enseñanzas del papa francisco no.91

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Enseñanzas del Papa Francisco . No.91

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Enseñanzas del Papa Francisco.No.91

El 9 de febrero dijo en parte de su homilía: … Un cristiano que no cuida la creación, que no la hace crecer,

es un cristiano al que no le importan el trabajo de Dios, ese trabajo del amor de Dios para nosotros. Y esta es la primera

respuesta a la primera creación: cuidar la creación, hacerla crecer".

Dios creó el universo pero la creación no finalizó,

"Él sostiene lo que ha creado". Y en el Evangelio "la otra creación de Dios", "la de Jesús, que viene a re-crear lo que fue

arruinado por el pecado".

…Hay "otro trabajo", el de la "perseverancia en la fe"

que lo hace el Espíritu Santo. "Dios trabaja, continúa

trabajando y nosotros podemos

preguntarnos cómo podemos responder a esta creación de

Dios, que nace del amor, porque él trabaja por amor".

A la "primera creación" debemos responder con la responsabil idad que el Señor nos da: "la Tierra es de ustedes,

l lévenla adelante; domínenla; háganla crecer". También para nosotros es la responsabil idad de hacer crecer la Tierra, de hacer crecer lo creado, de cuidarlo y hacerlo crecer según sus leyes. Nosotros somos creadores de lo

creado, no dueños".

¿cómo respondemos "a la segunda creación"?.

San Pablo, nos dice que nos dejemos "reconciliar con Dios",

"ir por el camino de la reconciliación interior, de la reconciliación comunitaria, porque la reconciliación es

obra de Cristo".

No debemos afligir al Espíritu Santo que está en nosotros, que está dentro de nosotros y trabaja dentro de nosotros.

"creemos en un Dios personal": "es persona Padre, persona Hijo y persona Espíritu Santo“…

El 10 de febrero dijo en parte de su homilía: …si un cristiano quiere conocer su identidad,

no puede quedarse cómodamente sentado en un sil lón ojeando un libro, sino que debe ponerse en camino y "buscar el rostro del

Señor", pues de lo contrario corre el riesgo de hacer "una caricatura de Dios".

…Recordando la lectura del Libro del Génesis, la creación del hombre se hizo "a imagen de Dios".

Esta imagen no se la encuentra"ciertamente en la computadora ni en las enciclopedias".

Para encontrar y entender "mi identidad" solo hay un modo, "poniéndose en camino".

De otra manera "nunca podremos conocer el rostro de Dios".

"Quien no se pone en camino, nunca conocerá la imagen de

Dios, nunca encontrará el rostro de

Dios. Los cristianos que permanecen sentados, los

cristianos quietos no conocerán el rostro de Dios:

no lo conocen. Dicen: 'Dios es así, así... '

pero no lo conocen. Los quietos. Para caminar es necesaria

aquella inquietud que el mismo Dios ha puesto en nuestro

corazón y que te l leva a buscarle".

"ponerse en camino" significa también "dejar que Dios o la vida nos pongan a prueba, ponerse en camino es

arriesgar". Así hicieron, por ejemplo, el profeta Elías, Jeremías o

Job.

..."En el Evangelio, Jesús se encuentra con gente que

tiene miedo de ponerse en camino

y hacen una caricatura de Dios. Es una falsa carta de

presentación. Estos que no son inquietos han

silenciado la inquietud del corazón,

pintan con los mandamientos de Dios y olvidan a Dios:

'Ustedes, dejan de lado el mandamiento de Dios, observan las tradiciones de los hombres' ,

y así se alejan de Dios, no caminan hacia Dios y cuando tienen una

inseguridad, inventan o hacen otro

mandamiento".

Quien actúa así, hace un "camino entre comillas", un "camino que no camina, un camino quieto".

"Dos textos: dos cartas de presentación. Aquella en la que todos estamos, porque el Señor nos ha hecho así, y aquella

que dice: 'ponte en camino y tendrás conocimiento de tu identidad, porque eres imagen de Dios, has sido hecho a semejanza de

Dios. Ponte en camino y busca a Dios'.

Y otra: 'No, estate tranquilo: cumple todos estos mandamientos

y esto es Dios. Este es el rostro de Dios '".

