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Aguinaldo 2019“Para que mi alegría esté con ustedes” (Jn. 15,11)

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SIGLAS

ACG Actas del Consejo General (desde núm. 311) ACS Actas del Consejo Superior (desde núm. 244) CG25 Capítulo General 25 de los SDB (2002)EG Evangelii Gaudium (2013)FMA Hijas de María Auxiliadora GE Gaudete et Exultate (2018)LG Lumen Gentium (1964)MBe Memorias Biográficas de san Juan Bosco (ed. española)SDB Salesianos de Don Bosco

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COMENTARIOS DEL RECTOR MAYOR AL AGUINALDO 2019: LA SANTIDAD TAMBIÉN PARA TI 9

I. DIOS LLAMA A TODOS A LA SANTIDAD 11II. JESÚS Y LA FELICIDAD 21III. SANTOS PARA LOS JÓVENES Y CON LOS JÓVENES 24IV. ¿QUÉ QUIERE DECIR: LA SANTIDAD TAMBIÉN PARA TI? 28V. ALGUNOS POSIBLES INDICADORES DE SANTIDAD 33VI. CAMINOS DE SANTIDAD HOY 41

ANEXO: LA SANTIDAD VIVIDA EN EL CARISMA SALESIANO 53

DISCURSOS Y HOMILÍAS

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO A PANAMÁ CON OCASIÓN DE LA XXXIV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 57

Ceremonia de acogida y apertura de la JMJ - Discurso del Santo PadreCampo Santa María la Antigua – Cinta Costera Jueves, 24 de enero de 2019 59Liturgia Penitencial con los jóvenes privados de libertad - Homilía del Santo PadreCentro de Cumplimiento de Menores Las Garzas de Pacora Viernes, 25 de enero de 2019 67Vía Crucis con los jóvenes - Discurso del Santo PadreCampo Santa María la Antigua – Cinta Costera Viernes, 25 de enero de 2019 75Encuentro con los voluntarios de la JMJ - Discurso del Santo PadreEstadio Rommel Fernández Domingo, 27 de enero de 2019 80Vigilia con los jóvenes - Discurso del Santo PadreCampo San Juan Pablo II – Metro Park Sábado, 26 de enero de 2019 87Santa misa para la Jornada Mundial de la Juventud - Homilía del Santo PadreCampo San Juan Pablo II – Metro Park Domingo, 27 de enero de 2019 97

Índice

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9AGUINALDO 2019

COMENTARIO DEL RECTOR MAYORAL AGUINALDO 201

«Para que mi alegría esté con ustedes»Jn 15,11

La Santidad también para ti

Mis queridos hermanos y hermanas,queridísima Familia Salesiana:

Todos vosotros al inicio de este nuevo año 2019, en cualquier lugar del mundo salesiano, que forma nuestra Familia en más de 140 países.

Y lo hago con un tema que nos es muy familiar, ya que el títu-lo se encuentra literalmente en la exhortación apostólica del Papa Francisco sobre la llamada a la santidad en el mundo contempo-ráneo, Gaudete et Exsultate (GE)1.

Al elegir este tema y este título, no pretendo más que traducir la llamada que hace el Papa Francisco a nuestro lenguaje y sensibilidad carismática2, haciendo aquellos subrayados que son tan ‘nuestros’ en el marco de la espiritualidad salesiana, esa de la que participamos los 31 grupos de nuestra Familia como heredad carismática recibida del

1 De ahora en adelante GE2 Ya desde este primer momento expreso mi agradecimiento al Postulador [de las causas de los santos] don Pierluigi Cameroni y a la señora Lodovica Maria Zanet, experta relatora de las causas en nuestra Postulación. Gracias a ellos y a su visión he podido enriquecer estas páginas con ele-mentos y contenidos que son propios de la Postulación, y que nos iluminan mucho.

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10 COMENTARIO AL AGUINALDO DEL RECTOR MAYOR

Espíritu Santo, por medio de nuestro amado Padre Don Bosco y que, sin duda, nos ayudará a vivir con la alegría profunda que nos viene del Señor: «Para que mi alegría esté con nosotros» (Jn 15,11).

¿A quiénes dirijo estas palabras?

Puedo aseguraros, que quisiera que llegaran a todos.

A todos vosotros, mis queridos hermanos salesianos SDB. A todos vosotros, hermanas y hermanos de las diversas Congrega-ciones e Institutos de Vida Consagrada y Laicales de la Familia Salesiana. A todos vosotros, hermanos y hermanas de las Asocia-ciones y Grupos de nuestra Familia. A los padres y madres, edu-cadoras, educadores, catequistas y animadores de todas nuestras presencias esparcidas por el mundo. Y también a todos los ado-lescentes y jóvenes del extenso mundo salesiano.

Recojo la invitación que ha hecho el Papa a toda la Iglesia. Su exhortación no es un tratado sobre la santidad, sino una invita-ción, que lanza al mundo contemporáneo y a la Iglesia de modo particular, a vivir la vida como vocación y llamada a la santidad, pero una santidad encarnada en el hoy, en la realidad de cada uno, en el contexto actual.

Me hago eco de esta llamada siempre fascinante a la santidad porque el ‘hoy’ de la Iglesia nos lo pide. Al igual que yo, los últi-mos Rectores Mayores han tenido intervenciones muy significa-tivas sobre la santidad salesiana y nuestros santos protectores3.

3 Chávez, P. Acudamos a la experiencia espiritual de Don Bosco, para caminar en la santidad según nuestra vocación específica, ACG 417 (2014); Chávez, P. «Queridos Salesianos, ¡sed santos!», ACG 379 (2002); VeCChi, J. E. La beatificación del coadjutor Artémides Zatti: una novedad interpelante, ACG 376 (2001); Santidad y martirio al alba del tercer milenio, ACG 368 (1999); Viganò, E. Don Bosco Santo, ACS 310 (1983); Recuperemos juntos nuestra santidad, ACS 303 (1982); RiCCeri, L. Don Rua, llamamiento a la santidad, ACS 263 (1971).

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11AGUINALDO 2019

Como en años anteriores pretendo, y me parece suficiente, que además de la lectura personal, se puedan aprovechar algunas líneas, indicaciones o pistas que sirvan como propuestas pasto-rales, según los contextos y situaciones de cada presencia en los más recónditos lugares de nuestro ‘mundo’ salesiano.

I. DIOS LLAMA A TODOS A LA SANTIDAD

Me imagino que no pocas personas, quizá también entre no-sotros y, seguramente muchos jóvenes, que hayan escuchado esta llamada a la santidad que hace el Papa, habrán tenido la sensación de que esa palabra, santidad, resuena un poco extraña, ‘fuerte’ y desconocida en el lenguaje del mundo contemporáneo. No es im-pensable que existan bloqueos culturales o también interpretacio-nes que tiendan a ver toda referencia a un camino de santidad como un espiritualismo alienante que evade de la realidad. O qui-zá, a lo sumo, se comprenda como una palabra aplicada y aplicable a quienes se venera, en imágenes, en los templos.

De ahí que el esfuerzo del Papa para mostrar la perenne actua-lidad de la santidad cristiana —llamada que viene del mismo Dios en su Palabra—, se pueda proponer como meta para cada persona en su camino de vida; y es digno de admiración y hasta ‘atrevido’. Dios mismo «nos quiere santos y no se espera que nos contente-mos con una existencia mediocre, aguada, inconsistente» (GE 1).

Lo primero que llama la atención, en la llamada de Papa Francisco, es la fuerza y la determinación con la cual afirma que la santidad es una llamada para todos, no solo para unos pocos, ya que corresponde al proyecto fundamental de Dios para noso-tros, y le pertenece a la gente común, a la gente que llevamos una vida cotidiana ordinaria, hecha de cosas simples, propias de la vida de la gente común.

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Por lo mismo, no se trata de una santidad para unos pocos héroes o para personas excepcionales; por el contrario, se trata de un modo ordinario de vivir la existencia cristiana ordinaria, una manera de vivir la vida cristiana encarnada en el contexto de hoy con los riesgos, los desafíos y las oportunidades que Dios nos ofrece en el camino de la vida.

La Sagrada Escritura nos invita a ser santos: «sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48), y «santifi-caos y sed santos, pues yo, el Señor, soy santo» (Lev 11,44).

Se trata de una invitación explícita a hacer experiencia y tes-timoniar aquella perfección del amor, que no es otra cosa sino la santidad; en efecto la santidad consiste en la perfección del amor, un amor que en primer lugar se ha hecho carne en Cristo.

También san Pablo, escribe en la carta a los Efesios, refirién-dose al Padre: «Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado» (Ef 1,4-6). «Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos» (Jn 15,15). «Así pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios» (Ef 2,19). Por lo tanto, todos y cada uno estamos llamados a la santidad, que no es sino una vida plena y lograda, según el proyecto de Dios y en total comunión con Él y con los hermanos.

No es una perfección reservada a unos pocos; es una llama-da para todos. Algo infinitamente precioso, lo que no significa algo raro o extraño: es vocación común a todos los creyentes, hermoso ofrecimiento de Dios a cada hombre y a cada mujer.

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13AGUINALDO 2019

No es un camino de falsa espiritualidad, que aleja de la ple-nitud de la vida; es plenitud de la naturaleza humana, perfec-cionada por la gracia. La vida en abundancia, como la prome-te Jesús. No es una característica que impone uniformidad, que banaliza, o que expresa rigidez; es, por el contrario, respuesta al soplo siempre nuevo del Espíritu, quien crea comunión valori-zando las diferencias, puesto que es el Espíritu Santo que «se ha-lla en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad en camino»4.

No se trata de un conjunto de valores aceptados en abstracto y actuados de manera formal; es, por el contrario, armonía de virtudes que encarnan estos valores en la vida.

No es solamente capacidad de rechazar el mal y de adherir al bien; es la actitud constante, disponible y gozosa de vivir bien el bien.

No es una meta que se alcanza en un instante; es un camino progresivo, según la paciencia y la benevolencia de Dios, que in-terpelan la libertad y el compromiso personal.

No es una actitud de exclusión de aquel que es diferente.

En definitiva, santidad es la vida según las bienaventuran-zas, para llegar a ser sal y luz del mundo; es camino de pro-funda humanización, como lo es toda auténtica experiencia espiritual. Por eso llegar a ser santos no exigirá alienarse de sí mismo o alejarse de los propios hermanos, sino más bien vivir una vida intensa con decisión y riqueza de humanidad, y una experiencia de comunión (a veces cansadora) en las relacio-nes con los otros.

4 Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris Missio, Ciudad del Vaticano, 7 de diciembre de 1990, 28.

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«Hacerse santos» es, para un cristiano,el compromiso primero y más urgente

Es san Agustín quien dice: «viva será mi vida llena de ti»5. Y en Dios mismo está la razón de esta posibilidad de un camino de santidad tras las huellas de Cristo. Para el cristiano este camino de santificación es posible gracias al don de Dios en Cristo: en Él —del cual los santos y ante todo la Virgen María son admirable reflejo—, se manifiestan, al mismo tiempo, la plenitud del rostro de Dios y el verdadero rostro del hombre. En Jesucristo resplan-decen juntos el rostro de Dios y el rostro del hombre. En Jesús encontramos al hombre de Galilea y el rostro del Padre: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9).

Jesús, Verbo hecho carne, es la palabra plena y definitiva del Padre. A partir de la encarnación la voluntad de Dios se encuen-tra en la persona de Cristo. Él, en su vida, en sus palabras y en sus silencios, en sus opciones y en sus acciones y, sobre todo, en su pasión, muerte y resurrección, nos muestra cuál es el proyecto de Dios para todo hombre y mujer, cuál es su voluntad y cómo corresponderle.

Para cada uno de nosotros hoy, este proyecto de Dios es, ‘sen-cillamente’, la plenitud de la vida cristiana, que se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros y por el grado como, con la Gracia del Espíritu Santo, vamos modelando nuestra vida se-gún la de Jesús el Señor. No significa, por tanto, realizar cosas extraordinarias, sino vivir unido al Señor, haciendo nuestras sus actitudes, sus pensamientos y comportamientos. De hecho, también comulgar en la Eucaristía significa expresar y testimo-niar que queremos hacer nuestro su estilo, su modo de vivir y su misma misión.

5 San agustín, Confesiones, 10,28.

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El mismo Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia, se expresa decididamente acerca de la llamada universal a la santidad afirmando que nadie está excluido de ella: «Una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios [...] siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de merecer ser hechos partícipes de su gloria» (LG 41).

«La santidad de la puerta al lado,y la llamdaa universal a la santidad

Edith Stein, atea en aquel momento, cuenta haber recibido, a través de dos encuentros, un estímulo decisivo para su con-versión. El primero, con la esposa de un amigo muerto en la guerra: esta mujer, viuda, confesaba cómo en medio de su dolor atroz había experimentado la luz y la fuerza sorprendentes de la fe. El segundo, con una anciana que, un día de trabajo lleno de quehaceres, llevando las bolsas de la compra, para vivir un momento de intensa comunión y de adoración a Jesús en la Eucaristía, había entrado en una iglesia donde se encontraba Edith por intereses artísticos.

Don Bosco tuvo como mamá y primera maestra a Margari-ta Occhiena, una simple campesina sin estudio alguno, menos aún teológicos, pero con la inteligencia del corazón y la obe-diencia de la fe.

Santa Teresa de Lisieux solía decir que, cuando era pequeña, no comprendía mucho de lo que decía el sacerdote, pero le era suficiente mirar el rostro de su papá Louis para comprenderlo.

Ninguno de estos laicos —Ana Reinach amiga de Edith, la desconocida señora con las bolsas de la compra, Mamá Margari-ta o papá Louis Martin— han pensado alguna vez, seguramente,

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en ser santos, y tampoco se habrán dado cuenta del influjo que ejercían sobre las personas que le estaban cerca, con su sencilla actitud ordinaria, de la cual tal vez no eran conscientes.

La presencia de estas personas simples y determinantes, de estos «santos de la puerta de al lado» (GE 7) —como los llama Papa Francisco—, nos recuerda que en la vida lo importante es vivir la santidad, no tanto llegar a ser reconocidos como tales, algún día. Además, nos hace pensar que los mismos santos canoniza-dos beben de la santidad humilde del pueblo de Dios: la gloria de los primeros es, al mismo tiempo, gloria para los otros en una profunda comunión.

Y vivir la santidad es la experiencia de ser precedidos y sal-vados por el amor de Dios y de aprender a corresponder a este amor fiel. Es la responsabilidad de responder a un don grande.

En este sentido quizá una de las aportaciones más importantes a la espiritualidad cristiana sea la del obispo de Ginebra, Francisco de Sales, con su esfuerzo por proponer santidad para todos, hacien-do pasar la devoción de los claustros al mundo. En su espléndida obra Introducción a la vida devota escribe: «Dios, en el acto de la creación, mandó que cada planta diese fruto según su especie (Gén 1,11-12); de igual modo se ordena a los cristianos, plantas vivas de su Iglesia, que produzcan frutos de devoción según su propia cali-dad y carácter. La devoción debe ser practicada de forma diferente por el caballero, por el artesano, por el criado, por el príncipe, por la viuda, por la doncella, por la casada; y no solo esto, hay que acomodar también su práctica con las fuerzas, las ocupaciones y los deberes de cada estado (…) Dondequiera que nos encontremos, po-demos y debemos aspirar a la vida perfecta»6.

6 FranCisCo de sales, Introducción a la Vida Devota I, 3. en Obras Selectas de San Francisco de Sales, texto preparado por Eugenio Alburquerque, sdb. BAC, Madrid, 2010, 19-20.

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La historia de la Iglesia está muy marcada por innumerables mujeres y hombres que, con su fe, con su caridad y con su propia vida han sido como faros que han iluminado y siguen iluminando a muchas generaciones a lo largo de los años, incluso de los siglos. Ellos son testimonio vivo de cómo la fuerza del Resucitado ha lle-gado en sus vidas hasta el punto al que llegó san Pablo, afirmando (muchas veces sin expresarlo): «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál, 2,20), y lo han plasmado unas veces con la heroicidad de sus virtudes, otras hasta con el sacrificio de la propia vida en el martirio, y otras «en el ofrecer la propia vida por los otros, mante-nida así hasta la muerte» (GE 5). Pero existe también esa santidad anónima, esa que no llegará nunca a los altares, esa que es segura-mente la expresión de una vida no perfecta, pero que, en medio de las imperfecciones y las caídas, ha seguido adelante y ha agradado al Señor (Cf. GE 3). Es la santidad de la propia madre, de una abuela o de otras personas cercanas; la santidad de la pareja que hace un her-moso camino de crecimiento en su amor; de esos padres que crecen, maduran y se donan generosamente a sus hijos, a menudo con sacrificios que nunca se sabrán. Hombres y mujeres, nos recuerda el Papa, que trabajan duramente para llevar el pan a casa; enfermos que viven su enfermedad con paz y en espíritu de fe y comunión con el Jesús doliente; religiosas ya ancianas, con una vida donada, desgastada, que conservan la sonrisa y la esperanza…

Se puede afirmar con certeza que, en todas las épocas de la historia de la Iglesia y en todas las latitudes, ha habido y hay san-tos de todas las edades, de todos los estados de vida y muy dis-tintos entre sí.

Lo expresó también muy bellamente el Papa Benedicto XVI dando su propio testimonio con estas palabras: «Quiero añadir que para mí no solo algunos grandes santos, a los que amo y conozco bien, son señales de tráfico, señales en el camino, sino

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también los santos sencillos, es decir, las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizadas. Son personas nor-males, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero en su bondad de todos los días veo la verdad de la fe»7.

Ciertamente, todo esto lo encontramos en el modo en que tan-tas personas han encarnado el camino cristiano en su vida. Algunos pueden parecer ‘pequeños’ y otros grandes, pero todos en un cami-no que atrae y fascina.

El mismo Papa Benedicto, en una expresión que me parece preciosa y que podría resumir magníficamente el mensaje de este Aguinaldo, dice: «Queridos amigos, ¡qué grande y bella, y también sencilla, es la vocación cristiana vista con esta luz! Todos estamos llamados a la santidad: es la medida de la vida cristiana»8.

María de Nazaret: una luz únicaen el camino de santidad

Todos estos caminos sencillos y anónimos de santidad tienen siempre un modelo al cual mirar y en el cual reflejarse. La san-tidad cristiana tiene en María de Nazaret, madre del Señor, del Hijo de Dios, el más bello y cercano modelo.

María es la mujer del «heme aquí» pleno y total a la voluntad de Dios y en este decir sí, «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38) encuentra la beatitud plena y profunda por todo lo que ese ‘fiat’ le supuso desde la fe, no solo cuando el hijo deja el hogar y se separa porque debe llevar a cabo la misión del Padre, sino en el momento extremo de vivir el dolor de su crucifixión y muerte, dolor atroz como madre.

