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Estaba para concluir mi primer año de estudios en la facultad de medicina cuando conocí a Míguela. Aquel día mi ánimo tenía las alas quebrantadas porque no me había ido bien en un examen de anatomía. Caía una lluvia torrencial que ocupaba la mitad del hospital. La otra mitad estaba iluminada por un sol resplandeciente como si la lluvia se hubiera detenido frente a la puerta de la luz sin atreverse a entrar. En circunstancias diferentes, ese fenómeno tan especial me hubiera asombrado con igual intensidad a la experimentada por un niño que corriera difícilmente escaleras abajo, desembocara en un patio y, apoyándose en sus muletas, colocara su mano ora en el agua ora en el sol. Con el fin de alejar mi disgusto, había decidido hacer un recorrido sin rumbo fijo por la enorme edificación. Según decían, el hospital lo habían construido en 1920, con unos planos que un arquitecto había enviado desde Francia. Pero se presento una confusión con otros que estaban destinados a la ciudad africana de Port Said. Por esa razón, el edificio tenía unos cielos rasos muy altos y unas columnas de piedra con capiteles que recordaban, por su forma, la decoración egipcia del capullo

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Estaba para concluir mi primer año de estudios en la facultad de

medicina cuando conocí a Míguela. Aquel día mi ánimo tenía las

alas quebrantadas porque no me había ido bien en un examen de

anatomía.

Caía una lluvia torrencial que ocupaba la mitad del hospital. La

otra mitad estaba iluminada por un sol resplandeciente como si la

lluvia se hubiera detenido frente a la puerta de la luz sin

atreverse a entrar.

En circunstancias diferentes, ese fenómeno tan especial me

hubiera asombrado con igual intensidad a la experimentada por

un niño que corriera difícilmente escaleras abajo, desembocara

en un patio y, apoyándose en sus muletas, colocara su mano ora en

el agua ora en el sol.

Con el fin de alejar mi disgusto, había decidido hacer un

recorrido sin rumbo fijo por la enorme edificación. Según

decían, el hospital lo habían construido en 1920, con unos planos

que un arquitecto había enviado desde Francia. Pero se presento

una confusión con otros que estaban destinados a la ciudad

africana de Port Said. Por esa razón, el edificio tenía unos

cielos rasos muy altos y unas columnas de piedra con capiteles

que recordaban, por su forma, la decoración egipcia del capullo

del loto. Algún día iré a Port Said, donde con seguridad

encontraré un hospital construido con unos planes que

corresponden a las condiciones de una ciudad de los Andes,

situada a 2.600 metros sobre el nivel del mar.

Mientras subía percibí unas voces, el llanto de un bebé y el

canturreo de alguien que le decía a un niño el poema de un oso y

tres caballos con colas de oro.

Algunas enfermeras iban y venían por el corredor, con aspecto de

parloteos de gaviotas bondadosas.

Mis pasos me condujeron a una gran sala que se estaba

habilitando para instalar unas incubadoras. Abrí una gran puerta

de vidriera y vi a la niña al borde de los ventanales. Una parte

de las ventanas estaba oscurecida por la lluvia y la otra brillaba

como explosión del verano.

Ella parecía un pájaro posado en la rama del alféizar de la

ventana. De pronto oí su voz:

-Buenas tardes doctora.

-No soy doctora; no todavía—balbucí.

Ella hizo girar su silla de ruedas y me dio la cara. Era una niña

de unos doce años de edad, delgada, morena, de cabello largo, y

con unos enormes ojos de color violeta.

-¿sabes por qué llueve e n una parte del hospital y en la otra hace

sol? –preguntó.

-No, no lo sé.

-Es porque el sol tiene fiebre y quiere refrescarse la cara.

Sus palabras me dejaron perpleja. Ella sonrió, impulsó su silla,

se acercó y puso en mi mano un osito de papel doblado.

-Te estaba esperando –dijo.

-¿A mí?

--Sí. Últimamente no he tenido con quien hablar. Nadie

escucha. Son pocos los que hablan el idioma de los niños.

-¿Y tú crees que yo hablo ese idioma?

-Sí.

-¿Por qué lo crees?

Ella no contestó. Arreglo el cobertor que cubría sus piernas y,

un minuto después dijo.

-Me llamo Míguela.

