evolución del patrimonio cultural venezolano

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1. PATRIMONIO CULTURAL: MÍNIMA RESEÑA HISTÓRICA.

Quizás dos fechas sean verdaderamente importantes en el momento de caracterizar de manera definitiva la categoría Patrimonio Cultural. Estamos haciendo referencia a la Convención de París del año 1972 y a la Convención realizada, una década después, en México en el año 1982. Entre una y otra, además de que se pasa de un concepto a otro, se incorporan ambas definiciones. Tanto los bienes culturales materiales como los inmateriales pueden ser considerados patrimonio cultural. Definitivamente la categoría evolucionó hasta alcanzar un concepto más amplio e integral, y el cual pondera la significación de los estilos de vida. Los bienes culturales intangibles pueden ser considerados potencialmente patrimonio cultural. Sin embargo, hemos considerado necesario enumerar, por lo menos, en términos generales, lo que el Maestro Dr. Pedro Manuel Guédez definió como Antecedentes Conservacionistas. Estos antecedentes abarcan, en principio, a: 1. La Conferencia de Atenas del año 1931. 2. El Tratado sobre Protección de Instituciones Artísticas y Científicas y Monumentos Históricos. También llamado el Pacto Roerich del año 1935. 3. La Carta Internacional sobre la Conservación y la Restauración de los Monumentos y de los Sitios. De igual manera, conocida como la Carta de Venecia del año 1964. 4. Las Normas de Quito del año 1967. 5. La Convención Concerniente a las Medidas a Adoptar para Impedir la Importación, la Exportación y la Transferencia de Propiedad Ilícitas de los Bienes Culturales, correspondiente al año 1970. Después de la Segunda Guerra Mundial, la preocupación por la conservación de los bienes culturales de interés social cobró presencia en los diferentes organismos internacionales. Por ejemplo, la UNESCO, creada el 16 de noviembre de 1945, se propone entre sus objetivos velar por la conservación y protección universal de libros, obras de arte y monumentos históricos y científicos... No obstante, de los distintos antecedentes, cuyo común denominador encontrado se relaciona con la conservación de bienes culturales de carácter histórico, artístico, científico y monumental, hemos hallado algunos tópicos específicos en cada uno de esos antecedentes de particular significación para la investigación cultural. Nos referimos a: 1ro. En la Conferencia de Atenas del año 1931, específicamente en la Resolución “g” se establece el interés por mantener al día una recopilación y una lista comparada de las legislaciones internacionales vigentes sobre materia conservacionista. Tal propuesta nos habla de la importancia de la legislación patrimonial 2do. En la carta de Venecia del año 1964 además de caracterizar la noción de monumento como la creación arquitectónica aislada o el sitio rural o urbano que nos ofrece el testimonio de una civilización en particular, se le otorga carácter excepcional a la restauración. Medida importante para emprender un praxis conservacionista. 3ro. En las Normas de Quito del año 1967 cabe destacar, particularmente lo relacionado con la puesta en valor del Patrimonio Cultural, la valorización económica de los monumentos y las medidas legales y técnicas propuestas. 4to. En la Convención referida a las importaciones y exportaciones ilícitas de bienes culturales cabe destacar la definición explícita y dilatada que se hace sobre lo que son los bienes culturales y el patrimonio cultural. De igual manera, se hace mención a un conjunto de medidas proteccionistas expresada en textos legales y otras figuras jurídicas culturales. Es indudable que la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial, Cultural y Natural, celebrada en París en año 1972, constituye uno de los eventos significativos en el momento de

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definir la categoría Patrimonio Cultural. Ésta se relaciona con los Monumentos, Conjuntos y Lugares de valor universal excepcional. En ese sentido, se considera Patrimonio Cultural a los Monumentos: obras arquitectónicas o de pintura monumentales, elementos o estructuras de carácter arqueológico, inscripciones, cavernas y grupos de elementos, que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia. Los Conjuntos: grupos de construcciones, aisladas o reunidas, cuya arquitectura, unidad e integración en el paisaje les dé un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia. Los Lugares: obras del hombre u obras conjuntas del hombre y la naturaleza así como las zonas, incluidos los lugares arqueológicos que tengan valor universal excepcional desde el punto de vista histórico, estético, etnológico o antropológico. (UNESCO, París: 1972). Por lo menos, dos observaciones consideramos necesarias hacer: 1ra. El antecedente más inmediato de este concepto sobre patrimonio cultural lo encontramos en la Carta de Venecia, a propósito del II Congreso Internacional de Arquitectos y Técnicos de Monumentos Históricos, realizado en Venecia del 25 al 31 de mayo de 1964. 2da. El concepto de Patrimonio Cultural se limita a los bienes culturales tangibles: Monumentos, Conjuntos y Lugares. El punto culminante del desarrollo del concepto de patrimonio Cultural lo vamos a encontrar en la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales, realizada en México en el año de 1982, una década después de propuesto el concepto anteriormente analizado. Sin embargo, nos parece conveniente señalar que otros eventos anteceden a la Declaración de México y estarán orientados a la creación de normas específicas e instrumentos internacionales en materia de conservación del patrimonio cultural. Nos referimos a:

1. La Declaración de Santo Domingo producto de la realización del Primer Seminario Interamericano sobre Experiencias en la Conservación y Restauración del Patrimonio Monumental de los Períodos Colonial y Republicano, llevado a cabo en Santo Domingo del 2 al 8 de diciembre de 1974 y organizado por el Gobierno de la República Dominicana y la Organización de Estados Americanos (OEA).

2. La 19ª Reunión de la Conferencia General de la UNESCO celebrada en Nairobi en septiembre de 1976.

La realización de la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales entre el 26 de julio y el 6 de agosto del año 1982 representa un punto culminante para el desarrollo del concepto sobre Patrimonio Cultural. Dentro de los cuatro (4) temas considerados, la caracterización del patrimonio cultural no sólo asimila los postulados propuestos tanto en Venecia como en París, sino que se incorporan los bienes culturales intangibles. La Declaración de México en el principio 23 nos dice: El patrimonio cultural de un pueblo comprende... el conjunto de valores que dan sentido a la vida. Es decir, las obras materiales y no materiales que expresan la creatividad de ese pueblo: la lengua, las creencias, los lugares y monumentos históricos, la literatura, las obras de arte y los archivos y bibliotecas. El concepto de patrimonio cultural no sólo abarca lo que la Convención de París 72 sostenía como tal, los lugares, los sitios y los monumentos, sino que incluye además los estilos de vida de los pueblos, los bienes culturales intangibles y los valores que le brindan personalidad y cosmovisión a las comunidades étnicas. En apenas una década la categoría de patrimonio cultural alcanzó dimensiones verdaderamente revolucionarias. Es este el primer aporte de la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales realizada en México en el 82 en materia de patrimonio. Nos dice la Declaración señalada: El concepto de patrimonio ha evolucionado considerablemente desde que se celebró la Conferencia de Venecia. Hoy engloba también todos los valores de la cultura viviente y se concede una importancia cada vez mayor a las actividades que pueden

