ilusión y bienestar

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ILUSIÓN Y BIENESTAR: UNA PERSPECTIVA SOCIAL PSICOLÓGICA SOBRE SALUD MENTAL Muchos teóricos importantes han discutido que las percepciones realistas de uno, el mundo, y el futuro son esenciales para la salud mental. Aun así, una cantidad considerable de investigaciones sugieren que las autoevaluaciones excesivamente positivas, las percepciones exageradas de control o maestría, y el optimismo irrealista son características normales del pensamiento humano. Aún más, estas ilusiones parecen apoyar otros estándares de salud mental, incluyendo la habilidad de preocuparse de otros, la habilidad de estar feliz o satisfecho, y la habilidad de dedicarse a trabajo productivo y creativo. Estas estrategias podrían tener éxito, en gran parte, debido a que el mundo social y los mecanismos perceptivos-cognitivos imponen filtros en la información entrante que la distorsionan en una dirección positiva; la información negativa puede ser aislada y representada de la forma menos amenazante posible. Estas ilusiones positivas pueden ser especialmente útiles cuando un individuo recibe retroalimentación negativa o es amenazado y pueden ser especialmente adaptativas bajo estas circunstancias. Décadas de conocimiento psicológico ha establecido el contacto con la realidad como sello de la salud mental. Según esto, la persona equilibrada es considerada como aquella que se involucra en una evaluación certera de la realidad, mientras que el individuo cuya visión está nublada por la ilusión se considera como vulnerable a – si es que ya no es víctima de – una enfermedad mental. Pese a su verosimilitud,

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ILUSIÓN Y BIENESTAR: UNA PERSPECTIVA SOCIAL PSICOLÓGICA SOBRE SALUD MENTAL

Muchos teóricos importantes han discutido que las percepciones realistas de uno, el mundo, y el futuro son esenciales para la salud mental. Aun así, una cantidad considerable de investigaciones sugieren que las autoevaluaciones excesivamente positivas, las percepciones exageradas de control o maestría, y el optimismo irrealista son características normales del pensamiento humano. Aún más, estas ilusiones parecen apoyar otros estándares de salud mental, incluyendo la habilidad de preocuparse de otros, la habilidad de estar feliz o satisfecho, y la habilidad de dedicarse a trabajo productivo y creativo. Estas estrategias podrían tener éxito, en gran parte, debido a que el mundo social y los mecanismos perceptivos-cognitivos imponen filtros en la información entrante que la distorsionan en una dirección positiva; la información negativa puede ser aislada y representada de la forma menos amenazante posible. Estas ilusiones positivas pueden ser especialmente útiles cuando un individuo recibe retroalimentación negativa o es amenazado y pueden ser especialmente adaptativas bajo estas circunstancias.

Décadas de conocimiento psicológico ha establecido el contacto con la realidad como sello de la salud mental. Según esto, la persona equilibrada es considerada como aquella que se involucra en una evaluación certera de la realidad, mientras que el individuo cuya visión está nublada por la ilusión se considera como vulnerable a – si es que ya no es víctima de – una enfermedad mental. Pese a su verosimilitud, este punto de vista es cada vez más difícil de mantener (compárese Lazarus, 1983). Una cantidad sustancial de investigación asevera el predominio de la ilusión en la cognición normal humana (véase Fiske& Taylor, 1984; Greenwald, 1980; Nisbett & Ross, 1980; Sackeim, 1983; Taylor, 1983). Además, estas ilusiones suelen involucrar aspectos centrales de sí mismo y del entorno y, por lo tanto, no pueden ser descartadas como intrascendentes.

En este artículo, revisamos investigaciones que sugieren que ciertas ilusiones pueden ser adaptables para la salud mental y el bienestar. En particular, examinamos evidencia de que una serie de ilusiones positivas interrelacionadas –específicamente, autoevaluaciones excesivamente positivas, percepciones exageradas de control o maestría, y optimismo irrealista –pueden servir a una amplia variedad de funciones cognitivas, afectivas, y sociales. También intentaremos resolver la siguiente paradoja: ¿Cómo pueden percepciones erróneas de uno mismo y del entorno ser adaptables cuando el procesamiento realista de la información parece ser esencial para aprender y funcionar exitosamente en el mundo? Nuestro primer objetivo es tejer un contexto teórico para pensar sobre la salud

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mental. Un objetivo secundario es crear una infraestructura integral para una voluminosa literatura sobre cognición social relativa a las percepciones del mismo y el entorno.

Salud Mental como Contacto con la Realidad

A lo largo de la historia de la psicología, una variedad de puntos de vista sobre la salud mental han sido propuestos, algunos idiosincrásicos y otros ampliamente compartidos. Dentro de esta diversidad teórica, una posición dominante ha mantenido que la persona psicológicamente saludable es aquella que mantiene un contacto cercano con la realidad. Por ejemplo, en su síntesis de los puntos de vista dominantes en el momento, Jahoda (1958) notó que la mayoría de las teorías consideraba el contacto con la realidad como una pieza crucial de la salud mental. Este tema es prominente en los escritos de Allport (1943), Erikson (1950), Menninger (1930), y Fromm (1955), entre otros. Por ejemplo, refiriéndose a sus individuos auto-realizados (self-actualized), Maslow (1950) escribió:

“Nuestros individuos saludables encuentran posible aceptarse a sí mismos y su propia naturaliza sin desazón ni quejas… Ellos pueden aceptar su propia naturaleza humana con todas sus discrepancias respecto a la imagen ideal sin sentir verdadera preocupación. Daría la impresión equivocada decir que están satisfechos de sí mismos. En vez de eso, debemos decir que pueden tomar sus fragilidades y pecados, debilidades y maldades de la naturaleza humana, con el mismo espíritu incondicional con el que uno toma o acepta las características de la naturaleza.” (p. 54)

En la base de su reseña, Jahoda concluyó:

“La percepción de la realidad es llamada mentalmente saludable cuando lo que el individuo ve corresponde con lo que realmente está allí.

La percepción mentalmente saludable significa un proceso de ver el mundo de modo que uno puede tomar en cuenta los deseos propios sin distorsionar la realidad para encajar con estos deseos.” (1958, p. 6)

Desde el artículo de Jahoda, la posición de que la persona mentalmente saludable percibe la realidad certeramente ha sido propuesta en grandes trabajos por Haan (1977) y Vaillant (1977), y también ha sido incorporada en manuales sobre adaptación (p. ej., Jourard & Landsman, 1980; Schulz, 1977). Por ejemplo, después de revisar una gran cantidad de teorías sobre la personalidad saludable, Jourard y Landsman (1980), indicaron: “La habilidad para percibir la realidad como ‘realmente es’ es fundamental para un funcionamiento efectivo. Es considerada una de las dos condiciones previas para el desarrollo de [la personalidad saludable]” (p. 75).

Para resumir, entonces, aunque no es la única perspectiva sobre la persona mentalmente saludable, el punto de vista de que la salud psicológica depende de las

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percepciones realistas de la realidad ha sido ampliamente promulgado y ampliamente compartido en la literatura sobre salud mental.

Cognición Social, Realidad, e Ilusión

Los primeros teóricos sobre cognición social adoptaron un punto de vista sobre la capacidad de procesamiento de información de la persona que es bastante simular al punto de vista recién descrito. Estos teóricos mantuvieron que el ‘percibidor’ social (social perceiver) monitorea e interactúa con el mundo como un científico iluso (véase Fischhoff, 1976; Fiske & Taylor, 1984; Nisbett & Ross, 1980, para discusiones). De acuerdo a este punto de vista, la persona reúne información de manera imparcial; la combina de una forma lógica e identificable; y llega a inferencias y decisiones generalmente buenas y acertadas. Teorías sobre el proceso de atribución causal (p. ej., Kelley, 1967), predicción (véase Kahneman & Tversky, 1973), juicios de covarianza, y otras tareas de inferencia social (véase Fiske & Taylor, 1984; Nisbett & Ross, 1980) incorporaron las suposiciones del científico iluso como las guías normativas con las cuales el comportamiento real debería ser comparado.

Aun así, fue rápidamente evidente que el trabajo de inferencia y toma de decisiones del ‘percibidor’ social se parecía poco a estos modelos normativos. Más bien, el procesamiento de información está lleno de recolección incompleta de datos, atajos, errores, y sesgos (véase Fiske & Taylor, 1984; Nisbett & Ross, 1980, para análisis). En particular, expectativas previas e interpretaciones interesadas pesaban bastante en el proceso de juicio social. Al resumir este trabajo, Friske y Taylor (1984) indicaron: “En vez de un científico iluso entrando en el entorno en busca de la verdad, encontramos una imagen algo poco favorecedora de un charlatán tratando de hacer que la información salga de la manera más ventajosa para sus teorías ya establecidas” (p. 88). Las implicaciones de estas conclusiones para el funcionamiento cognitivo han sido ampliamente debatidas y discutidas (véase Fiske & Taylor, 1984; Greenwald, 1980; Nisbett & Ross, 1980). Pero estos descubrimientos también parecen tener implicaciones para el entendimiento de la salud mental, en el sentido de que parecen contradecir una concepción dominante de sus atributos: ¿Cómo puede el saludable y normal individuo percibir la realidad certeramente si sus percepciones son tan sesgadas y ventajosas para sí? Antes de considerar este problema, se necesita hacer una nota sobre la terminología.

