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  • 1

    EL PESO (IN)SOPORTABLE DEL TENER QUE SER. UNA MIRADA

    HACIA LAS ENCRUCIJADAS DE LA SOCIALIZACIN DESDE LOS

    AVANCES DE LA TEORA DE ROLES

    Autora

    Dra. Edurne Jabat Torres ([email protected])*

    Dr. Rubn Lasheras Ruiz ([email protected])**

    Dra. Madalena dOliveira-Martins ([email protected])***

    Dr. Ignacio Snchez de la Yncera ([email protected])*

    Departamentos de Sociologa* y Trabajo social**. Grupos de Investigacin ALTER** y Cambios Sociales*.

    UPNA. Instituto Cultura y Sociedad. UN***

    Abstract

    Somos capaces de vernos como seres sociales vivos en movimiento? Se trata de un

    problema capital para las ciencias sociales [y el saber comn] porque enfrenta el desafo

    directo de la identidad, la socializacin y el cambio. Utilizando el peso insoportable del

    tener que ser podremos comprenderlas mejor y explicarlas de nuevo.

    Nuestra hiptesis: algunos de los graves desajustes de los contextos ambientales de nuestra

    poca, con hondo impacto subjetivo, proceden de ciertas y arbitrarias invitaciones a

    ser, que localizamos de entrada y entre otros mbitos en el sistema educativo de las

    otrora llamadas sociedades del bienestar.

    As, por ejemplo, nuestra organizacin educativa aparece como un cauce incandescente,

    una encrucijada en llamas con fuerte dimensin emocional de exigencias, invitaciones

    al esfuerzo y quimricas promesas [universales] de acceso a escenarios que se muestran

    reiteradamente imposibles: se trata de una de esas formas arbitrarias, bastardas, de

    invitaciones a ser a las que nos referimos.

    En esta entrega queremos poner en tensin ciertas contradicciones y falsificaciones que

    ante tales invitaciones (arrojadas en el sistema educativo, p. e., pero tambin infiltradas

    por doquier en los pramos de la socialidad), se detectan en una concepcin habitual [y

    distorsionada] de la socializacin cuando sacamos partido y luz, al respecto, de la

    concepcin ms depurada de la teora de roles, que al incidir como advertencia mayor

    mailto:[email protected]:[email protected]:[email protected]:[email protected]

  • 2

    en la apertura situacional, nos incita a replantear esas invitaciones a vivir de los procesos

    de socializacin.

    Aunque el trabajo incida en esta dimensin concreta y an poco atendida del malestar

    cultural contemporneo, nuestro esfuerzo se concentra en depurar el concepto de

    socializacin y nuestro objetivo es, por tanto, abordar este malestar provocado por tales

    arbitrarias invitaciones a vivir haciendo de ese peso insoportable del tener que ser

    que titula el trabajo un nudo problemtico del que afloren dilemas de primer orden.

    Para ello, reparamos en experiencias emergentes tpicas para replantearlas como

    situaciones sociales [con sus roles] pero en una estricta clave de apertura que exige dar

    razn del continuo resurgir, no ya slo de las posibilidades de la identidad, sino de los

    frecuentes condicionamientos, silenciamientos e incomprensiones con los que lucha y se

    pone en juego.

    El resultado que pretendemos es mejorar con algunos ajustes relevantes, susceptibles de

    aplicacin radial y reveladores de realidades emergentes invisibilizadas la matriz

    conceptual referida a la socializacin.

    En suma: nuestra propuesta parte de la deteccin en algunos contextos ambientales de la

    sociedad actual de ciertas invitaciones arbitrarias a ser que la ms depurada teora de

    roles nos permite abordar como un insoportable lastre aportico de primer orden a la hora

    de vivir y capacitar para vivir en sociedad.

    Palabras clave

    Presin social; emergencia; cambio social; identidad; reconocimiento; invisibilidad;

    comunicacin; educacin

  • 3

    I. Introduccin. Ese peso [in]soportable de tener que ser con que cargamos. La

    socializacin y otras socializaciones espurias1

    Partimos de que no se da una isomorfa entre lo que [normalmente] llamamos sociedad y la

    socialidad, que es nuestro objeto el de la sociologa: lo social, y es tambin el

    referente [inequvoco] de la socializacin y de su depurada concepcin que necesitamos.

    A lo que se suele aludir cuando hablamos de sociedad es al plexo de relaciones mediales

    pragmticas, mientras que lo social [la socialidad] es el estatuto indefectible de la

    manifestacin de la convivencia humana. Un estatuto que conviene priorizar porque en l

    est afincada, sin matices, nuestra condicin solidaria: nuestra solidaria condicin social.

    No hay que confundirla con esa concepcin ms convencional e insuficiente: la angosta

    socialidad en cuanto normativamente trazada o canalizada (aunque a eso tambin hay quien

    lo llame mundo, robndole a lo social todo lo que tiene de frescura intacta y de naciente).

    Es verdad que en sociologa necesitamos referirnos tanto a esta realidad institucional (la

    sociedad B) como a la concepcin que aqu pretendemos estudiar (la sociedad A): la

    que se apunta siempre que la sociologa se entiende (bien) con referencia a su objeto propio

    (la socialidad: lo social). Y que ser necesario andar pasando de uno a otro uso para abordar

    el (problemtico) tener que ser que es el tema central desde la perspectiva que nos

    interesa.

    Lo social instituido de la sociedad B puede verse como el mbito de los intereses prcticos

    el lugar o mbito de lo interesante, con su preorganizacin normativo-dispositiva del

    enlazar con el plexo de los medios. Suponemos que eso es a lo que Parsons en su

    formidable esfuerzo conceptualizador apuntaba al distinguir analticamente el sistema

    social, arrastrando mucha atencin de la sociologa. Con frecuencia menoscabamos

    espuriamente los conceptos de socializacin y de rol al malentenderlos como un encajar en

    lo interesante.

    1 Este trabajo se beneficia de los recursos y del trabajo cooperativo que estamos llevando a cabo en los

    proyectos DER 2013-47425-R La guerra y sus justificaciones. Tendencias y problemas actuales, dirigido

    por Roger Campione, CSO 2014-51901-P Polticas de inclusin en las CCAA. Ubicacin en el contexto

    europeo y respuesta a las nuevas situaciones y Cultura Emocional e Identidad (UN).

  • 4

    Cabe perder el inters o desinteresarse y as quedar fuera del plexo segn lo que se

    llama tedio; cabe ser expulsado del plexo segn lo que se llama terror. Lo social (o la

    sociedad cuando se entiende bien como socialidad) es indefectible como estatuto de la

    manifestacin: el ser humano es manifiestamente social.

    Cabra ocuparse de los modos personales o personalizados del tener que ser, y de sus

    modalidades trascendentes si cabe distinguirlas de las personales, pero no vamos a

    hacerlo aqu. Con todo, no ser fcil deslindarlos por completo de los modos que nos

    incumben.

    Tener que ser comporta una exigencia, un deber, una obligacin, aunque con frecuencia no

    lo experimentamos como imposicin directa: algunos, bastantes o muchos de los modos

    de tener que ser poseen una naturaleza atmosfrica o climtica que pone sus huevos en

    nosotros a lo largo de la infancia sobre todo: en realidad, a lo largo de toda nuestra

    vida. O se nos presentan como connaturales, y los aprendemos como aprendemos a

    hablar o a andar. O se nos van inoculando lentamente con el roce y la convivencia. O se nos

    presentan en tecnicolor, como adquisiciones deseables que adquirimos con deseo. A veces

    son piedras que caen o que alguien tira al lago de nuestro corazn; otras veces son slo

    telaraas colgadas de all por donde respiramos. Aunque nos las trasmitan personas, tantas

    veces lo hacen de una manera impersonal, y tambin puede que las recibamos en nuestras

    zonas impersonales.2

    El tener que ser puede que se nos instale a travs de mtodos o estrategias institucionales:

    en tales casos, suele ser identificable por lo menos en algunos de sus componentes.

    Cuando los ms importantes modos del tener que ser viven en nosotros como lentos

    animales profundos, o encierran nuestra entera imaginacin en sus pasillos, o han sembrado

    nuestros campos interiores de frutos extraos que no reconocemos, es posible que ya

    2 Incluso alguien a quien amamos y que nos ama puede transmitirnos, con ceguera, con esa ceguera de fuente

    voluntarista que asociamos al paternalismo, una impersonal exigencia de tener que ser. Porque el tener que ser

    predefinido, recetario, incluso en sus versiones desiderativas idealizadas por sueos ajenos o recalcitrantes

    tradiciones ilusas no puede ser otra cosa que impersonal: falseador, ajeno, alienante: desfuturizador de la vida

    que viene y abre un mundo. Efectivamente por eso: porque no es un simple respaldo, confiado y generador de

    autoconfianza al indito brotar personal, una invitacin a ser (ms persona), sino que es invitacin a

    despersonalizarte en el tener que ser. Porque, si los tener que ser viven en nosotros como animales profundos

    y dan frutos extraos, entonces, son aliens que nos colonizan. Pero se puede creer en ellos vehementemente,

    como ese individuo de Boltanski, en De la crtica, que se da contra el muro de la realidad, cuando las pruebas

    de la realidad manifiestan las incongruencias y las disonancias, las contradicciones. Crea en ese camino. Lo

    sembr y cuid. Pero no fructific como la realidad social anunci que lo hara.

  • 5

    seamos autnomos, con criterios propios y una vida que, en apariencia, es la nuestra, nos

    pertenece y hasta la defendemos con todo.