-Y yo Alejandra.

Miguela me estrechó la mano y exclamó:

-Se que para ti yo siempre seré Miguela y no la paciente 325C.

Permanecimos unos minutos en silencio, y de repente escampó.

Ella hizo correr su silla hasta el borde del ventanal.

-También se puede conversar con los animales y las plantas –dijo.

-Mi abuela habla con los geranios –afirmé.

-¿Y que les dice?

-Tiene con ellos muchos motivos de conversación. Les habla como

si fueran sus amigos.

-Son sus amigos.

-sí, eso creo.

-Ayer vino un señor y nos echó un discurso sobre la hospitalidad.

No le entendimos lo que dijo. En cambio yo sí entendí una

historia que una vez me contó mi mamá –dijo Miguela.

Movió lentamente su silla a mi alrededor sin dejar de sonreír.

Los radios de las ruedas de su silla brillaron de pronto como

esqueletos de estrellas. Miguela, con voz suave, agregó:

-Una vez un hombre llegó a la casa de una viejita, y el hombre era

tan pobre que no tenía a donde ir y estaba tan solo que a una le

dolían los ojos de sólo mirarlo. La anciana le abrió la puerta, le

ofreció un taburete y le preguntó si quería tomar algo. El

hombre dijo que le daba pena causarle molestias pero que le

agradecería si le pudiera dar una naranjada.

La viejita le contestó que sí, que con mucho gusto, que se

acomodara mientras se la traía, que estaba en su casa, y

entonces tomó una pala, un paquetico del armario y salí al patio a

sembrar un árbol de naranjas.

Me sorprendió su manera de hablar, y, como si hubiera adivinado

mis pensamientos, dijo:

-¿Sabes qué es lo que más me enfurece? Que cuando un niño

pronuncia cosas de su cabeza, los adultos dicen: Mire, habla como

un viejito.

-Tienes razón.

-¿Y sabes qué es lo que más me enfurece? Que cuando un adulto

habla bobadas los otros adultos dicen: Mire, habla como un niño.

-Así es.

-Cosas lindas las pueden decir los niños y los grandes, y cosas

bobas también.

En ese momento entró la doctora Rut, famosa por su mal humor,

y gritó:

-¿Qué hace aquí la paciente 325C?

-Estoy conversando con mi amiga Alejandra.

-¿Me recuerda su código estudiantil señorita Alejandra? –

exclamó la doctora.

-Es el 507525.

-La paciente 325C debería estar en el dormitorio, y la estudiante

507525 debería estar en el área destinada a las aulas, en la

biblioteca o en su casa –dijo la doctora Rut.

Miguela me miró a los ojos, y yo empujé su silla hacia el lustroso

corredor. La doctora Rut caminaba taconeando con energía y

pronto nos tomó la delantera.

-Me gustaría saber cuál es el número de la doctora –susurró

Miguela.

-Tal vez es el 000 –le dije.

Una paloma entró por una ventana y salió por otra. Miguela

aplaudió y exclamó:

-¿Sabes qué me gustaría ser?

-¿Paloma?

-No, me gustaría ser ventana.

HORAS después, en mi habitación, coloqué sobre la mesa de

noche el oso de papel que me había obsequiado Miguela. Noté

que unas letras se destacaban en sus orejas. Lo desdoblé y

encontré el siguiente texto:

-¿Y el corazón?

-Ha salido.

-Como siempre, dejó la puerta abierta.

-Es muy distraído.

-¿Y qué se fue a hacer?

-Salió a buscar un amigo.

Contemplé la luna que parecía un ojo de leche y acaricié las

orejas del osito de papel. Estaba tan emocionada que las manos

me sudaban y no me hubiera sorprendido.

Si ese sudor fuera de color blanco como la luna. Miguela no sólo

me había regalado unas hermosas palabras, sino ue me había

confiado un importantísimo secreto. Desde hacía cierto tiempo,

algunos médicos, enfermeras, trabajadores, pacientes y

visitantes encontraban, en sus bolsillos y entre sus efectos

personales o de trabajo, figuritas de papel doblado que contenían

unos extraños mensajes. Nadie sabía de dónde provenían.

