido como el de huesos de un pájaro al ser comido por un perro.

Ambas lámparas comenzaron a chisporrotear y a titilar. -¡Agnes! -grité. Las lámparas se apagaron con un minuto de diferencia.

Las luces del norte se movieron velozmente a través de las paredes y dos ojos brillaron debajo de la cama de Agnes. Me cubrí la cabeza con la bolsa y me dormí.

-Sabía que necesitabas la maraca del poder. Levántate, idiota. La puerta estaba abierta de par en par. Esos diabólicos se llevaron tu ropa.

Desperté sobresaltada. Agnes rió con perversidad. "Se llevaron todo 10 que posees. Se llevaron tu ropa. Se

llevaron los comestibles. Se llevaron todo. Haces de luz se filtraban por las ventanas. Estaba ama­

neciendo. Me puse de pie de un salto, desnuda.

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-¿Quiénes? -grité-o ¿Qué se llevaron? Mis dos valijas habían desaparecido. Mi cartera Gucci

estaba abierta en el piso con el forro desgarrado. Había tarjetas de crédito y dinero desparramados por todas partes. Incluso faltaba mi bolsa de maquillaje.

"Oh, no -gemí. -Al menos no fueron tan tontos como para llevarse algo

mío. Me senté a la mesa, me tomé la cabeza con las manos y

advertí que me habían cortado un mechón del flequillo. Corrí hasta el pequeño espejo sobre la palangana.

Agnes se palmeó el muslo y rió. -Mira mi cabello, Agnes. Me lo arruinaron. Agnes sonreía. . "¿Quién lo cortó? ¿Qué pasó anoche? -Me sentía como

una niña desnuda de pie en una habitación llena de extraftos. Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas.

Agnes me entregó una camiseta vieja, unos vaqueros gastados enormes y un pedazo de soga para usar como cin­turón. Había puesto las zapatillas debajo de mi almohada y me alegró ver que todavía estaban allí.

"¿Por qué? -pregunté después de atanne la soga. -Fue un golpe de poder. Perro Rojo lo hizo para humi­

llarte. -Se acercó y recogió un mechón de pelo. -Si Perro Rojo me lo hiciera a mí, ganaría honor. Pero contigo, quizá sólo lo hizo por diversión. -Dejó caer mi cabello.

-¿Perro Rojo? -pregunté mirando a Agnes con ojos desorbitados.

-Sí, el muy maldito perro. Un día de estos le pondré un poco de veneno.

-¿Quieres decir que Perro Rojo entró aquí en mitad de la noche y robó todo? -Miré el candado de hierro sólido en la puerta.

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-Bueno, por lo menos no te cortó el cuello. Cualquier otro lo habría hecho.

-Esto es espantoso -lloré, considerando la horrorosa situación-o Soy capaz de suicidanne.

-¿Por qué no 10 haces? -preguntó con seriedad. -¿No te importaría si 10 hiciera, verdad? --(;ontesté

haciendo pucheros. -Me importaría porque les fallarías a los soñadores. De

10 contrario ... -Se encogió de hombros. -Puedes matarte o enfrentar la realidad. La realidad es que eres una estúpida. Ven, siéntate y bebe un poco de té.

Yo estaba furiosa. -De acuerdo, Agnes, todos se lo pasan hablando de los

~oñadores. Lo menos que puedes hacer es informarme. ¿Qué o quién es un soñador? Creo merecer algunas res­puestas.

-Sí, no hay motivo para no empezar de una vez. Es­cucha con atención, Lynn, pues estos son secretos. -Se puso cómoda en la silla. Su actitud cambió sutibnente. -Un soñador es alguien que sabe cómo entrar y salir a voluntad del círculo sagrado.

-¿A qué te refieres con círculo sagrado? -Los círculos sagrados, que son siete, están controlados

por los poderes de los kachinas. El primer círculo es la vida diaria normal, el mundo en el que vives y la forma en que 10 percibes comúnmente. El segundo círculo es el sueño. El ter­cer círculo es donde van los soñadores. -Reflexionó un mo­mento y añadió: -Debo traducir del indio. Se llanla caminar a través del paso entre los mundos. Comprende esto, tú sólo vas entre los mundos. Si estuvieras en ellos serías espíritu, y a eso 10 denominamos muerte.

-En otras palabras, los soñadores ¿han venido a mí en el segundo círculo y me han llevado entre los mundos?

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-Así es, pero aún no tienes el poder para recordar nada excepto tus sueños.

-¿Pero por qué vienen a mí? -Porque consciente o inconscientemente, has pedido el

poder. -¿O sea que debería tener más cuidado con lo que

pido? -Pensé en todos los años que había pasado estudiando misticismo sin propósito.

-Escucha, chica -dijo Agnes, sirviendo el té y adop­tando una actitud más alegre-o Perro Rojo te conoce. Es probable que te humille otra vez. Quiere que regreses al lugar del que viniste. Será mejor que vayas a buscar la maraca a casa de Ruby Jefe Próspero antes de que hagan algo peor que humillarte.

Tomamos el té y comimos algo. -¿Recuerdas el camino a lo de Ruby? -Sí -contesté-o ¿Cómo podría olvidarlo? -¿Ahora que sabes qué puede pasar, deseas regresar? -No -repliqué enojada. -Bueno, más vale que tengas cuidado. Perro Rojo quiere

divertirse contigo. Lo de anoche no es nada comparado con lo que es capaz de hacerte.

Tragué saliva y me aclaré la garganta. -¿Me acompañarás? Agnes se cruzó de brazos. -Ve de una vez. Dejé la cabaña y empecé a caminar rápido hacia lo de

Ruby, sorprendida de cuánto había olvidado el terreno. Era consciente de 10 absurdo de mi vestimenta y reí de mí cuando una ráfaga de viento hinchó los gastados vaqueros alrededor de mis tobilIos. La soga colgaba de mi cintura y golpeaba contra mis muslos. Pensé en mi vieja amiga Cirena y en cómo reiría si pudiera venne, pero no podía pennitinne esos pe n-

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samientos. Tenía que mantener mi mente despejada y tratar de aprender algo. Corrí a lo largo del sendero cerca de la orilla florida del an·oyo. Podía oír el ruido del agua revuelta y ver la luz del sol filtrándose entre los álamos. Todavía estaba im­pregnada con olor a leña quemada. Lo llevaba como perfume.

Caminé y troté durante tres horas hasta que divisé la choza de Ruby a la distancia. Me detuve con el estómago revuelto.

Cuando comencé a caminar de nuevo, oí el débil trinar de una flauta arrastrado por el viento. Al acercanne, el sonido se intensiticó.

Una joven delicada estaba sentada en el porche de Ruby. Soplando el instrumento. Su cabello era negro azabache y le llegaba hasta la cintura. Era hennosa. La, saludé con una mano pero no reaccionó. Le grité, pero continuó tocando la flauta.

-Suena muy bonito -dije al llegar al porche. La niña prosiguió tocando. "Dije que suena muy bonito. Sopló las mismas notas. "¡Eh! -exclamé. Me arrodillé frente a ella y la miré a los ojos, pero no

dejó de tocar las mismas notas enloquecedoras. Agité mis manos frente a su hennoso rostro oval. Sus ojos oscuros eran inexpresivos y no registraban. Su cuerpo estaba rígido como

.. una piedra. Recordé lo que había dicho el dueño de la tienda en Crowley acerca de las muchachas que visitaban a Ruby.

Ruby irrumpió fuera de la cabaña. -Deja de molestarla. ¡No servirá de nada! Retrocedí sobresaltada. "No le hables a July. No te entiende. Me estremecí. La chica tenía la vista fija hacia adelante,

y tocaba una y otra vez la misma melodía. "¿A qué has venido, wasichu?

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-Agnes me envió a buscar su maraca. -¿Qué maraca? -Dijo que la necesitaba para ayudarme. -No tengo su maldita maraca. ¿Por qué no vino ella? -No lo sé. Ruby me miró con disgusto. -Debe ser la maraca de la lluvia. Querrá que se la

preste. No sé si debo dártela. Es muy peligrosa. -Agnes dijo que necesitaba su maraca -balbucí. -¿Bueno, estás segura de que quieres arriesgarte? -¿Arriesgarme a qué? -A la muerte. ¿A qué otra cosa puede arriesgarse? Si la

maraca de la lluvia toca la madre tierra en determinada forma, morirás. Si no es consolada antes del anochecer por alguien­que-sabe-cómo, invocará espíritus para matarte. Si te confío mi maraca y cometes un error, nada en el mundo podrá impe­dir tu muerte. ¿Estás segura de que deseas arriesgarte?

-Agnes me dijo que la buscara. Era evidente que a Ruby le desagradaba la situación.

Tenía el entrecejo fruncido y advertí que no miraba direc­tanlente a nadie. Recordé que era ciega. Ahora había dos personas que parecían no verme.

July volvió a tocar su flauta y Ruby clavó la mirada a lo lejos.

-Te traeré la maraca --dijo. Volvió a la cabaña y re­gresó al cabo de un rato.

"Aquí la tienes --dijo y me la arrojó. Era marrón y de veinte centímetros de largo, con diseños tallados en el mango. El bulbo era del tamaño de una pelota de tenis y se oía el ruido de semillas rodando en el interior. Resultaba ominosa.

Mientras la examinaba, la mano de Ruby se extendió y palpó mi cabeza.

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"Parece que aquí te falta algo -rió-. ¿Quién diablos te lo cortó?

-Perro Rojo. Rompió a reír histéricamente, se palmeó la pierna y se

encogió. -Perro Rojo es un hombre rudo --dijo, enjugándose

los ojos-o Escucha, te estoy haciendo un gran favor al pres­tarle mi maraca a Agnes. Ahora quiero que tú me hagas un pequeño favor. Lleva a July de regreso contigo y dile a Agnes de mi parte que la cuide un par de días. -July seguía tocando la flauta.

-Seguro, lo haré con gusto, Ruby ~ontesté-. ¿Al­guna vez para de tocar?

-Jamás. Y no se te ocurra quitarle la flauta. Eso sería su fin. Me está volviendo loca. Por eso quiero que Agnes la cuide.

La flauta seguía sonando. -¿Puedes hacer que venga conmigo? Ruby puso de pie a July y le habló en cri. -Irá contigo -afirmó. Ruby me trajo un sándwich de manteca de maní y un

vaso de jugo, y me explicó qué hacer. Pasara lo que pasare, la maraca de la lluvia debía estar en manos de Agnes antes del anochecer. Me despedí y, con July detrás de mí tocando la flauta, emprendimos el camino a la cabaña de Agnes.

Aferré la maraca contra mi pecho con las dos manos. Estaba cansada, pero temía detenenne a descansar. El cielo estaba azul plateado y ya no hacía frío. Caminaba con lentitud, con cuidado, cada paso era importante. July avanzaba al mismo ritmo deliberado ... ni más rápido ni más despacio ... siempre tocando las mismas notas.

Era media tarde y tenía tiempo de sobra para llegar a casa de Agnes. Empezaba a sospechar que Ruby y Agnes me

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estaban tomando por idiota. ¿Cómo era posible que una ma­raca tu'viera poder? ¿Si la maraca de la lluvia podía matarme en caso de tocar el suelo en la forma equivocada, entonces por qué Ruby me la había arrojado cuando estábamos en el porche?

La música me estaba poniendo nerviosa y me dolían los músculos. Yo no era tan crédula. Sabía bastante sobre objetos de poder. Había poseído, comprado y vendido muchos de ellos. Había magia en su belleza, como la había en toda belleza, y ese era su único poder.

Al cabo de una hora, empecé a sentimle aturdida. July seguía tocando y me detuve un par de minutos para esperar a que me alcanzara. El viento soplaba con más fuerza, agitando hojas y arena. July canlinaba como en un trance, tropezando de vez en cuando pero sin Qajar la vista jamás, simplemente siguiéndome. Nunca se equivocaba una nota. No había forma de aislarse de ella.

La flauta me estaba irritando y comencé a sacudir la maraca. Hice malabares con el mango, pasándomela de una mano a la otra y entonces, mientras July y yo nos abríanlos paso por el escabroso terreno, empecé a arrojarla al aire y atraparla. Esas viejas no iban a burlarse de mí. Existía la posibilidad de que se me cayera, pero no lo creía probable. Estuve tentada de dejarla caer a propósito.

Pero me detuve, asustada. Recordé el mechón de cabello que me faltaba y concedí a Ruby el beneficio de la duda.

Un cuervo voló directamente sobre mi hombro izquierdo, aterrizó en un árbol, plegó las alas y se posó en una rama. July paró de caminar y se quedó de pie junto a la base del árbol, sin dejar de tocar la flauta.

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-Vamos, July -grité. La niña no respondió a mi llamado. El cuervo erizó sus plumas. "¡Oh, por favor, ven!

Se estaba haciendo tarde. Ruby había dicho que si no entregaba la maraca a Agnes antes de que se pusiera el sol, el espíritu de la maraca de la lluvia me destruiría. July era capaz de quedarse parada para siempre junto al árbol, y no podía abandonarla. Quizás el cuervo la atraía. Decidí espantar al pájaro.

Busqué alrededor y encontré varias piedras. Tuve espe­cial cuidado de que la maraca no tocara el suelo. Eché el brazo hacia atrás y lancé la primera piedra, que pasó zum­bando muy cerca del cuervo. Lo repetí una y otra vez, pero el cuervo no se movía de su sitio. Cuando veía venir una piedra, se elevaba en el aire y luego volvía a posarse con un graznido furioso. Me di por vencida.

-Tenemos que apurarnos -dije tironeando a July de un brazo.

Su cuerpo estaba rígido. "jJuly! -grité-o ¿No comprendes? jDebemos irnos! Pero ella continuaba tocando la flauta, con sus ojos to-

talmente inexpresivos. El cuervo graznó sobre nuestas cabezas. "¡Maldita seas! -exclamé-o ¡Muévete! -Tiré fuerte

de su brazo y caí de espaldas. La maraca se soltó de mi mano y rodó sobre el suelo desnudo. Creí morirme.

Una gran oscuridad descendió. Un viento frío me azotó y el estampido de un trueno vibró sobre mi cabeza. Se desató una lluvia fuerte. Un rayo partió el cielo. Alcé la vista hacia las nubes oscuras que eclipsaban la luz del sol. El aguacero se había desencadenado con tanta rapidez, que sospeché que mi mente me estaba jugando una mala pasada. Las mejillas de July se hinchaban mientras tocaba. El cuervo se pavoneó sobre la ranla y se alejó volando, y fue como si July hubiera sido liberada. Logré volverla en dirección a la casa de Agnes. Me sentía atomada, como embriagada, y temblaba. Mi corazón

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latía a toda velocidad y me apuré a recoger la maraca. El vien­to soplaba con fuerza. Gotas de agua caían de los árboles, pero la lluvia había cesado. Las nubes resoplaban, grises y enojadas.

A poco de alejamos del árbol, salimos de abajo de las nubes oscuras. El cielo estaba despejado excepto sobre la estre­cha isla de terreno donde había dejado caer la maraca. Allí, una neblina negruzca y amenazante dividía el cielo.

La t1auta de July seguía sonando interminablemente a mis espaldas.

Por fin llegamos a casa de Agnes. Los rayos rojos del sol iluminaban el horizonte.

Agnes salió a recibirnos. -Dame la maraca de la lluvia, pronto -me ordenó-o

Estuviste a punto de morir. Mi corazón laúó con violencia. Le entregué la maraca y

Agnes corrió con ella hacia el interior de la choza. July canlinó con cansancio hasta el porche y se sentó con la espalda contra un poste. Continuaba tocando la flauta.

En cuanto entré en la cabaña, Agnes me dijo: "Tráeme agua del arroyo. -Me dio un balde. A los pocos minutos, regresé con el balde lleno de agua. "Come -dijo Agnes. Me senté a la mesa y empecé a comer. Agnes se sentó

frente a mí. "Cuéntame exactamente qué te pasó hoy, sin omitir nada. Cuando tenniné, Agnes se puso de pie. Con un movi­

miento hábil, me tomó del cuello y me empujó hacia adelante. Su fuerza me sorprendió. Me dobló la cabeza de modo que quedé mirando el cesto sobre la cómoda donde había puesto la maraca de la lluvia.

"Mírala -expresó, aflojando un poco la presión de su mano- No le apartes la vista. Dile que la respetas y dilo en serio.

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-¿Te refieres a que le hable a la maraca? -Sí. La has ofendido. Estaba tan acobardaba por la súbita violencia de Agnes

que virtualmente grité. -Lo siento. La respeto. -No lo sientes -dijo Agnes-. Simplemente la res-

petas. -La respeto -atirmé. -Mañana regresarás a casa de Ruby y buscarás la ma-

raca correcta. Trajiste la maraca de la lluvia. Yo quería la maraca madre. La maraca madre es de caparazón de tortuga.

-¿Quieres decir que tengo que andar todo el camino otra vez?

-Mañana. Ahora será mejor que te vayas a la cama .. Me dormí escuchando las solitarias notas de la flauta.

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Esos son bebés muertos que aún no han nacido. Estón dentro de ti, siempre llorando. Han estado llorando dur­ante mil años, donde las ruedas de la oscuridad giran eternamente.

Ruby Jefe Próspero

Empecé a despertar, pero me sentía tan tibia y cómoda que me demoré en el acogedor mundo de mis sueños. Era demasiado temprano para levantarse.

Tap tap tap tapo .. Sentí un ruido como el de una teja floja momvida por el

viento. Creí que el ruido cesaría. Tap tap tap tapo .. Finalmente abrí los ojos y me senté con un gruñido. Me

dolían los músculos, en especial las piernas por la caminata del día anterior, y tenía calambres. Miré alrededor buscando a Agnes. No había nadie allí.

Tap tap tap tapo .. El ruido de nuevo. Miré por la ventana. Había un gran cuervo negro con alas

lustrosas y ojos brillantes golpeando la ventana con el pico, ladeando la cabeza de un lado a otro y mirándome fijo.

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¿Acaso me estaba pidiendo que 10 dejara entrar? Se su­ponía que los pájaros temían a las personas ... y que les daba miedo entrar en una casa.

Tap tap tap tapo .. Ahora parecía impaciente. De pronto la puerta de la cabaña se abrió y Agnes entró

con dos troncos en los brazos. Uno por vez, los echó en el fuego de la cocina.

Tap tap tal' tapo .. Agnes se volvió y se inclinó hacia adelante, haciendo un

extraño chasquido con la lengua. Después abrió la ventana y rió del pájaro, quien se paseaba por el alféizar de la ventana hinchando el pecho y pavoneándose. Hizo lo que pareció una reverencia en mi dirección, graznó de modo reprobatorio y voló hasta la mesa en el centro de la habitación. Reí. Estaba encantada con ese payaso.

-Él es Cuervo -dijo Agnes-. Lynn, te presento a Cuervo.

-Es un placer conocerte -dije-o Pero creo que está molesto comigo.

-Lo está. Quería entrar a tomar el desayuno -explicó Agnes volviéndose hacia Cuervo con un pedazo de charqui. Cuervo lo picoteó; ahora parecía más dócil.

Salí de la bolsa de dormir, me puse mi ropa enorme y me senté con Agnes y nuestro visitante a tomar el desayuno. Mientras bebíamos café y comíamos, dábamos trocitos de pan frito y panceta al pájaro a quien, como buen invitado, se 10 veía contento y satisfecho.

"Este viejo bandido ha estado desayunando aquí durante años --comentó Agnes-. Tiene un gran apetito.

Me había olvidado de July, pero las notas quejosas y lastimeras de la t1auta quebraron la quietud de la mañana.

-Oh, no -gemí-o Allí vamos de nuevo.

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Agnes asintió con la cabeza y ambas reímos. July nos estaba poniendo nerviosas a ambas.

Cuervo voló hasta el alféizar. Se pavoneó un momento y graznó.

"'-Estoy llena -le dijo Agnes. Cuervo graznó otra vez y se alejó volando. --'-¿Cómo puedes estar llena con un pedazo de pan frito y

una tira de panceta? -pregunté-o Yo no lo estoy. -Es una expresión usada entre mi pueblo. Signitica "He

comido. Estoy llena". No tiene nada que ver con la comida. Nosotros no nos agradecemos las cosas. Al único a quien hay que agradecer es al noble Gran Espíritu. Significa estoy llena en mi interior por 10 que hemos compartido. Me siento bien. Se nos concede una sola merced: elegjr nuestra muerte. En tu mundo dicen gracias. Gracias es una mentira y te aconsejo que nunca vuelvas a decir esa palabra. Pue­des hacerlo como un ritual, pero janlás decir gracias en serio a ningún hombre ... te quita poder. Existe una excepción. Cuando de veras ves el Gran Espíritu en otro. .. entonces puedes dirigirte a ese Espíritu en un acto de gratitud y celebración. De lo contrario, olvídalo.

-Pero me han enseñado ... -No me importa lo que te hayan enseñado -me inte-

rrunlpió-. Te han enseñado mal. Ret1exioné sobre sus palabras mientras daba un último

mordisco al pan frito. -¿Sabes andar a caballo? -preguntó de pronto. -Sí, a veces lo hago. ¿Por qué lo preguntas? Agnes se movía alrededor de la cabaña, ordenando. -Debes ir enseguida a casa de Ruby a buscar la maraca.

Hoy te acompañaré una corta distancia. Cabalgaremos juntas. Me entusiasmé y me apuré a levantar la mesa. -No sabía que había caballos aquí --comenté cuando

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salimos al. vigorizante aire noneño-; ¿Dónde están? No he visto ningún caballo. .

-Hay mucho que no has visto, Lynn. Agnes dejó un pedazo de charqui junto a July y le susu­

rró algo al oído. July seguía tocando la at1auta: Sus ojos estaban aún vidriosos, su cuerpo rígido y frío. Parecía tan frágil y solitaria, y las notas sonaban como el· grito de un pájaro pidiendo ayuda ... o como una advertencia. Esa mañana tocaba con una tristeza nueva.

"Comerá más tarde-aseveró Agnes. Me hizo señas para que la siguiera y tomamos por el

sendero que llevaba a la cabaña de Ruby. Al cabo de un rato, nos desviamos hacia el sur y la marcha se hizo más difícil. Caminábamos bordeando un tributario del arroyo, cuya agua reflejaba un color translúcido verde y azul. Manchones de tréboles y pasto fragantes se extendían alrededor y junto a las orillas.

"El pasto es muy abundante esta primavera -acotó-o Es bueno para los caballos.

Asentí con la cabeza. Había conejos por todas partes, se volvían y nos esqui­

vaban al vernos cerca y chillaban mientras huían a esconderse entre las rocas. Seguí a Agnes a través de un bajo entre los árboles y salimos a una meseta frondosa.

"Esta es la pastura sur -explicó. Me entregó uno de los dos cabestros que había estado

llevando sobre el hombro izquierdo. Era hermoso. Parecía ser pelo de caballo trenzado. . . negro y blanco. . . con astas de alce.

Tres caballos bien alimentados, dos zainos y una yegua pinta, pastaban cerca del arroyo. Los tres levantaron la cabeza cuando nos aproximamos, luego siguieron comiendo. Nos per­mitieron pararnos junto a ellos y Agnes palmeó el cuello de

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uno de los zainos. El animal ensanchó sus ollares y escarbó el suelo con una mano.

"Toma la yegua. Es mansa y de paso fimle. Puedes mon­tarla cuando quieras. Necesita hacer ejercicio.

Colocamos los cabestros y guiamos los caballos hasta ~una roca a la altura de la rodilla. Agnes acarició la frente de su zaino, se tomó de las crines y montó del lado derecho. Su agilidad me sorprendió.

-Bueno, Agnes, si tú puedes hacerlo, yo también pue-do.

Tomé las crines de la yegua del lado izquierdo y salté, pero mis pies golpearon el vientre del animal y caí de espal­das. El suelo era duro.

Agnes me miraba desde arriba, montada en pelo, riendo. Me levanté. La yegua me ojeaba soñolienta, obviamente

preguntándose qué estaba haciendo esa "ojos blancos". Salté otra vez, y me volví a caer. Después del tercer intento, me di por vencida.

-Hazlo de la manera más fácil-dijo Agnes. Llevé la yegua hasta la roca, me subí y por fin me monté. Agnes me miró y rió de nuevo. -Muy gracioso -dije y pregunté: -¿Por qué montas

del lado derecho? -Porque, no hace mucho tiempo, los indios llevábamos

nuestros escudos medicinales del lado izquierdo. Cabalgamos de regreso hacia els endero, sin apuro. Mon­

tada en el zaino, con los mocasines colgando, Agnes resultaba impresionante. Parecía poseer una vitalidad tremenda, y sus trenzas ondeaban al viento. Los caballos, que todavía conser­vaban el grueso pelo del invierno, eran dóciles y fáciles de manejar. Estaban desherrados, pero sus cascos se mantenían en fonlla y sus cuerpos eran muy musculosos. Alguien debía de montarlos con bastante frecuencia.

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Mi cuerpo acompañaba el paso del animal y la quieta mañana era apaciguante. Anduvimos al paso bajo el sol, luego a medio galope a través del cañón y hasta un amontonamiento de rocas, siempre hacia el sur. Los caballos resollaron y para­ron las orejas al divisar una manada de animales pastando de­bajo de nosotros.

Los pájaros gorjeaban alrededor y, en lo alto, graznaban gansos salvajes camino al norte. Un remolino suave de viento se extendió por el terreno y descendimos hacia las vacas. Fuimos hasta el extremo más apartado de la hondonada, des­montamos en un área cubierta de trébol oloroso alto y dejamos que los caballos pastaran.

Nos sentamos y sacamos el pescado ahumado y el pan. EstábanlOs en medio de \,lna hermosa zona silvestre de bosques y picos, bajo nubes brumosas que humedecían el aire suavemente. Corté un pedazo de pan y comencé a comer.

Agnes se volvió. Su rostro se veía rojo amarronado en contraste con el día verde y ventoso.

-¿En qué crees, Lynn? La abrupta pregunta me desconcertó. -¿En qué creo? ~Sí, cuéntame. -Me sonrió con un brillo especial en

los ojos. -Bueno, creo que debo ser honesta. Agnes rió bajito. Puso una piedra pequeña sobre el suelo

frente a mí. -Continúa -dijo-o ¿Qué más? -Creo que debo hacer bien lo mío. Riendo, Agnes colocó otra piedra junto a la primera. Le describí todos mis valores políticos y éticos importan­

tes. Para cuando temliné, Agnes había formado un montículo de piedras considerable.

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"¿Qué significa eso? -pregunté, señalando la pila. -Estas piedras representan cada una de tus creencias.

Existe el círculo del mundo y el círculo del yo. Tus círculos son como nidos que te rodean. . . muy confortadores. Pero debes reconocer la existencia de esos nidos seguros. Debes comprender que estás sentada sobre esas piedras como si fu­eran huevos y tú la madre empollándolos. Debes comprender que no eres libre puesto que nunca abandonarás tu nido de au­toignorancia. -Señaló las piedras. -Allí está tu nido. Si lo deseas, puedes pasar el resto de tu vida empollándolo.· Esos huevos serán los límites de tu experiencia.

Tocó el borde de la pila de piedras con los mocasines. ''Existe un huevo que harías bien en empollar ... uno en

armonía con el Gran Espíritu. Es la pi~dra sagrada en el centro del círculo. Empolla la piedra sagrada y empollarás al ave reina que rompe sus garras a través de todas las barreras hacia la percepción. Ya sea que me creas o no, empolla la idea que le círculo del yo es también el círculo del universo. Puesto que eres el ave reina que se remonta eternamente, sin límites, sin fronteras. Sólo el ave reina construye un nido verdadero, sin separaciones.

Recogió una de las piedras. ''Esto es parte de ti que cree en la honestidad. Sin em­

bargo, únicamente aquel que ha destrozado el huevo de la verdad y la mentira puede ser honesto. Cuidas ese huevo maternalmente como si contuviera un niño precioso ... incu­bas huevos falsos. ¿Puedes deshacerte de estos niños uno por uno?

-No -respondí-o Mis creencias representan lo que soy. Representan una especie de verdad para mí. ¿Cómo po­dría desecharlas?

-Harías bien. Debes darte cuenta de que no eres libre. Camina por el sendero sagrado y empolla el huevo sin límites.

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-Lo Hltentaré -repliqué. -Dí: "mis creencias no son necesariamente ciertas, aun-

1 " .que yo crea que o son . Repetí la frase y me sentí confundida. Miré la pila de

piedras y sentí su masa oscura dentro de mí. "De acuerdo -dijo Agnes, poniéndose de pie de un

salto-o Tus ideas políticas me interesan mucho. Soy una or­ganizadora. Ven. Organicemos. Hay ciertos temas importantes que necesitan ser discutidos. Quiero hacer del mundo un mejor lugar donde vivir.

La seguí a través del campo. Agnes caminó con agre­sividad hacia la manda de animales, se subió a una roca grande y carraspeó ... no se me ocurría qué pretendía. Abrió bien los brazos y su voz se convirtió .en la voz imponente de un locutor de radio. o de un anunciante publicitario.

-¡Vacas del mundo, únanse! No tienen nada que perder excepto sus cadenas.

Las vacas mascaban el pasto y ni siquiera levantaron la cabeza.

Agnes continuó: "Escúchenme o morirán. ¿Acaso no saben que ellos las

comerán? Un complot siniestro se halla en vías de prepara­ción.

Me senté en el pasto con las piernas cruzadas. . . muy atenta, a diferencia de las vacas. Mientras Agnes seguía ponti­ficando, los animales parecían masticar en forma más notable. Casi podía oír los vítores de un público invisible y los carteles de un atestado acto político .

"¡Hermanos y hermanas, nadie reconoce la deuda que tenemos con ustedes!

Tuve que apartarme del camino de una vaca que pastaba diligentemente. .

"Ustedes comparten y dan, pidiendo muy poco a cambIO.

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Les haré la pregunta más crucial de sus vidas. --Agnes se interrumpió, se inclinó con dramatismo en el podio y metió el mentón hacia dentro para resaltar su estatura. Era una carica­tura: perfecta de un político fanfarrón. No podía parar de reínnc.

.. ¿Saben que los de dos pies se las comerán? Vacas del mundo, escúchenme. -Hizo un gesto magnánimo.

"No son conscientes de la conspiración en torno de ustedes. ¿Dónde están sus grandes líderes vacunos'! -Levantó un puño en el aire y 10 agitó, con una expresión de gran intensidad en el rostro. -No habrá esperanza para ustedes si no me escuchan. Escuchen bien 10 que voy a decirles. ¿No saben que ellos las comerán?

Una vaca mugió, como apenas inspirada. "Vacas del mundo, podemos construir un imperio libre

de opresión, trabajando juntas, marchando juntas. -De pie sobre una piedra de granito en medio de una manada de vacas y estiércol, Agnes alzó los brazos como respondiendo a una multitud enfervorizada. Yo lloraba de risa.

"Existe un líder, un único líder -gritó Agnes a una ovación imaginaria-o Los de dos pies les han dicho que son más inteligentes, ¿pero qué es un insignificante dos pies com­parado con vuestra gran fuerza? Es evidente que necesitan un nuevo jefe, y hoy les he traído uno. -Con estas palabras, Agnes se volvió hacia mí y me ofreció el podio de roca. Se sentó, sonriendo con picardía.

-Primero deben tomar consciencia de que están en pe­ligro -dije con pomposidad. Luego me arrodillé ... implo­rando-. Deben comprender la gravedad de la situación. Yo soy su salvadora. -Me interrumpí unos segundos y continué.­Si nos organizamos, podremos intentar un golpe de Estado. Si reconocen su gran fuerza, como dijo Agnes, serán las amas del mundo.

Pcnnanecí arrodillada, los brazos extendidos. Por un

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momento, deseé de verdad que me comprendieran. Sentí el abismo entre la verdad y la ignorancia. Una vaca curiosa se me acercó pesadamente y husmeó alrededor de mis piernas, luego me dio un topetazo en el trasero con su nariz. Perdí el equili­brio y caí de cabeza sobre el pasto y el estiércol seco. El movimiento fue tan sorprendentemente agresivo e inesperado, que volví la cabeza con rapidez para asegurarme de que la vaca no me atacaría. Pero se volvió al ver que yo no tenía nada de interesante para comer y siguió pastando. La escena toda era demasiado y me desplomé junto a Agnes.

