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El Mollete Literario Mayo 15, 2017, Número 45, Tercera Época Director: Carlos Ramírez indicadorpolitico.mx [email protected] Por Paul Martínez / pág. 12 Ilustración: Brenda Olvera. Técnica: Mixta

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El Mollete LiterarioMayo 15, 2017, Número 45, Tercera ÉpocaDirector: Carlos Ramírez

indicadorpolitico.mx [email protected]

Por Paul Martínez / pág. 12

Ilustración: Brenda Olvera. Técnica: Mixta

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El Mollete Literario

Los dones de Juan Rulfo que cautivaron a Jorge Luis Borges

En países de habla hispana se han realizado sentidos homenajes a Juan Rulfo en el centenario de su nacimiento (el 17 de mayo de 1917), así como análisis y revisiones de su creación literaria, que en realidad es corta, pero muy trascen-dente y reconocida.

Lo anterior se debe a que su principal obra, Pedro Páramo, escrita en 1955, genera debates en los cuales cada quien saca su propia conclusión y muchos confluyen en la misma idea. Rulfo es uno de los escritores latinoamericanos más notables y profundos a pesar de que la obra total consiste en una novela y una veintena de cuentos en El Llano en Llamas (1953) y una colección de textos breves.

Como él lo describió en su momento, su visión del mundo la obtuvo al ser un huérfano, que vivió con su abuela durante la rebelión de los cristeros en Jalisco y el sacerdote le confío los libros en su casa. Esto le enseñó a divertirse leyendo sin descanso y a acelerar su imaginación infinita, hasta que partió de este mundo el 7 de enero de 1986.

Rulfo, con admirable sencillez y precisión, juega con el tiempo, los relatos paralelos y la voz colectiva en lugar de la voz individual. El mundo de la lite-ratura volteó hacia él, cuando se sumaron las felicitaciones y admiración por su narrativa. Incluso Jorge Luis Borges describió la Pedro Páramo como "una de las mejores novelas de las literaturas hispánicas y aun de la literatura".

Este mes, con motivo de su centenario, escritores, intelectuales y hasta instituciones públicas han dedicado homenajes a Rulfo y en El Mollete Litera-rio nos sumamos al reconocimiento a Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, conocido como Juan Rulfo, quien viera la luz por primera vez en Sayula, Jalisco, 16 de mayo, 1917 y dominara la narrativa como pocos.

Yo me propongo agitar e inquietar a las gentes. No vendo el pan, sino la levadura.

Miguel de Unamuno

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Café de cafeteraPor Uriel Arteaga Pig

Cosas extrañas y algunos placeresFaustino Valle Cazares

El párrafo como órdago facilitador de la lecturaPor Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

Sennin: Tres lecciones y una tarea pendientePor Paul Marínez

SilenciosPor Canuto Roldán

Crisis de la edad adultaPor Luis Villalón

Errante

Lunes de libros con El Imparcial

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

[email protected]

Monserrat Méndez PérezJefa de Edición y Diseño

Consejo Editorial+

René Avilés Fabila

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Raúl UrbinaAsistente de la Dirección General

El Mollete Literario es una publicación mensual editada por el Grupo de Editores del Estado de México, S. A. y el Centro de Es-

tudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Todos los artículos son de res-ponsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma,

Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700, México D.F. Reserva 15670.Certificación en trámite por la Asociación Interactiva para el

Desarrollo Productivo, A. C.

El Mollete Literario

ÍNDICEEDITORIAL

Autobiografía Por Luy

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El Mollete Literario

Café de cafeteraPor P.I.G.

Quienes conocen del tema dicen

que el café no puede considerar-

se una droga hasta que genera

efectos secundarios dañinos en cuerpo y men-

te de quienes lo consumen. En este caso, el

café resultó ser para mí un somnífero igual de

efectivo que cualquier sicotrópico y tan barato

y de fácil acceso como el azúcar, droga legal y

letal como pocas.

Por Uriel Arteaga Pig

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El Mollete Literario

Ilustración: Brenda Olvera Técnica: Tinta

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El Mollete Literario

Cuando por presión familiar dejé de consumir estupe-facientes y alejé de mi existencia cualquier rasgo de alco-holismo, estuve a punto de encontrar en la masturbación un refugio para contrarrestar las dolorosas consecuencias de la abstinencia. Por fortuna, desde que tengo memoria mis erecciones han sido poco constantes y más bien contadas. La verdad es que me considero tan poco atractivo sexualmente, que ni siquiera logro excitarme a mí mismo.

Como sea, el café vino a posicionarse en el primer lugar del cuadro de honor de mis vicios, más veloz y más efectivo que la marihuana y con menos cruda pero con la misma cantidad de idas al baño que la cerveza.

Era yo un buen trabajador de oficina hasta que reparé en la cafetera sin fondo que en cada junta semanal se me antojaba primero anticuada y absurda, luego sensual y más tarde necesaria tanto como el aire o el salario.