Hasta este punto, hemos intercambiado los términos error y sesgo por un término más amplio, ilusión. Hay varias razones para este cambio en la terminología. Error y sesgo implican, respectivamente, errores de corta duración y distorsiones que pueden ser causadas por descuidadas omisiones u otras negligencias temporales (compárese Funder, 1987). Ilusión, en contraste, implica un patrón más general y duradero de error, sesgo, o ambos que asume una dirección o forma particular. Como mostrará la evidencia, las ilusiones a ser consideradas (autoevaluaciones excesivamente positivas, percepciones exageradas de

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control o maestría, y optimismo irrealista) ciertamente parecen ser generalizadas, duraderas, y sistemáticas. Ilusión es definida como:

“una percepción que representa lo que es percibido de una forma diferente a la que es en la realidad. Una ilusión es una imagen o idea mental falsa que puede ser una malinterpretación de un aspecto real o puede ser algo imaginado. Puede ser placentero, inofensivo, o incluso útil.” (Stein, 1982, p. 662)

La definición de una ilusión como una creencia que difiere de la realidad presupone una comprensión objetiva de la realidad. Este punto nos pone en el peligroso umbral del debate filosófico sobre si uno puede realmente conocer la realidad. Afortunadamente, por lo menos hasta cierto punto, las metodologías de la psicología social nos evitan este frustrante acertijo al proveer de definiciones operacionales. En algunos casos, evidencias de ilusiones vienen por parte de trabajo experimental que manipula la retroalimentación dada a una persona (por ejemplo, si la persona tuvo éxito o fracaso en una tarea) y mide las percepciones del individuo o el recuerdo de la retroalimentación; este paradigma puede proveer estimaciones tanto sobre la precisión del individuo como la información sobre la dirección (positiva o negativa) de cualquier distorsión. Como se verá, las personas suelen distorsionan la retroalimentación de una manera que los aventaje a ellos. Las autoevaluaciones más subjetivas (por ejemplo, cuán feliz o equilibrado uno es) no tienen estos mismo estándares objetivos de comparación. En tales casos, una ilusión es implicada si la mayoría de las personas dice que son más (o menos) proclives que la mayoría de la gente a tener cierta creencia. Por ejemplo, si la mayoría de la gente cree que es más feliz, más equilibrada, más hábil en una variedad de tareas que gran parte del resto de la gente, tales percepciones proveen evidencia que sugiere una ilusión. Ilusiones sobre el futuro son operacionalmente difíciles de establecer porque nadie sabe lo que el futuro traerá. Aun así, si se puede mostrar que la mayoría de la gente cree que su futuro es más positivo que el de gran parte de los demás o más positivo que el que una tasa de referencia objetiva de data puede apoyar, entonces se provee evidencia que sugiere una ilusión sobre el futuro. Ahora nos referiremos a la evidencia de estas ilusiones.

Ilusiones Positivas y Cognición Social

Cualquier clasificación sobre ilusiones es, hasta cierto punto, arbitraria. Muchos investigadores han estudiado sesgos en el procesamiento de información sobre uno mismo y han dado a sus diferentes fenómenos nombres distintos. Hay, aun así, un solapamiento considerable en los hallazgos, y tres que surgen consistentemente pueden ser etiquetados como autoevaluaciones excesivamente positivas, ilusiones exageradas de control, y optimismo irrealista. Aquellos familiarizados con la evidencia de las investigaciones podrán reconocer que mucha de la evidencia para estas ilusiones positivas viene de estudios experimentales y de investigaciones con estudiantes universitarios. Después tendremos más

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que decir sobre potenciales sesgos en la literatura experimental en este artículo. Por ahora, es importante indicar que estas tres ilusiones a ser discutidas han sido documentadas en poblaciones no-universitarias también.

Autoevaluaciones excesivamente (irrealistamente) positivas

Como se indicó antes, una noción tradicional sobre la salud mental afirma que el individuo equilibrado posee una vista de sí mismo que incluye conciencia y aceptación de tanto los aspectos positivos y negativos de sí. Contrario a esto, la evidencia indica que la mayoría de los individuos posee una autoevaluación muy positiva de sí (véase Greenwald, 1980, para un análisis). Cuando se les pide indicar cuáles adjetivos positivos y negativos sobre personalidad los describían, los sujetos normales juzgaron las cualidades positivas sobrecogedoramente más características de sí mismos que los atributos negativos (Alicke, 1985; Brown, 1986). Adicionalmente, para la mayoría de los individuos, la información positiva de personalidad es efectivamente procesada y fácilmente recordada, mientras que información negativa de personalidad es deficientemente procesada y difícil de recordar (Kuiper & Derry, 1982; Kuiper & MacDonald, 1982; Kuiper, Olinger, MacDonald, & Shaw, 1985). La mayoría de los individuos también muestran peor memoria para recordar información sobre fracasos que sobre éxitos (Silverman, 1964), y tienden a recordar su desempeño en una tarea de una forma más positiva de lo que fue realmente (Crary, 1966). Investigación sobre el sesgo interesado en atribución causal documenta que la mayoría de los individuos son más proclives a atribuir resultados más positivos que negativos para sí (véase Bradley, 1978; Miller & Ross, 1975; Ross & Fletcher, 1985; Zuckerman, 1979, para análisis).

Incluso cuando los aspectos negativos de sí son reconocidos, tienden a ser descartados como sin importancia. Las habilidades mediocres de sí tienden a ser percibidas como comunes, pero las buenas habilidades son vistas como únicas y distintivas (Campbell, 1986; G. Marks, 1984). Aún más, las cosas en las cuales las personas no son diestras son percibidas como menos importantes que las cosas en las cuales sí son diestras (p. ej., Campbell, 1986, Harackiewicz, Sansone, & Manderlink, 1985; Lewicki, 1984; Rosenberg, 1979). Y la gente percibe que han mejorado en habilidades que son importantes para ellos aun cuando su desempeño ha permanecido igual (Conway & Ross, 1984).

En resumen, lejos de ser balanceada entre positiva y negativa, la percepción de sí que la mayoría de los individuos tiene está altamente inclinada al lado positivo de la escala. Por supuesto, este desbalance no significa en o por sí mismo evidencia de que tales opiniones son irreales o ilusorias. Evidencia sobre esto está, aun así, disponible.

Primero, existe una generalizada tendencia a verse a sí mismo como mejor que los demás. Los individuos juzgan atributos positivos de la personalidad como más descriptivos de sí mismos que del resto de las personas, pero ven atributos negativos de la personalidad como menos descriptivos de sí mismos que del resto de las personas (Alicke, 1985; Brown,

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1986). Este efecto ha sido documentado por una amplia variedad de rasgos (Brown, 1986) y habilidades (Campbell, 1986; Larwood & Whittaker, 1977); los individuos incluso creen que su habilidad para conducir es superior que la de los demás (Svenson, 1981). Debido a que es lógicamente imposible que la mayoría de las personas sea mejor que la persona promedio, estas opiniones positivas y altamente sesgadas de sí pueden ser consideradas como evidencia por su naturaleza irrealista e ilusoria. La gente también tiende a usar sus cualidades positivas al apreciar a los demás, de este modo asegurando virtualmente una comparación yo-otro favorable (Lewicki, 1983). Y la gente le da a otros menos crédito por su éxito y más culpa por sus fracasos que el que se dan a sí mismos (Forsyth & Schlenker, 1977; Green & Gross, 1979; Mirels, 1980; Schlenker & Miller, 1977; Taylor & Koivumaki, 1976).

Aunque la tendencia a verse a sí mismos como mejores que otros es atenuada de cierta manera cuando los otros siendo evaluados son amigos cercanos o parientes (Brown, 1986), una tendencia correspondiente existe al ver a las amistades íntimas mejor que al promedio. Los amigos propios son evaluados más positivamente y menos negativamente que la persona promedio (Brown, 1986), y, comparados con otros, los amigos cercanos y parientes reciben más crédito por el éxito y menos culpa por el fracaso (Hall & Taylor, 1976; Taylor & Koivumaki, 1976). Además, estos efectos a nivel individual también ocurren a nivel grupal: investigaciones usando el paradigma intergrupal mínimo ha establecido que hasta en las más mínimas condiciones sociales, una tendencia generalizada existe a ver al propio grupo como mejor que los demás grupos (véase Tajfel & Turner, 1986, para un análisis). Por lo tanto, aunque la investigación demuestra un sesgo personal positivo general (Schneider, Hastorf, & Ellsworth, 1979; Sears, 1983), los individuos están inclinados a apreciarse a sí mismos y a sus cercanos en términos muchos más positivos y menos negativos que con los que aprecian a la mayoría de las personas.

Una segunda fuente de evidencia respecto a la cualidad ilusoria de las autoevaluaciones positivas viene de investigaciones donde la valoración de sí mismo ha sido comparada con juicios hechos por otros. Lewinsohn, Mischel, Chaplin, and Barton (1980) pusieron evaluadores a mirar universitarios completando una tarea de interacción grupal. Los evaluadores luego evaluaron a cada sujeto dentro de un número de dimensiones de personalidad (por ejemplo, amigable, acogedor, y asertivo). Los sujetos también se autoevaluaron en cada atributo. Los resultados mostraron que las autoevaluaciones eran significativamente más positivas que las evaluaciones de los evaluadores. En otras palabras, los individuos se vieron a sí mismos en términos más halagadores que los otros que los vieron.

En suma, la percepción de sí que la mayoría sostiene no es tan equilibrada como los modelos tradicionales de salud mental sugieren. En vez de estar atentos a los aspectos favorables como no favorables de sí, los individuos normales parecen ser muy conscientes de sus fortalezas y ventajas y considerablemente menos conscientes de sus debilidades y defectos. La evidencia de que estas halagadoras representaciones de sí son ilusorias viene de estudios en los cuales los investigadores han encontrado que (a) la mayoría se ve a sí

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mismos como mejores que la persona promedio y (b) que la mayoría se ve a sí mismo mejor que los demás los ven. Por estas razones, las autoevaluaciones excesivamente positivas parecen ser ilusorias.

¿Existe algún grupo de individuos que acepten tanto los buenos como los malos aspectos de sí mismos como lo establecen varios puntos de vista de la salud mental sobre cómo la persona normal es? Sugerente evidencia indica que los individuos que tienen un autoestima baja, están moderadamente deprimidos, o ambos, son más balanceados en sus autoevaluaciones (véase Coyne & Gotlieb, 1983; Ruehlman, West, & Pasahow, 1985; Watson &Clark, 1984, para análisis). Estos individuos tienden a (a) recordar información positiva y negativa sobre sí con igual frecuencia, (b) mostrar mayor equilibrio en sus atribuciones de responsabilidad en resultados con ciertas tendencias (p. ej., Campbell & Fairey, 1985; Kuiper, 1978; Rizley, 1978), (c) mostrar mayor congruencia entre sus autoevaluaciones y las evaluaciones de otros (p. ej., Brown, 1986), y (d) ofrecer valoraciones de sí mismos que coinciden más cercanamente con valoraciones dadas por espectadores objetivos (p. ej., Lewinsohn y otros, 1980). En resumen, parece que no es el individuo equilibrado sino que el individuo que experiencia una aflicción subjetiva el que es más probable que procese información respecto a sí mismo sin sesgos y de forma balanceada. Estos descubrimientos son inconsistentes con la noción que las percepciones realistas y bien balanceadas de sí son características de la salud mental.