Rodamos en el pasto alto, riendo. La actitud juguetona y ruda de la anciana me asustaba y fascinaba a la vez, y me dejé llevar por el intenso olor a tierra. Apoyé las manos abienas en el suelo y me senté. El pasto estaba húmedo. Barro y partículas de piedra se pegaron a mis dedos y tuve ganas de cubrir mi cara con el barro húmedo y revolcarme en la tierra blanda. Agnes se puso de pie, me alargó una mano y me ayudó a incorporarme. Sacudi6 la cabneza y mirándome, ri6 hasta que las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Del brazo, reímos y caminamos haciendo eses por la pradera sal­picada de piedras como un par de borrachos ... chocándonos los hombros y simulando perder el equilibrio. Me sentía em­briagada.

"f-Llegamos a donde estaban los caballos y los montamos. Tuve que ayudarme con una roca. De improviso, Agnes volvi6 su zaino hacia las vacas.

-Ayúdame a arriarlas hasta el otro extremo de la pas­tura -grit6 y se alej6 galopando.

La seguí a toda velocidad. A los pocos minutos, las vacas gordas, protestando, avan­

zaban en la direcci6n correcta. -¡Las piedras! -grité a Agnes. Las vacas iban a pisotear mi pila de piedras, mis creen-

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cias. Las vi volar para todos lados mientras la manada se precipitaba por el medio de ellas. Luego volví la yegua y pasé por encima de la pila ahora deshecha. Las piedras estaban dispersas y sujeté las riendas para esperar a Agnes. La anciana movi6 la cabeza en señal de aprobaci6n y sus ojos brillaron con alegría.

-Bueno, Lynn, ¿te sientes extraña ahora? -Sí, me siento extraña. Cabalgamos en silencio hasta el fmal de la pradera. El

ganado, después de arremolinarse un rato, continuó pastando lánguidamente.

-Ahora regresaré con July -afmn6 Agnes. Señaló con la cabeza hacia la cabaña de Ruby, hizo girar el caballo en la direcci6n contraria y se alej6 trotando-. Recuerda, la.maraca madre -grit6 por sobre el hombro.

Había pasado la mayor parte del día con Agnes. Sabía que no podría ir hasta 10 de Ruby y regresar antes de que oscureciera.

''Espero que esta noche la luna brille bastante", pensé. Troté hacia el este por el sendero y sobre una colina,

dejando atrás las vacas. Decidí poner el nombre de "Pintada" a mi yegua.

-Adelante, Pintada. Por suerte tenía un andar suave y agradable, pero igual

yo sabía que al día siguiente tendría el cuerpo dolorido. El sendero se estaba volviendo familiar. Lo que ayer había sido una zona de terror salvaje, hoy parecía despejada y ordenada. Incluso las urracas que me habían asustado tanto ahora se veían más retozonas. Pintara era capaz de y estaba dispuesta a mantener un trote incesante... en realidad se asemejaba más a un paso de carrera. Me dejé llevar por su rítmico andar, formando con el animal una unidad coherente.

Llegué a la cabaña de Ruby antes de lo previsto. Deslicé

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una pierna por el anca de Pintada y me bajé. Cuando alcé la mirada, vi a Ruby en el vano de la puerta.

-Bueno, ¿y ahora qué? -inquirió. -Esta vez he venido a buscar la maraca madre --ex-

pliqué-. Ayer me diste la maraca equivocada. Ruby me miró con furia. -N~ te di la maraca equivocada. Agnes tiene la maraca

madre -contestó indignada-o ¿Para qué querría yo la maraca madre? -Tenía las manos sobre las caderas y el viento volaba su falda roja.

-No juegues conmigo, Ruby. He andado todo el camino de vuelta para buscar la maraca madre. Agnes la necesita. Debes tenerla. .. ¿no? -Supongo que nú tono sonó desesperado.

-No llores, bebé. No tengo la maraca lie Agnes. Dile de mi parte que se está volviendo senil.

Asentí tartamudeando. Ruby giró sobre sus talones y entró en la cabaña, dando un portazo. Yo estaba furiosa. Agnes me había enviado en una búsqueda inútil.

y Ruby ... esa loca de Ruby. Me senté en el porche, deseando con desesperación poder descansar y tomar una taza de té. Ruby podría haber sido más hospitalaria.

El cielo estaba tronando. El sol brillaba detrás de una masa de nubes, sus rayos se filtraban como flechas de oro brillante.

-Adiós, Ruby -grité a la puerta cerrada. Pintada y yo emprendimos el canúno de regreso. Mar­

chábamos a paso regular. La yegua ni siquiera estaba su­dada, excepto en los pliegues de los cuartos delanteros ... su estado era excelente. Había lluvia en el aire y se estaba for­mando una ligera bruma. El viento era fuerte, las crines de Pintada se agitaban en la brisa y frente a mi cara. Estaba ansiosa por llegar. Miraba el cielo constantemente, temiendo que se desatara la tormenta, pero las nubes empezaron a disi-

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parse y el sol reapareció. Observé a un halcón de cola roja describir un círculo en una corriente de aire. Nos detuvimos junto al arroyo y Pintada bebió hasta que la obligué a seguir marchando. Seguía muy enojada por el asunto de la maraca madre.

La tarde estaba cayendo cuando llegamos a la pastura sur. Desmonté, deseando tener una zanahoria para Pintada. Rodeé su cuello con mis brazos, le rasqué detrás de las orejas y se echó y se revolcó en el pasto verde, rascándose el lomo, en cierta forma tal corno yo hapía hecho antes con Agnes.

-Nos vernos, Pintada -dije, agitando una mano. Me encaminé hacia la cabaña. Estaba famélica y quería

una buena explicación de por qué había tenido que ir hasta lo de Ruby a buscar una maraca que ella no tenía. O~ la flauta, vislumbré por el porche y divisé a tres personas sentadas. Me quedé boquiabierta. Ruby estaba sentada con Agnes y con July. ¿Cómo había hecho Ruby para llegar antes que yo?

Me acerqué y dije balbuceando: "Te me adelantaste, Ruby. .:.... Torné un atajo --explicó riendo al ver mi expresión

atónita. Levanté la cabeza y miré la copa de los árboles, tratando

de serenarme. Luego me senté en el escalón del porche. -No puedes haber llegado antes que yo -aventuré-o

Cabalgué siempre hacia el este. -Como ves, estoy aquí. ¿Te perdiste? Agnes rió. La miré con ira. -Ruby dice que tú tienes la maraca madre. Agnes chasqueó los dedos como si de pronto hubiera

recordado algo. -Oh, tienes razón. Lo olvidé. -Me enviaste a propósito en una búsqueda inútil -la

regañé, totalmente indignada.

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-Una búsqueda inútil'" -repitió Ruby, moviendo l~s codos como alas y sacando el cuello como un ganso enoJa­do-. ¡Honk, honk! ¡Una búsqueda inútil! -Empezó a correr alrededor del porche, graznando y sacudiendo los brazos. Ag-

nes la miró con desprecio. -Basta, Ruby -dijo. -Entonces devuélveme mi maraca. La maraca madre es

mía. -Ruby -dijo Agnes, golpeando un pie contra el sue­lo-. Sabes perfectamente que la maraca madre es mía. Me la

regalaste hace cuatro años. . . -No te la regalé. Te la presté. Hay una gran ~Iferencla. -Me la regalaste -insistió Agnes con énfasIs. , -Debes de estar perdiendo el juicio, Jamás te regalarla

, mi maraca. Ahora devuélvemela. -No lo haré. Es mía -sentenció Agnes. Permanecí sentada en el porche con ina:edulidad: July

tocaba más bajo, con los ojos inexpresivos de SIempre fiJOS en

la distancia. . . 1 -No, la maraca madre es mía -dIJO Ruby-. Se a

troqué a Mujer Nube. . -Es mía -gritó Agnes-. ¿No es CIerto, Lynn? -Bueno, sí. Eso me dijiste --contesté-o Pero no me

metan en la discusión. _ -¿Lo ves? Ahí tienes la prueba -afirmó Agnes, sena-

lándome. -d" R b -¿Así que te pones de parte de ella, no? IJO u Y-o

Eso es. Todós en contra de mí. . -No me pongo de parte de nadie, Ruby ~xpl1qué-.

¿Por qué no se sientan y 10 discuten ~omo dos adultos? o', ,

"En espai'iol la expresión WiTd-goose chase se traduce como "bdsqueda o per­secución indtil". Li~ralment.e, signifICa "persecUción del ganso silvestre". (N. di la T.)

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-¿Te refieres así? -Ruby se sentó levantando la nariz y la cabeza con afectación. Agnes se sentó frente a ella con las manos entrelazadas en una pose propia de una dama. Los rostros de ambas adoptaron expresiones formales y sus labios se fruncieron.

"De· acuerdo ~ijo Ruby-. Hablemos de mi maraca. -Oh, oh, Ruby, querida. Estás equivocada. Es un tanto

molesto que estés tan horrorosamente equivocada. -A ver, señoras -intervine con seriedad-o ¿De dónde

provino originalmente la maraca en cuestión? Agnes y Ruby no pudieron continuar con la farsa. Se

abrazaron y rieron como dos niñas. Se tomaban el costado y saltaban. Comprendí que me habían engañado de nuevo. Todo había sido una broma.

Me alejé disgustada y entré en la cabaña para buscar algo de comer. Luego salí· y me senté otra vez. Agnes y Ruby seguían haciéndose las payasas. Ruby estaba fumando un ci­garrillo. Lo hizo girar en sus dedos, sopló el humo, lo tiró, lo

. apagó con el pie y prendió otro. Más tarde, al anochecer, los rostros de Agnes y Ruby se

pusieron serios de pronto. -Es casi hora del crepúsculo -dijo Agnes entregándo­

me un abrigo. T-onÍó su maraca de águila nocturna y Ruby su maraca madre de caparazón de tortuga. Dejamos la cabaña; afuera, el cielo era rosado, dorado y anaranjado ardiente.

Dimos la vuelta por el lado derecho de la cabaña, a través de una enorme grieta en las rocas que yo desconocía, y recorrimos un sendero estrecho y traicionero que moría en un precipicio. Me aferré al frente de la roca y caminé con cui­dado. Luego pasamos a través de un pliegue poco profundo en

.las rocas hacia una hondonada salpicada con piedras grandes semejantes a ágatas gigantes con franjas naranjas y carmesí. La hondonada nos llevó hasta un angosto reborde de. granito

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que colgaba del precipicio. Noté marcas de herramientas, una talla de un animal y un rostro indistinguible. Finalmente, nos abrimos camino hacia abajo, hasta un área circular dentro de las rocas con una cueva en un extremo. Había restos de fuego y leña fresca apilada en el fondo de la cueva.

-Prepara la leña para el fuego, Lynn -me ordenó

Agnes. Agnes me mostró cómo colocar los leños y ambas me

observaron desenvolverme con torpeza. Al fin, Ruby prendió

elfuego. -Miren el cielo -exclamé. La puesta del sol era ahora

carmesí y rosado profundos en las c~atro direcci?nes. Los pináculos de roca y los cedros que CreCIaIl ~n las grIetas arro­jaban sombras rojas confundiéndose con s,Iluet.as ne~ras. Me dolían los oídos como si hubiéramos descendIdo CIentos de metros. Agnes me tomó de los hombros y me señaló el crepúsculo ya agonizante.

-Esta es la hora en que el mundo cambia --dijo--. El tiempo en que uno puede ser transformado. -Las ancianas empezaron a sacudir las maracas, cantando, ya moverse de un lado a otro alrededor de mí.

'''Eres el fuego central -afirmó Agnes. Se me acercó, agitó la maraca en mi oído, la hizo girar varias veces en tomo de mi cabeza y luego se alejó.

-Eres el árbol florido -dijo Ruby~ su rostro era gro­tesco en la oscuridad reciente. Sacudió la maraca de tortuga junto a mi otro oído y la hizo girar alrededor de mi cabeza, luego se apartó con el sonido de una víbora presta a atacar.

Ambas repitieron estos movimientos una y otra vez. El cielo estaba negro ahora, el fuego amarillo y crepitante. Som­bras grandes y oscilantes jugaban a lo largo de las rocas altas. Las ancianas se convirtieron en oscuras tempestades en la noche, saltando y acercándose con sus maracas, rodeándome

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con el sonido en el cráter abovedado. Comencé a marearme. El humo de la artemisa del fuego se curvaba por el suelo y subía en remolinos alrededor de nosotras, Agnes y Ruby entra­ban y salían de las bocanadas grises que olían a cedro. las maracas eran implacables; la oscuridad y el hWllO impene­trables como mi piel. El sonido de las maracas era enorme y tangible, y yo podía sentir el gusto de su música. Era fuerte y poderosa.

Agnes se alzó ante mí con su maraca de águila nocturna, sus ojos brillantes traspasándome. Yo temblaba. Tenía la im­presión de estar volando dentro de la maraca. El ruido era ensordecedor. Me latían los oídos y quería gritar. De pronto, me convertí en el sonido y ya no pude contenerlo más. Fue como si una represa hubiera estallado, una represa de canción y ritmo. Estallé en una nada roja reflejada en el brillo ardiente alrededor de las rocas. Fue como si mi cráneo se hubiera partido. La maraca de Agnes me había empujado fuera de mí misma. Yo no tenía conciencia de mi ser físico. Miré a las dos mujeres y me volví una con ellas.

Me remonté un momento, luego el sonido de la maraca madre de Ruby me atrapó como una mano aferrando mis entrañas. Su ritmo incesante me regresó a otro tipo de concien­cia. El sonido era sibilante. Los cánticos de Agnes y Ruby ahora parecían muy extraños, remotos. Se me secó la boca. Una lluvia de chispas rosadas se elevó en el aire, me sentí tibia, y mi conciencia se centró en mi estómago. Agnes y Ruby desaparecieron e innumerables bebés rompieron a llorar. Todos los bebés del mundo se hallaban alrededor y en mí, y yo era una enorme burbuja conteniéndolos. Estaba acostada en el suelo.

-Esos son bebés mueltos que aún no han nacido --dijo Ruby, apoyando una mano en mi vientre-o Están dentro de ti, siempre llorando. Han estado llorando durante mil

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años, donde las ruedas de la oscuridad giran eternamente. Traté de sentanne. Agnes me envolvió con una manta. -Hazte cargo de esos niños que lloran -dijo-. Siente

el poder de mujer, de madre, que hay en ti. Eres la ma­dre tierra misma.

Las lágrimas corrían por mis mejillas. Me sentí purifi­cada, llena de una fuerza nueva, profundamente feliz. Ruby apagó el fuego. Agnes me ayudó a ponerme de pie y em­prendimos la marcha de regreso.

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Los guerreros celestiales sonreían cuando un gran gue­rrero robaba poder.

Agnes Alce Veloz

Oí el cuervo golpeando en la ventana, luego Agnes la abrió para dejarlo entrar. Era una forma agradable de despertar. Abrí los ojos y vi las cimas de las sombrías colinas verdes y las nubes colgantes flotando encima. Cuervo estaba plegando sus alas sobre la mesa, parpadeando soñoliento y temblando. El café tenía un olor estupendo.

-¿Dónde están Ruby y July? -pregunté, sentándome a desayunar.

-Fueron a caminar ~ontestó Agnes-. Estarán fuera la mayor parte del día. -Se encogió de hombros. -Al menos no tendremos que escuchar la flauta de July. Me lastima los oídos.

Sonreí y asentí con aprobación. -Dime qué me sucedió, Agnes. No puedo creer lo que

recuerdo. -Anoche fuiste atraída por las dos maracas, la maraca

madre y la maraca de águila nocturna, dos fuerzas irresistibles. Tu vida fue hilada como una telaraña entre ellas. En un mo­mento, pudieron haberte despedazado, pero fue de ellas de

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ouienes obtuviste tu poder. No existe ni una sola parte de ti que no pertenezca a este planeta madre. La osa madre baila con las flechas de plumas blancas y, anoche, las puntas de las tlechas se encontraron. La madre tierra fusionó su energía con la tuya.

-Me siento mucho m~s fuerte. -Lo eres. La tíen"a es un depósito de energía. Te fun-

diste con esa fuerza elemental, y eres esa fuer/,a. -AITOjÓ una miga de pan frito a Cuervo, que avanzó de un salto y se la comió con rapidez.

-Me siento casi como embarazada. ¿Esos bebés ... to-davía están dentro de mí?

--Siempre han estado dentro de ti y dentro de todas las mujeres. Recuet:da, todo debe nacer de la mujer. Es un poder que el mundo ha olvidado. Los hombres son intrusos. Muchas personas, inclusive alglmas de mi gente, no comprenden, y mis palabras las enfurecerían. No obstante, es ley. La mujer es el árbol en flor. Tú eres el centro del universo, de la creación, la madre tierra. Necesitabas volver a aprenderlo y desarrollar tu fuerza. Ahora puedes comenzar tu aprendizaje.

-¿El aprendizaje para robar el cesto del matrimo­nio? -pregunté con alegría.

-Sí. Hasta el momento he fortalecido tu cuerpo y tu voluntad. Eres débil en muchos sentidos. Tienes muchos ape­gos tontos. Debo liberarte de ellos para poder guiarte hacia el poder. Comenzaremos con una lección de historia ... una que no tigura en los libros de texto. Quiero que tomes nota.

Sonaba tan parecida a una profesora que reí. "Hablo en serio, Lynn. Quiero que recuerdes lo que voy

a contarte. Apúntalo todo. Tu diario y tus lápices están en el cajón superior de la cómoda.

Los busqué. Me sentía como lma colegiala, serena y lista para escribir. Agnes levantó un palo largo y señaló.

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"Mira en esa dirección -indicó-o Y janlás le confíes a nadie hacia qué dirección estás mirando. Es tan sagrada como tu nombre verdadero. Hace mucho tiempo, las ancianas decían que no existía el día ni el sol. El Gran Espíritu era lo único. El Gran Espíritu era el centro. El Gran Espíritu era la fuente sin fin. Las ancianas ordenaron a las hijas viento que soplaran para dar vida al macrocosmo. El Gran Espíritu se escondió y se dividió en sobrina y sobrino. Juntos entonaron la canción de la creación. Todo vibra con esta voz. . . el uni­verso, las galaxias, el Sol y la Tierra. La luz y la oscuridad y todas las cosas no son sino una canción del Gran Espíritu. El Gran Espíritu duemle en todas las cosas con nombre y sin nombre.

'~Mucho y todo sucedió tal como lo predijeron las an­cianas. ¿Qué es la eternidad para el Gran Espíritu sino un suspiro? El diseño del universo no es nada. El tiempo nOtes más que el chasquido de una flecha en el arco del Gran Espíri­tu. Se cantó la canción de las tribus de las plantas. Se cantó la canción de los animales. Se cantó "la canción de las tribus del hombre. Cada mundo fue recordado en una canción y no se olvidó ningún mundo. El Gran Espíritu duenne en todas las cosas con nombre y sin nombre.

"El Gran Espíritu eligió este círculo. El Gran Espíritu alzó ambas palmas, cantó con dulzura y creó siete burbujas. La burbuja en la que nos encontramos se halla en el medio. La rueda ha girado muchas veces y ha habido muchas migra­ciones. Todo el suelo se ha desplazado, pero la espina dorsal de la madre tierra ha pennanecido. Si los de dos pies quiebran su espina dorsal, ella tambaleará y morirá. Ese es el límite, que ni siquiera su cuerpo puede tolerar.

''He hablado con el árbol chamán, el árbol del recuerdo. Primero existió el Sol. En segundo lugar ... la Tierra. En ter­cero ... las plantas. El árbol miró hacia arriba y se sintió solo.

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"Quiero muchos niños", dijo el árbol. La morada lunar del árbol se lo dijo a la morada solar del árbol y la morada solar lo hizo realidad. Los hwnanos, los de dos pies, recorrieron los muchos caminos del lobo. Los hwnanos pintaron muchas le­yes.

"Fue en cualquier momento del círculo de eternidad. Algunos 10 llaman el comienzo, otros eLfin. -Agnes volvió a señalar con el palo.- Allí existía un país insular que los in­dios llamaban La Tierra de Seis Dedos. Yo 10 llamo el País de los Ladrones. Todos prosperaban, puesto que todos tenían mu­chas mantas y provisiones. Nadie necesitaba nada, ya que todo estaba allí. Todos tenían todo en abundancia. Eran felices y estaban bendecidos por la madre mar. La temperatura allí aba­jo ~ra muy caliente ... sofocante. El calor se extendía en olas sobre la isla. Es lógico suponer que viviendo en un país así las personas serían lentas y necias. Pero no. Eran muy nerviosas y movedizas. Se 10 pasaban corriendo alrededor de la isla.

''Todas las cosas tienen leyes. La ley de la isla era jugar y divertirse. Por eso las personas eran inquietas, siempre estaban haciendo algo ... robando, hurtando 10 que pudieran. Recuerda, si vivías en la isla, eras criado para ser un ladrón. Te entrena­ban para ello desde el nacimiento. Los seres que no robaban eran considerados locos, pero eso también estaba bien.

"Además de ladrones, los seres de la isla eran mentiro­sos. Había que reconstruir la verdad a partir de mentiras. Si un ser de la isla alguna vez te decía la verdad, era por accidente o simplemente 10 hacía para confundirte. Suena complicado, pero este país insular poseía formas muy avanzadas de hacer ciertas cosas. No se conocía el asesinato ni nada semejante. Quizás el país de los ladrones suene como un mal sitio, pero era bastante bueno. Nadie se aburría. Todo resultaba bien para esos seres de corazones sencillos. Era maravilloso mentir, en­gañar y robar, si se hacía de la manera apropiada y sin lastimar

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a nadie. Cuando atrapaban a un ladrón, reían. Cuando los seres de la isla veían algo que querían, 10 tomaban ... Obedeciendo la ley. Eso era ley. Se podía robar cualquier cosa a cualquiera en cualquier momento. .

"De modo que estos seres desarrollaron la paciencia y la destreza. Sabían bien cómo esconderse y fundirse con 10 que los rodeaba mientras esperaban la ocasión adecuada para robar algo. Fueron los primeros invisibles y conocían la risa del invisible. Hay invisibilidad en la risa. Podían olvidarse de sí mismos y hacer olvidar a otros. Se confundían tan bien con los alrededores que no se los veía. En este país de arbustos hay muchas cosas que los ojos deben aprender a ver. Hay muchas' cosas invisibles. Muchas cosas no son lo que parecen. El

. arbusto se transformaría por completo si supieras CÓJ;110 verlo. Pero ni siquiera con la mejor visión de arbusto podrías ver a un ser de la isla. Esos maestros del arte de robar no han sido vistos desde aquellos días lejanos.

''Hay formas de comunicarse con los de seis dedos. Come algo. Es marrón con un sombrero grande como un tipi ancho. Los hombres han comido las piernas de la parte inferior,des­cuajado el alimento sagrado, en vano. Sólo encuentran el gato de los ojos de jade. Sólo un hombre o una mujer alto con la cabeza por sobre la tierra puede comer la medicina del cono­cimiento. Sin embargo, no dejes que el hongo te engañe ... ese fue el error de la isla. El hongo era demasiado alto para ellos. Tenían que escupirlo yeso hizo que la tierra retumbara y produjo el fm. Fue un error de ellos.

"Las delicias del País de los Ladrones continuaron durante muchas estaciones, pero entonces la isla se partió por la mitad. Torbellinos calientes se elevaron, indiferentes a todo. La isla entera giró, se. sacudió e hirvió y luego se hundió en el mar. Todos murieron. Nunca volvió a salir a la superficie y la sabiduría de la raza casi se perdió.

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"El tabaco les habría enseñado ... habrían visto los arcos iris de agua. Sucederá otra vez. Los hombres no saben nada de los peldaños hacia el altar, pero mi gente sabe perfectamente qué ocun'ió a pesar de que ahora algunos dicen que queríamos sangre. Nuestros altares podían hablar de todas las cosas que vendrían. Asciende esa escalera sagrada, Lynn, y realiza ofren­das de tabaco al gato. Tamborilea tus pasos hacia la montaña sagrada. Déjate caer sobre la tierra sangrante y llora.

"Si quieres saber cosas importantes, los seres de la isla no estaban preparados para morir, de modo que su espíritu permaneció. Murieron con el nombre del Gran Espíritu en los labios. Era demasiado tarde para compadecerse de ellos, pero los seres fueron emergidos del lago espumoso. El espíritu de esos seres surgió como uno, un ser luminiscente cuyas manos tienen seis dedos. Ahora recorre la Tierra como el más grande de los ladrones. A veces, puedes soñar hacia él y hacer que coloque poder en tu bolsa medicinal. Si llegas a él, puede ayudarte a robar el cesto a Perro Rojo. Sí, serías muy afortuna­da si localizaras al espíritu del País de los Ladrones, te unieras a él y permitieras que ese espíritu te guiara. Ese ladrón podría ser tu mejor aliado. Si ves al espíritu de seis dedos en una noche de luna, querrás cantar de alegría. Toca la tierra con ambas manos y palméate el estómago con su bendición.

Agnes se interrumpió un momento y le pregunté si la historia era cierta. Con mucho énfasis, respondió que sí. Le pregunté acerca del hongo y contestó que algún día me con­taría más sobre él.

"Por ahora, Lynn -prosiguió-, debes tratar de recordar al ser de los seis dedos en caso de que lo conozcas. Ese fue el propósito de la historia pero ahora necesitas saber más acerca de mi gente -continuó-. Ese es otro motivo por el que te hablé de los de seis dedos. Como verás, ha habido muchos mundos. Pero hace mucho tiempo, era totalmente diferente.

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Todos hacían lo mismo. Se devanaba hilo, se ensartaban cuen­tas y se curtían pieles. Algunos humanos hacían pipas. Otros escudos. Había grandes cazadores y grandes guerreros. Eran grandes hechiceros. Pero todos hacíamos prácticamente lo mis­mo. ¿Comprendes?

-Sí -respondí escribiendo sin parar. -La única diferencia en ese entonces residía en cómo lo

hacíamos. Algunos humanos sabían hacer las cosas mejor que otros, pero a nadie le gustaba hacer lo mismo una y otra vez. Cuando el espíritu de la acción era capturado, 10 dejába­mos así. Contábamos una buena historia y lo dejábamos así. Entonábamos un buen cántico y lo dejábamos así. Cantábamos una buena canción y la dejábamos a cambio. Había una ex­cepción ... cuando una cosa tenía poder, la conservábamos. Conservábamos el conocimiento.

"El campamento no estaba dividido. Las mujeres tenían tanto poder como los hombres. Como te dije, las mujeres constituyen la fuente de todo poder. Había grandes jefes muje­res y las mujeres eran grandes guerreros como los hombres.

"Supongamos que eras un gran guerrero de ese tiempo, Lynn. Todos reconocían a un gran guerrero. Todos hablaban de ti. Decían Lynn hizo esto y lo otro, Lynn robó esto y lo otro a tal fulano y a otro. Tus proezas y honor eran bien conocidos. Todos los grandes guerreros se conocían entre sí. Había mu­chas leyes relacionadas con el hecho de ser un gran guerrero. -Agnes sonrió con alegría. -Imagínatelo. Eres un gran gue­rrero de aquellos días.

"Es mejor recordar ciertas cosas. Esto fue antes del ca­ballo. Las distancias eran vastas ... cientos y miles de kilómetros. Para ir al campamento más próximo había que recorrer ciento sesenta kilómetros. Era muy cansador. Hasta con un caballo resulta un viaje muy largo.

"Imagínate entrando a pie en un campamento enemigo

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para enfrentarte a Ben y a Drum. A ellos no les inte~saría pelear contigo si estuvieras cansada. ¿Qué clase de honor obten­drían de ello? Para obtener honor, querrían que estuvieras en óptimas condiciones, como un verdadero gran guerrero. Y re­cuerda que todo joven guerrero querría enfrentar a un gran guerrero. El caso era que la gente del campamento te alo­jaba en lo que se llamaba el tipi enemigo. Te alimentaba bien y te daba lo mejor de todo. El entusiasmo se diseminaba por el campamento y todos salían a ver a Lynn, la gran guerrera. Creo que eso remplazaba la televisión y la radio actuales.

"Al día siguiente salías a pelear con Drum. Llevabas puesta tu mejor ropa. Tu cuchillo y tu hacha estaban bien afilados. Todo el campamento se hallaba presente. La idea no era matar a Dl'Ulll, lastimarlo o quitarle el cuero cabelludo, sino humillarlo. Cortarle las trenzas o hacerlo aparecer como un cobarde. Comienzas a pelear con Drum. Todos se dan cuenta de que eres mejor guerrero que él. Saben que puedes cortarle las trenzas, pero no 10 haces. Le cortas los pantalones y un mechón de vello púbico. TQdos ríen a carcajadas. Te vuelves y ofreces la espalda de modo que Drum puede ma­tarte, pero sabes que no 10 hará. Jamás sería un gran guerrero si 10 hiciera. Ningún humano 10 volvería a respetar. Al día siguiente o al otro, te enfrentas a Ben o a cualquier guerrero que te desafíe. Mientras tanto; pennaneces alojada en el tipi enemigo y eres tratada con honor y respeto.

"Eso era guerrear. . ''Es importante que sepas acerca de robar. Robar es un

arte hennano de la brujería, y todos los hechiceros verdaderos saben cómo robar poder. El poder te puede ser confiado o puedes robarlo, pero en ambos casos, debes saber cómo con­servarlo. Existen ciertos poderes que mueren con un hechi­cero, que penetran de regreso en la madre tierra y vuelven a su fuente. Hay puntos ocultos en el mundo donde los grandes

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jefes danzaban pidiendo poder, y el espíritu. de esos guerreros muertos reside allí. S i logras encontrar uno de esos puntos y conquistar el espíritu, puedes quedarte con su fuerza y así honrar al espíritu. Para ello, debes ser una gran guerrera. En algún lugar de la madre tierra se encuentran los lugares donde grandes hombres como Buda, Cristo y Caballo Loco hallaron su poder. Si se te concede poder, tienes que saber cómo con­servarlo. Si robas poder, probablemente no tendrás tantas difi­cultades para conservarlo. Si tropiezas con el poder y no 10 tomas por falta de coraje, no mereces ser un hechicero. ¿En­tiendes por qué antes de obtener poder necesitas tener un corazón valiente?

"Lo primero que debía robar un gran guerrero era una mujer o .un hombre. Daba 10 mismo uno u otro. Era un honor para una mujer o un hombre ser robado por un gran guerrero. Muchos matrimonios sucedían de este modo. Recuerda que en esa época, estaba prohibido contraer matrimonio con alguien del mismo campamento.

''Entre las siguientes cosas de importancia que debía ro­barse figuraban los escudos, garrotes, flechas o lanzas grandes, etcétera. Si un gran guerrero podía robar eso, estaba muy bien. Pero ahora debo hablar de ganancias más significativas.

"Como verás, había muchos caminos hacia el poder. El poder se adquiere primariamente de visiones y sueños, pero ahora espero que hayas comprendido que robar poder también era honorable. Para ello, se deseaba robar los grandes escudos ~icinales, objetos de poder y cosa medicinales, las cosas de poder. Pero no obstante, esos objetos resultaban inútiles si uno no sabía cómo usarlos. Mal utilizados, podían matarte o he­rirte. Era todo un riesgo. Robar poder constituía 10 más peli­groso, puesto que si robabas uno de esos objetos de poder, era deber del guardián matarte. Había cosas realmente riesgosas. Si lograbas escabullirte y robar una canción o ritual de poder,

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entonces todo el campamento tenía el deber de matarte. "A través del robo, un gran número de guerreros se

distinguía y se convertía en un hechicero. Los guerreros celes­tiales sonreían cuando un gran guerrero robaba poder.

"Sup6n que debes enfrentanne para obtener poder. Su­p6n por un momento que eres más poderosa que yo y que puedes recordamle en otras vidas tal como Drunl cuando in­tent6 matarte. Puedes robar toda mi medicina con un soplido de tu poder medicinal. ¿Qué hago yo? Soy una anciana, pero esa no es una excusa. Eres más fuerte que yo y 10 sé. Me siento honrada. Lloro e imploro al Gran Espíritu para que te proteja y te dé más poder. Has venido de la tienda enemiga y eso me honra. Una hechicera siempre es honrada por el suce­sor. Los maestros desean que les roben su conocimiento. Así solía ser. Y así continúa siendo. Quienes poseen conoci­miento aún respetan la forma antigua. Pero hoy, nada es 10 que parece.

"La fonna antigua era buena, dulce. Pero entonces todo en el mundo se alter6 con bnIsquedad. Dicen que un hombre vino a un poblado de Dak:ota, el primer hombre blanco en ser visto. Todos senúan curiosidad. No estaban seguros de qué era, un hombre o qué. Los hechiceros fueron a verlo. luego los jefes. Un hechicero sacudi6 la cabeza y coment6: "Quizás este hombre, si es un hombre y no 1m espíritu, comi6 demasiada tiza."

