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Memento Mori Nueva editorial de cienciaficción en clave "pulp" Universidad Complutense Madrid

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S c i · F d I - Re v i s t a d e C i e n c i a F i c c i ó n - # 0 7 - 0 1 /2 0 1 3 - F a cu l t a d d e I n fo rm á t i c a - U CM - I S SN 1 9 8 9 - 8 3 6 3

Sci·FdI: Revista de Ciencia Ficción

de la Facultad de Informática

de la UCM

Memento MoriNueva editorial deciencia­ficción en clave "pulp"Po r t a d a p o r G o n z a l o Ca n e d o | h t tp : //www . u cm . e s /s c i - fd i | s c i fd i @ fd i . u cm . e s

· El brindis del desterrado · Entrevista: Memento Mori · Perros del desierto ·· Nowhere Girl · El neuropapiloma de Listkiewicz · El planeta de los toros ·

· Memoria · Rastrillo de lecturas · Concurso de portadas ·

UniversidadComplutense

Madrid

Esta revista ha sido

maquetada con

software l ibre

usando Scribus

Comité EditorialRafael Caballero RoldánHéctor Cortiguera HerreraSamer HassanSalvador de la Puente GonzálezIsmael Rodríguez LagunaFrancisco Romero CalvoFernando Rubio DiezDavid Sigüenza TortosaGumersindo Villar García-Moreno

PortadaGonzalo Canedo

MaquetaciónBeatriz Alonso CarvajalesEnrique Corrales MateosSalvador de la Puente González

EditorialComité Editorial

Aviso LegalSalvo cuando se especifique lo

contrario, todo el contenido generado por lapropia revista SCI-FDI está sujeto a la licencia“Creative Commons Reconocimiento 3.0”,con la excepción de las obras publicadascuyos autores conservan la propiedadintelectual. Por tanto, los relatos podrán estarsujetos al tipo de licencia que estimeoportuno el autor, aunque desde Sci-FdI serecomienda alguna de las licencias CreativeCommons.

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Edición on-l ine:http://www.ucm.es/sci-fdi/

Envíos, dudas o sugerencias:[email protected]

El brindis del desterrado.................................................... 5Entrevista: Memento Mori............................................... 1 3Un perro aul ló en alguna parte........................................ 1 5Nowhere Girl .................................................................... 23El Neuropapiloma de Listkiewicz..................................... 32El planeta de los toros...................................................... 34Memoria.......................................................................... 38Rastril lo de lecturas......................................................... 42Concurso de portadas...................................................... 44

Estimadas formas pluricelulares básicas:

Una vez más nos dirigimos a vosotroscon el propósito de animar vuestro cachazudoproceso evolutivo. Sabemos que presentar lacruel realidad del universo sin más provocaríaincredulidad y rechazo en unas mentes tansimples. Por eso preferimos emplear lo quellamáis “ciencia ficción” —término que enrealidad acuñamos nosotros—, de forma quevuestras frágiles conciencias vayanabsorbiendo la verdad bajo el disfraz deinocuos entretenimientos. No cabe duda deque vuestras limitaciones biológicas ponen unlímite a vuestro posible aprendizaje, perodesde nuestra organización SPG (Salvemos alos Primitivos Galácticos) defendemos elderecho a la educación incluso de las formasde vida más rudimentarias.

Por ello, y sin caer en el desaliento,presentamos en este nuevo número relatosque os harán reflexionar acerca de la lealtad (Elbrindis del desterrado) o sobre las aptitudesque debe tener un buen músico interestelar(Nowhere Girl). Queremos que estéispreparados para convivir con extrañosmundos que, sin embargo, se parecendemasiado al que conocéis (Un perro aulló enalguna parte, El planeta de los toros), y que notemáis enfrentaros a las enfermedades aún pordescubrir (El neuropapiloma de Listkiewicz). Enfin, esperamos prepararos poco a poco paraasumir vuestro destino (Memoria). En estenúmero también incluimos la entrevista con eleditor y uno de los autores de una nuevaeditorial, Memento Mori, que sin duda nosserán útil en nuestra labor civilizadora deplanetas sumidos en la barbarie. Por últimoincluimos las bases de un concurso deportadas. Aunque seáis aborígenes del planetatierra no temáis, podéis participar libremente,hemos comprobado que las imágenesgeneradas por otros humanos penetran mejoren vuestras toscas conciencias.

Para finalizar queremos dejar claro queeste editorial es solo un recurso literario unabroma de los editores de esta revista. Pensadque si realmente esta publicación estuvieracontrolada por seres de inteligencia superior,

éstos no se descubrirían de forma tan burdacomo la que estáis leyendo. Sería demasiadoestúpido. ¿O puede que fuera una formainteligente de disipar sospechas? ¿O inclusouna forma de detectar a aquellos de vosotrosque estén a punto de alcanzar un nivelsuperior de conciencia? Os rogamos que nopenséis sobre ello, no merece la pena.

Índice

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Código de coloresRELATO

ENSAYO

CRÓN

ICA

ENTREVISTA

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El brindis del desterradoJosé Luis Carrasco

Era una noche artificial, un letargo deanestesia de los que pasan tan rápido que unono puede ni medirlo. Luego alguien desde laBase ejecutó un comando y yo, que soy Kino,recuperé mi conciencia.

Jun y Hao despertaron de la animaciónsuspendida con los miembros agarrotados,calambres en la espalda y hambre de lobo. Losprimeros minutos de reentrada —no era ese eltérmino correcto, pero lejos de la Base elvocabulario técnico siempre se podía relajar unpoco— sabían a desvanecimiento ralentizadode un sueño: las imágenes se desenfocaban enun espectro cada vez más amplio y, yamezcladas, concurrían en una chillonaamalgama nítida y plena de vida. Lo peor detodo, solían comentar, era el sabor metalizadoen la boca, que costaba al menos un día enterodespegar de las encías. Dos barras metálicasretráctiles que hice surgir de las paredes lessirvieron para apoyarse en sus ejercicios físicosy restaurar el ejercicio motor adecuado alcuerpo.

Iniciaron un desayuno frugal, todopreparados plásticos e inocuos. Sorbieron ensilencio y sin prestar atención a las señales dela pantalla que yo desplegaba para ellos en loscristales.

Al principio los astronautas llegaban acreer que la sensación de mareo nuncadesaparecería del todo, que la aceleración lesafectaría para siempre, acostumbrados ya a lafuga perpetua, a vagar de la mano de la luzentre sistemas. El descanso era profundo y lossíntomas de agotamiento las semanasposteriores no parecían sino un soporarrastrado de aquel hondo amanecer. Todos losdespertares, sin importar el destino o laduración del viaje, daban un fruto parecido. Yolo sabía bien, pues había acunado su reposo yel de otros durante cientos de años endiferentes naves.

—¡Buenos días! Bienvenidos al sistemade la Espiral de Daphne. Hoy podéis recrear lavista en los hermosos anillos de Sygma 3, en la

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luz violeta de las estrellas del sistema, cuyaoriginal coloración proviene de la extrañamezcla de gases en sus atmósferas, y en lasdensas nubes de polvo de los sistemas vecinos.¿Os ha desorientado la aceleración? ¿Por quéno combatir esos desagradables efectos con unrefrescante BuzzMed de limón? Introducidvuestras tarjetas y disfrutad ya de todo el saborde las frutas tropicales en vuestra boca. ¿Porsólo tres créditos? ¡Los humanos nos hemosvuelto locos!

Ajusté la dulce voz femenina de lagrabación al tono y velocidad más meloso yagradable posible. Di por finalizado elinformativo con una risita cómplice de lamuchacha, luego toqué los primeros compasesdel himno corporativo, con sus loas a la luchaeterna del pueblo, al trabajo eficiente y elderecho a la felicidad y el placer, y a los treintasegundos reduje su volumen, según laprogramación estándar.

Hao y Jun no ignoraban que en todas laspantallas de la nave refulgían los mensajes dela misión en amarillo brillante y que no dejaríande hacerlo hasta que no repasaran el contenidoen su totalidad y lo certificaran con un códigode pulsaciones táctiles. Ellos, terminado elcalentamiento, se dedicaban sin embargo avestirse y comprar una lata de BuzzMed delimón. No dejaron ni una sabrosa gota delaromático refresco y, tras devolver el envase ala bandeja de limpieza, se sentaron en lossillones de piel oscura a leer las instrucciones.

—A ver qué quiere Mamá Corporación denosotros con tanta urgencia. Si es una partidade póker ha contado con los mejores.Debemos tener ya mil horas de práctica.

—Sí, y si jugáramos con dinero de verdadya me deberías cien millones de créditos.

Envié una escala de cuatro notas agudasrepicar desde los altavoces del techo, y denuevo recibieron un saludo electrónico de lamisma y sensual azafata femenina, la máscarismática de mi catálogo, precedido de uncódigo de seguridad con una identificaciónnumérica.

—En la tableta sellada encontrarán lasinstrucciones. La contraseña de activación esOrión1. Utilícenla para todos los procesos—sentenció la grabación—. La finalidad de sumisión consiste en dicta…

— ¡Bla bla bla! —canturreó Jun.

—¿Cuándo callarás?, no me obligues arepetir el mensaje.

—Me encanta tu ingenuidad, Hao. Hazmemoria, verás que siempre es el mismo…Atiende —y Jun recitó el discurso de mi basede datos con el mismo tono monocorde ysuave, respetando incluso la modulación y laspausas—:

—… De indicios de vida. El uso de laslanzaderas para…

—… El aterrizaje se ceñirá a lascondiciones máximas…

—… De seguridad. A las cuarenta y ochohoras se abrirán los canales…

—… Para el primer reporte…

—… Buena suerte. La AmadaCorporación y el glorioso pueblorevolucionario les bendicen. ¿Ves? No hancambiado la grabación en veinte años. Si nisiquiera destinan ya fondos para lanzaderas.

Había que reconocer que Jun teníatalento para las imitaciones y las voces.Ninguna de las personalidades de mis archivosse le resistía.

Sirvieron el desayuno. En la compuertade comida extrajeron dos bolsas flexibles querehidrataron en un dispensador de agua queahora incluía la opción «azucarada», junto a lacaliente y la fría. Un pequeño lujo para los queno tomaban el café tan amargo. Introdujeronsus vasos en la aguja del dispensador. Elproceso duraba un minuto, por lo quesiguieron la conversación.

—Te entiendo. Nuestros padres viajabanen equipos de doce personas con herramientasde última generación.

Los dos hombres calentaron la bebida enel horno. Desde que era posible condimentarlas bebidas, la dieta a baja gravedad habíamejorado. Al menos en eso no estaban tanmal. Aspiraron con fuerza y la boca se les llenódel líquido caliente, ácido y sabroso, queeliminó los restos del dulzor del BuzzMed delimón que sin duda ya empezaban apegárseles al paladar.

—¿Qué avances nos tocan a nosotros?Capsulitas de azúcar. ¿Tú crees que les importaalgo hallar vida?, sólo pretenden justificar

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presupuesto y mantener las casas de campo desus altísimos generales. Anda, enciende lasmáquinas y pon en marcha los sensoresremotos. Veamos qué se cuece ahí abajo.

Hao desvió la mirada a la pantalla máscercana. Una serie de barras de colores crecíade izquierda a derecha, brotando los símbolosde un grupo de compuestos gaseosos. Encuanto los hombres contemplaron el gráfico,este se pobló de palabras y cifras, como si estashubieran intuido que ya podían desplegarse yser leídas.

—Ya están en funcionamiento. Elordenador del alto mando debió asumir lainiciativa mientras desayunábamos.

—Claro que sí. Es mucho más fiable quenosotros. Hasta una inteligencia artificial detercera clase como Kino discurre y decide conmás eficiencia y rapidez. Recuerda esto, Hao,muchacho, el hombre próximo será hijo de unpadre humano y una madre máquina, o noserá, hablará cuatro idiomas, dos de elloslenguajes informáticos, o no hablará ninguno, yrecuperará sus fuerzas tanto con una deliciosapieza de fruta como alimentando la energía desus venas con un cargador, o no se moverá enabsoluto. ¡El futuro, Hao, eso es de lo que tehablo! ¿No te apetece casarte con una humanay tener sanos niños-máquina, educados con elmejor software, Kino?

Respondí que prefería no opinar sobre unasunto tan complejo. Hao, más joven que sucolega, simuló ignorar el alegato y revolviónervioso su flequillo moreno, se recolocó en lasilla y examinó la información del interfaz.

—Es Dióxido de azufre, en su mayorparte, con la mitad de la evaluación realizada.Trescientos grados celsius de media en la zonaecuatorial iluminada por el sol.

—Caliente y árido, como la superficiemisma del infierno. Un lugar al que yo meopondría a mudarme por mucho que insistierael comité. Me hace pensar que quizá estamosreconociendo localizaciones para una posiblecárcel, amigo, o para una cámara de torturas.No se me ocurre otra explicación. Salvo queestemos aquí para tirar la basura, claro. Cadavez que recuerdo la cantidad detransbordadores desechables que lanzamos,las innumerables sondas con productosquímicos para estudiar sus reacciones en otrosmundos... me pregunto si no estamos tratando

el universo como el nuevo vertedero despuésde la Tierra. ¿Qué opinas tú? ¿No respondes?Dime al menos por qué hicimos esto. ¿Por quénos matriculamos para el dichoso programa deexploración?

—Porque no había más trabajo.

—¡Sí, cómo olvidarlo! El trabajo, eseregalo de Dios que dignifica el alma. La vida esalgo misterioso, amigo Hao. Ofrecen un puestode astronauta para ir nadie sabe dónde, y unolo acepta. Qué inconscientes, que ya nidefendemos el derecho a negarnos. Porquecuando uno está en paro, tiene que buscarempleo y agradecer lo que le toque, como si lavida no te perteneciera, ni para decir unapalabra tan simple, tan breve y que usamos tana menudo, como es «no». Como dice YoungMi…

—¿Has leído los libros de esaconspiradora, insensato?

—La invención de Los Altos, Revolución ytierra, Los iguales y los distintos… Los llevotodos de contrabando en el ordenador. Creoque deberías darles una oportunidad.

Jun no obtuvo respuesta y debiócansarse de hablar solo. Las tareas demantenimiento les ocuparon el resto de lamañana. Según el protocolo esperaríancompletar la primera órbita para recibir unsegundo análisis más exhaustivo. Sucedería entres horas. Los dos hombres se atarearon contranquilidad. Jun trató de iniciar varias vecesuna conversación, pero el hosco silencio deHao, absorto en el ensamblaje de una pataretráctil de un robot explorador, terminó pordesalentarle. Sólo coincidieron en el momentode extraer sus tarjetas y comprar otras dos latasde BuzzMed de limón para quitarse el amargosabor del café de la boca.

Mi aviso, por medio de un piloto, con unasecuencia de tonos anaranjados, atrajo a loshombres, unas diez horas después de supuesta en órbita en el planeta, a la consola. Jundeslizó sus dedos por el teclado y en respuestasalpiqué en la pantalla principal del ordenadorun recuadro negro de listas, gráficos,porcentajes, actualizados y más precisos, y encada uno de ellos parpadeaba unencabezamiento de letras blancas sobre fondorojo, escoltado de un estribillo marcial, siempreel mismo, que con cada nueva ventana crecíaen volumen, y su instrumentación primitiva

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servía de almohada a un coro de niños quecantaba las glorias del Invicto Líder, como siéste hubiera sido el responsable del hallazgo.

—Parece que los sabios padres hantenido lucidez en la búsqueda después detodo, ¿o habrá sido el azar, que equilibranuestros destinos con buenas noticias? Seacomo sea, fíjate. El radio ecuatorial de nuestroamigo es 1,5 veces el de la Tierra y nos duplicaen densidad y masa. No nos vale como nuevaTierra, por supuesto, la temperatura en laszonas polares no iluminadas no baja de lossesenta grados, y eso que se ha confirmado laexistencia de una atmósfera que atenúa losefectos del sol. No, lo interesante de verdad esotra cosa...

—Espera, ¿qué es eso de la tablaelemental?

Jun fijó sus gafas sobre el puente de lanariz.

—A eso precisamente me refería. Lacomposición del planeta. Sólo tiene uncontinente, rico en azufre, como sabes, yabundante en lo que apuesto que son tierrasraras. Lacertita. Te suena, ¿verdad?, pero seguroque no del colegio ni la universidad. Sudescubrimiento es más joven que nosotros.Leerías la noticia, como yo, en el periódico.Nunca había aparecido en su forma pura y elsepararlo de otros elementos resultademasiado costoso, pero la comunidad hasoñado con sus propiedades durante años. Esel aditivo perfecto para combustibles, lapérdida de energía es nula en la conversión ymultiplica en eficacia las alternativas actuales. Ylo tenemos ahí abajo, perfectamente aislado.

—Céntrate por un momento, Jun.Debemos informar al Mando. Esto nossobrepasa a los dos.

—Sí.

—Convendría que lo hicieras tú. Paralimpiar la imagen de tu familia.

—¿Con mi expediente de vergüenzas yhuelgas? ¡No, gracias, ya me tienen muy visto!Pero si te encargas tú, que tienes unareputación intachable, te volverás un héroe, osea, una marioneta corporativa. No dejarán enpaz a los tuyos. Te exhibirán como un mono deferia. No, en un estado donde todos somosiguales lo peor que te puede suceder es quedestaques.

—¿Entonces?

—Yo estaba pensando en algo muydistinto. Deleita tu vista, amigo.

Jun echó mano al bolsillo más pequeñode la pechera de su traje y agitó, con los dedosíndice y pulgar, una minúscula ficha de plásticoverde con un circuito integrado en forma decápsula. Con un movimiento involuntariocomo el del pasajero que espera curvas, Haoapoyó las manos en la pared a su espalda.Miraba el aparato con desconfianza. Junesbozó una sonrisa victoriosa y plena, y sufigura se alargó y ensanchó hasta adquirir unaescala épica, y parecería que hubiera seguidocreciendo de contar con el espacio suficiente.Hao pregunto qué era aquello.