Ilusiones de Control

Un segundo campo donde la mayoría de las percepciones de los individuos parecen ser menos que realistas se refiere a creencias sobre el control personal sobre ocurrencias del entorno. Muchos teóricos, incluyendo psicólogos sociales (p. ej., Heider, 1958), psicólogos del desarrollo (p. ej., White, 1959), aprendices teóricos (Bandura, 1977; deCharms, 1968), y teóricos psicoanalíticos (Fenichel, 1945; Hendrick, 1942), han mantenido que una sensación de control personal es fundamental para el concepto de sí mismo y la autoestima. Aun así, la evidencia de investigaciones sugiere que la creencia de las personas sobre el control personal es a veces mayor de la que se puede justificar.

En una serie de estudios adoptando formatos de apuesta, Langer y sus asociados (Langer, 1975; Langer & Roth, 1975) encontraron que la gente actúa como si estuviera en control de situaciones que están realmente determinadas por la probabilidad. Cuando manipulaciones que sugieren habilidad, como la competición, elección, familiaridad, y participación, son introducidas a situaciones de probabilidad, la gente actúa como si las situaciones estuvieran determinadas por la habilidad y, por lo tanto, situaciones donde podían ejercer cierto control (véase también Goffman, 1967). Por ejemplo, las personas infieren que tienen mayor control si tiran personalmente un dado que si alguien lo hace por ellos (Fleming & Darley, 1986; Langer, 1975). Similarmente, mucha literatura sobre estimación de covariancia indica que las personas sobrestiman mucho su grado de control

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sobre eventos mayormente determinados por probabilidad (véase Crocker, 1982, para un análisis). Cuando las personas esperan producir cierto resultado y luego el resultado sí ocurre, suelen sobrestimar el grado hasta el cual ellos fueron determinantes para lograr este resultado (véase Miller & Ross, 1975).

¿Hay algún grupo en el cual esta ilusión parezca estar ausente? Individuos mediana y severamente depresivos parecen ser menos vulnerables a la ilusión de control (Abramson & Alloy, 1981; Colin, Terrell, & Johnson, 1977; Golin, Terrell, Weitz, & Drost, 1979; M. S. Greenberg & Alloy, en prensa). Cuando pistas sobre habilidad son introducidas en tareas relacionadas a la probabilidad o cuando los resultados son como se predecían, los individuos depresivos proveen estimaciones más acertadas sobre su grado de control que la gente no-depresiva. De manera parecida, relacionada a la gente no-depresiva, aquellos a quienes se les ha inducido un ánimo negativo muestran percepciones más realistas de control personal (Alloy, Abramson, & Viscusi, 1981; véase también Shrauger & Terbovic, 1976). Esto no es para sugerir que las personas deprimidas o aquellas en quienes un ánimo negativo ha sido inducido son siempre más acertadas que los sujetos no-depresivos en su estimación de control personal, pero la preponderancia de evidencia se sitúa en esta dirección. Percepciones realistas de control personal, por lo tanto, parecen ser más características de individuos en un estado afectivo depresivo que individuos en un estado afectivo no-depresivo.

Optimismo Irrealista

La evidencia sugiere que la mayoría de las personas están orientadas al futuro. En una encuesta (Gonzales & Zimbardo, 1985), la mayoría de los encuestados se calificó a sí mismo como orientados hacia el presente o el futuro (57%) o primariamente hacia el futuro (33%), más que hacía el presente solamente (9%) o hacia el pasado (1%). El optimismo penetra el pensamiento de las personas sobre el futuro (Tiger, 1979). Las investigaciones sugieren que la mayoría cree que el presente es mejor que el pasado y que el futuro será aún mejor (Brickman, Coates, & Janoff-Bulman, 1978). Cuestionarios que encuestan a americanos sobre el futuro han encontrado que la mayoría está ilusionada y confiada de que las cosas sólo pueden mejorar (Free & Cantril, 1968). Cuando se les pregunta qué creen que es posible para ellos en el futuro, los universitarios mostraron cuatro veces más posibilidades positivas que negativas (Markus & Nurius, 1986).

¿Aun así, hay evidencia de que tal optimismo sea irrealista? Aunque el futuro puede sostener eventos subjetivamente más positivos que negativos para la mayoría de los individuos, como en las autoevaluaciones excesivamente positivas, la evidencia sobre la naturaleza ilusoria del optimismo viene de estudios que comparan juicios de sí con el juicio de otros. La evidencia indica que aunque la visión cálida y generosa del futuro se extiende a todas las personas, es evidentemente mayor para sí mismos. Las personas estiman que la probabilidad de que ellos experimentarán una amplia variedad de eventos placenteros,

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como que les guste su primer trabajo, obtener un buen salario, o tener un hijo talentoso, como mayor que la de sus pares (Weinstein, 1980). En cambio, cuando se les pregunta sobre sus probabilidades de experimentar una amplia variedad de eventos negativos, incluyendo tener un accidente automovilístico (Robertson, 1977), ser víctimas de un crimen (Perloff & Fetzer, 1986), tener problemas para encontrar trabajo (Weinstein, 1980), o enfermarse (Perloff & Fetzer, 1986) o deprimirse (Kuiper, MacDonald, & Derry, 1983), la mayor parte de la gente cree que tienen menos probabilidades que sus pares de experimentar tales eventos. De hecho, la mayoría de las personas parece estar diciendo: “El futuro será genial, especialmente para mí.” Debido a que el futuro de todos no puede ser mejor que el de sus pares, el extremo optimismo que algunos individuos muestran parece ser ilusorio.

Otra evidencia también sugiere que los individuos tienen expectativas irrealistamente positivas del futuro. Entre una amplia variedad de tareas, las predicciones de los sujetos sobre qué ocurriría corresponden cercanamente a lo que ellos querrían que sucediera o lo que es socialmente deseable en vez de lo que es más probable objetivamente (Cantril, 1938; Lund, 1975; McGuire, 1960; Pruitt & Hoge, 1965; Sherman, 1980). Tanto niños como adultos sobrestiman el nivel en el que tendrán éxito en tareas futuras (p. ej., Crandall, Solomon, & Kelleway, 1955; Irwin, 1944, 1953; R. W. Marks, 1951), y son más proclives a proveer tales sobrestimaciones mientras más personalmente importante la tarea sea (Frank, 1953). El optimismo irrealista ha sido documentado en eventos que son enteramente determinados por la probabilidad (Irwin, 1953; Langer & Roth, 1975; R. W. Marks, 1951).

En contraste a las expectativas irrealistamente positivas del futuro mostradas por individuos normales, personas moderadamente deprimidas y aquellas con baja autoestima parecen tener cálculos más balanceados sobre las probables circunstancias futuras (véase Ruehlman, entre otros, 1985, para un análisis). Sobre juicios respecto a otros, estos individuos fallan en exhibir la tendencia engrandecedora de ver eventos positivos como más probables para sí y eventos negativos menos probables para sí (Alloy & Ahrens, 1987; Brown, 1985; Pietromonaco & Markus, 1985; Pyszczynski, Holt, & Greenberg, 1987). Entonces, aunque en algunos casos tales tendencias pueden reflejar pesimismo por parte de las personas deprimidas, parece ser que individuos que están altos, no bajos, en bienestar subjetivo los que muestran percepciones más sesgadas sobre el futuro.

Resumen

Para sintetizar, las ideas tradiciones sobre salud mental establecen que individuos equilibrados poseen percepciones relativamente realistas de sí mismos, de su capacidad para controlar eventos importantes en sus vidas, y su futuro. Contraria a esta representación, una gran cantidad de investigación en psicología social, de personalidad, clínica, y del desarrollo documenta que los individuos normales poseen visiones

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exageradamente positivas de sí mismos, una creencia exagerada en su habilidad de controlar su entorno, y una vista del futuro que afirma que su futuro será mucho mejor que el de la persona promedio. Aún más, individuos que están moderadamente deprimidos o bajos en autoestima muestran consistentemente una ausencia de tales ilusiones engrandecedoras. Juntos, estos hallazgos parecen inconsistentes con la noción de que el conocimiento realista de sí es el sello de la salud mental.

Otras dos literaturas también sugieren que el conocimiento realista de sí podría no siempre estar relacionado positivamente con el bienestar psicológico. Considerar, primero, investigación de los correlatos sobre autoconciencia privada según la evaluación de la Escala de Autoconciencia (Fenigstein, Scheier, & Buss, 1975). La autoconciencia privada se refiere al nivel hasta el cual una personal típicamente atiende a los aspectos privados, encubiertos de sí mismo (por ejemplo, ‘siempre estoy tratando de saber quién soy yo’). Las personas que califican alto en esta escala han demostrado poseer autoconocimiento más detallado y realista que aquellos que son menos atentos a este aspecto de sí (Franzoi, 1983; Turner, 1978). Adicionalmente, los investigadores han encontrado que la autoconciencia privada está positivamente relacionada a la depresión (Ingram & Smith, 1984; Smith & Greenberg, 1981; Smith, Ingram, & Roth, 1985). Aunque la relación entre estas variables es correlacional, investigación experimental también sugiere que bajo algunas circunstancias concentrar la atención en uno mismo podría generar estados emocionales negativos (Duval & Wicklund, 1972).

Apoyo adicional para el argumento de que el autoconocimiento realista podría estar negativamente relacionado con la salud psicológica viene de investigación sobre la correlación con el autoengaño. Específicamente, calificaciones en el Cuestionario de Autoengaño (Sackeim & Gur, 1979), una medida del nivel hasta el cual los individuos típicamente niegan sentimientos y conductas psicológicamente amenazantes pero universales (por ejemplo, ‘¿no te sientes culpable por…?’), han demostrado ser inversamente relacionadas a la depresión (Roth & Ingram, 1985; véase Sackeim, 1983, para un análisis). El hecho de que los individuos que son más propensos a involucrarse en el autoengaño también califican más bajo en medidas de psicopatologías sugiere aún más que el autoconocimiento realista podría no ser un sine qua non de salud mental.

