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21 La época de los trovadores, que coincide con el despertar cultural que tuvo lugar en Europa entre los siglos XII y XIV, fue testigo asimismo de un desarrollo de las artes mágicas hasta entonces inusitado. Desde la antigüedad clásica, los magos habían sido tenidos por individuos ciertamente extraordinarios, pero por enci- ma de todo peligrosos. No obstante, esta considera- ción fue evolucionando durante la Edad Media al mismo tiempo que la propia magia iba mostrando nuevas y diferentes caras con el paso del tiempo.A lo largo de los siete breves capítulos que siguen, intentaremos hacer un recorrido a través de algunas de las princi- pales facetas de la magia tardomedieval. Nos deten- dremos sobre todo en aquellas encrucijadas donde se revelan las estrechas conexiones que las llamadas artes ocultas tenían con otras ramas del saber como la cien- cia o la religión; veremos su arraigo tanto en la men- talidad popular tradicional como en los ambientes cortesanos y, por último, recalaremos en la literatura emanada de estos últimos, lugar por excelencia para el libre desarrollo de la magia como protagonista de los mundos encantados descritos por los poetas. Magia, barbarie y paganismo Durante toda la antigüedad clásica la idea acer- ca de qué era la magia se hallaba completamente liga- da a las fuerzas negativas atribuidas a los pueblos enemigos. Mágico era fundamentalmente lo desco- nocido y, por eso mismo, lo que producía sospecha y temor. No es de extrañar, por tanto, que para encontrar el origen del término tengamos que remontarnos a un sustantivo de tipo étnico (magi), uno de los pueblos ajenos a la llamada civilización clásica. Los magi, más adelante unidos a los persas, acabarían por designar a los sacerdotes de Zoroastro, con quienes entraron en contacto los griegos en el siglo V a.C. La civilización romana heredó la misma noción de lo mágico como algo esencialmente malig- no y amenazador; de ahí la identificación de los con- ceptos de magia y barbarie: si todo bárbaro o extranjero era un enemigo del imperio romano, cual- quiera de ellos constituía un mago en potencia, con- tra cuyos siniestros poderes había que estar en alerta permanentemente. Muchos grupos de cristianos, por el hecho de negarse a rendir culto al emperador,fueron consi- derados enemigos de la patria y, en consecuencia, acusados de practicar actividades «mágicas» como las que, siglos más tarde, serían atribuidas a las bru- jas, esto es, participar en orgías incestuosas, matar y comer niños, adorar a ciertas bestias, etc. No obs- tante, tras convertirse el cristianismo en religión ofi- cial, el calificativo de mágico –siempre reservado para aquello que el poder dominante quería mantener excluido–, pasó a aplicarse poco a poco a los no cris- tianos o paganos. Estos practicaban un tipo de reli- gión que se ha dado en llamar animista, según la cual todos los elementos de la naturaleza poseerían un espíritu, un alma o, por decirlo de otra manera, una personalidad propia.Tal convicción llevaba a otra: la de que, en el universo, unos elementos se sienten atraídos hacia otros (ley de la simpatía universal) y lo contrario (ley de la antipatía universal). Conociendo las propiedades de cada elemento, podía pues inter- venirse en el devenir natural, ya fuera asociando lo que de antemano se sabía compatible o separando lo definitivamente irreconciliable. En cualquier caso, la idea de que se podía actuar contra los males se hallaba en las antípodas de la resignación y la con- fianza pasivas en el Dios justo de los cristianos. El incipiente cristianismo, básicamente monote- ísta y pasivo, chocaba profundamente con el paga- Magia y brujería en la época de los trovadores María Tausiet MAGIAY BRUJERÍA EN LA ÉPOCA DE LOSTROVADORES

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La época de los trovadores, que coincide con eldespertar cultural que tuvo lugar en Europa entre lossiglos XII y XIV, fue testigo asimismo de un desarrollode las artes mágicas hasta entonces inusitado. Desdela antigüedad clásica, los magos habían sido tenidos porindividuos ciertamente extraordinarios,pero por enci-ma de todo peligrosos. No obstante, esta considera-ción fue evolucionando durante la Edad Media al mismotiempo que la propia magia iba mostrando nuevas ydiferentes caras con el paso del tiempo.A lo largo delos siete breves capítulos que siguen, intentaremoshacer un recorrido a través de algunas de las princi-pales facetas de la magia tardomedieval. Nos deten-dremos sobre todo en aquellas encrucijadas donde serevelan las estrechas conexiones que las llamadas artesocultas tenían con otras ramas del saber como la cien-cia o la religión; veremos su arraigo tanto en la men-talidad popular tradicional como en los ambientescortesanos y, por último, recalaremos en la literaturaemanada de estos últimos, lugar por excelencia parael libre desarrollo de la magia como protagonista delos mundos encantados descritos por los poetas.

Magia, barbarie y paganismo

Durante toda la antigüedad clásica la idea acer-ca de qué era la magia se hallaba completamente liga-da a las fuerzas negativas atribuidas a los pueblosenemigos. Mágico era fundamentalmente lo desco-nocido y, por eso mismo, lo que producía sospechay temor. No es de extrañar, por tanto, que paraencontrar el origen del término tengamos queremontarnos a un sustantivo de tipo étnico (magi),uno de los pueblos ajenos a la llamada civilizaciónclásica. Los magi, más adelante unidos a los persas,acabarían por designar a los sacerdotes de Zoroastro,

con quienes entraron en contacto los griegos en elsiglo V a.C. La civilización romana heredó la mismanoción de lo mágico como algo esencialmente malig-no y amenazador; de ahí la identificación de los con-ceptos de magia y barbarie: si todo bárbaro oextranjero era un enemigo del imperio romano, cual-quiera de ellos constituía un mago en potencia, con-tra cuyos siniestros poderes había que estar en alertapermanentemente.Muchos grupos de cristianos, por el hecho de

negarse a rendir culto al emperador, fueron consi-derados enemigos de la patria y, en consecuencia,acusados de practicar actividades «mágicas» comolas que, siglos más tarde, serían atribuidas a las bru-jas, esto es, participar en orgías incestuosas, matary comer niños, adorar a ciertas bestias, etc.No obs-tante, tras convertirse el cristianismo en religión ofi-cial, el calificativo de mágico –siempre reservado paraaquello que el poder dominante quería mantenerexcluido–, pasó a aplicarse poco a poco a los no cris-tianos o paganos. Estos practicaban un tipo de reli-gión que se ha dado en llamar animista, según la cualtodos los elementos de la naturaleza poseerían unespíritu, un alma o, por decirlo de otra manera, unapersonalidad propia.Tal convicción llevaba a otra: lade que, en el universo, unos elementos se sientenatraídos hacia otros (ley de la simpatía universal) ylo contrario (ley de la antipatía universal).Conociendolas propiedades de cada elemento, podía pues inter-venirse en el devenir natural, ya fuera asociando loque de antemano se sabía compatible o separandolo definitivamente irreconciliable. En cualquier caso,la idea de que se podía actuar contra los males sehallaba en las antípodas de la resignación y la con-fianza pasivas en el Dios justo de los cristianos.El incipiente cristianismo, básicamente monote-

ísta y pasivo, chocaba profundamente con el paga-

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nismo –politeísta y activo– de la mayoría de la pobla-ción, especialmente de la rural (no en vano el tér-mino paganismo derivaba del latín pagus o «aldea»,en oposición al cristianismo, que se había difundidoprimero en las ciudades). Sin embargo, durante muchotiempo las antiguas creencias paganas fueron tolera-das y, en gran medida, incorporadas a la nueva reli-gión. Para fundar una iglesia, por ejemplo, bastabapurificar y consagrar un templo antiguo. Si la cos-tumbre de sacrificar animales se hallaba muy arrai-gada en la zona, en vez de suprimirla, se transformabaen un banquete en honor al santo mártir al que lanueva iglesia se encomendaba. En general, nada de losagrado ya existente era destruido: los viejos ídolos,árboles, fuentes o cuevas simplemente volvían arociarse con agua bendita. El espacio y el tiemposagrados no variaban,manteniéndose los mismos luga-res de devoción e incluso las mismas fechas de lasfestividades principales.Dicha situación inicial fue derivando, a medida que

el poder de la Iglesia se iba afianzando, hacia una pro-gresiva intolerancia. Si en un principio todo podía vol-verse a sacralizar (siendo, por tanto, aceptado eincluido en los nuevos presupuestos), aquellos espí-ritus de la naturaleza que poblaban los bosques y losríos poco a poco empezaron a ser vistos como com-petidores y a considerarse demonios malignos. Si enun principio tan sólo se habían condenado comomágicas las actividades que escondían un propósitonegativo, ahora cualquier expresión cultural situadaal margen del discurso oficial iba a convertirse en unaofensa capital para el Dios de los cristianos.No obs-tante, como veremos a continuación, la distinciónentre la magia propiamente dicha y el resto de sabe-res no era fácil. Las llamadas ciencias ocultas forma-ban parte de la formación de todo aquel que quisieraconocer algo sobre el mundo y su funcionamiento;de ahí la extensión del concepto de magia naturalcomo una disciplina más dentro de los estudios aca-démicos de las recién creadas universidades.

