geopolitica. identidad y globalizacion

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    PRESENTACIÓN

    Este libro posee un doble carácter, una doble personalidad. Por una par-te, tiene vocación de manual universitario y, por ello, incluye capítulos quesistematizan, ordenan y exponen con claridad los conocimientos sobre eltema objeto de estudio. Por otra parte, del texto que tienen en sus manos ema-na también un carácter ensayístico, exploratorio, indagador, por lo que, en al-gunos apartados, se plantean interrogantes y se abordan cuestiones que no es-

    tán -no pueden estarlo- cerradas. Mantener este difícil equilibrio ha sidoardua tarea, por lo que ya de entrada solicitamos al lector su benevolencia eindulgencia.

    Nos hemos decidido a hacer frente a este reto porque, para los autores,primaba el objetivo de acercarnos a un público amplio y variado. En efecto,estas páginas pretenden llegar tanto al estudiante universitario de cualquierdisciplina del ámbito de las ciencias sociales y humanas (geografía, sociolo-gía, economía, ciencias políticas, historia o antropología, entre otras), comoal ciudadano normal y corriente que se interesa por cómo se está transfor-mando el mundo que tiene a su alrededor.

    Porque, en última instancia, de eso se trata: de intentar comprender algomejor el mundo que nos rodea, mediante, en este caso, los instrumentos queofrece la geografía política contemporánea. Y ello implica hablar de globaliza-ción, de la dialéctica local-global, de la formación de identidades colectivas, delpapel del estado-nación tradicional ante el creciente protagonismo de entida-des supraestatales y subestatales. Implica también referirse a la nueva econo-mía, a las nuevas tecnologías, al surgimiento de nuevos territorios y de nuevosagentes sociales y políticos y, cómo no, al medio ambiente. Son muchos y muy

    variados los temas aquí tratados, por lo que se ha hecho imprescindible un granesfuerzo de síntesis y de interrelación entre ellos. Somos conscientes de quecada uno de estos aspectos merecería un libro por sí solo, lo que, obviamente,escapa a nuestras posibilidades. Para que el lector pueda profundizar en aque-llo que más le interese, se adjunta una bibliografía, que no pretende ser exhaus-tiva, pero sí ilustrativa y orientativa. Se trata de una bibliografía seleccionada,que incorpora estrictamente la manejada por los autores.

    El primer capítulo es una introducción al libro. En él se exponen los con-ceptos fundamentales de los que partimos (globalización, identidad, escala),así como las perspectivas teóricas y metodológicas que nos inspiran: el pos-modernismo y la geopolítica crítica. El posmodernismo es concebido aquícomo una metodología que intenta ofrecer una explicación teórica y práctica

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    a la reestructuración contemporánea de la espacialidad capitalista. La pos-modernidad expresaría este nuevo estadio social, cultural y económico propiodel denominado capitalismo tardío, en el que estamos plenamente inmersos.La geopolítica crítica, por su parte, implica una perspectiva de análisis quecuestiona los discursos geopolíticos institucionalizados y abre las puertas anuevos enfoques y representaciones de la dialéctica socioespacial.

    El segundo capítulo resume la evolución de la geografía política y de lageopolítica, en su vertiente disciplinar, a lo largo de todo el sigloXX, sin olvi-dar algunos antecedentes previos. En él se presentan los diferentes paradig-mas, conceptos y escuelas geopolíticas que constituyen el patrimonio de ladisciplina. Se pone un énfasis especial respecto a las escuelas alemana y an-glosajona, sin olvidar otras aportaciones provenientes de Francia, Rusia, Ita-lia, Latinoamérica y, por supuesto, España. En todas estas tradiciones se haceevidente que el estado-nación ha sido, sin duda, la entidad geopolítica básicade referencia hasta el presente. Esta constatación da pie, precisamente, al ter-cer capítulo. En él se presentan los rasgos fundamentales del estado-nacióntradicional (sus funciones, su dimensión territorial, su centralidad a todos losniveles), para entrar, a continuación, a exponer su propia reconstrucción enel contexto geopolítico contemporáneo. Se procede, pues, a un análisiscrítico de dicha institución, describiendo los elementos que, efectivamente,cuestionan su rol tradicional, pero sin olvidar aquellos que, a pesar de todo,mantienen su vigencia. El estado experimenta, en efecto, una doble cesión desoberanía (económica, política y cultural) hacia instancias superiores -orga-nizaciones supraestatales y transnacionales- y hacia instancias inferiores-ciudades y regiones-. Se argumentará que ello es debido a que el nuevo sis-tema mundial otorga a los estados menor capacidad de intermediación que enépocas anteriores, a pesar de que continúa siendo una institución imprescin-dible, incluso para la materialización de la propia globalización. Finalmente,se presentarán algunas de las formas mediante las cuales los estados intentanretener o recuperar parte de sus viejas funciones.

    El estado no desaparece, pero se transforma, y lo hace en el marco de un

    contexto geopolítico cada vez más complejo (para algunos, caótico), en el quelos actores son muchos y diversos y en el que surgen nuevas regiones, nuevosterritorios, nuevasTerrae Incognitae, a imagen y semejanza de aquellos espa-cios en blanco de los mapas medievales. La geopolítica contemporánea secaracteriza por una compleja coexistencia de espacios absolutamente contro-lados y de territorios planificados, al lado de nuevas tierras incógnitas quefuncionan con una lógica interna propia, al margen del sistema que los ha en-gendrado. La guerrilla zapatista, los narcotraficantes colombianos, los seño-res de la guerra somalíes, las tribus urbanas o las mafias rusas se nos aparecencomo nuevos agentes sociales creadores de nuevas regiones, con unos límitesimprecisos y cambiantes, difíciles de percibir y aún más de cartografiar, peroenormemente atractivas desde un punto de vista intelectual. De todo ello ver-sa el capítulo cuarto, en el que también, previamente a lo expuesto, se explici-

    tan las teorías de sistema y de orden mundial que han intentado explicar la or-ganización geopolítica del mundo hasta un presente en el que se cuestiona, in-cluso, la propia idea de orden.

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    Como resultado de una geopolítica caracterizada por su complejidad y variedad de actores, de agentes y de escalas, aparece un escenario de múlti-ples discursos geopolíticos (con sus correspondientes prácticas geopolíticas). Algunos de estos discursos hunden sus raíces en el pasado. Otros, sin embar-go, presentan un nuevo formato. Éste es el caso del discurso identitario, aquelque vincula identidad, territorio y política. El retorno al lugar como reaccióna determinados procesos de globalización es, sin duda, un discurso geopolíti-co de nuevo cuño (aunque, cuando este retorno al lugar se expresa a través dela ideología nacionalista, entonces ya no lo es tanto). También es novedoso eldiscurso geopolítico vinculado al medio ambiente, surgido a raíz de la recien-te concienciación mundial por la problemática ambiental. En el último capí-tulo del libro, el quinto, vamos a analizar ambos discursos, el identitario y elambientalista. No son los únicos, ni mucho menos, pero sí de los más signifi-cativos. En él se dan algunas pistas de las vías por las cuales la disciplina in-tenta reconstruir sus métodos de análisis ante una realidad geopolítica quecuestiona anteriores perspectivas y que está en constante transformación.El volumen termina con unas breves conclusiones, con la bibliografía utiliza-da y con un índice analítico.

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    CAPÍTULO 1

    INTRODUCCIÓN: GLOBALIZACIÓN, IDENTIDAD Y ESCALA.LA APORTACIÓN DEL POSMODERNISMO

    Y DE LA GEOPOLÍTICA CRÍTICA

    GeorgeSteiner, uno de los grandes de la crítica literaria contemporánea y hombre sabio, escribió a inicios de los años setenta dos libros cuyos títulos pa-

    recen pensados para describir el mundo contemporáneo: Nostalgia del absolu- to y Después de Babel -publicados respectivamente en 1974 y 1975-. Veinti-cinco años después, el absoluto ha desaparecido y la diversidad y la compleji-dad se han apoderado de la realidad. El absoluto comprendía un mundo en elque la brújula era un instrumento imprescindible y útil; los puntos cardinales-norte, sur, este y oeste- tenían una significación suficiente -riqueza, po-breza, comunismo, capitalismo- como para orientar en cualquier viaje geo-político.

    Hoy la brújula ha caído en desuso. La real está siendo sustituida por losmodernos GPS orientados por satélite y la metafórica ha estallado, incapaz dereferenciar un mundo cada vez más fragmentado a la vez que, paradójicamen-te, progresivamente homogeneizado. Esta doble constatación no debe inter-pretarse como una imposibilidad de entender el mundo contemporáneo y unafatalidad que impide intentar mejorarlo. Al contrario, tal vez el futuro se haabierto y reflexionar en torno a él y participar de él, además de una obligación,es un reto. Para ello hacen falta nuevos y renovados instrumentos, y otras mi-radas. Ésta es la aportación que pretende ofrecer, desde la geografía, el pre-sente texto.

    Globalización, identidad y escala son conceptos fundamentales para in-tentar comprender las dinámicas geopolíticas del mundo contemporáneo, ra-zón por la cual los hemos escogido como ejes vertebradores de este libro. Alhablar de globalización nos referimos específicamente a las peculiares rela-ciones dialécticas que se establecen entre lo local y lo global, entre los espa-cios más próximos al ciudadano (espacialmente definidos) y los más alejadosdel mismo (aunque no por ello menos determinantes). Esta interesante rela-ción entre ambos extremos y sus a menudo contradictorias relaciones no de-ben dejar en segundo término la enorme variedad de espacios intermediosque se hallan entre ambos polos, sino todo lo contrario. De hecho, de lo que setrata es de analizar cómo la globalización está reestructurando estos espaciosintermedios. Sin duda, pocas veces la idea de escala, tan propia del quehacer

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    geográfico desde sus más remotos orígenes, se había mostrado tan útil y tanrelevante.