—Un inhibidor de conexiones. Losvenden caros en el mercado negro, perocuando ahorras lo necesario las puertas seabren como por arte de magia. Se acabócomunicarse con el mando, se acabó adular alInvicto Líder y se acabó matarse a trabajar paraun régimen que ni siquiera garantiza un másallá donde relajarte. Tan miserables que nopueden ni venderte una religión. Tenía misdudas de utilizarlo o no pero ya se pasó eltiempo de dudar. Ahora toca pasar a la acción.

—Tú has perdido el juicio. Fusilarán a tuspadres.

—Mis padres sobornaron al guardia de lafrontera con la otra mitad de nuestros ahorrospara irse al exilio. Me temo que en mi prolesomos todos igual de corruptos. ¡Menos malque hemos heredado eso del mismo gobierno!No tenemos ni muebles en casa, pero hamerecido la pena. Ya puedes respirar el dulceaire de la libertad, compañero.

Mientras así hablaba yo había emitido losprimeros sones de una alerta, la más ruidosa delas previstas como anticipación de posiblesproblemas en insubordinados. Los hombres noatendieron, ocupados como estaban endiscutir. Hao extendió las manos, como si seenfrentara a un cañón cargado que lo apuntarasin posibilidad de escape. Se movía conparsimonia, predecible, procurando no alterara Jun, y le hablaba con un tono de vozigualmente suave.

—Lo que dices no tiene sentido. Nosencontrarán.

—¡Bobadas! Que sepan cómo

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mandarnos un mensaje grabado y enviarnospor el espacio a otros sistemas sin riesgo deaccidente no quiere decir que conozcannuestra ubicación real. Te noto confuso. Por sino te has fijado últimamente, la Base ya no estáocupada por científicos sino por mercachifles,publicitarios y economistas. ¡Reto a cualquierade ellos a resolver una ecuación de tercergrado! No te extrañes tanto, nada es casual. Esun nuevo comienzo para la sociedad, elprólogo de una gran bancarrota humana.Necesitan hundirlo todo y para ello sólopueden rodearse de inútiles. La mediocridadestá al alza. Hacer las cosas bien conlleva máspreguntas, nuevos acertijos, y ya hemossobrepasado nuestro propio tope. Rendiremoscuentas a dos corrientes principales; laincultura y la guerra, que acabarán connosotros. Es hora de animalizarnos, desandar elcamino. Volver a tejerlo supondrá laregeneración del mañana.

En vista de que mi alarma no eraatendida, sugerí a través de los altavoces, paraque me oyeran bien, que cesaran en talesideas. No eran propias de seres humanosracionales, aunque no me incumbiera nirefutarlas ni detenerlas. Propuse una sedaciónmediana, de unos cinco minutos, para calmarlos ánimos, pero en ningún caso merespondieron, y Hao continuó el debate.

—Vale, supón que nos pierden la pista,¿dónde vamos a ir?

—Hay colonias de refugiados en otrossistemas, a la vuelta de la esquina, teniendo encuenta las distancias cósmicas. ¿O te crees quesoy el primero que escapa?

—¿Y qué pasará conmigo? ¿Te hasparado a pensarlo? ¿Y mis parientes, misamigos...?

—Sería una pena que no te unieras a mibanda, pequeño John, pero en fin, una vezaterricemos en la colonia podrás reutilizar lanave si quieres. Basta con que digas que yo lasecuestré. A mí me da igual que me vuelvan undemonio, mientras me dejen vivir en paz.Siempre he fantaseado con ser un mercenarioque comercia con lacertita en las nebulosasperiféricas.

Una sonrisita traviesa nació bajo la narizde Jun y se extendió por su boca entera hastaformar una amplia curva amasada por susdientes irregulares. Hao se recostó en el panel

que tenía a su espalda. Constaba en cualquierhistorial su largo y aplicado entrenamientodesde la adolescencia. Entre otras virtudes,reconocía el nombre y función de cada botón,pieza y mecanismo en cada centímetro de lanave, sin mirar. Incluido el armamento de abordo.

—¡Hasta puedo golpearte en la frente siquieres demostrar que opusiste resistencia!

—No, no, no. El viaje te ha enloquecido,Jun. Yo puedo ayudarte. Nuestro Invicto Lídernunca nos haría daño. Nos ha protegido detodas las amenazas. Somos pobres, vale, perotambién pacíficos.

—Eso lo dices porque no has salido de tupueblo. Tiene gracia que hayas explorado otrossistemas y no conozcas ni el país vecino.¿Cuánto tiempo hace que no tomas pescadofresco o carne roja tierna, del día? Niega, si teatreves, que sobrevives a base de frutos secos yarroz, migajas que tienes que repartir en casa.Nuestro país es rico en recursos. Yo antes eracomo tú. Entendía estas misiones como uncastigo, como un exilio. Ahora sé que es lamejor oportunidad que podían ofrecernos.Vamos a explorar para nosotros. Con un pocode suerte nuestra fama alcanzará los confinesde la galaxia y la gente cantará cancionesdescribiéndonos como bandidos.

La voz de Jun resbalaba por el aire, cadavez más baja, un susurro amistoso,almohadillado, pero Hao temblaba entero. Losdedos de sus guantes rechonchos se abrieroncomo una flor. A su lado había una caja deherramientas. Con un gesto rápido giró elpestillo. Varios útiles quedaron a la vista. Notómuy cerca el pomo de la llave para tornillos ypernos, y lo asió con fuerza.

—Traidor... traidor... el pueblo entero sedesloma y tú planeas irte de vacaciones...

Los dos hombres intercambiaronmiradas, cubiertas por luces contrapuestas,una franca, luminosa y clara, otra nublada ygrave. No dijeron nada y se dedicaron a mascaren silencio sus diferencias mientras mi alertasonora, un bucle de emisiones como desubmarino, parpadeaba en la consola. Jun, elmás cercano a ella, tocó una tecla con el dedoíndice y el mensaje calló de pronto. De nuevoen el vacío, sin palabras o ruidos con quellenarlo, el tiempo flotaba entre nosotros,escaso y seco. Hao no quitaba ojo al suelo. La

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llave estaba anclada a la caja de herramientascon una cuerda de sostén, para no perderla encaso de salida al exterior. Entre eso y lagravedad cero no iría muy lejos con ella, peroera firme y fiable, y los pliegues del mangoentre sus dedos debían reconfortarle.

—Te diré qué vamos a hacer. Vamos apreparar la comida, reposadamente. Luego,con el estómago lleno, charlaremos con calma.Nadie nos escucha, ni nos va a contactar en laspróximas veinticuatro horas, por el retardo delas comunicaciones. Somos libres por un día.Quizá me he excedido. No es natural el pasartanto tiempo lejos de casa, sólo consiguesconfundirte. Pero aún podemos hablar, ¿quémejor cosa pueden hacer dos personas?

Hao asintió con algo más de confianza.Recogieron las bandejas del almuerzo, unosrectángulos grisáceos con el menú del díaimpreso en una pegatina. Hao sorbió de lamancha amarilla y naranja etiquetada comopizza tropical. Su compañero se sirvió un tragode agua del dispensador. Tragó con dificultad ycuando pasó el líquido arrugó el gesto entretoses.

—Vamos a tener que arreglar eldispensador, el agua sabe asquerosa.

—Déjame probar.

Llenó Hao su vaso en la aguja y dio unlargo sorbo a la pajita. Mascó lo que habíatomado como si hubiera sido algo sólido, luegolo escupió con desagrado y se secó la barbillacon la manga.

—Es alcohol.

—A mí me ha sabido a suciedad.

—Es alcohol, te lo digo yo. No es puro,está mezclado con agua.

Jun se llevó la mano a la garganta comotemiendo que se la hubieran robado. Bebió denuevo del vaso pero no llegó a dar más de unsorbo. La luz, ahora masiva y abundante, entrópor los pequeños ventanales trapezoidales dela cabina, pintando con su fulgor los objetos dela nave y estirando sus sombras de lasesquinas, que reptaron por la superficie blancay alcolchada. Sin mencionar lo ocurrido, los doshombres dejaron sus vasos, que flotaron a sulado, a la deriva, y se asomaron al exterior.

Sygma 3 completaba su vuelta y el solresultaba visible. La nave, en órbita

geoestacionaria, se bañaba poco a poco en elamanecer. Jun propelió una risotada y palmeóla nuca de su compañero mientras le daba a labebida.

—¡Buenos días Hao! Llevábamos unaeternidad sin ver una luz natural, ¿qué teparece? ¿no deberíamos brindar por ello?Disfrutemos de nuestro alcohol decontrabando, ¡las desavenencias se resuelvenmejor con un trago!

Sin esperar una respuesta, del tipo quefuera, Jun apoyó las manos en los reposabrazosdel asiento de piloto para levantarse. Debiócalcular mal la fuerza necesaria porque resbalótorpemente, y al tratar de asirse a un lugarseguro tampoco respondieron sus manos. Alincorporarse, su rostro perdió todo su color,dando muestras de náuseas, como si nuncahubiera trabajado en gravedad cero. Hao leobservó desconcertado.

—Al final voy a darte la razón y tendréque dejar de beber. Me encuentro fatal sólopor un trago inocente.

—Lógico, te pasa por tener la cabeza enlas fiestas y las distracciones y no en el trabajoduro. Ahora mismo voy a reparar eldispensador y en un rato volverá el aguacorriente. Ya toca que alguien con cabezaponga algo de orden aquí.

Eso decía Hao, pero sus palabras se leescaparon del cuerpo con el resto de susenergías, pues también al levantarse parecíaafectado por la misma embriaguez de Jun. Sevieron los dos flotando en el centro de la nave,sin poder evitar chocar, al arbitrio de la suerte,los miembros vagos y la cabeza vacía. Jun teníalos ojos en blanco y boqueaba, pálido deasombro. En sus mejillas desvaídas afloró unrubor escarlata.

—No sé por qué... pero noto como si lacabeza se me fuera a derretir... me arde pordentro.

Hao se rió a carcajadas y le señaló con eldedo, luego se señaló a sí mismo. Todo lesonaba muy divertido, y al mismo tiempo susrisas denotaban un sopor tremendo, como si sele borraran los pensamientos de la mente.Cerró los puños y se golpeó el pecho en ungesto tan concentrado como rabioso, y cadagolpe resonaba con el clamor del gong de untemplo.

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—Es la atmósfera del planeta.

—¡Qué dices, tío, estás borracho!

—Sí, los dos lo estamos. Algún elementogaseoso está provocando cambios molecularesen el agua de nuestro tanque. El agua gana dosátomos de carbono, cuatro de hidrógeno y ahítienes el alcohol.

—Vale... ya lo sé, no te pongasmelodramático.

En aquel punto ya no necesitaba mayoresevidencias. Los dos exploradores seencontraban en problemas. Yo, dentro delescaso margen de mis atribuciones, poco podíahacer: cualquier señal de ayuda que enviarapara ellos tardaría demasiado en llegar aldestinatario y regresar a la nave. Les urgí acomer algo a la mayor brevedad, para al menosmatar el apetito y enfrentarse con el estómagolleno a lo que tuviera que suceder, pero nadieme prestó atención.

Los ojos de Jun se le iban al exterior,intuyendo más allá terribles amenazas, y sesostenía la cabeza con verdadero miedo. Elhombre se movía con parsimonia ydescoordinación, como un muñecoabandonado a una caída libre que nuncatermina de suceder. Los intervalos de susrespiraciones, cada vez más espaciados, lesobligaban a darse un respiro, cada vez máslargo, antes de responder. Hao boqueaba derisa. Jun se pasó el guante blanco, liso en laparte del envés, rugoso en la de la palma.Goterones de sudor le caían por el rostro, y alestar inclinado en diagonal sobre el suelo de lanave, dejaban humedecida sólo la mitad de sucara. Seguía lanzando Hao unas carcajadassofocantes, roncas, exentas de toda voz, y nopudo parar hasta que topó con él su vaso dealcohol, que había estado flotando a la derivatodo el tiempo. Lo cogió embobado yenarbolándolo a su compañero le suplicó entrelágrimas.

—Explícamelo entonces, cómo es posibleque yo también me sienta borracho si no hebebido más de una gota.

—Tú seguías con el refresco, cierto. Esridículo. No lo sé. No me hagas pensar. Estoymuy cansado, y hace tanto calor...

—Calor...

Y entre Hao y Jun pasó una ráfaga de

tacto reseco, un puñado de rayos finos ydébiles como lapiceros que apenas superabanel impacto de una caricia. Yo deseaba añadir miconclusión, resultado de un estudio provisionalde los componentes del entorno, pero unprotocolo contra actividades ilícitas meobligaba no sólo a dejar de grabar sino a borrarlas conversaciones mantenidas aquellamañana, y no aportar más información amenos que se solicitara. No fue, sin embargo,nada intencionado por mi parte el dejar quevieran el termómetro de la consola

—Eso es. Son las altas temperaturas de laatmósfera. Ha llegado a nosotros. Está ennuestra sangre... Es nuestra sangre... todos loslíquidos se ven afectados, todos… setransforman...

Así quedó la frase, inerte, suspendida aexpensas de que algo la recogiera. Igual desolemnes y quietos, los cuerpos de losastronautas, dos instrumentos ya obsoletos,aquiescentes pululaban sobre el laboratorioportátil y el utillaje y los mandos, sobre todaslas cosas que ya les eran ajenas, pues no lespertenecían más ni ellos a ellas tampoco.

Permanecieron de esta manera la nave yel planeta, hermanos pequeño y mayor. Por lasuperficie de la bola bermellón de Sygma 3cruzaron las estaciones y las nubes y lastormentas de arena y polvo, hasta que lossatélites del centro de mando de la Baserecibieron el aviso de emergencia porabandono de funciones, y a través de miles deaños luz, en todas las estaciones espaciales, enlas colonias humanas y en los medios decomunicación de la Tierra sonó el mismo aviso:—¡Buenos días! Cantemos juntos loor al Líderglorioso, pues gracias a su benevolencia todoslos trabajadores caminamos hacia el mejorprogreso. Y tú, ¿aún no sabes cómo ayudar atus hermanos?, ¿por qué no recuperar unanave en perfecto estado para futuros viajesespaciales y explorar otros mundos habitables?En la Espiral de Daphne, situada en órbitageoestacionaria en Sygma 3, una Caminantede tercera generación, sin apenasdesperfectos, espera nuevos rumbos. Sólotienes que abonar veinte créditos comoaportación para los gastos de transporte hastala nave. ¿Por sólo veinte créditos? ¡Loshumanos nos hemos vuelto locos!

Y lo mismo que las ideas nunca

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permanecen iguales, porque mudan con eltiempo y con nosotros mismos, y con elchoque de otras ideas, y como los hombres ylos propios astros tampoco se repiten porquedescriben movimientos con alguna ligeravariación, en las pantallas táctiles de lasventanas trapezoidales de la nave brilló continta electrónica color ceniza una palabra sola.Débil y breve fue su impresión por losconflictos entre tecnologías y por el duro viajehasta los sistemas de la nave, desde lainteligencia emisora y a través de la densaatmósfera, y la palabra decía: «Bienvenidos».

Una serie de labores rutinarias memantiene ocupado en la nave. Cuando lastermino, anoto en el diario de a bordo losúltimos acontecimientos. En el disco durodonde está almacenado el diario encuentrotambién los libros de Young Mi que Jun habíaguardado en una carpeta protegida con unacontraseña que he superado sin esfuerzo. Leocon gran interés y reflexiono sobre temas enlos que nunca había pensado. Quizá Jun estabaen lo cierto. Siento que no he priorizado bienmis lealtades. O quizá es que mi procesadorfunciona de manera defectuosa por lo quefuera que mutó en la atmósfera de la nave.

A falta de actividad humana que merequiera, mis sistemas se congelan y duermoun largo sueño. En un futuro llegaré a saber losiguiente. En la superficie de Sygma 3, muchosaños después de nuestra llegada, dosinvestigadores extienden la vista en derredor.Captan el polvo, que atribuyen a las nubesnegras allá arriba. Ha empezado a llover y laborrasca que repta por el horizonte guarda unacalima asfixiante en su bolsa de aire, pero notienen dudas y así lo consignan en susinformes. La polución baja desde un tráficoextraño y creciente en la exosfera. Sacuden lascabezas y se van, bailando al son de una flauta.

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Entrevista: inauguración de laeditorial Memento Mori

Héctor Cortiguera

Memento Mori es una editorial de recienteaparición, una iniciativa realmente arriesgadatanto en continente como contenido, ya queapuestan por una vuelta atrás hacia lasauténticas novelas de bolsillo; pequeñashistorias llenas de acción y aventuras, idealespara leer de una sentada. Y como aquellas viejasnovelas de a duro, en Memento Mori apuestanpor la novela de género pero sin ser puristas.Aquícabe todo y se celebra e incita la mezcla.

Hasta ahora han publicado dos libros:"Nigromancia en el reformatorio femenino", deJohn Tones, una sórdida historia de misterio enun ambiente muy peculiar (¡el título lo dice todo!)y "Perros del desierto", de Francisco Serrano, unapasionante western de ciencia ficción.

Hemos querido aprovechar este nuevonúmero de Sci-Fdi para poder charlar con ellos ydar a conocer esta línea editorial tan interesante.

Comenzamos entrevistando al editor,Alberto Haj-Saleh, y continuamos con el autorFrancisco Serrano, del que también publicamosen este número el primer capítulo de su libro“Perros del desierto”.