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mantener vivos los estilos de vida y de expresión que trasmiten dichos valores. La atención que actualmente se presta a la preservación del patrimonio “no material” puede considerarse como una de las evoluciones más positivas de este último milenio. (UNESCO, Conferencia de México, 1982). 2. LA LEGISLACIÓN PATRIMONIAL DE VENEZUELA. 1945-1993. La normativa relacionada con el patrimonio cultural en la Venezuela contemporánea data del año 1945. En primer término, la Ordenanza sobre Defensa del Patrimonio Histórico de la Ciudad de Caracas, aprobada por el Concejo Municipal del Distrito Federal, el 21 de diciembre de 1944 y publicada en la Gaceta Oficial de los Estados Unidos de Venezuela, el 21 de abril de 1945. Nº 6.321. En segundo lugar, la Ley de Protección y Conservación de Antigüedades y Obras Artísticas de la Nación, aprobada por el Congreso de la República, el 26 de junio de 1945 y publicada en la Gaceta Oficial de los Estados Unidos de Venezuela (Nº 21.787), el 15 de agosto de 1945. Muy a pesar de que la categoría Patrimonio Cultural hace su aparición en el escenario mundial alrededor de los años 1945-1948, a propósito de la creación de organismos internacionales, que comienzan a interesarse por el tema, tales como la ONU, la OEA y la Organización de las Naciones Unidades para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), nuestra normativa cultural patrimonial no incorpora la novel definición quedando anclada a las categorías de patrimonio histórico y artístico. El país tuvo que esperar casi medio siglo, exactamente 48 años, para incorporar, primero, a una Ordenanza y, luego, a una Ley Nacional, el concepto, que se podría calificar de integral, sobre patrimonio cultural. En el año 1992, la Cámara Municipal modifica la Ordenanza sobre Defensa del Patrimonio Histórico de la Ciudad de Caracas y la transforma en la Ordenanza sobre Defensa y Protección de los Bienes del Patrimonio Cultural de la Ciudad de Caracas. Quizás, sea posible que el único aporte sustancial de tal modificación vino dado por la sustitución del concepto de patrimonio histórico por el de patrimonio cultural. Se incorpora por vez primera, en la segunda mitad del período correspondiente a la historia contemporánea de Venezuela, a una figura jurídica cultural, particularmente a una municipal, la categoría de patrimonio cultural. En el año de 1993, el Congreso de la República sanciona y aprueba la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural de Venezuela. Esta ley viene a sustituir a la otrora Ley de Protección y Conservación de Antigüedades y Obras Artísticas de la Nación de 1945. El país alcanzó sintonía y logró ponerse a tono con la definición de patrimonio cultural de la década del 80 sólo en el primer trienio de los últimos diez años del siglo anterior. Si bien es cierto que la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural del año 1993 viene, de alguna manera, a modernizar el Régimen Legal de los Recursos Culturales del país, no menos cierto es que desde su aparición como anteproyecto fueron muchas las observaciones que se le hicieron, particularmente aquella que exigía a la norma estar en sintonía con el proceso de distribución territorial del Poder Público. La Ley patrimonial es excesivamente centralista y los grandes ausentes en el texto vienen a ser las regiones y los municipios. Apenas un solo artículo hace referencia a las entidades locales. No obstante, consideramos que el alcance central de esta Ley específica está expresado precisamente en el hecho de que la misma permite al país ponerse a tono con la categoría que sobre Patrimonio Cultural expresara la Declaración de México del año 1982 y permite, de una u otra manera, actualizar el Régimen Legal de los Recursos Culturales de Venezuela. Quisiéramos ilustrar con mínimos ejemplos algunos logros y potenciales limitaciones de la norma en consideración. El hecho de que se estableció una enumeración enunciativa de los bienes que integran el patrimonio cultural; la consideración del entorno ambiental y paisajístico como parte integrante del bien considerado patrimonio y la valorización de los bienes arqueológicos en zonas subacuáticas, particularmente las submarinas, constituyen, entre otros, algunos logros de la normativa patrimonial.

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Ahora bien, un conjunto serio de observaciones consideradas a partir de sus potenciales limitaciones nos conducen a proponer una modificación sustancial del texto actual. Afortunadamente el ejecutivo patrimonial nacional ha comprendido el problema y da muestras y disposición para emprender un amplio anteproyecto modificatorio. Definitivamente el Munícipe, en general, y los trabajadores y creadores culturales, en particular, deben participar en la legislación de estos cambios fundamentales que requiere la Ley. El carácter centralista de la norma, la ausencia de capítulos dedicados a las entidades federales y locales, particularmente los Municipios, la ausencia de una coherente definición de los poderes fácticos patrimoniales, la ausencia de participación de la comunidad cultural organizada, representan, apenas algunas potenciales limitaciones de la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural de la nación. 3. LA DIMENSIÓN CONSTITUCIONAL DEL PATRIMONIO CULTURAL. CARTAS MAGNAS 1961-1999 Uno de los tópicos de indudable y necesaria consideración, análisis y reflexión está relacionado con el concepto de patrimonio cultural expresado en nuestras Cartas Magnas, particularmente las correspondientes a los años 1961 y 1999. En otras palabras, abordaremos el problema conceptual de las Disposiciones Patrimoniales Constitucionales a través de tres líneas de análisis: 1ra. El Concepto de Patrimonio expresado en la Carta Magna del año 1961. 2da. La antinomia que se produce entre la Constitución del 61 y la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural del año 1993. 3ra. El concepto de Patrimonio expresado en la Carta Magna del año 1999. La Carta Fundamental del año 1961 heredó las categorías y las definiciones que sobre la materia fueron expuestas en toda la legislación patrimonial tanto de la municipal, que data del año 1944, como de la normativa específica nacional, del año 1945. En Venezuela la legislación positiva no ha sido clara en cuanto a determinar el concepto de patrimonio cultural. Lo común ha sido referirnos al patrimonio artístico y al patrimonio histórico. ( Guédez, 1991 p. 32). En el Artículo 83 de la Carta Magna de 1961 podemos leer: El Estado fomentará la cultura en sus diversas manifestaciones y velará por la protección y conservación de las obras, objetos y monumentos de valor histórico y artístico que se encuentren en el país... (s.n) El citado Artículo, el cual representa una disposición patrimonial constitucional, se refiere, exclusivamente, a los bienes culturales materiales y tangibles al señalar a las obras, monumentos y objetos. La segunda expresión el Texto Fundamental está en sintonía, de alguna manera, con el concepto de patrimonio cultural sugerido en la Convención de París en el año 1972. Lo, definitivamente, cierto es que el Texto Constitucional es categórico cuando precisa la dimensión histórica y artística de tales bienes. La Carta Magna del 61 maneja, desde el punto de vista conceptual, las categorías de Patrimonio Artístico, Patrimonio Histórico, e incluso el de Patrimonio Monumental. El precepto constitucional patrimonial venezolano expuesto en la Carta Magna de 1961, si bien es cierto, como hemos afirmado anteriormente, está en relación, de alguna manera, con la definición de Patrimonio Cultural promulgada por la Convención de París de 1972, y la cual sería sancionada y aprobada por el entonces Congreso de la República, luego, como Ley Aprobatoria de Venezuela, más de dos décadas después, en el año de 1995, no menos cierto es, y no cabe duda, que tales Disposiciones Patrimoniales Constitucionales requerían ponerse a tono con la categoría que sobre Patrimonio Cultural se formuló en el marco de la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales,