Los templos paganos no deben destruirse, lo quehay que destruir son los ídolos que se encuentranen ellos. Utilícese agua bendita, aspérjase el tem-plo, levántense altares y colóquense reliquias enellos porque, si los templos están bien construi-dos, está bien que del culto a los demonios pasenal obsequio del verdadero Dios para que la gen-

te, al ver que no se destruyen sus templos, aban-done el error y corra a conocer y adorar al Diosverdadero en lugares que le son familiares.Y pues-to que se solían sacrificar muchos bueyes a losdemonios, es necesario conservar asimismo –noobstante cambiada– esta costumbre, haciendo unconvite, un banquete con mesas y ramas de árbol,puestas alrededor de las iglesias que antes erantemplos, el día de la consagración de la iglesiamisma o de la fiesta de los santos mártires cuyasreliquias se hayan colocado en los tabernáculos.No se inmolen ya animales al diablo, pero máten-se y cómanse en alabanza de Dios, dando gra-cias así a quien todo lo ha creado, trocándose losplaceres materiales en placeres espirituales. Enrealidad, es difícil arrebatar sin más todas las cosasa quienes poseen una mentalidad rígida, pues losque subiendo a una cumbre se perfeccionan pasoa paso, no saben subir dando saltos.

Carta del papa Gregorio Magnoal abate Melitón

(Gregorio I, Registrum epistolarum, XI)

La magia como ciencia oculta

La consideración de la magia como ciencia sedebió en gran medida a la difusión cultural que tuvolugar desde finales del siglo XII, y sobre todo duran-te el siglo XIII, con la fundación de las primeras uni-versidades. Fue el momento en que el saber clásico,transmitido principalmente por musulmanes y judí-os –que habían traducido al latín la mayoría de lostextos árabes–, empezó a llegar a las aulas, para salirmuy pronto más allá de los límites de la universidady entrar en contacto con un público cada vez másamplio. Las dos disciplinas encargadas de recoger elsaber mágico fundamental transmitido en los textosantiguos fueron la astrología y la alquimia.Ambas basa-

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ban sus presupuestos más elementales en la idea dela existencia de ciertos poderes ocultos en la natu-raleza, poderes o virtudes escondidas que tanto astró-logos como alquimistas se afanaban en descubrir,manejar y, finalmente, perfeccionar. Pero, ¿en qué sediferenciaban los poderes ocultos de los manifiestosy visibles? Como el propio nombre indicaba, ocultoera lo desconocido; así,mientras se pensaba que cier-tas propiedades –por ejemplo, el poder de una plan-ta para curar determinadas enfermedades– podíanexplicarse por la estructura física del objeto (unahierba «fría» curaría una enfermedad pro-ducida por exceso de «calor», deacuerdo con las categorías aris-totélicas basadas en los cuatroelementos, que nada teníanque ver con la temperaturareal de una cosa en unmomento dado), otraspropiedades tendrían unorigen misterioso y ajenoa la estructura interna delobjeto en cuestión.Cuando los poderes o

propiedades ocultas dedeterminados objetos no sehallaban en sus cualidades inter-nas –básicamente las cualidades defrío, cálido, seco o húmedo en sus distin-tas combinaciones–, había que buscar una fuen-te externa, casi siempre identificada con emanacionesprocedentes de estrellas o planetas lejanos y, sinembargo, omnipresentes gracias a sus estrechascorrespondencias con el mundo terrestre. En reali-dad, todo ello no suponía sino una vuelta al viejo prin-cipio hermético elaborado por los griegos deAlejandría ya en el siglo III a.C. De acuerdo con laciencia de Hermes Trimegisto (el «tres veces gran-de»), el paralelismo entre el mundo terrestre y elmundo celestial era tal que «lo que está arriba escomo lo que está abajo, y lo que está abajo es comolo que está arriba».1

Los poderes ocultos, por tanto, seguían forman-do parte del marco de la naturaleza, pero de una natu-raleza entendida en un sentido muy amplio, de forma

que si uno quería determinar los efectos de una plan-ta, no sólo tenía que examinar su estructura físicainterna, sino que debía tratar asimismo de descubrirlas influencias que le llegaban procedentes de puntosdistantes del cosmos. Poderes ocultos eran conside-rados también los que se basaban en las caracterís-ticas simbólicas de los objetos, algo nuevamente ajenoa su estructura objetiva.Así, por ejemplo, se pensabaque ciertas plantas con hojas en forma de hígadopodían favorecer la curación de las enfermedades del

hígado.O que el buitre, dotado de una gran agu-deza visual, podía ser beneficioso para las

enfermedades de los ojos (había quie-nes recomendaban envolver el ojode un buitre en un pedazo depiel de lobo y después lle-varlo colgado del cuello). Enrealidad, hablar de simbo-lismo suponía casi siemprehablar de semejanzas ycontactos entre distintoselementos.Bajo el supuesto de que

todo objeto de la naturale-za poseía una personalidadpropia, se creía,por un lado,que

«lo semejante atrae lo semejan-te» y, por otro, que «las cosas que

una vez estuvieron en contacto se influ-yen recíprocamente a distancia, aun después de

haber sido cortado todo contacto físico» (Frazer 1989:34). La ley de la semejanza, también conocida comoley de la simpatía universal, suponía que existía unasecreta empatía entre determinados objetos terres-tres, pero también entre éstos y los cuerpos celes-tes. Siguiendo las teorías de Plotino, un filósofoneoplátonico del siglo III d.C.,muchos intelectuales definales de la Edad Media creían en la vinculación queunía a todos los seres del cosmos a través de un jue-go de fuerzas mutuas, las cuales podían ser conocidasy utilizadas convenientemente. Pero para poder con-trolar y dominar las fuerzas mágicas procedentes delas cuatro partes del universo,para rechazar las influen-cias negativas y canalizar tan sólo las positivas, quie-nes lo intentaran habían de lograr en primer lugar undominio completo sobre sí mismos.La conciencia de que la magia presuponía una

ardua preparación ascética y contemplativa por par-

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1. Tabla Esmeraldina (Tabula Smaragdina), citado en Burckhardt1971: 253.

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te de aquellos que la practicaban, el convencimien-to de que las fuerzas mágicas sólo podían procederde alguien que se hubiera sometido a una intensaautodisciplina, dominando el cuerpo y fortalecien-do el alma: todo ello representaba el triunfo de lavoluntad humana, a cuya presencia la naturaleza ente-ra se descubría e inclinaba obediente.

