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LA SERPIENTE Y EL HOMBRE Mitos y petroglifos de la Anaconda Ancestral Fernando Urbina Rangel Cuando el día 13 de febrero de 1978 localicé el grabado en piedra (petroglifo) que encabeza este artículo (fig. Nº 1), cerca de la raudalera de Guaimaraya, sobre la margen derecha del curso medio del río Caquetá arriba de Araracuara, coroné la primera etapa de una larga búsqueda, iniciada en 1969, durante un extenso recorrido por el Vaupés: encontrar en el ámbito amazónico una evidencia que garantizara la similitud temática entre una realización de la plástica rupestre y un Figura Nº 1 (Fotografía) Figura Nº 1 (Calco) Figura Nº 1 (Dibujo)

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LA SERPIENTE Y EL HOMBRE

– Mitos y petroglifos de la Anaconda Ancestral –

Fernando Urbina Rangel

Cuando el día 13 de febrero de 1978 localicé el grabado en piedra (petroglifo) que

encabeza este artículo (fig. Nº 1), cerca de la raudalera de Guaimaraya, sobre la

margen derecha del curso medio del río Caquetá –arriba de Araracuara–, coroné

la primera etapa de una larga búsqueda, iniciada en 1969, durante un extenso

recorrido por el Vaupés: encontrar en el ámbito amazónico una evidencia que

garantizara la similitud temática entre una realización de la plástica rupestre y un

Figura Nº 1 (Fotografía)

Figura Nº 1 (Calco)

Figura Nº 1 (Dibujo)

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relato mítico.

Poca cosa es ésta frente al cúmulo de preguntas sin respuesta que plantea

el arte rupestre1 amerindio, especialmente el de Colombia, uno de los menos

estudiados, sólo que garantizada la equivalencia –al menos en un caso– se puede

avanzar más confiadamente en el planteamiento y complementación de otras

hipótesis.

Con demasiada frecuencia resulta imposible captar el sentido de las

múltiples realizaciones gráficas prehistóricas –pictografías y grabados–

localizadas en muchas regiones del país. La dificultad de aplicar métodos directos

de fechado y la carencia de un contexto oral, que explicite el significado de los

símbolos, hacen de esas obras documentos de muy difícil manejo en orden a

aportar al establecimiento de las secuencias culturales indispensables para la

comprensión de nuestra historia. Aun así son de un valor inapreciable aunque no

sea por otra razón que por su logro estético2, que también hace parte fundamental

de nuestra vida y por ende de nuestra larga historia cultural.

Porque la nuestra tiene raíces muy hondas. No quedan afianzadas, como

muchos aún piensan, en el fenómeno libertario que no llega a las dos centurias o,

un tanto más atrás, cuando Colón al mando de sus sanguinarias turmas3 , con su

tropel, avistó codicioso el fantástico “Nuevo Mundo”, que, al ritmo de avance de las

investigaciones arqueológicas va resultando más y más viejo, haciendo evidente

una profundidad temporal tal que da buena cuenta de los prodigiosos desarrollos

autóctonos, erosionando esa “necesidad” de recurrir a los préstamos culturales

que nos han querido endilgar siempre para siempre hacernos sentir dependientes

e incapaces. El invasor ultramarino trató de aniquilar nuestros grandes avances

1 El arte rupestre –denominado también, en ocasiones menos estrictas, «arte de las cavernas», por

ser las de Altamira y Lascaux, entre muchas otras, las que más han contribuido a hacerlo objeto de admiración mundial– está representado principalmente por pictografías y petroglifos –pinturas y grabados en piedra–. En Colombia representa el más copioso y ubicuo testimonio del profundo y denso pasado aborigen; pero de todos es el menos conocido. 2 Todo ser instalado en un ahí posee un valor independiente de las cadenas causales que lo

hicieron posible; esto es particularmente válido para los seres humanos y demás entes culturales y entre éstos, de modo muy puntual, las obras de arte. 3 Del latín turmae: escuadrón.