    El otro concepto clave es, desde nuestro punto de vista, el de identidad y,más concretamente, como veremos dentro de unas páginas, el de identidad te-rritorial, estrechamente relacionado, por otra parte, con la dialéctica lo-cal-global. Hace unas cuantas décadas, geógrafos, sociólogos, economistas y otros teóricos sociales estaban firmemente convencidos de que la integraciónmundial de la economía (que, por aquellos años, empezaba ya a perfilarse connitidez) traería consigo, al cabo de unos años (es decir, hoy día), una progresi- va disolución de los fenómenos nacionalista y regionalista. Creían (y se aven-turaban a profetizarlo) que la difusión a través de los medios de comunica-ción de masas de elementos culturales y socioestructurales de ámbito mun-dial, la modernización general de la economía y de la sociedad y el imparabledesarrollo económico comportarían una creciente integración cultural, polí-tica y económica, que llevaría, a su vez, a una progresiva sustitución de losconflictos territoriales de base cultural/identitaria por conflictos de base so-cial y económica, es decir por conflictos entre clases sociales, en la terminolo-gía marxista del momento. Pues bien, aquellas previsiones sólo se han cumpli-

    do en parte, puesto que es cierto, por poner un caso, que se ha producido a lolargo de estos años una pérdida de la diversidad cultural. Ahora bien, parasorpresa general de aquellos estudiosos (y de nosotros mismos), la realidadcontemporánea nos muestra una exuberante y prolífica manifestación de na-cionalismos estatales y subestatales, de regionalismos y localismos, precisa-mente en unos momentos de máxima integración mundial en todos los senti-dos. Sin duda alguna, las identidades territoriales caracterizarán en buenaparte este inicio de siglo y de milenio.

    Así pues, dado su papel vertebrador del conjunto del libro, a continua-ción vamos a profundizar algo más en los conceptos de lugar y de globaliza-ción, por una parte, y en el de identidad y escala, por otra.

    1. Lugar y globalizaciónNunca como ahora se había hablado tanto de globalización.' Este con-

    cepto, polémico y controvertido, ha generado publicaciones, debates y discu-siones de todo tipo y ha enfrentado apasionados defensores con virulentos de-tractores. En efecto, si para algunos la globalización nos va a llevar al mejorde los mundos posibles, para otros nos hallamos ante una verdadero fraude,ante un fetichismo del propio concepto. Fredric Jameson (1998), por ejemplo,

    1. La literatura anglosajona sobre el tema es realmente apabullante y en este libro no pre-tendemos, ni mucho menos, reflejarla en su totalidad, sino sólo aquella que nos parece más rele-vante. Por lo que hace al panorama editorial en español, hay que reconocer que, si bien hasta hacepoco era bastante pobre, últimamente ya no lo es tanto. Están apareciendo muchas traducciones(Giddens, 2000; Gray,2000; Fukuyama, 2000; Chomsky, 2000, siendo el caso más llamativo la trilo-gía de Manuel Castells, 1998) y las obras sobre el tema de autores españoles son cada vez más nu-merosas. Véanse, a título de ejemplo, los libros de Joaquín Estefanía (2000), Andrés Ortega (2000),Guillermo de la Dehesa (2000), Mercedes Odina (2000), Javier Martínez Peinado (2000), ÁngelMartínez González-Tablas (2000), Néstor García Canclini (2000) y Pepa Roma (2001), entre otros.

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    considera que se ha querido dar una visión idílica y utópica de la cuestión,vinculada a una supuesta nueva ética y conciencia mundial, cuando, según él,las relaciones que se establecen entre lo local y lo global no sólo tienen muypoco de idílicas, sino que están fuertemente impregnadas de tensión y antanismo. Por su parte, DavidHarvey(1998), aun reconociendo la relevancia delfenómeno, no acepta su supuesta novedad, sino que lo considera como un

    jo proceso ligado a la acumulación de capital, y no como una condición poco-económica de reciente aparición. Otros, como Neil Smith (1999), van in-cluso más allá y llegan a definirlo como la forma más pura de imperialismoconocida hasta ahora. Nos hallaríamos ante un paso gigantesco en el desarro-llo desigual de las economías capitalistas, fiel reflejo de una política neolibe-ral basada en la privatización, la desregulación y la superación definitiva delestado-nación como marco de referencia. En este sentido, las protestas de unamplio y heterogéneo grupo de activistas ante las sedes del Fondo MonetarioInternacional y del Banco Mundial o con motivo de las reuniones periódicasde la Organización Mundial del Comercio expresarían la oposición y el mante los grandes conglomerados económicos y tecnológicos que dominan elmundo y las crecientes desigualdades que se generan entre los países -y den-

    tro de ellos- debido a la globalización. Estas muestras de rechazo a un proce-so de concentración del poder y de la toma de decisiones, que produce verda-dera inquietud y desasosiego entre muchos ciudadanos, llegó a su máximaexpresión en Seattle(Estados Unidos) a finales de noviembre de 1999, conocasión de la reunión de la Organización Mundial del Comercio. Tanto es así que el sociólogo francés Edgar Morin se atrevió a afirmar entonces que «elsiglo xxi empezó en Seattle»,mientras Joaquín Estefanía, por su parte, con-traponía «el hombre de Seattle»al «hombre de Davos», concepto este últimoacuñado por Samuel Huntington para describir el arquetipo de hombre de ne-gocios/ideólogo/político, partidario sin matices de la globalización con todassus consecuencias, que acude anualmente a esta localidad de los Alpes suizospara discutir sobre las excelencias del nuevo capitalismo.

    Protestas de este tipo se repiten cada vez más asiduamente y en especial

    cuando se organiza un evento que implica un nuevo paso hacia la creación degrandes mercados. Así sucedió en laIII Cumbre de las Américas, celebrada enQuebec los días 20 y 21 de abril de 2001. A ella asistieron la totalidad de losmandatarios americanos, a excepción de Fidel Castro, que consiguió igual omás protagonismo sin moverse de La Habana, al expresar sus simpatías porlos manifestantes antiglobalización. La cumbre puso fecha -el año 2005-para la creación del Área de Libre Comercio de lasAmericas(ALCA), un granmercado común de 800 millones de personas y 11 billones de dólares de PIB,donde circularán libremente capitales y mercancías. No se persigue ningúntipo de integración política, social o institucional, al estilo de la Unión Euro-pea, sino, simplemente, ampliar la experiencia del Tratado de Libre Come(NAFTA, en sus siglas inglesas) entre México, EE.UU y Canadá al conjuntcontinente, desde Alaska hasta Tierra de Fuego (lo que, sin duda, tendráconsecuencias para el MERCOSUR, el mercado común ya existente entre lospaíses del cono sur americano). Más de 15.000 manifestantes intentaron em-pañar la cumbre, al denunciar que se trataba de un paso más en contra delmedio ambiente y de los derechos de trabajador y a favor de las grandes m

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    nacionales. En esta ocasión no estuvo presente José Bové, el sindicalista liber-tario francés que se ha hecho mundialmente famoso por su enconada luchacontra el sector agroindustrial multinacional y que suele acudir a estas con-centraciones de protesta. No faltaron, sin embargo, destacados líderes anti-globalización del anarquismo norteamericano, del movimiento ecologista ca-nadiense e incluso de la guerrilla zapatista.

    En relación con estas enconadas reacciones contrarias a la globalización,no hay que olvidar, sin embargo, que no todas ellas son de carácter progresis-ta, sino que en la amalgama opuesta a la misma se hallan también sectoresconservadores con rasgos ultra nacionalistas e, incluso, algunos estados quedefienden, por razones electorales o por presiones corporativas, políticas eco-nómicas de carácter proteccionista.

    Sea como fuere, lo cierto es que, si hay un concepto contemporáneo quese ha convertido en hegemónico a la hora de intentar explicar la esencia y larazón de ser de fenómenos de ámbito mundial, éste es el de globalización. Yasea como causa o como consecuencia, como proceso en curso o como resulta-do final, el hecho es que la globalización es objeto de lecturas radicalmentecontrastadas: desde una forma de ocultación y de homogeneización de las di-ferencias, de las discontinuidades y de las divisiones de carácter económico,cultural o político, dejando poco o ningún espacio para el desarrollo y la pre-servación de la identidad local y llegando incluso a regular la vida cotidiana delos individuos, hasta una fuerza que incrementa, por reacción, la diferencia-ción entre los lugares.

    Si bien es verdad que se pueden hallar sólidos argumentos teóricos detrásde ambas interpretaciones, lo cierto es que la realidad es mucho más comple-

    ja: no es ni blanca ni negra, sino que está llena de grises, de matices. A un reco-nociendo que la globalización es un fenómeno de excepcional relevancia eincidencia en nuestra vida cotidiana, no implica, necesariamente, la elimina-ción automática de las dinámicas locales: tiene, sin duda, un gran impacto so-bre la capacidad de establecer y mantener entornos diferenciados, pero no loselimina, no los unifica, al menos no siempre, no del todo ni en cualquier lugar.