    En este sentido, la propuesta del trabajo es doble: por una parte, aludiremos a las

    modalidades ms abarcantes, incisivas o pregnantes del tener que ser (que conviene tratar

    como invitaciones a ser), y por otra parte, elucidaremos en la medida de lo posible

    si se trata de modalidades facilitadoras o entorpecedoras del continuo reversible y, por

    ello, con carcter tico del s mismo/yo/persona (Spitz, 1978; Winnicott, 1972; Mitchell,

    1993),3 que, ms adelante, en otros trabajos, utilizaremos como una posible tipologa de

    indicadores del grado de crecimiento hacia el polo de la personalizacin que permite el

    salto al adems de la autonoma; un recurso adverbial clave para notar la nocin de lo

    personal que la sociologa viene necesitando para no cortocircuitarse, una y otra vez, en la

    confusa recursividad explicativa que es habitual, al tratar lo social y la individualizacin,

    cuando se trabaja con nociones de la socializacin no concomitantes con la socialidad.4

    Interesar ya en esta fase inicial apuntar algunas modalidades del tener que ser, que

    conducen a una pseudopersonalizacin (con las consiguientes socializaciones conculcadas

    y represoras), y ver en qu medida esa derivacin a una zona pseudo tiene salida o se

    convierte en obligada, aunque bien sepamos que, en principio, el brotar nico de lo

    personal no est ms que envarado en esos laberintos petrificadores.

    3 Lo que entendemos de las enseanzas de los psiquiatras es que el concepto de self, que se ha difundido

    parcial y fecundamente en sociologa, hay que tomarlo con alguna precaucin. O bien entramos a l

    desplegando una tipologa donde habra un self 1 (resultante de las interacciones identificativas

    simbiticas), y otros sentidos sucesivos de la mismidad conquistada en la apertura a la alteridad, o bien habra

    que conferir mucha relevancia a la conquista de un yo distinguible del self preliminar, simbitico (que no es el

    I de Mead). En ese planteamiento, persona sera, entonces, el nombre para el adems del yo, para el

    brotar personal en su condicin irrepetible e indita, fontal y crecedera. Se apunta as a un desarrollo donde no

    hablamos simplemente de un yo, como centro que establece su (insustituible) perspectiva subjetiva del

    mundo, con cierto grado de autonoma, sino que apunta horizontes de autonoma crecientes en el disponer de

    s en su apertura multimodal a lo otro. Sobre el concepto de self (s mismo) vase Ricoeur, 1996; Snchez de

    la Yncera, 2007bis. En lo que concierne a la tradicin psiquitrica pensamos especialmente en Spitz (1978).

    Es sustancioso el fresco general de las tradiciones postfreudianas que ofrece Mitchell (1993). Y fertilsima la

    sensibilidad por el sentido primordial de la socialidad con que Winnicott ataca el desarrollo de la psique

    infantil. Por otra parte, no resulta acertada la dilucin de frtiles influencias entre nosotros, como la de Erik

    Erikson (1970, 1990).

    4 Aunque para justificar de verdad este punto sera preciso explicar los trminos crecimiento,

    persona/personalizacin, que se insinuaban en la nota anterior. Si bien estos son indispensables para la

    congruencia del discurso y de la propuesta, no cabe explicarlos con justificacin suficiente en el marco de esta

    entrega y slo podemos aludir a ellos como lanzaderas expresivas, por va de sugerencia, apuntando a un

    gradiente de crecimiento. Los estudiosos del desarrollo de la personalidad nos ensean los desfiladeros y los

    abismos de salida hacia y de encuentro con lo otro que debemos cruzar los seres humanos para configurar un

    yo, y las aventuras donales que configuran la personalizacin. Se harn varias catas, con ese mismo sentido de

    sugestividad expresiva, en el curso de este trabajo.

  • 6

    II. La socializacin: limitaciones de la concepcin convencional. Apuntes para un

    concepto pleno

    Esta primera ventana dibuja el desafo entremezclando la idea confusa y recargada de

    socializacin de andar por casa (en la que nos tememos que habitamos todos casi siempre)

    y otra, ms ntida, de marchamo conceptual que trabajamos y que quiere apuntar el ser

    social que somos mucho ms all de nuestras estrechas modalidades de habitar y de

    representar lo social. El choque intencionado que buscamos es una jugada de partida. Lleva

    mucho juego.

    Nos preocupa: que el repertorio de expectativas que se tiende ante la vida joven aplane su

    horizonte personal el que cada una tiene el poder de abrir y reabrir multidimensional y

    profundamente, en su florecimiento secuencial, con simples modalidades de inters

    abocadas a lo interesante que [ya, o nunca] no les interesen que de antemano les resulten

    tediosas o que convierta su incertidumbre en terrorfica expulsndolos. Nos preocupa que

    su horizonte no sea horizonte alguno a base de desfuturizarlo con frmulas mostrencas que

    no puedan personalizar. La ventana que abrimos muestra un panorama de desafos que

    presentamos en esta entrega apoyndonos en sugerencias de Hochschild y Gom (2003;

    2011; 2015), entre otros, y que nos ayudan por el momento y a falta de las aventuras de

    largo alcance que tenemos pendientes en las zonas del psicoanlisis y de la psicologa

    profunda que reclaman esa atencin hacia el crecimiento personal que la sociologa

    necesita5 a completar las visiones usuales de la socializacin y a la toma de distancia al

    respecto que buscamos.

    Hay que distinguir entre lo que la gente querra (deseara, lo que quieren invocando

    deseos), lo que la gente cree que debera ser (tal vez acomodando sus deseos genuinos al

    sentido del deber adquirido), y lo que han interiorizado como referencias y motivaciones

    bsicas, que se ciernen sobre su vida personal como un dibujo de canales o carriles de lo

    que hay que hacer, en lo interesante (de la socializacin B, con sus diversos juegos), para

    volver posible lo que uno quiere ser y hacer.

    5 En nuestro grupo de investigacin ya se ha producido un primer acercamiento sociolgico a la honda y

    procelosa cuestin del desarrollo humano, en dilogo crtico con la relevante aportacin de Amartya Sen y

    Martha Nussbaum (vase Guillermo Otano Jimnez, 2015); pero este asunto no ha hecho ms que empezar.

    De hecho, el profesor venezolano, Rubn Velisario, retoma ese mismo asunto ahora, con una investigacin

    concentrada en el hecho religioso como factor en el desarrollo de las capacidades.

  • 7

    Este aspecto sobresaliente del vivir y del vivir [con] otros que se actualiza en las secuencias

    de apertura y confluencia de las experiencias sociales se hace particularmente notorio

    atendiendo al enlace de las experiencias con sus emociones, que poco a poco se han ido

    situando en la atencin analtica y heurstica de la sociologa. Las emociones, como dira

    Arlie R. Hochschild, adems de estar dirigidas a la accin, informan sobre la situacin del

    individuo en contextos sociales concretos, es decir, sobre su posicin en el mundo. Tienen

    una funcin de sealar y, por ello, estn orientadas tambin, y de forma determinante, a

    la cognicin de uno mismo, de otros, de las dinmicas interrelacionales, de los contextos,

    etctera.6 En este sentido, adems de funcionar como elementos fundamentales en la

    aprehensin de y asimilacin a la realidad social, tambin dan voz a los procesos

    de gestin emocional a veces muy exigentes que se ponen en marcha y que tienen un

    reflejo en la configuracin de la vida personal. Hacia esto alerta Hochschild cuando, al

    insistir en el carcter esencialmente social de las emociones,7 plantea la hiptesis de que las

    emociones funcionan como mensajeras del yo, como agentes que nos dan un informe

    instantneo sobre los vnculos entre lo que estamos viendo y aquello que esperbamos ver,

    y nos comunican lo que nos sentimos dispuestos a hacer al respecto (2003: x).

    Siguiendo las intuiciones de la sociloga, es precisamente esta funcin de mensajeras del

    yo lo que lleva a situar las emociones en el ncleo de la vida colectiva. En su obra se

    peralta la interrelacin entre lo social y lo psicolgico.8 Aunque, ciertamente, mejor le

    vendra hablar de la mutua correspondencia y dependencia entre lo social y lo personal, que

    est en constante (re)configuracin o (re)alimentacin. Al informar sobre la posicin del

    individuo en situaciones concretas, las emociones apuntan a las conexiones que se

    establecen entre diferentes dimensiones de la realidad. Es decir, en la medida en que

    informan (y este mecanismo informativo sera una manifestacin clara del sustrato

    biolgico de las emociones, que la perspectiva/definicin intermedia que Hochschild no

    ignora), el enlace personal con las emociones procura una va de acceso a los significados

    aprehendidos por, y a la vez significativos para, el sujeto. A su vez, a travs de ese enlace

    tambin se puede percibir la influencia de tales significados en la configuracin de

    6 Hochschild da una mayor amplitud a esta funcin de sealar que, originariamente, fue planteada por

    Freud con respecto a la ansiedad. Vase Hochschild, 2003: 17.

    7 Vase dOliveira-Martins, 2012: 238-41.

    8 Signal function achieves the integration of the social and the psychological dimensions by being a

    manifestation of the innate self that is profoundly contingent upon socially constructed prior expectations

    (Paul Brook, 2009: 13).

  • 8

    expectativas y deseos. Por ejemplo, cuando ante determinado acontecimiento o situacin se

    siente tristeza o alegra, miedo o confianza, vergenza u orgullo, etctera, uno responde a

    un conjunto de significados que se articulan entre el mundo subjetivo y objetivo y es, a la

    vez, receptor del mismo. Adems, en este proceso cada individuo contribuye muchas

    veces sin percatarse de ello a la formacin y a la reconstruccin de dichos significados.

    En este sentido, la dimensin emocional de la experiencia humana personal y colectiva

    constituye un importante mbito de investigacin sociolgica.

