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Robert Louis Stevenson

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Page 1: La voz de la conciencia | Robert Louis Stevenson · personaje que obligará al protagonista a plantearse su vida y enfrentar ... en pie.-Sí -dijo el anti cuario-, nuestras buenas

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Robert Louis Stevenson

Robert Louis Stevenson

Markheim (Christina Zagia), es un buscavidas que en vísperas de Navidad ingresa a una tienda de antigüedades con la intención de cometer un crimen. Luego de un acalorado intercambio de palabras con Anticuario (Gerardo Rojas) se genera una situación de violencia que termina con la vida de este último. Markheim comienza a luchar

contra sus propios demonios tratando de sobreponerse a la situación. En ese momento ingresa el visitante (Fiorella Bomio), un enigmático personaje que obligará al protagonista a plantearse su vida y enfrentar

una elección que imprima un sentido en ella.

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La voz de la conciencia Robert Louis Stevenson

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La voz de la conciencia Robert Louis Stevenson

algo le sobresaltó, haciéndole ponerse en pie.-Sí -dijo el anti-

cuario-, nuestras buenas oportunidades son de varias clases.

Algunos clientes no saben lo que me traen, y en ese caso

percibo un dividendo en razón de mis mayores conocimien-

tos. Otros no son honrados -y aquí levantó la vela, de ma-

nera que su luz iluminó con más fuerza las facciones del

visitante-, y en ese caso -continuó- recojo el beneficio debido

a mi integridad.

Markheim acababa de entrar, procedente de las calles solea-

das, y sus ojos no se habían acostumbrado aún a la mezcla

de brillos y oscuridades del interior de la tienda. Aquellas

palabras mordaces y la proximidad de la llama le obliga-

ron a cerrar los ojos y a torcer la cabeza.

El anticuario rió entre dientes.

-Viene usted a verme el día de Navidad -continuó-, cuan-

do sabe que estoy solo en mi casa, con los cierres echados

y que tengo por norma no hacer negocios en esas circuns-

tr ello; también tendría que pagar por el tiempo que pierda,

puesto que yo debería estar cuadrando mis libros; y tendrá que

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Robert Louis Stevenson

Título Original, Markheim

Edición de Lujo

Publicado, Editorial Real

Impreso, Grá�cas Esmeralda

Medellín – Colombia | 2011

Diseño e ilustración, Julian Ospina Guarin

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pagar, además, por la extraña manera de comportarse que tiene

usted hoy. Soy un modelo de discreción y no hago preguntas em-

barazosas; pero cuando un cliente no es capaz de mirarme a los

ojos, tiene que pagar por ello.

El anticuario rió una vez más entre dientes; y luego, vol-

viendo a su voz habitual para tratar de negocios, pero todavía

con entonación irónica, continuó:

-¿Puede usted explicar, como de costumbre, de qué manera

ha llegado a su poder el objeto en cuestión? ¿Procede también

del gabinete de su tío? ¡Un coleccionista excepcional, desde

luego!Y el anticuario, un hombrecillo pequeño y de hombros

caídos, se le quedó mirando, casi de puntillas, por encima

de sus lentes de montura dorada, moviendo la cabeza con

expresión de total incredulidad. Markheim le devolvió la mi-

rada con otra de infinita compasión en la que no faltaba una

sombra de horror.

-Esta vez -dijo- está usted equivocado. No vengo a vender sino

a comprar. Ya no dispongo de ningún objeto: del gabinete de

mi tío sólo queda el revestimiento de las paredes; pero aunque

estuviera intacto, mi buena fortuna en la Bolsa me empujaría

más bien a ampliarlo. El motivo de mi visita es bien sencillo.