Aspectos de la Ilusión que promueven la Salud Mental

Es una cosa decir que las ilusiones positivas de sí, del control personal, y del futuro existen y son verdaderas para las personas normales. Es otra identificar cómo estas ilusiones contribuyen a la salud mental. Para hacerlo, uno primero necesita establecer un estándar de salud mental y luego determinar si las consecuencias de las previas ilusiones positivas califican en este estándar. Un dilema que aparece inmediatamente es que, como fue indicado anteriormente, muchas definiciones formales de salud mental incorporan la autopercepción acertada como un estándar (véase Jahoda, 1958; Jourard & Landsman,

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1980). Al establecer estándares de salud mental, entonces, debemos sustraer este en particular.

Cuando lo hacemos, ¿qué queda? La habilidad para ser feliz o, al menos, relativamente satisfecho, ha sido un estándar central de la salud mental y bienestar adoptado por una variedad de investigadores y teóricos (p. ej., Menninger, 1930; véase E. Diener, 1984; Jahoda, 1958, para análisis). En su trabajo hito, Jahoda (1958) identificó cinco estándares adicionales para una salud mental positiva: actitudes positivas hacia sí mismo; la habilidad de crecer, desarrollarse, y autorealizarse; autonomía; dominio en el trabajo y relaciones sociales; e integración (por ejemplo, el balance entre la fuerzas psíquicas del id, el ego, y el superego). Revisando formulaciones tanto antiguas como más recientes, Jourard y Landsman (1980, p. 131) condensaron estándares similares: autoestima positivo, la habilidad de preocuparse por los otros y el mundo natural, apertura a nuevas ideas y personas, creatividad, la habilidad para hacer trabajo productivo, la habilidad para amar, y la ubicua autopercepción realista. Debido a que la autoestima positiva ya ha sido considerada en nuestra sección sobre autoevaluaciones excesivamente positivas, no la revisaremos aquí. Por lo tanto, los elementos comunes en estos estándares que examinaremos en la siguiente sección son felicidad o satisfacción, la habilidad de preocuparse por y sobre otros, y la capacidad de trabajo productivo y creativo.

Felicidad o Satisfacción

La mayoría de la gente declara ser feliz la mayor parte del tiempo. En encuestas sobre ánimo, 70% a 80% de los encuestados declararon que están moderadamente a muy felices. Mientras que la mayoría de los encuestados cree que otros están promedio en felicidad, 60% cree que son más felices que la mayoría de la gente (Freedman, 1978). Las ilusiones positivas han sido unidas a las declaraciones de felicidad. Las personas que tienen alta autoestima y confianza en sí, que declaran que tienen un montón de control en sus vidas, y que creen que el futuro les traerá felicidad a sus vidas tienen más posibilidad que las personas que no tienen estas percepciones a indicar que están felices con el presente (Freedman, 1978).

Como se aludió anteriormente, cuando las percepciones de la gente feliz son comparadas con las de aquellas personas que están relativamente más angustiadas, la gente feliz tiene mejor opinión de sí misma (p. ej., Beck, 1967; Kuiper & Derry, 1982; Kuiper & MacDonald, 1982; Kuiper entre otros, 1985; Lewinsohn entre otros, 1980; véase Shrauger & Terbovic, 1976), es más proclive a mostrar atribuciones causales ventajosas para sí (Kuiper, 1978; Rizley, 1978), muestra creencias exageradas sobre su habilidad de controlar lo que sucede a su alrededor (Abramson & Alloy, 1981; Golin entre otros, 1977; Golin entre otros, 1979; M. S. Oreenberg & Alloy, en prensa), y es más proclive a ser irrealistamente optimista (Alloy & Ahrens, 1987).

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La asociación entre ilusiones y ánimo positivo parece ser consistente, pero la evidencia es mayormente correlacional que causal. Aun así, alguna evidencia de que las ilusiones influyen directamente el ánimo ha sido mostrada. Por ejemplo, notamos antes que los individuos están más inclinados a atribuir más éxito que fracaso a sí mismos. MacFarland y Ross (1982) probaron si tal patrón ventajoso promueve estados de ánimo positivo. Estos investigadores hicieron que sujetos desempeñaran una tarea de laboratorio donde manipulaban éxito y fracaso. Algunos sujetos fueron llevados a atribuir el éxito (fracaso) a sí, mientras que otros fueron llevados a atribuir el éxito (fracaso) a la tarea. Medidas de ánimo fueron luego recolectadas. Congruente con la hipótesis de que el sesgo de atribución ventajosa a sí influencia causalmente positivamente el ánimo, los sujetos llevados a atribuir el éxito a sí y el fracaso a la tarea mostraron un ánimo más positivo luego del éxito y menos negativo luego del fracaso. Más recientemente, Gibbons (1986) encontró evidencia de que otra ilusión engrandecedora – la tendencia a verse a uno mismo mejor en mejores circunstancias que los demás – también promueve el estado de ánimo entre personas deprimidas. Entonces, aunque estas investigaciones no quitan la posibilidad de que el ánimo positivo también cause ilusiones, o sea, que estas variables podrían estar recíprocamente relacionadas (Brown, 1984; Brown & Taylor, 1986), sí proveen evidencia de que las ilusiones promueven la felicidad.

Habilidad para Preocuparse por Otros

La habilidad para preocuparse por otros ha sido considerada un estándar importante de salud mental, y la evidencia sugiere que las ilusiones positivas están asociadas con ciertos aspectos de vinculación social. Por ejemplo, investigación con niños indica que altas autoevaluaciones están relacionadas con la popularidad tanto percibida como real entre pares (Bohrnstedt & Felson, 1983; Felson, 1981). El optimismo también podría mejorar el funcionamiento social. Un estudio encontró que las personas con una alta autoestima y una visión optimista del futuro eran más capaces de soportar la soledad en la universidad que los individuos que mostraban una ausencia de estas tendencias (Cutrona, 1982).

Las ilusiones podrían también afectar la habilidad para preocuparse por y sobre otros indirectamente a través de su capacidad de crear un ánimo positivo. La investigación indica que cuando un ánimo positivo (al contrario de uno negativo o neutral) ha sido inducido, las personas son generalmente más proclives a ayudar a otros (p. ej., Batson, Coke, Chard, Smith, & Taliaferro, 1979; Cialdini, Kenrick, & Baumann, 1982; Moore, Underwood, & Rosenhan, 1973), a iniciar conversaciones con otros (Batson entre otros, 1979; Isen, 1970), a expresar gusto por otros y evaluaciones positivas de la gente en general (Gouaux, 1971; Griffith, 1970; Veitch & Griffitt, 1976), y a reducir el uso de estrategias polémicas e incrementar el beneficio por cooperación en situaciones de negociación (Carnevale & Isen, 1986). Resumiendo la evidencia investigativa, Isen (1984) concluyó:

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“Los sentimientos positivos están asociados con una sociabilidad y benevolencia incrementada.” (p. 189; véase también E. Diener, 1984).

En general, entonces, hay evidencia que asocia las ilusiones positivas con ciertos aspectos de la vinculación social. Esta relación podría estar también facilitada indirectamente a través del ánimo positivo.

Capacidad para Trabajo Creativo y Productivo

Las ilusiones positivas podrían promover la capacidad para el trabajo creativo y positivo de dos maneras: primero, estas ilusiones podrían facilitar el funcionamiento intelectualmente creativo en sí mismo; segundo, mejoran la motivación, persistencia, y desempeño.

Facilitación del funcionamiento intelectual. La evidencia de efectos directos de las ilusiones positivas en el funcionamiento intelectual es escasa. Es desconocido si es que el optimismo irrealista o las creencias exageradas en el control personal afectan el funcionamiento intelectual directamente. Aun así, podría haber beneficios intelectuales al engrandecimiento (self-enhancement). La memoria tiende a estar organizada egocéntricamente, de forma tal que las personas son capaces de recordar bien información relacionada a sí. Greenwald (1980) sugirió que hay beneficios cognitivos de la memoria organizada egocéntricamente: el sí mismo como un sistema bien conocido, altamente complejo y densamente organizado permite una rápida recuperación de información y extensas conexiones entre elementos en el sistema. Aun así, hasta ahora no está claro si los sesgos engrandecedores facilitan directamente la memoria organizada egocéntricamente.

Las ilusiones positivas podrían también facilitar algunos aspectos del funcionamiento intelectual a través del ánimo positivo, aunque esta posibilidad no ha sido examinada directamente. Los sentimientos positivos son pistas efectivas de recuperación de información, especialmente de información positiva (p. ej., Isen, Shalker, Clark, & Karp, 1978); los sentimientos positivos pueden facilitar el uso de estrategias eficientes y de solución rápida de problemas (Isen & Means, 1983); los sentimientos positivos parecen facilitar la asociación de múltiples pistas con información codificada, por lo tanto creando un entorno mental cognitivamente complejo para hacer juicios y decisiones (Isen & Daubman, 1984); y los sentimientos positivos facilitan asociaciones inusuales y diversas que podrían producir una resolución de problemas más creativa (Isen, Daubman, & Nowicki, 1987; Isen, Johnson, Mertz, & Robinson, 1985).

¿Es siempre positivo el impacto de los sentimientos positivos en el funcionamiento mental? Algunas investigaciones sugieren que los sentimientos positivos podrían llevar a las personas a usar estrategias simples, rápidas, de resolución de problemas que podrían ser inapropiadas para tareas de resolución de problemas complejos (Isen entre otros, 1985). Aun así, trabajos más recientes sugieren que los sentimientos positivos no reducen la capacidad cognitiva o llevan a una resolución de problemas descuidada o ineficiente. Por lo

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tanto, los sentimientos positivos parecen tener un impacto mayormente positivo en el funcionamiento intelectual.

Motivación, persistencia, y desempeño. Las percepciones de engrandecimiento, la creencia en el control personal, y el optimismo parecen fomentar la motivación, persistencia en las tareas, y finalmente, un desempeño más efectivo.

