el testamento de judas - daniel easterman

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  • Daniel Easterman

    El testamento deJudas

    Berln ocupada por los rusos. Juniode 1945.

    Arriba, sobre las cabezas, las lucesvacilaron y acabaron por apagarse.

    Despus se puso en marcha unproyector situado en la parte de atrs dela estancia. Los nmero parpadearon enla gran pantalla y una explosin demsica llen la sala al tiempo que

  • apareca la cruz gamada. La esvsticafue reemplazada por la figura del guilaalemana y una nica palabra:

    Wochenschaul.

    A continuacin apareci unestandarte con la misma guila, quellevaba entre sus garras una segundacruz gamada, rodeada de una guirnalda,y las palabras Deutschland Erwachez,mientras se oa el sonar de los pies aritmo de marcha. El rostro de AdolfHitler, su boca inflexible y desprovistade sonrisa; despus, un plano completoen el que se le vea de pie sobre unatribuna elevada situada bajo las alasdesplegadas de un guila gigante.

    Estaba contemplando el desfile de

  • sus tropas de asalto. El ngulo de lacmara se elev para mostrar porencima, en el aire, los inconfundiblescazas Messerschmitt Me a reaccin,seguidos por los Me 163 con sus alas deenvergadura inclinadas hacia atrs.

    La mayor parte de los hombres queformaban la audiencia no haban visto enaccin a ninguno de aquellos dosaviones, aunque muchos de ellos sihaban visto los planos de losprototipos.

    La cmara descendi de nuevo paramostrarnos el rostro del fuhrer, en el queahora brillaba una expresin victoriosay un arrebato de indecible delicia.

  • La cmara retrocedi un poco mspara captar el brazo alzado con elHitlergruss. Y todava ms atrs,ampliando el plano, para mostrar latribuna y el edificio delante del cualhaba sido levantada.

    Un grito se extendi por toda laaudiencia, silenciado de inmediato poruna seca orden en alemn. El edificioque se vea en la pantalla erainconfundible:

    el Buckingham Palace. Eso no eraposible, por descontado, pero el filmmostraba claramente las tropasalemanas, tanques alemanes ytransportes de personal blindadosdesfilando a lo largo del Mall

  • londinense y dando la vuelta, tras pasarla tribuna, para descender porConstitution Hill.

    Espectadores con aspecto triste sealineaban a ambos lados del Mall conlos brazos alzados en saludo hitleriano,sin ningn entusiasmo. Estabansilenciosos y acobardados, con lascabezas gachas y los rostros marcadospor la derrota.

    La msica se detuvoinesperadamente y reson una voz. Nohabl en alemn, como la audienciahaba esperado, sino en ingls. Todosreconocieron la voz de las emisiones dela radio alemana que haban odo en supatria y de la cual tanto se haban redo:

  • la voz perteneca a William Joyce, eltraidor de voz pastosa al que el DailyExpress haba apodado Lord Haw-Haw.

    Ayer por la maana, a las 9:00horas, el primer ministro britnico,Winston Churchill, firm unadeclaracin formal de rendicin ante lasfuerzas victoriosas del Reich alemn,con la cual llega a su fin la guerra enEuropa.

    Derrotados en todos los frentes, losmaltrechos ejrcitos del imperiobritnico rindieron sus armas en el dade hoy al final de una lucha tan largacomo intil contra fuerzas y capacidadmental superiores, una lucha que la

  • tozudez y egomana de sus lderes haprolongado innecesariamente y que hacostado la vida a millones de jvenes.Al final, tropas inferiores, equipadascon inferioridad y con inferior moral, nopudieron resistir los violentos ataqueseficaces y valerosos de los alemanes,como tampoco la poblacin civil deGran Bretaa pudo soportar los ataquesde las nuevas armas de terror, lanzadascontra ella desde las costas de Francia.Mientras hablaba, la escena pas a serun interior. Una larga mesa cubierta conun tapete verde, hombres en trajes deceremonia y otros con uniformesmilitares estaban firmando documentos.

    Nuestro amado fuhrer, Adolf

  • Hitler, estuvo en Londres para recibir larendicin britnica de manos del primerministro y sus jefes de Estado Mayor.

    Aqu vemos, en Downing Street, alvictorioso conquistador de Europa, alfuhrer de un Reich milenario. El rostrode Hitler sonriente. El rostro deChurchill, ceudo y triste. Al firmar undocumento, su mano tiemblaligeramente.

    Hitler, por el contrario, al recibirel documento lo firma con una rubricadescuidada. Una vez ms, el rostro deChurchill con el ceno fruncido.

    Tiene un aire preocupado. Y asdebe ser, porque sabe que el juego haterminado. No pasar mucho tiempo

  • antes de que el general Guderian, elnuevo comandante supremo militar enGran Bretaa, d instrucciones paraconvocar el primero de una serie dejuicios por crmenes de guerra que secelebraran en Coventry. Y todos sabenque les espera el gran salto: Churchill,Bombardero Harris, Montgomery,Portal toda esa miserable pandilla.Esos fueron los hombres quefanfarronearon bravucones durante seislargos aos, hasta que acabaronponiendo de rodillas a Inglaterra y acasi toda Europa con ella. Acabarn enla horca, pueden ustedes estar segurosde ello. Pero no habr linchamientos.Por una vez en su historia, los britnicosvan a conocer el sabor de la justicia. De

  • la justicia alemana. Todas las antiguasdiscriminaciones y privilegios, todos losfavoritismos y los servilismos, lossombrerazos, todo eso ser eliminado.Un nuevo viento sopla sobre Europa y sunombre es juego limpio para todos. Esafue la razn de la guerra.

    El sistema de justicia y orden, quees el orgullo del Reich alemn, serllevado hasta las playas de Inglaterra. ElReich designar a sus jueces, hombresbuenos y fieles, hombres sin miedo, queno estarn en manos de un milord conrancio ttulo ni de un judo con una bolsade plata. La pantalla se llen conescenas de juicios alemanes, todos elloscelebrados en salas solemnes en las que

  • las cruces gamadas y las guilas pendanamenazadoras y sombras sobre lascabezas de los jueces. La audienciasigui sentada sin moverse, conmovidaen el silencio.

    Despus de instalar al generalGuderian en Downing Street, el fuhrer sedirigi al palacio de Buckingham, dondefue recibido por el rey Eduardo y suconsorte, la reina Wallis, que habanllegado el da anterior en avin desdelas Bahamas dispuestos a hacerse cargode sus nuevas obligaciones. La parejareal, con aspecto radiante, dio labienvenida al conquistador de su pas, ylo salud como a un viejo amigo yliberador de su pueblo. Pelcula del

  • duque y la duquesa de Windsor juntos enun balcn agitando los brazos. Lacmara se dirigi a la derecha paramostrar a Hitler, que estaba a su lado,sin saludar, pero observando.

    A los judos no les gustar,naturalmente. Harn lo que sea parasalvar su miserable pellejo. Estuvierondetrs de la conspiracin de Baldwin en1936, que forz la abdicacin del rey, yadems son los responsables de haberempujado a la pequea Inglaterra a unaguerra que nunca tuvo posibilidad deganar.

    Alemania le tendi la manoamistosamente, pero los sionistas y losRothschilds se aseguraron de que no

  • fuera aceptada. En vez de unir susfuerzas entre ellos para derrotar alenemigo comn, apoyaron a las fuerzasmasivas de la Rusia estalinista y a lasclulas de los conspiradores rojos ensus propias ciudades. Gran Bretaa yAlemania pierden la flor de su juventudmasculina en una guerra insensata. Bien,en Alemania ya sabemos como tratar alos judos. No pasar mucho tiempoantes de que los britnicos les vean lasespaldas. Y en esta ocasin novolvern. Durante esta ltima parte dela charla se proyectaron escenas desinagogas incendiadas y de judosconducidos como rebaos por las tropasde las SS por las calles. En una escena,la Union Jack, la bandera britnica, fue

  • hecha pedazos sin el menor respeto antela puerta de una sinagoga.

    Despus de almorzar en palacio,nuestro amado fuhrer se dirigi en cochea Shipton en Oxfordshire, donde ledieron la bienvenida sir Oswald Mosleyy su esposa, lady Diana. Desde que fuepuesto en libertad de su internamiento,en 1943 sir Oswald estuvo sometido aconstante vigilancia por parte de losservicios de seguridad britnicos. Elfuhrer le ha encargado que acte comoprimer ministro provisional hasta quesea posible celebrar elecciones que,confidencialmente, se espera que gane laBritish Union of Fascists, el partido desir Oswald Mosley, por aclamacin

  • popular. Durante esta parrafada, lapelcula mostr a sir Oswald y a Hitlerestrechndose la mano y sonriendo a lacmara. De repente apareci en lapantalla el Capitolio, en Washington,bajo un cielo nublado.

    Mientras tanto, ayer por la tarde,en Washington, el antiguo representantediplomtico alemn, Hans Thomsen, fueconvocado para un cambio deimpresiones con el secretario de Estado,Edward Stettinius. Se cree que acudir ala Casa Blanca por la maana, donde sereunir con el presidente Truman, paranegociar el fin formal de lashostilidades entre los Estados Unidos yAlemania. Fuentes diplomticas opinan

  • que el presidente tiene la intencin derealizar una visita de Estado a Berlndurante el prximo otoo. Dosbanderas aparecieron en pantalla, laalemana junto a la Union Jack. La escenacambi de nuevo. En esta ocasin, elcielo estaba claro. La cmara descendiy mostr una escena de una gran cpula,y continu descendiendo para captar delleno la plaza de San Pedro, abarrotadade peregrinos.

    Y en Roma, su santidad el papaPio XII congratul al fuhrer por sultima victoria. Apareci el interiordel Vaticano. Pudo verse a Pio XIIsonriendo y estrechndole la mano aHitler.

  • A esto sigui, la semana pasada,

    un encuentro entre el pontfice y elnuevo dueo de Europa, con ocasin dela firma de un nuevo concordato quereemplazara el acuerdo de 1933 quehaba quedado anticuado. En estareunin, el papa declar su buenadisposicin a reconocer los cambiospolticos de territorio que haban tenidolugar desde el comienzo de la guerra.

    A cambio, el restablecido gobiernofascista del mariscal Pietro Badoglio hadeclarado su disposicin a reconocerlos trminos del Tratado de Letrn yconservar su especial relacin con elEstado del Vaticano. Joyce hizo unabreve pausa y, a continuacin, resumi

  • con voz triunfante:

    Pueblo de Gran Bretaa! Vuestralarga noche ha pasado.

    Codo a codo con vuestroshermanos y hermanas alemanes, estisen el umbral de una nueva eramaravillosa. Paz, justicia y libertadllegarn a ocupar el lugar de la tiranaque habis conocido. Bajo la sombra dela cruz gamada, una Europa unida seopondr firmemente a las hordasinfrahumanas, que han sido lanzadascontra ella desde las estepas de la Rusiacomunista.

    Juntos podremos forjar, en elyunque del sufrimiento comn, un

  • destino glorioso para la raza aria. Lamsica reson de nuevo acompaandoms escenas de soldados marcando elpaso, de enormes banderas blasonadascon cruces gamadas, y estandartes de lasSS brillando bajo el sol. El ltimo planofue una vista de la Casa del Parlamento.Sobre la torre Victoria la bandera roja,blanca y negra del Tercer Reichondeaba mayesttica en una brisacontumaz.

    Luces! La pantalla quedoscura. Encima, las luces parpadearonantes de volver a la vida. Un profundosilencio llen la sala. En ella haba unoscien hombres, sentados en sillas demetal plegables que, con precisin

  • militar, haban sido colocadas formandonueve filas. Nadie se movi. Nadiehabl. Uno de los presentes luch envano por contener la tos.