    No parece, en efecto, que nos hallemos ante un proceso de uniformiza-ción irreversible, de dominación transnacional impecable. Por ello hay queplantearse seriamente hasta qué punto las interconexiones entre las fuerzasglobales y las particularidades locales alteran las relaciones entre identidad,significado y lugar; cómo los bienes y servicios producidos y comercializadosglobalmente son percibidos y utilizados de manera distinta por los seres hu-manos y en diferentes puntos del planeta a la vez. Sería conveniente interro-garnos porqué, a pesar de la creciente homogeneidad de la producción cultu-ral internacional, hay aún muchos y diversos espacios de resistencia queexpresan sentimientos de individualidad y de comunidad; sentimientos deidentidad, en definitiva. Quizá debamos entender la globalización, como al-guien ha sugerido, como un doble proceso de particularización de lo universaly de universalización de lo particular.

    Deberíamos evitar, de entrada, la confusión del concepto de globaliza-ción con otros dos conceptos previos a la aparición del mismo. Nos referimosa los de internacionalización y transnacionalización. Por internacionaliza-ción hay que entender la creciente interrelación de economías y políticas na-

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    cionales a través del comercio internacional. Por transnacionalización, la cre-ciente organización de la producción transfronteriza por parte de organiza-ciones de ámbito supranacional. La globalización no es ni una cosa ni la otra,aunque engloba a ambas. Es, por otra parte, un fenómeno reciente, mientrasque la internacionalización y la transnacionalización son mucho más anti-

    guas. Existe una larga tradición histórica de comercio mundial, de flujos decapital, de integración financiera y monetaria, de interdependencia, en defini-tiva. Todos estos procesos tienen unos orígenes muy lejanos en el tiempo. Dehecho, la internacionalización (es decir, la mundialización de las relacionescomerciales) es casi inherente a los orígenes del sistema capitalista y al fenó-meno de los grandes descubrimientos geográficos en el sigloxvi, como yademostrara en su día Immanuel Wallerstein (1979), para quien, además, la es-tructura mundial basada en un orden jerárquico centro-periferia y la corres-pondiente explotación de la periferia por parte de los países centrales son in-herentes a la reproducción del capitalismo como sistema.

    Ahora bien, aquello que caracterizaría la situación actual sería la definiti- va cobertura mundial de ambos fenómenos (internacionalización y transna-cionalización) y, sobre todo, su inmediatez: gracias a las nuevas tecnologías

    de la información y de la telecomunicación, cualquier decisión tomada en unextremo del planeta puede tener efectos inmediatos, en tiempo real, en elotro extremo. Lo que expresa en primera instancia el concepto de globaliza-ción es la capacidad de los sistemas de comunicaciones y de los mercadospara abastecer al mundo en su totalidad, al momento y de forma profunda( Hoogvelt, 1997; Castells, 1998). Esto es, fundamentalmente, lo que distinguela globalización de la internacionalización y de la transnacionalización. Yahace tiempo que terminó la fase expansiva del capitalismo mundial: ya hacetiempo que el capitalismo se ha extendido, se ha expansionado, ha llegado atodo el mundo, básicamente a través del comercio y de la inversión productivay financiera (las bases actuales del sistema financiero mundial las encontra-mos ya a principios de siglo y, de hecho, el«crack»del año 1929 es una exce-lente muestra de ello). La globalización, en cambio, representa la fase de la in-mediatez y de la profundización de la integración de las economías mundia-les. En ella, todo se ha mercantilizado, «mercadificado», incluso los lugarescomo tales: en el turismo posindustrial típico de la globalización, el lugarcomo tal (y no sólo lo que. allí se hace o se vende) se convierte en una mercan-cía. No es sólo un lugar para consumir, sino que él mismo se convierte en«consumible», en objeto de consumo.

    Ahora bien, la globalización va mucho más allá de una mundialización delas relaciones económicas. Abraza, inevitablemente, todo un amplio abanicode aspectos de nuestra realidad circundante y de nuestra vida cotidiana que,directa o indirectamente, se ven afectados por ella: la geopolítica, la universa-lización de determinados idiomas, la cultura en su sentido más amplio (prefe-rencias estéticas, movimientos artísticos, indumentaria y vestuario, hábitosde consumo) e, incluso, la homogeneización de algunos paisajes (en especiallos occidentales). Manuel Castells (1998) profundiza en esta línea al conside-rar que la globalización y la revolución tecnológica han sido capaces de trans-formar los tres pilares básicos en los que se basa una sociedad: la manera deproducir, la manera de vivir y las formas de gobierno.

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    RolandRobertson(1992), seguramente uno de los intelectuales que másha reflexionado sobre el tema, considera que la globalización a nivel culturalse da claramente y gracias a dos fenómenos que él denomina «compresión delmundo» y «conciencia global». La compresión del mundo, como la expresiónindica, se refiere al hecho de que determinados acontecimientos y decisionestomadas en un extremo del planeta pueden tener inmediatas consecuenciasen el otro extremo. Los cambios en las modas, en las costumbres, en las for-mas de vida en Europa y Norteamérica, por ejemplo, pueden influir directa-mente en la creación o destrucción de puestos de trabajo en el sudeste asiáti-co; el modelo de crecimiento económico y el proceso de industrialización deun país cualquiera puede tener graves impactos ambientales y ecológicos enlos países vecinos; la acelerada deforestación en el noreste de la India y losgrandes embalses que allí se construyen son la causa principal de las inunda-ciones que azotan regularmente a Bangladesh. En fin, los ejemplos son múlti-ples y diversos. Es precisamente esta compresión del mundo lo que intensificala conciencia global, el otro fenómeno analizado porRobertson. La concien-cia global -el sentimiento de compartir con otras muchas personas de todoslos rincones del planeta la sensibilidad ante determinados temas- es posiblegracias a la existencia de un discurso cada vez más unificado transmitido através de los medios de comunicación de masas.DavidHarvey (1989) incide también en el concepto de compresión delmundo al que nos referíamos hace un momento, aunque desde un punto de

    vista más espacial, más territorial. Según este geógrafo, en la transición delfordismo al posfordismo se da una interesante paradoja espacio-temporal. Enefecto, en este proceso de transición el espacio y el tiempo se han comprimi-do, las distancias se han relativizado y las barreras espaciales se han suaviza-do. Sin embargo, aunque ello sea así, es realmente paradójico que el espacio-o más específicamente el territorio- no sólo no haya perdido importancia,sino que ha aumentado su influencia y su peso específico en los ámbitos eco-nómico, político, social y cultural. En una línea muy parecida discurre el pen-samiento de Anthony Giddens (1990) al desarrollar la idea de que en laseconomías capitalistas el espacio se expresa en tiempo y que el progreso tec-nológico está comprimiendo hasta límites inimaginables hace pocos años laecuación tiempo-espacio.

    Todo ello ha suscitado en los últimos años un renovado interés por unanueva forma de entender el territorio que sea capaz de conectar lo particularcon lo general, lo que ha revalorizado y revigorizado el concepto de lugar. Enla antropología y la sociología se está destacandocada vez más el papel del lu-gar en la construcción de la teoría social. El primero en intuirlo fue el historia-dor y sociólogo HenriLefebvre. Su libro La production de l'espace (1974) cons-tituye posiblemente la más sólida ontología del muy complejo espacio con-temporáneo -con su mezcla de realidad y ficción-, y coloca esta categoríaen el centro de las construcciones sociales. También Anthony Giddens, entreotros sociólogos, insiste en la urgente necesidad de reconocer que el espacio y

    el tiempo son básicos en la formulación de la teoría social. Todavía dentro delcampo de la sociología, Castells (1998) afirma que es el espacio lo que organi-za la sociedad-red caraterística de la contemporaneidad. Un espacio, hay quereconocerlo, profundamente transformado y con nuevas dialécticas, siendo la

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    principal de ellas la que se establece entre el «espacio de los flujos» y el «espcio de los lugares».

    Desde la historia -y no es la primera vez- se reconoce ahora con insis-tencia la absoluta necesidad de contemplar seriamente la dimensión espacialdel hecho histórico, con arreglo a una metodología en la que son evidentes lpréstamos y las conexiones con la geografía. Se trata de hablar no tanto dehistoria local como de historia territorial o de historia de losespacios. En geo-grafía estamos asistiendo a una reconsideración del papel de la cultura, a unarevalorización del papel del «lugar» y a un creciente interés por una nuevageografía regional que sea capaz de conectar lo particular con lo general. Enefecto, después de un periodo dedicado casi enteramente al estudio de los sis-temas geográficos (desde el neopositivismo) y al desenmascaramiento de es-tructuras sociales en el espacio (desde el marxismo), la geografía está empe-zando a darse cuenta de que aquellos sistemas y estructuras están localizadoestá empezando a reexaminar la especificidad de los lugares; está redescu-briendo la importancia del estudio de lo específico y resaltando de nuevo elconcepto de lugar, relacionando ahora lo individual y lo particular con lo ge-neral. Está aprendiendo a pensar lo local para comprender lo global. Está re-

    valorizando el papel del contexto espacial en la interpretación y explicaciónde los procesos y fenómenos sociales, políticos y económicos. Se trata de motrar cómo y hasta qué punto fenómenos sociales, políticos y económicos en-gendrados a macroescala se ven mediatizados por condiciones locales.