"Que el Señor nos dé a todos la gracia de la valentía de ponernos siempre en camino para buscar el rostro del Señor, aquel rostro que

un día veremos y que aquí en la tierra debemos buscar".

El 11 de febrero dijo: …En esta catequesis sobre

la familia quisiera hablar del hijo, o mejor dicho, de los hijos.

Me inspiro en una bella imagen de Isaías.

El profeta escribe: «Mira a tu alrededor y observa:

todos se han reunido y vienen hacia ti; tus hijos l legan desde lejos

y tus hijas son llevadas en brazos. Al ver esto, estarás radiante,

palpitará y se ensanchará tu corazón».

Es una espléndida imagen, una imagen de la felicidad que se

realiza en el encuentro entre padres e hijos, que caminan juntos hacia un futuro de libertad y paz, después de mucho tiempo de

privaciones y separaciones, como fue, en aquel tiempo, esa historia, cuando estaban lejos de

su patria.

De hecho, hay una estrecha relación entre la esperanza de un

puebloy la armonía entre generaciones. Esto tenemos que pensarlo

bien ¿eh? Hay un vínculo estrecho entre la esperanza de un pueblo

y la armonía entre generaciones. La alegría de los hijos hace palpitar el corazón de los padres y vuelve a abrir el futuro.

Los hijos son la alegría de la familia y de la sociedad.

No son un problema de biología reproductiva, ni uno de los

muchos modos de realizarse. Y mucho menos son una posesión de los padres... No, no. Los hijos son un don. Son

un regalo: ¿entendido? Los hijos son un don. Cada uno es único e irrepetible;

y al mismo tiempo, inconfundiblemente ligado a sus raíces.

Ser hijo e hija, de hecho, según el designio de Dios,

significa llevar en sí la memoria

y la esperanza de un amor que se ha realizado a sí

mismo encendiendo la vida de otro ser humano, original

y nuevo. Y para los padres cada hijo es sí mismo, es diferente,

diverso.

…Un hijo se ama porque es hijo: no porque sea bello,

o porque sea así o asá, ¡no! ¡Porque es hijo! No porque piensa como yo,

o encarna mis deseos. Un hijo es un hijo: una vida generada por nosotros, pero destinada a él, a su bien, para el bien de la

familia, de la sociedad, de toda la humanidad.

De ahí viene también la profundidad de la experiencia humana del ser hijo e hija, que nos permite descubrir la dimensión más gratuita

del amor, que nunca deja de sorprendernos. Es la belleza de ser amados antes:

los hijos son amados antes de que lleguen.

...Ser hijos es la condición fundamental para conocer el

amor de Dios, que es la fuente última de este

auténtico milagro. En el alma de cada hijo,

por más vulnerable que sea, Dios pone el sello de este amor, que está en la base de su dignidad personal, una dignidad que nada

ni nadie podrá destruir.

Hoy en día parece más difícil para los hijos imaginar su futuro.

Los padres - como mencioné en las catequesis anteriores – quizás han dado un paso atrás y los hijos se han vuelto más

inciertos en el dar pasos hacia adelante. Podemos aprender la buena relación entre generaciones de nuestro Padre Celestial, que nos deja l ibres a cada uno de nosotros, pero nunca nos

deja solos.

Y si nos equivocamos, Él continúa siguiéndonos con

paciencia sin disminuir su amor por nosotros. El Padre Celestial no da pasos hacia atrás en su amor por nosotros,

¡jamás! Va siempre hacia adelante y si no se puede ir adelante, nos espera, pero nunca va hacia atrás;

quiere que sus hijos sean valientes y den pasos hacia adelante.

Los hijos, por su parte, no deben tener miedo del compromiso de construir un mundo nuevo: ¡es justo desear

que sea mejor del que han recibido! Pero esto debe hacerse sin arrogancia, sin presunción.

A los hijos hay que saber reconocerles su valor, y a los padres siempre se los debe honrar.

El cuarto mandamiento pide a los hijos - ¡y todos lo somos! –

honra a tu padre y a tu madre. Este mandamiento viene inmediatamente después de los tres mandamientos que tienen que ver con Dios mismo, viene el

cuarto.

