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LA TRAICIÓN DE JUDAS (Mt 26, 14-16) Entonces uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: “¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?”. Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle. Explicación: Es probable que Judas se enterase de la asamblea del Sanedrín en el palacio de Caifás, sumo sacerdote, y que espontáneamente se dirigiera allí para poner en práctica un deseo que había alimentado durante mucho tiempo: Entregar al Maestro.

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LA TRAICIÓN DE JUDAS (Mt 26, 14-16)

Entonces uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: “¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré?”. Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.

Explicación: Es probable que Judas se enterase de la asamblea del Sanedrín en el palacio de Caifás, sumo sacerdote, y que espontáneamente se dirigiera allí para poner en práctica un deseo que había alimentado durante mucho tiempo: Entregar al Maestro.

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Un año antes ya había el Señor descubierto lo que Judas llevaba en su corazón. Después de su discurso sobre el pan de vida, al hacer la promesa de la Eucaristía, mucha gente, incluso algunos de sus discípulos, aunque no los apóstoles, abandonaron a Jesús. Es cuando Jesús pregunta a sus apóstoles si ellos también quieren abandonarle y Pedro en nombre de todos, le responde: “Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Solo Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.” (Jn 6, 67-69). Y es entonces cuando Jesús revela la pena tan honda que lleva en su corazón. Conocía lo que había en el corazón de Judas y dice: “¿No os he elegido yo a vosotros, los Doce? Y uno de vosotros es un diablo. “ (Jn 6, 70) Y Juan añade: “Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste le iba a entregar. Uno de los Doce” (Jn 6, 72).

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Judas compartía la intimidad de los Doce con el Señor y sabía siempre a que lugares solía ir Jesús y dónde se encontraba en cualquier momento del día. Este conocimiento le facilitaba la oportunidad de entregarlo a los jefes judíos cuando se encontrase apartado de la gente, evitando así el tumulto del pueblo. Los jefes de los judíos, se nos dice, se alegraron porque vieron la manera concreta de llevar a cabo su plan: Coger preso al Señor sin que la gente estuviese presente. Es probable que concretasen más el plan, y a Judas por su servicio acordaron pagarle treinta monedas de plata, que era el precio de la venta de un esclavo. Desde aquel momento, Judas no piensa en otra cosa que buscar el momento más oportuno para entregar al Señor.

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Los evangelistas recalcan con insistencia que Judas Iscariote era uno de los doce, esto para profundizar más en la responsabilidad del pecado de Judas. Él había sido escogido por Jesús con el mismo amor de predilección con que eligió a los otros apóstoles, y había sido llamado a una misión sublime.Judas siempre perteneció al grupo de los Doce y había merecido la confianza de todos y por eso se le encargo de administrar la economía del grupo, las limosnas que recibirían Jesús y sus apóstoles durante su trabajo apostólico.Judas había escuchado de labios de Jesús sus maravillosas enseñanzas; había podido contemplar día tras día la infinita bondad del Señor y el ejemplo admirable de su vida; había sido testigo de los milagros que Cristo realizó durante su vida pública.¿Cómo es posible explicar la traición de Judas? Son los misterios del corazón humano: hasta donde puede llegar la maldad de un corazón dominado por sus pasiones y sus vicios.

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El corazón de Judas estaba dominado por una pasión y ésta nos la explica Juan cuando dice: “Era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella” (Jn 12,6).Es tradición común creer que había otras razones poderosas, otras pasiones que indujeron a Judas a la traición. Es posible que Judas sintiera una gran envidia al ver que Jesús mostraba preferencia por otros apóstoles y que la amargura de la envidia le llevase a sentir rencor por Jesús. Es posible que Judas participase de la idea común, que en ese entonces, existía entre los judíos, y era creer en un Mesías glorioso, de gran poderío político y social, y por consiguiente se sintiese frustrado. Probablemente él habría pensado tener un puesto de honor, de gran relevancia en el nuevo reino que Jesús había de instituir en este mundo; pero al caer en la cuenta de que no había privilegios humanos y terrestres para los que siguiesen al Señor Jesús, sino más bien humillaciones y persecuciones, tal como el mismo Señor les anunciaba, cambiaría su actitud de seguimiento fiel por la de odio hacia quien, él pensaba le había engañado.

