robert louis stevenson - ensayos literarios

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  • 7/29/2019 Robert Louis Stevenson - Ensayos Literarios

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    ENSAYOS LITERARIOS

    ROBERT LOUIS STEVENSON

    INDICE

    1. ENSAYOS SOBRE EL ARTE DE LA ESCRITURA

    Carta a un joven que se propone abrazar la carrera del arteAcerca de la eleccin de profesinAutores popularesSobre algunos elementos tcnicos del estilo literarioLa moral de la profesin de las letrasLos libros que me han influido

    Nota sobre el realismo

    2. BOCETOS

    Un satricoNuits blanches

    La corona de siemprevivas NodrizasUn personaje

    3. CRITICALITERARIA

    Las narraciones de Julio VerneLas obras de Edgar Allan PoeEl progreso del peregrino de BagsterCharlasobre una novela de DumasCharlasobre la novelaUna humilde reconvencin

    1

    ENSAYOS SOBRE LA ESCRITURA

    CARTA A UN JOVEN QUE SE PROPONE ABRAZAR LA CARRERA DEL ARTE

    Con la seductora franqueza de la juventud me plantea una cuestin de indudable importancia para usted y(cabe pensar tambin) de cierta trascendencia para la humanidad: ha de ser o no artista? Es sta unapregunta a la que debe responder usted mismo; lo ms que puedo hacer por usted es atraer su atencinsobre algunos factores que debe tener en cuenta; y empezar, como es probable que termine, asegurndoleque todo depende de la vocacin.Saber lo que a uno le gusta marca el comienzo de la sabidura y de la madurez. La juventud es una edadtotalmente experimental. La esencia y el encanto de esa poca ajetreada y deliciosa residen tanto en laignorancia de uno mismo como en la ignorancia de la vida. Una y otra vez ana el hombre joven estas dosincgnitas, ya en un ligersimo roce, ya en un abrazo amargo; con un placer exquisito o con un dolorpunzante; pero en ningn caso con indiferencia, a la cual es totalmente ajeno, o con ese sentimientocercano a la indiferencia, la aceptacin. Si se trata de un joven sensible, que se excita con facilidad, elinters por esta serie de experimentos exceder con mucho el placer que de ellos derive. Aunque as lo

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    crea, no ama la belleza ni busca el placer; su objetivo ser cumplir su vida y degustar la diversidad deldestino humano, y en ello hallar suficiente recompensa. Porque hasta que la cuchilla de la curiosidad seembota, todo lo que no es vida y bsqueda desaforada de experiencias ofrece para l un rostro de repulsiva

    aridez que difcilmente podr evocar ms tarde; o, de haber alguna excepcin -y el destino entra aqu enescena-, es en los momentos en que, hastiado o ahto de la actividad primaria de los sentidos, revive en sumemoria la imagen de los placeres y las penas pasados. De esta suerte, rechaza las profesiones rutinarias yse inclina insensiblemente hacia la carrera del arte que solamente consiste en saburear y dar cuenta de laexperiencia.Esto, que no es tanto vocacin por un arte cuanto impaciencia para con las restantes ocupacioneshonradas, se presenta frecuentemente aislado; y siendo as, se va borrando con el paso de los aos. Bajoningn concepto se le debe prestar atencin, pues no es una vocacin, sino una tentacin; y cuando, hacedas, su padre desaprob de forma tan cruda (y a mi juicio) tan certera su ambicin, no es improbable querecordase un episodio similar de su pasado. Porque acaso la tentacin sea tan frecuente como la vocacines rara. Adems, hay vocaciones imperfectas; hay hombres vinculados no tanto a un arte en particularcuanto al ars artium general, base comn de todo arte creativo; ora se entregan a la pintura, ora estudiancontrapunto o pergean un soneto: todo con idntico inters, no pocas veces con conocimientos genuinos. Y

    de esta disposicin, cuando despunta, me resulta difcil hablar; pero le aconsejara dedicarse a las letras,pues, al servicio de la literatura (red de tan amplia cabida), toda su erudicin pudiera serle til algn da y, sicontinuara trabajando y se convirtiera al cabo en un crtico, sabra utilizar las herramientas necesarias. Porltimo, llegamos a esas vocaciones que son, a la vez, claras y decisivas; a los hombres que llevan en lasvenas el amor a los pigmentos, la pasin por el dibujo, el talento para la msica o el impulso de crearmediante las palabras, de la misma forma que otros, o acaso los mismos, nacen amantes de la caza, el mar,los caballos o el torno. Estn predestinados; si un hombre ama su oficio con independencia del xito u lafama, los dioses han llamado a su puerta. Tal vez posea una vocacin ms amplia: sienta debilidad portodas las artes, y pienso que a menudo ste es el caso; pero es en esa disciplinada entrega a una sola, en elentusiasmo inquebrantable por los logros tcnicos y (quiz por encima de todo) en la candorosa actitud conque acomete su insignificante empresa con una gravedad propia de los cuidados del imperio y estimavalioso conseguir, a cualquier coste de trabajo y tiempo, la mejora ms insignificante, donde hallamoshuellas de su vocacin. La ejecucin dc un libro, de una escultura, de una sonata deben emprenderse con lainsensata buena fe y el espritu incansable de un nio que juega. Merece la pena? Siempre que al artistase le ocurre hacerse esta pregunta, ampara una respuesta negativa. No se le ocurre al nio que juega a lospiratas en un silln del comedor, ni tampoco al cazador que rastrea su presa; la ingenuidad de aqul y elardor de ste debieran fundirse en el corazn del artista.Si descubre en usted inclinaciones tan acusadas, no haya lugar para vacilaciones: rndase a ellas. Yobserve (pues no es mi intencin desalentarle excesivamente) que, al principio, nuestra natural disposicinno se consuma con brillantez o, dir ms bien, con tanta regularidad. El hbito y la prctica afilan lostalentos; la perseverancia resulta menos desagradable, y con el paso del tiempo es incluso bien acogida; porvaga que sea la inclinacin (si es genuina) se convierte, practicada con asiduidad, en una pasinabsorbente. Pero ahora ser bastante si al volver la vista atrs en un intervalo de tiempo razonablecomprueba que el arte elegido tiene ms cualidades que las que se arrogara en su momento entre losmultitudinarios intereses de la juventud. Si la devocin acude en su ayuda, el tiempo har el resto; y pronto

    todos y cada uno de sus pensamientos estarn empeados en la tarea amada.Mas, me recordar, pese a la devocin, pese a desplegar una actividad grata y perseverante, muchosartistas, a la vista de los resultados, viven su vida totalmente en vano: artistas a millares y ni una sola obrade arte. Recuerde, a su vez, que la mayora de los hombres son incapaces de hacer algo razonablementebien, y entre otros cosas, arte. El artista intil no habra sido un panadero del todo incompetente. Y el artista,incluso si no divierte al pblico, se divierte a s mismo; al menos ese hombre ser ms feliz gracias a sushoras de vigilia. Este es el aspecto prctico del arte: una fortaleza inexpugnable para el practicante sincero.Los beneficios directos -el salario del oficio- son reducidos, pero los beneficios indirectos -el salario de lavida- son incalculables. No existe otro negocio que ofrezca al hombre su pan de cada da en trminos tanconvenientes. El soldado y el explorador experimentan emociones ms vivas, pero a costa de penalidadescrueles y perodos de tedio que hacen enmudecer. En la vida del artista ningn momento debe transcurrir sindeleite. Tomo como ejemplo al autor con quien estoy ms familiarizado; no dudo que ha de trabajar con unmaterial dscolo y que el mismo acto de escribir perjudica y pone a prueba tanto sus ojos como su carcter;

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    pero obsrvele en su estudio, cuando las ideas se agolpan en su mente y las palabras no le faltan: en qucorriente continua de pequeos xitos transcurre su tiempo; con qu sensacin de poder, como la de quienmoviera montaas, agrupa a sus personajes menores; con qu placer para la vista y el odo ve crecer la

    etrea construccin sobre la pgina; y cmo se esmera en un oficio al cual afluye todo el material de suexistencia y abre una puerta a todos sus gustos, preferencias, odios y convicciones, de modo que llega aescribir lo que ansiaba expresar. Es posible que haya gozado mucho en el grande y trgico patio de recreodel mundo; pero qu habr gozado con ms intensidad que una maana de trabajo fructfero?Supongamos que est psimamente retribuido; lo sorprendente en verdad es recibir retribucin de cualquierespecie. Otros hombres pagan, y con largueza, por placeres menos deseables.Pero el ejercicio del arte no slo reporta placer; trae consigo una admirable disciplina. Pues el artista se guaenteramente por el honor. El pblico ignora o conoce bien poco los mritos en busca de los cuales estcondenado a invertir la mayor parte de sus esfuerzus. Una determinada concepcin, una energa personal oalgn acierto de poca monta que el hombre de temperamento artstico obtiene con facilidad, tales son losmritos que se reconocen y valoran. Pero a aquellos ms exquisitos detalles de perfeccin y acabado que elartista desea con vehemencia y siente de forma tan acusada, por los que (utilizando las vigorosas palabrasde Balzac) ha de luchar como un minero sepultado bajo un corrimiento de tierra, por los que da a da

    recompone, revisa y rechaza, a aqullos, la gran mayora de su audiencia permanecer ciega. De estaspenalidades ignoradas, y en el caso de que alcance elevadas cotas de mrito, acaso responda con justicia laposteridad; en el caso, ms probable, de que fracase, siquiera por el margen de un cabello con respecto a lacota ms elevada, tenga la seguridad de que pasarn inadvertidas: A la sombra de este glido pcnsamiento,a solas en su estudio, el artista debe da a da ser fiel a su ideal. En la fidelidad radica la nobleza de suexistencia; por ella el ejercicio de su arte le acrisola y fortalece el carcter; tambin gracias a ella la adustapresencia del gran emperador se volvi (siquiera un momento) condescendiente hacia los seguidores de