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realizada en México de 1982. El concepto de patrimonio ha evolucionado considerablemente... Venezuela, desde 1993, posee una Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural de la Nación, la cual colocó a tono a la normativa patrimonial con la nueva categoría que sobre patrimonio cultural a nivel internacional se venía exponiendo y asimilando, y que paulatinamente ha sido incorporada a las Cartas Fundamentales de los países del mundo y de América Latina, particularmente en algunas Constituciones de las naciones signatarias del Pacto Subregional Andino. De igual manera, la Ley de Patrimonio de Venezuela viene a enriquecer al Régimen Legal de los Recursos Culturales, régimen definitivo, en gran medida, en la constitución, organización y funcionamiento de los poderes públicos culturales de la nación. Sin embargo, no existe una total sintonía entre los postulados patrimoniales de la Carta Magna y los expuesto en la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural de la nación. El concepto de Patrimonio Cultural de la Ley incluye a las definiciones Patrimoniales Constitucionales del 61, empero las categorías patrimoniales del Texto Fundamental no asimilan ni incorporan, de ninguna manera, al concepto de Patrimonio Cultural expuesto en la Ley del 1993. Existe una verdadera antinomia entre las categorías de patrimonios artístico e histórico expresado en la Constitución del 61 y el concepto de patrimonio cultural manejado en la Ley de Patrimonio del 93. Venezuela arriba al año 2000 y al nuevo milenio con una novel Constitución. Al analizar, en términos generales, a la cultura en el nuevo Texto Fundacional nos encontramos con el establecimiento del rango constitucional del derecho a la cultura, así como un profusa presencia del término en el Texto en comparación con las apenas cuatro (4) veces que aparece en su homóloga del año 1961. Hemos encontrado 22 logros contra 14 limitaciones en la Carta Magna del año 1999 en materia cultural. Ahora bien, nos convoca el análisis de las Disposiciones Constitucionales Patrimoniales. En el Capítulo IV: De los Derechos Culturales y Educativos, particularmente en el Artículo 99 podemos leer: El Estado garantizar la protección y preservación, enriquecimiento, conservación y restauración del patrimonio cultural, tangible e intangible, y la memoria histórica de la Nación. Los bienes que constituyen el patrimonio cultural de la Nación son inalienables, imprescriptibles e inembargables. La Ley establecerá las penas y sanciones para los daños causados a estos bienes. Venezuela alcanzó, constitucionalmente, ponerse a tono y en sintonía conceptual con la categoría Patrimonio Cultural expresada en la Declaración de México 82. El postulado anterior constitucional sobre patrimonio permite superar la contradicción que había surgido entre la Ley de Patrimonio de 1993 y la Carta Magna del año 1961. Dos observaciones, por lo menos y en principio, pudieran hacerse: 1ra. La protección y preservación, enriquecimiento, conservación y restauración del patrimonio cultural es una competencia concurrente del Estado venezolano. En consecuencia, esta competencia es inherente a las entidades federales (los Estados), a las entidades locales (los Municipios) y al Estado-Nación. 2da. Desde el Texto Fundamental es posible comprender a la Protección y Defensa del Patrimonio Cultural como una de las líneas estratégicas de la política cultural del Estado venezolano, también, a todos sus niveles. 3. PATRIMONIOS CULTURALES VIVIENTES:

(Una Experiencia en el Estado Sucre. Período 1993-1996) Quizás uno de los elementos resueltamente revolucionarios que integran la categoría de Patrimonio Cultural sea la valorización de los modos de vida de las sociedades, sus maneras de ser y de comportarse, sus sistemas de valores religiosos y éticos. De esa manera, el patrimonio de un pueblo se encuentra en la vida cotidiana, que las comunidades étnicas realizan en su diario

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devenir. Su cosmovisión y su personalidad cultural definen su sentido de pertenencia, su identidad, su relación con los otros y su manera de asistir a la vida. En una palabra, su cultura. Entre los años 1992-1993, desde el Departamento de Legislación Cultural de la Comisión Permanente de Cultura del Concejo del Municipio Libertador, iniciamos el estudio del concepto de Patrimonio Cultural, a la luz de los valores de la cultura viviente, y su posible relación con un conjunto de Cultores Populares, los cuales siendo fundamentalmente Creadores, además experimentaban un situación de abandono por parte de los poderes fácticos públicos culturales. Las preguntas surgían atropelladamente: ¿Cuál reconocimiento era posible otorgarle a esos Cultores Populares como Creadores? ¿Cómo proteger y asegurar, de alguna manera, su obra trascendente y su actividad creadora? ¿Cuál podría ser el reconocimiento social que los dignifique como parte de su microlocalidad? ¿Cómo asistir a los Cultores Populares en términos de establecer, de cierta manera, un tipo de protección jurídico-social?. ¿Era posible instrumentar una propuesta de tal naturaleza desde una instancia fundamental legislativa? ¿Cuál sería el costo presupuestario de un reconocimiento especial para los Cultores Populares que tuvieran la categoría de Patrimonio Cultural Viviente?. ¿Qué entendemos por Patrimonio Cultural Viviente?. ¿Cuál es su base legal? ¿Cuál puede ser su fundamentación conceptual? Tuvimos la oportunidad de dirigir la rama ejecutiva cultural en el Estado Sucre, durante el período 1993-1996. Al establecer las líneas básicas y estratégicas de la política cultural del Estado definimos, entre otras, a la protección y defensa del patrimonio cultural y a la investigación cultural como parte de la misma. De igual manera, establecimos al Campo Cultural Residencial como espacio vital para instrumentar la gestión cultural del gobierno regional. Una de las primeras tareas se relacionó con el registro de los creadores populares en cada Municipio. Previo al reclutamiento de un personal de la institución, cuya condición académica se caracterizaba por ser tesistas, licenciados y técnicos superiores, así como docentes, fundamos el Centro de Investigación Socio-Culturales del Estado Sucre. Una vez de instrumentado un proceso agresivo e intensivo de capacitación, alcanzamos a registrar 648 Cultores Populares en 15 Municipios. Los criterios de clasificación se orientaron a evaluar a los Personajes Populares y a los Cultores Populares. Éstos últimos poseedores de una obra y como condición sine qua non ser Creadores. Los únicos que podían llegar a la condición de Patrimonios Culturales Vivientes serían aquellos Creadores Populares o Cultores Populares con una obra de, por lo menos de 25 años de trabajo. La clasificación y estudio resultó arduo. La labor la instrumenta el Lic. Ricardo Mata y su equipo de investigación, bajo la coordinación general del Director de Cultura del Estado. Realizamos dos (2) Declaratorios sobre los Patrimonios Culturales Vivientes del Estado Sucre, primera entidad federal en Venezuela en llevar a cabo desde una gestión cultural gubernamental un reconocimiento de esta naturaleza. El total alcanzó a 139 Cultores Populares declarados Patrimonios Culturales Vivientes. Ello implicaba un bono de mérito vitalicio y la atención médico-hospitalaria y dotación de medicinas totalmente gratuita. Además de su respectiva condecoración. Los Cultores cuyas posibilidades de subsistencia estuviese resuelta solamente se le otorgaban el reconocimiento. El aporte de la categoría Patrimonio Cultural sobre la base de la valorización a la cultura viva de un país nos brinda la posibilidad real de dignificar nuestra cotidianidad cultural. 4. PROPUESTAS

