jesus el libro de la confianza

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    El libro de la Confianza

    P. Thomas de Saint Laurent

    Pgina web: http://www.accionfamilia.org

    http://www.accionfamilia.org/http://www.accionfamilia.org/
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    Captulo I

    Confianza!

    Nuestro Seor J esucr isto nos convida a la confianza

    Voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resonis en el silencio de

    los corazones, Vos murmuris en el fondo de nuestras conciencias palabras dedulzura y de paz. A nuestras miserias presentes repets el consejo que el Maes-tro daba frecuentemente durante su vida mortal: Confianza, confianza!

    Al alma culpable, oprimida bajo el peso de sus faltas, Jess deca: Con-fa, hijo; tus pecados te son perdonados. (Mat. 9,2) Confianza, deca tam-bin a la enferma abandonada que slo de El esperaba la curacin, tu fe te hasanado(Mat. 9,22). Cuando los Apstoles temblaban de pavor vindole ca-

    minar, por la noche, sobre el lago de Genasaret, El los tranquilizaba con estaexpresin tranquilizadora: Tened confianza, soy Yo, no temis(Mc. 6,50).Y en la noche de la Cena, conociendo los frutos infinitos de su sacrificio, Ellanzaba, al partir hacia la muerte, el grito de triunfo: Confiad! Confiad! Yohe vencido al mundo! (Jn. 26,33).

    Esta palabra divina, al salir de sus labios adorables, vibrante de ternura yde piedad, obraba en las almas una transformacin maravillosa. Un roco so-

    brenatural les fecundaba la aridez, rayos de esperanza les disipaban las tinie-blas, una tranquila serenidad ahuyentaba de ellas la angustia. Pues las palabrasdel Seor son espritu y vida (Jn. 6,64). Bienaventurados ms bien los queescuchan la palabra de Dios y la ponen en prctica (Lc. 2,28).

    Como antao a sus discpulos, ahora es a nosotros, a quien NuestroSeor convida a la confianza. Por qu rehusaramos atender su voz?

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    Muchas almas tienen miedo de Dios

    Pocos cristianos, incluso entre los fervorosos poseen esta confianza queexcluye toda ansiedad y toda duda. Son muchas las causas de esta deficiencia.

    El Evangelio narra que la pesca milagrosa aterr a San Pedro. Con su impe-tuosidad habitual, l midi de un solo golpe la distancia infinita que separabala grandeza del Maestro de su propia pequeez. Tembl de terror sagrado, yprosternndose, rostro en tierra, exclam: Seor, aprtate de m, que soyhombre pecador (Lc. 5,8).

    Ciertas almas tienen, como el Apstol, ese terror. Ellas sienten tan viva-mente la propia indigencia y las propias miserias, que apenas osan aproximar-se a la Divina Santidad. Les parece que un Dios tan puro debera sentir repul-sa al inclinarse hacia ellas. Triste impresin, que le da a la vida interior una

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    actitud contrahecha, y, aveces, la paraliza com-pletamente.

    Cmo se engaanestas almas!

    Jess se acerc en-seguida al Apstol so-brecogido de espanto:No temas (Lc. 5,10),le dijo, y le hizo levan-tarse

    Tambin vosotros,cristianos, que recibis-teis tantas pruebas de suamor, nada temis!Nuestro Seor recela,ante todo, que tengismiedo de El. Vuestras

    imperfecciones, vuestrasflaquezas, vuestras fal-tas, aun graves, vuestrasreincidencias frecuentes,nada le desanimar entanto que deseis since-ramente convertiros.

    Cuanto ms miserablessois, ms compasin Eltiene de vuestra miseria,ms desea cumplir, jun-to a vosotros, su misinde Salvador.

    En el convento de Paray-le-Moniarepeta a Santa Margarita Mara: Si pudes creer, vers el poder de mi Corazn ela magnificencia de mi amor.

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    No vino a la tierra sobre todo por los pecadores? (Mc. 2,17)

    A otr as almas les falta la fe

    A otras almas les falta la fe. Ellas tienen seguramente esa fe corriente, sinla cual traicionaran la gracia del bautismo. Creen que Nuestro Seor es todo-poderoso, bueno y fiel a sus promesas; pero no saben aplicar esta creencia asus necesidades particulares. No estn dominadas por la conviccin irresisti-ble de que Dios, atento a sus pruebas, se vuelve hacia ellas, a fin de socorrer-las.

    Sin embargo, Jesucristo nos pide esta fe especial y concreta. El la exigaotrora como condicin indispensable para sus milagros; y la espera tambinde nosotros, antes de concedernos sus beneficios.

    Si puedes creer, todo es posible al que cree (Mc. 9,23), deca al padredel nio poseso. Y en el convento de Paray-le-Monial, empleando casi losmismos trminos, repeta a Santa Margarita Mara: Si puedes creer, vers elpoder de mi Corazn en la magnificencia de mi amor.

    Podis creer? Podris llegar a esa certeza tan fuerte que nada la altera,

    tan clara que equivale a la evidencia?Esto es todo. Cuando lleguis a ese grado de confianza, veris maravi-

    llas realizarse en vosotros.

    Pedid al Maestro Divino que aumente vuestra Fe. Repetidle con frecuenciala oracin del Evangelio: Creo, Seor, ayudad a mi incredulidad (Mc. 9,23).

    Esta desconfianza en Dios nos es muy per judicial

    La desconfianza, sean cuales fueren sus causas, nos trae perjuicios,privndonos de grandes bienes.

    Cuando San Pedro, saltando de la barca, se lanz al encuentro del Salva-dor, camin al principio con firmeza sobre las olas. El viento soplaba conviolencia. La olas ya se levantaban en torbellinos furiosos, ya socavaban en el

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    mar abismos profundos. La vorgine se abra delante del Apstol. Pedro tem-bl Dud un segundo, y luego comenz a hundirse Hombre de poca fe,le dijo Jess, por qu has dudado? (Mt. 14,31).

    He ah nuestra historia. En los momentos de fervor nos quedamos tran-quilos y recogidos al pie del Maestro. Cuando viene la tempestad, el peligroabsorbe nuestra atencin. Desviamos entonces las miradas de Nuestro Seorpara fijarlas ansiosamente sobre nuestros sufrimientos y peligros. Dudamosy luego caemos! Nos asalta la tentacin. El deber se nos hace fastidioso, suausteridad nos repugna, su peso nos oprime. Imaginaciones perturbadorasnos persiguen. La tormenta ruge en la inteligencia, en la sensibilidad, en lacarne

    Y no hacemos pie; caemos en el pecado, caemos en el desnimo, mspernicioso an que la propia culpa. Almas sin confianza, por qu dudamos?

    La prueba nos asalta de mil maneras; ya los negocios temporales peli-gran, el futuro material nos inquieta; ya la maldad nos ataca la reputacin, lamuerte rompe los lazos de las amistades ms legtimas y cariosas. Entonces,nos olvidamos del cuidado maternal que la Providencia tiene con nosotrosMurmuramos, nos enfadamos, y de este modo aumentamos las dificultades y

    el efecto doloroso de nuestro infortunio.Almas sin confianza, por qu dudamos?

    Si nos hubiramos apegado al Divino Maestro con confianza tanto ma-yor, cuanto ms desesperada pareciese la situacin, ningn mal nos sobreven-dra de ella Habramos caminado tranquilamente sobre las olas; habramosllegado sin tropiezos al golfo tranquilo y seguro, y, en breve habramos halla-do la regin hospitalaria que la luz del cielo ilumina.

    Los santos lucharon con la misma dificultad

    Muchos de ellos cometieron las mismas faltas. Pero stos, al menos, nodudaron Se levantaron sin tardanza, ms humildes despus de la cada, nocontando desde entonces sino con los socorros de lo Alto Conservaron enel corazn la certeza absoluta de que, apoyados en Dios, todo podran. No

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    fueron defraudados en esa confianza! (Rom. 5,5)

    Transformaos en almas confiantes. Nuestro Seor os invita a ello; y vues-tro inters as lo exige. Os haris, al mismo tiempo, almas iluminadas, almasen paz.

    Objetivo y divisin de este trabajo

    Este trabajo no tiene otro objetivo sino el de iniciaros en el conocimientoy prctica de esta virtud. Aqu se expondr de ella, muy sencillamente, lanaturaleza, el objeto, los fundamentos y los efectos.

    Lector piadoso, si alguna vez este modesto librito te cayera en las ma-

    nos, no lo apartes con desdn. El no pretende ni encantos literarios, ni origi-nalidad. Solamente contiene verdades consoladoras, que recog en los librosinspirados y en los escritos de santos. He ah su nico mrito.

    Intenta leerlo despacio, con atencin, con espritu de oracin. Casi dira:medtalo! Djate penetrar dulcemente por su doctrina. La savia del Evange-lio palpita en estas pginas. Habr para las almas mejor alimento que laspalabras del Seor?

    Que al terminar esta lectura, te puedas confiar totalmente al Maestroadorable, que todo nos dio: los tesoros de su Corazn, el amor, la vida yhasta la ltima gota de su sangre!

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    San Jos, Patrono de la Confianza, rogad por nosotros.

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    Captulo II

    Natur aleza y cualidades de la Confianza

    La confianza es una firme esperanza

    Con la concisin que trae el cuo de su genio define Santo Toms laconfianza: Una esperanza fortalecida por slida conviccin. (Suma: IIa,

    IIIae., q.129 art.6,ad3) Palabra profunda que no haremos sino comentar eneste captulo.

    Ponderemos atentamente los trminos que emplea el Doctor Anglico:La confianza -dice l- es una esperanza. No una esperanza ordinaria, co-mn a todos los fieles; un calificativo preciso la distingue: es una esperanzafortalecida. No obstante, ntese bien: no hay diferencia de naturaleza, sinosolamente de grado de intensidad.