La Magia culta es la posesión de numerosos pode-res, y está llena de profundos misterios.Abarcadesde la contemplación de lo oculto hasta el cono-cimiento de toda la naturaleza; en qué se distin-guen y en qué se parecen esos significados ocultoses el objeto de su enseñanza, mediante la cualpodremos obrar maravillas. La Magia culta sebasa, fundamentalmente, en la combinación armó-nica de las cosas inferiores con las cualidades yvirtudes de las superiores.Cuatro son los elementos y fundamentos prima-rios de las cosas corporales: fuego, tierra, agua,aire; a partir de ellos se forman todos los ele-mentos del universo; y no por acumulación, sino

por transmutación y unión; cuando se desintegran,se convierten de nuevo en tales elementos. Cadauno de los elementos posee dos cualidades espe-cíficas, una de las cuales la posee como propiay en la otra coincide con el siguiente, como si estu-viera entre las dos.Así el fuego es caliente y seco,la tierra es seca y fría, el agua es fría y húmeda,el aire, húmedo y caliente.Los elementos no sólo están en las cosas de aquíabajo, sino en los cielos, las estrellas, los demo-nios, los ángeles e incluso en el Creador [...]. Loselementos se encuentran en todos los lugares deaquí abajo en forma material e impura; en elmundo celeste, en cambio, están en su estadopuro y nítido.Lo que nosotros llamamos la quinta esencia sub-siste no a partir de los cuatro elementos, sinocomo un quinto al margen de estos [...]. Este espí-ritu tiene en el cuerpo del mundo la misma for-ma que el nuestro en el cuerpo humano; igualque las fuerzas de nuestra alma pasan a tra-vés del espíritu de los miembros, así la virtud delalma del mundo se extiende a todas partes gra-cias a la quintaesencia. Nada hay en el mundosin su virtud propia; es más, se absorbe por lasradiaciones estelares hasta que las cosas quedancompletamente impregnadas.Así es como se pro-pagan las virtudes ocultas a las hierbas, a las pie-dras, metales, seres vivos, al Sol, a la Luna, a losplanetas y estrellas.Aún pueden ser mayores losbeneficios de este espíritu si se aprende a sepa-rarlo de los demás elementos, o por lo menos aservirse de cuanto participa de él. Las cosas quecontienen ese espíritu y operan con toda su fuer-za pueden producir efectos afines; por esa razónlos alquimistas pretenden separar el espíritu deloro y de la plata: obtenido y extraído debida-mente, si lo unen a cualquier cosa de materiasemejante, por ejemplo a los metales, lograríanenseguida oro y plata.Las cosas guardan entre sí una relación de sim-patía y de antipatía.Todo tiene un contrario ytemible enemigo, a la vez que una simpatía quele apoya y le reconforta. En los elementos, el fue-go es contrario al agua, y el aire a la tierra; losdemás están en simpatía. En los cuerpos celes-tes están en simpatía Saturno, Mercurio, Júpiter,el Sol y la Luna; en antipatía, Marte yVenus.Todos

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los planetas están en simpatía con Júpiter excep-to Marte; todos son contrarios a Marte, excep-to Venus [...]. Igual que existen simpatías yantipatías entre los cuerpos superiores, lo mis-mo ocurre en los inferiores [...]. En los vegetalesy minerales se manifiesta la simpatía, por ejem-plo la del imán por atraer el hierro, o la esme-ralda por las riquezas [...]. Entre los animales,el mirlo con el tordo, la corneja con la garza, elpavo real con la paloma, la tórtola con el loro[...]. La simpatía no se da sólo entre unos ani-males con otros, sino también entre ellos y otrascosas. Por ejemplo, las ranas, los sapos, serpien-tes y cualquier reptil venenoso, simpatizan conla planta llamada «apio de la risa» [sardonia],de la que cuentan los médicos que quien lacome, muere riendo [...]. No es de extrañar, pues,que el alma de una persona pueda operar sobreel cuerpo y alma de otra persona [...]. Un hom-bre, sólo con el trato y el afecto, actúa sobre otro.Por esa razón aconsejaban los filósofos evitar lacompañía de hombres malvados y desdichados,puesto que al estar su alma llena de malas irra-diaciones, transmitían un pernicioso contagio aquienes se acercaban. Recomendaban, por elcontrario, frecuentar a los hombres buenos y feli-ces, porque su proximidad nos hace bien.Al igualque ocurre con el asafétida o el almizcle, el malorigina mal, y el bien origina bien sobre aque-llo con lo que está en contacto, y a veces pormucho tiempo.

Enrique Cornelio Agrippa,De occulta philosophia, Colonia, 1510

Si analizamos los principios del pensamiento sobrelos que se funda la magia, sin duda encontrare-mos que se resumen en dos: primero, que lo seme-jante produce lo semejante, o que los efectossemejan a sus causas, y segundo, que las cosasque una vez estuvieron en contacto se actúanrecíprocamente a distancia, aun después de habersido cortado todo contacto físico. El primer prin-cipio puede llamarse ley de semejanza y el segun-do, ley de contacto o contagio.

James G. Frazer,La rama dorada, NuevaYork, 1989

La magia de los astros

Así como «lo que está arriba» (el cielo) y «lo queestá abajo» (la tierra) se consideraban inseparablesa través de sus mutuas y constantes influencias, laastrología (que indicaría el significado de los plane-tas y constelaciones) y la alquimia (que, a su vez, bus-caba el significado de los metales depositados en elinterior de la tierra) venían a ser también como lasdos caras de una misma moneda. Por lo común, losastrólogos se dedicaban a la fabricación de horós-copos (un término griego compuesto de hora y sko-peo, que significa «ver»), es decir, al examen del estadodel cielo en un momento determinado, ya fuera parapredecir el destino y el carácter general de una per-sona o para otros usos más concretos como, porejemplo, saber cuándo resultaría más favorableemprender una guerra, un viaje, un matrimonio, etc.Pero no sólo los astrólogos vivían pendientes del cie-lo: también los médicos consultaban a los astros antesde operar a sus pacientes y prácticamente todos losgrandes señores tenían sus astrólogos o adivinos par-ticulares que, en la mayoría de los casos, coincidíancon los mismos capellanes de la corte.A fines de la Edad Media se creía que el sol via-

jaba durante el día describiendo un arco de este aoeste, y que la luna lo hacía por la noche, por otraruta diferente.Tanto el sol como la luna eran cono-cidos como planetas y junto a ellos, se incluían otroscinco más (Mercurio,Venus,Marte, Júpiter y Saturno),cada uno de los cuales se movía por el espacio a unavelocidad distinta.A diferencia de los planetas, lasestrellas agrupadas en las doce constelaciones quecomponían el zodíaco viajaban en una progresiónregular. Ello supuso que el zodíaco (esto es, la encar-nación de las constelaciones en figuras animales; zodí-aco deriva del diminutivo griego zodion, que significa«figurita de animal») se convirtiera en un símbolo delpaso del tiempo, y como tal fue representado endiversos contextos artísticos, sin excluir el ámbitoreligioso: de hecho, algunas de las más hermosasmuestras zodiacales se encuentran en los llamadoslibros de horas junto a las plegarias indicadas paracada momento del día.La idea de que los cuerpos celestes influían en

los terrestres era una creencia general de carácterincuestionable. El sol, por ejemplo, producía efectosobvios: iluminaba, calentaba, secaba; la acción de la

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luna, aunque menos evidente, era asimismo obser-vable a través de las mareas y, en cuanto al restode los planetas, se aceptaba que, en mayor o menorgrado, todos extendían sus influjos respectivos demaneras sutiles y ocultas. Según los astrólogos, cadaplaneta poseía una naturaleza y un área de influen-cia propias.Así, la luna –por el hecho de estar pri-vada de luz y reflejar la del sol, en lugar de irradiarladirectamente–, era consi-derada del género femeni-no, pasiva, receptiva, acuosay fría. Por atravesar fasesdiferentes y cambiar deforma, simbolizaba tambiénla periodicidad y la reno-vación. Se la creía podero-sa especialmente durantela infancia y se la asociabacon la locura y la castidad.Venus se concebía tambiéncomo planeta femeninoaunque, por su relacióncon el aire (y por tanto,con lo caliente y húmedo)encarnaba la atracción ins-tintiva, el sentimiento, elamor, la simpatía, la armo-nía y la dulzura.Del mismomodo, cada uno de losdemás planetas era descri-to con sus característicasparticulares.El camino por el que via-

jaban tanto los planetas como las estrellas se dividióen doce casas de medidas desiguales; su función con-sistía en delimitar claramente las áreas de la vida afec-tadas por cada cuerpo celeste en un momento dado.Así, un planeta en la primera casa tendría una influen-cia general sobre la personalidad; en la segunda, sobrela fortuna material; en la tercera, sobre la familia, etc.Si, por ejemplo, Marte –planeta guerrero por natura-leza– se hallaba en la décima casa en un momento cru-cial, ello podía significar que uno estaba destinado aser soldado, ya que dicha casa era la que determina-ba la carrera de una persona; sin embargo, si el mismoMarte se encontraba en la octava casa, la que gober-naba la muerte, la interpretación podía apuntar a unposible fallecimiento en medio del fragor de la batalla.