1ra. Crear la Cátedra Permanente de Patrimonio Cultural. 2da. Realizar el inventario de bienes culturales tangibles e intangibles en cada una de las Parroquias del Municipio Libertador. 3ra. Instrumentar la Primera Declaratorio de los Patrimonios Culturales Vivientes del Municipio Libertador.

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4ta Exhortar al Instituto de Patrimonio Cultural a la realización de un conjunto de talleres para analizar la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural de la nación. 5ta. Legislar con las comunidades organizadas culturales para la elaboración el Anteproyecto Modificatorio de la Ley de Protección y Defensa del Patrimonio Cultural de la nación. 6ta. Crear las instancias patrimoniales parroquias ejecutivas 7ma. Crear las figuras de los Cronistas Parroquiales Auxiliares.

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La construcción de identidades en contextos socio-culturales específicos1 Belin Vázquez de Ferrer* y Aura Graterol** Universidad del Zulia* Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez** Resumen El actual debate en las Ciencias Sociales se revela en nuevos desafíos y rupturas epistemológicas entre los diferentes campos disciplinares. Esto ha permitido captar y explicar el objeto de estudio de la historia en el entramado sociocultural desde los procesos reales y simbólicos de las relaciones sociales en un tiempo y lugar determinado; además, esclarecer que la construcción de representaciones y prácticas sociales deriva en imágenes de una memoria histórica y de una historia escrita administrada desde la racionalidad de los espacios académicos. En este planteo se ubica la presente ponencia, con el propósito de resignificar el lugar de los procesos identitarios en la cultura social y la reafirmación sociocultural contextualizadas en las nuevas dimensiones que asumen las localidades y regiones, para lo cual el conocimiento histórico debe propender a explicaciones sobre las configuraciones de orden social. En este sentido, se reflexiona sobre perspectivas teóricas para una nueva historia e historiografía más allá del dogma y de la fragmentación disciplinaria, dirigida a revelar los escenarios que han dado lugar a la condición cultural histórica de los agentes sociales concretos. Ello ha respondido a un proceso intencional de producción de sentidos, que convierte a la memoria histórica institucionalizada desde el código disciplinar en una memoria social de identidades individuales y colectivas. A este respecto, se puntualiza sobre el actual debate en las Ciencias Sociales y el imaginario social representado en las categorías histórico-culturales, a partir de las cuales se ha construido el saber institucionalizado, en íntima correspondencia con el desarrollo histórico de los estados nacionales y su ordenamiento jurídico e institucional de la modernidad orientado, entre otras razones, a legitimar una imagen homogénea y estereotipada en las sociedades latinoamericanas que introyecta una noción de ciudadanía legitimada en la relación poder- saber e identidad. Se concluye en la relevancia social de los saberes construidos para la formación del pensamiento social, que debe propender hacia la consecución de fines comunes de interés público para construir la ciudadanía generada en la identidad social positiva. Palabras clave: Sociocultural, identidades, historia, saberes. The Construction of Identities in Specific Socio-Cultural Contexts Abstract The current debate in social sciences brings up new challenges and creates fissures among the various disciplines. This has allowed us to capture and explain the objective of historic study in the socio-cultural fabrick from real and symbolic processes in specific times and places. It has also allowed us to clarify that the construction of social representations and practices creates images of the historical memory, as well as a written history which is administered from within the rationality of academic spheres. This paper is inserted within this perspective and written with the purpose of re-affirming the place of the identity-creating processes in social culture, and socio-cultural re-affirmation contextualized in the new dimensions assumed by towns and regions, for which historic knowledge must provide explanations in relation to the configurations of social order. In this sense, we reflect on theoretical perspectives for a new history and historography which go beyond dogma and disciplinary fragmentation, aimed at revealing the scenarios which have originated the historical and cultural condition of concrete social agents. This responds to an intentional process of production of sense which transforms institutional historic memory from a disciplinary code into a social memory of both collective and individual identities. In this sense, we focus on the current debate in the Social Sciences and on the social imaginary represented in historic-cultural categories, from which institutionalized knowledge has been constructed in an intimate relationship with the historic development of national states and their modern legal and institutional bodies