    Los albores inciertos de la aurora, as como el esplendor del sol en elcenit, forman parte del mismo da. As, la confianza y la esperanza pertenecena la misma virtud: una no es ms que el desarrollo completo de la otra.

    La esperanza comn se pierde por la desesperacin; sin embargo, puedatolerar cierta inquietud Con todo, cuando alcanza esa perfeccin que hacecambiar su nombre por el de confianza, entonces se le hace ms delicada lasusceptibilidad. Y no soporta la vacilacin por breve que se imagine. La me-nor duda la rebajara y la hara volver al nivel de la simple esperanza.

    El Profeta Real escoga exactamente las expresiones, cuando llamaba ala confianza una superesperanza (Sal 118,147). Aqu se trata realmente deuna virtud llevada al mximo de intensidad.

    Y el Padre Saint-Jure, autor espiritual de los ms estimados del sigloXVII, vea justamente en ella una esperanza extraordinaria y heroica (1).

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    Ella es fortalecida por la Fe

    Llevemos ms lejos este estudio.

    Qu fuerza soberana vigoriza la esperanza hasta el punto de hacerla

    constante a los asaltos de la adversidad? La fe!El alma que confa guarda en la memoria las promesas del Padre celes-

    tial; las medita profundamente. Sabe que Dios no puede faltar a la palabra, yde ah su imperturbable certeza. Si el peligro la amenaza, la envuelve, incluso,la domina, ella conserva siempre la serenidad. A pesar de la inminencia delriesgo, repite la palabra del Salmista: El Seor es mi luz y mi salvacin aquin temer? El Seor protege mi vida quin me har temblar (Sal. 26,1).

    Existen entre la fe y la confianza relaciones estrechas, lazos ntimos deparentesco. Empleando la expresin de un telogo moderno, se debe encon-trar en la fe la causa y la raz(2) de la confianza. Ahora bien, cuanto mspenetra la raz en la tierra, ms savia nutritiva saca de ella; ms vigorosocrecer el tronco; ms opulenta ser la floracin. As, nuestra confianza sedesarrolla en la medida en que profundiza en nosotros la fe.

    Los Libros Sagrados reconocen la relacin que une esas dos virtudes.No son designadas por el mismo vocablo fides, una y otra, bajo la plumade los escritores sagrados?

    La confianza es inquebrantable

    Las consideraciones precedentes habrn parecido, tal vez, demasiadoabstractas. Sin embargo, era necesario que nos apoysemos en ellas. De ellas

    deduciremos las cualidades de la verdadera confianza.La confianza, escribe el Padre Saint-Jure, es Firme, estable y constante

    en grado tan eminente, que nada en el mundo puede, no digo ya derrumbarla,sino perturbarla siquiera (3).

    Imaginad los extremos ms angustiosos en el orden temporal, las dificul-tades insuperables en apariencia, en el orden espiritual; nada de eso alterar la

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    paz del alma confiante Catstrofes imprevistas podrn amontonar alrededorde ella las ruinas de su felicidad; esa alma, ms duea de s que el sabio antiguo,continuar calma: Impavidum ferient reuinae (Horacio, Oda 3 del libro III).

    Se volver sencillamente hacia Nuestro Seor en El se apoyar con cer-teza tanto mayor cuanto ms privada se sienta del auxilio humano. Rezarcon ardor ms vibrante, y, en las tinieblas de la probacin continuar su cami-no, esperando en silencio la hora de Dios.

    Una confianza as es poco frecuente, sin duda; pero si no alcanza esemnimo de perfeccin, entonces, no merece el nombre de confianza.

    Adems, se encuentran ejemplos sublimes de esa virtud en las Escrituras

    y en la vida de los santos. Herido en la fortuna, en la familia y en la mismacarne, Job, reducido a la ltima indigencia, yaca sobre un muladar. Los ami-gos, su mujer, le aumentaban el dolor por la crueldad de sus palabras. Entre-tanto, l no se dejaba abatir; ninguna murmuracin se mezclaba a sus gemi-dos. Le sostenan los pensamientos de la fe. Aunque el mismo Seor mequitase la vida -deca- esperara en El (Job 13,15).

    Confianza admirable que Dios recompens magnficamente. La prueba

    ces; Job recuper la salud, gan de nuevo fortuna considerable, y tuvo unaexistencia ms prspera que antes.

    En uno de sus viajes, San Martn cay en las manos de salteadores. Losbandidos le despojaron; iban a matarlo cruelmente, cuando, de repente, toca-dos por la gracia del arrepentimiento o llevados por un pavor misterioso, lesoltaron contra toda esperanza. Se le pregunt ms tarde al ilustre obispo si,en ese riesgo inminente, no haba sentido algn miedo. Ninguno -respondi-yo saba que la intervencin divina era tanto ms segura cuanto ms improba-ble eran los socorros humanos.

    La mayora de los cristianos no imitan, desgraciadamente, estos ejem-plos. Nunca se aproximan tan poco a Dios como en el tiempo de la prueba.Muchos no dan este grito de socorro que Dios espera para venir en su auxilio.Funesta negligencia! La Providencia -deca fray Luis de Granada- quiere

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    dar solucin, ella misma, a las dificultades extraordinarias de la vida, mientrasque deja a las causas segundas el cuidado de resolver las dificultades ordina-rias (4). Pero es necesario pedir auxilio divino. Esta ayuda Dios nos la da congusto. Lejos de ser incmoda al alma de quien saca la leche, la criatura, por

    el contrario, le trae alivio (Idem 4).Otros cristianos en las horas difciles, rezan con fervor, pero sin constan-

    cia. Si no son atendidos rpidamente, entonces, pasan de una esperanza exal-tada a un abatimiento disparatado. No conocen los caminos de la gracia. Diosnos trata como nios: Se hace el sordo, a veces, por el placer que siente deornos invocarle Por qu desanimarse tan deprisa, cuando convendra, porel contrario, rogar con mayor insistencia?

    Esta es la doctrina enseada por San Francisco de Sales: La Providen-cia slo aplaza su socorro para provocar nuestra confianza. Si nuestro PadreCelestial no concede siempre lo que pedimos, es para retenernos a sus pies ydarnos ocasin de insistir con amorosa violencia junto a El, como claramentemostr a los dos discpulos de Emas, con los cuales slo se detuvo al finaldel da y, aun as, forzado por ellos (Pequeos bolandistas, t. XIV, p. 452).

    No cuenta sino con DiosFirmeza inquebrantable es, pues, la primera caracterstica de la confianza.

    La segunda cualidad de esta virtud es an ms perfecta. Lleva al hom-bre a no contar con el auxilio de las criaturas; ya se trate de auxilio sacado des mismo, de su espritu, de su ciencia. De su criterio, de sus aptitudes, de lasmismas riquezas, crditos, amigos, parientes o cualquiera otra cosa suya, yase trate de socorros que acaso pueda esperar de otros: Reyes, Prncipes y decualquier criatura en general; porque siente y conoce la flaqueza y vanidad detodo amparo humano. Los considera lo que son realmente, y como SantaTeresa tena razn de llamarlos ramas secas de ginebra que se rompen al sercargadas (Idem nota 1y2).

    Pero esta teora, dirn, no proceder de un falso misticismo? Noconducir la fatalismo o, por lo menos, a una peligrosa pasividad? A qu

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    viene multiplicar esfuerzos en el intento de vencer dificultades, si todos losapoyos tienen que romperse en nuestras manos? Crucmonos de brazos, es-perando la divina intervencin!

    No, Dios no quiere que nos adormezcamos en la inercia; El exige que leimitemos. Su perfecta actividad no tiene lmite: El es el acto puro.

    Debemos, pues, actuar; pero slo de El debemos esperar la eficacia denuestra accin: Aydate, que el cielo te ayudar

    He aqu la economa en el plano providencial.

    Preparmonos para la lucha! Trabajemos con ahnco, pero con espritu ycorazn vueltos hacia lo alto. Vano es que os levantis antes del da (Sal.

    136,2), dice la Escritura, si el Seor no os ayuda, nada conseguiris.En efecto, nuestra impotencia es radical: Sin M, nada podis (Jn. 15,5),

    dice el Salvador.

    En el orden sobrenatural, esta impotencia es absoluta. Atended bien a laenseanza de los telogos.

    Sin la gracia, el hombre no puede observar por mucho tiempo y en su

    totalidad, los Mandamientos de Dios. Sin la gracia, no puede resistir a todaslas tentaciones, a veces tan violentas, que lo asaltan.

    Sin la gracia, no podemos tener un buen pensamiento, hacer incluso lams corta oracin; sin ella, ni siquiera podemos invocar con piedad el nombrede Jess.

    Todo lo que hacemos en el orden sobrenatural nos viene nicamente deDios (2. Cor. 3,5). En el orden natural incluso, es tambin Dios quien nos da

    la victoria.San Pedro haba trabajado la noche entera; era resistente en la faena;

    conoca a fondo los secretos de su oficio tan duro. No obstante, en vano habarecorrido las olas mansas del lago. No haba pescado nada! Sin embargo,recibe al Maestro en la barca; lanza la red en nombre del Salvador; consigueenseguida una pesca milagrosa y las mallas de la red se rompen, tal es el

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    nmero de peces

    Siguiendo el ejemplo del Apstol, lancemos la red, con paciencia incan-sable, pero slo de Nuestro esperemos la pesca milagrosa.

    En todo lo que hiciereis -deca San Ignacio de Loyola- he aqu la reglade las reglas a seguir; confiad en Dios, actuando, no obstante, como si el xitode cada accin dependiese de vos y nada de Dios; pero, empleando as vues-tros esfuerzos para ese buen resultado, no contis con ellos, y proceded comosi todo fuese hecho slo por Dios y nada por vos (5).

