heidi y pedro, de charles tritten

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  • H E I D I Y P E D R O

    C H A R L E S T R I T T E N

    Ediciones elaleph.com

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    PREFACIO

    Debe haber requerido un valor considerable porparte de Charles Tritten para que pudiera cumplircon la promesa virtual que significa el ltimo cap-tulo, de "Heidi", uno de los libros ms queridos en-tre los nios, y alcanzar una feliz continuacin delas felices aventuras de la niita que fue creciendoall en lo alto de las montaas de Drfli.

    Aun para quien haba traducido todas las obrasde Johanna Spyri al francs, para quien el pas y lospobladores que describe resultan tan familiares co-mo a la ilustre autora, habr sido necesario unaprolongada observacin antes de proceder a asumirla placentera tarea de escribir la continuacin deHeidi.

    Mas a pesar de todas las dificultades haba mu-chas razones para que el segundo libro de "Heidi"

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    fuese escrito. Millones de nios, lo mismo que mi-llones de los que son "como nios" (para quienessiempre fueron dedicados los libros de JohannaSpyri), rogaron ante ella durante su vida, para querevelara cul haba sido el destino de la niita alpi-na, del to del Alm, de Pedro, de Clara y de todo elresto. Como la obra no fue continuada en los vein-tin aos que corrieron entre la publicacin de"Heidi" y el fallecimiento de su autora en la ciudadde Zurich en 1901, el pblico comenz a dirigirse alos muchos traductores de Johana Spyri (cuyos li-bros eran ya aceptados como clsicos en Alemania yen Suiza), para hacerlos accesibles a los nios deotros pases, alejados de las montaas, los valles ylos lagos, donde la autora vivi siempre.

    Con el tiempo estas historias, surgidas, de los in-agotables y maravillosos recuerdos de la infancia dela propia Frau Spyri, por una razn u otra fueron dedominio pblico y el personaje de Heidi, como el deDavid Copperfield, el de D'Artagnan, el de Ivanhoe,el de Alicia, el de Hans Brinker y el de Jim Hawkins,constituyeron la propiedad de nuevas generacionesde nios en el mundo entero.

    Tan poco es lo que se sabe de la vida y carrera deJohanna Spyri, que no muchos saben que Heidi co-

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    menz su vida literaria poco despus de 1870,mientras Europa se vea castigada por la guerrafranco-prusiana. Johanna tena entonces cuarenta ytres aos, y por espacio de dieciocho aos habasido la esposa de Bernbard Spyri, consejero delCantn de Zurich. No obstante, el libro no fue pu-blicado hasta 1880. Muchos de los personajes y delas escenas inolvidables de la obra eran queridosrecuerdos de su propia niez en la aldea de Hirzel,donde naci en la casa del "doctor" en julio de1827. La casa blanca sobre la montaa verde, quefue el lugar de su nacimiento, todava se conserva apocos kilmetros de la ciudad de Zurich. Desde lasventanas del piso superior se obtiene una vista depinos oscuros junto al famoso lago de Zurich."Hanneli' era la cuarta hija del doctor Johann JacobHeusser y su esposa Meta Schweizer. JobannHeusser era el mdico principal de la aldea y Metagozaba de una buena reputacin local como poetisay escritora de canciones.

    La escuela aldeana, a la cual concurri primeroJohanna y luego, sus hermanos y hermanas, habasido un granero en medio de un sembrado. Segura-mente su primer maestro debi haber sido pocohbil, para confundir su timidez con holgazanera,

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    humillndola continuamente ante toda la clase. Elresultado fue que la sac de all finalmente y la envia otra escuela que funcionaba en casa del Pastor dela villa.

    Como la misma Frau Spyri, Charles Tritten tratde reflejar los episodios de la vida de Johanna en sutrazado de la adolescencia de Heidi. De tal modo,los das escolares de Heidi y sus posteriores tareascomo maestra en la aldea de Drfli, segn se relatanen este volumen, tienen mucho que ver con la pro-pia adolescencia de Johanna Spyri. As su interspor la msica, su amor por los pjaros y las floresde los campos alpinos y de bosques cercanos a suhogar.

    Lo mismo que Johanna, la Heidi seorita alentmuy poca curiosidad por lo que haba ms all delas montaas que la rodeaban. Regres de la escuelade Hawthorn con la alegra de pensar que pasara elresto de su vida entre los queridos amigos de su in-fancia. Sabemos que Frau Spyri vivi feliz y con-tenta en aquel permetro de pocos kilmetros entorno a Zurich.

    Cuatro aos despus de la publicacin de "Hei-di" su querido esposo y compaero comprensivofalleci. Su Unico hijo haba muerto pequeo, pocos

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    aos antes. Viuda a los cincuenta y tres aos, FrauSpyri vivi serenamente en Zurich escribiendo mu-chos cuentos de los chicos de las montaas, aque-llos chicos que hacan sus juguetes de madera conlas propias manos o cuidaban de las cabras en laspraderas alpinas durante el verano. Y como aquellosrelatos comenzaron a adquirir fama en el mundoexterior, la autora de "Heidi" evadi cada vez ms elcontacto con el pblico. Deseaba sinceramente evi-tarlo, porque, prefera "no exponer los aspectos msntimos y profundos de su alma ante los ojos huma-nos", deseo que en general los autores de nuestrosdas no estn acostumbrados a ofrecer como ejem-plo.

    Y as, despus de una vida rica, plena y llena defrutos, Johanna Spyri muri a pocos kilmetros dellugar en que haba nacido, pocos das antes de cum-plir sus setenta y cuatro aos, justamente cuando elhermoso verano de los Alpes entibiaba los pastosde su amado valle.

    Tal vez haya sido proftico que el ltimo captulode "Heidi" se titulara en el original de la obra: Par-ting to Meet Again?": Ahora, aos despus, cuandolos primeros lectores entusiastas del primer librotienen nietos ya, el teln vuelve a descorrerse y nos

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    encontramos otra vez" con la pequea Heidi quedejamos tanto tiempo atrs en la cabaa de la mon-taa con sus amigos, y asistimos al espectculo deverla convertida en una seorita encantadora, cum-pliendo todas las dulces promesas que nos ofrecisu infancia.

    Los chicos de hoy da, lo mismo que sus padres,tienen una deuda de gratitud con Charles Tritten, nosimplemente porque l haya sido el encargado dedescorrer el teln y cumplir la promesa virtual delltimo captulo de "Heidi", sino por la forma en quelo ha hecho, por la intensidad con que nos ha hechosentir nuevamente el tibio sol y el aroma de las flo-res primaverales all en los prados montaeses, porsu sencillez y por la comprensin que muestra hacialas criaturas que emprenden la tremenda aventurade crecer.

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    CAPITULO I

    LA ESCUELA DE ROSIAZ

    A LAS NUEVE de la noche, una nia pequea,de aspecto muy tmido, baj del tren en la gran esta-cin de Lausana. Permaneci un momento mirandoen torno, indecisa, una manta arrollada y una maletaa sus pies, la caja de su precioso violn aprisionadafuertemente bajo su brazo.

    Su nombre era Heidi y haba hecho el trayectodesde Drfli, una pequea aldea montaosa all enlos altos Alpes. El abuelo y el buen doctor, quecompartan el albergue de ellos en la aldea, quisie-ron que terminase su educacin en una escuela su-perior. Pero no era sino con gran sacrificio que se laenviaba a la distinguida escuela de pupilos en la cualsu amiga Clara terminaba de graduarse.

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    Clara haba viajado con ella y ahora, mientras elenorme tren permaneca resoplando y sibilante en laestacin, se asomaba por la ventanilla abierta y son-rea. Clara saba todo lo referente a la escuela y Hei-di hubiese deseado que su amiga continuase el viajecon ella y permaneciera al menos en su compaa enaquel primer curso que la esperaba. Tal vez la niamayor adivin tales pensamientos porque haca loposible por animarla, hablando en voz muy alta pa-ra que se oyera por encima de los ruidos de la reso-llante locomotora.

    -Ya vers cmo se divierte una all! -le grit ale-gremente.- Hay lecciones de baile y todo. Me gusta-ra saber si es que vas a ser alumna del exquisitoMonsieur Lenoir, que siempre tiene un aspecto muyelegante. "Levemente, seoritas, y con suma gracianos deca a cada paso. Heidi, t puedes imaginartequ maravilla era para mi el poder bailar "levemen-te" y con gracia. Pero a ti no hay mucho que ense-arte en eso -aadi.- T siempre has bailado.

    -Pero no siempre he tocado el violn -respondiHeidi.

    -Vas a querer mucho a Monsieur Rochat -con-tinu Clara con entusiasmo.- Se parece al doctor en

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    muchas cosas. Y en otras cosas se parece tambin alabuelo. Tiene las mismas cejas hirsutas.

    Heidi tuvo un estremecimiento de gusto, viendoya la figura en su imaginacin.

    -Mademoiselle Raymond es muy simptica tam-bin -continu Clara.- Todos son simpticos en laescuela, aunque algunos puedan parecerte muy seve-ros cuando los conozcas. No vayas a olvidarte dedarle mis recuerdos a Mademoiselle Larbey!

    En aquel momento, Clara distingui la silueta deelevada estatura, muy inglesa, de una mujer que apu-raba el paso por el andn en direccin a ellas.

    -Ah, Miss Smith! -llam en tanto que la pro-fesora se acercaba-. Buenas noches, cmo est us-ted? Aqu tiene a mi amiga Heidi. Como es la prime-ra vez que viene se siente un poco extraa. Hahecho el viaje desde Drfli, all en Maienfeld... Yase va el tren! -grit en el momento en que el vagnse estremeca como previniendo su salida.- Adis,Heidi! Escrbeme pronto. Adis! Adis!

    La seorita Smith movi la mano enguantada enun gesto de saludo hasta que el tren estuvo fuera dela estacin. Pero Heidi permaneci inmvil. Sloabraz su violn con ms fuerza, sintindose com-

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    pletamente abandonada ahora que Clara, su ltimolazo con el hogar, haba desaparecido.

    La inglesa se volvi a ella.-De manera que t eres la nueva estudiante, la

    amiga de Clara. Nos ha hablado mucho de ti, de tuabuela, lo mismo que de Pedro, el muchacho pastorde cabras y del doctor que lleg de Francfort paravivir en Drfli. Debe ser una aldea encantadora.

    -Es el hogar -respondi simplemente Heidi.-La escuela pronto ser el hogar para ti tambin

    -le asegur la profesora.- Todas nuestras muchachasson muy felices. No encontrars difciles las leccio-nes. Sabes un poco de francs?

    -No ensean francs en Drfli -respondi Hei-di-, pero el doctor me ha enseado algo en casa.

    -Esplndido! Entonces te ser fcil.La seorita Smith abri la marcha para salir de la

    estacin, seguida por la chica y un changador quellevaba el equipaje.

    -Tomaremos un coche aqu para ir a la escuela.La escuela est en Rosiaz, justamente sobre Lausa-na, como seguramente te ha referido Clara.

    -"Oui, Mademoiselle" -replic Heidi con corte-sa, pensando que ahora deba hablar en francs.

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    -Mi nombre es "Miss Smith" y as es como debesllamarme -le explic la profesora.- Asegrate depronunciar bien la "th" de Smith, colocando la len-gua entre los dientes. Las estudiantes tienen la enlo-quecedora costumbre de llamarme "Miss Miss",porque no se toman el trabajo de pronunciarlo ade-cuadamente.

    Ayud a Heidi a subir el alto escaln del coche yse sent a su lado.