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geared, among other things, at legitimating a homogeneous and stereotyped image in Latin American societies which interjects a notion of citizenship which is legitimated in the relationship between power-knowledge and identity. Finally, we stress the social relevance of the types of knowledge constructed for the formation of social thought, which must lead to the achievement of common goals of public interest in order to construct a type of citizenship generated in positive social identity. Key words: Socio-cultural, identities, local and regional history, knowledge. Recibido: 05-02-02 . Aceptado: 03-07-02 La ruptura paradigmática que opera en el conocimiento de lo social, nos coloca frente a la certeza que nuestros saberes han edificado una “ciencia sin conciencia”, materializada en una falsa conciencia configurada en la sucesión de imágenes y de una visión lineal y universal que reedifica un ideal de sociedad heredado del pensamiento ilustrado. Esto plantea la emergencia de una nueva lectura de lo social, que tampoco admite permanecer anclados en los enfoques disciplinares, pues “la ciencia dividida en disciplinas tiene que convertirse en ciencia trasdisciplinaria” (Funtowicz y Marchi, 2000, p. 59). A este respecto resulta muy provechoso que dirijamos la atención a deconstruir la visión reduccionista y descontextualizada del pensamiento histórico que se ha legitimado como real y frente a lo cual han transitado concepciones del mundo que han soslayado la dinámica de los tiempos sociales en las memorias colectivas. Estas reflexiones parecen no tener relevancia en los espacios públicos y académicos de nuestro país, ante lo cual es preciso advertir que ello radica en la persistencia de estructuras de pensamiento que durante siglos han venido sedimentado nuestra episteme sobre una “gramática” fijada en disciplinamientos y controles orientados a reconocernos como portadores legítimos y naturales de subjetividades basada sen tradiciones heredadas. No pretendo cometer un exabrupto si afirmo que carecemos de sólidas bases epistemológicas que posibiliten pensar desde una visión no esencialista, no positivista, no objetivista que desestructure el pensamiento unidimensional “desustantivado y des-referenciado… [Fundado] en la construcción metafísica, ética y epistemológica de la civilización occidental” (Leff, 2001, p. 40). En este sentido, las identidades han sido asumidas desde la unicidad y no desde la diversidad y la diferencia. Como afrenta a la universalidad impuesta, es necesario formularnos preguntas y obtener respuestas sobre las formas identitarias como componentes de tiempos sociales heterogéneos, lo que implica construir una genealogía de racionalidades diferenciadas como anclaje de la cultura “…para redescubrir los mundos ocultados, las prácticas sepultadas y los saberes subyugados” (Leff, 2001, p. 35). Un intento en esta dirección amerita que discutamos sobre estos temas y problemas, a partir de los cuales derivemos reflexiones y acciones sobre resistencias y permanencias frente a la alteridad, la diferencia y la diversidad. Se trata de apuntalar hacia un diálogo de saberes que emerja de la razón crítica para el cambio social. Lo señalado nos impone debatir sobre el imaginario, las marcas y las prácticas que se han introyectado en la relación saber- poder - identidad. No debemos poner en duda que determinadas creencias, saberes y subjetividades se han legitimado como verdades universales. Ejemplo de ello son los discursos y el imaginario construido sobre los estado- nación y la identidad nacional; ambos se representan ante nosotros como homogeneidad o unidad y no como espacios temporo- espaciales en los cuales se producen y han producido diversidad de anclajes socioculturales. Son precisamente estos posicionamientos históricos, los más ignorados por las llamadas Ciencias Humanas y Sociales y, en nuestro caso, por la historia investigada y enseñada en todos los niveles y modalidades del sistema educativo venezolano. Se trata de develar estos posicionamientos desde nuevas dimensiones, a la vez que resituar nuestra condición cultural histórica inmersa en el patrón epistemológico del mundo cultural moderno. En este orden de ideas, quiero centrar mis planteamientos en la “…historia de la

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homogeneización y dominación de la diversidad y la diferencia” (Leff, p. 36), ante la emergencia de construir una racionalidad sobre las historias diferenciadas desde el lugar como poder. I. La construcción social de la identidad nacional desde el mundo moderno La identidad histórica en el contexto latinoamericano se ha imaginado mediante dispositivos simbólicos impuestos desde los lugares del poder hegemónico. Esto explica que la identidad, como sinónimo de lo idéntico, ha sido una elaboración del mundo occidental moderno y nos habla de un imaginario social en correspondencia con la invención de Latinoamérica y la nación. Desde esta episteme histórico- social, somos vistos y nos reconocemos como “comunidades imaginadas” a partir de imágenes ritualizadas de la nación, encarnadas en una patria, una lengua y un territorio común. Esta noción de identidad, léase unidad, homogeneidad, se corresponde con el universalismo y los tiempos históricos únicos y lineales, surgidos de la epistemología de la occidentalización. De acuerdo a lo planteado por Aníbal Quijano (2000, pp. 282-283), América fue la primera identidad de la modernidad y, por lo tanto, el primer espacio / tiempo del patrón de poder mundial. Las identidades históricas poseyeron una connotación racial - negros, indios, mestizos, españoles, más tarde genéricamente blancos o europeos- y con ella las relaciones sociales y la división del trabajo tuvieron en las jerarquías, procedencias y roles sus elementos constitutivos. Este autor introduce como aporte teórico, lo que denomina la colonialidad del poder, determinada por el patrón de poder basado en la reproducción continua de esas identidades históricas y la relación jerarquizada de desigualdad y dominación entre las identidades europeas y no europeas (2000, p. 30). Walter Mignolo (2000, p. 82) agrega a este planteamiento, que desde el siglo XVI el sistema- mundo moderno europeo, construyó el imaginario de su autodefinición indisociable del capitalismo y dejó de lado el imaginario conflictivo surgido con y desde la diferencia colonial. Dentro de este horizonte colonial de la modernidad, emergió la idea del “hemisferio occidental” en y con el circuito comercial Atlántico. América fue imaginada como otro hemisferio, pero igualmente occidental; para decirlo de otro modo, representó la diferencia pero también la mismidad. Esta identidad, inventada por el patrón de poder imaginado desde el mundo moderno/ colonial, tuvo su correlato en la conciencia subalterna vivida desde la diferencia. A este respecto, los macro relatos comenzaron a gestarse con el discurso de las “Indias Occidentales”, el “Nuevo Mundo” y “América”. Si estas nociones fueron distintivas de la conciencia castellana y europea y de la conciencia criolla blanca, en quienes lideraron el proceso de formación de los estados nacionales, las ideas de “América” y de “hemisferio occidental” fueron imaginadas como lugar de pertenencia y derecho de autodeterminación, en el momento que se transformaba la conciencia criolla colonial en postcolonial y nacional, lo que estableció las bases del colonialismo interno y abarcó el período de formación nacional (Mignolo, 2000, pp. 95-96). De esta manera, las fronteras de los actuales Estados Nacionales fueron delineadas por los círculos de poder hegemónico liberal del siglo XIX, al margen de las fronteras étnicas y las realidades socioculturales existentes. Esto explica el ideal de sociedad personificado en el hombre blanco, masculino, urbano y cosmopolita representando la cultura europea, reafirmada ante el indio, el negro y el mestizo durante estos siglos de desenvolvimiento histórico del modelo civilizatorio occidental. Por tanto, lo que resulta un problema de conflictividad social, resuelto “de un plumazo” con el ordenamiento jurídico-institucional republicano, fue “…el espejo necesario para la construcción del sí mismo como condición indispensable de las identidades latinoamericanas en la modernidad” (Lander, 1998, p. 92). Este patrón epistemológico se ancló en la racionalidad romántica y positivista que, en nuestro caso, dominó la producción historiográfica y la enseñanza histórica desde las últimas décadas del siglo XIX hasta avanzado el XX y, más tarde, la de corte técnico-instrumental como modelo de conocimiento y de elaboración científica. Todo ello se ha representado en los saberes