7 BenediCto XVI, Catequesis en la Audiencia General, 13 de abril de 2011: Insegnamenti VII (2011), 451.8 Ibídem. El subrayado en cursiva es opción personal de quien os escribe.

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En María, la Madre del Señor, podemos encontrar la riqueza de una vida que aceptó el plan de Dios en todo momento, una vida que ha sido un ‘aquí estoy’ permanente dicho a Dios. Qué fascinante re-sulta desde esta perspectiva contemplar a María y meditar el valor de la existencia humana y su sentido pleno en la clave de eternidad.

En su valiente aceptación del misterioso plan de Dios llega a ser Madre de todos los creyentes, modelo para nosotros de escu-cha y aceptación de la Palabra de Dios, y guía segura hacia la san-tidad. Y esto porque nos enseña que solo Dios hace grande nues-tra vida. «El ser humano es grande solo si Dios es grande. Con María debemos comenzar a comprender que es así. No debemos alejarnos de Dios, sino hacer que Dios esté presente, hacer que Dios sea grande en nuestra vida; así, también nosotros seremos divinos: tendremos todo el esplendor de la dignidad divina»9.

Por todo ello, es impensable un camino sencillo de santidad del cristiano sin tener puesta la mirada en María la Madre. Con-templarla es aprender a creer, aprender a esperar, aprender a amar. Y si de su mano oramos como ella y con ella, ciertamente experimentaremos en nuestro andar cotidiano ese consuelo que solo puede venir de Dios. Además, invocarla como Madre del Hijo de Dios será abrir nuestros corazones al regalo, al don, de su intercesión como Madre del Hijo y de sus hijos10.

Con sensibilidad salesiana...Podríamos decir que, si llegamos a ser santos, lo tenemos

todo. Si no nos hacemos santos, lo perdemos todo. La santidad como meta y la invitación insistente y conmovedora a alcanzarla, es también el gran mensaje de Don Bosco, el eje alrededor del 9 benediCto XVI, Homilía de la fiesta de la Asunción de María, 15 de agosto de 2005.10 Precisamente para seguir ‘haciendo este camino mariano’ celebraremos el VIII Congreso In-ternacional de María Auxiliadora en Buenos Aires el próximo año (7-10 de noviembre de 2019), con el lema: María, mujer creyente.

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cual gira toda su propuesta espiritual y su testimonio de vida. Esta santidad de Don Bosco es sencilla y simpática pero robus-ta, y así la comunica y contagia. En la afirmación de Domingo Savio: «Por tanto yo debo y quiero ser todo del Señor y quiero hacerme santo y seré infeliz mientras no sea santo»11, resuena mucho —si no todo— lo que Don Bosco había sabido comu-nicarle, hasta aquel sermón en el cual Domingo había podido escuchar estas palabras animadoras y desafiantes: «Es voluntad de Dios que nos hagamos todos santos; es muy fácil lograrlo; hay un gran premio preparado en el cielo para quien se hace santo; es fácil hacerse santos»12… El mismo Don Bosco sigue escribiendo, a renglón seguido, que aquella predicación fue la que encendió en Domingo Savio todo su corazón en amor de Dios. Y en la sa-biduría pedagógica y espiritual de Don Bosco, que moderaba el deseo penitencial de Domingo y le sugería más bien fidelidad a la vida de oración, al estudio y a sus deberes bien hechos, así como asiduidad a la recreación (y, podemos decir, a toda la dimensión de la vida de relación), se evidencia la conciencia, típicamente salesiana, de la llamada universal a la santidad.

Al fundar la Sociedad de San Francisco de Sales, y después el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora (junto con Madre Mazzarello, cofundadora), Don Bosco se propone como primer objetivo, hasta el día de hoy, la santificación de sus miembros13.

11 Juan Bosco, Vida del jovencito Savio Domenico, alumno del Oratorio de San Francisco de Sales, en Fuentes Salesianas. Don Bosco y su obra, Madrid, Editorial CCS 2015, p. 948. El fragmento completo al que se hace referencia dice así: «Un día se estaban explicando algunas palabras según su etimología. «Y Domingo, dijo él, ¿qué quiere decir?» Se le respondió: «Do- mingo quiere decir: del Señor». «Vea, añadió en seguida, si no tengo razón en pedirle que me haga santo: hasta el nombre dice que yo soy del Señor. Por tanto, yo debo y quiero ser todo del Señor y quiero ha-cerme santo y seré infeliz mientras no sea santo».12 Ibídem, p. 948.13 Cf. Constituciones y Reglamentos de la Sociedad de San Francisco de Sales, Roma 2015 (Madrid, Editorial CCS, 2017), artículos 2, 25, 65, 105.Cf. Constituciones y Reglamentos del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, Roma 2015(Madrid, Editorial CCS, 2016), artículos 5, 46, 82.

COMENTARIO AL AGUINALDO DEL RECTOR MAYOR

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Lo recuerda Don Rua a los Salesianos, poco tiempo después, cuando les exhorta de este modo:

«Esto nos inculcó nuestro amadísimo Don Bosco en el primer artículo de la Santa Regla, donde nos dice que el fin de nuestra Pía Sociedad es, ante todo, la perfección cristiana de sus miembros y después toda obra de caridad espiritual y corporal para con los jóvenes»14. Sin ella, todo el empuje apostólico hacia los muchachos y muchachas podría llegar a ser estéril. Don Bos-co sabe perfectamente que la primera manera, la más radical y decisiva, la única incluso para ayudar a los demás es ser santos.

En esta «escuela de nueva y atrayente espiritualidad apostó-lica»15, Don Bosco lee el Evangelio con una originalidad peda-gógica y pastoral que «implica esencialmente una síntesis nueva y equilibrada, armónica y orgánica, a su estilo, de los elementos comunes a la santidad cristiana, donde las virtudes y los medios de santificación tienen un lugar propio, una dosificación, una si-metría y una belleza que los caracteriza»16.

II. JESÚS Y LA FELICIDAD

Se propone la santidad para todo cristiano porque esta es plenitud de vida y sinónimo de felicidad, de bienaventuranza, felicidad que como cristianos encontramos, en el seguimiento de JESUCRISTO.

Las palabras que siguen a continuación están dirigidas a los jó-venes, y son para ellos, pero bien sabemos que esta ‘santidad tam-

14 Miguel Rua, Santificazione nostra e delle anime a noi affidate. Carta del Rector Mayor a los Inspectores y Directores de América. Valsálice, 24 de septiembre de 1894.15 Juan Pablo II, Discurso en la Universidad Pontificia Salesiana, 31 de enero de 1981: L’Osservatore Romano, 8 de febrero de 1981, 1.16 Egidio Viganó, Descubrir el espíritu de Mornese, ACS, núm. 301, (1981), 24-25.

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bién para ti’ nos envuelve a todos: jóvenes, educadores, padres y madres, laicas y laicos consagrados, religiosas, religiosos, presbíte-ros. Son palabras que alcanzan, en definitiva, a todos y a cada uno de los miembros de nuestra familia salesiana, por lo que todos nos hemos de sentir incluidos y, naturalmente, llega a todo el Pueblo de Dios. Son hermosos los mensajes que, con fuerte convicción, el Papa san Juan Pablo II, el Papa Benedicto XVI, y el Papa Francisco han hecho llegar a los jóvenes. Solo recogeré una pequeña muestra, si bien en todos ellos se pide a los jóvenes que se arriesguen ante el desafío de aceptar a Jesús como garantía de su felicidad.

Esta ha sido la propuesta hecha por san Juan Pablo II al de-cirles a los jóvenes de todo el mundo: «En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la be-lleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de se-guir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna»17

No menos explícito es el Papa Benedicto XVI cuando dice a los jóvenes: «Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la fe-licidad que tenéis derecho de saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía [...]. Estad plenamente convencidos: Cristo no quita nada de lo que hay

17 Juan Pablo II, Vigilia de oración de la XV Jornada Mundial de la Juventud, Roma Tor Vergata, 19 de agosto de 2000.

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de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la per-fección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo [...]. Dejaos sorprender por Cristo. Dadle el «derecho a hablaros»18.

Y el Papa Francisco plantea a los jóvenes que la felicidad no es negociable, no admite bajar las expectativas a niveles que al final no la garantizan de modo estable y sólido sino como algo que se puede consumir en pequeñas dosis, que igual que viene se va y que por supuesto no es la felicidad verdadera ni el camino huma-no de plena realización: «Vuestra felicidad no tiene precio y no se negocia; no es un app que se descarga en el teléfono móvil»19.

Don Bosco quier que sus jófenes sean felicesen el tiempo y en la eternidad

Al comienzo de su Carta de Roma, del 10 de mayo de 1884, Don Bosco escribió a sus jóvenes: «Uno solo es mi deseo, el de verlos felices en el tiempo y en la eternidad»20.

Al término de su vida terrena, estas palabras condensan el corazón de su mensaje a los jóvenes de todas las épocas y del mundo entero. Ser felices, como meta soñada por cada joven, hoy, mañana, a lo largo del tiempo. Pero no solo. En la eternidad está ese plus que solo Jesús y su propuesta de felicidad la santidad precisamente sabe ofrecer. Es la respuesta a la sed profunda del ‘para siempre’ que arde en el corazón de cada joven.

El mundo, las diversas sociedades no son capaces de propo-ner ese ‘para siempre’ ni la felicidad eterna. Dios, sí.

18 benediCto XVI, Discurso en la Fiesta de acogida de los jóvenes en el embarcadero del Poller Rheinwiesen, Colonia, Jornada Mundial de la Juventud, Colonia, 18 de agosto de 2005.19 Papa Francisco, Eucaristía del jubileo de los adolescentes en el año de la misericordia, Roma, 24 de abril de 2016.20 Juan Bosco, Carta de Roma a la comunidad salesiana del Oratorio de Turín-Valdocco, en Fuentes Salesianas. Don Bosco y su obra, Madrid, Editorial CCS 2015, p. 402.

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En Don Bosco todo esto estaba clarísimo y sembraba en sus muchachos el fuerte deseo de llegar a ser santos, vivir para Dios y alcanzar el paraíso: «Encaminó a los jóvenes por la senda de la santidad sencilla, serena y alegre, uniendo en una sola experiencia vital el patio, el estudio serio y un constante sentido del deber»21.

III. SANTOS PARA LOS JÓVENESY CON LOS JÓVENES

La santidad, tan típica del carisma salesiano en el que hay lugar para todos, consagrados y laicos, tiene una traducción espe-cífica en relación con la santidad juvenil. Don Pascual Chávez, mi predecesor, escribió al inicio de su ministerio en la carta ¡Queridos salesianos, sed santos! lo siguiente: «Los jóvenes mismos ayudaron a Don Bosco ‘a iniciar, en la vida de cada día, un estilo de santi-dad nueva, acomodada a las exigencias típicas del desarrollo del chico. Fueron así, de algún modo, simultáneamente discípulos y maestros’. La nuestra es una santidad para los jóvenes y con los jóvenes, porque también en la búsqueda de la santidad ‘los Sale-sianos y los jóvenes caminan juntos’: nos santificamos con ellos, o no seremos santos nunca»22. El verdadero corazón salesiano en nuestra familia sabe que tiene que santificarse para llegar al en-cuentro de los jóvenes. Pero no olvida que se santifica de modo aún más radical en medio de los jóvenes y junto con ellos.

En nuestra Familia Salesiana este deseo puede aplicarse, casi de modo general, de los 31 grupos que la integramos. He buscado con verdadero interés las referencias a la santidad en las Consti-tuciones y Reglamentos de todas las Congregaciones e Institutos de nuestra Familia, en el Proyecto de Vida Apostólica de los Sa-

21 Juan E. Vecchi, Andate oltre. Temi di spiritualità giovanile. Elledici, Torino, 2002.22 Pascual Chávez, «Queridos Salesianos, ¡sed santos!», ACG 379, (2002), 22.

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lesianos Cooperadores, en los Idearios, Estatutos y Reglamentos (según los nombres que les son propios) de todos los grupos que integramos el gran árbol de nuestro carisma, y puedo asegurarles que, de un modo u otro, todos contemplamos la santidad como meta y finalidad para la cual hemos nacido como institución reli-giosa, a fin de alcanzarla en la propia vida. Una santidad que, por tanto, se propone para cada uno de los miembros y que se tiene como meta del apostolado para con los demás.

La juventud, un tiempo para la santidadConvencidos de que la santidad «es el rostro más bello de

la Iglesia» (GE 9), antes de proponérsela a los jóvenes estamos todos llamados a vivirla y dar testimonio, siendo de esta manera una comunidad simpática, como la presentan repetidas veces los Hechos de los Apóstoles (cf. GE 93). Solo a partir de esta co-herencia se vuelve importante acompañar a los jóvenes por los caminos de la santidad.

Si san Ambrosio afirmaba que «cualquier edad es ma-dura para la santidad»23, sin duda alguna lo es también la edad juvenil. En la santidad de muchos jóvenes la Iglesia reconoce la gracia de Dios que previene y acompaña la historia de cada uno, el valor educativo de los sacramentos de la Eucaristía y de la Re-conciliación, la fecundidad de caminos compartidos en la fe y en la caridad, la carga profética de estos campeones que, a menudo, han sellado con la sangre su existencia de discípulos de Cristo y misioneros del Evangelio. Para los jóvenes de hoy en día, el testimonio auténtico es el lenguaje más deseado, y por eso mis-mo la vida de los jóvenes santos es la verdadera palabra de la Iglesia, y la invitación a iniciar una vida santa es la llamada más necesaria que estos jóvenes tienen. Un auténtico dinamismo es-piritual y una fecunda pedagogía de la santidad no decepcionan 23 San ambrosio, De Virginitate, 40.

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las aspiraciones profundas de los jóvenes, o sea, su necesidad de vida, de amor, de desarrollo, de felicidad, de libertad, de futuro, de plenitud y también de misericordia y reconciliación.

Ciertamente, lo que se propone es un gran desafío; atrayente por un lado y que produce temor e indecisión por el otro. Supone vencer la tentación de vivir al día. Y, puesto que el desafío de la santidad no es una cosa diferente de la vida que hacemos todos los días, es exactamente esa misma existencia ordinaria vivida de una manera extraordinaria, la que llega a ser bella por la gracia de Dios. El fruto del Espíritu Santo es en efecto una vida vivida en la alegría y en el amor, y en eso consiste la santidad. Es precio-so en este sentido el ejemplo que el Papa ofrece como testimo-nio de vida del cardenal vietnamita Francisco Javier Nguyên Van Thuân, vida que transcurrió tantos años en la cárcel. Renunció conscientemente a consumirse, a agotarse mentalmente esperan-do la liberación y tomó otra opción:

«vivo el momento presente colmándolo de amor»… y «aprovecho las ocasiones que se presentan cada día para rea-lizar acciones ordinarias de manera extraordinaria» (GE 17).

Jóvenes santos y juventud de los santos«Jesús invita a cada uno de sus discípulos al don total

de la vida, sin cálculos ni intereses humanos. Los santos acogen esta invitación exigente y optan con humilde docili-dad por seguir a Cristo crucificado y resucitado. La Iglesia contempla en el cielo de la santidad una constelación siem-pre más numerosa y luminosa de chicos, adolescentes y jó-venes santos y beatos, que desde los tiempos de las primeras comunidades cristianas llegan hasta nosotros. Invocándolos como protectores, la Iglesia los propone a los jóvenes como

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punto de referencia para su existencia»24. En diferentes en-cuestas sobre los jóvenes, también las preparatorias al Síno-do de Obispos, los mismos jóvenes reconocen que son «más receptivos a una narrativa de la vida que a un discurso teológico abstracto»25 y consideran la vida de los santos re-levante para ellos, por lo que sin duda es importante presen-tarlos de manera apropiada según su edad y condiciones.

Es oportuno recordar que junto a los «santos jóvenes» es ne-cesario presentar a los jóvenes «la juventud de los santos». Todos los santos han vivido la edad juvenil y sería útil para los jóvenes de hoy conocer de qué manera los santos han vivido el tiempo de su juventud. De este modo se podrían descubrir muchas si-tuaciones juveniles que no han sido ni sencillas ni fáciles y en las cuales Dios ha estado presente y misteriosamente activo. Hacer ver que su gracia actúa por caminos complicados, por sendas im-previsibles puede ayudar a muchos jóvenes, sin exclusión alguna, a cultivar la esperanza de una santidad siempre posible.

El último número del documento final del Sínodo afirma, en sintonía con lo que se viene diciendo, que también la santi-dad de los jóvenes es parte de la Iglesia, así como «su santidad, que en estos últimos decenios ha tenido un multiforme flore-cimiento en todas las partes del mundo. Contemplar y meditar durante el Sínodo el valor de tantos jóvenes que incluso han renunciado a su propia vida a fin de mantenerse fieles al Evan-gelio, ha sido conmovedor para nosotros; escuchar los testimo-nios de los jóvenes presentes en el Sínodo que en medio de las

24 Sinodo de los Obispos, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Instrumentum Labo-ris, Roma, 2018, 214.25 Documento final de la reunión pre-sinodal de los jóvenes (19-24 marzo 2018), previa a la XV Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, Los jóvenes, la fe y el discernimiento voca- cional. Parte II, Introduzione. http://www.synod2018.va/content/synod2018/es/actualidad/- do-cumento-final-de-la-reunion-pre-sinodal-de-los-jovenes--tradu.html.

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persecuciones han elegido compartir la pasión del Señor, ha sido revitalizante. A través de la santidad de los jóvenes la Igle-sia puede renovar su ardor espiritual y su vigor apostólico»26.

IV. ¿QUÉ QUIERE DECIR:"LA SANTIDAD TAMBIÉN PARA TI"?

El Papa Francisco lo dice de un modo sencillo y directo.

Habiendo afirmado que para ser santos no se necesita ser obis-pos, sacerdotes, religiosas o religiosos, añade: «Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y com-petencia tu trabajo al servicio de los hermanos ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales» (GE 14).

Esto nos anima a traducir en palabras sencillas este gran de-safío que resulta una preciosa ‘provocación’ para todos en todas las edades y etapas de la vida.

¿Qué es entonces la santidad, esta santidadque se nos presenta tan cercanay accesible al joven, a la mujer y al varón de hoy?

• Se trata de algo cercano, real, concreto y posible. Más aun, se trata de la vocación fundamental al amor, como re-

26 Sínodo de los Obispos, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Documento final, 167.

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conocía el Concilio Vaticano II (LG 11), en la que, para la persona, la esencia de esta llamada a la santidad es la cari-dad plenamente vivida: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16).