De hecho contiene algo de

sagrado, algo de divino, algo que está en la raíz de cualquier otro tipo de respeto entre los

hombres. Y en la formulación bíblica del cuarto mandamiento se añade:

«Honra a tu padre y a tu madre para que tengas una

larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da».

El vínculo virtuoso entre generaciones es una garantía

de futuro, y es garantía de una historia verdaderamente

humana.

Una sociedad de hijos que no honran a sus padres es una

sociedad sin honor; ¡cuando no se honran a los padres se pierde

el propio honor! Es una sociedad destinada a llenarse de jóvenes áridos y

ávidos. Pero también una sociedad

avara de generaciones, que no ama rodearse de hijos, que los

considera sobre todo una preocupación, un peso,

un riesgo, es una sociedad deprimida.

Pensemos en tantas sociedades que conocemos aquí en Europa: son sociedades deprimidas porque no quieren hijos, no tienen

hijos, el nivel de nacimientos no llega al uno por ciento.

¿Por qué? Que cada uno piense y se responda. Si una familia generosa de hijos se ve como si fuera un peso,

¡hay algo mal!

La concepción de los hijos debe ser responsable, como enseña también la Encíclica Humanae Vitae del Beato

Papa Pablo VI, pero el tener muchos hijos no puede ser visto automáticamente

como una elección irresponsable. Es más, no tener hijos es una elección egoísta.

La vida rejuvenece

y cobra nuevas fuerzas multiplicándose:

¡se enriquece, no se empobrece!

Los hijos aprenden a hacerse cargo de su familia,

maduran compartiendo sus sacrificios, crecen en la

apreciación de sus dones.

… Que cada uno de nosotros piense en su corazón en sus hijos, si los tiene, piense en silencio. Y todos pensemos en nuestros padres y

agradezcamos a Dios por el don de la vida. En silencio, quienes tienen hijos piensen en ellos,

y todos pensemos en nuestros padres. Que el Señor bendiga a nuestros padres y bendiga a sus hijos.

Que Jesús, el Hijo eterno, hecho hijo en el tiempo, nos ayude a encontrar el camino de una nueva irradiación de esta experiencia humana tan simple y tan grande que es ser

hijos. En el multiplicarse de las generaciones hay un misterio de

enriquecimiento de la vida de todos, que proviene de Dios mismo.

Debemos redescubrirlo,

desafiando los prejuicios; y vivirlo, en la fe, la perfecta

alegría. Y les digo:

¡Qué hermoso es cuando paso entre ustedes y veo a los papás

y a las mamás que alzan a sus hijos para que sean

bendecidos! Es un gesto casi divino.

¡Gracias por hacerlo!

El 11 de febrero dijo al f inalizar la Audiencia General:

…"Queridos jóvenes, dispóngase a ser 'ojos para el ciego y pies para el cojo'; queridos enfermos, siéntanse siempre sostenidos de la

oración de la Iglesia; y ustedes, queridos esposos recién casados, amen la vida que siempre es sagrada, también cuando está marcada

por la fragil idad y por la enfermedad"…

El 15 de febrero dijo en parte de su homilía refiriéndose al

Evangelio: «Señor, si quieres, puedes l impiarme…»

Jesús, sintiendo lástima; extendió la mano y lo tocó

diciendo: «Quiero: queda limpio»

(cf. Mc 1,40-41). La compasión de Jesús.

Ese padecer con que lo acercaba a cada persona que sufre.

Jesús, se da completamente, se involucra en el dolor y la

necesidad de la gente… simplemente,

porque Él sabe y quiere padecer con, porque tiene un corazón que no se avergüenza de tener

compasión.

«No podía entrar abiertamente en ningún pueblo;

se quedaba fuera, en descampado» (Mc 1, 45).

Esto significa que, además de curar al leproso, Jesús ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés imponía (cf. Lv 13,1-2.

45-46). Jesús no tiene miedo del riesgo

que supone asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con

todas las consecuencias (cf. Is 53,4).