    Apolo, y aquella voz suave y enrgica pidi al artista que festejara su arte.Aqu conviene hacer dos advertencias. Primera, si desea continuar siendo su nica ley, vigile las primerasseales de pereza. En puridad, este idealismo slo puede sustentarse merced a un esfuerzo constante;pues el nivel de exigencia se rebaja con enorme facilidad, y el artista que se dice a s mismo as sersuficiente, ya est condenado; en ocasiones (especialmente en ocasiones desafortunadas), tres o cuatroxitos mediocres bastan para falsificar un talento, y en el ejercicio del periodismo se corre el riesgo detomarle aficin a la negligencia.Existe este peligro, no siendo menor el segundo. La conciencia de hasta quextremo el artista es (debe ser) su propia ley, corrompe a las cabezas mediocres. Sensibles a la existenciade recnditas virtudes difciles de alcanzar, muchos artistas que formulan o asimilan recetas artsticas o seenamoran tal vez de alguna habilidad particular, olvidan el objetivo de todo arte: deleitar. Indudablemente estentador abominar del burgus ignorante; empero, no debe olvidarse que l es quien nos paga y (salta a lavsta) por servicios que desea ver realizados. Considerndolo adecuadamente, se plantea con ello unatrascendental cuestin de honestidad. Ofrecer al pblico lo que no desea y esperar su aplauso es extraapretensin, aunque muy corriente, sobre todo entre los pintores. En este mundo la primera obligacin decualquier hombre es ser solvente; conseguido esto, puede entregarse a todas las extravagancias que leplazcan; pero quede bien claro que slo entonces. Hasta ese momento deber cortejar con asiduidad alburgus que lleva la bolsa. Y si en el curso de tales capitulaciones falsifica su talento, demostrar con elloque ste nunca fue excesivamente sobresaliente y que ha preservado algo ms importante que el talento: el

    carcter. Y si es tan independiente que no ha de doblegarse a la necesidad, an tiene otra salida: dejar a unlado su arte y llevar un estilode vida ms viril.Al hablar de un estilo de vida ms viril, debo ser franco. Vivir a expensas de un placer no es una vocacinmuy elevada; aunque veladamente, entraa algn patronazgo; el artista se cuenta, por ambicioso que sea,entre las chicas de baile y los marcadores de billar. Los franceses entienden la evasin romntica como unaocupacin y a sus practicantes las llaman hijas de la alegra. El artista pertenece a la misma familia, esuno de los hijos de la alegra que ha elegido su oficio para deleitarse, se gana el pan deleitando al prjimoy se ha desprendido de la dignidad ms severa del hombre. No hace mucho algunos peridicos denostaronel ttulo nobiliario de Tennyson; y este hijo de la alegra recibi reproches por condescender y seguir elejemplo de lord Lawrence, lord Cairns y lord Clyde. El poeta estuvo ms inspirado; acept el honor con msmodestia; y los periodistas annimos (si he de creerles) no han reparado todava el vicario ultraje a suprofesin. Estos caballeros podrn hacerse ms justicia a s mismos cuando les llegue su turno; y meagradar saberlo, pues a mis ojos brbaros incluso lord Tennyson aparece un tanto fuera de lugar en

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    semejante reunin; no debera haber honores para el artista; el ejercicio de su arte ya le ofrece mayorrecompensa de la que en vida le corresponde; y antes que el arte, otros oficios, menos atractivos y acasoms tiles, han hecho valer su derecho a tales honores.

    Pero la maldicin de las ocupaciones destinadas a deleitar es el fracaso. En ocupaciones ms corrientes elhombre se ofrece para producir un artculo o realizar un objeto determinado puramente convencional,proyecto en el que (casi podemos afirmar) el fracaso es muy difcil. Mas el artista se aparta de la multitud yse propone deleitar: proyecto impertinente en el que no hay fracaso que no est envuelto en odiosascircunstancias. La infeliz hija de la alegra que pasea sus galas y sonrisas inadvertida entre la multitudcompone una estampa que no podemos evocar sin un sentimiento de lacerante compasin. Tal es elprototipo del artista fracasado. Como ella, el actor, el bailarn y el cantante deben mostrarse en pblico yapurar personalmente la copa de su fracaso. Y aunque todos los dems escapemos a la suprema amargurade la picota, en esencia tarnbin cortejamos a la humillacin. Todos profesamos ser capaces de gustar.Qu pocos lo logramos! Todos nos comprometemos a seguir siendo capaces de gustar. Pero a cada cualincluso al ms admirado, le llega el da en que su ardor declina; pierde la astucia y, avergonzado, se sienta

    junto a la barraca desierta. Entonces se ver en la necesidad de hacer algn trabajo y se sonrojar alcobrarlo. Entonces (como si el destino no fuese ya suficientemente cruel) habr de padecer las burlas de los

    raqueros de la prensa, quienes ganan su amargo pan execrando la basura que no han ledo y ensalzando laexcelencia de lo que son incapaces de comprender.Y advierta que ste parece ser el final cuando menos inevitable de los escritores. Les Blancs et les Bleus(por ejemplo) rene mritos muy diferentes a los del Vicomte de Bragelonne; y si existe algn caballero quesoporte espiar la desnudez de Castle Dangerous, su nombre, segn creo. es Ham: bstenos a nosotros leersobre ello (y no sin derramar lgrimas) en las pginas de Lockhart. As, en la vejez, cuando el confort y unquehacer se hacen ms necesarios, el escritor debe abandonar a la par su medio de vida y su pasatiempo.Sin duda el pintor que ha logrado retener la atencin del pblico gana fuertes sumas y hasta muy avanzadaedad puede permanecer junto a su caballete sin fracasos ignominiosos. El escritor, al contrario, padece eldoble infortunio de estar mal retribuido cuando trabaja y de no poder trabajar en la vejez. Por ello su estilo devida le lleva a una situacin falsa.Pero el escritor (pese a los notorios ejemplos en sentido contrario) debe procurar estar mal pagado.Tennyson y Montpin se ganaron la vida esplndidamente; pero no todos podemos esperar ser Tennyson niacaso desear ser Montpin. Si uno ha adoptado un arte como oficio, renuncie desde el principio a todaambicin econmica. Lo ms que puede honradamente esperar, si tiene talento y disciplina, es obtener losmismos ingresos que un oficinista invirtiendo la dcima, si no la vigsima parte de su energa nerviosa.Tampoco tiene derecho a pedir ms; en el salario de la vida, no en el del oficio, est su recompensa; as, elsalario es el trabajo. Es evidente que no me inspiran simpata los vulgares lamentos de la clase artstica.Quiz olvidan el sistema de aparcera de los campesinos; o piensan que no cabe trazar paralelismos? Talvez no hayan reparado nunca en la pensin de retiro de un oficial de campo; o es que creen que sucontribucin a las artes cuyo destino es agradar es ms importante que los servicios de un coronel?Olvidan con qu poco se conform Millet para vivir? O piensan que el tener menos genio les exime demostrar iguales virtudes? No debe existir ninguna duda sobre este aspecto: un hombre que no es frugal, notiene nada que hacer en las artes. Si no es frugal sus pasos le conducirn hacia el trgico fin del vieuxsaltimbanque; si no es frugal, cada vez le ser ms difcil ser honesto. Un da, cuando el carnicero llame a su

    puerta, acaso le tiente o se vea obligado a producir y vender una obra desaliada. Si esta necesidad no esproducto de su propia desidia, an ser digno de elogio; pues faltan palabras que puedan expresar hastaqu punto es ms necesario para un hombre mantener a su familia que conseguir -preservar- algunadistincin en las artes. Pero si es responsable de su indigencia, roba, roba a quien puso confianza en l, y (loque es peor) roba de forma tal que siempre sale impune.Y ahora quiz me pregunte: si el artista en cierne no debe pensar en el dinero ni (como se infiere) tampocoesperar honores de Estado, puede al menos ansiar las delicias de la popularidad? La alabanza, dir, es unplato codiciable. Y mientras se refiera a la acogida de otros artistas, apunta hacia uno de los placeres msesenciales y duraderos de la carrera del arte. Pero si tiene la vista puesta en los favores del pblico o en laatencin de la prensa, tenga la certeza de estar alimentando un sueo. Es cierto que en determinadasrevistas esotricas el autor, pongamos por caso, es criticado puntualmente, y que a menudo se le elogiams de lo que merece, a veces por mritos que l mismo tena a gala despreciar, y otras por hombres ymujeres que se han negado a s mismos el placer de leer su obra. Pero si el hombre es sensible a estas

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    alabanzas desaforadas, cabe esperar que tambin lo sea a aquello que a menudo las acompaa einevitablemente las sigue: un desaforado ridculo. Cualquier hombre, despus de triunfar durante aos,puede fracasar; tendr noticia de su Eracaso. O puede haber triunfado durante aos y seguir siendo una

    punta de lanza de su arte aunque sus crticos se hayan cansado de elogiarle, o habr surgido un nuevo dolodel momento, alguna figura de relumbrn a quien prefieren ahora ofrecer sus sacrificios. Tal es el anversoy el reverso de esa fea y vaca institucin llamada popularidad. Creer algn hombre que merece la penaconseguirla?

    *

    ACERCA DE LA ELECCION DE PROFESION

    El manuscrito original de este ensayo permaneci entre un montn de viejos papeles durante aos y

    siempre se haba tomado como la Carta a un joven que se propone abrazar la carrera del arte. Sinembargo, recientemente un examen ms cuidadoso revel que se trataba de una obra indita, y durante

    algn tiempo fue objeto de todo tipo de elucubraciones sobre su origen y la razn de su supresin. Su

    carcter general, la particular calidad del papel, incluso su misma letra, todo indicaba que se habacompuesto en Saranac, en el invierno de 1887-88. Pero por qu se haba suprimido?

    Entonces, en la forma oscura y vacilante en que suelen suceder estas cosas, empec a recordar su historia.

    Se haba juzgado cnica, de un tono demasiado sombro, que desentonaba demasiado con la filosofahabitualmente asociada a R. L. S. Se pens que, en lugar de ayudar al joven, ms bien habra de

    desalentarle y deprimirle. Por esa razn se haba ignorado en favor de otro ensayo sobre la carrera del arte.

    Hasta qu punto es acertada su publicacin es algo que los lectores debern decidir. Se dira que nosoponemos a los deseos del autor, quien evidentemente se alegr de que cayese en el olvido; sin embargo,

    por otro lado, no parece correcto escamotear un esfuerzo tan grande, tan brillante y de un humor tan ceudo

    a los muchos que encontraran placer en ello. A fin de cuentas, debemos tener en consideracin a quienesno son el joven caballero; y puestos estos ltimos sobre aviso, tal vez no recibamos ningn reproche de los

    amantes de la literatura, sino que, por el contrario, nos granjeemos su apoyo y alabanza por la medida que

    hemos adoptado. (L. Osbourne.)

    Me escribes, estimado amigo, pidiendo consejo en uno de los momentos ms trascendentales de la vida deun hombre joven. Te dispones a elegir una profesin; y con una incertidumbre muy estimable a tu edad,dices que agradeceras recibir alguna gua para tu eleccin. Nada ms propio de la juventud que buscarconsejo; nada ms adecuado a la madurez que estar en disposicin de darlo; y en una civilizacin antigua ycomplicada como la nuestra en la cual las personas prcticas alardean de una suerte de filosofa empricasuperior a los dems, sera muy natural que esperases encontrar una respuesta cumplida a tales cuestiones.Para los dictmenes de la filosofa emprica recurres a m. Cules, preguntas, son los principios que siguenhabitualmente los hombres juiciosos en encrucijadas crticas semejantes? Confieso que me cogesdesprevenido. He examinado mis propios recuerdos; he preguntado a otros; y con la mejor voluntad porserte de ms ayuda, temo que lo nico que puedo decirte es que, en tales circunstancias, el hombre juiciosoacta sin atenerse a principio alguno. Te sientes defraudado; tambin fue doloroso para m; pero, a fuer de

    sincero, te repito que la sabidura nada tiene que ver con la eleccin de una profesin.Todos conocemos las patraas que la gente dice habitualmente al respecto. La dificultad radica en penetrarestos aspavientos y descubrir lo que piensan y debieran decir: ejecutar, en suma, la operacin socrtica.Cuantas ms respuestas hechas se den a una pregunta, ms abstrusa se vuelve sta, pues aquellos sobrelos que hacemos tales pesquisas se ven menos obligados a pensar antes de responder. Estando el mundoms o menos invadido de ansiosos indagadores de la persuasin socrtica, el objeto de una educacinliberal habra de ser equipar a las personas con un nmero considerable de estas respuestas a modo desalvoconducto; de manera que en sus quehaceres les vaya a las mil maravillas sin necesidad de pensar.Cmo puede un banquero saber lo que en realidad piensa? Dirigir el Banco ocupa todo su tiempo. Si vieraa un grupo de peregrinos caminando como si hubiesen hecho una apuesta, los dientes bien apretados, y sele ocurriese preguntarles uno por uno: a dnde se dirigan?, y de cada uno de ellos obtuviera la mismarespuesta: que, a decir verdad, tenan todos tanta prisa que nunca haban encontrado un momento derespiro para indagar sobre la naturaleza de su misin: confiese, mi estimado amigo, que le asombrara su

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    indiferencia. Acaso voy demasiado lejos si digo que sta es la condicin de la gran mayora de los hombresy de casi todas las mujeres?Detengo a un banquero.