    La frmula de un peso (in)soportable del tener que ser tiene su correlato en el mbito

    de la dimensin emocional. En la medida en que se producen incoherencias entre lo que

    una siente, lo que quiere sentir y lo que cree que es el sentir apropiado cabe adentrarse en la

    confluencia de significados que generan disonancia emocional y que requieren gestin

    emocional (emotion management) de las personas. Es decir, cuando no hay una

    correspondencia entre lo que una siente o quiere sentir y lo cree que debe sentir se

    produce una incomodidad, una disonancia que habitualmente intentamos solventar con

    elaboracin emocional.9 Por un lado, el individuo puede gestionar la impresin externa

    de sus emociones para que estas coincidan con lo que cree adecuado a las circunstancias y,

    por otro, puede gestionar sus emociones con miras a lo adecuado ya sea impuesto

    explcitamente a travs de reglas y cdigos o bien interpretado por la persona como

    necesario para estar a la altura de ciertas expectativas. Partiendo del trabajo de Goffman

    (1994), Hochschild denomina a la primera, actuacin superficial (surface acting) y, a la

    segunda, con Constantin Stanislavsky (1970), actuacin profunda (deep acting). Una parte

    determinante del peso (in)soportable del tener que ser encuentra clara expresin en la

    dificultad de modular la propia actuacin, ya sea en su modo superficial o profundo. Y,

    9 Mantener a largo plazo la diferencia entre sentir y fingir provoca tensin. Intentamos reducir esta tensin

    tirando de los dos [del sentir y del fingir] para acercarlos, ya sea cambiando aquello que sentimos o

    cambiando aquello que fingimos (Hochschild, 2003: 90). Conviene aclarar tambin que, para Hochschild,

    gestin emocional y elaboracin emocional son sinnimos. Vase Ibidem, 7. En su colaboracin con

    nuestro equipo, Narciso de Alfonso nos adverta, tenaz, frente a cierto apresuramiento descuidado de

    Hochschild, que ella, aparentemente sin saberlo, estaba atribuyendo directamente a la dimensin emocional

    de la psique funciones informativas. stas, en la tradicin filosfica de vertiente ms clsica se atribuan, en

    cambio, a un segundo nivel operativo de integracin sensitiva, al que se llam la cogitativa.

    Precisamente, en el apuntar de la cogitativa a las emociones (la vieja pareja de apetitos: concupiscible e

    irascible), es donde se dara la ms potente sensacin de contrariedad. Y de paso nos recordaba que de aqu

    surgen las neurosis freudianas que se ven en la clnica. Por otra parte, no conviene dejar de lado alguna aguda

    observacin de Narciso a Hochschild, quien debera aclararnos, por ejemplo, qu quiere decir con fingir. No

    se puede considerar que el fingimiento o la hipocresa sean ineludibles. De nuevo habra que acudir, aqu, a la

    personalizacin de la representacin, del rol, de la actuacin propia frente, e incluso contra la ajena, sobre las

    que volveremos despus. En otro caso, la vida con los otros sera insoportable.

  • 9

    sobre todo, en este ltimo caso, algo que las personas viven con especial nitidez en la

    tesitura de querer cambiar de sentimientos.10 Llegar a ser/sentir aquello que se quiere o

    espera ser/sentir es uno de nuestros ms exigentes y continuos desafos. Pero tambin,

    cmo no, debemos aadir y advertir, es una implacable razn para el conflicto, la nocin

    freudiana por antonomasia, cuya virulencia en lo psquico se multiplica en los cruces de las

    perspectivas personales con sus (mltiples) contingencias que repletan los mbitos de la

    socialidad (Garca Blanco, 2007).

    Con todo, lo que Hochschild amaga debemos situarlo en el contexto de una cuestin

    crucial: la de la entrada personal en situacin (si podemos llamarla as), que nos viene

    ocupando en nuestras discusiones. En efecto: las diferentes dimensiones de la realidad que

    se advierten (en la situacin) y las posibles conexiones personales con ellas, incluidos los

    flujos retroalimentadores de la emotividad, convendra alojarlas en ese ponerse

    personalmente en situacin tomado en su conjunto. Es en un tanteo con dichas

    dimensiones como se configurara la propia compostura personal en la situacin (incluso

    cuando uno entra con todo en el buen decir de Rubn Lasheras), una composicin

    acompaada de emociones en su papel de fuentes de informaciones para el yo. Pero sin

    perder de vista que entrar muy adentro en una situacin compartida nos pide tanta

    apertura a la alteridad de lo pendiente de compartir all que no viene nada mal advertir que

    ese entrar con todo o del todo (que sera siempre el desafo: el estar en lo que hacemos)

    tiene mucho de abrirse, perceptiva y emocionalmente, a lo que todava nos es ajeno. Y de

    seguirse abriendo. La sociologa, obviamente, debe contemplar esto desde una perspectiva

    abierta, en general y en concreto, a todos los actores presentes en las situaciones y no

    puede permitirse entender las situaciones sin ese toma y daca entre la apertura singular de

    cada perspectiva a la alteridad y de todas ellas, a su vez, en conjunto, en cada situacin.11

    10 Cuando se hace actuacin profunda la presentacin es un resultado natural de la elaboracin emocional; el

    actor no intenta parecer feliz o triste sino ms bien expresa espontneamente, como insisti el director ruso

    Constantin Stanislavsky, un sentimiento real que fue auto-inducido (Hochschild, 2011: 35).

    11 Es en este sentido en el que se puede decir que George Herbert Mead cobr una buena pieza para las

    ciencias sociales con su otro generalizado, aunque desde luego el concepto hayamos de apropirnoslo y

    pulirlo o encontrar otro alternativo que lo mejore (vase Snchez de la Yncera, 2007). Es claro que el uso de

    la palabra generalizar puede y casi debe inquietar a quien conciba (bien) las individuaciones y

    personalizaciones singulares como perspectivas inditas e inslitas de la realidad entera, como la obra de

    Mead exhibe que l las conceba. En todo caso, esa idea debe aludir a la universalidad de la condicin social

    de cada persona: debemos y queremos evitar, indispensablemente, cualquier tentacin de homogeneizar o

    embutir lo personal en un todo ensopado. En cambio, si no se capta rotundamente ese carcter de perspectivas

    inditas de la realidad enteriza, que es la propia de las personalizaciones, la frmula de la generalizacin de

    lo otro se vuelve una peligrosa tentacin de confusin en la que la teora social encalla. Como nos indicaba

  • 10

    La mirada y la escucha serenas, la esponjosidad de la imaginacin, la viveza estricta del

    recuerdo en vivo de aquello sucintamente pertinente que aprendimos y tal vez convertimos

    en virtud, en fuerza del nimo, en disposicin; todo ese arrojo y valenta para irse sin nada,

    sin nada ms que con la atencin activada y solo sujeta a lo estrictamente pertinente de la

    vida del yo vivaz.

    Ahora bien, al decir esto no deberamos formular demasiado deprisa ninguna vertiente

    concreta de la ilimitada diversidad de formas de estar y de ser pluralsimas de los seres

    humanos. El entrar con todo al que nos referamos anteriormente exige perfectamente

    incluir la gama de infinita gradacin del piansimo de los seres tmidos, cuyo entrar es pura

    invisibilizacin; el vrtigo inimaginable de los mximos de atencin serena de algunos

    seres humanos capaces de estar all casi solo como una esponja. Conviene aqu que las

    imaginaciones lectoras, todas, se desmelenen en busca del etctera; de la caja de pandora

    entera de la humanidad diversa entrando en situaciones (y hacindolas y hacindose en

    ellas). Y, en nuestro empeo, por [des]tapar las capacidades responsivas de lo humano

    indito y de su crecer, tampoco podemos dejar en absoluto de lado la pesada recurrencia de

    la reiteracin (creativa) de las reproducciones, incluso en forma de cierres y de

    encadenamientos. Pero, adems, conviene una mirada enhiesta hacia la figura de la

    constante bsqueda personal de otro (de otro que yo, de otro que nosotros). Una bsqueda

    sin fin. Mirar hacia esa permanente condicin de buscadores de la alteridad que expresa

    muy bien la idea de dualizacin (sin nada de dualismo, cartesiano u otro cualquiera). Se

    trata de nuestra (constante) dimensin exttica: estar aqu pero siempre estirados (o

    descoyuntados), en un sin vivir en m[-mismo], al querer/tener-que estar con, en el otro.

    Como si en la sangre llevramos, an sin saberlo, la marca bien sellada de que l ha de ser

    para m ms importante que yo.12 Tal vez ahora quepa entender mejor lo que queramos

    Narciso de Alfonso (el viernes 3 de mayo), ese expediente, en su vertiente escapista, le recuerda el dilema

    mdico, que plantea exactamente cmo evitar que el paciente sea un caso. Y aada que se suele salir por

    peteneras diciendo que no hay enfermedades sino enfermos. Es ese, precisamente, el tipo de inadvertencia que

    entraa una sociologa que no emboca un concepto de socializacin pletrico, como el que se propone aqu,

    que atiende, en su propio brotar, la constante entrada en danza de las perspectivas inditas en los mbitos

    sociales.

    12 Todo este lucernario escapa inmensamente del alcance del libro de Strauss, Espejos sin mscaras. Sin

    embargo, ese pequeo compendio de los hallazgos de los interaccionistas explicando la construccin de la

    identidad en las situaciones es una excelente gua introductoria para iniciarse en la sociologa del entrar en

    situacin. En esa sociologa del entrar en situacin que es la que conviene hacer para entender [bien] la

    socializacin. No obstante, la multidimensionalidad de la apertura humana a los contextos del convivir pide

    imaginaciones sociolgicas mucho ms feraces y fecundas. Nuestra tarea es el ocano inmenso de estar dentro

  • 11

    decir antes, al hablar de disponerse del todo, ponerlo todo, en la nueva bsqueda; en el

    entrar con todo y con todos.

    Hay signos de que la coyuntura histricosocial puede hacer que las circunstancias en las

    que se despliegan las experiencias juveniles en especial las transicionales se vengan

    dando con aquella virulencia especialmente aguda una suerte de encrucijada crtica, en

    la que Mannheim localizaba las condiciones para que la experiencia generacional de

    determinadas cohortes de coetneos se torne un relevante factor de cambio o de conmocin

    social a gran escala. Si esto fuese as, poca duda cabra de que de esas experiencias se

    pueden extraer enseanzas importantes para entender (reaprender) y transmitir mejor las

    claves de los procesos de socializacin. Y si fuera vlida la hiptesis de que la virulencia

    tpica de esas experiencias se habra adensado especialmente en nuestra situacin,

    tendramos una clave para reforzar el sentido de urgencia acerca de la necesidad de revisar

    radicalmente nuestra educacin, volvindola de cara hacia la severa zozobra con que

    proyectan y amagan su futuro contingente nuestras generaciones jvenes: podra ser un

    contagio general nacido de esa experiencia de contingencia recrudecida que viven en

    comandita y a millones nuestros jvenes. Pero ese asunto, el dilema, pareca bien atado en

    el ideal educativo moderno de la ilustracin.