La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente:

a reintegrar al marginado. Éstos son los tres conceptos claves que la Iglesia nos propone hoy en

la liturgia de la palabra: la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de

integración.

Marginación: Moisés, tratando

jurídicamente la cuestión de los leprosos,

pide que sean alejados y marginados por la

comunidad, mientras dure su mal,

y los declara: «Impuros» (cf. Lv 13,1-2. 45.46).

Integración: Jesús revoluciona y sacude fuertemente aquella mentalidad cerrada por el miedo y recluida en los

prejuicios. Él, sin embargo, no deroga la Ley de Moisés, sino que la lleva a plenitud (cf. Mt 5, 17)...

Jesús revoluciona también las conciencias en el Discurso de la

montaña (cf. Mt 5) abriendo nuevos

horizontes para la humanidad y revelando plenamente la lógica de Dios. La lógica del amor que no se

basa en el miedo sino en la libertad, en la caridad, en el sano

celo y en el deseo salvífico de Dios, Nuestro Salvador,

«que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la

verdad» (1Tm 2,4). «Misericordia quiero y no

sacrifico» (Mt 12,7; Os 6,6).

Jesús, nuevo Moisés, ha querido curar al leproso, ha querido tocar,

ha querido reintegrar en la comunidad, sin autolimitarse por los prejuicios; sin adecuarse a la mentalidad dominante de

la gente; sin preocuparse para nada del contagio...

Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las

heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso

escandaliza a algunos.

Jesús no tiene miedo de este tipo de escándalo.

Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación,

que se escandalizan de cualquier apertura,

a cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales,

a cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar

y a su pureza ritualista.Él ha querido integrar a los marginados,

salvar a los que están fuera del campamento (cf. Jn 10).

Son dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados

y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la

ley, o sea, alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada,

y la lógica de Dios que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación

y la exclusión en anuncio.

El camino de la Iglesia... es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia

y de la integración. Esto no quiere decir menospreciar los peligros o hacer entrar los lobos en el

rebaño, sino acoger al hijo pródigo

arrepentido; sanar con determinación

y valor las heridas del pecado; actuar decididamente y no quedarse

mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo.

El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden

con corazón sincero; el camino de la Iglesia es precisamente el de salir del propio recinto

para ir a buscar a los lejanos en las "periferias" de la existencia; es el de adoptar integralmente la lógica de Dios; el de seguir al

Maestro que dice: «No necesitan médico los sanos, s ino los enfermos.

No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan»

(Lc 5,31-32)...

En consecuencia: la caridad no puede ser neutra, indiferente, tibia o imparcial. La caridad contagia, apasiona,

arriesga y compromete. Porque la caridad verdadera

siempre es inmerecida, incondicional

y gratuita (cf. 1Cor 13). La caridad es creativa en la

búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados

incurables y, por lo tanto, intocables.

El contacto es el auténtico

lenguaje que transmite, fue el lenguaje afectivo, el que

proporcionó la curación al leproso.

¡Cuántas curaciones podemos realizar y transmitir

aprendiendo este lenguaje! Era un leproso y se hay

convertido en mensajero del amor de Dios.

Dice el Evangelio: «Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar

el hecho» (Mc 1,45).

En esta Eucaristía que nos reúne entorno al altar, invocamos la intercesión de María, Madre de la Iglesia, que sufrió en primera

persona la marginación causada por las calumnias

(cf. Jn 8,41) y el exil io (cf. Mt 2,13-23), para que nos conceda el ser siervos fieles de

Dios.

Ella, que es la Madre, nos enseñe a no tener miedo de

acoger con ternura a los marginados; a no tener miedo

de la ternura y de la compasión;

nos revista de paciencia para acompañarlos en su camino, sin buscar los resultados del

éxito mundano; nos muestre a Jesús

y nos haga caminar como Él.

El 15 de febrero dijo en sus palabras previas al rezo del ángelus:"Si el mal es contagioso, lo es también el bien",

por lo que "se necesita que abunde en nosotros, todavía más, el bien".

"el Señor Jesús nos ‘toca' y nos dona su gracia". "En este caso pensamos especialmente en el Sacramento

de la Reconciliación, que nos cura de la lepra del pecado".

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