Se empezaron a tejer sobre su autor toda clase de historias,

inclusive una muy peregrina, propalada por una enfermera

nerviosa y de ojos saltones, que no perdía ocasión para afirmar

que esos papeles eran obra de un fantasma japonés.

-¿Fantasma japonés?

-Exclamaban siempre sus interlocutores.

Ella, con tono sombrío, agregaba:

-Podría jurarlo. Hace años atendimos el caso desesperado de un

paciente amarillo de nombre Chikao Tanka. Mientras esperaba

ser intervenido quirúrgicamente, les enseñó a otros enfermos el

arte de hacer figuritas de papel doblado.

En una ocasión, cuando el hospital estuvo al borde del cierre por

falta de recursos económicos, empezaron a caer por todos lados

avioncitos de papel con frases de aliento escritas en sus alas.

Uno de ellos entró por una ventana del comedor, cayó en el plato

de sopa que estaba tomando el médico jefe de la sección de

pediatría, y él, sin darse cuenta, se lo comió. El médico,

entonces, se puso de pie y cantó canciones de cuna de América,

África. Europa, Asia y Oceanía.

Recientemente, sobre la incubadora donde un bebé prematuro se

debatía entre la vida y la muerte, alguien dejaba a diario un

barco de papel. En la hoja que había servido para plegar el

barquito, aparecía siempre una letra pintada con vivos colores.

De manera milagrosa después de doce barquitos y a los doce días

de edad el bebé superó su crisis y se salvó. Un médico curioso

colocó una tras otra las hojas de los barcos y se pudo leer la

frase: Vive, por favor.

Seguí las huellas de los dobleces y recompuse la figura del oso.

Al colocarlo de nuevo sobre la mesa, lo vi también como una llave

que Miguela me había dado para que yo entrara en el ámbito de

su secreto. Ella era la autora de los mensajes y se había

ingeniado la manera de revolotear con sus papeles amables

mientras era sometida a un doloroso tratamiento que la obligaba

a permanecer por largas temporadas en el hospital.

Al día siguiente me convertí en su cómplice. Mientras yo vigilaba,

Miguela entró en la habitación que ocupaba un astrónomo

enfermo y deslizó bajo la almohada una estrella de papel

esmaltado.

Desde entonces, me confió varias misiones para repartir de

manera callada figuritas de papel. Ella inventaba los textos, y yo

a veces le colaboraba con dos o tres palabras. Era sorprendente

el sentido que tenía para saber quién necesitaba ser animado o

con solado.

MIGUELA era de una curiosidad inagotable. Parecía un

ratoncito loco metiendo su hocico por todas partes y haciendo

toda clase de preguntas:

-¿Cuántos átomos tiene un gato?

-¿Existe un estetoscopio con el que sea posible escuchar el

corazón de los sueños?

Y para aclarar su pregunta, agregaba:

-No se trata de examinar al soñador sino al personaje soñado por

él. ¿Y para hacerlo, el que lo examina tiene que ser un médico

soñado por alguien?

Una de sus pasiones era el juego. Le encantaban las muñecas, la

lotería, los rompecabezas y las carreras. No en pocas ocasiones

se ganó algunos regaños por organizar carreras de sillas de

ruedas fórmula 1 –como ella designaba esas pruebas-, que tenían

lugar en un largísimo corredor del costado sur del edificio.

LE FASCINABA hacerle bromas a la doctora Rut, y los

exámenes periódicos a los que era sometida, le daban a veces la

oportunidad APRA contemplar su propio estado con ojos de buen

humor. En una ocasión le dijo a un médico ortopedista que le

inventara un cuerpo de Pinocho pero al revés. Miguela le explicó

que Pinocho empezó con un cuerpo de palo y terminó convertido

en un niño de carne y hueso.

Como, en su caso, su cuerpo de carne y hueso con el que había

empezado estaba en malas condiciones, la solución para su

problema era convertirse en una niña de madera, en una Pinocha

capaz de caminar, correr y saltar con sus piernas en forma de

árbol.

Como una prueba de amistad, me enseñó lugares secretos de los

patios en los que cultivaba alfalfa para caballos invisibles, y una

tarde me condujo a un cuarto perdido en el que se acumulaban

papeles de archivos muertos. Allí aprovechaba algunas de sus

escapadas para leer, a la luz de una linterna, folletos de poesía

de la colección El arco y la lira.