    Javier Gom lo ha recogido a su modo: tanto el gran dilema crtico, como el ademn ufano

    de que la educacin moderna haba de resolverlo o era ella misma la solucin. Valgmonos

    de su palabra:

    [e]sa poca dieciochesca imbuida en optimismo pedaggico encontrar la

    panacea para la escisin del yo moderno en la educacin. Nunca antes se haba

    sentido la agona de una tal divisin interna, pero nunca se haba confiado tanto

    en el seguro xito de la salvacin del yo si ste se dejaba someter a un proceso

    de formacin desarrollado bajo la gua apropiada y con arreglo a unos

    principios educativos bien meditados. La esperanza en un progreso del hombre

    no es menos firme en el terreno moralindividual que en el social, poltico o

    econmico. Se concibe una imagen ideal del hombre (Bildung) y se encomienda

    a la educacin la tarea de tutelar el proceso de autorrealizacin del sujeto

    autnomo desde el comienzo hasta un grado ms o menos prximo a la plenitud,

    y quedarse orillado: la socialidad. Nuestro taller, en estas sus primeras entregas, solo trata de ser un primer

    paso en esa senda.

  • 12

    en el que el yo consigue la ansiada armona consigo mismo y con el mundo. Por

    tanto, la educacin toma as una posicin central en el proyecto moderno para

    evitar que ste se fracture (2015: 180).

    La continuacin de la cita recalca, precisamente, la versin moderna del papel

    socializador de la educacin:

    [s]u cometido admite ser resumido as: concordar la desavenencia abierta entre

    los dos momentos de la vida para asegurar, por un lado, la formacin de la

    personalidad del yo a la luz del ideal humanista y, por otro, que ese mismo yo

    sea y merezca ser, al final del proceso formativo, un respetable ciudadano y

    miembro de pleno derecho de la comunidad a la que pertenece (2015: 180).13

    Lo que nos interesa aqu es recoger el motivo de la confianza plena en la educacin. Parece

    claro que las sutilezas de la Bildung hace mucho tiempo que quedaron atrs, aunque no

    puede caber duda de que conservamos una inercia de la credulidad. Sin que quepa aqu

    argumentarlo, el tratamiento que, en sustancia, se hace de la educacin en un libro tan

    destacado como La construccin social de la realidad nos parece claramente expresivo, a la

    vez, de dicha inercia crdula, tan moderna, como de un rudsimo modo de atacar el dilema

    educativo. La clave, como vamos a ver, est en la confusin de lo social con lo

    institucional. Pero lo que importa es que no se pierda de vista la peligrosa tentacin que la

    literalidad del texto rezuma de concebir a las personas como piezas de encaje.

    Aprovechemos este texto destacando estas dos ideas: hablan de la internalizacin de la

    sociedad en cuanto tal y de la realidad objetiva en ella establecida y, al mismo tiempo, del

    establecimiento subjetivo de una identidad coherente y continua (Berger y Luckmann,

    2001: 169) como fase decisiva de la socializacin, identificando as su versin de la

    capacitacin personal para disponer la propia accin con referencia al otro generalizado.

    Por otra parte, esto permite ver la rudeza con la que los prestigiosos autores del libro

    recogen ese esplndido lugar de la teora de la socializacin meadiana, que es el otro

    generalizado. En cualquier caso, conviene leer el pasaje completo.

    13 La cursiva es nuestra. Bien conocida es la fisura moderna entre la cultura y la civilizacin (la versin

    anglofrancesa y la alemana), que Gom no distingue en ese pasaje, aunque est bien presente en el conjunto

    de su obra. Seguramente nadie lo trat con el refinamiento de Thomas Mann, como nadie lo denunci con la

    contundencia de Friedrich Nietzsche. Vase Thomas Mann, Consideraciones de un apoltico, Capitn Swing,

    Madrid, 2011, especialmente Examen de conciencia y Burguesidad, pp. 79 ss. y 107 ss. respectivamente.

  • 13

    La formacin, dentro de la conciencia, del otro generalizado seala una fase

    decisiva en la socializacin. Implica la internalizacin de la sociedad en cuanto

    tal y de la realidad objetiva en ella establecida y, al mismo tiempo, el

    establecimiento subjetivo de una identidad coherente y continua. La sociedad, la

    identidad y la realidad se cristalizan subjetivamente en el mismo proceso de

    internalizacin. Esta internalizacin se corresponde con la internalizacin del

    lenguaje ste constituye, por cierto, el contenido ms importante y el

    instrumento ms importante de la socializacin (Berger y Luckmann, 2001:

    169).14

    Este caldo de cultivo encontrado incluso en los libros que tenemos por ms refinados es

    muy coherente con nuestra idea de que ese modelo de orientacin y de la instruccin

    correspondiente, pautada de tal modo, pueden llegar a tener un peso enorme en las vidas de

    la gente. Toda apuesta supone represin: deja fuera muchas facetas de la vida personal y de

    los estilos de vida conjuntos. Considera unas cosas y deja otras fuera del modelo de vida.

    Por una parte, no cabe duda de que lo que trata de buscar son activaciones en el desarrollo

    de las personalidades y en la productividad social, pero, por otra parte, lo que predomina es

    un refuerzo injustificado de las vigencias sociales, que se truecan a costa de la prdida de

    centralidad del brotar de las vidas por la realidad ntegra de lo social y como referencia

    nica de nuestras vidas nacientes.

    El achaque que hacemos al uso ms estandarizado o habitual del concepto de socializacin

    es que, incluso en sus versiones ms conspicuas, se parece bastante a ese lenguaje de

    madera al que alude Boltanski (2013) cuando afirma que el hecho de insistir nicamente

    en la dimensin colectiva de los procesos que condicionan a los actores encierra otro

    riesgo, el de la lengua de madera. l mismo aclara, a continuacin, que con esa

    caracterizacin se refiere a un discurso completamente hecho, que se supone vlido para

    todas las situaciones, cualesquiera que sean, al precio de un aplastamiento o una negacin

    de las condiciones y de las experiencias singulares.15 Ni ms, ni menos. Pero no se nos

    14 En el mismo sentido pueden citarse mltiples pasajes. Por ejemplo: Cuando el otro generalizado se ha

    cristalizado en la conciencia, se establece una relacin simtrica entre la realidad objetiva y la subjetiva. Lo

    que es real por fuera se corresponde con lo que es real por dentro. La realidad objetiva puede

    traducirse fcilmente en realidad subjetiva, y viceversa (Ibidem, 2001:169-70).

    15 Luc Boltanski, Por qu no hay revueltas? Por qu hay revueltas?, en

    https://vientosur.info/spip.php?article8489. Mircoles 13 de noviembre de 2013. Viento Sur aclara que el

    texto que traduce fue publicado en el nmero 15 (2012) de la revista Contretemps (es la trascripcin de una

    conferencia de Boltanski en la universidad de verano del NPA, el 26 de agosto de 2011), y que es una versin

    https://vientosur.info/spip.php?article8489

  • 14

    debe escapar que en los medios educativos ese lenguaje de madera se viene a compensar

    con planteamientos singularizadores como los que tambin menciona Boltanski (2013):

    [c]onsiderar slo singularidades individuales se agota en el psicologismo y en la ayuda

    social personalizada.

    Todo esto nos da pie para tratar la idea de la socializacin de Berger y Luckmann como una

    aproximacin sugerente pero insuficiente: tosca. A nuestro modo de ver, esta obra cannica

    tambin lo es en esa perversa dualizacin que realiza de una manera excesivamente fcil y

    reduccionista de los referentes conceptuales bsicos de la sociologa, al contraponer la

    socializacin y la institucionalizacin, en un doble malentendido. Se identifica lo social (su

    construccin) con la institucionalizacin y se distingue de la socializacin. Este dbil y

    tosco acercamiento en que incidimos est presente en socilogos tan influyentes en la

    sociologa actual como Bourdieu. 16 Nuestra propuesta es que el concepto idneo de

    socializacin la refiere al juego social en su conjunto. Por lo tanto, la socializacin no sera

    la internalizacin de la sociedad en cuanto tal ni de la realidad objetiva en ella

    establecida; como tampoco es el establecimiento subjetivo de una identidad coherente y

    continua (Berger y Luckmann, 2001: 169). Es decir: hay que huir de la propensin a

    identificar la socializacin con ese proceso ontogentico del que hablan Berger y

    Luckmann, con una inmensa mayor parte de la sociologa tras ellos, y que reduce y

    vulgariza la idea de socializacin al definirla como la induccin amplia y coherente de un

    individuo en el mundo objetivo de una sociedad o en un sector de l (Ibidem: 166) y al

    redondearla con una sentencia concluyente: solamente cuando el individuo ha llegado a

    este grado de internalizacin se le puede considerar miembro de la sociedad (Ibidem:

    166).17

    ligeramente reducida, en la que se han eliminado algunos breves comentarios sin importancia para el

    contenido fundamental del texto y difciles de entender fuera de Francia. Consultado el sbado 23 de abril

    2016.

    16 El principio de la accin histrica, ya sea del artista, del cientfico o del gobernante, ya sea del obrero o del

    funcionario subalterno, no es un sujeto que se enfrente a la sociedad como a un objeto constituido en la

    exterioridad. No reside en la conciencia ni en las cosas, sino en una relacin entre dos estados de lo social, es

    decir entre la historia objetivada en las cosas, bajo forma de instituciones, y la historia encarnada en los

    cuerpos, bajo la forma de este sistema de disposiciones duraderas que yo llamo habitus. El cuerpo est en el

    mundo social, pero el mundo social est en el cuerpo. Y la incorporacin de lo social que lleva a cabo el

    aprendizaje es el fundamento de la presencia en el mundo social que suponen la accin socialmente ejecutada

    con xito y la experiencia corriente de este mundo como evidente (Bourdieu 2002: 41).