    Buen amigo, digo, concdame un instante.No tengo tiempo que perder, responde.Por qu?, pregunto.Debo dirigir el Banco, contesta. Estoy tan ocupado todo el da dirigiendo el Banco que apenas tengo unminuto de reposo para las comidas.Y qu es, contino el interrogatorio, dirigir un Banco?.Seor, dice l, es mi ocupacin.Su ocupacin?, repito. Y cul es la ocupacin de un hombre?.Diantre!, exclama el banquero. La ocupacin de un hombre es su deber. Y acto seguido se aleja dem, y le veo deslizarse hacia su lugar de esparcimiento.Esta clase de respuesta invita a refexionar. Es la ocupacin de un hombre su deber? No debiera quiz sudeber ser su ocupacin? Si mi deber no es dirigir un Banco (y sostengo que no lo es), es entonces el de miamigo el banquero? Quin le dijo que era as? Est escrito en la Biblia? Est seguro de que los Bancos

    son una buena obra? No habra sido quiz su deber mantenerse al margen y dejar que otro se encargaradel Banco? No debiera haber sido ms bien capitn de un buque? Todas estas preguntas puedenresumirse bajo un mismo rtulo: el grave problema que mi amigo ofrece a la consideracin del mundo: porqu es banquero?Bien; por qu? Creo que hay una razn fundamental: el hombre fue atrapado. La educacin, tal y como seentiende, es una forma de encinchar a los jvenes con las intenciones ms amigables. Nuestro amigoapenas empezaba a usar pantalones cuando le llevaron a fustazos al colegio; apenas acabado el colegio, lometieron de contrabando en una oficina; apuesto diez contra uno a que, por aadidura, le casaron; y todoantes de que tuviera tiempo de imaginar que haba otros caminos practicables. Pom, pom, pom; debes llegarpuntual al colegio; debes hacer tu Cornelio Nepote; debes tener las manos limpias; debes ir a fiestas -un

    joven tiene que relacionarse- y, finalmente, debes aprovechar esta oportunidad en el Banco. Desde elprincipio le han acostumbrado a bailar al son de la flauta; y se alista en la legin de empleados de Banca porla misma razn que iba a la escuela al dar las ocho. Entonces, al fin, frotndose las manos con una sonrisasatisfecha, el padre guarda la flauta mgica. El encantamiento, seoras y seores, se ha cumplido; elmozalbete de nalgas montaraces ha sido domesticado; y ahora se sienta y escribe aplicadamente. De estaforma convertimos hombres en banqueros.Sin duda has visto alguna vez cmo lavan a las ovejas, operacin enrgica y arbitraria donde las haya; peroqu es esto, como objeto de meditacin, comparado con ese pobre animalejo, el Hombre, abandonado asu albedro en este mundo atronador, acorralado por robustos perros guardianes, llevado por el pnico antesde tener suficientes luces para comprender su causa, que pronto corre despavorido a la cabeza de laestampida general? Puede que, con los aos, siga el curso de sus pensamientos y empiece vagamente aconsiderar las razones que determinaron su rumbo y la desenfrenada actividad desplegada en esa direccin.Y tambin es posible que la imagen evocada sea de su agrado, y descubra cincuenta cosas peores por unaque habra sido mejor; y aun en el caso de que tomase otra alternativa y lamentara con amargura suscircunstancias actuales, y amargamente reprobase las intrigas que condujeron a tal estado, lo cierto es que

    sera demasiado tarde para entregarse a tales devaneos. Cuando el tren ha partido, es demasiado tardepara deliberar sobre la necesidad del viaje: la puerta est cerrada, el expreso desgarra la tierra a sesentamillas por hora; ms le valiera entregarse al sueo o leer el peridico y desechar pensamientos intiles. Porla ventanilla contempla muchos lugares atractivos: una casa de campo en medio de un jardn, unospescadores a la orilla del ro, unos globos volando por el cielo; mas, por lo que a l respecta, todos sus dasestn ocupados y debe ser banquero hasta el fin.Si las intrigas empezasen solamente en el colegio, si tan siquiera los mentores y amigos ms influyenteshiciesen una eleccin propia, an cabra filosofar sobre el asunto. Pero no es posible. Tambin ellos fueronatrapados; no son ms que elefantes domesticados que inconscientemente tienden una celada a su prjimo,de la misma forma que ellos fueron atrapados por elefantes previamente domesticados. Todos hemosaprendido nuestros trucos en cautividad, alentados por Mrs. Grundy y su sistema de castigos yrecompensas. El chasquido de la tralla y el pesebre de forraje: la bofetada y la invitacin a cenar: la horca y

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    el catecismo: una palmadita en la cabeza y un doloroso latigazo en la palma de la mano: tales son loselementos de instruccin y los principios de la filosofa emprica.A principios del siglo diecisiete, sir Thomas Browne ya haba reparado en el hecho asombroso de que la

    geografa constituya una parte considerable de la ortodoxia, y de que un hombre que, por nacer en Londres,se convierte en protestante devoto, sera igualmente un devoto hind si hubiera visto la luz por primera vezen Benars. Esta es una parte pequea, aunque importante, de lo que nuestro lugar de nacimiento disponepara nosotros. El ingls bebe cerveza y saborea el licor en la garganta; el francs bebe vino y lo degusta enel paladar. De ah que una sola bebidale dure al francs toda la tarde, y que el ingls no pueda estar muchotiempo en un caf sin beberse media barrica. El ingls se da un bao de agua fra todas las maanas; elfrancs, un bao de agua caliente de cuando en cuando. El ingls tiene una familia numerossima y muereen la penuria; el francs se retira con buenos ingresos y tres hijos como mximo. De esta forma la tendencianacional dominante nos persigue en la intimidad de nuestra vida, dicta nuestros pensamientos y nosacompaa hasta la tumba. No hacemos nada, ni decimos o usamos nada que no lleve estampado el escudode armas de la Reina. Somos ingleses de pies a cabeza, y hasta los tutanos. No hay un solo dogma entreaquellos que nos sirven para guiar a los jvenes que no aprendamos nosotros mismos, entre el sueo y lavigilia, entre la vida y la muerte, dejando la razn en completo suspenso.

    Pero, seor, me preguntars, entonces no existe la sabidura en este mundo? Y cuando mi admiradopadre me urgi con las expresiones ms conmovedoras a decidirme por algn empleo honesto, lucrativo ylaborioso...?.Basta, seor; sigo el hilo de tus razonamientos y les dar respuesta lo mejor que pueda. Tu padre, a quienprofeso gran estima, es, me enorgullece saberlo, un cristiano practicante: por ello, el evangelio es o debieraser su norma de conducta. Evidentemente ignoro los trminos empleados por tu padre; pero cito aqu unacarta perentoria escrita por otro padre, un hombre sensato, ntegro, de una gran energa y cristiano poder depersuasin, que quiz haya expresado el sentir general con cndida franqueza: Has llegado a esa etapa dela vida, le escribe a su hijo, en que tienes razones para considerar la absoluta necesidad de hacerprovisin para el tiempo en que se te pregunte: quin es este hombre? Hace algo bueno en el mundo?Tiene las condiciones para ser uno de los nuestros?. Te ruego, contina con emocin contenida yllamando al hijo por su nombre, te ruego que no juzgues esto con ligereza hasta que te suceda. Acurdatede ti y acta como un hombre. Ahora es el momento, y segua en ese tono. Este caballero es franco; essutil y tiene que habrselas, al parecer, con un hijo lo bastante sutil como para sacarle punto a la lgica; deah la sorprendente agudeza de todo el documento. Pero, estimado amigo, qu principio de vida!: hacer elbien en el mundo es ser aceptado por la sociedad, al margen de afectos personales. Podra nombrartemuchas formas de maldad infinitamente ms sugerentes, ya sea como futuro o como diversin. Si conesfuerzo yo hiciese algn dinero, creme que sera con un propsito ms atractivo. Pero este hacer dinerocon esfuerzo? Parece como si hubiese olvidado el evangelio. Su visin de la vida en nada se parece a lacristiana que el anciano caballero profesaba y se propona sinceramente practicar. Pero no me atrevo aextenderme ms sobre esto. Baste con decir que contemplando las manifestaciones de nuestra sociedadcristiana, a menudo me he sentido tentado a gritar: Qu es, entonces, el Anticristo?Como quiera que sea, una sabidura que profesa un conjunto de principios y acta guiada por otros nopuede ser un campo en exceso ntegro o racional de conducta. Indudablemente, el dinero juega un papelimportante; y por lo que a m respecta, ningn hombre habra de sentirse en paz consigo mismo hasta ser

    independiente y, sobre esta base, llevar una vida tranquila y transparente. Pero en este punto se me ocurreuna consideracin que es, debo entender, de sorprendente originalidad. Y es sta: que, como muchas otrascosas, esta cuestin presenta dos caras: Ganar ms? S, o gastar menos? Ninguna exigencia obliga a loshombres a tener unos ingresos determinados, a menos, es verdad, que hayan empeado su alma inmortalen ser uno de los nuestros.Unos ingresos razonables son los que cubren tus gastos. Unos ingresos de lujo, o la opulencia, es ms delo que el hombre gasta. Aumenta los ingresos o disminuye los gastos, y por sorprendente que puedaparecerte, amigo mo, obtendrs el mismo resultado. Ya me parece orte; con los labios fruncidos merecuerdas las privaciones, las penalidades. Ay, amigo!, las privaciones existen en los dos casos; elbanquero debe estar sentado en el Banco todo el da, lo que constituye una seria privacin; no concibesque el paisajista, a quien tengo por el ms humilde y ruinoso de nuestros contemporneos, prefiera sincera ydeliberadamente las privaciones de su mundo -no usar guantes, beber cerveza, alimentarse de chuletas oincluso de patatas y, por ltimo, no ser uno de los nuestros-, prefiera sincera y deliberadamente sus