"El hombre intent6 decir que tenía el est6mago vacío ... que estaba hambriento. Pero como nadie entendía su lengua y él no sabía expresarse con ge~tos, fue muy malo para él.

"Los jefes dijeron: "Si es un hombre. debe sufrir una enfermedad extraña que quizá se extienda. No quiero cambiar de color y ser como él. Va a morir ... deberíamos matarlo. Y si no es un dos pies. y ha asumido esta forma por un motivo u otro, no haremos mal en matarlo."

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''En cualquier caso, se decidi6 que matarlo sería un acto misericordioso.

"Para entonces, algunas mujeres que se habían acercado a observar al hombre blanco, dijeron: "¿No comprenden? Es un hombre como cualquiera. Morirá de hambre a menos que coma algo. Démosle un cuchillo y dejemos que corte carne de esos ciervos muertos."

"En esos días, la grasa escaseaba. La grasa era la parte más apreciada e importante de cualquier animal. Si un humano no consumía suficiente grasa, moría con rapidez, y era difícil conseguirla. La grasa era preciosa.

"La mujer entregó un cuchillo al hombre blanco y le señal6 los ciervos que colgaban allí cerca. El hombre corrió hacia ellos, cortó la grasa y se la comi6. Ese fue el primer hombre blanco que conocimos yesos Dakota lo bautizaron wasichu, que significa "toma-la-grasa".

"Los curanderos contemplaron al hombre blanco con el aceite de ciervo deslizándosele por el rostro e intercambiaron miradas. Supieron que todo había terminado. y estaban en 10 cierto. Los cuchillos largos vinieron y tomaron mucho más que grasa de ciervo. Todo tenninó después de eso, y hoy tienes este círculo del mundo más amplio. . . el círculo de muchas naciones.

''La medicina permaneció, pero oculta. El verdadero co­nocimiento, sin embargo, siempre ha estado oculto, con­cedido sólo a aquellos dignos de él. Tiene que ser de ese modo. Existen muchos secretos, y gran cantidad de ellos están siendo revelados en tu tiempo. Perro Rojo es un maestro de esas artes perdidas. Sabe c6mo conservar el poder y cómo robarlo en primer lugar. ¿Acaso no tomó el cesto del matrimonio? Perro Rojo dice: "¿Quién se atreverá a enfren­tarme? ¿Quién me derrotará? ¿Quién tiene poder para robanne?" En tu mundo, los grandes robos se realizan en papel. Sí,

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escríbelo todo. Quizá debas escribir un libro sobre Perro Rojo. Eso 10 irritaría. Le desagradaría. . . le gusta permanecer en­cubierto. Aprende a verlo. Has dado muchas cosas por sen­tado. Tu visión no es más que una vislumbre. Todo está encu­bierto.

"¿Qué es una hechicera? Somos viajeras de las dimen­siones. No quedes atrapada en los prismas de la entemidad. Empieza a pensar con tu estómago. Hay dos perros que montan guardia en tu estómago. Sus nombres en inglés son envidia y temor. Un perro guardián es envidiosamente teme­roso, el otro temerosamente envidioso. Son medicina para pro­tegerte.

"Continúa utilizando tu intuición. . . nunca puedes re­solver un problema en el nivel en que nace. Para robar el cesto del matrimonio debes ser inflexible en su búsqueda. Sé dueña de tu destino, porque tienes necesidad de manifestarte.

"Ahora estás entrando en las montañas sagradas donde el oso baila con las flechas de plumas blancas. Has oído a los soñadores. Las emociones nacen en el momento en que te conectas con algo, y estás conectada a los soñadores. Sigue el sendero correcto y conviértete en una única cosa. Conviértete en mujer. En tu mundo, la femineidad está perdida.

Agnes paró de hablar. Terminé de escribir y bebí el resto de mi té. No sabía qué decir. Agnes abandonó la cabaña, y los tibios rayos del sol se filtraron en el interior. Oí el canto de los pájaros.

Agnes abri6 la puerta. "Guarda tus notas y sígueme --dijo. Afuera, nos apresuramos por el sendero y doblamos ha­

cia la izquierda donde se extendía una pradera cubierta de flores amarillas. Abejas y saltamontes brincaban sobre las plan­tas y el sol brillaba cálido y maravilloso. Antes de regresar a la choza, Agnes me dijo que pasara el resto del día en la pradera

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y que no me sintiera separada de ~'lo que se ve". Caminé por el lugar hasta entrada la tarde.

Era casi de noche cuando oí a Agnes llamándome para cenar. En cuanto sentí su voz, corrí hacia la cabaña, donde el aroma de la comida era tentador.

~gnes me sirvió un bol de sopa caliente con un gusto extrano y sabroso. El anochecer se cernía alrededor de no­sotras en sombras grises, invadiendo la pequeña luz titilante de nu~stra vela. Un viento suave soplaba a través de la puerta abIerta. Agnes se sentó en la cama a coser una vieja chamarra Sin mirarme, preguntó: .

-¿Qué quieres realmente, Lynn? -¿Qué piensas que quiero? Quiero el cesto del matrimo-

nio. Agnes no respondió. Tomé la última gota de sopa y bajé

l~ cuchara. Agnes hizo a un lado la chamarra y me miró a los oJos.

-Para conseguirlo debes convertirte en el receptáculo adecuado --dijo-. El vacío en ti debe madurar para que la energía. de 10 que deseas, en este caso el cesto, fluya magnéticamente hacia tu vientre. Debes transformarte en 10 que. ell~ desea p~ que nada pueda separarte. Cuando piensas en ti mIsma como una entidad separada, obstruyes la corriente, yeso hará que el cesto te derrote.

Los términos me confundieron. -¿Cómo sabré que el vacío en mí ha madurado?

. -Simplemente tomarás conciencia de tu poder. Sentirás tu tiempo. No puedes evitarlo.

-No comprendo tu terminología, Agnes. ¿Cómo puedo aprender todas estas cosas?

-Para eso estás aquí ... para aprender. Guardó la chamarra en el cajón de la cómoda, salió al

porche y se sentó. Me serví una taza de café y la seguí. Agnes

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L

estaba observando las luces del norte. Doradas y rosadas, pare­cían proclamar un carnaval al otro lado del mundo. Me senté en los escalones y admiré el juego de colores en la cara de esta misteriosa mujer. Sentí una ternura especial por ella. Su rostro era un mensajero de gran dolor para mí, puesto que me recor­daba que mi vida, tal como la había conocido, estaba mu­riendo. No podía explicarme ni siquiera a mí misma en qué había cambiado, pero sabía que me estaba convirtiendo en una persona que no habría reconocido un par de meses atrás. Era como estar enamorada.

"Esta noche, las ancianas tienen un obsequio vital para ti. Te daré tu medicina. -Agnes palmeó los tablones de madera y me hizo señas para que me sentara más cerca de ella. -¿Si fueras un animal, qué serías'!

La pregunta me desconcertó. -Siempre me haces preguntas difíciles de responder.

-Pensé un momento y luego contesté: -Siempre me gus-taron los caballos, ¿o quizás un ciervo?

Agnes me sonrió. -Eres un lobo negro. Observó mi reacción y después estiró una mano y me

tocó la frente. "Despierta en tu interior. -Apartó el dedo. El contacto

me produjo una sensación extraña en todo el cuerpo. -Eres el lobo negro en vez del lobo blanco porque llevas puesto el manto negro de la contemplación. Si fueras el lobo blanco, serías más externa, más extravertida. Recorres los bosques buscando lo que deseas y luego regresas con la manada, te acurrucas bajo el sol y piensas en ello. Eres un lobo solitario que teme estar solo. Déjame contarte una historia.

"En los comienzos, cuando se formó el mundo, los jefes enviaron a 10 cachorros de lobo a explorar y medir el mundo. Fueron por todos los senderos del mundo y dijeron: "Así es y

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así era." La medicina del lobo significa medida. Si lo desean, los lobos son buenos matemáticos. Si eres una con tu medicina, nadie pódrá engañarte, ya que has recorrido todos los senderos. Euma medicina hipnótica y muy poderosa.

"Te daré un ejemplo. El lobo baja al río a la mañana temprano. Ve su desayuno nadando allí y baila juguetona­mente en la orilla. Los gansos son atraídos e hipnotizados. Nadan hacia el lobo danzante. Cuando están lo suficiente­mente cerca, el lobo salta al agua y mata todos los gansos que necesita... su medicina puede ser muy peligrosa. Un cazador sería muy afortunado si matara o atrapara a un solo lobo, y esto es porque el lobo enseña a los demás lobos qué están tramando los cazadores. Y si fueras el cazador, sería imposible. No puedes matar a tu propia medicina .. Si ]0 hicieras, te me­terías en un gran problema.

"Los lobos fundaron la primera escuela. Fueron los primeros maestros. El lobo vive de una manera que fortalece a su manada. Siempre provee alimento a los ancianos y enfer­mos, instruye a sus cachorros y defiende su territorio de otros lobos. Sabe rastrear como ningún otro animal. Posee una gran resistencia, es capaz de sobrevivir sin comida durante largos períodos. El lobo es medicina mayor, y debes recordar que yo no elegí el lobo para ti. Tú eres lobo.

Agnes se reclinó. -Empiezo a comprender. Has tocado algo en lo más

profundo de mi ser --dije-o En cierta forma, me siento como un lobo. Me encanta descubrir nuevos senderos y en el centro de mi ser percibo un nuevo tipo de conciencia. Hyemeyohsts Storm debió de haber conocido mi medicina, puesto que me dio un pedazo de piel de lobo. ¿Cuál es el propósito de tener medicina?

Me apoyé contra el poste, asombrada de sentinne tan semejante a un lobo.

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-El propósito de la medicina es el poder. Consultas a un psiquiatra y te dice que tu mente está confundida. Lo que es~ haciendo es ayudarte a practicar la introspección y a descubnr tu propia personalidad. Pero como los indígenas han obser­vado a los de cuatro pies y a los alados y a todas las fuerzas de la naturaleza durante miles de años, conocemos el parentesco más cercano. Cuando te digo que eres. el lobo negro, miras dentro de ti y sabes que verdaderamente 10 eres. Cuando com­prendas los poderes del lobo negro, tú también tendrás esos poderes. Todas las medicinas son buenas y tienen poder. Los hombres blancos tienen la costumbre de decir: "No soy una víbora. No soy una ardilla. Soy algo importánte." Separan, ésa es su tragedia.

Por un momento, Agnes I1le miró fijo, sus ojos reteniendo los colores en movimiento de las luces del norte. Mi mente rebosaba con la nueva información. Extraje la piel de lobo de mi bolsillo y palpé su suavidad. Agnes se puso de pie con brusquedad, y entramos en la cabaña sin decir más.

"Limpia la cabaña -dijo Agnes-. Ruby y July volverán pronto. Sudaremos juntas en la tienda de sudor junto al arroyo. Hay mucho que aprender, y muchos significados en esta ex­periencia inevitable.

-¿euál es el objetivo de la tienda de sudor? --pregunté con nerViosismo.

-Te 10 explicaré después .. , es muy complicado. El propO,sito de sudar es purificar el espíritu y el cuerpo para facilitar la comunicación con el Gran Espíritu. Esta noche, quiero que estés atenta a tu medicina ... tu ~o lobo negr? ':'­través de esta purificación, hallarás una grua y una reVItalI-zación.

Agnes me habló en detalle acerca del significado de la tienda del sudor.

"Debemos movemos de prisa -dijo- si tú serás quien

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se atreva a robar el cesto a Perro Rojo. Esta noche, después de que tu espíritu haya sido purgado, pintaré tu cuerpo de un modo determinado y bailaremos tu danza para el mundo del espíritu. Te transformarás y serás una con tu medicina, y conocerás su poder. Bailarás en un sitio que se cargará con tu energía de lobo. Será uno de tus lugares de poder. Piensa en

. estas cosas y luego, si de veras deseas el poder,. sólo tendrás que someterte a él.

Abandonamos la cabaña. Las luces del norte llameaban en un ventarrón ardiente, anaranjado, verde, azul y blanco. En la distancia, podía oír las notas de la flauta. Minutos después, vi aparecer en la oscuridad las sombras vagas de la anciana y la niña.

. -Casi olvidé lo de la tienda de sudor -dijo Ruby-. Pero aquí estamos. -No parecía cansada de la larga caminata. De pie junto a ella, sentí una punzante incomodidad.

Agnes nos juntó como una gallina madre y nos urgió por el sendero hacia el Arroyo del Hombre Muerto. Yo llevaba mi toalla vieja que había sacado del auto. El aire estaba per­fumado con el húmedo y denso clamor de la vegetación.

Ruby y Agnes iban adelante riendo. July, con paso tan firme como el de Pintada, marchaba detrás tocando la flauta. Vislumbré un montículo en la distancia que nunca había visto. Cuando July y yo llegamos allí, Agnes me dijo que me sentara y permaneciera callada.

-Sólo observa cómo hacemos el fuego y calentamos las rocas. Piensa en él como el fuego eterno. Se hace de un modo sagrado, y junto a ese fuego nos purificaremos y nos acercare­mos a la fuente de todo poder. Siéntate de una manera sagrada y sueña. -Agnes me dejó sentada en la tierra junto al arroyo.

Vi que Ruby había puesto la flauta de July junto a la bolsa que contenía la pipa de Agnes. Para mi asombro, July se mostraba dócil y quieta. N os sentamos codo a codo en un

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claro del bosque. Las luces del norte eran más suaves y las estrellas, miles de puntos brillantes azules y glaciales en la negrura de la noche. Con el fuego crepitando, la oscuridad parecía intensificarse. Enormes llamas amarillas y anaranjadas se elevaban en la noche y el aire era pesado y sofocante. Agnes se sentó cerca del fuego, con su rostro teñido de color naranja, y empezó a tocar su tambor suavemente y a cantar. Cantó durante un largo tiempo, después se puso a rezar sobre el· fuego.

Al cabo de unos minutos, Ruby dijo "Ho!" y Agnes se aproximó al montículo de tierra para apoyar su pipa llena de tabaco. Siguiendo sus instrucciones, July y yo nos desvesti­mos e ingresamos en la tienda, agachándonos ya que la en­trada tenía poco más de un metro de altura. Adentro, elevé una plegaria silenciosa al Gran Espíritu. Agnes rezaba en voz alta y nos volvimos en la direcci6n del sol. Luego me senté junto a la puena, frente a Agnes. Permanecimos en silencio un rato. El olor punzante de la artemisa impregnaba el aire.

Agnes me había dicho antes que no debía ser mezquina, que tenía que pensar en lo más elevado y recordar la bondad de todas las cosas. Traté de hacerlo mientras estábamos sen­tadas en la oscuridad; la única luz provenía de la entrada. Afuera, el fuego brincaba y crujía. . . Ruby estaba haciendo una verdadera fogata. Ruby alarg6 una mano dentro de la tienda y me entreg6 la pipa. La coloqué delante de mí, tal como Agnes me había enseñado, con la boquilla apuntando hacia el oeste. Después, con un palo largo y ahorquillado, Ruby desliz6 una piedra ardiente hasta el centro de la tienda de sudor, dentro del altar excavado. Mis rodillas casi la tocaban.

Ruby dijo algo en cri. Agnes me orden6 tocar la piedra con la base de la pipa y

después dimos las gracias en cri. Ruby empuj6 más piedras, una para cada dirección, una

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para la tierra, una para el cielo. Agnes me dijo que ofreciera la pipa al cielo, a la tierra y a las cuatro direcciones y que luego la encendiera. Después de un par de bocanadas y de pasar humo sobre mi cuerpo, entregué la pipa a July a mi izquierda. La tom6 y aspir6. Agnes inhal6 una vez y me la devolvi6, di­ciéndome que la purificara y que vaciara las cenizas con cui­dado sobre el borde del altar sagrado. Luego me pidi6 que la pasara alrededor de nuevo, de regreso a ella. Sostuvo la pipa sobre el altar, con la boquilla apuntando hacia el oeste, des­pués la movi6 por el sendero sagrado hacia el este donde Ruby, de pie justo al otro lado de la entrada, la tomó.

Las piedras en el centro ardían con un rojo intenso. La tienda era pequeña, quizá de unos dos metros y medio de ancho, un reducto de. sauces entrelazados cubienos con varias pieles. De pronto, Ruby cerr6 los colgajos y tapó la entrada con una manta artesanal. Nos vimos inmersas en una oscuri­dad que Agnes me había dicho que representaba la oscuridad del alma, la ignorancia de la que debíamos purificamos para poder ver la luz.

Oí la voz de Agnes en la oscuridad. -Durante la ceremonia, los colgajos se abrirán cuatro

veces para recordamos que hemos recibido la luz durante cua­tro eras. -Se embarcó en una larga plegaria en cri a los espíritus. -Relámpagos subterráneos, los topos, expresó. Luego roció agua sobre las piedras con su abanico de águila, siempre orando a las ancianas.

El vapor fragante sise6 y se elev6 en espiral. Estaba haciendo mucho calor y la oscuridad me afectaba ... el lugar era sofocante, oscuro y denso. Luego Agnes invoc6 al Grajo o Cielo Estrellado de Mañana Clara y roció agua cuatro veces más. Coloqué mi cabeza entre la rodillas para poder respirar mejor. Después, Agnes invocó al arco iris, luego a las águilas y entonó una canción melódica y suplicante. Parecía muy

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conmovida: Me puse a llorar. Pensé que el calor alcanzaría cierto grado y se detendría, pero iba intensificándose y aumen­tando hasta un punto casi imposible de tolerar. Las piedras ardientes eran como los ojos brillantes de la madre tierra. Ag­nes invocó sus poderes transformantes ... al ciervo ... y roció agua cuatro veces más. De repente, me sorprendí rezando en voz alta. Gotas de sudor bajaban de mi frente hacia mis ojos. Me fundí con el agobiante calor.

Ruby echó hacia atrás los colgajos y la manta y una ráfaga de aire frío nos envolvió. La luz del fuego arrojó som­bras espectrales alrededor de nuestro oscuro refugio de oración sagrada Me sentí desorientada por la súbita luz, pero agrade­cida de poder respirar. Agnes pasó de una a otra una taza de agua y tod,as nos frotamos el cuerpo con ella. Me sentí hu­milde y agradecida.

Los colgajos fueron cerrados de nuevo y advertí que July comenzaba a mecerse de un lado a otro, gimiendo suavemente. Luego empezó a sollozar con desesperación. Pensé en el dolor en el mundo. No sabía si eran lágrimas o sudor lo que corría por mis mejillas ... apenas podía respirar. Me encontraba in­mersa en un oscuro pozo de tristeza y desamparo. Una bruma débil se alzó y se diseminó por la tienda.

-Lynn -dijo Agnes-, has venido a mí como una guerrera del arco iris. Eres un puente entre el mundo indio y el mundo blanco, un puente en esta gran Isla de la Tortuga. Cuando te conozcas a ti misma, conocerás tu camino. Cuando conozcas tu camino, conocerás la autoridad. Cuando conozcas la autoridad verás al espíritu. Cuando veas al espíritu, verás a las personas.

Acto seguido me ordenó que invocara al lobo, mi medici­na. Luego agregó:

"Te estoy enseñando tu canción. Escúchala y cántala conmigo.

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Mientras cantaba con los ojos cerrados, una rueda verde y azul apareció detrás de mis párpados, girando primero a la d~r~ha, después a la izquierda, y me hipnotizó. Tuve una vIsIón. Estaba fuera de la tienda, y de pie frente a mí, había una anciana con una niñita.

-¿Cómo llegaron aquí? -les pregunté-o ¿Quiénes son? -Todos los senderos llevan de regreso al centro ... todo

espíritu. -La visión desapareció y volví a la tienda de sudor. -¿Qué viste? -oí decir a Agnes-. ¿Dónde estabas? Le conté. -Esa era Niña Lobo y su abuela -explicó Agnes-

¿Qué dijeron? . Se lo repetí.

. "Sí, todos los caminos, todas las religiones conducen de regreso al centro. Caminan dentro de la bondad. .

-Pero no comprendo quiénes eran la anciana y la niña. -Son medicina de lobo. -¿Qué significa eso? -Te lo contestaré de esta forma, hija. El amor es un

buen guía. El conocimiento es un buen guía. Compartir es un buen guía. La autoenseñanza es una buena guía. No necesito creer para conocer el sufrimiento ... lo conozco cuando sufro No necesito creer para conocer el amor ... lo conozco cuand~ amo. No necesito creer para conocer la felicidad ... la conozco cuando soy feliz. Para estar aquí estoy aquí. De modo que no creas que sólo eres humana. Conócete a ti misma. Hay muchas medicinas.

-Tus palabras me hacen sentir bien, Agnes, pero no se conectan del todo en mi mente.

-Tuviste un niño una vez. -Sí. -No era tu intención tener un niño. Tenías tu bebita

dentro de todo tu ser ... no sólo tu mente. Déjala nacer.

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"Sentí una punzada de indefensión, como si me envol­vieran sogas que impidieran el más mínimo de mis movimien­tos. Quise gritar y correr, huir de ese calor y continamiento torturantes. Me obligué a sometenne, pero entonces, milagro­samente, la oscuridad empezó a respirar conmigo. El brillo de las piedras comenzó a pa,lpitaral mismo riuno que los violentos latidos de mi corazón. Mi cuerpo parecía estar derritiéndose y las manos se me cerraron en puños extraños. Traté de estirar los dedos pero se me curvaban como garras y no podía moverlos. Me encorvé, con la cabeza hacia un lado, y cuando .parpadeé en la fragante pe­nunlbra, tuve la sensación de que mi cara se inmovi­lizaba. Mis labios se doblaron· hada. arrjpa y hacia afuera exponiendo mis di~ntes. Estaba ,gruñendo.,. . todas las barre­ras se habían esfumado. Sentí el suave pelo negro en la parte inferior de mi cuerpo. Me había convertido en la loba primitiva, con la cabeza echada hacia atrás, aullando en silen-cio.

Agnes habló suavemente en cri. No entendí sus palabras pero supe que se proponían reconfortarme.

Los colgajos se abrieron y se cerraron de nuevo. Estaba totalmente posesionada por el espíritu de la loba, sin ninguna sensación que no fuera lobuna. Me agazapé sobre mis lobeznos, que gemían y lloriqueaban en el oscuro laberinto madriguera. Perdí toda noción de lo que sucedió después, pero en algún momento, más tarde, oí el murmullo del agua del arroyo. Agnes estaba sentada junto a mí.

-Esta noche has sido bendecida, Lynn -dijo-. Tu condición lobuna es muy poderosa.

Empecé a temblar de miedo. -No podía estirar los dedos y de pronto era una loba de

verdad. --,.No te preocupes. Soy feliz -aseguró Agnes-. Los

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soñadores tenían razón. Eres la perfecta cazadora para robar el cesto del matrimonio.

Reviví lentamente. Tenía el pelo mojado y pegado a la cabeza y Agnes me tapó los hombros con un manto de lana que olía a cedro. El ruido del arroyo se volvió más claro, más fuerte. Me dispuse a ponerme de pie pero Agnes me detuvo.

"Quédate aquí un rato. Agnes se unió a Ruby junto al fuego y empezó a tocar el

tambor con ella. Podía divisar sus siluetas en la oscuridad. La luna llena brillaba ahora sobre las colinas y su luz se

derrantaba con suavidad a través del cielo; July estaba sentada arroyo abajo, contemplando el plácido y plateado reflejo de la luna flotan90 en el agua. Las flores nocturnas. perfumaban el aire.

"Yen -dijo Agnes, volviéndose hacia mí-o Iremos a comer algo en la cabaña y luego te prepararemos para tu danza.

Se encanlÍnó por el sendero. Me puse de pie y la seguí, olvidando mi agotanlÍento.

-¿Qué dijiste, Agnes? ¿Mi danza? Agnes me contestó con unredo "Sf'y me demoré para

esperar a July, que ya estaba tocando la flauta otra vez. Después. de comer algo en la choza, me acosté a des­

cansar, apenas consciente de que Ruby y Agnes se marchaban, con mi sueño acunado por el fuerte viento que soplaba entre los árboles. Soñé que estaba atrapada en un cesto del matrimo­nio gigante y que no podía salir. Me resbalaba cada vez que trataba de trepar por el costado del cesto.

-Despierta, Lynn -dijo Agnes, sacudiéndome. Me ale­grólibrarme del sueño.

-¡El cesto! Soñé con él de vuelta. -Me di cuenta de que estabas soñando algo. Quedabas

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Illuy graciosa -respondió Agnes, sonriendo. Ruby también estaba inclinada sobre mí, observándome

diveltida y sonriendo. Me perturbó ... Ruby jamás me había sonreído. Era increíble ... ese rostro ajado y sonriente.

Agnes me tOll1Ó de un brazo y me arrastró afuera. Debía de ser pasada la medianoche.

"Esta es una noche sagrada para ti. Prepárate de la forma sagrada que te enseñé y pronto iremos al poder. Escucha can­tar a tus primos, y regresaré.

Me dejó parada allí y entró en la cabaña. Los coyotes aullaban en algún lugar de las colinas. July donnía con la es­palda apoyada contra un poste. Advertí las siluetas de los árboles meciéndose en el viento, me senté en los escalones del .porche y esperé.

Agnes y Ruby salieron a los pocos minutos. Caminamos una corta distancia adentrándonos en un monte de cedros y luego giranlOs bruscamente hacia la . derecha entre dos rocas enonlles que se elevaban sobre nuestras cabezas. El ruido de la grava bajo nuestros pies quebraba la quietud de la noche. El estrecho sendero serpenteaba entre varias rocas más y empecé a sentinne mareada y desorientada. Agnes y Ruby iban tan cerca de mí que podía oírles res­pirar.

Muy pronto, llegamos a un claro con un perfume diferen­te en el aire. Noté que era sulfuro, o algo muy parecido, mez­clado con el rico aroma del cedro y la artemisa. Doblamos y nos encontranlOs con un fuego que obviamente había estado humeando durante un tiempo. Ruby se ocupó de él y enseguida comenzó a arder.

Al mirar alrededor, mi visión pareció parcialmente dis­minuida. Agnes me guió hacia el fuego, junto al que extendió una helillosa manta india roja y negra con el diseño de una tonllenta. Cerca, había un manantial que despedía vapor.

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-Quítate la ropa, Lynn, y siéntate sobre la manta junto al fuego -dijo Agnes.

Se marchó mientras yo me desvestía, luego volvió con dos mannitas de arcilla con palos en el interior. Ruby cantaba a mis espaldas, Agnes rezaba y el tambor sonaba a un ritmo profundo y continuo. Sus voces se elevaron en un idioma misterioso, entonando una bella canción que resonó en los bosques. Deseé conocer el significado de aquella lengua an­tigua.

Las brasas brillaban y las llamas chasqueaban con cada cambio súbito del viento. Sentía el calor contra mi piel desnuda. La manta era áspera y de tejido apretado. Ruby y Agnes se pusieron a bailar, una a cada lado de mí .. Agnes sacudía la maraca en mi oído cuando se apfoximaba lo suficiente. Yo estaba exaltada, pero aún desorientada. Ruby fue alIado opuesto del fuego sin dejar de tocar el tambor y cantar suavemente.

Agnes se sentó frente a mí. Al cabo de un instante de vacilación, dijo:

-Te hemos traído a este lugar sagrado. Es un sitio ocul­to. Aquí experimentarás un nuevo nacimiento, puesto que serás pintada y transformada para siempre. Al ser pintada, iniciarás una nueva relación con tu medicina de lobo y contraerás nuevas responsabilidades.

Agnes hundió los dedos en una de las. marmitas de ar­ciUa. Tocó el centro de mi cabeza, donde estaba la raya del pelo. . . tenía los dedos húmedos. . . y dibujó una línea a lo largo del centro.

"Esta pintura es roja por la mujer -dijo-o Esa línea roja te une a la tierra, donde todo mora y es fértil.

Con movimientos finnes, Agnes pintó dos líneas rojas debajo de mis ojos. La pintura estaba fría y tenía olor a flores; por un momento, pensé que ardía.

"Gran Espíritu, es tu voluntad que esta joven esté aquí

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para ser pintada. Haz que ella, aquí sentada sobre el antiguo suelo sagrado, nazca pura, como en tu tienda de sudor. Al pintarla de esta manera sagrada, purifícala una vez más. Se­para a esta joven de sus penurias pasadas. -Luego me dijo que me pusiera de pie.

Me incorporé con rapidez. Agnes me pintó de rojo las piernas .hasta las rodillas. Yo estaba parada sin timidez, de cara al fuego, ajena a todo excepto al accionar de Agnes. Pintó líneas onduladas a 10 largo de mi- brazo izquierdo, luego repi­tió la operación en el derecho. Después, caminó alrededor de mí cuatro veces.

"Hemos atraído la muerte aquí esta noche -:"proclumó Agnes, otra vez frente a mí-o Este poder está aquí con no­sotras. Hemos matado muchas cosas. Ahora marchas por el sendero sagrado ... has comenzado un nuevo camino. Doy la bienvenida a quien nos vigila, el guardián de lo lejano. Estas líneas en tus brazos son el símbolo del arco iris, el arco de los soñadores.

Yo estaba perfectamente serena, observaba a Agnes con mi corazón y tenía los ojos cerrados. Había sentido profunda­mente su contacto con cada trazo de pintura. Abrí los ojos, y vi lágrimas que se deslizaban por sus mejillas. Se inclinó, recogió un bulto de piel de ante doblada, 10 levantó con ambas manos y lo alargó hacia mí. El tambor de Ruby resonaba en mi pecho, empujándome como una mano abierta.

"Ponte esto -dijo Agnes. Tomé la piel de ante do­blada-. Es un vestido y unos mocasines. Yo los usé cuando era niña. Esta noche tienes ropa nueva porque eres una mujer nueva.

Me los puse con cuidado. El vestido era resplandeciente, con cuentas de cristal que refulgían a la luz del fuego como gotas de oro. Tenía varios símbolos y diseños trenzados con púas de puercoespín y flecos colgando de las mangas y el

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dobladillo. Me quedaba perfectamente, igual que los mocasi­nes con cuentas de cristaL

"Estás siendo instruida en las artes heyoka -explicó Ag­nes, apoyando una mano sobre mi hombro-. Estas prendas te ayudarán en tu instrucción.

"Las plumas serán señal de tu aprendizaje -.:..continuó. Volví el rostro hacia la derecha y la izquierda para que

pudiera entrelazar dos plumas' de búho en mi cabello. Me sentía envuelta en una ternura femenina, complaciente y quie­ta. Por dentro, era una burbuja palpitante flotando en el es­pacio. Había olvidado el mundo.

"Siéntate, Lynri; te hablaré de mi maestra. Hace mucho tiempo, yo estaba casada y tenía una hija. A veces los invier­nos son muy d~ros en el norte. Un día de invierno, ella dejó la cabaña y se adentró en la nieve. Era muy pequeña mi hija, tenía cuatro años. Nuestros perros estaban entrenados para ser feroces. Alcanzaron a mi hija antes que yo y la mataron. La trajimos a la cabaña y la pusimos entre nosotros durante toda la noche. Había planeado dar a mi hija el vestido que tienes puesto. Ahora te lo doy a ti. Mí hija se llamaba Pequeño Lobo Negro Danzante. Después que murió, yo solía mirar hacia el este, donde nace el sol, tratando de devolver a mi hija a la madre tierra. Quizá siempre guardé el vestido porque no podía dejarla· ir ... mi hermosa Pequeño Lobo Negro Danzante. Y luego he mirado hacia el oeste, donde muere el sol, pero jamás he sido capaz de manifestar mi dolor, hasta este momento. Así como la tierra es mi madre, yo soy tu madre. Ahora tengo una nueva hija. Mi familia, mi clan, te acogerá como uno de los nuestros. Mi pequeño lobezno puede volver a vivir en ti.

No pude contener las lágrimas. Agnes me palmeó el braw y prosiguió.

"Eso fue antes de que aprendiera, cuando creía que los hechiceros no merecían mi atención. Mi esposo murió en un

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accidente en el bosque poco después ... creo que su corazón se había quebrado. Mi dolor fue terrible. Fue entonces que visité a una heyoka y ella me enseñó todo. El poder vino a nú y obtuve mi nombre, que significa: "una que conoce secretos".

"Antes de eso, no me importaba mi vida ni lo que me pasaba. No me daba cuenta, pero hay medicina mayor en ese abandono. Quería que alguien me explicara el motivo de mi gran dolor. La anciana heyoka sagrada contestaba todo con una pregunta. Actuaba como si no comprendiera nada hasta que entendí que ella vivía en el centro del círculo sagrado y que tenía poder para cambiar todo de la manera que deseara. Me pasé horas hablándole de mi hija muerta. Cuando terminé, le pregunté por qué Pequeña Lobo Negro Danzante estaba muerta y ella me preguntó a su vez: "¿Quién quiere saber quién está muerta?"