La evidencia del impacto de percepciones de engrandecimiento en la motivación, persistencia, y desempeño viene de varias fuentes. Las ideas positivas de uno mismo están asociadas con trabajar más duro y por más tiempo en las tareas (Felson, 1984); la perseverancia, por turnos, produce un desempeño más efectivo y una mayor probabilidad de logro de objetivos (Bandura, 1977; Baumeister, Hamilton, & Tice, 1985; véase también Feather, 1966, 1968, 1969). Personas con alta, comparadas con otras con baja, autoestima también evalúan su desempeño más positivamente (Vasta & Brockner, 1979), incluso cuando es equivalente al de las personas con baja autoestima (Shrauger & Terbovic, 1976). Estas percepciones luego son retroalimentadas como una motivación mejorada. Personas con alta autoestima tienen mayores estimaciones de su habilidad para su futuro desempeño y mayores estimaciones en su futuro desempeño, incluso cuando su desempeño pasado en la tarea podría contraindicar estas estimaciones positivas (McFarlin & Blascovich, 1981).

La evidencia sobre la creencia en el control personal relacionada con la motivación, persistencia, y desempeño viene de una variedad de fuentes. Investigaciones sobre motivación han demostrado repetidamente que la creencia en la eficacia personal (un concepto relacionado al control) está asociada con una mayor motivación y más esfuerzos para ser exitosos (Bandura, 1977; véase también Brunstein & Olbrich, 1985; Dweck & Licht, 1980). En una serie de estudios, Burger (1985) encontró que los individuos con grandes deseos de control respondían más enérgicamente a una tarea exigente y persistían por más tiempo. También tenían mayores (y, en este caso, más realistas) niveles de ambición y mayores expectativas de su desempeño que individuos con un bajo nivel de deseo de control.

Investigación sobre diferencias individuales en maestría también indica el valor de creer que uno tiene el control. C.I. Diener y Dweck (1978, 1980) encontraron diferencias entre niños orientados a la maestría y niños desamparados en sus interpretaciones sobre éxitos y fracaso. Incluso cuando su desempeño era equivalente al de los niños desamparados, los niños orientados a la maestría (por ejemplo, aquellos con una sensación de control sobre la tarea) recordaron mejor su éxito, eran más proclives a ver el éxito como indicación de habilidad, esperaban éxito en el futuro, y estaban menos desalentados por el fracaso. Sobre el fracaso, los niños orientados a la maestría elegían enfocarse en maneras de superar el fracaso. De hecho, parecían no reconocer que habían fracasado (C. I. Diener & Dweck, 1978).

Varias líneas investigativas sugieren que el optimismo está asociado con una mejor motivación y desempeño. Altas expectativas de éxito motivan a las personas a trabajar más y más duro en tareas que aquellas personas con bajas expectativas de éxito. Gonzales y Zimbardo (1985) hallaron que una orientación autoindicada (self-reported orientation)

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sobre el futuro estaba asociada con autoindicaciones de mayor ganancia, mayor motivación a trabajar, mayor búsqueda de metas, accionar más pragmático, más organización diaria, y menos fatalismo. Evidencia indirecta de la relación del optimismo con el esfuerzo, perseverancia, y finalmente, logro de metas viene de estudios de la depresión y estudios del desamparo aprendido. Beck (1967) mantiene que el pesimismo es uno de los atributos centrales de la depresión, y también es prominente en el desamparo aprendido (Seligman, 1975). Uno de los principales síntomas de la depresión es la inactividad, y los investigadores del desamparo aprendido también han notado la crucial importancia de la falta generalizada de motivación en este síndrome (Seligman, 1975). Los sentimientos negativos, entonces, debilitan el nivel de actividad, quizás debido a que facilitan ver las consecuencias negativas relacionadas a cada acción. Este pesimismo podría entonces reducir la motivación y consecuente actividad dirigida a una meta.

En general, entonces, la evidencia investigativa indica que el engrandecimiento, creer exageradamente en el control, y el optimismo irrealista puede estar asociado con una mayor motivación, mayor persistencia, desempeño más efectivo, y finalmente, mayor éxito. Un valor principal de estas ilusiones podría ser que crean profecías que por su propia naturaleza tienden a cumplirse. Estas podrían ayudar a las personas a tratar más duro de alcanzar situaciones con probabilidades objetivamente menores de éxito; aunque cierto fracaso es inevitable, finalmente estas ilusiones valen la pena más frecuentemente que la falta de persistencia (compárese Greenwald, 1980).

Resumen y Conclusiones

Para resumir, volvemos al estándar de salud mental dado al principio y lo relacionamos sistemáticamente con las ilusiones positivas. Estos estándares incluían felicidad o satisfacción, preocupación por y sobre otros, y la capacidad de trabajo creativo y productivo. Aunque las investigaciones no mencionan sistemáticamente el rol de cada una de estas tres ilusiones positivas respecto a cada estándar de la salud mental, la evidencia es sugerente en todos los casos. Las personas felices tienen más probabilidad a tener ideas positivas de sí mismos, a creer en su habilidad para controlar lo que sucede a su alrededor, y tienen mayor optimismo sobre el futuro. También suelen tener alta autoestima. La habilidad de preocuparse por otros parece estar asociada con ilusiones positivas, en el sentido de que las ilusiones positivas están asociadas con ciertos aspectos del relacionamiento social. La capacidad para trabajo creativo y productivo es fomentada tanto por un funcionamiento intelectual mejorado, el cual puede ser consecuencia de ilusiones positivas, como por una motivación, nivel de actividad, y persistencia mejoradas que están claramente promovidas por una opinión positiva de sí, una sensación de control, y optimismo.

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Acomodando Ilusiones a la Realidad

El análisis anterior presenta ciertos dilemas teóricos y prácticos. En una mano, tenemos una visión establecida sobre la salud mental que viene mayormente de los campos de la psiquiatría y de la psicología clínica que insiste en la importancia de opiniones realistas de uno mismo, de las circunstancias que lo rodean, y del futuro. En la otra mano, tenemos una descripción pronunciadamente diferente por parte de la psicología cognitiva y social que muestra al individuo normal como aquel que evidencia considerables sesgos en estas percepciones. Además, estos sesgos apuntan a una dirección predecible, específicamente, una positiva. ¿Cómo conciliaremos estos puntos de vista?

Un segundo dilema se refiere al valor funcional de las ilusiones. En una mano, las ilusiones positivas parecen ser comunes y, aún más importante, parecen estar asociadas con resultados positivos que motivan una buena salud mental. En la otra mano, esta evidencia desmiente muchas creencias psicológicas y nociones del sentido común de que las personas deben monitorear realistamente para sobrevivir. Por lo tanto, es importante considerar cómo las ilusiones positivas pueden ser mantenidas y, más importantemente, ser funcionales frente a la evidencia realista y frecuentemente contradictoria del entorno.

Reconciliando Puntos de Vista Contradictorios sobre la Salud Mental

Respecto al primer dilema, un útil punto de partida en la reconciliación es examinar fallas en los métodos de recolección de datos en la literatura relevante sobre psicología clínica y social al derivar sus respectivas definiciones. Históricamente, las construcciones clínicas de la salud mental han estado dominadas por la terapia e investigación de personas anormales. Muchos psicólogos y psiquiatras que han escrito sobre salud mental dedican su investigación y esfuerzos clínicos a individuos cuyas percepciones están distorsionadas de distintas maneras. ¿Cómo podría estar influenciado un entendimiento de la salud mental cuando la anormalidad es un criterio implícito? Los contrastes entre funcionamiento patológico y normal posiblemente aumentarán en importancia. Debido a que un atributo de mucha gente psicológicamente trastornada es la habilidad de monitorear la realidad efectivamente, el individuo saludable podría ser representado como aquel que mantiene un contacto cercano con la realidad. Más sutiles divergencias en las percepciones y cogniciones de estándares objetivamente realistas bien podrían pasar desapercibidas.

Pero al igual que una visión estrictamente clínica de la salud podría resultar en un énfasis excesivo en la racionalidad, una definición de la salud mental derivada solamente de la investigación sobre cognición social podría estar sesgada a revelar un énfasis excesivo en las ilusiones. Muchas investigaciones sobre cognición social desvinculan al individuo de las condiciones normales en las que interactúan con el propósito de darles información y retroalimentación experimentalmente manipulada. Aun así, investigaciones sociales y cognitivas sobre el predominio y utilidad de esquemas deja en claro que las personas se

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apoyan mucho en sus expectativas previas al procesar información entrante (véase Fiske & Taylor, 1984; Hastie, 1981; Taylor & Crocker, 1981, para análisis). Hasta el punto en que la información y retroalimentación manipulada es similar a la que la gente normalmente encuentra en su entorno escogido, uno podría esperar ver percepciones similares a aquellas que normalmente desarrollan en el mundo normal. Aun así, hasta el punto en que la información y retroalimentación que son proveídas experimentalmente se diferencian de la información y retroalimentación que un individuo podría encontrar en el mundo real, las implicaciones de cualquier error o sesgo de la percepción y cognición no están claras. Dentro de la cognición social, estos errores y sesgos experimentalmente documentados suelen ser interpretados como evidencia de fallas en las estrategias humanas de procesamiento de información. A pesar de esto, otra interpretación es a lo menos igual de sostenible. Los individuos podrían relacionar simplemente información desconocida o inesperada a sus creencias anteriores con un procesamiento relativamente pequeño. Si las creencias previas incluyen ideas generalmente positivas de sí mismo, de la autoeficacia, y el futuro, entonces la interpretación de cualquier retroalimentación negativa podría parecer, falsamente, propensa al error en una dirección positiva.

Tomando en cuenta estas respectivas fallas de las descripciones sociales y clínicas, ¿qué tipo de reconciliación podemos desarrollar? Primero, un cierto nivel de contacto con la realidad parece ser esencial para lograr las tareas del diario vivir. Si los errores y los sesgos identificados por la cognición social dominaran todas las tareas de inferencia, sería difícil entender cómo el organismo humano podría entender. En la otra mano, también es evidente que cuando los errores y sesgos sí ocurren, no están equitativamente distribuidos. Suelen dirigirse consistentemente en una dirección positiva, hacia un engrandecimiento de sí mismo y del mundo en el que uno debe funcionar. La llave a una integración de estos dos puntos de vista de la salud mental podría, entonces, recaer en entender aquellas circunstancias bajo las cuales las ilusiones positivas de sí mismo y del mundo podrían ser mayormente obvias y útiles. La naturaleza de estas circunstancias es sugerida tanto por las investigaciones en cognición social en sí misma como en la investigación de víctimas de mala fortuna.