    Los hombres tenan las cabezasafeitadas. Sus rostros estabandemacrados y daban muestras de fatiga ysufrimiento. Bajo sus sueltos uniformesgrises de prisioneros de guerra eraposible adivinar sus cuerposenflaquecidos y exhaustos.

    El recinto en el que se encontrabanera una construccin subterrnea, deunos veinte metros de largo por ocho deancho, con el techo muy bajo.

    Detrs de uno de los muros podaorse el zumbido de un generador

  • elctrico, y, por debajo de este, elbombear de un sistema de conduccin deaire, cuidadosamente construido, queaseguraba que el complejo al queperteneca el recinto en cuestinresultar invisible desde la superficie yque hubiera un suministro constante deaire razonablemente fresco.

    Los muros estaban cubiertos depao negro y en sus centros respectivoscolgaban cuatro largos estandartes decolor rojo desde el techo al suelo.

    Cada uno de ellos tena en medioun crculo blanco con una cruz gamada.En el mundo exterior, a cincuenta metrospor encima del complejo, en lasuperficie de la tierra, banderas como

  • aquellas haban sido arrancadas de susastas y quemadas por los soldadosrusos. Pero all abajo no haba soldadosrusos, sino soldados con el uniformenegro de las Waffen SS.

    Algunos de ellos estaban deguardia alrededor de la sala, firmes, consus espaldas pegadas a la pared, y conlas armas cargadas descansando en susbrazos.

    Un oficial alemn se coloc de pieen la parte delantera de la habitacin.

    Llevaba en sus hombreras lasinsignias de plata que mostraban surango de Standartenfuhrer de las SSI. Ensu bocamanga derecha luca un rombocon las iniciales SD, que indicaban su

  • pertenencia al Sicherheitsdienst, elservicio secreto del Reich. Era muyjoven para su grado, un diplomado deVogelsang Ordensburg, donde fueascendido hacia el final de la guerradebido a la muerte de sus propios jefessuperiores. Nada en el causaba laimpresin de que estuviera nervioso.Sus botas altas muy brillantes, la dagade paseo de las SS y su gorra negra conla calavera estaban dispuestas paraemprender un desfile de gala.

    La pelcula haba causado el efectoque l mismo anticip y que buscaronlos hombres que la planearon. Losprisioneros que tena delante de elparecan no solo atnitos sino hundidos

  • en una devastadora tristeza. Todoaquello en lo que creyeron hasta esemomento, todas las cosas que leshicieron permanecer firmes y resistir -algunos de ellos tres o cuatro aos- enlas prisiones de la Gestapo y en loscentros de interrogatorios del SD, todoaquello que sustent sus esperanzas deliberacin y regreso a casa queddestruido en cuestin de minutos.

    - Caballeros -comenz el oficial enun ingls con ligero acento-, espero quehayan encontrado este noticiario msinteresante que de costumbre. Dentro deunos momentos volvern a sus celdas. Acada uno de ustedes se le entregar unejemplar de la edicin del Times de

  • Londres del da de hoy en el que podrnleer los trminos de la rendicinbritnica, as como artculos que lesdarn detalles completos de losacontecimientos ms recientes.

    Podrn leerlos con toda la atencinque deseen.

    Sin embargo, antes de ello -continu-, creo que sera apropiado quepermitieran que me presente. Soy el SS-Standartenfuhrer Klietmann, el nuevocomandante de esta prisin, y a partir deahora deben considerarse dentro de mijurisdiccin. Ha llegado a miconocimiento que durante los ltimosmeses, bajo el mando del SS-Obersturmbannfuhrerl Grossmann, las

  • condiciones aqu se haban relajado. Esasituacin ha llegado a su fin.

    El SS-ObersturmbannfuhrerGrossmann ha sido relevado de sucargo. A partir de ahora intentare hacerque se cumplan los reglamentos. Lasofensas contra la disciplina sernseveramente castigadas. Cualquierintento de fuga se pagar con la muertedel que quiso escapar y de otro de losprisioneros. Poco a poco se darncuenta de que nuestras medidas deseguridad son las ms estrictas delReich. Cuando hayan terminado lalectura, creo que cada uno de ustedesdesear considerar detalladamente susituacin personal. Por favor, no piensen

  • que el pueblo alemn tiene la intencinde permitir que los culpables queden sincastigo. Los tribunales para juzgar loscrmenes de guerra, que ya han sidoformados, no se limitarn a juzgar aaquellos que condujeron la guerra deagresin contra Alemania. Naturalmente,en primer plano estarn Churchill y sussecuaces. Pero no descansaremos hastaque incluso el ms pequeo de loscriminales de guerra sea llevado ante lajusticia. Tendrn que salir a la luzpblica, en toda su extensin, loscrmenes britnicos. Y pueden ustedesestar seguros de que no se ahorrarningn esfuerzo para descubrir esoscrmenes y a sus ejecutores.

  • En su caso, la culpabilidad nopuede ser discutida. Todos ustedesfueron detenidos en suelo alemn o deotras naciones administradas por elReich alemn. Ms adelante sernustedes visitados, en turno, por unequipo de abogados designado parapreparar sus casos. En su momento seles nombrar abogado defensor. Dentrode pocos das recibirn instruccionesescritas de las autoridades competentesen Gran Bretaa, que les pedirn queexpliquen las cosas con claridad. Sunegativa a divulgar los hechosconcernientes a sus respectivas misionesfue hasta ahora loable. Son ustedeshombres valientes y, en circunstanciasdistintas, no dudo de que habran sido

  • altamente condecorados por su valor.Pero la guerra ha terminado. Su

    pas ha sido derrotado limpiamente en elcampo de batalla, y ustedes tienen eldeber de asistir a las fuerzas de la ley yel orden para probar la culpabilidaddonde deba serlo y exonerar a losinocentes siempre que sea posible.

    El comandante de la prisin sepuso firme.

    - Pueden marcharse. Confo en quetodos ustedes estn dispuestos acolaborar. Les aseguro que si lo hacen,sus propios intereses se vern muyfavorecidos.

    Se abrieron las puertas en la parte

  • de atrs de la sala. A una seal, loshombres que estaban en la primera filade sillas se levantaron. Mientras ibansaliendo, evitaron las miradas de suscompaeros de cautiverio. Ms de unolloraba abiertamente.

    - Que Dios nos ayude! -rogalguien en voz muy baja.

    Pars. Julio de 1979.

    Era la peor poca del ao en Pars,cuando est abarrotado de turistas. Loscafs a lo largo del bulevar St. Germainestaban llenos de jvenesnorteamericanos desmanados y deaustralianos que daban la vuelta almundo. Se los poda ver por todas

  • partes, posando delante de todos,forzando en los transentes la ilusin deque eran parisienses de nacimiento ycrianza, que estaban aburridos delRicard y el Amer Picon, que se sentabanen los mismos cafs, juntos a aquellasmismas mesas, en aquellas mismas sillasde mimbre, a todo lo largo y lo anchodel ao de Pars.

    Llenaban el Aux Deux Magots y elCaf de Flore, con un Gitanes colgandode sus labios y mocasines Gucciacariciando sus pies de viajeros de lujo.Fingan indiferencia mientras queinteriormente recordaban Des Moines yWarrnambool, maravillados ante todaesta herencia repentina y efmera.

  • Pars era suyo por una temporada,para poseerlo como nunca antesposeyeron otra ciudad, para paseardurante el da y aprovechar sus noches,para vivirlo en toda su brillantez, suopacidad y su larga soledad veraniega.

    Jack Gould, en su inocencia, jamslo hubiera supuesto, de no haber odo aalgunos de ellos hablar ingls. El nohacia el vago.

    No acuda a los cafs de lavecindad para ser visto ni para observara los dems. A fuer de honesto hay quedecir que raramente se daba cuenta de loque ocurra a su alrededor. Mientrasbeba a pequeos sorbos la tacita decaf que tena frente a l, sus ojos no se

  • despegaban de un libro que mantenasobre las rodillas, el tomo primero deHistory of the Jews in Babylonia, deNeusner.

    A los veintids aos, ya era todoun tipo. Llevaba un chaquetn conparches de cuero en los codos, queresultaba inadecuado para el buentiempo reinante, una mugrienta camisablanca y pantalones de pana de colorverde oscuro con el trasero desgastado.Cuando poda permitirse comprartabaco, fumaba una pipa sucia. Sucabello estaba desordenado y llevabagafas de montura metlica reparada decualquier modo con cinta aislante.

    Bajo aquella apariencia resultaba

  • difcil darse cuenta de que era tan bienparecido como cualquier otro de losexhibicionistas que, equipados con suschaquetas de cuero, ocupaban la terrazade fuera.

    El caf era un pequeoestablecimiento de la calle Chabanais, amedia manzana de distancia de laBiblioteca Nacional. Jack acuda allpor la maana y por la tarde a buscardatos, y a medioda se tomaba undescanso.

    Como no poda permitirse unalmuerzo propiamente dicho,normalmente tomaba un poco de pan yqueso de cabra, con una botella deBadoit, en el vecino jardn del palacio

  • real. Sus cafs de la maana y de latarde, muy fuertes y muy azucarados, ledaban el impulso que necesitaba parapasarse da tras da examinando textosantiguos.

    La disertacin en la que trabajaba,Star and Scepter Prophecies in theDamscus Document, the Qumran WarScroll, and the Florilegia, lo habatrado a Pars muy en contra de suvoluntad. Estaba en el segundo ao de sudoctorado en estudios hebreos en elTrinity College de Dublin, y se habasentido muy feliz trabajando all o en labiblioteca Chester Beatty deBallsbridge. No le gustaban nada laBiblioteca Nacional y su anticuada

  • burocracia; odiaba tener que hablarfrancs (un idioma que apenas conoca)y, adems, se encontraba incmodo enuna ciudad donde todo el mundo parecapasarlo bien. Jack Gould era un maestroen lingstica. Poda dar con el sentidode los documentos hebreos msdeteriorados o reunir los trozos de unrollo de pergamino arameo del sigloprimero con la misma facilidad quecualquier persona rellenaba su quinielade futbol cada semana. Sus profesores loadoraban. Nadie dudaba de que su tesisdoctoral sera la primera de las grandescontribuciones en su campo. Pero comoser humano era un verdadero desastre.Un desastre y -aunque nunca lo admita-virgen a los veintids aos de edad.

  • Apenas se dio cuenta de que

    alguien se sentaba a su mesa. Se tratabade un caf pequeo y frecuentementelleno. No levant los ojos del libro queestaba leyendo.

    - Jack Gould No es as? Unajoven se haba sentado frente a l. Tenael cabello rubio, un rostro asombroso yvesta una camiseta de color azul claro.

    Sonrea como si fuese una viejaamiga, pese a que el no la reconoci. O,quiz

    - Je m'excuse, mais -comenz adecir.

  • - Oh, no es necesario. Podemosentendernos perfectamente sin necesidadde recurrir al francs.

    El acento irlands no era muyfuerte, pero si suficiente para delatarque la mujer proceda de aquel pas.Buceo en su memoria, esforzndose enencontrar su rostro en algn lugar de supasado.

    - Lo siento, seorita

    - Usted no me conoce, pero yo austed s, de vista. Me llam Caitlin.Caitlin Nualan. Estoy en segundo cursode estudios semticos, en el Trinity. Elao pasado usted present un seminariosobre Ezequiel; yo me sentaba en las

  • filas de atrs. Probablemente no merecuerda.

    - Si, claro -Se detuvo, movi lacabeza y aadi-: No, no, lo siento, nola recuerdo.

    - Estaba usted muy preocupado. -Hizo una pausa-. No saba que estuvierausted en Pars.

    En esos momentos un camarero seacerc a su mesa. Caitlin se volvi yhabl con facilidad lo que a Jack lepareci un francs con acento perfecto:

    - Un caf creme, s'il vous plalt.