    Mientras el coche avanz, los verdes campos tra-jeron a la mente de Heidi las verdes praderas delAlm y la imagen de su abuelo, solo en su cabaajunto a los pinos. No permanecera mucho tiempoen la montaa ya, pens para consolarse. Cuandolas nieves cayeran, el anciano bajara, como siempre,a pasar el invierno con el doctor y los vecinos deDrfli. Porque el otrora amargado to del Alm sehaba tornado un ser querido para los aldeanos porsu creciente preocupacin y los cuidados que prodi-g a Heidi, la huerfanita. Muy pequea an, Heidihaba sido prcticamente arrojada en el umbral de lacabaa por su ta Dete, cuando a sta se le ofreciuna esplndida ocasin para emplearse y la hija desu hermana Adelheid le resultaba una carga molesta.Heidi haba sido bautizada como Adelheid en ho-

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    nor a su madre, pero a nadie se le haba ocurridonunca llamarla por aquel nombre, excepto a la seve-ra Frulein Rottenmeier, en la oportunidad en queHeidi vivi con Clara en Francfort.

    La jovencita esperaba ahora que ninguna de susprofesoras de Rosiaz se pareciera a Frulcin Rotten-meier. Por cierto que la seorita Smith era distinta,decidida como se mostraba, a ser agradable y con-versadora.

    Heidi permaneci sentada en un rincn del co-che slo escuchando a medias la charla ininterrum-pida de la profesora, que saltaba de un tema a otrocon sorprendente velocidad. Sus antepasados... Pa-rece que uno de ellos habla venido de Miln ... Ma-demoiselle, la directora, que era bondadosa peroenrgica... Clara... Mops... Aquello era una maraade palabras bondadosas que dejaron asombrada aHeidi.

    -Mops es muy afectuoso. Mademoiselle le va agustar mucho. Todava no ha araado a nadie-termin inesperadamente en el instante en queHeidi pensaba que Mops" resultaba un nombremuy extrao para un profesor.

    -Oh! Mops, es un gato -dijo en tanto se le ilumi-naba el rostro.- Me gusta mucho que haya un gato

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    en la escuela. Nosotras tuvimos unos gatitos en casade Clara.

    Por fin llegaron a "Hawthorn", como se llamabala escuela, y Heidi, todava aturdida por la larga jor-nada, la charla de la seorita Smith y la extraeza detodas las cosas que la rodeaban, se encontr a simisma en un enorme saln de recepcin donde erasaludada por una dama cincuentona de porte muydigno.

    La mujer le habl en tono bondadoso a pesar desu severa apariencia.

    -Bienvenida a Hawthorn, Heidi. Nos sentimosmuy contentas de tenerte con nosotras. Espero quehayas tenido un viaje agradable y que nos brindestantas y tan legitimas satisfacciones como tu amigaClara. Tienes hambre? Louise, la cocinera, ha pre-parado un poco de carne fra y fruta para ti. Qu eslo que tienes ah debajo del brazo? Ah! Un violn...Tu abuelo me escribi dicindome que has aprendi-do a tocar el violn. Parece que te gusta mucho. Aqusers puesta en muy buenas manos para que perfec-ciones tus conocimientos musicales.

    Se volvi hacia la profesora de ingls.-Miss Smith, quiere usted hacer el favor de

    mostrar a Heidi su habitacin y ocuparse de que

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    disponga de todo lo necesario? Buenas noches, Hei-di, que duermas bien. La campana para levantarsesuena a las siete de la maana.

    -Hasta maana -respondi Heidi en tono tmido.-Debes decir: "Buenas noches, Mademoiselle -la

    corrigi inmediatamente la directora.Heidi mir uno de los rostros extraos que tena

    delante de s y luego al otro. Deba llamar "Miss ala profesora de ingls y "Mademoiselle" a la di-rectora. Y en su casa le haban enseado siempreque deba llamar Frulein a la maestra! Cmo po-dra llegar a manejarse en forma correcta algunavez?

    Confundida y cansada, sigui a "Miss" Smith porun largo corredor. La habitacin que iba a compartircon una joven inglesa, Eileen, se encontraba en elprimer piso. Las otras habitaciones estaban cerradasy silenciosas. Todos parecan estar durmiendo.-Camina con cuidado para no despertar a las nias.Es mejor que arregles tus cosas maana. Bien...vamos al comedor?

    -Gracias, pero ... es que no tengo hambre-respondi Heidi.

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    -Debes comer la carne fra y la fruta como te haindicado la directora -insisti con firmeza MissSmith.

    Cuando Heidi hubo comido lo que pudo volvie-ron al piso alto. Llegaron a la habitacin. Heidi echuna mirada a la luz dbil que all haba y vio doscamas de madera, dos armarios, una mesa y dos si-llas... todo pintado de un blanco reluciente. La ha-bitacin daba la sensacin de comodidad, pero en elmomento en que la seorita Smith cerr la puerta,una ola de aoranzas hogareas invadi el espritude Heidi. A pesar de todo su valor, las lgrimas lle-naron sus ojos. Fue a la ventana y con toda suavi-dad, abri las persianas.

    -Oh! -exclam entonces impulsivamente.- El la-go! Las montaas!

    Todo estaba en calma, tan sereno que casi pare-ca aquello su propio pas. Una luna llena andabapor el firmamento y trazaba un sendero dorado so-bre el agua. Heidi se sec las lgrimas para ver me-jor. Ya amaba el lago y se senta contenta de queestuviese all.

    La puerta de la habitacin se abri sin el menorruido y seis curiosas cabezas se asomaron por ello.

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    -Entren. Yo soy Heidi -dijo la nia en un mur-mullo.- Quines son ustedes?

    Las seis se deslizaron dentro en puntas de pie yuna muchacha morena se adelant para presentar alas otras.

    -sta es Eva Muller, de Hamburgo -dijo pre-sentando a la rubia seorita alemana.- Es la ms altade todas nosotras y por eso le tenemos mucho res-peto.

    Dijo la ltima frase con una risita graciosa, mien-tras sealaba a las dos chicas que seguan por orden.

    -Edith y Molly, dos amigas ntimas que llegaronde Inglaterra; detrs de ellas est Jeanne-Marie, unachica hngara... Le hemos achicado el nombre porla escasa estatura que tiene y ahora se llama Jamy. Yaqu est Mademoiselle Annes de Fauconnet. Unode sus antepasados, Gaeton, se bati en el combatede Issus con San Luis en el ao 6000 antes de Cris-to.

    -Oh, Lise! Mi antepasado no se llamaba Gaeton.Jams se bati con San Luis y lo del ao 6000 antesde Cristo es un disparate. Cmo puedes decir cosassemejantes? -protest Anne rindose.

    La joven no estaba enojada en absoluto, porquehaca tiempo haba descubierto que su compaera

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    encontraba gran placer en hacer aquellas bromasinocentes.

    -Y ahora yo misma -continu Lise.- Yo soy LiseBrunet, suiza, vagamente relacionada con Ma-demoiselle la directora, quien no me quiere ni pizcapor esa circunstancia. Cuando llegue Eileen esta-remos todas. Ahora cuntame de ti.

    En pocas palabras, Heidi les cont su vida con elabuelo all en las alturas de los Alpes y la temporadaque pas con Clara en Francfort.

    -En Drfli, la maestra estaba entusiasmada conmi msica, pero cuando ella se fue, el nuevo maes-tro no quiso molestarse en seguir ensendome atocar el violn. Era muy severo y muy duro. Todo loque se propona era ensear a los chicos lo indis-pensable y mantenerlos en orden. El abuelo vio queyo no era feliz en semejante escuela, de manera quel y mi padrino, el doctor, decidieron enviarme aLausana para que pudiera estudiar con un buen pro-fesor. Al principio no quera irme de all y dejarlos,pero ellos pensaron que as era mejor. Son muybuenos conmigo.

    -Nosotros vamos a ser buenas contigo tambin-le asegur Lise.- Y ahora, de regreso a la cama. Teveremos maana.

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    Una despus de otra fueron saliendo de la habi-tacin. Jamy, la ltima sonri tan cariosamente aHeidi que la recin llegada se olvid de que estabanostlgica y una tibia felicidad vino en su ayuda. Sedesvisti rpidamente y arrodillndose junto a lacama, comenz a decir sus oraciones.

    -Querido Dios, te doy las gracias! Te doy lasgracias por haberme guiado hasta aqu! -fue todo loque pudo decir al principio. Y despus aadi condulzura:- Te ruego que me ayudes a trabajar tanbien, que cuando regrese a Drfli pueda hacer que elabuelo se sienta orgulloso de m. Y te ruego tambinque lo cuides y que cuides tambin al doctor... y albuen Pastor y a su esposa y a todos los aldeanos deDrfli. Haz que el maestro sea bueno y los chicosfelices. Bendice a la querida abuela que est en elCielo y cuida especialmente a Brgida y a Pedro, "elgeneral de las cabras". No permitas a Turk que lotope y no dejes que l se acerque demasiado al bor-de del precipicio. Cuida mucho de Pequeo Cisne,de Osito, de Jilguero y de Pompn de Nieve.

    As, una por una, fue nombrando a todas las ca-bras hasta que se sinti muy cansada y se ech en lacama para dormir.

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    CAPITULO 2

    LA LECCION DE VIOLIN

    EL SOL, brillando a travs de la celosa de lasventanas, despert a Heidi antes de que se oyera lacampana. Un da atareado sigui, lleno de aconte-cimientos agradables y desagradables.

    Heidi conoci a la profesora de francs, Made-moiselle Raymond, que era muy alta, muy delgada ymuy miope. Usaba un cuello alto y el pelo peinadoen rodete sobre la coronilla; por la espalda le bajabauna larga hilera de botones que parecan pequeosescarabajos. Se detuvo para observar a Heidi ymurmur:

    -Soy muy estricta, especialmente en lo que se re-fiere al dictado. Tu amiga Clara aprendi mucho ymuy bien.

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    Heidi comenz a temer el no poder alcanzar elnivel de Clara como estudiante, ya que su amiga go-zaba de una gran reputacin y ms se convenci alrespecto cuando convers con Frulein Feld.

    -Buenos das, Heidi! Espero que seamos unafamilia feliz y que t seas tan alegre y encantadoracomo tu amiga. Clara tena un temperamento deli-cioso.

    Dijo aquello para impresionar a Heidi sobre laimportancia de la buena conducta pero, ntimamen-te, Frulein Feld sinti una gran simpata por la sen-cilla campesina de catorce aos, que se presentabaen la escuela con sus dos largas trenzas y su vesti-dito de algodn.

    Cmo la recibiran sus condiscpulas? Todasellas eran chicas de muy buena familia y ms o me-nos en condiciones econmicas superiores. FruleinFeld no tena el hbito de traicionar sus ms ntimospensamientos, pero no obstante, se encogi dehombros y dijo en voz alta:

    -Bueno, ya veremos...La primera maana, Heidi cometi cincuenta y

    dos errores en el dictado sobre el cual MademoiselleRaymond era tan estricta. No entendi una de las

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    rdenes de Frulein en la clase de gimnasia e hizouna mancha en el mantel sin mancha del almuerzo.

    Mademoiselle Larbey, la directora, le dedic unasevera mirada.

    -No estamos viviendo en una aldea -coment.-Tienes que aprender a comer correctamente.

    -Disclpeme, Mademoiselle -dijo Heidi.- Fue unaccidente.

    -No debes contestar cuando se te corrige. Es im-pertinente -prosigui entonces la directora.

    Heidi, que no habla intentado parecer imperti-nente, qued silenciosa y confundida.

    Mademoiselle Larbey volvi a tomar la palabra:-Esta tarde hars un paseo con Miss Smith. A las

    cuatro y media despus que Eileen haya llegado, nosencontraremos en la sala de estudio y les leer envoz alta el reglamento de la escuela. Sean espe-cialmente bondadosas con Eileen, nias. Su padreacaba de fallecer en Buenos Aires donde era CnsulGeneral y su madre se encuentra enferma.