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Todas estas pasiones cegaron el corazón de Judas, impidiéndole ver en Jesús al verdadero Mesías prometido. Estas pasiones azuzadas especialmente por Satanás y en esto adquiere sentido la frase de Lucas: “Entonces entró Satanás en Judas”, de forma tal se apoderó de él, que no sólo se contentó en abandonar a Jesús sino que decidió colaborar con sus enemigos para darle muerte. El no podía dudar de la bondad y santidad de Jesús, pero el deseo de saciar sus pasiones le llevan a cometer el más terrible pecado.La responsabilidad de Judas es muy grande. Cristo llegará a decir: “¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido” (Mc 14,21). Judas cometió ese pecado en el uso de su plena libertad y responsabilidad. El fue libre de no cometer esta traición.

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El prendimiento de Jesús y JudasMt 26, 47-50

Todavía estaba hablando Jesús cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo.

El que iba a entregarles les había dado esta señal: “Aquel a quien yo dé un beso, ése es, prendedle.” Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: “¡Salve, Rabbí!” Y le besó.

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Jesús le dijo: “Amigo, adelante con tus planes”. Entonces aquéllos se adelantaron, echaron manos a Jesús y le prendieron.Reflexiones:Los cuatro evangelistas nos narran detalladamente el prendimiento de Jesús, con algunas variantes, pero el relato fundamental es el mismoJudas al salir del Cenáculo, donde Jesús y sus discípulos celebraban la Última Cena, se encaminaría a casa del sumo sacerdote Caifás, para ultimar los preparativos para coger preso a Jesús.Caifás puso a su disposición un buen número de servidores suyos y del templo, y logró de la autoridad romana un pelotón de soldados de la cohorte que residía siempre en Jerusalén. El grupo iba armado con espadas y palos; quizás temiesen alguna resistencia por parte de sus discípulos.Los evangelistas nos hacen notar que se trataba de un arresto oficial mandado por las autoridades judías. Se nos dice que fueron de parte de los sumos sacerdotes, de los ancianos, de los escribas y fariseos.

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Juan nos dice que Judas conocía perfectamente el huerto donde Jesús solía retirarse a orar y descansar con sus discípulos. Le era muy fácil encaminar a los soldados adonde se encontraba Jesús. Y para que no se equivocasen con alguno de los discípulos, les dio como señal para reconocer a Jesús el saludo del beso: “A quien yo dé un beso, ése es.”El beso era saludo entre los judíos, pero solamente en ocasiones de especial significado, y simbolizaba siempre un gran respeto y veneración por aquel a quien se besaba. Judas, para consumar su traición, se vale del signo más claramente opuesto a todo lo que es maldad y perfidia. Es casi imposible llegar a comprender que Judas tuviese la osadía de entrega a Cristo mediante un beso. Supone una dureza de corazón inimaginable en un ser humano que había recibido tantos beneficios de Jesús. En contraposición a ese beso de traición, la actitud de Cristo muestra un corazón lleno de amor para con el mismo Judas. No rechaza el beso; permite que Judas acerque los labios a su frente.

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Y la primera palabra que sale de sus labios es llamarle: “Amigo”. Tal vez, por última vez, quiso mover el corazón de Judas a la conversión. Le muestra que él conserva todo su amor de amigo para con él y que está dispuesto a perdonarle, si se arrepiente. Y para hacerle recapacitar le dice: “¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?”.Jesús había demostrado en repetidas ocasiones la pena que llevaba en su corazón al conocer que uno de los Doce le iba a traicionar. Así se lo manifestó a los apóstoles en la Última Cena. Cuanto sufriría en el corazón de Cristo al ver la traición de uno de los elegidos, a quienes había llamado a participar de su amistad e intimidad.A Cristo le duelen los pecados de todos los hombres; pero los pecados de aquellos que han sido especialmente elegidos por él para colaborar en su obra redentora, elegidos para gozar de un trato íntimo con él y ser colmados de sus bendiciones, hieren con mucha mayor profundidad su corazón.