    Se regocija incluso con la pr ivacin de socorros humanos

    No desanimarse cuando se disipa el espejismo de las esperanzas huma-nas No contar sino con el auxilio del Cielo, no ser ya altsima virtud?

    El ala vigorosa de la verdadera confianza se lanza, sin embargo, haciaregiones ms sublimes an. A ellas se llega por una especie de requisitos deherosmo; alcanza, entonces, el grado ms alto de perfeccin.

    Ese grado consiste en que el alma se regocije cuando se ve abandonadade todo apoyo humano, abandonada de parientes, de amigos, de todas las

    criaturas que no quieren o no pueden socorrerla; que no pueden darle consejoni servirle con su talento o su crdito; cuando le faltan todos los medios de serauxiliada(Saint Jure T. 3, p. 4). Qu sabidura profunda demuestra seme-jante alegra en circunstancias tan crueles!

    Para poder entonar el cntico del Aleluya bajo golpes que, naturalmente,deberan romper nuestra energa, es preciso conocer a fondo el Corazn deNuestro seor; es preciso creer ciegamente en su piedad misericordiosa y en

    su bondad omnipotente; es preciso tener la absoluta seguridad de que El esco-ge, para su intervencin; la hora de las situaciones desesperadas

    Despus de convertido, San Francisco de Ass despreci los sueos de gloriaque antes lo haban deslumbrado. Hua de las reuniones mundanas, se retiraba albosque para, all, entregarse a la oracin; daba limosnas generosamente

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    Este cambio desagrad a su padre, que arrastr a su hijo a la autoridaddiocesana, acusndolo de disiparle los bienes. Entonces, en presencia del obispomaravillado, Francisco renuncia a la herencia paterna; deja incluso las ropasque le venan de la familia; se despoja de todo! y, vibrando de una felicidad

    sobrehumana, exclama: Oh, Dios mo! Ahora s, podr llamaros con msverdad que nunca: Padre nuestro que ests en los Cielos!

    He aqu como actan los santos.

    Almas heridas por el infortunio, no murmuris en el abandono a que oshallis reducida. Dios no os pide una alegra sensible, imposible a nuestraflaqueza. Solamente, reanimad vuestra fe, tened valor, y, segn la expresinusada por San Francisco de Sales, en la fina punta del alma, esforzos por

    tener alegra.

    La Providencia acaba de daros la seal cierta, por lo cual se conoce suhora: Ella os priv de todo apoyo. Es el momento de resistir a la inquietud dela naturaleza. Llegsteis al punto del oficio interior en que se debe cantar alMagnficat y quemar el incienso. Alegraos siempre en el Seor! De nuevoos digo, alegraos! El Seor est prximo! (Fip. IV, 4y5).

    Seguid este consejo y acabaris bien. Si el Maestro Divino no se dejasetocar con tan grande confianza, no sera Aquel que los Evangelios nos mues-tran tan compasivo, Aquel a quin la visin de nuestros sufrimientos hacaenternecer su dolorosa emocin.

    Nuestro Seor deca a un alma privilegiada: Si soy bueno para todos,soy muy bueno para los que confan en m. Sabes cules con las almas quems aprovechan mi bondad? Son las almas que ms esperan. Las almasconfiantes roban mis gracias (6). Fin del Captulo II-

    Notas:

    1- Saint Jure: De la conaissance et de lamour de J. C., T. III p. 3

    2 Pesch, Praelectiones dogmaticae, T. VII, P.51, nota 2

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    Mira d los lirios del campo cmo crecen: no se fa tigan ni hilan. Pues Yo

    os digo que ni Sa lomn en toda su g loria se visti como uno de ellos. Pues si la

    hierba del campo, que hoy es y maa na es ar rojada a l fuego, Dios as la viste,

    no ha r mucho ms con vosotros, hombres de poca fe!

    As que no os preocupis diciendo: qu comeremos? Qu beberemos?

    O qu vestiremos? Los gentiles se a fanan por todo esto; pero bien sa be vuestro

    P adre celestial que de todo eso tenis necesidad.

    Busca d primero al reino de Dios y su justicia y todas la s cosas se os

    dar n por aa didura (Mat.: 6, 25-26 y 28-33).

    No basta leer por encima este sermn de Nuestro Seor. Es necesar io

    que fijemos en l despacio nuestra a tencin, pa ra buscar su significado profundoy compenetra rnos del bien de su doctrina .

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    Captulo III

    La confianza en Dios y nuestr as necesidadestemporales

    Dios provee nuestr as necesidades temporales

    La confianza, ya lo hemos dicho, es una esperanza heroica; no difiere dela esperanza comn a todos los fieles sino por el grado de su perfeccin.

    Ella es, pues, ejercida sobre los mismos objetos que aquella virtud, peropor medio de actos ms intensos y vibrantes.

    Con la esperanza ordinaria, la confianza espera del Padre celestial todoslos socorros que son necesarios para vivir santamente aqu en la tierra y me-

    recer la bienaventuranza del Paraso.Ella espera, primeramente, los bienes temporales, en la medida en que

    stos nos pueden conducir al fin ltimo.

    Nada ms lgico: no podemos ir a la conquista del Cielo a la manera delos puros espritus; somos compuestos de cuerpo y alma. Este cuerpo que elCreador form con sus manos adorables, es el compaero de nuestra suerteeterna, despus de la resurreccin general. No podemos prescindir de su asis-

    tencia en la lucha por la conquista de la vida bienaventurada.Ahora bien, para sostenerse, para cumplir plenamente sus tareas, el cuerpo

    tiene muchas exigencias. Esas exigencias, es necesario que la Providencia lassatisfaga; y Ella lo hace magnficamente.

    Dios se encarga de proveer nuestras necesidades y cuida de ellas ge

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    nerosamente. Nos sigue con su mirada vigilante y no nos deja en la indigencia.En medio de las dificultades materiales, aunque sean angustiantes, no debe-mos perturbarnos. Con plena seguridad, esperemos de las manos divinas loque es necesario para el sostenimiento de nuestra vida.

    Yo os digo declara el Salvador- no os acongojis por el cuidado dehallar qu comer para sustentar vuestra vida, o de donde sacaris vestidospara cubrir vuestro cuerpo. Qu no vale ms la vida o el alma que el alimen-to, y el cuerpo que el vestido?

    Mirad cmo las aves del cielo, no siembran, si siegan, ni encierran en grane-ros, y vuestro Padre celestial las alimenta. No valis vosotros ms que ellas?

    Quin de vosotros con sus preocupaciones puede aadir a su estaturaun solo codo?

    Y, del vestido, por qu preocuparnos? Mirad los lirios del campo cmocrecen: no se fatigan ni hilan. Pues Yo os digo que ni Salomn en toda sugloria se visti como uno de ellos. Pues si la hierba del campo, que hoy es ymaana es arrojada al fuego, Dios as la viste, no har mucho ms con voso-tros, hombres de poca fe!

    As que no os preocupis diciendo: qu comeremos? qu beberemos?O qu vestiremos? Los gentiles se afanan por todo esto; pero bien sabe vues-tro Padre celestial que de todo eso tenis necesidad.

    Buscad primero al reino de Dios y su justicia y todas las cosas se osdarn por aadidura (Mat.: 6, 25-26 y 28-33).

    No basta pasar los ojos por encima de este sermn de Nuestro Seor. Esnecesario que fijemos en l despacio nuestra atencin, para buscar su signifi-cacin profunda y compenetrarnos del bien de su doctrina.

    El lo hace segn la situacin de cada uno

    Debemos tomar esas palabras al pie de la letra y comprenderlas en susentido ms estricto? Nos dar Dios lo estrictamente necesario: el trozo de

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    pan seco, el vaso de agua, el pedazo de tela que nuestra miseria necesitaurgentemente? No, el Padre celestial no trata a los hijos con avarienta parsi-monia. Pensar as, sera blasfemar contra la divina bondad; sera, por as decir-lo, desconocer sus hbitos. En el ejercicio de su providencia, como en su obra

    creadora, Dios usa, en efecto, de gran prodigalidad.Cuando lanza los mundos a travs de los espacios, saca de la nada milla-

    res de astros. En la Va Lctea, esa inmensa regin de las noches luminosas,cada grano de arena no es un mundo?

    Cuando alimenta a los pjaros, los convida a la opulenta mesa de la natu-raleza. Les ofrece el trigo que llena las espigas, los granos de todas las espe-cies que maduran en las plantas, los frutos que el otoo dora en los bosques,

    las semillas que el labrador echa en los surcos del arado. Qu lista variadahasta el infinito para la alimentacin de esos humildes animales!

    Cuando crea las plantas, con qu gracia adorna sus flores! Les labra lacorola como si fuesen joyas preciosas; echa en sus clices deliciosos perfu-mes, les teje los ptalos de una seda tan brillante y delicada, que los artificiosde la industria nunca les igualarn en belleza.

    Y, sin embargo, tratndose del hombre, su obra maestra, el hermano adop-tivo de su Verbo encarnado, no habr Dios de mostrarse de una generosidadan mayor?

    Consideremos, pues, como verdad indiscutible que la Providencia pro-vee abundantemente las necesidades temporales del hombre.

    Sin duda, habr siempre en la tierra ricos y pobres. Mientras unos vivenen la abundancia, otros deben trabajar y observar una sabia economa. El Pa-

    dre celestial, sin embargo, suministra a todos medios para vivir con ciertobienestar, segn la condicin en que los coloc.

    Volvamos a la comparacin que emplea Jess. Dios visti a lirio espln-didamente, pero esta vestidura blanca y perfumada era reclamada por la natu-raleza del lirio. Ms modestamente fue tratada la violeta; Dios le dio, sin em-bargo, lo que convena a su naturaleza particular. Y esas dos flores se abrendulcemente al sol, sin que nada les falte.

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    As hace Dios con los hombres. Coloc a unos en las clases ms altas dela sociedad, puso a otros en condiciones menos brillantes, sin embargo, aunos y a otros da lo necesario para mantener dignamente su posicin.

