goytisolo y la chanca, elogio de la dignidad. juan josé ceba

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1 GOYTISOLO Y LA CHANCA, ELOGIO DE LA DIGNIDAD Juan José Ceba Por azar, acudimos a un insólito viacrucis por las calles del antiguo arrabal de pescadores, donde cada una de las paradas de la comitiva, en las estaciones que recordaban el martirio del nazareno, se convertían en un grito reivindicativo de sus mujeres y hombres, quienes, megáfono en mano, aireaban sin ningún temor, la situación infrahumana en que se hallaban en la ciudadela junto a la Alcazaba. En vano intentaba, el sacerdote, atemperar la marejada de la denuncia pública, el mitin en que se había convertido la procesión; cuando, avanzada la subida por sus callejas, hizo irrupción la policía, para iniciar la persecución de los organizadores del evento de protesta (que iniciaron la huida por sus dominios); y sin saber muy bien, los grises, si llevarse detenido al barrio entero, del que nunca se supo si rezaba o, partiendo de una legendaria crucifixión como alegoría, se manifestaba reclamando cuanto era suyo, y les venían negando. Ocurrió en 1976, cuando aún estaba muy reciente la muerte del general golpista. Fue aquel esperpento imaginativo un indicio muy claro de los cambios que se estaban gestando en el país. Llegamos a la casa con una honda impresión; y con varias de las claves que iban a conformar las acciones del barrio: transgresión, capacidad de organización, de lucha e imaginación, fuerza imparable, y deseos de salir de una hondonada de padecimientos. La Chanca, “de la fascinación estética a la indignación moral” Veinte años antes, un escritor viajero, desde el adarve de la fortaleza, quedó fascinado por la belleza y orfandad de aquel espaci o: “La perspectiva de Almería, vista desde el hacho de La Alcazaba, es una de las más hermosas del mundo”. “El barrio de La Chanca se agazapa a sus pies, luminoso y blanco, como una invención de los sentidos”. Ya es sabido cuanto sigue: Juan Goytisolo, seducido, como los poetas de la Almería árabe, desde la alta torre, en la contemplación de la milenaria población de Al-Haud encaramada en la piedra de Sierra de Gádor- siente el doble atractivo irresistible del paraje prodigioso y el grito de los abandonados que lo habitan. “Me sentí atrapado en el dilema que me ha acosado a lo largo de la vida: la insoluble contradicción entre la fascinación estética y la indignación moral”. “La belleza panorámica del conjunto y el horror del detalle”. Una pugna entre la ét ica y la estética, donde prevalece, en el escritor hermanado con los desolados de por vida- una actitud de rigor ético, que le llevará más adelante a viajar a las zonas de los espantos bélicos, con la palabra y su presencia pacificadoras. Así también, al correr de los años, ante las muestras de racismo y xenofobia en los sucesos de El Ejido, cuyo tino certero en la llaga le valió a Goytisolo ser declarado “persona

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GOYTISOLO Y LA CHANCA, ELOGIO DE LA DIGNIDAD

Juan José Ceba

Por azar, acudimos a un insólito viacrucis por las calles del antiguo arrabal de

pescadores, donde cada una de las paradas de la comitiva, en las estaciones

que recordaban el martirio del nazareno, se convertían en un grito reivindicativo

de sus mujeres y hombres, quienes, megáfono en mano, aireaban sin ningún

temor, la situación infrahumana en que se hallaban en la ciudadela junto a la

Alcazaba. En vano intentaba, el sacerdote, atemperar la marejada de la

denuncia pública, el mitin en que se había convertido la procesión; cuando,

avanzada la subida por sus callejas, hizo irrupción la policía, para iniciar la

persecución de los organizadores del evento de protesta (que iniciaron la huida

por sus dominios); y sin saber muy bien, los grises, si llevarse detenido al barrio

entero, del que nunca se supo si rezaba o, partiendo de una legendaria

crucifixión como alegoría, se manifestaba reclamando cuanto era suyo, y les

venían negando. Ocurrió en 1976, cuando aún estaba muy reciente la muerte

del general golpista. Fue aquel esperpento imaginativo un indicio muy claro de

los cambios que se estaban gestando en el país. Llegamos a la casa con una

honda impresión; y con varias de las claves que iban a conformar las acciones

del barrio: transgresión, capacidad de organización, de lucha e imaginación,

fuerza imparable, y deseos de salir de una hondonada de padecimientos.