Busco un regalo de Navidad para una dama -continuó, cre-

ciendo en elocuencia al enlazar con la justificación que traía

preparada-; y tengo que presentar mis

excusas por molestarle para una cosa de

tan poca importancia. Pero ayer me des-

cuidé y esta noche debo hacer entrega

de mi pequeño obsequio; y, como sabe

usted perfectamente, el matrimonio con

una mujer rica es algo que no debe des-

preciarse.

A esto siguió una pausa, durante la

cual el anticuario pareció sopesar incré-

dulamente aquella afirmación. El tic-tac

de muchos relojes entre los curiosos

muebles de la tienda, y el rumor de los

cabriolés en la cercana calle principal,

llenaron el silencioso intervalo.

-De acuerdo, señor -dijo el anticua-

rio-, como usted diga. Después de todo

es usted un viejo cliente; y si, como dice,

tiene la oportunidad de hacer un buen

matrimonio, no seré yo quien le ponga

obstáculos. Aquí hay algo muy adecuado

para una dama -continuó-; este espejo de

mano, del siglo XV, garantizado; también

procede de una buena colección, pero me reservo el nombre por discreción hacia mi cliente, que como usted, mi querido

señor, era el sobrino y único heredero de un notable coleccionista.

El anticuario, mientras seguía hablando con voz fría y sarcástica, se detuvo para

coger un objeto; y, mientras lo hacia, Markheim sufrió un sobresalto, una repentina

crispación de muchas pasiones tumultuosas que se abrieron camino hasta su rostro.

Pero su turbación desapareció tan rápidamente como se había producido, sin dejar

otro rastro que un leve temblor en la mano que recibía el espejo.

-Un espejo -dijo con voz ronca; luego hizo una pausa y repitió la palabra con más

claridad-. ¿Un espejo? ¿Para Navidad? Usted bromea.

-¿Y por qué no? -exclamó el anticuario-.

¿Por qué un espejo no?

Markheim lo contemplaba con una ex-

presión indefinible.

-¿Y usted me pregunta por qué no? -dijo-

. Basta con que mire aquí..., mírese en

él... ¡Véase usted mismo! ¿Le gusta lo

que ve? ¡No! A mí tampoco me gusta...

ni a ningún hombre.

El hombrecillo se había echado para

atrás cuando Markheim le puso el espejo delante de ma-

nera tan repentina; pero al descubrir que no había ningún

otro motivo de alarma, rió de nuevo entre dientes.

-La madre naturaleza no debe de haber sido muy liberal con

su futura esposa, señor -dijo el anticuario.

-Le pido -replicó Markheim- un regalo de Navidad y me da

u n á t i c o d e s i e r t o , l l en a b a n d e a g i t a c i ó n l a s m á s r e m o t a s c á m a ra s d e s u c e r e b r o

… t e r r o r e s p r i m i t i vo s , c o m o u n e s ca b u l l i r s e d e ra t a s e n

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…un maldito recordatorio de años, de pecados, de locuras...usted esto: un maldito recorda-

torio de años, de pecados, de lo-

curas... ¡una conciencia de mano!

¿Era ésa su intención? ¿Pensaba

usted en algo concreto? Dígamelo.

Será mejor que lo haga. Vamos, há-

bleme de usted. Voy a arriesgarme a

hacer la suposición de que en secreto

es usted un hombre muy caritativo.

El anticuario examinó detenida-

mente a su interlocutor. Resultaba muy

extraño, porque Markheim no daba la im-

presión de estar riéndose; había en su rostro

algo así como un ansioso chispazo de espe-

ranza, pero ni el menor asomo de hilaridad.

-¿A qué se refiere? -preguntó el anticuario.

-¿No es caritativo? -replicó el otro sombría-

mente-. Sin caridad; impío; sin escrúpulos; no

quiere a nadie y nadie le quiere; una mano para

coger el dinero y una caja fuerte para guardarlo.

¿Es eso todo? ¡Santo cielo, buen hombre!