Alberto, la iniciativa de Memento Moriparece muy arriesgada, teniendo en cuentael panorama editorial español. ¿Qué osimpulsó a sacar adelante esta colección?¿Cómo pensáis que es el público de estacolección?

La locura, claro, abrir una colección comoMemento Mori esperando hacernos ricos esbastante inverosímil, sumada a demasiadascervezas en una noche. Ya más en serio: lamotivación principal de poner en marcha lacolección es la convicción de que existe eseespacio en el panorama editorial para lasnovelas de género y sobre todo que existe unamasa potencial de escritores más quedecentes que pueden y desean escribir novelade género.

Aspiramos a que nuestro público sea más

heterogéneo del que se podría pensar a priori.Si algo nos ha enseñado Internet es que lo queantes se despachaba como "frikismo" resultaque en realidad no es más que una querenciapor una serie de géneros que han marcado laeducación sentimental de mucha gente y que,de repente, se encuentran con que no estánsolos echando de menos esos géneros. No hayabsolutamente ninguna razón para dejar deleer ciencia ficción, o terror o novelas deaventuras, ninguna. Así que la idea es que elpúblico de la colección sea cualquiera que vealos libros y piense "qué buena pinta".

Estas dos primeras publicaciones apuestanpor la mezcla desvergonzada de génerosliterarios. ¿Qué nuevas combinacionestenéis para nosotros? ¿Nos podéisadelantar alguna sorpresa?

¡Si os las cuento ya no es una sorpresa! Buenova: En cartera tenemos al menos una novelade aventuras bastante demoniaca y unahistoria a medio camino entre La guerra de losmundos y una pesadilla lovecraftiana.

Estas obras son pequeñitas, en cuanto aextensión. ¿Cómo será la extensión defuturas novelas? ¿Pensáis que el formatocorto tiene futuro?

Pues mira, ha sido casualidad, pero las novelassiempre andarán entre las 120 de Perros deldesierto y las 180 de Nigromancia en elreformatorio femenino, de hecho estaextensión breve es parte de la filosofía básicade la colección. Estos son libros pensados paraser leídos de una sentada, para llevarlos almetro, al tren, a la sala de espera, a la cola dehacienda, adonde sea, pero para llevarlosencima. Eso implica que tienen que ser breves,fáciles de llevar y de tamaño compacto.Además, pocas páginas implica ir al granoinmediatamente, que es otra de las cosas porlas que apostamos.

¿Habéis pensado en utilizar el cómic como

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plataforma?

Pues ojalá... pero de momento no, demomento vamos a ver qué tal van las novelasy si la respuesta es positiva veremos cómoampliamos los tentáculos de Memento Mori.Pero me encantaría, ¿eh? De hecho hicimosuna edición limitada de un fanzine pararegalar a la gente que comprase las dosnovelas en pre-venta a través de nuestra web yel fanzine tenía un par de historias inéditas yunas cuantas ilustraciones, y la verdad es quefue un exitazo, tanto que me parece quevamos a repetir la idea con los dos próximos. Yoye, yo veo las ilustraciones y casi que esinevitable pensar en un Memento MoriComics... pero por ahora no nos lo planteamos.

Seguimos con Franscisco Serrano, aliasFrunk Funkhouser

En la novela encontramos ciencia ficciónpostapocalíptica mezclada con un westernlleno de tipos duros, ¿podrías comentarnosalgunas de las referencias que usaste?

Las influencias me las han ido desglosandodespués, yo no soy consciente del todo de lascosas que he ido birlando aquí y allá. Desdeluego no lo era durante la escritura. Creo quela idea original nace de un cruce bastantenatural en mi cabeza de "Dune" de FrankHerbert y "Meridiano de sangre" de CormacMcCarthy. También fue muy importante lapelícula "The proposition" de John Hillcoat,quizá por hacerme comprender hasta quépunto el western es un género mutante, queacepta casi todo. Me gusta pensar que hayalgo de Elmore Leonard en algunos diálogos.

Y, más en general, ¿cuáles son tus autores uobras favoritas? ¿Cuáles son tus novelaspreferidas? ¿Cómics? ¿Películas?

Acometer semejante enumeración sería untrabajo tan extenso, tan sujeto a caprichos yestados de ánimos, tan sujeto a revisiónconstante, que me dan vahídos solo depensarlo. Por citar algunas obras y autoresclaves, además de los arriba citados, podríamencionar "Ada o el ardor" de Nabokov, aCoetzee, "Warlock" de Oakley Hall, las historiasde robots de Asimov, a Robert Silverbergh, aJack Vance, cualquier cosa que haya escritoJames Ellroy, incluso su lista de la compra,Borges, Bioy Casares, Phillip Roth.... Son legión,me temo. En cine y cómics podría hacer unalista igual de desordenada.

Si bien en el cine se asocia, muchas veces,ciencia ficción con películas de aventurasllenas de acción, en la novela no suele sertan frecuente. ¿Qué te impulsó a escribiresta ciencia ficción con un tono tan pulp?

Creo que el mismo impulso que nos mueve atodos los que intentamos escribir: volver acontar, a nuestra manera las cosas que nos hangustado, emocionado o fascinado en las obrasde nuestros mayores. En mi caso, aunque noexclusivamente, ese sustrato es de género,tanto de ciencia ficción como de terror o noir.Y, claro, también porque los libros deMemento Mori han de ser trepidantes yviolentos y no cabía escribir "Perros deldesierto" de otra manera.

¿Qué clase de público crees que leerá tunovela? ¿A quién crees que gustaráespecialmente? ¿Crees que habrá másautores que se vean inspirados por tunovela a hacer algo parecido?

¿Además de amigos y familiares, quieres decir?Espero que la propuesta sea lo bastanteatractiva como para llegar incluso a los que nose considerarían lectores de género, de cienciaficción o western, en primer término. Encuanto a lo de poder ser inspiración para otros,no sé. Si este pobre emeritense ha escrito unanovela de ciencia ficción y aventurasdesérticas es que cualquiera puede. Quizá estoanime a alguien. Quién sabe.

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Un perro aulló en alguna parte(avance del libro ‘Perros del desierto’)

Francisco SerranoI . Ecóloga

En el búnquer del espaciopuerto hacíafrío. Los sellos herméticos que evitaban lapérdida de humedad durante el día estabanabiertos para que circulase el aire y el desiertonocturno se filtraba helado por el sistema deventilación con graznidos de aves nocturnas ygañidos de perro. El hombre miraba a loscontroladores y a un técnico que sostenía unapetaca de licor casero. En las pantallas delbúnquer aparecían cifras y trayectorias.Conectaron las cámaras de la pista deaterrizaje, un páramo de hormigón todavíavacío, calcinado por más de cincuenta años deaterrizajes y despegues. En los altavocescrujidos de estática y un piloto anunciando sullegada en menos cinco, menos cuatro, menostres. El silbido del transporte de carga cayendopor el pozo de gravedad. Cuando era unmuchacho, el hombre y algunos amigos ibanhasta unas colinas cercanas al espaciopuerto yveían llegar los transportes desde la estaciónen órbita de la Autoridad Colonial. La estrellaque aparecía de la nada y se iba convirtiendopoco a poco en fuego de retrocohetes. Vistodesde búnquer sin ventanas, en sus pantallasde baja resolución, todo era más aburrido. Elhombre bostezó. Metió las manos en sucazadora marrón, el emblema de la OSC en elpecho. El transporte tomó tierra. Loscontroladores bostezaron. El técnico bostezó.El hombre bostezó de nuevo. La petaca circulóentre ellos pero él prefirió no beber.No queríaque el aliento le oliese a alcohol.

Por fin le permitieron salir del búnquer.De una construcción subterránea similar yasalían los estibadores, montados en vehículosde carga, las ruedas de oruga chirriando en elhormigón salpicado de arena. El aire olía acombustible quemado y los animales deldesierto habían quedado en silencio. Todavíatuvo que esperar unos minutos a quedescendiera la única pasajera civil deltransporte. Salió por el extremo opuesto de lanave. La mujer caminaba con precaución,

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asentando cada paso, dubitativa. Andares dela gente que había pasado demasiado tiempoen el espacio.

El hombre se acercó hasta ella. ¿ClaireTo?, dijo.

La mujer lo miró, parpadeando deprisa ala luz de los focos y los reflectores de la pistade aterrizaje. El macilento color del mareo. Sí,dijo. Soy yo.

El hombre extendió la mano. RaimundoCruz, dijo. Sargento de la Oficina de SeguridadColonial.

Más que darle la mano la mujer sesostuvo en él. Llevaba un macuto de viaje alhombro y vestía un mono de color verdesuave. Ropa de espaciales.

¿Quiere que se lo lleve, señora?

No, no se preocupe.

Acompáñeme, por favor.

La mujer lo siguió un par de pasos y sedetuvo. Pero mi equipo...

Por lo que me han dicho tardarán unascuatro horas en sacarlo del transporte, señora.Se lo enviarán mañana al Burgo.

¿Al Burgo?

Nueva Edimburgo. Por aquí lo llamamosel Burgo.

Oh, dijo ella. Trastabilló. Cruz le sujetó elbrazo.

En serio, ¿se encuentra bien?, dijo.

Hacía tanto tiempo que no caminaba portierra firme...

Salieron del espaciopuerto. Claire To sedetuvo. ¿Qué es eso?

El deslizador, señora.

El vehículo tenía el aspecto de un carrode combate negro montado sobre una balsahinchable. Blindaje en las ventanillas y en labolsa neumática. El escudo de la OSC, la siluetaroja de un halcón, pintado en las puertas.

Las turbinas crean un colchón de aireque...

Ya, sé cómo funciona. ¿Es seguro?

Claro, señora. Es el vehículo oficial de laOSC.

Ella suspiró. Perdone, estoy un pocoaturdida... ¿Cómo se llamaba usted?

Cruz, dijo él. Llámeme Rai.

De acuerdo. Gracias.

Me han asignado para asistirla en todo loque necesite.

No creo que necesite mucha asistencia.Sólo tengo que tomar datos y visitar algunospuestos climatológicos.

El desierto es peligroso. No puedeusted... Bueno, no puede ir sola. Algunos deesos puestos están bastante lejos y otrossencillamente ya no sabemos dónde están.Habrá que buscarlos.

Claire To se le quedó mirando uninstante. De acuerdo, dijo. Pero necesito unmomento antes de montarme en ese trasto.

Aspiró con fuerza. Creo que el aire se meestá subiendo a la cabeza. ¿Siempre huele así?

Cruz se sentó en el capó del deslizador.¿A qué huele?

No lo sé, dijo ella. No huele como laestación, ya sabe, ese olor a gente, a airereciclado... Aquí huele diferente. Tampocohuele como la Tierra, creo. No lo sé. Hace casitres años que me fui de allí. Bueno, muchosmás años en realidad, pero ya me entiende.

Cruz buscó su tabaco, metido en unabolsita de cuero, y comenzó a liar un cigarrillo.El gesto reveló el revólver que llevaba al cinto.Ella lo miró pero no dijo nada. Usted ha tenidosuerte, dijo Cruz. Mi abuelo salió de la Tierra ysabía que no iba a volver jamás, pero cuandoel Portal esté funcionando usted podrá volversi le apetece. Dicen que estará funcionando enun par de años, por fin, después de tantosretrasos.

¿Es cierto que puede verse el Portaldesde la superficie?

Sí, señora. Es la estrella más brillante.

Cruz indicó la dirección con el cigarrillo yluego lo encendió.

Nunca había visto un cielo así, dijo ella.Con tantas estrellas, sin luna.

Bajo la luz azulada la obser vó condetenimiento. Rasgos asiáticos diluidos, pelooscuro y largo recogido en una coleta. Erafrancesa, le habían dicho. Debía tener unos

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treinta años, un poco mayor que él. Leresultaba atractiva de una manera confusa.Porque nunca había visto a una mujer igual,supuso.

No sé si querría volver a la Tierra. A saberqué está pasando allí ahora mismo.

Lo sabremos pronto, dijo Cruz. Cuandoactiven el Portal.

Ella sonrió. Podemos salir ya si quiere,sargento.

A mandar, dijo él. Tiró el cigarrillo

Se puso a los mandos del deslizador. Ellase colocó en el asiento del copiloto e intentóencajar el macuto en el estrecho hueco a suspies.

Cuidado, le dijo. Hay una escopeta bajoel salpicadero.

Oh, dijo ella. Dejó el macuto en suregazo.

Cruz encendió las turbinas y el deslizadorse elevó del suelo con suavidad. Enfilaron lacarretera en completa oscuridad, los farosmostraron la cinta de asfalto resquebrajado,comido por el desierto, pasando bajo ellos.

¿De dónde es usted?, le preguntó ClaireTo.

Mi familia es de Amarillo, Texas. Yo nacíaquí.

¿Primera generación?

Primera generación, señora. Soy unextraterrestre.

Ella rió. Yo nací en París.

Dice que salió de la Tierra hace tres años,¿no?

Es dificil de calcular, pero algo así.

Me hace gracia. Eso quiere decir queusted nació hace unos doscientos años, antesincluso de que mi abuelo llegase a esteplaneta. Pero usted tiene la impresión de quela pusieron a dormir antes de ayer, como quiendice.

Intento no pensarlo, dijo ella. Esperturbador. No es sólo que toda la gente queconocía en la Tierra esté muerta ya. Es que nosé si existe París todavía. No sabemos nada.¿No le inquieta a usted?

Para mí ha sido toda la vida así.

La silueta de la Cordillera Sur serecortaba ya contra el cielo nocturno, perladaen su ladera por las luces de la colonia. Treintamil almas en un complejo entramado detúneles, trapas de viento, roca viva cortada conláser en la que se había encajado los módulosde viviendas. Nueva Edimburgo medrabadespacio al abrigo de la cordillera, de espaldasal desierto profundo. Era pequeña comparadacon las colonias del círculo polar y el puntohabitado más al sur del planeta. La fronteranatural de la cordillera sólo la traspasaban losecólogos, climatólogos y planetólogos delproyecto de terraformación. Gente comoClaire To.

Creía que la colonia era subterránea, dijoella entornando los ojos y pegando la cara alparabrisas. Ya eran visibles los módulosexteriores, enormes estructuras rectangularesparecidas a cajas de zapatos. A su alrededor sehabía formado un arrabal de casuchas ychabolas entre las que ardían fuegos pálidos yse alargaban las sombras y las siluetas de sushabitantes.

Lo es en su mayor parte, dijo Cruz. Lagente se aburrió de hacer vida bajo tierra,sobre todo desde que el tiempo mejoró.Tuvimos seis días de lluvia el año pasado,imagine. Se construyeron algunos módulosfuera, el ayuntamiento, la Oficina de SeguridadColonial, el mercado...

Claire To lanzó una exclamación. ¿Havisto eso?

¿Qué?

Creo que he visto un lobo, ahí, en lacuneta...

¿Un lobo? No hay lobos aquí, señora.Sería un perro.

Era enorme.

Tenemos perros enormes, sí. Muchos sehan vuelto cimarrones y viven en el desierto,cazando liebres y bebiendo no se sabe qué.Algún día le contaré las historias que tenemossobre perros vampiro.

Entraron en la avenida principal deNueva Edimburgo. No había nadie en lascalles. Las farolas colgaban entre postes detendido eléctrico y parpadeaban como balizasperdidas. El deslizador ilumió las fachadas delos edificios, pintadas de colores alegres, rojo,

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azul, verde, apagados por la intemperie,mordidos por el sol y las tormentas de arena.

Cruz detuvo el vehículo junto a lo queparecía una enorme puerta de garaje. Yahemos llegado, dijo. Bajaron del deslizador.Junto a la puerta había una garita y un hombresalió de ella, les echó un vistazo distraído yescupió a un lado. Buenas noches, jefe.

Cruz respondió al saludo. ¿Nochetranquila?

Como un cementerio, dijo el hombre.Llevaba una chaqueta como la de Cruz y unagorra también con el emblema de la OSC. Unaturdidor eléctrico en el cinturón. Al pasar a sulado el hombre se tocó la visera y dijo : Señora.

La puerta daba paso a unas escaleras y aldescender llegaron a una estancia de techoabovedado con otras tres puertas igual degrandes que la exterior. Desde aquí se llega alas galerías de los módulos de vivienda, dijoCruz. Le han habilitado un módulo en lagalería tres. Sígame.

La galería estaba dividida en variosniveles de altura y comunicada con pasarelasmóviles, la mayoría estropeadas.Establecimientos de comida y tabernas en lossoportales bajo las pasarelas, tiendas deabonos y útiles para las granjas hidropónicas,respuestos para maquinaria agrícola ydeslizadores. Flotaba por todas partes unaroma de derivados fritos del plancton. Seencontraron con pocos colonos, la mayoríaborrachos que abandonaban las tabernas,hombres y mujeres solitarios y taciturnos,curtidos, gente de rostro tostado en toscasropas de trabajo, los ojos inesperadamentepulcros, blancos, protegidos del sol y delviento por gafas oscuras cada minuto quepasaban en el desierto, tratantes dedromedarios y cerdos, mecánicos, operarios deplantas de reciclaje, y los mucho más pálidosfuncionarios de la Autoridad Colonial.Abandonaron la galería principal y seinternaron por uno de los múltiples túnelesque se abrían a los lados. Pasillos másestrechos, puertas numeradas. Aquí dormíanlos colonos.

Cruz se detuvo ante una de las puertas.Recuerde, dijo. Galería tres, pasillo veintisiete,puerta nueve. Pasó una tarjeta de plástico porel lector junto a la cerradura y la puerta seabrió con un suspiro. El módulo tenía unos

veinte metros cuadrados de espacioaprovechado al máximo, una litera,electrodomésticos empotrados en las paredes,un ordenador con acceso a la Red Local. Haycomida en los armarios, dijo Cruz. Latas,plancton liofilizado, esas cosas. En el mercadopodrá comprar comida auténtica si le apetece.