''Esa mujer fue mi maestra. Después de muchos años me dio su medicina y luego se marchó y murió feliz. Era una mujer que estaba en todos lados y podía ver todo. Cuando llegué a conocerla, aprendí a quererla, y mucho de ella vive en nú. No sé qué habría sido de mí si ella no me hubiera enseñado el cainino. Gracias a ella, llevo una vida con propósito.

Los ojos de Agnes se clavaron en los núos y lloré hasta desahogar todo mi dolor. Me puse de pie y nos alejamos del fuego. Mis nuevos mocasines eran cómodos y casi podía sentir la tierra bajo mis pies. Agnes llevaba las dos maracas. Se detuvo, golpeó el suelo con el pie varias veces y de pronto brincó en el aire y giró. Empezó a trotar en círculo alrededor de mí inclinada hacia adelante. Me quedé hipnotizada. Caminaba con las piernas rígidas, igual que un lobo. . . exactamente como un lobo. Parecía presta a atacar ... sus ojos destellaban con astucia como los de un animal. Restregó su cadera contra mí, luego se hizo a un lado y aulÍó. Algo brotó de mi interior y emiú un aullido en res-

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puesta. Poseía una calidad nostálgica y lejana, y el sonido no era humano.

De repente, algo crujió y se desgarró dentro de mi pecho. Pudo haber sido el ruido del tambor que cesó. Oí un jadeo.

-Respira profundamente cuatro veces por las cuatro di­recciones -me ordenó Agnes con una voz extraña y gruño­na-o Echa la cabeza hacia atrás y apoya 10 puños contra tu mentón. Todavía no me mires.

Obedecí. Su voz era atemorizante. "Hazlo de nuevo y esta vez, encógete y tira los brazos

hacia atrás mientras expeles el aire. Extrae energía de la tierra a medida que exhalas. Roba esa energía golpeando tu pie derecho contra el suelo. No te equivoques. Los lobos conocen este sitio y tú tanlbién puedes. Mueve tu ca,beza con rapidez hacia la izquierda, la derecha y luego el centro. Bien. Ahora vuélvete hacia el oeste y gime como un lobo. Empieza a trotar.

Seguí sus instrucciones lo mejor que pude. El ritmo del tambor resonaba de nuevo y podía sentir la punta de mis pies abriéndose bajo mi peso mientras trotaba y gimoteaba. Inverti­mos la marcha hacia el este, y cuando me froté el brazo contra la cara sentí pelos en mis mejillas. Mis orejas se atiesaron e irguieron. Mis ojos tenían hambre de una presa imaginaria. Trotamos con rapidez, luego lentamente ... sin detenernos ... hacia el norte y después hacia el sur. En la cresta de una colina, nos detuvimos y aullamos, pero no era Agnes quien estaba conmigo. Sólo vi una loba ... una extraña hermana allí en la oscuridad,

El tanlbor se detuvo, y el hechizo se rompió. Mis colmi­llos se contrajeron, mis garras se retrajeron y Agnes pareció cambiar de forma; se empinó en sus patas traseras y volvió a ser ella misma. Mi cuerpo reemergió de algún modo. Apenas pude seguir a Agnes hasta el manantial caliente, donde me quitó el vestido nuevo y me empujó dentro del agua caliente

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sulfurosa. El agua estaba roja con pintura, como sangrando con las fuerzas de la naturaleza.

-Lávate. Me lavé, salí del agua y me acosté sobre la orilla, aton­

tada. Contemplé las estrellas. Agnes me arrojó la manta en­cima.

"Vamos -dijo. Llevé mi vestido nuevo y los mocasines puestos de re­

greso a la cabaña. Cuando me deslicé dentro de la bolsa de donnir, estaba casi anlaneciendo.

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El propósito de la medicina es el poder

Agnes Alce Veloz

~uiero que hagas un muñeco lobo -dijo Agnes al día siguiente.

Yo estaba sentada a la mesa, bebiendo té de artemisa. -¿Un muñeco lobo? -pregunté-o ¿Te refieres a un

fetiche lobo? -Puedes hacerlo como quieras, siempre que sea lobo y

muñeco. Puedes probar con arcilla, pasto seco, astillas de ma­dera, pedazos de piel, o cualquier otra cosa. Inclusive puedes tallarlo.

-¿Qué tamaño debe tener? -inquirí, bastante entusias­mada con la idea de fabricar mi propio fetiche.

Agnes indicó grande y pequeño con las manos. -Grande, chico, como quieras. Te ayudará mucho. De­

bes recordar constantemente la danza para tu medicina. Exis­ten poderes matemos de los que has tomado conciencia, y ciertos poderes ahora necesitan tu protección. La comprensión vino a ti en fonna de sueños. .. los soñadores te soñaron despierta. Ahora, modela en fonna tangible esos sueños y poderes. Puedes usarlos y ellos te dirán mucho. Diseña un muñeco lobo intérprete para tender un puente entre los mun­dos. Cuando hayas tenninado, muéstrame tu trabajo.

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Agnes se volvió y dio por tenninada la conversación. Pensé en todas las muñecas indias que había colecciona­do y vendido y tomé un cuchillo y algo p~a e~ almuerzo y emprendí la marcha por el sendero haCIa Pmtada. Pen­saba en su larga cola negra. Era un día brumoso, nebuloso, un buen día para dar fonna a mis sueños. Ascendí con rapidez la ladera de una colina, las sombras indistintas de rocas y plantas se asomaban alrededor. El sendero hac~a el sur estaba oscurecido por las siluetas brumosas y movedIzas de árboles ahora desconocidos. Oí el susurrar y batir de alas en las ramas

ilias. . Llegué a la pastura envuelta en niebla y encontré a PI~-

tada. Sus cascos desaparecían en el manto blanco que cubna el suelo. .

Le quité parte de la cola para el muñeco lobo, luego deambulé en la niebla por el resto del día. Arañé la tierra y me trepé a los árboles, buscando plumas, pedazos de corteza, de piel, cualquier cosa insólita y apropiada. Hallé un trozo de madera bastante blanda junto al Arroyo del Hombre Muerto que sugería vagamente el cuerpo d~ un lo~ parado en sus cuatro patas. Medía alrededor de qumce cenumetros, y en un extremo tenía un rostro aullante... una vez que ternliné de tallarlo. Tomé pedacitos de artemisa, piel y otras cos~~ que encontré e hice un bulto que até al vientre del lobo. UulIcé el pelo de caballo para la cola y tallé símbolos del águila noc­turna y el oso en el lomo. Había traído pegamento y un peda­zo de espejo roto de la cabaña de Agnes y pegué trozos de corteza en la boca para representar los dientes y dos pedazos de vidrio más arriba para los ojos. Trituré bayas rojas y froté el lobo con el jugo, que parecía sangre. Las uñas de pájaro resultaron útiles para las garras. Mientras tallaba y pegaba y añadía poder al nuevo lobo, éste comenzó a adquirir una apa­riencia atemorizan te. Me sorprendí cantando una extraña can-

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ción mientras trabajaba. . . la había estado entonando una y otra vez antes de danne cuenta. Era una canción de sueños para mí.

Tenniné mi muñeco lobo al ponerse el sol. Era aullador y feroz pero también poseía una rara cualidad queJo ase­mejaba a un pájaro. Eso significaba que podía volar entre los mundos ... que se sentía a gusto tanto en la tierra como en el cielo. No sé por qué detenniné que era "él", pero parecía masculino ... tal vez por su tiereza y su cuerpo anguloso. Lo admiré un rato, lo acuné en mis brazos y regresé a la choza de Agnes.

-Veamos -<lijo Agnes antes de que yo pudiera decir nada-o Apóyala sobre la mesa.

Coloqu~ la tigura donde me indicó, y parecía dominar la habitación.

Agnes caminó alrededor de ella con la cabeza ladeada y los ojos brillando misteriosamente.

-¿Qué puedes decinne de la persona que la hizo'? -preguntó.

-Yo la hice. -¿Qué podrías ver y saber si no la hubieras hecho'?

Cuando contemplo algo como esto, sé quién lo hizo. En este caso, tú lo hiciste, de modo que constituye un espejo perfecto de tu propia percepción.

.-Es sólo un muñeco -repliqué. -No, no es sólo un muñeco. Veo quién lo hizo. Si

nunca te hubiera visto en mi vida, sabría que la persona que hizo esto es una mujer. Es blanca y su conocimiento de los lobos y la vida animal es muy limitado. Cuando hiciste esto, estabas mostrándome tu verdadera naturaleza. Eres una mujer con muchas máscaras. No tienes por qué tingir conmigo.

-No estoy fmgiendo nada -objeté. -Sí, lo estás. Finges respetarme, porqu.e deseas algo

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que yo puedo darte. Pero en realidad piensas que yo no en­cajaría en tu mundo en California.

-Oh, vamos, Agnes. -Sí, eso es lo que verdaderamente piensas de mí. Te

preguntas cuánto te costará todo esto. Te .preguntas si algún día te telefonearé desde la estación de ómnibus y si tú tendrás que pagar la llamada. Crees que eres demasiado buena para nosotros aquí.

-Si piensas eso de mí, ¿por qué me permites quedarme contigo, Agnes?

-No pienso eso de ti. Sé eso de ti. Esperas que no me aparezca en la puerta de tu casa porque no sabrías qué decir de mí a tus amigos. Crees que no podría desenvolvenne correc­tamente en tu mundQ pleno de excitación y personas glamo­rosas, ¿verdad?

-Bueno, supongo que me he preguntado alguna de esas cosas. .

-Temes que no me impresione como debiera, o que no sepa qué representa qué. Te avergüenzas de mi ropa, de mi pobreza, mis modales, todo.

Di un respingo. -No me parece justo de tu parte que hables así de mí,

Agnes. -El muñeco lobo me dice todo cuanto necesito saber.

¿Temes herir mis sentimientos si me lo revelas personalmente? ¿Necesitas que esta figura lobo lo haga por ti?

-Sólo estás suponiendo. No puedes ver tanto en un simple muñeco.

-Te gusta la buena comida. Te gusta coleccionar por motivos estéticos; .. eso es fácil de ver. Muy evidente. Posees sentido del humor. . . eso también es muy obvio. Te gusta vivir en un medio que consideras hennoso. No ves la hora de regresar a lo que tienes por tierra conocida. No ves la hora de

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volver a donde puedes comprar cosas ... confort, alimentos, servicios.

-¿Qué tiene de malo? -Nada, pero aquí debes trabajar para conseguirlo. -¿Qué más .ves en el lobo, Agnes? -Aquí hay algo a tu favor. ¿Ves cómo está atado este

bulto? -Sí -respondí, observando con atención. -¿Te sugiere algo? -No estoy segura. -Quien 10 hizo es diestro, porque lo ciñó en el sentido

del reloj. También es un perfeccionista ... porque lo ató muchas veces. A propósito, ¿por qué cortaste el pelo de caballo de la coJa y no de las crines?

Me maravilló que Agnes supiera eso. -No sé. Simplemente me pareció el lugar adecuado. -Eso supuse -contestó Agnes riendo-o Tienes las fa-

cultades de una verdadera heyoka. ' Reí con ella, aunque no entendí muy bien por qué. "Este muñeco me dice algo de tus falsos conceptos

-continuó Agnes-, de lo que consideras importante y signi­ficativo y de aquello por 10 que estás dispuesta a morir. No sabes nada de la comida ni de 10 que significa matar a un buen amigo con dignidad. Me revela tu posición en el mundo. Lo que deseas y lo que no deseas. No ves tu muerte y no irás hacia tu muerte en una forma. completa. . . como una buena hija del universo. La cazadora nunca busca excusas para la muerte.

''Existen nada más que dos opciones en la vida -pro­siguió-. Puedes morir como una prostituta asustada, o vivir como una cazadora digna y morir como tal. Cuando tus ojos conozcan los ojos de la cazadora máxima, podrás decir: "Estoy preparada. Cuando la cacería estaba en curso, fui valiente.

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Aceché mi presa y la maté apropiadamente. Fui una buena proveedora para mi campamento, comí mi presa muerta, y la ofrecí con respeto. Actué en tu nombre y te representé bien. Comprendo que he vivido a costa de ti y ahora soy tu came. Hemos alcanzado un acuerdo. Estoy preparada para acom­pañarte a cazar en el mundo del espíritu."

-¿Me consideras una cobarde? -pregunté. -No eres una mujer peligrosa. En cierta forma, eres

como un pájaro sin alas ... aleteando sin propósito. Veo una mujer que necesita mucha más voluntad y coraje ... verdadero coraje. No eres tan simple como pareces. Lo más. triste es que te gusta pensar que eres importante. Yo prefiero ser impor­tante a engañarme a mí misma.

-¿Cómo se vuelve uno importante? -Aprendiendo de su muerte. -No comprendo. ¿Qué tiene que ver la muerte con ser

importante? -Mucho. Acepta tu muerte y vuélvete peligrosa. Obtén

poder. -Espera· un minuto. Estoy totalmente confundida.

¿Quieres que yo muera? Agnes rió estrepitosamente. ~so es gracioso -se burló-o Yo no puedo evitar que

mueras. Haz a un lado tus ojos engañosos y ve qué es real. Las personas pueden parecerte importantes por una cosa u otra. Les temes puesto que aparentan tener cierto tipo oc poder. Pero si supieras de tu muerte, serías capaz de ver quién de entre esas personas posee realmente poder, y son pocas. Sólo puedes ser peligrosa cuando aceptas tu muerte. Entonces te vuelves peligrosa a pesar de todo. Debes aprender a ver a los seres despiertos. Una mujer peligrosa puede hacer cualquier cosa porque hará cualquier cosa. Una mujer peligrosa hará lo inconcebible porque lo inconcebible le pertenece. Todo le

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pertenece, y todo es posible. Puede rastrear su visión y ma­tarla haciéndola realidad.

-¿Qué estás sugiriendo? ¿Me enseñarás acerca de la muerte para que pueda robar el cesto del matrimonio?

-Te enseñaré cómo cazar para que tu búsqueda tenga alguna posibilidad de éxito. No querrás deambular SiR rumbo, sin saber qué estás haciendo. Cazas comida para nutrirte y compartir con otros. Si tengo éxito, serás terriblemente peli­grosa.

-¿Por qué quisiste que hiciera una muñeco lobo? --Quise demostrarte que todo tiene una razón. Las cosas

hechas deliberadamente constituyen espejos exactos de quie­nes las hacen. Puedes desarrollar tu conocimiento examinando cualquier cosa con atención. Observando correctamente" un objeto te hablará a los grÍtos. Cuando sepas lo suficiente, conocerás mucho de una persona por la forma en que levante un vaso o un lápiz. Puedes ver miles de cosas en acción. Se puede saber todo de un cazador por la forma en que hace un fuego, del mismo modo en que se puede saber todo de un pájaro por la forma en que construye su nido. Cuando miras un objeto, puedes ver cuánto tiene de centro. Un objeto de poder verdadero tiene un centro. Eres atraída hacia esas cosas, y ni siquiera sabes por qué.

-¿Qué relación tiene todo esto con el cesto del matri­monio?

-Hemos hablado mucho directa e indirectamente acerca de robar. Has aprendido que antes de poder robar con eficacia debes ser una guerrera. ¿Entiendes eso?

-Sí. .. lo recuerdo. -Antes de poder ser una guerrera eficaz debes conver-

tirte en una cazadora experta ... la gran guerrera fue previa­mente una gran cazadora.

-¿Qué debo saber para ser una cazadora eficaz?

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Agnes rió como una chica. -Muchas cosas, aunque nunca podrás saber todo. Como

verás, ser cazadora es muy complicado. Escucha, existen mu­chas criaturas para cazar. Si sabes cómo, puedes cazar y atra­par un espíritu. Puedes hacer trampas para espíritus y trampas para atrapar bebés de agua pero, no obstante eso, debes saber cómo hacerles comida. Por el momento, los espíritus están ocultos para ti. . . crees que son producto de tu imaginación. Pero la imaginación puede volverse contra ti y matarte si no sabes cómo mirarla correctamente. Si cazas un conejo. es una cosa. Si cazas un oso gris, es otra cosa totalmente distinta. El conejo y el oso gris son animales de caza diferentes. Jamás pienses que un conejo es inofensivo. He descubierto que los conejos pueden matar a un hombre con facilida~l. Por suerte, es infrecuente que hasta los buenos cazadores vean un conejo así. Si intentaras matar ese tipo de conejo, éste golpearía sus patas traseras contra el suelo, el mundo desaparecería para ti y tú morirías. El oso gris tampoco es presa para el cazador estúpido. Nunca subestimes ni siquiera al caribú. Se dice que algunos caribúes pueden dispersar ·la mente a tales distancias que algún día enloquecerá al cazador. Estás cazando came, no debes desperdiciar nada de ella ... ni siquiera los huesos. La came cazada posee un espíritu. Tiene un gran espíritu que te fortalecerá. La carne dulce de los animales esclavos no posee ninguna responsabilidad para contigo. Su sabor es dulce, pero te vuelve gorda e indolente. Debe estar equilibrada en el mundo físico y equilibrada en el mundo espiritual. Luego esos dos equilibrios deben ser equilibrados otra vez.

-¿ y ese doble equilibrio se consigue a través de lo que comemos? -pregunté, tratando desesperadamente de seguir la línea de lógica de Agnes.

-En parte. Si comes cáme esclava, no crees que nadie pueda hacerte nada. Esos animales esclavos tenían trampas a

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su alrededor, y si los comes, tú también las tendrás. Se puede conocer un pueblo por lo que come. Una nación de esclavos no sabe nada de sí misma ni de nadie. Existen tantos tipos de alimentos ... alimento para el corazón, alimento para el cuer­po y alimento para tu mente.

-¿Hay que comer carne? -No. Trata de comer comida medicinal, comida con

espíritu. Si tú también eres comida, los jefes del mundo ani­mal y vegetal te hablarán y te dirán tus dietas adecuadas.

-¿Se puede comprar ese tipo de comida en un almacén? -Sí, casi siempre; pero tendrás que saber mucho más

sobre comida del despertar ... por ejemplo, qué comida sufrió y qué comida se ofreció intacta.

-No comprendo. -Ya lo sé. Tomemos un poco de sopa. Agnes no dijo mucho después de que terminamos la

sopa. Era obvio que estaba cansada de hablar. Decidí irnle a la cama.

Mientras me desvestía, Agnes tomó el muñeco lobo por el pescuezo y lo sacudió varias veces. Le ladró y saltó alre­dedor de él. No tenía ni idea de qué estaba haciendo, así que decidí que estaba jugando.

Al amanecer del día siguiente salí con Agnes de la ca­baña. Me señaló varios insectos y explicó qué pájaros y ani­males los comían. Luego me mostró las plantas, indicando qué animales tenían preferencia por cada una de ellas. Me pidió que repitiera todo lo que había dicho. Evidentemente, yo iba a establecer una relación directa y pragmática con el conocimiento que ella deseaba impartirme.

Quiso saber si yo veía algún animal de caza.

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-No, nada. -¿No ves los urogallos allí? Ese árbol está lleno de

ardillas. Y hay ciervos pastando más allá de esas rocas. Allá hay codornices y pronto los patos echarán a volar.

No había visto ninguno de los animales o pájaros que mencionó, pero cuando observé con más atención, vi que es­taban allí.

-Sí, los veo -contesté con excitación-o Jamás los habría advertido si no me los hubieras mostrado. ¿Cómo pue­des ver de ese modo, Agnes?

-,--Sé dónde mirar. Desarrolla ojos hambrientos ... ojos que sientan hambre antes que tu estómago. Para ser una cazadora, debes tener conocimiento de lo que estás cazan­do. Allí comienza la caza. Se empieza aprendiendo cómo,actúa un animal. Tienes que ver la presa cuando otros no la ven. Un buen cazador siempre puede hacerlo. Lo he presen­ciado a menudo. .. un cazador ve al animal y los demás no. Si no puedes ver la presa, debes saber dónde está para hacerla levantar vuelo. Lo que no debes olvidar es que la matanza debe ser limpia. ¿Cómo puedes lanzar una tlecha sin antes ver la presa? Se necesita mucho más tiempo para aprender a cazar un hombre. Para cazar un hombre, un hombre con poder, tienes que utilizar todo tu ingenio y hacer todo lo posible para que no te engañe.

-¿Estás hablando de Perro Rojo? -pregunté. -Sí, pero en este momento no puedes pensar en

cazar un ser tan poderoso. La mayoría de los seres sólo realiza acciones irreflexivas. . . primero aprende a cazarlos. Cuando puedas cazar un ser irretlexivo con facilidad, en­tonces podrás pasar a presas más peligrosas. Siempre debes aprender de los poderes de lo cazado. Todas las criaturas hacen una cosa u otra. Algunas cubren sus huellas y otras no. Algunas no dejan rastro, ni la más mínima brizna de pasto

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fuera de lugar. Otras dejarán rastros evidentes que te llevarán de regreso a tus propias trampas. Cuanto más puedas ver, más sabrás acerca de qué harán otros seres ... y más posibilidades tendrás de ser una cazadora exitosa.

"Hay días buenos y malos para cazar. Por lo general, hay algún tipo de presa en cualquier sitio, algunas buenas, otras que no vale la pena matar. Obviamente, tienes que ir a los lugares buenos para conseguir la presa que deseas. Como cazadora, jamás debes vacilar. Tienes que analizar y luego atacar, y para hacer eso con eficacia necesitas conocer tu pro­pia fuerza y debilidad. No hagas nada estúpido. Sé la cazadora premeditada, furtiva. La buena cazadora no tiene una opinión tonta de sí misma. La buena cazadora mata. ¿Qué significa hincharse de orgullo y dejar escapar la presa? Es W1 insulto a lo cazado. La presa perdida· tiene derecho a ir a la casa del espíritu y pedir que envíen un espíritu a cazarte. . . ya sea a matarte o a enloquecerte. Sabemos dentro de nosotros dónde está echada la" presa, y nuestra misión es matarla.

"Asegúrate siempre de ser la cazadora y no lo ca­zado. El sendero del cazador es sagrado. Nunca mates nada precipitadamente ... ni siquiera a un insecto. hnagina si algo inmenso te aplastara a ti irreflexivamente. Mata sólo los ani­males de caza que puedas matar y no invadas el territorio de animales más astutos que tú. Acércate siempre con reverencia a tu presa.

-¿Eso se aplica a Perro Rojo? -Por supuesto. Él tiene lo que tú deseas y sabe todas

estas cosas. Aproxímate a cualquier animal de caza con re­verencia, agradecida por ser la cazadora y no quien debe caer.

Yo quería saber más sobre la caza, pero Agnes había terminado con el asunto.

"Tengo que darte poder para que seas eficaz --dijo-, no ideas de tu voz interior que desconoces ni conocimiento

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prestado. Quieres poseer habilidad, ¿no? No puedes matar a un animal hablando.

Agnes empezó enseñándome a mirar, a ver "ver dentro de la maleza" como lo denominaba ella.

Durante los días siguientes, lo único que hice fue cami­nar por los alrededores. Al final de cada,día debía informar a Agnes los distintos animales que había visto. Se suponía que no debía pensar ... dejarme llevar por otra cosa que no fueran mis ojos. Agnes me dijo que no tuviera un punto focal sino que estuviera alerta a "fuerzas" que me guiarían a donde debía ir. Al cuarto día, ya podía encontrar faisanes de ese modo.

Agnes estaba contenta. -Eso es poder -afirmó. Yo también estaba contenta COI) mi nueva habilidad. Comencé a cobrar conciencia de muchos tipos de ani-

males.Vi ciervos, alces, anu10pes, zorrinos y conejos. Avisté pavos salvajes y otros pájaros de caza tales como chachalacas de las praderas y urogallos. Vi un castor y dos visones y en una oportunidad me sorprendió toparme con un lobo. Después de mirarnos un par de minutos, corrí a la choza a contárselo a Agnes.

"Dice mucho -manifestó-. Fue una señal medici­nal.. . una gran bendición para ti. De todos los animales en la maleza, el lobo es el más difícil de ver y resulta casi im­posible atraparlo. Debes cortarte un mechón de cabello, regre­sar al lugar donde lo viste y dejarlo allí. Ese lobo no tenía que permitir que lo vieras. ¡Sabía que tú estabas adquiriendo poder y salió a ayudarte!

Durante ese período, Agnes se mostró reticente. Con frecuencia me interrumpía para decir:

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"Escúchate a ti misma. Yo ya estoy cansada. Me sentía muy abandonada. Una noche después de cenar, comenté:

-Si fuera de caza con mis amigos, se sorprenderían de las presas que soy capaz de localizar.

-¡No quiero oír hablar de esos asesinos! -exclamó Agnes.

-¡Asesinos! -repetí bruscamente--. Son cazadores como tú. A algunas personas les gusta la caza mayor.

-Dije que eran asesinos. No existe ni un cazador entre ellos. Los he visto muchas veces. Vienen aquí y disparan a cualquier cosa. No respetan a los pájaros anidando. . . para ellos, cazar es asesinar. No respetan la vida. Rodean con he­licópteros a potros salvajes y coyotes y matan sin honor. De­berías explicar a esas personas que se creen mejores que las presas que cazan, que algún día ellas también morirán. El pri­mer sitio en lo lejano donde va ese tipo de asesino es a un claro. Los espíritus de todos los animales que ha asesinado lo circundan. . . sean lo que fueren. Podrían ser patos o gatos y osos.

"Los espíritus preguntan: "¿Por qué nos mataste injus­tamente?" Es mejor que ese bastardo idiota tenga una buena respuesta o esos animales lo harán pedazos hasta recuperar su dignidad.

-Estás loca, Agnes --contesté-o Es un invento tuyo. --Comprobarás si es o no un invento mío cuando llegue

tu hora. Te digo algo que sé con seguridad. Te he dicho muchas veces que todo tiene un motivo. Existe la justicia ... quizá' no inmediata, pero el Gran Espíritu tiene una eternidad para elaborarla. Nosotros los humanos apenas contamos con este breve lapso antes de caer. Quiero pasar mis días como una guerrera y reconocer la belleza en todas las cosas. Un animal es un hijo del universo, igual que tú y que yo. El matar a un animal libre y salvaje debe hacerse con la comprensión de nuestra propia muerte. De lo contrario, déjalo ser. Lo más increíble es que estos asesinos

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ni siquiera saben lo suticiente para sentirse avergonzados. -Bueno, ¿qué estoy tratando de aprender a hacer?

-pregunté con desesperación. -Estás aprendiendo a cazar animales peligrosos,. a ha-

cerlo valiente y ferozmente, y con honor. Estás yendo más allá de eso y aprendiendo cómo robar poder. Si viera ese tipo de asesinato en tu corazón, te enviaría lejos de aquí con la esperanza de que te reunieras pronto con tus

ancestros. Ojalá pudiera relatar todo lo que Agnes me enseñó durante

las siguientes semanas. Me llevaría muchos libros, y retle­xionaré sobre ese tiempo el resto de mi vida.

Un día me mostró huellas de cuervos en el campo. -Es posiblerastr~ar pájaros en el cielo. Los grandes

rastreadores sabían hacerlo. Hasta el cielo deja una imagen. Mientras ella hablaba, me paré sobre las huellas de cuer­

vo y las borré. Agnes me miró con frialdad. -Lo siento -me disculpé-o Fue un accidente. -En el mundo medicinal, no existen los accidentes

-replicó furiosa-o Cada acto tiene un significado. ¿No lo comprendes? Eso es el rastreo. Accidente es una palabra nacida de la confusión. Significa que no nos comprendimos lo sufi­ciente para saber por qué hicimos algo. Si resbalas y te cortas un dedo, hay un motivo por el cual lo hiciste. Alguien en tu morada lunar quiso que lo hicieras. Si supieras escuchar a los jefes dentro de tu morada lunar, jamás harías una cosa tan tonta. Un hechicero jamás comete un error. Una hechicera sabe cómo enviar a sus exploradores fuera de su morada lunar para que exanünen las cosas. Cuando ella llega a destino sabe qué esperar, puesto que sus exploradores ya han estado allí y le han contado todo.

-No fue mi intención pisar las huellas ---expliqué. -Sí lo fue. Siempre río cuando escucho la palabra ac-

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cidenle~ los sueños de las ancianas sagradas no había con­fusión. Decir accidente es una fonna de ceder la propia res­ponsabilidad de una acción para que otro la tome. Si abofeteara tu rostro hasta que no pudieras oínne, no te gustaría. Bueno, eso es exactamente lo que has hecho, y a mí tampoco me gusta.

Nunca había discutido con Agnes, pero ese día tuve ga­nas de hacerlo. El asunto era complicado, ya que cada vez que dudaba de las palabras de Agnes y miraba en lo más profundo de mi ser, invariablemente descubría que ella tenía razón.

Cuanto más me enseñaba Agnes, menos eficaz parecía volvenne yo. . . me sorprendí actuando con vacilación. Mis intentos de poner trampas, por ejemplo, fueron muy torpes. La mitad de las veces, las trampas se cerraban solas. La otra mitad, ni un tanque habría logrado activarlas.

-Quiero que pongas una trampa en el abrevadero del Arroyo del Hombre Muerto -dijo Agnes.

Mientras nos aproximábanlos al abrevadero, Agnes me empujó hacia atrás con el brazo.

"¿Qué estás haciendo mal? -preguntó. Pensé un momento. -No lo sé. -¿De dónde sopla el viento? Debes acercarte al abre-

vadero de modo que tu olor no flote a través del sendero, a favor del viento. Estamos yendo por el lado equivocado.

-¿Los animales tienen tan buen olfato, Agnes? -Las personas apestan. Los animales de aquí conocen

el olor de los hwnanos perfectamente. Agnes y yo vadeamos el arroyo contra la corriente. Colo­

qué la trampa en el borde del agua y Agnes me hizo frotar hojas muy perfumadas en el cuero crudo.

''Esto sirve para encubrir ---explicó-. Esas hojas disimu­lan tu olor. ¿Cuál es el cebo?

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-¿El agua? ':""'Sí, para esta trampa, el cebo es el agua. ¿Capturará

algo esta trampa? -No lo sé. -No, no lo hará -afinnó Agnes señalando--. La abraza-

dera es demasiado ancha. Si estuviera bien construida, ten­drías una oportunidad. Nunca atraparías con una trampa a· un viejo coyote de por aquí. Los viejos astutos conocen el sacrifi­cio. Estos animales fingirán correr hada el abrevadero. El animal joven, al ver al viejo, se le adelanta en su avidez y queda atrapado.

"Lo más importante en una tranlpa es el cebo. Cuando utilizas el agua como cebo; tecuerdaque será la sed lo que atraerá a la presa. Si conoces el cebo correcto, podrás atrapar cualquier ser que desees, pero :sólo si también sabes cómo hacer la trampa correcta. Antes de cazar un animal o una cosa, aprende su verdadero temperamento.

Aprender a cazar y todo lo que se relacionaba con ello ... como . clasificar y distinguir las diferentes calidades de los animales de caza ... era un trabajo constante. Agnes poseía un conocimiento inagotable de la fauna salvaje y la caza y sus métodos para comunicarlo eran arduos. Me hizo atravesar el porche en puntas de pie hasta que pudiera hacerlo sin el más mínimo ruido. La tarea me tomó tres días de esfuerzo con­cienzudo y para cuando tenniné, conocía cada centímetro de la superficie del porche. Podía cruzarlo en varias direcciones sm hacer un solo ruido.

Agnes dijo que yo era demasiado contemplativa. Tenía que aprender a ser más agresiva. Pasaba todo el tiempo al aire libre, excepto las noches. Agnes parecía estar experimentando conmigo más que instruyéndome. Algunos días no me daba comida ni agua y me hacía trabajar ... cortar leña o acarrear rocas. . . sin ningún motivo aparente. El diálogo se redujo a

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órdenes concisas. Nunca le discutía ... me convertí en URa es­tudiante cabal. Trataba de asimilar todo el conocimiento posible.

Una tarde, durante ese período, irrumpí en la cabaña y me llevé por delante a Hyemeyohsts Stonn. Me sorprendió verlo allí.

. La mesa estaba cubierta con una manta de cacique y sobre ella había un gran escudo, el más hennoso que jamás había visto. Una cola de plumas de halcón increíblemente parejas colgaba de un costado, casi tocando el piso. Agnes estaba sentada de piernas cruzadas cerca de la mesa, exami­nando las plwnas pegadas a la cola del escudo.