-Voy a decirle lo que es en realidad -empezó

el anticuario, con voz cortante, que acabó de

nuevo con una risa entre dientes-. Ya

veo que se trata de un matrimonio de

amor, y que ha estado usted bebiendo a la sa-

lud de su dama.

-¡Ah! -exclamó Markheim, con extraña cu-

riosidad-. ¿Ha estado usted enamorado?

Hábleme de ello.

-Yo -exclamó el anticuario-, ¿enamora-

do? Nunca he tenido tiempo ni lo tengo

ahora para oír todas estas tonterías. ¿Va

usted a llevarse el espejo?

-¿Por qué tanta prisa? -replicó

Markheim-. Es muy agradable estar

aquí hablando; y la vida es tan breve

y tan insegura que no quisiera apre-

surarme a agotar ningún placer;

no, ni siquiera uno con tan poca

entidad como éste. Es mejor aga-

rrarse, agarrarse a lo poco que

esté a nuestro alcance, como un

hombre al borde de un precipi-

cio. Cada segundo es un pre-

cipicio, si se piensa en ello;

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La voz de la conciencia Robert Louis Stevenson

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La voz de la conciencia Robert Louis Stevenson

repugnancia

El tiempo hablaba por un sinfín de vo-

ces apenas audibles en aquella tienda;

había otras solemnes y lentas como co-

rrespondía a sus muchos años, y aun

algunas parlanchinas y apresuradas.

terror y decisión, fascinación y repulsión

Todas marcaban los segundos en un intrincado coro de tic-

tacs. Luego, el ruido de los pies de un muchacho, corrien-

do pesadamente sobre la acera, irrumpió entre el conjunto

de voces, devolviendo a Markheim la conciencia de lo que

tenía alrededor. Contempló la tienda lleno de pavor. La vela

seguía sobre el mostrador, y su llama se agitaba solemnemente

debido a una corriente de aire; y por aquel movimiento insig-

nificante, la habitación entera se llenaba de silenciosa agita-

ción, subiendo y bajando como las olas del mar; las sombras

alargadas cabeceaban, las densas manchas de oscuridad se

dilataban y contraían como si respirasen, los rostros de los re-

tratos y los dioses de porcelana cambiaban y ondulaban como

imágenes sobre el agua. La puerta interior seguía entreabierta

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y escudriñaba el confuso montón de sombras con una larga rendija de

luz semejante a un índice extendido.

De aquellas aterrorizadas ondulaciones los ojos de

Markheim se volvieron hacia el cuerpo de la vícti-

ma, que yacía encogido y desparramado al mis-

mo tiempo; increíblemente pequeño y, cosa

extraña, más mezquino aún que en vida.

Con aquellas pobres ropas de avaro, en

aquella desgarbada actitud, el anticuario

yacía como si no fuera más que un mon-

tón de aserrín. Markheim había temido

mirarlo y he aquí que no era nada. Y

sin embargo mientras lo contemplaba,

aquel montón de ropa vieja y aquel

charco de sangre empezaron a expre-

sarse con voces elocuentes. Allí tenía

que quedarse; no había nadie que hi-

ciera funcionar aquellas articulacio-

nes o que pudiera dirigir el milagro de

su locomoción: allí tenía que seguir

hasta que lo encontraran. Y ¿cuando lo

encontraran? Entonces, su carne muerta

lanzaría un grito que resonaría por toda

Inglaterra y llenaría el mundo con los ecos

de la persecución. Muerto o vivo aquello

seguía siendo el enemigo. «El tiempo era el

enemigo cuando faltaba la inteligencia», pensó; y

la primera palabra se quedó grabada en su mente. El

tiempo, ahora que el crimen había sido cometido; el tiempo,

que había terminado para la víctima, se

había convertido en perentorio y tras-

cendental para el asesino.

Aún seguía pensando en esto cuan-

do, primero uno y luego otro, con los

ritmos y las voces más variadas -una

tan profunda como la campana de una

catedral, otra esbozando con sus notas

agudas el preludio de un vals-, los relo-

jes empezaron a dar las tres.