• Se trata de hacer fructificar la gracia del Bautismo sin te-mer que Dios nos pida demasiado: «Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por él, elige a Dios una y otra vez.» (EG 15). Se trata de vivir en el Es-píritu, dejarse guiar por Él en la sencillez de lo cotidiano.

Benedicto XVI invitaba a todos los jóvenes «a abrir-se a la acción del Espíritu Santo, que transforma nuestra vida, para ser nosotros como teselas del gran mosaico de santidad que Dios va creando en la historia»27.

• Se trata de ser santos alegres porque así nos ha ‘soñado’ Dios. «Lo dicho hasta ahora no implica un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico, o un bajo perfil sin energía. El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor» (GE 122). Juan Bosco, cuando era joven, había fundado la Socie-dad de la Alegría y Domingo Savio solía decir a los recién llegados al Oratorio: «aquí hacemos consistir la santidad en estar muy alegres»28 (aunque bien sabemos que no era una alegría superficial sino muy bien anclada en la profundi-dad, en la interioridad, en la responsabilidad ante la vida y ante Dios mismo). Don Bosco entendía muy bien, y así consiguió transmitirlo a sus muchachos, que compromiso y alegría van unidos, y que santidad y alegría son un bino-mio inseparable.

27 benediCto XVI, Catechesi en la Audiencia General del 13 abril de 2011. Insegnamenti VII (2011).28 MBe V, 258.

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Es la suya una invitación y llamada a la santidad de la alegría, y a la alegría vivida en una vida santa. Esto no sig-nifica que ignoremos que el empeño de la santidad tiene su audacia porque es, en definitiva, un camino que va contracorriente, un camino no pocas veces de contesta-ción, donde en algunos momentos deberemos ser, como Jesús, signos de contradicción.

• Se trata de un camino, el de la santidad, que asume la dimensión de la Cruz.

El Papa Francisco nos recuerda la necesidad de so-lidez interior para ser perseverantes y constantes en el bien; nos dice que «hace falta luchar y estar atentos fren-te a nuestras propias inclinaciones agresivas y egocén-tricas para no permitir que se arraiguen» (EG 114); nos anima a tener esa parresía evangélica para no dejarnos dominar por el miedo; sobre todo invita a no dejar de contemplar al Crucificado, fuente de gracia y de libe-ración. «Y si ante el rostro de Cristo todavía no logras dejarte sanar y transformar, entonces penetra en las en-trañas del Señor, entra en sus llagas, porque allí tiene su sede la misericordia divina» (EG 151).

Quizá la referencia a la Cruz no es lo más frecuente entre nosotros, hoy. Pero seguramente también en esto tenemos que cambiar; pues no se puede vivir una autén-tica vida cristiana y un camino de santidad en lo coti-diano al margen de la Cruz.

Habiendo podido asistir durante la celebración del úl-timo Sínodo a la canonización de san Pablo VI y de otros seis santos más, encuentro muy oportunas estas palabras de Pablo VI: «¿Qué sería un evangelio, es decir, un cristia-

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nismo sin cruz, sin dolor, sin el sacrificio de Jesús? Sería un evangelio, un cristianismo sin redención, sin salvación, de la cual tenemos necesidad absoluta. El Señor nos ha salva-do con la cruz; con su muerte nos ha vuelto a dar esperan-za, el derecho a la vida… Cargar con la cruz es algo grande, grande. Quiere decir afrontar la vida con coraje, sin blan-duras ni vilezas; quiere decir transformar en energía moral las dificultades que nunca faltarán en nuestra existencia; quiere decir saber comprender el dolor humano y, por úl-timo, saber amar verdaderamente»29.

• Se trata de vivir la santidad porque no nos aleja de nuestros deberes, intereses, afectos, antes bien los asu-me en la caridad. La santidad es la perfección de la ca-ridad y por eso da respuesta a la necesidad fundamen-tal del ser humano: ser amado y amar. Tanto más santo cuanto más hombre y mujer porque «no es que la vida tenga una misión, sino que es misión» (GE 27). La santi-dad, por lo tanto, es un camino de humanización. «Nos hace falta un espíritu de santidad que impregne tanto la soledad como el servicio, tanto la intimidad como la tarea evangelizadora, de manera que cada instante sea expresión de amor entregado bajo la mirada del Se-ñor. De este modo, todos los momentos serán escalones en nuestro camino de santificación» (GE 31).

La santidad coincide con el pleno florecimiento de lo humano. No propone un camino que deshumaniza y descontextualiza, que aleja de lo humano y del contexto concreto, al contrario, permite experimentar de una mane-ra cada vez más integral y verdadera la humanidad propia y la de los hermanos. En el rostro de un santo auténtico es

29 Pablo VI, Discurso durante el ‘Via Crucis’, Roma, 24 de marzo de 1967

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posible reconocer, en forma muy clara, al hombre o a la mujer que es, con toda la riqueza afectiva y de voluntad, relacional y de inteligencia que lo caracteriza. «En los san-tos es evidente que quien va hacia Dios no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos»30.

Invito ya desde ahora a recordar esto mismo cuando al final de este escrito hablemos de nuestros santos, beatos, siervos de Dios y venerables de nuestra Familia Salesiana, por el precioso testimonio que nos ofrecen en sus vidas.

Don Bosco mismo, en su gran humanidad, ha sido el primero que ha encontrado, sanado, reconciliado a sus muchachos que con tanta frecuencia llegaban al oratorio habiendo vivido duras situaciones de pobreza afectiva, de dificultad económica; de orfandad y de abandono. A estos muchachos les ofrecía toda la riqueza del espíritu de fami-lia y del Sistema Preventivo, en un magnífico clima, tam-bién espiritual, ayudaba a sanar. Tales heridas eran curadas gracias a la paternidad del mismo Don Bosco, al clima de familia, de alegría y al camino de fe y de amistad con Jesús al que Don Bosco llevaba a sus muchachos.

En Mornese, Madre Mazzarello y las primeras her-manas, han vivido con la sensibilidad propia de la mujer este encontrarse con la humanidad de aquellas niñas y muchachas pobres, acogidas en la primera casa salesiana de las FMA. Y así se ha ido repitiendo nuestra historia en tantísimos grupos de nuestra Familia Salesiana, con un modo muy propio, muy nuestro, que es también del Evangelio, de poder curar y sanar la humanidad de cada persona herida con quien nos encontramos.

30 benediCto XVI, Deus caritas est, Roma, 25 de diciembre de 2005, 42.

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• Se trata de una santidad que es al mismo tiempo un de-ber y un don (es decir, una vocación, una responsabili-dad, un compromiso y un regalo). La santidad es partici-pación a la vida de Dios, no es una perfección entendida desde una visión voluntarista y moralizante, una meta que se presume de alcanzar únicamente con las propias fuerzas, porque una vida santa no es fruto principalmen-te de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, sino de Dios, el tres veces Santo (Cf. Is 6,3) quien nos hace santos y nos da fortaleza y voluntad desde nuestro interior.

Y la santidad compromete, responsabiliza. Hay algo que solamente uno mismo puede hacer: «Ojalá puedas reconocer cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con tu vida.» (GE 24). Y en el caso de las consagradas y consagrados de nuestra Familia Salesiana este deber se vuelve indispensable. Pablo VI lo decía de este modo tan radical: «La vida religiosa deber ser santa o no tiene ya razón de ser»31

V. ALGUNOS POSIBLES INDICADORESDE SANTIDAD

Me permito sugerir seguidamente algunas pistas que pueden ser válidas para cada uno personalmente y para nuestra misión:

• Vivir ‘la vida de cada día’ como lugar de encuentro con Dios

El corazón salesiano, que nos distingue como familia carismática, se caracteriza porque desde la fe se concibe la vida de un modo positivo, y el día a día se entiende como

31 Pablo VI, Discurso del 27 de junio de 1965, citado en Egidio Viganò, Recuperemos juntos nuestra santidad. ACS, 303, (1982), 21.

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lugar del encuentro con Dios. Tal lugar pasa a través de una realidad llena de relaciones, trabajo, alegría y distensión, vida de familia, desarrollo de las propias capacidades, do-nación, servicio…, vivido todo ello a la luz de Dios. Y esto se concreta, de modo sencillo, en una convicción muy sa-lesiana que nos viene del mismo Don Bosco: para ser santo hay que hacer bien lo que se debe hacer.

Es la propuesta de santidad en la vida cotidiana. Si Te-resa de Ávila encuentra la santidad entre los ‘pucheros’, y Francisco de Sales quiere mostrar que el cristiano puede ser santo viviendo en el mundo, en medio de los que-haceres de la vida y sus preocupaciones, Don Bosco crea en sus muchachos en Valdocco una verdadera escuela de santidad, con la sencillez de la alegría, del deber cumpli-do, y de vivirlo todo por amor al Señor.

• Ser personas y comunidades de oración

La santidad es el don más grande que podemos ofrecer a los jóvenes, y añado más: los jóvenes de hoy, los muchachos y muchachas y sus familias, necesitan del testimonio de nuestras vidas, y esta santidad sen-cilla será el regalo más valioso que les podamos ofre-cer, como ya he dicho. Pero este camino no se recorre sin profundidad de vida, sin una fe auténtica y sin la oración como expresión de esa fe. «No creo en la san-tidad sin oración» (GE 147), nos dice el Papa Francis-co. No es posible nada de esto sin la intimidad con Jesús el Señor: Oración de agradecimiento, expresión de una memoria agradecida; oración de súplica, ex-presión de un corazón que confía en Dios; oración de intercesión, expresión de amor fraterno; oración de

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adoración, expresión de reconocimiento al Dios que nos transciende; oración de meditación de la Palabra, expresión de un corazón dócil y obediente; plegaria eucarística, fuente y culmen del camino de santidad.

• Desarrollar los frutos de la presencia del Espíritu San-to en nuestras vidas

Frutos como el amor, la caridad, alegría, paz, pa-ciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedum-bre, dominio de sí... La santidad no es pelea, disputa, envidia, división, prisa. «La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia» (GE 34).

• Practicar las virtudes

Es decir, no solo rechazando el mal y aferrándose al bien, sino apasionándose por el bien, haciendo bien el bien, todo el bien… Oración y acción en el mundo, servicio y en-trega, y también los tiempos de silencio. «Todo puede ser aceptado e integrado como parte de la propia existencia en este mundo, y se incorpora en el camino de santificación… y nos santificamos en el ejercicio responsable y generoso de la propia misión» (GE 26). Entonces, alcanzar la vida buena del Evangelio en la práctica gozosa y constante de las virtudes será realmente el camino simple de la santidad.

• Testimoniar la comunión

Del camino de santidad se hace experiencia jun-tos, y el camino de la santidad es un camino vivido en comunidad y se alcanza juntos. Los santos siempre es-tán juntos, en compañía. Donde hay uno, se encuentran

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siempre otros. La santidad de lo cotidiano hace florecer la comunión y es un generador relacional. Nos hacemos santos juntos. La santidad no es posible aisladamente y Dios no nos salva aisladamente, y «por eso nadie se sal-va solo, como individuo aislado» (GE 6). La santidad se nutre de relaciones, de confianza, de comunión porque la espiritualidad cristiana es esencialmente comunitaria, eclesial, profundamente diversificada, muy lejana de una visión elitista y de heroísmo de la santidad.

Por el contrario, no hay santidad cristiana allí don-de se olvida la comunión con los demás y la búsqueda del rostro del otro, allí donde se olvida la fraternidad y la ternura.

• Comprender que la vida de cada uno es Misión

El Papa hace una invitación a entender la totalidad de la propia vida como una misión. Cuando una perso-na se pregunta acerca del sentido de su vida, y por qué está aquí, cuando se pregunta, a veces en las situaciones más difíciles o duras, para qué y a quién sirve la vida que tengo, o cuál es mi aportación a este mundo, se está pre-guntando acerca de cuál puede ser su misión. Y a la luz de esta mirada resulta que «para un cristiano no es posi-ble pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad» (GE 19), dando siempre lo mejor de sí mismo en este empeño.

Algunas casas salesianas como Valdocco, Mornese, Valsalice, Nizza, Ivrea, Turín San Giovannino… dieron testimonio desde el inicio de la santidad como experiencia compartida, que florece en amistad, donación y servicio (hoy diríamos vida entendida como vocación y misión).

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• Buscar la sencillez de las Bienaventuranzas, que no es igual que facilidad (Cf. GE 70-91)

Jesús nos ha ofrecido, en la propuesta de las Bienaven-turanzas, un verdadero camino de santidad. Las Bienaven-turanzas «son como el carnet de identidad del cristiano» (GE 63).

En ellas se nos propone un modo de vida en el que se hacen procesos que van desde la pobreza de corazón, que es también austeridad de vida, al reaccionar con humilde mansedumbre en un mundo donde se pelea fácilmente por cualquier cosa. Desde el coraje de dejarse traspasar por el dolor de los demás y sentir compasión, al buscar con verdadera hambre y sed la justicia mientras otros se repar-ten el pastel de la vida, que consiguen por medio de las injusticias, la corrupción y los abusos de poder.

Las Bienaventuranzas llevan al cristiano a pasar del mi-rar al actuar con misericordia, que significa ayudar a los demás y también perdonar; llevan a conservar un corazón limpio de todo lo que ensucia el amor hacia Dios y hacia el prójimo. La propuesta de Jesús pide de nosotros sembrar paz y justicia y construir puentes entre las personas. Nos pide también aceptar las incomprensiones, las falsedades dichas sobre uno mismo, y, en definitiva, todas las formas de persecución, hasta las más sutiles que hoy existen.

• Crecer con pequeños gestos (GE 16)

Es otro indicador sencillo, práctico y al alcance de todos. Dios nos llama a la santidad por medio de los pe-queños gestos, por medio de las cosas sencillas, aquellas que sin duda podemos descubrir en otros y hacer rea-

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lidad en nosotros mismos en el día a día. Enriquecido además por el hecho de que el camino de santidad no es ni único, ni el mismo para todos, y se hace camino de santidad en la propia condición de hombre y de mujer. En este sentido la delicadeza femenina, la finura de los pequeños detalles y gestos es un ejemplo magnífico para todos. Por eso el mismo Papa dice:

«Quiero destacar que el genio femenino también se manifiesta en estilos femeninos de santidad, indispen-sables para reflejar la santidad de Dios en este mundo y… me interesa recordar a tantas mujeres desconoci-das u olvidadas quienes, cada una a su modo, han sos-tenido y transformado familias y comunidades con la potencia de su testimonio» (GE 12).

• Todo, excepto renunciar a volar cuando ¡hemos nacido para las cumbres!

Son muchos los pequeños pasos que nos pueden ayudar a hacer camino en la santidad, esa santidad cris-tiana sencilla, anónima pero que va modelando nues-tras vidas de un modo bello. Como digo, todo puede ayudar, todo excepto renunciar al vuelo cuando ¡hemos nacido para las cumbres!, pues somos «elegidos de Dios, santos, amados» (Col 3,12).

Lo que quiero decir lo expresa magníficamente Ma-merto Menapace en un precioso cuento, metáfora bella del dilema entre quedarse a ras de suelo o emprender el vuelo que nos lleva hacia Dios, hacia la santidad, hacia lo alto, hacia las cumbres.

Dice así el cuento:

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Una vez un campesino, que andaba repechando la cordillera, encontró entre las rocas de las cumbres un extraño huevo. Era demasiado grande para ser de ga-llina. Y resultaba demasiado chico para ser de avestruz.

No sabiendo lo que era, decidió llevárselo. Cuando llegó a su casa, se lo entregó a su señora, que justamente tenía una pava empollando una nidada de huevos recién colocados. Viendo que más o menos eran del tamaño de los otros, fue y lo colocó también a este debajo de la pava clueca.

Dio la casualidad de que, para cuando empezaron a romper los cascarones los pavitos, también lo hizo el pichón que se empollaba en el huevo traído de las cum-bres. Y aunque resultó un animalito no del todo igual, no desentonaba demasiado del resto de la nidada. Y sin embargo se trataba de un pichón de cóndor. Si, de cón-dor, como usted oye. Aunque había nacido al calor de la pava clueca, la vida le venía de otra fuente.

Como no tenía de donde aprender otra cosa, el bichi-to imitó lo que veía hacer. Piaba como los otros pavitos, y seguía a la pava grande en busca de gusanitos, semillas y desperdicios. Escarbaba la tierra y, a los saltos trataba de arrancar las frutitas maduras de los arbustos. Vivía en el gallinero y le tenía miedo a los perros que muchas veces venían a disputarle la comida. De noche se subía a las ramas del algarrobo por miedo de las comadrejas y otras alimañas. Vivía totalmente en la pavada, haciendo lo que veía hacer a los demás.

A veces se sentía un poco extraño. Sobre todo, cuan-do tenía oportunidad de estar a solas. Pero no era fre-

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cuente que lo dejaran solo. El pavo no aguanta la sole-dad, ni soporta que otros se dediquen a ella. Es bicho de andar siempre en bandada, sacando pecho para impre-sionar, abriendo la cola y arrastrando el ala. Cualquier cosa que los impresione, es inmediatamente respondida con una sonora burla. Cosa muy típica de estos pajaro-nes que, a pesar de ser grandes, no vuelan.

Un mediodía de cielo claro y nubes blancas allá en las alturas, nuestro animalito quedó sorprendido al ver unas extrañas aves que planeaban majestuosas, casi sin mover las alas. Sintió como un sacudón en lo profundo de su ser. Algo así como un llamado viejo que quería desper-tarlo en lo íntimo de sus fibras. Sus ojos, acostumbrados a mirar siempre al suelo en busca de comida, no lograban distinguir lo que sucedía en las alturas. Pero su corazón despertó a una nostalgia poderosa. ¿y él, por qué no vola-ba así? El corazón le latió, apresurado y ansioso.

Pero en ese momento se le acercó una pava pregun-tándole lo que estaba haciendo. Se rio de él cuando sin-tió su confidencia. Le dijo que era un romántico, y que se dejara de tonterías. Ellos estaban en otra cosa. Tenía que ser realista y acompañarla a un lugar donde había encon-trado mucha frutita madura y todo tipo de gusanos.

Desorientado el pobre animalito se dejó sacar de su em-brujo y siguió a su compañera que lo devolvió a la pavada. Retomó su vida normal, siempre atormentado por una pro-funda insatisfacción interior que lo hacía sentir extraño.

Nunca descubrió su verdadera identidad de cóndor. Y llegado a viejo, un día murió. Sí, lamentablemente mu-rió en la pavada como había vivido.

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¡Y pensar que había nacido para las cumbres!»32.

De esto se trata en el camino de crecimiento cris-tiano hacia la santidad. «No tengamos miedo de tender hacia lo alto, hacia las alturas de Dios; no tengamos miedo a que Dios nos pida demasiado»33.