    Mir la taza medio vaca de Jack.

  • - Quiere tomar otro? Jack movi

    la cabeza y mir su reloj.

    - Lo siento, pero tengo que irme-dijo-. Estoy recopilando material en labiblioteca.

    Se levant y dej algn dinerosobre la mesa.

    - Ha sido un placer encontrarmecon usted -se despidi-. Espero quedisfrute de Pars.

    A la maana siguiente, cuando Jackentr en el caf poco despus de lasonce, ella estaba esperndolo. Estaba enla misma mesa, como si no se hubiera

  • movido de donde la dej. Tena el pelorecogido por detrs y llevaba una ligerachaqueta de algodn sobre una limpiacamiseta, en esta ocasin de color rosa.

    Cuando Jack se aproxim, ellalevant algo de la mesa y lo agit parallamar su atencin.

    - Se lo dej aqu ayer -le dijo.

    Era su ejemplar de Neusner, lalectura ligera con la que mataba eltiempo en aquel caf.

    - Gracias -murmur l mientrastenda la mano para coger el libro. Peroella no se lo entreg.

  • - Le eche una ojeada ayer por lanoche -le explic-. Es verano, estamosen Pars, y usted lee un libro comoste? El no respondi.

    - Quiere una taza de caf? Elsacudi la cabeza. Apenas si podarecordar la ltima vez que una mujer lehabl de ese modo. Al entrar se habadado cuenta de que, al fin y al cabo, lajoven era adorable. La belleza leinquietaba. No se poda medir como lapoesa hebrea, no tena conjugaciones nideclinaciones, no poda ser reducida aparadigmas. Se senta amenazado porella como por todas las cosasincontrolables.

    - No me diga que va a empezar con

  • esta difcil materia antes de almorzar -ironiz.

    - Yo No, es que -Vacil yacab por inclinarse ante lo inevitable-.Tomar un caf.

    Ella hizo un ademn y se presentun camarero como si surgiera de ningunaparte. Jack estaba impresionado por laconfianza que mostraba sucomportamiento, por su seguridad en smisma. Pidi caf y brioches y se volvia l.

    - Sintese, por amor de Dios, yhbleme de usted mismo.

    Jack se sent, y as comenz todo.

  • El result una tarea difcil. As se

    lo dijo ella despus de haberse acostadojuntos la primera vez. Pero no saba queel trabajo ms duro an estaba porllegar. Pars ayud, naturalmente. Nisiquiera el ms rgido de losescolsticos podra resistirse a losencantos de la ciudad. Ella lo llev atodas partes, sobre todo a lugares que nose mencionan en ninguna gua turstica.La obra de Neusner se qued encerradaa cal y canto en la habitacin de Caitlin.Al tercer da, Jack ces de pedrsela, ydespus de la primera semana juntos, yala haba olvidado. Ella le haba vueltodel revs por completo.

    Lentamente fue naciendo en l la

  • idea de que estaba enamorado. No setrataba de una emocin que hubieraconocido antes, ni siquiera una por laque hubiera sentido gran inters. Comola belleza, escapaba a su control. Sesinti como alguien que, despus dehaber estado durmiendo largo tiempo,fuera despertndose poco a poco al or,desde muy lejos, una voz amada quesusurrara su nombre y, al despertar, sediera cuenta de que la voz no estabalejos y que la persona a la que amaba nose haba movido de all, observndoloansiosamente.

    Durante algn tiempo, ella seconvirti en sus ojos y odos, hasta queJack volvi a aprender a utilizar los

  • suyos. Ella perteneca a este mundo soloparcialmente y, en cierto modo enbroma, se neg a hablar con l de sutrabajo. El lo intent al principio, peroacab dndose cuenta de que el hechode que ella lo ignorara hacia ms penosono hablar de lo que era familiar.

    As, gradualmente, ella fuearrastrndolo a su propio mundo.

    La primera semana lo forz aconvertirse en un turista. Jack llegaba alcaf cada maana poco despus de lasnueve para encontrarse con ella, que yalo esperaba con caf caliente y pastas.

    Despus del desayuno hacan supaseo hacia los diversos puntos deatraccin turstica que les ofreca la

  • ciudad: Notre Dame, el Arco de Triunfo,la torre Eiffel, la capilla santa delLouvre. El se senta como un nio al quede repente se le revela que el mundo esalgo ms que las cuatro paredes de sudormitorio. El tropezaba a veces, peroella lo alzaba, le sacuda el polvo y loconduca al prximo lugar digno deverse.

    Ella se dio cuenta de que loprincipal era mantenerlo alejado de labiblioteca la mayor parte del tiempoposible. Privado de sus papiros y susconcordancias, el era una pgina enblanco. La segunda semana dejaron devisitar los lugares tursticos. Caitlin lollev a pequeos cafs y bares en los

  • que no haba turistas, dondepermanecan sentados hablando durantevarias horas.

    Era la primera vez que Jackencontraba a alguien que realmente seinteresara por el no por lo que sabia,sino por lo que era. Y acab contndoletodo sobre el Jack Gould que susmaestros nunca conocieron.

    - Mi padre es judo -le confi-, ymi madre, catlica.

    - Y eso que hace de ti? El seencogi de hombros.

    - Nada -respondi-. Solo yomismo. Sea lo que sea.

  • Ella trat de descubrirlo. Hablaba

    poco de si misma. Le cont que suspadres haban muerto diez aos antescon ocho meses de intervalo, su padrede cncer y su madre de pena. Ambosestaban enterrados en Londres, en elcementerio de Paddington, cerca dedonde ella creci. Jack le pregunt sitena parientes vivos y ella le respondique ninguno con el que verdaderamentese sintiera unida. Algunos tos y tas, esoera todo, gente a la que hacia aos queno vea, con los cuales no tena nada encomn. El respeto su reticencia y novolvi a probar.

    Caitlin no hizo un secreto de que ensu vida hubo otros hombres y Jack sufri

  • autenticas agonas de celos al saber queotros se le haban adelantado, aunquesolo fuera brevemente.

    La noche en que se convirtieron enamantes estuvieron viendo la pelcula deLouis Malle Lacombe, Lucin en unpequeo cine del bulevar St. Germain.El tena dificultades en seguir eldilogo, as que, de vez en cuando, ellase inclinaba hacia el y le contaba al odode que iba la cosa. El argumento tratabade un joven trabajador francs que seconvirti en colaboracionista durante laocupacin nazi. Jack apenas si entendilo que suceda. Le bastaba laproximidad de Caitlin y que esta se leacercara con tanta frecuencia para

  • murmurarle al odo.

    Cuando salieron del cine, ella semostr distante y Jack se pregunt porque razn le haba afectado tanto.

    - Que te ocurre? -le pregunt.

    Ella no respondi. Guard silenciolargo rato. La gente pasaba junto a elloscharlando animadamente, pero Caitlinno prestaba atencin.

    - Que es lo que va mal? -insistil.

    - Ven aqu -dijo ella.

    El no supo qu hacer.

  • - Ven aqu.

    Jack se acerc a ella, muy cerca,

    tan cerca de una mujer como nunca antesestuvo en su vida. Ella se volvi, loabraz y lo atrajo aun ms. Despus lobes. Tena el rostro lleno de lgrimas,que dejaron en su lengua un sabor a sal.Ni siquiera despus de haber hecho elamor le dijo por qu o por quin habaestado llorando y el jams se lopregunt.

    Al cabo de pocos das supieron queno haba vuelta atrs y decidieroncasarse a principios de septiembre. Lohicieron en el consulado irlands en unabreve ceremonia, seguida de una cena en

  • un pequeo restaurante de la RiveGauche. Jack escribi a sus padres paracomunicarles que se haba casado. Lamadre le respondi lamentndose de queno los hubieran invitado a la ceremonia,pero Jack volvi a escribirles una largacarta en la que les explicaba lo feliz quese senta, y le envi una fotografa deCaitlin. Tanta felicidad: ni siquiera sumadre lo haba credo capaz de ello. Leenvi una segunda fotografa, esta vezsuya, con la nueva ropa que l y Caitlinhaban comprado juntos. Ninguno de susantiguos amigos lo hubiera reconocido.

    Trabajaba un poco cada da en laBiblioteca Nacional, pero su obsesinpor el trabajo se haba ido para siempre.

  • Aprendi a sentir impaciencia cuando seaproximaba el medioda, la hora decerrar sus carpetas y salir a disfrutar dela luz del sol. Caitlin lo esperaba en elpequeo caf de la calle Chabanais, ensu mesa habitual, con dos tazas de caffrente a ella y dos platos, uno con tarta,y el otro con tostadas. Tomaban el cafjuntos, charlaban un rato y se marchabana su apartamento en Marais, donde casisiempre hacan el amor.

    Toda su pasin veraniega no lostraicion ni una sola vez.

    Unas dos semanas despus de laboda, cuando volvieron a suapartamento, lo encontraron todorevuelto. Los intrusos se haban

  • concentrado en el trabajo de Jack yhaban estudiado sus papelessistemticamente. Pero result msextrao aun cuando, al volver a ponerlas cosas en orden, se dieron cuenta deque no les faltaba nada, ni siquiera lasjoyas que Caitlin haba dejado en unacaja abierta en el dormitorio. Aquellanoche Caitlin se mostr preocupada y enms de una ocasin Jack pens que iba acontarle alguna cosa. Algo le hizopensar a Jack que ella saba quin era elresponsable de la violacin de su casa.

    Al da siguiente, mientras paseabana la hora del almuerzo por el jardn delpalacio real, un hombre se acerc aellos. El desconocido se dirigi

  • directamente a Caitlin y la bes enambas mejillas, como si fueran viejosamigos. Era un hombre de mediana edady bien vestido, y a Jack le pareci untanto sofisticado.

    Caitlin y l hablaron durante unminuto, ms o menos, en un francs muyrpido que Jack no pudo seguir. Solosupo captar algunas palabras sueltas:

    - Malheureux peut-etredangereux ce n'est pas termine

    pas impossible de rentrer nousavons pris nos renseignements

    Al mirar a su esposa, Jack advirtique se haba puesto plida. No levant

  • la voz, pero l se dio cuenta de latensin que haba en ella.

    - Je dois m'en aller -dijofinalmente, y se cogi del brazo de Jack.El desconocido ni siquiera se dignmirarlo.

    - Quin era ese? -le pregunt Jackmientras se alejaban rpidamente.

    - Nadie. Un amigo. Mira, no tieneimportancia. Olvdalo! Era la primeravez que le responda con evasivas y demala forma. Ms tarde se disculpo y leexplico que el hombre era un viejoamigo de su padre que trato de interferiren su vida cuando ella todava era unaadolescente.

  • Aquella noche, en la cama, le dijo

    a Jack que quera regresar -Aun no heterminado mi trabajo aqu.

    - Eso tendr que esperar -insistiella-. Yo tengo que estar en Dublin paraponerme al da en mi trabajo antes deque lleguen los exmenes. Puedes hacerque te envien microfilms de lo quetengas que examinar. Yo pagar lo quecuesten. Y -vacil y cogi su mano-,hay otra cosa. Voy a tener un hijo.

    Dublin. I8 de junio de 1988.

    La carta lleg con el primer repartode la maana del lunes. Era la tercera enun montn de siete, entre una peticin de

  • microfilms y una invitacin a lo queprometa ser una aburrida recepcin enel Trinity College. A deducir del sobre,su remitente deba de ser una personarica: el grueso papel, la letra discreta ypropia de una persona educada, inclusolo informal de la firma le alert de queall haba algo que se sala de locorriente. No reconoci el nombre de lacasa que encabezaba la pgina:Summerlawn .

    El sello de correos tampoco le erafamiliar: Dun na Sead.