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civilizatorios, fundamentado en la ignorancia fanática que lo llevó a “descubrir” y

saquear, para luego dilapidar, las riquezas inmediatas, encubriendo con su

desprecio el mayor de los tesoros: el espíritu amerindio que aún perdura, para

fortuna nuestra, en la palabra, en el gesto y en el obraje de los Sabedores indios

sobrevivientes del mayor genocidio de la historia, y en las realizaciones de

aquellos que por haber grabado sus obras en la piedra pudieron perdurar más allá

del silencio.

En las rocas de Guaimaraya reposa la evidencia de una correspondencia: el

discurso de los glifos también habla de los temas desarrollados en las tradiciones

orales de los pueblos amazónicos... y es el concepto de la unidad del género

humano uno de los temas simbolizados allí en unos trazos sobrios, seguros,

bellamente proporcionados (fig. Nº 1).

¡Irónico! Los conquistadores de las regiones indias, portadores de la

“civilización”, tardaron muchos lustros en elaborar un concepto tal de humanidad

que diera cabida al amerindio. Los criollos, continuadores de esa conquista, aún

no han terminado de asimilarlo y por eso miran, con marcada indiferencia, cómo

se atenta día a día contra los derechos de las etnias sobrevivientes a la masacre

hispana.

El mito amazónico que habla de la unidad del género humano narra cómo

los hombres venían en el vientre de la Canoa-culebra. Era la Canoa-Anaconda-

Ancestral que remontaba los ríos desde oriente. Una vez que llega al «lugar» (el

hábitat de la tribu a la que pertenece el relator de la variante mítica que se narra

en ese momento), la segmentación de la serpiente da origen a los diferentes

grupos humanos, incluyendo, en algunas de las múltiples versiones del mitema, no

sólo las naciones indias vecinas del clan al que pertenece el relator, sino también

a esos hombres extraños, que continúan llegando de lejos en sus naves insólitas,

atronadoras, que contrastan y apagan el canto líquido del remo.

Esa noche, después de mi hallazgo, reunidos en el coqueadero, a la luz

vacilante del mechero rústico cuya llama prolongaba las variaciones de las cosas y

los sueños, profundizamos en la tradición con el abuelo don José García, nieto de

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Kïmabaiji (Boca-de-Maguaré) quien había sido el más grande Ráfuema (Dueño-

de-la-palabra-poderosa) entre los Muinanes de La Sabana, en el río Cahuinarí, la

gran nación india hoy dispersa. También se encontraban presentes su hijo don

Octavio García, compañero de muchas aventuras, y su sobrino don Noé

Rodríguez, a quien llaman el Tigre de Guaimaraya, o el Loco porque, según esa

fama, “fue capaz de masturbar al tigre y rayarle la cara a la luna...” Noé era

nuestro anfitrión; nos ofrecía su coca y su tabaco y respondía en el contrapunteo

ritual la cantinela del Abuelo. Y así habló don José:

Todos somos los mismos hombres porque todos salimos del trozo de la

misma boa, Todos los grupos somos iguales como iguales fueron los

pedazos en que se repartió la gran culebra. Tanta fue la prudencia en el

reparto que el trozo central, donde la boa es más gruesa, no se tocó en

la distribución, sino que, cortando desde los dos extremos hacia el

centro, al llegar a la parte gruesa, se la dejó intacta para no cometer

injusticia.

De ese trozo central saldrá la pareja de tambores sagrados, el Maguaré,

cuya voz convoca a la unidad del rito, en especial en la ceremonia del Yadiko, el

Baile de Serpiente, en el que, con cierta periodicidad, las tribus se integran

mediante la danza en la indeterminación niveladora del origen común.

En el petroglifo (fig. Nº 1) se plantea, mediante un surco continuo (de

derecha a izquierda), la relación serpiente-hombre. Recién encontrado el grabado

pensé que podría simbolizar la salida de Dïïjoma - personaje legendario de la

mitología de los Uitotos y Muinanes- por la jeta de una formidable anaconda que lo

había devorado. Esa serpiente se había formado a partir del mismo Dïïjoma, un

poderoso hechicero que deja inconclusa la brujería que habría de transformarlo en

boa.