En un lavadero clausurado había construido, con plastilina,

monumentos al inventor del helado de chocolate, a la niña

desconocida, a Rin Rin Renacuajo y a sus padres, Simón Alcázar y

María Campos.

Simón era un hombre muy alto y corpulento, un verdadero

gigante, que hablaba casi en susurros y que, a pesar de su peso y

estatura, se movía suavemente con pasos de algodón. Manejaba

una volqueta a la que, por sugerencia de su hija, la había

bautizado con el nombre de La pensadora.

María era una mujer delgada y de baja estatura. Tenía una voz

muy dulce y los ojos de color violeta, como los de Miguela.

Ejercía su oficio de maestra de escuela en uno de los barrios de

la ciudad y siempre que visitaba a su jija le traía un gigantesco

helado de chocolate.

En una oportunidad, Simón me dijo que ellos eran afortunados a

pesar de las dificultades, porque la vida no sólo les había dado la

oportunidad de criar a una hija, sino también la satisfacción de

que una hija como Miguela los hubiera criado a ellos como padres.

Una soleada tarde de agosto me comunicaron que se iban del todo

a una lejana ciudad del sur de Colombia. Cuando nos despedimos,

los ojos de Miguela brillaban no solamente por su llanto sino

porque yo los miraba a través de mis lágrimas.

Puso en mis manos una pajarita de papel. La desdoblé y no

encontré en ella ningún texto.

-La hoja no dice nada –murmuré.

-¿Estás segura?

-Sí.

-Las cosas son visibles o invisibles según el calor con que se mire

–exclamó.

-¿El color?

-No, el calor –dijo sonriendo.

-Tenemos que irnos, el bus sale dentro de una hora –urgió Simón.

Empujé la silla de Miguela, conduciéndola rumbo a la salida

principal del hospital. Allí los estaba esperando un taxi. La alcé

en mis brazos para ayudarla a entrar en el vehículo y me pareció

tan liviana como una niña de papel.

El taxi se alejó, y yo permanecí en el sitio agitando mi mano como

una bandera triste.

LA NOCHE era un reguero de electricidad bajo mi ventana. La

ciudad, abajo, parecía una huerta inmensa, cultivada de luces y de

sombras. Un avión pasó por el cielo y volaba tan alto que pensé

que iba con destino al aeropuerto de cualquier estrella.

“Las cosas son del calor con que se miren”, me repetía una y otra

vez. De pronto, comprendí. Busqué afanosa una caja de fósforos

y puse la hoja de la pajarita bajo los efectos del calor. Poco a

poco se hizo visite el texto que Miguel había escrito con jugo de

limón, la tinta invisible de la infancia:

Si plantas un puñado e semillas algunas germinarán al poco

tiempo.

Entonces verás subir día a día las hojitas verdes.

-por las escaleras del crecimiento

-hasta llegar a la flor.

¿Pero qué ha ocurrido con las semillas que no han brotado?

Simplemente han crecido hacia abajo, hacia las profundidades.

Solamente el día en que puedas ver las flores subterráneas

Serás una buena jardinera.

TIEMPO después, me puse a la tarea de recoger y conservar

algunas de las figuras de papel confeccionadas por Miguela. Un

cardiólogo me dio un caballito, un cirujano me donó una grulla, una

enfermera puso en mis manos una jirafa, un compañero de

estudios me proporcionó una rana, y un niño me hizo entrega de

un avión. Otras, las conseguí de muy diversas maneras.

Durante mi permanencia en la facultad de medicina, cuidé la

alfalfa de los caballos invisibles, organicé carreras clandestinas

de sillas de ruedas e hice de plastilina una pequeña estatua del

médico desconocido. Después sostuve peleas enconadas contra el

dolor y, finalmente, aprendía ver las roas subterráneas.

LAS PALOMAS

Las palomas escriben.

-Eso es imposible, porque no poseen manos.

-Les faltan las manos pero tienen plumas.

LAS RAÍCES

Las verdaderas raíces del árbol están en su copa, porque lo que

realmente lo sostiene y alimenta es su afán de elevarse.

EL SOL

El sol es una pulga gigantesca que salta y salta en su sitio sin

poder escaparse por que está amarrada con una cadena de

candela a la pata de la cama del universo.