La Chanca, “de la fascinación estética a la indignación moral”

Veinte años antes, un escritor viajero, desde el adarve de la fortaleza, quedó

fascinado por la belleza y orfandad de aquel espacio: “La perspectiva de

Almería, vista desde el hacho de La Alcazaba, es una de las más hermosas del

mundo”. “El barrio de La Chanca se agazapa a sus pies, luminoso y blanco,

como una invención de los sentidos”. Ya es sabido cuanto sigue: Juan

Goytisolo, seducido, como los poetas de la Almería árabe, desde la alta torre,

en la contemplación de la milenaria población de Al-Haud –encaramada en la

piedra de Sierra de Gádor- siente el doble atractivo irresistible del paraje

prodigioso y el grito de los abandonados que lo habitan. “Me sentí atrapado en

el dilema que me ha acosado a lo largo de la vida: la insoluble contradicción

entre la fascinación estética y la indignación moral”. “La belleza panorámica del

conjunto y el horror del detalle”. Una pugna entre la ética y la estética, donde

prevalece, en el escritor hermanado con los desolados –de por vida- una

actitud de rigor ético, que le llevará más adelante a viajar a las zonas de los

espantos bélicos, con la palabra y su presencia pacificadoras. Así también, al

correr de los años, ante las muestras de racismo y xenofobia en los sucesos de

El Ejido, cuyo tino certero en la llaga le valió a Goytisolo ser declarado “persona

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non grata”, hecho contestado por José Ángel Valente –vecino de la zona

antigua de Almería-, en el artículo publicado en 'El País', 'De la irredención de

la provincia': “A la miseria, miseria fundamentalmente moral o de espíritu,

habría de añadir otra característica de la provincia profunda: la impunidad”.

Si Juan no se atreve a turbar al vecindario chanqueño, en su primera visita a

Almería, idea una forma sencilla para adentrarse en su territorio (llevar

recuerdos de un emigrante en París, a su familia, que reside y resiste en la

pescadería) y conversar con sus gentes –recelosas de entrada, por los golpes

soportados y las desapariciones siniestras de esos días; pero, tan afables

como generosas-: “Comprendí que debía buscar una excusa plausible para

justificar mi presencia y, en la medida de lo posible, pasar inadvertido”.

La presentación de “La Chanca”, en París, en 1962, con imagen anónima de

Pérez Siquier, provocó un sismo en la dictadura española. La película

documental que se iba a proyectar, tras un inesperado apagón, desapareció,

en manos de los espías del franquismo. Consecuencia inmediata de la

publicación fue la llegada de la electricidad a algunas zonas del barrio. Lo que

ocurrió después era imposible de imaginar por Goytisolo y la propia comunidad.

Cómo una obra/denuncia del viajero, de carácter neorrealista, que deja al

descubierto el drama que padecen –que enseguida se convierte en símbolo del

tercermundismo y desprecio del poder hacia los olvidados, los más

abandonados entre los pobres- va a despertar, de forma paulatina, una

respuesta de lucha y de transformación en su mismo escenario descarnado, en

lo político, lo social, lo cultural, lo educativo y en su propia arquitectura, de

proporciones llamativas, y de muy largo alcance, en las vecinas (sobre todo en

ellas) y en los vecinos del histórico arrabal de poniente.

El libro de Juan, dedicado a las criaturas arrinconadas de este espacio

almeriense, descubre, a quienes no traspasan sus fronteras invisibles o

mentales, una realidad de una dureza contundente: “La Chanca era un ejemplo

entre mil de una misma –trágica, abrumadora- realidad”.

Es el Gran Cáncer, cuya metástasis se extiende con una voracidad

avasalladora por el país, y en el rincón de las cuevas de Al-Haud adquiere su

desbordamiento dantesco: “Yo pensaba todavía en La Chanca, en la sociedad

de hombres desposeídos de La Chanca y el llanto mudo de la abuela me

alcanzaba muy hondo. Había una fuerza inexplotada en nosotros, acaso una

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posibilidad de heroísmo. Luciano y el Luiso la habían descrito sin nombrarla. Se

llamaba solidaridad”.

La humanidad de su mirada tan precisa, de una comprensión y ternura

contenidas, va mostrando la capacidad límite de resistencia del vecindario,

dentro del dolor mismo, así como muchos de los rasgos y valores que les son

propios, que surgen con asombrosa naturalidad: la acogida afable y cercana –

vencido el muro del recelo-, el sólido sentido de amistad, con el lazo de unidad

que dura para siempre, la solidaridad y generosidad nunca vistas –que en la

pobreza extrema ofrece cuanto tiene-; la lucha arriesgada por la supervivencia,

en medio de los avasallamientos e injusticias atroces que han de soportar.

Sigue produciéndonos una enorme impresión, el poder de observación del

escritor, en su paseo, desde la simbólica y terca pasión lectora de un chiquillo a

la luz de un candil miserable (senda de la liberación que ha de llegar), hasta las

muy distintas gamas de la pobreza en las zonas bien diferenciadas de

población del barrio. Nos describe la más atroz indigencia, agrupada en torno al

Cerrillo del Hambre (esa altura deslumbrante a la bahía y a la ciudad). Y de

continuo la rebeldía moral, a la vista de un paraíso, turbado por la provocación

del abandono.