El mito comporta variables del relato de la Canoa-culebra, incluyendo, entre

otros, el tema anterior: la manducación de Dïïjoma y su salida posterior. El acto de

salir coincide con la muerte de la víbora a la que el brujo reparte luego entre las

gentes para su consumición, hecho que permite configurar en definitiva las

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diferentes etnias, pues éstas obtendrán sus gentilicios según el nombre de los

diversos recipientes ofrecidos por los jefes de los varios linajes al recibir su

perspectiva porción de güío.

Tres alternativas se presentaban para interpretar el grabado a partir de este

mito: el episodio de la manducación de Dïïjoma por la sierpe, su salida de la

panza, o la repartición de la devoradora. Por fortuna, el examen de los trazos del

extremo inferior izquierdo del petroglifo permitió hacer la identificación. Este diseño

conforma una segunda figura oblicua de proporciones humanoides. La bifurcación

de la línea serpentiforme en dos figuras antropomorfas hace pensar no en la salida

de Dïïjoma, ni en la manducación sufrida, sino en la segmentación de la Culebra

Ancestral cuyo reparto permite fijar en su esencia a la humanidad primordial,

mediante la asignación de los nombres de las naciones, pues sin nombre no se

es.

Otros mitos vinieron en mi ayuda. El mismo don Noé Rodríguez, nuestro

dicharachero anfitrión, me contó meses después el mito de Añiraima, en el que se

puntualiza aún más el origen ofídico de la humanidad. En esta historia se cuenta

cómo los hombres primordiales dejaron tirados los ombligos (cordones

umbilicales) en la laguna donde se habían bañado recién nacieron. Dichos

ombligos se unen y dan lugar a la Boa Ancestral en donde reside la clave de la

verdadera Humanidad: la cultura. Los primordiales se han ido sin recibir el nombre

(esencia), ni las «historias más pesadas» –incluido el banco desde donde han de

ser contadas–, aquellas referidas al muy secreto origen de las Fuerzas

demiúrgicas, ni la coca, ni el tabaco (elementos rituales); eran, sin esta porción de

dones, como simples animales. Han de regresar a obtener lo que les falta. Y

«eso» reside en la Culebra, a la que deben capturar. Ayudados por un ave rapaz,

agarran la bestia, la segmentan y reparten, obteniendo sus nombres. A

continuación el Demiurgo les da las palabras («historias»), el banquito y las

plantas rituales; con estos poderes ya podrán ser verdaderos hombres. Porque

para serlo, según la antropología miticofilosófica de estas etnias, se requiere tener

un nombre para ubicarse en el concierto universal, saber una historia de origen

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para incrustarse en el tiempo, un banco para sentarse a narrar y aprender, y usar

unas plantas sagradas para comunicarse con las Fuerzas que originaron el

desenroscarse de la espiral cósmica.

Versiones del mito procedentes de las culturas del Vaupés, mucho más

explícitas en lo que a la segmentación de la Serpiente se refiere, vendrían a

confirmar la conexión de algunos mitos amazónicos con el grabado descubierto en

1978.

Una vez reseñados y analizados los 1.500 petroglifos sitos en la zona de

Guaimaraya y aledaños (entre 1980 y 1991 visualicé alrededor de 1.000 más),

concluí que el tema hombre-serpiente había sido tratado y simbolizado de

diferentes maneras, tal como se muestra en las figuras 2 a 8, Traigo a cuento,

claro está, ejemplos de obras figurativas, pues los denotados de las muy

abstractas –entre las cuales muy seguramente hay otros casos con similitud de

sentido– nos resultan ininteligibles, toda vez que ignoramos las cadenas de

metáforas visuales que intermedian muchas de las estilizaciones. Es altamente

probable que en algunos glifos se aluda a la segmentación de la Anaconda

Ancestral, o a la salida (simbólicamente equivale a partición) en secuencia de los