VI. CAMINOS DE SANTIDAD HOY a la luz de nuestra historia como Familia Salesiana

Hay muchas estradas diversas en el camino de la san-tidad. Sabemos que algunos son santos, pero no sabemos nunca quién lo es más que otro. Solamente Dios conoce los corazones y hay una belleza particular en cada uno. No hay que pedirle a una persona aquello que no puede o no debe dar. Decir esto es alentador e infunde serenidad. De lo con-trario nos convenceremos de que no podemos ser santos, porque nunca lo seremos como lo son algunos santos que nos han sido propuestos como modelos. «No debemos po-ner en la santidad más perfección de la que realmente tie-ne»34. Es decir, heroicidad cristiana no es lo mismo que he-roísmo, y la perfección cristiana no es el perfeccionismo del superhéroe. «En la casa de mi Padre hay muchas moradas» (Jn 14,2). El paraíso es como un jardín donde se encuentran la humilde violeta, el sublime lirio y la rosa. Ninguna condi-ción representa un obstáculo insuperable para la plenitud de la alegría y de la vida.

32 M. Menapace osb, Cuentos Rodados, Ed. Patria Grande, Buenos Aires, 1986.33 Benedicto XVI, Catechesi en la Audiencia General del 13 de abril de 2011. Insegnamenti VII (2011).34 Patrick Catry, Le tracce di Dio, en Aa. Vv., La missione ecclesiale di Adrienne von Speyr. Atti del 2° Colloquio Internazionale del pensiero cristiano, Jaca Book, Milano 1986, 32 (citado en L. M. Zanet, La santità dimostrabile. Antropologia e prassi della canonizzazione, Dehoniane, Bologna 2016, 204).

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Con Don Bosco no encontramos solamente a Domin-go Savio, a Juan Massaglia y Francisco Besucco; también existe Miguel Magone y tantos otros muchachos más di-fíciles y con historias aún más dolorosas. En las primeras obras de los Salesianos y de las Hijas de Maria Auxiliado-ra, encuentran su verdadera casa huérfanos y muchachos y muchachas marcados, por situaciones muy diferentes: Por injusticias y traumas (Carlos Braga, Laura Vicuña…); a ve-ces con heridas muy personales: Andrés Beltrami y Augus-to Czartoryski que sabían que, a causa de la enfermedad, nunca habrían podido vivir la vida oratoriana ordinaria. Artémides Zatti que se vio impedido de seguir su camino hacia el ministerio ordenado por causa de su enfermedad. Francisco Convertini que manifestaba cualidades intelec-tuales muy limitadas; únicamente su irradiante santidad convenció a los ‘superiores’ de hacerlo continuar hacia el presbiterado. Alejandrina Maria da Costa que se vio obli-gada a vivir en una cama a causa de una parálisis progre-siva; lo mismo ha vivido Nino Baglieri. Vera Grita, mística salesiana, vivió un calvario parecido a causa de un trauma causado por un accidente.

De esta manera, en la casa de Don Bosco encuentran lugar una multiplicidad de interlocutores heridos por dife-rentes motivos a causa de situaciones familiares o persona-les, personas que, según criterios únicamente de prudencia humana o de eficiencia no habrían sido aceptados en nin-gún momento; personas que, con una mirada superficial, parecían contrastar completamente con la pujanza alegre y hasta robusta del espíritu salesiano. Sin embargo, a la luz de la fe, vemos con hechos concretos, que ninguna condición personal es impedimento para la santidad.

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• Cada santo es una palabra de Dios encarnada

No hay dos santos iguales. Imitar a los santos no es copiar-los. Cada uno necesita de su propio ritmo y tiempo y tiene su propio camino ya que «los caminos de la santidad son perso-nales»35. La galaxia de la santidad es amplia y diferenciada; nos hay que nivelarla con una genérica orientación hacia el bien, sino que hay que verla como fuente inagotable de inspiración y de proyección. Imágenes vivas del Evangelio, los santos inter-pretan su espíritu más auténtico y son el espejo que refleja el rostro de Cristo Jesús, el Santo de Dios. Ellos difunden el don de la bondad y de la belleza, no se dejan condicionar por las modas pasajeras y efímeras del momento, y con el empuje de un corazón siempre joven hacen posible el milagro del amor.

Con la fuerza de la gracia, los santos cambian el mundo y cambian también a la Iglesia, que se vuelve más evangélica y más creíble gracias a su testimonio. El mismo Espíritu Santo, que ha inspirado a los autores sagrados, es el que anima a los Santos a dar la vida por el Evangelio. Sus diversos modos de ‘encarnar’ la santidad son camino seguro para una hermenéu-tica viva y eficaz de la Palabra de Dios.

• Cada santo de nuestra Familia Salesiana nos dice que la santidad es posible.

Cada santo, beato, venerable, siervo de Dios es portador de una riqueza de aspectos que merecen mayor considera-ción y valorización. Se trata de contemplar un diamante se-gún sus diferentes facetas, algunas más visibles y atrayentes, otras menos inmediatas y simpáticas, pero no por ello menos verdaderas y determinantes. Conocer y hacer conocer estas

35 Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte (Roma, 6 de enero de 2001), 31.

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extraordinarias figuras de creyentes produce una progresiva implicación en su mismo camino, un apasionado interés por su experiencia de vida, el gozoso compartir de los proyectos y de las esperanzas, que animaron sus pasos.

Ofrezco algunos ejemplos:

• La santidad de los jóvenes «en nuestra casa» con los testimonios de Domingo Savio, Laura Vicuña, Ceferino Namuncurá, los cinco jóvenes oratorianos de Poznan, Alberto Marvelli y otros…, son 46 los santos y beatos jóvenes de la Familia Salesiana con menos de 29 años.

Vale la pena destacar de modo especial algunos aspectos del testimonio de santo Domingo Savio:

• La referencia a la realidad preventiva no solo como aspecto pedagógico educativo, sino como hecho teológico. En su vida, como Don Bosco mismo lo testimonia, se da una gracia preventi-va, que actúa y se manifiesta36.

• El valor determinante de la Primera Comunión37.

36 Recuerda Don Bosco: «Conocí en aquel joven un alma toda según el espíritu del Señor y quedé no poco asombrado considerando las obras que la gracia divina ya había realizado en tan tierna edad», Juan Bosco, Vida del jovencito Savio Domenico, alumno del Oratorio de San Francisco de Sales, en Fuentes Salesianas. Don Bosco y su obra, Madrid, Editorial CCS 2015, p. 941.37 El estupor en la historia de Domingo Savio es típicamente eucarístico, y encuentra su momen-to de gracia en el día de la Primera Comunión, visto come una semilla que, de ser cultivada, es fuente de vida gozosa y de serios compromisos: «Aquel día fue para él siempre memorable y se le puede llamar verdadero principio o, más bien, continuación de una vida que puede servir de modelo a cualquier fiel cristiano. Años después, al hacerle hablar de su primera comunión, se le veía todavía transparentar la más viva alegría en el rostro. ‘¡Oh! Aquel, solía decir, fue para mí el día más hermoso y un gran día’. Escribió algunos recuer- dos que conservaba celosamente en un libro de devoción y que con frecuencia leía […]. 1° Me confesaré con mucha frecuencia y haré la comunión todas las veces que el confesor me lo permita. 2° Quiero santificar los días festivos. 3° Mis amigos serán Jesús y Maria. 4° La muerte, pero no pecados. Estos recuerdos, que iba repitien-do con frecuencia, fueron como la guía de sus acciones hasta el final de la vida», en Juan BosCo, Vida del jovencito Savio Domenico, p. 935.

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• El hecho de ser un líder, llevando la delantera a mu-chos siendo maestro en las vías de Dios (como Don Bosco lo vio en el sueño de Lanzo de 1876); hecho que es confirmado en la vida de tantos de nuestros beatos, venerables y siervos de Dios, que han hecho propios los propósitos de Domingo Savio: Laura Vi-cuña, Ceferino Namuncurá, José Kowalski, Alberto Marvelli, José Quadrio, Octavio Ortiz Arrieta.

• El papel de Domingo en la fundación de la Compa-ñía de la Inmaculada, semillero de la futura Con-gregación salesiana, en relación con Juan Massaglia, verdadero amigo de las cosas del alma, del cual Don Bosco dijo: «Si quisiese describir los bellos rasgos del joven Massaglia, debería repetir en gran parte las cosas dichas de Savio, de quien fue fiel seguidor mientras vivió»38.

• La santidad misionera del carisma salesiano ma-nifestada en un número considerable de mujeres y hombres, consagrados y seglares que resaltan el anuncio del Evangelio, la inculturación de la fe, la promoción de la mujer, la defensa de los derechos de los pobres y de los indígenas, la fundación de iglesias locales. Impresiona profundamente cómo una grandísima parte de los hermanos y hermanas de nuestra Familia Salesiana que están en camino de reconocimiento de sus virtudes heroicas y de su santidad sean misioneros o misioneras (beatas Ma-ría Romero Meneses y Maria Troncatti, FMA; vene-rable Vicente Cimatti).

38 Juan Bosco, Vida del jovencito Savio Domenico, p. 966.

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• La santidad victimal oblativa que manifiesta la raíz profunda del Da mihi animas, coetera tolle. Encabe-za el grupo de aquellos que viven esta particular di-mensión espiritual el venerable don Andrés Beltrami (1870-1897), cuyo testimonio es paradigmático de una experiencia de santidad, que tiene su origen en el trio Andrés Beltrami, Augusto Czartoryski, Luis Va-riara, y continúa en el tiempo con otras grandes figu-ras como las beatas sor Eusebia Palomino, Alexandri-na Maria da Costa, Laura Vicuña, sin olvidar al grupo numeroso de los mártires (entre ellos los 95 mártires de la Guerra Civil española, de ellos muchos jóvenes hermanos en formación y jóvenes sacerdotes).

• La dimensión de la familia herida: familia en la cual desaparece uno de los padres, o bien la pre-sencia del padre o de la madre se vuelve dañina para los hijos, por razones diferentes (físicas, psí-quicas, morales o espirituales). Por eso Don Bosco, que había sufrido por la muerte prematura de su padre y el alejamiento de la familia a raíz de la pru-dente decisión de Mamá Margarita, quiere que la «obra salesiana» se dedique de forma especial a «la juventud pobre y abandonada»

• Laura Vicuña, nacida en Chile en 1891. No tenía el reconocimiento de un padre y su madre inicia en Argentina una convivencia con el rico propie-tario Manuel Mora. Laura, herida por la situación de irregularidad moral de su madre, ofrece la vida por ella.

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• Carlos Braga, nacido en Valtellina (en el norte de Italia) en 1889. Es abandonado desde muy pequeño por el padre, y su madre, por una mez-cla de ignorancia y de maledicencia, fue consi-derada psicológicamente inestable. Carlos su-fre grandes humillaciones y verá muchas veces cuestionada su vocación salesiana; sin embar-go, en medio de estas dificultades crecerá en él una gran fuerza de reconciliación y ofrecerá el testimonio de una profunda paternidad y bon-dad, especialmente hacia los padres de los her-manos salesianos.

• La dimensión vocacional: en el contexto del bi-centenario del nacimiento de Don Bosco han sido proclamados beatos dos salesianos mártires, que ponen de relieve algunos aspectos constitutivos de las dos formas de la única vocación consagrada sa-lesiana de nuestro carisma.

• Esteban Sándor (1914-1953), proclamado beato en 2013 (la causa tuvo inicio en 2006), nos re-cuerda la complementariedad de las dos formas de la única vocación consagrada salesiana: laical (coadjutor) y presbiteral. El testimonio lumino-so de Esteban Sándor, como salesiano coadjutor, manifiesta una opción vocacional clara y decidi-da, una vida ejemplar, prestigio educativo y fe-cundidad apostólica, para presentar la vocación y misión del salesiano coadjutor, con una predi-lección hacia los jóvenes aprendices y del mundo del trabajo.

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• Tito Zeman (1915-1969), proclamado beato en 2013 (la causa tuvo inicio en 2006), nos recuerda la complementariedad de las dos formas de la única vocación consagrada salesiana: laical (coadjutor) y presbiteral. El testimonio luminoso de Esteban Sándor, como salesiano coadjutor, manifiesta una opción vocacional clara y decidida, una vida ejem-plar, prestigio educativo y fecundidad apostólica, para presentar la vocación y misión del salesiano coadjutor, con una predilección hacia los jóvenes aprendices y del mundo del trabajo.

Tito asumió la responsabilidad de realizar esta arriesgada actividad y organizó dos expe-diciones con cerca de 20 jóvenes salesianos. Du-rante la tercera expedición él y los fugitivos fue-ron detenidos. Don Tito fue sometido a un duro proceso durante el cual fue acusado como traidor a la patria y espía del Vaticano. Corrió incluso el peligro de ser condenado a muerte y vivió su cal-vario con gran espíritu de sacrificio y de ofreci-miento. «Aunque perdiera la vida no la conside-raría desperdiciada, sabiendo que al menos uno de aquellos que he podido ayudar ha llegado a ser sacerdote en mi lugar».

• La dimensión de la paternidad y maternidad sale-siana: Después de la gran paternidad de Don Bosco, recordamos, entre otros, a santa María Dominica Mazzarello, a los beatos Miguel Rua, Felipe Rinal-di y José Calasanz; los venerables Mamá Margarita, Vicente Cimatti, Teresa Valsé, Augusto Arribat; los siervos de Dios Carlos Braga, Andrés Majcen...

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• La dimension episcopal: en la fecunda herencia de santidad florecida en la escuela de Don Bosco en-cuentra también lugar un significativo número de obispos, que han encarnado de un modo particular la caridad pastoral típica del carisma salesiano en el ministerio episcopal: Luis Versiglia (1873-1930), mártir y santo; Luis Olivares (1873-1943), venerable; Esteban Ferrando (1895-1978), venerable y Funda-dor; Octavio Ortiz Arrieta (1878-1958), venerable; Augusto Hlond (1881-1948), venerable, cardenal; Antonio de Almeida Lustosa (1886- 1974), siervo de Dios; Orestes Marengo (1906-1998), siervo de Dios.

• La dimensión de la filiación carismática. Es intere-sante hacer notar que nosotros veneramos también a algunos santos que compartieron con Don Bosco un período de su vida, admiraron su santidad y su fecun-didad apostólica y educativa, y después siguieron su propio camino personal con libertad evangélica, lle-gando a ser ellos mismos fundadores, con unas intui-ciones singulares, un amor auténtico hacia los pobres y una confianza sin límites en la Providencia: san Leo-nardo Murialdo, san Luis Guanella, san Luis Orione.

La realidad presentada es espléndida, nos llena de responsabilidad, y nos anima. Podemos ver con claridad que somos depositarios de una herencia preciosa, que debe ser mejor conocida y más apre-ciada. El riesgo puede ser el de reducir este patrimo-nio de santidad a un hecho litúrgico-celebrativo, sin valorar cabalmente sus riquezas y potencialidades de tipo espiritual, pastoral, eclesial, educativo, cul-tural, histórico, social, misionero…

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Los santos y los beatos, los venerables y los siervos de Dios son ‘perlas preciosas’ de gran valor, sacadas de la oscuridad de la mina para que puedan brillar e irra-diar en la Iglesia y en la Familia Salesiana el esplendor de la verdad y de la caridad de Cristo.

• El aspecto pastoral se refiere a la eficacia que tiene cada uno como ejemplo logrado de un cristianismo vivido en sus particulares situaciones sociales, culturales y políticas del mundo, de la Iglesia y de la propia Familia Salesiana.

• El aspecto espiritual lleva consigo la invitación a la imitación de sus virtudes como fuente de inspiración y de estilo de vida y misión. La preocupación y el cui-dado pastoral y espiritual en el nombre del Señor es una auténtica forma de pedagogía de la santidad, a la cual, en virtud de nuestro carisma, deberíamos ser sensibles y estar atentos de una manera especial.

Mis queridos hermanos y hermanas, con toda se-guridad me permito afirmar que la mayor necesidad y urgencia que tenemos hoy en nuestro mundo salesiano no es el de hacer más cosas, diseñar y proyectar nue-vas realidades, iniciar nuevas presencias…, sino el ver qué comunican nuestras vidas personal y comunitaria-mente, como Evangelio que se despliege en el tiempo39, prolongación del modo de vivir y de actuar de Jesús. En definitiva, lo que está en juego es ¡nuestra santidad!

Seamos santos como lo fue el Padre y Fundador de nuestra hermosa Familia Salesiana hoy extendida por el mundo. El Papa san Juan Pablo II nos lanzó una llamada entusiasmante que, si bien la dirigía en su mo-

39 Cf. VC 62.

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mento a los sdb, tiene toda la validez para la Familia Salesiana en general y para cada uno de sus grupos. Leámosla sintiéndola como palabra dirigida a cada uno de nosotros: «¿Queréis “lanzar de nuevo con valentía el tender hacia la santidad» como la principal respuesta a los desafíos del mundo contemporáneo? Se trata, en definitiva, no tanto de emprender nuevas actividades e iniciativas, cuanto de vivir y testimoniar el Evangelio sin componendas, de manera que estimule la santidad a los jóvenes que encuentran ¡Salesianos del tercer mi-lenio, sed apasionados maestros y guías, santos y for-madores santos, como lo fue san Juan Bosco»40.

Pidamos a María, Madre y Auxiliadora que nos conceda la luz necesaria para ver con claridad y desear personalmente, con verdadero corazón, este camino de vida. Que ella sostenga el empeño de cada uno y de toda nuestra Familia Salesiana por el camino de la san-tidad salesiana, para bien de aquellos a quienes somos enviados y el nuestro propio. Que Ella, la Madre, que es experta en el Espíritu, obre en nosotros las maravillas de gracia que ha obrado en todos nuestros santos.

La Auxiliadora nos acompañe y nos guíe. Os de-seo un año fecundo en frutos de santidad.

Con afecto,

Ángel Fernández Artime, sdbRector Mayor

Roma, 31 de diciembre de 2018

40 Juan Pablo II, Mensaje de S.S. Juan Pablo II al inicio del CG25, en CG25, núm.143.

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ANEXO

LA SANTIDAD VIVIDAEN EL CARISMA SALESIANO

DE AHORA EN ADELANTE SEA NUESTRA CONSIGNA:La santidad de los hijos sea prueba de la santidad del Padre

(Miguel Rua)

LISTA DE SANTOS Y CAUSASa 31 de diciembre de 2018

Entre santos, beatos, venerables y siervos de Dios, nuestra Postulación se ocupa de 168 nombres.