La primera vez que lo probé fue por invitación de mi compañera de trabajo, a quien le insinué mil y un formas de copular con la simple mirada y de quien sólo recibí un �tómatelo tú, pensé que era agua caliente”. Menuda pen-dejada, pensé, pero luego reparé que una bebida cálida me haría bien para sofocar el frío artificial de la sala de juntas donde nos encontrábamos y que de todas formas nunca ten-dría un acercamiento copulatorio con ella ni con nadie del piso, de la empresa o de este mundo.

Desde pequeño rehuí del café, aunque las razones pa-tológicas las desconozco. Siempre relacioné el café con la muerte de alguien, pues cada que un difunto asomaba arre-glos florales y sarcófago en la calle donde habitaba, las mu-jeres se daban a la tarea de preparar litros y litros de esta

bebida para satisfacer a cercanos, curiosos y arrimados. Para subsanar tremenda cantidad de agua caliente era necesario encender el boiler, esperar unos minutos y luego sacar agua de donde se pudiera: el grifo del lavabo, la regadera y en casos extremos el tanque del inodoro.

Cuando di el primer sorbo a mi vaso, antes que en el sabor hasta ahora desconocido reparé en la fragancia im-pregnada de los dedos de mi compañera (desconozco las razones por las cuales alguien perfuma sus dedos). Minutos más tarde, el segundo y tercer vaso pasaron inadvertidos, al menos para mí, pues el hombre sentado a mi lado, el que se suponía era el coordinador de ventas y que únicamente se apoltronaba en la sala para mirar los senos de mi compañe-ra, notó algo raro en mi forma de beber.

Al quinto vaso mi cerebro estaba tan tenso como el pito de mi amigo coordinador, que para entonces habíase despojado de cualquier discreción y cuyo vistazo parecía un punto de mira exacto enfocado en el límite entre la carne y el inicio de la blusa de la colega, que ahora pa-recía un transexual en búsqueda de un desesperado au-mento de sueldo.

Sin darme demasiada cuenta el momento llegó: mis ojos abiertos tanto cuanto me lo permitían los párpados y mis músculos a la espera de recibir cualquier instrucción de par-te de un cerebro que no pensaba pero estaba consciente de que había sido el café, no el frío artificial ni los pechos, el pito o el agua caliente, el que había provocado tremendo sopor. ¡Bingo!

Salí agotado de la oficina y con el estómago clamando

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El Mollete Literario

Ilustración: Brenda OlveraTécnica: Tinta

un pedazo de pan. No había comido pues el efecto me había triturado las articulaciones de la mandíbula y apenas pude decir “no gracias” a quienes aquella tarde me exigieron, por mi bien, tragar bocado. Dando tumbos redireccioné mis pa-sos y fui al supermercado antes de llegar a casa.

Una vez instalado y con un poco de calma, pero con el epigastrio enervado por la falta de alimento, preparé un par de tazas en la cafetera que acababa de adquirir. Idiota aprendiz de una maquinaria hasta ese momento descono-cida, lo único que obtuve fue un poco de agua caliente, co-lorada sí, pero sin sabor ni espíritu. Luego de mi inmediata derrota opté por comer algo y dormir. Un adicto como yo conoce sus límites y aunque no los respete sabe que un cuer-po deshecho no sirve para drogarse, por ello hay que procu-rarle un poco de atenciones y cuidados.

La atmósfera de la oficina era idónea para un viaje con café de cafetera: frío artificial hasta en el baño; olor a galle-tas y pan y churros y tamales; peones con el disfraz de jefes escupiendo instrucciones a diestra y siniestra; minifaldas ex-hibiendo piernas flacas y zapatillas descontentas con los pies que las conducen. Muestra de mi incipiente desesperación, los correos hacia mi superior siempre eran los mismos: �Por favor, necesario convocar a junta urgente. Café y galletas por si ocupan los colaboradores”.

Ahora nuestro equipo máster se encerraba dos veces por semana, ocasiones que se convertían en tremendas oportunidades para que mi compañera pudiera lucir sus

senos liberales, para que el buen coordinador de ventas conquistara un milímetro más de aquel escote que ya reba-saba el límite de lo moralmente legal y para que yo pudiera atosigarme de café aunque más tarde mi cerebro no diera de sí cuando el jefe, sin escrúpulos como todos suelen ser, solicitara mi intervención en una junta a la que yo había convocado.

Primero fue una terrible calentura (nada sexual), luego una diarrea incontrolable y después la pérdida de un amor que nunca existió. Las escusas para justificar mi estado ve-getativo se asfixiaron pronto y mi adicción fue evidencia-da tanto como las erecciones manifiestas del coordinador de ventas. El vicio nos fue arrebatado a ambos. A mí me corrieron transcurridos un par de días, ergo jamás supe cómo preparar un buen café para drogarme con todas las licencias. A mi compañera la despidieron con el infalible argumento de que “sus tremendas virtudes ocasionaban desvaríos físico-sexuales en los colaboradores de la empre-sa”, en un colaborador para ser exactos.

Luego de un tiempo he aprendido a ser un drogadicto r(d)egenerado y me he acostumbrado a vivir sin alcohol ni café ni masturbación. Y pese a lo nefasto de mi breve expe-riencia, me siento afortunado: mi excompañera de trabajo ahora vive cerca de donde yo y, según cuentan, cada fin de semana recibe a gente conocida (y no) y prepara café de cafetera suficiente para un funeral entero.