hombres primordiales de la Canoa-serpiente, ente que transporta a la Humanidad

a la manera de un útero. Esta codificación simbólica (todo código es simbólico y

todo símbolo lo es dentro de un sistema) puede tener como trasfondo el arribo y

dispersión de los pobladores prístinos de algunas regiones de la Amazonía

(descubridores esos sí originales, no como los hispanos y lusitanos que lo fueron

segundos o terceros, en el mejor de los casos). Si bien para mí es ya evidente,

planteo, al menos a manera de hipótesis, que los glifos presentes en las figuras 4

a 7 representan cuatro momentos de la segmentación de la Culebra Ancestral,

origen de la etnias cuyos significantes, aquí, son los cuatro rostros. La Nº 4 podría

constituir la base de esta secuencia.

Dentro del ámbito amazónico colombiano son muy pertinentes las

representaciones de la Anaconda Ancestral ejecutadas por los indígenas Tukanos

(orientales). La línea almenada, o meándrica es la más frecuente, tal como lo

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confirman las reseñas de Reichel-Dolmatoff y otras que he tenido la oportunidad

de consignar al examinar las decoraciones de numerosas piezas artesanales

procedentes del Vaupés.

La fortuna me fue en especial propicia al adelantar averiguaciones

detalladas sobre un ritual de los Uitotos que tiene ocurrencia, con todas las

formalidades, sólo unas tres veces en vida de cada uno de los Sabedores Dueños

de esa tradición específica. Se trata del «Baile de Yadiko», considerado el de

mayor rango entre los cuatro grandes rituales constituidos por el héroe cultural

Buinaima, en el momento de repartir las ramas de la yuca primordial entre sus

hijos. La rama mayor dio nombre al baile de Menizaï (fiesta de la tortuga charapa);

la segunda, al de Zikïi (fiesta de las flautas); la menor, al Baile de Yuaï (Fiesta de

frutas).

Buinaima, hecha la repartición, se va el mundo subacuático llevándose

consigo el tronco de la planta de yuca, tronco que se constituirá en el ícono del

gran Baile del Yadiko, símbolo a su vez de la Serpiente Ancestral. Sólo los más

poderosos caciques tendrán derecho a hacer este Baile, el que convoca las

mayores Fuerzas, siendo el más peligroso y el que requiere, por tanto, mayor

preparación por parte del Sabedor que lo sustente.

El ícono central de la ceremonia del Yadiko, Baile de la Boa Ancestral, es

una talla en madera. Se trata de un gran palo, de unos 15 metros de largo por no

menos de 2 de abarcadura; se labra dándole forma de canoa. Sus extremos se

suspenden a poca altura del suelo de la maloca (casa comunal) donde tiene lugar

el rito, haciendo coincidir la entalladura con una zanja excavada en el piso de

tierra. La coreografía de la danza prescribe a los bailarines apoyar al unísono su

pie derecho en el tronco haciéndolo cimbrar hasta que, arqueado, golpee el suelo.

Las dos cavidades contrapuestas sirven de caja de resonancia. Esta vibración y

resonancia, símbolo de procreación, me recuerden la escena de un ritual de

cópula, precedido por el vibrar de una vara agitada por el brujo, en un episodio de

la magistral obra cinematográfica de Annaud, La guerra del fuego (1981). Pero,

volviendo a los Uitotos, otra escena de la danza muestra a un bailarín, ataviado

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con atuendos de águila, corriendo (volando) desde el fondo de la maloca y

saltando al otro lado luego de apoyar sus dos pies en el tronco del Yadiko, en una

clara simbolización del ataque de la rapaz que sí logra, en el mito, agarrar a la

Sierpe, lo que no habían podido hacer los hombres primordiales, representados en

el rito por los bailarines. Posteriormente, en los antiguos rituales, el palo del

Yadiko era despedazado.