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LA MUERTE DE JUDAS: Mateo 27, 3-10

Entonces Judas, el que le entregó, viendo que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treintas monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “Peque entregando sangre inocente.” Ellos dijeron: “A nosotros ¿qué? Allá tú.” Entonces él tiró las monedas en el Santuario, se retiró y se ahorcó. Los sumos sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: “No es

lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque son precio de sangre.” Y después de deliberar, compraron con ellas el campo del Alfarero, como lugar de sepultura para los forasteros.

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Por esta razón se llama “Campo de sangre”, hasta hoy. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: “Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio que los israelitas le habían puesto, y con ellas compraron el campo del Alfarero, según lo que me ordenó el Señor.”

Reflexión: Es el único evangelista que narra la muerte de Judas. En los Hechos de los Apóstoles, Pedro, antes de proponer la elección de un nuevo miembro del Colegio Apostólico en sustitución de Judas, narra también la muerte de Judas (Hech. 1, 16-20).Hay divergencia entre ambos relatos. Ambas narraciones no pueden fundarse en una fuente común. Habría varias tradiciones en Jerusalén

sobre la muerte de Judas y estas dieron origen a las narraciones de Mateo y Pedro. Pero el hecho fundamental es el mismo: la muerte trágica de Judas.

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Mateo nos narra que Judas siente el remordimiento de la venta sacrílega de su Maestro; que terminó crucificado. Ese remordimiento le lleva no a un arrepentimiento humilde que le acerque a la misericordia de Dios, sino que le lleva a la desesperación. En este estado de angustia él cree que podrá de algún modo borrar su pecado devolviendo el dinero que recibió por su traición. Judas se dirige al templo y quiere entregar sus treinta monedas a los sacerdotes y los ancianos que se encuentran allí y al mismo tiempo confiesa su pecado: “Peque entregando sangre inocente”. Pero éstos rechazan su dinero y de una manera despectiva le dicen que allá él con su pecado y su conciencia; que a ellos no les importaba nada. Judas ante este rechazo y respuesta de los sacerdotes y ancianos, siente todavía con más fuerza su desesperación, tira las monedas en el Templo, y dirigiéndose a las afueras de Jerusalén pone fin a su vida ahorcándose.Los sacerdotes y ancianos recogen las monedas tiradas por Judas, pero por ser “precio de sangre” no quieren echarlas en el tesoro del templo y deciden comprar con ellas un campo que sirva para enterrar a los extranjeros. A este terreno se le conoce con el nombre de “Campo de sangre”.

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Por más que Judas se sintiese frustrado en sus aspiraciones al seguir a Jesús creyendo que él sería el líder político que establecería un reino terreno, donde él gozaría de privilegios, no podía dudar de que el Maestro era la bondad misma y que era inocente de todas las acusaciones que se le hacían. Judas después de reconocer su pecado, lamentablemente su remordimiento no le llevó como a Pedro, a lágrimas de humilde arrepentimiento y de confianza en la infinita misericordia de Cristo, sino a lágrimas profundas de amarga desesperación. El remordimiento que no va acompañado de amor y se nutre de orgullo, no termina en pedir perdón a Dios sino en la desesperación.Si reconocemos nuestras propias faltas con humildad delante de Dios, sentiremos crecer en nosotros un arrepentimiento profundo motivado por amor a Cristo, a quien tanto ofendemos. No nos cerremos en nosotros mismos, estemos siempre abiertos a la misericordia de Jesús.

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