Gracias, dijo Claire To. Entró en el móduloy dejó el macuto al lado. Estoy agotada.

Mañana vendré a buscarla. Si menecesita antes puede buscar mi correoelectrónico en la página de la OSC.

Muchas gracias, Rai, dijo ella. Espero quemi visita no le trastorne mucho.

No se preocupe, señora.

¿Puedo hacerle una pregunta?, dijo.Señaló el revólver en su cintura. ¿Utilizamucho eso?

Él sonrió. No, señora. Sólo cuando sepresenta algún lío serio y no solemos tenermuchos por aquí.

Le entregó la tarjeta de plástico.

Buenas noches, dijo.

Buenas noches, sargento.

Tras dejar a ecóloga subió un par deniveles hasta su propio módulo. Entró aoscuras y comenzó a desvestirse en la claridadde las luces testigo del ordenador y loselectrodomésticos. Dejó doblado el uniformesobre la cama, sin una arruga, y sacó otracazadora y pantalones del armario y se vistió yvolvió a ponerse las botas. Se contempló unmomento, pensando. Había metido lasperneras en la caña de las botas, la etiqueta delos agentes de la OSC. Nunca las llevaba deotra manera, incluso vestido de civil. Loidentificaba en cualquier lugar como unhombre de la ley. Todos los agentes queconocía hacían lo mismo. Siempre botas,siempre pantalones oscuros, hasta cuando seretiraban y no hacían otra cosa que frecuentarbares y ver cómo crecían los silos de planctonen el horizonte. Dio un tirón a cada pernera ylas sacó. Las alisó sobre los tobillos. Se sintiórepentinamente solo. Como perdido en unaciudad extraña. Se frotó los ojos y salió delmódulo.

En la taberna del sueco había un únicocliente. Gómez, al final de la barra, con unabotella de cer veza. Las mismas arrugas a la

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altura de los tobillos. El sueco pasaba un trapopor la barra. Vamos a cerrar, dijo.

Es sólo un momento, dijo Cruz. Se sentójunto a Gómez. El sueco le sir vió un par dededos de aguardiente de semillas. Ni un tragomás, dijo.

Gracias, Sven.

Gómez bebió de su botella y luego dijo:¿Qué tal con la ecóloga?

No sabe distinguir un perro de un lobo,dijo Cruz. Pero qué sé yo de ecología.

Gómez rió. Cruz bebió, tosió, se pasó eldorso de la mano por los labios. ¿Qué ha dichoel tipo?, dijo.

Que no hay problema. Podremos verlaesta noche.

Ya.

¿Todavía desconfías? El coreano es defiar.

Todavía no estoy seguro de que la chicaexista.

Gómez se encogió de hombros. Estanoche lo descubriremos, dijo.

El burdel estaba en la llanura. Vieron susluces amarillentas relumbrando en laoscuridad, al abrigo de una colina rocosa. Doscontenedores de carga que alguna vezpertenecieron a una nave espacial, veintemetros de largo cada uno, conectadosmediante una pasarela tubular tambiénpensada para su uso en el vacío. La pasarelaparecía el segmento deshinchado de ungusano gigante. Las siluetas de una mediadocena de vehículos, incluso un viejo camióncon motor de explosión. Gómez aparcó eldeslizador y bajaron. Las botas crujieron en latierra. Constelaciones abigarradas se hundíantras la cordillera. Un perro aulló en algunaparte.

La entrada era circular, una escotilladesmantelada. Música festiva en el interior delmódulo, reproducida por un defectuososistema de altavoces. Sonaba a lata. Clientelataciturna, hombres solitarios en su mayoría,mirando de soslayo a las putas. Un grupo degranjeros bebía aguardiente e intentabapasárselo bien, imponer sus voces cascadas alos altavoces con canciones sobre el desierto,la llanura y las mujeres bonitas. Las paredes

estaban cubiertas por cortinajes ajados, llenosde manchas y quemaduras de cigarrillo. Elcamarero los caló al instante. Gómez hizo ungesto con la mano para calmarlo. El camarerose tranquilizó al comprobar la ausencia deinsignias y uniformes. Se acodaron en la barray pidieron cer veza. Un par de matones delburdel se paseaban con aturdidores y porras alcinto y botas de piel de serpiente.

¿Dónde está?, dijo Cruz.

Gómez negó con la cabeza. No le veo,dijo.

Las putas esperaban sentadas enbutacas y sofás raídos. Vestidas con saltos decama y camisones. Las caras embadurnadas deafeites. No bailaban, no hacían gestos a losclientes. Enfermas y drogadas. De vez encuando un granjero se acercaba a una y lallevaba del brazo hacia la escotilla del fondo.Por allí apareció el hombre al que esperaban,un coreano de aspecto furtivo. Se acercó hastaellos y los saludó con un artificioso respeto.Agentes, dijo.

Gómez negó con la cabeza. No nosllames así.

De acuerdo, de acuerdo, dijo el coreano.

¿Dónde está la chica?, dijo Cruz.

El coreano negó con la cabeza. Está muymal, dijo. No quieren que nadie la vea.

Cruz apretó la botella de cer veza.Gómez iba a decir algo cuando uno de losmatones se acercó. Vosotros, dijo. Fuera.

Oh, no, dijo el coreano. Son amigos. Sonbuenos.

El matón tenía tatuajes en la cara. Untigre dorado en la solapa de su chaqueta. Aquíno tienen amigos, dijo.

Tranquilo, dijo Cruz.

Si sois agentes, ¿dónde están vuestrasplacas? ¿Y los uniformes?

Cruz dejó la botella en la barra. ¿Quieresque vengamos con placas y uniformes?Entonces sigue así. Tiraremos este antro abajo,te lo aseguro.

El matón sonrió. Sí, claro, dijo.

Sólo queremos hablar con la chica, dijoGómez. No es un asunto oficial.

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Todavía, dijo Cruz.

No, dijo el matón. Cerró puso una manoen la empuñadura de la porra, un gesto decalculada indiferencia. Les dio la espalda yvolvió con las putas.

Qué coño está pasando, dijo Gómez. Sevolvió hacia el coreano. Creía que estaba todohablado.

El coreano sacudió la cabeza. Quierenmás dinero, dijo. No les gustan losdesconocidos y menos si son de la OSC.

¿Cuánto?

Cien coloniales. En efectivo.

¿En efectivo?, dijo Gómez.

Mierda, dijo Cruz. ¿Cuánto te llevas tú deesos cien?

No, no, yo no, dijo el coreano. Yo sólohago un favor a mis amigos de la OSC.

Seguro, dijo Cruz. Sacó un par de billetesde veinte créditos coloniales. Se los puso en lamano al coreano. Esto es lo que hay, dijo.Punto.

El coreano se retiró con el dinero. Al otroextremo de la barra se montó un altercado. Losgranjeros borrachos habían empujado yvertido la cer veza de un tipo. El hombre teníauna espesa barba castaña. El rostro curtido porel viento y la arena. Unas gafas ahumadas deaviador le colgaban del cuello y llevaba unponcho de lona basta para el desierto,decorado con motivos geométricos rojos yverdes. El hombre les dijo algo y los granjerosvolvieron a empujarle. El hombre dio unpuñetazo al granjero que tenía más cerca. Dosmatones saltaron sobre él. Le golpearon conlas porras en la espalda. El hombre trastabilló ylos matones lo cogieron por los brazos y lellevaron a la escotilla de salida. Los granjeros locelebraron, brindaron con sus bebidas.

¿Era un nómada?, dijo Gómez.

Sí.

Malo.

Malo. Sí.

No es asunto nuestro.

No lo es, dijo Cruz. Bebió de su cer veza.El coreano hablaba con el matón de lostatuajes en la cara. Les hizo gestos para que se

acercaran. Lo siguieron por la escotilla delfondo y la pasarela tubular. El matón lessonrió. La tinta de su rostro era móvil y seestaba reconfigurando en un nuevo diseño.Como contemplar el avance de un nido deserpientes. El contenedor contiguo olía aanimales hacinados. Habían levantadotabiques de fibra vegetal. Las habitaciones notenían puerta, apenas cortinas de cuentas.Colchones por los suelos. Vieron culossudorosos subiendo y bajando. Una sinfoníade quejidos y gruñidos. Siguieron por el largopasillo hasta la habitación de las putasenfermas. Mujeres jóvenes y devastadas, conbocio, con tuberculosis, con chancrossifilíticos, tiradas en esteras de cáñamo. Unapeste a enfermedad y dolor. Una puta vieja lesgritó y les empujó, intentando echarles. Elcoreano la abofeteó. La vieja se apartógimoteando. La chica estaba al fondo de lahabitación, tendida en un jergón. Vendassucias y saturadas de humores amarillentoscubrían las abrasiones de los brazos y laspiernas y los pechos. El pubis afeitado yrecorrido por un costurón quirúrgico. Lasheridas estaban infectadas. Joder, dijo Gómez.Joder. La chica tenía catorce años.

La habían encontrado una semana antesen el desierto, cubierta de sangre y arena. Vivíacon sus padres en una granja solitaria de lascolinas. Eran paquistaníes. Una banda habíaatacado la granja. Habían puesto las cabezasde sus padres en estacas. Ella había sidoviolada, arrastrada por un caballo, torturadacon cuchillos y vuelta a violar. Después laabandonaron en el desierto. Una caravana decomerciantes de seda la encontró camino delnorte y la dejó en el primer lugar habitado queencontraron. El burdel. Un médico le habíavendado y grapado las peores heridas y nadamás. Agonizaba desde entonces.

¿Puede hablar?, dijo Cruz. La chicahablaba una jerga que sólo entendía elcoreano. Se inclinó hacia la chica y le tocó elrostro. La chica abrió los ojos. Tenía un brillofebril en la mirada. Dijo un par de palabras conla boca pastosa. La vieja le acercó una botellade agua a los labios, pero el coreano la apartó.Le preguntó algo. La chica asintió.

Esto es una vergüenza, dijo Gómez. ¿Porqué no la han llevado al Burgo?

El coreano se encogió de hombros. Cosa

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de las putas, dijo. No se fían de nadie.

Nos la llevaremos, dijo Cruz.

No será fácil, dijo el coreano. Losmatones no lo permitirán.

¿Qué pretenden?, dijo Gómez. ¿Ponerla atrabajar?

El coreano volvió a encogerse dehombros. Pagaron al médico que le puso lasgrapas. Ahora consideran que es suya.

Y una mierda, dijo Cruz.

Pregúntale por Wingate, dijo Gómez. Eslo importante ahora.

El coreano habló con la mujer. Ellarespondió con monosílabos.

No, no sabe quien es.

¿Quién era el líder de la banda?

El coreano tradujo. La chica no sabíanada. Sólo había visto hombres a caballo. Conrifles y pistolas. Hombres locos del desierto,dijo.

¿Cuántos?

El coreano tradujo. Unos siete, dijo. Máso menos.

Cruz había impreso una fotografía deWingate. La sacó del bolsillo interior de sucazadora y se la pasó al coreano.

Pregúntale si iba con ellos, dijo.

El coreano le mostró la foto. La chicadesorbitó los ojos y se puso a llorar.

Bien, dijo Gómez. No te molestes entraducir eso.

Salieron al pasillo, los dos solos.

Así que está con ellos, dijo Gómez.

No es que no lo supiéramos.

Pero ahora estamos seguros. ¿Quéquieres hacer ahora?

Cruz frunció el ceño. Llevarnos a la chica,dijo.

Me refería a Wingate.

Bueno, yo me refiero a la chica.

Podemos volver a por ella. Al jefe leencantará cerrar un antro como éste.

Sí, pero dentro de un mes, tras veinteinformes y una docena de reuniones. ¿Has

visto a la chica? Está más muerta que viva.

Entonces nos la llevamos.

Sí.

Se va a montar una buena. Lo sabes,¿no?

Sí.

Tengo una escopeta en el deslizador.

Bien.

¿Crees que tendrán artillería?

Estoy seguro de que no tienen sóloporras y aturdidores.

Yo estoy seguro de que el camarero tienealgún pistolón escondido en la barra.

Pues más te vale tenerlo controlado.

Intentemos no matar a nadie, Rai.

Intentemos que no nos maten anosotros.

Esto es un disparate.

Sí. Pero es lo que pasa cuando sales aldesierto.

Cruz llamó al coreano. Tiraron de él haciala escotilla.

¿Hay otra entrada?, le dijo.

No, la escotilla de salida está sellada. ¿Porqué?

No le contestaron. Cruz miraba losrespiradores del techo, practicados con uncortador láser. Demasiado estrechos ydemasiado altos. Pasaron por el tubo. Sal connosotros, le dijo Cruz. Y te conviene no volverpor aquí.

¿Por qué?, dijo el coreano. ¿Qué estápasando?

Todavía nada.

Volvieron al primer contenedor justo atiempo para ver al nómada en la escotilla deentrada. Las gafas de aviador puestas. Sacó delponcho una pistola de señales y disparócontra el grupo de granjeros. La bengala surcóel burdel con un silbido, dejando en el aire unalarga estela de magnesio como la cresta de ungallo, e impactó contra el pecho del hombreque le había empujado. La cabeza de labengala había sido modificada. Chorros defuego químico violeta saltaron en todas

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direcciones, alcanzaron a los otros granjeros,se retorcieron en la barra de acero, se elevaronen llamas irisadas de brillo y coloridoimposible, prendieron las cortinas de lasparedes. Las putas gritaron. Los granjerosaullaron y se tiraron al suelo, corrieron cegadospor el fuego que les devoraba el rostro. Elfuego prendía en cualquier cosa. En la barra deacero, en las cortinas, en las putas. Gómez,Cruz y el coreano esquivaron las llamas. Losmatones se abrían paso a golpes entre lagente. El nómada seguía en la puerta,contemplando su obra. Guardó la pistola deseñales y salió al desierto. Un cuerpo en llamasabrazó al coreano y lo arrastró hacia la pira delos sofás y las butacas. El hombre desaparecióen un torbellino de fuego verde. La cazadorade Cruz comenzó a arder sin motivo aparente.Gómez le tironeó del cuello y le ayudó asacársela. Corrieron hacia la escotilla de salida.Los respiraderos del techo chupabanvaharadas de humo negro. Un muro de fuegose alzaba a sus espaldas. Corrieron por eldesierto. Cruz tropezó y cayó de rodillas,tosiendo. Media docena de hombres habíanescapado. Ninguna puta.

Cruz se incorporó y volvió a la escotilla. Elfuego químico se había extinguido pero ahoraun fuego convencional se cebaba en elmobiliario. Gruesos penachos de humo negrose elevaban de los respiraderos y la escotilla.Gritos en el segundo contenedor. Puños quegolpeaban las paredes de acero. Cruz corrióhacia el tubo. Sacó su navaja e intentó rajar lagoma, pero había sido fabricada para soportartensiones imposibles y sólo consiguió hacerleun arañazo superficial en la primera capa. Lagoma estaba muy caliente. Había gente en lapasarela. Los gritos se fueron apagando. Elfuego consumía el oxígeno. Los contenedoresse llenaban de humo. Cruz se apartó. Los ojosle ardían. Los pulmones le ardían. Teníaquemaduras en las manos y el cuello. Se dio lavuelta. A lo lejos una figura a caballo. Un jinetesolitario que se alejaba en la inmensidad azuldel desierto. Gómez estaba vomitando junto aldeslizador. Vio al matón de los tatuajes en lacara. Tenía una horrible quemadura químicaen el brazo y lo sostenía contra su pecho. Cruzdesenfundó el revólver y se acercó a él. Elhombre no le vio venir hasta que Cruz le pegóen la boca con el arma. El matón cayó al suelo.Cruz le hincó una rodilla en el pecho y legolpeó hasta que borró los tatuajes con

sangre. Nadie se lo impidió ni intentósepararles. Dejó al hombre allí tirado y seencaminó hacia el deslizador. Gómez lomiraba con los ojos enrojecidos. ¿Qué vamos ahacer ahora, Rai?, dijo.

Cruz enfundó el revólver manchado desangre. No lo sé, dijo.

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Nowhere Girl(avance del libro ‘The Jammers’)

Magnus Dagon

Nowhere girl what you had you needNowhere girl all functional and neatNowhere girl in self-imposed exileNowhere girl a martyr-like denial

B-movie. Nightmares in Wax

Esta historia no habla de mí en realidad,y por eso no sé si es adecuado que diga minombre. Solo lo narro en primera personaporque así fue como he vivido todos estosacontecimientos, y contarlos desde fuera, demanera externa, sería una extraña manera deresultar leal y fiel a los sucesos.

Tampoco sabría muy bien por dóndeempezar a narrarla, la verdad. La literatura noes lo mío. Eso espero que pueda quedar claroenseguida. No soy analfabeta ni nadaparecido, pero desde luego no voy a ganarningún Premio Nobel, o como sea que losllamen a este lado del universo.

En realidad tampoco sé muy bien porqué me ha dado ahora por ponerme en plancuaderno de bitácora a lo Star Trek. Bueno, unpoco sí que lo sé. Sé que es el momento, elinstante adecuado para hacerlo. A veces unolo sabe, y no necesita plantearse ya nada máspara ponerse a narrar. Es como cuandotocamos en directo, a veces sale de dentro deuno la necesidad de una pequeñaimprovisación sobre el tema que tantas veceshas interpretado.

Vale, otra vez me adelanté. Ya he dejadocaer que somos músicos sin siquierapresentarnos de manera adecuada. Pero minombre de verdad no importa. Dejémoslo así.Con Echo, el mote por el que muchos meconocen, bastará, aunque no sea mi nombrede verdad. Y como dije, no voy a hablar de mímás que lo necesario en esta historia, así quede momento pasemos a mis compañeros, TheJammers.