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El Mollete Literario

A los doce años empezaron atraerme los chicos, nunca se lo he dicho a nadie. Cuando hago el recuento de mi vida para ver dónde inició todo me vienen a la mente las mismas escenas, los mismos recuerdos. Estaba haciendo fila para entrar a la sala de medios a ver una película en la escuela, mi compañero detrás de mí jugaba a arrimármela, empe-cé a ruborizarme, pero no decía nada, empezaba a darme nervios y algo punzante latía en el centro de mi corazón, un cosquilleo deambulaba de los pies a la cabeza a veces se detenía en mi pelvis, mis mejillas tomaban un calor intenso. Sentía su bulto en medio de mis glúteos. Estaba en segundo grado de secundaria. Los de atrás de la fila lo empujaban, él llegaba a mí con frenesí y por unos instantes, la repetición de los arrimones empezaba a darme cierto placer. Antes de entrar al salón, mientras un profesor aplacaba el alboroto se aproximó por la nuca, su aliento llegaba al área erógena de mi cuello erizándome la piel, se acercaba para decirme —¿te gusta?

En otra ocasión estaba aburrido en el salón. Tomaba

Cosas extrañas y algunos placeresPor Faustino Valle Cazares

clases frente a los baños, antes no me aburría, veía a todos entrar y salir como si se tratase de una novedad. Otro com-pañero bromeaba sobre dos maestras, una que siempre usa-ba falda y otra que siempre usaba pantalón. —Me gustan las grandes —dijo mientras formaba una especie de gancho de seguridad con el cordón de su pans y su pene, después de eso colocó su miembro contra la paleta de mi butaca, yo apoyado en ella sentí algo muy suave que recorrió mi brazo, no hice ningún reproche sólo retrasé un poco el cuerpo, pero su miembro era notablemente grande puesto que aún enco-gido en mi abrazo, con las manos cruzadas y simplemente los codos en la orilla de la silla alcanzó a rosarme con su esa cosa. Desde ese día fantaseé con averiguar de qué tamaño era, siempre pensé que era enorme y grueso, la sensación que retuve desde el día que lo sentí me daba la impresión de que definitivamente era grande y grueso. Con la informa-ción que poseía en mi cabeza hacía análisis y comparativas, un pepino, una salchicha, un desodorante roll on, un bate, una macana de policía. Teniendo los baños en frente algu-

Eventos que duran una eternidad:Mientras esperas el elevadorEn la fila del banco

La clase de algún profesorLa misa de los domingos Unos minutos antes de salir del trabajoCuando haces la tareaCuando esperas a alguien (aplica en todos los casos)Cuando está ocupado el w.c…

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El Mollete Literario

nos días veía cuando entraba, que era unos minutos antes de terminar el recreo, otra vez en mi butaca fantaseaba, ahí estaba él entrando, lo seguí lo más rápido posible para ver en que cubículo se metía, siempre será al final del pasillo —pensé— yo me quedaba en el lavabo esperando su salida, ahí viene, en su pantalón unas gotas empiezan a humedecer una circunferencia que no avanzaba más de un centímetro de diámetro, apenas empieza a subirse la bragueta, da unos saltos discretos para que su pene se reincorpore naturalmen-te —¿ya tocaron? —pregunta refiriéndose al timbre. Trago saliva y digo —no.

La tercerea vez acababa de jugar futbol, subía por una calle a mi casa, antes de traspasar la puerta alguien me lla-ma, en la oscuridad no distingo bien quién es, me chifla y mueve la cabeza, regreso el cuerpo medio metro atrás, asomo bien la cabeza y es mi amigo, señala un rincón ba-ñado por la negrura de la noche y todavía más oculto por una pared que se caía a pedazos, una lámina oxidada y una manta desgarrada, era conocido el lugar por los locales, ahí se puede hacer de todo, con una chica o con un chico. Mi amigo, era mi amigo, no me atraía y no hablo de su físico, siempre hay algo innato que las personas proyectan en ti que te provoca deseo, necesidad de poseerlos. Es guapo, no lo niego, usaba unos Ray Band Wayfarer sin el polarizado, tenía la cara alargada y pómulos ligeramente hundidos, era alto, delgado, sus manos eran muy grandes, en su muñeca se po-dían ver unas venas abruptas que hacían el camino para la sangre, la clavícula se notaba de momento, una capa verde se notaba al cortarse el bigote y la barba prematura pues ambos teníamos trece años. Tenía una mirada seductora, yo, la de un débil complaciente, a pesar de ello no accedí a su petición de tener un encuentro sexual —digo sexual porque eso me pareció su propuesta, no puedo tomarla de otra forma sabiendo para qué se usaba el lugar al que quería