Algunos astrólogos llegaban tan lejos en sus pre-dicciones que –a pesar del acuerdo generalizado acer-ca de la influencia de los astros– provocaron gravesproblemas con sus pronósticos en torno a la licitudde la ciencia astrológica en su conjunto. ¿Hasta dón-de podían determinar los cuerpos celestes lo quehabía de ocurrir? Si tan grande era su poder, ¿qué que-daba del libre albedrío de los humanos? ¿Y de la omni-

potencia divina? Losdefensores de la astrologíarespondían argumentandoque los astros no eran cau-sas, sino meros signos; quenunca podían predecirsesucesos particulares, sinotan sólo tendencias gene-rales y que el libre albedríopodía invalidar cualquierinfluencia celeste.Había quienes, sin

embargo, no se ceñían atales limitaciones, ni en lateoría ni,menos aún, en larealidad. Los practicantesde la que llegó a cono-cerse como «magiaastral», no contentos conintentar conocer el futu-ro de antemano, preten-dían además cambiarlo.Para ello se valían de lasllamadas «imágenes astra-les», es decir, de aquellos

signos utilizados para representar las diferentes cons-telaciones y planetas. Se suponía que tales imágenestenían la propiedad de concentrar y atraer el poderde ciertos cuerpos celestes, lo que podía servir paratoda suerte de propósitos, desde conseguir rique-zas o recuperar el afecto de un amante hasta infli-gir enfermedades o cualquier otro género dedesgracias a los enemigos. Dicho tipo de astrolo-gía –pese a encontrarse ligada a textos árabes muyantiguos, como el famoso Picatrix, traducido al cas-tellano a instancias de Alfonso X el Sabio– entron-caba directamente con una magia de carácterpopular, a la que nos referiremos más adelante; unamagia fundamentalmente práctica, cuyos presu-puestos se encontraban muy alejados del ocultismo

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entendido como el carácter oculto de la propia natu-raleza del conocimiento.

En aquellos días, en el mes de enero y hacia la horasexta, hubo un eclipse de sol que duró una hora; laluna sufrió frecuentes alteraciones, unas veces vol-viéndose del color de la sangre, otras de un azuloscuro, otras desapareciendo. Se vieron también, enla zona austral del cielo, en el signo del León, dosestrellas que combatieron entre sí durante todo elotoño; la más grande y luminosa procedía de orien-te, la menor de occidente. La menor corría comoenfurecida y espantada hacia la mayor, que no ledejaba acercarse y, golpeándola con su cabellerade rayos, la arrojaba muy lejos hacia Occidente.Alpoco murió el papa Benedicto, al que sucedió Juan.

Ademar de Chabannes,Crónica, III, 62

Es mayor aún la influencia de los cielos, que tan-to poder tienen en el mar, en la tierra y en el aire.A los cometas hacen aparecer, que no están enlos cielos, antes bien se encuentran en medio delaire ardiendo y duran lo que tarda en decirse; deellos hablan muchas fábulas. La muerte de lospríncipes adivinan en ellos los que son diestros enadivinar; pero los cometas no contemplan mása los reyes que a la gente mísera, y no vuelcanmás sus rayos e influjos sobre los reyes que sobrelos pobres.Antes bien, pasan corriendo sobre lasregiones del mundo, según las disposiciones de losclimas, los hombres y los animales que son sen-sibles a los influjos de los planetas y las estrellas,y las turban allí donde son más sensibles [...]No más digno que un hombre cualquiera es el prín-cipe para que los cuerpos celestes anuncien sumuerte, pues su cuerpo no vale más que el cuer-po de un carretero, de un cura o de un zapateroremendón.A mí todos me parecen iguales, talescomo son en el momento de nacer. Para mí, naceniguales y desnudos, fuertes y débiles, robustos yesbeltos.Todos están en igualdad en cuanto a lacondición humana. Fortuna pone el resto, que es lapasajera que distribuye sus dones sin mirar a quién,y todo revuelve y revolverá cuantas veces quiera.

Guillermo de Lorris y Juan de Meun,Le Roman de la Rose, XVI

Magia y alquimia

Al igual que la astrología, la alquimia era una for-ma de conocimiento oculto que requería un exten-so aprendizaje. Como la astrología, sus orígenes seremontaban a las más antiguas civilizaciones conoci-das. Presente tanto en la antigua China como en elEgipto de los faraones, donde había comenzado apracticarse vinculada a la religión (la esencia del solse identificaba en ambas culturas con la del oro), siguiócultivándose después como ciencia sagrada enBizancio, en el mundo musulmán y, a partir del sigloXII, en el Occidente cristiano, gracias a las traduccio-nes latinas de varios tratados en lengua árabe dedi-cados a lo que se conocía como al-kimiya.A diferencia de la astrología, la alquimia se cen-

traba en la materia terrestre. Según las teorías aris-totélicas dominantes, todo cuanto había sobre la fazde la tierra podía reducirse a cuatro elementos: tie-rra, aire, fuego y agua, los cuales, a su vez, se resol-vían en la «materia primera».Dicha concepción llevóa pensar en la posibilidad de volver a combinar loselementos que cada objeto poseía en una propor-ción distinta, intentando así obtener formas de mate-ria superiores. Entre los materiales existentes, el másapreciado era el oro; desde muy antiguo se había con-siderado el metal perfecto por antonomasia, signode la iluminación y de la divinidad. Se suponía, portanto, que el objetivo de los alquimistas consistía entransmutar cualquier metal hasta convertirlo en oro.No obstante, en los escritos alquímicos se insis-

tía en que, para lograr dicho fin, primero era nece-sario descubrir lo que se conocía como «piedrafilosofal» o «elixir vital», o también como «panaceauniversal», o «quintaesencia».A veces, en lugar dedichos términos, aparecían otros como «luz», «este»,«mañana», «fuente viviente», «árbol frutal», «rey»,«hermafrodita», «hombre», «hermano», etc.Todosellos apuntaban el carácter eminentemente simbó-lico de las operaciones alquímicas. Estas se basabanfundamentalmente en la asociación entre metales yplanetas: el oro con el sol, la plata con la luna, el hie-rro con Marte, el mercurio con Mercurio, etc., aso-ciaciones que presuponían un intrincado sistema deafinidades entre los objetos materiales y otras for-mas de existencia ligadas al mundo espiritual.En realidad, el significado de la alquimia era doble:

por un lado, pretendía la transformación y el perfec-

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cionamiento de la materia (nunca la creación de lanada, ya que, partiendo de la idea de que el oro eraproducto de la gestación lenta de metales en prin-cipio vulgares, lo que se buscaba era tan solo la ace-leración de ciertos procesos naturales); por otro, latransformación y el perfeccionamiento del propioalquimista. La alquimia simbolizaba la evolución mis-ma del hombre desde un estado primitivo en el quepredominarían la materia y los instintos hasta un esta-do más avanzado de civilización basado en lo espi-ritual.A ambas vertientes,material y anímica, se aludíauna y otra vez en continuas referencias a los dos tiposde bienes que proporcionaba la alquimia: no sóloriqueza, sino también salud.Algunos alquimistas, basán-dose en un concepto trascendente de salud que supe-raba las limitaciones corporales, hablaban de «haceruna medicina capaz de curar tanto las enfermedadesde los metales como las de los humanos» (Tausiet1994: 538).Ya se refiriera a la materia en general, ya al alma