LOS ALIMENTOS

Un turpial está encerrado en una jaula de alambre. Le dan

mucha comida pero el pájaro no tiene apetito. Por la tarde llega

un gorrión, que es, entre los pájaros, el niño pobre pero libre. El

turpial saca la fruta que inunda el piso de su cárcel y se la

ofrece. El gorrión se eleva veloz hacía un bosque de nubes,

regresa con una tira de vapor en el pico y la introduce dentro de

la jaula. El gorrión come del abundante alimento del prisionero y

luego se va. Entonces el turpial se posa en un palito que atraviesa

la jaula y siente su estomago lleno y satisfecho. Ha cambiado

una ración de frutas por una ración de cielo.

LAS FLORES DE PAPEL Y DE TRAPO

Las flores de papel y de trapo son las fantasías de las flores

muertas y se pasan la vida asustando al rojo, al azul, al amarillo,

al naranja, al verde y al violeta, los únicos que no les temen a los

espantos de las flores son el negro y el blanco, por la sencilla

razón de que ellos, a su vez, son las fantasmas de los arcos iris

que se mueren de viejitos.

LA DANZA

Quero inventar un baile para mi pie derecho, para mi brazo

izquierdo, para mi cintura.

Mi pie bailará acompasado con mi mano y mi mano invitará a mi

cuello y mi cabeza se asomará curiosa para seguir los

movimientos de mis hombros.

Quiero inventar un baile para mi boca, para mi costado, para mis

tobillos. Quiero inventar un baile para mi corazón que, entonces,

bailará enloquecido con el tuyo.

EL RAMILLETE

La niña ciega se abre paso en la pradera y recoge, una a una,

flores palpitantes de hermosísimos colores. Regresa y la coloca

en mis manos. Ella no sabe que me ha regalado un ramillete de

pájaros.

PARA EVITAR EL HAMBRE

Para evitar que la gente se muera de hambre hay que sembrar

maíz, millo, trigo, arroz, papa, yuca, arveja, tomates, fríjoles,

habichuelas, manzanas, guayabas y nísperos. Para evitar que la

gente se muera de hambre hay que sembrar rosas.

EL DOLOR

Dolor, no sea tan bestia ni tan cobarde. Suelte a ese niño. ¿Por

qué no se mete con uno de su tamaño?

ATLETISMO

No te afanes. Una amiga que estudia me divina me dijo que más

de la mitad de nuestro cuerpo está ocupado por el agua. Como

ves, somos los atletas más extraordinarios de todos los tiempos,

porque nos pasamos la vida nadando.

EL GRANITO DE ARENA

Un hormiguero fue destruido por el invierno. Las hormigas,

aterrorizadas, se movían de un lado para otro en medio de un

coro de lamentos. La reina gritaba como una loca y los soldados,

asustados, atropellaban a todo el mundo. Una hormiguita levantó

la voz y dijo:

- Hace días vi cómo a unos hombres se les cayeron sus casas. Al

principio todo era pánico y angustia, pero uno de ellos animó a los

demás diciéndoles que, unidos, podrían reconstruir sus hogares,

que no perdieran la fe, y que todos colocaran su granito de arena

para salir adelante.

- ¿Y usted quiere decir con eso que ante este desastre va a

poner su granito de arena?

- gritó iracunda la reina.

- NO, yo sólo quiero poner mi granito de azúcar – dijo la hormiga.

LA INFECCIÓN DE LA TRISTEZA

Yo9 no creo que te hayas infectado de tristeza. Esa es una

enfermedad que coge al corazón y le arranca una a una sus

paticas. Tu corazón puede caminar, porque ayer en la tarde

fuiste capaz de sonreía.

CELESTE

¿Y quién tiene la culpa de que la luna hubiera caído en mi alcoba?

- Tú, muchacha, por tu manía de tender en tu lecho sábanas de

color azul de la noche.

LOS DUROS TRABAJOS

Qué trabajo tan duro le espera a la señora de la limpieza. Ella

barre, limpia, brilla pisos, puertas y ventanas.

Pero qué trabajo tan duro le espera a la señora de la limpieza.

Algunos hombres y mujeres –asquerosos y maleducados- han

ensuciado el mundo, y a ella le va a tocar salir a limpiar el aire

con un trapeador. Lavar las nubes, despercudirlas y ponerlas,

como al principio, en los alambres transparentes del viento.