    17 Boltanski no recae en aquella dualizacin entre un individualismo biologista y una colectivizacin

    socioculturalista presente en la obra temprana de Durkheim, tan tentadora para la sociologa posterior, y bien

  • 15

    El sentido de nuestra crtica casa con las advertencias de Boltanski, quien singulariza su

    idea de un mundo indefinido y cambiante, cuajado, que abarca mltiples acontecimientos

    y experiencias, y que trasciende por completo nuestras esculidas realidades socialmente

    construidas. 18 Un mundo afluente y ubrrimo, no totalizable, al que los socilogos

    deberamos reservar siempre nuestra atencin ms selecta y cuidadora. No hay construccin

    social que valga para la realidad pletrica de ese mundo. Como dice Boltanski:

    aunque se pueda trazar el proyecto de hacer un cuadro de la realidad en una determinada

    sociedad y en un determinado momento de su historia, sera vano querer delimitar los

    contornos del mundo, que es, por esencia, no totalizable. La realidad est construida, pero

    al precio de una seleccin en la multiplicidad de los procesos, de las experiencias y de los

    acontecimientos que encuentran su origen en el mundo. Algunos son reconocidos,

    cualificados, nombrados, organizados de forma que ocupen lugar en el orden de la realidad.

    Se desprende de ello que cada uno de nosotros vive experiencias y participa en

    acontecimientos que se enrazan en el mundo, aunque no sean objeto de una inscripcin en

    el marco de la realidad tal como est construida (Ibidem).

    Nuestra confluencia con el planteamiento del socilogo francs no se limita a esto. Su

    sociologa de la crtica abre dimensiones de maduracin de la actitud sociolgica que

    resultan imprescindibles. No entraremos en eso aqu. Ahora deberamos hacer sitio, aunque

    sea de una forma singular, a evidencias empricas. Lo haremos por va testimonial,

    agarrndonos a nuestras propias experiencias.

    III. Para hacerlo elocuente: una va testimonial

    Lo que en suma hemos querido decir es que convertir en sociolgica la idea central de

    socializacin no es simplemente una opcin disciplinar: es atajar una pavorosa

    mentalizacin que hace encallar el despertar solidario de la modernidad.

    alejada de su etapa madura, en los que el dreyfusard, identificaba la legitimidad del Estado democrtico con el

    nuevo culto al valor sagrado de la persona humana, un nuevo individualismo en el que se basara Parsons para

    acuar su clebre concepto individualismo institucionalizado. Lo trata ejemplarmente Ramos en el primer

    captulo de su monografa sobre Durkheim (Ramos Torre, 1999: 72-75) y en las pginas finales de su

    Prefacio a los Escritos polticos (Ramos Torre, 2011: 3-39). Tambin Joas, en su genealoga de los

    derechos humanos, ofrece una estampa esplndida de ese descubrimiento tardo de Durkheim de la sacralidad

    de la persona individual como referente axiolgico de la repblica. (Joas, 2015: 76 y ss).

    18 El mundo en el sentido con que utilizo el trmino es un recurso indefinido y cambiante en el que se

    enrazan multiplicidades de acontecimientos y de experiencias (Boltanski, 2013).

  • 16

    No hablamos de un problema de trminos, sino de un problema de realidades construidas y

    sufridas: la nuestra es una objecin a una constante: que las llamadas y recomendaciones y

    presiones que hemos experimentado en nuestros procesos formales e informales de ser

    invitados a la socializacin, tienen de caracterstico que nos invitaban a ser sociales como

    si no lo fusemos o como si solo hubiera un puado angosto de vericuetos para serlo

    pero poco tenan que ver con una invitacin radical a que entrsemos en juego como

    seres nativos que brotamos con nuestra propia novedad, aportando lo propio al juego del ser

    sociales.

    No. En vez de eso, nuestro testimonio diverso pero unnime, el de los miembros de

    este equipo de trabajo, nos exige que hagamos reclamaciones continuas, reiteradas,

    permanentemente prolongadas en el tiempo, de autoexigencia y esfuerzo para salir

    adelante, cumpliendo expectativas sociales de adecuacin y de productividad o, al

    menos, de provecho: para qu, por qu, desde la perspectiva u horizonte de expectativa de

    quin?, y fundada, legitimada, sobre qu base?.

    Contundente y apodcticamente proclamadas: con una proclama impostada, con ecos-velos

    de inveterada sabidura en las voces de quienes nos lo dicen con una seguridad redentorista

    tan asombrosa como infundada.

    El continuo desafo de mejora y de autosuperacin: convertido en el tirante de la angustia

    de nuestra juventud y para alguno de toda la seriacin de las edades.

    La educacin sentimental de la que podemos hablar la nuestra es un ocano perpetuo

    de empujones a oleadas para que nos hicisemos capaces de asumir nuestro rol. Y pocas

    veces nos ha parecido que aquellas voces que nos lo recuerdan piensen en absoluto con,

    desde, para esa persona distinta, nica, que cada uno somos y que es para la que se dice

    ese nuestro/tuyo del rol cuyo eco casi siempre suena cadavrico, ptreo y hueco.

    Sobre todo, hueco: nada de nuestra persona.19

    19 Y seguramente no haya remedio. Narciso, al leernos, apunta al porqu en otra carta: eso de la madurez

    humana pareca una pobre ocurrencia, algo como para generar sin argumentos vlidos tipos sociales

    segn la necesidad y la moda. Lo digo porque salvando distancias, slo defiendo la inmadurez en este

    estrictsimo sentido Polo repite y repite aquello de que el hombre no es, sino que ser, siempre: no en el

    cielo, sino siempre s que me habis entendido, pero no s si me he explicado. Fin del excurso.

    Excurso: siempre es un decir he odiado a los maduros segn esta acepcin, y supongo que, ahora,

    puedo saber mi modalidad de odio contra ellos, contra el tipo que representan: exactamente el de una moda ya

  • 17

    Traan un espectral desempeo de rol, invitado a proyecciones fantasmales, que se

    inventaban, con malhadado capricho, como pseudoexpectativas nuestras, pura

    desfuturizacin de lo nuestro: enajenado, hurtado y a la vez apadrinado con toda esa buena

    [o perversa] intencin, tan peligrosa; autoconvencida, de pura impotencia, contra todo

    fundamento.

    IV. Una pieza terica clave para el refuerzo de la teora de la socializacin

    Deberamos zafarnos de la tentacin inequvocamente empobrecedora de la perspectiva

    de anlisis de imaginar una socializacin (la B) de individuos producidos por

    estructuras o roles fijos que originan sus comportamientos y decisiones y optar, en

    cambio, por una socializacin (A) donde las normativas y el desempeo de roles en las

    interacciones concretas incluso aunque puedan vivirse coercitivamente nunca

    causan los comportamientos: estos surgen, una y otra vez, en la interaccin o en su

    ausencia. Solamente en el ejercicio de la accin social, y en el curso de las acciones

    sucesivas podremos percibir la forma que van tomando. Este replanteamiento que sigue

    de cerca a Joas no da la espalda, de ningn modo, a la reproduccin de situaciones de

    desigualdad y a la importancia de explicarlas, ni a los factores combinados de ese tipo

    de perversin de los escenarios convivenciales.

    Se trata, ms bien, de una sugerencia normativa que postula que para comprenderlas

    mejor no podemos olvidar que es fundamental la conexin, relativamente intensa, de

    cada nueva situacin interaccional con la cadena de experiencias previas y modos de

    interaccin, aun con lo que todo ello tenga de inane pretensin de que la vida ya vivida

    sirva para lo indito por vivir.20 Porque la capacidad de afirmacin ritual de cada nueva

    situacin y de la consiguiente construccin o refuerzo de su sentido de realidad

    reactiva (o no) esas cadenas de encuentros anteriores cuyas normas de interpretacin y

    articulacin de la situacin pueden actuar como vinculantes (Collins, 2009).21 As pues, la

    pasada que quiere seguir estando de moda. Por eso apestan a rancio. Fin del excurso. Vie, 23 de Agosto de

    2013. El nfasis, nuestro.

    20Se puede aplicar aqu, como nos recuerda Narciso, aquello que se dice con mucha mordiente de la amistad:

    es el prejuicio de la experiencia compartida.

    21 Pero nos desembarazamos de la tentacin mecanicista de una explicacin apoyada en encadenamientos:

    destruyen la luz de la vita in motu con la que Aristteles abriera el mirar a la vida. La activacin de esa

  • 18

    invocacin de los encuentros anteriores, con sus desencadenamientos, facilita la

    articulacin entre las mltiples y diversas asunciones de roles que van configurando la

    accin social, sin poder determinarla nunca enteramente.22

    No quiere decir que no quepa cabe mucho que los encadenamientos de experiencias

    lejos de dotarnos de una soltura con alas nos aherrojen y den paso a comportamientos

    reproductivos, encadenados al errequeerre, faciln y desierto, de lo pasado ya visto y

    sabido, en nuevas entregas de civilizacin decadente y de sus modos de razonar y

    orientarse, timoratos, vueltos y maniatados a lo ficticiamente seguro del pasado, que

    Nietzsche amartill en la aguda vertiente desenmascaradora de su obra.23

    Hay, en cambio, algo drstico, muy relevante, en partir, como se hace aqu, de la

    advertencia de que la configuracin que adopte la interaccin siempre se da cada vez, y

    siempre en contextos situacionales abiertos: no es nunca predeterminable. No deberamos

    dar por hecho que exista siempre conformidad de cada persona con las expectativas

    normativas compartidas en una situacin. Y, aun cuando exista esta conformidad, puede

    serlo transversal e intermitentemente en varios niveles: a) su conformidad con el rol

    anticipado en los otros; b) su conformidad con lo que interpreta que los otros esperan de

    ella; c) la conformidad con su propio rol. Cada uno de estos constituye una posibilidad

    entre muchas [en un curso de interaccin que es siempre abierto].

    capacidad ritual sucede al encarar la nueva situacin en ese ahora del disponerse en la interaccin aunque

    sea con la invocacin compartida o compartible de las experiencias adquiridas que nutrieron la disposicin.

    22 Entre nosotros, se ha insistido, con una variante de lo que Joas extrae de Mead, en que conviene tomar la

    perversa reproduccin de modelos, con la que los seres humanos despilfarramos la inmensa capacidad

    creativa para abordar situaciones, que bombea nuestro posible distanciamiento con respecto a cualquier

    expectativa. Incluso sugeramos que es bueno saber y decir que la reproduccin de modos de conducta y

    estilos de vida que nos encadenan es una condenada, perversa forma de despilfarro de nuestra creatividad.