-¿Qué estás haciendo aquí, Hyemeyohsts? -Le estaba mostrando a Agnes un escudo de hechicero.

Quería su consejo sopre un asunto. Agnes es como una abuela para mí,. ¿acaso no tengo derecho a visitar a. mi propia fa-mi~ .

Balbucí algo inarticulado en respuesta. "¿Qué te parece el escudo? -preguntó Hyemeyohsts. -No sabía que los escudos eran así. Nunca he visto

nada tan grandioso. -En un tiempo había muchos escudos como éste ---ex­

plicó Agnes,-, pero fueron escondidos o destruidos; Muy pocas personas tienen el privilegio de ver un auténtico escudo de hechicero.

El hechicero tenía una gran águila azul pintada en el centro. El cuerpo estaba bien estirado, posiblemente fuera de anu10pe, y plumas de águila bordeaban el contorno. La cola de plumas de halcón medía poco más de un metro de largo, con plumas en ambos lados. El poder parecía emanar de él.

Hyemeyohsts puso el escudo con cuidado sobre la cama y tomamos café. Conversamos un rato mientras Hyemeyohsts mostraba a Agnes varias ruedas medicinales con abalorios de distintos colores y diseños. Agnes las movía sobre la manta

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en diferentes posiciones. En apariencia, los movimientos poseían un significado oculto.

Hyemeyohsts señaló: , .. ~Si miras dentro de los círculos, comenzaras a percIbIr

el gran círculo del hechicero. Los círculos más pequeños son tus enseñanzas. Estas ruedas medicinales son como escudos.

Agnes levantó una de la ruedas con cuentas y la sostuvo contra su corazón, luego la devolvió a la mesa con las demás.

"Estas ruedas medicinales son anillos de significado si encuentras tus ojos -prosiguió Hyemeyohsts-. Tomadas juntas, son piezas de un rompecabezas .. Al igual que _la gran víbora medicinal comiéndose su propIa cola, te sonarán a través del sueño. Son segmentos en el mandala de tu vida y la mía. Si alguna vez acomodas los círculos de modo que re­flejen el gran círculo del hechicero, te liberarás de la il~sión. Habrás realizado tu acto de poder, tu verdadero propÓSIto en la vida. En ese acto está tu muerte y en tu muerte encontrarás tu verdadero círculo. Pero no estás lista para estas enseñanzas.

Agnes me pidió que hiciera algunas cosas en la cabaña y después me sentí tan cansada que me acurruqué en la cama junto al hermoso escudo y dormí hasta la mañana. Cuando desperté, Hyerneyohsts me había cubierto con su manta, pero el escudo ya no estaba y él tampoco.

Pasaron tantos días que perdí la cuenta. Sospechaba que Agnes no estaba satisfecha con mi progreso. Un atardecer, después de un largo día de rastrear un ciervo, estábamos sen­tadas contemplando la puesta del sol, ambas calladas ante el grandioso espectáculo.

-Mañana por la mañana -dijo Agnes de pronto-, comprobarás si posees la cautela para robar el cesto. Irás a casa de Perro Rojo y lo intentarás.

Me sorprendí, en particular porque sentía que sólo había aprendido muy poco de lo que Agnes había estado intentando

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enseñanne. Pensaba que quizá tendría que pasanne años en calidad de iniciada. Sentía que necesitaba más tiempo. Traté de decir algo, pero no pude.

"No, no estás lista --continuó Agnes-, pero no sé qué otra cosa hacer. No puedo pasarme la vida enseñándote cosas. Los soñadores creen que tienes poder, y es hora de ver si tienen razón.

-Agnes -dije con angustia-o Estoy más confundida ahora que cuando empecé. ¿Cómo podré hacerlo sin saber más? Todavía no sé absolutamente nada de 10 que me estás enseñando.

-Sabes más de lo que crees. Estoy enseñándote a ser un ser subrepticio.

-Pero ¿qué es eso? -Un ser subrepticio es un ser creíble. No reconocerías a

un ser subrepticio si lo vieras. Pero bueno. . . así es com? queremos que sea.

-Tal vez mi pregunta te parezca estúpida, pero ¿eres un ser subrepticio, Agnes?

-No es una pregunta estúpida, ya que no puedes ver que lo soy. Una criatura subrepticia puede entrar en una habi­tación y hacer lo que desee. Puede abandonar la habitación cuando lo desee. La mayoría de los seres que entran en una habitación son guiados y confundidos, pero un ser subrepticio puede entrar y salir de cualquier habitación que desee. Un ser subrepticio cortó tu pelo y se llevó lo que quería. Un ser subrepticio es peligroso y no teme atacar. Este ser te desorien­tará, a menos que tú también seas una criatura subrepticia. Un ser subrepticio sabe de su muerte.

-Bueno, ¿estoy cerca de convertirme en un ser subrep­ticio?

Nunca había visto a Agnes reír tan fuerte. Su rostro se llenó de lágrimas y me palmeó la espalda.

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~Hice lo que pude -<:oncluyó-. Por eso estás aquí. Si logras robar el cesto, eso será un acto de subrepción, el acto de una gran guerrera. Cuanto mejor es la cazadora, más peligrosa es su presa. Un hombre como Perro Rojo es más pe­ligroso que casi cualquier espíritu. Perseguir a un hombre como Perro Rojo y robar de su guarida •. yo diría que si eres capaz de hacerlo estás muy cerca de convertirte en un ser subrepticio.

-¿Pero todavía no? -No. Aún no. Este país de malezas todavía es nuevo

para ti. La cautela significa poder, y todavía eres torpe. Es difícil que un torpe atrape algo con sus trampas. Los torpes atrapan a otros torpes. Los seres estúpidos viven a expensas uno del Qtro, pero no dejes que esto te engañe. Los seres subrepticios pueden estar donde quieran cuando quieran y puedes esperar a un ser subrepticio toda tu vida y no verlo jamás. Sólo un ser subrepticio puede ver a otro ser subrepticio. Un ser subrepticio tiene sueños reales.

"Ningún obstáculo detendrá a un ser subrepticio. Donde desaparecen las pisadas del ser subrepticio, verás un cuervo o un globo o un águila, pero lo que estarás viendo realmente es a un ser subrepticio practicando la levitación. El problema con los seres incapaces es que nunca observan las múltiples partes de los senderos enmarañados. Carecen de conocimiento, yeso es bueno ... no sabrían qué hacer con él si lo tuvieran.

"De tanto en tanto, los seres incapaces encuentran piezas importantes. Ten cuidado cuando lo hagan. Dicen, "¡Ajá! Es muy simple." Esto sucede cuando persigues el poder y reco­ges la primera cosa brillante que ves. Cuando vas tras la subrepción y ves objetos brillantes, debes levantar la mirada y pasar de largo.

"Cuando un ser incapaz hace un descubrimiento cen­telleante y recoge la cosa brillante, es su fin. La maldición

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recae sobre él. El polvo se arremolina alrededor y oye voces provenientes de lo lejano. No es un cazador completo. Parece humilde, pero está obsesionado con su propia importancia. Otros seres ven al ser incapaz que ha hecho un descubri­miento centelleante y están fascinadas. En la mayoría de los casos, el ser incapaz provoca la devastación y la ruina. Va de un lado a otro, abriéndose camino hacia donde desea ir, pero sin cautela. Posee el poder de un toro joven, y quizá se con­vierta én un rey o gobernante, o en un líder religioso, pero nunca es un cazador completo. Sólo puede guiarte hasta donde él ha llegado, ¿y por qué no habría de hacerlo? Cree que el descubrimiento centelleante es todo lo que existe. Lo sostiene contra. su pecho y corre con estruendo por toda la tierra, y la gente sale a mirar y se mancha COl) su falsa pintura. Se coloca su ornamento de abalorios y 'va tras él camino a su destruc­ción.

''Probablemente pienses que tú no seguirías a un· ser in­capaz, pero no rías. Podría enviarte de vuelta a tu.casa con un descubrimiento centelleante en este preciso momento. Podrías tener todos los grandes cestos que han existido, excepto uno. O podría engañarte y decirte que te estoy dando el cesto del matrimonio y te marcharías feliz, pero no lo tendrías ... ten­drías el encubridor. Pero no renunciaré a enseñarte. No ·te engañaría con 'respecto a eso. Quiero que consigas lo que viniste a buscar. Deseo con todas mis fuerzas que tengas el cesto del matrimonio. De hecho, probablemente signifique más para mí de lo que imaginas.

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Primero debes darte cuenta de que estás en peligro.

Autora

Había comenzado. Mientras observaba, un neblina de luz gris perla se asen­

tó en tomo de la cabaña de Perro Rojo. Estaba acostada boca abajo al abrigo de un arbusto de moras, cubierta con hojas. y tenía la cara ennegrecida con barro del río. Los olores de la tierra penetraban profundamente en mi nariz. Aguardaba con ansiedad. Las hormigas caminaban alrededor y sobre mí, tan­teando mi piel en busca de comida. Era insoportable, pero no me atrevía a moverme. Había estado allí durante dos días.

El palacio mágico de Perro Rojo, pensé. ¿Cómo alguien con poder suficiente para matarme y albergar el cesto del matrimonio podía vivir de ese modo? La cabaña era rectangu­lar y baja, y parecía abandonada. Montones de barro y diarios viejos rellenaban espacios entre los troncos. El techo de chapa estaba oxidado y lleno de agujeros remendados con papel alquitranado verde y rojo. Las pequeñas ventanas estaban tan sucias que no se podía ver el interior. Un gallo y gallinas cloqueaban detrás de la choza alrededor del cobertizo que parecía parcialmente enterrado en el suelo sólido y oblicuo.

Ben y Drum iban todo el tiempo al cobertizo de herra­mientas, donde abrían la pesada puerta con esfuerzo y se per-

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dían durante varios minutos. Los oía haciendo resonar me­tales, golpear y rasquetear. Ben solía apoyarse en el vano de la puerta y hacer comentarios sarcásticos.

-¿Estás seguro de que sabes cómo usar un clavo, Drum? . -preguntaba, arrojando un cigarrillo prendido al suelo y apa-gándolo con el pie-. ¿No es demasiado para ti, verdad?

Drum salía con herramientas o trozos de soga y re­corría el terreno hallando cosas, mientras Ben lo seguía detrás como supervisándolo. Limpiaba pi~zas de maquinaria oxidada, cavaban hoyos y ponían algo como basura en ellos, a veces se pellizcaban de manera juguetona y se hacían bromas a los gritos. En ocasiones se limitaban a permanecer de pie uno al lado del otre.· Ambos parecían trabajar lo menos posible.

La letrina tenía una puerta oxi~ada con resortes que cru­jían con irritante persistencia cada vez que el viento la abría y la cerraba. La cabaña de Perro Rojo bien podía llamarse El Basural, puesto que todo tipo de objetos oxidados, desvencija­dos y putrefactos estaban abandonados alazar, encajados en el suelo como si los hubieran plantado. hacía cuarenta años. Un viejo arado que debió de haber sido de bronce dormitaba al sol. Había varias pilas de neumáticos viejos cubiertos de hier­ba a las que el gallo se trepaba para cantar a sus anchas. Era dueño del Basural y así 10 proclamaba.

Hacia la derecha, detrás de una cerca derrumbada, había dos vacas flacas, los huesos de la cadera les sobresalían bajo la piel. Les faltaba el pelo en varios lugares, sus ubres pare­cían secas y los cencerros que colgaban de 'sus cuellos sona­ban mientras las lastimosas bestias comían su.magro alimento.

Un viejo Ford T se encontraba a un costado, totalmente desvalijado, le habían sacado hasta el eje. Entre el paragolpes trasero del auto y un costado de la letrina colgaba una hamaca andrajosa que se mecía en el viento.

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Cuando Ben y Drum abrían de un golpe la puerta del frente de la cabaña, yo me sobresaltaba. Salían para ir a la letrina u orinar desde el porche, pero Perro Rojo parecía no sentir la misma necesidad. Jamás lo vi y ni siquiera estaba segura de que estuviera allí. Durante dos días, los únicos ruidos que oí fueron los cencerrros de las vacas, el cloquear de las gallinas y l<>s golpes de las puertas de la cabaña y la letrina.

Al atardecer del segundo día, de pronto, un alarido de­mente brotó del interior de la ;cabaña. Se me pararon los pe­los. .. con hojas y todo. Primero se sintió un grito agudo como el de una lechuza blanca, se repitió una y otra vez y fi­nalmente fue seguido por algo parecido .al lamento de una criatura prehistórica. UnQs minutos después, un gemido estridente se sucedió varias veces y un gruñido bajo contestó. Estos sonidos continuaron durante un largo tiempo, pero nunca vi qué o quiénes los emitían.

El silencio retomó con igual brusquedad. Sólo se <>ía el susurrar de las hojas y el viento soplando sobre la mesa. Estaba a punto de cerrar los ojos y dormitar cuando sentí un ruido fuerte y luego pasos apresurados. Un ratón gris salió de la cabaña por debajo de la puerta, atravesó el porche y corrió ·hasta una roca. La puerta se abrió y primero Drum y después Ben se apuraron hacia afuera y observaron los alrededores.

-¿Dónde diablos está? -preguntó Drum. -Allí. Ben y Drum persiguieron al ratón por todo el frente de la

casa, tratando de acorralarlo. El ratón se subió a un árbol, saltó el techo de chapa y bajó por un poste. Era veloz y hábil Y Ben y Drum no se le podían acercar lo suficiente para atraparlo. Cuando parecía que ya lo·tenían,·el roedor realizaba una maniobra inesperada, asomaba en el lugar menos pensado y chillaba con deleite.

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"Allá está -gritó Ben. Ben y Drurn corrieron hacia donde el ratón había re­

aparecido, esperaron hasta estar casi sobre él y luego echaron a correr de nuevo. La diminuta criatura los engañaba a cada paso.

Luego pareció que el ratón había cometido una equivo­cación fatal. .. se metió dentro de una lata oxidada. Drum se zambulló sobre la lata y tapó la boca con una mano.

-¡Lo agarré! ¡Lo agarré! -Déjame ver. Déjame ver, Drum. Drum abrió los dedos lo suficiente para poder ver el

interior de la lata y la sacudió. Volvió a mirar. "¿Está adentro? -Tiene que estar adentro -contestó Drum-. Lo vi. Miró otra vez y agitó la lata. "Demonios, tendría que estar allí, pero no lo veo. -Se escapó -dijo Ben-. Jamás lo atraparemos. Drum sacudió la lata nuevamente, cada vez más fuerte, y

la dio vuelta como para vaciarla. -No está aquí -afirmó. En este preciso instante, el ratón cayó de la lata al suelo.

Drum y Ben gritaron y la persecución se reanudó. El ratón corrió a lo largo del costado de la cabaña y hacia la letrina, se volvió y pasó entre las piernas de Ben. Ben dio un salto fmgiendo horror. Luego el ratón fue hasta el borde de los árboles y esperó.

"Hijo de puta -dijo Drum. -Sí, hijo de puta -convino Ben. El ratón giró la cabeza y los miró con sus ojos como

botones negros. Con toda tranquilidad, se dirigió al cobertizo y se deslizó por debajo de la puerta.

"No hay forma de salir de allí, Drurn -comentó Ben-. Lo tenemos.

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Corrieron lo más rápido que pudieron hacia el cobertizo y entraron.

"Cierra bien la puerta -oí decir aBen. Entonces se oyó un ruido que jamás en mi vida había

sentido ... como el rugir de una fiera. Ben y Drurn abandona-:­ron el cobertizo y se alejaron corriendo.por el camino como si hubieran visto al mismo demonio. El ratón salió poco después y volvió a la cabaña, pero Ben y Drurn no regresaron hasta media hora más tarde.

Al rato, aunque no se· produjeron sonidos desde el inte­rior de la cabaña, vi una luz pálida y anaranjada ardiendo a través de la ventana. Los últimos rayos de sol se reflejaban sobre los troncos. Aún no había señales de Perro Rojo, pero no pensaba moverme hasta asegurarme de que se hubiera ¡par­chado.

La luz dentro de la cabaña se apagó, la puerta se abrió y Ben y Drum permanecieron en las profundas sombras del porche susurrándose al oído. Luego se fueron por el camino. cantando. Observé sus siluetas desaparecer detrás de una coli­na y la canción fue sofocándose gradualmente. Tenía frío y estaba nerviosa. Deduje que si la vela se había apagado era porque no había nadie dentro de la choza. .. el momento que había estado aguardando había llegado. Ahora podía entrar en la cabaña y robar el cesto. ¡O sea que durante los dos días de observación, Perro Rojo ni siquiera había estado allí! Qué tonta había sido.

Reinaba un silencio absoluto, excepto por el chirrido de la puerta de la letrina. Hasta las gallinas estaban calladas. Me froté los muslos y moví los pies para reanimar la circulación. Estaba rígida. Con el viento soplando en mi cara, me arrastré con lentitud hacia adelante sin hacer ruido. Empecé a temblar. Crucé los noventa metros hasta la cabaña y me agazapé contra la pared de troncos. Había olor a querosén. Estaba oscure-

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dendo con rapidez y las sombras se proyectaban en formas irregulares. Escuché durante un par de minutos, avancé y es­peré de nuevo ... escuchando y mirando. Me invadió una gran ansiedad. Tenía la sensación de que me hallaba a punto de ser asesinada.

La espalda contra la pared, palpé con las manos el áspe­ro exterior de los troncos y me acerqué a la ventana. Coloqué las manos en el alféizar, tentándolo, tratando de percibir qué

. había dentro de la cabaña. Nada. Espié por un borde. Los vidrios estaban cubiertos de mugre y reflejaban el cielo. Froté un círculo con la manga de mi camiseta. ahuequé las manos sobre mis ojos y las apoyé contra el vidrio frío. Intenté enfo­car mis ojos pero no pude ver nada. Si Perro Rojo estuviera allí dentro, sabría que yo estaba por entrar. JUJl.té todas mis fuerzas y caminé hasta la puerta, sin pensar en otra cosa que no fuera el cesto del matrimonio. Giré la perilla despacio y entreabrí la puerta.

. Estaba aterrorizada. Desde el camino, sentí el furioso ladrido de un perro ...

sonaba salvaje. Cerré la puerta con el mismo cuidado con que la había abierto y. presa de un súbito pánico, me volví y corrí sin hacer ruido a través del frente· de la casa. y hacia mi matorral de árboles y arbustos, donde me zambullí debajo de hojas y tierra.

El perro se encontraba en el porche, gruñendo y mos­trando los dientes. Luego sentí suaves pisadas caninas. Podía ver sus ojos mientras olfateaba directamente hacia mí, gruñen­do. Permanecí inmóvil.

-¡Cállate, Hueso de Sopa! -bramó la voz de Drum. • -Probablemente tenga algún zorrino acorralado en un

árbol -aventuró Ben. -No me importa, me molesta ese maldito ruido. Des­

pertará a Perro Rojo y nosotros sufriremos las consecuencias.

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-Ven, Hueso de Sopa -dijo Ben llamando al perro. Ambos silbaron y el perro, que se disponía a morderme,

se volvió de mala gana y trotó de regreso a la cabaña ladrando ocasionalmente.

-¡IDIOTAS! ¡ATEN A ESE PERRO SI NO QUIEREN QUE YO

LOS MATE! ¡ESTOY TRATANDO DE DORMIR!

Era la voz de Perro Rojo. Había estado todo el tiempo dentro de la cabaña .

A partir de entonces, la noche se volvió silenciosa y, al día siguiente, nada se movió alrededor de la cabaña. Ni si­quiera cantó el gallo.

Al atardecer comenzó el ruido del tambor. El ritmo era irritante ... en nada parecido a cómo tocaban Agnes y Ruby. El sonido parecía rozar la tierra y. embolsarse. Como si no tuviera motivo alguno, excepto turbar el aire. Continuó sonando varios minutos y creí oír rebuznos. Luego el suelo en tomo de la cabaña se sacudió, sentí pisadas de cascos sobre tablones de madera y fmalmente un estruendo muy fuerte. Acto seguido, los rebuznos y el tamborileo cesaron, la puerta de la cabaña se abrió con lentitud y Perro Rojo apareció en el vano.

Se asemejaba a un hombre de montaña desaliñado. Lle­vaba unos viejos pantalones color caqui y una campera militar color amarillo verdoso, el pelo rojo le llegaba hasta los hom­bros y tenía una larga barba. Sus ojos poseían el mismo deste­llo penetrante de la mirada de un águila. Me estremecí. ¿Era mi imaginación o realmente podía sentir su fuerza a la distan­cia?

Sostenía un objeto plateado que brillaba como un cuchi­llo en el sol poniente. Cerró la puerta, caminó hasta el borde del porche y se sentó. A pesar de las pesadas botas, se movía en silencio. Mis ojos se fijaron en láS botas enormes, luego en el cuchillo que estaba llevándose a la boca, como para lamer

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algo de la hoja. Advertí que no era un cuchillo sino una flauta. La mantuvo junto a sus labios un momento y luego una músi­ca suave y delicada brotó del instrumento. Empecé a relajarme. Perro Rojo echó hacia atrás la cabeza, cerró los ojos y tocó con desenfreno. Mientras escuchaba, el mundo normal co­menzó a desaparecer alrededor.

Cerré los ojos, después los abrí con rapidez para ver con mayor claridad. Una vez más, reparé en las llamativas botas. Eran de un color extraño semejante al trigo, su textura casi plumosa. Parecían estar partiéndose. Noté que, debajo de las rodillas, las piernas se estaban cubriendo de plumas.

Perro Rojo se puso de pie, las piernas bien separadas. Las notas de la flauta eran ahora más fuertes, incluso más melódicas. Con un derroc)le repentino de energía, Perro Rojo saltó en el aire. Era como si estuviera liberándose de la tierra. Ladeó la cabeza, dobló la cintura, giró y se convirtió en la imagen de Kokopelli, el feroz espíritu kachina. Su gigantesca cabeza, como enmascarada, tenía una raya blanca pintada a 10 largo del centro. El resto de su rostro, excepto por círculos blancos sobre los ojos, era negro. Plumas rojas y blancas co­ronaban su frente y una nariz fálica se proyectó en forma de pico hacia mí. Un collar parecido a una gruesa víbora blanca y negra se enrolló en su cuello. Vislumbré una bolsa colgando de su hombro.

Por un momento, no pude mirarlo. Se 10 veía jorobado y grotesco en la luz declinante. horrendo y hermoso. Su maraca azul resplandecía, su flauta vibraba. Se lanzó a hacer cabriolas alrededor de la cabaña, dando vueltas y bailando. Saltó al techo, luego brincó al suelo muy cerca de mí y dio vueltas a mi alrededor. Comprendí que siempre había sabido que yo estaba aUí. Me sonrió, una arrogante sonrisa de amor. Extrajo un anillo del bolso en su hombro y me 10 ofreció, provocándome, saltando enloquecido de un lado a otro con su braZo pintado

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extendido. Me estaba hechizando. Se inclinó hacia adelante y pude sentir su aliento caliente. Lo adoré. Él encamaba los espíritus de todos los kachinas. Me llamaba. Me seducía, gi­rando su cuerpo sensual con lentitud de tal forma que me acometió un gran deseo de alcanzarlo y tocarlo. La música me incitaba y podíá oírme mascullando débiles sonidos suspiran­tes. De pronto sentí un calor opresivo. Estábanlos rodeados de luz y sombras.

-Iré contigo -murmuré y me dispuse a paramle. Di un paso. Entonces una mano poderosa aferró mi brazo y me volví con terror. Me encontré frente a los furiosos ojos de Agnes.

-Ven conmigo -exigió ella, siseando las palabras en mi oído.

-¡No! -grité. Estaba loca de pasión. Luché un momento, tratando de

patear a Agnes y soltarme. Miré alrededor con desesperación buscando al Kokopelli, pero solamente vi a Perro Rojo sen­tado en el porche con su ropa color caqui, exactamente como había estado antes. Me puse histérica. Lancé puntapiés e in­tenté arañar el rostro de Agnes. Ella me golpeó y me des­mayé.

Desperté en la cama en la cabaña de Agnes. Mis propios gemidos y lamentos me habían despertado. Tenía la cabeza hinchada y dolorida donde me había golpeado. La an­ciana se encontraba de pie junto a la cama, mirándome con profundo desprecio en sus ojos iracundos. Golpeó un pie con­tra el piso.

-No lo llevabas puesto -gritó. Alzó una mano y ba­lanceó mi pendiente de asta de ciervo-o El pendiente no podía encontrarte. Fuiste arrullada casi hasta la muerte. Si hubieras ido tras ese espejismo, Perro Rojo te habría quitado tu espíritu.

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-Tenía intenciones de ponénnelo -balbucí-. Pero me olvidé.

-Espero que no mueras. Ahora, jovencita, tendrás que enfrentarte a las pasiones de Perro Rojo.

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Los hechiceros nunca matan a nadie. Hacen que las personas se maten a s( mismas.

Agnes Alce Veloz

No podí~ comer. Caminaba de un lado a otro de la cabaña. Las paredes, el techo ... todo me agobiaba. Sentada en su silla habitual, Agnes observaba cada uno de mis movimientos.

-Deja de mirarme, Agnes -dije. Agnes no dijo nada mientras yo seguía paseándome sin

cesar. Podía oír las notas de la flauta de Kokopelli en mi oído derecho. La pasión estaba enloqueciéndome.

"¿Por qué no puedo simplemente ir a hablar con Perro Rojo? -pregunté-o Quizá podríamos llegar a un acuer­do. -Mi voz sonaba quejosa como la de una niña malcriada.

-No -contestó Agnes y luego añadió:- Trata de en­tender. Perro Rojo está cambiando el cebo. Él mismo se está convirtiendo en cebo. Perro Rojo se ha portado mal y merece una reprimenda.

Ni siquiera había escuchado las palabras de Agnes. Gol-peé un pie contra el suelo y la miré con furia. Necesitaba aire.

-¿Puedo sentanne en el porche? -No. -¿Por qué no? -No. Decididamente-no.

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-Por favor, Agnes. -No. No insistas. -Oh, está bien. Las notas de la flauta me recordaron la sonrisa lujuriosa

de Kokopelli. Sonreí con pesar y me disculpé por mi conducta adolescente. Agnes asintió.

Transcurrió media hora de tortura. Cuando ya no pude aguantar más, aventuré:

"Iré ·al auto a buscar un libro que dejé en el baúl. Agnes no contestó. "Es un libro de yoga muy interesante, Agnes -agregué,

abriendo la puerta-o Lo escribió un amigo mío. Te gustarán los dibujos.

. Di unos pasos fuera de la cabaña y corrí por el. send~~ hacia el auto. A mitad de camino me detuve y miré haCIa atrás. Agnes no se veía por ningún lado. Suspiré hondo.

"¡Te engañé, vieja bruja! Caminé con satisfacción y doblé hacia la izquierda por

el sendero que conducía a la cabaña de Perro Rojo. Me estaba descontrolando, pero no me importaba. La música de la flauta se volvió más fuerte, atrayéndome, y empecé a correr. Doblé en el sendero entre dos grandes rocas y me detuve con brus­quedad;

"Agnes -mascullé asustada-o Sólo iba a ... Agnes me bloqueaba el camino. Extendió una mano, me

empujó hacia un costado y me obligó a girar. -Regresa a la cabaña -me ordenó, indignada. Volví a los tropezones a la cabaña esperando otra opor-

tunidad para escapar. ' "Siéntate en la cama y quédate quieta -me indicó Ag­

nes una vez adentro-. Eres tan estúpida que la próxima vez dejaré que Perro Rojo acabe contigo. .

Sentía un gran fuego en mi interior. Como si Perro ROJO

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me hubiera provocado una intensa comezón. Apenas podía contener el deseo de salir corriendo.

Agnes se puso a revolver dentro del baúl buscando algo, de espaldas. Aproveché la ocasión para deslizanue hacia la puerta, pero Agnes me agarró del pelo y me empujó de vuelta a la cama. Empecé a aullar y a sollozar.

"Oblígate a pensar, Lynn -oí decir a Agnes. . Pero la música de la flauta era como el órgano· de una

catedral resonando en mi mente. La boca se me llenó de espuma. Pateé y traté de arañar y morder a Agnes.

-¡Te odio! -grité-o ¡Te odio! ¡Déjame ir o lo lamen­tarás!

Agnes encontró lo que estaba buscando dentro del baúl. Sostuvo un pedazo ,de cuerda en su mano y otro en sus dien­tes. Tomó mis muñecas como si estuviera derribando un no­villo y las ató a la cabecera de la cama. Después hizo una lazada y ató mis pies a los pies de la cama, se incorporó y se sacudió el polvo de las manos.

-Listo -dijo. Apreté y estiré los dedos, forcejeé y grité enfurecida.

Luego mi cabeza comenzó a despejarse un poco. -Vamos, Agnes -dije por fm, intentando sonar mesu­

rada-o Soy una persona lógica. ¿No podemos discutir la si­tuación sin todo este melodrama? La soga me está lasti­mando.

-Sí, y cuanto más te resistas a ella, más tensa se volverá. Acercó su silla a la cama y se sentó. Con los ojos cerra­

dos, cantó una dulce canción en cri, pero yo estaba demasiado enojada para prestarle atención.

-¿Sabes que esto es contra la ley? Podría enviarte a la cárcel.

Agnes rió. "Ya no me importa el maldito cesto. Todo esto me está

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desgarrando. Sólo quiero conocer a ese hombre -afirmé, ahora llorando-o No aguanto más.

-jEscúchame! -exclamó Agnes con tanta autoridad que las visiones e incluso la música se detuvieron por un ins­tante-. Escúchame -repitió y su voz penetró en mi confu­sión-. No sabes a qué te enfrentas. Piensa en July. Quiero hablarte de ella. July es aprendiz de Ruby, del mismo modo en que tú eres mi aprendiz. Un día, iba caminando por la ruta, viajando por autostop a Crowley. Vio una vieja camioneta que se acercaba y se volvió para hacerle dedo. El vehículo se detuvo y July se sorprendió al ver un auto nuevo, flamante. Pensó que su memoria le había jugado una mala pasada. El hombre blanco que conducía era .. muy cortés y se ofreció a llevarla. J.uly aceptó. El hombre dijo que era un hacendado de la reservación y que estaba buscando indios para que lo ayudaran a arriar ganado. July respondió que trataría de pensar en alguien que pudiera realizar ese tipo de trabajo. Mientras estaba sentada el} el auto, percibió algo extraño en el hombre. Se le ocurrió mirar el piso del auto y vio que el pie en el acelerador era una pata hendida. Levantó la mirada hacia el hombre y éste comenzó a nublarse en su visión. July no podía enfocar los ojos, pero sabía que no era el mismo hombre. Supo que había caído en la trampa de un hechicero, que era PerrQ Rojo. Trató de utilizar sus escudos, pero era demasiado tarde. Lo único que pudo hacer fue gritar que la dejara ir .. No esperaba que Perro Rojo la dejara bajarse, pero él detuvo el auto al costado del camino. Cuando July abrió la puerta de un golpe y echó a correr, lo oyó llamarla por su nombre, "July". Luego sintió la música de la flauta. No 10 deseaba, pero tuvo que de­tenerse y volverse. Perro Rojo la tenía en su poder y ella regresó caminando a él en un trance. July ya no tenía volun­tad.

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... Agnes se interrumpió y se hizo un largo silencio. Tragu6 saliva y pregunté:

-¿Qué pasó después? -¿Alguna vez has visto una araña matar a una mari-

posa? -No, nunca --contesté. -Bueno, algo muy parecido le ocurrió a July. La araña

jugó con ella. No la mató con la rapidez de una picadura compasiva. Perro Rojo bailó con su flauta alrededor de ella, torturándola con su música, tal como .10 está haciendo con­tigo. Y, cómo la araña con la mariposa, le chupó las entrañas con lentitud. Ella se convirtió en su amante. Perro Rojo .se llevó el espíritu y el poder de July, los puso en una calabaza y .la colgó en· su cabaña. El bastardo se divirtió mucho. Cuan~o terminó con July, la dejó tirada en el porche de Ruby. Con la vieja.flauta. La música aún la obsesiona, por eso la repite todo el tiempo. Ruby estaba furiosa. Las colinas alrededor de su cabaña se estremecieron durante días, y los animales del bos­que permanecieron escondidos. Perro Rojo se ha reído desde entonces. --Su voz se volvió vengativa. -Ruby se lo cobrará algún día, espera y verás. Deshuesará a uno de los aprendices de Perro Rojo. De modo que, Lynn, esto es con lo que te en­frentas.

El rostro de Agnes estaba serio. La anciana tocó mi frente y comprendí que yo estaba enferma, que había sido separada de mi sensatez. De pronto entendí qué le había pasado a July. Comencé a temblar con temor al pensar en su mirada vacía y demente.