En el capítulo último de la obra, desvela, lo que me parece uno de los rasgos

esenciales de la manera de ser y entrega abundante de quienes nada tienen –

común a tantos pueblos que sufren la agónica pobreza. El matrimonio, que ha

abierto su casa al visitante, le ha dejado su cama, mientras ellos, en el colmo

de su dádiva, duermen tirados en el suelo de la pequeña habitación. Con esta

imagen, neorrealista, tan esclarecedora, se cierra la visita a La Chanca; y se

abre la propagación de su viacrucis por el mundo.

El mismo escritor ha dicho, en “La Chanca, veinte años después”, difundido en

el diario 'El País' que, su decisión de vivir y sentirse habitado en Marrakech no

es ajena a su primera andadura por La Chanca: “Hablar de su profunda

influencia en mis futuras opciones personales, estéticas y políticas no es

incurrir en ninguna exageración: el atractivo que su paisaje y su gente han

ejercido sobre mí me ha marcado para siempre; cuando a causa de mi exilio

dejé de rastrear los campos de Níjar y el mundo cruel, pero fascinador de La

Chanca, la relación establecida con ellos buscó su prolongación natural en

pueblos y tierras norteafricanos”. La inmediata adaptación de las familias

magrebíes, y su rápido hermanamiento en la extensión de nuestra antigua

almadraba, es revelador de esa afinidad entre Marruecos y Almería.

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El fotomontaje que Renau hizo en las Cuevas de las Palomas, en 1932, titulado

'Almería, camino del cielo', es ya un primer grito de aviso de las graves

injusticias, no resueltas aún, que golpean y amenazan al barrio del puerto. En

1943, por encargo de la falange, un fotógrafo anónimo (acaso Ruiz Marín o

Mullor –padre-) recorre, en Almería, todas las grutas habitadas en una escasez

desgarradora. Las fotografías de las Cuevas de La Chanca no pueden verse

sin sublevarse ante la degradación y humillación absoluta, con que el poder

guerrea contra los más desposeídos. Muchas décadas después, esta colección

de imágenes, y los textos que las acompañan, causaron una consternación

tremenda en el ánimo de Juan Goytisolo, reflejada en el artículo '¡De La

Chanca y a mucha honra!', publicado en 'El País', allá por el año 2007. A la

dignidad esclarecida y humanizada de las fotos portentosas de Carlos Pérez

Siquier y Jesús de Perceval, han seguido la de centenares de artistas que,

cámara en mano, han recogido el bellísimo impacto emocional y quisieran

adentrarse en su hermosura más honda: la de sus gentes.

Lo que más me sorprende del libro de Goytisolo es que, siendo un visitante que

teme turbar la vida de los habitantes, habla desde adentro, desde el tuétano

mismo, desde el interior de la llaga (con el rigor y la austeridad de su persona y

escritura) y de la misma forma en que sus mujeres y hombres podrían

contarnos el infortunio de sus dolores, con las mismas palabras medidas e

idéntica lengua en rebeldía.

El libro de Goytisolo en la exigencia de la dignidad del barrio

Juan es la primera voz chanqueña, el primer contador de los padecimientos y

largas desventuras de su pueblo. Y no conozco sino agradecimiento de sus

gentes al ilustre vecino. Las niñas se lo dicen, abrazándolo: “Tú has hecho

mucho por nosotros”.

Desde su publicación, prohibida y perseguida en España, 'La Chanca' pasaba

de forma furtiva y clandestina de lectora a lector. Aquella realidad era explosiva

contra el régimen. El grupo vecinal que, al principio de la década de los setenta

–con Pepillo El Barbero a la cabeza, la persona de mayor viva sabiduría que he

conocido- fraguaba la exigencia de dignidad para sus gentes, fue creciendo y

tomando cuerpo y solidez, hasta la creación de La Traíña en 1977. El libro de

Juan comienza a ser algo más que un referente literario de denuncia, ya que en

él se hallaba dicho por las mujeres y hombres de la barriada, el camino del

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compromiso y la solidaridad; recogidas todas las iniquidades y los procesos de

destrucción contra sus criaturas.

Los engendramientos de La Chanca de Juan son asombrosos, puesto que

rebasan las vías y los límites naturales de toda obra literaria, para anidar en el

alma de las familias y provocar una acción transformadora, un despertar y un

vuelo que no conoce límites, ni tiene parangón. No conozco otro caso parecido,

en que el libro de un viajero tome cuerpo y sea capaz de mover la conciencia y

la actitud moral y ética, la indignación de un pueblo, para modelarse y

reorganizarse en busca de su más clara y limpia dignidad.