    2. Identidad e identidades

    Como hemos visto, cada vez hay más interés por explorar la experienciade estar situado en el mundo, de estar en un lugar; cada vez hay más interés intentar dar respuesta al porqué los seres humanos crean lugares en el espacy cómo les imbuyen de significado. El lugar proporciona el medio fundamen-tal a través del cual damos sentido al mundo y a través del cual actuamos.

    Cuando creamos lugares, cuando «vivimos» los lugares, creamos identidadHablar de lugar, por tanto, es hablar de identidad, el otro gran concepto queestructura este libro y sobre el que convienereflexionar mínimamente.

    La idea de identidad de la que nos vamos a servir es de carácter más biencolectivo. Nos interesa analizar el proceso de formación de las identidades te-rritoriales contemporáneas, un proceso más colectivo que individual. Enten-demos que la identidad no va sólo asociada a características tales como elsexo o el origen étnico, sino también al espacio geográfico y cultural; todosnacemos en un ámbito cultural determinado y en un lugar específico. A los

    jos de los emigrantes y de los refugiados se les recuerda su lugar de origen ysus raíces familiares a través de la lengua, de la gastronomía, de las costum-bres, de las fotografías de los parientes, de los relatos, cuentos y leyendas.Para estos niños, el exilio, el hecho de estar desplazados, no significa perma-necer inmóviles en el tiempo y en el espacio. La materialidad de sus geografse hace tangible a través del contexto cultural de sus hogares, a pesar del cos-mopolitismo virtual y real de su condición, lo que no impide experimentar amenudo una intensa sensación de desarraigo.

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    El lugar de origen inculca identidad al individuo y al grupo. Ahora bien,en el supuesto de que éste se desplace y de que, por tanto, desarrolle su vidacotidiana en otro lugar, éste le imbuirá también de identidad, en mayor o me-nor medida y en función de muchas y diversas circunstancias. Sin embargo,en el mundo en que vivimos no es necesario emigrar para recibir la influenciade otros estilos de vida y formas de pensar; los medios de comunicación demasas o el contacto con el otro a través, por ejemplo, del turismo comportanuna notable influencia cultural. Así pues, la identidad -incluso la de las mi-norías- no debe ser concebida hoy como algo monolítico, sino más biencomo un fenómeno múltiple, heterogéneo, multifacial -y hasta cierto puntoimprevisible- que problematiza y recompone tradiciones. La identidad esalgo que, en gran medida, se construye.

    Todo ello no impide reconocer que la dimensión multiidentitaria en laque nos movemos no está exenta de tensiones y contradicciones, no sólo degrupo, sino también individuales. Hay quien teme que esta multiplicidadde identidades le lleve a uno a una cierta esquizofrenia. Utilizando su propiocaso como ejemplo, Tzvetan Todorov (1994) reconoce experimentar una espe-cie de tensión entre sus dos idiomas, el francés y el búlgaro, una tensión que

    también está presente en su propia concepción del espacio: «Aunque me con-sidero francés y búlgaro por igual, no puedo estar a la vez en París o en Sofía.La ubicuidad no se halla aún a mi alcance. Mis pensamientos dependen dema-siado del lugar donde son emitidos para que mi paradero sea irrelevante»(p. 211). Mi patria es mi lengua, como diría Elías Canetti.

    Así pues, según Todorov, dos elementos de la identidad, el idioma (la cul-tura) y el lugar (la geografía), multiplican y magnifican el conflicto y llevan alautor a reconocer que, si bien es absurdo pensar que quien pertenece a dosculturas pierde su razón de ser, también es lícito dudar de que el simple hechode poseer dos voces, dos idiomas, sea un privilegio que garantice el acceso a lamodernidad. Todorov opta finalmente por un yo bilingüe equilibrado, poruna clara articulación entre sus dos identidades lingüísticas y culturales. Esuna opción parecida a la escogida por Amin Maalouf (1999), cuando afirma:

    «Lo que hace que yo sea yo, y no otro, es ese estar en las lindes de dos países,de dos o tres idiomas, de varias tradiciones culturales. Es eso justamente loque define mi identidad. ¿Sería acaso más sincero si amputara de mí una par-te de lo que soy? (p. 11)... La identidad no está hecha de compartimentos, nose divide en mitades, ni en tercios o zonas estàhcas. Y no es que tenga variasidentidades: tengo solamente una, producto de todos los elementos que la hanconfigurado mediante una "dosificación" singular que nunca es la misma endos personas» (p. 12).

    Hay que reconocer, sin embargo, que no siempre es fácil encontrarse có-modo en esta tercera vía. En muchos casos las herencias del pasado y los con-flictos políticos del presente pesan demasiado.

    El tema de las identidades culturales colectivas es fundamental en el con-texto de la globalización. La circulación de las personas, bien de forma volunta-ria (viajes de turismo y ocio), bien por necesidad (migraciones por motivos la-borales o éxodos debidos a conflictos armados), confronta al autóctono, al ciu-dadano que no se ha trasladado, con su propia identidad. Al contemplar y con-

    vivir con otras identidades culturales, este ciudadano se ve inevitablemente

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    abocado a plantearse su propia identidad, a compararla con la de los demás. Esentonces cuando se produce el conflicto identitario, que puede resolverse satis-factoriamente -o no- en función de múltiples y diversas variables.

    El multiculturalismo, entendido como una filosofía político-social, in-tenta dar respuesta a esta situación. Se trata de conseguir el tránsito de un

    estado-nación monocultural, homogéneo, a un estadomulticultural,fiel refle-jo de una sociedad constituida por diversos y variados grupos culturales. Así,elmulticulturalismo como proyecto político se basaría, según Dueñas (2000),en el respeto a la diversidad cultural, la afirmación del derecho a la diferenciay la readaptación de la estructura básica de las instituciones públicas de ma-nera que todos los grupos culturales dispongan de la misma igualdad de oportunidades.

    Surgido en los países anglosajones hace ya varias décadas, en los que elfenómeno inmigratorio puso sobre la mesa mucho antes que en la Europacontinental el conflicto entre culturas, el multiculturalismo no ha dejado degenerar nuevas propuestas teóricas y metodológicas, siempre en el marco delparadigma del pluralismo cultural. Una de las más recientes tiene que ver conel denominado «diálogo intercultural», basado en el desarrollo de nuevos ins-trumentos y recursos que favorezcan, en la práctica cotidiana, la convivenciaentre diferentes comunidades culturales.

    Ahora bien, el multiculturalismo, aun habiendo impregnado profunda-mente el programa de actuación de infinidad de organizaciones no guberna-mentales y múltiples agendas políticas, no se ha visto libre de críticas. Desdeel liberalismo se argumenta que el reconocimiento de las particularidades y excepcionalidades culturales puede llegar a comprometer la igualdad de losderechos individuales sobre los que se asienta, precisamente, el principio deciudadanía. La política identitaria que está en la base del multiculturalismo,afirman algunos ideólogos liberales, conlleva el riesgo de fragmentación so-cial. La política de la diferencia puede, paradójicamente, condenara determi-nados grupos culturales a la marginalidad y reforzar, por tanto, las situacio-nes de dominio social y de injusticia. Lo que en el fondo se está discutiendo een palabras de JoanRamon Resina (2000), el conflicto entre universalidad y particularismo.'

    En esta misma dirección se orienta la ácida y feroz crítica hacia el multi-culturalismo de Giovanni Sartori en su último libroLa sociedad multiétnica,publicado recientemente en español. Sartori (2001), uno de los intelectualeseuropeos más brillantes de la denominada izquierda liberal, llega a afirmarque el multiculturalismo es en sí una ideología perniciosa que dilapida el principio de ciudadanía, puesto que fragmenta, divide y lleva directamente a lacreación de pequeñas sociedades cerradas, a guetos de base identitaria, queimpiden a sus habitantes cruzar las fronteras interculturales. En palabras delpropio Sartori, el multiculturalismo lleva a Bosniay a la balcanización. Impli-ca el regreso a contextos sociales premodernos en los que primaban la arbitrariedad, la injusticia y la intolerancia. De ahí su rotunda oposición a las políti-cas públicas que, indirectamente, se derivan del multiculturalismo, como las

    2 . Para superar este dilema están a pareciendo interesantes aportaciones, como la deErnesto Laclau (1996), en su libroEmancipation(s).

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    políticas de discriminación positiva o affirmative action, tan habituales en elmundo anglosajón.

    3 . La renovada importancia del concepto de escala

    La globalización, que implica necesariamente una relación dialéctica en-tre lo local y lo global, pasando por una amplia gama de estadios intermedios,pone de nuevo de relieve la importancia del concepto de escala. No nos referi-mos, como es de suponer, a uno de los usos más habituales del concepto, el deescala cartográfica, entendida como la relación numérica y de proporcionali-dad entre realidad y representación. Nos referimos a la escala en un sentidomás amplio y global, tal como ha sido interpretada en la mayor parte de la tra-dición geográfica, esto es una jerarquía de niveles y ámbitos en cada uno delos cuales se observan unos fenómenos específicos y unas dinámicas territo-riales propias, que interactúan con las que se dan en otros niveles inferiores ysuperiores. Estaríamos hablando, en definitiva, de cada uno de los ámbitos di-mensionales y conceptuales de referencia, involucrados en el análisis del te-

    rritorio. Desde esta perspectiva, el uso correcto de la escala nos permite la re-presentación adecuada de la naturaleza de dichos fenómenos y el análisis yordenamiento de los factores que intervienen en cada uno de los niveles. Nohay que olvidar que al cambiar la escala los fenómenos cambian no solamentede magnitud, sino también de naturaleza. Así pues, la escala se nos aparececomo un elemento decisivo en la construcción de la representación humanade la realidad. Como afirma Peter J .Taylor(1994), «la escala geográfica, y laforma en que la contemplamos, es en sí misma política y los geógrafos han deconsiderarla como tal» (p. XVI).