del alquimista, la obra alquímica solía dividirse en cua-tro fases, cada una de las cuales aparecía simboliza-da con un color diferente. La primera –negra– suponíauna reducción de las sustancias a la materia primao caos, una vuelta al origen, una disolución en lo uni-versal, una muerte iniciática. El blanqueo caracterís-tico de la segunda fase representaba la subsiguientepurificación, previa a la adquisición de los coloresamarillo y rojo, que venían a representar dos estadosde progresiva iluminación, perfeccionamiento y, en sucaso, revelación espiritual.No obstante, pese al elevado simbolismo de las

operaciones alquímicas, la mayoría de los alquimistasse hicieron famosos por realizar copias del oro y laplata que resultaban ser escoria una vez examinadas.Para muchos, sólo eran unos simples falsarios; paraotros, unos locos que en ocasiones llegaban a mal-gastar grandes fortunas personales en su búsquedade lo imposible. De lo que no cabe duda es de laestrecha conexión de sus actividades con lo que enla época constituyeron auténticos avances en el cam-po de la ciencia experimental. Entre los practicantesde la alquimia, la mayoría eran médicos y clérigos. Sinembargo, la conexión de estos últimos con el mun-do de la magia no se limitaba únicamente a la ver-tiente científica. En realidad, como veremos acontinuación, los conceptos de lo mágico y de lo reli-gioso se hallaban tan próximos que fue necesario

delimitar un tipo especial de magia, la diabólica, en unintento por distinguir claramente las actividades deuno y otro campo.

En los minerales [...] los alquimistas quieren haceren poco tiempo lo que la naturaleza tardó milesde años, y para esto aprenden a fabricar una sus-tancia que, aplicada a los minerales, les altera lacomposición. Dicha sustancia se llama elixir y seseñala como «piedra que no es piedra». Piedraporque se puede pulverizar; no piedra porquepuede fundirse. Fundida, no se evapora, a seme-janza del oro. Otras cosas aún pueden decirse desus propiedades [...]. Elixir es una palabra griegaque significa «gran tesoro» o «el mejor de los teso-ros». En realidad, todo lo que se mezcla con otracosa produce una mixtura, o indivisible (como lade la cadmia con el cobre) o divisible (como la delmercurio con determinados minerales) o bien poramalgama (de manera que cada uno de los com-ponentes se mantiene aislado). El elixir, mezcla-do con los minerales, se comporta como la cadmiacon el cobre [...]. Pero el elixir es espiritual, y lanaturaleza de su especie se dirige a otra especie.

Vicente de Beauvais,Speculum naturale,VII

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La magia diabólica

Desde el punto de vista de la Iglesia, todo uso inde-bido de la religión se identificaba con lo que se cono-cía como superstición (también llamada abuso oabusión). Los actos supersticiosos se suponían inspi-rados por el diablo y consistían, bien en la utilizaciónilícita de objetos santificados,bien en el uso de la pala-bra sagrada para fines distintos a los propiamente reli-giosos. En cuanto a los objetos consagrados,muchosde ellos eran frecuentemente solicitados como autén-ticos amuletos para prevenir enfermedades o cualquierotro tipo de desgracias.Así,por ejemplo, la cera,el aguao los ramos bendecidos se creían eficaces contra múl-tiples amenazas, como tormentas, rayos, malas cose-chas, etc.Más poder aún solía atribuirse a las reliquiasde los santos y, a partir de los siglos XII y XIII, coinci-diendo con la extensión de la devoción por la euca-ristía, a la hostia consagrada. Esta comenzó aconsiderarse –tomando de forma literal el milagro dela transustanciación– como un objeto vivo capaz deproducir maravillas incontables, lo que, en ocasiones,provocó el robo de la misma para fines muy diversos.Pero, tanto o más aún que los objetos sagrados, las

fórmulas verbales utilizadas para el culto divino (fun-damentalmente plegarias, bendiciones y conjuros oexorcismos) eran a menudo trasplantadas a otros cam-pos ajenos al propiamente religioso;quienes así lo hací-an confiaban en el poder que dichas fórmulas poseíanpor sí mismas al margen de la intención con que se dije-ran o de la autoridad religiosa oficialmente capacitadapara pronunciarlas.Ciertas súplicas o plegarias, en vezde dirigirse a Dios, a Cristo, a María o a algún santo,eran destinadas a objetos, animales o viejos númenes;otras, aun manteniendo sus destinatarios naturales,debían ser recitadas un número determinado de veces(casi siempre tres, lo cual podía relacionarse tanto conla SantísimaTrinidad como con el significado mágicodel número sin más).En cuanto a las bendiciones (que,a diferencia de las plegarias, se dirigían a los fieles opacientes), volvía a repetirse el mismo fenómeno: confrecuencia eran tantos los requisitos y rituales en tor-no a su pronunciación que la frontera entre lo mági-co y lo religioso se volvía prácticamente indistinguible.Mucho más problemáticos aún eran los conjuros

(y, entre ellos, los exorcismos o conjuros dirigidosa los demonios). Si las plegarias expresaban súplicasy las bendiciones buenos deseos, los conjuros se tra-

ducían en órdenes que, en su caso, eran dirigidas a lapropia desgracia o al agente considerado responsa-ble de la misma (casi siempre espíritus demoníacossupuestamente causantes de numerosas enfermeda-des, o animales responsables de ciertas plagas, sobretodo gusanos o langostas). Como cualquier ordendeja abierta la posibilidad de un rechazo (el demo-nio o la enfermedad apelados podían no marcharse),a menudo los conjuros y los exorcismos acababanconvirtiéndose en un auténtico combate a brazo par-tido en el que participaban todos aquellos poderessagrados que el conjurador invocaba en su ayuda.Resulta imposible distinguir, en el caso de los con-

juros o exorcismos, qué había de popular y qué deoficial en ellos. La Iglesia todavía no había fijado losrituales para el uso universal de las expulsiones dedemonios, de forma que muchos miembros del bajoclero (e incluso laicos) inventaban sus propias fór-mulas, que casi siempre comprendían una mezcla deelementos litúrgicos y folklóricos. La conjuración dedemonios era conocida también con el nombre denigromancia, término procedente de los vocablosgriegos necros (muerto) y mancia (adivinación). Sien un principio dicho término había aludido a aque-llas prácticas adivinatorias que se valían del recursoa los muertos tanto corporal como espiritualmente,a finales de la Edad Media los teólogos identificarona todos los espíritus con demonios; afirmaron tajan-temente que los muertos no podían ser devueltosa la vida y que lo que ocurría en realidad era que losdemonios adoptaban la apariencia de almas en penapara de este modo engañar a los vivos.La mayoría de los practicantes de la magia dia-

bólica eran clérigos,muchos de los cuales cultivabanuna especie de ascetismo que incluía severos ayunos,meditación, una rígida observación de la castidad, etc.Entre los nigromantes, el control del propio cuerpoy una preparación anímica adecuada se considerabanabsolutamente indispensables, al menos en los díasprevios a las operaciones mágicas, que solían prepa-rarse hasta el más mínimo detalle. Estas consistíanfundamentalmente en invocaciones a diferentes demo-nios mediante fórmulas rituales, caracteres escri-tos, sahumerios, objetos mágicos, sangre de ciertosanimales, etc. El elemento básico en torno al cual seconcentraban dichas operaciones y a donde se espe-raba que los demonios apelados acudieran en tropelera el círculo mágico. Unas veces se dibujaba sim-

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plemente en un trozo de tela o pergamino, otras setrazaba en el suelo con una espada o un cuchillo y,a continuación, los participantes en el experimentoentraban en él, vestidos ceremonialmente, para reci-bir a los demonios invocados.Como si se tratara deun exorcismo a la inversa, los nigromantes utilizabanlas fórmulas ahuyentadoras de demonios más omenos reconocidas por la Iglesia con la intenciónopuesta de atraerlos y hacerlos sus siervos.Los fines pretendidos oscilaban entre la búsque-

da de conocimiento más espiritual (la famosa artenotoria que podía alcanzarse supuestamente sin nin-gún esfuerzo como ocurriera al rey Salomón, cuyasabiduría le habría sido concedida por Dios duran-te un sueño) y las ambiciones más prosaicas, comohacerse rico o destruir a los enemigos de modo ful-minante. Muchos de los objetivos perseguidos porlos nigromantes coincidían con aquéllos asociadostradicionalmente a ciertas mujeres incultas y, sinembargo, poderosas a los ojos de los demás, cuyashabilidades llegarían a ser temidas hasta el punto dedesencadenar contra ellas una persecución obsesivay despiadada.Nos referimos a las brujas; de ellas y desu estrecha vinculación con la llamada cultura popu-lar trataremos en las líneas que siguen.