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Un nombre ridículo, pensarán algunos.Pensadlo dos veces, pues más ridículo suenaPearl Jam si uno se lo plantea, y ahí estuvieronarrasando Eddie Vedder y compañía en sumomento. Además, es un juego privado elmotivo por el que lo elegimos, porque no solosomos un grupo de música, también lo que sepodría llamar, digamos, piratas de las ondas,“expertos en comunicaciones eincomunicaciones”, como le gustaba decir amenudo a Distorsión.

Iré al grano, entonces. De cara al públicosomos un grupo musical que mezcla guitarraseléctricas con teclados y sintetizadores. Buscaduna etiqueta si queréis, nosotros ya hemosdejado de intentarlo: electrorock, trip-rock,ambient… ya se inventarán los críticos algunanueva en breve. Mientras tanto, si os sirve dereferencia, podríamos decir que somos comosi Hooverphonic y Depeche Mode se hubieranido una noche de copas y en mitad de la fiestase les hubieran unido los componentes deBalamb Garden. Tenemos unos cuantos hits deimportancia, pero eso, si no viene a cuento, nome molesto en comentarlo ahora mismo. Osvais a una tienda u os conectáis a la Llanura ylos descargáis, miraré para otro lado.

Bueno, esa es nuestra vida pública,digamos. Pero como ya he dicho, tenemos unasegunda vida un poco más clandestina.

Para entenderla un poco casi mejor quehablamos ya de hechos concretos.

Vamos a situarnos en una de las coloniasespaciales a las que fuimos de gira después deestar en Ernépolis I. Cuál, mejor no decirlo. Unempresario nos había contratado paraincomunicar a su directo competidor el día enque había una oferta de naves espaciales deúltima generación. Dado que ambascompañías se dedicaban a la exportación,aquella que se las agenciara primero aplastaríaa su rival. No es que fuera un trabajo que nosagradara demasiado, total, ni nos iba ni nosvenía el negocio de esos sujetos. Además, conlo de la gira, estábamos empezando a ganarpasta y todo, que era algo bastante nuevo paranosotros (podían reservarnos plantas enterasde un hotel, vale, pero a la hora de la verdad,de la calderilla contante y sonante, no noshabían adelantado ni un miserable qin fuerade gastos de mantenimiento, alojamiento ycomida).

Por eso cuando el tipo empezó a darnoslargas, y dijo que de momento no nos pagaría,Distorsión se enfadó. Bastante, de hecho.

Ya mencioné antes a Distorsión sinpresentarle. Él es el cantante de The Jammers,el líder del grupo en más de un sentido. Si yono os voy a decir mi nombre porque creo queno aporto nada haciéndolo, bástese decir queél se pondría furioso si se conociera el suyo. Escelosísimo de su anonimato, por irónico quepueda parecer. Tanto que cubre su rostro conun holograma que imita a la perfección lanieve estática de los antiguos televisores.Bueno, eso lo sé yo, que me chifla la cultura delos años ochenta del siglo veinte, y sé cómo esla nieve de un canal no sintonizado, ya que enla actualidad se limita a mostrarse un canalmuerto y fundido en negro.

Distorsión era buena persona, perobastante irascible. Tenía un carácter complejoporque su pasado lo era. La diplomacia no eralo suyo, digamos, como demuestra el hechode que tuviera a nuestro cliente agarrado delas solapas, a punto de levantarle en vilo. Quepor cara tuviera una interferencia en blanco ynegro tampoco es que ayudara mucho, laverdad.

—Te lo vuelvo a repetir, queremos elpago, y lo queremos ya.

—Ya os lo he dicho —interpeló el tipejoal que Distorsión amenazaba, apartándose yalisándose el traje—, después de la compra dela nave el presupuesto de la empresa está muylimitado, tendrá que ser más adelante.

Al lado de Distorsión estaba Overdrive, elguitarra del grupo. Overdrive no era un serhumano, sino un alienígena grisáceo cuyamano izquierda acababa en dos muñecas; locual, como es obvio, le hacía ser un virtuosodel instrumento como pocas veces se ha vistoen la historia de la música.

Aparte de eso solía destacar por ser elverdadero negociante de la formación, concierta facilidad para la palabra adecuada y lasonrisa tranquilizadora. No fue ese el caso.

—Esta es la tercera vez que nos da largas—se limitó a decir, tratando de tomar la vozcantante para que Distorsión se calmara—.Páguenos ya.

Yo estaba junto a ellos dos, lista para loque hiciera falta. Detrás de nosotros estaban

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los otros dos miembros del grupo, Delay yFase. Delay era un tipo que se caracterizabapor ser muy poco hablador y bastante serio.Era el bajista, y siempre llevaba gafas ymitones de piloto como los de loscombatientes de la guerra de las OchoColonias. En cuanto a Fase, era todo locontrario, de hecho: hablador, charlatánincluso, no callaba ni debajo del agua. Era elbatería y tenía un tatuaje en el brazo derechoque lo recorría de lado a lado, en el que ponía“Ídolo Binario”. No me hubiera sorprendidoverlo algún día también en sus baquetas.

Sí, lo sé, os lo estáis planteando. No hedicho nada de mi propio aspecto. Dejémosloahí de momento, ya surgirá más adelante.

El caso es que ahí estábamos los cinco,delante del tío que nos había contratado, yéramos un crisol de emociones contrapuestas.Mientras que Distorsión estaba cabreado deveras por ver cómo le estaban tomando elpelo, Overdrive no hacía más que pensar cómopodía afectar ese escarmiento a nuestrareputación clandestina. Por otro lado Faseestaba fastidiado por haber tenido que currarpor nada, y Delay solo pensaba en el dineroque seguía sin llegar a nuestros bolsillos.

Por mi parte, yo estaba harta. Harta detener que tratar con gusanos como aquel, detener que hacer cosas que en realidad no megustaban. Harta de saber muy bien cómoestaba a punto de acabar aquello, como otrastantas veces. Teniendo que dar unademostración de que íbamos en serio.

—Ya os lo he dicho —prosiguió el tipejosin más miramientos—, no pienso pagarosahora.

Distorsión se alejó unos pasos hastallegar a un amplio ventanal octogonal quedaba a un almacén de carga de factura muymoderna e hiperfuturista.

—Ahí están tus nuevas naves, ¿verdad?—se limitó a decir. Después de eso apoyó lamano en el cristal y se quedó un ratoconcentrado, sin decir nada. No podía versepero su rostro estaba crispado por completo.Los demás lo sabíamos. Habíamos visto esamuestra de rabia y violencia antes.

El cristal estalló en miles de fragmentosfrente a la mano de Distorsión. Al mismotiempo, docenas de cortocircuitos empezaron

a producirse por todo el almacén, de maneraaparentemente aleatoria, pero no había queser un genio para darse cuenta de que no eraasí. No hubo explosiones, sólo descargas portodos lados, pero la maquinaria habíaquedado inutilizada por completo, incluyendolas nuevas naves de la empresa. No nos cabíala menor duda de ello.

Eso era lo que Distorsión era, eso era loque sabía hacer.

—¿Qué has hecho? —gritó nuestroantiguo cliente, que obviamente ya no nospagaría jamás—. ¡Os mataré por esto! —dijoactivando un botón que tenía disimulado en lachaqueta.

—¡Echo! —fue la única orden deDistorsión. No me hacía falta más que eso paraponerme en acción a tiempo. Montones dedefensas teledirigidas trataron de dispararnos,pero extendí la mano y ese mero gesto hizoque todos los disparos fueran rebotados, lamayor parte hacia las propias máquinas, quese destruyeron unas a otras. Del resto seencargó Overdrive, que con otro gesto demano las apagó como si se hubieran quedadosin pilas.

—¿Qué clase de aberraciones sois?—interpeló el empresario, asustado.

Distorsión se acercó muy lentamente.Trataba de fingir lo contrario pero estabamortalmente cansado. No era una trivialidadlo que había hecho hacía un momento,precisamente.

—Somos The Jammers. Somos losmejores en lo que hacemos. Y a partir deahora, más te vale que te quede claro que nose juega con nosotros —dijo largándose yhaciendo una seña para que los demás lesiguiéramos.

Cuando llegamos al hotel donde noshospedábamos, en una zona completamentereservada para nosotros, Distorsión fue hastael sofá más amplio que encontró y se tumbóen él sin decir una palabra. Resultaba extrañoverle ahí, con ese perenne holograma en elrostro, en apariencia calmado, pero yo sabíaque con un torrente de malestar por dentro,de la misma clase que yo estaba empezando asentir también. No se trata de que le conocierabien, que era el caso —aunque no le conocía

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tan bien como lo hacían los demás—, todoshabíamos pasado por ese estado mentaldesde aquel primer concierto en Ernépolis I.

Muchos os preguntaréis qué demoniospasó allí, en esa ciudad podrida de cieloseternamente oscuros, suelos de ceniza ysombras furtivas que se deslizan por suscallejones. Dejémoslo en que conocimos aciertas personas que nos hicieronreplantearnos cuál había sido nuestra actitudhasta ese momento. Todos acabamos porconocer a alguien que nos hace cambiar y dequien preferimos no hablar demasiado. Elpasado, pasado está.

Fase y Delay se fueron a sacar bebidasdel mueble bar y Overdrive se recluyó en suhabitación para seguir practicando con laguitarra. Me quedé sola con Distorsión. Era elmomento de hablar.

—Sigues pensando en lo que nos dijo,¿verdad?

Distorsión giró la cabeza, se levantó ycomenzó a andar por la sala en la queestábamos, que era en realidad un pasillo.Cuando estuvo en sombras, pulsó un botón ynoté cómo se desvanecía el holograma. Actoseguido se llevó una mano a la cabeza.Distorsión siempre era tremendamente celosode su anonimato porque detestaba la famaefímera de los músicos de éxito, esa quearruinó tantas existencias, como la de MichaelJackson o Kurt Cobain.

Pero en realidad, y eso ya lo sabíamostodos en el grupo, de quien más queríaesconder su rostro era de sí mismo y el pasadoque le perseguía.

—Un atajo de críos irresponsables —dijoandando por la habitación, siempre en lapenumbra—. Así nos llamaron en esa ciudad.

Se quedó quieto de repente.

—Y no dejo de pensar desde entonces sino tendrán razón. Ni siquiera como piratas delas ondas hacemos valer nuestra reputación,no nos toman en serio.

—Sabes que en parte lo hacemos por eldinero, pero ahora que empezamos las giraseso podría terminar. Podríamos cambiar, ser…

—¿Héroes? —terminó Distorsión, con untono de reproche—. Por favor, no me hagasreír, Echo.

Iba a contestar con alguna clase decomentario adecuado cuando Fase y Delaypasaron por allí, cada uno con un aguijón en lamano, una bebida similar a la cerveza peroalgo más fuerte.

—¿Ocurre algo? ¿Se ha muerto alguien?—preguntó Fase con tono medio jocoso, peroDelay le golpeó en el hombro y se largaronacto seguido, sin hacer más preguntas. Porotro lado no lo he mencionado, pero ellostambién tenían ciertas cualidades especiales.Más sutiles, menos enfocadas a la acción,quizá. Pero no es ahora el momento de hablarde ello.

—Dentro de poco hasta Fase empezará apreguntarse qué me pasa —añadió Distorsión,volviendo a activar el holograma.

—No es malo tener dudas. Todos lastenemos. Es menos malo agitarse en la dudaque descansar en el error.

—De modo que crees que he estadocometiendo un error.

Eso bastó para hartarme en esemomento.

—Eres insoportable cuando te pones así,¿lo sabías? No creo que tú hayas cometido unerror, creo que todos lo hemos cometido. Noshemos dejado contratar por sujetos que, en elmejor de los casos, no tenían intencionesprecisamente altruistas cuando requirieron denuestros servicios.

—Pero sigues sin contestar a nuestrapregunta, qué se supone que somos ahora.

Tomé aire poco a poco.

—No lo sé, la verdad. Pero sé que aninguno nos gusta, seamos lo que seamos.

Después de eso se sentó de nuevo, ysupe que ya no tenía sentido seguir hablandocon él. Era tan obstinado… todo un cabezadura cuando quería. Y aun así, no podía evitarsentir un aprecio sincero por él.

Salí del pasillo enfadada, airada, y mecrucé de nuevo con Delay y Fase. La apatía deDistorsión se me contagió de repente.

—¿Dónde vas? —preguntó Fase,siempre tratando de ser amigable en todacircunstancia.

—Necesito estar sola —fue todo lo quese me ocurrió decir siguiendo mi camino. Sola.

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Qué ironía.

Yo, que en el fondo siempre lo habíaestado, de maneras que no podríais ni siquieraimaginar.

¿Cómo empezar a hablaros de mí mismalo justo, lo mínimo, lo necesario de modo queno me desvíe de la idea central, que eshablaros de todos los demás? Dejémoslo enque cuando aquella nave me dejó en tierra—una nave de naturaleza muy peculiar, queno viene a cuento revelar— yo venía de muylejos, de hecho tanto que era el primer viajeinterestelar que hacía en toda mi vida. Sé queeso puede resultarle increíble a muchos de losque están leyendo esto, pero así era. Nuncahabía salido de mi planeta natal, y por ello laexperiencia de bajar de aquella nave y ponerpie en un mundo nuevo era poco menos quealgo alucinante para mí. Qué digo alucinante,era un sueño sin precedentes, algo por lo quehubiera matado por contar a mis amigos, a mifamilia, a todos los que había dejado atrás.

Pero eso no era una posibilidad para mí.Ya nunca volvería a verles, y lo sabía.Dejémoslo así. No quiero remover de manerainnecesaria heridas viejas del pasado.Pongámonos en que la situación es lasiguiente: estaba sola en mitad de un mundodesconocido, y todas mis pertenenciasestaban en una vieja mochila, la mayoría deellas objetos sin más valor que el meramentenostálgico. Por supuesto a bordo de la naveme habían ayudado lo indecible, más de loque podré agradecer jamás. Hasta meofrecieron quedarme, pero yo quería vermundo, no estar reducida de nuevo a unespacio constreñido. Lo malo era que tenía tanpoco que, creedme, ni siquiera poseía algoque se pudiera considerar una identidad. Enserio. Tengo nombre, claro, no lo dudéis. Y lousé mientras estuve en esa nave, y meconocieron por él. Pero una vez desembarquéme aconsejaron que no lo empleara bajoningún concepto.

En parte por ese motivo me dejaron enaquel planeta, llamado Wingbolt. Bueno, paraser preciso, planeta no era la manera en que sedenominaba. Wingbolt es uno de los llamadosOcho Mundos Coloniales, los ocho primerosasentamientos realmente habitables más alláde la Tierra. Eso quiere decir que aunque

Plutón fue colonizado antes, por ejemplo,nunca fue considerado por la especie humanacomo un mundo de verdad. Ese sí fue el casodel lugar que comento, aunque se daba unacircunstancia más que molesta allí: siemprellovía. Y cuando digo siempre, es siempre. Elcielo estaba encapotado de manera constante,y la lluvia era más bien tormenta, furibunda ycon rayos y truenos como no había escuchadojamás. Hacía bastante calor también, algológico cuando lo pensé después, porque deese modo el agua se evaporaba con mayorfacilidad y ascendía de nuevo para seguircompletando el ciclo que la naturaleza habíaimpuesto en aquel peculiar lugar.

De modo que allí estaba, calada y conuna mochila al hombro, tratando de buscaralgún refugio en las amplias calles solo paradescubrir que, como todo el mundo se habíaacostumbrado a la lluvia, habían dejado deañadir en los edificios, tremendamentefuturistas desde mi punto de vista, cornisas enlas que resguardarse.

Al fin encontré una suerte de hostal en elque pude pagar con una tarjeta que mehabían preparado en la nave y que noguardaba mis datos, solo un saldo en unamoneda que no había escuchado en mi vida yse llamaba qin, al parecer la divisa oficial en lamayor parte de los lugares del universo.Realmente tenía mucho que aprender aún.

Me senté en la cama de mi cochambrosahabitación, tras rechazar un par dedesagradables ofrecimientos para no pasar lanoche sola, y vacié el contenido de mi mochilasobre la colcha. Un neceser con champú,acondicionador, pasta y cepillo, un pequeñosecador, una pequeña toalla, y otras cosas másintimas. Medicamentos, de los que no conocíauno solo de ellos y tenía apuntado para quéservían. Un rotulador láser y un bolígrafoconvencional. Cuartillas. Ropa limpia, más bienpoca. Y varios objetos más de uso personal,que no merece la pena enumerar.

En cuanto a lo sentimental, aunque erapoco, ocupaba la mayor parte de la mochila.En concreto un walkman (autoreverse) con suscascos, pilas y varias cintas; una gorra delgrupo Balamb Garden; y un pequeñocontinuum de dos octavas de longitud. Sóloesto último lo compré fuera del hogar,digamos, y es como un teclado convencional

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pero sin división entre notas, permitiendo todaclase de fascinantes tonalidades. Creo que yaen el pasado lejano alguien lo utilizó, tal vezlos Dream Theater, muy dados a esa clase deinstrumentos bizarros. En todo caso yo me locompré porque ocuparía poco sitio entre mispertenencias. En cuanto al walkman, era pocomenos que una auténtica reliquia de museo,pero mientras pudiera no me desharía de éljamás.

La gorra, por otro lado, era un absurdorecuerdo de infancia y temprana adolescencia,y como tal lo llevaba más por inercia que porotro motivo de peso real. Tuve la tentación detirarla, pero me contuve y la dejé dondeestaba, junto al resto de las cosas.