El repentino desatarse de tantas

lenguas en aquella cámara silenciosa

le desconcertó. Empezó a ir de un lado

para otro con la vela, acosado por som-

bras en movimiento, sobresaltado en lo

más vivo por reflejos casuales. En mu-

chos lujosos espejos, algunos de estilo

inglés, otros de Venecia o Ámsterdam,

vio su cara repetida una y otra vez,

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La voz de la conciencia Robert Louis Stevenson

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sus ocupantes inmóviles, al acecho de cualquier rumor: personas solitarias, condenadas a pasar la Navidad sin otra compañía que los recuerdos del pa-sado, y ahora forzadas a abandonar tan melancólica tarea; alegres grupos de familiares, repentinamente silenciosos alrededor de la mesa, la madre aún con un dedo levantado; personas de distintas categorías, edades y estados de ánimo, pero todos, dentro de su corazón, curioseando y prestando atención y tejiendo la soga que habría de ahorcarle. A veces le parecía que no era capaz de moverse con la suficiente suavidad; el tintineo de las altas copas de Bohemia parecía un redoblar de campanas; y, alarmado por la intensidad de los tic-tac, sentía la tentación de parar todos los relojes. Luego, con una rá-pida transformación de sus terrores, el mismo silencio de la tienda le parecía

…una porción de su mente seguía alerta y haciendo planes, otra temblaba

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y repentina debilidad en las articulaciones

una fuente de peligro, algo capaz de sorprender y asustar a los que pasaran por

la calle; y entonces andaba con más energía y se movía entre los objetos de la

tienda imitando, jactanciosamente, los movimientos de un hombre ocupado, en

el sosiego de su propia casa.

Pero estaba tan dividido entre sus diferentes miedos que, mientras una por-

ción de su mente seguía alerta y haciendo planes, otra temblaba al borde de la

locura. Una particular alucinación había conseguido tomar fuerte arraigo. El

vecino escuchando con rostro lívido junto a la ventana, el viandante deteni-

do en la acera por una horrible conjetura, podían sospechar pero no saber; a

través de las paredes de ladrillo y de las ventanas cerradas sólo pasaban los

sonidos. Pero allí, dentro de la casa, ¿estaba solo? Sabía que sí; había visto

salir a la criada en busca de su novio, humildemente engalanada

y con un «voy a pasar el día fuera» escrito en cada lazo y en cada

sonrisa. Sí, estaba solo, por supuesto; y, sin embargo, en la casa

vacía que se alzaba por encima de él, oía con toda claridad un leve

ruido de pasos..., era consciente, inexplicablemente consciente de

una presencia. Efectivamente; su imaginación era capaz de seguirla

por cada habitación y cada rincón de la casa; a veces era una cosa

sin rostro que tenía, sin embargo, ojos para ver; otras, una sombra de sí

mismo; luego la presencia cambiaba, convirtiéndose en la imagen del

anticuario muerto, revivificada por la astucia y el odio.

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La voz de la conciencia Robert Louis Stevenson

A veces, haciendo un gran esfuerzo, miraba hacia la puerta

entreabierta que aún conservaba un extraño poder de repul-

sión. La casa era alta, la claraboya pequeña y cubierta de pol-

vo, el día casi inexistente en razón de la niebla; y la luz que

se filtraba hasta el piso bajo débil en extremo, capaz apenas

de iluminar el umbral de la tienda. Y, sin embargo, en aquella

franja de dudosa claridad, ¿no temblaba una sombra?