    (Snchez de la Yncera, 1999; 2008). A eso alude Narciso de Alfonso, con su luminosa expresin, en este

    fragmento de una carta personal a Ignacio de 1996: [p]orque a veces uno dice basta, hasta aqu he llegado,

    punto, y se propone comenzar de nuevo, de cero, quitndose de encima prejuicios y falsos aprendizajes,

    especializaciones y complejos, respetos humanos y algunas hipcritas costumbres sociales. Pero a los pocos

    pasos, a los minutos, horas o pocos das, todo lo que uno haba querido quitarse de encima vuelve a caer sobre

    l con renovada crudeza, como si fuera vctima de una adiccin inconsciente, y tal vez es as, tal vez existen

    fuertes mecanismos adictivos que nos impiden una limpia y deseada conversin o, incluso, un simple

    saneamiento, un sencillo alivio o una leve descarga. Los propsitos de la enmienda pocas veces nos

    enmiendan.

    23 Ver, por ejemplo, el fragmento de La gaya ciencia sobre el egosmo desenfrenado del productivismo,

    Nietzsche (1996: 128-129). El eco y la voz de Nietzsche los recoge, esplndidos, Gianni Vattimo en su

    monografa sobre la mscara: El Sujeto y la Mscara. Nietzsche y el problema de la liberacin. Asombra la

    limpia luz con la que Vattimo ensarta en ese eje la coherencia de Nietzsche de cabo a rabo (Vattimo, 2003).

    Para el tema concreto que destacamos, vanse las pginas 116-117.

  • 19

    Tampoco podemos ignorar lo que las cadenas previas de interaccin tienen de rituales para

    los sujetos: su capacidad de orientar la interpretacin de la situacin en clave de nica

    alternativa o posibilidad insoslayable; pero, al mismo tiempo, no podemos olvidar que en

    tanto que histricamente son siempre nicas [por la irrepetibilidad de las personas] las

    situaciones de interaccin no pueden reducirse a ser categoras-tipo de accin y menos

    an ser tintadas con una valoracin social especfica y fija: contienen complejidad y

    condiciones de posibilidad [para resolverse de formas heterogneas y nunca del todo

    previsibles].

    Joas, en su revisin de la teora de roles recogiendo el pensamiento de Mead y los

    aportes posteriores ms refinados al respecto de la tradicin de la sociologa emprica del

    interaccionismo nos brinda una herramienta enormemente rica para evitar los

    reduccionismos explicativos o la despersonalizacin de los actores sociales y del sentido de

    sus vidas (Joas, 1998: 255; vase Strauss, 1977).24

    Su primera advertencia es que, en cualquier interaccin, a los sujetos se les hace necesaria

    la asuncin de rol: la cierta, alguna anticipacin del comportamiento especfico del

    otro en la situacin. Es de capital importancia recordar que la idea de anticipacin nos

    avisa de que la asuncin del rol no supone [necesariamente] identificarse con las

    intenciones o identidades de los otros. Adems, ocurra esto o no, tampoco apunta a una

    disposicin [automtica o estocstica] a comportarse en conformidad con su

    comportamiento. En segundo lugar, otra caracterstica [fundamental] de las situaciones de

    interaccin: lo normativo (ibidem) cuya concepcin resulta radicalmente revisada en

    estrecha polmica contra la centralidad explicativa del normativismo.25 Circunscribir la

    interaccin al marco de una situacin [tras otra] es el primer paso para dar cuenta de lo

    normativo: nos remite a una situacin que debe ser descodificada: para abordarla incluso

    en el caso de una improbable obediencia literal, sea o no neurtica es necesario

    interpretar las normas [relativas a esa especfica situacin].

    24 Aunque no alcance la finura del autor alemn, el trabajo de sntesis de su dilata experiencia como

    investigador de los procesos de configuracin de la identidad ofrecido por Anselm Strauss en Espejos y

    mscaras, con su limpia sugerencia de la configuracin de las personalidades en los juegos interactivos, es un

    estupendo prembulo preparatorio. Ayuda a caer en la cuenta de que la intimidad que las personas ganamos

    (si y cuando la ganamos) en los juegos de alteridad que exigen las situaciones vividas, es, de algn modo, una

    intimidad segunda: se abre hacia adentro del propio crculo interior de la socialidad (Strauss, 1977).

    25 No olvidemos que la de Joas es explcitamente una sociologa de la accin colectiva, enfoque que, por otra

    parte, l reivindica como el originario e idneo de la sociologa. Joas (2013: 59 ss); al respecto Snchez de la

    Yncera, 2013: 20-37).

  • 20

    As, los roles seran expectativas normativas, anticipaciones del comportamiento de los

    otros, en el marco de un horizonte de lo esperable, lo deseable o lo exigible, que es

    relativamente compartido o que se abre al juego recproco en la situacin concreta.26 De

    este modo precisa Joas los roles son [expectativas normativas de los sujetos] respecto

    de un [comportamiento significativo especfico en una situacin] (1998: 257). Los sujetos,

    siempre en el marco de situaciones concretas, necesitan interpretar los cdigos de cada

    situacin [con arreglo a experiencias anteriores de encuentros semejantes, o a los

    dispositivos reguladores que hayan podido derivarse de ellos], que les ayudan a darle

    sentido.27 Los actores anticipan el comportamiento de los otros con unidades significativas

    de comportamiento. Pero las relaciones sociales no son patrones de expectativas

    estabilizados que devienen definitivamente vlidos, y el desempeo del rol tampoco es, ni

    mucho menos, la simple materializacin en la prctica de las prescripciones.28 Porque, en

    tanto que situacin nueva y nica, la interaccin exige un esfuerzo activo y creativo de

    definicin e interpretacin conjunta de la relacin, o de la accin.

    Lo ms interesante de esta perspectiva es la advertencia: a) de que los actores suscitan

    [pueden hacerlo] significados comunes en su interaccin, y b) de que ese proceso de

    interaccin es flexible. Es decir: cada situacin entraa la posibilidad de transformar los

    comportamientos estereotipados. Qu condiciones de posibilidad seran necesarias para

    ello?

    Siguiendo a Joas, que lo toma a su vez de Lauer y Boardman (1970-1971) cabe considerar

    tres dimensiones. En primer lugar, que la asuncin de rol se haga reflexiva para el sujeto,

    abrindose as en vertientes diversas: a) que sea capaz de definir la situacin desde su

    perspectiva; b) que lo haga en alguna medida desde la perspectiva del otro actor

    [intentando preverla sobre la base de diversos dispositivos de experiencia]; y, a la vez,

    26 Lo que ahora sigue recoge la sustancia de la redefinicin de Joas. Lo anterior repasaba su minuciosa

    recoleccin de hallazgos de la tradicin que enriquecieron la teora de roles. Vase para todo ello, Joas, Las

    teoras de roles y de la interaccin en el estudio de la socializacin (Joas, 1998: 242-70).

    27 Por ejemplo, el sentido, esplndidamente esclarecido por la mano maestra de Paolo Grossi, el actual

    Presidente del Tribunal Constitucional de Italia, en su explicacin del derecho sobre la base de la

    observancia de las reglas que nos damos a la hora de organizarnos en los juegos de socialidad que se

    producen en cualquier mbito, para entendernos y organizarnos (Grossi, 2001).

    28 Como dice Joas se tratara, entonces, de una situacin de originacin interactiva de significados comunes

    y de un proceso de interaccin flexible. No es un caso lmite de inestabilidad extrema, sino un rasgo bsico de

    toda interaccin ordinaria que nunca desaparece completamente, ni aun de las organizaciones sociales ms

    formalizadas e institucionalizadas (Joas, 1998: 251).

  • 21

    tambin podra c) reconstruir el contexto comn a ambos actores e interpretar la situacin

    desde ese punto de referencia, que sera el del meadiano otro generalizado. Pero tambin

    puede ser que la asuncin de rol no se haga reflexiva.

    En segundo lugar, la asuncin de rol puede ser apropiativa o no serlo: la apropiacin de la

    perspectiva del otro no supone [necesariamente] imitacin, identificacin o conformidad

    con su pauta de comportamiento o intencin. [No hay por qu concebirla as a priori].

    Adems, los sujetos podran tambin ser conscientes de la diferencia entre ellos y las

    expectativas de rol asumidas: pueden distanciarse de la identidad o de las exigencias de rol

    por razones relativas a la naturaleza de ciertos roles que facilitan el distanciamiento o

    como un logro del propio actor.

    Por ltimo, la asuncin de rol puede ser sinsica, o no. Conviene advertir que el verbo

    griego synesin alude al correr o fluir juntos (Joas, 1994: 258). De este modo, Lauer y

    Boardman apuntaban hacia las formas esttica, teraputica y expresiva de las emociones,

    recuerda Joas.

    Nos interesa recalcar que la interiorizacin de las orientaciones de valor relativas a un rol

    no se traduce en una conformidad no consciente con las expectativas de rol. Aunque

    tambin es posible que los sujetos acten como si estuviesen bajo una presin intensamente

    coactiva sobre su intencin en el marco normativo de valores y pautas altamente

    formalizados sea esta real y comprobable o no. Como dice Joas citando a Shibutani,

    [e]l simple hecho de que la desviacin sea posible indica que tales modelos [de

    comportamiento] no causan la conducta (1998: 258).29

    Hemos tratado de insistir profundizando en la dimensin formidable de la apertura de

    las situaciones, que es la insistencia que ms se echa en falta en el hacer sociolgico. Lo

    cual no quiere decir en absoluto que haya que soslayar la atencin a la misteriosa

    propensin a los cierres en banda, a las tremendas y tercas evidencias de nuestra

    conflictividad y de la continua generacin de subordinaciones, dependencias, negaciones e

    invisibilizaciones. Sin embargo, las formas de cierre presionante de las situaciones han sido

    29 Nuestro inters por esa realidad abierta y llamada a abrirse, y que, sin embargo, suele cerrarse, es aejo: la

    mirada de Rubn Lasheras, p.e., se sorprende con las extraas recadas en comportamientos sometidos y

    reiterantes de los seres de futuro que somos (Lasheras, 2006; 2014); Edurne Jabat pesquisa la inesquivable

    fluidez de las orientaciones de gnero al brotar (en el despertar del amor, por ejemplo) y sus conspicuas

    maneras de cristalizar (Jabat, 2007). Sobre la fluidez y la fluidificacin de las modelizaciones, vase Garca

    Selgas (2002; 2007).