    Se podra hacer aqu una objecin, a respecto de la inestabilidad de lascondiciones sociales. En la crisis presente, no ser ms fcil decaer que ele-varse, o incluso mantenerse en el mismo nivel social?

    Sin duda. Pero la Providencia proporciona exactamente el auxilio a lasnecesidades de cada uno: para los grandes males manda los grandes remedios.Lo que las catstrofes econmicas nos quitan podemos readquirirlo con nues-tra industria o trabajo. En los casos menos frecuentes en que la propia activi-dad se ve del todo reducida a la imposibilidad, tenemos, entonces, el derecho

    de esperar de Dios una intervencin excepcional.

    Generalmente, por lo menos as pienso yo, Dios no hace decados. Elquiere, por el contrario, que nos desenvolvamos, que subamos, que crezca-mos con prudencia. Dios, a veces, permite una decadencia de nivel social, nola quiere sino por una voluntad posterior a la accin de nuestro libre albedro.Lo ms frecuente es que provenga tal decadencia de faltas nuestras, persona-les o hereditarias. Es generalmente consecuencia natural de la pereza, la pro-

    digalidad, de diversas pasiones.Aun as el hombre, incluso el decado, puede levantarse y, con el auxilio

    de la Providencia, reconquistar, por sus esfuerzos, la situacin perdida.

    No debemos inquietarnos con el futuro

    Dios provee nuestras necesidades.

    No os inquietis, dice el Seor.Debemos, para obedecer la direccin del Maestro, desatender comple-

    tamente los negocios temporales?

    No dudamos que la gracia pida, a veces, a ciertas almas, el sacrificio deuna pobreza estricta y de un total abandono a la Providencia. Es notable, sin

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    embargo, lo poco frecuentesque son esas vocaciones. Lasdems comunidades religiosaso individuos, poseen bienes; de-

    ben administrarlos prudente-mente

    El Espritu Santo alaba ala mujer fuerte que supo gober-nar bien su casa. El nos la mues-tra, en el Libro de los Prover-bios, despertando, muy tempra-

    no para distribuir a los criadosla tarea cotidiana y trabajandotambin con sus propias manos.Nada escapa a su vigilancia.Los suyos nada tienen que te-mer; encontrarn todos, graciasa su previsin, lo necesario, loagradable, e incluso, cierto lujomoderado. Sus hijos la procla-man bienaventurada, y su ma-rido le exalta las virtudes.(Prov. 31, 10-28)

    La Verdad no habra ala-bado tan clamorosamente a esamujer, si ella no hubiese cum-plido su deber.

    Toca, pues, no afligirse;aunque ocupndose razonable-mente de sus quehaceres, nodejarse dominar por la angus-tia de sombras perspectivas fu-

    En los muchos aos que San Pablo, el Ermita-

    o, vivi en el desierto, un cuervo le traa, cada da,

    medio pan. Ahora bien, sucedi que San Antonio vinoa visitar al ilustre solitario. Conversaron largamente

    los dos santos, olvidados en sus piadosas meditacio-

    nes de la necesidad del alimento. Pensaba en ellos,

    sin embargo, la Providencia; el cuervo vino, como de

    costumbre, pero trayendo esta vez un pan entero!

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    turas y contar, sin vacilaciones, con el socorro de la Providencia.

    Nada de ilusiones! Una confianza as pide gran fuerza de alma. He-mos de evitar un doble escollo: la falta y la demasa. Aquel que, por negligen-cia, se desinteresa de sus obligaciones y de sus negocios no puede, tentar aDios, esperar un auxilio excepcional. Aquel que da a las preocupaciones ma-teriales el primer lugar de sus reflexiones, aquel que cuenta ms consigo quecon Dios, se engaa an ms crasamente; as roba al altsimo el lugar que lecabe en nuestra vida.

    In medio stat virtus: entre esos extremos se encuentra el deber.

    Si nos ocupamos prudentemente de nuestros intereses, la afliccin por el

    futuro ser por desconocimiento y menosprecio del poder y de la bondad deDios.

    En los muchos aos que San Pablo, el Ermitao, vivi en el desierto, uncuervo le traa, cada da, medio pan. Ahora bien, sucedi que San Antoniovino a visitar al ilustre solitario. Conversaron largamente los dos santos, olvi-dados en sus piadosas meditaciones de la necesidad del alimento. Pensaba enellos, sin embargo, la Providencia; el cuervo vino, como de costumbre, pero

    trayendo esta vez un pan entero!El Padre celestial cre todo el Universo con una sola; podra acaso serle

    difcil socorrer a sus hijos en la hora de la necesidad?

    San Camilo de Lellis se haba endeudado para cuidar de los enfermospobres. Lo religiosos se alarmaban: Por qu dudar de la Providencia?, lestranquilizaba el santo. Ser difcil a Nuestro Seor darnos un poco de esosbienes con los que colm a los judos y a los turcos, enemigos unos y otros de

    nuestra fe? (Pequeos Bollandisttas, T. VIII, 18 de julio). La confianza deCamilo no fue defraudada; un mes despus, uno de sus protectores le legaba,al morir, una suma considerable.

    Afligirse con el futuro es desconfianza que ofende a Dios y provoca suclera.

    Cuando los hebreos, huyendo de Egipto, se vieron perdidos en las arenas

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    del desierto, se olvidaron de los milagros que Jehov haba hecho en su fa-vor Tuvieron miedo, murmuraron Podr Dios preparar mesa en el de-sierto? Podr tambin darnos pan y preparar en el desierto carne a su pue-blo?. Esas palabras irritaron al Seor. Lanz contra ellos el fuego del cielo.

    Su clera cay sobre Israel, porque no crean en Dios y no confiaban en susalvacin (Sal. 77, 19-22).

    Nada de aflicciones intiles: el Padre vela por nosotros.

    Procur ar siempre en pr imer lugar el Reino de Dios y su J usticia

    Buscad primero el reino de Dios y su justicia; y todas las cosas se osdarn por aadidura.

    As fue cmo el Salvador concluy el discurso sobre la Providencia.Conclusin consoladora, que encierra una promesa condicional; de nosotrosdepende el ser beneficiados por ella.

    El Seor se ocupa tanto ms de nuestros intereses, cuanto ms nosotrosnos preocupamos con los suyos.

    Conviene parar para meditar las palabras del Maestro.

    Se presenta entonces una cuestin: Dnde se encuentra ese reino deDios, que debemos buscar antes que todo lo dems?

    Dentro de vosotros (Luc. 17, 21), responde el Evangelio, RegnumDei intra vos est.

    Buscar el Reino de Dios es, pues, levantarle un trono en el alma; essometernos enteramente a su dominio soberano. Conservemos todas nuestras

    facultades bajo el cetro misericordioso del altsimo. Acurdese nuestra inteli-gencia de su constante presencia, confrmese nuestra voluntad adorable, vue-le nuestro corazn hacia El con frecuencia, en actos de caridad ardiente ysincera. Habremos practicado, entonces, esa justicia que, en el lenguaje dela Escritura, significa la perfeccin de la vida interior.

    Habremos seguido entonces, puntualmente, el consejo del Maestro: ha-bremos buscado el reino de Dios.

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    Y todas las cosas se os darn por aadidura.

    Hay aqu una especie de contrato bilateral: de nuestro lado trabajamospara la gloria del Padre Celestial; de su lado, el Padre se compromete a pro-veer nuestras necesidades.

    Echad, pues, todas vuestras preocupaciones en el Corazn Divino; cum-plid el contrato que El os propone; El cumplir la palabra dada; velar sobrevosotros y os sostendr (Sal. 54,23).

    Piensa en M dice el Salvador a Santa Catalina de Siena- y Yo pensaren ti . Y siglo ms tarde, en el Monasterio de Paray-le-Monial, prometa aSanta margarita, para aquellos que fuesen particularmente devotos del Sagra-

    do Corazn, el xito en sus empresas.Feliz el cristiano que se ajusta bien a esa mxima del Evangelio! El

    busca a Dios y Dios le cuida los intereses con su omnipotencia: Qu le podrfaltar? (Sal. 22,1)

    Practica las slidas virtudes interiores, y evita as todo desorden: las fal-tas, los vicios, que son las causas ms comunes de los fracasos y las ruinas.

    Rezar por las necesidades temporalesLa confianza, como acabamos de describirla, no nos desobliga de la ora-

    cin. En las necesidades temporales, no basta esperar los socorros de Dios; esmenester adems pedrselos.

    Jesucristo nos dej en el Padrenuestro el modelo perfecto de la oracin;ah El nos hace pedir el pan de cada da: Panem nostrum quotidianum da

    nobis hodie.Con respecto a ese deber de la oracin no habr frecuentemente negli-

    gencia nuestra? Qu imprudencia y qu locura! Nos privamos as, porliviandad, de la proteccin de Dios, la nica soberanamente eficaz. Los capu-chinos, dice la leyenda, nunca murieron de hambre, porque recitan siemprepiadosamente el Padrenuestro.

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    Captulo IV

    La confianza en Dios y nuestras necesidadesespirituales

    La miser icordia de Nuestro Seor con los pecadores

    La Providencia, que alimenta al pajarillo en el rbol, cuida de nuestro

    cuerpo. Qu es, sin embargo, este cuerpo de miseria? Una criatura frgil, uncondenado a muerte y destinado a los gusanos.

    En la loca carrera de la vida, todos pensamos caminar hacia los negocioo hacia los placeres; cada paso dado nos aproxima al fin; arrastramos, nosotros mismos, nuestro cadver a la tumba.

    Si Dios se ocupa as de cuerpos perecederos, con qu solicitud no velar por las almas inmortales? Les prepara tesoros de gracias, cuya riquezasobrepasa a todo lo que podemos imaginar; les manda socorros superabundantes para su santificacin y salvacin.