    Tuvo que consultar un mapa.Result ser el nombre galico deBaltimore, una pequea aldea depescadores al sudoeste de Cork. Pero

  • quin diantres, en Baltimore, podratener inters en la biblioteca o en sutrabajo? Y quin, en una aldea depescadores, poda permitirse el lujo deutilizar un papel de cartas tan caro? Larespuesta era un hombre llamadoRosewicz, Stefan Rosewicz. A Jack, elnombre no le dijo nada. Qu era?Polaco? Checo? No poda decirlo conseguridad. Ciertamente nunca haba odohablar de l como dueo de unacoleccin de invaluables manuscritoshebreos y arameos localizada en laRepblica de Irlanda. La carta deRosewicz era breve y concreta:

    el remitente posea una coleccinpequea pero valiosa de manuscritos

  • que precisaban la atencin de unexperto, tanto para catalogarlos comopara su conservacin. Estabainteresado el doctor Gould en aceptarese cargo? El trabajo no sera agotador,no corra prisa terminarlo, y el lepagara bien, muy bien.

    Lentamente Jack alz la mano quesostena la carta. En un dedo llevaba unsencillo anillo de oro sin el menoradorno.

    Abri y cerr los dedos de la otramano formando un puo una y otra vez,como si quisiera coger algo y volver adejarlo de nuevo. Acarici el papelcomo si fuera una piel, con la menteausente.

  • Durante un rato no se movi. Dej

    descansar en su mano la carta livianacomo la seda. Saba, aunque no sabadecir por qu, que estaba en vsperas dealgo extraordinario que estaba llamandopara entrar en su vida, all, en el mundopardo de hileras de libros de su oficina,en la maana de un lunes de comienzosde verano. Era algo que llevabaesperando mucho tiempo, quiz toda suvida, aunque no saba cunto ni por qu.Pero era consciente de que su vidaestaba a punto de cambiar.

    Jack era ayudante del director demanuscritos bblicos en la prestigiosabiblioteca Chester Beatty, en la

  • Shrewsbury Road de Dublin. Compartala responsabilidad de una de las msdistinguidas colecciones de papiros delAntiguo y del Nuevo Testamento, unacoleccin que poda compararse enplano de igualdad con la de la bibliotecadel Vaticano o la del Museo Britnico,pero que era poco conocida fuera de loscrculos especializados.

    Mientras que Londres posea elCodex Sinaiticus y el CodexAlexandrinus y Roma el primitivoCodex Vaticanus, Dubln poda presumirde contar con los manuscritos conocidosgeneralmente como los Papiros deChester Beatty.

    Se trataba de una coleccin defragmentos bblicos descubiertos en la

  • antigua sede Aphroditopolis, en Egipto,entre 1928 y 1930, y que fueroncomprados por Chester Beatty un aoms tarde.

    En torno a esos valiososmanuscritos se haba creado unaimportante biblioteca.

    Descolg el telfono y marc elcorto nmero que figuraba en lacabecera de la carta. Son cinco o seisveces. Una voz irlandesa respondi a lallamada, la voz de una mujer de medianaedad.

    - Summerlawn. En que puedoservirle? El ama de llaves, pens. Podaor msica al fondo. Un violoncelo y un

  • clavicmbalo. De inmediato reconocila pieza: la seccin del adagio de lasonata de Bach en si menor. Un disco?vivan msicos en Summerlawn? -Quisiera hablar con el seor Rosewicz.Esta en casa? -Me dice usted sunombre, seor? -Dgale, por favor, quelo llama el doctor Gould, de labiblioteca Chester Beatty.

    Oy como pona el auricular sobrela mesa y despus el sonido de pasos.

    Poco despus la msica se detuvo amitad de un prrafo. Nuevos pasos, enesta ocasin varoniles, firmes y lentos alprincipio y despus apagados por unagruesa alfombra.

    - Aqu Rosewicz. En que puedo

  • ayudarle? Aqui est Rosewicz. Comouna referencia escrita por un cartgrafomedieval para designar un territorioinexplorado. El acento era claramentedel Este de Europa.

    - Usted me ha escrito una carta,seor Rosewicz. Soy el doctor Gould,de la biblioteca Chester Beatty.

    - Vlgame Dios! Qu mujer tanestpida! Me dijo que usted era unmdico de Westmeath. Esto ya esdemasiado. Tendr que comprarse unaudfono. - La voz hizo una pausa-.Perdneme, doctor Gould, ha sido ustedmuy amable al llamarme tan pronto. Haledo mi carta? -S. Lleg esta maana.

  • - Y cul es su decisin? -Mi

    decisin? Todava no he tenido tiempode reflexionar sobre el asunto.

    Solo le llamo para hacerle algunaspreguntas.

    - Preguntas? Si, si naturalmente.Cuales son esas preguntas? La msicahaba comenzado de nuevo, pero en estaocasin el violoncelo no estabaacompaado. Entretanto oy un nuevosonido. Se trataba del mar osimplemente de su imaginacin? Dondeestaba Summerlawn exactamente? Hizosus preguntas una tras otra, como quiencumple un deber, como si pensara que alhacerlo as poda eliminar al seorRosewicz y la tentacin que le ofreca.

  • Enfrentarse con un misterio as, all, enel corazn del pas, le pareca algodemasiado bueno para ser cierto. Ysupuso que la coleccin tan alabada porsu dueo resultara de relativo pocomrito. Algo poco brillante, desprovistode gracia o de belleza, unos cuantosfragmentos, recogidos al azar ensubastas pblicas, nada capaz deacelerar su pulso.

    Pero Rosewicz era serio y parecabien informado. Su propio conocimientohaba alcanzado sus lmites mximos,explic: necesitaba un experto, alguienque pudiera poner su casa en orden.

    Tena ms de trescientos

  • manuscritos, algunos medievales, otrosmuy anteriores, entre ellos, dijo,fragmentos de Cairo Geniza y materialde Nag Hammadi. Eso estimul elinters de Jack.

    Todo pareca indicar que Rosewiczno era un simple aficionado.

    Quedaba el problema de conseguirpermiso de la biblioteca, pero suempleo con Rosewicz poda serconsiderado como un trabajo deinvestigacin.

    - Resta una cosa -especificRosewicz-. No quiero publicidad sobrela existencia de mi biblioteca. Noconcedo entrevistas ni permito a

  • extranos que tengan acceso a mimaterial. Tendr que dar su conformidada mantener ese silencio, si es que sedecide a venir. Acepta usted esacondicin? -Tendr que pensarlo.

    - Es de la mxima importancia. Deotro modo no podr trabajar aqu.

    Rosewicz sugiri que Jackacudiera all el fin de semana para unavisita preliminar. Le ensenara labiblioteca y le explicara los problemascon los que se enfrentaba. Jack semostr de acuerdo. Antes de colgar eltelfono pudo oir voces al fondo, lasrisas de una mujer y los ladridos de unperro a lo lejos.

  • Ms tarde, esa misma maana, Jacktomo caf con Moira Kennedy, ladirectora de manuscritos occidentales ysu inmediata superior. El despacho deMoira era ms fresco que el suyo,sombreado por plantas verdes. Fuera,haban comenzado a llegar los primerosturistas del da, que se abran caminopara ver una exposicin de miniaturaspersas.

    - Has odo hablar de un hombrellamado Rosewicz? -le pregunt-. Vivecerca de Baltimore, en el condado deCork. Y, por lo que pude oir cuandohable con l, en una gran casa.

    Moira frunci el ceo yseguidamente afirm:

  • - Si, he odo mencionar su nombre.

    Por que? -Quiere que catalogue susmanuscritos. Como es posible que yonunca haya odo hablar de l? Ella seencogi de hombros, pero Jack pudo verque Moira apartaba la vistamomentneamente, como si se sintiera adisgusto o confundida.

    - Su nombre suena de vez encuando. Hubieras acabado por oirhablar de l.

    - Hablas como si se tratara de unaespecie de secreto

    - No, no se trata de un secreto. Es,simplemente, que Rosewicz se lo guarda

  • todo para el solo. Puedes considerarteun privilegiado si de veras piensadejarte ver su coleccin.

    - Sabes algo de la coleccin? -Que es dueo de una, si. Eso es lo quetodo el mundo sabe.

    Todo lo que el dice. Conocemosalgunas de las cosas que posee, debido afiltraciones de sus compras. Tienealgunas cosas de Qumran, por ejemplo.

    Pero por lo general compra en loscircuitos clandestinos. Gente bieninformada afirma que tiene cosas que atodos nos gustara ver.

    - Entonces por que

  • - Por que quiere introducir aalguien como tu? -Se encogi dehombros-. No lo s. Debe de estar muynecesitado de ayuda.

    De alguien en quien poder confiar.

    - Lo has visto alguna vez? Jackcrey que Moira iba a echarse a rer.Pero se limito a sonrer, y no muyagradablemente. Ella tena cuarenta ycinco o tal vez cuarenta y seis aos,trat de adivinar Jack. Ya llevaban sieteanos trabajando juntos, desde que elobtuvo su doctorado y segua sin sabernada de ella. Pero tampoco ella sabanada de el.

    - Nadie que yo conozca ha visto a

  • Rosewicz. Tu sers el primero. Saca deello el mayor provecho posible.

    - Como es posible? Me has dichoque asiste a las ventas.

    Ella sacudi la cabeza. Se peinabael cabello gris hacia atrs en un mooespeso. Llevaba gafas de gruesamontura. Habia alguien que la amara?Alguien para quien, en silencio, sedejara el pelo suelto? Con sobresalto sedio cuenta de que no lo saba ni tampocodeseaba saberlo.

    - No en persona -aclar Moira-,usa intermediarios. Ya te he dicho quese mantiene aparte. Ese hombre es unmisterio, supongo.

  • - No tiene familia? -Cmo

    quieres que lo sepa? -he odo rumoressobre una mujer que se mantiene entrebastidores.

    - Una esposa, una amante, quinsabe? -Y que hay de la casa? Desdecundo vive all? -Creo que desde hacemucho tiempo. Naci en la Europa delEste, Polonia o Checoslovaquia. Llegaqu en los aos cuarenta o cincuenta.Un refugiado.

    - Como es posible que unrefugiado polaco tenga tanto dinero? -Aristocracia, supongo. Pero podrsverlo por ti mismo cuando vayas a sucasa. Supongo que pedirs un permiso.

  • - Si no te importa.

    - Bien, realmente me importa.

    Tenemos que preparar la exposicinDiatessaron, que abrir sus puertas enoctubre. Y necesito a alguien que meayude a revisar a fondo la coleccin depapiros que lleg el mes pasado desdeBerln Oriental. Hay un montn detrabajo por hacer.

    - Podra considerarse como untrabajo de investigacin.

    Moira vacil. En el Trinity Collegeno le sera difcil encontrar a alguienque le ayudara a realizar el trabajo derutina para preparar la exposicin. Ere

  • una oportunidad demasiado buena comopara dejarla escapar: hacer que alguienviera la coleccin de Rosewicz. Gouldpoda ser su espa.

    - Servira de algo? -pregunt.

    Jack supo en seguida lo que queradecir, aunque se trataba de algo de loque nunca haban hablado.

    Movi la cabeza afirmativamenteuna sola vez.

    - Creo que si. No he salido de aqudesde

    - Muy bien. Pero quiero saberlotodo. Todo quedar entre nosotros dos.

  • Lo entiendes? Aquella tarde el solbrillo sobre toda la superficie deIrlanda.

    Por primera vez en ms de un ao,Jack Gould dej su piso en Ballsbridgepara dirigirse a la ciudad. Esperaba conimpaciencia la llegada del fin desemana, como un nio ante unasvacaciones largo tiempo anunciadas.Trato de razonar consigo mismo,dicindose que nada cambiara, que sepasara el verano entero encerrado enuna biblioteca, como de costumbre, pararegresar a Dublin en otoo sin cambioalguno. Pero en su interior haba unadbil voz que peda ms.