Oí de nuevo la música de la flauta. Ola tras ola de pasión me invadieron. Era como si Perro Rojo se diera cuenta de que me estaba perdiendo y quisiera dar el golpe mortal. Agnes tomó de la pared una bolsa de cuero atada, la abrió, extrajo algo parecido a hojas trituradas y las enrolló a manera

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de cigarrillo. Lo prendió, dio varias pitadas y se aproximó. Se sentó sobre mi pecho.

-Fuma este humo sagrado -me ordenó, sosteniendo mi mentón y llevando el cigarrillo a mis labios-o Esto te ayudará a soñar, Lynn. Sueña tu pasión. Vuela. Atraviesa el círculo de tus temores y deseos más íntimos. Enfréntalos y conquístalos. Deja atrás tu propio reflejo y libérate de Perro Rojo. Actúa en tus sueños como desees actuar y encuentra los kivas custodiados donde has ocultado tu corazón.

Lo último que recuerdo es a Agnes levantándose y sentándose a la mesa. Mis ojos estaban cerrados. Las seduc­toras notas de la flauta deambulaban por mi mente. El cielo raso empezó a girar y desapareció como un velo. Salí de mi cuerpo y d~ la cabaña. Por un momento, vagué entre los árboles, luego me agaché para observar una piedra pequeña en el suelo. Parecía tener un agujero. Después de mirarla con fijeza, me hice muy chiquita para poder seguir una luz minúscula que brillaba desde el interior del agujero.

Al entrar en el orificio, sentí un ruido fuerte y violento y, de repente, me encontré volando rápidamente a través del

spacio frío y cristalino. Al cabo de un rato, llegué a un v sto patio iluminado por la luna y rodeado por una jungla. n el centro se hallaba el Templo del Gran Jaguar. Dos pirámi es de piedras gigantes cortadas a mano se enfrentaban separadas or varios cientos de metros. Entre ellas, se alzaba el altar de pi dra. Ese era el sitio de

jaguar, el sitio del equilibrio entre el olvido y el recu rdo.El silencio se agitó con la música de la flauta y el sua­ve sonido de mocasines sobre el pasto. Recortada contra la pir mide al sur, la fantástica figura del Kokopelli bailaba y da a vueltas. Su danza era una ceremonia antigua, su flauta toc­aba el llamado de apareamiento del sueño. Perro Rojo estaba

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en mi interior. A medida que se elevaba la luna, las pirámides se volvían

cada vez más claras. La cabaña y Agnes habían desaparecido de mi mente por completo, y sobre mi cabeza brillaba el cielo nocturno de otro tiempo. El gran kachina continuaba siendo un perfil plateado irresistible bajo la luz de la luna. Bailaba y tocaba su magnífica flauta, retorciéndose y atrayéndome hacia el altar. Yo estaba parada en la punta de la pirámide con mi túnica blanca flotando en el viento caliente. Nos habíamos deslizado a través de una grieta entre los mundos ... una di­mensión relacionada con lo más elevado de la mente, una dimensión de magia. Yo rebosaba de amor por el Kokopelli y estábamos ejecutando una ceremonia sagrada que traería poder a la incesante corriente de la vida. Yo constituía el símbolo de todas las mujeres. .

Bajé los escalones de la pirámide con lentitud. El hombre kachina se encontraba sentado en el altar, en parte animal, en parte pájaro, en parte humano, guiñándome un ojo. Yo ca­minaba hacia mi muerte, pero no me importaba. El Kokopelli me invitaba a avanzar con sus ojos brillantes; fmalmente es-tiró las manos para tomarme y me acostó en el altar. '

El altar estaba cubierto con artemisa de aroma dulce, y dos antorchas flameaban en cada extremo. El juego de la luz de las antorchas y la oscuridad resultaba hipnótico. Casi no podía respirar. El rostro de él resplandecía ... cambiaba, desa­parecía, reaparecía. Cerré los ojos y tomé conciencia no de él ni de mí, sino del poder del sueño que se erguía detrás de nosotros. Era una unión de los yos más elevados y más bajos y nos convertimos en uno con toda la vida cósmica. La f1auta parecía seguir tocando sola. Mientras yacíamos en el altar de piedra, la caliente brisa nocturna soplaba sobre nosotros como un manto astral, levanté la mirada hacia el rostro del Kokopelli y comprendí que yo yacía allí sola ... que al poseer a quien

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había temido y deseado más que a nada, nos habíamos fun­dido en un solo ser, guerrero y guerrera. Me había apareado con el guerrero ... el macho ... en mí misma.

Las pirámides desaparecieron y sentí como si algo me transportara. Me acurruqué en posición fetal. .. desnuda y volando fuera del tiempo. Todo se oscureció.

Desperté temblando y estremeciéndome. Agnes había desatado las sogas. Trajo un balde y vomité. Después acercó la silla y se sentó junto a mí mientras yo permanecía acostada, sintiéndome muy débil. Miré por la ventana y vi que los rayos del sol asomaban bajos en el oeste. Era bien entrado el día siguiente. .

Agnes echó hacia atrás mi pelo y me tocó la frente. -¿Cómo te sientes? -preguntó. Su rostro denptaba algo

entre júbilo y solemnidad.- ¿ Vamos a tener un bebé

kachina? Rió. Le conté lo ocurrido 10 mejor que pude. Mientras lo

hacía, advertí que ahora sentía apenas un residuo de pasión. Mi cordura parecía restablecida.

-Agnes -dije, con fuerzas suficientes para sentar­me-o ¿Qué tiene que ver todo esto, el sueño, con el cesto del matrimonio?

-Se relacionan el uno con el otro en tu estado del re-cuerdo. Tomaste conciencia 'de que el cesto del matrimonio fue concebido por los soñadores para significar la unión entre el gran guerrero y la gran guerrera dentro de tu propio ser. Toda mujer aspira al gran guerrero, el más magnífico de los hombres, dentro de ella. Lo buscamos durante toda nuestra vida. Si tenemos suerte lo invocamos en nuestros sueños, nos apareamos con él y nos convertimos en un todo. ¿Me com­prendes? .

-Sí, creo que sí.

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-Esos sueños son una gran fortuna. Tuviste que burlar el poder para ello. Su símbolo es la medicina mayor, medicina que la mujer ha olvidado. Fue muy peligroso pero ahora puedes ayudarlas a recordar esa medicina. Has fumado el macho y la hembra dentro de la morada de tu yo y has llegado a un punto donde los caminos se bifurcan. Puedes cambiar y crecer. Co­mienzas a comprender qué significa ceder. La mujer cree que cede, pero ha olvidado cómo. Muchas moradas femeninas se encuentran desiertas porque nadie mira en su interior.

"Alcanz~ al gran guerrero que espera en la morada de la mujer. Abrázalo y sé libre.

El sol anaranjado parecía un huevo oblongo descendiendo en la penumbra. Nos sentamos afuera en silencio. Yo todavía temblaba y tenía el estómago rev~elto. Más tarde, cuando oscureció, Agnes me dijo que volviera a la cama. Dijo que pasaría un tiempo hasta que me recuperara por completo de . . mis experiencias. No entró en la cabaña hasta bastante des-pués y en un momento desperté y la vi sentada en la silla junto a la cama. Tenía las manos entrelazadas sobre la falda. Miraba fijamente los dibujos que la luz describía en la pared.

-Buenas noches -dije. Me sonrió y me hizo señas de que continuara durmiendo.

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¿Qué son tus visiones nocturnas o tu dolor sino el fracaso de fu ,'olunfod?

Hyemeyohsts Stonn

Cuando me senté en la cama, me sentía como si hubiera pasado una semana entera de parranda. El humo sagrado era muy poderoso. Caminé despacio hacia la mesa y me senté.

Agnes estaba separando una increíble variedad de cosas: piedras, cristales, una soga de pasto dulce, un caparazón de tortuga, cierta mandíbula descolorida, plumas, flores plancha­das, y otros objetos que no pude identificar.

-Todo está vivo, Lynn. He visto al espíritu del whisky llevarse a muchos. El espíritu de plantas o drogas se ha lle­vado a muchos. Muy pocos conocen el espíritu de las cosas, pero eso es 10 que debe aprenderse. Puede ser un encuentro peligroso, pero espero que podamos viajar juntas y que yo pueda guiarte allí cuando sepas 10 suficiente. Come.

Preparamos el desayuno pero apenas pude probar boca­do. Bebí un poco de té y su tibieza me hizo sentir mejor.

-Agnes, esa experiencia de anoche o de cuando quiera que haya sido ... ayer ... fue tan real como cualquier otra de las que he vivido. Creo que Perro Rojo, como un kachina Ko­kopelli, se. encontró conmigo en algún sitio.

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Agnes levantó una hoja y la examinó a la luz de la

mañana. -¿Piensas que la morada de la luna es real? -inquirió

de pronto. Comenzó a poner las piedras y los cristales dentro de la curva de la mandíbula descolorida-o Los sueños se sumergen en lo profundo de la tierra. Son de naturaleza fe­menina. El hombre toma la substancia y la moldea. Los sue­ños constituyen la visión de tu -otra parte. ¿No crees que eres real? Esta vez trajiste poder contigo. Esta vez recordaste.

-Estoy muy confundida con respecto a los sueños -confesé-o Qué son y qué significan. Mis sueños en los últimos meses han sido muy reales y parecen haber afectado totalmente mi vida. Sin embargo, no puedo concebir que los sueños posean . substancia. Ni siquiera este último. Este se asemeja más a una visión.

-¿Se te ha ocurrido alguna vez que el ser humano os-cila entre dos mundos de reflexión? Toca la tierra, puesto que la madre está despierta. La tierra está viva y sueña. Todo en lo que el ser humano puede pensar tiene substanci~. No hay agujeros en tus pensamientos. Los que están despIertos, los chamanes, pueden deambular hacia el otro lado del universo, aún más allá de 10 lejano. Aquí se. asoma la puerta del arco iris que conduce a la red de la substancia. Si invades ese mun­do, los seres que 10 habitan pueden darte cualquier poder que desees. Muchos poderes son demasiado pesados para traerlos de vuelta. Qué alegría poder atravesar de regreso esa puerta una vez que se ha abierto para nosotroS. Pero los más grandes guerreros han dado golpes maestros allí muchas veces. Vi­niste aquí a través de esa puerta en el momento de ser con­cebida y serás absorbida a través de ella en el momento de tu muerte. Allí es donde se concede todo y allí es donde se quita todo. Los guardianes quieren que vayas allí y te lleves lo que puedas. Cuando entras, te reconocen Y cantan. Hablas de subs-

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tancia. Escucha, cada substancia, incluyendo mis sueños, es mi hermana y mi hermano, y los reconozco y vivimos aquí gentilmente. .

-Agnes -dije-, acabo de levantarme. Agnes rió. -El problema contigo es que a lo largo de tu vida se te

han revelado muchas enseñanzas y no has estado 10 suficien­temente despierta para verlas.

-Al menos he aprendido algunas cosas -respondí con indignación.

-Lynn, has tropezado con una pluma de águila como si ésta te bloqueara el camino.

-¿Qué significa eso? -Piensas que sOY. una vieja loca, y 10 soy -afirmó y

rió fuerte. -No estaría aquí si pensara eso, ¿no? -protesté. -Quizá. -Rió de nuevo. -Todavía no me has explicado qué quieres decir con

tropezar con una pluma de águila. -Un águila se remonta y ve todas las vastas compleji­

dades '1 correlaciones. Cuando una pluma de águila cae de un águila hechicera a la tierra, está llena de todo ese saber. Si eres inteligente, hablarás con esa pluma de águila y le pedirás a su espíritu que te guíe. Todas las plumas de águila tienen ese poder. Tienes que recogerla y hablarle. Y debes saber cómo escuchar la respuesta. Come tu desayuno.

Me obligué a comer mientras Agnes guardaba su co­lección de objetos en la cómoda. Cerró el cajón y me miró pensativamente.

"Ven, Lynn :-<lijo. La seguí afuera, al porche del frente. July estaba apoya­

da contra un poste, tocando la flauta. Me di cuenta dé que había oído la flauta con tanta frecuencia, tan continuamente,

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que la había borrado de mi mente. Ahora que la escuché, el sonido era débil y lánguido. Como si el aire que la hacía vibrar no fuera suficiente.

"Siéntate aquí -me indicó Agnes, señalando un punto en el piso del porche justo frente a luly. Me senté con infiníto cuidado, mi cuerpo se hallaba mucho más rígido de lo que había creído. Agnes se acuclilló entre nosotras y tomó el mentón de July en una mano ... Mira con atención a luly, Lynn -me pidió-. Mira sus ojos y dime qué ves en ellos.

Descríbela. Yo había estado tan ocupada que no había notado cuánto

había desmejorado. luly no era consciente de nuestra presen­cia, la flauta se le caía de la boca todo el tiempo y babeaba. Estaba palidís.ima y demacrada, los ojos castaños más hun­didos y en blanco que nunca.

-Veo a alguien que ha perdido el juicio -balbucí. Agnes me miró fijo. -¿Quieres que te suceda lo mismo? -No -grité. -No quiero. -Entonces quédate aquí y obsérvala un rato -dijo Ag-

nes-. Aún puedes tenninar como ella. -Regresó al interior

de la cabaña. A solas con luly, apoyé la espalda contra la pared y traté

de despejar mi mente. luly buscaba torpemente su flauta. Pen­sé en su encuentro con Perro Rojo y sentí tanta . lástima por ella que se me llenaron los ojos de lágrimas. Pero el mero pensamiento de Perro Rojo me produjo una punzada de ce­los ... me sentí como una loba con su territorio invadido y, por un instante, odié a luly. No podía controlar mis pensa­mientos. Quizá yo fuera la loca. Me pregunté si luly pensaría que ella era la única que estaba libre porque oía la música de

Perro Rojo. -¿Has visto suficiente, Lynn? -Era Agnes.

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-Sí, eso creo. ¿Ella oye la música de la flauta de Perro Rojo, Agnes? ¿Por qué se lo pasa tratando de emitir esas notas?

-No hay ningún ruido en la cabeza de luly, ninguna imagen, nada. Es una persona enfenna y puede morir. Perro Rojo jamás le devolverá su espíritu. luly toca la flauta porque tiene que hacerlo. ¿Por qué la Luna gira alrededor de la Tierra como lo hace? luly está atrapada en un laberinto. Si te acercas a ella con otras cosas, estarás flirteando con la catástrofe.

Me estremeCÍ. -¿No hay nada que podamos hacer para ayudarla? -No hay nada que tú puedas hacer. Tal vez yo

podría hacer algo, pero entonces. . . -Dejó la frase incon­clusa. -Vuelve a la cabaña-añadió.

Me tomó de un brazo y me empujó adentro. La luz parecía mortecina.

"Veo que luly te repugna -aventuró. -No, me da pena ... eso es todo. El rostro de Agnes era imperturbable. -Escucha, luly estará muerta a mediados de la semana.

Muy pronto, su espíritu olvidará su cuerpo desechado y la aniquilará. Tú preocúpate de que no te ocurra lo mismo. Perro Rojo aún se propone enseñarte su punto de vista. Eso que está sentado en mi porche es su punto de vista.

-Parecería que no puedo controlar mis deseos, Agnes. -Existen chamanes que absorben el espíritu, L ynn. Lo

hacen a través del sexo y nuestro instinto por él. Te chupan el espíritu como si no fuera nada. Aléjate de ellos como una flecha. Abre un sendero hacia los bordes externos y salta a tu muerte antes de quedar atrapada por ese tipo de chamán. Perro Rojo está tratando de doblegarte.

-¿Perro Rojo tiene realmente el espíritu de luly en alguna parte? -Inquirí-. ¿Qué significa eso?

203

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-Yate 10 dije -contestó Agnes. Se inclinó hacia adelante y me miró con ojos brillantes

como los de un lagarto. -Yo podría partirte al medio -dijo-. Los humanos

no son gemelos de sí mismos ... tú sabes, derecha e izquierda. Ambas partes tuyas son diferentes y sirven propósitos distin­tos. Hay una grieta en el medio. Un hechicero o hechicera puede ver la grieta y partirte al medio. Es fácil. Perro Rojo lo hace por medio del sexo. Mira, Lynn, yo podría hacer el amor con Perro Rojo y para mí, ese acto sexual sería un acoplo de poder.

-¿Como en mi sueño del hombre kachina? --Sí, como la naturaleza de tu sueño. Perro Rojo sería

inclusive un buen hombre para fiÚ.si Y9 pudiera tolerarlo. Pero en lo que a mí concierne, ese bastardo demente me resulta demasiado repugnante a la vista. Pero tú, tú todavía no eres suficientemente fuerte para él. El poder del guerrero y de la guerrera no se manifestaría. Te rompería por la mitad y no serías nada.

-¿Moriría? . --Cuando te parten en dos, ahí es cuando un chamán

puede llevarte ... llevarse tu espíritu. -¿A qué se parece un espíritu? -Al humo. -¿O sea que de hecho existe algo dentro de una persona

que se asemeja al humo, yeso es el espíritu? -Sí, como una bocanada de humo de tabaco. Todos

estaríamos muertos si no fuera por el humo del tabaco. Con el humo de tabaco, los de dos pies escapan a la muerte. La muerte vio al viento recoger humo, pensó que era los espíritus 10 que deseaba, y se marchó.

-¿Eso es 10 que Perro Rojo tiene en su calabaza ... esa parte de July que parece humo?

204

-Exactamente. Eso es lo que ella debe recuperar si de­sea vivir.

-¿Puedes hacer que él le devuelva el espíritu? -Es imposible obligar a Perro Rojo a hacer algo. Nadie

puede moverlo si él no lo desea.

-¿Qué pasa cuando una persona muere, Agnes? -No es una pregunta importante. La totalidad de la vida

de un humano es observada por los jefes del trueno. Posees un camino en tu interior, un camino turquesa. Lo importante es mantener a tu espíritu avanzando por ese camino. Si lo logras, al final de tus días te fundirás con los jefes del trueno. Todos tus otros caminos conducen a lo absurdo y a la decepción. Esos caminos están henchidos de pena; dolor y confusión. Yo tengo cierto poder porque entr~veo el final. Al fmal; se re­suelven todos los acertijos y se contestan las paradojas. Al fmal, el significado de tus lágrimas y tu sufrimiento se es­clarece. Y si lo encuentras en tu tiempo, estarás llena y nadie podrá qu~tártelo. Ese es el camino de los hechiceros y para ti, es el cammo correcto.

-¿Estoy de veras en ese camino, Agnes? -Sí, pero todavía no lo sabes. Es probable que aún no

sobrevivas. Sentí una repentina ansiedad. -¿Perro Rojo quiere matanne, no? Agnes sonrió.

-Si sólo quisiera matarte, podrías considerarte afortu­nada. No, quiere ponerte a prueba, y lo que te espera podría hacer que la muerte se pareciera a un picnic. Cuando un chamán te pone a prueba, aférrate a lo que puedas. Existen cuatro sitios donde puede luchar contigo: en el fuego, el viento, la tierra o el agua. Si te persigue a algún otro lugar, entonces sabrás que has perdido. Sal de ahí lo más rápido posible y renuncia a tus sueños. Regresa a tu casa y colecciona muñecas

205 I

llf' .t •• !~

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kewpie indias y olvida todo. Pero lo más probable es que seas atrapada en lo lejano. No podrás ir a ningún lado ...

Medité las palabras de Agnes. Pensé en mi sueño y en mi pasión por Perro Rojo. en luly y su vacuidad. Todo en­cajaba y comencé a danne cuenta de cuán malvadamente me había engañado Perro Rojo. Me enfurecí.

-¡Cómo se atreve Perro Rojo a manipulanne! ----ex­clamé con tanta brusquedad que Agnes se echó a reír ..

-Bueno. ya era hora --comentó-. Empiezas a com­prender, aunque todavía estás enamorada de él. Tus ojos ~ lo dicen. Ahora que te estás volviendo más razonable, qUIzá pueda practicar la medicina contigo. Conozco una forma para evitar que te ataque.

-¿Qué puedo h~cer? -Debes sentarte junto al estanque natural donde te hablé

de él por primera vez. Permanece allí sentada tantos días como sea necesario. Observa y ve qué pasa. Tu hermana apare-cerá pronto y te curará. ' i

-¿Quieres decir que debo dormir allí sola1 -Sí, no tienes alternativa. Tendrás protec4ión alrededor.

Además, llevarás puesto el pendiente. PermaneCe alerta y todo

andará bien. -¿Quién es mi hermana? ¿A qué te refieres? -Ella se encontrará allí contigo. -Sabes que no tengo una hermana. así que estás re-

fIriéndote a otra cosa, es obvio. -Debes descubrir eso por ti misma. Ya había juntado comida y hecho un pequeño bulto.

Parecía apurada. -¿Tengo que hacerlo? -Sí -sentenció Agnes sin vacilar y añadió: -Perro

Rojo no aparecerá por allí. Su honor está en juego y respetará

tu reclusión.

206

Enrollé mi bolsa de dormir, sin atreverme a pensar en la noche venidera; Miré a Agnes con desesperanza.

"Ve. Y no regreses hasta que tengas algo que decirme. Asentí y me marché. Me alejé de la cabaña como un

vagabundo desterrado, por el sendero que llevaba a casa de Ruby. El cielo era de un azul como el de un mar calmo y distante. Estaba tan cansada de sentirme aterrada que me dije forzadamente:

-Si muero, muero. Eso ayudó en algo ... mi ánimo mejoro y mis pasos se

volvieron más suaves. Toda mi vida anhelaba evitar mi muerte. Me detuve a descansar en varias oportunidades, y una

vez a comer. Avanzaba con calma, en armonía con el pasto, los árboles y el cielo. Subí la lad~ra de una colina en dos ocasiones para disfrutar del panorama y dormí una siesta. us~o la bolsa de dormir enrollada como almohada. El clima estaba cambiando, se tornaba más caluroso a medida que las sombras se alargaban. Cuando llegué al estanque la luz de la tarde era un destello dorado en las colinas circundantes.

C;oloqué el bulto con la comida y la bolsa de dormir en una roca y examiné el área buscando un sitio adecuado. Un hueco ety el suelo llamó mi atención. Era chato, situado al descubierto por encima del estanque, y protegido del viento por un monte de árboles. Se encontraba lo suficientemente lejos del estanque como para no perturbar a los animales si se acercaban a beber agua.

Me senté al borde del agua sobre una roca plana. Mi cena consistió en charqui y pan frito. Después de comer, me mojé la cara y junté ramas secas, un tanto húmedas y con olor a tierra. Muy pronto, tuve un pequeño fuego encendido.

Los últimos rayos débiles del sol se extinguieron y la noche cayó con rapidez. Me deslicé dentro de la bolsa de dormir y acomodé las zapatillas debajo de mi cabeza. Me

207

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l. I ti;. lo

senúa increíblemente cómoda. Contemplé la luna y me adonnecí con el canto de las ranas y los grillos atravesando las distan­cias nocturnas. Pedí a la luna que nunca dejara de brillar y senú que su luz tocaba cierta luz en mi interior. Lo último que recuerdo es mi mente vagando por una tierra de enonnes sombras lunares.

Desperté a la mañana siguiente en la misma posición en que me había dormido. Me sentía descansada. Estaba ama­neciendo. Pennanecí acostada observando él juego de las luces en el cielo temprano. Una racha de viento fresco golpeó mi rostro. Donnité un rato antes de levantarme.

La diferencia de temperatura al sol y a la sombra era notable. Decidí sentarme en la misma roca plana y contemplar el estanque. El sol me en.tibiaba y relajaba. Agnes me había dado instrucciones precisas en cuanto a quedebfa sentanne 10 más quieta posible, mirando hacia el norte, para observar el agua y permitir que ella me enseñara. Dijo que era espe­cialmente importante que yo practicara la autodisciplina.

Al principio, el viento entre los altos arbustos, el susu­rrar de las hojas y los innumerllNes insectos me distraían. Estaba sentada en silencio, mi UnI(.;a compañera una libélula que saltaba en el estanque de tantO en tanto. El agua se agi­taba con la brisa. Recogí una hoja que pasó flotando, la dejé gotear sobre el agua y luego la solté. Si fuera Narciso, sabría que tendría que morir.

Pensé en Perro Rojo y me invadió una gran desespe­ración. Aún estaba completamente fascinada por él, aunque sabía que se trataba de un truco horrible. El gran kachina ... no puedo describir el éxtasis que me producía su mero pen­samiento. Un pájaro voló frente a mí, luego otro yendo en di­rección contraria. Un teocero dio la vuelta a un árbol, moviéndose con mucha rapidez .cerca del agua. Una criatura salvaje llamó a su macho.

208

El sol ascendiendo en el cielo era más caluroso de 10 habitual. Había dejado de ser yo misma. Era una soñadora de la flauta kachina ... pensando sólo en él.

Cada momento era una eternidad, eones de tiempo. Me esforzaba por ver. con más claridad. Me acosté sobre la roca tibia y extendí mi conciencia hacia el agua como si estuviera girando despacio debajo de la corriente. Como un pescado debajo de la superficie del océano, me adormecí. Me mecí de un lado al.otro bajo el sol, descansando quieta sobre la cresta del mar, incapaz de cambiar mi curso o mis instintos.

Deambulé sin esfuerzo a través de cavernas sumergidas, tocando las fonnas muertas recortadas contra las rocas anti­guas como impJorando una señal. . . Examiné mi reflejo en estanques subterráneos bmcando el indicio de estar viva que siempre se perdía cuando regresaba a la orilla. Traté de aferrar el agua y el rostro del Kokopelli, pero la evjdencia se escurría entre mis dedos. Yo era una criatura más allá del amor o de la esperanza. Volví sola a las cavernas debajo de la superficie, clamando por la semejanza de un dios distante. Recordé mis almas antiguas y los virajes y la tortura que me habían llevado allí. Cuestioné la mismísima alma del mar en mi interior~ Era el comienzo, la sabidurí~ de todas las épocas, la serenidad y la verdad, allí en el agua. Esta se deslizaba entre mis dedos, olas pequeñas nacían y morían, burbujas y espuma se alejaban flotando. Había quietud en el agua verde. La superficie se convirtió en cielo y nube, y me hallé sola a la orilla del estanque.

De pronto, avisté algo por el rabillo del ojo. Me volví lentamen~e y me topé con los ojos inmóviles de una serpiente de cascabel. Se encontraba a menos de dos metros de distan­cia, enrollada y con la cabeza erguida, mirándome con tran­quilidad. Nos observamos la una a la otra, luego la serpiente

209

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bajó la cabeza con serenidad, se estiró y se echó a dormir al sol, ignorándome.

Pennanecí alerta, pero la serpiente no se movió. No podía dejar de mirarla. Luego sucedió algo extraordinario. Una libé­lula que había estado revoloteando alrededor del estanque durante horas, de improviso se posó sobre la cabeza de la serpiente. La serpiente sacó la lengua con un movimiento veloz y la libélula se elevó, voló sobre .la serpiente unos segundos y vino directanlente hacia mí. De un respingo invo­luntario, la libélula se posó en mi frente entre mis ojos, perma­neció allí un instante y luego se alejó arroyo abajo.

Supe que la libélula era la hermana que había esperado. Me puse de pie con cuidado y me marché. Dejé tabaco

para la serpiente y la libélula, junté mis cosas apresurada­mente, arrojé el bulto sobre mi espalda y me encaminé por el sendero. Cuando me volví para mirar, la serpiente continuaba durmiendo junto al agua.

La pálida luz del sol se había vuelto dorada con la tarde. Mientras caminaba, me di cuenta de que mi deseo por Perro Rojo se había desvanecido. Lágrimas de gratitud rodaron por mis mejillas, y empecé a correr en dirección a la cabaña. Estaba ansiosa por contárselo a Agnes.

Al divisar la cabaña, emití un aullido lobuno. Agnes salió al porche y se quedó de pie allí, sonriendo de oreja a oreja. Me arrojé en sus brazos y nos abrazamos fuerte, luego entramos. Me dejé caer en una silla y bebí una taza de agua.

Agnes me preguntó qué había pasado y le relaté los eventos en el estanque.

-Por favor, dime qué significa -le pedí con exci­tación-. No puedo creer la direrencia en mi percepción. ¡Qué pesadilla! ¡Atraparé a Perro Rojo! -añadí.

Agnes rió. -Sí -respondi6--. Esa libélula hechicera es tu her-

210

mana. Es la guardiana y protectora de Quetzalcoatl. Todas las criaturas que hibernan, como el oso y la serpiente, son soña­doras. Duermen un largo tiempo y sueñan. Tu hermana libélula vio tu congoja y te concedió el poder de un soñador a tu visión ocular. Te quitó la obsesión. Así de simple.

-Tu explicación no me resulta simple. Pero he reco­brado el juicio, al menos por el momento.

-Apuesto a que te encantaría tomar un té -aventuró Agnes.

Asentí con la cabeza. Conversamos y reímos un rato. Después preparamos juntas la cena. Era reconfortaqte estar de vuelta en casa.

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Los verdaderos hechiceros saben ~ómo robar poder.

Agnes Alce Veloz

Mi felicidad duró poco. Desperté antes del amanecer con imágenes de mi muerte en manos de Perro Rojo.

-Agnes -susurré-, Agnes. No contestó. Era la primera vez que despertaba antes

que ella. Una luz gris deprimente arrojaba sombras color pi­zarra sobre el piso de madera y una neblina exasperante- os­curecía los árboles afuera. El aire estaba inmóvil. La bolsa de dormir se había humedecido y mi cuerpo parecía estar envuel­to en un acolchado aislante. Me sentía desanimada. Sabía que nunca lograría aprender nada. Jamás robaría el cesto del ma­trimonio. ¿Y cómo podría volver a ser feliz en mi antigua vida? Mi perspectiva se había.modificado por completo y. no obstante. este mundo de hechicería se encontraba más allá de mi alcance. Este mundo era demasiado violento y jamás sería capaz de aprender todo lo que Agnes deseaba que aprendiera. Empecé a sollozar en mi almohada.

-¿Por qué llora Pobre Vaca a esta hora tan temprana? -preguntó Agnes volviéndose de costado y apoyándose en un codo.

213

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-Jamás podré robar el cesto del matrimonio a Perro Rojo, Agnes -gimoteé-o He perdido el tiempo. Me destruirá.

-¿Algo más? -Soy una estúpida. -¿Algo más? -No puedo entender cómo fue que me metí en todo

esto. No puedo creerlo. Agnes se levantó y abrió la ventana para dejar entrar la

niebla. Después puso a calentar agua. -Deja de ser indulgente contigo misma y escúchame,

Lynn. Hoy tienes mucho que aprender. No nos queda mucho tiempo, así que presta atención. Ya no es nece~ario que sigas hablando, Pobre Vaca. Matas tus recuerdos. Bebes del agua donde el gran lince durmiente merodea a la luz de la luna. Olvidas que alguien te dio poder. Entonces los bebés del agua vendrán y te preguntarán: "¿Dónde obtuviste esos poderes para iluminar?"

Me enjugué las lágrimas y envolví mis hombros con la manta.

-La mitad del tiempo no te entiendo, Agnes. ¿De qué estás hablando? ¿Por qué de pronto me llamas Pobre Vaca?

Lloriqueando, contemplé la bruma entrando por la ven­tana abierta. Agnes se sentó ~y me miró fijo, luego movió el brazo con lentitud y abrió los dedos como si fuera a arrojarme algo a la cara.

-Eso se llama echar arena en los ojos del búfalo antes de matarlo, Pobre Vaca. No deseas que el búfalo vea la reve­lación.

-¿Qué quieres decir y por qué volviste a llamanne Po­bre Vaca?

-Porque no comprendes la revelación. -¿Quién era Pobre Vaca?

214

-Pobre Vaca era un hombre. No es importante que fuera un hombre. Podría haber sido una mujer. Esta mañana, tú eres Pobre Vaca. Él solía recorrer la aldea todo el tiempo y sentir compasión. "Oh, Gorrión Oscuro no tiene mocasines. Oh, pobre Joven Toro, no tiene una manta tibia. Oh, pobre Ojos Amarillos, escojo. Oh, pobre de mí, soy tan desdi­chado."