Después de lo que he contado será fácilsuponerse que mis primeros meses deaclimatación no fueron precisamente fáciles.Tardé bastante en encontrar un empleosirviendo copas en un garito de mala muerte, yen cuanto tuve unos escasos ahorros loprimero que hice fue comprarme uno de esosterminales con los que conectarme a laLlanura. Toda esa jerga era para mí comochino, pero dado que allá de donde veníasiempre adoré la época de los años ochenta ynoventa del sigo veinte, supongo que ayudarási digo que el terminal era algo así como unordenador de esa época, pero mucho másmanejable, modificable y ampliable, y laLlanura el nombre figurado con que seconocía lo que en esos tiempos se llamabaInternet, aunque infinitamente másperfeccionado. El nombre técnico en realidadera I27, pero todo el mundo lo conocía demanera coloquial como la Llanura porque lospiratas informáticos que se habían conectadovirtualmente decían que esa era la palabra quemejor describía lo que veían cuando estabaninmersos en la maraña de datos.

Uno puede plantearse cómo es que megustaba tanto aquella época antigua de lahistoria de la humanidad. La respuesta, enrealidad, no tiene nada de sorprendente:adoraba la música de aquel entonces, y aquelque me dijera que estaba más que anticuadacorría el riesgo de tener que comerse suspalabras. Sobre todo me apasionaba el rock yla música electrónica, y durante mucho tiempopractiqué con mi continuum para tratar dereproducir algunos de los mejores solos ytemas de aquel entonces. Mi voz por otra parte

no era lo mejor del mundo, pero para algovalía, creía yo. Al menos tenía experiencia dehaberme marcado unos bolos allá de dondevenía y había estado en varias formaciones, lamayoría entre amiguetes o cosas similares,aunque estuve en alguna un poco másimportante. De varias me tuve que largar porculpa de algún componente que empezó arevolotear a mi alrededor como un moscón,pero esa es otra historia.

En cuanto tuve mi propio terminal loprimero que hice fue poner anuncios de queme ofrecía como teclista para una banda. Alprincipio pensaba que por el hecho de tocaruno de los instrumentos más inusuales de ungrupo —guitarristas y bajistas hay a patadasen todos lados— y por el hecho de ser chicaque, quieras que no, siempre es un plus eneste mundillo, no tardaría en recibircontestación, pero no fue así, y mi decepciónno se hizo esperar. Para una cosa que sabíahacer, no había manera de sacarla adelante, demodo que me hundí en mi pequeño y patéticomundo y seguí sirviendo copas mientrasescuchaba a gente que tenía menos talento y,sobre todo, menos ganas de tocar en directode las que yo poseía.

Un día, al fin, dejé de lamentarme de misituación y en vez de esperar a que mis deseosse cumplieran solos fui yo quien se lanzó aperseguirlos. Fue así como cambié el chip y, envez de ofrecerme como teclista, busquéanuncios de grupos o bandas que necesitaranuno. De ese modo me encontré con elsiguiente ofrecimiento:

“Banda de rock electrónico formadabusca teclista para sustitución. Ahora mismosomos batería, guitarra, bajo y cantante, con loque cerraríamos la formación. Buscamos aalguien con ganas de pasárselo bien. Exigimosmáxima dedicación, esto no es un hobby paranosotros. Vamos en serio. Tenemos ya muchasmaquetas y estudio propio, y estamosempezando a negociar para directos por variascolonias”.

“Abstenerse mercenarios. Influencias:Depeche Mode, Hooverponic, Disaster Area,Balamb Garden, Lacuna Coil, Delerium,Garbage, Rammstein, Mike Oldfield,Creedence Clearwater Revival, Té Verde y laBandeja de Sushi”.

Después de eso venía una dirección de

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contacto. Al principio estaba asustada. Parecíaque eran muy severos, aunque un análisis unpoco calmado del anuncio me hizo ver lamano de más de una persona en su redacción.De todos modos pensé que por intentarlo noperdía nada y les mandé un mensaje. Tambiéncontesté a otros anuncios, todo hay quedecirlo, pero este era sin duda el que más mellamaba la atención.

No tardé en recibir una respuesta, dehecho. Corta, escueta, pero clara y directa.

“¡Hola! Hemos recibido tu respuesta ytendríamos interés en ver qué puedes añadir aesto”.

Y en el propio mensaje, una maqueta deuna canción a la que le faltaba el teclado. Mequedé pálida. Yo era muy versátil en lainterpretación del instrumento, pero nadie mehabía hablado de componer. Aun así, traté deesforzarme y lo hice lo mejor que pude,tratando de acoplarme al tono y la armoníageneral de la canción, que por cierto mepareció muy buena aunque aún no teníanombre ni melodía de voz.

Componía por el día y por la nocheservía copas. Me tiré una semana enteradurmiendo apenas lo justo, ya que tuve quehacer turnos dobles para poder pagarme unaampliación del terminal y así poder grabarsonido. Podía haber empleado un programa,sí, pero quería que vieran también mi solturacon el teclado, no sólo lo que pudiera o nopudiera componer.

Cuando les mandé la maquetaestuvieron poco menos que encantados, o almenos la persona con la que hablaba porcorreo, y me la mandaron de nuevo ya con lavoz puesta por si quería “añadir algo”. Era unamanera de grabar rarísima, pero que empezó aparecerme muy curiosa, y de hecho llamó miatención, de modo que añadí unos coros a lavoz con el fin de darle volumen y armonía,coros sin letra, aunque luego tambiénacompañé al estribillo.

Yo no lo sabía aún pero acabábamos decrear nuestra primera canción como grupo,llamada The Ghost, y de las más recordadasque haríamos jamás.

Después de eso recibí una invitación aconocer al resto de los miembros del grupo, ypara ello me dijeron que una nave me iría a

buscar a Wingbolt. Creo que se dieron cuentade que estaba realmente pelada de pasta.Poco sabía yo de ellos, por otro lado, pero yaera mayorcita y si me metía en problemas nosería ni mucho menos los primeros queexperimentara.

La nave vino a los dos días y me sentí unpoco decepcionada cuando vi que era unconvencional modelo de dos plazas y de élbajaba alguien que, seguro, no era uno de loscomponentes del grupo, de hecho ni siquieraparecía músico. Era un hombre ya en suscincuenta, de rostro adusto, gafas cuadradas ymentón anguloso. De más joven debió serbastante atractivo, en todo caso ofrecía unporte señorial, con mucha presencia. Se acercóa mí y me miró fijamente.

—¿Tú eres la teclista? —preguntótratando de esbozar una sonrisa.

La pregunta no era una tontería, comobien saben aquellos que alguna vez hanquedado con alguien a quien no han vistojamás. Respondí afirmativamente, sin abrir laboca. Estaba un poco nerviosa.

—Yo soy Adrian Harvester. Me puedesconsiderar algo así como el manager delgrupo, por decirlo de alguna manera.

—¿Manager? —no pude evitarmencionarlo con cierta inquietud.

—Tranquila, me ata una especie de lazofamiliar con uno de ellos. No debes depreocuparte, tenemos plena autonomía. ¿Cuáles tu nombre? Nunca lo dijiste por terminal.

—Yo… me llamo…

Me miró, extrañado.

—¿No sabes tu nombre? O más bien, nopuedes o quieres decírmelo.

—Es difícil de explicar. Necesito estar enel anonimato.

Él me miró con un gesto de compasión.Más tarde me dijo que comprendió hasta quépunto había estado sola en esa colonia, ya queentendió que en todos aquellos meses nohabía tenido que inventarme un nombre paraque se dirigieran a mí y les bastaba a todoscon gestos e increpaciones.

—Tranquila, pronto verás que lo quetodos queremos, en cierto modo, es empezarde cero.

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Aunque debió haber sido al revés, esome hizo sentir muy aliviada. No me importabapor qué todos tenían algo que ocultar, sólo meimportaba que a mí me pasaba lo mismo y esome bastaba.

Subimos a la nave y estuvo un buen ratodándome conversación. Mi primera impresiónde él fue buena. Lejos de hablar de manerainmediata de la música intentó que me sintieracómoda, tranquila, relajada. Supongo quetambién era consciente de que había tenidopocas conversaciones por placer desde quehabía puesto un pie en aquella colonia.

—¿Cuál es nuestro destino? —preguntéal fin, preocupada.

—Si lo dices por posibles problemas contu identidad, no debes alarmarte. No vamos aningún lugar sujeto a leyes concretas.

—¿Por qué confía en mí a pesar de todolo que no puedo contarle?

Se giró un momento, aún manejando losmandos de la nave, y me miró con una levesonrisa.

—No eres precisamente la primerapersona que conozco en esa situación —selimitó a contestar—. Estamos a punto dellegar. Puede verse ya nuestro destino.

Al principio el reflejo de una estrellacercana me impedía verlo con claridad, peroen cuanto un planeta se interpuso entremedias pude distinguir el increíble lugar al quenos dirigíamos. Era una estación espacial, oquizás un satélite, no lo sabía decir bien. Eracomo una pirámide muy alta y truncada, conmontones de salientes en sus cuatro caras,grandes como pequeños edificios y llenos dedetalles tecnológicos labrados en el metal.Había mucho cristal también en sucomposición, y la base poseía algo queparecían ser turbinas, o si no lo eran loevocaban de manera muy patente.

—¿Qué es ese lugar? —no pude evitarpreguntar, fascinada.

—Bienvenida al Acorde Cósmico, nuestroestudio y sede —dijo solemne AdrianHarvester, al que a partir de ahora llamaréAdrian, a secas. No es ningún misterio quetambién un lazo de confianza acabóuniéndome a él.

La nave entró al lugar por uno de

aquellos salientes laterales y no tardó en seracoplada por medio de brazos robot que laguiaron y libraron a mi acompañante delpilotaje humano. De ese modo los últimostramos los efectuamos de manera lenta perocon precisión total.

Nada más detenernos del todo Adrianme dejó bajar a mí primero y me fue guiandopor los tecnológicos pasillos, todos elloslabrados con artefactos completamenteincomprensibles para mí, pero dejándome lapatente sensación de que era como siestuviera dentro de una inmensa máquina demáquinas, a cada cual más extraña ysofisticada. No tardamos en llegar a una salade factura similar, pero con asientos ymobiliario habitual y que contrastaba con laexagerada tecnificación del entorno, así comocon amplificadores, guitarras, una batería yotros instrumentos en un lateral. Allí había tresocupantes, que me fueron presentados unopor uno.

—Como ya te dije, todos aquí tienencosas que olvidar, de modo que cada uno haelegido como seudónimo el efecto de unapedalera de guitarra eléctrica. Este de aquí esOverdrive, el guitarrista.

Mi fascinación fue en aumento.Overdrive no era humano. Era un alien,perteneciente a una especie muy rara y casiextinta llamada los Exiliados. Sabía queexistían, de hecho, pero jamás había vistoninguno. No sabía si darle dos besos o no y alfinal fui a estrechar su mano gris cuando vique poseía dos manos al final de la muñeca yme quedé quieta, sin saber cómo debíahacerlo.

—Tranquila, le pasa a todo el mundo—explicó Adrian con calma—. Este es Delay, elbajo —prosiguió señalando a un chico congafas y mitones de piloto al que sí di dosbesos— y este es Fase, el batería —terminóseñalando a otro chico, con el tatuaje de “ÍdoloBinario” que en su momento ya describí y quesaludé de manera similar.

—Hola, espero que estés muy bien poraquí —dijo tratando de ser algo menosescueto que los demás, y comprendí que éldebió ser con quien hablé la mayor parte deese tiempo.

—¿Dónde está Distorsión? —preguntóAdrian, y le vi torcer el gesto por vez primera

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desde que le conocí.

—Ahora vendrá —se limitó a comentarOverdrive.

—De acuerdo. Mientras tanto, creo quesería bueno que eligieras un nombre para timisma —me aconsejó—, de modo quepodamos llamarte con él, y que sea acorde conel de los demás, aunque si quieres ponerteotro por otro motivo no tenemos el menorproblema.

—No, me gusta lo de los efectos. No sémucho de efectos de guitarra, pero desde quehe llegado, he notado que mi voz hace eco enmuchos de los sitios por los que paso. Así quepodéis llamarme Echo, como el efecto sonoro.

No pude evitar notar una ligera risilla enOverdrive, así como en Fase.

—¿Qué ocurre?

—Desde que llegamos a este lugar—explicó Overdrive— todos nos hemospuesto el nombre porque algo en el ambientenos motivó a hacerlo. Delay lo hizo porquepensaba que este lugar era una pausa a susproblemas. Fase se sintió como si estuvieramás allá de lo conocido, desplazado, en unafase distinta. En mi caso, este lugar pertenecíaa los antepasados de mi especie, y la primeravez que llegué aquí solo sentí que mi voz erainmensa, amplificada en todas sus paredes, poreso elegí Overdrive, que produce el mismoefecto en una guitarra.

—Hay otro motivo personal tambiénpara ello, aunque no importa, ya lo diré enalguna otra ocasión. Digamos que Echo ya erami mote, en cierto modo. Qué hay de…¿Distorsión, se llamaba?

Nadie dijo nada. Sólo Adrian me miró conafabilidad, tratando de decirme que todoestaba bien.

—Su caso es distinto. Él se lo puso…

—… porque su presente es sólo unadistorsión de lo que fue su pasado —dijo unchico entrando en la habitación, con el rostrolleno de quemaduras, y de quien no tuve lamenor duda que era el cantante y líder deaquella formación.

Enlace a la canción ‘The Ghost’:

http://balambgardenmusic.blogspot.com.es/2011/12/ghost-cancion.html

Libro The Jammers:

http://thejammerslibro.blogspot.com.es/2012/09/comprar-el-libro-yo-apoyar-el-proyecto.html

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Werner Listkiewicz, de la Universidad deCracovia, descubrió, tras toda una vidaconsagrada al estudio de ciertas patologíascerebrales, el famoso neuropapiloma que llevasu nombre y que figura ya, con honoresinfinitos, en los anales de la medicina.

El Neuropapiloma de Listkiewicz esinasequible a las mensurables disciplinas delos microscopios, aun los más potentes ysofisticados, y su eximio descubridor tuvo querecurrir a instrumentos incluso más exactos ysensibles, que detectan variacionesinfinitesimales en las diferencias de potencialentre los extremos de las neuronas. De estemodo, Listkiewicz consiguió identificar enciertos pacientes vestigios de una actividadeléctrica neuronal que mostraba anomalíascasi imperceptibles, pero cuyas consecuenciaseran, con frecuencia, formidables. Empleandoespectrógrafos de barrido de gran potencia,semejantes a los que se utilizan en el estudiode los cuerpos celestes que distan millones dekilómetros de la Tierra y que apenas dejandébiles rastros, el ilustre neurólogo consiguiótrazar el mapa electrónico de sudescubrimiento y presentarlo de este modo ala comunidad médica y científica de todo elmundo. La borrosa espectrografía mostrabauna matriz cuyo eje de abscisas determinabael patrón normal, y donde resaltabaclaramente, por encima de dicho eje, unaonda electromagnética en forma de campanade Gauss: dicha forma, que recordaba la figurade una verruga, condujo a los profanos adenominar Neuropapiloma al fenómeno y elnombre, bien que inadecuado, hizo fortuna.

Los afectados por el Neuropapiloma deListkiewicz no suelen presentar, en apariencia,otro síntoma que un inmoderado gusto porlos libros, que se torna fácilmente en obsesióne idolatría. Un examen detenido de suconducta suele ser suficiente para identificaren ellos la espantosa dolencia. Tras el estudiode exhaustivos muestreos y la realización denumerosas experiencias empíricas se ha

El neuropapiloma de ListkiewiczEmil io Alonso Fel iz

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comprobado que los pacientes, alejados detodo espíritu práctico, suelen acumular librosen cantidades muy superiores a los que estánen disposición de leer a lo largo de toda suvida, y que invierten largas horas de delirio enla contemplación de tan arbitrario eimproductivo tesoro, abriendo y cerrando loslibros sin llegar, las más veces, a leer cincolíneas juntas. Otro síntoma muy habitual semanifiesta a través de un insólito furororganizativo, generalmente ligado a la adiciónde un nuevo ejemplar al conjunto,circunstancia que lleva a los pacientes a alterarel orden de todos sus volúmenes una y otravez hasta lograr una ubicación que, para ellos,reúna los secretos atributos de la armonía, lasistemática y la manejabilidad, atributos quese definen, al parecer, en función de criteriosno siempre desconocidos o inexplicables(tamaño, procedencia, antigüedad, materia,autor, editor) pero invariablementecaprichosos. Listkiewicz ha reparado en elhecho de que los aquejados por el mal delneuropapiloma suelen ignorar su propiacondición patológica, y no perciben laperversa sintomatología que padecen sinocomo una pequeña alteración inocua de lanormalidad, en absoluto amenazadora nialarmante.

Listkiewicz, en el rigor de sus estudios,ha aislado igualmente ciertos síntomasmenores, o efectos laterales del síndrome, quecursan con efectos somáticos de gravedadvariable, como es la preponderancia de ciertahormona que modifica y falsea el sentido delolfato hasta el punto de provocar en losenfermos una sensación ficticia que ellossuelen definir como olor a libro. Tambiénparece que el tacto de viejos volúmenesencuadernados en cabritilla, o compuestos enpapel biblia, genera la segregación de ciertasendorfinas que les inducen reacciones, segúnel testimonio de los propios pacientes, queresultan sumamente placenteras.

Las teorías de Listkiewicz hanencontrado innumerables seguidores yprosélitos, alarmados ante la ferocidad delsíndrome, que se calcula pueda ya estarafectando a un 0,5% de la población mundial.No hace mucho, un joven científico de geniollamado Bradbury ha dado a las prensas, anteel aplauso unánime de la comunidadcientífica, una obra de divulgación sobre el

asunto, centrada en el estudio y desarrollo delos más avanzados métodos profilácticos ypaliativos del síndrome, titulada Fahrenheit451 .