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institucionalizados, en el modelo educativo y, en nuestro caso, en la historia investigada y enseñada. Como bien lo ha mostrado Santiago Castro-Gómez, la socialización del saber ha estado ligada a dispositivos tendentes a formar un tipo específico de hombres y mujeres para funcionar de acuerdo a los objetivos definidos por el “proyecto de la modernidad.” Al respecto, señala que no se trata de descubrir el modo en que la “razón latinoamericana” se ha “desplegado” históricamente, sino de poner de relieve cuáles han sido los dispositivos de saber-poder, desde los cuales se han ordenado los mecanismos de disciplinamiento y control para modelar las prácticas sociales y establecido las fronteras entre quienes quedan “adentro” y los que quedan “afuera” de la modernidad. Antes que todo, se trata de un conocimiento construido desde un conjunto de normas, códigos y de relaciones sociales históricamente modeladas, que muestran la “razón de ser” de nuestra experiencia cotidiana, pues las palabras y las cosas han sido construcciones sociales, determinadas por un sistema de ordenamiento que las entreteje y les configura su sentido y significación. La pregunta, entonces debe ser ¿cómo hemos podido generar un saber sobre “lo propio” y lo ajeno?” La respuesta la encontraremos al fijar la mirada en el ordenamiento epistémico-social que ha posibilitado la construcción de “Latinoamérica”, “Occidente”, “Europa”, Modernidad”, como objetos de conocimiento; pues denotan el orden simbólico desde el que han sido construidas. Precisamente aquí radica la interrogante que nos impone el presente: ¿desde qué tipo de prácticas hemos sido inventados como agentes colectivos de lo que llaman la modernidad, esa que sí lograron Europa y los Estados Unidos? La clave de la respuesta está en el discurso de la identidad latinoamericana y nacional, como punto de referencia de una memoria histórica encarnada en un sentimiento de pertenencia telúrica, de una “identidad cultural” levantada sobre la mitificación de la nación y los nacionalismos como “comunidades imaginadas,” según lo califica Benedict Anderson. De allí surge el Latino-americanismo y el Estado- nación como representaciones en los saberes. En consecuencia, lo latinoamericano y lo nacional, han cumplido el propósito de trasmitir a los ciudadanos de la patria la noción de una identidad desde una imaginada “historia común.” Nelly García (1996), precisa que de este marco de inter relaciones y de producción de sentidos, las identidades nacionales se han inventado o recreado, mediante vínculos jurídicos que apelan, en cada caso, a su jurisdicción político- territorial y a la especificidad cultural para reafirmarse ante los otros Estados-nación (p. 3). A ello añade Beatriz González (1994), que la subjetividad moderna con sus prácticas de disciplinamiento social inventó “el otro”, el ciudadano latinoamericano como “sujeto de derecho,” formalizado en las constituciones, los manuales de urbanidad, la gramática y materializado en la escuela con su función de capacitar a los ciudadanos para ser “útiles a la patria” y forjar los valores de la “unidad nacional.” En su lógica actual, esta realidad histórica imaginada se significa en nuevas identidades impuestas por el patrón del poder global o planetario, que incide en las maneras de interpretar la experiencia vivida y en las prácticas sociales. Sin embargo, son diversas las lecturas de esta globalización neoliberal y las maneras cómo opera su representación conceptual y sus implicaciones en la redefinición de la relación de alteridad entre el Occidente y sus “otros”. Así tenemos que en los últimos años ha surgido el discurso de lo singular, lo diverso y lo local como nuevas formas de diferenciación. Sin embargo, este discurso del globocentrismo oculta la presencia de Occidente y la forma en que éste sigue imaginando a sus otros. (Coronil, 1998, p. 123). II. El imaginariode la identidad nacional Estas “comunidades imaginadas” se han nutrido del ideario de las repúblicas nacidas de la “patria grande o madre patria”, plasmado en los textos constitucionales desde siglo XIX. Estos cuerpos jurídicos basan sus principios en una adhesión de la civilidad moderna a los valores y normas que encarnan códigos entroncados con la tradición política del republicanismo heredado de la sociabilidad de Antiguo Régimen.

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Los principios enarbolados por el pensamiento liberal decimonónico que establecía una “nación para los ciudadanos,” aún hoy se significan en sentimientos asociados a la relación nación- identidad colectiva como constructo social heredado de una tradición político-cultural inmutable, forjada a base de pertenencias simbólicas sobre las que se ha erigido el imaginario nacionalista, reforzado por la pertenencia común a una lengua, un territorio, tradiciones y símbolos patrios, representados en la bandera, el escudo y el himno nacional. No cabe duda que el imaginario de la nación comienza con el mismo proceso fundacional hispano-europeo, la instauración de un cuerpo jurídico y político-institucional y los correspondientes discursos de funcionarios, cléricos y cronistas sobre estas tierras de bárbaros y vasallos que debían asumirse como identidades fundantes desde un relación de subordinación y obediencia al monarca soberano que representaba la imagen ausente y presente de la divinidad. Desde estos referentes simbólicos se instaló una práctica civilizatoria basada en la “coherencia única de la centralidad cultural” y difundida mediante reglamentaciones e instituciones encargadas del ordenamiento social. En consecuencia, durante más de cuatro siglos de vida republicana, cualquiera sea el régimen político, la identidad colectiva encarnada en la visión unitaria de lo nacional, se ha representado en virtudes cívicas y valores sociales inspirados en las sacralizadas nociones de la nación, ciudadano, patria, patriotismo2, valorados como los componentes de la identidad nacional y la memoria mitificada en la unidad originaria gestada desde el siglo XVI al presente. Este proceso de construcción que deviene de la ideología “modernizadora” liberal, equipara la noción historicista de la nación, única e indivisible, con el concepto político de nación- estado universal” (Colomines i Companys, 2001, p.100). Este imaginario del Estado- Nación modelado desde los dispositivos simbólicos inscritos en la lógica del poder, emerge desde mediados del siglo XIX con la ideología romántica del nacionalismo europeo occidental que se hizo hegemónica en la mayor parte del mundo y se convirtió en una ficción funcional para legitimar los Estados capitalistas en su orden y mercado interno e inter-“nacional.” Como unidad conceptual y práctica social, el territorio se significa integrado bajo la égida de un solo Estado, la Nación da sentido de cohesión social en la construcción imaginaria de la realidad y la Patria, se representa en el mundo sensible que le confiere la unidad al Estado, es el lugar donde los sectores sociales se reconocen como partes de un todo delimitado geográficamente por fronteras nacionales. Desde esta simbiosis de integración simbólica se conformó el ideal de la identidad nacional a la frontera imaginaria que apela a un Nosotros en relación a un Otros y se significa en la relación entre identidades colectivas (Yannuzzi, 1997). Estas representaciones sociales construyen las cartografías simbólicas del territorio-frontera son los lugares de la identidad donde convergen la subjetividad con lo relacional en cuanto a alteridad y sentido histórico de un pasado común. En Latinoamérica estas nociones han coexistido en dos vertientes: La primera, es la idea de nación hegemónica que inspiró el pensamiento político desde el siglo XIX y deviene de la matriz romántica europea que coloca la territorialidad y las fronteras nacionales como línea separadora de lo único y lo diferente, de un nosotros y un ellos. La segunda noción, procede de la transformación del mundo colonial indohispano en “bloque histórico-territorial” con el nacimiento de las repúblicas independientes y la constitución de los Estados-nación y las nacionalidades. En esta imaginación identitaria tuvo papel fundamental el discurso liberal decimonónico de los letrados y la prensa, para quienes bajo la influencia del romanticismo, el concepto de frontera sufrió un proceso de “iberoamericanización”, pues pasó de entenderse como una línea a un espacio desde donde se libraba la lucha entre civilización y barbarie que no resulta muy distinto de la idea de América como frontera para la expansión de Europa Sea como fuere las particularidades de cada caso, esta formación histórica de la identidad es obligatoria materia de investigación y enseñanza para la ciencia histórica, pues resultaría más fructífero para el saber histórico estudiar porqué estas “tradiciones inventadas”3 han perdurado