    Despus del paseo, Heidi fue a su habitacin yconoci a Eileen, la nueva alumna, rodeada de unsinfn de vestidos, sombreros, chinelas, libros, guan-tes y maletas.

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    -Buenas tardes, Eileen. Yo soy Heidi, tu com-paera de dormitorio.

    -Buenas tardes -respondi Eileen muy tiesa y sinmolestarse en levantar la cabeza.

    -Quieres que te ayude con tus cosas -ofreciHeidi, recordando que la directora les haba reco-mendado especialmente ser agradables con aquellania.

    -No, gracias. Me hara falta s disponer de estahabitacin para mi sola. No puedes pedir que tecambien? -pregunt Eileen.

    -Me temo que no -respondi Heidi.- Las otraschicas estn aqu desde hace mucho ms tiempo queyo y todas tienen compaera de dormitorio ya.

    -Qu fastidio!Y Eileen volvi la espalda con descortesa, mien-

    tras continuaba desempacando sus maletas.En la galera Heidi encontr a Jamy, Lise, Anne y

    Eva.-Eileen est en la escuela -les anunci.-S? Cmo es? -pregunt Lise.-Alta, delgada, con el pelo negro y los ojos ver-

    des -respondi Heidi.-Es simptica? -pregunt Jamy.

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    -Vayan ustedes y juzguen por s mismas. Des-pus me dicen qu es lo que piensan de ella -res-pondi Heidi.

    Las cuatro chicas desaparecieron por las ampliaspuertas que daban a la galera.

    -Oh! Hola... Por qu tengo que estar en lamisma habitacin con esa paisanita -se quej lanueva alumna.

    -Pero sa es Heidi! -protest Lise.-"Quin" es Heidi?-La amiga de Clara -explic Eva.-La nieta del to del Alm, all arriba en las mon-

    taas -aadi Anne.-Toca muy bien el violn -dijo Jamy.-Entonces es una artista..., aldeana y artista qu

    espantoso! Por qu no me habrn dado una habi-tacin con alguna de ustedes? -coment Eileen vol-vindose hacia Anne, cuyos cultos antepasadosfranceses la hacan aparecer como una nia distin-guida.

    -Imposible! Por mi parte, desde que llegu hacetres das, he sido afligida con la compaa de estachica que se llama Lise. Nos pasamos el da dis-cutiendo -continu con una carcajada- pero yo no lacambiara por nada del mundo.

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    -Qu lstima! Y t? -persisti Eileen vol-vindose a Eva.

    -Yo? -respondi Eva tomada un poco de sor-presa.- Yo tengo una buena compaera en Jamy.

    Yo soy grande y ella es chiquita, de manera quenos equilibramos a la maravilla. De todos modos,Heidi es muy simptica y a todos nos gusta.

    -Pues a m no me satisface -respondi Eileenmajestuosamente.

    -Es una verdadera lstima -concluy Lise.Y abandon el dormitorio con un alegre guio

    en los ojos. Heidi haba sido atacada y todas habantenido la oportunidad de defenderla.

    En un extremo de la clase estaban las nuevas es-tudiantes para or la solemne lectura del reglamento.Una puerta muy grande, abierta sobre un jardn ma-ravillosamente cuidado. Mientras estaban esperandoque llegara Mademoiselle Larbey, Heidi se escurrihacia el jardn para contemplar los racimos de pri-maveras rodeados de csped muy corto, los frutosregordetes en los castaos que estaban florecidos yuna nubecilla que flotaba en el firmamento y quepareca haber llegado desde el otro lado de lasmontaas. Pareca Pequeo Cisne, la diminuta cabra

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    hurfana que haba sido la favorita de Heidi la pri-mera vez que subi al pastoreo con Pedro.

    -Heidi! Ah viene! -previno una compaera.Heidi tuvo el tiempo necesario para volver a su

    sitio, cuando Mademoiselle Larbey entr.La directora comenz a leer con voz solemne:Reglas de la Escuela de Hawthorn:1. La urbanidad es la regla permanente.2. A las nueve y media todas las luces estarn

    apagadas.3. Queda prohibido tocar el piano cuando las

    ventanas estn abiertas.4. No est permitido colgar cuadros ni fotogra-

    fas en las paredes.5. Est prohibido...6. No est permitido...7. Las estudiantes deben...8. Las nias ms jvenes no deben......y as, as, as por espacio de dos largas pginas.

    Despus vena la enumeracin de las penalidades:exclusin de paseos; multas, de diez cntimos a unfranco; confinamiento en el dormitorio; notificacina los padres; expulsin.

    Todas las alumnas quedaron profundamente im-presionadas y quedaron mirndose unas a otras

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    despus que Mademoiselle Larbey abandon el re-cinto. Pero Lise, mas traviesa que las dems, salv lasituacin remarcando en el tono pedante de la di-rectora...

    -...y sobre todo, queda prohibido tomar estasnormas demasiado en serio.

    Las chicas se estaban riendo cuando Mademoi-selle Raymond entr en la clase y se vio precisada aimponer silencio con un dedo en alto.

    -Vayan a trabajar ahora -indic en tono de re-proche.- T, Lise, al piano. Heidi, Monsieur Rochatest aqu y te va a dar la primera leccin de violn.Eileen, t puedes ir a arreglar tu habitacin. Anne yEva tendrn su leccin de ingls y el resto se queda-r a estudiar conmigo.

    Monsieur Rochat tom paternal inters en Heidiy le hizo una cantidad de preguntas en cuanto a suvida en Drfli. La nia respondi con franqueza ysencillez, segn era su costumbre. Despus l, a suvez, le cont muchas cosas de las montaas que co-noca y amaba. Pasaba sus vacaciones en los Alpestodos los aos, sirviendo de gula a las estudiantesde la escuela, cuando stas queran subir a las cum-bres.

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    -Cunto tiempo llevas tocando el violn? -pre-gunt por fin a Heidi.

    -Dos aos.-Y quin te dio la idea de ponerte a tocar el vio-

    ln? -continu Monsieur Rochat, sintiendo que suinters por la criatura iba en aumento.

    -Primero el murmullo del viento en los pinaresall arriba en las montaas... y despus... Clara meregal un violn.

    -Muy bien! Ahora veamos lo que eres capaz dehacer.

    Heidi quera complacer a su nuevo profesor ental forma, que sus dedos se entorpecieron y tocmuy mal.

    -Mi querida nia -observ el profesor- tienes quehacer un largo camino antes de que te conviertas enuna buena ejecutante.

    -El violn no suena as cuando lo toco all en elAlm -declar Heidi contemplando el instrumentocon aire perplejo.

    -El violn est bien -dijo el profesor.- Se trata dela ejecutante, que es quien extraa las cosas que larodean.

    -Cuando miro hacia el lago -coment Heidi- nome siento extraa.

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    -Entonces toca junt a la ventana.-S que lo har! -exclam Heidi corriendo a abrir

    las persianas.- Ahora tocar para el abuelo, para elbuen doctor, para Brgida y para Pedro que estn enlas montaas. Hasta tocar para la abuelita ciega queest en los maravillosos jardines del Cielo.

    -Dnde?-En el lugar donde los ciegos ven -explic Heidi

    devotamente.- La abuela sola contarme de ese sitiocuando le lea los himnos y as aprend a tocar paraella porque eso la haca feliz. Pero ahora ella escu-cha solamente msica celestial.

    -Qu dulce fe! -murmur el profesor tomandosu pauelo para reprimir las lgrimas.

    Despus dijo con tono afectuoso:-Tienes que tocar, Heidi y llegars a tocar bien.Pero siempre, tus mejores ejecuciones sern para

    aquellos que ms necesitan de tu msica.

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    CAPITULO 3

    MIEINTRAS HEIDI ESTABA AUSENTE

    ERA LA PRIMAVERA en Drfli. Azafranes detono prpura y blanco florecan por las laderas, lossenderos estaban bordeados de tuslagos y la msicade arroyuelos atareados se escuchaba por todaspartes.

    Esa maana, cuando el to del Alm mir hacialos picos de las montaas ms altas, la ltima man-cha de nieve haba desaparecido del camino.

    -Doctor, las cabras y yo iremos a las montaasmaana -anunci alegremente.

    -No estar pensando seriamente en subir tanpronto, to. Tal vez no me encuentre yo en situacinde darle consejos, pero la verdad es que usted ya no

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    es tan joven. Por qu no quedarse aqu y confiarsus cabras a Pedro? -pregunt su amigo.

    -Ah, doctor! -suspir el hombre ms viejo.- Us-ted no comprende que "debo" ir, y tanto mas cuan-do que quiz sea la ltima vez que vaya. Necesitoestar all arriba para pensar y meditar. All me sientoms cerca de Dios.

    -Pero espere un poco ms -urgi el doctor- lastardes todava son fras y las noches son indu-dablemente heladas.

    -He soportado mucho ms que eso, mi queridoamigo -replic el to.- De todos modos le agradezcosu inters, pero las montaas me llaman Y maanair hacia ellas.

    Dndose cuenta de que era completamente intilinsistir, el doctor no volvi sobre el tema, peropermaneci observando ansiosamente al ancianomientras ste haca preparativos para la partida.

    Despus de un momento de vacilacin, el buendoctor fue en busca de Pedro. Lo encontr aplicadoal intento de cubrir un agujero que se habla hechoen el techo de la casa de su madre, donde el vientohaba estado haciendo de las suyas. Pedro no eramuy hbil en aquel tipo de trabajo, pero se haba

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    dicho a si mismo que aquel techo en otro inviernoms sera la ruina de la cabaa.

    -El to sola arreglarlo -se quejo.-Pedro, el to es viejo -indic el doctor.- Los

    vientos helados all arriba en el Alm no pueden ha-cerle mucho bien. Sin embargo, est decidido a irsea la montaa maana con las cabras. Qu podemoshacer para detenerlo?

    -Nada!-Por qu nada? Es que quieres que el viejo se

    congele?-No -replic el muchacho.- Lo que yo s es que

    es imposible cambiarlo. Y usted se va a quedarsolo?

    -Me quedar solo realmente -contest el doctor-a menos que t y tu madre abandonen esta cabaa yquieran venir a mi casa para cuidarla.

    Pedro mir con aire de duda el techo que estabatratando de arreglar. Ya podra l poner tablas y ta-blas y ms tablas, para despus cubrir todo con pa-pel embreado y luego mezcla, pero todo era intilporque los cimientos de la casa estaban deshechos yya no eran un sostn para las vigas principales. S, sedijo, es trabajo perdido el querer arreglar esto. Br-gida, sera feliz cocinando para el doctor. l mismo

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    se sentirla feliz de sentarse a la mesa del doctor,donde tantas veces lo haba hecho en compaa deHeidi.

    -Iremos -dijo bajando del techo.-Esplndido! Pero antes debes ayudar al to con

    su equipaje. Es muy pesado para que l lo lleve solo... Pero... -aadi- no se lo digas.

    Pedro comprendi. El to del Alm se pona me-lanclico cuando constataba que sus fuerzas dismi-nuan. Esa tarde, Pedro anduvo dando vueltas porla casa de Drfli, observando y esperando

    -Puedo ir con usted a ordear las cabras, to?-pregunt tan pronto como apareci el anciano.

    -Buen da "general de las cabras". Por cierto quesi, ven conmigo -declar el to del Alm de buenhumor.

    -Parece como si las cabras se hubieran baado-observ el muchacho cuando los animalitos fueronsacados del establo.