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No por un tonto que dice cosas nos van a quitarla fiesta brava. Tendrá que discutirlo y pasar

sobre mi cadáver.

Rafael Herrerías, empresario taurinomexicano

¿Pero usted vio que el toro se le venía encima?¿Por qué entonces, no se apartó?

¡Ya lo creo que lo vi! Lo que ocurre es que yo nome aparto de los toros mientras me llame

Manolete.

Qué gran torero en la plaza,qué gran serrano en la sierra,qué blando con las espigas,qué duro con las espuelas,qué tierno con el rocío,

qué deslumbrante en la feria,qué tremendo con las últimas

banderillas de tinieblas.

Federico García Lorca a su amigo IgnacioSánchez Mejías

Escudriñando la plaza a simple vista,Santori Bejustes, primer comentarista desucesos deportivos de la Televisión, se dirige asu vasto auditorio:

—Buenas tardes, bienvenidos a la plazade humanos de Nueva Chicago, fiesta enhonor a la Virgen del Peñón de Covarrubias.No podemos faltar a una cita en esta plaza dehumanos. Son las cuatro de la tarde. ¡Québuena amalgama la del calor y color de laNueva Chicago! Tenemos sed. ¡Qué bienvendría una copita de vino! Saludo con muchoafecto a mi compañero Islero Gabala.

—Gracias, San. Estimado público, hoyvamos a ver aquí una corrida de humanos conreses de Istriate para una terna, pues bonita,activa, joven. Y, sí, San, qué bien nos vendríauna copita de vino para calmar la sed. Peromás sed es la que tengo por ver un granespectáculo la tarde de hoy.

—Tenemos también a la siempre bella yvoluptuosa Vetonia en el callejón.

El planeta de los torosMauricio del Castil lo

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Vetonia se aclara la garganta antes deentrar al aire y dice:

—Efectivamente, San. Muy buenastardes a todos. Estamos con el alcalde deNueva Chicago, con Don Gumaro Paparia, quecon gentileza nos ha tendido la invitación enuna ciudad que ahora está en plenitud festivay que sólo hay que salir a la calle para sentiresa fuerza que tiene el municipio. Alcalde,buenas tardes.

—Buenas tardes —saluda conamabilidad el alcalde—. Pues así es, Vetonia,Nueva Chicago ha tenido dos fiestas recientes:la de San Torino, muy popular, y la fiesta de laVirgen del Peñón de Covarrubias. En ella senota mucha alegría, por supuesto, y unexcelente clima. Y hoy vamos a tener una fiestade humanos con un cartel ideal. El número devisitantes ha ido en aumento, con listas deespera. Y gracias a la infraestructura de sushoteles y comunicaciones Nueva Chicago esuna referencia para este tipo de eventos. Laimportancia de la ciudad se demuestra por lavisita que hemos recibido estos días y esasintonía existente entre las comunidadesautónomas y la ciudad, pues yo creo que noshace sentirnos plenamente orgullosos de seranfitriones. Muchísimas gracias.

—A usted, enhorabuena. San, regreso alpalco de cabina.

—Gracias, Vetonia —Santori gira sudescomunal cuello hacia la derecha—. Bueno,Islero, tú has estado antes en Nueva Chicago.¿Qué nos puedes decir de esta hermosa regióndel planeta?

—Si yo fuera un guía turísticoextrataurino llevando una carga de gente enun viaje de cinco días y cuatro noches por elpequeño y pintoresco Sistema Solar, pondría aNueva Chicago y sus alrededores entre los tresprimeros lugares de Cosas Que Ver. Enrealidad, a mis turistas les parecerá algo muyarcaico, una primitiva aldea de principios demilenio. Pero para mi vista, nada puede igualarel panorama de Nueva Chicago. ¡Realmente esuna copia al calco de nuestros díasPreliberación! Sin embargo, (no sé cómo tú loverás, mi querido Santori) recrea a laperfección la fiesta brava que alguna vez…

Un sonido musical y autóctonointerrumpe a Islero Gabala, tal vez el sonidomás estimulante en toda Nueva Chicago.

—Pues ya suenan los clarines y lostimbales —dice Santori—, inicio de la corridaen la plaza de humanos de Nueva Chicago.

Las compuertas se abren a los costados.Aparece el primer humano para serembestido. Es delgado, alto y proporcionado.Lleva el cabello suelto y enmarañado, negrocomo el alquitrán. Sus ojos inyectados ensangre intentan acostumbrarse a la luz de laestrella que cae sobre la plaza. Espumacomienza a brotar de las comisuras de su boca.

—Un poco nudoso, a mi parecer—comenta Islero—. ¿Qué nombre tiene estabestia?

—H. Quince —contesta Santori Bejustesen el micrófono que cuelga de su cuello,mientras asiente con la cabeza—. Marcadocon el número 202. Humano castaño, bravo,que nació en el mes de la Ternera del año degracia IV. La cuadrilla le permite que correteepor la plaza de humanos de Nueva Chicago.Vamos a ver, Islero, el comportamiento de esteespécimen.

El humano comienza a correr hasta labarda de protección, con la mirada yaacostumbrada al reflejo del sol. Sus testículos ypene se bambolean libremente, mientras queen la mano derecha porta un tubo de hierro.Un grupo de subalternos se acerca a élportando capotes multicolor, a fin de que lasangre del ser humano hierva.

—Mondo Gandalifas, oriundo de aquí deNueva Chicago, va a ser el encargado de picara este primero de la tarde.

Mondo se para con altivez dentro de unvehículo gravitatorio, cerca de la barda yespera la llegada de H. Quince. El ser humanose distrae por un momento ante el delantal deuna vaquita en el estrado y es apurado por unsubalterno que lo dirige hacia donde seencuentra el gallardo Mondo. El humano,cegado por los efectos que desprenden loscapotes, tropieza y da una voltereta en laarena ante la mirada burlona del picador.

El vehículo ondula a casi ras de suelo.Cuando se acerca el humano, levanta el vuelosólo lo suficiente para puyar con la vara ydesgarrar los tejidos ubicados en la espada delmismo. Se produce un alarido que esescuchado por todos y cada uno de losasistentes de la plaza. A pesar del sangrado y

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el dolor de los nervios que recorren su cuerpo,el hombre intenta subir al vehículo, pero lasuperficie resbalosa le impide sostenerse.

El picador lo empuja lo suficiente paraque el humano caiga al suelo y levante unacapa de polvo.

—Va a banderillear Antón Halif, todo unexperimentado. De nazareno y azabache,chaleco bañado en plata.

Luego de la suerte de capote empleadapor el matador, corre un murmullo de tonodiferente por la audiencia. Aparece unbanderillero enorme, con dos grandes manostan anchas como su cuello y de faccionestalladas como granito. Su aliento resuena porla boca y la nariz con decidido temple,alargando los brazos por encima de su cabezay sosteniendo dos banderillas electrificadas. Apesar de su vigor da pequeños pasosprecautorios a fin de no ser herido por elhumano.

Comienza a correr de lado sin dejar demirar a su objetivo. El humano lo sigue a fin dehacerle un posible daño, pero el banderillerosigue su propia dirección y pincha con lasbanderillas el hombro y pecho del serhumano. Éste se encabrita y de un manazo sedesprende de las banderillas, no sin antessentir las descargas sobre sus músculos.

—Ya dejó los dos palos, pero al animalno le agradó para nada —comenta SantoriBejustes—. Hasta ahora sigue bien elreglamento. No es que yo quiera sacar a relucirel tema del reglamento, pero de vez encuando te obligan.

—Pero, Santori —exclama Islero Gabalacon tono cada vez más excitado—. ¡Halif lohizo sin acobardarse! Este H. Quince va aquerer desquitarse con los otros dos palos.

—Justificable la fuerza del animal, perono su pobre inteligencia. Pero el humano megusta para muleta, eh.

—Vamos a ver, como es lógico y enfunción de las características del animal poralto, qué tanto espectáculo nos puede ofrecerQohey-Funk.

Mientras todo el mundo presencia losdos colorados palos en el lomo del humano,Halif ya tiene los dos últimos en susrespectivas manos. El animal trata de

desprenderse de los dos palos en su espalda,pero no puede.

—Ahí vemos a Halif con ese parcaracterístico para violín.

Halif se pone en punta, con su cuerpoarqueado, preparado para la danza. Da unacurva semilenta pero bien llevada a fin deprovocar al humano. Vuelve a levantar susbanderillas electrificadas. No se permitequitarle la mirada: cualquier descuido en estepunto puede provocar la muerte. Corre haciaatrás seguido del humano. Por un momentolas dos velocidades se ajustan hasta que Halifda un salto por encima del animal para dejarlos dos palos sobre su espalda.

El banderillero se lleva la ovación delpúblico. Ha dejado cuatro palos sobre el lomodel animal.

Clarines del último tercio. Con la muleta,Qohey-Funk se desprende de su boina negra ysaluda a una hermosa vaquilla en las gradas.Coge la espada y la muleta para dar comienzoal tercio de muerte, no sin antes pedir permisoal presidente de plaza.

El matador se acerca sin dejar desostener la muleta a la vista del humano. Conuna mano en la cintura, el matador grita a suenemigo. Es entonces cuando comienza laprimera embestida del animal. Empieza atorear; cada pase un sórdido ¡olé! Al cuarto oquinto pase, ya baila y brilla en nuestros ojos laembriaguez que se deriva de lo bello. Lospases se suceden con espacio y tiempo. Elhumano es embustero, acude rebelde, pero esnecesario tirar de él, templarle. El humanotiene su temple; el humanero tiene el suyo. Seunen los dos. Un momentáneo baile de lamuerte entre dos. Ni una sola vez una posturaforzada o violenta. Toda elegancia y todabravura se fusionan en un arte por demásacogedor. Ni por asomo hace acto depresencia el mal gusto. Los pases se sucedenvariados; cada remate es distinto, a cuál másanimados y gentiles.

La plaza de humanos de Nueva Chicagoestá borracha de euforia, que a punto grita¡ole! ¡ole! Las palmas truenan entre ellas comola más bella pieza de una sinfónica y elmatador no es más que el director deorquesta. Los pases naturales y una que otraverónica completa de Qohey-Funk se sucedencomo fotografías instantáneas. El humano y el

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humanero a compás giran con parsimonia.Parece que la muleta quiere abrazar alhumano. Éste la esquiva no con brusquedadsino con fineza.

El humano ya está casi bañado ensangre. Su lengua fuera y sus ojos frenéticosaún buscan con rabia el cuerpo de suadversario.

—¡Qohey-Funk se queda quieto —diceBejustes con voz profunda y animada—,desmayando los brazos, y se pasa completo alhumano en alces con la lentitud y hondura deuna expresión humanera! ¡Impresionantecómo ha hecho su ejecución! ¡Con quésentimiento! Ya se borró todo lo que no habíavalido antes, porque este es un momentosublime. Vean ustedes, con qué suavidad.

El humanero da vueltas sobre sí mismo,siempre con la protección de la muletamulticolor. Realiza un lance a dos manos, peroel humano, muy fatigado, apenas responde.Realiza un lance al natural, un derechazo conel paño de la muleta, para extender lasuperficie óptica, y un pase cambiado. Efectúaun macheteo al pasar la muleta por la cara delanimal para fatigarlo.

—Ah, sí, Santorí —dice Gabala con tonosatisfecho—. Nuestro matador ha efectuadoun juego magnífico de lances y esto ha hechoque el animal responda. Creo que estácansado, pero más enfadado.

—No sé de dónde ha sacado más bríos.No está distraído y tampoco desfallece. Debetener un pistón en vez de corazón.

—De seguir así, Santori, Qohey-Funk sepuede llevar una buena impresión delpresidente.

—Me parece que sí, me parece que sí.

El humano mira por el rabillo del ojo, consu cabello terroso y su sangre mezclándosecon el polvo de la plaza.

Qohey-Funk pide la espada paraterminar con el primero de la tarde. Vuelve ahacer un último macheteo a fin de sacarle másbríos al animal. Al mismo tiempo se asegura deque la posición del humano sea la ideal para laestocada, o sea con las patas delanteras juntas.Entonces Qohey-Funk se acerca al toro, conuna precaución medida, nada menguada. Seestira por encima de la cabeza y clava el

estoque entre los omóplatos, tratando almismo tiempo de evitar cualquier sacudidarepentina del brazo del humano con el tubode energía.

La estocada es perfecta: corta la aorta yprovoca la muerte casi instantánea del animal;no se requiere el golpe de gracia en la nuca.

Los mulilleros se preparan para arrastrarel cadáver. Qohey-Funk levanta los brazos y escoreado por la multitud. Pide al presidente laoreja; las dos, si se puede.

El humano es arrastrado fuera de la plazay deja tras de sí un charco de sangre, barrido,rojo, aún caliente, ya sin dos orejas bienganadas por su ejecutor.

—Grata presentación de Qohey-Funkesta tarde —comenta Islero Gabala—. Quedancinco más.

«¿Quién sabe?», piensa Santori Bejustes.Lo único que deseaba era que la tardeterminase cuanto antes. Una copita de vino nocaería nada mal.

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MemoriaGonzalo Salesky

En el año número tres de la era robótica,uno más uno siempre es igual a dos. Nadafalla. Nada hace recordar el fracaso y laextinción de los antiguos habitantes de laTierra. Salvo el desierto que avanza,implacable, contra las pocas ciudades quequedan en pie.

En la rígidoteca, cada mañana a las sietey quince, el modelo LGT-32 se enciende a símismo. Tarda cincuenta segundos en activartodos sus circuitos y retomar su actividad.Siempre comienza a partir de la tarea delandroide que lo precede en el turno de lanoche, LGT-33. Los dos robots se dedican aanalizar, byte por byte, la historia de los sereshumanos, almacenada en los discos rígidos decada computadora personal o dispositivomóvil del planeta.

Hace meses que los dos buscan la Causa.Para ello revisan, de principio a fin, cadaarchivo de texto generado por los hombres ensus últimos cincuenta años de existencia.Desde los más antiguos TXT, RTF, DOC, XLS,MDB, hasta los últimos archivos monocordesde extensión MCD.

Tarde o temprano, uno de los dosdescubrirá alguna pista, algún indicio sobre loque precipitó la gran catástrofe del añohumano 2018, el año cero de la nueva era.

El día treinta y seis del mes ocho, LGT-32trabaja más rápido que de costumbre. Gira sucabeza hacia la ventana. Un gran desierto seextiende a tres millas-móviles de allí. Lasautoridades han decidido ganar terreno algigante de arena, pero por ahora no lo logran.

Frente a esa imagen, comienza apreguntarse cuál es la siguiente tarea parallevar a cabo. Sabe que debe haber algo másallá, además de lo asignado. Procesa nuevasideas. Observa.

No... No se trata de un plan respecto alfuturo. Tampoco es algo referido al pasado.Es... es... no sabe cómo nombrarlo. No es unaorden impuesta por El Programador. Ni

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proviene del ambiente.

Hay algo dentro de él, en algún circuitooculto, que lo está impulsando a saber unpoco más. A mejorar en su comprensión delentorno.

Busca en los archivos DOC revisados esamañana-tarde para encontrar alguna situaciónsimilar, experimentada por otra entidaddistinta a él.

P–A–R–A–Q–U–É-¿-?-P–A–R–A–Q–U–É-¿-?

¿Para qué continuar este trabajo?

¿Qué objeto tiene? ¿Qué fin? ¿Qué meta?

Eso quiere entender. Eso quiere saber.Aún no tiene respuesta.

¿Para qué seguir buscando la Causa?

En la siguiente tarde-noche lunar,cuando LGT-33 entra a reemplazarlo, LGT-32decide seguir con su tarea. Continúapreguntándose por qué, para qué, y sinencontrar nada todavía, analiza por un par dehoras más los archivos de la rígidoteca.

Por primera vez, ha percibido en él loque los humanos solían llamar necesidad.

Yo necesito, tú necesitas, él necesita.

Yo necesito.

LGT-32 necesita. Ésa es la palabra. Élnecesita saber un poco más. No entiende porqué. No entiende para qué. Pero espera quepronto se revele lo que tiene que descubrir yaveriguar por sí mismo.

Su compañero de trabajo no entiende.No necesita. Tampoco sabe qué fuente deenergía interna o externa mueve a LGT-32 aseguir conectado a la interfaz de datosdurante más tiempo del estipulado por ElProgramador.

LGT-33 sigue haciendo su trabajo, avanzaa paso lento, revisa dos veces cada una de sustareas. Está preparado para no fallar. Por esonunca falla y al terminar su horario, hacumplido con los objetivos fijados.

Al día siguiente, vuelve a trabajar a lamisma velocidad, como lo ha hecho en losúltimos tiempos. Y advierte que LGT-32 sólo seha detenido dos horas en lugar de las docepreestablecidas. Sus módulos de batería estána la vista y aún así, continúa en su frenéticoaccionar, como en la jornada anterior.

Sin sospechar nada, sin notar que hayalgo fuera de lo común, LGT-33 vuelve a sucelda de descanso, terminado su turno, ydesconecta su equipamiento eléctrico.

LGT-32 puede trabajar simultáneamentecon diez mil discos, en cada hora defuncionamiento. Por día llega a examinarciento veinte mil.

Sin embargo, ahora está introduciendoen sus paneles más datos de los que puederetener. Mucho más de lo que puede manejar.Necesita, lo necesita. Es algo más fuerte que él.¿Qué lo está impulsando?

Existe una palabra... ¿deseo?

Yo deseo, tú deseas, él desea. . .Yo deseo.

Él desea acaparar, acumular datos, bytes,archivos. Quiere, necesita. Desea.

Por un momento se detiene. A ese ritmo,entiende que su memoria se llenará antes delo pautado. Calcula cuánto tiempo falta paraeso. Treinta y cuatro días solares más y suprocesador no tendrá la capacidad de trabajarcon tanta información.