''Pobre Vaca se encontró con Dos Coyotes, el he­chicero. Aún iba de un lado a otro diciendo: "Pobres todos." Donde quiera que mirara, Pobre Vaca veía algo triste. Dos Coyotes le dijo: "¿Eh, Pobre Vaca, ¿dónde está tu sombra?" Pobre Vaca miró el suelo y advirtió que no tenía sombra. Simplemente no había ninguna sombra allí. Pobre Vaca había perdido su sombra. "No tengo", respondió. "¿~o crees que deberías ir a buscarla?", preguntó Dos Coyotes. "Sí, respon­dió Pobre Vaca. No quiero andar sin una sombra. Deseo en­contrarla. "

''Pobre Vaca recorrió toda la aldea buscando su sombra perdida. Miró en todas las tiendas, sintiendo mucha pena de sí mismo. Pero no pudo hallarla. Dos Coyotes se topó con él un día y dijo: "Eh, Pobre Vaca, ¿encontraste tu sombra?" Pobre Vaca contestó: "No, no pude encontrarla. Me he dado por vencido." "¿Te fijaste en la tienda de sudor?", inquirió Dos Coyotes. "Quizá fuiste a sudar allí y la olvidaste." "Iré a ver", replicó Pobre Vaca. Pobre Vaca fue corriendo a la

tienda de sudor. Entró en ella y encontró su sombra. Al fmal, el pregonero recorrió la aldea. "Buenas noticia. Pobre Vaca encontró su sombra en la tienda de sudor", gritó el-pregonero. Pobre Vaca está muerto.

"Te conté esa historia porque tú eres como Pobre Vaca. Ves demasiadas cosas que no son importantes. Y no tienes conciencia de aquellas que lo son.

-Tienes razón -acepté-. Soy una Pobre Vaca, ¿ver-

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dad? A m~udo siento compaSión <le'-mí misma ; del mtuldo éntéfo~·· " -

Ya no me sentía tan deprimida. Me levailté y Comí tul pedazo de panceta y unas nueces. Luego bebfmitéy refle­;doné un rato.

-Has aprendido acerca de tu enemigo y has aprendido acerca de tu oponente -manifestó Agnes por fin-.. Las fuer­zas en Beverly Hills son iguales a las fuerzas en el agua de aquel día. En tu mundo, las llaman locura y muerte.

~¿Oponentes y enemigos no son la misma cosa?-pre­gunté.

-Bueno, tienes muchos enemigo~ alrededor ... el cáncer, las enfermedades. . . cosas de las que debes apartarte, como las personas malvadas que tienden a la d<,strucción. Pero tener un oponente es alg()-grande.

-¿A qué te refieres? -Supón que fueras una escritora y decidieras elegir a

AnaYs Nin, esa dama con quien hablaste una vez, como tu digna oponente. Tratarías de vencerla en creatividad e ideas. En cierta forma, la utilizarías para verte a ti misma. No que­rrías que ella fracasara. . . perderías tu modelo. ¿Qué deseas que haga tul hechicero? Desea revelársete hasta que tengas poder de modo que te conviertas en una digna oponente de otro digno guerrero.

-¿Cómo se relaciona la competición con la oposición? ........ inquirí.

-Acabo de decirte que el mundo es bastante parecido en todas partes. La competición es la hermana fea de la oposi­ción. En la verdadera oposición, no .hay nada que perder ni ganar. Sólo puedes beneficiarte. Si empiezas a pensar que tú y la oposición se sustentan mutuamente, puedes perder mucho. No puedes depender de tu oponente .. Sólo puedes depender de ti misma. Nadie va a salvarte. Un contrario,' tul heyoka, ve el

216

·mundocomouna:opo~ción.;y;;aprende a;llO:separar la morada interna de la Luna de la morada externa del Sol. No p~e$ competir con· nada. l .

-¿Pued,es competir con la muerte? -No, sólo puedes oponerte a la muerte. La competición

es egocéntrica, pero la oposición .es ennoblecedora.; -Hizo una pausa .. Me miró con intensidad. -¿Cómo vas a competir con el invierno?-preguntó.

-No se puedé --contesté. . -Pero puedes oponerte al invierno, por ejemplo, de una

manera digna. Tiene que ver con los espíritus. Un tipo inventa un televisor ... todos compiten por lograr lo mejor pero nunca se detienen a honrar la unicidad del sueño. Puedo pasarme días aquí sentada intentando encontrarte una metáfora para la verdad. Intentando despertarte. Pero debes estar dispuesta a comer y beber la Tierra, el Sol y el Universo para saber que todas estas cosas están dentro de ti.

Agnes meneó la cabeza. Mi depresión se había esfumado. Tenía ganas de holgazanear todo el día, meditando lo que ella me había dicho, pero Agnes no me lo permitió.

"Vamos -dijo-, ponte este suéter. Daremos un paseo. Empecé a protestar. "Levántate -insistió, incorporándome. Tomé el suéter. -¿Adónde vamos? -pregunté una vez afuera. Agnes

miró en dirección al sendero que llevaba al Arroyo del Hom­bre Muerto.

El aire gris era fresco y vigorizante y el bosque se ha­llaba aún cubierto de niebla. Árboles jóvenes crecían a la sombr.a de árboles más viejos. Agnes se salió del camino con brusquedad y se acercó a un.fresno joven, lo dobló con sua­vidad y me indicó que observara.

-Normalmente, éste es el tipo de árbol joven que

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buscamos, pero no podremos usarlo. Tarda una semana o dos en secarse.

-¿Para qué es este árbol? -inquirí-o ¿Un arco? ¿O un escudo?

-Para una pipa. Tú vas a hacerla~ No me sentía capaz de hacer una pipa, y se lo dije a

Agnes. . "Presta atención -contestó ella. Parecía impaciente. La seguí de regreso a la cabaña caminando en medio de

la bruma. Antes de entrar, Agnes tomó un árbol joven cortado y seco que colgaba contra el costado de la vivierida. Era muy similar al que acababa de mostranne, excepto que éste había sido acortado y tallado con un cuchillo. Adentro, apoyó el pedazo de madera sobre la mesa. .

"Siéntate -me ordenó con mucha fonnalidad. Se movió por la cabaña de espaldas a mí y luego se

volvió con rapidez y arrojó un cuchillo de caza al aire. El cuchillo se hundió en la mesa, a menos de treinta centímetros de mi mano.

Me eché hacia atrás. "No estás prestando atención. Quita con el cuchillo el

resto de la corteza. Hazlo en fonna pareja. Tuve miedo de negarme y mi mano tembló al retirar el

cuchillo y comenzar a tallar la madera. El resto de la corteza salió con facilidad.

"Bien. Ahora talla un pequeño círculo en este extremo, así. -Despuís de cortar, me devolvió el cuchillo. -Ahora hazlo mientras caliento un poco de agua y preparo té.

Agnes me observó alrededor de veinte minutos mientras yo trabajaba, dándome instrucciones de tanto en tanto. Luego fue hasta un estante y tomó un hennoso cuenco de piedra arcillosa gris para la pipa y me mostró cómo colocarlo en la boquilla.

218

"Ahora, Lynn -dijo, entregándome una percha-, toma esto y enderézalo.

Trabajé con la percha durante diez minutos con una pinza y el tacón de mis zapatillas hasta que el alambre estuvo bas­tante derecho. Se lo mostré a Agnes.

"Ponlo sobre el fuego -me instruyó Agnes-. Hasta que esté al rojo vivo.

Obedecí, sosteniendo la percha enderezada con una toa­lla. Cuando el alambre se puso rojo, lo retiré, preguntándome qué estaría haciendo.

"Ahora sostén la boquilla y pasa el alambre a través del centro para quemar la pulpa. Así es. Como verás pasa con bastante facilidad porque está muy caliente.

De hecho, el alarp.bre atravesó la boquilla sin dificul­tades.

"Bastante bien -dijo-. Deja el alambre, siéntate y usa el cuchillo para aplanar más la boquilla.

Agnes sonreía y ambas nos sentíamos complacidas. Puso frente a mí un instrumento casero para ensartar abalorios y varios potes con cuentas de distintos colores. También colocó pedazos de cuero y correas y unas cuantas plumas.

"Cuando tennines con el cuchillo, haz el diseño que quieras con estas cuentas y adorna un par de centímetros de la boquilla. Puedes colgarle las plumas que des~s allí. -Tocó el frente de la boquilla con un dedo.

Yo estaba encantada con el proyecto y me aboqué a él de lleno. Decidí hacer el diseño de un rayo en turquesa, amarillo y. rojo con un borde de cuentas azul oscuro. No levanté la cabeza hasta ya entrada la tarde, cuando las notas de una flau­ta se filtraron por la ventana parcialmente abierta. Un mo­mento después, Ruby irrrumpió con violencia en la cabaña.

-July está mal ... muy mal-dijo Agnes, ignorándome por completo.

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La música al otro lado de la puerta era muy débil. Me puse de pie y salí con rapidez. En el porche, July

estaba senta4a contra la pared, parecía medio muerta y se la veía tan atemorizante como Ruby. Regresé asustada al interior de la cabaña ... atrapada entre una vieja loca y una joven casi muerta.

-¿No se le puede dar algo? -pregunté alarmada. -Sólo su espíritu ... eso es todo -me gruñó Ruby. -Ya, ya, Ruby -dijo Agnes apoyándole una mano en

el hombro-o Hablar así no servirá de nada. Vayamos a divertirnos un poco. -Se volvió hacia mí. -Toma tu chaqueta, Lynn. Va¡nos a darle una buena patada en el trasero a Perro Rojo. Haz exactamente 10 que yo te diga y no te ~ntremetas.

Dejamos a July con un poco de agua y comida y las tres echamos a trotar por el sendero; las dos ancianas se movían como muchachas. De pronto tomé conciencia de que íbamos al encuentro de algún tipo de confrontación con Perro Rojo.

-Oh, mi Dios -grité-. Perro Rojo. Agnes y Ruby se detuvieron en seco y me esperaron. "¿Qué estamos haciendo? -pregunté. -Silencio, idiota -replicó Agnes-. ¿Quieres que Perro

Rojo se entere de que vamos para allí? -No -susurré con temor. Agnes y Ruby me lanzaron sendas miradas furiosas y

malvadas. Ruby me pellizcó el brazo y añadió: -Nunca hables. Sabe qué estás haciendo y ataca.

-Aparté mi brazo con brusquedad. Empezamos a correr de nuevo y no nos detuvimos hasta

estar a cien metros de. distancia de la cabaña de Perro Rojo. Entonces redujimos la marcha y buscamos un escondite.

Agnes murmuró con severidad a mi oído: -Tú y yo nos esconderemos detrás de esos árboles.

220

Métete entre ellos y no muevas un dedo hasta que yo te lo diga.

Ahora nos encontrábamos a treinta metros de distan­cia. Agnes hizo una seña a Ruby con la mano. Observé desde atrás de un árbol mientras Ruby se acercaba a la cabaña, se agachaba y levantaba un puñado de piedras. Vaciló unos minutos, luego empezó a lanzar las piedras sobre el techo de chapa. Cada .una, al golpear, producía un ruido tremendo.

La cabeza de Perro Rojo asomó por el vano de la puerta. -¿Quién demonios está haciendo tanto alboroto? -gritó. Ruby no intentó ocultarse. En vez, comenzó a emitir

unos sonidos histéricos semejantes a los graznidos de un pavo y a pavonearse de un lado al otro del frente de la cabaña.

Perro Rojo salió descalzo al porche, todavía desaliñado y vistiendo los mismos pantalones caqui y la chaqueta verde oliva. Ben y Drum espiaron con cuidado por la puerta detrás de él. Yo alcanzaba a ver el vello rojo en el pecho de Perro Rojo. Examiné mis sentimientos hacia él. Nada perduraba excepto un gran aversión.

"¡Sal ya mismo de mi propiedad, Ruby! -bramó. Su voz estremeció el bosque.

Ruby arrojó otra piedra. Sonó como si alguien hubiera golpeado una lata de basura.

-Tienes suerte que no queme todo este lugar -gritó Ruby, recogiendo un tablón de madera y descargándolo sobre el viejo arado herrumbrado-. Me robaste mis tenazas y no lo niegues.

-No te robé las tenazas, vieja bruja -respondió Perro Rojo-. ¡Ahora vete de aquí!

~ Te arrepentirás, bastardo. Traeré a la policía india. Te obligarán a devolverme mis tenazas.

-Hazlo y veremos qué pasa. Les contaré 10 que has estado haciendo.

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-No te at.reverías -vocifero Ruby, lanzando otra piedra, esta vez a la ventana. La piedra pegó en el alféizar, rebotó y rompió el vidrio-. ¡Te enseñaré a no robar tenazas que no te pertenecen!

Yo no podía creer 10 que estaba ocurriendo. Un pode­roso hechicero y una hechicera se peleaban por unas tenazas. No tenía ningún sentido.

Ruby arrojó una botella de gaseosa vacía. Ésta aterrizó a los pies del porche, dio en un pedazo de baldosa y estalló. Fragmentos de vidrio volaron en todas direcciones. Perro Rojo saltó hacia atrás y Ben y Drum desaparecieron por completo detrás de la puerta.

Ruby era extraordinaria. Pese a su ceguera, de alguna forma sabía la distancia ~xistente entre ella y las piedras pol­vorientas que conformaban los endebles cimientos del porche de Perro Rojo. Los pedazos de botella habían caído formando un semicírculo muy cerca de los pies de Perro Rojo. Tanta precisión no era una coincidencia. La ceguera no incapacitaba a Ruby en 10 más mínimo. Giró un pocp la cabeza como un viejo cuervo ladeando su cabeza. Sus ojos opacos, jamás vuel­tos directamente hacia Perro Rojo, se veían fríos e inmóviles en la pálida luz.

-Sé que estás tramando algo, Ruby -gritó Perro Rojo. Agitó un brazo-. Vete de aquí de una vez.

Entró en la cabaña y dio un portazo. Ahora Ruby empezó a armar un alboroto en serio. Pro­

fIrió gritos agudos y chirriantes como los de un pájaro y, cloqueando, prosiguió contoneándose como un pavo. Arrojó piedra tras piedra sobre el techo de chapa. Final­mente, la puerta volvió a abrirse y Perro Rojo reapareció ... indignado. Tenía la cara roja y una expresión ame­nazante, su barba y pelo rojos sobresaliendo en todas direcCiones. A pesar de que me encontraba bien oculta, em-

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pecé a temblar. Agnes se parecía al árbol detrás del cual se escondía.

"Esta es mi propiedad, Ruby -chilló Perro Rojo-. ¡Será mejor que acabes con todo esto!

Ruby también chilló. -¡Ja! ¿Y qué haces tú en la reservación, eh? ¿Por qué

no vives con la gente blanca? Ninguno de los indios te so­porta ... Apestas, asqueroso wasichu.

-No es asunto tuyo donde yo viva -replicó Perro Rojo-. Puedo vivir donde se me antoje.

-¡Dame mis tenazas! -Note las daría aunque las tuviera. -¡Quemaré este maldito lugar! -¡lnténtalo y habrá un~ vieja muerta! Ben y Drum se ocultaban detrás de Perro Rojo, asin­

tiendo con aprobación. Perro Rojo ardía de ira y, aparente­mente, Ruby también.

"Sal de aquí, Ruby -gritó Perro Rojo-. Todos saben que estás completamente loca. Y es verdad.

-¡Vete al carajo!-gruñó Ruby. Caminó por el costado de la cabaña y abrió la puerta del

cobertizo de herramientas de P~rro Rojo. Adentro, hizo resonar metales. Los hombres, con Perro Rojo a la cabeza, dieron unos pocos pasos hacia ella .•

"Lo sabía -exclamó-. Las encontré. Salió del cobertizo, blandiendo su hallazgo. -Esas tenazas son mías -se apuró a decir Perro

Rojo-. Las compré en una liquidación en Brandon el verano pasado. No las robé. -Se adelantó, pero no abandonó el porche. -De todos modos, no son tenazas, vieja estúpida. Lo que tienes en la mano es una pinza, ¿no es cierto, Dnun?

-Sí --contestó Drum con voz ronca-. Por supuesto que sí. Es una pinza.

223

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l

-Demuestren un poco más de respeto por mí -gritó Ruby-. No soy tan crédula. No me importa qué sea. ¡Es mía!

-¿Para· qué quiere una vieja como tú unas tenazas? -preguntó Perro Rojo con un gruñido.

-Para hacer una cerca grande alrededor de mi cabaña que mantenga lejos a los ladrones de herramientas como tú.

-Devuélveme esas tenazas o ... -¿O qué? -¡Te las quitaré! -Sería muy propio de ti apoderarte de algo que previa-

mente robaste a una anciana ciega. . -Vieja maldita ... -gritó Perro Rojo. Golpeó el piso

con un pie y la pared de la cabaña COn un puño. Ruby se volY.ió y comenzó a caminar hacia el camino

con expresión desafiante. Contoneaba las caderas y mantenía la pinza en alto. .

"Vamos -dijo Perro Rojo a Ben y Drum-. ¡No pode­mos permitir que se salga con la suya! -Tenía el rostro aún más colorado y sus ojos brillaban con furia. -jAtrapémosla!

Los tres hombres echaron a correr hacia el camino, per­siguiendo a Ruby. Grit;aban como enloquecidos. La puerta de la cabaña quedó entreabierta.. .

Me volví hacia Agnes para preguntarle si debíamos ir en ayuda de Ruby. Agnes estaba de pie allí, pero desapareció en un segundo y giré la cabeza a tiempo para verla entrar en la cabafta. Era como si hubiera dado un salto de treinta metros y aterrizado silenciosamente en el porche. Luego reapareció, pare­ciendo atravesar una parte de la puerta. Sonreía y sostenía una calabaza en la mano. Entonces, hizo un movimiento extraño hacia adelante y de pronto volvió a estar de pie junto a mí.

Yo estaba tan asustada que me dolía el estómago. Quise encogerme, pero antes de que pudiera hacer nada, Agnes me abofeteó.

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-Eso no servirá. Sé una guerrera -me ordenó. Corrimos hacia la cabaña de Agnes, yo jamás había co­

rrido tan rápido. De improviso, Ruby apareció corriendo junto a nosotras. Sucedió tan inespetadamente queme aterroricé.

-¿La conseguiste? -preguntó Ruby a Agnes. -Sí -contestó Agnes; jádeando.La tocó con la pequeña

calabaza adornada con abalorios. Sus risas diabólicas retumbaron en el estrecho sendero.

Cuando llegamos al frente de la casa de Agnes, nos dejamos caer al suelo. Yo reía cOn histeria.

"Deberías haber visto la cara de Perro Rojo cuando em­pezó a perseguirte "'""'-señaló Agnes a Ruby-. Eres tina zorra. -Estalló en una carcajada.

, Se palmearon' y se feliCitaron la una a la otra. Saltaron en el pasto, se dejaron caer y rodaron sin parar de reír.

-¿Cómo lograste zafar de ellos, Ruby? -pregunté; poniéndome seria con brusquedad.

--,-Les hice pensar que me habían asustado. Tiré la pinza y huí.

-¿Y si Perro Rojo saquea tu cabaña? -inquirí alar­mada.

Ruby y Agnes me miraron fijo. -No, eso sería engañoso ...,.-respondió Ruby con expre­

sión pensativa-o No creo que fuera capaz. Yo no saquearía su cabaña. No soy ese tipo de persona.

-Sí, pero esta noche lo hiciste -repuse. -No -dijo Ruby-. Simplemente recobramos algo que

pertenece a July, ·su espíritu. -Cada confrontación con Perro Rojo es un desafío a su

poder personal, Lynn -intervino Agnes. -No lo sé -dijo Ruby-. A veces resulta muy abu­

rrido. Yo estaba totalmente confundida, pero reí de nuevo.

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Las tres nos acordamos de July en el mismo momento. Nos volvimos y la miramos. Seguía sentada donde la habíamos dejado, con el plato de comida y el agua ahora dados vuelta. Sopló la flauta con debilidad. Sus ojos estaban opacos.

-Tenemos que devolverle su espíritu -acotó Agnes-. Volver a despertar la pintura reflejada.

Ruby y Agnes se agacharon sobre July y la condujeron al centro del frente de la casa. JuIy se mostraba dócil.

Ruby acomodó a July mirando hacia el oeste. El sol estaba debajo del horizonte, pero la última claridad no había terminado de desvanecerse. Ruby guió a July de la cintura y la hizo pararse en un punto determinado. Agnes· caminaba detrás de July.

LflS ancianas trabajaban pausadamente, sin prisa. Cuando todo pareció estar en orden, Ruby hizo una seña a Agnes. Agnes levantó la calabaza directamente sobre el cabello de July, desde atrás. Ruby presionó el estómago de la muchacha, Agnes retorció sus manos en la calabaza y sentí un estallido como el de un disparo. Un penacho de humo giró sobre la cabeza de luly y pareció ser absorbido dentro de ella por un hilo plateado.

Por segunda vez aquella noche, me encorvé de dolor. -Trae una manta para July -me gritó Agnes. Caminé vacilante hacia la cabaña y regresé con una manta

de la cama de Agnes. Ruby la puso alrededor de los hombros de July.

Cada una la tomó de un brazo y la hicieron caminar de un lado al otro, estimulándola con susurros.

-¿Qué ocurrió? -pregunté. -July cruzó al otro lado -explicó Agnes. , -Nunca más permitas que el maldito de Perro Rojo te

vuelva a engañar -advirtió Ruby a July. July se sostenía la cabeza entre las manos. No era la

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misma persona. Sollozaba suavemente. Luego sus ojos se iluminaron y esbozó una sonrisa. -No podía regresar. ¿Hay algo para comer? -Busca charqui de ciervo para July, Lynn -dijo Ag-

nes. Todas caminamos hacia la cabaña. -¿Qué hace esto aquí? -preguntó July, recogiendo del

suelo su flauta abandonada. '-()h, no -gritó Ruby. Le-arrebat6 la flauta, la partió

en dos sobre su rodilla y arrojó los pedazos al aire. July se encogió de hombros. Se oyó un súbito aleteo y el cuervo se posó en el hom­

bro de July y le graznó fuerte al oído. Agnes se volvió hacia mí. -Cuervo ha estado volando buscando el espíritu per­

dido de July. Es su pájaro. Ahora se han vuelto a unir. De­beríamos estar felices.

Dentro de la cabaña, July comió con voracidad. Cuando terminó, nos presentaron. Presentí que ella sabía muchas cosas que aún me faltaban aprender.

Más tarde esa noche, después de que Ruby y July se marcharon, permanecí en silencio en mi bolsa de dormir, preguntándome qué vendría después. Nada tenía sentido.

Lo único que sabía con certeza era que todavía quería el cesto del matrimonio.

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Te dejo dentro del espejo de la creatividad y tocando el. circulo del mundo.

Hyemeyohsts Storm

Agnes me despertó con suavidad. Era npche cerrada. Aún después de que Agnes encendió la lámpara, era como si alguien hubiera corrido una cortina negra a través de la ven­tana. Los ojos de Agnes me dijeron que debía enfI:entanne a un desafío inmediato. Mientras me ponía los vaqueros, noté que se me crispaban los dedos.

-Perro Rojo se va a enloquecer de ira si te atrapa me-rodeando por su cabaña -manifestó Agnes como si tal cosa

Se me contrajo el estómago. -Apuesto a que sí. -Debe de estar ansioso por vengarse. Tienes que ser

muy cuidadosa. Perro Rojo posee un millón de trucos. Ya viste lo que le hizo aJuly ... estuvo muy cerca de morir. No debes hacer nada ni tomar ninguna decisión sin antes consul­tarlo conmigo. Puedes seguir vigilando en busca de una opor­tunidad, pero no intentes tomar el cesto. ¿Comprendes?

-¿Te refieres a que no debo dar ni un solo paso hacia la cabaña sin preguntarte primefo?

-Eso es. No puedes darte el lujo de volver a equivo­carte.

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-¿Todavía quieres que vaya allí y esté atenta a alguna oportunidad?

-Sí, pero si Perro Rojo coloca el cesto del matrimonio delante de tu nariz, regresa y consulta conmigo antes de inten­tar tomarlo.

-¿Para qué ir si no puedo hacer nada por conseguirlo? -Ir allí y vigilar es una prueba de tu habilidad y volun-

tad como guerrera. No permitas que descubran tu escondite. Esta contienda se ha vuelto muy grave. Es un asunto de vida o muerte.

Respiré hondo y me senté a tomar un magro desayuno, obligándome a comer. Pensé en todos los días en que había espiado la cabaña para robar el cesto. Mi objetivo parecía estar alejándose de mi alcance.

-¿Por qué me envías tan t~mprano? -Perro Rojo duerme como un tronco y se despierta

tarde. Qu¡~ás esta vez no perciba tu presencia. Es tan endemo­niadamente impredecible ... no se me ocurre otra cosa.

Era la primera vez que Agnes demostraba falta de seguri­dad en sí misma. Echó su silla hacia atrás, se levantó y se paseó por la habitación con lentitud.

"Espero estar diciéndote lo correcto, Lynn. Simplemente no sé qué deberías hacer. Sólo estoy segura de una cosa, si te acorralan: aférrate a tu pendiente y salva tu vida. ¿Estás con­vencida de que aún deseas ese maldito cesto?

-¿Qué clase de pregunta es ésa, Agnes? Por supuesto que deseo el cesto.

-Tal vez me esté volviendo senil, Lynn. -Sacudió la cabeza.- Sería mucho más fácil para mí si regresaras a Be­verly Hills.

-¡Agnes! ¿Qué te pasa? -Ve a buscar ese cesto y no vuelvas hasta que 10 con-

sigas.

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-Acabas de decirme que no haga nada sin preguntarte primero, Agnes.

-Bueno, si te dije eso, .será mejor que lo hagas. Experimenté un extraño estremecimiento. -Por favor, no me confundas, Agnes. ¡Por favor! Contestó en crL "No comprendo qué dices. Por favor, no me hagas esto.

-Un profundo pánico me estaba invadiendo. Agnes no respondió. Comenzó a gesticular ... ¡a usar un

lenguaje de gestosl Corrí hacia ella y la sacudí. .. parecía estar débil.

-¡Lynn! ¡Lynn! -gritó Agnes con fuerza-. Perro Rojo me está atacando. Haz lo que te dije primero. Regresa. Espero seguir viva para entonces.

-¿Puedo hacer algo por ti? -vociferé-. -Sí, márchate. Ahora. No permitas que te maten. Me puse un suéter marrón y tomé unos trozos de char­

qui. Apretujé la carne en ambos bolsillos. Agnes me abrazó en la puerta. -Estoy llena, Pequeño Lobo. Ten cuidado con los pe­

rros. Era obvio que Agnes me había confundido con su hija

muerta hacía tiempo. De pronto, profIrió un gran grito, se agarró la garganta y cayó al piso pateando.

"¡Atrapa a ese demonio! ~xclam6-. ¡Atrápalo! Yo también empecé a gritar. Agnes se puso de pie de un salto. -¿Despierta ahora, querida? -preguntó con voz sarcás­

tica pero lúcida. -Sí -balbucí con la garganta dolorida de tanto gritar. -Te gustan los actos, ¿no, Lynn? Te estaba poniendo a

prueba para saber si es posible confiar en que actúes inde­pendientemente. No es posible.

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-¿Quieres decir que todo fue un acto, una simple broma? -No sabía si me sentía aliviada o estaba loca.

-No fue una broma. . . sino una prueba. Aún no estás lista.

-Creo que no fue muy justo. . -¿Eso piensas, Pobre Vaca? Bueno, Perro Rojo creerá

10 mismo cuando te destruya. Le parecerá injusto que seas tan débil. -Me miró de arriba abajo. -También te engañé para resquebrajar tu solidez. Ésta puede ser la única posibilidad que tengas. de robar el cesto, y deseo que tengas éxito. De modo que regresa rápidamente y cuéntame todo 10 que con­sideres de importancia.

-De acuerdo --convine. La miré un momento y abandoné la cabaña. No \labía

estrellas en el negro cielo matinal, pero mis pies sabían por dónde correr, y cómo hacerlo en silencio. El único sonido era el ulular distante de un búho.

Me arrastré por el tupido matorral a unos cien metros de la cabaña de Perro Rojo. Acorté la distancia a más o menos cuarenta metros y me escondí. Los primeros rayos de luz irrumpieron en el horiwnte mientras yo pennanecía acostada y quieta, observando y esperando. Alrededor de las nueve, Drum salió de la cabaña bostezando y con una taza de café en la mano. Se sentó en los escalones y sorbió de la taza de lata.

-Maldita alborotadora -masculló. Sonreí y pensé en Ruby arrojando las piedras. Drum se volvió y gritó: ''Levántate, Ben. Es hora de trabajar. Oí contestar a Ben, pero el sonido fue demasiado con­

fuso para aislar las palabras. Cuando Ben salió, llevaba una taza de café y la cafetera. Ambos bostezaron e hicieron co­mentarios chistosos, se desperezaron y rascaron.

Entraron en la cabaña y estuvieron allí más de una hora,

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después volvieron a salir, vestidos con ropa de trabajo an­drajosa en vez de los acostumbrados vaqueros. Arrastraron un enonne rollo de tela metálica desde el cobertiw hasta el porche delantero, luego regresaron en busca de martillos, sierras, palan­cas, pinzas, bandejas de clavos, cadenas, grampas y otras cosas que no pude reconocer. Era una extraña mezcla de chatarra diseminada en el porche y Ben y Drum se quedaron mirándola como si se encontraran frente a un complejo problema de M~L .

-¡Esa maldita vieja! -gritó Drum, levantando un mar­tillo pesado y arrojándolo de vuelta al suelo-. De no ser por ella, no tendríamos que hacer todo este trabajo.

-Sí -repuso Ben con su típico hábito monosilábico. -¿Quieres enrollar y que yo corte Q quieres cortar y que

yo enrolle? Ben se rascó la cabeza. -Me da lo mismo, siempre y cuando terminemos pronto. -Te diré 'cómo haremos -aventuró Drum-. Yo me

pararé en el borde de la tela y tú enrollarás y cortarás.

Ben. -¿No crees que primero deberíamos medir? -preguntó

Ahora fue el tumo de Drum de rascarse la cabeza. -Oh, claro, no se me ocurrió. Hubo una discusión en cuanto a quién sostendría qué

extremo del centímetro. Drum perdió. "Noventa y nueve. .. un metro cinco para estar más

seguros. Eso es, un metro cinco --expuso Drum, sosteniendo el centímetro contra el marco de la ventana.

-No puedo acordarme de eso -dijo Ben. -¡Entonces busca un maldito lápiz! -Está bien. No tienes por qué gritar. Al cabo de unos minutos, Ben volvió con un lápiz y un

papel.

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"¿Cuánto dijiste que era, Drum? La medición de las ventanas de la cabaña tomó una

eternidad. Ben tuvo que buscar un banco para la ventana la­teral y una escalera de mano para la ventana trasera.

Se quejaban de Ruby todo el tiempo. Maldecían y dis­cutían sin cesar y la tarea más insignificante parecía requerir un . debate. Sin embargo, invariablemente, se decidían por la forma de proceder más ridícula.

-¡Maldita vieja! --exclamó Ben en tanto desenrollaba la oxidada tela metálica. Drum sostenía el extremo parándose sobre él.

Cada vez que Ben soltaba el rollo para cortar un pedazo de tela con unas tijeras de hojalatero de mango largo, el rollo se enrollaba solo instantáneamente rasguñándolp o cortándole la mano.

"¡Ay, carajo! ¡Esa vieja asquerosa! -Dámelas -dijo Drum, arrebatándole las tijeras-o Dios,

no puedes ser más tonto. Déjame hacerlo a mí. Dio un paso demasiado largo hacia adelante, olvi­

dando que estaba parado sobre la tela combada para sujetarla. El rollo se disparó hacia arriba y le rasgó los panta­lones.

"¡Mierda! -gritó. Su voz resonó a través de los árboles. Se tocó los pantalones rotos-o Mira lo que me hizo esa bruja.

Les llevó horas encajar en las ventanas los pedazos despare­jos de tela metálica. Era como un enorme rompecabezas geo­métrico. Estaban en eso, cuando apareció Perro Rojo.

-¡Idiotas! ¿Por qué tardan tanto? -gruñó. Ben y Drum retrocedieron ante su furiosa mirada. --Claven eso de una vez y rápido. ¡Vamos, muévanse!

Ben y Drum tomaron unos martillos excesivamente gran­des y comenzaron a clavar clavos al azar. Mientras los obser­vaba, Perro Rojo sacudió la cabeza con desagrado.

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"Miles de millones de personas y me vengo a ensartar con dos tontos como aprendices.

Ben y Drum martillearon a mayor velocidad. "Quiero los candados en la puerta del cobertizo antes del

anochecer ---'bramó Perro Rojo--. Más les vale que estén colocados para entonces.

Ben y Drum ahora martilleaban como enloquecidos. "Ya no se puede confiaren nadie -añadió Perro Rojo

frunciendo el entrecejO-. Me vengaré de ellas. Haré que su chica blanca pague por esto.