SANTOS (9)

san Juan Bosco, sacerdote (fecha de canonización 1 abril 1934) – (Italia) san José Cafasso, sacerdote (22 junio 1947) – (Italia)santa Maria Dominica Mazzarello, virgen (24 junio 1951) – (Italia) santo Domingo Savio, adolescente (12 junio 1954) – (Italia)san Leonardo Murialdo, sacerdote (3 mayo 1970) – (Italia)san Luis Versiglia, obispo, mártir (1 octubre 2000) – (Italia - China)san Calixto Caravario, sacerdote, mártir (1 octubre 2000) – (Italia - China) san Luis Orione, sacerdote (16 mayo 2004) – (Italia)san Luis Guanella, sacerdote (23 octubre 2011) – (Italia)

BEATOS (118)

Miguel Rua, sacerdote (fecha de beatificación 29 octubre 1972) – (Italia)Laura Vicuña, adolescente (3 septiembe 1988) – (Chile – Argentina)Felipe Rinaldi, sacerdote (29 abril 1990) – (Italia)

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Magdalena Morano, virgen (5 noviembre 1994) – (Italia)José Kowalski, sacerdote, mártir (13 junio 1999) – (Polonia)Francisco Kesy, laico, y 4 compañeros mártires (13 junio 1999) – (Polonia)Pio IX, papa (3 septiembre 2000) – (Italia)José Calasanz, sacerdote, y 31 compañeros mártires (11 marzo 2001) – (España)Luis Variara, sacerdote (14 abril 2002) – (Italia - Colombia)Artémides Zatti, religioso (14 abril 2002) – (Italia - Argentina)María Romero Meneses, virgen (14 abril 2002) – (Nicaragua - Costa Rica)Augusto Czartoryski, sacerdote (25 abril 2004) – (Francia - Polonia)Eusebia Palomino, virgen (25 abril 2004) – (España)Alexandrina Maria Da Costa, laica (25 abril 2004) – (Portugal)Alberto Marvelli, laico (5 septiembre 2004) – (Italia)Bronislao Markiewicz, sacerdote (19 junio 2005) – (Polonia)Enrique Saiz Aparicio, sacerdote, y 62 compañeros mártires (28 octubre 2007) – (España)Ceferino Namuncurá, laico (11 noviembre 2007) – (Argentina)Maria Troncatti, virgen (24 noviembre 2012) – (Italia - Ecuador)Esteban Sándor, religioso, mártir (19 octubre 2013) – (Hungría)Tito Zeman, sacerdote, mártir (30 septiembre 2017) - (Eslovaquia)

VENERABLES (17)

Andrés Beltrami, sacerdote, (fecha del Decreto super virtutibus 15 diciembre 1966) – (Italia)Teresa Valsé Pantellini, virgen (12 julio 1982) – (Italia)Dorotea Chopitea, laica (9 junio 1983) – (España)Vicente Cimatti, sacerdote (21 diciembre 1991) – (Italia - Japón)Simón Srugi, religioso (2 abril 1993) – (Palestina)Rodolfo Komorek, sacerdote (6 abril 1995) – (Polonia - Brasil)Luis Olivares, obispo (20 diciembre 2004) – (Italia)Margarita Occhiena, laica (23 octubre 2006) – (Italia)José Quadrio, sacerdote (19 diciembre 2009) – (Italia)

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Laura Meozzi, virgen (27 junio 2011) - (Italia - Polonia)Atilio Giordani, laico (9 octubre 2013) – (Italia - Brasil)José Augusto Arribat, sacerdote (8 julio 2014) – (Francia)Esteban Ferrando, obispo (3 marzo 2016) – (Italia - India)Francisco Convertini, sacerdote (20 enero 2017) - (Italia - India)José Vandor, sacerdote (20 enero – 2017) - (Hungría - Cuba)Octavio Ortiz Arrieta, obispo (27 febrero 2017) – (Perú)Augusto Hlond, cardenal (19 mayo 2018) - (Polonia)

SIERVO DE DIOS (24)

Bajo examen de la “Positio» o de la Redacción:

Elías Comini, sacerdote (Italia)Ignacio Stuchly, sacerdote (República Checa)Antonio De Almeida Lustosa, obispo (Brasil)Carlos Crespi Croci, sacerdote (Italia - Ecuador)Constantino Vendrame, sacerdote (Italia - India)Juan Świerc, sacerdote y 8 compañeros, mártires (Polonia)Orestes Marengo, obispo (Italia - India)Carlos Della Torre, sacerdote (Italia - Tailandia)

En espera del Decreto de Validez de la Encuesta diocesana:

Ana María Lozano, virgen (Colombia)

En fase de realización la Encuesta diocesana:

Matilde Salem, laica (Siria)Andrés Majcen, sacerdote (Eslovenia)Carlos Braga, sacerdote (Italia – China - Filipinas)Antonino Baglieri, laico (Italia)Antonietta Böhm, virgen (Alemania - México)Rodolfo Lunkenbein, sacerdote mártir (Alemania – Brasil) y Simão Bororo, laico mártir (Brasil)

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Discursos y Homilíasdel Santo Padre a los jóvenes

Viaje Apostólico de su Santidad Franciscoa Panamá con ocasión de la XXXIV Jornada

Mundial de la Juventud(23-28 de enero de 2019)

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Viaje Apostólico de su Santidad Franciscoa Panamá con ocasión de la XXXIV Jornada

Mundial de la Juventud(23-28 De Enero De 2019)

CEREMONIA DE ACOGIDA Y APERTURA DE LA JMJ

Discurso del Santo Padre

Campo Santa María la Antigua – Cinta CosteraJueves, 24 de enero de 2019

Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!

¡Qué bueno volver a encontrarnos y hacerlo en esta tierra que nos recibe con tanto color y calor! Juntos en Panamá, la Jornada Mundial de la Juventud es otra vez una fiesta, una fiesta de alegría, de esperan-za para la Iglesia toda y, para el mundo, un enorme testimonio de fe.

Me acuerdo que, en Cracovia, algunos me preguntaron si iba a estar en Panamá; les contesté: “Yo no sé, pero Pedro seguro va a

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estar. Pedro va a estar”. Hoy me alegra decirles: Pedro está con us-tedes para celebrar y renovar la fe y la esperanza. Pedro y la Iglesia caminan con ustedes y queremos decirles que no tengan miedo, que vayan adelante con esa energía renovadora y esa inquietud constante que nos ayuda y moviliza a ser más alegres, más dispo-nibles, más “testigos del Evangelio”. Ir adelante no para crear una Iglesia paralela un poco más “divertida” o “cool” en un evento para jóvenes, con algún que otro elemento decorativo, como si a uste-des eso los dejara felices. Pensar así sería no respetarlos y no res-petar todo lo que el Espíritu a través de ustedes nos está diciendo.

¡Al contrario! Queremos encontrar y despertar junto a ustedes la continua novedad y juventud de la Iglesia abriéndonos siempre a esa gracia del Espíritu Santo que hace tantas veces un nuevo Pen-tecostés (cf. Sínodo sobre los Jóvenes, Doc. final, 60). Y eso solo es posible, como lo acabamos de vivir en el Sínodo, si nos animamos a caminar escuchándonos y a escuchar complementándonos, si nos animamos a testimoniar anunciando al Señor en el servicio a nuestros hermanos; que siempre es un servicio concreto, no es un servicio de figuritas, es un servicio concreto. Si nos vamos a cami-nar, jóvenes –siempre jóvenes como en la historia de América–, pienso en ustedes que empezaron a caminar primero en esta Jor-nada, los jóvenes de la juventud indígena: fueron los primeros en América y los primeros en caminar en este encuentro. Un aplauso grande, fuerte. Y también, los jóvenes de la juventud descendien-tes de africanos, también hicieron su encuentro y nos ganaron de mano. Otro aplauso.

Bueno yo sé que llegar hasta aquí no fue fácil. Conozco el es-fuerzo y el sacrificio que hicieron para poder participar en esta Jornada. Muchos días de trabajo, de dedicación, encuentros de reflexión y de oración hacen que el camino sea –el mismo cami-no– la recompensa. El discípulo no es solamente el que llega a un lugar sino el que empieza con decisión, el que no tiene miedo a

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arriesgar y ponerse a caminar. Si uno se pone a caminar, ese ya es discípulo, si te quedás quieto, perdiste. Empezar a caminar, esa es la mayor alegría del discípulo: estar en camino. Ustedes no tu-vieron miedo de arriesgar y de caminar. Y hoy podemos “estar de rumba”, porque esta rumba comenzó hace ya mucho tiempo y en cada comunidad.

Escuchamos recién en la presentación, en las banderas, que venimos de culturas y pueblos diferentes, hablamos lenguas di-ferentes, usamos ropas diferentes. Cada uno de nuestros pueblos ha vivido historias y circunstancias diferentes. ¡Cuántas cosas nos pueden diferenciar!, pero nada de eso impidió poder encontrar-nos, tantas diferencias no impidieron poder encontrarnos y estar juntos, divertirnos juntos, celebrar juntos, confesar a Jesucristo juntos, ninguna diferencia nos paró. Y eso es posible porque sa-bemos que hay alguien que nos une, que nos hermana. Ustedes, queridos amigos, hicieron muchos sacrificios para poder encon-trarse y así se transforman en verdaderos maestros y artesanos de la cultura del encuentro. Ustedes con esto se transforman en maes-tros y artesanos de la cultura del encuentro, que no es: “Hola, qué tal, chao, hasta pronto”. No, la cultura del encuentro es la que nos hace caminar juntos desde nuestras diferencias pero con un amor, juntos todos en el mismo camino. Ustedes con sus gestos y con sus actitudes, con sus miradas, con los deseos y especialmente con la sensibilidad que tienen desmienten y desautorizan todos esos dis-cursos que se concentran y se empeñan en sembrar división, esos discursos que se empeñan en excluir o expulsar a los que “no son como nosotros”. Como en varios países de América decimos: “No son Gcu, Gente como uno”. Ustedes desmienten eso, todos somos gente como uno, todos con nuestras diferencias. Y esto porque tienen ese olfato que sabe intuir que «el amor verdadero no anu-la las legítimas diferencias, sino que las armoniza en una unidad superior» (Benedicto XVI, Homilía, 25 enero 2006). Lo repito: «El

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amor verdadero no anula las legítimas diferencias, sino que las ar-moniza en una unidad superior». ¿Saben quién dijo eso? ¿Saben? El Papa Benedicto XVI que está mirando y lo vamos a aplaudir, le mandamos un saludo desde acá. Él nos está mirando por la tele-visión, un saludo, todos, todos con las manos, al Papa Benedicto. Por el contrario, sabemos que el padre de la mentira, el demonio, siempre prefiere un pueblo dividido y peleado, es el maestro de la división y le tiene miedo a un pueblo que aprende a trabajar jun-tos. Y este es un criterio para distinguir a la gente: los constructo-res de puentes y los constructores de muros, esos constructores de muros que sembrando miedos buscan dividir y a broquelear a la gente. Ustedes quieren ser constructores de puentes, ¿qué quieren ser? [Jóvenes responden: “Constructores de puentes”]. Aprendie-ron bien, me gusta.

Ustedes nos enseñan que encontrarse no significa mimetizar-se, ni que todos piensen lo mismo o vivir todos iguales haciendo y repitiendo las mismas cosas, eso lo hacen los loros, los papagallos. Encontrarse es animarse a otra cosa, es entrar en esa cultura del encuentro, es un llamado y una invitación a atreverse a mantener vivo y juntos un sueño en común. Tenemos muchas diferencias, hablamos idiomas diferentes, todos nos vestimos diferente pero, por favor, juguemos por tener un sueño en común, y eso sí pode-mos hacerlo, y eso no nos anula, nos enriquece. Un sueño grande y un sueño capaz de cobijar a todos. Ese sueño por el que Jesús dio la vida en la cruz y el Espíritu Santo se desparramó y tatuó a fuego el día de Pentecostés en el corazón de cada hombre y cada mujer, en el corazón de cada uno, en el tuyo, en el tuyo, en el tuyo, en el mío, también en el tuyo, lo tatuó a la espera de que encuen-tre espacio para crecer y para desarrollarse. Un sueño, un sueño llamado Jesús sembrado por el Padre, Dios como Él –como el Pa-dre–, enviado por el Padre con la confianza que crecerá y vivirá en cada corazón. Un sueño concreto, que es una persona, que corre

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por nuestras venas, estremece el corazón y lo hace bailar cada vez que escuchamos: «Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes. En eso reconocerán ustedes que son mis discípulos». ¿Cómo se llama el sueño nuestro? [Jóvenes responden: Jésus] No oigo [Jóvenes repiten: Jesús] No oigo [Jóve-nes repiten: Jesús]

A un santo de estas tierras –escuchen esto–, a un santo de es-tas tierras le gustaba decir: «El cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, o de prohibiciones. Así el cristianismo resulta muy repugnante. El cris-tianismo es una Persona que me amó tanto, que reclama y pide mi amor. El cristianismo es Cristo» (cf. S. Oscar Romero, Homilía, 6 noviembre 1977). ¿Lo decimos todos juntos? [Jóvenes repiten: El cristianismo es Cristo]. Otra vez [Jóvenes repiten: El cristianismo es Cristo]. Otra vez [Jóvenes repiten: El cristianismo es Cristo]. Es Cristo, es desarrollar el sueño por el que dio la vida: amar con el mismo amor con que Él nos amó. No nos amó hasta la mitad, no nos amó un cachito, nos amó totalmente, nos llenó de ternura, de amor, dio su vida.

Nos preguntamos: ¿Qué nos mantiene unidos? ¿Por qué es-tamos unidos? ¿Qué cosa nos mueve a encontrarnos? ¿Saben lo que es, lo que los mantiene unidos? Es la seguridad de saber que fuimos amados, que hemos sido amados con un amor entrañable que no queremos y no podemos callar, un amor que nos desafía a responder de la misma manera: con amor, que es el amor de Cristo que nos apremia (cf. 2 Co 5,14).

Fíjense que el amor que nos une es un amor que no “patotea”, que no aplasta, es un amor que no margina, que no se calla, un amor que no humilla ni avasalla. Es el amor del Señor, una amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que cura y que levanta. Es el amor del Señor que

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sabe más de levantadas que de caídas, de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que de condenar, de futuro que de pasado. Es el amor silencioso de la mano tendida en el ser-vicio y la entrega, es el amor que no se pavonea, que no la juega de pavo real, ese amor humilde que se da a los demás siempre con la mano tendida, ese es el amor que nos une hoy a nosotros.

Te pregunto: ¿Creés en este amor? [Jóvenes responden: Sí]. Pregunto otra cosa: ¿Creés que este amor vale la pena? [Jóvenes responden: Sí]. Jesús una vez a uno que le hizo una pregunta y Je-sús se la contestó terminó diciendo: “Bueno, si creés andá y hacé lo mismo”. Yo en nombre de Jesús les digo: “Vayan y hagan lo mismo”. No tengan miedo de amar, no tengan miedo de ese amor concreto, de ese amor que tiene ternura, de ese amor que es servicio, de ese amor que gasta la vida.

Y esta fue la misma pregunta y la invitación que recibió María. El ángel le preguntó si quería llevar este sueño en sus entrañas, si quería hacerlo vida, hacerlo carne. María tenía la edad de tantas de ustedes, la edad de tantas chicas como ustedes. Y María dijo: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Cerremos los ojos, todos, y pensemos en María; no era tonta, sabía lo que sentía su corazón, sabía lo que era el amor y respondió: “He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”. En este momentito de silencio que Jesús les dice a cada uno, a vos, a vos, a vos, a vos: “¿Te animás? ¿Querés?”. Pensá en Maria y contestá: “Quiero servir al Señor, que se haga en mí según tu palabra”. María se animó a decir “sí”. Se animó a darle vida al sueño de Dios. Y esto es lo que hoy nos pregunta: ¿Querés darle carne con tus ma-nos, con tus pies, con tu mirada, con tu corazón al sueño de Dios? ¿Querés que sea el amor del Padre el que te abra nuevos horizontes y te lleve por caminos jamás imaginados, jamás pensados, soñados o esperados que alegren y hagan cantar y bailar tu corazón?

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¿Nos animamos a decirle al ángel, como María: he aquí los siervos del Señor, hágase? No contesten acá, cada uno conteste en su corazón. Hay preguntas que solo se contestan en silencio.

Queridos jóvenes: Lo más esperanzador de esta Jornada no va a ser un documento final, una carta consensuada o un programa a ejecutar. No, eso no va a ser. Lo más esperanzador de este encuen-tro serán vuestros rostros y una oración. Eso dará esperanza. Con la cara con la cual vuelvan a sus casas, con el corazón cambiado con el cual vuelvan a su casa, con la oración que aprendieron a decir con ese corazón cambiado. Lo más esperanzador de este en-cuentro serán vuestros rostros, vuestra oración y cada uno volverá a casa con la fuerza nueva que se genera cada vez que nos encon-tramos con los otros y con el Señor, llenos del Espíritu Santo para recordar y mantener vivo ese sueño que nos hace hermanos y que estamos invitados a no dejar que se congele en el corazón del mun-do: allí donde nos encontremos, haciendo lo que estemos hacien-do, siempre podremos levantar la mirada y decir: Señor, enséñame a amar como tú nos has amado —¿se animan a repetirlo conmi-go?—. Señor, enséñame a amar como tú nos has amado. [Jóvenes repiten simultáneamente al Papa]. Otra vez. [Señor, enséñame a amar como tú nos has amado]. Más fuerte, están roncos. [Señor, enséñame a amar como tú nos has amado].

Bueno y como queremos ser buenos y educados no podemos terminar este encuentro sin agradecer. Gracias a todos los que han preparado con mucha ilusión esta Jornada Mundial de la Juven-tud. Todo esto. Gracias, fuerte. Gracias por animarse a construir y hospedar, por decirle “sí” al sueño de Dios de ver a sus hijos reu-nidos. Gracias Mons. Ulloa y todo su equipo por ayudar a que Pa-namá hoy sea no solamente un canal que une mares, sino también canal donde el sueño de Dios siga encontrando cauces para crecer, multiplicarse e irradiarse en todos los rincones de la tierra.

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Amigos, amigos y amigas, que Jesús los bendiga, lo deseo de todo corazón. Que Santa María la Antigua los acompañe y los cuide, para que seamos capaces de decir sin miedo, como ella: «Aquí estoy. Há-gase». Gracias.

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Liturgia Penitencial con losjóvenes privados de libertad

Homilía del Santo Padre

Centro de Cumplimiento de Menores Las Garzas de PacoraViernes, 25 de enero de 2019

«Este recibe a los pecadores y come con ellos» acabamos de escu-char en el evangelio (Lc 15,2). Y eso es lo que murmuraban algunos fariseos, escribas, doctores de la ley, bastante escandalizados, bastan-te molestos por el modo como se comportaba Jesús.