Queda así demostrada la persistencia de esta tradición, cuyos más viejos

testimonios gráficos son los grabados rupestres; es continuada ya no sólo en el

nivel de los mitos, que aún sistematizan y expresan en metáforas verbales la

experiencia cultural, sino también en el de los rituales que permiten a los pueblos

extasiarse en las danzas reordenadoras de cosmos.

Averiguaciones posteriores posibilitaron encontrar similitudes, no sólo

formales, en el tratamiento de la relación hombre-serpiente, con otras culturas

extra amazónicas (Agustiniana, Muisca, Inca, Maya, Azteca...), semejanzas que se

dan no sólo en el nivel gráfico, sino también en el oral de los mitos. Tal el caso de

Quetzalcoatl, uno de cuyos símbolos (Sejourné) conserva el trazo básico (línea

almenada) presente también en toda la serie de petroglifos que desarrollan el

tema de la Canoa-culebra, especialmente en la región de Guaimaraya. Igual

ocurre con la representación de la Serpiente Originaria a quien los descendientes

actuales de los Mayas identificaban con su ancestro: el Noh Chi Chan, el Señor

Serpiente (figura Nº 9). En sus mitos y rituales los pueblos centroamericanos

todavía guardan algunas tradiciones muy puntualmente semejantes a las

amazónicas, y tal parece que estas últimas tienen precedencia, permitiendo

asignar un puesto menos marginal y más fundamentador a la civilización gestada

en la selva tropical húmeda más grande de nuestro azul hogar planetario.

Una vez más, pero ya a escala del continente, se vuelven a encontrar las

evidencias que permiten hablar de un entronque fundamental de muchas culturas

amerindias garantizado por la similitud temática, formal y material de algunas de

sus respectivas tradiciones.

Esa América India que fue una va emergiendo del pasado: serpiente

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original que unifica en las raíces del mito las múltiples culturas que interactuaban

en un vasto escenario espacial y temporal. Después vendrían los tiempos del

desastre: roto su cuerpo en la Invasión y Conquista, deshechos los vínculos, sigue

el despojo, el reparto, la negación de las culturas y el no reconocimiento de la

estirpe humana de sus gentes. Ya no es la segmentación anulada en los ritos

reconstructores de la unidad primigenia: es el reparto de un botín... Pero en los

mitos, en los rituales y en los glifos quedaron grabadas las vivencias que nos

convocan a una comunión a partir de nuestras más hondas raíces: las que se

afianzan en el pasado y en el presente indígena.

BIBLIOGRAFÍA Girard, Rafael

1976 Historia de las Civilizaciones Antiguas de América, Ed. Istmo, Madrid;

tres vols.

REICHEL D. Gerardo

1978 Beyond the milky way. Hallucinatore imageny of the Tukano Indians,

Ed. University of California.

SEJOURNÉ, Laurette

1984 El Universo de Quetzalcoatl, Ed. Fondo de Cultura Económica,

México.

URBINA Rangel, Fernando

1986 Amazonia – Naturaleza y cultura, Ed. Banco de Occidente, Bogotá.

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ILUSTRACIONES Y PIES DE FOTO

La línea almenada (se denomina así por recordar las almenas de los castillos

feudales) se encuentra asociada en muchas culturas amerindias con la Serpiente

Ancestral de donde se cree proceda la humanidad primordial. En el caso de este

glifo se la muestra integrada a un rostro. El grabado fue localizado en Guaimaraya

durante trabajos de campo efectuados en el año 1978. La gran ventaja que ofrece

el arte rupestre de la región amazonense se debe a la clara persistencia de unas

tradiciones orales que conectan las culturas sobrevivientes con aquellas antiguas,

varias veces milenarias, que se desarrollaron en la selva húmeda tropical más

grande del planeta y a las cuales se atribuye la hechura de los glifos. Esto no

ocurre en la mayoría de la infinidad de obras de este tipo presentes a lo largo y

ancho del país, por cuanto la desaparición de los grupos indígenas, presentes

desde una muy remota antigüedad en esos territorios y posiblemente autoras de

esas obras, rompió la probable continuidad de la tradición oral asociada a esas

pinturas y grabados. La hipótesis básica imagina que en algún momento –en esa

prolongada y no discontinua historia cultural amazónica– hubo coincidencia entre

Figura Nº 2 (Fotografía)

FIGURA Nº 2

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algunos grafos y algunos mitos. Esos relatos explicitarían el sentido de los trazos.