    -Tienen que estar limpias para saludar al sol, Pe-dro -replic el anciano.- El sol se ha tomado el tra-bajo de preparar una nueva montaa para nosotros,con nuevo csped verde y fresco y brillantes flores,as como ha lavado la cabaa con nieve. Las cabras

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    y yo no podemos ir all maana para que el sol ten-ga que avergonzarse de nuestra presencia.

    -Me gustara ir maana con usted. Puedo ir pre-gunt Pedro.

    -Y la escuela?-Nunca se va a acordar usted de que yo va he

    terminado la escuela? De todos modos, maana esdomingo -agreg Pedro rpidamente.

    -Muy bien -replic entonces el anciano -si eso tehace feliz, puedes venir.

    A la maana siguiente, la pequea cabaa delAlm abri sus puertas y ventanas de par en par co-mo si quisiera beber el sol tempranero. Los dastranscurrieron. La tibieza del sol de primavera des-pert primero a las pequeas gencianas azules, lasque tienen la estrella blanca en el centro; despus,una por una, todas las otras flores encantadoras fue-ron separando sus ptalos. Todas florecieron consus brillantes colores mientras Pedro contemplabael milagro, como siempre lo haba admirado en to-das las primaveras hasta donde le alcanzaba la me-moria. No obstante, nunca haba parado mientes enla verdadera belleza de aquella maravilla, hasta queHeidi se la seal.

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    La hierba en las praderas se tornaba brillosa y -fresca, tendindose como un verdadero festn paralas traviesas cabras.

    Pedro se levantaba con el sol todas las maanas ypor la tarde cuando bajaba de la ladera encontrabaal to esperndolo, sentado en el banco ubicadojunto a la puerta de la cabaa.

    -No has visto al halcn, general? -pregunt an-siosamente una tarde el anciano.

    -S, to -respondi Pedro, lo veo muy a menudo.-No ha conseguido robarte ningn cabrito?-No, to. Usted sabe que soy fuerte -contest Pe-

    dro.- Si el halcn se acerca demasiado al rebao, logolpeo con mi cayado y le tiro piedras. Es lo bas-tante prudente como para mantenerse lejos.

    -Eres ms valiente que Gerard, el pastor de Ra-gatz. He visto a menudo a los halcones robandocabritos de sus rebaos. Pero, con quin hablas tall arriba en el apacentadero?

    -Se est burlando de m, to -replic Pedro.-Pero no -contest el anciano.- Yo tambin estoy

    solo durante el da. A m tambin me gusta unabuena charla por la tarde. Si Heidi estuviese aqu iraa la montaa contigo y entonces no estaras solo

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    con las cabras y el halcn. Cmo le gustaba ir allarriba!

    Pequeo Cisne y Osito, las cabras que eran pro-piedad del to del Alm, sintieron la tristeza que ha-ba en su voz y fregaron los hocicos contra suspiernas como si quisieran decirle:

    -Nosotras estamos aqu, nosotras estamos aqu.Ahora no ests solo.

    El to las acarici y despus las obsequi con sal.-A Heidi le gustara darles de comer sal a las ca-

    bras otra vez -dijo suspirando.Pedro pas una mano por su pelo rizado, tra-

    tando de pensar en algo que pudiera decir a fin dedistraer al abuelo conduciendo sus pensamientoshacia un tema ms alegre. Pero toda su conversa-cin acerca de las flores brillantes que se abran enlas praderas, acerca de la hierba verde y acerca delas cabras saltarinas, no traan sino la misma res-puesta:

    -A Heidi le gustara volver a verlas.El martes fue un da particularmente feliz para el

    to del Alm. Ese da Pedro suba a paso firme lamontaa, apretando en su diestra la carta que todoslos domingos Heidi escriba para el -abuelo. En la

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    escuela no poda escribir cada vez que se le ocurra,sino, precisamente, los das domingos.

    Muy a menudo, antes de que saliera el sol, elabuelo haca la mitad del camino para encontrarsecon el rebao. No ley la carta enseguida, sino queesper a encontrarse cmodamente instalado en elbanco junto a la puerta de la cabaa. Desde all tenaa su disposicin el espectculo de todo el valle. Pen-saba que de aquel modo poda ir al encuentro deHeidi con slo seguir con la mirada la prolongacindel camino que, torcindose por entre las montaas,avanzaba hacia Lausana.

    "Querido abuelo -deca la carta -estoy trabajandocon toda dedicacin para poder regresar pronto alhogar. Monsieur Rochat est complacido conmigo ylo mismo Mademoiselle Raymond, aunque simulaque no s pronunciar mis r correctamente. Te rue-go que des un beso a Pequeo Cisne y a Osito en minombre. Bsalas con fuerza sobre el hocico y noolvides de darle sal a Jilguero cuando Pedro pasecon el rebao. Siempre tiene ese aspecto esbelto endemasa, que hace pensar como que necesita poner-se ms fuerte.

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    "Muchas veces me inquieto por ti, solo all arribaen la cabaa. Y deseo fervientemente estar all con-tigo. Esta noche, cuando ests sentado afuera, en elbanco, escucha el viento que corre por entre la copade los rboles y acurdate de m. En ese momentoestar en la habitacin de la torrecita tocando elvioln para Monsieur Rochat. Pero me imaginarque estoy en la cabaa contigo y ser como si tocarapara ti."

    La carta continuaba tres hojas ms, con unaenorme lista de las cosas que se supona que el todeba atender en la cabaa. Tambin quera Heidique recogiera algunas flores montaesas, que lassacara y que se las enviara para decorar su habi-tacin del mismo modo que habla decorado sudormitorio en el altillo. Deca que la escuela le gus-taba. Pero el abuelo ley entre lneas un gran senti-miento de nostalgia, as como una fuerza ex-traordinaria de espritu.

    El abuelo ley muchas veces aquella carta du-rante la semana. Medit cada frase, encantado cuan-do su pequea se mostraba alegre y feliz y deprimi-do cuando le pareca que estaba triste.

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    Pedro no estaba contento. El rostro del abuelocomenzaba a tener un aspecto grisceo. Los ojosperdan aquel brillo misterioso. Un martes, el abuelono sali por el camino al encuentro del rebao yPedro se sinti alarmado. Corri hacia la cabaa,pensando que seguramente algo le habra ocurrido,pero el anciano estaba simplemente sentado en elbanco, esperando su arribo.

    -Me traes una: carta, general?-S, to -replic Pedro -pero usted tiene aspecto

    de cansancio. Le sucede algo?-No me sucede nada y no estoy cansado -replic

    el anciano.- Es que ya soy muy viejo.-Pero usted ha sido viejo mucho tiempo.-Antes no senta que era viejo -respondi el to

    del Alm.- Ahora lo siento.Lleg julio. La escuela de Drfli fue cerrada por

    un tiempo y ahora el abuelo observaba todos losdas las bandadas de jvenes que trepaban por lafalda de la montaa, para ayudar a sus padres en lacosecha del heno. Ya el abuelo haba cortado por smismo las hierbas que crecan detrs de la cabaa,las haba puesto a secar y, por fin, haba llevado elheno a cuestas en grandes manojos hasta su pe-queo granero. Habla estado escribiendo cartas muy

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    breves a Heidi, pero llenas de cario y a menudoinclua en ellas flores secas de los Alpes.

    Un da le dijo a Pedro:-Lleva las cabras un poco ms arriba hoy. Ll-

    valas a la derecha de la gran roca, donde el pasto esms tierno y ms sabroso. Asegrate de que Peque-o Cisne y Osito se alimenten bien con ese pasto.Su leche va a ser especialmente buena y con ella ha-r un pequeo queso para Heidi. No te parece quees una buena idea, general?

    Pedro, como todos los pastores desde la antige-dad, comparta el gusto por el buen queso y, por lotanto, aprob de todo corazn.

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    CAPITULO 4

    UN REGALO DEL ABUELO

    SE ESTABA acercando el final de aquel curso enla escuela y algunas de las nias estudiantes salan devacaciones. Lise se iba al campo a pasar un mes consus padres. Anne se iba a su casa en Bretaa. Evaiba a reunirse con unas amigas que pensaban pasarlas vacaciones en las montaas. Pero Eileen, Heidi,Jamy y las dos chicas inglesas se quedaban en la es-cuela.

    Ahora que Eva se haba ido, a Heidi le hubiesegustado pasar a compartir su dormitorio con Jamy,que se transform en su mejor amiga durante aque-llos meses, pero no quera solicitar permiso para elcambio por miedo a molestar a Eileen.

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    Un da, cerca del comienzo de las vacaciones, re-cibi un pequeo paquete de Drfli, hermosamenteenvuelto y atado con hilo. Las chicas se sintieronmuy curiosas y trataron de enterarse del contenido.

    -Es chocolate!-No, se trata de un paquete redondo.-Tal vez sea un ramo de flores. Deben estar bas-

    tante estropeadas.-Estn equivocadas. Estoy segura de que es una

    torta.-Aprate, Heidi! -rogaron a un tiempo.- brelo

    y veamos quin tiene razn.Heidi cort el hilo y abri el paquete. Ante el

    asombro de todas sus compaeras, all se vio unqueso de cabra, redondo y blanco.

    -Queso de crema! -exclamaron arrugando la na-riz.

    -Huele mal -aadi una de las chicas inglesas.-Pobre Heidi! Tu abuelo debe haber pensado queests murindote de hambre!

    -Es un buen chiste -coincidieron todas comen-zando a rerse.

    Slo Heidi no se ro. Por un momento dese po-der arrojar al infortunado queso por la ventana por-que todas su burlaban de ella. Pero inmediatamente

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    se sinti avergonzada de si misma. Su imaginacinle present el cuadro de la pequea cabaa en elAlm y a su abuelo trabajando en la gran olla de co-bre. Record con que alegra trepaba ella a la sillaque l le haba hecho, cuando la llamaban a comer.Y generalmente, en aquel entonces no haba otracosa que pan duro, queso y leche de cabra para ali-mentarse. Con qu apetito haban comido quesoscomo aqul tanto ella como Pedro cuando suban aapacentar las cabras en la montaa!

    Las dos cabras del abuelo, Pequeo Cisne yOsito haban proporcionado la leche para hacerlo yel abuelo mismo la habla revuelto con su gran cu-chara de madera hasta convertirla en una masa conla consistencia de la nieve.

    Heidi confes su gusto por aquel tipo de quesotan familiar.

    -Buen provecho te haga! -se burlaron las com-paeras.

    Riendo y bromeando, dejaron la habitacin su-jetndose las narices.

    -Puf! Qu olor!-Pronto! Necesito aire!-Abre la ventana y deja que entre el viento!

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    -Yo no quiero permanecer en esa habitacin.Probablemente va a querer guardar ese queso derecuerdo y yo no puedo soportar semejante aroma-declar Eileen.

    Todas dejaron de rer. Edith, tan corts, tan ele-gante, tan refinada que todas la copiaban, mir aEileen con sorpresa.

    -Pero, Eileen, espero que no hables en serio. No-sotras estbamos bromeando.

    -Oh, t puedes hablar! Heidi no est en tu ha-bitacin -replic Eileen.

    -Si no estuviera con Molly, a quien conozco dehace tanto tiempo, me encantara compartir el dor-mitorio con Heidi -replic Edith calurosamente.

    -Bueno, pues yo no -solt Eileen.- Ya tengobastante de ella. Le voy a pedir a Mademoiselle Lar-bey que me cambie de habitacin.

    -No sers capaz!-Por cierto que s. Ya vers!La campana de clase son y puso trmino a la

    conmocin. A pesar de estar en vacaciones, lasalumnas estudiaban todos los das entre cinco y seisy media de la tarde. Se pusieron en marcha hacia susclases, con el aire de quien ha participado en unacontecimiento desagradable.