    Paseo distrado bajo la luz del sol,

  • que se pona, cruz St. Stephen's Greeny descendi por la calle Grafton hastallegar al Trinity College. Le sorprendiencontrarlo todo como lo haba dejado,como si estuviera esperndole. En elprado haba flores blancas. Tuvo quecontener las lgrimas al pasar entre lasfamilias que jugaban y las mamsjvenes con sus cochecitos de beb.

    Pens en un violoncelo sonando enuna casa que nunca haba visto y seimagin los acantilados, y el marrompiendo en ellos muy abajo, y supropio aliento en el cristal de unaventana en el punto ms lgido de todoel verano.

  • Busc Summerlawn en el volumendedicado a Irlanda de la Burke's Gutdeto Country Houses. La mansin habasido edificada por una rama de losFitzgerald de Cork a mediados del sigloXVIII, cerca de una torre fortificada delos O'Driscoll, y, desde entonces, estuvosujeta a todo tipo de calamidades yrestauraciones. Un destacamento de losBlack y Tans incendi parte de ella en19I9, y tres aos ms tarde fue atacadapor ambos bandos de la guerra civil;pero a diferencia de muchas otras, lacasa sobrevivi. Los Fitzgerald sequedaron all despus de serproclamada la Repblica, perofinalmente se acabaron su dinero y supaciencia. Vstagos de una ascendencia

  • cuyos das haban pasado se habanconvertido en extraos en su propiatierra. La primera vez, la casa fuevendida a un norteamericano llamadoKelly, que presuma de sus orgenesirlandeses, pero sufra de impacienciaen Irlanda tal y como en realidad era;ms tarde sera vendida a Rosewicz.Eso ocurri en 1947. Diez aos antes deque naciera Jack Gould.

    Al dejar el tomo de Burke en laestantera, hizo caer al suelo otro libro.Lo recogi cuidadosamente y vio que setrataba de Where the Wild Things Are,de Maurice Sendak. El libro habapertenecido a Siobhan, el mismo en elque el le ley a ella en voz alta noche

  • tras noche durante un tiempo, que ahorale pareca toda una vida. O un momentofurtivo.

    Se sent y abri el libro, sinpensar, olvidndose de cun peligrosospueden ser los recuerdos. Algo cay deentre sus paginas:

    una hoja de papel suelta, un dibujoa lpiz, apenas reconocible, como ungato atigrado. El nombre del gato fueBrian. Debajo del gato, una manoinfantil haba escrito: Para mi pap,con cario, Siobhan. En aquel entoncesella deba tener unos cuatro aos.Arrug la hoja, casi sin poderla ver acausa de las lgrimas.

  • El pasado es el pasado, eso eralo que vena dicindose cada maana.Pero no era cierto. El pasado siempreest con nosotros; en nuestras horas devigilia se presenta arrollador y sinprevio aviso en la forma de un dibujoinfantil o de una fotografa. Y durante elsueo nunca nos deja: nuestros sueosestn hechos de l.

    El pasado era un caf en Pars, unaventana abierta sobre los empinadostejados, el cuerpo desnudo de una mujerdevuelto por un espejo. Y un mar abiertoal filo del otoo, gaviotas y una mano demujer en la suya; Dubln como nuncaantes lo viera, la luz del sol en lugaresque antes le parecieron sombros, el

  • paseo cotidiano por los parques verdes,los fines de semana en las WicklowMountains, todo luz solar y hierba, nieveen invierno, la voz de Caitlinllamndolo desde otra habitacin, la risade un nio y una puerta que se cierra deun golpe en la distancia.

    Con la cabeza apoyada sobre lasmanos, se quedo sentado, inmvil,durante tanto tiempo que pareci quenunca ms volvera a moverse de nuevo.

    Una escena reapareca conperturbadora regularidad. Antes habagirado en su cabeza constantemente,como una grabacin que no puede serborrada.

    Ahora era como una pequea

  • molestia dolorosa que, de tiempo entiempo, se agudizaba para convertirse enun dolor mucho ms fuerte y profundo.Se vea a si mismo en un prado lleno deflores. Haba una ligera brisa. El cieloestaba lleno de pjaros en vuelo. Elestaba sentado sobre una vieja manta,rodeado de los restos de un picnic.Poda ver a Siobhan jugando con unapelota roja, que le tiraba a Caitlin, quienla reciba y se la devolva. Siobhantena seis aos y cada da ganaba enagilidad. Cuando no poda coger una delas pelotas que le lanzaba su madre, seechaba a rer y corra tras ella.

    El estaba sentado y las observaba.Haba aves por todas partes.

  • Senta el sol en el rostro y en los

    brazos. La pelota bot, fue recogida ydevuelta. El estaba tumbado deespaldas, de cara a un cielo sin nubes ala vista. A poca distancia poda oir elmar y los gritos de las gaviotas blancas.

    De repente un grito distinto: la vozde Caitlin. Se levant y vio a Siobhan,que corra detrs de la pelota. Caitliniba detrs de ella. La nia no la oy niobedeci. Caitlin haba tirado conmucha fuerza la pelota, que ahora corrapor una cuesta abajo que terminaba enun acantilado cortado a pico. Como acmara lenta, ve a Siobhan llegar alborde del acantilado. Hay un remolinode blancura cuando las gaviotas alzan el

  • vuelo repentinamente Y Caitlinalcanza a la nia y las gaviotas alzan elvuelo gritando. El est de pie y las vecmo se precipitan en el abismo. Hay unrelmpago de color y despus soloquedan las aves.

    Jack saba que las cosas no habanocurrido exactamente as.

    Pero sta era la secuencia deimgenes que siempre volva a su mente.

    A su regreso de Pars encontraronun piso en Ballsbridge, cerca de ChesterBeatty, donde el echaba una mano en untrabajo de catalogado. Tenan pocodinero, pero de vez en cuando Caitlinsacaba una pequea suma de una

  • herencia de unas diez mil libras o algoas. Ella se tom unas vacaciones de unao en sus estudios y slo regres paraterminar su segundo curso en 1981,cuando su hija, Siobhan, tena un ao ypocos meses de edad.

    Ese mismo ao, Jack termin sudoctorado y fue aceptado para trabajarcon plena dedicacin en la biblioteca.Entre los dos se las arreglaban parapoder atender a Siobhan con la ayuda dela madre de Jack.

    El jams se sinti hastiado delrostro o del cuerpo de Caitlin, nunca selament del tiempo que Siobhanrequera de l, ni se quej de loscambios que haba experimentado su

  • vida desde aquel verano en Pars. Ytodo para terminar como estaba ahora:

    sentado solo, con un libro infantilsobre el regazo, luchando contra elpasado.

    Son el timbre de la puerta deentrada. Sin saber por qu se sintitenso.

    Dej el libro a un lado y se puso depie con desgana. El timbre son porsegunda vez, pero no se dio prisa.

    Cuando abri la puerta se encontrfrente a un agente de polica.

    - Doctor Gould? Se vio a simismo diciendo:

  • - Doctor Gould, tengo malas

    noticias. Puedo pasar? La voz delhombre era suave, pero pareca resonarcomo un eco lastimando los odos deJack. Busc el marco de la puerta y seapoy en l para no derrumbarse.

    - Se encuentra bien? -pregunt elguarda.

    El afirm con la cabeza y trat demantenerse erguido. Se senta enfermo ymareado y deseaba tener a alguien quelo sostuviera mientras pasaba sumalestar.

    - Estoy bien -murmur mirando a sualrededor.

  • Pero el pasillo de entrada estaba

    vaco. All no haba nadie.

    Nadie ms que el y sus recuerdos.

    El pasado siempre est connosotros.

    Ms o menos Jack ya se habahecho a la idea de ir a Summerlawn,pero aun quedaban cosas que deseabaconocer. Durante toda la maana delmartes estuvo pensando en Rosewicz.

    Quien era exactamente y quedeseaba de l en realidad? Jack tena unviejo amigo de sus das del TrinityCollege, Denis Boylan, que trabajaba en

  • el Irish Times. Le telefone aquellatarde.

    - Cual me has dicho que es elnombre? -Rosewicz. Stefan Rosewicz.Es polaco.

    - Y yo que s, me tiene sin cuidado.Puedes deletrearme el nombre? Jack lohizo as.

    - Te dir algo maana o pasado,Jack. Estoy de trabajo hasta la coronilla.Te lo aseguro.

    Sin embargo, Jack volvi atelefonear el mircoles por la maana.

    - Puedes reunirte conmigo a la

  • hora del almuerzo, Jack? Trata de estaren el Bewley, en la calle Westmorcland,a la una.

    El caf estaba lleno. Boylan se lollev a sentarse en la seccin defumadores.

    Su plato estaba bien surtido deempanadillas y patatas fritas. Nomostraba signos de estar ganando peso,pese a lo generoso de su almuerzo. Lasvoces mitigadas danzaban a sualrededor. Un cura, en la mesa prxima,discuta sobre el Derby y el Oaksirlandeses que se correran ese mes y elprximo.

    Tena la mente puesta en doscaballos excepcionales.

  • - Estas perdiendo el tiempo, Jacko

    -le dijo Denis-. No hay nada sobre esepersonaje, salvo algunas pequeas notasprocedentes de la poca en que compresa casa en Cork, como se llama ? -Summerlawn.

    - Un verdadero nombre ingls parauna casa. Bien, la compra no result muypopular. Podan tolerar a unnorteamericano con dolares, pero a unpolaco! -A quin te refieres? -A lagente del pueblo, pescadores ynacionalistas. En aquellos das habaall un prroco catlico llamadoO'Mara; la Liga Galica ya sabes, esetipo de gente. Trataron de dirigir unapeticin al Estado para que comprara la

  • casa.Eso era antes de los das de An

    Taisce. Todo qued en nada. Tu hombrese hizo con la casa y las cosas setranquilizaron a continuacin.

    - Eso es? Es todo lo que pasall? Boylan afirm. Tom unosguisantes con la curva de su tenedor y selos llev a la boca.

    - Pero eso es imposible. El hombrees millonario, y la casa un tesoroarquitectnico. Uno de los pocos queaun quedan en este pas. Tiene que haberalgo ms.

    Boylan movi de nuevo la cabeza.Dej el tenedor y cogi el cigarrillo que

  • haba dejado en el cenicero al lado desu plato.

    Junto a ellos, el cura estabacalculando las posibilidades de ganarque tena un caballo llamado CruachainAigle.

    - Tu querido caballero se mantienealejado de los ojos del pblico. Haconservado la cabeza baja hasta ahora,durante ms de cuarenta aos. Lo sientomucho, pero eso es todo, Jack. Puedesintentar averiguar algo ms en laGeorgian Society o con la gente deTourist Houses and Garden. Seguro queellos deben de tener algo ms sobre esaSummerlawn.

  • - Lo que me interesa no es la casa.Es Rosewicz.

    - Entonces tendrs que ver tumismo cmo es, cuando lo encuentres.

    Boylan dio dos profundas chupadasa su cigarrillo y volvi a dejarlo en elcenicero.

    - Me alegro de haberte visto denuevo, Jack. Tenemos que salir juntos unda de estos a tomar unas jarras decerveza. Reunirnos con algunos de losmuchachos en Mulligan's

    - No estoy saliendo mucho estosdas, Denis.

  • Boylan lo mir con intensapreocupacin.

    - Es que no ha pasado ya bastantetiempo, hombre? No es hora ya? Deimproviso, Jack ech su silla hacia atrsy se levant.

    - Gracias por tu ayuda, Denis.Estaremos en contacto.

    Sin una palabra ms se dio lavuelta y se dirigi a la puerta y a laseguridad de la calle.