Repentinamente, desde la calle, un caballero muy jovial

empezó a llamar con su bastón a la puerta de la tienda, acom-

pañando los golpes con gritos y bromas en las que se hacían

continuas referencias al anticuario llamándolo por su nom-

bre de pila. Markheim, convertido en estatua de hielo, lanzó

una mirada al muerto. Pero no había nada que temer: seguía

tumbado, completamente inmóvil; había huido a un sitio don-

de ya no podía escuchar aquellos golpes y aquellos gritos; se

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a la

pue

rta

en-

trea

bier

ta,

dond

e aú

n pe

rman

ecía

la

som

bra

tem

blo-

rosa

; y

sin

conc

ienc

ia d

e ni

ngun

a re

pugn

anci

a m

enta

l pe

ro c

on u

n pe

so e

n el

est

ómag

o, M

arkh

eim

se

acer

al c

uerp

o de

su

víct

ima.

Los

ras

gos

hum

anos

car

acte

rís-

ticos

hab

ían

desa

pare

cido

com

plet

amen

te.

Era

com

o un

tr

aje

relle

no a

med

ias

de a

serr

ín, c

on la

s ex

trem

idad

es d

es-

parr

amad

as y

el

tron

co d

obla

do;

y si

n em

barg

o co

nseg

uía

prov

ocar

su

repu

lsió

n. A

pes

ar d

e su

peq

ueñe

z y

de s

u fa

lta

de l

ustr

e. M

arkh

eim

tem

ía q

ue r

ecob

rara

rea

lidad

al

toca

rlo.

C

ogió

el c

uerp

o po

r lo

s ho

mbr

os p

ara

pone

rlo

boca

arr

iba.

Re-

sulta

ba e

xtra

ñam

ente

lige

ro y

flex

ible

y la

s ex

trem

idad

es, c

omo

si e

stuv

iera

n ro

tas,

se

colo

caba

n en

las

más

ext

raña

s po

stur

as. E

l ro

stro

hab

ía q

ueda

do d

espr

ovis

to d

e to

da e

xpre

sión

, pe

ro e

stab

a ta

n pá

lido

com

o la

cer

a, y

con

una

man

cha

de s

angr

e en

la

sien

. Es

ta c

ircun

stan

cia

resu

ltó m

uy d

esag

rada

ble

para

Mar

khei

m. L

e hi

zo

volv

er a

l pa

sado

de

man

era

inst

antá

nea;

a c

ierto

día

de

feria

en

una

alde

a de

pes

cado

res,

un

día

gris

con

una

sua

ve b

risa;

a u

na c

alle

lle

-

algo le sobresaltó, haciéndole ponerse en pie.

22 23

La voz de la conciencia Robert Louis Stevenson

Page 13: La voz de la conciencia | Robert Louis Stevenson · personaje que obligará al protagonista a plantearse su vida y enfrentar ... en pie.-Sí -dijo el anti cuario-, nuestras buenas

24 25

La voz de la conciencia Robert Louis Stevenson

na d

e ge

nte,

al

soni

do e

strid

ente

de

las

trom

peta

s, a

l re

dobl

ar d

e lo

s ta

mbo

res,

y

a la

voz

nas

al d

e un

can

tant

e de

bal

a-da

s; y

a u

n m

ucha

cho

que

iba

y ve

nía,

se

pulta

do b

ajo

la m

ultit

ud y

div

idid

o en

-tre

la

curio

sida

d y

el m

iedo

, ha

sta

que,

al

eján

dose

de

la z

ona

más

con

curr

ida,

se

enco

ntró

con

una

cas

eta

y un

gra

n ca

rtel

con

dife

rent

es e

scen

as,

atro

zmen

te d

i-bu

jada

s y

peor

col

orea

das:

Bro

wnr

igg

y su

apr

endi

z; lo

s M

anni

g co

n su

hué

sped

as

esin

ado;