Qué trabajo tan duro le espera a la señora de la limpieza.

Tendrá que lavar los ríos una y otra vez, enjuagarlos y

extenderlos de nuevo sobre las montañas y las praderas, y

tendrá que barrer el mar y quitar la mugre de los árboles.

Qué trabajo tan duro le espera a la señora de la limpieza.

EL CORAZÓN

El corazón se ha puesto ruedas para poder correr a mil

kilómetros por amigo.

LA VIGILANCIA

El portero está muy viejo y con frecuencia se queda dormido en

su garita. La tortuga que vive en el jardín lo observa siempre de

manera disimulada.

Ayer hablé con él y me dijo que tenía la sospecha de que la

tortuga era un agente secreto del tiempo.

CANCIÓN DE CUNA

Despierta, no duermas, que sobre tu frente se ha posado un beso

y el aire parece la dulce carrera de un burrito blanco.

Despierta, mi niño, que el amanecer trae el sol en la mano como

una naranja.

Despierta, no duermas.

LA CAMISA

El cielo tiene una camisa de viento.

-Eso que dices es absurdo.

-¿Por qué?

-Cuando miro hacia arriba no veo nada que se parezca a una

prenda de vestir.

-Pero ahí está.

-Entonces, debería ver por lo menos los botones.

-Los botones son los aviones.

-Las camisas tienen botones que se quedan fijos, en su sitio. En

cambio los aviones van de un lado para otro.

-Son botones que se le saltan a la camisa a cada rato.

-¿Sí? ¿Y se puede saber por qué?

-Es porque el cielo está muy gordito.

LOS NIDOS

En alguna parte del mundo debe existir un árbol –lleno de nidos-

donde se empollan los violinistas.

LA PIEDRA Y EL DINOSAURIO

Una señora muy sabia decía que hasta las piedras sienten. Y

debe de ser cierto, porque hace miles de años una piedra muy

grande se enamoró de un dinosaurio. Cuando él desapareció con

todos los otros dinosaurios, ella se quedó muy sola. La

consolaban los recuerdos. Una noche le llegó a la memoria el

primer día que se conocieron, y entonces, como ocurre siempre

que el pensamiento se pone sentimental, la piedra flotó y luego se

elevó muy alto en el cielo. La piedra enamorada es ahora la luna.

LA LUCHA

Como se sabe, los toches les ganan todas las peleas a las

guayabas maduras. Un día, los guayabos se reunieron para

considerar lo triste de su situación y finalmente decidieron

solicitar la ayuda de un frondoso y sabio árbol de borrachero.

El borrachero acogió la solicitud, y desde ese momento aparece

en el aire una sustancia que al ser respirada por los toches les

produce unas pesadillas en las que son derrotados una y otra vez

por las guayabas verdes.

INFORME METOROLÓGICO

Tienes razón. En ocasiones, la temperatura baja mucho. Pero el

mayor helaje no lo trae el invierno ni ciertas horas de la

madrugada. La temperatura baja muchos grados bajo cero

cuando se van los que nos quieren.

MATERNIDAD

Después de nueve meses de gestación, el bebé da a luz una mamá.

EL RATÓN Y EL GATO

En una ocasión, un ratoncito quiso convertirse en gato. En el más

grande, fuerte y ágil de los gatos. Le fue concedido ese deseo y

no cabía en sí de gozo al saltar de un tejado a otro y comprobar

que el aire estaba lleno de puertas, ventanas y caminos. Pero sin

que él pudiera evitarlo, a la vista de un ratón, su sangre hirvió

con la terrible ferocidad de la cacería. Lo persiguió con saña

hasta que lo tuvo en sus garras. El ratoncito temblaba de terror

y sus ojos eran dos pepitas de llanto. Entonces, el gato tampoco

pudo evitar que le saliera a flote su anterior historia. Sus uñas

se recogieron y el ratón corrió libre.

Comentan que ahora se pasea por el barrio un gato enorme, muy

fuerte y muy amable, amigo de todo el mundo. Sin embargo,

cuando se encuentra con un ratón se avergüenza y no puede

mirarlo a la cara.