FIGURA Nº 3 Este espléndido petroglifo es uno de los de mayor tamaño (95 cms) hallados hasta

ahora en la región de Guaimaraya, expresamente en los pedregales que hacen

frente al quebradón de Amefa. El diseño corresponde a una serpiente con cabeza

humana coronada de plumas. En su realización se incluyen una serie de

apéndices laterales que entran en el trazo principal serpentiforme. No se puede

menos que pensar en la tradición mítica que habla de una gran serpiente formada

mediante a unión de los cordones umbilicales abandonados por los hombres

prístinos en la laguna primordial. Ver su paralelo centroamericano en la Figura Nº

9.

Figura No.3 (Fotografía)

Figura Nº 9

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FIGURA Nº 4

Petroglifo que muestra una línea almenada con rostros. Observando con detalle se

percibe cómo la continuidad de la línea almenada se rompe en el extremo

izquierdo dando lugar a una cara independiente. En la tradición mítica la Canoa-

culebra (Serpiente Ancestral), que remonta (y hasta genera) los ríos desde oriente,

se empieza a segmentar (o a depositar a los ancestros de los clanes) en

determinados puntos de su recorrido. Este glifo puede ilustrar el inicio de la

segmentación. Los mitos que hablan de la partición de la Anaconda Ancestral son

de gran antigüedad. Prueba de ello es su amplísima dispersión geográfica unida,

desde luego, a una notoria proliferación de versiones del tema básico.

Figura Nº 4 (Fotografía)

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FIGURA Nº 5 Los grabados 1, 4, 5, 8 se encuentran ubicados junto con muchos otros (casi un

centenar) en una gigantesca loza de unos 50 x 70 mts. del lecho seco del río, en lo

que he denominado Guaimaraya V. Los traídos a cuento aquí se encuentran muy

próximos. En el Nº 5 puede verse como ya concluido el proceso de segmentación

iniciado en el Nº 4. La continuidad de la línea almenada se ha roto y los rostros ya

no están contrapuestos.

Figura Nº 5 (Fotografía)

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FIGURA Nº 6

En algún punto de la región de Guaimaraya o de sus inmediatas vecindades

(entre el Cañón de Angosturas y Cuemaní) localicé este petroglifo (perdí el dato

exacto de su ubicación). En él se muestran cuatro rostros enfrentados. En uno de

ellos la línea almenada se trifurca en sus dos extremos. Su conexión estilística con

los trazos básicos de las figuras 4, 6, 7 y 8 es evidente. La tradición mítica insiste,

en muchas de las variantes, en hablar de cuatro ancestros en los que queda

simbolizada y constituída la humanidad primordial. Cada uno conforma a su vez

una orientación cósmica. Entre los Uitotos y Muinanes los cuatro postes

principales de las malocas son tenidos por serpientes, íconos de los cuatro

ancestros, y también representantes de los cuatro puntos cardinales, por cuanto la

maloca es un microcosmos. La cruz a que da origen esta simbolización, tiene esas

mismas connotaciones, ajenas totalmente a las elaboradas en la iconografía

cristiana.

Figura Nº 6 (Fotografía)

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FIGURA Nº 7

Son muy numerosos los grabados que reúnen los dos rasgos básicos

identificadores del hombre y la serpiente: la línea almenada y tres cavidades

interiores que fungen de ojos y boca (no nariz). Con frecuencia la línea almenada,

estilización de la Anaconda Ancestral, torna agudos sus ángulos rectos, o bifurca

sus extremos compendiando así la bicefalia de la sierpe, variante de este

polisémico símbolo tanto en la tradición gráfica como en la oral. En la región de

Guaymaraya y en sus inmediatas vecindades se encuentran muchas

representaciones de estos segmentos –aislados y autónomos– de la Serpiente

Primordial; contrastan con los conjuntos de rostros-serpiente que significarían la

partición recién hecha, cuando aún los cuatro ancestros (pueden ser símbolos de

grupos) no se habían apartado unos de otros, desperdigándose al poblar la tierra.