Con esa expresión pretendían descalificarlo, desvalorizarlo de-lante de todos, pero lo único que consiguieron fue señalar una de las actitudes de Jesús más comunes, más distintivas, más lindas: «Este recibe a los pecadores y come con ellos». Y todos somos pecadores, todos, y por eso nos recibe Jesús con cariño, a todos los que estamos acá, y si alguno no se siente pecador –de todos los que estamos aquí– sepa que Jesús no lo va a recibir, se pierde lo mejor.

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Jesús no tiene miedo de acercarse a aquellos que, por un mon-tón de razones, cargaban sobre sus espaldas con el odio social como eran los publicanos -recordemos que los publicanos se en-riquecían en base a saquear a su mismo pueblo; ellos provocaban mucha pero mucha indignación- o también tenían el odio social porque habían tenido algún error en su vida, errores y equivoca-ciones, alguna culpa, y así los llamaban pecadores. Jesús lo hace porque sabe que en el cielo hay más fiesta por uno solo de los que se equivocan, de los pecadores convertidos, que por noventa y nueve justos que permanecen bien (cf. Lc 15,7).

Y mientras esta gente se limitaba a murmurar o a indignar-se porque Jesús se juntaba con la gente señalada por algún error social, algún pecado, y cerraban las puertas de la conversión, del diálogo con Jesús, Jesús se acerca y se compromete, Jesús pone en juego su reputación e invita siempre a mirar un horizonte capaz de hacer nueva la vida, de hacer nueva la historia. Todos, todos, tenemos un horizonte, todos. “Yo no lo tengo”, puede decir algu-no. Abrí la ventana y lo vas a encontrar, abrí la ventana de tu co-razón, abrí la ventana del amor que es Jesús y lo vas a encontrar. Todos tenemos un horizonte. Son dos miradas bien diferentes que se contraponen, la de Jesús y la de estos doctores de la ley. Una mi-rada estéril e infecunda -la de la murmuración y el chisme, el que siempre está hablando mal de los otros y se siente justo- y otra que invita a la transformación y a la conversión -que es la del Señor-, a una vida nueva como vos expresaste recién.

La mirada de la murmuración y del chisme

Y esto no es de aquella época, es de hoy también. Muchos no toleran y no les gusta esta opción de Jesús, es más, entre dientes al principio y con gritos al final, manifiestan su disgusto buscan-do desacreditar este comportamiento de Jesús y de todos los que están con él. No aceptan, rechazan esta opción de estar cerca y

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ofrecer nuevas oportunidades. Esta gente condena de una vez para siempre, descalifica de una vez para siempre y se olvidan que a los ojos de Dios ellos están descalificados y necesitan ternura, necesi-tan de amor y de comprensión, pero no lo quieren aceptar. Con la vida de la gente parece más fácil poner rótulos y etiquetas que con-gelan y estigmatizan no solo el pasado sino también el presente y el futuro de las personas. Les ponemos etiquetas a la gente: “este es así”, “este hizo esto, y ya está”, y tiene que cargar con eso por el resto de sus días. Así son esta gente que murmura –los chismosos–, son así. Y rótulos en definitiva, lo único que logran es dividir: acá están los buenos y allá están los malos; acá están los justos y allá los pe-cadores. Y eso Jesús no lo acepta, eso es la cultura del adjetivo, nos encanta adjetivar a la gente, nos encanta: “¿Vos cómo te llamas? Me llamo bueno”. No, ese es un adjetivo. ¿Cómo te llamás? -ir al nombre de la persona-, ¿quién sos?, ¿qué hacés?, ¿qué ilusiones tenés?, ¿cómo siente tú corazón? A los chismosos no le interesa, buscan rápido una etiqueta para sacárselos de encima. La cultura del adjetivo que descalifica a las personas. Piensen en eso para no caer en esto que se nos ofrece tan fácilmente en la sociedad.

Esta actitud contamina todo porque levanta un muro invisible que hace creer que, marginando, separando, aislando, se resolve-rán mágicamente todos los problemas. Y cuando una sociedad o comunidad se permite esto y lo único que hace es cuchichear, chis-mear y murmurar, entra en un círculo vicioso de divisiones, repro-ches y condenas. Curioso, esta gente que no acepta a Jesús así, y lo que nos enseña Jesús, es gente que está peleada siempre entre ellos, se están condenando entre ellos, entre los que se llaman justos. Y además es una actitud de marginación y exclusión, de confronta-ción que le hace decir irresponsablemente como Caifás: «Mejor que se muera uno por el pueblo, y que no perezca la nación entera» (Jn 11,50). Mejor que estén guardados todos allí, que no vengan a molestar, nosotros queremos vivir tranquilos. Es duro esto y con

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esto se tuvo que enfrentar Jesús y con esto nos enfrentamos noso-tros hoy. Normalmente el hilo se corta por la parte más fina: la de los pobres y la de los indefensos. Y son los que más sufren estas condenas sociales, que no permiten levantarse.

Qué dolor genera ver cuando una sociedad concentra sus energías más en murmurar e indignarse que en luchar y luchar para crear oportunidades y transformación.

La mirada de la conversión, la otra mirada

En cambio, todo el evangelio está marcado por esta otra mi-rada que no es nada más y nada menos que la que nace del cora-zón de Dios. Dios nunca te va a echar, Dios no echa a nadie, Dios te dice: “vení”. Dios te espera y te abraza y, si no sabés el camino, te va a buscar, como hizo este pastor con las ovejas. En cambio, la otra mirada rechaza. El Señor quiere hacer fiesta cuando ve a sus hijos que retornan a casa (cf. Lc 15,11-32). Y así lo testimo-nió Jesús manifestando hasta el extremo el amor misericordioso del Padre. Tenemos Padre –lo dijiste vos, me gustó esa confesión tuya–, tenemos Padre. Yo tengo un Padre que me quiere: cosa linda. Un amor, el de Jesús, que no tiene tiempo para murmurar, sino que busca romper el círculo de la crítica superflua e indife-rente, neutra y aséptica. Te doy gracias Señor –decía aquel doctor de la Ley–, porque no soy como ese, no soy como ese. Estos, que creen que tienen el alma purificada diez veces en una ilusión de vida aséptica que no sirve para nada. Una vez le escuché decir a un campesino una cosa que me llegó: ¿El agua más pura cuál es? Sí, el agua destilada –decía él–. Usted sabe padre que cuan-do la tomo no tiene sabor a nada, así es la vida de los que están criticando y chismeando, y separándose de los demás: se sienten tan puros, tan asépticos, que no tienen sabor a nada; son inca-paces de convocar a alguien; viven para cuidarse, para hacerse la cirugía estética en el alma y no para tender la mano a otros y

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ayudarlos a crecer, que es lo que hace Jesús, que acepta la com-plejidad de la vida y de cada situación; el amor de Jesús, el amor de Dios, el amor del Padre Dios –que dijiste vos–, es un amor que inaugura una dinámica capaz de inventar caminos, ofrecer opor-tunidades de integración y de transformación, oportunidades de sanación, perdón, y salvación. Y comiendo con los publicanos y los pecadores, Jesús rompe la lógica que separa, que excluye, que aísla, que divide falsamente entre “buenos y malos”. Y no lo hace por decreto o con buenas intenciones, tampoco con voluntaris-mos o sentimentalismo. ¿Cómo lo hace Jesús? Creando vínculos, vínculos capaces de posibilitar nuevos procesos; apostando y ce-lebrando cada paso posible. Por eso Jesús cuando Mateo se con-vierte -lo van a ver en el Evangelio-, no le dice: “Bueno, está bien, te felicito, vení conmigo”. No, le dice: “Hagamos fiesta en tu casa” e invita a todos sus amigos, que eran como Mateo condenados por la sociedad, a hacer fiesta. El chismoso, el que separa, no sabe hacer fiesta porque tiene el corazón amargado.

Crear vínculos, hacer fiesta, es lo que hace Jesús y de esa ma-nera rompe con otra murmuración nada fácil de detectar y que “taladra los sueños” porque repite como susurro continuo: “No vas a poder, no vas a poder”. Cuántas veces ustedes la han sentido: “No vas a poder”. Cuidado, eso es como la polilla, que te va comiendo por dentro. Cuando vos sentís “no vas a poder”, date un cachetazo: “Sí, voy a poder y te lo voy a demostrar”. Es el cuchicheo interior, el chisme interior que aparece en quien, habiendo llorado su pecado y consciente de su error no cree que pueda cambiar. Y esto sucede cuando se cree interiormente que el que nació “publicano” tiene que morir “publicano”; y esto no es verdad, el Evangelio nos dice todo lo contrario. Once de los doce apóstoles eran pecadores pesa-dos, porque cometieron el peor de los pecados: abandonaron a su Maestro, otros renegaron de él, otros se escaparon lejos. Traicio-naron, los apóstoles, y Jesús les fue buscando uno a uno, y son los

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que cambiaron el universo. A ninguno se le ocurrió decir: “No vas a poder”, porque habiendo visto el amor de Jesús después de esa traición, “voy a poder porque vos me vas a dar la fuerza”. Cuidado con la polilla del “no vas a poder”, mucho cuidado.

Amigos: Cada uno de nosotros es mucho más que los rótulos que nos ponen, es mucho más que los adjetivos que nos quieren poner, es mucho más de la condena que nos impusieron. Y así Jesús nos enseña y nos lo invita a creer. La mirada de Jesús nos desafía a pedir y buscar ayuda para transitar los caminos de la su-peración. Hay veces que la murmuración parece ganar, pero no la crean, no la escuchen. Busquen y escuchen las voces que impulsan a mirar hacia delante y no las que los tiran abajo. Escuchen las voces que le abren la ventana y le hacen ver el horizonte: “Sí, pero está lejos”. “Pero vas a poder. Míralo bien y vas a poder”. A cada vez que viene la polilla con el “no vas a poder”, vos contestále desde adentro: “Voy a poder”, y miren el horizonte.

La alegría y la esperanza del cristiano -de todos nosotros, y también del Papa- nace de haber experimentado alguna vez esta mirada de Dios que nos dice: “vos sos parte de mi familia y no te puedo dejar a la intemperie”, eso es lo que nos dice Dios a cada uno, porque Dios es Padre –lo dijiste vos–: “Vos sos parte de mi familia y no te voy a dejar a la intemperie, no te voy a dejar tirado en la cuneta, no, no puedo perderte en el camino -nos dice Dios, a cada uno, con nombre y apellido-, yo estoy aquí contigo”. ¿Aquí? Sí, Señor. Esto es haber sentido como lo compartiste vos, Luis, que en aquellos momentos que parecía que todo se había acabado algo te dijo: “¡No! Todo no ha terminado”, porque tenés un propósito grande que te permite comprender que el Padre Dios estaba y está con todos nosotros y nos regala personas con las que caminar y ayudarnos a alcanzar nuevas metas.

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Y así Jesús transforma la murmuración en fiesta y nos dice: “¡Alegráte conmigo, vamos a hacer fiesta!”. En la parábola del hijo pródigo –me gustó una vez que encontré una traducción–, dice que el padre cuando vio que el hijo ya volvía a la casa, dice: “Va-mos a hacer fiesta”, y ahí empezó la fiesta. Y una traducción decía: “Y ahí empezó el baile”. La alegría, la alegría con que somos recibi-dos por Dios con el abrazo del Padre; empezó el baile.

Hermanos: Ustedes son parte de la familia, ustedes tienen mu-cho para compartir, ayúdennos a saber cuál es la mejor manera para estar y acompañar el proceso de transformación que, como familia, todos necesitamos.

Una sociedad se enferma cuando no es capaz de hacer fies-ta por la transformación de sus hijos, una comunidad se enferma cuando vive de la murmuración aplastante, condenatoria e insen-sible, el chisme. Una sociedad es fecunda cuando logra generar dinámicas capaces de incluir e integrar, de hacerse cargo y luchar para crear oportunidades y alternativas que den nuevas posibili-dades a sus hijos, cuando se ocupa en crear futuro con comuni-dad, educación y trabajo. Esa comunidad es sana. Y si bien puede experimentar la impotencia de no saber el cómo, no se rinde y lo vuelve a intentar. Y todos tenemos que ayudarnos para aprender, en comunidad, a encontrar estos caminos, a intentarlo de nuevo y a intentarlo de nuevo. Es una alianza que tenemos que animarnos a realizar: ustedes, chicos, chicas, los responsables de la custodia y las autoridades del Centro y el Ministerio, todos y sus familias, así como los agentes de Pastoral. Todos, peleen y peleen, pero no entre ustedes por favor, peleen, ¿para qué? para encontrar y buscar los caminos de inserción y de transformación. Y esto el Señor lo bendice, esto el Señor lo sostiene y esto el Señor lo acompaña.

En breve continuaremos con la celebración penitencial donde todos podremos experimentar la mirada del Señor, que no mira

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un adjetivo nunca, mira un nombre, mira a los ojos, mira el cora-zón, no mira un rótulo ni una condena, sino que mira hijos. Mira-da de Dios que desmiente las descalificaciones y nos da la fuerza para crear esas alianzas necesarias que nos ayudan a todos a des-mentir las murmuraciones, esas alianzas fraternas que permiten que nuestras vidas sean siempre una invitación a la alegría de la salvación, a la alegría de tener un horizonte adelante, a la alegría de la fiesta de hijo. Vayamos por este camino. Gracias.

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Vía Crucis con los jóvenes

Discurso del Santo Padre

Campo Santa María la Antigua – Cinta CosteraViernes, 25 de enero de 2019

Queridos jóvenes del mundo:

Caminar con Jesús será siempre una gracia y un riesgo.

Es gracia, porque nos compromete a vivir en la fe y a conocerlo, entrando en lo más hondo de su corazón, comprendiendo la fuerza de su palabra.

Es riesgo, porque en Jesús, sus palabras, sus gestos, sus acciones, contrastan con el espíritu del mundo, con la ambición humana, con las propuestas de una cultura del descarte y del desamor.

Hay una certeza que llena de esperanza este Camino de la Cruz: Jesús lo recorrió con amor. Y también lo vivió la Virgen Gloriosa, la

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que desde el comienzo de la Iglesia ha querido sostener con su ternu-ra el camino de la evangelización.

________________________________________

Señor, Padre de misericordia, en esta Cinta Costera, junto a tantos jóvenes venidos de todo el mundo, hemos acompañado a tu Hijo en el camino de la cruz; ese camino que quiso recorrer para nosotros, para mostrarnos cuánto nos amas y cuán comprometido estás con nuestras vidas.

El camino de Jesús hacia el Calvario es un camino de sufri-miento y soledad que continúa en nuestros días. Él camina, padece en tantos rostros que sufren la indiferencia satisfecha y anestesian-te de nuestra sociedad, sociedad que consume y que se consume, que ignora y se ignora en el dolor de sus hermanos.

También nosotros, tus amigos Señor, nos dejamos llevar por la apatía, la inmovilidad. No son pocas las veces que el conformis-mo nos ha ganado y paralizado. Ha sido difícil reconocerte en el hermano sufriente: hemos desviado la mirada, para no ver; nos hemos refugiado en el ruido, para no oír; nos hemos tapado la boca, para no gritar.

Siempre la misma tentación. Es más fácil y “pagador” ser ami-gos en las victorias y en la gloria, en el éxito y en el aplauso; es más fácil estar cerca del que es considerado popular y ganador.

Qué fácil es caer en la cultura del bullying, del acoso, de la inti-midación, del encarnizamiento con el débil.

Para ti no es así Señor, en la cruz te identificaste con todo sufri-miento, con todo aquel que se siente olvidado.

Para ti no es así Señor, pues quisiste abrazar a todos aquellos que muchas veces consideramos no dignos de un abrazo, de una

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caricia, de una bendición; o, peor aún, ni nos damos cuenta de que lo necesitan, los ignoramos.

Para ti no es así Señor, en la cruz te unes al vía crucis de cada joven, de cada situación para transformarla en camino de resurrección.

Padre, hoy el vía crucis de tu Hijo se prolonga:

se prolonga en el grito sofocado de los niños a quienes se les impide nacer y de tantos otros a los que se les niega el derecho a tener infancia, familia, educación; en los niños que no pueden jugar, cantar, soñar...

se prolonga en las mujeres maltratadas, explotadas y abando-nadas, despojadas y ninguneadas en su dignidad;

y en los ojos tristes de los jóvenes que ven arrebatadas sus espe-ranzas de futuro por la falta de educación y trabajo digno;

se prolonga en la angustia de rostros jóvenes, amigos nues-tros que caen en las redes de gente sin escrúpulos -entre ellas también se encuentran personas que dicen servirte, Señor-, re-des de explotación, de criminalidad y de abuso, que se alimentan de sus vidas.

El vía crucis de tu Hijo se prolonga en tantos jóvenes y familias que, absorbidos en una espiral de muerte a causa de la droga, el alcohol, la prostitución y la trata, quedan privados no sólo de futu-ro, sino de presente. Y así como repartieron tus vestiduras, Señor, queda repartida y maltratada su dignidad.

El vía crucis de tu Hijo se prolonga en jóvenes con rostros fruncidos que perdieron la capacidad de soñar, de crear, inventar el mañana y se “jubilan” con el sinsabor de la resignación y el con-formismo, una de las drogas más consumidas en nuestro tiempo.

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Se prolonga en el dolor oculto e indignante de quienes, en vez de solidaridad por parte de una sociedad repleta de abun-dancia, encuentran rechazo, dolor y miseria, y además son se-ñalados y tratados como los portadores y responsables de todo el mal social.

La pasión de tu Hijo se prolonga en la resignada soledad de los ancianos, que dejamos abandonados y descartados.

Se prolonga en los pueblos originarios, a quienes se despoja de sus tierras, sus raíces y cultura, silenciando y apagando toda la sabi-duría que tienen y nos pueden aportar.

Padre, el vía crucis de tu Hijo se prolonga en el grito de nuestra madre tierra, que está herida en sus entrañas por la contaminación de sus cielos, por la esterilidad en sus campos, por la suciedad de sus aguas, y que se ve pisoteada por el desprecio y el consumo en-loquecido que supera toda razón.

Se prolonga en una sociedad que perdió la capacidad de llorar y conmoverse ante el dolor.

Sí, Padre, Jesús sigue caminando, cargando y padeciendo en todos estos rostros mientras el mundo, indiferente, y en un con-fortable cinismo consume el drama de su propia frivolidad.

Y nosotros, Señor, ¿qué hacemos?

¿Cómo reaccionamos ante Jesús que sufre, camina, emigra en el rostro de tantos amigos nuestros, de tantos desconocidos que hemos aprendido a invisibilizar?

Y nosotros, Padre de misericordia,

¿Consolamos y acompañamos al Señor, desamparado y su-friente, en los más pequeños y abandonados?

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¿Lo ayudamos a cargar el peso de la cruz, como el Cireneo, siendo operadores de paz, creadores de alianzas, fermentos de fraternidad?