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durante tanto tiempo en contextos culturales y sociales distintos, antes que dedicarnos a “desenmarcarar” la “fabricación” de la nación por parte de las elites (Colomines i Companys, 2001, p.97). Esto también pone de manifiesto la adscripción a los principios políticos del “patriotismo constitucional,” los cuales han de ser compartidos por todos los habitantes de una nación que, a su vez, lleva implícita la noción de comunidad como constructo cultural de pertenencia de todos los habitantes de un determinado territorio que sustancia un ideario común basado en la falsa conciencia de la homogeneidad cultural, lingüística y étnica como rasgos distintivos de la identidad colectiva o nacional, inspirada en la unidad espiritual y la tradición heredada de los antepasados. Actualmente Europa mira también hacia el interior de sus “espejos deformantes,” como muy bien lo afirma Joseph Fontana (2000). Los debates sobre el concepto nacionalista de nación se dirigen a destacar que el tradicionalismo del siglo XIX utilizó la idea de nación en la lucha política contra el liberalismo y quedó legitimado que la identidad nacional era atribuida a la preservación de la tradición como arma política, atributo homogeneizador y depositario del pueblo étnico que no podía quebrantar su propia identidad. En consecuencia, la personificación del nacionalismo tuvo como representación simbólica tres componentes: el integrista (Dios), el nacionalista (patria) y el dinástico (Rey). Esta tradición heredada de los antepasados, explica los movimientos nacionalistas de las “naciones sin estado”, en sus luchas políticas, sociales y culturales para reivindicar los derechos de las etnias o naciones a la diferencia y a la autodeterminación (Olabarría, 2001). Esta realidad marca sus diferencias históricas. III. La identidad nacional en Venezuela como mediación del poder-saber En el diseño y ejecución de las políticas educativas en Venezuela subyace un currículo oculto que transmite una cultura del poder hegemónico. Los contenidos del discurso educativo refuerzan la relación poder- saber y desde ésta construimos nuestras subjetividades con el entorno económico, político, cultural y social. Como dispositivo idóneo del imaginario social construido brevemente descrito, la escuela ha sido el espacio de uso para instruir a ciudadanos y ciudadanas desde una ideología direccionada por el proyecto moderno dominante. En una muestra de 4.436 encuestas aplicadas en el año 1996 en escuelas públicas y privadas de 5 ciudades venezolanas, la Fundación Polar se propuso determinar el conocimiento sobre la Historia de Venezuela que poseían los estudiantes del último año de educación media. Los resultados demostraron una visión esencialista, distorsionada, elementalista, ausencia de elaboración conceptual y un vacío formativo de la conciencia histórica en su expresión valorativa y crítica. En referencia a la identidad nacional, sólo el 12,89 % logró definirla y el 87,11% la consideró una abstracción o difícil de definir. A esto se añade que el 86,12 % de los encuestados, no alcanzó a asociar la historia enseñada con el medio donde viven y casi una quinta parte no logró describir su conocimiento sobre el país desde el estudio de la Historia de Venezuela4. Lo anterior nos confirma que la historia enseñada ha anulado la posibilidad de la formación de una conciencia social y, como corolario, la capacidad de actuar para transformar la realidad. Sin entrar a considerar todos componentes curriculares que explican este grave problema, diremos que el aprendizaje histórico se representa en imágenes de una memoria histórica que desdibuja lo local y lo nacional en su base cultural originaria. Por ejemplo, el mestizaje y la rebelión social se reafirman de manera natural y espontánea, pues su enfoque “neutral” oculta los antagonismos que este hecho produjo, así como la connotación racista del fenómeno (Aranguren, 1997, p. 47). Esta conceptualización posee relaciones implícitas con la representación social del poder en la enseñanza, reflejado en lo que Nelly García (1996), denomina ritos explícitos de cohesión grupal, regional o nacional, debido al uso de códigos manifestados en la rutinización de actividades en el aula. Repensar la praxis educativa para construir el saber histórico con pertinencia social, amerita proponer proyectos políticos socioculturales- comunitarios humanizados, orientando los aprendizajes a la formación de la identidad individual y colectiva, encarnada en el capital social.