    La noche antes de emprender elviaje tuvo un sueo. No fue un sueorecurrente, ni tampoco una pesadilla; y,sin embargo, lo dej asustado o, mejor

  • dicho, intranquilo e incmodo, despiertoen un mundo que haba credo triste ysolitario pero sano en el fondo, y queahora encontraba internamente corrupto.El sueo lo acompa al despertar y lehizo sentirse como si se hubieraconvertido en portador de una infeccin:un cuchicheo largo y continuado, labioshmedos junto a su oreja, un alientocomo una brisa fra abrindose pasoentre ellos, palabras mezcladas eincoherentes, quebradas a veces, apenasaudibles pero sugestivas, dichas con vozinfantil, una voz que temblabaligeramente y que no era la de Siobhansino otra fra y penetrante, herida, queestuvo oyendo durante toda la noche sincesar o, al menos, as se lo pareca.

  • Se despert, se lav los dientes y

    se bebi dos tazas de caf solo.

    El cuchicheo continu, como uncomezn cruel, situado profundamenteen lo ms hondo de su cerebro, dondeaun persista la penumbra.

    La oscuridad del sueo lo rodedesde ese primer momento del despertarhasta que dej atrs la ciudad, ms allde Dolphin's Barn, cuando con unrepentino acceso de alegre optimismovio, de pronto, que la carretera se abraante l, libre de trfico, con el solbrillando sobre ella y reflejndose en lalustrosa superficie como una especie delluvia. Desde entonces, esa sensacin lo

  • acompa todo el camino, la luz del soly su alegra en ella, como si elexponerse a sus rayos hubiera abierto denuevo en l algo que estuvo cerradodesde hacia mucho tiempo.

    Tomo la carretera de Naas,dejando las Wicklow Mountains a suizquierda, en direccin sur y a veces aloeste, hasta el Curragh, en la constantesombra verde de los campos abiertos.Haba colinas y tmulos y en unaocasin, junto a un bosquezuelo de tejos,un anillo de viejsims piedras. Aldirigir la vista a los lados de lacarretera poda ver las ruinas de viejoscastillos ingleses, sus ventanas desnudasy sus muros ruinosos cubiertos de

  • hiedra.

    Cruz aldeas sin nombre, tabernassilenciosas tan omnipresentes como lasiglesias, los rastros de viejos blasonesestriles sobre las calles secas, niossin nombre jugando solos, un ancianocon un perro, el redoble de un tambor enun edificio elevado sin ventanas. Sintial nio que haba en l tirndole de lamanga.

    Walsh, Tobin, Lalor, Byrne, losnombres de viejas tiendas llenas detranquilas mercancas domingueras.

    La gente haba llegado desdeDubln para disfrutar en el campo unaexcursin de sbado o para pasar el fin

  • de semana. Vio las matriculas de losautomviles delante de l, o por elretrovisor, que iban hacindose msdiversas a medida que se adentraba enel campo verde del interior del pas.

    Pas a un autobs de turistas queviajaba hacia el oeste y a otro en laestrecha carretera en direccin aMonasterevin. Los rostros se pegabancontra las amplias ventanas sesgadaseuropeas y sus ojos estaban tan vacos ytan inquietos como sus corazones deviajeros adinerados. No deseabamezclarse con ellos. Se detendran enlos grandes hoteles en las faldas de lascolinas, cenaran salmn, escucharanmsica folclrica, todo ello comprado ypagado por un agente en Dusseldorf o

  • Miami Beach. Se quejaran y semostraran resentidos contra sustelevisores, los aviones y cualquierbarco que no fuera un yate de lujo,contra los autobuses en que viajaban ycontra ellos mismos.

    Cuando tom el camino de lacolina, despus de pasar Caher, por finse libr de ellos. Ahora, hasta llegar aCork, todo era montana y bosque y losexuberantes pastizales en torno aMitchelstown que se extendan entreellos.

    A un lado de la carretera se cruzcon un colorido carro caravana tiradopor un caballo:

    turistas que jugaban a ser gitanos

  • durante una semana; y dos millas msadelante, una familia de autnticosgitanos, que no jugaban a nada, sino quesolo trataban de seguir viviendo. Tomun almuerzo ligero en Cork yseguidamente se encamin hacia lacosta, un largo viaje por malascarreteras.

    En Baltimore se detuvo en lataberna y pregunt el camino paraSummerlawn. El hombre que habadetrs de la barra lo mir como a unbicho raro, pero le indic cmo llegar.No estaba lejos.

    - No quiere un trago antes de irse?Estuvo a punto de rehusar, impaciente

  • por terminar su viaje y ver por fin aRosewicz, pero lo pens mejor y pidiuna Guinness de barril. De pie, junto ala pequea barra, se bebi en silencio supinta de cerveza. En la pequea saladeslustrada solo haba otros dosclientes, ancianos que lentamentefumaban sus pipas y beban cerveza delpas.

    El camarero sec unos vasos, quedej dispuestos para la hora punta de latarde.

    - Viene de lejos? -pregunt.

    Jack afirm con la cabeza.

    - Dubln -respondi.

  • - Un viaje largo. Con el estado en

    que estn las carreteras.

    Jack bebi un trago del amargoliquido negro. La espuma se peg a sulabio superior y el se la quitorpidamente con la mano.

    - Usted debe de ser un amigo suyo,no es as? -Del seor Rosewicz? -Esoes. Lo conoce usted bien? Desde detrsde la barra lo contemplaban una hilerade viejas fotografas desvadas: el papacon John y Robert Kennedy; el equipode futbol Kerry Gaelic y, sobre todasellas, Cristo mostrando su coraznensangrentado. Jack pudo apreciar lahostilidad en la voz del hombre.

  • - Nunca lo he visto -dijo.

    El tabernero lo mir desde el otro

    lado del mostrador mientras secaba unpequeo charco de cerveza con un trapo.

    - Es cierto? -pregunt incrdulo.

    Jack afirm lentamente con lacabeza. En su rincn, los dos viejosllenaban la taberna con el humo acre desus pipas.

    - Se suele dejar ver con frecuenciapor el pueblo? -Verlo? -El camarero sevolvi de espaldas para poner en filaunas botellas de whisky. Hizo una pausadurante un momento y seguidamente se

  • dio la vuelta-. Nunca ha puesto los piesen Baltimore, esa es la pura verdad, y yahace cuarenta aos o ms que esta aqu.Su hija viene por aqu de vez en cuando,pero a l parece no gustarle ms que supropia compaa.

    - Qu tipo de hombre es? -pregunt Jack.

    El hombre se irgui y se ech haciaatrs como si tratara de alejarse de unborde peligroso.

    - Son una libra y veinte peniques.Lo mejor que puede hacer es acabarsesu cerveza y continuar su camino. Sinduda, estarn esperndole para el t dela tarde.

  • Mientras se diriga a la casa

    pensaba en el camarero y en suinexplicable hostilidad. fuenerviosismo? En el campo sola habergente rara, pero estaban acostumbradosa tratar con los dublineses y el nuncahaba encontrado un recelo semejantejams.

    Una carretera estrecha y sinuosaiba desde Baltimore hasta elpromontorio donde comenzaba lapenetracin en el Atlntico.

    Al doblar una curva vio una claraextensin de agua tranquila y el bucear yremontarse de las aves blancas, gaviotasy albatros de Clear Island. Despus, al

  • girar de nuevo, una brillante sucesin deislotes dispersos en direccin aRoaringwater Bay, y barcas con velasde colores que salan de Spanish Islandnavegando a impulsos de un vientosuave.

    All, a su llegada, el tiempo eraclaro y agradable y el paisajeescarpado.

    Poda ascender por el promontoriocomo un hombre que descubre lafelicidad por primera vez. El sol semova hacia el oeste, como Si quisierasumergirse en el rugiente Atlntico.

    Atraves un tnel de espesosrboles y fucsia salvaje, prpura, quecreca en bancales musgosos a ambos

  • lados. La carretera era oscura y moteadacon rombos de luz.

    Cuando sali del tnel arbreo larepentina plenitud de la luz lo deslumbrpor un momento. Cerr los ojos ydisminuy la velocidad del cocheinvoluntariamente. Cuando volvi aabrirlos, Summerlawn estaba frente a l,inesperada y sorprendentemente, unacasa blanca sobre una elevacin frenteal mar. Tena tres pisos, con sietesaledizos de ventanas. La fachadafrontal estaba dividida en tresintercolumnios. En su centro una puertaalta, con frontn, estaba flanqueada porcolumnas dricas, sobre las cuales Jackpudo ver una amplia ventana veneciana.

  • Sinti que el corazn se agitaba

    dentro de su pecho. A lo largo de toda laamplia fachada, las ventanasresplandecan como si quisieran darle labienvenida. Una bandada de pjarosdescendi hasta la altura de la chimeneaantes de volver a emprender el vuelo yalejarse en direccin al mar. Se acerc ala parte exterior de una gran cancela dehierro entre dos pilares de piedra. Alfinal de una larga avenida bordeada dearboles haba alguien vigilando.

    Par el motor del coche y se bajde el. La brisa marina roz sus cabellosy lo despein. En el pilar de la derecha,al lado de un pequeo altavoz, haba untimbre, y ms arriba el objetivo de una

  • cmara de televisin de seguridad.Puls el timbre y cuando una voz le

    respondi dio su nombre. Momentosms tarde se oy un zumbador y laspuertas de hierro se abrieron. Mir ellargo camino que conduca a la casa. Sequed all de pie, pacientemente, deespaldas al ruidoso mar, como sipensara que estaba all esperndolo a l.

    El ama de llaves lo condujo poruna serie de habitaciones con lasparedes cubiertas de espejos hasta unagran terraza situada en la parte de atrsde la casa, donde Stefan Rosewiczestaba esperndolo, un anciano sentadojunto a una mesa de mrmol mirando almar. Al oir entrar a Jack se dio la

  • vuelta.Tena el cabello blanco cortado

    muy corto, una amplia frente casidesprovista de arrugas, mejillaschupadas y ojos muy grandes y vivos. Sutraje era elegante y adecuado a laestacin del ao, una camisa blanca conel cuello desabrochado debajo de unachaqueta de lino, pantalones de deportey zapatos de lona.

    Jack dio unos pasos hacia delante yRosewicz se levant y le tendi la manopara saludarlo. Jack se dio cuenta deque le faltaba la ltima falange del dedomeique.

    - Doctor Gould, confo en que hayatenido un viaje agradable.

  • Hoy hace un da precioso.

    - Muchas gracias, fue un bello viaje

    durante todo el camino. Y tambin estoes bellsimo.

    - Naturalmente, por eso vivo aqu. -Se volvi al ama de llaves, que estabade pie junto a las ventanas francesas-:Seora Nagle, podra usted traerle anuestro invitado un vaso de cualquiercosa fresca? Qu desea tomar, doctorGould? -Tomar lo que est tomandousted.

    - Ya veo que tiene el hbitoirlands de negarse a si mismo.

  • Bien, tomemos dos vasos delimonada.

    El ama de llaves asinti y se alejen silencio.

    - Es limonada auntica y no eserepulsivo brebaje que se vendeembotellado con su nombre de marca.Por favor, tome asiento.

    Una vez que Jack se hubo sentado,Rosewicz lo observ con mirada francay penetrante.

    - Creo que ha heredado usted latimidez irlandesa de su madre. Su padreera judo, no es as? -Si, un refugiadoalemn. Como lo sabe usted? Rosewicz

  • se encogi de hombros.

    - No pensar usted que le he hechorecorrer todo este largo camino hastaaqu para que vea mis pequeos tesorossin haberme informado sobre usted?Jack no replic nada. Pero no pudodejar de pensar en que tipo deinformacin haba buscado Rosewicz yhasta qu punto.