Si uno asume que las creencias personales previas sobre sí mismo, su eficacia, y su futuro son positivas y que sus estrategias de procesamiento de información los sesgan de interpretar la información de este modo, entonces es consecuente que los errores y sesgos serán más obvios cuando la retroalimentación por parte del mundo exterior es negativa. De hecho, en circunstancias experimentales examinando sesgos positivos, la investigación revela que los sesgos positivos son más evidentes como amenazas al crecimiento personal (Greenwald, 1981). La importancia de la información podría también alterar el predominio de los sesgos positivos. Greenwald (1981) halló que los sesgos de engrandecimiento aumentan si la importancia de la situación aumenta. Entonces, por ejemplo, el sesgo de atribución causal engrandecedora es más probable que ocurra en comportamientos que son más importantes para un individuo que eventos personalmente triviales (p. ej., Miller, 1976).

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Congruente con ambos puntos, la investigación de víctimas de mala fortuna, como los pacientes de cáncer, sugiere que las ilusiones sobre sí mismos, la propia eficacia, y el futuro están visibles al lidiar con estos eventos potencialmente trágicos (Taylor, 1983). Por ejemplo, un estudio de pacientes con cáncer de mama encontró que la creencia de que las habilidades propias de salir delante eran extraordinarias (Wood, Taylor, & Lichtman, 1985), y que la creencia de que uno podía impedir personalmente que el cáncer volviera, aun frente a la posibilidad de recurrencia, eran bastante comunes (Taylor, Lichtman, & Wood, 1984). Aún más, estaban asociadas con un ajuste psicológico exitoso al cáncer.

En un reciente análisis de la literatura sobre factores de la personalidad como amortiguadores de la relación estrés-trastorno, Cohen y Edwards (en prensa) encontraron sólo evidencia dispersa sobre los efectos amortiguadores de estrés a lo largo de un gran número de variables de personalidad; sugirieron que esto podría ocurrir porque sólo unos pocos mecanismos superiores realmente amortiguan el estrés de forma satisfactoria. Considerablemente, ellos ofrecieron como posibles mecanismos superiores los sentimientos de control personal, autoeficacia o autoestima, optimismo, y esfuerzo o habilidad. Su análisis provee evidencia reunida del posible valor funcional del engrandecimiento, control personal, optimismo, y sus asociados bajo condiciones de amenaza. Becker (1973) hizo un punto relacionado a esto en su libro ganador del Premio Pulitzer, La negación de la muerte. Él argumentó que debido a que el mundo es un lugar incierto y aterrador donde vivir, las personas crean ilusiones positivas y revalidadoras de la vida para permitirlos superar a su miedo existencial (compárese J. Greenberg, Pyszczynski, & Solomon, 1986).

Entonces, para sintetizar, la evidencia convergente de fuentes sugiere que las ilusiones positivas de uno mismo, del control, y del futuro podrían ser especialmente evidentes y adaptativas bajo circunstancias de adversidad, o sea, circunstancias que se podría esperar que produjeran depresión o una falta de motivación. Bajo estas circunstancias, la creencia de sí mismo como un actor competente y eficaz actuando en un mundo con un futuro generalmente positivo podría ser especialmente útil para superar contratiempos, golpes al autoestima, y potenciales mermas en la vista personal del futuro.

Manejo de la Retroalimentación Negativa

Si las ilusiones son particularmente útiles cuando una persona se encuentra con retroalimentación negativa, debemos considerar, primero, cómo el proceso de rechazo versus la de integrar la retroalimentación negativa ocurre y, segundo, cómo las personas negocian con el mundo exitosamente y aprenden de la experiencia sin el completo beneficio de la retroalimentación negativa. Para anticipar el próximo argumento, mantendremos que una serie de filtros sociales y cognitivos tornan la información desproporcionadamente positiva y que la información negativa que escapa estos filtros es representada de la manera menos amenazadora posible.

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Construcción social de la retroalimentación social. Una variedad de normas sociales y estrategias de interacción social conspiran para proteger al individuo del lado más duro de la realidad. La investigación indica que, aunque las personas están generalmente poco dispuestas a dar retroalimentación (Blumberg, 1972), cuando esta es dada, es abrumadoramente posible que sea positiva (Blumberg, 1972; Parducci, 1968; Tesser & Rosen, 1975). Los evaluadores que deben dar retroalimentación negativa pueden callarla o ponerla en términos eufemísticos (Goffman, 1955), así tornándola ambigua. De manera similar, los estudios sobre moderación de la opinión (Cialdini, Levy, Herman, & Evenbeck, 1973; McGuire, 1985; M. Snyder & Swann, 1976; Tetlock, 1983) revelan que cuando las personas esperan que los otros les discreparan, suelen moderar sus opiniones con antelación para que sean menos extremas y por consiguiente más similares a lo que el otro percibe que son las actitudes de su audiencia. Si una persona tiene creencias negativas sobre otro, él o ella es altamente proclive a discontinuar la interacción con la persona, en vez de darle retroalimentación negativa (Darley & Fazio, 1980). Implícitamente, entonces, las personas se suscriben colectivamente a normas, asegurando que ellas den y reciban retroalimentación predominantemente positiva (ver también Goffman, 1955).

Las estrategias de interacción que las personas adoptan en situaciones sociales también tienden a confirman autoconceptos preexistentes (véase Swann, 1983, 1984, para análisis). La gente señala implícitamente cómo desean ser tratados al adoptar pistas físicas de su identidad (como ropa o chapas que expresen tendencias políticas), al tomar roles sociales que comunican su autoconcepto (como mentor o extremista), y al usar métodos de comunicación que solicitan de manera preferencial retroalimentación reafirmantes (Swann, 1983). En esta última categoría, las personas buscan activamente refutar las impresiones erróneas de ellas que tienen los demás (Swann & Hill, 1982) y son más propensas a buscar retroalimentación social si creen que confirmará su autoconcepto (Swann & Read, 1981a, 1981b). Debido a que la mayoría de los individuos posee autoevaluaciones positivas, tales estrategias llevan a una tendencia a buscar retroalimentación principalmente cuando esta retroalimentación sea posiblemente positiva (Brown, 1987).

La construcción de las relaciones sociales con amigos y cercanos también facilita los autoconceptos positivos. Las personas seleccionan amigos y cercanos que son relativamente parecidos en recursos físicos, casi iguales en habilidad y logros, parecidos en actitudes, y similares en antecedentes (Eckland, 1968; Hill, Rubin, & Peplau, 1976; Richardson, 1939; Spuhler, 1968; véase Swann, 1984, para un análisis). Este proceso de selección refuerza las creencias propias de que las actitudes y atributos propios son correctos. Las personas forman relaciones con personas que las ven como ellos se ven a sí mismos y tienden a ser infelices en relaciones donde no son vistos como lo quieren ser. Tesser y sus asociados (Tesser, 1980; Tesser & Campbell, 1980; Tesser, Campbell, & Smith, 1984; Tesser & Paulhus, 1983) han sugerido que la gente selecciona amigos cuyas habilidades en tareas importantes para ellos son algo inferiores a las suyas pero cuyas habilidades en habilidades menos importantes para ellos son iguales o superiores. De esta manera, los individuos pueden alcanzar lo mejor de ambos mundos: pueden valorar a sus

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amigos por cualidades excepcionales irrelevantes para ellos (de esa manera engrandeciéndose a sí mismos a través de la asociación) sin restarle a sus propias autoevaluaciones.

Cierta retroalimentación negativa, como perder un trabajo o ser abandonado por un cónyuge, es difícil de rebatir, y bajos tales circunstancias los amigos y familia podrían ayudar en el proceso de recuperación del autoestima al seleccionar enfocarse en las cualidades positivas de uno, en los aspectos positivos de la desagradable situación, y en los aspectos negativos de la situación anterior. En análisis del proceso de apoyo social, los investigadores han considerado uniformemente el mantenimiento de la autoestima como un gran beneficio del apoyo social (p. ej., Cobb, 1976; House, 1981; Pinneau, 1975; Schaefer, Coyne, & Lazarus, 1981), y las investigaciones indican que el apoyo social amortigua la aflicción física y emocional de la persona bajo periodos de mucho estrés (Cobb, 1976; Cohen & Hoberman, 1983; Cohen & McKay, 1983; Kaplan, Cassel, & Gore, 1977; LaRocco, House, & French, 1980). Los estudios experimentales son congruentes a esta conclusión (p. ej., Backman, Secord, & Peirce, 1963; Swann & Predmore, 1985) al mostrar que la concordancia de los amigos sobre los atributos personales de uno puede actuar como amortiguación contra la retroalimentación que los refuten.

En general, entonces, las normas y estrategias de la interacción social generalmente mejoran las autoevaluaciones positivas y protegen de las negativas. Eso sí, una advertencia merece ser mencionada. Una cantidad considerable de investigación citada demuestra que las personas solicitan y reciben retroalimentación reafirmante, no necesariamente retroalimentación positiva. Por ejemplo, una mujer que cree que es tímida puede buscar y recibir retroalimentación de que lo es (véase Swann, 1983). Al principio, estos resultados pueden parecer contradictorios con la posición de que la retroalimentación promueve autoconceptos positivos, pero de hecho, no lo hacen. Debido a que la mayoría de la gente piensa bien de sí misma en la mayoría de sus atributos, la retroalimentación afirmante es típicamente retroalimentación positiva.