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    privaciones a las del banquero? Yo, s. S, amigo mo, te lo repito; yo s lo concibo. Creme, tambin hayRivieras en la Bohemia!; pero no existe nada ms difcil que hacer que la gente entienda esto: que ha de

    pagar por su dinero, y nada tan difcil como hacer que recuerden esto: que para la mayora de ellos, el

    dinero, cuando lo tienen, slo es un cheque con el que adquirir algn placer. Qu ocurre entonces si unhombre encuentra placer en la prctica de un arte? Quizganara ms con otro arte; pero aunque el nmerode billetes fuera diferente, la cantidad de placer sera la misma. Obtiene parte del mismo directamente; adiferencia del empleado de Banca, toma vacaciones de quince das y hace lo que le gusta todo el ao.Cuando se ponen por escrito, estos lugares comunes adquieren un aire muy extrao. Mas ello, queridoamigo, no es culpa ma ni de los lugares comunes. Estn ah. Te lo ruego; no los juzgues con ligereza. Actacomo un hombre. Ahora es el momento.Todo esto est muy bien, me dirs; pero no me ayuda a elegir. Una vez ms, querido amigo, me coges enfalta; no te ayuda. Qu puedo decir? Recuerda que una eleccin es algo casi ms negativo que positivo.Se abraza una causa; pero se abandonan mil. La profesin ms liberal coarta muchos impulsos y mata deinanicin muchos afectos. Si se trabaja en un Banco, no se puede ir con frecuencia al mar. No se puede sera un tiempo violinista y pintor de primera fila: por fuerza se pierde en una de las artes si se persiste enambas. Si tienes la certeza de una preferencia, persevera en ella. Si no es as... no, amigo mo, no me

    corresponde a m ni a hombre alguno pasar de este punto. Dios lo cre; yo no. Y tampoco puedo hacerle denuevo. He odo hablar de un maestro de escuela cuya especialidad consista en averiguar la inclinacin decada alumno: pobre maestro, pobres alumnos! Por lo que a m concierne, si tu corazn no abriga algoinnato, una preferencia viva, un desdn humano y delicado, te confo a la corriente; ella te barrer haciaalgn lugar. Si posees siquiera un adarme de inclinacin, te ayudar. Si deseas ser vendedor ambulante, nose hable ms, aunquete pese al diablo; yo sujetar el borrico. Si es tu deseo no hacer nada, una vez ms teconfo a la corriente.Deploro profundamente, joven y estimado amigo, no slo por ti, en quien veo tan esperanzadoras promesaspara el futuro, sino por tu dignsimo padre y tu no menos admirable madre, que mis observaciones no seanms concluyentes. De algo puedo preciarme, y es de no haberte ocultado nada; pero ste, ay, es asunto delque puedo adelantarte muy poco. Probablemente no importe mucho aquello por lo que te decidas; pues, a lalarga, la mayora de los hombres se hunden en el grado de estupor necesario para sentirse satisfechos desus distintas posesiones. S, amigo mo, esto he observado. En su mayora, los hombres son felices, en lamisma medida en que son deshonestos. Se embrutecen lo justo; su honor acepta fcilmente los hbitosrutinarios del oficio. Yo te deseo que tu degeneracin no te resulte ms dolorosa que a los dems, quepronto te hundas en la apata y que, en un estado de honorable sonambulismo, te encuentres a salvodurante largo tiempo de la tumba hacia la cual nos precipitamos.

    *

    AUTORES POPULARES

    La escena sucede en la cubierta de un transatlntico, cerca de las puertas del foso de cenizas, donde hacemucho calor; la hora, la noche; los personajes, un emigrante de mente inquisitiva y un marinero de cubierta.Y entonces, dice el emigrante, no existe algn libro que d una visin autntica de la vida del

    marinero?. Bueno, responde su interlocutor con gran deliberacin y nfasis, hay uno; es precisamentela vida de un marinero. Si conoce se, ya lo conoce todo. Cmo se llama?, pregunta el emigrante. Seconoce porEl cuaderno de bitcora de Tom Holt, dice el marinero. El emigrante anot el dato en su libreta:con interrogante perplejidad por lo que Tom Holt resultara ser, y una profeca bicfala de que resultara seruna de estas dos cosas: una verdad slida, admirable y aburrida, o pura tinta y truhanera. Pues bien; elemigrante estaba equivocado: era algo ms curioso an, pues se trataba de una obra de STEPHENSHAYWARD.

    I

    En este ensayo me propongo escribir los nombres de los autores en letras maysculas; la mayora de ellosno es probable que gocen de un renombre perdurable; su gloria ha pasado, pobres diablos; rpidamente

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    empiezan a caer en el olvido; HAYWARD es uno de ellos. No obstante, fue un escritor famoso, y lorealmente extrao es que tena una vena de casquivana virtud. No ha existido hombre con menorespretensiones; la embriagadora presencia de una botella de tinta, excesiva para la resistencia de Napolen, le

    dejaba a l sobrio y alegre; no tena asomo de vanidad literaria; nunca tuvo el problema de resultar aburrido.Sus obras se quedaron anticuadas en los das de la imprenta. Fueron los huevos infecundos de Las mil yuna noches; concebidos para la recitacin oral, se saban seguros (si eran recitados) de cautivar a unaaudiencia de muchachos o de gentes sencillas; seguros de que, en labios de una o dos generaciones derapsodas, habran de adquirir nuevas virtudes y convertirse en apreciado saber popular. HAYWARD narrabaesas historias que un hombre, un nio ms bien, se cuenta a s mismo por la noche, no sin esbozar unasonrisa, al caer dormido; con la misma hilarante diversidad de incidentes y el mismo ingenio trivial, no msfieles a la experiencia y no mucho ms coherentes. Si as consideramos El collar de diamantes o los veintecapitanes, que es lo que mejor recuerdo de HAYWARD, veris esa asombrosa narracin desarrollarse de unmodo bastante verosmil.Un caballero (de nombre olvidado; HAYWARD no tena gusto para los nombres) pone un anuncio en losperidicos, invitando a otros diecinueve caballeros a unrsele en una empresa comn. Presto aparecen losdiecinueve; diecinueve, ni uno ms, ni uno menos: ved con qu flema el recostado narrador, medio

    dormido, cuelga al borde de ese pas de los sueos donde las velas se encienden y los viajes se realizancon slo desearlo! Los veinte, completos extraos entre s, han de reunir su dinero y constituir unaasociacin en trminos de estricta igualdad; de ah su nombre: Los veinte capitanes. Y no hay duda de quees muy agradable ser igual a cualquiera, aunque sea de nombre, y extremadamente atractivo (al menos alos ojos de jvenes caballeros que oyeran esta narracin en el dormitorio del colegio) ser llamado capitn,aunque sea en privado. Pero lo endiablado del caso es que el fundador no tiene ninguna empresa enperspectiva, y aqu, pensaris, el menos cauto de los capitalistas abandonara su silla y comprara con sudinero una escoba y una encrucijada polvorienta en vez de depositarlo en manos de un completodesconocido, cuya mente, por propia confesin, estaba en blanco, y cuyo verdadero nombre probablementeera Macaire. Pues bien; nada de esto aparece en el libro. Con la facilidad con que se desenvuelven lossueos, se crea la asociacin, y con la misma facilidad de los sueos (HAYWARD est ya tres cuartaspartes dormido) la empresa, encarnada en una heredera perseguida y en un aristcrata verdaderamenteidiota y execrable, hace su aparicin.Durante un tiempo nuestro sooliento narrador hace sus escarceos porlas fronteras de la incoherencia, sin verse en la precisin de tener que inventar, sin apenas tener que escribirliteratura; pero sbitamente se despierta su inters, algo aparece ante l, se vuelve en la almohada, sacudelos tentculos del sopor y entra de lleno en su relato. La inocencia ultrajada toma un tren especial paraDover; el execrable idiota coge otro y la persigue; cinco minutos ms tarde llegan los veinte capitanes a laestacin y exigen un tercero. Se les comunica que va contra las normas; no estn permitidos ms de dostrenes especiales (buenas noticias para el usuario) rodando a la misma hora en la misma va. Quedar lainocencia ultrajada, con el collar de diamantes, a merced de un aristcrata? No lo quiera el cielo ni la prensasensacionalista! Los veinte capitanes se introducen sin ser vistos en el cobertizo de las mquinas, roban unalocomotora y hlos ah volando hacia Dover! Por lo que se deduce, no haba estaciones ni guardaagujas enesta lnea de Dover, que, en consecuencia, deba de ser ms rpida y segura. Una cosa tena en comn conotras lneas frreas menos desembarazadas: los cables de telgrafos; y los veinte capitanes decidendestruirlos. Uno de ellos, no os sorprender saberlo, llevaba un rollo de cuerda, en el bolsillo supongo -otro,

    tampoco os causar asombro, era un irlands muy dado a cometer disparates. Un extremo de la cuerda fueamarrado a un poste de telgrafos; otro (por el irlands) a la locomotora; todos a bordo -a todo vapor-, doblecolisin, y al suelo va a parar el poste de telgrafos, y de la locomotora -diablos con HAYWARD!- algo salevolando. Todas las miradas se vuelven a ver qu es: una pieza esencial de la maquinaria! Ya no hay formade reducir la velocidad; retumba la mquina, a todo vapor, por la notable ruta de Dover; pasan a todavelocidad los veinte capitanes, sus mentes nada relajadas. Pronto el maquinista del segundo tren especial(el del aristcrata) mira hacia atrs, ve una locomotora en su carril, hace seales, en vano hace seales, seve alcanzado, atiza el fuego y a todo vapor emprende la huida. Poco despus el maquinista del primer trenespecial (el de la inocencia ultrajada) mira hacia atrs, ve un tren especial, hace seales, en vano haceseales, y tambin l a todo vapor emprende la huida. Vaya da en la lnea de Dover! Pero, al fin, elsegundo tren especial choca con el primero, y la locomotora contra ambos; y por mi parte doy por concluidoel relato. Pero para entonces HAYWARD estaba profundamente dormido: no haba una sola baja; no sloeso, pues las distintas partes volvieron en s y reanudaron su frentica carrera (slo que ahora,

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    naturalmente, a pie y campo a travs) exactamente en el mismo orden: inocencia ultrajada a la cabeza porun cuerpo, execrable aristcrata con ayuda de cmara an ms execrable (como un solo hombre) enaventajada segunda posicin, y los veinte capitanes (tambin como un solo hombre) en rezagada tercera

    posicin; as que la historia continuaba exactamente como antes, y la sobrecogedora catstrofe en la lneade Dover se reduca a las proporciones de una llamada a la redaccin. No se demora (es cierto) en lossentimientos de la comitiva.Ahora bien, no quiere esto decir que Tom Holt sea un desvaro de tan altos vuelos como Los veintecapitanes; ni es se el caso ni es la mitad de entretenido. Sin embargo, era fruto del mismo cerebroirresponsable; era la soporfera divagacin de un hombre postrado en cama, ora tedioso, ora extravagante,siempre profundamente infiel a la vida tal cual es, a menudo agradablemente afn a los pueriles deseos de loque la vida debiera ser; como (por ejemplo) en el caso de ese pequeo bote de recreo, guarnecido contodos sus cabos y sus motones, como un barco bien aparejado, en el que Tom -nio feliz!- sale a navegar.Y sta era la obra que un autntico hombre de mar, sucio de brea, me recomendaba como cuadro de supropia existencia!