que lo acompañara—. Tenía ya más datos sobre el tema, no me consideraba “pasivo”. Creía, de alguna manera u otra que, todos con la apariencia de él, es decir, tipo nerd, tenían el pene grande, largo, blanco, venoso, con mucho vello y con dos testículos que cuelgan balanceándose de un lado a otro como cocos en palmeras. Hace dos semanas lo encontré en una feria de libros, llevaba pantalón de tela azul marino, camisa formal blanca a cuadros, un moño verde también a cuadros y un blazer café de pana. Ya no usaba lentes, creo que ahora le hubiesen sentado mejor con ese look, me dijo que usaba de contacto —no se nota —dije con el pretex-to de acercarme a él. Algunas veces no me niego el deleite mundano de ver a mi paso el largo de la ropa interior de los chicos que me atraen, claro, por encima del pantalón, lo había hecho ya una manía placentera. Bajo el pantalón noté su ropa interior aproximadamente veinte centímetros deba-jo de la cintura —son ajustados y cortos —dije para mí, me emocionaba saberlo—, su pene se asomaba discretamente a lado de la costura del cierre del pantalón. En definitiva, no volví a verlo de la misma manera.

Me di cuenta que hay cosas que a comparación de los sucesos que duran una eternidad existen otras que sólo du-ran unos segundos.

Caminó a lado de mí, me abrazó estrujándome todo hacia él, besó mi parietal izquierdo, yo como un chiquillo me sentí confortado, sólo dijo —no te pierdas más— se fue, hasta hoy no lo he vuelto a ver.

Cosas que duran sólo unos segundos:

El momento perfecto…

Ilustración: Brenda Olvera

Técnica: Lápices de color

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El Mollete Literario

El párrafo como órdago facilitador de la lectura

Por Manu de Ordoñana, Ana Merino y Ane Mayoz

El párrafo es una unidad puen-te entre la oración y el texto. Constituye una parada que

permite a quien lo lee descansar en el recorrido de la lectura. Cuando se termina un párrafo se usa el punto y aparte, lo que equivale al final de esa unidad informativa, a esa corta pausa en la lectura y también a un pequeño resumen que hace el lector antes de continuar.

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El Mollete Literario

Estrella Montolío es quien ha exami-nado el tema en profundidad y de cuyo análisis nos hemos servido. Licenciada en Filología Hispánica, Doctora en Fi-lología Hispánica por la Universitat de Barcelona y profesora titular en esta misma universidad. Tiene un dominio profundo del lenguaje, de donde pro-cede su capacidad para comprender el proceso de comunicación de manera global. Del libro más conocido entre sus estudiantes hemos extraído toda esta in-formación: Manual de Escritura académica y profesional (Ariel Letras, 2014, volumen I). Contiene muchos temas interesantes (puntuación, acentuación, cohesión, planificación, léxico…) y necesarios para cualquier escritor que cuide su escritura. No sólo se analizan los con-tenidos, sino que hay abundantes ejem-plos y ejercicios para aprender. Nosotros únicamente nos hemos detenido en el tema relacionado con el párrafo y titu-lado: “El párrafo en la escritura del siglo XXI: una unidad adaptativa”.

Elaborar un buen párrafo no es

nada fácil; comporta un ejercicio de planificación reflexiva previo a su re-dacción. Una de las cuestiones que el escritor debe plantearse es en qué tipo de soporte leerá el lector el texto, puesto que la comunicación escrita a través de pantallas ha revolucionado la forma de leer. La información que se da en el tex-to digital es concisa, mientras que la del texto impreso, foco de nuestro análisis, implica mayor elaboración y su conte-nido es únicamente verbal.

Un párrafo eficaz ha de cumplir es-tas condiciones:

Todas las oraciones deben llevar a un significado común, un significado claro y unitario. Así se constituirá en una unidad de sentido coherente.

Cada párrafo contendrá una canti-dad de información adecuada para que resulte un texto equilibrado y predomi-ne la armonía.

El propio párrafo tiene que poseer coherencia.

Es necesario que tenga unas dimen-siones adecuadas a su lugar de ubicación.

Vamos a detenernos en este aspecto de la longitud. En primer lugar, el que sea largo o corto puede favorecer o en-torpecer la visualización de la estructura del texto. Y en segundo lugar, existe una estrecha relación entre la longitud del párrafo y su mayor o menor legibilidad. Por esto podemos afirmar que una ex-tensión adecuada beneficia; ni escueta en extremo ni larga en exceso.

Un párrafo muy extenso desanima al lector. Una buena solución puede ser fragmentarlo en unidades más peque-ñas coherentes en sí mismas; sin duda de esta manera se ganará en claridad expositiva, se facilitará la lectura y, por lo tanto, se asegurará la comprensión.

Además, su medida está en relación con el tipo de escrito, y también está unido al lugar que ocupa y la función que desempeña en el texto. Los párrafos que engloban un escrito tienen distintos valores. Tanto el introductorio, como el conclusivo son párrafos determinantes y exigentes en cuanto al contenido y su extensión. Esto hay que tenerlo muy en

“Un párrafo muy extenso desanima al lector. Una buena solución puede ser fragmentarlo en unidades más pequeñas coherentes en sí mismas; sin duda de esta manera se ganará en claridad expositiva, se facilitará la lectura y, por lo tanto, se asegurará la comprensión”.