¿Nos animamos a permanecer al pie de la cruz como María?

Contemplamos a María, mujer fuerte. De ella queremos apren-der a estar de pie al lado de la cruz. Con su misma decisión y va-lentía, sin evasiones ni espejismos. Ella supo acompañar el dolor de su Hijo, tu Hijo, Padre, sostenerlo en la mirada, cobijarlo con el corazón. Dolor que sufrió, pero no la resignó. Fue la mujer fuerte del “sí”, que sostiene y acompaña, cobija y abraza. Ella es la gran custodia de la esperanza.

Nosotros también, Padre, queremos ser una Iglesia que sostiene y acompaña, que sabe decir: ¡Aquí estoy! en la vida y en las cruces de tantos cristos que caminan a nuestro lado.

De María aprendemos a decir “sí” al aguante recio y constante de tantas madres, padres, abuelos que no dejan de sostener y acompa-ñar a sus hijos y nietos cuando “están en la mala”.

De ella aprendemos a decir “sí” a la testaruda paciencia y creatividad de aquellos que no se achican y vuelven a comen-zar en situaciones que parecen que todo está perdido, buscando crear espacios, hogares, centros de atención que sean mano ten-dida en la dificultad.

En María aprendemos la fortaleza para decir “sí” a quienes no se han callado y no se callan ante una cultura del maltrato y del abuso, del desprestigio y la agresión y trabajan para brindar oportunidades y condiciones de seguridad y protección.

En María aprendemos a recibir y hospedar a todos aquellos que han sufrido el abandono, que han tenido que dejar o perder su tierra, sus raíces, sus familias, su trabajo.

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Padre, como María queremos ser Iglesia, la Iglesia que pro-picie una cultura que sepa acoger, proteger, promover e integrar; que no estigmatice y menos generalice en la más absurda e irres-ponsable condena de identificar a todo emigrante como porta-dor del mal social.

De ella queremos aprender a estar de pie al lado de la cruz, pero no con un corazón blindado y cerrado, sino con un corazón que sepa acompañar, que conozca de ternura y devoción; que entien-da de piedad al tratar con reverencia, delicadeza y comprensión. Queremos ser una Iglesia de la memoria que respete y valorice a los ancianos y reivindique el lugar que tienen como custodios de nuestras raíces.

Padre, como María queremos aprender a estar.

Enséñanos Señor a estar al pie de la cruz, al pie de las cruces; despierta esta noche nuestros ojos, nuestro corazón; rescátanos de la parálisis y de la confusión, del miedo y de la desesperación. Padre, enséñanos a decir: Aquí estoy junto a tu Hijo, junto a María y junto a tantos discípulos amados que quieren hospedar tu Reino en el co-razón. Amén.

________________________________________

Y después de haber vivido la Pasión del Señor junto a María al pie de la cruz, nos vamos con el corazón silencioso y en paz, alegre y con muchas ganas de seguir a Jesús. que Jesús los acompañe y que la Virgen los cuide. ¡Adiós!

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Encuentro con los Voluntarios de la JMJ

Discurso del Santo Padre

Estadio Rommel FernándezDomingo, 27 de enero de 2019

Queridos voluntarios:

Antes de finalizar esta Jornada Mundial de la Juventud, quise en-contrarme con ustedes para agradecerles a cada uno el servicio que han realizado durante estos días y en los últimos meses que precedie-ron a la Jornada.

Gracias a Bartosz, Stella Maris del Carmen y Maria Margarida por compartir sus experiencias en primera persona. Para mí fue muy importante escucharlos y darme cuenta de la comunión que se genera cuando nos unimos para servir a los demás. Experimen-tamos cómo la fe adquiere un sabor y una fuerza completamente

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nueva: la fe se vuelve más viva, más dinámica y más real. Se ex-perimenta una alegría – se está viendo aquí - una alegría distinta por haber tenido la oportunidad de trabajar codo a codo con otros para lograr un sueño común. Sé que todos ustedes han experi-mentado todo esto.

Ustedes ahora saben cómo palpita el corazón cuando se vive una misión, y no porque alguien se los contó, sino porque lo vivieron. Tocaron con su propia vida que «no hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15,13).

También han tenido que vivir momentos duros que les exigió algún que otro sacrificio. Como nos decías, Bartosz, uno también experimenta las propias debilidades. Lo bueno es que estas debi-lidades no te detuvieron en tu entrega ni se volvieron lo central, ni lo más importante. Las experimentaste en el servicio, sí; inten-tando entender y servir a los otros voluntarios y peregrinos, sí; pero tuviste la valentía de que esto no te frenara, no te paralizara, seguiste adelante. Que nuestros límites y nuestras debilidades no nos paralicen, seguir adelante con nuestros defectos – ya los corre-giremos -, con nuestras debilidades, para seguir adelante y así es la belleza de sabernos enviados, la alegría de saber que por encima de todos los inconvenientes tenemos una misión que llevar adelante. No dejar que las limitaciones, las debilidades e incluso los pecados nos frenen e impidan vivir la misión, porque Dios nos invita a ha-cer lo que podamos y a pedir lo que no podemos, sabiendo que su amor nos va tomando y transformando de manera progresiva (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 49-50). No se asusten si ven sus debilidades, no se asusten incluso si ven sus pecados, se levantan y adelante, siempre adelante. No se queden caídos, no se cierren, va-yan adelante con lo que tengan encima, vayan adelante, que Dios sabe perdonar todas las cosas. Aprendamos de tantos que como Bartosz pusieron el servicio y la misión en primer lugar, el resto vas a ver que vendrá por añadidura.

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Gracias a todos, porque en estos días han estado atentos y pen-dientes hasta de los más pequeños, los más cotidianos y hasta los más aparentemente insignificantes detalles, como ofrecer un vaso de agua, y -a la vez- atendieron las cosas más grandes que requerían mucha planificación. Han preparado cada detalle con alegría, creatividad y compromiso, y con mucha oración. Porque las cosas rezadas se sien-ten y se viven con hondura. La oración le da espesura, le da vitalidad a todo lo que hacemos. Rezando descubrimos que somos parte de una familia más grande de lo que podemos ver e imaginar. Rezando le “abrimos la jugada” a la Iglesia que nos sostiene y acompaña desde el cielo, a los santos y santas que nos han marcado el camino, pero sobre todo rezando “le abrimos la jugada” a Dios para que Él pueda actuar y pueda entrar y pueda vencer.

Ustedes han querido dedicar su tiempo, su energía, recursos, a soñar y armar este encuentro. Podrían perfectamente haber opta-do por otras cosas, ustedes quisieron comprometerse. Esa palabra que la quieren borrar: compromiso. Eso los hace crecer, eso los agiganta, como estén, pero compromiso. Dar lo mejor de sí para hacer posible el milagro de la multiplicación no solo de los panes sino de la esperanza. Y ustedes dando lo mejor de sí, comprome-tiéndose, hacen el milagro de la multiplicación de la esperanza. Necesitamos multiplicar la esperanza. ¡Gracias, gracias por todo eso! Y en esto demuestran una vez más, que es posible renunciar a los propios intereses en favor de los demás. Como también lo hiciste tú, Stella Maris. Yo había leído los testimonios ante, por eso pude escribir esto, y cuando leí el tuyo sentí algo como ganas de llorar. Renunciaste a tus intereses, habías juntado pesito a pesito para poder participar en la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, pero renunciaste para ir a cubrir el sufragio de tus tres abuelos. Renunciaste para honrar tus raíces y eso te hace mujer, te hace adulta, te hace valiente. Renunciaste a participar en algo que te gustaba y que habías soñado para poder ayudar y acompañar a

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tu familia, para honrar tus raíces, para poder estar ahí; y el Señor, sin que vos lo esperaras ni lo pensaras, te estaba preparando el regalo de la Jornada Mundial de la Juventud en tu tierra. Al Se-ñor le gusta hacer estos chistes, al Señor le gusta responder de esta manera a la generosidad, siempre gana en generosidad: Vos le das un poquito así y Él te da un montón así. Así es el Señor, qué le vamos a hacer, así nos quiere. Como Stella Maris, muchos de uste-des también realizaron renuncias de todo tipo. Tantos de ustedes renunciaron... Piensen ahora, a qué renuncié yo para meterme de voluntario. Piensen un minuto. Ustedes con lo que han pensado han tenido que postergar sueños para cuidar su tierra y sus raíces. Eso siempre el Señor lo bendice, no se deja ganar en generosidad. Cada vez que postergamos algo que nos gusta por el bien de los otros y especialmente por los más frágiles, o por el bien de nuestras raíces como son nuestros abuelos y nuestros ancianos, el Señor lo devuelve ciento por uno. Te gana en generosidad, porque nadie le puede ganar a Él en generosidad, nadie lo puede superar en amor. Amigos: den y se les dará, y experimentarán cómo el Señor «les volcará sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante» (Lc 6,38), como dice el Evangelio.

Queridos amigos, han tenido una experiencia de fe más viva, más real; han vivido la fuerza que nace de la oración y la novedad de una alegría diferente fruto del trabajo codo a codo incluso con personas que no conocían. Ahora llega el momento del envío: vayan cuenten, vayan testimonien, vayan contagien lo que han visto y oído. Y esto no lo hagan con muchas palabras sino, como lo hicieron aquí, con gestos simples y con gestos cotidianos, esos que transforman y hacen nuevas todas las cosas, esos gestos ca-paces de armar lio, un lio constructivo, un lio de amor. Les cuen-to una cosa, cuando venía el primer día por el camino había una señora con un bonete, una señora mayor ya, abuela, ahí en la reja por donde yo pasaba con el auto y tenía un cartel que decía:

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“Nosotras las abuelas también sabemos armar lio”. Y ponía: “Con sabiduría”. Júntense con los abuelos para armar lio, va a ser un lio contundente, un lio genial, no el tengan miedo, vayan y hablen. Me parecía muy viejita la señora y le pregunté la edad: tenía 14 años menos que yo, qué vergüenza.

Pidámosle al Señor su bendición. Que bendiga a sus familias y a sus comunidades y a todas las personas con las que ustedes se van a encontrar en el futuro próximo. Pongamos también bajo el manto de la Virgen Santa nuestro corazón, lo que siente nuestro corazón. Que ella los acompañe. Y como les dije en Cracovia, yo no sé si en la próxima Jornada Mundial de la Juventud voy a estar, pero les aseguro que Pedro va a estar y los va a confirmar en la fe. Sigan adelante, con coraje y valentía y, por favor -soy pecador de alma-, no se olviden de rezar por mí. Gracias.

Oración –

Y ahora les doy la bendición. Ponemos en nuestro corazón lo que somos, lo que deseamos, a las personas con las cuales tra-bajamos en este tiempo, a los otros voluntarios, a la gente que hemos visto. Ponemos en nuestro corazón a los amigos para que reciban la bendición; y también ponemos en nuestro corazón a los que no nos quieren, a los enemigos, cada uno de nosotros tiene alguno, para que Jesús los bendiga también, y todos juntos podamos ir adelante.

Bendición

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Vigilia con Los Jóvenes

Discurso del Santo Padre

Campo San Juan Pablo II – Metro ParkSábado, 26 de enero de 2019

Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!:

Vimos este hermoso espectáculo sobre el Árbol de la Vida que nos muestra cómo la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada “en la nube” esperando ser descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de auto-superación. Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un “tutorial” con el que aprender la última novedad. La salvación que Dios nos regala es una invitación a formar parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre

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nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse; es el primero en decir “sí” a nuestra vida, él siempre va primero. Es el primero a decir sí a nuestra historia, y quiere que también digamos “sí” junto a Él. Él siempre nos primerea, es primero.

Y así sorprendió a María y la invitó a formar parte de esta his-toria de amor. Sin lugar a dudas la joven de Nazaret no salía en las “redes sociales” de la época, ella no era una “influencer”, pero sin quererlo ni buscarlo se volvió la mujer que más influenció en la historia. Y le podemos decir con confianza de hijos: María, la “influencer” de Dios. Con pocas palabras se animó a decir “sí” y a confiar en el amor, a confiar en las promesas de Dios, que es la única fuerza capaz de renovar, de hacer nuevas todas las cosas. Y todos nosotros hoy tenemos algo que hacer nuevo adentro, hoy te-nemos que dejar que Dios renueve algo en mi corazón. Pensemos un poquito: ¿qué quiero yo que Dios renueve en mi corazón?

Siempre llama la atención la fuerza del “sí” de María, Joven. La fuerza de ese «hágase» que le dijo al ángel. Fue una cosa dis-tinta a una aceptación pasiva o resignada. Fue algo distinto a un “sí” como diciendo: bueno, vamos a probar a ver qué pasa. María no conocía esa expresión: vamos a ver qué pasa. Era decidida, supo de qué se trataba y dijo “sí”, sin vueltas. Fue algo más, fue algo distinto. Fue el “sí” de quien quiere comprometerse y el que quiere arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguri-dad que la certeza de saber que era portadora de una promesa. Y yo les pregunto a cada uno de ustedes. ¿Se sienten portadores de una promesa? ¿Qué promesa tengo en el corazón para llevar ade-lante? María tendría, sin dudas, una misión difícil, pero las difi-cultades no eran una razón para decir “no”. Seguro que tendría complicaciones, pero no serían las mismas complicaciones que se producen cuando la cobardía nos paraliza por no tener todo claro o asegurado de antemano. ¡María no compró un seguro de

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vida! ¡María se jugó y por eso es fuerte, por eso es una influencer, es la influencer de Dios! El “sí” y las ganas de servir fueron más fuertes que las dudas y las dificultades.

Esta tarde también escuchamos cómo el “sí” de María hace eco y se multiplica de generación en generación. Muchos jóvenes a ejemplo de María arriesgan y apuestan, guiados por una promesa. Gracias Erika y Rogelio por el testimonio que nos han regalado. Fueron valientes estos: merecen un aplauso. Gracias. Compar-tieron sus temores, las dificultades, todo el riesgo vivido ante el nacimiento de Inés. En un momento dijeron: «A los padres, por diversas circunstancias, nos cuesta aceptar la llegada de un bebé con alguna enfermedad o discapacidad», eso es cierto, es com-prensible. Pero lo sorprendente fue cuando agregaron: «al nacer nuestra hija decidimos amarla con todo nuestro corazón». Ante su llegada, frente a todos los anuncios y dificultades que aparecían, tomaron una decisión y dijeron como María «hágase», decidieron amarla. Frente a la vida de vuestra hija frágil, indefensa y necesita-da la respuesta de ustedes, Erika y Rogelio, fue “sí”, y ahí tenemos a Inés. ¡Ustedes se animaron a creer que el mundo no es solo para los fuertes ¡Gracias!

Decir “sí” al Señor, es animarse a abrazar la vida como viene con toda su fragilidad y pequeñez y hasta muchas veces con todas sus contradicciones e insignificancias con el mismo amor con el que nos hablaron Erika y Rogelio. Asumir la vida como viene. Es abrazar nuestra patria, nuestras familias, nuestros amigos tal como son, también con sus fragilidades y peque-ñeces. Abrazar la vida se manifiesta también cuando damos la bienvenida a todo lo que no es perfecto, a todo lo que no es puro ni destilado, pero por eso no es menos digno de amor. ¿Acaso alguien por ser discapacitado o frágil no es digno de amor? Les pregunto: un discapacitado, una persona discapa-citada, una persona frágil, ¿es digna de amor? [¡Sí!] No se oye

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bien… [¡Sí!] Entendieron. Otra pregunta. A ver cómo respon-den. Alguien por ser extranjero, por haberse equivocado, por estar enfermo o en una prisión ¿es digno de amor? [¡Sííí!] Y así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego, al paralítico, abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz e incluso abra-zó y perdonó a quienes lo estaban crucificando.

¿Por qué? Porque solo lo que se ama puede ser salvado. Vos no podés salvar una persona, vos no podés salvar una situación, sino la amás. Solo lo que se ama puede ser salvado. ¿Lo repetimos? [juntos] Solo lo que se ama puede ser salvado. Otra vez. [jóvenes: “Solo lo que se ama puede ser salvado”] No olvidemos. Por eso nosotros somos salvados por Jesús, porque nos ama y no puede con su genio. Podemos hacerle las mil y unas, pero nos ama, y nos salva. Porque solo lo que se ama puede ser salvado. Solo lo que se abraza puede ser transformado. El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, que todas nuestras fragilida-des y que todas nuestras pequeñeces. Pero es precisamente a tra-vés de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces como Él quiere escribir esta historia de amor. Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de las negaciones y nos abraza siempre, siempre, siempre después de nuestras caídas ayudándonos a le-vantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída –atención a esto– la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la vida es la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar. Hay un canto alpino muy lindo que van cantando mientras suben la montaña: “En el arte de ascender, la victoria no está en no caer, sino en no permanecer caído”. No permanecer caído… La mano para que te alcen. No permanecer caído.

¡El primer paso es no tener miedo de recibir la vida como vie-ne, no tener miedo de abrazar la vida como es. Este es el árbol de la vida que hemos visto hoy.

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Gracias Alfredo por tu testimonio y la valentía de compartirlo con todos nosotros. Me impresionó mucho cuando decías: «co-mencé a trabajar en la construcción hasta que se terminó dicho proyecto. Sin empleo las cosas tomaron otro color: sin colegio, sin ocupación y sin trabajo». Lo resumo en los cuatro “sin” que deja-ron nuestra vida sin raíces y se seca: sin trabajo, sin educación, sin-comunidad, y sin familia. Es decir vidas sin raíces. Sin trabajo, sin educación, sin comunidad, y sin familia. Estos cuatro “sin” matan.

Es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil “vo-larse” cuando no hay desde donde agarrarse, de donde sujetarse. Y esta es una pregunta que los mayores estamos obligados a hacer-nos, los mayores que estamos aquí, es más, es una pregunta que ustedes tendrán que hacernos, ustedes los jóvenes tendrán que hacernos a los mayores y tendremos el deber de respondérsela: ¿qué raíces les estamos dando? ¿Qué cimientos para construirse como personas les estamos facilitando? Es una pregunta para no-sotros los mayores. Qué fácil resulta criticar a los jóvenes y pasar el tiempo murmurando si les privamos de oportunidades laborales, educativas y comunitarias desde donde agarrarse y soñar un futu-ro. Sin educación es difícil soñar futuro, sin trabajo es muy difícil soñar futuro, sin familia y sin comunidad es casi imposible soñar futuro. Porque soñar el futuro es aprender a responder no solo para qué vivo, sino para quién vivo, para quién vale la pena gastar mi vida. Y eso lo tenemos que facilitar nosotros, los mayores, dán-doles trabajo, educación, comunidad, oportunidades.