    II

    Tuve en una ocasin la fortuna de entrevistarme con el editor de Mr. HAYWARD: un caballero muy afable,en una pequea oficina que daba a un patio sombro detrs de Fleet Street. Cruzamos unas palabras sobrelas obras que editaba y los autores que las producan, y resultaba extrao orle hablar exactamente como lohara uno de nuestros editores al referirse a uno de nosotros, slo que con una franqueza ms generosa; asque puede decirse que desvel ante mis ojos la vida privada de estos grandes hombres. Este y aqul (medijo, entre otras cosas) haban exigido un adelanto para una novela, haban gastado la suma (al parecer enbebidas alcohlicas) y se haban negado a terminarla. Tuvimos que ponerla en manos de BRACEBRIDGEHEMMING, dijo el editor rindose entre dientes; l la termin. Y aadi con conviccin: Un autor de fiar,este BRACEBRIDGE HEMMING. No me cabe la menor duda que este nombre es nuevo para el lector; nolo era para m. Entre los grandes hombres del polvo existe una ambicin conmovedora que lleva aparejadasu propio castigo; no contentos con la gloria tal y como les viene, anhelan tener por destino, invadir, entreseis tapas, los hogares de la aristocracia cuyas costumbres a menudo encuentran ocasin de revelar, y detanto en tanto (una vez en una larga vida) los dioses les conceden tambin esto, y aparecen en tresortodoxos tomos, son objeto de burla en la prensa crtica y descansan sin ser ledos en las bibliotecascirculantes. Una de estas obras me vino a la memoria: La servidumbre dc Brandon , de BRACEBRIDGEHEMMING. Aquellos libros no me haban causado excesivo placer; pero me agradaba pensar que el nombrede Mr. Hemming era palabra habitual en la casa, y que se le citaba como un hombre de fiar en suspropios crculos literarios.De vuelta hacia el centro tras mi entrevista, observ un primer piso en Fleet Street, provisionalmentedecorado con persianas metlicas, bandas de cobre y rtulos dorados: Oficina de venta de las obras dePIERCE EGAN. Ay, Mr. Egan, pens, toda una oficina para usted!. Y entonces record que tambin lse haba recreado en sus tres tomos: La flor del rebao se llamaba, un libro no exento de pathos para lainteligencia atenta; pero ni siquiera la flor del rebao de Egan satisfaca a los crticos y a las bibliotecas

    circulantes, por lo que adquir mi ejemplar, inmaculado, por tres chelines en un quiosco de la estacin.Pobres diablos, pens, qu mal os aqueja para desear la popularidad falsamente superior que cosechanperiodistas mercenarios y refrendan unas muchachas bostezantes? La vuestra es ms autntica. Elcarnicero, la patrona de vuestra pensin en la costa; si me permits esta suposicin, la cantinera a la que sinduda cortejis, incluso las contribuciones e impuestos que asedian vuestra puerta, han ledo vuestrasnarraciones y conocen vuestros nombres. Hubo una vez un camarero (o as reza la historia) que no conocael nombre de Tennyson; tal vez el de HEMMING le habra iluminado los ojos, o acaso el de VILES, oERRIM, o el gran J. F. SMITH, o el inefable Reynolds, al cual incluso aqu debo negar las maysculas.Imaginad, si podis (pens), que yo suspirase por lo que constituye el reverso de vuestras lamentaciones; ysiendo un escritor de primera fila, con una obra encuadernada y atendida por la crtica, anhelase el ejemplarde un penique y el grabado al boj semanal!Pues bien, conozco esa gloria. Lo he intentado y, en trminos generales, ha sido un fracaso: como EGAN yHEMMING fracasaron en las bibliotecas circulantes. Me consuela que Charles Reade estuviese a punto de

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    arruinar esa valiosa propiedad, el London Journal, que inmediatamente hubo de recurrir a los servicios deMr. Egan, y que el rey de todos nosotros, George Meredith, hiciera tambalearse una vez la tirada de unperidico semanal. Una criada que tuvimos sola vanagloriarse de haber ledo un nuevo captulo de La Isla

    del Tesoro; nunca se le pas por la imaginacin que esta actividad pudiera verse asistida de algn placer. Lahistoria, en un buen peridico de un penique, tuvo una acogida bastante fra; pero la delicada prueba de lascartas al director me hizo ver que estaba muy desviado a sotavento; y haba un gigante en la redaccin (unhombre de talento, cuando se decida a utilizarlo) con quien, pronto ca en la cuenta, era intil rivalizar. Contodo, me granje una buena opinin en aquel peridico por dos razones: la primera, porque el directorestuviese dispuesto a elevar el nivel de calidad, empresa difcil en la que en buena medida ha triunfado; lasegunda, porque (como Bracebridge Hemming) yo era un autor de fiar. Pues cabe que nuestros grandeshombres del polvo estn detrs con un plagio.

    III

    Cmo me convert en un estudioso de nuestra prensa barata requiere tal vez alguna explicacin. Me

    eduqu con el peridico familiar Cassell; pero la dama que tan amablemente me lea las historias en alta vozera propensa a sufrir de violentos escrpulos de conciencia. Confiaba en el peridico familiar, porque lashistorias que contena eran historias familiares, no novelas. Pero de cuando en cuando algo suceda quealarmaba sus ms finos sentidos; expresaba un bien fundado temor de que la historia habitual seconvirtiera en una novela por entregas, y entonces, con mi piadosa aprobacin, nos dbamos de baja en elperidico. Pero ninguno de los dos ramos totalmente estoicos, y cuando llegaba el sbado escudribamoslos escaparates del librero tratando de adivinar por los sucesivos grabados al boj y sus leyendas las nuevasaventuras de nuestros hroes favoritos. Ello suscita muchos elementos de reflexin para el casuista; serande desear descripciones de la novela por entregas y de la narracin familiar, y muy bien podra escribirsetodo un ensayo sobre esos relatos que tienen la considerable virtud de poderse leer de un tirn y de hacerque todava los codiciemos en el escaparate de la librera. La experiencia al menos tuvo una gran influenciaen mi infancia. Este placer asequible fue mi maestro. Cada sbado iba del escaparate de un quiosco a otrohasta conocer a fondo la galera semanal y haber digerido escrupulosamente El barn desenmascarado,Fulano de Tal se aproxima a la casa misteriosa, El descubrimiento del cadver en el pozo de margaazul, El doctor Vargas recoge el cuerpo inconsciente de la bella Lilias y cualquier otro retazo de historiadesconocida o vislumbre de desconocidos personajes que la galera pudiera ofrecerme. No creo haberdisfrutado nunca tanto con las novelas; los libros que (de esta forma) hemos evitado leer, estn todos tanbien escritos! En los primeros aos tomamos un libro por su material, actuamos como nuestros propiosartistas y agudamente percibimos aquello que nos place, ignorando el resto. Nunca supuse que un libropudiera aduearse de todo mi ser, hasta que un infernal da de tormenta en que el cielo estaba cubierto deturbulentas brumas, las calles eran recorridas por rfagas de galerna y las ventanas retumbaban bajo elaguacero, mi madre me ley Macbeth en voz alta. No puedo decir que la experiencia fuera agradable; sinduda prefera las historias ms livianas en que un nio poda sumergirse, pasar algo por alto o adormilarse,robando a veces material para sus juegos; era algo nuevo y espantoso ser de este modo cautivado por ungigante, y me encog bajo la presin de su garra brutal. Pero ese lugar de mi memoria es sensible todava, y

    siempre que leo esa tragedia escucho los aullidos de la galerna sobre el valle de Leith.Mientras tanto, no me permita ningn gasto; los peniques escaseaban y me remorda la conciencia; melimitaba a examinar las ilustraciones y me sumerga en las columnas exhibidas sin comprar. La cada mesobrevino a raz de un incidente verdaderamente romntico. Tal vez conozca el lector el castillo de Neidpath,el lugar donde se levanta, arropado entre colinas, sobre un verde promontorio; en su base fluye el Tweedcon toda la gama de un ro bullicioso, desde el rpido torrencial al remanso de aguas pardas. En los das enque rondaba aquella parte de la tierra que era para m un paraso por las muchas cosas hoy perdidas, lasbarcas y los chapuzones, la fascinacin por los arroyos y los placeres de la camaradera, y aquellos otros(seguramente los ms sencillos y bellos) del romance de un muchacho y una muchacha; en aquellos dasarcdicos viva en el piso superior del castillo alguien a quien tena por el guarda de la propiedad. En el restodel lugar campaban a sus anchas invasores rapaces, y all, en una cmara desierta, encontramos mediadocena de ejemplares de Black Bess o El caballero del camino, obra de EDWARD VILES. Por lo quepudimos apreciar, nadie haba visitado aquella cmara (situada en la torre) desde que Lambert volara las

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    puertas de la fortaleza con su vejatoria artillera inglesa. Pero difcilmente poda haber sido Lambert (pormucha que sea la celeridad de las operaciones militares) quien dejara estas muestras novelescas, y nosresistamos a la idea de que el guarda hubiese tenido algo que ver con ellas. Pues bien, la ofensa ha

    prescrito; nos las llevamos, y a la sombra de un abeto prximo, tendido sobre unas moras, trabconocimiento por primera vez con el arte de Mr. Viles. De este autor pas a MALCOLM J. ERRYM (nombreque sugiri en mis pesquisas el anagrama de Merry), autor de Edith la cautiva, Los tesoros de San Marcos,Misterio en escarlata, George Barington, A la deriva, Townsend el corredor y toda una serie de relatos muyconocidos. Acaso la memoria me falle, pero creo que Errym tena cierto mrito. El misterio en escarlatatodava acude a mi mente, y si algn cazador de autgrafos (creo que el mundo est lleno de ellos) sehiciera con un ejemplar, aunque estuviese usado, y me lo enviara a la atencin de los seores Scribner, migratitud (de consentirlo las musas) se expresara incluso en verso. Tengo curiosidad por saber cul era elmisterio en escarlata, y por renovar mi amistad con el rey Jorge y su ayuda de cmara, Norris, personajesprincipales de la obra, y de los que puede decirse que pgina a pgina superaban a la Historia y a los DiezMandamientos. De ah pas a Mr. EGAN, a quien confo no confunda el lector con el autor de Tom y Jerry;los dos son totalmente distintos, aunque a veces he sospechado que eran padre e hijo. Nunca disfrut conEGAN tanto como con ERRYM; pero posiblemente se debiera a falta de gusto, y Egan era til. De nuevo me

    encontr frente a frente con Mr. Reynolds. Un compaero de colegio, que estaba al tanto de mis degradadosgustos, me proporcion Los misterios de Londres, libro que me hizo retroceder, asqueado. El mismocompaero (dirase el diablo en persona) me regal por las mismas fechas con una de esas contribuciones ala literatura (y aun al arte) en las que, discretamente, se escamotea el nombre del editor. Era una obramucho ms considerada que Los misterios de Londres. A J. F. SMITH en mi niez, a ERRYM en mimocedad, a HAYWARD en mi madurez, los le por placer; a los otros, incluido SYLVANUS COBB, mepropuse conocerlos (en la medida que mi resistencia lo permitiese) por un inters sincero hacia la naturalezahumana y el arte de las letras.