    Siempre es aconsejable trabajar con más de una escala, diferenciando laforma en que se presentan y articulan los elementos en cada una de ellas. Elterritorio es un tejido de relaciones en el que cada elemento interacciona conotros, por lo que, para ser comprendido realmente -y territorialmente- ensu inserción con los demás elementos de su entorno, ha de ser representado amás de una escala. Para comprender las dinámicas sociales y económicas ylas relaciones de poder en toda su amplitud, hay que considerar un análisismultiescalar que otorgue a cada escala los factores que le son propios. En pa-labras de OlivierDollfus(1976), «el análisis de cualquier espacio geográfico,de cualquier elemento que interviene en su composición y de cualquier com-binación de procesos que actúan en y sobre el espacio, no deviene intelegiblemás que si tienen lugar en el interior de un sistema de escalas de magnitud»(p. 23). Esto le lleva a plantear la escala en un doble entramado de relacioneshorizontales y verticales: la comparación es esencial para comprender la ge-neralidad y la originalidad de un fenómeno o de una situación, pero tambiénlo son las transferencias de escala dentro de un mismo conjunto.

    Peter J.Taylor,por su parte, también propone una relectura escalar delsistema mundial en su libro Geografía política. Economía-mundo, Esta-do-nación y localidad (1994). Habla en él de una «división vertical por escalas»en la que la realidad viene regida por la economía-mundo, la ideología se ubi-ca en el estado-nación y la experiencia se genera en la escala local.

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    Neil Smith(1992), desde la geografía crítica anglosajona, incide en la mis-ma idea, pero desde una perspectiva más social, planteando la importancia dela escala en el análisis de las relaciones sociales, en sentido amplio, justamenteen un momento como el actual, en el que el entramado sociedad/territorio estásometido a una dinámica de reorganización de gran alcance como es la globali-

    zación.Smith entiende la globalización como una estrategia del proceso deacumulación capitalista para poder superar las trabas impuestas por los pode-res nacionales y, a la vez, para articular mejor el juego de la competencia y de lacolaboración entre el capital y de éste con el poder político.

    El desarrollo de lo que se ha dado en llamar el espacio informacional, lamundialización de los mercados y las grandes facilidades de movilidad espa-cial -real y virtual-, conducen a la «volatilización» del espacio en el tiempo,que es funcional al desarrollo de la producción y del consumo en masa y queha generado el mundo global en el que nos movemos. Una pieza muy impor-tante de este proceso la constituye la dinámica compleja que conduce a unproceso simultáneo de pérdida de la especificidad local y de su suplantaciónpor hechos que son sólo locales en parte, puesto que dependen por completode escalas superiores. De una forma general y sin que ello invalide la posibili-

    dad de otras definiciones, Smith conceptualiza a los niveles como «lugares»en los que se ejercen formas de poder especializadas. Bajo esta premisa, más omenos explícita, Neil Smithpropone un modelo de análisis de las relacionessociedad/territorio articulado en siete escalas: el cuerpo, el hogar, la comuni-dad, la ciudad, la región, el estado-nación y las fronteras de lo global. Aunquese las nombra como «lugares», las tres primeras escalas se acogen a una ca-racterización que es más sociológica que geográfica, mientras que las cuatrorestantes sí tienen un carácter claramente dependiente del territorio.

    En primera instancia, nos presenta el cuerpo como el lugar de la repro-ducción biológica; el lugar en el que se ejerce el poder sobre la vida y la muerte(tortura, pena de muerte, políticas demográficas) y también en el que se reci-be, en última instancia, la presión hacia comportamientos adecuados y/o tipi-ficados como «normales». En el siguiente nivel, el hogar aparece como ellugar de la reproducción personal y familiar y también como el espacio funda-mental en el proceso de socialización del individuo (aprendizaje de valores,habilidades funcionales en la reproducción del orden social). La comunidadestá definida con criterios exclusivamente sociales, como un grupo de perso-nas ligadas por vínculos afectivos que derivan de la tradición, de un origengeográfico común o de una misma lengua.

    La primera escala netamente territorial, en la clasificación deSmith,laconstituye el espacio urbano. Se trata del espacio de la centralización dela producción, del consumo y de la administración; el espacio marcado por lamáxima competencia por los usos del suelo y la centralidad; el espacio dela máxima presión ambiental, el más insostenible, en principio. La regiónaparece, a la vez, como el antiguo espacio de la especialización productiva,típica del fordismo, y el actual escenario de competitividad en la escala mun-dial, propia del posfordismo, de la especialización según ventajas comparati- vas. El estado-nación es el lugar del poder político ligado al capitalismo indus-trial y por eso mismo el que está perdiendo poder efectivo de control del capi-tal y de la ciudadanía como consecuencia de la globalización y de la crisis de

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    legitimidad del estado. Finalmente, lo queNeil Smithdenomina las fronterasglobales corresponde a un lugar, a la vez deslocalizado y ubicuo, que se en-cuentra en proceso permanente, desde finales del sigloxix, de construc-ción/destrucción/reconstrucción, a tenor de la circulación del capital. La esca-la es, desde este punto de vista, una dimensión crucial para la comprensión delas prácticas sociales. Las escalas geográficas no existen separadamente de lasprácticas sociales que las crean y las modifican.El concepto de escala nos sirve, pues, para el análisis y ordenamiento enniveles de los factores que intervienen en la configuración del territorio, en-tendido como una entidad multiescalar. La complejidad del mundo contem-poráneo no se entiende sin este instrumento teórico y metodológico esencial,sin esta especie de zoom cuantitativo y cualitativo.

    4. Posmodernismo y posmodernidad

    El interés antes mencionado por reexaminar la especificidad de los lugaressin perder de vista lo global es, en buena parte, una reacción académica e inte-lectual ante la intensa reestructuración económica, política, cultural e ideológi-ca del mundo en este final de siglo. Su comprensión exige la elaboración denuevas formas de interpretación, de nuevos conceptos, de nuevas ideas. Esto eslo que pretende la geografía posmoderna. En este contexto, entendemos elposmoderismo como una metodología que intenta ofrecer una explicaciónteórica y práctica a la reestructuración contemporánea de la espacialidad capi-talista. La posmodernidad expresaría este nuevo estadio social, cultural y eco-nómico propio del denominado capitalismo tardío, en el que estamos plena-mente inmersos. Esta nueva fase de desarrollo capitalista se correspondería, entérminos de sistemas de producción, con el denominado sistema posfordista.

    En el marco del capitalismo contemporáneo, el sistema fordista, caracte-rizado por la producción y el consumo en masa, por la estandarización delproducto, por una especial forma de reproducción de la fuerza de trabajo, por

    una fuerte inversión en capital fijo y por el papel protector del estado, entra encrisis a principios de la década de 1970 por la excesiva rigidez del sistema y por su incapacidad para adaptarse a las nuevas demandas sociales y cultura-les. El fordismo había caracterizado el desarrollo capitalista a lo largo de bue-na parte del siglo xx y estaba en la base del dilatado período de expansión delas economías de los países occidentales que va desde 1945 hasta 1973. Lossectores industriales y tecnológicos hegemónicos estaban vinculados a la pe-troquímica, al acero, al automóvil, a la construcción y a la producción de elec-trodomésticos y otros bienes de consumo de masas. Todos estos sectores -y algunos más que no hemos mencionado- se convirtieron en el motor del cre-cimiento económico mundial y se polarizaron en unas cuantas regiones quedestacaban claramente por encima de las demás: elMidwestnorteamericano,la Europa lotaringia (el triángulo París, Hamburgo, Milán), los West Mid-landsde Inglaterra o la región de Tokio. Todo ello entra en crisis a partir de 1973. De hecho, ya se habían detecta-do grietas en el edificio desde hacía algún tiempo, pero la fuerte recesión deaquel año acabó por fracturarlo. Asistimos entonces a una excepcional rees-

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    tructuración del sistema capitalista a escala mundial y entramos en una nue- va etapa, denominada posfordista, caracterizada por la acumulación flexible,el cambio tecnológico, la automatización, la búsqueda de nuevos productos y de nuevos mercados, la relocalización industrial, la movilidad geográfica, lafugacidad y carácter efímero de las modas y de los gustos, la flexibilidad' labo-

    ral, la menor presencia del estado, el desmantelamiento progresivo del estadodel bienestar y la acelerada internacionalización delos procesos económicos,todo ello bajo el impacto de las nuevas tecnologías de la información, acicatefundamental de los cambios acaecidos.

    El nuevo sistema aspira, con cierto frenesí, a sustituir la rigidez fordistapor la flexibilidad, en todos los campos y en todos los ámbitos posibles: en elmercado de trabajo, en los procesos laborales, en las formas de producción,en las pautas de consumo. Emergen nuevos sectores de producción, nuevas fi-guras financieras, nuevas tecnologías e incluso nuevas regiones industriales y financieras (laTerza Italia, los diversosSilicon Valleys, los NPI o nuevos paísesindustrializados). Mientras, la denominada «nueva economía» se impone enlos mercados de valores de todo el mundo y proliferan las operaciones finan-cieras especulativas y desreguladas en un solo mercado de dinero y crédito. Seacentúan la instantaneidad, la obsolescencia, la volatilidad y la efimeralidadde las modas, de los gustos, de los productos, de las técnicas... y quizás tam-bién de las ideas, de las ideologías, de los valores. En términos sociales, el ca-pitalismo tardío sigue siendo una sociedad de clases, pero ninguna de ellas esya exactamente la misma que antes: se están debilitando las tradicionales for-maciones de clase, para ser progresivamente sustituidas por multiplicidad deidentidades segmentadas(Anderson,1998).