Wea

re e

n el

mom

ento

de

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mue

rte

a m

anos

de

Thur

tell;

y u

na v

ein-

tena

más

de

crím

enes

fam

osos

. Lo

veí

a co

n ta

nta

clar

idad

com

o si

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ra u

n es

-pe

jism

o; M

arkh

eim

era

de

nuev

o aq

uel

niño

; mir

aba

una

vez

más

, con

la m

ism

a se

nsac

ión

físic

a de

náu

sea,

aqu

ella

s ho

-

finalmente se quedó inmóvil y temblando

24 25

Robert Louis Stevenson

Page 14: La voz de la conciencia | Robert Louis Stevenson · personaje que obligará al protagonista a plantearse su vida y enfrentar ... en pie.-Sí -dijo el anti cuario-, nuestras buenas

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La voz de la conciencia Robert Louis Stevenson

El miedo tenía a Markheim atenazado

habí

a en

cend

ido

con

ener

gías

enc

amin

adas

hac

ia u

na

met

a; y

aho

ra,

y po

r ob

ra s

uya

aque

l pe

dazo

de

vida

se

hab

ía d

eten

ido,

com

o el

relo

jero

, int

erpo

nien

do u

n de

do, d

etie

ne e

l lat

ir de

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oj. A

sí ra

zona

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n va

no;

no c

onse

guía

sen

tir m

ás r

emor

dim

ient

os; e

l mis

mo

cora

zón

que

se h

abía

enc

ogid

o an

te l

as p

inta

das

efigi

es d

el c

rimen

, co

ntem

plab

a in

dife

rent

e su

re

alid

ad. E

n el

mej

or d

e lo

s ca

sos,

sen

tía u

n po

co

de p

ieda

d po

r uno

que

hab

ía p

oseí

do e

n va

no to

-da

s es

as fa

culta

des

que

pued

en h

acer

del

mun

-do

un

jard

ín e

ncan

tado

; uno

que

nun

ca h

abía

vi

vido

y q

ue a

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aba

ya m

uerto

. Per

o de

co

ntric

ión,

nad

a; n

i el m

ás le

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stro

.C

on e

sto,

des

pués

de

apar

tar

de s

í aq

uella

s co

nsid

erac

ione

s, e

ncon

tró

las

lla-

ves

y se

dir

igió

hac

ia la

pue

rta

entr

eabi

er-

ta.

En e

l ex

teri

or l

loví

a co

n fu

erza

; y

el

ruid

o de

l agu

a so

bre

el te

jado

hab

ía ro

to

el s

ilenc

io. A

l igu

al q

ue u

na c

ueva

con

go

tera

s, la

s ha

bita

cion

es d

e la

cas

a es

-ta

ban

llena

s de

un

eco

ince

sant

e qu

e lle

naba

los

oíd

os y

se

mez

clab

a co

n el

tic

-tac

de

los

relo

jes.

Y,

a m

edi-

da q

ue M

arkh

eim

se

acer

caba

a l

a pu

erta

, le

pare

ció

oír,

en r

espu

esta

rrib

les

pint

uras

, to

daví

a es

taba

ato

ntad

o po

r el

red

obla

r de

los

tam

bore

s. U

n co

mpá

s de

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mús

ica

de a

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le

vino

a l

a m

emo-

ria;

y a

nte

aque

llo, p

or p

rim

era

vez,

se

sint

acom

etid

o de

esc

rúpu

los,

exp

erim

entó

una

se

nsac

ión

de m

areo

y u

na r

epen

tina

debi

li-da

d en

las

art

icul

acio

nes,

y t

uvo

que

hace

r un

esf

uerz

o pa

ra r

esis

tir y

ven

cerl

as.

Juzg

ó m

ás

prud

ente

en

fren

tars

e co

n aq

uella

s co

nsid

erac

ione

s qu

e hu

ir d

e el

las;

co

ntem

plar

con

tod

a fij

eza

el r

ostr

o m

uert

o y

oblig

ar l

a m

ente

a d

arse

cue

nta

de l

a na

tura

-le

za e

impo

rtan

cia

de s

u cr

i-m

en.