    IV

    Qu clase de talento se requiere para complacer a este pblico todopoderoso?, fue mi primera pregunta,pronto enmendada por las palabras si es menester alguno. J. F. SMITH era un hombre de indiscutiblevala, ERRYM y HAYWARD tenan cierto temple, y aun en EGAN advertiran los ms imberbes algoparecido al talento literario; pero los ejemplos del otro grupo son terminantes. Pensad en Hemming, o en eseaburrido rufin de Reynolds, o en Sylvarius Cobb, de quien tal vez slo he conocido obras desafortunadas;no parecen tener el talento de una liebre, y la razn por la cual son ledos escapa a mi comprensin. Uncrtico sincero y posiblemente juicioso podra muy bien atacarme ahora con mis propios argumentos.Demostrara no haber entendido nada. Pues mis compaeros y yo no gozamos de una popularidad quedeba tenerse en cuenta. La popularidad de un autor de la clase alta va consolidndose merced a muchascenas y se cultiva en las reseas de los peridicos, hecho todo lo cual no viene a ser gran cosa. Lollamamos fama, seguramente por un grato error. Un escritor superficial de la Saturday Reviewexpresabasus dudas de que alguna vez hubiera yo abrigado ilusiones patricias; a decir verdad, nunca tuve muchas,salvo sta, y ya la he perdido. Hubo un tiempo en que tena en muy elevado concepto al artista literario;

    ahora es para m como uno de esos caballeros que por la noche leen en voz alta el manuscrito de su poesadescriptiva a su mujer y sus pequeos alrededor del hogar; que se dirigen a una camarilla de saln, unosperfectos desconocidos en el mundo al otro lado de las ventanas de su vida. Reynold, o COBB, o Mrs.SOUTHWORTH, bien pueden sonrerse de tan nfima reputacin. Gracias al espontneo voto pblico, a laaclamacin de las masas heterclitas, los grandes del polvo fueron laureados. Y para qu?S; debe contestarse a esta pregunta: para qu? Cmo se gana tan gran honor? Se han sugeridomuchas respuestas. A la gente (se ha dicho) le gusta la narrativa gil. Si es as, el gusto es reciente, puestanto Smith como Egan fueron escritores pausados. Se ha dicho que les gustan los incidentes, no lospersonajes. Yo no estoy tan seguro. G. P. R. JAMES fue un escritor de la clase alta, J. F. SMITH unescritorzuelo; en algunos aspectos son parecidos; pero -esto es lo curioso- James escribi las mejoreshistorias, Smith fue con mucho el que tuvo ms xito con sus personajes. Los dos (por acentuar elparalelismo) escribieron una novela llamada La madrastra; los dos introdujeron una pareja de viejas criadas;que cada cual saque sus conclusiones! La madrastra de James es una narracin slida, pero las viejas

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    criadas de Smith son Trollope, en sus mejores momentos. Tambin se dice que a la gente le gusta elcrimen. Sin duda. Pero los grandes del polvo no poseen su monopolio, y los menos afortunados de susrivales repiten hasta la saciedad asuntos como el asesinato o el rapto sin ser aplaudidos.

    Vuelvo a reflexionar sobre nuestro marinero del transatlntico. Se me dir que es una excepcin. Yo meinclino a pensar, por el contrario, que pudiera ser normal. Y si fuera la actitud crtica, ya sea hacia los libroso hacia la vida, la verdadera excepcin? Y si El cuaderno de bitcora de Tom Holt, hojeadosubrepticiamente junto al puerto, hubiese sido el arma que enviara a nuestro marinero al mar? Y si todavaen su inconsciente esperase que el episodio de Tom Holt sucediera, tal vez maana? Y si no hubieseadvertido an el divorcio que existe entre esa singular descripcin y la realidad? Pongamos otro ejemplo.The Young Ladies Magazine es una elegante miscelnea que he visto con frecuencia en manos de lacantinera. En una casa solitaria en el pramo se me facilit una vez una carpeta con abundantes muestrasde esta revista y (en vista del mal tiempo que haca) me entregu a su lectura. Las historias no estaban malconstruidas; su calidad era muy superior a la de las narraciones habituales de las bibliotecas circulantes;haba una sola diferencia, un solo elemento que me recordase que me hallaba en la regin de las tiradas deun penique, y no en la parroquia de los tres tomos: sea cual fuere la forma como los autores lo ocultasen (ydaban pruebas de ingenio al hacerlo), siempre contaban la misma historia: la historia de la muchacha pobre

    que termina casndose con un noble del reino o (en el peor de los casos) con un barn. Esta circunstanciano es corriente en la vida real; pero qu propia de las ensoaciones de una cantinera! Los relatos no eranfielesa lo que los hombres ven; eran fieles a lo que los lectores suean.Tratemos de recordar cmo trabaja la fantasa de los nios; con qu selectiva parcialidad lee, a menudoignorando la mayor parte del libro, pero fijndose en el resto y vivindolo, y qu apasionada impotenciamuestra, qu poder de identificacin, qu flaqueza para crear. No parece que el caso sea muy diferente conlos lectores poco cultivados. Anhelan, no tanto penetrar en la vida de otros, cuanto contemplarse a smismos en situaciones diferentes, ardientemente anticipadas, aunque con un sentimiento de impotencia. Laimaginacin (ntese el detalle!) del autor popular viene aqu en su auxilio, proporciona un cmulo decircunstancias para estas aspiraciones fantasmales, y conduce a los lectores adonde desean. Adonde ellosdesean: sa es la idea; a cualquier otro lugar no le seguirn. Cuando era nio, si topaba con un libro en elque los personajes llevaban armadura, se me caa de las manos; no tena criterio alguno para calibrar sumrito; tan slo el gusto definitivo de que mi imaginacin rehusara demorarse en la Edad Media. Y la mentedel lector poco cultivado adolece de similares limitaciones. As es como podemos dar cuenta de algo que deotra forma sera inexplicable: la popularidad de algunos de los grandes del polvo. A falta de cualquier otrotalento, tienen una afinidad instintiva con la mente popular. Surten a la dependienta y al limpiabotas deindumentaria a la medida de sus desnudas fantasas, y les proveen de un escenario y de hermososdecorados para su novela autobiogrfica.Incluso en lectores de la clase alta hallamos indicios de una vacilacin semejante; tambin para ellos unescritor puede parecer excesivamente extico. El bribn, o la misma herona, pueden ser nativos de las islasFidji, a condicin de que el hroe sea uno de los nuestros. Es admirable encontrar su reverso en Las mil yuna noches (en las ediciones de Torrens o de Burton; en las populares se omite), donde el hroe musulmnse lleva consigo a la amazona cristiana; y en ese idilio exgamo se encierra buena parte de la Historia y dela naturaleza humanas. Pero la referencia a la exogamia es ajena a la cuestin. Ya es suficiente saber que,sin un personaje de nuestra raza o de nuestra lengua, no se nos complace con facilidad; de modo que

    cuando la escena de una narracin se desarrolla en tierras lejanas, aguardamos con ansiedad y confianza lallegada del viajero ingls. La cuestin va ms lejos an con los lectores de la prensa de un penique.Ansiosos por penetrar en las casas de la nobleza, deben con todo llegar a ellas guiados por algn personajede su clase, al cual transmigran alegremente durante la lectura. De ah la institutriz pobre que aparece enThe Young Ladies Magazine. De ah los aburridos y virtuosos ouvriers y ouvrires de Xavier de Montpin.No sabe qu hacer con ellos; y es demasiado inteligente para no darse cuenta. Cuando escribe para elFigaro, se deshace de estos honorables peleles y sin duda tiene a gala su ausencia; pero tan pronto comoha de dirigirse a la gran masa lectora de los peridicos de medio penique, los peleles se incorporan y cobrannueva vida, vuelven a empinar el codo, y una vez ms se regeneran para, una vez ms, ser injustamenteinculpados. Apreciad en lo que valen estos seuelos de Montpin; sin ellos no conseguira que su pblico sesintiera como en su casa en los hogares de banqueros fraudulentos y duques perversos.El lector, ya se ha dicho, transmigra a estos personajes durante la lectura; bajo sus nombres, escapa de laangosta prisin de la individualidad, y sacia su avidez por otras vidas. Hasta qu punto vuelve a transmigrar,

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    y en qu medida las vidas imaginadas afectan a la verdadera, exigira otro ensayo. Pero el caso de nuestromarinero muestra la gravedad del hecho. Tom Holt no es aplicable a m, piensa junto al puerto elmuchacho de imaginacin roma, pues no soy marinero. Pero si me embarco en algn buque s ser

    enteramente aplicable. Y se embarca. Vive rodeado de realidad y no la observa. No puede llevar a cabo, nopuede hacer una historia de su propia vida; la cual se desmigaja en impresiones desvadas incluso mientrasla vive, y se desliza entre los dedos de su memoria como la arena. No es sta la que analiza en sus rarashoras de reflexin, sino esa otra vida, iluminada ante l por el humilde talento de HAYWARD; esa otra vidaque slo Dios sabe si todava cree que vive: la vida de Tom Holt.

    *

    SOBRE ALGUNOS ELEMENTOS TECNICOS DEL ESTILO LITERARIO

    Nada produce mayor decepcin que observar los muelles y mecanismos de cualquier arte. Todas las artesencuentran en la superficie su razn de ser; en la superficie percibimos su belleza, propiedad y relevancia; ycuando escudriamos debajo nos sobrecoge su vaciedad y nos impresiona la vulgaridad de cuerdas y

    poleas. Del mismo modo la psicologa, cuando extrema la sutileza, descubre una abominable desnudez,aunque esto es debido ms al error de nuestro anlisis que a una pobreza inherente al espritu. Quiz ocurralo mismo con la esttica: esas revelaciones que parecen fatdicas para la dignidad del arte tal vez solamentelo sean en la medida de nuestra ignorancia; y esas artimaas, conscientes e inconscientes, a primera vistaindignas del artista serio, seran, si tuviramos el poder de rastrearlas hasta sus orgenes, indicio de unadelicadeza de sentimientos ms exquisita que la que nos quepa concebir y vislumBre de arcanas armonasde la naturaleza. Al menos esta ignorancia es en buena medida irreparable. Nunca conoceremos lasafinidades de la belleza porque se encuentran profundamente enraizadas en la naturaleza y sumergidas enla misteriosa historia del hombre. Por consiguiente, el amante del arte siempre acoger con desagrado losdetalles de mtodo que pueden exponerse aunque nunca explicarse cabalmente; ms an, de acuerdo conel princpio formulado en Hudibras,

    Cuanto menos entienden,Ms admiran el juego de manos,

    muchos, con cada nueva revelacin, notan que disminuye la intensidad de su placer. Por ello debo advertira ese personaje bien conocido, el sufrido lector, que estoy embarcado en una empresa ingrata: descolgar elcuadro de la pared y mirarlo por detrs, y como el nio curioso, destripar el carretn de msica.