    A simple vista, a raíz de esta especie de eclecticismo general imperante(que incluye también la coexistencia en algunas regiones del posfordismo conlas estructuras fordistas más tradicionales), parecería que lo que prima en elnuevo sistema es la desorganización. Nada más lejos de la realidad. El capita-lismo no se desorganiza, sino todo lo contrario: se reorganiza a través de lamovilidad y de la dispersión geográficas, a través de la flexibilidad de los mer-cados y de los procesos laborales, a través de la innovación tecnológica y a tra- vés de una nueva concepción del espacio y del tiempo. En efecto, como ha de-mostrado de una manera brillante DavidHarvey (1989), en la transición delfordismo al posfordismo el espacio y el tiempo se han comprimido, lo que haprovocado un impacto inicialmente desorientador en las prácticas políticas y económicas y en las relaciones sociales y culturales. La distancia es más rela-tiva que nunca, lo que sitúa a los lugares,a priori, en una similar «posición desalida». Cada vez más lugares pueden aspirar a convertirse en el destinode una planta industrial, de un centro comercial o, simplemente, de un turis-ta. Más y más lugares se convierten, progresivamente, en potenciales candida-tos a desarrollar muchas y variadas actividades.

    El método posmoderno, inspirado, entre muchos otros, en la obra de lospensadoresMichel Foucault (1969),HenriLefebvre (1974), JacquesDerrida(1972), Jean-FrançoisLyotard (1979) y Fredric Jameson (1996) implica la re-sistencia a la cerrazón paradigmática y a las formulaciones rígidas y categóri-cas, la búsqueda de nuevas formas de interpretar el mundo empírico y el re-chazo a la mistificación ideológica. Se desconfía, en efecto, de las «metana-

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    rrativas», esto es de las grandes interpretaciones teóricas y de las explicacio-nes ideológicas hegemónicas. El posmodernismo se rebela contra el fetichis-mo de los discursos totales, globalizadores y supuestamente universales y propugna un nuevo discurso, un nuevo lenguaje de la representación que, enel caso de Lyotard, afecta incluso a la ciencia, que a partir de ahora será consi-derada un juego de lenguaje entre otros, quedando despojada por tanto de susituación privilegiada en relación con otras formas de conocimiento. Si la mo-dernidad se asociaba al progreso lineal, al optimismo histórico, a las verdadesabsolutas, a la supuesta existencia de unas categorías sociales ideales y a la es-tandarización y uniformización del conocimiento, la posmodernidad, contra-riamente, pondrá el énfasis en la heterogeneidad y en la diferencia, en la frag-mentación, en la indeterminación, en el escepticismo, en la mezcolanza, en elentrecruzamiento, en la redefinición del discurso cultural, en el redescubri-miento del «Otro», de lo marginal, de lo alternativo, de lo híbrido.

    Así pues, parafraseando a Jameson, la posmodernidad no es sólo una ruptu-ra estética o un cambio epistemológico, sino que expresa una nueva dimensióncultural, la propia del estadio del modo de producción dominante. En ésta, algu-nas disciplinas del campo de las humanidades y de las ciencias sociales, antes

    bien delimitadas, empiezan ahora a perder sus nítidos límites y a cruzarse unascon otras en unos estudios híbridos y transversales que difícilmente pueden asig-narse a un dominio u otro, como señala oportunamente Perry Anderson (1998) y como plasma de una manera magistral Fredric Jameson en una de sus últimasobras (1995). Es entonces cuando aparecen los denominados estudios culturales(producto de un «giro cultural»o cultural turn, sirviéndonos de la expresión yaconsagrada en el mundo anglosajón) y poscoloniales, que en geografía humanahan dado lugar a las nuevas geografías culturales (Albet y Nogué, 1999).

    En el campo de la geografía, los dos libros que más han influido en eldebate sobre la posmodernidad, son, sin duda Postmodern Geographies: The Reassertion of Space in Critical Social Theory, de Edward Soja (1989),

    y The Condition of Postmodernity: An Enquiry into the Origins of Cultural Change, de DavidHarvey (1989), este último ya citado anteriormente. Aunqueambos libros comparten una base común estructuralista y posestructuralista,lo cierto es que el enfoque final difiere bastante. Así, mientras Soja aspira auna confluencia de las perspectivas marxista y posmoderna,Harvey no tras-pasa los parámetros metodológicos marxistas ni renuncia al proyecto moder-nista, aunque asume la necesidad de corregir sus déficit y sus excesos. En loque sí coinciden ambos es en la utilidad del posmodernismo para entender,tanto en la teoría como en la práctica, la reestructuración contemporánea dela espacialidad capitalista, lo cual implica el reestablecimiento de una pers-pectiva crítica espacial en la teoría social contemporánea. En esta misma lí-nea inciden nuevas e interesantes aportaciones, comoThe Postmodern urban condition, de Michael J. Dear(2000).

    Paradójicamente, a pesar de la apertura intelectual que, en principio,permite la posmodernidad, el presente está marcado por otra perspectiva mu-cho más potente y eficaz: la del denominado pensamiento único. En efecto, lacrisis de los paradigmas fuertes, además de abrir ventanas, ha dejado vía librea visiones de la realidad tiranizadas por el pragmatismo, la competitividad y la homogeneización cultural.

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    cayóen el naufragio delasmetanarrativas,han sido elposmodernismo olasvisionesneoestructuralistas. Elresultado hasidolageopolítica crítica o,paraser más precisos, las geopolíticas críticas. Lageopolítica crítica como meto-dología implica un análisis delos fenómenos yhechos geopolíticos hasta cier-to punto heterodoxaen relacióna otras perspectivas. Heterodoxaen sus con-tenidos, puesto que amplía el interés geopolítico hacia temas tradicionalmen-te alejados -como el medio ambiente,la cultura o el género-,y ensus for-mas, al renunciara las rigideces paradigmáticas. Ambos aspectos permitenunas visiones más complejasde larealidad,y porlotanto «más reales»,y máscríticas respecto alos discursosintitucionalizados que intentan explicarlas(O

    Tuathail, 1996).Este libro pretende ser un ejemplode ello.

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    CAPÍTULO2

    LA TRADICIÓN DISCIPLINAR.UN SIGLO DE GEOGRAFÍA POLÍTICA Y DE GEOPOLÍTICA

    La geografía política, y también la geopolítica, suelen considerarse comodisciplinas, subdisciplinas o conocimientos científicos a partir de finales delsigloxix y principios del xx. Sin embargo, los antecedentes, incluso en el uso

    del término «geografía política», son numerosos y añejos, pues se remontan ala Grecia clásica y se alimentan durante los siglos posteriores. De hecho, lamayoría de teóricos de la historia de las sociedades, de los filósofos y dela ciencia política -«historiadores, filósofos y tratadistas políticos» más queno geógrafos, decía Vicens Vives (1951, p. 28)-, de una manera u otra, inclu-yen elementos relacionados con la geografía como explicación o soporte desus ideas.

    Este capítulo resigue unas cuantas de estas aportaciones predisciplina-res. Una vez expuestas, se centra en el período fundacional de Halford Mac-kinder y Friedrich Ratzel y sus secuelas y en la geopolítica alemana de entre-guerras, ambos referentes fundamentales de esta tradición, hasta llegar a unpresente en el que conviven diversas perspectivas de la disciplina y de la inter-pretación de los fenómenos políticos o de poder con dimensión territorial. El

    recorrido incluye el análisis de diferentes escuelas de geografía política y degeopolítica, desde la alemana y la anglosajona ya citadas -las más relevan-tes- hasta la española.

    1. Los antecedentes. Entre la física y la metafísica

    En el año 1750 -cuatro años antes de que lo hiciera Immanuel Kant- elpolítico liberal y noble francés Anne RobertJacques Turgot (1727-1781), es-cribió un documento de unas veinte páginas con el título «Geografía Política»(Turgot, 1844). En él esbozaba el esquema de lo que tendría que ser un estudiode «la relación entre la geografía física, la distribución de pueblos con unaperspectiva histórica (...) y la formación de estados (...). De la riqueza de losdiferentes espacios y el comercio. (...) De las comunicaciones (...) y sus efectosen las conquistas» (Turgot, 1844,pp.611-612). Además, el texto reclamaba lanecesidad de pensar en la aplicación efectiva de estos estudios tanto en sus as-pectos de orientación de la política exterior de los estados como de la política

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    interior: «a la localización de las capitales, a la división en provincias, a la dis-tribución de la autoridad, a los productos y comercios que se quieran favore-cer, al establecimiento de puertos, canales, caminos, puntos de reunión (...) ala naturaleza del gobierno de los estados, a los proyectos sea de república ge-neral sea de monarquía universal» (Turgot, 1844, p. 612).