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Por tanto, se trata de construir saberes edificando la identidad arraigada en prácticas culturales compartidas y situando las relaciones sociales entre las dimensiones biofísicas, culturales y económicas de los lugares, como defensa y encuentro del espacio construido por las comunidades en su dinámica eco-cultural y socio-cultural. (Escobar, 2000). Se trata de implicarse en un modelo curricular desde bases teórico- conceptuales sustentadoras de un proyecto político, que apunte al diálogo intercultural para la creación y recreación de los valores sociales y culturales. En consecuencia, el lugar del conocer, del ser y del hacer como cultura, debe vertebrar el currículo, de manera que la internalización del saber transforme las prácticas comunitarias en proyectos de desarrollo y gobernabilidad, fundamentadas en relaciones y posicionamientos como afrenta al mundo/moderno históricamente construido De acuerdo con lo señalado por Tadeo Da Silva (1998, p.33), en el currículo se corporizan poder e identidades sociales, representación y dominio, discurso y regulación; por lo tanto, debe ser el espacio privilegiado para la defensa de cualquier estrategia de intervención cultural. En este sentido, postulamos que la formación de la conciencia social, pasa por atribuirle fundamento científico a la construcción de saberes desde lo sociocultural. Al reflexionar sobre este planteamiento, valdría preguntarnos ¿Cual es la contribución de la docencia e investigación histórica para recontextualizar lo cultural desde el lugar como espacio de la cultura? Ello debe implicar, como lo propone Tomassini (2000, p. 92), respuestas que permitan construir o reconstruir identidades propias logradas desde las raíces históricas y valóricas, fraguadas en la interioridad de los actores sociales y en su interacción reflexiva con su propia comunidad. Esta nueva sensibilidad social desafía la hegemonía cultural que ha ejercido el Estado Nacional dependiente que, en palabras de Martín – Barbero (2000), ha creado “…memorias territoriales con imaginarios deslocalizados” (p. 355). Un renovado sentido histórico de la cultura, debe dirigir su mirada a los “lugares” desde donde se originan los sistemas simbólicos que dominan las prácticas sociales en la realidad concreta, pues esta praxis es mediada por las representaciones del poder en el mundo social. No se trata de discutir acerca de lo sabido y conocido, sino llamar la atención sobre la obligada reflexión y toma de decisiones para enfrentar los retos sociales de la historia en la formación de la conciencia social. Lo que resulta obvio debe alertarnos, pues nuestras representaciones han estado mediadas por el imaginario de la cultura occidental y los códigos disciplinares que modelan discursos y prácticas, aún se inscriben en la matriz epistemológica que ha guiado la racionalidad a causalidades y experiencias sin sus referentes reales y simbólicos. Esto se revela en el Estado-nación, a partir del cual se ha forjado una imagen de la identidad nacional alrededor de símbolos patrios, banderas, himnos, próceres, efemérides, lenguas y cultura nacionalista. Esta noción de lo nacional homogeneizante, pareciera disminuir su fuerza con nuevas identidades expresadas en movimientos antiglobalización, étnicos, ambientalistas, organizaciones no gubernamentales, religiosos, asociaciones vecinales, nacionalismos o regionalismos en nuestro caso, con propias y ajenas maneras de explicar y practicar la vida social y política. Sin embargo, son procesos que se insertan en discursos sobre el poder, la democracia, la justicia social, los derechos humanos, la ciudadanía y la memoria histórica. De otra parte, aún cuando lo local se refuerza como afrenta a la internacionalización del poder político, las finanzas y la homogeneización de estilos de vida, en la cosmovisión de lo social perviven los lugares del poder propios de los marcos contextuales y materiales de la cultura hegemónica. Ellos conforman la cultura planetaria, frente a lo cual debemos formularnos otras respuestas y obtenerlas en el posicionamiento del lugar, que ha de servirnos para accionar sobre una sociedad planetaria de acelerados cambios. Cierto es que las relaciones del poder globalizado o mundializado, se han fortalecido con los particularismos y lo local se ha reasumido como procesos de reafirmación y revalorización de las identidades colectivas. No obstante, ello refiere a la localización de lo global y la globalización de lo

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local (Escobar, 2000, p.180), en una dinámica que Nederveen, citado por Sonntag (1995), califica de “glocalización,” es decir, se trata de la “universalización de los particularismos” para legitimar la máscara del poder, materializada en la denominada cultura global. En esta dirección, las nuevas construcciones simbólicas, prácticas sociales y categorías históricas, reafirman lo real y simbólico de la desigual relación entre ser histórico latinoamericano y nacional y la representación de su lugar en el mundo. A este respecto son valiosos los aportes de Arturo Escobar (2000), quien propone implicarnos en la pertenencia al lugar y no en la del dominio del espacio sobre el lugar imaginado, inherente al dispositivo epistemológico del capitalcentrismo de la globalización. Esta complejidad histórica, amerita que confrontemos el entramado de lo social desde los vínculos múltiples entre identidad, lugar y poder, como creaciones históricas no asumidas. En este sentido, afirma el autor, es preciso distinguir entre el conocimiento del lugar determinado por las relaciones de poder como una actividad práctica, situada, constituida por una historia de prácticas pasadas y cambiantes que ocurren en contextos sociales, configurados por lógicas culturales específicas y el conocimiento del lugar como proyecto político, concebido desde la ubicación de una multiplicidad de formas de política cultural, es decir, de lo cultural convertido en política. En consecuencia, lo local es la conciencia del lugar como cultura, que convierte el imaginario basado en el lugar en una crítica radical del poder. Esto clarifica la trampa ideológica del discurso de lo local y global, pues se ha marginado la conciencia del lugar, debido a que lo global se asocia al espacio, al capital, la historia y la acción humana, mientras lo local, se vincula al lugar y las tradiciones. 1. Versión Revisada de Ponencia Presentada en el III Congreso Internacional de Historiadores Latinoamericanistas, Pontevedra, 22-26 Octubre de 2001. 2. Ciudadano: Natural o vecino de una ciudad. Patria: nación propia nuestra, con la suma de cosas materiales e inmateriales, pasadas, presentes y futuras que cautivan la amorosa adhesión de los patriotas. lugar, nación o país en que se ha nacido. Patriota: persona que tiene amor a su patria y procura todo su bien. Nación: conjunto de habitantes de un país regido por el mismo gobierno. Territorio de ese mismo país. Conjunto de personas de un mismo origen étnico y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común. Concepto tomados del diccionario de la lengua española. 3. Término acuñado por Eric J. Hobsbawm “Inventando tradiciones”, p. 203. Por “tradición inventada” entiende una serie de prácticas regidas por normas habitualmente aceptadas de manera explícita o tácita y por un ritual de naturaleza simbólica que, a partir de su reiteración, inculca valores y normas de comportamiento, l oque automáticamente implica un vínculo con el pasado. 4. Resultados publicados en Tierra Firme (1997), Caracas, N°60. Referencias Bibliográficas 1. CASTRO-GÓMEZ, Santiago. “La filosofía latinoamericana como ontología crítica del presente. Temas y motivos para una “Crítica de la razón latinoamericana” [On line]. Disponible en: http://www. 2. COLOMINES I COMPANIS, Agustí (2001). “Tradición y modernidad en la cultural del catalanismo” Historia Social, n° 40, pp. 97-115 3. CORONIL, Fernando (2000). “Del eurocentrismo al globocentrismo: la naturaleza del poscolonialismo”, en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas (ed. Edgardo Lander ), Caracas, FACES/UCV/UNESCO 4. DE SOUSA SANTOS, Boaventura (1998). De la mano de Alicia. Lo social y lo político en la postmodernidad, Bogotá, Siglo del Hombre Editores, Ediciones Uniandes 5. DELGADO, Juan (1999). “Lo local en los procesos de descentralización: un nuevo protagonismo”, en Memoria del II Simposio de Historia Trujillana, Trujillo, Universidad de los Andes. 6. ESCOBAR, Arturo (2000). “El lugar de la naturaleza y la naturaleza del lugar: ¿globalización o postdesarrollo?”, en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas (ed. Edgardo Lander ), caracas, FACES/UCV/UNESCO 7. GARCÍA, Nelly (1996). “Consideraciones generales sobre lo códigos utilizados en la invención, re-creación y negociación de la identidad nacional”. Opción. No 20. Universidad del Zulia. Maracaibo 8. GIDDENS, Anthony (2000) Un mundo desbocado. Los efectos del a globalización en nuestras vidas, Madrid, Editorial Taurus

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