    1. La eleccin de las palabras.

    El arte de la literatura se diferencia de sus hermanas en que el material que el artista literario utiliza es eldialecto de la vida; de ah, por una parte, la extraa frescura e inmediatez con que se ofrece a la inteligenciadel pblico, preparada para comprenderlo; de ah, por otra, una singular limitacin. Las artes hermanas

    tienen la ventaja de servirse de un material plstico y dctil, como la arcilla de modelar; tan slo la literaturaest condenada a trabajar en mosaico con palabras limitadas y completamente rgdas. Seguramente habisobservado esos trozos de madera que suele haber en los cuartos de los nios: ste una columna, aqul unfrontn. el tercero un jarrn o una ventana. Precisamente con bloques de tamao y furma igualmentearbitrarios est condenado el arquitecto de las letras a disear el palacio de su arte. Y eso no es todo,porque siendo estos bloques, o palabras, la moneda de uso corriente en nuestro quehacer cotidiano, no leestn permitidas ninguna de las supresiones mediante las cuales las otras artes obtienen relieve,continuidad y vigor: ninguna pincelada de jeroglfico, ningn empaste alisado, ninguna sombra inescrutable,como sucede en la pintura; ningn muro ciego, como en la arquitectura; cada palabra, cada frase, cadaoracin y cada prrafo deben avanzar en progresin lgica y transmitir un significado claramente inteligible.Ahora bien, la primera virtud que nos atrae en las pginas de un buen escritor o en la charla de unconversador brillante es la adecuada eleccin y el contraste de las palabras que emplea. No hay duda deque se requiere un raro talento para tomar estos bloques, toscamente concebidos para los menesteres del

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    mercado o la taberna, y a fuerza de disciplina dotarlos de sus ms depurados significados y matices;devolverles su fuerza primitiva; verterlos inteligentemente en utro contexto, o, en fin, convertirlos en untambor que despierte las pasiones. Mas aunque esta clase de mrito es sin duda el ms perceptible y

    sugestivo, dista mucho de aparecer en la misma medida en todos los escritores. El efecto de las palabras enShakespeare, su singular justeza, realce y encanto potico, es muy distinto del efecto de las palabras enAddison o en Fielding. O, por citar un ejemplo ms comn, mientras que en Carlyle parecen electrizadas poruna energa de trazos vigorosos como rostros de hombres convulsos de ira, las palabras en Macaulay, designificado preciso y sonido armonioso, se deslizan de la memoria para, como unidades indiferenciadas,fundirse en el efecto general. Pero los grandes escritores no poseen el monopolio del mrito literario. Encierto modo, Addison es superior a Carlyle, Cicern mejor que Tcito, Voltaire ms excelente queMontaigne; excelencia que no radica ciertamente en la eleccin de las palabras, ni en el inters o valor delasunto, ni tampoco en el vigor de la inteligencia, la poesa o el humor. Los tres primeros son como prvulossi los comparamos con los tres ltimos; sin embargo, en un aspecto particular del arte literario, cada uno deellos aventaja a su superior. Cul es este aspecto?

    2. La trama.

    Aunque goce de un estatuto particular debido al uso general y al gran destino reservado a su herramientaen el quehacer humano, la literatura es una ms entre las artes. En ellas podemos distinguir dos grandesapartados: aquellas artes, cumo la escultura, la pintura y el teatro, que sun representativas o, como soladecirse muv torpemente, imitativas; y aquellas otras, como la arquitectura, la msica y la danza, que sonautosuficientes y meramente mostrativas. A tenor de esta distincin, cada grupo obedece a principios muydistintos; no obstante, ambos pueden reclamar para s un campo comn de existencia, y cabe decir, consuficiente justicia, que todo arte consiste en realizar un modelo; un modelo de colores, de sonidos, deactitudes cambiantes, de figuras geomtricas o de lneas imitativas, pero en todo caso un modelo. En eseplano todas las hermanas coinciden; por eso son artes; y si resulta conveniente que en ocasiones olviden suorigen infantil y apliquen la inteligencia a tareas viriles, llevando a cabo inconscientemente la funcin que

    justifica su existencia, realizar un modelo, no por ello deja de ser imperativo que tal modelo seaefectivamente llevado a cabo.La msica y la literatura, las dos artes temporales, construyen en el tiempo su modelo de sonidos o, enotras palabras, de sonidosy de pausas. La comunicacin puede producirse merced a un lenguaje incorrecto,las tareas de la vida cumplirse solamente mediante sustantivos; pero esto no es lo que entendemos porliteratura; la verdadera tarea del artista literario consiste en trenzar o tejer lo que pretende decir, hacindologirar en torno de s mismo, de manera que cada oracin, en frases sucesivas, forme primero una especie denudo que, tras un momento de suspensin del significado, se resuelva y se aclare. En toda sentencia bienconstruida habra de advertirse ese obstculo o nudo, de modo que (aun delicadamente) se invite al lector aprever, esperar y dar la bienvenida a las frases posteriores. El placer puede intensificarse gracias a algnelemento inesperado, como -muy burdamente- ocurre con la figura vulgar de la anttesis o, de forma mssutil, cuando se sugiere una anttesis que despus se elude con habilidad. Adems, cada frase debe serbella por s misma; y entre el alcance global de la oracin y su desarrollo existir un satisfactorio equilibrio desanidos, pues nada hay ms decepcionante para el odo que una sentencia solemne y sonora que concluye

    de un modo abrupto y sin fuerza. El equilibrio tampoco debe ser demasiado llamativo y exacto, ya que lanorma por excelencia es la variedad; nteresar, decepcionar, sorprender y, sin embargo, deleitar; cambiar,por decirlo as, la puntada y con todo producir un efectode inteligente elegancia.El placer que experimentamos al contemplar a un ilusionista haciendo juegos de manos con dos naranjasreside en que ninguna de las dos es en ningn momento soslayada o pasada por alto. Ocurre lo mismo conel escritor. Su modelo, que ha de agradar al odo hipersensible, responde, no obstante, en primersimo lugara las exigencias de la lgica. Por ms oscuridades que existan, por intrincada que sea la idea, no debemenoscabarse la elegancia del tejido, o cn otro caso el artista demostrar no estar a la altura de supropsto. Por otra parte, no se debe seleccionar ninguna expresin ni hacer nudo alguno entre dos frases, amenos que nudo y expresin sean necesarios para exponer y dar mayor claridad al argumento; quienvulnera esta regla hace trampas en el juego. El espritu de la prosa rechaza el cheville no menosenfticamente que las leyes de la versificacin, y tal vez convenga aclarar a alguno de mis lectores que elcheville es cualquier frase aguada o sin sentido empleada para establecer un equilibrio de sonidos. Modelo y

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    argumento viven el uno en el otro, y por la concisin, el encanto, la claridad o el nfasis del segundojuzgamos la fuerza y propiedad del primero.El estilo es sinttico; y el artista que, por decirlo as, busca un punto de apoyo en torno al cual trenzar la

    trama, toma dos o ms elementos o dos o ms ideas del asunto que le ocupa; los combina, los enreda ycontrasta; y mientras, en cierto modo, no buscaba ms que la ocasin de hacer el nudo necesario, seencuentra con que ha enriquecido considerablemente lo que quera decir, o que ha despachado en una solafrase lo que precisaba dos. En el paso de las sucesivas afirmaciones hueras del viejo cronista al flujo densoy luminoso de la prosa altamente sinttica, se encuentra implcita una considerable proporcin de filosofa eingenio. La filosofa es patente, advirtindose en el escritor sinttico una visin de la vida mucho msprofunda y estimulante, y una ms aguda percepcin del origen y afinidad de los acontecimientos. Acaso sepiense que el ingenio ha desaparecido de la escena, pero, lejos de eso, es justamente el ingenio, loscontinuos y atractivos artificios, las dificultades vencidas, el doble propsito logrado, las dos naranjasdanzando simultneamente en el aire lo que, consciente o inconscientemente, proporciona placer al lector.Ms an, el ingenio, que apenas se advierte, es el rgano imprescindible de esa filosofa que tantoadmiramos. Por todu ello, el estilo ms perfecto ser, no como quieren los necios, el ms natural, puesnatural es la chchara inconexa del cronista, sino aquel otro que consigue veladamente el ms alto grado de

    fecundas y elegantes implicaciones; o si lo hace de un modo abierto, el que ms enriquezca el sentido y elvigor. Incluso el cambio del (pretendido) orden natural de las frases es un estmulo para la inteligencia; ygracias a una alteracin tan intencionada pueden controlarse ms adecuadamente los elementos de un

    juicio o ligarse los pasos de una accin intrincada con mayor sagacidad.La trama, pues, o el modelo; una trama sensual y lgica a la par, una textura fecunda y elegante; eso es elestilo, se es el cimiento del arte literario. Bien es verdad que se siguen leyendo libros, por el inters del datoo de la fbula, en los que esta cualidad se halla pobremente representada, si bien est presente. Y cuntoslibros cuyo nico mrito consiste en la elegancia de su textura seguimos leyendo y relevendo con placer?Estoy tentado de citar a Cicern, y puesto que Mr. Anthony Trollope est muerto, creo que me est permitidohacerlo. Constituye un desabrido alimento espiritual, una crtica de la vida muy incolora y desdentada;pero nos complace su textura, extremadamente compleja e ingeniosa; cada puntada es un alarde deelegancia y buen sentido; y las dos naranjas, incluso si una de ellas est podrida, siguen danzando congracia inimitable.Hasta aqu me he referido fundamentalmente a la prosa; pues aunque en la poesa tambin el concurso dela trama lgica contribuye a realzar su belleza, sin embargo puede soslayarse. Se pensar que esto suponeun ments definitivo a cuanto he venido diciendo; por el contrario, no es sino una nueva ilustracin delprincipio que lo inspira. Pues si el versificador no se ve obligado a tejer un modelo propio, ello se debe tanslo a que otro modelo le es impuesto formalmente por las leyes de la versificacin. No es otra la esencia dela prosodia. El verso puede ser rtmico o simplemente aliterativo; puede, como el verso francs, basarseenteramente en una (cuasi) regular repeticin del ritmo, o, como el hebreo, en ese procedimiento caprichosoy sorprendente de repetir la misma idea. No importa en qu principio se funde la ley siempre que tal leyexista. Pucde ser una pura convcncin; es posible que no posea ninguna belleza intrnseca; lo nico quetenemos derecho a pedir de cualquier prosodia es que suministre un modelo al escritor, ni demasiado fcil nidemasiado difcil. De ah que a hombres de parecido talento les sea ms fcil escribir una poesamedianamente atrayente que una pgina de prosa razonablemente interesante; porque en la prosa se ha de

    inventar el modelo y crear las dificultades antes de resolverlas. De ah asimismo la peculiar grandeza delautntico versificador, como Shakespeare, Milton o Victor Hugo, a quien sito junto a los primeros solamentecomo versificador, no como poeta. No slo anudan y tejen la trama lgica con toda la destreza y el vigor dela prosa; no slo llevan a cabo el modelo potico con una variedad ilimtada y una sobria inventiva, sino queadems nos conceden un placer raro y exclusivo mediante el arte, semejante al contrapunto, con que siguena un tiempo, contrastndolos y combinndolos, el doble modelo de la trama y del verso. Aqu concluye elverso altisonante; un verso ms abajo, la frase bien construida, y ms abajo an, se produce el desenlace deambos en la misma slaba acentuada. Lo mejor que el mejor prosista puede ofrecernos es el desarrolloparalelo de la idea y del modelo estilstico, unas veces con esfuerzo evidente y triunfante, otras con un airede fcil naturalidad. Gracias a una nueva dificultad vencida, el versificador nos deleita con otra serie detriunfos. Persigue tres metas all donde su rival slo persegua dos, y la diferencia es de la misma ndole quela que media entre la meloda y la armona. O si se prefiere el ejemplo del ilusionista, contempladle ahoraante el redoblado entusiasmo de su pblico haciendo juegos de manos con tres naranjas en lugar de con