    Para ello, según Turgot, era necesaria una perspectiva histórica de la geo-grafía, que él llamaba «geografía positiva», y cuestionar la relación entre lospueblos, su cultura y los climas: «la geografía considerada en relación a los di-ferentes gobiernos, a los caracteres de los pueblos, a su ingenio, a su valor, asu industria; separar lo que hace referencia a las causas morales y examinar silas causas físicas tienen algo que ver y cómo. (...) Es necesario valorar las cau-sas morales antes de tener derecho a asegurar alguna cosa sobre la influenciafísica de los climas» (Turgot, 1844,pp. 612-616).

    Visto en perspectiva, Turgot apunta algunos de los temas que cientocincuenta años más tarde conformarán la geografía política. Pero lo que mássorprende del texto es su singularidad respecto a un entorno intelectual queinterpretaba la relación entre la geografía, las sociedades y su gobierno de ma-nera notablemente diversa. La principal disonancia radica en los aspectos re-

    lacionados con lo que hoy llamaríamos determinismo ambiental: los efectosdel clima y el territorio en la cultura y el gobierno de los pueblos. Efectiva-mente, la tradición de la geografía política, por mucho que se retroceda en eltiempo, ha estado profundamente marcada por estos aspectos. Ya Aristóteles(384-322 a. J.C.) argumentaba el carácter y gobierno de los pueblos en rela-ción con el ambiente, de manera que, según él, los habitantes de regiones fríasy los europeos tenían coraje pero no inteligencia ni organización política, a lainversa que los pueblos asiáticos. Lógicamente, como sucede con la mayoríade estos discursos, para Aristóteles los helenos, por su posición geográficacentral, disfrutarían de una especie de síntesis de los valores positivos deorientales y occidentales (Fontana, 1994).

    Como el filósofo griego, la mayoría de autores -con excepciones como Turgot- siempre encuentran en la geografía física una base que determina y

    justifica el nivel de organización social y la política de la sociedad. Son los ca-sos, por ejemplo, de Herodoto (480-420 a. J.C.), Estrabón (63 a. J.C.-19 d. J.C.)y Ptolomeo (90-168), quienes describen las tierras y sus gentes relacionandoclima y fisiología, y aportando, además, las informaciones necesarias para eldominio territorial, que será el aspecto fundamental de la geografía políticafutura. Explicaciones, especialmente las de Herodoto y Ptolomeo, que here-dan siglos más tarde buena parte de los teóricos de la geografía humana y po-lítica, empezando por Ibn Jaldún (1332-1406), quien escribe que entre los pa-ralelos 20 y 38° de latitud norte el planeta ofrece las mejores condiciones parael desarrollo de la civilización, aunque, en contraste, unas difíciles condicio-nes de vida derivadas de climas menos benignos ofrecen algunas ventajas:«los pueblos del desierto (...) son más sanos de cuerpo y espíritu que los de lasmontañas que viven en la abundancia. (...). Los frugales habitantes del desier-to, y los sedentarios preparados para el hambre y la abstinencia son más reli-giosos». De la traducción política de estas ideas de Jaldún resulta una opinióngeopolítica de que «el medio en el que viven los grupos humanos decide sufuerza espiritual, la facultad que tienen -o no- para combatir por un impe-

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    rio y, más aún, de conservarlo» (Gallois,1990, p. 148). Solamente Alá estabapor encima de esta influencia climática. En Ibn Jaldún se encuentra ademásuna primera aproximación a una relación vital entre la tierra y la sociedad, esdecir, una cierta concepción organicista que unas centurias después será otrode los elementos definidores del nacimiento de la geografía política.

    Otro antecedente a destacar es el del teórico francés Jean Bodin(1530-1596), quien habla de unas «leyes naturales de las cuales la humanidadno se puede sustraer» (citado porGallois,1990, p. 150), un orden natural que-rido por el creador. Al igual que Ibn Jaldún, Bodin perfila unas áreas geográfi-cas que por su clima generan unas sociedades fisiológica y característicamen-te diferenciadas, entre las que las latitudes medias entre 30 y 60° tendrían unamejor combinación de virtudes que sus vecinas. Además, como ya hiciera en-tre otros Aristóteles, Bodin establece una relación entre la geografía física, enun sentido orográfico, y las posibilidades de defensa y expansión de las socie-dades.

    No será Bodin el único teórico de la ciencia política que trata temas geopo-líticos en sus escritos sobre el gobierno. Otros autores tanto o más relevantes, ymás o menos contemporáneos, también buscan estas relaciones entre el terri-torio, las sociedades y el poder: Nicoló Machiaveli (1469-1527), Maquiavelo enespañol, en sus consejos de El príncipe; Thomas Hobbes (1588-1679) en el Le-viatán; HugGrotius en El derecho de la guerra y la paz; o Giovanni Botero(1533-1617) en Los libros de la razón de estado son algunos de ellos, tal vez losmás destacados e influyentes. Desde luego, esta concentración en poco más deun siglo de textos fundamentales para la ciencia política, incluso la contempo-ránea, no es resultado del azar, sino de una necesidad de dar bases teóricas alestado-territorial que estaba naciendo en aquel momento.'

    No muy diferente a la de Bodin es la interpretación que dará Montes-quieu (1689-1755) de la relación entre medio, sociedad y gobierno. El barónes reconocido como un referente ineludible en la construcción del discursodisciplinar de la geografía política.' Según él, «si es verdad que el carácter delalma y de las pasiones del corazón son muy diferentes según los distintos cli-mas, las leyes deberán ser relativas a la diferencia de dichas pasiones y de di-chos caracteres (...) hace falta despellejar un moscovita para encontrarle unsentimiento» (Montesquieu, 1987, p. 155). Por tanto, su adscripción a lasideas de determinismo ambiental parecen claras, avaladas por teorías cientí-ficas como mínimo extravagantes -pero en consonancia con los conocimien-tos de la época-, si bien en El espíritu de las leyes' (1748), publicado en 1748,queda matizada esta identificación. En esta obra enciclopédica -pocas vecesel término puede estar mejor empleado- más bien podría hablarse de plan-teamientos posibilistas; es decir, según Montesquieu las sociedades actuarían

    1. Véase el apartado 3.1.2. Por ejemplo en Gallois, 1990; Lizza, 1998; López Trigal y Benito del Pozo, 1999; Raffes-

    tin, 1995; Vicens Vives, 1951.3. En concreto, en El espíritu de las leyes (Montesquieu, 1987) sus Libros XIV, XV, XVI,XVII y XVIII llevan por título, respectivamente, «De las leyes en relación con la naturaleza del

    clima», «Cómo se relacionan con la naturaleza del clima las leyes de la esclavitud civil», «Cómose relacionan las leyes de la esclavitud doméstica», «Cómo se relacionan las leyes de la servidum-bre política con la naturaleza del clima» y «De las leyes en relación con la naturaleza del suelo».

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    en respuesta al medio -clima y suelo- y sus condicionantes, funcionandocomo estímulo más que como limitación: en fin, «la esterilidad de las tierrashace industriosos a los hombres» (Montesquieu, 1987).

    Sea como fuere, Montesquieu, más allá de estas ideas extemporáneas, essin duda uno de los estandartes de un etnocentrismo europeo que tambiénmarcó el nacimiento de la geografía política. Un etnocentrismo que el histo-riador Josep Fontana (1994) interpreta como una de las estrategias de los es-tados europeos para justificar tanto las políticas de expansión colonial comoun determinado sistema de producción, mercantilista de plantación, que enparte se sustenta en la disponibilidad de mano de obra barata. Según Fonta-na, Montesquieu colabora de manera determinante en la invención del salva-

    je, un sujeto que, por contraste, justifica la superioridad y legitima un expan-sionismo territorial de las sociedades civilizadas.

    Salvaje/civilizado y, posteriormente, progreso/atraso son dicotomías ycomparaciones que, a partir del siglo xviii , marcarán la construcción de unadeterminada idea, la modernidad positivista, y de un concepto asociado a ella,el de Occidente. Ambas serán el banderín de enganche de la sociedad europeapara aventurarse en las políticas imperialistas que marcarán el siglo xix y que,

    por lo tanto, también, estarán en el origen de la geografía política y de la geo-política. En este sentido, Fontana afirma:

    «Esta visión -completada porAdam Smith- permitía ubicar las diversassociedades conocidas en un esquema evolutivo: los salvajes cazadores y recolec-tores del África negra o de América del Norte correspondían a la primera etapa;los pueblos nómadas del Asia central, a la segunda (pastoreo); la mayor partedel Oriente, a la fase agrícola y sólo la Europa occidental había alcanzado el ple-no desarrollo del cuarto estadio, el mercantil. (...)

    Permitía reducir el conjunto de la historia a un solo esquema universal-mente válido, situaba a las sociedades mercantiles europeas -que muy prontose definirían como "industriales"- en el punto culminante de la civilización (...)y daba un carácter "científico" tanto a las pretensiones de superioridad de loseuropeos como a sus interferencias a la vida y a la historia de los demás: el colo-

    nizador se transformaba en un misionero de los nuevos tiempos que se propo-nía enseñar a los pueblos primitivos el "verdadero camino" hacia el progreso in-telectual y material» (Fontana, 1994, pp. 121-122).