    Esos medios de santificacin, que la fe pone a nuestra disposicin, nosern estudiados aqu.

    Quiero hablar sencillamente a las almas inquietas, que se encuentran entodas partes. Ensearles, con el Evangelio en la mano, la inconsistencia de su

    temores. Ni la gravedad de sus faltas, ni la multiplicidad de sus reincidenciaen el error las debe abatir.

    Por el contrario, cuanto ms sientan el peso de la propia miseria, tantoms debern apoyarse en Dios. No pierdan la confianza!... Sea cual fuere ehorror de su estado, aunque hayan llevado durante mucho tiempo una viddesarreglada, con el socorro de la gracia podrn convertirse y ser elevadas una alta perfeccin

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    La misericordia de Nuestro Seor es infinita: nada la cansa, ni siquieralas faltas que nos parecen a nosotros las ms degradantes y criminales.

    Durante su vida mortal, el Maestro acoga a los pecadores con una bon-dad verdaderamente divina; nunca les rehus el perdn.

    Llevada por el ardor de su arrepentimiento, sin preocuparse con las con-venciones mundanas, Mara Magdalena entra en la sala del banquete. Se pos-tra a los pies de Jess, los inunda de lgrimas. Simn, el fariseo, contemplaesa escena con aire irnico; se indigna ntimamente. Si este hombre fueseprofeta piensa bien sabra lo que vale esa mujer. La arrojara con despre-cio... Pero el Salvador no la arroja. Le acepta los suspiros, el llanto, todas lasseales sensibles de la humilde contricin. La purifica de sus pecados y la

    colma de dones sobrenaturales. Y el Corazn Sagrado desborda de una ale-gra inmensa, mientras que en lo alto, en el Reino de su Padre, los ngeles sealegran y le alaban: un alma estaba perdida, y hela aqu recuperada; esa almaestaba muerta, y hela de nuevo restituida a la verdadera vida!...

    El Maestro no se contenta con recibir con dulzura a los pobres pecado-res; llega hasta el punto de tomarles la defensa. Y no es sa, pues, su misin?No se constituy El en nuestro abogado? (cfr. 1 Jn. 2, 1).

    Le trajeron un da a su presencia a una desgraciada, sorprendida en elacto flagrante de su pecado. La dura Ley de Moiss la condena formalmente;la culpable debe morir en el lento suplicio de la lapidacin. Los escribas yfariseos, sin embargo, esperan impacientes la sentencia del Salvador. Si per-dona, los enemigos le censurarn por despreciar las tradiciones de Israel. Quhar El?..,

    Una sola palabra saldr de sus labios; y esta palabra bastar para confun-dir a los orgullosos fariseos y salvar a la pecadora: El que de vosotros estsin pecado, arrjele la piedra el primero (Jn. 8, 7).

    Respuesta llena de sabidura y misericordia. Oyndola, esos hombresarrogantes enrojecen de vergenza... Se retiran confusos, unos despus deotros; los viejos son los primeros en huir... hasta que dejaron solos a Jessy a la mujer.

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    Jess le pregunta: dnde estn tus acusadores? Nadie te ha condena-do? Ella respondi: Ninguno, Seor... Y Jess prosigue: Pues tampocoYo te condenar! Anda y no peques ms en adelante! (Jn. 8, 9l1)

    Cuando vienen a El los pecadores, Jess se lanza a su encuentro. Comoel padre del prdigo, espera la vuelta del ingrato. Como el buen pastor, buscala oveja perdida; y, cuando la encuentra, la lleva sobre los hombros divinos yla restituye ensangrentada al redil.

    Oh! El no le abrir ms las heridas; las tratar como el buen samaritano,con el vino y el leo simblicos. Derramar sobre sus llagas el blsamo de lapenitencia y, para fortificarla, le har beber de su cliz eucarstico.

    Almas culpables, no tengis miedo del Salvador; fue especialmente paravosotras que El descendi a la tierra. No renovis nunca el grito de la deses-peracin de Can: Mi maldad es tan grande, que no puedo yo esperar per-dn (Gn. 4, 13). Eso sera desconocer el Corazn de Jess!...

    Jess purific a la Magdalena y perdon la triple negacin de Pedro;abri el Cielo para el buen ladrn. En verdad, os aseguro: si Judas hubiese idoa El despus del crimen, Nuestro Seor lo habra acogido con misericordia.

    Cmo, pues, no os perdonar tambin?La Gr acia puede santificarnos en un instante.

    Abismo de humana flaqueza, tirana de los malos hbitos! Cuntos cris-tianos reciben en el tribunal de la Penitencia la absolucin de sus faltas; essincera en ellos la contricin, enrgicas son sus resoluciones y caen de nue-vo en los mismos pecados, a veces graves; el nmero de sus cadas crece sin

    cesar! No tendrn, entonces, sobradas razones de desnimo?...Que la evidencia de la propia miseria nos mantenga en la humildad, nada

    ms justo; que nos haga perder la confianza, ser una catstrofe, ms peligro-sa que tantas recadas en el error.

    El alma que cae debe levantarse inmediatamente. No debe cesar de im-plorar la piedad del Seor No sabis que Dios tiene sus horas y puede en uninstante elevamos a la ms sublime santidad?

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    Acaso no haba llevado Mara Magdalena una vida criminal? La gracia,sin embargo, la transform instantneamente. Sin transicin, de pecadora sevolvi una gran santa. Ahora bien, la accin de Dios no se redujo en su alcan-ce. Lo que hizo para otros podr hacer para nosotros. No dudis: la oracin

    confiante y perseverante obtendr la curacin completa de vuestra alma.No me aleguis que el tiempo pasa y que tal vez ya toca al trmino

    vuestra vida.

    Nuestro Seor esper la agona del buen ladrn para atraerlo victoriosa-mente a S. En un solo minuto ese hombre tan culpable se convirti! Su fe ysu amor fueron tan grandes que, a pesar de sus grandes crmenes, ni siquierapas por el Purgatorio; ocupa para siempre un lugar elevado en los Cielos.

    Nada, pues, altere en vosotros la confianza! Aunque estis en lo msprofundo del abismo, llamad sin tregua al Cielo. Dios acabar respondiendo avuestro llamamiento y en vosotros operar Su justicia.

    Dios nos concede todos los socorros necesar ios para la santificacin y lasalvacin de nuestra alma.

    Ciertas almas angustiadas dudan de su propia salvacin. Se acuerdandemasiado de las faltas pasadas; piensan en las tentaciones tan violentas que,a veces, nos asaltan a todos; olvidan la bondad misericordiosa de Dios. Esaangustia se puede convertir en una verdadera tentacin de desesperacin.

    De joven, San Francisco de Sales conoci una prueba de esas: temblabade no ser un predestinado al Cielo. Pas varios meses en ese martirio interior.Una oracin heroica le libert: el Santo se postr delante de un altar de Mara;

    suplic a la Virgen que le ensease a amar a su Hijo con una caridad tanto msardiente sobre la tierra, cuanto l tema no poder amarle en la eternidad.

    En esa clase de sufrimientos, hay una verdad de fe que nos debe consolarinmensamente. Slo nos perdemos por el pecado mortal.

    Ahora bien, siempre podemos evitarlo, y, cuando tuviramos la desgra-cia de cometerlo, siempre nos podremos reconciliar con Dios. Un acto de

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    contricin sincera, hecho prontamente, sin demora, nos purificar, mientrasesperamos la confesin obligatoria, que conviene se haga sin tardanza.

    Ciertamente, la pobre voluntad humana debe desconfiar de su flaqueza.Pero el Salvador nunca nos rehsa las gracias de que carecemos. Adems, Elhar todo lo posible para ayudamos en la empresa, soberanamente importan-te, de nuestra salvacin.

    Es la gran verdad que Jess escribi con su sangre y que vamos ahora areleer juntos en la historia de su Pasin.

    Habis reflexionado ya algn da cmo pudieron los judos apoderarsede Nuestro Seor? Creeris, por casualidad, que lo consiguieron por la astu-

    cia o por la fuerza? Podis imaginar que, en la gran tormenta, Jess fuevencido, porque era el ms dbil?

    Seguramente no. Los enemigos nada podan contra El. Ms de una vez,en los tres aos de sus predicaciones, haban intentado matarlo. En Nazaretqueran echarlo a un precipicio; otras veces prepararon piedras para lapidario.Siempre, sin embargo, la sabidura divina deshizo los planes de esa impa c-lera; la fuerza soberana de Dios les retuvo el brazo; y Jess se alej siempre

    tranquilamente, sin que nadie hubiese conseguido hacerle el menor mal.En Getseman, al decir El simplemente su nombre a los soldados del

    Templo, venidos para apoderarse de su sagrada Persona, todos caen por tie-rra, llevados por un extrao pavor. Los soldados slo se pudieron levantarcon el permiso que El les dio.

    Si fue preso, si fue crucificado, si fue inmolado, es porque as lo quiso, enla plenitud de su libertad y de su amor por nosotros: Oblatus est quia ipse

    voluit (Is. 53, 7).Si el Maestro derram, sin dudar, toda la sangre por nosotros, cmo

    podra rehusamos gracias que nos son absolutamente necesarias y que El mis-mo nos las mereci con sus dolores?

    Esas gracias, Jess las ofreci misericordiosamente a las almas ms cul-pables durante la dolorosa Pasin. Dos Apstoles haban cometido un crimenenorme: a ambos ofreci el perdn.

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    Judas le traiciona y le da un beso hipcrita. Jess le habla con tiernadulzura; le llama amigo; procura a fuerza de caridad tocar ese corazn endu-recido por la avaricia. Amigo, a qu has venido? (Mt. 26, 50). Judas!Con un beso entregas al Hijo del hombre?... (Lc. 22, 48). Esta es la ltima

    gracia del Maestro al ingrato.Gracia de tal fuerza, que jams mediremos bien su intensidad. Judas, sin

    embargo, la rechaza: se pierde, porque formalmente as lo prefiere.