Regresó al interior de la cabaña dando un portazo. Recordando la fotografía del cesto del matrimonio que

había visto hacía ya tanto tiempo, miré fijo la cabaña y traté de imaginarlo· allí d~ntro. En cierta forma, Agnes había re­forzado mi deseo por el cesto y prefería morir antes que re­nunciar a él.

-¡Aaay! -Drum dio un respingo. Soltó el martillo y mantuvo su pulgar entre las piernas, aullando de dolor.- ¿No puedes hacer algo, Ben?

El alambre tejido se dobló hacia adelante y cayó al suelo desde la ventana donde Drum lo había estado clavando.

Yo sabía que esos tres hombres eran alquimistas del más alto nivel, pero en el plano físico, por lo menos, resultaban absurdamente ineficientes. Ben y Drum parecían frustrar sus propios esfuerzos a cada rato. Era una interminable comedia tortuosa de incompetencia, como una mala película.

Perro Rojo reapareció en varias ocasiones, agitando los braws y maldiciendo. Cuando los vigilaba de cerca, Ben y Drum cometían errores especialmente burlescos. A Ben se le cayó una palanca curva en el pie y Drum martilleó con tanta fuerza que hiw añicos el vidrio. Parecían competir para ver quién podía ser más idiota.

Perro Rojo fmalmente se dio por vencido con disgusto y

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dejó a Ben y a Drum librados a sus propios recursos. Ya entrada la tarde, habían tenninado todas la ventanas. LlJego clavaron unas tiras grandes de metal en la puerta del cobertizo de herramientas y colocaron una aldaba y un candado. Mien­tras Druni se echaba hacia atrás para admirar la obra manual, Ben arrastró afuera una inmensa barra de hierro.

-¿Qué diablos vas a hacer con eso? -inquirió Drum. -¿Qué crees? Voy a ponerle candado a la letrina. No

me sorprendería nada que Ruby deslizara una serpiente de cascabel en el pozo.

-Creo que Ruby no haría eso, Ben. -No me importa. Lo pondré de todos modos. -Bueno, jamás volverá a entrar en el cobertizo, a menos

que use un cartucho de dinami.ta. -Sí; Bueno, tampoco entrará en el cagadero.· -Ben

arrastró la cuña de viejo hierro oxidado a través del frente de la casa. -¿No piensas ayudanne? -gritó a Drum-. Después de todo tú también 10 usas. .

Drum ayudó. Era muy tarde cuando los candados estu­vieron en su sitio y las herramientas guardadas.

-Mira esas . ventanas -comentó Drum. -Esa letrina es mejor que un baño público, viejo -aco-

tó Ben. -Creo que hicimos Wl buen trabajo, ¿no? -Claro· que sí. Deberíamos dedicamos a la construc-

ción. Diablos, apuesto a que podríamos ser ingenieros si nos 10 propusiéramos.

Perro Rojo salió de la cabaña y se acercó a ellos. -Ustedes dos no podrían construir ni un comedero de

pájaros. Ben y Drum se mostraron abatidos. Perro Rojo meneó la

cabeza con tristeza. Yo reía pese a mí misma. La escena era graciosa.

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-Hicimos lo mejor que pu~os, Perro Rojo ~ijo Ben con voz dolida.

-¿Qué esperabas? -preguntó Drurn--. Después de todo no somos carpinteros~

Entraron en la cabaña antes de que yo pudiera oír la respuesta de Perro Rojo. Traté de relajanneun poco. No pasó nada durante un tiempo, luego Perro Rojo, Ben y Drum irrum­pieron fuera de la cabaña, cerraron la puerta de un golpe y se pusieron a gritar y vociferar en el crepúsculo. Rodeándose con los brazos y cantando se alejaron a los tropezones· por el camino. Me quedé mirándolos hasta que desaparecieron de la vista. Supuse que iban de parranda a Crowley. Estaba segura de que se encontraban borrachos.

No me atreví a,intentar robar el cesto sin consultar primero a Agnes ... no después de la experiencia de esa mañana. Corrí lo más rápido que pude a su cabaña y me abalancé sobre la puerta, tan jadeante que no podía hablar. Agnes me examinó con la mirada desde su silla.

-Agnes --dije con excitación-o Creo que se fueron. Se alejaron 'tambaleando y cantando hacia el pueblo. Están borrachos.

-Es posible -replicó Agnes y se puso de pie-o Tu oportunidad ha llegado. Asegúrate de que no te engañen. No pierdas el coraje, Lynn, y recuerda todo cuanto te he enseñado. Ahora ve y roba el cesto.

Me marché a toda prisa. Estaba oscuro; la luna producía un suave reflejo en el cielo despejado. Me detuve amos cuarenta metros de la cabaña de Perro Rojo. No se veían señales de vida por ninguna parte y la cabaña estaba a oscu­ras. Temblaba. Avancé Wl tanto, me arrodillé detrás de unos arbustos y palpé con mis manos la tierra húmeda~ Luego me adelanté otro poco más y me agazapé detrás de la silueta de Wl tocón de árbol.

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-Hola, querida -dijo Drum de repente. Se me heló la sangre. Me di cuenta de que estaba afe­

rrada a su pierna. Drum había doblado su cuerpo adoptando la forma de un árbol desnudo ... inclinado, con los brazos col­gando de modo grotesco. En la oscuridad, no podía distinguir su forma de la de los arbustos circundantes. Le solté la pierna y retrocedí, aterrada.

Otra figura imprecisa se hallaba de pie a mi derecha inmediata, y una tercera a mis espaldas. Me tenían rodeada.

-¡ Vete de aquí, señorita, o clavaré tu trasero a mi pared! Era Perro Rojo. Las tres siluetas oscuras se cerraron más

a mi alrededor. Grité y huí, oyendo la estruendosa risa de Perro Rojo detrás de mí. Tropecé con un tocón y caí de cabeza, me incorppré y corrí por el sendero hacia la cabaña de Agnes.

-¡Agárrenla! -gritó alguien-o ¡Allí va! Ben y Drum comenzaron a perseguirme lanzándome

piedras. Tenían buena puntería y cualquiera de ellas podría haberme destrozado el cráneo. Los hombres no paraban de reír.

Corrí y corrí por el camino rocoso hacia la casa de Ag­nes y recién comprendí que estaba fuera de peligro cuando atravesé la puerta.

-Me engañaron -grité-. Estuvieron a punto de ma­tanne.

Agnes rió. -No se habrían molestado en matarte porque tu intento

fue muy gracioso.

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Yo tenía ganas de llorar. -A mí no me pareció nada gracioso. Agnes me dirigió una mirada pícara. -Sabía que Perro Rojo te estaba engañando -manifestó. -¿Lo sabías y de todos modos me enviaste aUí? -Sí. Quería ver qué harían. No bien me dijiste que

estaban borrachos, supe que tramaban algo. Los· hechiceros jamás se emborrachan, sólo adoptan esa apariencia engañosa. Tenía que mostrarles cuán débil eres para embaucarlos. Los engañaste al caer en su trampa. Ellos no sienten respeto por ti. . . ni el más mínimo. Eso es bueno. No sentirán la nece­sidad de protegerse de ti. -Me sirvió una taza de té tibio y la empujó hacia mí. -Siéntate -agregó-. Nada te suce~rá en este momento. Bebe. Disfruta de un poco de té.

Sorbí unos pocos tragos. "Verás, Lynn, esos tipos creen que eres una mujer tonta

y estúpida que no constituye una amenaza para nadie. Supo­nen que te sentirás avergonzada de ti misma y que te marcha­rás. Mientras piensen eso, son vulnerables. Este es el mejor momento. Muchos humanos fallan, pero espero que seas ·fuer­te. Debes ser una cazadora, una guerrera. Tienes que enseñar­nos a todos qué es tener un sueño. Regresa y vigila durante la noche. Tu pasión por el cesto del matrimonio es irrevocable. Has venido a este mundo a descubrir tu camino. Lo has en­contrado y ahora debes tomarlo.

Agnes se levantó de la mesa y fue hasta la cómoda. Enseguida regresó con su morral medicinal y mi vestido y mocasines de piel de ante.

''Póntelos -dijo-. No los deshonres. Están llenos de energía de mujer.

Me desvestí con rapidez. El aire me hi~o estremecer de frío, pero la piel de ante me calentó enseguida. Su contacto era tan suave como una caricia.

Agnes tomó el morral medicinal. "Afuera -indicó-. Trae la manta. Obedecí y la seguí al frente de la casa. Me pidió que

extendiera la manta sobre el suelo y la alisara. "Siéntate -añadió con severidad. Nos sentamos en extremos opuestos de la manta. Agnes

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puso el envoltorio entre las dos, desató las maracas que col­gaban de él Y desenrolló el cuero, exponiendo el contenido. Separó y desplegó todo. . . Varias cintas negras, amarillas y rojas, flores secas, cristales de cuarzo, pedazos d~ cabello o posiblemente cueros cabelludos, una garra de búho, varias bolsas medicinales adornadas con abalorios y atadas en la parte superior, y otras cosas que no pude identificar.

Se inclinó hacia adelante y entrelazó dos plumas de búho en mi cabello.

"¿Alguna de estas cosas te dice algo? -me preguntó, señalándolas.

-No 10 sé. Sentí una repentina fuerza procedente de algo que se

asemejaba a una piedra áspera. ''Eso -dije, apuntándole con el dedo. Agnes asintió con aprobación. -Ese es un anciano. Tiene más de noventa años ... un

botón de peyote anciano. A menudo percibo su poder. Mientras mis ojos examinaban los objetos, reparé, junto

a unas plumas, en la mitad de un billete de veinte dólares. -¿Dónde conseguiste eso? -inquirí casi sin respirar. Pensé en Guatemala y en el joven indio que había par-

tido en dos mi dinero. Aún llevaba conmigo una mitad. -Es dinero roto del sur y habló de tu venida. Me puse pálida. Agnes tomó una pipa pequeña y me la entregó. Sostuve

la delicada boquilla en mi mano. Agnes colocó cuatro plumas de águila en un círculo, con sus cañones huecos mirando hacia adentro, casi tocándose.

"Cada pluma representa una de las direcciones -ex­plic6-. Esto es una señal de que te encuentras en el centro de la morada.

Le devolví la pipa. Extrajo un tabaco amarillo, grueso,

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del interior de una de las bolsas de cuero con abalorios y lo apisonó en el cuenco de la pipa, luego la encendió· y dio varias fumadas. '

"Quiero que absorbas mucho de este humo-amigo -di­jo, entregándome la pipa-o Aspira profundamente y frota tu estómago.

La pipa era tibia . y suave, como un hueso nuevo. El humo agridulce me embriagó.

''Podemos alzar esta pipa juntas. Las ancianas te acom­pañan en la realización de tu sueño. Este humo-amigo es un invitado del tipi lloroso de la anciana que habla con las rosas.

El rostro de Agnes parecía resaltar mientras hablaba. Su voz era reconfortante. Mis oídos sufrían una presión· como de aire comprimido y sentí que era importante decir a Agnes que la respetaba y la amaba.

Descubrí que en realidad podía comer el humo como si fuera una substancia de algodón fmo. Agnes parecía una mu­chacha de dieciocho años, con sus largas trenzas deslizándo­se1e por la espalda. Traté de hablar de mi comprensión inte­rior, pero todo, cada pensamiento, parecía derrumbarse hacia oentro. Había estado sentada sobre la manta durante toda una eternidad y ese momento jamás cesaría de ser.

Agnes tomó la pipa encendida de mis manos. -Esta pipa medicinal ha sido fumada durante miles de

años y esta hierba dulce es una hierba secreta. La mujer cons­tituye su espíritu. Es un regalo a la guerrera que hay dentro de ti para que te fortalezca en la batalla.

Se puso de pie y me indicó que la imitara. Mi cuerpo pareció incorporarse con una voluntad propia y desconocida.

"La dama blanca del norte que vive en el bosque y con­trola todos los animales está escuchándonos. Pero también existen falsos hechiceros que desean robarte el poder de este sitio heyoka. Con este humo-amigo, los verás. Ellos hacen

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flechas largas y puntiagudas contra tus hennanas. Se alimen­tan de tus sueños sin tomar tu hambre en consideración. Sus morrales contienen medicina mala y sus corazones son malva­dos ..

Golpeó el suelo con un pie. ''Hazlo -me instó. Golpeé el suelo. ''Hija mía -dijo Agnes-. Mi lobo astuto. Ha llegado el

tiempo de que mires al. sudeste, el lugar de los grandes jefes de la paz. Las mujeres estuvieron allí primero. Ahora la mujer debe estar allí otra vez y equilibrar el campamento. Esta pipa debe ser asida equitativamente sobre la tierra. Mi corazón estará lleno si triunfas.

Sacó una especie .de harina de una bolsa de Cliero y la esparció sobre mí. Del interior de su camisa extrajo un cuchillo con vaina de cuero de ante. Lo desenvainó. Tenía una hoja de pedernal astillada. Levantó la mano y hundió la punta en su pulgar.

La sangre rodó por la palma de su mano y su muñeca y goteó sobre la manta. Apoyó el dedo lastimado sobre mi cabeza. Sentí la sangre húmeda. Agnes no retiró la mano.

"La sangre que pinta tu frente es la sangre de una hechi­cera. Es sangre buena del río dulce de mi cuerpo. Mi sangre enlaza a todas las mujeres. Soy una autoridad heyoka y así lo digo. Tu camino rojo contiene todos nuestros corazones. Me complace marcarte el camino.

Me dio la vaina y el cuchillo, que ahora parecía ser de hueso o marfil en vez de pedernal astillado. Parecía muy filoso.

"Póntelo en el cinto. Este cuchillo es sagrado, traído de lo lejano. Si logras tomar el cesto, éste es el único cuchillo que puede cortar las fibras. Comprenderás a qué me refiero si logras acercarte al cesto del matrimonio.

Envainé el cuchillo y me lo puse en el cinto.

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"Ahora siéntate aquí en la manta. -añadió Agnes-. Pennanece quieta y en silencio. En lo profundo de esta noche he percibido la presencia de la gran dama blanca del norte. Si eres elegida. para llevar a cabo esto, ella enviará un animal para hablar contigo. No temas ... puede enviar un ciervo o un tejón, o inclusive un zorrino. Puedes quedarte aquí hasta la salida del sol. Si nada sucede, márchate. Pero si se te apro­xima un animal, considérate doblemente afortunada. La pro­fetisa eterna te ha hecho tan sagrada como ella misma.

Enrolló su envoltorio y volvió a atarlo. Cuando me di cuenta de que se disponía a irse, mis peores temores retoma­ron.

-Pero Agnes -dije-, esos tres nunca se alejan de la propiedad.

Agnes levantó la cabeza. -Te las tendrás que ingeniar para pasar inadvertida,

Lymt. Deberás deducir cómo. No pienses en eso o tu poder se agotará. Estás llena, puedo verlo.

Yo no me sentía muy llena. Me pregunté si el humo­amigo no me habría despojado de mi coraje.

-Agnes -imploré. -He hecho por ti todo cuando he podido. Quédate aquí.

Humo-amigo me ha dicho que la dama del norte que resplan­dece en luz azul está diciendo si debería enviarte un amante para ayudarte. -Se encogió de hombros.- Pero depende de ella. Recuerda, si utilizas el cuchillo, corta con rapidez.

Se volvió y se marchó, dejándome sentada en la manta. La noche era agobiante y oscura, y cerré los ojos. A mis espaldas, sentía el susurrar de los arbustos. No muy lejos, algo gruñía. Oí pisadas suaves a mi izquierda ... como de una criatura grande. Luego percibí un jadeo y un extraño olor almizcleño. Quise volvenne para mirar. En ese preciso ins­tante, la bestia hundió su hocico en mi cabello. Para mi es-

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l', l i( ;'1

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panto, me lamió el cuello. Era un animal con bigotes y de lehgua áspera.

Abrí los ojos y me encontré cara a cara con ~ lince. Tenía la boca abierta, jadeando. Se extendió hacia mí y em­pezó a ronronear. Lo acaricié. Los músculos ondulaban su largo cuerpo. De pronto, se alzó y apoyó las patas delanteras sobre mis hombros, de modo que me quedé mirando sus ojos verdes. Luego se apartó y se puso a correr juguetonamente a mi alrededor. revertía la dirección, giraba en el otro sentido, se detenía, ladeaba la cabeza como los gatos, y gruñía.

-Eres hermoso -dije. El lince era el animal de quien Agnes me había hablado.

El gato dio una última vuelta, luego se paró justo frente a II\Í, a unos quince metros de distancia. Se acercó, agitando sus garras en el aire y brincó pasando sobre mí. Me volví a tiempo para verlo alejarse con saltos largos y elegantes y desaparecer dentro de los tupidos arbustos.

Cerca de la cabaña de Perro Rojo, me arrastré a través de los matorrales, alcancé un lugar ventajoso y me detuve. Acostada boca abajo, me cubrí con tierra y hojas, observé y esperé.

Al despuntar el alba, los pájaros comenzaron a piar. Los insectos empezaron a saltar y aletear y hormigas pequeñas caminaban por mi mano. Las mariposas bailaban en el frente de la casa. Algo estaba a punto de ocurrir ... para bien o para mal. Todos mis instintos se hallaban prestos para la lucha.

Oí voces que no pude identificar provenientes de la ca­baña. Mis sentidos parecían intensificados. Luego Perro Rojo salió al porche. Advertí que los pájaros dejaron de piar.

-Ven aquí, Drum -gritó Perro Rojo.' La puerta se abrió 11 los pocos minutos. Drum apareció

con su taza de café. -¿Sí? -preguntó. - Tráeme mi vara para excavar. No la confundas con mi

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bastón. Saldré a buscar nabos silvestres para la cena de esta noche.

Drum entró en la cabaña y regresó con la vara. Perro Rojo la tomó y se encaminó hacia las colinas, al oeste, desa­pareciendo en el límite de los árboles. Drum se sentó en los escalones a beber su café. aen abrió la puerta de un golpe y realizó su visita habitual a la letrina, siempre corriendo.

-¿Qué apuro tienes, Ben? -No puedo esperar -replicó, abriendo el candado re-

cién instalado. Entró y cerró la puerta. Intercambiaron algunas palabras confusas. Drum fue hasta el cobertizo de herramientas. -Apúrate -gritó por sobre el hombro-. Necesito usarlo. Drum abrió el candado del cobertizo y .entró. Lo oí mal-

decir a Ruby y hacer ruido. Un hacha de mango largo aterrizó en el suelo afuera. Le siguió una cadena. Drum seguía gol­peando cosas, como si intentara encontrar algo.

¡Era mi oportunidad! Pegué un salto y me dirigí al cobertizo con mo­

vimientos seguros y rápidos. Sabía exactamente qué haría. Cerré la puerta del cobertizo y aseguré el candado en un instante, encerrando a Drum con las herramientas, tomé el hacha y la cadena y fui hada la letrina a veiilticinco metros de distancia.

-¡Eh! -gritó Drum, golpeando la puerta del cober­tizo-. ¡Eh! ¿Qué pasa? ¡Sáquenme de aquí?

Sentía como si me moviera en cámara lenta. Supe que nunca lograría cerrar la complicada cerradura de la puerta, así que envolví toda la letrina con la cadena, la até con un nudo y utilicé el mango del hacha para palanquear la cadena.

Ahora Ben empezó a golpear desde el interior de la letrina.

-¡Las pagarás! ¿Qué estás haciendo?

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Ambos, Ben y Drum, gritaban, maldecían y golpeaban las paredes, sus voces eran cada vez más hostiles.

Desenvainé el cuchillo y corrí hacia la cabaña. La puerta no tenía llave. Me tomó un momento adaptarme a la oscuri­dad adentro antes de verlo. El cesto, el exquisito cesto del matrimonio, estaba sobre una mesa en un rincón. Me acerqué para tomarlo.

De pronto, oí la voz de Perro Rojo. Me forcé para que el cuchillo en mi mano dejara de temblar. La puerta se abrió. ¡Era Agnes! ¿Acaso estaba sufriendo una alucinación?

-¿Qué estás haciendo aquí, Agnes? Estás arruinando todo.

-Dame el cuchillo -ordenó-. Ese no es el cesto ... el cesto del poder está escondido. ~erro Rojo ha vuelto a en­gañarte. -Dio un paso hacia mí.

. -¡Deténte, Agnes! -grité histérica. Le apunté con el cuchillo-. Deténte ahí mismo. -Mis brazos se sacudían con espasmos incontrolables.

Siempre había obedecido a Agnes, pero ahora algo es­taba terriblemente mal. Agnes me repugnaba. Era como si todo el universo se hubiera vuelto contra mí. Supe, sin em­bargo, que nada podría detenerme. Ni siquiera Agnes.

"Mírame, Agnes. Agnes me miró lentamente. Sus ojos eran crueles y de­

sesperados y supe que pertenecían a Perro Rojo. Debo de haber gemido de terror.

Ahora la chamarra y la falda colgaban de él como la ropa desechada de un espantapájaros, y fibras luminosas eran despedidas hacia él desde los lados del cesto del matrimonio. Perro Rojo estaba conectado al cesto por hilos de luz resplan­decientes. Su cuerpo parecía lanzar ondas y se estaba con­virtiendo en algo semejante a un montón de alambre. El rostro de un hombre pelirrojo con barba roja enmarañada comenzó a

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emerger con lentitud de la masa de alambre y la desintegrada imagen de Agnes. Mientras me gritaba que me apartara del cesto, su voz se hizo más ronca y se transformó en la voz de un hombre.

-¡Cómo te atreves a venir aquí! -bramó. Parecía un demente ... henchido de desprecio y superioridad.

Tomé el cesto. Lo sostuve, con fibras y todo, contra mi estómago y pateé la mesa frente a mí. Luego empecé a cortar los hilos fibrosos y luminosos con una fuerza que ignoraba poseer.

Perro Rojo me escudriñaba, encorvado, moviendo la cabeza de un lado a otro como si estuviera ebrio. Estaba juntanoo poder. Su postura era similar a la de un toro enojado pre­parándose para embestir. Luché por mi vida con cada corte de la hoja. Mientras cortaba, tiraba y movía el cesto sin cesar, haciéndolo girar contra mi cuerpo, sintiendo una fuerza ca­liente extenderse en mi interior.

"No sabes 10 que estás haciendo. Si me separas, modifi­carás las fuerzas del equilibrio. No cQmprendes. -Se mecía de izquierda a derecha y viceversa, aún ejecutando su danza de poder. -No le creas a Agnes. Es una mentirosa.

-No, Perro Rojo -grité-. 1ü eres el mentiroso. -y seguí cortando las fibras restantes.

De repente, Perro Rojo se tambaleó hacia adelante como un loco, metió la mano dentro de la estufa abierta y extrajo un manojo de brasas ardientes. Profirió un sonido horrible, me arrojó las brasas a la cara y se abalanzó sobre mí. Las brasas vinieron hacia mí como pelotas de béisbol brillantes. Algunas me golpearon y la sangre empezó a correr por mi frente, em­pañándome la visión. Perdí el equilibrio pero logré cortar la última fibra... sentí la tensión chasquear bajo la hoja. Perro Rojo cayó sobre mí y sostuve fuerte el cesto mientras nos estrellábamos contra el piso. Entonces, de pronto, el peso de

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Perro Rojo se apartó, y su cuerpo se convirtió en un débil resplandor sobre mí. Giré en el piso para apartarme y me puSe de pie mientras su luz comenzaba a disiparse. Parecía lan­guidecer. Gemía, aprisionado. Su piel empezó a colgar, como una red arrojada sobre su esqueleto~ Se retorcía y contorsio­naba. Perro Rojo estaba arrugándose y envejeciendo. Observé con espanto, sin dejar de aferrar el cesto. Luego la luz espec­tral se desvaneció y Perro Rojo quedó reducido a un anciano de cabello blanco.

Retrocedí y salí corriendo de la cabaña. Todo había ter­minado. Quizás estuviera loca, pero poseía una única certe­za. •. tenía el cesto. Podía sentirlo.

Parecía una entidad viva, tomo una serpiente enroscada, y entonces advertí que su tibia textura se mov$a. Contemplé su magnificencia· y sentí como si el cesto se me escurriera. ¿Qué estaba pasando? Tuve la impresión de que una parte del cesto era absorbida por mi cuerpo, dentro del plexo solar. Aún lo sostenía en mis manos y sin embargo, era como si ya no fuera parte de su propi~ forma.

Sentí sangre deslizándose por mi rostro y pensé que tal vez estaba delirando a causa de una herida Apretaba el cesto y lo miraba a cada rato para aseguranne de que no se me había caído. Luego experimenté una extraña sensación; fue como si estuviera corriendo sobre nú misma. Todo mi cuerpo comentó a temblar, sentía ondas subiendo y bajando por mi espina dorsal. No sé cuánto tiempo permanecí en ese estado de éxtasis, pero fmalmente, una gran luz estalló en mi cabeza y mi ser se silenció. Ya no tenía miedo.

No recuerdo cómo regresé a la cabaña, pero Agnes sonreía cuando me vio llegar.

-Dame el cuchillo -dijo. Me 10 quité del cinto y se 10 entregué. Agnes lo puso

dentro de su camisa

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Me desplomé y Agnes me sostuvo antes de que llegara al suelo. Cuando desperté, acostada en la cama, estaba oscuro, y Agnes frotaba ungüento maloliente en mi estómago y mi cabeza dolorida. Tenía el estómago magullado.

Las lámparas de querosén estaban encendidas. Afuera, Ruby·y July estaban sentadas a .la: luz de la luna cantando en cri. Agnes observaba atentamente mi expresión.

-¿Dónde está el cesto del matrimonio, Agnes? Quiero verlo.

-Está con tus cosas~ -Fue hasta la cómoda y lo le­vantó para que yo lo viera . antes de dármelo con cui­dado. -Ahora eres la guardiana del cesto, Lynn. Te pertenece, a ti y a todas las mujeres. El aspecto sagrado del cesto está ahora en tu interior ... ·conseguÍste lo gue viniste a buscar.

Asentí, maravillada del bienestar que experimentaba. Sólo puedo describirlo como el sentimiento que tuve cuando estaba embarazada. Sentía la presencia de vida dentro de mí.

"En uno o dos días· estarás bien -comentó Agnes con una sonrisa afectuosa-o A propósito, tengo algo más para ti. Es tiempo de celebración, tiempo de· visión.

Me senté en la cama y Agnes se acercó al estante. Tomó una bolsa de pipa adomadacon abalorios y me la entregó. Tenía piel de lobo a lo largo de la parte superior.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. Era la pipa que yo había hecho,. ahora adornada con cuentas y armada.

"Ahora tienes una pipa -dijo Agnes con ojos brillan­tes-o Sosténla con orgullo. Es la pipa de una mujer, una pipa sagrada. Las leyes del universo están en esta pipa, y tienes mucho que aprender. Tu aprendizaje recién comienza. Ahora puedes empezar a ver el mundo tal como es en realidad.

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Epilogo

Luego de las experiencias narradas en este libro, regresé a BeverIy Hills. Me reencontré con mis viejos amigos y volví a los lugares conocidos, pero todos se me antojaban meras som­bras en comparación con la memoria que guardaba de ellos.

Retomé mi rutina duránte unas pocas semanas, hasta que ya no pude soportarlo más. Sin decir nada a nadie, volé de regreso a Canadá a ver a Agnes. Cuando entré en la cabaña sin anuncianne, la encontré sentada en el piso, y me acomodé directamente frente a ella. Le di tabaco ... un cartón de ciga­rrillos norteamericanos. Lo tomó en silencio y 10 apoyó junto a ella sobre el piso de madera.

Parecía haber estado esperándome. -Todo ha cambiado -intenté explicar-o No sé qué

hacer. Quiero volver a tu mundo. Deseo que sigas enseñándo-me.

Agnes me miró con atención. -No -repuso con gran frrmeza-. Aún no es tiempo. -Me has dicho que todo cuanto he aprendido es sa-

grado y secreto, Agnes. ¿Es cierto? -Sí, es cierto. -¿No puedo contárselo a nadie, discutirlo con nadie? -No. -¿Entonces, qué debo hacer?

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Page 126: Mujer Chaman

Por un momento, me miró con fiereza. Mantuvo los brazos rígidos frente a ella, paralelos al piso, los puños cerra­dos. Luego abrió las manos despacio, conservándolas frente a ella, los dedos apuntando hacia arriba.

-:-¿Sabes qué significa esto? -inquirió. Sacudí la cabeza. -¿Es lenguaje de gestos? -Sí. Cuando despliegas los dedos de este modo, signi:-

fica dos cosas. Los dedos simbolizan las personas, y abrirlos significa soltar algo. Te estoy diciendo que trasmitas el mun­do del espíritu a tu gente. Echa a volar tu mensaje. Deja volar al águila.

-¿Qué quiere decir eso? -Has visto mucho, .sabes mucho; pero no es suficiente.

Te dije que llegaría un tiempo en que te verías forzada a escoger tu muerte. Ese tiempo es ahora. Escribe un libro y revela todo cuanto has aprendido. Luego podrás regresar a mí.

Mientras me alejaba de Agnes por el camino irregular, me repetí una y otra vez los versos de un poema de Robinson Jeffers:

"El Águila y el Halcón con sus grandes garras y cabezas crestadas despedazan la vida:;

El Buitre y el Cuervo esperan la muerte para reblandecerla. El poeta no puede nutrirse de este tiempo del mundo

Hasta no haberlo despedazado. y despedazdndose a si mismo. "

)

Page 127: Mujer Chaman

Carlos Castaneda

El segundo anillo de poder

La vida transcurre en diversas dimensiones. Este libro las explora todas, introduciéndose en un mundo extraño y alucinante. Lucha o iniciación' mágica, rito o realidad, poco importa que los hechos sucedan o sean símbolos de un conflicto interior. Una de las obras más celebradas de

Carlos Castaneda, autor de El fuego interior.

El fuego interior Cada libro de Carlos Castaneda es como el súbito resplandor de una luz en la oscuridad de la noche. En El Juego interior, su obra más recien­te, construye bajo la tutela del "nagual" don Juan y de sus discípulos, un sorprendente retrato de los mundos desolados de la magia. 'Un gran best seller. Apareció varios meses en las listas de

los Estados Unidos.

Juan Carlos Kreimer

Ser como somos La falta de identidad y las dificultades para ma­nejar los sentimientos son signos de la honda cri­sis del hombre actual. Kreimer, especialista en experiencias gestálticas, director de la revista Uno mismo, describe, paso a paso, una operación

de rescate y reparación personal.

Carlos Castaneda

El conocimiento silencioso

Carlos Castaneda ha conquistado a millones de lectores desde la publicación de Las enseñanzas de Don Juan. En este Íibro cede nuevamente a don Juan el rol de maestro y narra cómo la bruje­ría y la magia se revelan como instrumentos del hombre ante la necesidad de comprenderse a sí

mismo y al mundo que lo rodea.

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1

Page 128: Mujer Chaman

"A la luz de esta odisea, uno se pregunta si Carlos Casta­neda y Lym Andrewa no han iniciado un nuevo géne­ro de la literatura contempo­rénea: la autobiograffa vI­sionaria. "

San Francisco Review of Books.

"Una evocación maravillosa de esa parte del mundo Indi­gena americano que es esen­cialmente espiritual y miste­riosa, sagrada en el sentido més profundo ... exalta el rol crucial de la mujer en la so­ciedad indigena. Existen po­cas culturas en la historia de la humanidad en que las mu­jeres hayan sido más indis­pensables y más discretas ... una historia bien contada." N. Scott Momaday, autor de

House Made of Dawn.

"Una historia reveladora de cómo mujeres de distintas culturas se ven mutuamente y aprenden una de la otra." Stan Steiner, autor de The

New Indians.

"Excelente ... una extraordi­naria aventura en el mundo del espiritu que nos hace to­mar conciencia de cuánto resta aún por conocerse."

San Francisco Exam/ner­Chronlcle

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Mujer cham6n es el relato autobiográfico de una mujer que busca su identidad en una culturaindf­gena americana. Lo. que comienza como una bús­queda de un simple objeto artesanal se convierte en un viaje azaroso a través de la provincia de Ma­nltoba, Canadá, donde hechos inexplicables y en-· cuentros peligrosos ponen a prueba la fortaleza de espfritu de la autora. Un encuentro fortuito la con­duce a una curandera India, Agnes Alce Veloz, "heyoka" o chamán,cuya profunda sabidurfa cambia su vida.

Este es un notable libro de autodescubrlmiento a la mejor manera de Carlos Castaneda. Un verdade­

rQ thrIIer espiritual. /, ~.'

I.S.B.N.: 950.04.1J954.2

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