    - No se preocupe, mi joven amigo,no s nada que usted no quiera que sesepa. Un poco de su formacin, eso estodo. Tena que convencerme de queusted es el hombre adecuado para estetrabajo.

    - Y en qu consiste exactamente?

  • Rosewicz agit una mano, impaciente.

    - Ms tarde, doctor Gould, mstarde. Acaba de llegar. Estar cansado.Debe tomar una bebida fresca y un pocode t si lo desea. Despus la seoraNagle le ensenar su habitacin. Tendrtiempo para relajarse antes de cenar.Despus podremos hablaradecuadamente. Le ensenar algo de lacasa y la biblioteca, naturalmente.Espero que mi hija Mara se reuna connosotros en la cena. Hoy ha tenido que ira Cork para unos asuntos urgentes.

    De no haber sido as, hubieraestado aqu para recibirlo.

    El ama de llaves reapareci conuna bandeja en la que haba dos vasos y

  • una jarra alta llena de zumo. Jack se diocuenta de que los vasos y la jarra eranLalique. Haba visto piezas semejantesen los escaparates ms lujosos de Pars,con precios fuera de su alcance, porsupuesto. Cuando prob la limonada, laencontr deliciosa, una perfectacombinacin de dulzor y acidez.

    Rosewicz alz su vaso.

    - Por nuestra colaboracin.

    - Todava no he accedido a trabajarpara usted.

    El polaco lo observ atentamente.

    - Lo har -dijo-, no tengo la menor

  • duda de ello.

    - Tiene mucha confianza.

    - Tengo razn para ello. Cuandovea mi biblioteca lo entender. Beba ydisfrute del sol. La vista desde estaterraza no tiene igual en ningn otrolugar de Irlanda. -Hizo una pausa-.Ahora deber excusarme. No tengo msremedio que atender unos asuntos.Cuando termine su bebida y est listopara subir a su habitacin, toque eltimbre y la seora Nagle le atender.

    Rosewicz se levant y le hizo unaespecie de reverencia casi formal,inclinando un poco el cuerpo por lacintura. Jack se pregunt qu edad

  • tendra el seor Rosewicz. Conservabalas maneras de un hombre mucho msjoven: muy erguido, casi con airemilitar. Pero, al mismo tiempo, tambinle causaba la impresin de ser unhombre sometido a cierta tensin, quetrataba de mantenerse despierto y alertafrente a una amenaza que poda llegarpor sorpresa.

    Jack se bebi la limonada ycontempl el mar. La casa lo habadejado atnito con su impresionantebelleza inesperada, su gran aislamientoy lo perfecto de su situacin. El relatoque ley en la gua Burke no lo habapreparado para esa realidad. Ni siquieraen sueos haba puesto los pies con

  • anterioridad en un lugar tan mgico.Estaba seguro de que estara lleno delugares encantadores. Abajo, el marrompa contra un afilado acantilado. Yla luz del sol iluminndolo todo. No sesenta asustado. Y no pens en una niajugando con una pelota roja en el bordems alto del acantilado.

    Antes de cenar, mientrasdescansaba en su habitacin y sepreparaba para la velada que leesperaba, ocurrieron dos cosas. Laalegra que sinti durante el viaje,inspirada por la luz del sol y lasensacin de libertad, habadesaparecido en gran parte. Habavuelto su habitual depresin, marchando

  • en torno a su pequeo dormitoriodecorado con zaraza, remolcando sucortejo de rancios recuerdos. Se habaechado sobre la cama, encogido,entrando en breves perodos de sueo ysaliendo alternativamente como pez enel agua.

    A eso de las seis de la tarde, oy elruido de un automvil que se diriga a lacasa. Sigui un momento de silencio y,minutos ms tarde, pasos y voces muyapagadas. Mara deba de haber vuelto.Se la imagin como una solterona demediana edad o una viuda. No deba dehaber marido ni hijos, pese a queSummerlawn era lo suficientementegrande para varias familias.

  • Jack ya haba adivinado que elgregarismo no deba ocupar un lugarelevado en la lista de las virtudes deRosewicz.

    Ms tarde oy msica; al principio,dbilmente, despus el volumen se alz,como si, en algn lugar, alguien hubieseabierto una puerta. Era un piano tocadosuavemente y sin tensin, que se detenade vez en cuando en medio de un pasajemusical, para continuar despus en elmismo sitio o un poco ms adelante.Algunas de las piezas le resultabanpatticamente familiares, como sihubieran sido seleccionadasespecialmente para l: el andantino de lasonata en do para piano de Schubert,

  • varias piezas de la segunda y tercerapartes de las Variaciones de Bach, queltimamente haba odo en elclavicmbalo. Escucharlas de nuevo leresultaba excesivamente doloroso.

    Despus, ya al final, las ltimsnotas de Bach fueron desvanecindose yel pianista interpre unos acordes dealgo mucho ms reciente, una obra dejazz que no reconoci, pero que le soncomo si fuera Jelly Roll Morton.

    Pens que por all deba de haberalguien con sentido del humor. Pero nose le ocurri imaginar que poda ser unamujer de mediana edad como Mara.

    No cenaron hasta las ocho y media,cuando el sol se ocultaba ya cansado,

  • enrojecido y solitario, ms all de lasislas, que una tras otra parecan irdesvanecindose en el Atlntico.Rosewicz no haba vuelto a hablar conel, y la inoportuna sensacin deabandono que esto creo en l empeoraun ms su estado de nimo. Empez apreguntarse qu le llev a responder demodo tan rpido al deseo de un ancianofarsante ansioso por conseguir quealguien admirara unas cuantas bagatelasde su coleccin privada.

    La seora Nagle lleg un pocoantes para recordarle que deba vestirde modo informal pero correcto. Sedecidi por un ligero traje de verano,camisa de color azul plido y corbata a

  • franjas. Incluso con sus mejores ropas,rodeado de tanta opulencia se senta unpoco desharrapado. Nunca haba vueltoa tener semejante sensacin de falta deadecuacin desde su primera aparicinen las aulas del Trinity College.

    Su cuarto tena un pequeo balcnen vez de ventana. Sali a el ycontempl el mar, que empezaba aoscurecer, tratando de capturar de nuevola felicidad que haba sentido conanterioridad. Nunca se est quieto aqu,pens. En efecto, el mar bata contra losacantilados continuamente, de da y denoche.

    En invierno la casa entera deba desufrir los embates de las tempestades.

  • Mir hacia abajo y en seguida le

    llam la atencin un sonido agudo comode pasos. Desde donde estaba eravisible parte de la terraza. Oy una vozde hombre, que no era la de Rosewicz, ydespus la de una mujer que leresponda. Un momento ms tarde captel brillo de un vestido de seda azul, queentr por un momento en su campo devisin para desaparecer seguidamentecomo un relmpago.

    En esos momentos son un gong enel recibidor. Cerro la pequeacontraventana francesa que daba albalcn y se dispuso a bajar.

    Rosewicz lo esperaba al final de la

  • escalera. Vesta un informal traje deseda, con una corbata que Jackreconoci como de la firma de GiorgioArmani.

    Haba visto algunas semejantes enel escaparate de Switzers y tembl tansolo de ver el precio.

    - La seora Nagle est ocupada enla cocina, as que pens en venir aesperarlo para conducirle al comedor.Tengo que disculparme por haberledejado solo durante tanto tiempo, perotuve que atender asuntos urgentes.

    Le prometo que no volver a sertan desatendido en el futuro.

    - Bien, de todas maneras piensomarcharme maana.

  • Rosewicz no dijo nada. Condujo a

    Jack por un largo pasillo cuyas paredesestaban llenas de cuadros. Jack supusoque la mayor parte de ellos eran retratosde familia adquiridos conjuntamente conla casa. 0 fueron recuperados porRosewicz de su hogar ancestral enPolonia antes de que los comunistas selos apropiaran? Por las maneras suavesy distinguidas de Rosewicz, Jack dedujoque deba de tratarse de un aristcratarefugiado.

    Pero no poda adivinar el origen desu dinero. Supuso que alguien se lashaba ingeniado para sacar fortuna fueradel pas clandestinamente.

  • La puerta del comedor estaba

    abierta, descubriendo una suavepenumbra apenas rota por la luz de loscandelabros. Rosewicz hizo entrar a suinvitado.

    La mesa estaba puesta para tres. Lahabitacin resultaba sumamenteacogedora con su madera clida ypulida, la suave luz de los candelabros,la blancura del mantel de lino puro y laporcelana chispeante decorada de oro.

    Pero Jack no advirti nada de ello.

    - Mi hija Mara -presentRosewicz-. Su nombre polaco es Marja,pero aqu lo pronunciamos de acuerdocon la fontica irlandesa.

  • Jack no escuchaba. No poda

    apartar los ojos de la mujer que habaechado atrs su silla y se diriga a l conla mano extendida.

    Hasta el ms pequeo espacio queel dolor y la pena haban dejado vacoen su corazn se llen plena yrepentinamente.

    Apenas si poda respirar. Era comosi ella se hubiera llevado el aire para nodejar en la habitacin otra cosa que supropia presencia. Nunca pens que,despus de Caitlin, la belleza de unamujer pudiera cogerle con la guardia tanbaja y hacer que se sintiera estpido yciego. Mara Rosewicz era totalmente

  • distinta a Caitlin en su apariencia fsicay, sin embargo, al verla, sinti porsegunda vez en su vida el mismo terriblelatir de su corazn que, conanterioridad, solo haba sentido enpresencia de Caitlin.

    Mara y l se estrecharon la mano.El no tena palabras, su boca estaba secay su cabeza giraba, como si estuvieracayndose en un pozo oscuro y sinfondo.

    - Doctor Gould, es un placerconocerle. Raramente vemos un rostronuevo en Summerlawn. Papa asusta a losvisitantes. No le asusta a usted?Rosewicz se haba situado detrs de ellay sonrea.

  • - Puedo ver que est usted

    deslumbrado, doctor Gould. Maradeslumbra a todo el que la ve. Verdadque es muy bella? Es uno de los pocosplaceres que me quedan en la vida. Mecase con su madre hace ya ms de treintaaos. Antes de morir me dej esta hija.

    Jack comenz a recobrarse.Tartamude y forz una sonrisa.

    - Me siento complacidocomplacido de haberla conocido.

    Era usted Era usted la personaque tocaba el piano hace solo un rato?Ella se ruboriz y afirm:

  • - No lo hago muy bien -dijo-, peropractico cada da. Bueno, cada da quepuedo.

    - Lo que tocaba era muy bonito -contesto el. Le hubiera gustado que ellase diera cuenta de que estaba siendosincero-. Interpreta muy bien a Bach.

    Tiene el toque preciso. Merecuerda

    - Se interrumpi confundido.

    - Si? -Nada -minti-.Sencillamente que ya haba odo conanterioridad interpretar muy bien esasmismas piezas.

    Ella sonri e hizo un gesto

  • afirmativo con la cabeza. Por unmomento, Jack pens que haba captadouna mirada sorprendida en sus ojos,como si ella supiera lo queverdaderamente haba querido decir.

    La puerta se abri y la seoraNagle entr con una bandeja con trestazones de sopa fra.

    - Creo que debemos tomar asiento -dijo Rosewicz mientras echaba haciaatrs la silla de Jack para que este sesentara-, la seora Nagle odia quedejemos enfriar la sopa, incluso cuandoes fra como esta.

    La cena transcurri entre un sueoy la vigilia. No hablaron de nada

  • personal o ntimo y, sin embargo, Jacktuvo la sensacin de que sus anfitrionesbuscaban significado a todo lo que decay se fijaban, incluso, en sus gestos mssencillos.