Sesgos en la codificación, interpretación, y recuperación de datos. La interacción social es sí misma, entonces, es un filtro que sesga la información que un individuo recibe en una dirección positiva. Otro set de filtros está comprometido cuando el sistema cognitivo codifica, interpreta, o recupera información. Las personas generalmente seleccionan, interpretan, y recuerdan información de manera que sea congruente con sus creencias o teorías previas (véase Fiske & Taylor, 1984; Greenwald, 1980; Taylor & Crocker, 1981, para análisis). Consecuentemente, si las creencias previas de una persona son positivas, los sesgos cognitivos que favorecen el conservadurismo generalmente mantendrán las ilusiones positivas más específicamente.

Cierta información potencialmente contradictoria nunca entra en el sistema cognitivo. Las teorías preexistentes guían fuertemente la percepción de información según corresponda (Howard & Rothbart, 1980; Rothbart, Evans, & Fulero, 1979; véase Fiske & Taylor, 1984; Nisbett & Ross, 1980). La información ambigua tiende a ser interpretada como consistente con las creencias previas (véase Taylor & Crocker, 1981, para un

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análisis); por consiguiente, un comportamiento que no es claramente ni éxito ni fracaso será posiblemente visto como positivo por la mayoría. En particular, la retroalimentación ambigua dada por otros puede que sea percibida más favorablemente de lo que realmente es (Jacobs, Berscheid, & Walster, 1971).

Si la retroalimentación no es positiva, puede ser simplemente ignorada. En su revisión de aproximadamente 50 estudios, Shrauger and Schoeneman (1979) examinaron la evidencia que relacionaba las autoevaluaciones con las evaluaciones de las parejas en escenarios naturales. Encontraron poca evidencia de que las autoevaluaciones son consistentemente influenciadas por la retroalimentación de otros, ni encontraron evidencia de congruencia entre los autoevaluaciones y las evaluaciones de otros (véase también Shrauger, 1982). Aun así, sí encontraron evidencia sustancial de que la visión de sí mismos de las personas y cómo creían que sería la percepción de otros sobre ellos sí estaba correlacionada. Las personas que se tienen a sí mismos en gran estima creían que los demás también los estimaban grandemente, y las personas que no se tenían en gran estima creían que los demás tampoco los tenían en gran estima (véase también Schafer & Keith, 1985).

Los sesgos interpretativos también callan el impacto de la información entrante. Hablando generalmente, la retroalimentación que discrepa con el autoconcepto tiende a ser percibida como errónea o poco informativa comparada a la retroalimentación que sí es consistente con el autoconcepto (Markus, 1977; Swann & Read, 1981a, 1981b). Es más escudriñada que la información afirmativa en términos de los motivos y la credibilidad del evaluador, con el resultado de ser propensa a ser descartada (Halperin, Snyder, Shenkel, & Houston, 1976; Shavit & Shouval, 1980; Shrauger, 1982). Una manifestación de esta tendencia es que, debido a que los autoconceptos son generalmente positivos, la retroalimentación negativa es vista como menos creíble que la retroalimentación positiva (C. R. Snyder, Shenkel, & Lowery, 1977), especialmente por las personas con alto autoestima (Shrauger & Kelly, 1981; Shrauger & Rosenberg, 1970; véase Shrauger, 1975, para un análisis). Cuando todo lo demás falla, los comportamientos discrepantes pueden ser justificados por excusas que ofrecen explicaciones situacionales del comportamiento (C. R. Snyder, Higgins, & Stucky, 1983). En aquellos casos cuando la responsabilidad personal no puede ser negada, uno puede mantener los atributos en los que se es exitoso como importantes, mientras que los atributos donde se fracasa no lo son (p. ej., Tesser & Paulhus, 1983).

Finalmente, la información que es consistente con una teoría previa es, generalmente hablando, más probable a ser recordada (p. ej., Anderson & Pichert, 1978; Owens, Bower, & Black, 1979; Zadny & Gerard, 1974). La gente es más capaz de recordar información que encaja con su autoconcepto que información que contradice su autoconcepto (véase Shrauger, 1982; Silverman, 1964; Suinn, Osborne, & Page, 1962; Swann, 1984; Swann & Read, 198la, 1981b, para análisis). Cuando la retroalimentación social es confusa en sus implicaciones para sí, las personas prefieren recordar lo que

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confirma sus autoconceptos (Swann & Read, 1981a, 1981b). Típicamente, estos autoconceptos son positivos.

Corriente cognitiva. Si la información negativa o si no contradictoria logra superar los filtros sociales y cognitivos recién descritos, sus efectos pueden ser solamente temporales. Investigaciones muestran que las creencias pueden cambiar radicalmente en respuesta a las condiciones temporales y luego volver (drift) a su estado original (p. ej., Walster & Berscheid, 1968). Esta característica, la corriente cognitiva, puede actuar como otro método de absorber retroalimentación negativa. Por ejemplo, un cambio dramático en el autoconcepto puede ocurrir luego de una experiencia negativa, como fallar en una prueba o ser acusado de ser insensible por un amigo. Pero, con el tiempo, cualquier encuentro con la retroalimentación negativa puede desvanecerse en el contexto de otra supuesta evidencia que refuerza autoconceptos positivos (compárese Swann, 1983).

Cierta evidencia directa de la corriente cognitiva existe en la literatura sobre las atribuciones engrandecedoras. En una serie de experimentos, Burger y Huntzinger (1985) encontró que atribuciones inicialmente modestas para el desempeño de éxito y fracaso se vuelven más interesadas (self-serving) a medida de que pase el tiempo. De manera similar, en investigaciones de las atribuciones en una tarea grupal, Burger y Rodman (1983, Experimento 2) encontraron que las personas le daban a su compañero más crédito que a sí mismos por una tarea grupal inmediatamente después de la tarea (una atribución que puede tener un valor social considerable) pero más tarde se daban a sí mismos más créditos por el resultado grupal, como el sesgo egocéntrico predice. Markus y Nurius (1986) hizo un punto similar al notar que el autoconcepto operativo es altamente responsable por el entorno social, mientras que el autoconcepto estable es más fuerte y menos reactivo. La corriente cognitiva es, entonces, un mecanismo conservativo que protege ante el cambio al sistema cognitivo. Hasta el punto en que las creencias sobre sí mismo y el entorno son positivas, la corriente cognitiva también mantiene los autoconceptos positivos.

Espacios de incompetencia reconocidos. Ciertos tipos de retroalimentación negativa ocurren repetidamente y, por lo tanto, escapan de los filtros sociales y cognitivos recién descritos. Presuntamente, esta información negativa tiene validez y por lo tanto debe ser afrontada de alguna manera que reconozca su existencia sin debilitar las ideas positivas de uno mismo y el mundo. Un método así es aceptar una limitación en orden de evitar situaciones que lo requieran. Básicamente, uno crea un espacio de incompetencia reconocido. Cada persona puede tener ciertas áreas de la vida (por ejemplo, finanzas, tenis, habilidad artística o musical, sentido de la moda, o habilidad para bailar) donde él o ella se reconoce inmediatamente como un caso perdido de falta de talento. Las personas pueden relegar tales comportamientos a otros y evitar involucrarse a sí mismos en circunstancias donde tales talentos serían puestos a prueba.

No conocemos una investigación que aborde directamente estos espacios de incompetencia reconocidos, pero nos atrevemos a hacer algunas conjeturas sobre sus características. Primero, uno podría esperar que las personas realmente exageraran su incompetencia en estas áreas para justificar su evasión total y falta de participación en estas

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actividades. Segundo, las personas podrían admitir estas incompetencias, en parte, para dar credibilidad a sus autoevaluaciones positivas en otras áreas. Tercero, para proteger su autoestima, las personas pueden disminuir la importancia de los campos de los cuales carecen de habilidad. Para este último punto, hay evidencia que lo apoya considerablemente (p. ej., Campbell, 1986; Harackiewicz, Manderlink, & Sansone, 1984;Lewicki, 1984, 1985; Rosenberg, 1979).

Pese a la ausencia de investigaciones sobre ellos, la teoría psicológica provee amplios mecanismos por medio de los cuales tales espacios podrían desarrollarse. El castigo, donde un comportamiento es seguido por un estímulo nocivo, dirige hacia la evasión, y el desempeño disminuye en ese campo en el futuro. El aprendizaje del desamparo, donde los esfuerzos personales de control son en vano, produce déficits afectivos, cognitivos, y emocionales tanto en la situación inicial donde ocurrió el desamparo como en situaciones similares, a saber, desamparo aprendido (Seligman, 1975). La evasión de una tarea o su consistente delegación a otra persona puede actuar como pista que llevan a asumir que uno no es bueno en algo, un ejemplo de lo que Langer y Benevento (1978) llamaron dependencia autoinducida.

Las investigaciones que han adoptado los modelos de castigo, desamparo aprendido, o dependencia inducida han destacado uniformemente la carga de la incompetencia asumida: baja autoestima, bajo desempeño, poca motivación, y cosas por el estilo. Estos efectos adversos ocurren, aun así, sólo cuando una persona debe realizar una tarea relevante a la habilidad de la que se duda. En la vida real, excepto bajo circunstancias inusuales, una persona puede evitar el campo. Paradójicamente, entonces, los efectos del castigo, el desamparo aprendido, o la dependencia autoinducida pueden realmente ser bastante positivos. Al permitir a la persona evitar el área de incompetencia, permiten que la autoestima, la motivación, y el desempeño queden mayormente intactos (compárese Frankel & Snyder, 1978; Rothhaum, Weisz, & Snyder, 1982).

Autoesquema negativo. Evitar situaciones donde uno no tiene talento o habilidad es un método de compartimentar información negativa respecto a uno mismo. Para algunas cualidades, aun así, la información o situación negativa respecto a uno no puede ser evitada. Por ejemplo, si el atributo negativo es uno físico que la persona lleva siempre (por ejemplo, la obesidad) o si el atributo negativo se muestra prominentemente en muchas situaciones (por ejemplo, la timidez), la evasión es una solución impráctica. Bajo estas circunstancias una persona puede desarrollar un autoesquema negativo (Markus, 1977). Un autoesquema es una estructura de conocimiento que sintetiza la información sobre uno en un campo en particular y facilita el procesamiento de información sobre uno en ese campo. Como el autoesquema positivo, el autoesquema positivo permite a la persona identificar información relevante al esquema como autodescriptiva y a hacerlo de una manera más rápida y confiable en comparación con la información no relacionada a un autoesquema (Wurf& Markus, 1983).