Hac

ía t

an p

oco

tiem

po

que

aque

l ro

stro

hab

ía e

xpre

-sa

do

los

más

va

riad

os

sent

i-m

ient

os q

ue a

quel

la b

oca

habí

a ha

blad

o,

que

aque

l cu

erpo

se

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La voz de la conciencia

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La voz de la conciencia Robert Louis Stevenson

a su cauteloso caminar, los pasos de otros pies que se retira-

ban escaleras arriba. La sombra todavía palpitaba en el um-

bral. Markheim hizo un esfuerzo supremo para dar confianza

a sus músculos y abrió la puerta de par en par. La débil y

neblinosa luz del día iluminaba apenas el suelo desnudo, las

escaleras, la brillante armadura colocada, alabarda en mano,

en un extremo del descansillo, y los relieves en madera os-

cura y los cuadros que colgaban de los paneles amarillos del

La frente de Markheim empezó a llenarse de

gotas de sudor.

revestimiento. Era tan fuerte el golpear

de la lluvia por toda la casa que, en los

oídos de Markheim, empezó a diferen-

ciarse en muchos sonidos diversos. Pa-

sos y suspiros, el ruido de un regimiento

marchando a lo lejos, el tintineo de mo-

nedas al contarlas, el chirriar de puertas

cautelosamente entreabiertas, parecía

mezclarse con el repiqueteo de las gotas

sobre la cúpula y con el gorgoteo de los

desagües. La sensación de que no esta-

ba solo creció dentro de él hasta llevarlo

al borde de la locura. Por todos lados se

veía acechado y cercado por aquellas

presencias. Las oía moverse en las habi-

taciones altas; oía levantarse en la tienda

al anticuario; y cuando empezó, hacien-

do un gran esfuerzo, a subir las escaleras,

sintió pasos que huían silenciosamente

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La voz de la conciencia Robert Louis Stevenson

…he matado a su señor

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La voz de la conciencia

delante de él y otros que le seguían cautelosamente. Si es-

tuviera sordo, pensó Markheim, ¡qué fácil le sería conservar

la calma! Y en seguida, y escuchando con atención siempre

renovada, se felicitó a sí mismo por aquel sentido infatigable

que mantenía alerta a las avanzadillas y era un fiel centinela en-

cargado de proteger su vida.

En el primer piso las puertas estaban entor-

nadas; tres puertas como tres emboscadas,

haciéndole estremecerse como si fueran bocas

de cañón. Nunca más, pensó podría sentirse sufi-

cientemente protegido contra los observadores ojos

de los hombres; anhelaba estar en su casa, rodeado de paredes,

hundido entre las ropas de la cama, e invisible a todos menos a

Dios. Y ante aquel pensamiento se sorprendió un poco, recordando

historias de otros criminales y del miedo que, según contaban, sen-

tían ante la idea de un vengador celestial. No sucedía así, al menos,

con él. Markheim temía las leyes de la naturaleza, no fuera que

en su indiferente e inmutable proceder, conservaran alguna prueba

concluyente de su crimen. Temía diez veces más, con un terror

supersticioso y abyecto, algún corte en la continuidad de la ex-

periencia humana, alguna caprichosa ilegalidad de la naturaleza.

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La voz de la conciencia Robert Louis Stevenson

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La voz de la conciencia

Robert Louis Stevenson

Markheim (Christina Zagia), es un buscavidas que en vísperas de Navidad ingresa a una tienda de antigüedades con la intención de cometer un crimen. Luego de un acalorado intercambio de palabras con Anticuario (Gerardo Rojas) se genera una situación de violencia que termina con la vida de este último. Markheim comienza a luchar

contra sus propios demonios tratando de sobreponerse a la situación. En ese momento ingresa el visitante (Fiorella Bomio), un enigmático personaje que obligará al protagonista a plantearse su vida y enfrentar

una elección que imprima un sentido en ella.

La v

oz d

e la

con

cien

cia

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vens

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