    Pedro se crea muy fuerte... Haba jurado acompaar al Maestro hasta lamuerte, y lo abandona, cuando lo ve en manos de los soldados. Y entonces,tan slo le sigue de lejos.

    Entra temblando en el patio del palacio del Sumo Sacerdote. Por tresveces niega a su Seor, porque teme las burlas de una criada. Canta el gallo...Jess se vuelve y fija sobre el Apstol los ojos llenos de misericordia y dulcescensuras. Se cruzan las miradas. Era la gracia, una gracia fulminante que esamirada llevaba a Pedro. El Apstol no la rechaz: sali inmediatamente yllor su falta con amargura.

    As, tanto como a Judas y a Pedro, Jess nos ofrece siempre gracias de

    arrepentimiento y conversin. Podemos aceptarlas o rechazarlas. Somos li-bres! A nosotros nos toca decidir entre el bien y el mal, entre el Cielo y elInfierno. La salvacin est en nuestras manos.

    El Salvador no slo nos ofrece sus gracias, sino que hace ms: intercedepor nosotros junto al Padre celestial. Le recuerda los dolores sufridos pornuestra Redencin. Toma nuestra defensa ante El; disculpa nuestras faltas:Padre mo, exclama en la angustia de la agona Padre mo, perdnalesporque no saben lo que hacen! (Lc. 23, 34).

    El Maestro, durante la Pasin, tena tal deseo de salvamos, que no cesa-ba un instante de pensar en nosotros.

    En el Calvario dirige su ltima mirada a los pecadores; pronuncia enfavor del buen ladrn una de sus ltimas palabras. Extiende largamente losbrazos en la Cruz para sealar con qu amor acoge todo arrepentimiento ensu Corazn amantsimo.

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    La vista del Cr ucifijo debe reanimar nuestra confianza.

    Si alguna vez, en las luchas ntimas, sintiereis flaquear la confianza, me-ditad los pasajes del Evangelio que os acabo de indicar.

    Contemplad esa cruz ignominiosa, sobre la cual expira vuestro Dios.Mirad su pobre cabeza coronada de espinas, que inclina inerte sobre el pecho;considerad los ojos vidriosos, la faz lvida donde se coagula la preciosa san-gre. Mirad los pies y las manos traspasados, el cuerpo malherido. Fijaos sobretodo en el Corazn amantsimo que acaba de ser abierto por la lanza delsoldado: de l corren unas pocas gotas de agua ensangrentada... Nos diotodo! Cmo ser posible desconfiar de ese Salvador?

    As pues, El espera de vosotros retribucin de afecto. En nombre de suamor, en nombre de su martirio, en nombre de su muerte, tomad la resolucinde evitar de ahora en adelante el pecado mortal.

    La flaqueza es grande, bien lo s, pero El os ayudar. A pesar de toda labuena voluntad, tendris tal vez cadas y reincidencias en el mal, pero el Seores misericordioso. Slo pide que no os dejis adormecer en el pecado, queluchis contra los malos hbitos.

    Prometedme confesaros pronto y nunca pasar la noche teniendo sobre laconciencia un pecado mortal.

    Felices vosotros, si mantuviereis valerosa mente esa resolucin! ... Je-ss no habr derramado en vano, por vosotros, su preciosa sangre.

    Tranquilizaos en cuanto a vuestras disposiciones ntimas. Tendris as elderecho de afrontar con serenidad el angustioso problema de la predestina-

    cin: llevaris sobre la frente la seal de los elegidos.

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    Captulo V

    Los fundamentos de la ConfianzaLa Encarnacin del Verbo

    El sabio construye la casa sobre la roca: ni las aguas, ni las lluvias, ni lastempestades la podrn echar por tierra. Para que el edificio de nuestra con-fianza resista todas las pruebas, es preciso que se levante sobre bases inaltera-

    bles.Queris saber dice San Francisco de Sales qu fundamento debe

    tener nuestra confianza? Debe basarse en la infinita bondad de Dios, y en losmritos de la Pasin y Muerte de Nuestro Seor Jesucristo, con esta condi-cin de nuestra parte: la firme y total resolucin de ser enteramente de Dios yde abandonarnos completamente y sin reservas a su Providencia

    Las razones de la esperanza son demasiado numerosas para que poda-

    mos citarlas todas. Examinaremos aqu solamente las que nos son proporcio-nadas por la Encamacin del Verbo y por la Persona sagrada del Salvador.Adems, Cristo es en verdad la piedra angular (cfr. Act. 4, 11) sobre la cualdebe apoyarse principalmente nuestra vida interior.

    Qu confianza nos inspirara el misterio de la Encarnacin, si nos esfor-zramos en estudiarlo no superficialmente!...

    Quin es esa criatura que llora en el Pesebre? Quin es ese adolescenteque trabaja en el taller de Nazaret, ese predicador que entusiasma a las multi-tudes, ese taumaturgo que hace prodigios sin cuenta, esa vctima inocente quemuere en la Cruz?

    Es el Hijo del Altsimo, eterno y Dios como el Padre... Es el Emanueldesde hace mucho esperado; es aquel que el Profeta llama el Admirable, elDios fuerte. El Prncipe de la paz (Is. 9, 6).

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    Seor, slvanos que perecemos!

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    Jess domina las fuerzas de la naturaleza.

    En los comienzos de su ministerio apostlico, asiste a las Bodas de Can.Durante el banquete, falt el vino. Qu humillacin para la pobre gente que

    haba convidado al Maestro con su Madre y los discpulos! La Virgen Marase dio cuenta enseguida del contratiempo; Ella es siempre la primera en darsecuenta de nuestras necesidades y en aliviarlas. Echa al Hijo una mirada desplica; le hace en voz baja un corto pedido. Mara conoce su poder y suamor. Y Jess, que nada sabe rehusarle, transforma el agua en vino!... Estefue su primer milagro.

    En otra ocasin, una tarde, para evitar la multitud que le asalta y compri-

    me, el Maestro atraviesa en barca con los discpulos el lago de Genezaret.Mientras navegan, se levanta un huracn, se desata la tempestad, las grandesolas crecen y se deshacen ruidosamente. El agua inunda la toldilla; la embar-cacin se va a hundir. El, fatigado de la dura faena, duerme a popa, con ladivina cabeza apoyada sobre el cordaje. Los discpulos aterrorizados le des-piertan gritando: Seor, slvanos que perecemos!... (Mt. 8, 25).

    Entonces, el Salvador se levanta; habla al viento; dice al mar enfurecido:

    Silencio, clmate! Instantneamente, todo se calm! Los testigos de esaescena se preguntan con asombro: Quin es ste que hasta los vientos y elmar le obedecen?

    Jess cura a los enfermos.

    Muchos ciegos se acercan a tientas hasta El; claman ante El su infortu-nio: Hijo de David, ten compasin de nosotros! (Mt. 9,27). El Maestro les

    toca los ojos, y ese divino contacto los abre a la luz.Le traen a un sordomudo, pidindole que le imponga las manos. El Sal-

    vador atiende a ese deseo, y la boca del hombre habla y sus odos oyen.

    Un da, encuentra en el camino a diez leprosos. El leproso es un exiliadode la sociedad humana; le rechazan de las aglomeraciones; se evita su trato,por miedo al contagio; todos se alejan con horror de su podredumbre... Los

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    diez leprosos ni osan acercarse a Nuestro Seor... Quedan lejos. Pero, re-uniendo las pocas fuerzas dejadas por la enfermedad, gritan a distancia: Je-ss. Maestro, ten piedad de nosotros!... Jess, que deba ser en la Cruz elgran leproso, que deba ser en la Eucarista el abandonado, se conmueve con

    esa miseria: Id y mostraos a los sacerdotes, (Lc. 17, 1314), les dice.Y mientras los infelices caminan para ejecutar las rdenes del Maestro...

    se sienten curados!

    Jess resucita a los muertos.

    Son tres los que El hace volver a la vida. Y, tambin, por el ms maravi-lloso de los prodigios, despus de morir en las ignominias del Glgota, des-pus de haber sido depositado en el sepulcro, El se resucita a s mismo en lamadrugada del tercer da.

    As nos resucitar a nosotros en el fin de los tiempos.

    Nuestros seres queridos, nuestros muertos, El nos los restituir transfor-mados, pero siempre semejantes a lo que fueron. As enjugar nuestras lgri-mas por toda la eternidad. Entonces, no habr ms llanto, ni ausencia, ni luto,

    porque habr terminado la era de nuestra miseria.Jess domina el Infierno.

    Durante los tres aos de su vida pblica, El se encuentra, a veces, conposesos. Habla a los demonios con una autoridad soberana; les da rdenesimperiosas, y los demonios huyen a su voz, confesndole la divinidad!...

    Jess es el Seor de la vida sobrenatural.Resucita almas muertas y les restituye la gracia perdida. Y para probar

    que tiene, realmente, ese poder divino, cura a un paraltico.

    Qu es ms fcil? pregunta a los escribas que le cercan qu es msfcil, decir al paraltico: tus pecados te son perdonados, o decir: levntate,

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    toma tu camilla y anda? Pues, para que sepis que el Hijo del Hombre tienepotestad sobre la tierra para perdonar los pecados (dijo al paraltico): Yo te lodigo: levntate, coge tu camilla y vete a tu casa (Mc. 2,9-11)

    Sera bueno meditar detenidamente sobre el estupendo poder de Jesu-cristo. Cuando se trata de poner ese poder al servicio de su amor por noso-tros, el Maestro nunca duda.

    Su Bondad

    La verdad es que Nuestro Seor es adorablemente bueno: su Coraznno puede ver sufrir, sin sangrar. Esa piedad le hace operar algunos de susmayores milagros espontneamente, e incluso antes de haber recibido cual-quier splica.