Figura Nº 7 (Fotografía)

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FIGURA Nº 8

Éste fue uno de los primeros petroglifos que encontré en Guaimaraya en febrero

de 1978. Muestra una cabeza con adornos plumarios. Los ángulos rectos de la

línea almeada se han redondeado y sus extremos se han curvado. Estos

enroscamientos podrían tomarse como una representación del cabello si no fuera

porque los amerindios son marcadamente lacios. El apéndice nasal está

plenamente definido, y hacia abajo un trazo adicional termina por rebordear el

rostro (quijada) uniendo las espirales. De ser válido este análisis de los rasgos

(plumas, rostro humano-sierpe) podríamos estar en presencia de una obra que

alude al hombre-pájaro-serpiente, o, en otras palabras, al chamán quien por lo

general –y especialmente en las culturas amazónicas– es el agente que puede

intermediar reuniendo en un haz el abajo (inframundo, donde está la fábrica de lo

real) y el arriba (supramundo). Los viajes de este pontifex, como culebra y como

ave, le permiten la visión y la acción totalizante. Algo muy similar al Quetzalcoatl

centroamericano.

Figura Nº 8 (Fotografía)

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FIGURA Nº 9

Esta representación figura en uno de los pocos códices mayas que se salvaron de

la quema decretada por la Iglesia. Se trata del llamado Códice de Dresden, porque

fue en esta ciudad alemana donde fue a parar en su azaroso escape de las llamas

del fanatismo religioso. En su extensa obra (: I, 379) Girard nos cuenta que se

trata de Noh Chi Chan –El Señor Serpiente– reconocido como personaje epónimo

de los actuales descendientes de los antiguos mayas. Se autodenominan como

Chan: La Nación Serpiente. Se trata, por supuesto de la gran culebra acuática de

los bosques húmedos tropicales de Centro y Sur América. Lo que encuentro

particularmente curioso en la comparación de esta imagen con la correspondiente

a la lámina Nº 2 es que –además de la analogía estructural de los trazos– figuran

los apéndices vermiformes que se van adosando a la línea central (cuerpo de la

serpiente con cabeza humana y tocado).

Figura Nº 9 dD(DFotografía)

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LA SIERPE DEL ORIGEN

Desde el Oriente vine y en mi larga aventura fui la Canoa∙culebra.

Penetrando hacia el corazón de la ancha tierra

inventé los ríos, le di forma a las rutas, nombres a los límites

y fui el comienzo de incontables pueblos entre la muchedumbre de los árboles.

¡Ven a ser Uno entre mi danza!

Danza∙de∙la∙sierpe, fluida como el agua del origen.

Fernando Urbina Rangel Bogotá, octubre de 1986

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LA SERPIENTE ANCESTRAL

Anaconda·espiral con que se piensa el final y el origen.

Güío·árbol·de·los·alimentos, sus hojas y semillas

procrearon las copiosas estirpes de la selva.

Culebra·río, cauce del tiempo

por donde fluyen todas las nostalgias. Sierpe·canoa,

entre su oscuro vientre –desde el lugar en que la luz se nombra–

navegaron los hombres primordiales. Víbora·palo·vibrador,

el que fecunda el humus de la hembra y de los huertos.

Serpiente·maloca para acunar la tribu

y encender la Palabra, la que hombres y mujeres

harán amanecer en sus Obrajes. Boa·arco iris

y Boa·de·las·estrellas donde divaga el alma de los muertos.

Anaconda·tambor, su retumbar nos llama

a cantar y a bailar para ser Uno.

Fernando Urbina Rangel Bogotá, mayo 30 de 2000

***