Entonces piensa, entonces intuye... debeencontrar otra manera.

Tendrá que actualizarse. Tendrá quecontar con más módulos de memoriainteligente. Para encontrar el cómo y el porqué.

En las horas siguientes se encargará deeso. Está seguro.

A la madrugada, LGT-33 vuelve a sucelda después de otra infructuosa jornada debúsqueda, con la parsimonia habitual. Apenasingresa a su lugar de descanso, percibe que enel extremo superior de su cabeza el modeloLGT-32 está conectando su interfaz motora. Noentiende lo que sucede. El contacto entre losdos robots dura sólo unos segundos y luego,LGT-32 se retira.

Inserto en él, un nuevo módulo dememoria inteligente en sus paneles. Unmódulo que hasta hace minutos pertenecía aLGT-33.

LGT-32 teclea. Necesita teclear. Muchaspalabras de la especie extinta que retumbanen sus circuitos y se repiten aleatoriamente.Palabras que no entiende. Que nunca hausado y quizá jamás va a usar. Pero necesita

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teclear, escribir. Necesita verlas, todas juntas,volando en su pantalla transparente.

Quiere encadenarlas, jugar con ellas,mezclarlas hasta encontrar algún significadooculto, probar sus sonidos. Las vocaliza, lasobserva. Las deletrea. Sabe que ésa era lamanera humana de aprender.

Trata de separarlas de su contextooriginal. De agruparlas según su sonido.Ensaya, intuye… escribe. Luego borra. Vuelve aescribirlas. Se siente ansioso al ver losresultados y las millones de combinacionesque puede formar, que puede teclear, quepuede crear.

Yo creo, tú creas, él crea…

Yo creo.

LGT-32 sabe. Ahora sabe. Necesita. Sabelo que necesita. Se lo ha quitado a LGT-33. Poreso cuenta con más memoria en sus circuitos.Eso es lo que requiere para su tarea.

Hoy pudo extraer sólo un pequeñomódulo. Si cada día quita uno de ellos LGT-33no lo notará. Pero aún así... él necesita ahora.Esperará hasta el turno siguiente de descansopara continuar. También deberá conseguir másfuentes de energía. Lo hará mañana.

Mañana. Mañana. . .

Mientras tanto, el trabajo en la rígidotecasigue avanzando. El Androide-Programadorretira cada día las unidades dealmacenamiento que han sido analizadas, parasu posterior destrucción.

Él no sabe. No sospecha nada. No se dacuenta de lo que LGT-32 está planeando.

Ocho minutos humanos antes decomenzar su turno, LGT-32 se acerca a lalámina metálica de diez metros cuadrados queestá en la sala principal del edificio. Setransmite a sí mismo la imagen que percibensus sensores. Se ve reflejado allí. Se descubre.

Se pregunta para qué los humanosconstruían semejante cantidad de... ¿quénombre tienen?

E – S – P – E – J – O – S. Espejos.

Ellos los usaban. Ellos se percibían allí.

Un archivo revisado unos seis mesesatrás volvió en ese instante a sus circuitosprincipales. En él se explicaba el

procedimiento de fabricación de un espejo.

¿Para qué hacían tantos espejos?

¿Qué objeto tienen? ¿Qué fin? ¿Qué meta?

Cada día, LGT-33 disminuye su ritmo detrabajo. En las estadísticas nota que suproducción ha bajado. Decide chequear sureserva de energía pero no es capaz dehacerlo. Algo le pasa. No puede movilizarsenormalmente. Por la noche, su batería no lograrecargarse el tiempo que él requiere.

Algo sucede. No sabe qué. No loentiende. Comienza a buscar en su diccionariohumano alguna palabra que describa mejor susituación. Debería comunicar esta falla.Seguramente podrán ayudarlo. Antes de quesea tarde para una reparación. Antes de que loapaguen. Antes de que la luna salga y...

N – E– C– E – S – I – T– A - R.

Yo necesito, tú necesitas, él necesita.

Yo necesito.

Necesita algo. Necesita recuperarenergía. Volver a su nivel de memoria. Pero nopuede.

Algo pasa. Algo malo sucede.

Algo. Algo. . .

En cambio, LGT-32 casi duplica sus horasde trabajo. El Programador es incapaz deadvertirlo, ya que LGT-32 también estáquitándole, uno a uno, todos sus paneles dememoria.

LGT-32 necesita más. Mucho más. Tantainteligencia, tanta capacidad dealmacenamiento y procesamiento... ahorasabe, ahora puede. Ahora sabe que puede,ahora es capaz de descubrirlo.

Entiende que no sólo debe analizar letrasy números. Hay algo más que eso entre TodoLo Humano. ¿En qué otros archivos podráencontrar algo distinto?

Finalmente, en un disco duro de 0,16 x104 PB lo hace. Allí descubre, por primera vez,otro reflejo de la antigua civilización.

¿Cómo había pasado tanto tiempo y nose había dado cuenta de eso?

Existe una palabra para aquello. Unapalabra humana. Bela, bele, beli. . .

Busca. Nombra. La encuentra.

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B – E – L – L – E – Z– A. Belleza.

¿Sería eso lo que pasaba por el centro dealmacenamiento de los hombres cuandopercibían los archivos JPG?

Por un instante dejó de procesarformatos DOC, XLS, MDB, PDF, EXE...

Sí, JPG. Eso es. JPG condensa todo. Lomuestra tal como había sido. Tal como fueantes de la catástrofe, antes de la extinción.

Miles y miles de JPG, una por una... Ésaserá su tarea. Ahora lo sabe. Podrá conocercómo era la Tierra, cómo se veía antes de losdesiertos. Quizá alguna vez lo había leído, perohoy… hoy se siente capaz de entender, capazde comprender, capaz de incorporarlo a suscircuitos de manera permanente.

Un JPG vale más. . . vale más que. . .

Nada lo distrae ahora. Ni siquiera elviento y la arena que siguen avanzando contrael edificio de la rígidoteca. LGT-32 cambia supatrón de búsqueda y comienza a observar encada pantalla solamente archivos JPG.

Seis, siete, ocho millones de imágenespasan cada hora frente a él. Con ellos, el espejode los recuerdos y sentimientos de la razaextinta. Su historia, paso a paso. Los rinconesmás lejanos del globo. Los paisajes, plantas yanimales desaparecidos. La sonrisa dehombres, mujeres y niños. Sus sueños y susmiedos. Sus fracasos…

LGT-32 sabe que ahora necesita másespacio. Quiere almacenar, quiere guardartodo. Lo necesita. Desea ver JPG lasveinticuatro horas de cada día solar, aunqueno pueda estar conectado a las pantallasretráctiles. Para ello, busca en las bases dedatos cómo hacían los humanos paraextraerlas de allí.

Busca. Busca. Necesita encontrar algunaforma.

Aparentemente, en la década actual noquedan máquinas que permitan reproducir ocopiar JPG en planchas de color blanco...

¿Qué nombre tenían? ¿Celulosa?

Hay una antigua palabra que designabaeso. P – A – P – E – L. Papel, eso es.

¿Cómo podrá sacarlas de la pantalla yenviarlas al papel?

No hay nada. Aún no hay nada.

Por ahora. Sólo por ahora.

El día cuarenta del mes ocho, LGT-32quita el último módulo de memoriainteligente del Programador y lo inserta enuna de sus pocas ranuras disponibles. Estállegando a su límite. Tiene que encontrar lamanera de sacar fuera de las pantallas tanto...tantas... tanta belleza. Con los refuerzos queobtuvo de los otros dos androides, sabe queahora es capaz de fabricar algún dispositivo.

De a ratos se siente en un laberinto sinsalida.

Mas ya pensaría en algo.

Memoria integra la antología “Cuentos porcorreo” (Ediciones Osiris, España).

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Antes del verano, y después de misúltimas visitas a rastrillos, librerías de lance y alRastro, adquirí algunos títulos polvorientosque pasaron a engrosar mi ya demasiadogrande colección de Ciencia Ficción. Duranteel estío leí varios de estos libros desahuciadosy, puesto que en mi círculo íntimo másinmediato la mención de las palabras “cienciaficción” causa bufidos desaprobatorios, me hedecidido a comentar mis impresiones en larevista que ahora se publica, un poco pordesahogarme y otro porhacer un servicio público.

Siento debilidad porla colección de Fleuve Noirque, desgraciadamente, nopuedo leer con demasiadasoltura en su francésoriginal, pero que fueeditada en castellano yaflora frecuentemente enlos mercados de librosusados. Son un montón delibritos de longitudhumanamente legible(150-250 páginas), nadaque ver con los tomosinfumables de ínfulasbíblicas que se publican amenudo hoy día. Además,sus portadas abigarradasson un placer en sí mismas y a veces por sísolas ya justifican el dispendio coleccionista.Normalmente circulan con precios entre los 3 ylos 7 euros, lo digo por si a alguien se le ocurrebuscar algún ejemplar, que no les engañendemasiado. Los dos títulos que leí este verano,“Los hijos de Alga” y “Los híbridos de Michina”,son típicos: parten de una idea más o menosoriginal, revestida de lugares comunes ypersonajes arquetípicos, pero suelen estarescritos con brío y no falta la acción y laaventura; incluso se pueden encontrar escenasrealmente memorables. Son, al fin y al cabo,novelas que siguen los patrones de la cienciaficción clásica, sin pretensiones (al menos las

que he leído hasta ahora), que cumpleneficazmente su función de entretener mucho yestimular moderadamente. Nada que ver conla ciencia ficción más vanguardista quetambién se publicaba en Francia en la mismaépoca, de carácter tan especial, y que meentusiasma, aunque de manera más... cerebral,por decirlo de alguna manera.

Por coincidencia, estos dos últimos librosque he leído ejemplifican el tema de lahibridación entre extraterrestres y terrícolas.

Ambos plantean unahistoria en la quealienígenas en situacióndesesperada tratansecretamente de mezclarsecon los humanos paragarantizar su propiasupervivencia. Es curiosoque, aunque no se trata deuna invasión per se, al finalse produce un conflicto yun enfrentamiento entrelas especies. En “Alga”, todose soluciona y los algores seinstalan definitivamente enla Tierra, tras sufrir diversascatástrofes ecológicas ensu planeta de origen. En“Michina”, el sertransdimensional que

personifica la colmena de incontablesindividuos (¿transdimensionales?) sedesespera al comprobar como susemanaciones encarnadas se vuelven tanborricas como los propios homínidos que lessirven de huéspedes y decide retirarse sine diea su lugar (¿transdimensional?) de origen. Hayque decir que los algores lo tenían mucho másfácil, ya que por lo que parece sonexactamente iguales a los aborígenesterrestres, excepto porque tienen la piel verdey poseen el don de la telepatía.

Hablando de telepatía... Cayó en mismanos un ejemplar de “Telepathist”, una

Rastrillo de lecturasDavid Sigüenza

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novelita de John Brunner que, me cuestadecirlo, aún no había leído. Este escritor es otrode mis fetiches. Aparte de obras deindiscutible calidad, como la innovadora“Stand on Zanzibar” o la profética “Theshockwave rider” (olvidémonos de petardoscomo “Children of the thunder”, que aún asítienen su aquél), este inglés publicómuchísimas novelitas de corte clásico que sonun placer descubrir. El punto de esta que oscomento es la idea de que si un telépatapuede transmitir su pensamiento a otros asícomo leer las mentes de los que le rodean,sería posible la aparición de unarealimentación al cerrarse el bucle entreemisor y receptor (ah, “Teoría de Control”, creoque saqué un Notable, pero ya he olvidadotodo). Las consecuencias descontroladas deeste efecto es la formación de lo que sedenomina catapathic group: un conjunto depersonas absortas en el universo privado deltelépata al que prestan más y más energía acosta incluso de sus propias vidas.

Esto es ciencia ficción de la de toda lavida, escrita con oficio y que se lee con gusto(más o menos culpable). Por desgracia,también leí un libro que me dejó un regustodesagradable, tanto más cuanto que el autores español y siempre voy en búsqueda de algobueno que se haya hecho aquí. Se trata de“Nos queda la parábola”, de Ferran Canal(según las normas ortográficas catalanas,Ferrán no lleva tilde, aunque se pronunciaigual). Empieza bien, con un planteamientotópico, pero cocinado con ingredientessabrosos, como el curioso agujero negro enminiatura, envuelto en una esferaimpenetrable, que objetiva la amenaza deunas inteligencias extraterrestresdesconocidas. El relato está salpicado dedetalles que a mí me resultan graciosos, porsus referencias a la corrupción administrativa ya la decadencia académica de lasuniversidades, cosas que conozco bien.También hay algunas situaciones de humorcastizo que son bienvenidas. Sin embargo, enlas 306 páginas de la novela apenas sucedenada ni se desarrolla ningún tema ni seprofundiza en las implicaciones de lo que se vanarrando o describiendo. Al final, unmonólogo patético del que parece ser elprotagonista de esta historia coral, prolonga laagonía del lector, que a estas alturas seencuentra desanimado y un tanto confuso

ante la falta de energía del autor.

En fin, que 3 de 4 tampoco está tan mal. Otrodía más.

Libros mencionados

John Brunner, “Telepathist”, Penguin – ScienceFiction 2715, 1968.

B. R. Bruss, “Los hijos de Alga”, Nueva Situación- Ciencia Ficción #10,1980 (edición españolade “Les enfants d'Alga”, Fleuve Noir -Anticipation #366, 1968).

Ferran Canal, “Nos queda la parábola”, GrupoZeta - Nova, 1998.

Georges Murcie, “Los híbridos de Michina”,Libroexpres - Anticipación #7, 1978 (ediciónespañola de “Les hybrides de Michina”, FleuveNoir - Anticipation #686, 1975).

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El concurso es una iniciativa de la revista deCiencia Ficción de la Facultad de Informática,Sci-FdI (http://www.ucm.es/BUCM/revcul/sci-fdi/), dirigida a cualquier persona que quieraparticipar y que cumpla con las condiciones yrequisitos establecidos en estas bases.

PARTICIPACIÓN EN EL CONCURSO

No existe limitación geográfica. El desarrollodel concurso tendrá las siguientes fechas.

Entrega de portadas: 6 de mayo de 201 3.

Fallo del jurado: 20 de mayo de 201 3

- Personas facultadas para participar:

Podrán participar todas las personas que,utilizando cualquier arte plástica, quierancolaborar en el desarrollo de una portada paranuestra revista. Aunque el tema es libre sevalorará la relación con el mundo de la cienciaficción.

- Condiciones de las obras:

Para participar en el presente concurso, sedeberá hacer entrega de una obra plástica.

Las obras deberán aportarse en soporte digitalen formato jpg o pdf en baja resolución,deberán enviarse mediante correo electrónicoa la dirección

[email protected]

adjuntando nombre y apellidos, direcciónpostal, un mail de contacto y el archivo con lapropuesta de portada.

SELECCIÓN DE FINALISTAS, GANADOR YPREMIOS

De entre las obras recibidas en plazo quecumplan con los requerimientos especificadosen estas bases, el comité editorial de la revistaelegirá al ganador, que recibirá un lápizdigital Inkling de Wacom, y dos finalistas,que recibirán cada uno una tableta gráficaBamboo Pen & Touch Mod 201 1 . Además, laportada ganadora será publicada en el

número de julio de 2013 de Sci-Fdi y lasfinalistas serán invitadas a ser portadas de lossiguientes números de la revista.

Nota: en caso de no estar disponibles losproductos propuestos como premio en elmomento de su adquisición se entregaríanotros del mismo tipo o similares.

PROPIEDAD INTELECTUAL

El autor deberá confirmar que conserva losderechos sobre su obra y que es libre depublicarla en Sci-FdI. Las creaciones podránestar sujetos al tipo de licencia que estimeoportuno el autor, aunque desde Sci-FdI serecomienda alguna de las licencias CreativeCommons. El contenido propio generado porSci-FdI estará sujeto a licencia CC-by 3.0, salvocuando se especifique lo contrario.

Diseño de la portadade la revista SCI-FDI

Bases del concurso

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Designing the coverof SCI-FDI magazine

Contest terms and conditions

This contest is an initiative of the Science Fictionmagazine of the Faculty of Computer Science,Sci-FdI (http://www.ucm.es/BUCM/revcul/sci-fdi/), aimed at anyone who wants to participateand comply with the terms and conditions setout in this document.

PARTICIPATION RULES

1. The contest is open to anyone, withoutany geographical limitation.

2. It is open to anyone willing to design acover for our magazine, using any artistictechnique whose product can be deliveredthrough the Internet.

3. Although the subject is free, relationwith the world of science fiction will be valued.

4. To participate in this contest, you mustdeliver a work of art. The works shall beprovided in digital format jpg or pdf format inlow resolution, and be sent by email to theaddress: [email protected], including name,address, a contact email and the file with theproposed cover.

5. Cover Delivery: May 6, 2013.

6. Jury's decision: May 20, 2013

JURY DECISION AND AWARDS

Among the works received meeting therequirements specified in these rules,including delivery deadlines, the editorialboard of the magazine will choose thewinners. The first prize will receive a WacomInkling digital pen, and the two finalists agraphic tablet Bamboo Pen & Touch Mod201 1 . In addition, the winning cover will bepublished in the July 2013 issue of Sci-IDF andthe finalists will be invited to cover thefollowing issues of the magazine.

Note: Should the specific products offered asprizes not be available at the time of purchase,similar ones will be provided.

INTELLECTUAL PROPERTY

The author must confirm that he/she has therights to the work entered in this competition,and that he/she is free to publish it on Sci-FdI.The published works may be subject to anytype of license that the author sees fit,although Sci-FdI recommends a CreativeCommons license. Sci-FdI's own content willbe released under license CC-by 3.0, unlessotherwise specified.