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El Mollete Literario

cuenta. Los párrafos internos, al ser de desarrollo, van a exponer datos y su lon-gitud puede ser mayor.

A la hora de comenzar un texto ha-brá que tener presente que la finalidad del mismo será captar la atención del lector, además de plantear con claridad el temaque se va a tratar. Esta parte a menudo se redacta al final, de esta ma-nera el escritor, con todo el contenido delante, es capaz de persuadir, de esti-mular mejor al que lee, de convencerle de la importancia de lo que se expone a continuación. Para ello, convendría por ejemplo servirse de palabras claras, comprensibles; hacerle partícipe inclu-yéndole con un nosotros; presentar bre-vemente una anécdota, una historia que ilustre el tema a desarrollar; mencionar una cita a favor o en contra de lo que si-gue; servirse de preguntas retóricas; usar el humor, la ironía…

Para concluir un texto, será nece-sario recoger la información dada con anterioridad con el fin de garantizar su recuerdo e impacto en la memoria del

lector y transmitir, si es posible, la sensa-ción de escritura interesante y sugeren-te. Para esto serán útiles los conectores como en definitiva, como hemos visto… De esta forma se le avisa al lector de que lo que sigue es un resumen sintético de lo ya expuesto, para que no tenga ninguna duda de que ha llegado el momento de cierre del escrito.

Los manuales de estilo de los diferen-tes medios de comunicación del país re-comiendan que contengan 100 palabras o entre cuatro y cinco oraciones como máximo. Para que el mundo adminis-trativo, jurisdiccional e institucional utilice un lenguaje claro, las sugerencias internacionales abogan por párrafos de no más de 150 palabras organizadas en-tre tres y ocho oraciones.

Desgraciadamente, nuestro lenguaje burocrático sigue estando muy distante para cualquier usuario, puesto que re-sulta frío, confuso y anticuado. El estilo leguleyo contamina con excesiva fre-cuencia los discursos institucionales en español. Está verificado que un párra-

fo largo puede llevar al lector a que se pierda en la lectura, por no ser capaz de asimilar toda la información que apare-ce en él.

Teniendo todo esto en cuenta, el escritor eficiente inserta señales, indica-ciones que guían al lector, que le llevan por el camino interpretativo que debe seguir. Estas señales ayudan a la tra-bazón textual, son mecanismos de co-hesión entre las frases. Algunas se usan sólo al comienzo de cada párrafo y se les denomina también “expresión bisagra”, pues al lector le sirven para percibir la relación semántica que mantienen los párrafos entre sí (además, por tanto, en cambio, por un lado, por otro lado…).

En definitiva, un párrafo es una uni-dad de significado coherente, una unidad de distribución informativa, una unidad gráfica y perceptiva (visual) y al mismo tiempo es una unidad que relaciona la parte con un todo. Pero por encima de todo lo que debe ser siempre es una uni-dad facilitadora de la lectura.

Publicado con autorización de los autores

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El Mollete Literario

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El Mollete Literario

Sennin: Tres lecciones

Proveniente de la tradición

china, el Sennin es un er-

mitaño sagrado que tie-

ne ciertos poderes mágicos, pue-

de volar a voluntad y posee una

extrema longevidad. Este per-

sonaje mítico es retomado por

Akutagawa en su relato titulado

precisamente titulado así.

Por Paul Martí[email protected]

@sparringloto

y una tarea pendiente

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El Mollete Literario

En este relato encontramos tres ca-racterísticas que el escritor argentino Julio Cortázar proponía como ejerci-cios escriturales: Romper la lógica de lo establecido, exagerar como un comien-zo y encontrar en las cosas cotidianas la verdadera fantasía. A partir de estas características, propongo una lectura en paralelo, que sirva como ejercicio, no sólo para aquellos que en algún momento hemos sido tentados por la escritura, sino también para quien pre-tenda, de alguna, manera acercarse al mundo desde una perspectiva ajena a la inmediatez.

Sennin es un cuento breve del escritor japonés Ryunosuke Akutagawa. En este precioso relato, Ryunosuke nos narra la historia de un sirviente que pide ser en-señado para llegar a ser un Sennin.

A grandes rasgos, las peripecias del sirviente consisten en lo siguiente. El sir-viente, Gonsuké como decide llamarlo Akutagawa, aparece en una agencia de colocaciones para empleos solicitando el puesto de aprendiz de Sennin, argu-mentando para esto que se haga válido el anuncio de COLOCACIONES PARA CUALQUIER TRABAJO; el empleado de la agencia se sorprende y pide que espere un día más para conseguirle un sitio donde lo puedan enseñar a ser un Sennin.

Por cuestiones cercanas al azar y a la simple logística, el empleador cuenta la historia a sus vecinos, un Doctor y su Esposa, quienes piden, particularmente

la esposa, ser ellos quienes puedan ense-ñar al sirviente.

Le ofrecen un trato simple. El sir-viente tendrá que servirles durante vein-te años, sin reprocharles nada ni cobrar-les un solo centavo, con la promesa de que al final le revelarán el secreto para convertirse en lo que él desea.