    Se dej entrever que Mara habaestudiado msica en la Accademia diSanta Cecilia, en Roma, la escuela demsica ms antigua del mundo. Tocabavarios instrumentos, pero prefera los deteclado. Maana, le prometi, leenseara su pequea coleccin deantiguos clavicmbalos, espinetes yclavicordios que guardaba en la viejacasa de la torre. Entre ellos se incluandos ejemplos del trabajo de la famosafamilia Rucker y otros destacados

  • artesanos italianos. El no sabia casinada de esas cosas, pero la escuch confascinacin, y su estado de nimocomenz a cambiar de nuevo. Marahablaba de los instrumentos de madera yde metal como si fueran seres vivos. Eltoque del msico les da vida -dijo-,como un mago puede hacer hablar a losarboles o dar movimiento a las piedras.

    Durante la cena pudo observar porel rabillo del ojo que ella lo mirabaatentamente, como si se tratara de unviejo amigo al que no hubiera visto enmuchos aos y de cuya actitud deseabaestar segura. Era muy bella y a Jack lecost trabajo no devolverle la miradacada vez que se senta observado.

  • Mara tena el pelo negro, que lecaa sobre los hombros formando olas,ojos verdes, que podan cambiar suexpresin en cuestin de segundos,hacindola pasar de divertida adisgustada, un cuello largo y hombrosblancos y suaves, cuya desnudez a Jackle resultaba dolorosa.

    Rosewicz pareca inquieto. Variasveces volvi la conversacin al tema dela casa, ansioso de compartir losdetalles sobre su historia y suarquitectura. Su entusiasmo llenaba devida la estancia.

    - Mire -le dijo.

    Jack levant la cabeza,

  • esforzndose por ver en la penumbra.

    - En toda Irlanda no ver otro techocomo este. El artesonado es obra deStapleton. Una de sus obras msdelicadas.

    - Lo lamento -se excus Jack-, peros muy poco de arquitectura.

    - No es necesario saber -insistiRosewicz-. Hay que sentir.

    Yo mismo no sabia nada dearquitectura cuando llegue aqu ycompre Summerlawn. Me enamor de lacasa, eso es todo.

    - Creo que hizo una magnfica

  • eleccin. La casa es muy bella.

    - Summerlawn es casi la ltima desu clase -aadi Rosewicz-. No voy adonarla al Estado, porque el Estado nose la merece. Presiden sobre las ruinasde muchas otras casas como esta.Considera que mi actitud es prueba deegosmo? -No, si usted puedeconservarla por si mismo. Lo que si meparece un tanto egosta es que nopermita a nadie ms que una visitasuperficial de su interior.

    - Tengo mis razones, doctor Gould.Acptelo de ese modo.

    - Es una casa maravillosa y noestoy censurando lo que hace.

  • - Pasar a Mara despus de mi

    muerte. Y tras ella a sus hijos, en tantoque haya alguien dispuesto a vivir enella. No quiero que se convierta en unmuseo, un lugar para que los turistas lorecorran de arriba abajo con sus baratascmaras fotogrficas y su insulsacharlatanera. Antes me gustara verlaarder hasta los cimientos.

    Jack no dijo nada. La vehemenciaen la voz de Rosewicz era como unhuracn.

    - Ahora todas esas otras grandesmansiones estn convertidas en ruinas:

    Powerscourt, Desart Court, CastleMorres, St. Anne's at Clontarf, Santry

  • Court, Killester House, ShanballyCastle, Loughcrew. Todas seincendiaron o dejaron que se cayeran apedazos para que su piedra y su maderafueran saqueadas.

    Centenares y centenares de otrascasas como esas o ms pequeas.Conozco setenta de ellas solamente en elcondado de Cork.

    La ruina de las casas irlandesas esla mayor tragedia arquitenica del siglo.

    - Padre, creo que eso es unaexageracin. Estas siendo duro enexceso.

    Debes recordar que nuestroinvitado es irlands.

  • Rosewicz dej escapar un bufido.

    Era evidente que ya haban discutidootras veces sobre ese mismo asunto.

    A medida que iba transcurriendo lanoche, Jack vea crecer en el unasensacin de irrealidad. Le caa bienMara y se sena a gusto en su compana,pero Rosewicz le pona nervioso.

    Tras un postre de fresas se sirvicaf y conac. Mara se excus antes deque fueran servidos.

    - Tengo que levantarme temprano -explic-. Asisto a la misa de la maanaen Skibbereen. -Hizo una pausa y sonria Jack-:

  • Ser bien recibido si quiere venir.

    - No suelo asistir a misa, lo siento.

    Tal vez en otra ocasin.

    Era una admisin no intencionadade que, al fin y al cabo, pensabaquedarse.

    - Y tu, padre? Rosewicz asinticon la cabeza.

    - Ir contigo. Pero despus tendrque pasar todo el da con el doctorGould.

    el y yo tenemos mucho de quhablar.

  • Mara estrech la mano de Jack yle dio las buenas noches. Su padre labes amablemente en la mejilla. Jack sedio cuenta de que padre e hija estabanmuy unidos, pero haba algo ms entreellos, algo menos tierno, un estado detensin, o un vaco, como si uno de ellosse viera obligado a fingir.

    Cuando la joven se hubo marchado,Rosewicz se dirigi a el.

    - Por que no se trae su copa decoac, doctor Gould? Est hacindosetarde y quiero que vea la bibliotecaantes de que se retire a descansar.

    - Desde luego. Y, por favor, puedetutearme, mi nombre de pila es Jack.

  • - Muy amable de tu parte. Espero

    que eso signifique que vamos a seramigos.

    Y, naturalmente, tutame tu tambiny llmame Stefan. Sgueme, por favor, labiblioteca no est lejos.

    No poda confundir el olor. Loslibros antiguos encuadernados en cuerodejan una inconfundible improntaolorosa en el aire.

    La biblioteca era una gran salacircular con techo alto abovedado, en elque haban sido colocadas grandescristaleras para permitir el paso de laluz. En todas las paredes habaestanteras que iban desde el suelo de

  • madera lustrada hasta el borde mismodel techo. En el centro, una mesacircular de caoba perfectamentebarnizada y sobre ella montones devolmenes. Cinco o seis sillones decuero, una docena de bustos clsicos demrmol sobre sus pedestales y un juegode escaleras de biblioteca completabanel mobiliario.

    - Que sala tan acogedora! -alabJack en voz baja.

    - Si -asinti Rosewicz detrs de el-. La ms acogedora de la casa, creo. Fuediseada por Davis Duckart cuandoconstruy la casa en 1768. La gentesola venir desde Dubln solo paraverla. Parte de la coleccin original que

  • se guardaba aqu ahora puedeencontrarla en la Biblioteca Nacional.

    Rosewicz cruz la sala y se dirigia una estantera ms ancha que contenaenciclopedias en varios idiomas. Sacun ejemplar de la Enciclopedia Judaica,meti la mano en el hueco dejado por ellibro y pulso algn tipo de resorte;

    se ech hacia atrs y un momentodespus toda una seccin de la paredcomenz a girar dentro de la sala.Cuando se hubo extendido unos treintacentmetros, Rosewicz la empuj haciala izquierda, y la pared se desliz, sinesfuerzo aparente, en la pared de allado, adaptndose a la curvaperfectamente. En el espacio que qued

  • al descubierto haba una pequea puertablanca.

    Rosewicz se volvi y sonri a suinvitado.

    - Eres un privilegiado, Jack. Muypocas personas, aparte de m, han puestolos pies en la habitacin que hay detrsde esa puerta. La hice construirespecialmente para guardar micoleccin. Pero antes de que entremosquiero tu solemne palabra de honor deque no vas a hablar o a escribir a nadiecontndole lo que vas a ver.

    - Eres muy confiado. Apenas meconoces. Como sabes que mantendr mipalabra? -No s si lo hars. Es por eso

  • que resulta tan importante.

    Jack vacil. No le gustabacomprometerse a algo sin saberexactamente lo que ello supona. Pero enesos momentos arda de curiosidad. Y,al fin y al cabo, que poda perder? -Muy bien-dijo-, tienes mi palabra.

    La puerta estaba dotada de unacostosa cerradura digital. Rosewiczmarc el numero clave, manipul unapesada manecilla de metal y la puerta seabri sin el menor sonido.

    La habitacin en la que entraron eramuy distinta de la sala que acababan deabandonar. Con sus techos bajos, susparedes blancas, sus tubos fluorescentes

  • y su aire acondicionado, pareca msuna sala de operaciones que un lugar deestudio.

    - Aqu es donde trabajars -le dijoRosewicz.

    Las paredes estaban cubiertas conarchivos de acero, cada uno de ellosprovisto de su correspondientecerradura. Jack no poda comprender laevidente preocupacin de su anfitrinpor la seguridad. Record la cmara detelevisin en la cancela exterior.

    Haba observado que la casaestaba protegida por lo que pareca serun complicado sistema de alarma y quetodas las ventanas exteriores que haba

  • visto estaban dotadas de fuertes cerrojosde seguridad. Sin duda, la coleccin deRosewicz era valiosa pero, ciertamente,aquel elevado nivel de proteccinresultaba excesivo.

    Rosewicz abri el primero de loscajones y sac de el varios fragmentosde papiros, cada uno de ellos protegidoen su funda de acetato. Los llev a unalarga mesa de metal que se extenda a lolargo de una de las paredes, encendiuna lmpara Berenice y una lupailuminada que estaba sobre una repisa.

    - Aqu tienes -dijo-, puedesempezar con esto.

    Eran las primeras horas de la

  • madrugada cuando Jack dej su trabajo.A pesar de lo tarde que era, no podatolerar la idea de meterse en la cama.

    Durante ms de una hora estuvosentado en un silln, fro, preocupado y,pese a la cena de horas antes, todavahambriento. Pens que haba dado unospasos cuyas huellas no poda seguir,porque si lo hacia, no haran sinoayudarle a que se extraviara todavams.

    Ahora sabia que Rosewicz no erael aficionado que haba supuesto. Lashoras que Jack pas con l en labiblioteca fueron profundamentedesorientadoras.

    Su anfitrin se haba mostrado

  • como un profesional capaz aunquelimitado, bien versado en fuentessecundarias de la arqueologa bblica ylas ltimas teoras sobre los orgenes delas escrituras. Era un aficionado quedispona del dinero suficiente parapermitirse su pasin. Jack ya estabaarrepentido de su promesa de no decirnada sobre lo que all viera, unapromesa que moralmente se considerabaobligado a respetar. Conoca algunoseruditos capaces de mentir o de robar ya uno o dos que incluso estarandispuestos a matar a cambio de pasarseun mes o dos estudiando los materialesque l haba visto aquella noche.

    De sus cajones y archivadores,

  • Rosewicz haba sacado la mssorprendente coleccin de papirosprimitivos, judos y cristianos, quejams viera fuera de una de las mayoresinstituciones.

    Al menos quince cdices de librosde la Biblia Septuaginta, ninguno deellos posterior al siglo segundo; trescaptulos separados del Libro de Enoc,conjuntamente con una traduccin griegadel captulo nonagsimo primero, y sietemanuscritos etipicos del textocompleto; manuscritos de los Hechos delos Apstoles en copto; una parte deraros textos sirios del Diatessaron deTatiano; copias muy antiguas delPentateuco Samaritano; evangelios

  • apcrifos; raros ejemplares del Talmudde Mishnahs, de Babilonia o Palestina; ynumerosos fragmentos de lo queparecan ser textos esenios.

    Jack saba que los prximos mesesiban a ser un periodo de intensaactividad. No tendra tiempo para leer yanalizar apropiadamente ninguno deaquellos documentos: Rosewicz no locontrataba para eso. Pero aun cuandoestuviera en condiciones de leerlos, suvoto de silencio le prohiba publicarincluso un corto artculo sobre ellos y,ms aun, el estudio serio y extenso quese merecan.

    Ni siquiera el propio Rosewiczsaba con exactitud lo que posea. Su