En el nombre del Padre,del Hijo y del Espíritu Santo,Amén.Yo os conjuro,oh duendes y todo tipo de demo-nios, tanto los del día como los de la noche, por elPadre, el Hijo y el Espíritu Santo, y por la indivisi-bleTrinidad, y por la intercesión de la más bende-cida y gloriosa María siempreVirgen,por las plegariasde los profetas, por los méritos de los patriarcas,por las súplicas de los ángeles y de los arcángeles,por la intercesión de los apóstoles, por la pasión delos mártires, por la fe de los confesores, por la cas-tidad de las vírgenes,por la intercesión de todos lossantos, y por los Siete Durmientes, cuyos nombresson Malchus,Maximiano,Dionisio, Juan,Constantino,Seraphion y Martimanus, y por el nombre del Señor+A+G+L+A+, que es bienaventurado en todas lasépocas, que tú no debes provocar o infligir ningúndaño contra este siervo del Señor N., ni durante elsueño ni en la vigilia.+ Cristo conquista,+ Cristo rei-na + Cristo ordena + Que Cristo nos bendiga + ynos guarde de todo mal + Amén.

Londres, British Library,ms. Sloane, ff. 9-10

Coge el cuchillo o la hoz consagrados según cos-tumbre y allende el primer círculo, con el mismocentro que éste, traza otro a la distancia de unpie del primero, y allende el segundo, siempre conel mismo centro y a igual distancia, traza un ter-cero. Entre el primero y el segundo, en las cua-tro partes del mundo, dibuja los venerables signosdel Tau, y entre el segundo y el tercero, escribeen cuatro medallas o Pentáculos los nombresterribles del Creador, a saber, entre oriente y elmediodía,Tetragrammaton; entre el mediodía yel occidente, Eheye; entre el occidente y el sep-tentrión, Elijon, y entre el septentrión y el orien-te, Eloha, el cual es de gran importancia en elcatálogo de los Sefirots y «colustraciones» sobe-ranas.

París, Biblioteca del Arsenal,ms. 2348

Magia popular y brujería

Gran parte de la medicina popular de la EdadMedia se orientaba a la curación de las enfermeda-des, ya fuera mediante la ingestión de determinadashierbas en forma de poción o mediante su aplicaciónexterna en forma de ungüentos. Existía también otrotipo de medicina de carácter preventivo que en rea-lidad se confundía con la magia y que se basaba en elempleo de amuletos.A diferencia de las plantas medi-cinales, los objetos utilizados como tales no eraningeridos ni untados, sino que simplemente se lle-vaban encima, pues se suponía que actuaban por meraproximidad. Los amuletos servían principalmentecomo protección contra posibles ataques, ya se tra-tara de enfermedades o de otro tipo de embestidas.Así, por ejemplo, había quienes creían que el pie deuna liebre, anudado en el brazo izquierdo, permitía irsin peligro a cualquier parte;o que el heliotropo, reco-lectado bajo el signo deVirgo y envuelto en unas hojasde laurel junto con un diente de lobo, prevenía a suportador de ser criticado.Un grupo especial de amuletos era el constitui-

do por los talismanes que, aunque en la práctica nosolían diferenciarse del resto, en teoría se caracte-rizaban por contener inscritas ciertas palabras oletras, lo que enlazaba con la utilización de lo sagra-do fuera de su contexto específico. Fuera como fue-

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ra, la magia protectora, curativa o preventiva, asocia-da a la sabiduría tradicional y transmitida de genera-ción en generación, era considerada por lo generalcomo algo positivo. Lo mismo puede decirse de otrasformas de magia popular, como la amorosa, cuyo finprimordial consistía en provocar la atracción sexualy la sumisión de aquel o aquella elegidos como obje-to de deseo.Sin embargo, a medida que crecía el poder de

la Iglesia, la vieja cultura de antaño, impregnada demagia por los cuatro costados, empezó a verse cadavez más como una competidora. Al igual que sehabían ido demonizando la antigua nigromancia yotras formas de culto a los muertos, muchas mani-festaciones populares se reinterpretaron de acuer-do con el lenguaje escolástico de los teólogos.Asícomo el nigromante, que en otros tiempos habíaconservado un aura de sabiduría, poco a poco pasóa ser considerado fundamentalmente un pecadorque había firmado un pacto con Satanás, tambiénaquellas mujeres a quienes desde siempre se habí-an atribuido intenciones retorcidas materializadasen el llamado mal de ojo y cuyo trato simplemen-te se aconsejaba evitar pasaron a ser la personifi-cación del mal por antonomasia. Más aún que desimples socias o amigas del Diablo, se las acusóde ser sus amantes y de participar en orgías sexua-les y violentas.Lo que se conoció como brujería a partir de fina-

les del siglo XV en adelante no fue sino una formade negación de una cultura popular que empezabaa sentirse como amenaza por parte de quienesdetentaban el poder. Si ya resultaba difícil distinguirlo que era magia de las facetas de la ciencia o dela religión consideradas oficiales, mucho más difíciltodavía resultaba trazar una línea divisoria entre lamagia blanca (supuestamente benéfica y protecto-ra) y aquella otra atribuida a las brujas. Como sise tratara de las hadas fantásticas que aparecíanen las populares sagas nórdicas y no de ancianas rea-les a menudo marginadas y pobres, se supuso quelas brujas eran capaces de volar y trasladarse has-ta lugares lejanos donde se encontraban con elDemonio en forma de macho cabrío para satisfacersus más depravados instintos.Dicha interpretación de la magia popular, que

se iría extendiendo a través de los tratados demo-nológicos contra la brujería y la superstición, cada

vez más y más numerosos a lo largo de la EdadModerna, se hallaba en las antípodas de la visióncortesana y profana de la magia transmitida por laliteratura de ficción o la lírica trovadoresca. Comoveremos en el siguiente apartado, fue en el ámbi-to literario donde la magia –tan temida, denostaday perseguida en la vida real–, acabó siendo dota-da de un rango superior e idealizado que parecíaquerer volver a emparentarla con sus orígenessagrados.

¿Has ingerido el esperma de tu marido para queéste, merced a tus actos diabólicos, arda cada vezmás en deseos de ti? Si lo has hecho, debes ayu-nar durante siete años en los días señalados.¿Has hecho lo que suelen hacer ciertas mujeres?Cogen un pez vivo y se lo ponen en la vagina has-ta que muere; luego, asado o hervido, lo dan decomer al esposo, y hacen esto para que él ardasiempre en deseos en el curso de sus coitos. Si lohas hecho, ayuna durante dos años en los díasseñalados.¿Has hecho lo que suelen hacer ciertas muje-res? Se echan de espaldas y se hacen amasar

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el pan sobre las nalgas desnudas y luego lo dana comer el pan al marido para que éste ardasiempre en deseos de ellas. Si lo has hecho, ayu-na durante dos años en los días señalados.¿Has hecho lo que solían hacer ciertas adúlteras?Enteradas de que el amante quería tomar mujerlegítima, han puesto en práctica sus artes malé-ficas para volverlo impotente, de manera que nopueda acostarse ya ni con la esposa legítima nicon la amante. Si lo has hecho o has enseñado ahacerlo, ayuna durante cuarenta días.¿Has hecho lo que ciertas mujeres acostumbranhacer? Se desnudan y se untan el cuerpo con miel,luego dan vueltas sobre una sábana donde hanextendido granos de trigo; después recogen cui-dadosamente los granos adheridos a su cuerpo,los muelen haciendo girar la rueda al revés y conla harina obtenida amasan el pan que dan acomer a los maridos que, por esto, se ponen enfer-mos o quedan impotentes. Si lo has hecho, ayu-na a pan y agua durante cuarenta días.