Transcurridos los veinte años, Gon-suké se presenta ante ellos habiendo completado su parte del trato, para soli-citar le sea cumplida la promesa que le fue hecha.

Para cumplir su promesa, la esposa plantea una situación que cuando me-nos resulta extraña, le pide hacer lo que se le diga, de lo contrario no sólo no le revelará el secreto, sino que además, Gonsuké, tendrá que servirles durante veinte años más.

Gonsuké acepta, para finalmente obtener el secreto y dar fin al relato.

Romper la lógica de lo establecidoUna de las máximas de la cuentística consiste, según Cortázar, en romper la lógica de lo cotidiano, abrir entre la ru-tina el espacio para lo fantástico, para lo increíble. Sennin cumple con este man-dato apenas al comienzo. Si bien Aku-tagawa no lo hace tan evidente, un vez que pensamos en la posibilidad de que un sirviente, prácticamente un donna-die pues ni siquiera posee un nombre, el mismo Akutagawa tiene que otorgárse-lo, se presente solicitando una posición

reservada para aquellos que aspiran a lo sagrado.

Lo que propone Akutagawa podría compararse en tiempos modernos con el acto de un campesino, cualquiera que sea su procedencia, que de pronto soli-citara el puesto de filósofo reconocido, obispo, erudito, presidente de algún país o alguno de los puestos reservados para aquellos que terminan por trascender en la historia de la humanidad. La lógi-ca del cuento entonces ya no es aquella que respeta las jerarquías, lo sagrado, lo inalcanzable, sino sólo aquella que pueda suceder dentro de la narración. A partir de aquí, todo puede suceder. Solicitar que el mundo nos oferta, es también romper la lógica de lo simple-mente publicitario. Pedir conocimiento a la universidad, divinidad a la religión, justicia al estado, libertad a la sociedad es, no sólo admisible, sino en buena me-dida, preciso.

Exagerar como un comienzoLa segunda lección cortazariana que aparece en el relato de Akutagawa, con-siste en la forma en que se desarrolla el nudo de la historia. Gonsuké es condi-cionado a cumplir con veinte años de servicio, aceptando cualquier tarea que se le solicite, sin recibir un pago, sólo apenas con la promesa de conseguir al final la recompensa deseada. Ryunosuke Akutagawa exagera, propone un trato impensable, un ejercicio de paciencia que sólo unos pocos podrían realizar,

“La lógica del cuento funciona aquí, como un ejercicio pedagógico, no tanto para Gonsuké, sino para sus “maestros” y sobre todo para el lector. Gonsuké ha realizado durante veinte años cada una de los mandatos que le han sido encomenda-dos. Ser Sennin, resulta al final, una tarea más, equiparable a cortar la leña o barrer la casa. Gon-suké, el sirviente sin nombre, ha aprendido a ser”.

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El Mollete Literario

ceso. Admitimos desde la perspectiva de la antropología filosófica que el ser hu-mano es un ser incompleto, un ser en proceso, que precisa cierta espera para poder considerarse verdaderamente humano. La lógica de lo inmediato que se impone en los tiempos que vivimos implica, a su vez, un necesario despre-cio por la espera. La paciencia como virtud desaparece en cuanto pretende-mos conseguir aquello que deseamos sin comprender el proceso necesario para la adquisición. Los bienes tangibles, al igual que los que corresponden a la comprensión, se ofrecen en entrega a domicilio y con carácter de inmediatos. Da lo mismo si se trata de una pizza o una carrera universitaria.

Si pensamos desde la lógica del re-lato de Ryunosuke, entonces, plantear-nos la posibilidad de adquirir un rol de participación en el mundo, debería también incluir la perspectiva de que en principio se trata de una tarea que bien podría llevarnos la vida entera. Asumirlo de este modo equivaldría, a la vez, a romper la lógica de lo desechable, imaginar que duraremos para siempre, y que al final de cuentas sólo en nuestro último respiro encontraremos la posi-bilidad de ser finalmente humanos en plenitud.

llevando de esta manera a su personaje al límite de sus posibilidades.

Seguro no será descabellado afirmar que en una época marcada por lo inme-diato, por la necesidad de ver concre-tados nuestros objetivos, incluso antes de tener los recursos necesarios, este tipo de tratos resulte una locura, baste con pensar por ejemplo cómo la venta de bienes está sustentada en el crédito, es decir, nos cumplen la promesa mu-cho antes de que siquiera entendamos el trato que estamos firmando.

Gonsuké nos aventaja en esto, él conoce el trato. Sabe lo que quiere y lo que tendrá que hacer para conseguir-lo, el mundo publicitario no da tantas concesiones y cuando las da, cuando nos deja conocer las condiciones de uso, sencillamente rellenamos el cuadrito donde dice “acepto”. La impaciencia, nos aventaja un mundo.