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    Heidi pareca especialmente triste cuando entren la sala de msica donde la estaba esperandoMonsieur Rochat.

    -Qu sucede, Heidi? -pregunt el profesor conprofunda inquietud.- Has recibido malas noticiasde Drfli?

    -Gracias a Dios no -respondi Heidi.- El abueloy el doctor estn bien y Pedro y su madre son muyfelices en casa del doctor.

    -Entonces debe ser aqu donde algo no andabien -persisti el profesor.

    Monsieur Rochat no le hizo ms preguntas, peroresolvi ntimamente aclarar aquel misterio. Sentaun gran afecto por Heidi y no poda soportar la ideade verla triste.

    Despus de la clase se fue a la biblioteca comoera su costumbre, para aguardar la hora de la cena.All encontr a un grupo de profesoras hablandoexcitadas y moviendo la cabeza en una y otra direc-cin. Ahora estaba seguro de que algo suceda. Pe-ro qu?

    -Es inconcebible -estaba diciendo la directora entono de indignacin.

    -Alguien podra suponer que mis estudiantes seestn muriendo de hambre porque no les doy lo

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    bastante para comer. Qu pensar la gente de miescuela? No s qu es lo que debo hacer.

    La directora se apretaba las manos trgicamente.-Qu se puede hacer? -preguntaba Miss Smith entono igualmente trgico.

    Algo haba sobre la mesa de la biblioteca. Todasestaban examinando aquello, pero el profesor desdesu rincn, no alcanz a ver de qu se trataba.

    -A m me parece que la cuestin no consiste ensaber qu es lo que se hace con... con esta... atroci-dad -seal Mademoiselle Raymond- sino en saberqu se hace con Eileen. No quiere permanecer en elmismo dormitorio con Heidi.

    -Ah! Bien que puedo comprenderlo! -suspir ladirectora.- Una criatura tan delicada, tan sensitiva!Cul es su opinin de todo esto, Miss Smith? Quhabitacin podramos darle a Heidi? Por cierto quenadie va a querer estar con una aldeana que guardaqueso de cabra en su habitacin.

    Monsieur Rochat haba escuchado hasta aquelmomento sin comprender. Ahora entendi todo.Sus labios se torcieron un poco pero no dijo nada.

    -Es imposible dormir en la misma habitacincon Heidi -opin la profesora de ingls- si es queinsiste en conservar ese queso. No sera saludable.

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    -Pero de todos modos -la interrumpi FruleinFeld -la nia no es responsable por ese extraordi-nario regalo.

    El profesor de msica se haba acercado un pocoms, sus labios an torcindose bajo su bigote.

    -Y usted, Monsieur Rochat, qu piensa de esteasunto? -pregunt la directora por fin.

    -No tengo nada que decir, al menos por el mo-mento -replic el profesor.

    -Haga venir a Jamy, a Edith y a Molly. A ver siarreglamos esto en alguna forma -dijo MademoiselleLarbey despus de una pausa.

    Frulein Feld se apresur a ir en busca de lasaludidas. Las tres estaban en el dormitorio de lasnias inglesas, sosteniendo una acalorada discusin.

    -Seoritas -comenz la directora cuando FruleinFeld las hubo conducido a la biblioteca- ustedessaben lo que ha sucedido. Vuestra compaera Ei-leen rehusa continuar albergndose en el mismodormitorio con Heidi. Alguna de ustedes tendrainconveniente en compartir su habitacin con Ei-leen?

    Por un momento se produjo un profundo silen-cio, despus Edith levant la vista del suelo Y dijo:

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    -Mademoiselle, a cualquiera de nosotras le gus-tara compartir la habitacin con "Heidi"!

    Y pronunci con fuerza el nombre de Heidi.Despus habl Jamy.-Molly y Edith son amigas. Mientras Eva est de

    vacaciones, yo me encuentro sola. No podra Heidivenir a mi dormitorio?

    -Bien, decidiremos eso mas tarde -manifest ladirectora un poco desconcertada.- Pueden irse aho-ra.

    Se volvi a Monsieur Rochat, quien haba estadogozando profundamente de la pequea escena.

    -Ya ve usted que tena mis razones para no inter-venir. Todo se ha arreglado maravillosamente por simismo.

    -Usted puede pensar eso -replic la directora-pero "nada" se ha arreglado. Qu le voy a decir aEileen? Se le destrozar el corazn, pobre nia! -aadi en un tieso intento de simpata.

    -Posiblemente, pero le har un bien al mismotiempo -opin firmemente el profesor.- Alguno hapensado en el corazn de Heidi?

    Las profesoras se miraron unas a otras, confun-didas y el profesor abandon la biblioteca rindosepara sus adentros.

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    Cuando se encontr con Heidi a la hora de la ce-na, Monsieur Rochat la llam aparte y le habl condulzura:

    -He odo decir que has recibido una especialidadde Drfli, un hermoso quesito. Podremos probar-lo? Estoy seguro de que tus compaeras jams lohan gustado y en cuanto a mi, te aseguro que no lohe podido hacer muy a menudo.

    Heidi se sonroj, mirando a las chicas que esta-ban ya sentadas a la mesa. Por todas partes vio son-risas de animacin y, una vez ms, Edith habl porlas otras.

    -Djanos que lo probemos, Heidi -rog.Todos, excepto Eileen, que no lo habra probado

    por nada del mundo, comieron un pedazo de"aquella especialidad de Drfli". Algunas lo en-contraron delicioso y los dems hicieron lo posiblepara simular que les gustaba.

    Heidi se dio cuenta cuando se trat de una sim-ple cortesa, por el tono de las voces, y no pudomenos que sonrer al ver la cara con que Molly, reu-niendo todo su valor, trataba de terminar su parte.

    Despus de la cena, Mademoiselle reuni a laschicas en la sala.

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    -Eileen -dijo -hemos decidido permitirte que ten-gas una habitacin sola. Ninguna de las chicas de tuclase quiere compartir la habitacin contigo. Noobstante, todas han expresado su deseo de com-partirla con Heidi. Me parece a m que se trata dealgo que comprenders mejor si lo reflexionas unpoco. Ms tarde hablar contigo en mi despacho.Puedes venir a las ocho y media. En cuanto a ti,Heidi, puedes mudarte a la habitacin de Jamy yllevarte lo que ha quedado de tu quesito de cabra.

    -Oh, gracias, Mademoiselle! -exclam Heidiagradecida.

    -Heidi!-Jamy!Las dos nias se abrazaron.Heidi no pudo decir nada ms, pero sus ojos se

    llenaron de lgrimas de alegra y felicidad.

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    CAPITULO 5

    UNA CARTA A LA DIRECTORA

    CUANDO el doctor encontr a Pedro en la al-dea, le pidi noticias del to del Alm, que estaba enla montaa.

    -Est muy triste -suspir Pedro.-Triste? Por qu? -pregunt el doctor sorpren-

    dido.- Qu es lo que te hace pensar que est triste?-Est triste porque est solo -respondi senci-

    llamente Pedro.-Pero eso es justamente lo que l quera -explot

    el doctor.- No crees que hice todo lo posible paraevitar que se fuera solo a esa cabaa?

    Est triste porque extraa a Heidi -aadi Pedro.-Cmo sabes eso? -pregunt el doctor.-Porque lo s -replic Pedro.

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    -Eso no es una respuesta -declar el doctor im-paciente.- Ven aqu: qu es lo que anda mal?

    Pedro pens un momento antes de responder.-El to jams se re. Se sienta en su banco y cuan-

    do yo paso con l rebao, me dice: "A Heidi le gus-tara ir contigo a la montaa hoy", Algunas vecesdice como para s mismo: "Es mejor que no vengatal vez... pero no estoy seguro".

    -Gracias, Pedro, ir yo mismo a verlo.A la maana siguiente, a eso de las diez, cuando

    el doctor lleg a la cabaa, el banco estaba vaco.Tal vez el to del Alm estaba en la parte de atrs desu cabaa arreglando sus herramientas. Pero tampo-co estaba all. Sintindose inquieto, el doctor entr ala cocina y lo que vio le hizo permanecer inmvilpor un instante. El anciano estaba sentado frente ala mesa, la cabeza apoyada sobre los brazos dobla-dos. Pareca dormido.

    -Buenos das, to. No me ha odo llegar -dijo eldoctor.- Espero no haber venido a molestarlo.

    -Oh, amigo mo! Es usted? -exclam el ancianoirguindose.- Es usted muy bienvenido. No tienenoticias de nuestra pequea Heidi esta semana?

    Y all comenz nuevamente con su tema favori-to.

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    -No le ha contado su ltima aventura? Escribeque todas las nias han ido a la ciudad y se detuvie-ron frente a una vidriera para contemplar un cuadroque representa las montaas. Heidi se qued tan-absorta mirndolo, que no oy a Mademoiselle Ra-ymond que las llamaba y de pronto se encontr so-la. Pero en lugar de regresar enseguida a la escuela,confiesa que se quedo un largo rato mirando el cua-dro porque le record su casa. Despus anduvo portoda la ciudad. Heidi ha tomado esas ideas inde-pendientes de Pequeo Cisne y de Osito, pero yome alegro, en medio de todo, de que sea capaz deencontrar su camino cuando se pierda, aun en laciudad. Tengo su ltima carta justamente aqu-aadi sacndola del bolsillo y depositndola en lamesa.- Parece que le encanta la clase de costura ybordados y se propone aprovechar las leccionescomo para venir a ensear a las nias de Drfli acoser. Podra utilizar la habitacin grande de su ca-sa, doctor, para su clase... Esa habitacin grande quehay debajo del techo mismo y que no se usa paranada. Qu le parece?

    El solo pensamiento de Heidi hacia brillar susojos de felicidad. Estaba orgulloso de la inteligenciade su nieta y de su espritu de independencia. Ahora

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    miraba maliciosamente al doctor, seguro de la apro-bacin.

    -Transformar mi laboratorio en un cuarto decostura! -exclam el doctor.- Y yo? Adnde ircon mis frascos y mis tubos de ensayo? Tal vezpretenda usted que aprenda a coser yo tambin bajosu experta direccin! Los chicos son una pruebamuy severa, to. Tendr que mudarme al stano.

    Hablaron por horas del plan de enseanza decostura de Heidi. Hablaron tambin de su msica yacerca de las amigas que haba hecho en la escuela.Los ojos del abuelo estaban muy brillantes mientrasconversaba, pero cuando el doctor se levant pararegresar a Drfli, pareci deprimirse.

    -Me dara ms tiempo -le dijo el buen amigo-pero ya son las cuatro de la tarde y he prometido ira ver al viejo Seppeli. El pobre se est acercando alfin.

    -Seppeli y yo somos de la misma edad -musit elto del Alm. Los dos tenamos veinte aos cuandonos encontramos por primera vez all en el valle...

    Pareci como que tena algo ms que decir, perose contuvo, perdido en medio de sus pensamientos.Tal vez estaba pensando en su juventud perdida, ensus padres desaparecidos tanto tiempo atrs, o en

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    los aos que haba pasado como un ermitao soloen aquella cabaa, antes de la llegada de Heidi. Des-pus de permanecer un largo rato en silencio, dijoen voz muy baja:

    -S somos de la misma edad y l est llegando asu fin ...

    Ahora el doctor saba lo que estaba pasando porla mente del anciano.