Burgardo deWorms, Corrector et medicus(Decretorum liber XIX), 5, cols. 973-76

Ciertas brujas, yendo contra la inclinación de lahumana naturaleza, e incluso contra la de todaslas bestias, exceptuando únicamente a la loba,tienen el hábito de comer y despedazar niños.Aeste respecto el inquisidor de Como ha relatadolo siguiente: Un hombre había visto desaparecerun niño de su cuna; habiendo sorprendido unaasamblea de mujeres en la noche, había juradohaberlas visto matando al niño y bebiendo su san-gre.También por ello en un solo año, el año ante-rior, el inquisidor dice haber entregado al fuegocuarenta y una brujas, habiendo huido algunas alterritorio del Archiduque de Austria Segismundo[...]. Nosotros añadimos que en este dominio sonpreferentemente las parteras las que causanmayores daños [...]; nadie perjudica más a la fecatólica que las comadronas. Efectivamente, cuan-do no matan al niño, entonces, obedeciendo a otrodesignio, lo sacan fuera de la habitación, lo levan-tan en el aire y lo ofrecen al demonio.

Jacob Sprenger y Heinrich Institoris,Malleus maleficarum (El martillo de las brujas.

Para golpear a las brujas y sus herejíascon poderosa maza), Colonia, 1486

La magia en la cortey en la literatura

A lo largo de toda la Edad Media, las cortes rea-les y nobiliarias se habían constituido ya como focosirradiadores de cultura, pero fue sobre todo a partirdel siglo XII cuando comenzaron a rivalizar entre sípretendiendo convertirse en auténticos microcos-mos de un lujo magnificente que aspiraba continua-mente a la representación de lo extraordinario. Ellosupuso que la magia hiciera acto de presencia bajoropajes nuevos como, por ejemplo, los de aquellosilusionistas encargados de entretener las largas vela-das con sus exhibiciones. Juglares, prestidigitadores,ventrílocuos y artistas de todo tipo unieron a sushabilidades los nuevos descubrimientos de la mecá-nica y la ingeniería para crear espectáculos consi-derados absolutamente prodigiosos, pues no hay queolvidar que los numerosos avances producidos en elcampo de la tecnología a partir del siglo XIII fueronvistos en principio por la mayoría de quienes los pre-senciaron como «cosa de magia».La posesión de piedras preciosas constituía otro

importante símbolo de esplendor y suntuosidad den-tro del ambiente cortesano. Su poder no se limita-ba a su simple valor material, sino que, muy alcontrario, se las creía capaces de curar enfermeda-des, ayudar en los partos, procurar la invencibilidaden los combates, detectar venenos, etc.A finales dela Edad Media se multiplicaron los libros de piedraso lapidarios donde se exponían en detalle las pro-piedades maravillosas de las gemas, así como los usosmágicos de cada una de ellas como, por ejemplo, laposibilidad de averiguar la verdad en casos especial-mente difíciles.Así, según uno de dichos libros, si unhombre tenía dudas acerca de la castidad de su espo-sa, podía recurrir a colocar un imán en su cabezamientras dormía y, si el imán caía al suelo, podía estarseguro de que ella le había sido infiel.Por otra parte, tratándose de mundos cerrados

en sí mismos, las cortes constituían un lugar idóneopara las rivalidades y los intentos por ascender en lajerarquizada escala social. Entre los dos grupos bási-cos que las componían (esto es, entre los que ocu-paban cargos oficiales y aquellos otros cortesanoscomo parientes, amigos, amantes, médicos, clérigos,sirvientes, poetas, etc., con poder en la sombra) seplaneaban constantes intrigas dirigidas a la elimina-

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ción de algunos mediante la utilización de venenos uotros planes conspiratorios que a menudo se rela-cionaban con la magia maléfica. Pero, a diferencia dela vida real, donde la magia se tenía por algo tan pro-digioso como altamente destructivo y siniestro, en laliteratura de ficción los motivos mágicos empezarona elevarse cada vez más a la categoría de símbolosde los estados internos del alma humana. En este con-texto, la magia fue adquirien-do poco a poco connotacionesmás positivas, y adjetivos como«encantador», «fascinante» oincluso «hechicero» –que enotro tiempo habían inspiradomás temor que otra cosa– lle-garon a designar experienciasfuera de lo cotidiano, aunqueesencialmente atractivas y ten-tadoras.La mayoría de las novelas

cortesanas se basaban en lasaventuras del rey Arturo y losfamosos caballeros de la mesaredonda. El rey Arturo habíarepresentado desde los pri-meros tiempos de la EdadMedia el principal símbolo dela resistencia de los celtas bri-tánicos frente a los invasores sajones; según la leyen-da, el monarca vivía todavía, retirado en la isla deAvalóny cuidado por ciertas hadas, hasta el día en que retor-nara para cumplir la «esperanza bretona».Arturorepresentaba también el monarca cortesano por exce-lencia, espléndido y justiciero. No obstante, a partirdel siglo XII las novelas cortesanas o caballerescas –diri-gidas cada vez más a señores feudales y no a reyes–comenzaron a destacar el papel de los caballeros dela tabla redonda por encima de la figura del rey.Arturotodavía seguiría presidiendo el fantástico universo queservía de escenario de todas las acciones, pero ya enun segundo plano, tan solo como una sombra que per-seguía a los auténticos protagonistas.Como el amor, la magia constituía un ingredien-

te fundamental en los libros de caballería. Se trata-ba de una magia que incluía elementos procedentesde tres tradiciones diferentes: la mitología popular(monstruos, amuletos, talismanes), la mitología celta(hadas, objetos mágicos, entre los que destacaba el

caldero de la abundancia) y, como no podía ser deotro modo, también la mitología cristiana (ángeles ydemonios). No hay que olvidar que la caballería seentendía como un cierto estado de civilización, uncierto logro de la cultura humana, y que su máximaaspiración consistía en unir dos polos históricos con-siderados fundamentales: la vida de Cristo y de losprimeros cristianos con las historias de los caballe-

ros del rey Arturo. Si José deArimatea había recibido el san-to cáliz que había contenido lasangre de Cristo, el objetivofinal de los caballeros andan-tes consistía ahora en reen-contrar dicho cáliz, tambiénconocido como Grial.Se trataba en realidad de

completar la tarea de la reden-ción que, pese al sacrificio deCristo, habría quedado inaca-bada, ya que debía realizarseen las almas a medida que sesucedían las generaciones. Loinacabado quedaba simboliza-do en la ausencia de Judas (elasiento vacío), que en la corteartúrica debería acabar siendoocupado por el mejor de los

caballeros, el cual –gracias a su virtud– descubriría elSanto Grial.De este modo, la caballería salvaría defi-nitivamente al mundo.Todo ello suponía una mezclaconstante de elementos mágicos profanos con ele-mentos religiosos procedentes del cristianismo. Noes de extrañar, por tanto, que junto a las hadas (quesolían llegar por la noche para intentar enamorar alos humanos y llevarlos a su mundo, y que tan pron-to podían hacer el bien como el mal, representan-do un paganismo de carácter primario más que elconcepto de bondad cristiana) aparecieran espadasmágicas con el nombre de Cristo o incluso con cier-tas reliquias incrustadas en el puño. Según algunosestudiosos, el mismo Grial –más tarde cristianizado–pudo haber sido en origen el caldero de la abundan-cia de la mitología celta, ya que su significado básicoera simplemente representar un objeto sacro pro-cedente de otro mundo.La presencia de objetos mágicos caracterizaba