Las cosas extraordinarias las hace cualquiera en cualquier instante, lo imposible es hacer las cosas sencillas todos los días.La última lección de Akutagawa se des-vela al final de la historia. Las cosas de imposible realización son aquellas que se presentan como rutinarias. La paciencia es un arte que sólo los viejos conocen de verdad. Las extrañas condiciones que se le ponen a Gonsuké, para que le sea revelado el secreto tan preciado, consis-ten en lo siguiente: Gonsuké habrá de

subir a la punta de un pino y una vez ahí soltar ambas manos, so pena de que al desobedecer no sólo no se le revelará el secreto, sino que tendrá que volver a trabajar veinte años más, en las mismas condiciones, es decir, sin reproches ni pago alguno. El sirviente consiente en hacerlo sin cuestionar siquiera la apa-rente injusticia del trato, ni la posibili-dad de morir al realizar la tarea, cosa que resulta también evidente

Una vez que realiza esta última ta-rea, Gonsuké alcanza, para sorpresa del Doctor y su Esposa, el estado de Sennin, luego se aleja volando hasta desaparecer de la pasmada vista de los observado-res, quienes esperaban su caída y conse-cuente muerte.

La lógica del cuento funciona aquí, como un ejercicio pedagógico, no tanto para Gonsuké, sino para sus “maestros” y sobre todo para el lector. Gonsuké ha realizado durante veinte años cada una de los mandatos que le han sido enco-mendados. Ser Sennin, resulta al final, una tarea más, equiparable a cortar la leña o barrer la casa. Gonsuké, el sir-viente sin nombre, ha aprendido a ser.

La lección aquí aparenta ser sim-ple: saber lo que se quiere ser tardar la vida en caso necesario, para aprender a serlo.

Aprender a serAprender a ser, dice Calvino, es también una tarea, por lo tanto un necesario pro-

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Esto que sangra y no se detiene.Esto que sangra y no ignoramos.Esto que sangra y veneramos, nos hace trabajar, reír, bailar.

¿Cómo encontrartu boca?Si los dos la enterramos bajo cama.

¿Cómo iluminar la lengua?Si la apuñalamos nocturnosy en silencio.

¿Cómo quejarse?Si el gemidose volvió placer, poder, engaño.

¿Cómo pedir que nos escuchen?Si encerraron nuestra voz entre sus sueños y no recuerdan nada al despertar.

¿Cómo he de decir estoque no llega a nombre por temorpero que sangra con descaro en cada respirar?

Esto que se enseñacon caricias,con miradas sin reparos en cada fiesta, cada muerte y cada calle.

¿Cómo he de gritarlo?Si nuestra lengua ha nacido del silencio de otras más.

¿Dónde está mi boca?¿Dónde, mi corazón?

Madre, abracemos mis preguntas, estas que hemos cuidado tantopara tener algo que mordercomo una hogaza, mientras rezamos para caminar juntos el dolor, juntos la muerte, juntos la ebriedad.

¿Cómo maldeciresta voz,esta lengua,este pensarque tú misma me enseñaste a zurcir en el insomnio?

SilenciosPor Canuto Roldán

[email protected]

Ilustración: María BazanaTécnica: Tinta

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El Mollete Literario

¡Qué distantes resultan esos días! La preparatoria popu-lar, los 70 latinoamericanos, años marcados por rebeldía, la juventud tomando consciencia, mesías greñudos, mártires voluntarios. Esa época en que los ideales se irrigaban directo del corazón, las venas colmadas de anhelo de equidad. La gente en las calles creía en nosotros, éramos la voz de su razón, los gritos ahogados en sus pechos por temor a repre-salias, éramos los hijos predilectos del nada que perder todo que ganar. Fuimos esperanza.

Ha pasado tanto desde la última vez que levanté un pin-cel, quizás años, todas las paletas están llenas de óleo seco, parece casi concreto, no estoy seguro si el aguarrás los ayude a salir de su solidificación. No sé si quiera porqué pienso en eso. No tengo ideas ni ganas de ponerme a pintar otra vez, sé que es mi obligación, una especie de obligación metafísi-ca, una forma desesperada de marcar mi estadía. Creo que me da mucha flojera, me da mucha flojera existir, es suma-mente tedioso tener que preocuparme para dejar vestigios de mi paso.

No sé qué pasó. Recuerdo como en un sueño mis an-helos. Esas desesperadas ansias de ser, luchando por reco-nocimiento, por no ver desmoronarse lo que fui al lado de mi pútrido cadáver. El verdadero significado de la vida en mis manos, la verdadera misión, todas esas divagaciones on-tológicas agrupadas y materializadas en mi pincel, la tras-

cendencia como fin último. Matar a la muerte, mi nombre rubricado en materiales finos, ser tema en conversaciones apocalípticas.

No hay nada, no soy nadie, nadie es necesario. Somos un puto accidente buscando con desesperación confort en tan abismal vacío. Arte, poder, amor, son espejismos, edulcorantes cegadores, la conciencia es una broma negra y mortal, creo firmemente que no existe nada que valga la pena. La inmediatez se ha convertido en mi estandar-te, estoy viejo y cansado, al fin puedo desplomarme y en-tregarme por completo a la voluptuosidad y la pereza, lo único que en estos momentos puede reafirmar mi efímera estancia.