    Despus que hizo la visita prometida al vicio Se-ppeli, el doctor se apresur a llegar a su casa y escri-bi la siguiente carta:

    Mi estimada Mademoiselle:

    Tuve el propsito de dejar a mi ahijada, Heidi,para que pasara las vacaciones en la escuela, a fin deaprovechar ms sus lecciones de msica. Descubroahora que debo cambiar los planes. El abuelo deHeidi la extraa muchsimo. Es un hombre entradoen aos Y creo que no tengo derecho de privarlopor ms tiempo de su adorada nieta. Por lo tanto leruego que disponga lo necesario a fin de que la niapueda hacer el viaje a Drfli por el mes de agosto.Estoy muy atareado para ir a buscarla yo mismo y lequedara muy agradecido si puede enviarla con al-

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    guien hasta Maienfeld, si es que no es posible hastaDrfli.

    S que Heidi quiere mucho a su compaera Ja-my y nos encantara tener a esa nia tambin comohusped durante unas semanas. Usted me conoce lobastante como para poder recomendarme a sus pa-dres.

    Agradecera muchsimo su cooperacin encuanto pueda facilitar el pronto viaje de las dos ni-as.

    Con toda consideracin, reciba usted mi cordialsaludo,

    Doctor Reboux.

    La carta lleg a la escuela el sbado, por la tarde,en el correo de las cinco. Heidi estaba esperando enla entrada con Jamy cuando lleg el cartero.

    -No hay nada para m? -pregunt.Desde que las otras nias estaban de vacaciones,

    el cartero se haba tornado ms amistoso. Tal vezsenta un poco de pena por aquellas que haban te-nido que quedarse en la escuela. De modo que,contra las rdenes estrictas de Mademoiselle Lar-bey, mostr a las nias un montn de cartas dirigi-das a la escuela.

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    -Una carta de mi padrino el doctor! Y est diri-gida a la directora! Es extrao. Y nada para m!-exclam Heidi reconociendo la letra tan familiar aella.

    -Una tarjeta postal de mam -coment Jamy.-Est en la costa con unas amigas... amigas de ellas,no mas.

    Despus de un instante de silencio, Jamy con-tinu:

    -Es muy amable al mandarme una fotografa delhotel, sin duda el mejor que hay all. Tiene planeshechos para el otoo y no podr venir a verme. Pe-ro no importa, ya estoy acostumbrada.

    Hablaba en voz muy baja y conmovida, que noconcordaba con las palabras que deca. Heidi, queestaba pensando en la otra carta que haba visto,slo escuchaba a medias a su amiga, pero de pronto,sorprendida por el tono, levant la cabeza. Jamynunca hablaba de su familia y Heidi solamente sabaque su padre estaba en el servicio diplomtico.

    -Qu sucede, Jamy? -pregunt.- Si tu madre noviene es porque realmente tiene algo muy impor-tante que hacer. Seguramente la vers para el da deNavidad.

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    -No -replic Jamy.- Para ese entonces ya tendrotra excusa para no venir y yo saldr para Inglaterrael ao que viene, sin pasar por mi casa y sin teneroportunidad de ver a nadie de mi familia, ni siquieraa mi padre o a mi hermanita.

    Heidi estaba asombrada. Era posible tener unamam y sin embargo no tenerla? Era posible care-cer del cario maternal y sin embargo no ser hur-fana? Heidi saba bien lo que significa que nadiequiera a una nia, por los aos que haba vivido consu ta Dete, antes de que sta la llevara a la cabaadel to del Alm, su abuelo. Significa que a nadie leimporta si come o no; a nadie le importa si los ojosestn enrojecidos o si tiene mal aspecto; nadie que laoiga toser y se preocupe por ello; nadie que le hablecariosamente, que vaya a la habitacin, que abra laspersianas, que se incline sobre la cama para darle unbeso de las buenas noches. Comprender que a pesarde los catorce aos con que se cuenta se es unacriatura que necesita cario y proteccin. PobreJamy! Tal vez no hubiera nadie en el mundo que seinteresar por ella especialmente... Y tal vez sta fue-ra la razn por la cual Jamy estaba siempre tan tris-te. Heidi pas su brazo en torno al cuello de suamiga Y le dijo afectuosamente:

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    -Jamy, me voy a quedar en la escuela por las va-caciones yo tambin. Hace tiempo estaba rogandopara que me hicieran ir a mi casa, pero ahora medoy cuenta de que el buen Dios sabe cundo esmejor no acceder a lo que le piden. Ahora estoycontenta de tener que quedarme.

    -Pero por qu, Heidi?-T me necesitas aqu -replic Heidi.- No ten-

    dras con quin hacer cosas si no fuera por m. Perojuntas podremos pasar una hermosa temporada.Podremos hacer viajes a la montaa con MonsieurRochat. Primero iremos a las Rocas de Nave y pasa-remos la noche en el "chalet" de Sauaodoz, comopara que podamos ver desde all la salida del sol.No tienes idea de lo hermosas que se ponen lasmontaas cuando sale el sol! Y encontraremos todaclase de flores silvestres. Despus cruzaremos ellago en lancha y subiremos al Diente de Oche.Monsieur Rochat tal vez pueda llevarnos hasta elHospicio de San Bernardo y en ese caso podremosver el monumento de la Marcha de Napolen a tra-vs de la montaa con su ejrcito. Los monjes vivenall arriba todo el ao, con aquellos perros enormesque van por la nieve salvando a los viajeros perdi-dos. Han salvado ya muchsima gente de la que se

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    aventura a cruzar el pico durante la poca de la nie-ve. Adems hay montones de otras cosas para ver:los precipicios de Bex, la gruta encantada de SanMauricio. Ya vers que tendremos un hermoso ve-rano sin que nos sintamos nostlgicos ni una solavez!

    Heidi se mostraba tan entusiasta, que Jamy sesinti contagiada y su espritu se alegr.

    -Qu es eso de la gruta encantada?-Es un largo corredor en la montaa, que con-

    duce a un lago Interior. Monsieur Rochat me contsobre eso. La entrada es muy pequea, muy estre-cha. Se llega a ella trepando por una ladera sobre elro Rhone y hay una casita prendida all en las altu-ras para las monjas. Hay guas que te llevan. Te danuna lmpara para que la enciendas cuando entras alcorredor, que es oscuro -explic Heidi.

    -Y las hadas?-No puedes verlas, pero puedes orlas -respondi

    Heidi misteriosamente.- Tienen su albergue en loms profundo de la montaa y nadie sabe cmo sepuede llegar all. Si pones la oreja contra el muro depiedra oyes el sonido de un tambor. Dicen que es eltoque de atencin para los curiosos que pretenden

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    acercarse a su retiro. Monsieur Rochat lo ha escu-chado claramente.

    -T crees en las hadas, Heidi? pregunt Jamyque para aquel momento ya haba recobrado su es-pritu.

    -No exactamente, pero mi abuelo conoce muchasleyendas y relatos mitolgicos... y te confieso que meencanta orlos.

    -A m me encantan tambin las leyendas.-Tal vez en alguna ocasin puedas venir a Drfli

    a visitarme y entonces puedas or esas leyendas.-T no vas a vivir en Drfli toda tu vida no es

    cierto?- dijo Jamy mirndola sorprendida.-Por qu no?- quiso saber Heidi.-Despus de un tiempo te sentirs solitaria y pen-

    sars que ests encerrada con respecto al resto delmundo... como un monje... o como una monja.

    -Encerrada en esas montaas! Nunca! excla-m Heidi.- No hay nada que me haga ms feliz en elmundo, que ir con Pedro a las cumbres cuando llevasus cabras. Puede que pienses que soy rara, Jamy,pero cuando encuentras algo como eso, no quieresperderlo. Al contrario, quieres conservarlo parasiempre.

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    -Pero ir de nuevo a las montaas- protest Jamy-no es... til. Qu vas a hacer con tu educacin?

    -La abandonar- replic Heidi con ligereza.- En-sear a todos los chicos de Drfli todo lo queaprenda aqu en Lausana: a coser, a cocinar, a tejer ytal vez aun a pintar y a tocar el violn. Oh, ya vers!No estar ociosa. Hasta es posible que mande abuscarte para que me ayudes.

    -Me encantara ir... aunque... por un tiempo -dijoJamy.- Pero no creo que pap me permita estar all.Tiene sus ideas con respecto a la vida social y a lagente con quien una debe relacionarse. Supone queyo lo voy a ayudar en la embajada cuando hayaaprendido a hablar francs e ingls correctamente. Ydespus tendras que venir a visitarme en Budapest,en Viena o en Berln. Tal vez en Pars o en Londres.

    -Tal vez -respondi pensativa Heidi -. MonsieurRochat dice que yo tendra que ir a Pars si es quequiero continuar mis estudios de violn pero no es-toy segura del todo sobre si deseo ir a Pars, mien-tras que los que ms quiero en el mundo seencuentran en Drfli.

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    CAPITULO 6

    BUENAS NOTICIAS

    MIENTRAS Heidi y Jamy todava estaban con-versando en el portn de la entrada, MademoiselleRaymond apareci en el otro extremo del sendero yllam a Heidi con un gesto de la mano, sin levantarla voz. Jams levantaba la voz sucediera lo que su-cediese.

    -Heidi, Heidi, dnde ests? Ah, aqu ests!Lleg hasta el portal y pregunt muy preocupada:-Tu aldea est a gran altura en la montaa? Se

    sube all a pie o en mula? A cuntas horas se en-cuentra desde Maienfeld?

    -Para usted, Mademoiselle, seran unas ocho ho-ras -replic Jamy.

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    -Jamy, no seas atrevida! -reproch la profesora.-Heidi, contstame!

    -Disclpeme, Mademoiselle -respondi suave-mente Jamy.- Heidi y yo estbamos hablando denuestros proyectos para las vacaciones y me sentatal vez excesivamente alegre.

    -Creo que, a pie seran unas dos o tres horas -respondi a su vez Heidi.

    -A pie, dices? -exclam Mademoiselle Ray-mond.- Tiene que haber una forma ms fcil.

    -Si -coincidi Heidi -se puede tomar la diligenciadel correo en Maienfeld.

    -Hay una diligencia postal? Por qu no me lodijiste enseguida -Gracias a Dios!

    Mademoiselle Raymond suspir evidentementealiviada. Entretanto Heidi esperaba llena de curio-sidad su explicacin. Cuando vio que la profesora sedaba vuelta para alejarse sin pronunciar una solapalabra ms, corri tras ella diciendo con toda cor-tesa:

    -Perdneme, Mademoiselle, pero puedo pre-guntarle el porqu de esa pregunta? -Se proponeusted pasar sus vacaciones en Drfli, -preguntriendo Jamy.

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    -No lo permita Dios! Te muestras muy traviesahoy, Jamy. Encuentras un placer especial en hacer-me bromas -se quej la vieja profesora.- Es que ten-dr que hacer un viaje a Drfli y yo no soy tan jovencomo ustedes.

    Jamy se sinti inmediatamente avergonzada desu propia malicia y no dijo nada ms, pero Heidiherva de impaciencia y curiosidad.

    -Por qu tendr usted que viajar a Drfli pre-gunt. Le ha sucedido algo a mi abuelo Se ha en-fermado alguien?

    -No te preocupes, nia. Tu abuelo y tu padrino ytodos tus amigos de Drfli, en cuanto a mis noticiasse refiere, se encuentran bien. No he tenido inten-ciones de alarmarte.

    -Pero qu es lo que ha sucedido? -persisti Hei-di.

    -Madeimoiselle Larbey te lo dir cuando ella creaque ha llegado el momento de decrtelo.

    Y con estas palabras dej a las dos nias intriga-das y ms asombradas que nunca.

    -Jamy, qu piensas de todo esto?-Pues nada bueno -manifest Jamy.- Tengo la

    impresin de que te mandan a buscar. Me parece

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    que todos nuestros planes se han estropeado y ten-dr que quedarme sola aqu todo el verano.