  • 22

    muy lcidamente abordadas por el estudio de la dinmica de grupos, que nos recuerda que

    la asuncin de rol, con todas sus dimensiones en juego, no puede tomarse separada de otras

    distribuciones vertiginosas propias de cada situacin grupal. Es un enorme cmulo de

    evidencias empricas que ponen de relieve que, en cada situacin con varios actores, en

    unos pocos segundos (no minutos), en un grupo de 30 desconocidos, todos hemos elegido a

    los nuestros; que, en los grupos, desde el primer instante hay inevitablemente un lder,

    opcionalmente un contralder, y un chivo expiatorio; que otro reparto instantneo de tipos

    se da en la actitud: el que mueve impulsos psicoptico, el que mueve sentimientos

    histrinico, el mudo. Wilfred Ruprecht Bion y Enrique Pichon-Rivire son referencias

    indiscutibles al respecto (Bion, 1994; Pichon-Rivire, 1999).

    V. Algunas fuentes de luz que volteen la educacin y nos lo hagan menos

    insoportable

    Esa concepcin con tanta forja que acabamos de exponer, y que Joas rescata de la historia

    en su frmula ms abierta de la teora de roles, es una pieza maestra para enfocar la

    socializacin en vivo. Entre nosotros, Javier Gom ha abordado el problema enterizo de la

    responsabilidad la apuesta de asumir nuestro rol en la vida y nuestra autntica condicin

    mortal retomando el motivo clsico de la objetividad tica (2015: 24). A nuestro juicio,

    lo ms valioso de tal empeo, en lo que nos concierne aqu, es su enlace con la radical

    referencia existencial de la persona a lo social, a nuestra condicin solidaria. Sin embargo,

    Gom cree que, un ensimismamiento exacerbado 30 nos estara volviendo incapaces de

    abrirnos a esa realidad: su advertencia se vincula con el dilema de la motivacin y la

    activacin, ncleo de los dilemas educativos y de la socializacin en general.31

    Aunque nos apoyemos aqu en la obra de Gom, tal vez con injusticia, como estribo de

    nuestra argumentacin, aprovechemos su juicio peyorativo hacia los ensimismamientos y

    30 De quien nos asesora en estos mbitos de extrema delicadeza laberntica, que tanto excede, hemos

    aprendido a imaginar su alcance para asuntos que afectan en mucho a nuestras organizaciones del

    habitar: por ejemplo, la posibilidad de que los mbitos de convivencia permanente y densa, como los hogares

    que compartimos, requirieran, en realidad, un ciento de metros cuadrados disponibles para las soledades de

    cada persona.

    31 La experiencia de la objetividad tica, que introduce en la objetividad del mundo, alimenta en el yo una

    sostenida emocin existencial (...) Qu se entiende aqu por emocin existencial? Un estado de nimo

    potico del yo finito hacia la objetividad del mundo en su conjunto. Los elementos esenciales de la emocin

    son, pues, dos: la objetividad y la finitud. Nuestra poca, de un subjetivismo exacerbado, ha perdido el sentido

    para la cosa-en-s y, por ello, tambin la capacidad para la emocin pura (Gom, 2015: 24).

  • 23

    aislamientos para advertir, por contra, que un planteamiento riguroso del crecimiento

    personal no permite tomarlos solo y siempre en tono negativo; sobre todo, claro, en etapas

    tempranas. La dimensin que de esa manera se abre podra formularse como el derecho a

    ser no sociable, a no compartir ni manifestar. Algo que, bien mirado, sera del todo

    respetable (e imprescindible) en determinadas etapas, coyunturas y en situaciones mltiples

    de nuestra socialidad, que (todos vivimos) continuamente, aunque solo parezcan recadas

    en el estadio esttico del que Joas habla partiendo de la famosa distincin kierkegaardiana.

    Y, junto a eso, las necesarias motivaciones y activaciones socializadoras del educar: a

    nuestro juicio, se trata de la promocin de actividades expresivas autnticas, susceptibles de

    ser vividas: a) como portadoras de su propio sentido [el que generan cuando uno se recrea

    en ellas como facetas de la actividad vital]; b) sobre todo, como fuentes o afluentes que

    aportan esa riqueza de sentido a la vida, o que pueden aportarla [susceptibles de

    acrecerse y fortificarse en su fontalidad vivificante, como un vivir capaz de recrearse

    en la belleza de los juegos donales], que se abren a la alteridad y se entregan por entero a

    su reconocimiento.32

    El reconocimiento es asimismo fontal: su encuentro recproco multiplica la capacidad de

    crecer en un puro obrar cuya dimensin nuclear sea el puro vivir-con y el vivir-hacia.

    Este aspecto del dilema podra ser nuclear contra la tremenda contumacia de aquellas

    enredaderas de la instruccin que, encauzadas con dudosos criterios de eficiencia, de

    incontestable matriz productivista, arroja y sumerge las vivencias en mareantes laberintos

    de actividad instrumental enajenadora, hostil para el enriquecimiento de las vidas en esa

    dimensin de la intimidad; que venimos aprendiendo a reconocer como un efecto reflejo de

    nuestro salir en busca de la alteridad, aprendiendo a quererla como nuestra, descubrindola

    y redescubrindola como una inequvoca dimensin (intimsima) de lo propio.

    Aunque lo presente, en un efecto de estilo, como una opcin biogrfica personal suya,

    Gom barrunta esa dimensin, dotndola de un sentido de estatuto de realidad mundana

    universal que no debe desperdiciarse. En este sentido su Aquiles en gineceo es una

    aportacin aprovechable:

    32 Este es el sentido de fondo de la sociologa de la creatividad de Joas (2013; Snchez de la Yncera, 2013).

    Pero esos motivos capitales los intuye atinadamente Sennett, en una obra lograda: El artesano (2009).

  • 24

    [c]ada uno puede interesarse por los aspectos exclusivos de su biografa, por lo nico o

    inusitado de su vida, o puede, por el contrario, prestar atencin slo a aquello que, dentro de

    la propia experiencia, participe de la comn experiencia humana, de lo que, siendo mi

    experiencia, sea una experiencia de la objetividad general del mundo. Este segundo es mi

    caso (2015: 25).

    Gom, que no es socilogo, llama objetividad general del mundo a la nuclearidad de

    nuestra condicin solidaria [en la que vivimos y que somos, aunque no acabemos nunca de

    caer en la cuenta de ella]: es parte inequvoca de lo que somos y condicin, base de lo que

    podemos ser.

    Eso mismo es lo que distinguimos en esta pica de la grandeza del recuerdo, que Madalena

    recolectaba a continuacin, y que vuelve a ser, en el fondo, un canto al mbito interior

    nico de la socialidad general solidaria de los seres humanos. Slo que el autor vuelve

    a poner el acento en lo grande, con tono heroicista que puede llamar a engao, porque

    Gom bien ledo apunta en limpio a la magnanimidad, la aristotlica virtud de

    virtudes, que redondeara el pulso sociolgico y poltico de la tica del autor bilbano,

    puesto que de lo que se habla es de que uno crece, de verdad y en sentido estricto, cuando

    lo entrega todo al servicio de la realidad de todos, a la que pertenece y se debe:

    [l]a gloria prometida es el recuerdo del ejemplo de su virtud en la conciencia de los dems

    hombres, transmitido de una generacin a la siguiente. Toda ejemplaridad y toda virtud se

    resumen en la aceptacin del designio relativo que la comunidad seala a cada sujeto, a

    quien se premia con la exaltacin pblica de su accin ejemplar (Ibidem, 64).

    Ese discurso [hermoso] pierde quilates por cuanto el autor lo hermosea con un tenor

    pico que opaca en circuitos cortos de corto alcance y de efecto aislante el sentido

    hondo de todo esto, al antropomorfizar la dimensin conjunta de la experiencia humana

    somos sociales, y nuestra dimensin ms ntima es solidaria: socialidad vinculada

    dotndola de un formato soterrado de macrosujeto con esa alusin a designios y otros

    mandatos, que son, si lo vemos bien, meras metforas para aludir a la indispensable

    vinculacin inequvoca con la realidad-mundo entera; incluida, por supuesto, la

    presencia, normalmente callada, silente aunque de vez en cuando se deje sentir alguna

    vocecilla quejosa, como un ejem, que estoy tambin aqu, no creas de la infinidad de

    perspectivas otras, nicas, con las que vivimos misteriosamente enlazados.

  • 25

    Tambin en esa vertiente, sublimadora pero que se refiere a la experiencia en que el sujeto

    se olvida de s, magnnimo, para poner toda su persona al servicio de todos, encuentra en el

    ncleo de la socialidad su mxima expresin.33

    Apunta a esa apertura al mundo de la que todos somos capaces y que, de realizarse

    personalmente y con el corazn accesible al otro y lo otro, es una formidable fuente de vida

    propia y comn.

    Y esta ponencia quiere dejar abierta la pregunta: no es la invitacin a esa manera de ser la

    que se hurta con un enfoque romo, de la socializacin y del proceso educativo, que ensea

    un tener que ser flexible y homogeneizador para encajar en un mundo ya lanzado y que se

    da por bueno sin abrirlo con decisin a la fontalidad indita de los que vienen con su

    novedad fontal que es la que habra que acrecer y fortificar con todas sus

    consecuencias, sin desfuturizar un futuro que son ellos quienes lo han de crear por

    caminos nunca hollados y para cuyos pasos inditos no valen ya los caminos viejos?

    Cuando, en La gaya ciencia, Friedrich Nietzsche (1996: 194) sentenci que hay que saber

    perderse alguna vez si queremos averiguar algo de los seres que son diferentes de nosotros,

    que no son nosotros, su aforismo se diriga, nada menos, que contra el tan consagrado

    valor del dominio de s, que es lo que reza el ttulo y que, como Nietzsche dir, los

    normativistas maestros de la moral obsequian, como consejo, al ser humano, inoculndole

    as: una singular enfermedad: una excitabilidad permanente [ ], una especie de

    comezn.