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    dos. As es: aumenta la dificultad, aumenta la belleza, y cada nueva obstculo incrementa el inters delmodelo.Mas no debe pensarse que la poesa es mera adicin; algo se pierde y algo se gana; al comparar la mejor

    prosa con la mejor poesa se advierte fcilmente que existe una diferencia considerable en la manera deconfigurar la trama. Por prieto que ate el nudo de la lgica, el versificador siempre deja flotando al alcancedel odo algo suelto el tejido de la frase. En la prosa, las oraciones giran en torno a un eje bien equilibrado y,como en un rompecabezas, encajan en l con visible perfeccin. El odo lo advierte y paladea un resultadotan equilibrado, mientras que en la poesa la atencin se dirige hacia la mtrica. Resulta difcil encontrarpasajes susceptibles de comparacin, ya que, o bien el versificador es inmensamente superior a su rival, obien, de no ser as y no obstante perseverar en su ms delicado quehacer, tampoco llega a ser inferior a len la misma medida. Pero hagamos una seleccin entre las pginas de un mismo escritor, de un escritorque fue ambidextro; tomemos, por ejemplo, el prlogo de Rumour a la segunda parte de Enrique IV,hermosa muestra de elocuencia en el segundo estilo de Shakespeare, y pongmoslo junto al elogio del jerezde Falstaff, acto IV, escena primera; o comparemos la bella prosa de Rosalinda y Orlando; comparado, porejemplo; la primera tirada, la tirada de Orlando a Adn con el pasaje que queris seleccionar; las sieteedades, de la misma obra, incluso la noble estrofa de la despedida a la guerra de Otello; si tenis un fino

    odo para esa clase de msica, advertiris en la prosa un mayor grado de organizacin, un ms compactoacoplamiento de las partes, un equilibrio en las oscilaciones como el de un pndulo palpitante. En losasuntos temporales, no debemos quitar a aquellos que tienen poco lo poco que tienen; las virtudes de laprosa son inferiores, pero no son las mismas; es un reino pequeo, pero independiente.

    3. El ritmo de la frase.

    Antes hice uso de una palbra que requiere alguna aplicacin. Toda frase, dije, ha de ser bella; pero ques una frase bella? En sus aspectos ideales y materiales la literatura, en cuanto arte representativo, debebuscar sus analogas con la pintura y semejantes; pero en los aspectos tcnicos y de ejecucin, en cuantoarte temporal, debe recurrir a la msica. De la misma forma que una meloda o un recitativo, las frases deuna oracin deben estar formadas por notas largas y breves, tnicas y tonas, de modo que agraden alodo. El odo es el nico juez. No pueden dictarse normas con carcter general. Ni siquiera en nuestralengua, acentuada y rtmica, podra el anlisis revelar el secreto de la belleza de un verso; cunto menos deesas frases con las que se construye una pgina de prosa, que no obedecen ms ley que la de no tenerla yno obstante agradan. Lo poco que sabemos acerca de la poesa (y en mi caso se lo debo al profesorFleeming Jenkin) es de singular inters a este respecto. Estamos habituados a definir el verso heroico comoaquel compuesto de cinco yambos, y el dolor y la confusin nos invaden cuando, por boca de algn colegialescrupuloso, nuestra definicin es puestaen prctica.All night / the drad / less n / gel n / pursed1, recita el colegial. Y tapndonos los odos, nos seguimosaferrando a nuestra definicin, a despecho de su crasa y palmaria insuficiencia. No satisfizo tan fcilmente aMr. Jenkin, quien pronto descubri que el verso heroico estaba compuesto de cuatro grupos, o si lo prefers,de cuatro pausas: All night / the dreadless / angel / unpursued. Cuatro grupos, cada uno de los cuales sepronuncia prcticamente como una sola palabra: el primero, en este caso, un yambo; el segundo, unanfbraco; el tercero, un troqueo, y el cuarto, un anfmacro; mientras que nuestro colegial, sin tomarse otras

    libertades que la de infligir dao, ha escandido el verso en cinco yambos. Advirtase el enriquecimiento en lacomplejidad de la textura; la cuarta naranja, que hasta ahora haba pasado inadvertida, ha estado danzandojunto a las otras. Lo que pareca una sola cosa, resultan ser dos y, como en un acertijo aritmtico, el versoest construido de tal modo que pueda leerse a un tiempo con cuatro y cinco pies.Pero no es imprescindible que sean cuatro. Es cierto que no encontramos versos con seis grupos, pues endiez slabas no hay espacio para seis; y tampoco de dos, ya que una de las principales diferencias de lapoesa respecto a la prosa es la comparativa brevedad de sus grupos; pero s es habitual encontrar versosde tres. Cinco es el nmero prohibido, porque cinco es el nmero de pies, y al elegirlo los dos modeloscoinciden y la oposicin que da vida a la poesa desaparece. Esta es una de las claves de los polislabos (ungrupo creado por la naturaleza), especialmente en latn, donde son tan corrientes y dan pie a una

    1Milton.

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    arquitectura potica tan atrevida. Si un romano regresara del Hades (Marcial; preferiblemente) y meexplicase por qu conducto vocal habran de recitarse estos versos atronadores: Aut laecedemoniumTarentum, ejemplo que hace al caso, siento que podra gozar sin trabas de lo mejor de la poesa de la

    humanidad.Pero, una vez ms, los cinco pies son yambos, o as se supone; contando las s labas, los cuatro grupos nopueden ser yambos; por una consideracin de elegancia, dudo que deban serlo, y tengo la certeza de que,puestos a elegir, no debe de haber dos con la misma medida. La singular belleza del verso analizadoanteriormente se debe sin duda, en la medida en que el anlisis puede confirmarlo, a la sabia repeticin dela l, la dy la n, pero tambin a la variedad mtrica de los grupos. Los grupos que, como el comps musical,descomponen el verso para su recitado, no son ymbicos, y al recitar un supuesto verso ymbico puedesuceder que no pronunciemos un solo yambo. Esta inobservancia del comps original tiene no obstante unlmite.Athens, the eye of Greece, mother of arts2 es, pese a sus excentricidades, un buen verso heroico porque,aun cuando no pueda decirse que marque el comps ymbico, tampoco sugiere al odo ninguna otramedida. Pero si se comienza Mother Athens, eye of Greece, o simplemente, Mother Athens, el juego sedescubre al sugerirse un troqueo. La extravagante mtrica de los grupos no es sino un adorno, pero tan

    pronto se olvida el comps original dejan implcitamente de ser extravagantes. Se busca la variedad; pero sidestruimos el molde primitivo, uno de los elementos que informan tal variedad desaparece y caemos en lamonotona. As, pues, tanto en lo referente a la medida aritmtica del verso como al grado de regularidad dela mtrica, advertimos que las leyes de la prosodia tienen un objetivo comn: mantener viva la oposicinentre dos esquemas seguidos simultneamente; mantenerlos claramente separados, aunque coincidentesentre s, y equilibrarlos ante los ojos del lector con tan ecunime precisin que ninguno pase inadvertido yninguno prevalezca.La pauta del ritmo en la prosa no es tan complicada. Tambin en este caso escribimos en grupos, o mejoren frases, aunque la frase en prosa es considerablemente ms larga y se enuncia con mayor desenvolturaque el grupo en verso; por ello no slo hay un intervalo mayor de sonido continuado entre las pausas, sinoque tambin, y por la misma razn, una palabra se liga ms fcilmente a otra mediante una articulacin mssumaria. Con todo, la frase es el estricto equivalente del grupo, y las frases sucesivas, como los grupossucesivos, deben diferir claramente entre s en ritmo y longitud. La pauta mtrica de la poesa consiste ensugerir nicamente la medida que nos proponemos; la de la prosa, en no sugerir medida alguna. La prosadebe ser rtmica, y serlo segn el juicio de cada cual, pero no debe ser mtrica. Puede ser cualquier cosa,excepto verso. Un solo verso heroico puede muy bien tener cabida sin estorbar el paso en cierto modo mspausado del estilo prosstico; pero uno seguido de otro causan una impresin inmediata de pobreza,uniformidad y decepcin. Las mismas lneas recitadas con la entonacin mtrica del verso tal vez resultenllenas de variedad. Con la sumaria articulacin propia de la prosa, de una visin ms distanciada, estosmatices diferenciales se pierden. Un solo verso se recita como una frase, pero la sucesin de grupos deidntica longitud en seguida cansa al odo. A decir verdad, desde el momento en que al prosista le es dadoser menos armonioso, est sentenciado a renovar constantemente y a gran escala la variedad delmovimiento, y a no decepcionar al odo con el trote de una mtrica establecida. Esta obligacin es la terceranaranja que debe manipular, la tercera cualidad que el prosista debe introducir en su modelo verbal. Tal vezse piense que es fcil y que no representa un nuevo obstculo, pero es tal la vena rtmica inherente a la

    lengua inglesa que el mal escrtor -y habr de poner como ejemplo a ese admirado amigo de la infancia, elcapitn Reid?-, el escritor bisoo, como Dickens en sus tempranos intentos de asombrar, y el escritorhastiado, como cualquiera puede comprobar por s mismo, tienden automticamente a producir detestablesversos libres. En este punto parece pertinente preguntar: Por qu detestables? Supongo que bastar conresponder que jams se han escrito buenos versos por casualidad, y que el mejor poema suena cuandomenos de un modo trivial cuando se recita con la entonacn de la prosa. Profundicemos en estasrespuestas. El taln de Aquiles de la poesa es la regularidad del comps, que de suyo impresiona muchomenos que el movimiento de la prosa ms noble; pues bien, en esta trampa, slo en sta, cae nuestrodescuidado escritor. El logro de una masa y densidad propias, resultado de la proximidad de las pausas, esuna de las mejores cualidades de la poesa; pero esto es algo que nuestro fortuito versificador, pendiente

    2Milton.

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    an del paso ligero y del ademn amplio de la prosa, ni siquiera aspira a imitar. Finalmente, sin darse cuentade que est haciendo poesa, no se le ocurre extraer esos efectos de oposicin y contrapunto a los que mehe referido como el encanto y justificacin ltimos de la poesa, en general, y debo aadir del verso libre, en

    particular.

    4. El contenido de la frase.

    Podra hablar aqu largo y tendido sobre el ritmo, y no sera de extraar, ya que en nuestra melodiosalengua el ritmo es omnipresente. No se olvide, sin embargo, que este elemento est en algunas lenguas casio totalmente extinguido, y en la nuestra muy probabiemente en decadencia. La expresin monocorde demuchos americanos cultos nos advierte del peligro. Este olvidodebera inspirarme un sentimiento de amargadesesperacin, pero no debo desesperar. As como en la poesa ningn elemento, ni siquiera el ritmo, esimprescindible, de la misma manera en la prosa surgirn otras fuentes de belleza que ocuparn el lugar yrepresentarn el pap