    -Crees realmente que es sobre eso que mi pa-drino le ha escrito a la directora?

    -Estoy segura. Probablemente sea MademoiselleRaymond quien debe acompaarte hasta Drfli y espor eso que se encuentra tan preocupada. Esperoque pases al menos t unas buenas vacaciones.

    Heidi permaneci en silencio. Ansiaba volver aver a su abuelo y al doctor. Saba que Pedro la echa-ba de menos y esperaba da a da que ella fuese aacompaarlo, con el rebao hasta la montaa. Peroella no deseaba dejar sola a su amiga. Pobre Jamy!Que nadie se ocupara de si pasaba una buena tem-porada o no!

    Heidi le tom la mano y juntas regresaron haciael edificio de la escuela. Heidi descubri, al ir a ha-cer su hora de prctica con el violn, que la msicatena un tono dulce pero triste. Era como si lasmontaas y el lago la llamaran al mismo tiempo...Jamy y su propia familia reclamando su presencia.

    -Ests tocando muy bien -observ Monsieur Ro-chat.

    Pero Heidi senta que no estaba tocando ellamisma. Era su violn. Todava se encontraba sumer-

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    gida en el hechizo de su propia msica, cuando Ma-demoiselle Larbey lleg hasta ella y le dijo:

    -Nia, tengo un mensaje para ti de parte de tupadrino. Quieres venir a mi despacho, Jamy echuna mirada a su compaera como si quisiera decirle:

    -Por fin vas a saber qu es lo que deca en estacarta.

    Heidi estaba silenciosa y subyugada por sus emo-ciones cuando segua a la directora por el largo co-rredor hasta el despacho.

    Diez minutos despus sali corriendo de all yrpidamente cerr la puerta. Despus corri. Atra-ves el vestbulo y trep las escaleras como una gilcabrita montaesa.

    Irrumpi en su dormitorio y grit:-Jamy! Jamy! Me voy a Drfli por el mes de

    agosto y tu vienes conmigo! El doctor se lo pidi aMademoiselle Larbey, y ella telegrafi a tu padre, ytu padre ha otorgado el permiso. No es maravillo-so? Dnde est mi maleta? Qu necesito llevar?No mucho, de todos modos, porque tengo trajesmucho ms apropiados en casa.

    Jamy se apoy contra la pared, aturdida. Por unmomento no pudo moverse ni hablar.

    Heidi la sacudi por los hombros y repiti:

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    -T vienes conmigo, no entiendes? Salimos ma-ana por la maana. Mademoiselle Raymond nosllevar hasta Drfli, donde nos espera el doctor.Probablemente pasemos la noche en su casa y pasa-do maana a la maana iremos a la cabaa delabuelo en la montaa con Pedro y las cabras. Porqu no dices alguna cosa? -pregunt Heidi por fin.-No ests contenta?

    -Me siento demasiado feliz para hablar, mi que-rdsima Heidi -fue la respuesta.

    Poco tiempo despus Jamy recobr la voz y yanadie pudo impedir que hablara sin cesar. Durantetoda la tarde las dos nias trataron de hablar porencima de la conversacin de la otra mientras pre-paraban sus maletas.

    Si Jamy hubiese escuchado a Heidi, no habraempacado ms que una poca ropa interior y un solovestido de lino. Pareca como que la gente de Drflino usara ni zapatos, ni sombreros, ni tapados deninguna naturaleza.

    Afortunadamente, Mademoiselle Raymond su-pervis las valijas. A las diez y media de la noche elequipaje fue llevado al vestbulo y se produjo unrelativo silencio en el dormitorio, aunque de tanto

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    en tanto ciertos murmullos iban de una cama a laotra.

    -Te acordaste de mi bastn de alpinista?-Dnde pusiste mis chinelas?-Habr tarjetas postales en Drfli para que pue-

    da mandarles a pap y a mam?A medianoche todo estaba en calma y silencio,

    salvo la suave respiracin de las dos nias.Pero todos en la escuela no estaban durmiendo.

    En su pequea habitacin en el piso ms alto deledificio, Mademoiselle Raymond yaca despierta einquieta. La directora le haba pedido que llevara alas dos alumnas hasta Drfli; sera imposible regre-sar en el mismo da, de manera que probablementetendra que pasar la noche all. Para la pobre mujer,aquello era una verdadera calamidad, una desgracia,casi una catstrofe. Ya no era joven y por lo tanto laaterrorizaba la idea de tener que hacerse responsa-ble de dos nias enloquecidas. Recordaba muy bienun viaje al Simpln del ao anterior, cuando se em-pap hasta los huesos y tembl permanentementede fro. Con un profundo suspiro haba empacadosus pesados zapatones con clavos en las suelas, uncamisn muy grueso, una capa amplia y un sombre-ro de fieltro, tambin planeaba llevar un enorme

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    paraguas. Cuidadosamente habla envuelto un chalde lana, un sacn de franela y un abrigado gorro dedormir... No porque usara siempre gorro de dor-mir! Es que no deseaba correr riesgos con los peli-grosos aires de la montaa.

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    CAPITULO 7

    NUEVAMENTE EN EL HOGAR

    ERA UNA placentera tarde de verano cuando, ahora todava temprana, las dos chicas salieron de laestacin de Maienfeld y tomaron el estrecho caminoque suba suavemente al principio para, despus,hacerse ms y ms empinado a medida que se acer-caba a Drfli.

    Despus de todas sus tribulaciones, Mademoise-lle Raymond no iba subiendo aquella ladera. Luegode asegurarse de que las dos nias alcanzaran lapequea aldea antes de oscurecer y que no corran elmenor riesgo en el camino, se qued en la estacinesperando agradecida el prximo tren para Lausana.

    En el primer recodo del sendero, Heidi y Jamy sedetuvieron para contemplar el esplndido panora-

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    ma. Desde all podan divisar toda la ciudad deMaienfeld, con sus extraas casas bajas, sus ele-vados campanarios y sus calles afanosas. Una ban-dada de gansos se diriga a su retiro; carros tiradospor bueyes avanzaban perezosamente. De vez encuando vean algn carruaje esplndido, tirado porcaballos y a la distancia de pronto, el silbido de lalocomotora de un tren que parta y poco despus elpenacho de humo blanco que denunciaba su avancepor el valle. En las afueras de la ciudad, ricos cam-pos de pastoreo llenos de vacas y cabras; despus,rocas y bosques de pinos, con ms rocas y bosquesde pinos en ascensin.

    -La vista no es tan alegre desde aqu -observJamy mientras suban.

    -Espera!Cuando llegaron a una determinada altura, el aire

    comenz a hacerse ms picante, trayendo el perfu-me de hierbas y flores. Los prados eran una fiestade colores.

    Despus, al volver un codo del camino, se en-contraron de pronto frente al Falknis, iluminadopor los ltimos rayos del sol. Se elevaba por sobrelos dems picos, majestuoso e imponente, como se

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    reflejara la gloriosa brillantez del cielo en su cumbrecubierta de nieves eternas.

    Heidi se detuvo en medio del sendero y lgrimasde emocin llenaron sus ojos a la vista de sus ama-das montaas.

    -Qu hermoso es! -exclam Jamy.- Hasta la nie-ve all arriba parece estar incendiada. Ahora s queentiendo tu profundo amor por los Alpes, Heidi!

    Permanecieron contemplando el firmamentohasta que el esplendor se desvaneci. Entonces sedieron cuenta de cmo haba transcurrido el tiempoecharon a andar ms y ms rpido, con el propsitode llegar a la aldea antes de que oscureciera porcompleto.

    De pronto Jamy se detuvo sin aliento y se llevlas manos a la garganta.

    -Oh, Heidi! -exclam.- He perdido algo!-Tu cruz de oro! -grit Heidi viendo que faltaba

    la cinta que la sostena del cuello de su amiga.Jamy usaba generalmente una sencilla cruz de

    oro pendiente de una estrecha cinta de terciopelo yabastante gastada. Aparentemente la cinta se habaterminado por cortar y la cruz desaparecido.

    -Es una prdida que me duele ms que cual-quiera otra en el mundo! -gimi Jamy.- Era de mi

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    abuela y ella me la regal pidindome que la usarasiempre. Mi abuela fue muy buena conmigo, lomismo que t dices que tu abuelo lo es contigo, peroella no est en este mundo ahora y la cruz era todolo que tena como recuerdo. Oh! Qu puedo ha-cer? Mi hermosa cruz!

    E inmediatamente Jamy qued envuelta en l-grimas. Se sent en una roca que estaba en el bordedel camino y llor como si el corazn se le destro-zara. Heidi trat de consolarla como pudo y a pesarde que buscaron por todos los alrededores, no pu-dieron encontrar la joya. Retornaron hasta Maien-feld buscndola y regresaron, todava buscando.Pero no haba trazas de la cruz ni de la cinta que lahaba sostenido.

    -Es intil -manifest Jamy por ltimo.- Ha desa-parecido y jams la encontrar. No dir ni pensarms en ella, para no estropearme las vacaciones.

    La simpata de Heidi, en esta oportunidad, fueuna simpata silenciosa mientras suban y suban porel sendero. Las dos se sentan muy cansadas Y muydeprimidas cuando, desde una buena distancia msarriba, lleg el sonido de un cantar tirols muy ale-gre. Las chicas levantaron su linterna y miraron, pe-ro no pudieron ver a nadie, slo el camino

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    zigzagueante detrs de grandes matorrales y las ro-cas sobresalientes. Despus, una cantidad de formasen movimiento aparecieron entre las matas confu-sas, mientras la cancin creca y creca en poder.

    -Mira, Heidi! Oh, mira! Aqu y ms all! Oh!Qu es eso? -exclam Jamy deleitada olvidando sujoya perdida y sealando muy excitada.

    Antes de que Heidi pudiera volverse, cuatro ca-bras dieron la vuelta para tomar el camino haciaabajo. Detrs de ellas venan otras y otras ms. Cadauna tena una campanita colgada del cuello y el tin-tineo se multiplicaba por todas partes. En aquelmomento, el pastor apareci a la vista, bailando enmedio de un grupo de traviesas cabras y cantandono en su lengua nativa sino en francs y con todo elpoder de sus pulmones:

    "Arriba en la montaa hay una casita nueva porque Jean,tan valiente y tan constante, la ha hecho con sus manos. Arri-ba en la montaa hay una casita nueva..

    Despus de aquello hubo un estribillo tirols. Elcantor brincaba y bailaba con los pies desnudos, tanvivamente y con tanta agilidad como las caprichosas

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    cabras y en un instante se acerc al lugar donde seencontraban las dos nias.

    -Buenas noches -salud alegremente.Pero enseguida hizo una pausa y se qued mi-

    rando. Heidi lo reconoci primero y de un salto ca-y en sus brazos.

    -Pedro!-Heidi! -exclam el pastor.- Jams se me ocurri

    que podra encontrarte aqu. Mi madre y el doctorlas estn buscando desde hace horas.

    -Se nos hizo tarde -comenz Heidi, pero dis-tingui el gesto de silencio que Jamy hizo llevandoun dedo a los labios, como si quisiera decir: No selo digas. Es intil estropearlo todo por una joya quese ha perdido.

    -Se nos hizo tarde. Y t, Pedro? -pregunt Hei-di enseguida.- Por qu tienes que hacer ahora todoel trayecto hasta Maienfeld?

    -He agregado algunas cabras a mi rebao -replicel muchacho.- Pertenecen al maestro de la escuela ylas traigo y las llevo a su establo en Maienfeld. Estapequea es demasiado chiquita para el viaje com-pleto -aadi tomando en sus brazos a una cabritablanca y rascndole la cabeza.- Pobre Meckerli

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    -continu dirigindose a la cabrita -el da es muylargo para ti? La montaa demasiado empinada

    -Cmo le has llamado a la cabrita? -preguntJamy acercndose a Pedro.