    En buena parte, las reflexiones de Montesquieu serán retomadas por la fi-losofía prusiana y sus más conspicuos representantes, Immanuel Kant(1724-1804) y Friedrich Hegel (1770-1831). El primero de ellos también usa eltérmino «geografía política» para referirse a las relaciones entre el territorio ysus habitantes. Su visión de esta relación se mantiene en la tradición eurocén-trica y posibilista. Kant coloca entre las latitudes 31 y 52° «la mezcla más lo-grada entre las influencias de los lugares fríos y cálidos, allí donde se encuen-tra la más gran riqueza dentro del orden de las criaturas terrestres», en uncontexto en el que «las leyes universales de la naturaleza determinan todas las

    acciones humanas» aunque la «voluntad intuitiva de los mismos (...) conspiracontra los designios de la naturaleza» (Gallois, 1990, p. 202).Hegel, por su parte, podría ser también autor de la anterior sentencia de

    su compatriota. Creía el filósofo prusiano que el ser humano progresaba opo-

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    niéndose a la naturaleza. De esta dialéctica surgían, según él, tres caractereshumanos relacionados con el territorio, de manera que los altiplanos estepa-rios conllevarían tribus, no aún sociedades, nómadas movidas violentamentepor sus necesidades vitales; las llanuras fluviales serían habitadas por socie-dades desarrolladas, con sentido de la propiedad y de ahí nacerían la civiliza-ción, el estado y los imperios; por último, las zonas costeras serían tierras detransición, que impulsarían las grandes épicas de la humanidad.

    Estas ideas se encuentran en su texto Filosofía de la historia universal y,más concretamente, en el capítulo «El fundamento geográfico de la historiauniversal», donde además da una visión de los continentes y sus sociedadesciertamente polémica: América del Norte sería una tierra inmadura, mientrasque Sudamérica se caracterizaría por un desorden sólo gestionable por un der militar. Especialmente riguroso se muestra con África, «un mundo an-tihistórico», en el que la raza negra representa «el hombre en su estado natu-ral,inconsciente de sí mismo, bárbaro, víctima de una lucha desigual contrala naturaleza». En cuanto a Asia, para Hegel es el continente «del inicio» -re-ligioso, político-; pero unos inicios que se desarrollan en Europa, que ha sido«el teatro para el espectáculo de la historia universal», con unas sociedadesmás avanzadas, regidas por el derecho, capaces de extender sus ideas y razo-nes en parte gracias a su relación con el mar. Toda una argumentación del perialismo en boga.

    Otro tema que con Hegel observa un notable avance es el de la teoría ptica centrada en el estado (Bobbio, 1987). Merece atención esta aportaciónpuesto que el estado será uno de los argumentos centrales, si no el central, dela geografia política que nacerá a finales del sigloxix. Como se verá en el apar-tado 3.1, este siglo es el de la construcción teórica del estado como entidad lítica y también el de su extensión como instrumento de la modernización dela sociedad occidental, y Hegel estará entre sus principales ideólogos. ParaHegel, el estado era un producto de la sociedad, no una imposición de unossobre otros, hasta el punto de convertirse en un cuerpo único socie-dad-nación-estado, es decir una concepción organicista. Solamente a travésdel estado el ser humano conseguiría trascender su condición contingente yascender a objetivos superiores: «en el estado, la libertad se hace objetiva realiza positivamente».

    Si la influencia en la geografía política ejercida desde la filosofía ha sidofundamentalmente de origen germánico, lo mismo puede decirse de la tras-cendental incidencia procedente de la estrategia militar. Por encima de todoslos teóricos destaca el general prusiano Karlvon Clausewitz, en especial porsu libro De la guerra (1832). En él expone la manera cómo debe gestionarse unejército y resalta el valor de la dimensión territorial para la obtención de losobjetivos militares deseados. Por este texto Clausewitz se ha convertido enclásico de las academias militares y también de la geografia política; un refe-rente de los muchos personajes que han compartido ambos intereses, desdeAlfredMahan a KarlHaushofer, de los que se hablará dentro de unas pocaspáginas.

    Finalmente, para concluir este breve apartado dedicado a los anteceden-tes de la geografia política y la geopolítica, es necesario referirse a dos de losprincipales nombres de la geografía y de la ciencia del sigloxix, Alexandervon

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    Humboldt (1769-1859) yKarlRitter (1779-1859). El primero amplía, sistema-tiza y da a conocer la complejidad de las diversas ramas de las ciencias natura-les (las orgánicas y las inorgánicas) y sus aportaciones serán fundamentalespara el conocimiento del planeta y, por ello, para el discurso y la praxis impe-rialistas. El segundo, Ritter, influye tal vez más específicamente en la geogra-fía política (Gallois,1990; Vicens Vives, 1951), puesto que, de alguna manera,deriva los conocimientos difundidos por su compatriota hacia los campos delo que hoy llamaríamos geografía humana. Enlazando con los postulados me-tafísicos del poeta Johan Herder,Ritter culmina la visión organicista de laTierra, asimilada plenamente a un ser vivo, incluso dotada de inteligenciapropia. Una inteligencia que tendrá que ser escrutada algún día por los «hom-bres de calidad» que, entonces, serán capaces de dirigir la humanidad y lasnaciones hacia el progreso.

    Llegados a este punto, parece que ya se compilan todos los elementos paradar el salto a una geografía política explícita, la que se articula en los territoriosgermánicos con Friedrich Ratzel como primer y principal aglutinador.

    2. Friedrich Ratzel y la eclosión de la geografía política

    Efectivamente, Ratzel (1844-1904) encarna la culminación de diversastradiciones, como las que se han visto hasta ahora y otras que irán aparecien-do a continuación, y es a la vez un punto de partida de otra tradición que serála de la geografía política y la geopolítica, como mínimo, alemana. Su biogra-fía coincide, e incide, con sucesos científicos y políticos que marcarán no sóloel siglo xix sino también un futuro más amplio. Doctorado en zoología, hechoque le conecta con las teorías darwinistas, periodista accidental, profesor degeografía cuando la Prusia bismarckiana la institucionaliza a nivel universita-rio, su influencia en la política interior y exterior, primero de su estado natal ydespués de la joven Alemania, será notable. Esta influencia la ejerce a travésde su actividad científica y de la estrictamente política, primero desde posi-ciones liberales y más tarde conservadoras y agraristas, siempre nacionalistas(Ó Tuathail, 1996).

    La obra de Ratzel es, desde muchos puntos de vista, indisociable de sucontexto, empezando por el entorno intelectual. En él influyen Humboldt yRitter y sus más directos maestros, Oskar Peschel y Ernst Haeckel (Capel,1981; Raffestin, 1995), quienes le aportan interpretaciones de la relación en-tre el territorio y el estado y, principalmente, de las teorías de Charles Darwinaplicadas a la sociedad, el «darwinismo social» en la línea de Lamarck ySpen-cer. De estas influencias, que Ratzel profundiza, resultan conceptos básicosde su geografía política, empezando por el lebensraum, el espacio vital, queserá uno de sus principales legados. 4 Estos referentes sitúan a Ratzel dentrodel positivismo; de hecho, su obra es básicamente un intento de dotar de basecientífica-teoría, leyes, previsibilidad- al comportamiento espacial de lassociedades y cuerpos políticos.

    4. Lebensraum es un concepto que se difundió especialmente a partir de la obra de Ratzel,si bien parece que Peschel ya lo había utilizado con anterioridad (Raffestin, 1995, p. 30).

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    Por otro lado, en el pensamiento ratzeliano son evidentes las influenciasdesde otros ámbitos, a destacar las que provienen de la filosofía alemana y sudimensión política. Ratzel bebe del idealismo de Hegel, en especial en sus as-pectos referidos a la teoría del estado -único actor territorial efectivo-, y deHerderpor su interpretación de la responsabilidad histórica del pueblo ale-

    mán. Una combinación paradójica entre idealismo, a veces romanticismo, y positivismo, que le inscribe en la principal tradición intelectual que construyeel discurso nacional-germanista.

    Ratzel participa activamente de este discurso desde dos perspectivas. Porun lado, desde la argumentación de la identidad y la cohesión de un apenas re-cién constituido estado alemán; y, por otro, desde la necesidad de expansiónde dicho estado. En este sentido, se trata de una segunda generación del pen-samiento germanista, cuando ya se ha superado una primera frustración -lade von Büllow, Fichte, ... de ver un mundo germánico unido políticamente y fuerte- y Alemania se codea con el resto de grandes estados europeos.'

    Por lo tanto, un tercer contexto en el que se mueve Ratzel es el de unaseconomías industriales en competencia( Gallois,1990). El proteccionismoalemán, estadounidense y francés frente a un, todavía, planteamiento liberal

    británico; la lucha por el blindaje del acceso a las materias primas y de losmercados; el imperialismo;... son inputs y outputs de las reflexiones del geó-grafo alemán, de su obra y también de sus consejos a los gobernantes de supaís.

    Según Gianfranco Lizza (1996), la obra de Ratzel se puede sintetizar en eltrinomio estado-posición-dinámica. Como mínimo, el primer elemento es in-discutible: toda la teoría ratzeliana parte y desemboca en el estado, un estadosíntesis y producto de la sociedad, como se ha dicho, de carácter hegelianoque trasciende sus aspectos meramente legales. Pero un estado que tienecomo componente fundamental el suelo o, si se quiere, el espacio. Ello no sig-nifica únicamente extensión espacial, sino también, y sobre todo, la relaciónentre el espacio y la sociedad que alberga.

    Para Ratzel, lo que define y da cohesión a un pueblo es el territorio quecomparte y su historia, es decir el tiempo y el espacio comunes (Capel, 1981;Gallois,1990). Pero si de la primera categoría, según Ratzel, sí que existe unaconciencia difusa de su importancia, de la segunda no; ésta era una de las ob-sesiones de Ratzel, revelar la trascendencia del espacio para la sup