    La multitud le sigue a travs de las montaas desiertas de Palestina; du-rante tres das, se olvida, para orle, de la necesidad de comer y de beber.Llama, sin embargo, el Maestro a los Apstoles: Me da compasin esta mul-titud de gentes les dice, y si les envo a sus casas en ayunas desfallecern enel camino (Mc. 8, 2). Y multiplica los pocos panes que les quedaban a losdiscpulos.

    Otra vez, El se diriga a la pequea ciudad de Nan, escoltado por unamultitud. Casi al llegar a las puertas, encuentra un cortejo fnebre. Era unjoven al que llevaban para la ltima morada: hijo nico de una pobre viuda.No esperando nada ms de la vida, con profundo desaliento, segua la tristemujer el cuerpo de su hijo. A la vista de ese dolor mudo, se compadecivivamente el Maestro. Se llen de misericordia por la pobre madre afligida yle dijo: No llores ms! (Lc. 7, 13). Y, acercndose al fretro donde yaca elcadver, devolvi el joven vivo a su madre.

    Almas heridas por las pruebas; conciencias turbadas por la duda, o, talvez, por el remordimiento; corazones torturados por la traicin o por la muer-te; vosotros que sufrs, creis acaso, que Jess no tiene piedad de vuestrosdolores?... Eso sera no comprender su inmenso amor. El conoce vuestrasmiserias; El las ve, y su Corazn se compadece de ellas. El lanza por vosotros,

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    hoy, su grito de compasin; y es a vosotros a quien El repite, como a la viudade Nan: No llores, Yo soy la Resignacin, Yo soy la Paz, Yo soy la Resu-rreccin y la Vida!

    Esa confianza, que naturalmente nos debera inspirar la divina bondad,Nuestro Seor nos la reclama explcitamente. Hace de ella condicin esencialde sus beneplcitos. Le vemos, en el Evangelio, exigir actos formales de esaconfianza antes de obrar ciertos milagros.

    Por qu El, siempre tan tierno, se muestra tan duro en apariencia con lacananea, que le pide la curacin de la hija? La rechaza varias veces; pero nadala desanima. Ella multiplica sus splicas; nada disminuye su confianza incon-movible. Eso era justamente lo que pretenda Jess: Mujer exclama con

    alegre admiracin grande es tu fe! Y aade: Hgase conforme t lo de-seas (Mt. 15, 28). Fiat tibi sicut vis. La confianza obtiene la realizacin denuestros deseos: es Nuestro Seor, El mismo, quien lo afirma.

    Extraa aberracin de la inteligencia humana! Creemos en los milagrosdel Evangelio, puesto que somos catlicos convencidos; creemos que Cristono perdi nada de su poder subiendo a los Cielos; creemos en su bondad,probada en toda su vida...! Y, sin embargo no sabemos abandonamos confia-

    damente a El!Qu mal conocemos al Corazn de Jess! Nos obstinamos en juzgarlo

    por nuestros dbiles corazones: realmente parece que queremos reducir suinmensidad a nuestras mezquinas proporciones. Nos cuesta admitir esa in-creble misericordia con los pecadores, porque somos vengativos y lentos enperdonar. Comparamos su infinita ternura con nuestros pequeos afectos...Nada podemos comprender de ese fuego devorador que haca de Su Corazn

    un inmenso brasero de amor, de esa santa pasin por los hombres que ledominaba completamente, de esa caridad infinita que le llev de las humilla-ciones del Pesebre al sacrificio del Glgota.

    Infelizmente, no podemos decir con el Apstol San Juan, en la plenitudde nuestra fe: Creemos, Seor, en vuestro amor! Credidimus caritati (cfr. 1Jn. 4, 16).

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    La Virgen Mara se dio cuenta enseguida del contra-tiempo; Ella es siempre la primera en darse cuenta denuestras necesidades y en aliviarlas. Echa al Hijo unamirada de splica; le hace en voz baja un corto pedido.Mara conoce su poder y su amor. Y Jess, que nadasabe rehusarle, transforma el agua en vino!... Este fue su

    primer milagro.

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    Captulo VI

    Fr utos de la confianzaLa confianza glorifica a Dios

    El mejor elogio que se puede hacer de la confianza consiste en mostrarsus frutos: ste ser el asunto del presente captulo, el ltimo.

    Ojal puedan las consideraciones siguientes dar valor a las almas inquie-

    tas y hacerles vencer su pusilanimidad, ensendoles a practicar perfectamen-te esa preciosa virtud.

    La confianza no crece en las esferas ms modestas de las virtudes mora-les; ella se eleva de un salto hasta el trono del Eterno, hasta el propio Corazndel Padre celestial. Rinde un excelente homenaje a sus perfecciones infinitas:a la bondad, porque slo de El espera el auxilio necesario; al poder, porquedesprecia cualquier otra fuerza que no sea la suya; a la ciencia, porque reco-

    noce la sabidura de su intervencin soberana; a la fidelidad, porque cuenta sinvacilaciones con la palabra divina.

    Participa, pues, esa virtud, al mismo tiempo, de la alabanza y de la adoracin.

    Ahora bien, en las diversas manifestaciones de la vida religiosa, ningnacto es ms elevado que sos; son los actos sublimes en que se ocupan, en elCielo, los Espritus bienaventurados. Los Serafines velan la faz con las alas enpresencia del Altsimo y los Coros anglicos le repiten, ensimismados, su tri-

    ple aclamacin.

    La confianza resume, en una luminosa y dulcsima sntesis, las tres virtu-des teologales: la Fe, la Esperanza y la Caridad. Por eso el Profeta, ofuscadopor el brillo de esa virtud, se siente incapaz de contener la admiracin y excla-ma con entusiasmo: Bienaventurado el varn que tiene puesta en el Seorsu confianza! (Jer. 17, 7).

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    Al contrario, el alma sin confianza ultraja al Seor. Duda de su providen-cia, de su bondad y de su amor. Va a buscar el amparo de las criaturas; inclusollega a veces, en nuestros das, a entregarse a prcticas supersticiosas. Lainfeliz se apoya sobre columnas frgiles que se derrumbarn bajo su peso y la

    herirn cruelmente.Y Dios se irrita con tal ofensa.

    El cuarto Libro de los Reyes cuenta que Ocosas, enfermo, mand con-sultar a los sacerdotes de los dolos. Jehov se encoleriz; encarg al ProfetaElas de transmitir terribles amenazas al soberano: Acaso no hay Dios enIsrael, para que enves a consultar a Belceb, dios de Acarn? Por lo mismo,pues, de la cama en que te acostaste no te levantars sino que morirs sin

    remedio (IV Re. 1,6).

    El cristiano que duda de la bondad divina, y restringe sus esperanzas alas criaturas, no merecer la misma censura? No se expone al justo castigo?No vela acaso la Providencia sobre l, para que le sea necesario dirigirselocamente a seres dbiles y flacos, incapaces de venir en su auxilio?

    Atrae sobre las almas favores excepcionales

    No perdis, pues, vuestra confianza dice el Apstol San Pablo quetiene una gran recompensa (Heb. 10, 35).

    Esa virtud, en efecto, da tanta gloria a Dios, que atrae necesariamentesobre las almas favores excepcionales.

    El Seor, varias veces, declar en las Escrituras con qu generosa mag-nificencia trata a los corazones confiantes.

    Ya que ha esperado en M Yo le librar; Yo le proteger porque recono-ci mi nombre. Me invocar y Yo le escuchar. Estar con l en la tribulacin;le libertar y le glorificar (Sal. 90, 14 y 15).

    Qu promesas pacificadoras en boca de Aquel que castiga toda palabraintil y condena la ms ligera exageracin!

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    As, pues, y segn el testimonio de la propia Verdad, la confianza apartade nosotros todos los males.

    Porque has hecho del Altsimo tu baluarte, no llegar a ti el mal, ni plagaalguna se acercar a tu tienda. Pues El ha mandado a sus ngeles que te guar-den en todos tus caminos; ellos te llevarn sobre sus palmas, para que tu pieno tropiece en la piedra. Andars sobre spides y vboras, hollars los leonesy dragones (Sal. 90, 9-15)

    De entre los males de que nos preserva la confianza, est en primer lugarel pecado. Porque no hay nada ms de acuerdo con la naturaleza de las cosas.El alma confiante conoce su nada, como el de todas las criaturas; por eso, nocuenta consigo misma ni con los hombres, y pone en Dios toda su esperanza.

    Desconfa de su propia miseria; practica, por tanto, la verdadera humildad.

    Ahora bien, como sabis, el orgullo es la fuente de todas nuestras faltas(cfr. Ecle. 10, 15) y el principio de la ruina (cfr. Prov. 16, 18). El Seor seaparta del soberbio; le abandona a su flaqueza y le deja caer. La cada de SanPedro es un terrible ejemplo de ello.

    En los designios misericordiosos de su sabidura, Dios permitir tal vez

    que la prueba asalte durante algn tiempo al alma confiante: nada, sin embar-go, la har temblar; estar inmvil y firme como el monte de Sin (Sal. 124,1). Conservar la alegra en el fondo del corazn (cfr. Sal. 4, 8), y a pesar delrugido de la tormenta, dormir tranquila como el nio en los brazos del padre(cfr. Sal. 4, 9). Se dejar llevar hasta el final de su jornada, pues Dios salva alos que en El esperan (Sal. 16, 7).

    Estos son, sin embargo, beneficios puramente negativos.

    Dios colma de beneficios positivos al hombre que confa en El. Od conque hermosa poesa el Profeta expone esa verdad: Bienaventurado el varnque tiene puesta en el Seor su confianza, y cuya esperanza es el Seor Porqueser como el rbol plantado junto a las aguas, el cual extiende hacia la humedadsus races, y no temer cuando venga el esto. Y estarn verdes sus hojas, ni lehar mella la sequa, ni jams dejar de producir fruto. (Jer. 17, 7 y 8).