LAS HADAS

El único defecto de las hadas es que uno se las encuentra en

todas partes y a todas horas.

NO LOS CASTIGUES

No los riñas ni les impidas hacer lo que desean. Son muy

pequeños pero son sabios.

No los castigues obligándolos a permanecer todo el tiempo secos,

insensibles y fríos.

En esas ocasiones en que ellos necesitan darse una zambullida y

quieren ira a nadar, no los reprimas; simplemente prepara el

vestido de baño del pañuelo y deja que tus ojos bañen en el río de

las lágrimas.

EL PAJARITO

Me dijeron que anoche el viejito de la habitación 204 se murió

como un pajarito. Debe de ser cierto, porque hoy lo sentí

revolotear y cantar en el bosque de mis pensamientos.

¿POR QUÉ?

¿Por qué no atienden a ese señor que dice ser Adán y a esa

señora que dice ser Eva?

Si los milagros existen, es posible que uno de ellos les hubiera

servido para volver.

Adán y Eva dicen que tienen algo muy importante que

comunicarnos. Según ellos, no nacieron adultos, porque nadie

viene al mundo en ese estado. Ellos fueron niños, como todas las

criaturas.

¿No es importante para la ciencia saber a qué jugaban Adán y

Eva cuando eran niñas?

Según cuentan, su primer recuerdo es el de dos seres

inmensamente solitarios. El segundo recuerdo es el de una niña y

un niño que, tomados de la mano, llorosos y angustiados,

preguntan a gritos por su mamá mientras caminan sin saber a

dónde ir por los senderos de ese interminable parque que era el

Paraíso Terrenal.

¿Por qué no escuchan a ese señor que dice ser Adán y a esa

señora que dice ser Eva?

LA CASA

El cuerpo es una casa que abre de par en para las ventanas de la

nariz cuando pasa frente a una panadería.

ALTA COSTURA

Cuando la rosa es un botón, entonces el ojal debe ser su perfume.

EL LIMÓN

Ella se dispuso a preparar una limonada. Tenía a su alcance seis

hermosos limones.

Partió el primero, que se vio como un par de lunas llenas, y el jugo

descendió sobre el vaso pintando nubecitas blancas.

El segundo tenía un color verde metálico, y sus semillas, al caer,

parecían astronautas que salen de sus naves al espacio del agua.

El tercero era como un girasol que daba vueltas y vueltas

alrededor del corazón de ella.

El cuarto tenía la apariencia de una magnífica piedra verde y se

negó a soltar una sola gota de jugo.

El quinto semejaba una nube amarilla que, al ser ordeñada, arrojó

toda la lluvia que tenía por dentro.

El sexto resbaló y cayó al suelo. De manera extraña corría de

aquí para allá. Sin parar, como si fuera un nervioso ratoncito

verde.

Ella no se movió de su sitio. Bebió con placer la limonada, y no se

sabía si su sed la apagaba el líquido del vaso o la visión del limón

que se había escapado y estaba rodando feliz y contento, por ahí,

por el mundo.

LA SOLEDAD

Estaba tan solo, tan desacompañado, que finalmente la soledad

formó con él una pareja.

CANTOR

Eres un cantante maravilloso. El crítico que te atacó es tan

cierto que no se dio cuenta de que en medio de tu canto

descubriste entre los espectadores a una amigo del alma a quien

hacía mucho tiempo no veías, y que fue tal tu emoción que de tu

garganta se escapó un gallo que se puso a picotear uno a uno los

resonantes granos del cariño.

EL BESO

El beso es una mariposa que se alimenta del néctar de la saliva.

LOS BUENOS NEGOCIOS

Te cambio esta rosa por dos o tres risas o por cualquier cosa o

por mil sonrisas.

Lo he pensado mejor.

Te doy esta rosa y dos o tres risas y un montón de cosas y tres

mil sonrisas. Te doy esta rosa.