    De esa manera, cualquier cosa que le ocurra, interior o externa, hace que ese hombre

    excitado se figure que est en peligro su dominio sobre s mismo, no puede fiarse de ningn

    instinto, de ningn aleteo libre, est siempre a la defensiva, armado contra s mismo, con

    los ojos muy abiertos y desconfiados, constituido en guarda perpetuo de su torre. S: solo

    33 Hay quien, entre nosotros, arriesga y dice, adems no sabemos si llevndonos del todo a los dems con

    l que, a su vez, en esa dimensin magnnima de lo agible de cada persona y de todas las personas

    vinculadas en trama (que es lo que propiamente las entramara en equipos de accin en comn) habra que

    localizar el ncleo vivo de la intimidad de lo social, su dimensin solidaria en llamas; el que dara un sentido

    nada mostrenco su luz ms ntima a la penetrante idea de Mead de un organismo [en ciernes] de

    personalidades [en ciernes]. La fuente ms luminosa del tipo de reobrar que podra reafirmar lo social (lo

    solidario) de lo social (como vita communis in motu) con los reajustes de la organizacin del vivir en comn

    que vendran reclamados por las aperturas magnnimas a la generalidad de lo otro (de los otros in motu) con

    sus demandas. Una especie de gran rdago a los agudsimos barruntos de abismal asocialidad (u opacidad)

    multicontingente en los que insisten los [admirables] enfoques sistmicos ms potentes. Una va para

    remontarlos. Para la contingencia, vase Parsons, 1979; Garca Blanco, 2007.

  • 26

    as puede ser grande. Pero qu insoportable y difcil de manejar se vuelve para los dems y

    para s mismo, cmo se empobrece y se aleja de los azares del alma y de todo experimento

    futuro! (Nietzsche, 1996: 194-5).

    Decimos: lo ms social de lo social es la propia afirmacin de la pluralidad diversa del

    juego de la socialidad en juego en los que participan en l; o la afirmacin del

    convivir, con su efecto configurador.

    El efecto autoconfigurador de la vida social es la propia socializacin. La estructuracin de

    lo social como mbito convivencial que acoge, potencia e integra o armoniza es su

    quintaesencia.

    Y la cosa puede sonar casi a lo mismo con este otro planteamiento que sugerimos. Se trata

    de otra perspectiva, que quiere atajar falsas representaciones. Que la nuclearidad de lo

    social la que entre nosotros nos atrevamos a denominar su intimidad34 haya que

    entenderla: no solo como intimacin y posibilidad de intimacin creciente de lo otro,

    generalizado, como algo propio en la singular vivencia personal que s, porque se trata

    precisamente de eso, de nuestra apropiacin personal de lo dems como mo, el

    anidamiento de lo otro en m, hacindolo mo y convirtindolo en fuente impulsora de mi

    propia activacin/orientacin, sino como ese fenmeno de nuclearizacin de lo social

    tomado en su integridad general, concebido [l mismo] como un fenmeno social total, el

    de la socialidad tomada como el sentido pleno de la socializacin, como un concepto que

    habra que rescatar y preservar, al amparo de los constantes empleos espurios del trmino,

    34 Las primeras pistas de esta idea de la intimidad de lo social se encuentran en el artculo La intimidad de

    lo social. Avistando el carcter global de la solidaridad (Snchez de la Yncera, 2005: 89-112). Como ya

    entonces se explicaba: [l]a apuesta por esa intimidad de lo social va ms all de entenderla como una

    dimensin intrnseca de los mbitos de la convivencia, que es preciso tematizar con las otras para evitar las

    reducciones de la realidad social. Y es que la convivencia se muestra como socialidad ntima en su propio

    carcter intrnseco de actividad reflexivamente curvada por su repercusin sobre s misma, y por su propio

    sentimiento y continua (o discontinua) representacin de s misma, es decir, por el hecho mismo de poder

    saber (y poder intentar controlar) su continua re-percusin sobre s; y en el consiguiente efecto de

    autotensado y de autodistanciamiento reflexivo. Y su intimidad lo que llamamos la intimidad de lo

    social comparece, entonces, como la intimidad humana por excelencia. As es como se entendera mejor, y

    de entrada, la socialidad humana, como un juego de convivencia cuya clave, cuyo reto, est en la efectiva

    acogida de la realizacin conjunta de la diversidad de lo humano (Ibidem: 102). De esa idea se ha hecho eco

    Henry Kerger (2014: 119-120), quien encuentra consonancia con motivos capitales de la obra de Nietzsche.

  • 27

    en su generalizada diversidad mltiple de perspectivas nicas enracimadas y potenciadas

    en infinidad de entrecruzamientos que las fecundan y refractan.35

    Es la nuclearizacin de lo social de la socialidad/socializacin de mltiples vivencias-

    perspectivas nicas de lo conjunto y del mundo que se produce en la pluralidad entramada

    de las vidas vividas en tales perspectivas nicas y mltiples (hechas de entrecruzamientos y

    de respuestas a ellos) de lo conjunto y del mundo, en la medida en que estn hechas del

    encuentro con y de la apertura y respuesta a [todo] lo otro, aunque desde ah, las vidas-

    vivencias entramadas se constituyen en una formidable fuente de nuclearizacin entramada,

    de perspectivas mltiples y nicas, y permiten, sugerimos, entender mucho mejor lo social

    y la socializacin. Es este un apunte apresurado que habr que precisar, problematizar y

    explicitar.36

    Un contexto sociocultural muy marcado por una imagen del trnsito a la vida adulta muy

    normalizado basado en unos referentes de valor concretos: productivista, eficientista y

    meritocrtico tiene que tener un efecto configurador del uso del tiempo y de las prcticas

    de vida juveniles muy marcado.

    Pero a la vez y esto es lo ms importante puede tener un efecto formidable de

    invisibilizacin y de secundarizacin, preterido o desplazado pasar a ser segundn de

    todos los aspectos del despliegue de las vidas personales que queden fuera de los acentos

    mayores de los logros aplaudidos o buscados.

    Este efecto de invisibilizacin o pretericin puede afectar [decisivamente] a todos los

    despliegues de personalidad de aquellas personas cuyas caractersticas personales son

    menos propicias para aquel tipo de despliegue normalizado por el que consciente o

    inconscientemente el conjunto social est apostando. 37 Y an hay que aludir a la

    35 Reconocemos que la nuestra es una interpretacin desbordante no slo de los mejores motivos meadianos,

    sino de su potente relanzamiento en la sociologa de la creatividad de la accin colectiva de Joas.

    36 Bien sabemos que es esta una (otra) aventurada entrega preliminar de un brote de sociologa naciente que

    nos compromete a amplios desarrollos monogrficos, que debern desplegarse en mltiples vertientes y

    dimensiones, acompaadas de toda su justificacin argumental.

    37 Narciso nos ha hecho reparar en los intemperie: quienes andan buscando instintiva, rotundamente una

    rplica; quienes, a su modo singularsmo, necesitan de lo social ms que el comer y el respirar... Pero no caen

    en la trampa: cuando algo los posee, se toman su distancia para que la bsqueda no pierda el filo. Se sacuden

    ese peso insoportable de los tener que ser y hacer que no son los suyos. Aunque pueda parecer que la

  • 28

    represin de todo lo que no est siendo objeto de apuesta sociocultural: lo reprimido, [que

    tendr que ver con la mayor parte de la casustica de tipos]. Todo lo que no encaja [bien] en

    el sistema que continuamente se configura con el plexo de las apuestas efectivas, en la

    inmensa trama de sus efectos no intencionados y del apabullante ro de la costumbre: sin

    perder de vista que las apuestas efectivas las de efectos reales no son las soadas o las

    declaradas sino las que se ocultan en las intensidades efectivas en las que ahincamos la vida

    en los escenarios de la socialidad (Frankfurt, 2004; 2006; 2008).

    [Junto a ello, ah quedan quienes de entrada no encajan, en ese ni en ningn sistema si es

    que no lo somos en gran medida todos en nuestra condicin fontal, que siempre es un

    adems; y junto al inacabable, infinito potencial de todos los despliegues potenciales

    que pueden verse incluidos en el punto anteriorque no deja de convenir que refiramos

    aqu, en homenaje a ese adems].

    sociologa trata con ellos, como en el texto de Pierre Bourdieu que citaremos, sin embargo, no es infrecuente

    la evidencia palmaria de una indisfrazable actitud condescendiente y hasta petulante que nos arrogamos

    los socilogos. Es la mejor (o peor) evidencia de que, incluso en sus versiones ms consagradas, la disciplina

    no se hace cargo de que las realidades autnticas, vivsimas se le escapan o no le conciernen. Vemoslo: Los

    socilogos [] se sienten socialmente comisionados (...) para dar sentido, dar razn, incluso para poner orden

    y asignar fines. O sea que no son los mejor situados para comprender la miseria de los hombres sin atributos

    sociales, trtese de la trgica resignacin de los ancianos abandonados a la muerte social de los hospitales y de

    los hospicios, de la silenciosa sumisin de los desempleados o de la violencia desesperada de los adolescentes

    que buscan en la accin reducida a la infraccin un medio de acceso a una forma reconocida de existencia

    social. Y sin duda porque tienen una necesidad demasiado profunda, como todo el mundo, de la ilusin de la

    misin social para confesarse cul es el principio por el que se rige, les cuesta descubrir el verdadero

    fundamento del poder desorbitado que ejercen todas las sanciones sociales de la importancia, todos los

    sonajeros simblicos, condecoraciones, cruces, medallas, laureles o bandas, pero tambin todos los soportes

    sociales de la illusio vital, misiones, funciones y vocaciones, mandatos, ministerios y magisterios (Bourdieu,

    2002: 56). Es otra muestra ms de ese limitadsmo lenguaje de madera del que habla, sagaz, Boltanski,

    discpulo de Bourdieu: se atasca en las representaciones y convierte al socilogo en un representante de sus

    propias representaciones, que no se abre saltando tales limitaciones mentales a la realidad viva [in motu].

  • 29

    Bibliografa

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