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    Para resaltar, por impresionante contraste, la paz radiante de ese cuadro,contemplad la suerte lamentable de aquel que cuenta con las criaturas: Mal-dito sea el hombre que confa en el hombre, y se apoya en un brazo de carne,y aparta del Seor su corazn. Porque ser semejante a los junperos del de-

    sierto... permanecer en la sequedad del desierto, en un terreno salobre einhabitable!... (Jer. 17,56).

    La oracin confiante todo lo obtiene

    Finalmente, y como una de las mayores prerrogativas, la confianza siem-pre ser atendida. Nunca estar de ms repetirlo: la oracin confiante todo loobtiene.

    Con insistencia muy acentuada, la Escritura nos recomienda reanimarnuestra fe antes de presentar a Dios nuestras splicas. Todo cuanto pidieraisen la oracin, si tenis fe, lo alcanzaris (Mt. 21, 22), declara el Maestro. ElApstol Santiago usa el mismo lenguaje; quiere que pidamos con fe, sinsombra de duda. Aquel que duda, se parece a la ola inconstante del mar; conesa disposicin de alma intilmente esperar ser odo. (Stgo. 1, 6 y 7).

    Ahora bien, de qu fe tratan los textos precedentes? No es de la fe habi-tual, que el Bautismo infunde en las almas; sino de una confianza especial, quenos hace esperar firmemente la intervencin de la Providencia en ciertas cir-cunstancias. Es lo que dice claramente Nuestro Seor en el Evangelio: Todascuantas cosas pidierais en la oracin, tened fe de conseguirlas, y se os concede-rn (Mc. 11, 24). El Maestro no poda hablar ms claramente de la confianza.

    Podemos tener fe viva y dudar, sin embargo, que Dios quiera acogerfavorablemente esta o aquella peticin nuestra. Acaso tenemos la seguridad,por ejemplo, de que el objeto de nuestro deseo conviene al bien verdadero denuestra vida? Dudamos pues. Y esta simple duda, hace notar un telogo,disminuye la eficacia de la oracin. (1)

    En otras ocasiones, por el contrario, la seguridad interior se fortificahasta el punto de rechazar completamente cualquier duda o vacilacin. Esta-mos tan seguros de ser atendidos, que nos parece tener ya en la mano la gracia

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    solicitada. En atencin a una confianza tan perfecta escribe el P. PeschDios nos concede gracias que, sin esto, no nos habra dado. En efecto, elbien no reuna las condiciones suficientes para que Dios, en virtud de suspromesas, se obligase a drnoslo (2). Por otro lado, casi siempre esa ntima

    seguridad interior es obra de la gracia en nosotros.Por eso concluye el autor una singular confianza en obtener esta o

    aquella bendicin, es una especie de promesa especial que Dios nos hace deconcedrnosla (3)

    Una palabra de Santo Toms resumir esta corta digresin: La oracindice el Doctor Anglico toma su merecimiento de la caridad; pero su efica-cia impetratoria le viene de la fe y de la confianza.(4)

    Ejemplo de los santos

    Los santos rezaban con esa confianza, y por eso Dios les mostraba suliberalidad infinita.

    El abad Sisois, segn la Vida de los Padres, rezaba un da por uno de susdiscpulos a quien la violencia de la tentacin haba abatido. Queris o no

    deca a Dios no os dejar antes de que le hayis curado. Y el alma del pobrehermano recobr la gracia y la serenidad. (5)

    Nuestro Seor se dign revelar a Santa Gertrudis que su confianza hacatal violencia al Corazn Divino, que se senta forzado a favorecerla en todo. Yaadi que, obrando as, satisfaca las exigencias de su bondad y de su amorpor ella. Una amiga de la santa rezaba desde hacia algn tiempo sin obtenernada. El Salvador le dijo: Retuve la concesin de lo que me pides, porque no

    confas en mi bondad como mi fiel Gertrudis. A ella nunca le rehus nada de loque me pidi (6)

    Finalmente, he ah, segn el testimonio del bienaventurado Raymundode Capua, su confesor, cmo rezaba Santa Catalina de Siena. Seor decano me apartar de vuestros pies, de Vuestra presencia mientras no os dignishacer lo que os pido. Seor continuabayo quiero que me prometis la

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    vida eterna para todos los que amo. Luego, con una audacia admirable, ex-tenda la mano hacia el Tabernculo: Seor aada poned Vuestra manoen la ma! S! Dadme una prueba de que me daris lo que Os pido!...

    Que esos ejemplos nos animen a recogernos en el fondo del alma; exami-nemos un poco la conciencia. Con un piadoso autor, dirijamos a nosotrosmismos la siguiente pregunta:

    Hemos puesto en nuestras oraciones una confianza total, un poco deese absolutismo de nio que pide a la madre el objeto que desea? El absolu-tismo de los pobres mendigos, que nos persiguen, y que, a fuerza de importu-nar; consiguen ser atendidos? Sobre todo, el absolutismo, al mismo tiempotan respetuoso y tan confiante de los santos en sus splicas? (7)

    Conclusin del tr abajo

    Una conclusin resulta naturalmente imperiosa de este corto estudio.

    Almas cristianas, empead todos los medios a vuestro alcance para ad-quirir la confianza. Meditad mucho sobre el poder infinito de Dios, sobre suinmenso amor, sobre la inviolable fidelidad con que El cumple sus promesas,

    sobre la Pasin de Nuestro Seor Jesucristo. No quedis, sin embargo, inde-finidamente, paradas a la expectativa. De la reflexin, pasad a la accin. Ha-ced frecuentemente actos de confianza; que cada accin vuestra os sirva deocasin para renovarlos. Y es, sobre todo, en las horas de dificultad y deprueba cuando los debis multiplicar. Repetid con frecuencia la invocacintan conmovedora: Corazn de Jess, en Vos confo! Nuestro Seor deca aun alma privilegiada: Es suficiente esta pequea oracin: En Vos confo, paraencantarme el Corazn, porque en ella se comprenden la confianza, la fe, elamor y la humildad. (8)

    No temis exagerar la prctica de esta virtud.

    No se debe nunca temer, suponiendo evidentemente una vida buena, nose debe nunca temer el ejercitar demasiado la virtud de la confianza. Pues ascomo Dios, en razn de su infinita veracidad, merece un crdito de alguna

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    manera infinito, as tambin, en razn de su poder, de su bondad, de la infali-bilidad de sus promesas perfecciones estas que no son menos infinitas que suveracidad El merece confianza ilimitada. (9)

    No ahorris esfuerzos. Los frutos de la confianza son tan preciosos quevale la pena hacer cualquier sacrificio por alcanzarlos.

    Y si un da viniereis a quejaros de no haber obtenido las maravillosasventajas esperadas, yo os responder con San Juan Crisstomo:

    Decs: esper y no fui escuchado. Extraas palabras! No blasfemislas Escrituras! No fuisteis escuchados porque no confiasteis como convena;porque no esperasteis el fin de la prueba; porque fuisteis pusilnimes. La con-

    fianza consiste sobre todo en levantar el nimo en el sufrimiento y en el peli-gro, y elevar el corazn hacia Dios. (9)

    1 C.PESCII, SJ,. op. cit., t. IX, p. 166.

    2 Ibid.

    3 Ibid.

    4 Santo Toms de AQUINO op. cit., IIIIae, q. 83, art. 15. ad 3

    5 Cfr. Vita Patrum, t. VI.6 J.B. SAINTJURE, op. cit., III, p. 27

    7 C. SAUV, Jsus intime, Amat, Paris 1908, t. II, p. 428.

    8 Sor Benigna CONSOLATA FERRERO, op. cit,

    9 J.B. SAINTJURE, op. cit., t. III, p. 6

    10 San Juan CRISOSTOMO. In psalmum cXVII comm.

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    ndice generalEl libr o de la Confianza ........................................................................................ 2Captulo I ............................................................................................................... 3Confianza! ............................................................................................................. 3Nuestro Seor Jesucristo nos convida a la confianza ......................................................... 3Muchas almas tienen miedo de Dios .................................................................................. 4A otras almas les falta la fe ................................................................................................. 6Esta desconfianza en Dios nos es muy perjudicial ............................................................. 6Objetivo y divisin de este trabajo ...................................................................................... 8Captulo II ........................................................................................................... 10

    Natur aleza y cualidades de la Confianza ........................................................... 10La confianza es una firme esperanza ................................................................................ 10Ella es fortalecida por la Fe .............................................................................................. 11La confianza es inquebrantable......................................................................................... 11No cuenta sino con Dios ................................................................................................... 13Se regocija incluso con la privacin de socorros humanos .............................................. 15Notas: ................................................................................................................................. 16Captulo III .......................................................................................................... 19

    La confianza en Dios y nuestras necesidades temporales ................................. 19Dios provee nuestras necesidades temporales ................................................... 19El lo hace segn la situacin de cada uno ........................................................................ 20No debemos inquietarnos con el futuro ............................................................................ 22Procurar siempre en primer lugar el Reino de Dios y su Justicia .................................... 25Rezar por las necesidades temporales ............................................................................... 26Captulo IV .......................................................................................................... 29La confianza en Dios y nuestras necesidades espir ituales ................................ 29La miser icordia de Nuestr o Seor con los pecadores ....................................... 29La Gracia puede santificarnos en un instante. .................................................................. 31Dios nos concede todos los socorros necesarios para la santificacin y la salvacin de

    nuestra alma. ................................................................................................................ 32La vista del Crucifijo debe reanimar nuestra confianza. .................................................. 35Captulo V ............................................................................................................ 37Los fundamentos de la Confianza ....................................................................... 37La Encarnacin del Verbo ................................................................................................. 37

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