    -Meckerli -replic el mozo.- Quiere decir la pe-quea que bala". Todas las cabras tienen nombre ycada nombre tiene un significado.

    -Heidi me cont de Pequeo Cisne y de Osito,las cabras de su abuelo. Estn sas en tu rebao?

    -Ahora no -contest Pedro -pero maana a lamaana, si vas a la montaa con Heidi, las vers.

    -Me encantar ir! -exclam Jamy.- Puedo ir yo?Y querrs cantar toda la letra de esa preciosa can-cin de la casita?

    -Si es que Heidi lleva su violn.. .-T sabes que lo llevar, Pedro -interrumpi la

    aludida.- Yo te ense esa cancin, no es as? ...Cuando t y yo estudibamos francs con el doctor.Y por otra parte siempre he tocado el violn cuandome lo has pedido.

    -Eso era antes de que te fueras a la escuela -fue labreve rplica.

    -Bueno! T crees que yo deseaba irme? Eso fueporque el maestro de la escuela de aqu era tan cruel.Pedro -aadi ansiosamente -no ha cambiado?

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    El muchacho sacudi negativamente la cabeza.-No creo en realidad que pueda cambiar nunca

    -dijo Heidi.- Te dir, Jamy -continu volvindose asu amiga -tendr que estudiar duramente y aprenderlo suficiente para venir a ensear a la escuela.

    Cuando llegaron a Drfli, Pedro -que haba deci-dido que las cabras pernoctaran en la aldea se fuecon el rebao para acomodarlo convenientemente.Pero Heidi y Jamy corrieron hacia la casa y llegarona ella sin respiracin. El doctor las estaba esperandoen la puerta. Abraz tiernamente a Heidi y salud aJamy con una sonrisa afectuosa. InmediatamenteHeidi quiso saber del abuelo y qued encantada desaber que se encontraba bien y que el doctor habaplaneado aquel viaje para sorprenderlo a la maanasiguiente.

    Brgida haba preparado una deliciosa sopa dequeso y carne y todos se sentaron muy contentos ala mesa. Pedro lleg con un jarro de leche de cabra ylo dej sobre la mesa.

    -Vamos, Pedro -le dijo la madre -debes tenerhambre.

    El muchacho se sent con ellos y se sirvi unabuena cantidad de queso. Habl poco durante lacomida, pero Heidi tena tanto que decir acerca de la

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    vida en la escuela y todos los acontecimientos delviaje con Mademoiselle Raymond, que nadie notsu silencio y la velada pas rpidamente.

    Muy temprano a la maana siguiente Jamy fuedespertada por una cancin de ecos que cruzaba laplaza de la aldea.

    -Debe ser el pastor de las cabras! -exclam sal-tando de la cama y corriendo a la ventana donde yase encontraba Heidi mirando hacia afuera. Vieron aPedro, sus mejillas frescas y rosadas, avanzando porel sendero con la pequea tropa delante de l. Hizoestallar su ltigo en el aire para que el rebao se de-tuviera y apoy el cuerno contra sus labios. Ya, porlas puertas abiertas de los establos, salan las cabrascorriendo para reunirse con el rebao.

    -Aprense! Rpido! Tienen que apurarse si esque quieren ir con el doctor y con Pedro, Vstansepronto! -grit Brgida.

    -Estaremos listas enseguida -respondi Jamyajustndose el corpio.- Quiero que el pastor canteentera la cancin de anoche.

    Diez minutos despus, el doctor, Jamy y Heidi seunieron a Pedro con su rebao, que ahora inclua atodas las cabras de Drfli.

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    El muchacho hizo sonar su cuerno y partieronmontaa arriba. Rosadas nubes tempranas se velanaun en el firmamento y el aire de la montaa erafresco y suave. Cuanto ms alto suban, ms hermo-so era el espectculo. De tiempo en tiempo, Pedroarriesgaba una mirada hacia Heidi para ver si la es-cuela la haba cambiado y luego sonrea al constatarque su amiga era la misma muchachita de siempre.

    Todo era nuevo para Jamy y en ningn momentodej de hacer preguntas sobre las nieves eternas, losnombres de las flores y especialmente acerca de lasguilas de las cuales haba hablado Heidi tan fre-cuentemente.

    De pronto, siguiendo una curva del sendero, seencontraron a la vista de la cabaa del abuelo.

    -Oh! Es igual a lo que t me contaste! -gritJamy deleitada.

    Luego en medio de su excitacin quiso abrazar aHeidi, pero Heidi haba divisado al abuelo y ech acorrer.

    -Abuelo! Abuelo! -llamaba.- He vuelto a casa!Tu Heidi ha vuelto a casa!

    El anciano se volvi en el banco junto a la puertadonde se encontraba sentado, se frot los ojos conel dorso de la mano como para asegurarse de que

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    no estaba viendo visiones. Primero reconoci aldoctor, despus vio a Heidi y entonces su rostrorompi en sonrisa mientras lgrimas de alegra ro-daban por sus arrugadas mejillas. La nia lleg hastadonde el estaba y lo abraz muy fuerte antes de pre-sentarle a su amiga de la escuela.

    -Qu le parece la sorpresa que le prepar?-pregunt el doctor estrechndole la mano.- Heidi yJamy han venido a pasar un mes aqu. Yo s que aHeidi le gustar estar con usted al principio, peroplanean para hoy una subida al apacentadero.

    -Ah! Me parece magnfico! -respondi el abue-lo.- Ven, Pedro, ordea mis cabras y tendremos algopara comer.

    Heidi ya estaba sentada en el banco, su cabezaapoyada en el hombro del anciano.

    -Sabas t -pregunt el abuelo acariciando elpelo de la nia -sabas t que la alegra ms grandede mi vida se produce los das martes cuando Pedrosube trayndome tus cartas? Qu feliz me siento detenerte de nuevo conmigo! Dime: todava tienesaquel proyecto de volver a Drfli a ensear cuandohayas terminado la escuela? Es verdad que quieresquedarte conmigo?

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    -Por cierto, abuelo -respondi sonriendo Heidi.--Quiero vivir en Drfli por el resto de mis das!

    Jamy le dedic una sonrisa de extraeza, como siquisiera decirle:

    -Cambiars de idea...Pero Heidi era demasiado feliz para notarlo. Slo

    Pedro capt la idea y aun ley en la expresin deJamy mucho ms de lo que sta quiso expresar.

    El doctor se qued con el abuelo para hacerlecompaa mientras Heidi y Jamy suban con Pedro.

    Poco tiempo despus llegaron al sitio donde Pe-dro sola detenerse para que sus cabras descansarany pastorearan. Era una pequea plataforma verdeque sobresala de la ladera de la montaa y que ofre-ca una vista completa de todo el valle. All pasabaPedro largas horas, contemplando la naturaleza ysilbando o cantando mientras los animalitos mor-disqueaban las sabrosas hierbas.

    Cuidadosamente deposit su almuerzo en unacuevecita que l mismo haba cavado como para quelos golpes de viento no lo arrastraran e invit a laschicas a hacer lo mismo. Despus se tendi sobre elpasto para gozar del aire y del sol.

    El cielo era profundamente azul. En torno a losjvenes se levantaban los picos de las montaas,

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    brillando de nieve y hielo, mientras muy lejos, allabajo, el profundo valle an permaneca envuelto enlas penumbras de la aurora. Heidi y Jamy, sentadasjuntas en la elevada plataforma, sentan los golpesdel viento, fuertes y fros sobre el rostro. Por enci-ma de sus cabezas los pjaros trazaban crculos enel aire.

    Meckerli, la nueva favorita de Pedro, se acerc afrotar su cabeza contra el cuerpo de las nias, emi-tiendo a la vez pequeos balidos amistosos; despusse puso a danzar delante de Pedro y se frot contrael hombro del pastor. Una por una, las cabras sefueron acercando para trabar amistad. Cada una te-na su manera propia de saludar. Jamy se senta en-cantada.

    Osito, la ms oscura de las dos cabras del abuelo,examinaba a cada persona por separado con un aireansioso, luego qued muy quieta y los mir hastaque le dijeron.

    -S, s, Osito, est bien. Puedes irte a comer tuhierba.

    Pedro dijo el nombre de todas las cabras y Jamyse asombr de que pudiera retenerlos a todos en lacabeza. Aquellos nombres difciles en alemn le pa-

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    recan a ella ms arduos de recordar que las leccio-nes de historia en la escuela.

    Mientras sus nombres eran pronunciados, las ca-bras saltaban en derredor llenas de su espritu tra-vieso. Pequeo Cisne y Jilguero, que eran delgadas yesbeltas de fsico, tenan la costumbre de cargar so-bre Pedro hasta derribarlo si el muchacho no semantena tendido en el suelo. Centella, la madre deMeckerli, era muy orgullosa. Se ubic a dos pasosde las dos extraas y levant la cabeza para mirarlascon el aire de quien desdea las familiaridades, ale-jndose luego con movimientos llenos de dignidad.Turk, que era el macho cabro ms viejo del rebaoy por esto se encontraba revestido de gran impor-tancia, embisti a todas las otras cabras para que leabrieran paso y despus se qued balando comopara demostrar que l era el jefe sobre todos suscongneres y que era capaz de mantener el orden.Pero Meckerli no quera que la embistieran. Cuandoel enorme Turk se acercaba a ella, corra en busca dela proteccin de Pedro; all se senta perfectamente asalvo, aunque si llegaba a encontrarse frente al viejoTurk a solas, se echaba a temblar de los pies a lacabeza.

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    Y as transcurri la asoleada maana. Pedro to-m su almuerzo y permaneci apoyado en su caya-do, muy silencioso, comiendo y pensando, mientraslas dos nias desenvolvan el almuerzo que elabuelo les haba preparado.

    Despus del almuerzo Pedro decidi que le gus-tara probar un nuevo camino hacia las plataformassuperiores, porque para esa tarde haba planeadollevar el rebao a una altura mayor en la montaa.Finalmente se resolvi por el camino que naca a laizquierda porque de ese lado exista un prado pe-queo con hierbas que gustaban particularmente alas cabras. El sendero era sumamente empinadoespecialmente al llegar arriba. All haba algunoslugares muy peligrosos a lo largo del borde de lasrocas, pero Pedro conoca muy bien el camino yalentaba a las cabras recordndoles el rico manjarque las esperaba arriba, siguindolas desde muy cer-ca y evitando que se extraviaran.

    Seal pues el camino hacia lo alto y las nias losiguieron, en tanto las cabras salvaban los obs-tculos con facilidad, una tras otra. La pequea Me-ckerli se mantena junto a Pedro y de tanto en tantoel pastor la tomaba por el pescuezo y la levantabacolocndola en un escaln demasiado alto para que

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    ella lo saltara. Por fin llegaron al prado a salvo y lascabras comenzaron a morder las hierbas favoritascon fruicin.

    Jamy contuvo la respiracin cuando lleg a loque pareca la cumbre de todo el mundo. No podaimaginar un panorama ms hermoso. El aire estabasaturado del aroma de las flores alpinas que crecanpor todas partes: flores de vainilla, gencianas carga-das de flecos, pequeas campanillas azules, prima-veras y dorados cistos.

    -Se marchitarn antes de que lleguen a casa -dijoHeidi a Jamy -pero si quieres, el abuelo las disecarpara que te las lleves.

    La observ mientras la nia recoga ms flores yms flores hasta que tuvo lleno el delantal, recor-dando con qu placer ella misma haba recogido susprimeras flores en aquella misma montaa, a