buena parte de las acciones caballerescas: hierbas,

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ungüentos, filtros amorosos, gemas mágicas lumino-sas (casi siempre incrustadas en anillos que preser-vaban del peligro), objetos como bandejas que seofrecían a sí mismas para ser utilizadas, cabezas mecá-nicas parlantes, botes que conducían a puertos des-conocidos... No obstante, dichos objetos sólo eranmágicos para algunos.Había puentes que sólo podí-an cruzarlos caballeros piadosos, botes que sóloaceptaban a los puros de corazón, puertas que secerraban a los traidores, castillos invisibles para loscobardes o espadas que únicamente ayudaban a losjustos. Más que la magia en sí misma, lo que impor-taba era su utilización como índice o símbolo de algu-nos estados psicológicos. El filtro que había hechocaer a Tristán en brazos de Iseo, ¿era literal o sim-bólico?; el anillo que muchos caballeros miraban antesde entrar en batalla y que había sido regalado porsus amadas, ¿los incitaba a ganar por su fuerza mági-ca o más bien representaba la fuerza creadora delamor del héroe?; la sangre de las vírgenes que, segúnuna vieja leyenda, constituía el único remedio con-tra la lepra, ¿no era un signo material del amor puro,capaz de curar los defectos morales simbolizados enla enfermedad?En las mejores y más sutiles narraciones, el foco

se dirigía a los estados internos del alma y la men-te, tan misteriosos como cualquier tipo de magia.Así, los motivos mágicos funcionaban como estra-tegias para desarrollar la vida íntima de los perso-najes. De este modo se explica también el papelsecundario de los magos en las novelas referidas: yafuera como aliados o como enemigos de los héro-es, su función consistía en representar el camino has-ta conseguir la virtud caballeresca. En las fuentesartúricas más auténticas, el sabio Merlín, tutor delrey, aparecía tan sólo al principio, cuando el monar-ca era todavía muy joven, permitiéndole luego madu-rar por sí mismo, sin ayuda sobrenatural.Y en cuantoa Morgana (la discípula de Merlín, que encarnaba unobstáculo para Arturo), su maldad se utilizaba paraprovocar y obligar al héroe a ejercitar su astucia yno caer en sus trampas. En general, el contacto conlos magos venía a suponer para los protagonistas unaauténtica piedra de toque donde poner a prueba suscualidades caballerescas.Un paso más allá de la erótica caballeresca, los

últimos siglos de la Edad Media vieron nacer otracorriente literaria que llegaría a ser conocida como

amor cortés (amor puro o fin’amors en la lengua occi-tana original). Ligado a nuevas exigencias afectivas enlos medios cortesanos y caballerescos, el nuevo códi-go de amor –más refinado, femenino e interioriza-do– acabaría por suplantar al de los viejos caballeroscuyo principal mérito, en lo que toca al amor, con-sistía en morir luchando por su amada. De las prue-bas exteriores basadas en los actos de valor, lostrovadores pasaron a cantar y enaltecer otro tipo depruebas inherentes al amor mismo como la capaci-dad de espera, el permanente deseo insatisfecho, etc.Ciertos temas característicos de la lírica trovado-resca habían tenido en su origen un claro significadomágico, aunque después, con el paso del tiempo sóloacabaran conservando un valor puramente estético,convirtiéndose en simples estereotipos. Pero el mun-do de las relaciones entre magia y amor cortés cons-tituye por sí mismo un complejo tan rico ensugerencias y matices que será abordado en una pró-xima publicación.

El diamante, a quien lo lleva, da vigor y fuerzaen todos los miembros del cuerpo; da la victo-ria sobre el enemigo, tanto en la paz como enla guerra, si la causa es justa; y mantiene a suportador en buen estado de salud y de emo-ciones; y defiéndelo de lides, contiendas y malosespíritus.Y si alguno quisiere hechizar o encan-tar al que lo lleva, por la virtud de la piedra, lahechicería o el encantamiento se volverían con-tra el que la pretende practicar. Ninguna bes-tia salvaje tendrá deseos de atacar a quien lolleva. El diamante debe darse sin avaricia y sincomprarlo, porque entonces tiene mayor fuer-za y hace al hombre más fuerte, y más firmeante sus enemigos [...]. Quien quiera comprardiamantes, conviene que los sepa conocer, pueslos falsifican con cristal amarillo y con zafiro,con falso topacio, con una piedra que se llamairis y con algunas piedrecillas que se encuen-tran en los nidos de los pericotes [...]. Pero con-viene saber que un diamante perfecto pierdesu virtud por las inconveniencias de quien lo lle-va, y en tal caso hay que devolverle sus cuali-dades pues, si no, será de pobres facultades yescaso valor.

The Travels of Sir John Mandeville(ed. M. C. Seymour, Oxford, 1967)

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Después que Tristán e Iseo fueron dentro de lanao, el tiempo les hizo bueno e alzaron velas lavía de Cornualla.Y ellos yendo así, un día donTristán e Iseo, jugando al axedrez, hacían granfiesta. E no había entre ellos ningún pensamientode amor carnal.Y ellos habían muy gran sed. ETristán dixo a Gorvalán que les diese a beber.E dixo Gorvalán a Brangel que les diese a bebera Tristán e Iseo.Y ella tenía las llaves del vino yde los letuarios. E Brangel estaba amodorridade la mar. E Gorvalán tomó las llaves de lacámara que tenía el vino y el brebaje amoro-so, y pensó que era vino, e dio a beber a Tristany a Iseo de ello, e tornó la redoma en su lugare tornó las llaves a Brangel. E a Brangel víno-sele mientes del brebaje amoroso y levantóse efuese a la cámara e halló, por la vista de lasredomas, que les había dado a beber del bre-baje. E fue triste e muy cuitada, porque tan malaguarda había fecho en lo que su señora la rei-na le pusiera en guarda. E, como quier que ellase toviese por colpada e se arrepentiese, encu-briólo e no quiso decir cosa, ni dar a entendernada. E luego que Tristán e Iseo hobieron bebi-do el brebaje, fueron así enamorados el uno delotro, que más no podía ser, e dexaron el juegodel axedrez e subiéronse arriba en una cama ecomenzaron de hacer una tal obra que despuésen su vida no se les olvidó ni les salió del cora-zón por miedo de la muerte ni de otro peligroque les acaescer pudiese. Por lo cual se vieronen grandes peligros y vergüenzas hasta la muer-te. E después que hobieron acabado su volun-tad el uno del otro, tornaron a acabar el juegodel axedrez que tenían comenzado.

Anónimo,Libro del esforzado caballero Don Tristán

de Leonís y de sus grandes hechos enarmas, s. XIV

A vous, douce debonaire,ai mon cuer donné.Ja n’en partiré.

Jehan de Lescurel, 1304

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Vostre trés doulx regart plaisant,belle bonne que j’ayme tant,on ne peut plus en bonne foy,trés perde tout le cuer de moyet oblege le demourant.

Non pas sans plus pour un tenant,mais tous les jours de mon vivantpour obeir comme je doy.Vostre trés doulx regart plaisant,belle bonne que j’ayme tant,on ne peu plus en bonne foy.

Je n’ay chose au monde vaillantque tout soyt a vo commant.Il y a rien rayson pour quoy:car vous valez et un filz de Royet deust il morir en servant.

Gilles Binchois, 1400-1460

Amoreux suy et me vient toute joyeen esperant que vo bonté m’envoyeun doulx confort pour mon cuer resjouird’un seul regart; aultre rien ne desir,puisque d’amer m’avés en la voye.

C’est trestout ce que demander voudroye,cest’liesse que querir je savoye,toutes les foys que je vous puis veir.Amoreux suy, et me vient toute joyeen esperant que vo bonté m’envoyeun doulx confort pour mon cuer resjouir.Ce par ma foy, quelque part que je soye,autre de vous amer je ne pouroye.Vous estes celle que adés veul servir.Vous estes tout mon joyeux souvenir,hores et toujours trés douce, simple et coye.

Gilles Binchois, 1400-1460

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MOT SO RAZO

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