Como nos decía Alfredo, cuando uno se descuelga y queda sin trabajo, sin educación, sin comunidad y sin familia al final del día nos sentimos vacíos y terminamos llenando ese vacío con cual-quier cosa, con cualquier verdura. Porque ya no sabemos para quién vivir, luchar y amar. A los mayores que están aquí y a los que nos están viendo les pregunto: ¿Qué hacés vos para generar

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futuro, ganas de futuro en los jóvenes de hoy? ¿Sos capaz de luchar para que tengan educación, para que tenga trabajo, para que ten-gan familia, para que tengan comunidad? Cada uno de los grandes respondámonos en el corazón.

Recuerdo una vez charlando con unos jóvenes que uno me pregunta: ¿por qué hoy muchos jóvenes no se preguntan sobre si Dios existe o les cuesta creer en Él y les falta tanto compromiso por la vida? Les contesté: Y ustedes, ¿qué piensan sobre esto? Entre las respuestas que surgieron en la conversación me acuerdo de una que me tocó el corazón y tiene que ver con la experiencia que Al-fredo compartía: Padre, “es que muchos de ellos sienten que, poco a poco, dejaron de existir para otros, se sienten muchas veces invi-sibles”. Muchos jóvenes sienten que dejaron de existir para otros, para la familia, para la sociedad para la comunidad…, y enton-ces mucha veces se sienten invisibles. Es la cultura del abandono y de la falta de consideración. No digo todos, pero muchos sienten que no tienen mucho o nada para aportar porque no cuentan con espacios reales desde donde sentirse convocados. ¿Cómo van a pensar que Dios existe si ellos, estos jóvenes, hace tiempo dejaron de existir para sus hermanos y para la sociedad? Así los estamos empujando a no mirar el futuro. Y a caer en las garras de cualquier droga, de cualquier cosa que los destruye. Podemos preguntarnos: ¿Qué hago yo con los jóvenes que veo? ¿Los critico, o no me in-teresan? ¿Los ayudo, o no me interesan? ¿Es verdad que para mí dejaron de existir hace tiempo?

Lo sabemos bien, no basta estar todo el día conectado para sentirse reconocido y amado. Sentirse considerado e invitado a algo es más grande que estar “en la red”. Significa encontrar es-pacios en el que puedan con sus manos, con su corazón y con su cabeza sentirse parte de una comunidad más grande que los nece-sita, y que también ustedes, jóvenes, necesitan.

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Y eso los santos lo entendieron bien. Pienso por ejemplo en Don Bosco que no se fue a buscar a los jóvenes a ninguna parte. A ver acá, los que quieren a Don Bosco, un aplauso. Don Bosco no se fue a buscar a los jóvenes a ninguna parte lejana o especial, simple-mente aprendió a mirar, a ver todo lo que pasaba a su alrededor en la ciudad con los ojos de Dios y, así, su corazón fue golpeado por cientos de niños, de jóvenes abandonados sin estudio, sin trabajo y sin la mano amiga de una comunidad. Muchos vivían en la misma ciudad, muchos criticaban a esos jóvenes, pero no sabían mirarlos con los ojos de Dios. A los jóvenes hay que mirarlos con los ojos de Dios. Él lo hizo, se animó Don Bosco a dar el primer paso: abrazar la vida como se presenta y, a partir de ahí, no tuvo miedo de dar el segundo paso: crear con ellos una comunidad, una familia don-de con trabajo y estudio se sintieran amados. Darles raíces desde donde sujetarse para que puedan llegar al cielo. Para que puedan ser alguien en la sociedad. Darles raíces para que se agarren y no los tire abajo el primer viento que viene. Eso hizo Don Bosco, eso hicieron los santos, eso hacen las comunidades que saben mirar a los jóvenes con los ojos de Dios ¿Se animan ustedes los grandes a mirar a los jóvenes con los ojos de Dios? [Sí!]

Pienso en muchos lugares de nuestra América Latina que pro-mueven lo que llaman familia grande hogar de Cristo que, con el mismo espíritu de otros centros, buscan recibir la vida como viene en su totalidad y complejidad porque saben que el árbol siempre guarda una esperanza: si es cortado, aún puede retoñar, y no dejará de echar renuevos» (Jb 14,7).

Y siempre se puede “retoñar echar renuevos” siempre se pue-de empezar de nuevo cuando hay una comunidad, calor de hogar donde echar raíces, que brinda la confianza necesaria y prepara el corazón para descubrir un nuevo horizonte: horizonte de hijo amado, buscado, encontrado y entregado a una misión. Por medio de rostros concretos es como el Señor se hace presente. Decir “sí”

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como María a esta historia de amor es decir “sí” a ser instrumentos para construir, en nuestros barrios, comunidades eclesiales capa-ces de callejear la ciudad, abrazar y tejer nuevas relaciones. Ser un “influencer” en el siglo XXI es ser custodios de las raíces, custodios de todo aquello que impide que nuestra vida se vuelva gaseosa, que nuestra vida se evapore en la nada. Ustedes los mayores sean custodios de todo aquello que nos permita sentirnos parte los unos de los otros. Custodios de todo aquello que nos haga sentir que nos pertenecemos.

Así lo vivió Nirmeen en la JMJ de Cracovia. Se encontró con una comunidad viva, y alegre, que le salió a su encuentro, le dio pertenencia, por lo tanto identidad, y le permitió vivir la alegría que significa ser encontrada por Jesús. Nirmeen le esquivaba a Je-sús. Le esquivaba. Tenía sus distancias, hasta que alguien le hizo ver raíces, le dio pertenencia, y esa comunidad la animó a comen-zar ese camino que ella nos contó.

Un santo latinoamericano una vez se preguntó: «El progreso de la sociedad, ¿será sólo para llegar a poseer el último auto o adquirir la última técnica del mercado? ¿En eso se resume toda la grandeza del hombre? ¿No hay nada más que vivir para esto?»(cf. S. Alberto Hurtado, Meditación de Semana Santa para jóvenes, 1946). Yo les pregunto a los jóvenes : ¿Ustedes quieren esta grandeza? O no… [¡No!] Están dudosos. No se oye bien acá…no se oye, ¿Qué pasa?... [“¡No!”] La grandeza non es solamente llegar a poseer el último auto, a adquirir la última técnica del mercado. Ustedes fueron creados para algo más. María lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Erika y Rogelio lo comprendieron y dijeron: ¡Hágase! Alfredo lo com-prendió y dijo: ¡Hágase! Nirmeen lo comprendió y dijo: ¡Hágase! Los hemos escuchado aquí. Amigos, les pregunto: ¿Están dispues-tos a decir que “sí”? [“¡Sí!”] ¡Ahora aprendieron a contestar, ya me gusta más! El evangelio nos enseña que el mundo no será mejor porque haya menos personas enfermas, menos personas débiles,

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menos personas frágiles o ancianas de quien ocuparse, e incluso no porque haya menos pecadores, no, no será mejor por eso. El mundo será mejor cuando sean más las personas que, como estos amigos que nos han hablado, estén dispuestos y se animen a gestar el mañana y creer en la fuerza transformadora del amor de Dios. A ustedes jóvenes le pregunto: ¿Quieren ser “influencer” al estilo de María? [¡Si!”] Ella se animó a decir «hágase». Solo el amor nos vuelve más humanos, no las peleas, no el bullying, no el estudio solo: solo el amor nos vuelve más humanos, más plenos, todo el resto son buenos pero vacíos placebos.

Dentro de un momento nos encontraremos con Jesús, Jesús vivo en la Eucaristía. Seguro que van a tener muchas cosas que decirle, muchas cosas que contarle sobre distintas situaciones de sus vidas, de sus familias y de sus países.

Estando frente a Jesús, cara a cara, anímense, no tengan miedo de abrirle el corazón, para que Él renueve el fuego de su amor, que los impulse a abrazar la vida con toda su fragilidad, con toda su pequeñez, pero también con toda su grandeza y su hermosura. Que Jesús los ayude a descubrir la belleza de estar vivos y despier-tos. Vivos y despiertos.

No tengan miedo de decirle a Jesús que ustedes también quie-ren tomar parte en su historia de amor en el mundo, ¡que están para más!

Amigos: Les pido también que en ese cara a cara con Jesús sean buenos, y le pidan por mí para que yo tampoco tenga miedo de abrazar la vida, para que sea capaz de cuidar las raíces y diga como María: ¡Hágase según tu palabra!

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Santa Misa para la Jornada Mundial de la Juventud

Homilía del Santo Padre

Campo San Juan Pablo II – Metro ParkDomingo, 27 de enero de 2019

«Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces co-menzó a decirles: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,20-21).

Así el evangelio nos presenta el comienzo de la misión públi-ca de Jesús. Lo hace en la sinagoga que lo vio crecer, rodeado de conocidos y vecinos y hasta quizá de alguna de sus “catequistas” de la infancia que le enseñó la ley. Momento importante en la vida del Maestro por el cual, el niño que se formó y creció en el seno de esa comunidad, se ponía de pie, tomaba la palabra para anunciar y poner en acto el sueño de Dios. Una palabra procla-mada hasta entonces solo como promesa de futuro, pero que en

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boca de Jesús solo podía decirse en presente, haciéndose reali-dad: «Hoy se ha cumplido».

Jesús revela el ahora de Dios que sale a nuestro encuentro para convocarnos también a tomar parte en su ahora de «llevar la Bue-na Noticia a los pobres, la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia en el Señor» (cf. Lc 4,18-19). Es el ahora de Dios que con Jesús se hace presente, se hace rostro, carne, amor de misericordia que no espera situaciones ideales, situaciones perfectas para su manifesta-ción, ni acepta excusas para su realización. Él es el tiempo de Dios que hace justa y oportuna cada situación y cada espacio. En Jesús se inicia y se hace vida el futuro prometido.

¿Cuándo? Ahora. Pero no todos los que allí lo escucharon se sintieron invitados o convocados. No todos los vecinos de Na-zaret estaban preparados para creer en alguien que conocían y habían visto crecer y que los invitaba a poner en acto un sueño tan esperado. Es más, decían: “¿ Pero este no es el hijo de José?” (cf. Lc 4,22).

También a nosotros nos puede pasar lo mismo. No siempre creemos que Dios pueda ser tan concreto, tan cotidiano, tan cer-cano y tan real, y menos aún que se haga tan presente y actúe a través de alguien conocido como puede ser un vecino, un amigo, un familiar. No siempre creemos que el Señor nos pueda invitar a trabajar y a embarrarnos las manos junto a Él en su Reino de forma tan simple pero contundente. Cuesta aceptar que «el amor divino se haga concreto y casi experimentable en la historia con todas sus vicisitudes dolorosas y gloriosas» (Benedicto XVI, Au-diencia general, 28 septiembre 2005).

Y no son pocas las veces que actuamos como los vecinos de Nazaret, que preferimos un Dios a la distancia: lindo, bueno, ge-

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neroso, bien dibujadito pero distante y, sobre todo, un Dios que no incomode, un Dios “domesticado”. Porque un Dios cercano y coti-diano, un Dios amigo y hermano nos pide aprender de cercanías, de cotidianeidad y sobre todo de fraternidad. Él no quiso tener una manifestación angelical o espectacular, sino quiso regalarnos un rostro hermano y amigo, concreto, familiar. Dios es real porque el amor es real, Dios es concreto porque el amor es concreto. Y es precisamente esta «concreción del amor lo que constituye uno de los elementos esenciales de la vida de los cristianos» (cf. Benedicto XVI, Homilía, 1 marzo 2006).

Nosotros también podemos correr los mismos riesgos que los vecinos de Nazaret, cuando en nuestras comunidades el Evangelio se quiere hacer vida concreta y comenzamos a decir: “pero estos chicos, ¿no son hijos de María, José, no son hermanos de... son pa-rientes de...? Estos, ¿no son los jovencitos que nosotros ayudamos a crecer…? Que se calle la boca, ¿cómo le vamos a creer? Ese de allá, ¿no era el que siempre rompía los vidrios con su pelota?”. Y lo que nació para ser profecía y anuncio del Reino de Dios termi-na domesticado y empobrecido. Querer domesticar la Palabra de Dios es tentación de todos los días.

E incluso a ustedes, queridos jóvenes, les puede pasar lo mis-mo cada vez que piensan que su misión, su vocación, que hasta su vida es una promesa pero solo para el futuro y nada tiene que ver con el presente. Como si ser joven fuera sinónimo de sala de espera de quien aguarda el turno de su hora. Y en el “mientras tanto” de esa hora, les inventamos o se inventan un futuro higié-nicamente bien empaquetado y sin consecuencias, bien armado y garantizado y con todo “bien asegurado”. No queremos ofrecerles a ustedes un futuro de laboratorio. Es la “ficción” de alegría, no la alegría del hoy, del concreto, del amor. Y así con esta ficción de la alegría los “tranquilizamos”, los adormecemos para que no hagan ruido, para que no molesten mucho, para que no se pregunten ni

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nos pregunten, para que no se cuestionen ni nos cuestionen; y en ese “mientras tanto” sus sueños pierden vuelo, se vuelven rastre-ros, comienzan a dormirse y son “ensoñamientos” pequeños y tris-tes (cf. Homilía del Domingo de Ramos, 25 marzo 2018), tan solo porque consideramos o consideran que todavía no es su ahora; que son demasiado jóvenes para involucrarse en soñar y trabajar el mañana. Y así los seguimos procrastinando… Y ¿saben una cosa?, que a muchos jóvenes esto les gusta. Por favor, ayudémosle a que no les guste, a que se rebelen, a que quieran vivir el ahora de Dios.

Uno de los frutos del pasado Sínodo fue la riqueza de poder encontrarnos y, sobre todo, escucharnos. La riqueza de la escu-cha entre generaciones, la riqueza del intercambio y el valor de reconocer que nos necesitamos, que tenemos que esforzarnos en propiciar canales y espacios en los que involucrarse en soñar y tra-bajar el mañana ya desde hoy. Pero no aisladamente, sino juntos, creando un espacio en común. Un espacio que no se regala ni lo ganamos en la lotería, sino un espacio por el que también ustedes deben pelear. Ustedes jóvenes deben pelear por su espacio hoy, porque la vida es hoy. Nadie te puede prometer un día del mañana. Tu vida hoy, es hoy. Tu jugarte es hoy. Tu espacio es hoy. ¿Cómo estás respondiendo a esto?

Ustedes, queridos jóvenes, no son el futuro. Nos gusta decir: “Ustedes son el futuro…”. No, son el presente. No son el futuro de Dios, ustedes jóvenes son el ahora de Dios. Él los convoca, los llama en sus comunidades, los llama en sus ciudades para ir en búsqueda de sus abuelos, de sus mayores; a ponerse de pie junto a ellos, tomar la palabra y poner en acto el sueño con el que el Señor los soñó.

No mañana, ahora, porque allí , ahora, donde está tu tesoro está también tu corazón (cf. Mt 6,21); y aquello que los enamo-re conquistará no solo vuestra imaginación, sino que lo afectará

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todo. Será lo que los haga levantarse por la mañana y los impulse en las horas de cansancio, lo que les rompa el corazón y lo que les haga llenarse de asombro, de alegría y de gratitud. Sientan que tie-nen una misión y enamórense, que eso lo decidirá todo (cf. Pedro Arrupe, S.J., Nada es más práctico). Podremos tener todo, pero, queridos jóvenes, si falta la pasión del amor, faltará todo. ¡La pa-sión del amor hoy! ¡Dejemos que el Señor nos enamore y nos lleve hasta el mañana!

Para Jesús no hay un “mientras tanto” sino amor de misericor-dia que quiere anidar y conquistar el corazón. Él quiere ser nuestro tesoro, porque Jesús no es un “mientras tanto” en la vida o una moda pasajera, es amor de entrega que invita a entregarse.

Es amor concreto, de hoy, cercano, real; es alegría festiva que nace al optar y participar en la pesca milagrosa de la esperanza y la caridad, la solidaridad y la fraternidad frente a tanta mirada para-lizada y paralizante por los miedos y la exclusión, la especulación y la manipulación.

Hermanos: El Señor y su misión no son un “mientras tanto” en nuestra vida, un algo pasajero, no son solo una Jornada Mundial de la Juventud, ¡son nuestra vida de hoy y caminando!

Todos estos días de forma especial ha susurrado como música de fondo el hágase de María. Ella no solo creyó en Dios y en sus promesas como algo posible, le creyó a Dios, se animó a decir “sí” para participar en este ahora del Señor. Sintió que tenía una mi-sión, se enamoró y eso lo decidió todo. Que ustedes sientan que tienen una misión, se dejen enamorar y el Señor decidirá todo.

Y como sucedió en la sinagoga de Nazaret, el Señor, en medio nuestro, sus amigos y conocidos, vuelve a ponerse de pie, a tomar el libro y decirnos: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,21).

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Queridos jóvenes, ¿quieren vivir la concreción de su amor? Que vuestro “sí” siga siendo la puerta de ingreso para que el Espíritu Santo nos regale un nuevo Pentecostés, a la Iglesia y al mundo. Que así sea.

* * *

Saludo final

Al final de esta celebración, doy gracias a Dios por habernos dado la posibilidad de compartir estos días y vivir nuevamente esta Jornada Mundial de la Juventud.

De modo particular quiero agradecer la presencia en esta celebración del señor Presidente de Panamá, Juan Carlos Varela Rodríguez, como también la de Presidentes de otras naciones y la de las demás autoridades políticas y civiles.

Agradezco a Mons. José Domingo Ulloa Mendieta, arzobispo de Panamá, su disponibilidad y su buen hacer al acoger en su Dió-cesis esta Jornada, así como a los demás obispos de este país y de los países vecinos, por todo lo que han realizado en sus comunida-des para dar cobijo y ayuda a tantos jóvenes.

Gracias a todas aquellas personas que nos han sostenido con su oración, y que han colaborado con su esfuerzo y trabajo para hacer realidad este sueño de la Jornada Mundial de la Juventud en este país.

Y a ustedes, queridos jóvenes, un grande «gracias». Su fe y su alegría han hecho vibrar a Panamá, a América y al mundo entero. Como tantas veces escuchamos durante estos días en el Himno de esta jornada: “Somos peregrinos que venimos hoy aquí desde continentes y ciudades”. Estamos en camino, sigan caminando, sigan viviendo la fe compartan la fe. Y no se olviden que no son el mañana, no son el “mientras tanto” sino el ahora de Dios.

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Ya se ha anunciado la sede de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Les pido que no dejen enfriar lo que han vivido durante estos días. Vuelvan a su parroquias y comunidades, a sus familias y a sus amigos, transmitan lo que han vivido, para que otros puedan vibrar con esa fuerza y con esa ilusión concreta que ustedes tienen. Y con María sigan diciendo “sí” al sueño que Dios sembró en ustedes.

Y, por favor, no se olviden de rezar por mí.

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