El autoesquema negativo no ha sido muy estudiado, y consecuentemente, cualquier función de autoprotección a la que pueden servir es especulativa. Un autoesquema negativo

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puede permitir a una persona etiquetar y acordonar un área débil, de tal manera que no se infiltra en todos los aspectos de la identidad (Wurf & Markus, 1983). El hecho de que las situaciones relevantes al esquema son fácilmente identificables puede hacer posible que un individuo anticipe, se prepare, o evite situaciones donde él o ella estará en desventaja (Wurf & Markus, 1983). Un autoesquema negativo puede actuar como una atribución conveniente a cualquier fracaso (por ejemplo, ‘no conseguí el trabajo debido a mi peso’) que mitiga otras atribuciones más amenazantes (por ejemplo, ‘no conseguí el trabajo porque no soy lo suficientemente bueno’; Wurf & Markus, 1983). Una investigación futura puede referirse a estas y otras potenciales funciones de autoprotección.

Para resumir, entonces, el entorno social y cognitivo de un individuo puede no solo fallar en debilitar las ilusiones positivas sino que puede ayudar a mantener o incluso mejorarlas a través de una variedad de mecanismos. Por consiguiente, cada persona es capaz de vivir el resto de su vida con ilusiones positivas relativamente inmunes a la retroalimentación negativa, porque individual y colectivamente, las personas construyen un mundo social que es tan engrandecedor como el sistema privado, interno y cognitivo que lo mantiene. En aquellos casos donde la retroalimentación negativa no puede ser evitada, esta puede ser aislada lo más posible del resto del autoconcepto y llegar a proveer guías para evitar o manejar situaciones relevantes a los atributos negativos.

Resumen y Conclusiones

Evidencia por parte de la cognición social sugiere que, al contrario de muchas nociones tradicionales psicológicas, la persona saludable puede no ser totalmente consciente de la negatividad diaria. Más bien, la persona saludable mentalmente parece tener una capacidad envidiable para distorsionar la realidad en una dirección que mejora la autoestima, mantiene creencias sobre la eficacia personal, y promueve una vista optimista del futuro. Estas tres ilusiones, como las hemos llamado, parecen promover estándares tradicionales de salud mental, incluyendo la habilidad de preocuparse de uno y de otros, la habilidad de estar feliz o satisfecho, y la habilidad de dedicarse a trabajo productivo y creativo.

Un análisis de los posibles mecanismos a través de los cuales estas ilusiones puede que operen sugiere que las personas pueden simplemente asimilar información contradictoria, negativa, o ambigua a un esquema positivo preexistente sobre sí mismos y el mundo con poco procesamiento. Las ilusiones positivas puede que también sean mantenidas por una serie de filtros sociales y cognitivos que descartan o distorsionan información negativa. La información negativa que elude estos filtros puede ser acordonada de tener implicaciones generales para uno mismo y su mundo a través de mecanismos como los espacios de incompetencia reconocidos o los autoesquemas negativos.

A pesar del apoyo empírico para este análisis, nuestra perspectiva tiene ciertas limitaciones intrínsecas tanto como teoría como descripción de un sistema funcional. La

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primera debilidad teórica es que algunas relaciones no están bien establecidas y requieren mayor documentación empírica. Las principales entre estas son la relación directa entre ilusión y sentimientos positivos, ilusiones y habilidades sociales, e ilusiones y funcionamiento intelectual. La evidencia sobre estas tres relaciones es escasa, largamente correlacional, o ambas, y se necesitan estudios experimentales. Estudios más a fondo son especialmente necesarios refiriéndose a la relación entre ilusiones y sentimientos positivos, porque, como se destacó anteriormente, los sentimientos representan una potencial ruta por la cual las ilusiones podrían afectar indirectamente otros estándares de salud mental.

Una segunda limitación es que el modelo no habla convincentemente sobre otros estándares comunes de la salud mental, específicamente, la capacidad de crecimiento personal y cambio (Jahoda, 1958). Ciertamente, uno podría especular que la aproximación presentada es contraria al crecimiento y cambio. O sea, si es que las personas son tan capaces de mantener autoconceptos positivos y reforzar sus decisiones incluso frente a la retroalimentación negativa, ¿dónde está el estímulo para crecer y cambiar? Esta crítica asume implícitamente que el cambio y el crecimiento necesariamente emergen de experiencias negativas. Nosotros sugerimos que el cambio es frecuentemente provocado por experiencias positivas, como la percepción de que una nueva dirección profesional será aún más gratificante que la actual. El optimismo irrealista, un sentido exagerado de la maestría, y la autoconfianza excesiva pueden inspirar a las personas a hacer cambios que podrían haber sido evitados si lo que se viene adelante fuese completamente apreciado. El crecimiento y el cambio también pueden ocurrir cuando una persona es enfrentada con un evento negativo como ser despedido de su trabajo o desarrollar una enfermedad seria. En este caso, la existencia del evento negativo es dada, pero la capacidad de alterar su significado de forma positiva puede producir crecimiento y cambio. De esta manera, argumentamos que, lejos de disminuir el crecimiento y cambio personal, las ilusiones positivas pueden realmente ayudar a las personas, primero, a buscar cambio al minimizar la consciencia de los potenciales costos del cambio inicialmente y, segundo, a beneficiarse de eventos negativos que son inevitables al permitir poner esos eventos bajo la mejor luz. Se necesita investigación que evidencie estos puntos.

Un tercer problema respecto a la viabilidad de la perspectiva presente se refiere a la naturaleza experimental de mucha de la evidencia. Ya hemos notado varios sesgos potenciales en la evidencia experimental, como la tendencia a sustraer a la gente de sus entornos normales, exponerlos a estímulos desconocidos, y hacer conclusiones de amplio alcance sobre el comportamiento humano que pueden ser en parte debido a la novedad. Otro problema con la evidencia experimental es que la perspectiva temporal es corta, así que las consecuencias de largo plazo de cualquier sesgo observado no pueden ser fácilmente verificadas.

Este criticismo lleva directamente a una cuarta gran pregunta: ¿las ilusiones positivas son siempre adaptables? ¿No habrá limitaciones de largo plazo a las ilusiones positivas? De hecho, cada una de las ilusiones positivas descritas parece tener riesgos inherentes. Por ejemplo, un sentido falsamente positivo de logro puede que lleve a las

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personas a seguir profesiones e intereses para las que no son indicadas. La fe en la capacidad propia de dominar situaciones puede llevar a las personas a perseverar en tareas que, de hecho, puede que sean incontrolables; saber cuándo abandonar una tarea puede ser tan importante cómo saber cuándo continuarla (Janoff-Bulman & Brickman, 1982). El optimismo irrealista puede llevar a las personas a ignorar riesgos reales en sus entornos y fallar al tomar medidas para compensar esos riesgos. El optimismo falso puede, por ejemplo, llevar a las personas a ignorar importantes hábitos de salud (Weinstein, 1982) o fracasar en prepararse para un probable evento catastrófico, como una inundación o un terremoto (Lehman & Taylor, en prensa). Fe en que la bondad inherente de las propias creencias y acciones puede llevar a una persona a pisotear los derechos y valores de otros, siglos de atrocidades cometidas en el nombre de valores religiosos y políticos son testigos del lastre de tal fe. Si las ilusiones positivas promueven el uso de atajos y heurísticas para hacer juicios y decisiones (Isen & Means, 1983), esto puede llevar a las personas a simplificar demasiado tareas intelectualmente complejas e ignorar fuentes importantes de información.

No es claro que los puntos previos son límites de las ilusiones positivas, sólo que son posibles candidatos. Es importante recordar que las autoevaluaciones de las personas son solo una posición de juicio sobre cualquier situación, y puede haber información no relacionada al ego inherentes dentro de las situaciones que compensan los efectos de las ilusiones y llevan a las personas a modificar su comportamiento. Por ejemplo, un hombre que trabaja mal puede fallar en interpretar correctamente la retroalimentación negativa como evidencia de que está haciendo un mal trabajo, sino que podría interpretarla como que no le gusta mucho su trabajo, su jefe, o sus compañeros; consecuentemente, podría retirarse. La certeza de que uno está en lo correcto podría llevar a una discriminación u odio contra otros que tienen diferentes creencias. Aun así, las personas pueden ser persuadidas de cometer ciertas acciones, como asesinatos o encarcelamiento de otros, en servicio de sus creencias porque creen que los medios son incorrectos o porque saben que serán castigados; este reconocimiento puede, sin embargo, dejar sus creencias intactas. Potenciales inconvenientes asociados con una ilusión pueden ser cancelados por otra. Por ejemplo, el optimismo falso puede llevar a la gente a subestimar su vulnerabilidad al cáncer, pero la necesidad de maestría puede llevar a la gente a controlar sus hábitos de tabaquismo, su dieta, u otros factores de riesgo. El argumento anterior no pretende sugerir que las ilusiones positivas no tienen inconvenientes. De hecho, tienen muchos. Uno no debería, sin embargo, saltar a ninguna conclusión obvia sobre los potenciales inconvenientes de las ilusiones positivas sin una apreciación de las posibles fuerzas compensatorias que pueden que ayuden a compensar tales inconvenientes.

En conclusión, la inferencia predominante que sacamos de nuestro análisis de esta literatura es que ciertos sesgos en la percepción que han sido previamente vistos como divertidos pecadillos en el mejor de los casos y como serias fallas en el procesamiento de información en el peor de los casos, puede que sean realmente altamente adaptativos bajo muchas circunstancias. El individuo que responde a retroalimentación negativa, ambigua, o

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no corroborada con un sensación positiva de sí, una creencia en la eficacia personal, y una sensación optimista del futuro será, mantenemos, más feliz, más preocupado, y más productivo que el que percibe la misma información de manera certera y realista y la integra en su concepto de sí mismo, del mundo, y del futuro. En este sentido, la capacidad de desarrollar y mantener ilusiones positivas puede ser vista como un valioso recurso humano que ha de ser nutrido y promovido, más que un sistema propenso al error que debe ser corregido. En cualquier caso, estas ilusiones ayudan a hacer el mundo de cada individuo un lugar más cálido, más activo y caritativo donde vivir.