LA DICHA

El amanecer se llenó de pájaros, y esas aves no eran de plumas

sino de luz. Hoy es un día propicio para el encuentro con los

amigos, porque en el baño, al abrir la llave para duchar, salieron

por partes iguales agua y alborozo. El pan que me sirvieron al

desayuno era tan bonito que, al llevarlo a mi boca, depositó en

ella toda su historia. Así que, al masticarlo, supe que me estaba

comiendo un trigal con su paisaje, sus noches de luna y sus días

de viento. Hoy estoy tan vestida para el asombro que vi

descender de una estrella a una novia, y correr a un niño en el

interior de un durazo, y a un cantante beberse de un solo golpe

un vaso de amor. También pude tocar la pena de una niña que a

causa de un accidente está impedida para caminar. Ella buscó sus

zapatos, que la esperaban desde hacía varias semanas en un

armario, y los encontró con huellas de rocío y de pasto.

Comprendió al instante que sus zapatos se escapaban por la

noche a vagabundear en el parque, y su tristeza era tan resuelta,

vigorosa y exaltada, que en el fondo se parecía mucho a la

alegría.

Hoy, con todo el empeño, el esfuerzo, la dedicación y el trabajo

que pudiera poner, me va a ser muy difícil ser desdichada.

EL MAR Y LOS PECES

En un pueblito, a la orilla del mar, vivía una muchacha solitaria y

calada, que era despreciada por todos. Ella se dedicaba a la

pesca, y en algunas ocasiones llevaba al mercado peces muy raros

y bellos.

Un día la vieron empujar una silla de ruedas en la que permanecía

un joven desconocido, pálido, hermosísimo, de inmensos ojos

azules.

En la taberna alguien dijo que la muchacha había encontrado

medio marido, porque el extraño era un tullido. El comentario

levantó una oleada de risas viles.

La muchacha tuvo una vida feliz y, desde entonces, una

extraordinaria buena suerte en las faenas de pesca, porque era

amada y ayudada por su compañero, uno de los más inteligentes

sirenos del océano Pacífico.

EL PELO

No te aflijas por tu aparente calvicie. Lo que pasa es que tu

abundante cabellera es transparente.

PARQUE NACIONAL

Ha muerto un gorrión. Como a los gorriones les sienta mal el luto,

sus familiares, amigos y relacionados deciden llevar en el pico

una florecilla de color encendido.

Su pena los conduce frente a los envases de cerveza

abandonados por la gente en los prados del parque, y se beben las

sobras.

Al anochecer, borrachitos y silenciosos, ven la luna con su

aspecto de gigantesco envase tirado en los prados del cielo, y se

dirigen a ella, ora lentos, ora rápidos, como si fueran chispas

emplumadas con dolor de cintura.

LOS ANILLOS

Si saturno tiene anillos, entonces ese planeta debe de ser uno de

los dedos de Dios.

DICES QUE HAS VISTO VOLAR UN MONSTRUO

Dices que has visto volar un monstruo, largo de cuerpo y con un

doble y terrible hilera de dientes.

Dices que era verde y que tenía dos muñones a manera de alas.

No es una pesadilla, ni una ilusión. Ese animal existe. No quería

hacerte daño; lo que tomaste por un gesto de amenaza era una

sonrisa. No lo culpes si parece terrible; es que está aprendiendo

a ser amable. Él sólo quería que lo dejaras descansar un rato a tu

lado. Lo que viste es un caimán al que le hicieron un trasplante

de corazón. El corazón pertenecía a una gaviota que un día sufrió

un accidente de viento.

NO TE QUEJES TANTO

No te quejes tanto. La ciencia avanza mucho y pronto

construirán un hospital de cristal, con palomas en los aleros,

mariposas en las paredes, flores en la sopa y médicos cirujanos

capaces de curar toda clase de heridas de amor.

CIERRO –y abro-, en esta última página, la historia de los

papeles de Miguela.

A ella no la volvía ver. Me gradué hace algunos años y en este

momento estoy trabajando en un instituto de investigación

científica. Formo parte de un equipo empeñado en la dura tarea

de descubrir unas vacunas para evitar enfermedades que afectan

de manera dolorosa y recurrente a los seres humanos.

Jamás he olvidado a Miguela y la considero como a uno de los

mejores profesores que tuve en la facultad de medicina.

Tengo la esperanza de encontrarla de nuevo. En un periódico

apareció la noticia que daba cuenta de un hecho misterioso. Han

empezado a aparecer por toda la ciudad, en los bolsillos, bolsos y

portafolios de la gente, una figuras de papel doblado, con

mensajes esperanzadores. El periodista transcribe uno, hallado

en la figura de un caracol de papel.