La sintonía entre Goytisolo y las gentes de la mar de Almería fue absoluta,

puesto que hablaban la misma lengua austera de verdad y sinceridad, que

arrancan del dolor sin fingimiento alguno. No fue sólo el libro de Juan, sino una

confluencia de fuerzas, donde las madres y mujeres asumen de manera

efectiva una acción donde su realidad se puebla de esperanzas palpables.

Sería interminable pormenorizar cada uno de los regresos del narrador a su

lugar. Desde 1981, en que presenta en Almería la primera edición española de

'La Chanca' (también con una foto de portada de Pérez Siquier) y se

reencuentra con sus gentes, las visitas se hacen cada vez más frecuentes,

conoce al detalle su nueva realidad –tras el batallar, despojados del miedo, en

la huelga de pescadores de 1976; y el imparable proceso de transformación

que, durante esa década ha iniciado, con brío, La Traíña, hasta culminar en el

Plan de Reforma Interior. Las palabras de Juan se han reencontrado con los

anhelos de una generación batalladora. Su libro se ha hecho carne y espíritu.

El narrador, muy vinculado ya con la ciudad, dona sus manuscritos al Instituto

de Estudios Almerienses. Y escribe, en 1988, mientras en el barrio combaten

contra la destrucción de la droga: “La Traíña ha hecho una labor cultural muy

importante. Ha sacado a muchachos del barrio, ha creado grupos de teatro y

música, ha dado, en definitiva, conciencia social a La Chanca”.

El escritor se siente en sintonía con las líneas de cambio dibujadas. Y es así

que, durante más de tres décadas, viaja de Marrakech a Almería, para

alumbrar acciones de mejora en todos los ámbitos, junto con el poeta José

Ángel Valente, quien en 1996 dirá: “La Chanca es un ejemplo grave. Pero, al

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menos, La Chanca habla, combate, se hace oír”. Los vemos dialogando con la

vecindad, invitados a comer en sus casas, recorriendo los nuevos grupos de

viviendas, acudiendo al Colegio Público y paseando con sus escolares por el

dédalo de callejas, mezclados con el público que llena los ensayos del teatro,

emocionados en el patio flamenco de La María, participando, con otras voces,

en las semanas culturales –de donde surge la irradiación del nuevo barrio.

Cada logro ha costado un esfuerzo sobrehumano. Ambos escritores son

nombrados Vecinos de Honor de La Chanca en 1994. La aportación de sus

ideas y de su pensamiento ha sido un verdadero río fecundador.

Y en el 2007, para celebrar los treinta años de La Traíña, vuelve el contador de

historias, ya con la desolación de la desaparición física de Valente, y la energía

de su verbo nos sigue llevando hacia ese cambio que nunca se termina. En la

zona portuaria, una carpa, merced a sus amigos, se convierte en espacio

cultural con su nombre. Aún queda mucho por hacer. Una niña le lleva hasta

su vivienda, en Casas de Ángel, e invitándolo a entrar le dice: “¿Verdad que

vivimos como animales?.” Lo cuenta Goytisolo en el artículo '¡De La Chanca y a

mucha honra!', dado en 'El País', donde describe, alarmado, los lugares que

prosiguen en una situación invivible, como hace medio siglo. Nos propone –con

su ironía peculiar- que, en la calle que lleva su nombre, pongamos un cartel

con este texto: “En esta calle no se aplicará la ley de extranjería”. Y para ir

consiguiendo la plena satisfacción de pertenencia a un lugar con memoria,

como hizo en la plaza de Marrakech, nos sugiere imprimir unas camisetas con

la frase, 'De La Chanca y a mucha honra'; que es hoy una seña de identidad

muy enraizada.

Está visiblemente satisfecho del abrazo entre culturas, que viene

produciéndose en La Chanca. Recordamos cuando, en uno de sus regresos,

salió con La Traíña, a borrar las pintadas racistas que manchaban de ignominia

la ciudad. Sus palabras, referidas a la Escuela, iluminan la convivencia: “En

esta ínsula solidaria la segregación no existe”. Por ello, ese mismo año,

durante el rodaje de la película documental 'Releyendo La Chanca' –de Nonio

Parejo- con su participación y la de sus amigas y amigos, tras la lectura en

árabe de una vecina marroquí, de uno de los capítulos de la obra de Juan, el

gentío que llena Plaza Anzuelo rompe con un aplauso, que nos conmueve en lo

profundo.

Desde la altura de sus miradores, por las Cuevas de las Palomas, Las Mellizas,

el Cerrillo del Hambre o el Caminillo Viejo, lo hemos visto en un silencio

contemplativo, maravillado, aguardando –acaso- un tiempo de hacedores

públicos, decididos a ennoblecer e iluminar el paisaje más asombroso del

Mediterráneo, y a sus personas -en el viacrucis de un desempleo de escalofrío

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y sin derechos- que, hoy como ayer, se ven aniquiladas por una infamia que

no acaba.