Sé que debería sentirme culpable, sentirme un parási-to; mamá murió y me dejó un departamento ubicado en un séptimo piso sobre Circuito Interior, es una zona muy tran-sitada, y al quedar en el último piso puedo rentar el espacio para que coloquen anuncios espectaculares, gano 20,000 pesos al mes por no hacer nada, cuando vendo el espacio para propaganda política recibo un poco más, usualmente los políticos facturan al triple del costo real para justifi-car los exagerados gastos de campaña, yo me llevo una buena parte de eso, pero me siento un tanto hipócrita, sin embargo acepto el dinero y vivo viendo diario durante la temporada electoral la cara sonriente y con exceso de Pho-

Crisis de la edad adulta

Me siento algo desilusionado conmigo mismo, toda mi vida se ha convertido en una ignominiosa mentira. Si el yo de 16 años viera en lo que me convertí con justa razón me escupiría en la curtida

y estúpida cara. No sé cómo puedo seguir viéndome al espejo sin llenarme de asco, sin sentir un reflejo vomitivo similar al de tocar por accidente mi úvula con el cepillo de dientes. Soy un puto fraude.

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toshop de un ser trajeado y megalómano, la imagen viva de la decadencia.

En una ocasión pusieron la foto de una hermosa modelo, creo que anunciaba lencería por catálogo, me resultó muy incómodo, esa mujer tan bella, perfecta, saberla inalcanza-ble, tan cercana e imposible, entré en una profunda depre-sión, la imaginaba a todas horas, memoricé cada parte de ella, sus ojos verdes, sus dientes de un blancor exagerado, su piel carente de imperfecciones, sabía que la foto estaba excesivamente retocada pero no me importaba, me moles-taba de sobremanera mi obsesión y el hecho de que nunca llegaría a verla en la vida, me volvía loco pensar en que por algún loco azar, si llegara a conocerla, jamás podría hacer el amor con ella; y que, un caso hipotético que acaricie lo imposible, si llegara a hacerle el amor, ella no sería la de la imagen, su piel no luciría tan saludable, tendría lunares, ci-catrices y arrugas, no sería la mujer que está impresa en mi memoria. Me deprimía mucho pensando en eso, comencé a beber de más.

Me procuraba una prostituta a la semana, nunca la mis-ma, trataba de buscar una semejante a mi amor de 6 metros, era imposible que alguna puta cumpliera con los requisitos, pero la buscaba por partes, alguna tenía el mismo peinado, otra las mismas piernas, otra pupilentes que me recordaban su mirada; cuando cogíamos me concentraba en el rasgo que me hizo elegirla, no había más, cuando no me concen-traba en ese rasgo de mujer imaginaria, y veía a la mujer real en todo el conjunto, regularmente perdía la erección, y terminaba masturbándome delante de la prosti, más por

compromiso que por otra cosa. Cuando removieron el anuncio me sentí cómodo pero

con un dejo de nostalgia, pensé en pedir a los trabajadores que me dejaran conservar el póster, imaginé que lo destrui-rían en tiras y que armaría el rompecabezas de mi mujer ideal y lo pegaría en algún muro del departamento. No fue el caso, pusieron la nueva publicidad sobre mi mujer, un anuncio de patatas fritas con la foto de un famoso cantante de reguetón. Con la luz adecuada a veces se trasluce mi mu-jer ideal, se me rompe el corazón, como ver a alguna antigua amante con alguien nuevo.

He pensado seriamente en el suicidio, creo que ya hice todo lo que pude haber hecho, sólo estoy malgastando un espacio y recursos, no tengo miedo a morir, la vida me da un poco de miedo; no, no es miedo, cuando no estoy borra-cho siento un hartazgo descomunal, creo que lo más sensa-to sería pegarme un tiro en la sien, pero tengo que aceptar que soy algo orgulloso, conozco demasiado la naturaleza humana como para saberme conmiserado después de eso, la gente no comprende que nada tiene sentido, o son tan pretensiosos que hacen todo lo que esté a su alcance para convencerse de lo contrario, piensan que debe haber un significado para todo, se piensan importantes. Hay un poco de eso en mí y es lo que me obliga a seguir en este purgatorio, no quiero que se piense debilidad y sufrimiento en mis acciones. Tengo que seguir aquí, y suicidarme lenta y discretamente, quizá una enfermedad venérea resultaría heroica, sólo espero que el próximo mes pongan el cartel de una chica linda.

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Errante III

En la Capilla Británica, residuo arquitectónico de lo que un día fue el panteón inglés, se llevó a cabo el tercer Errante, dentro de las actividades del “Tlatelolco Car-naval 2017”, organizado por El movimiento Imaginario.

Errante, poesía para andar, se apropió del espacio reu-niendo las voces de jóvenes poetas que llenaron con sus distintas propuestas los oídos de los espectadores.

Esta tercera muestra estuvo dedicada a la poesía, en ella participó una amplia nómina de escritores: Valeria Guzmán, Rosario Loperena, Lau Topete, César Brin-gas, Herson Barona, César Cañedo, Rodrigo Bonillas, Martha Mega, Damián Rayo, Max Chá, Omar Ortiz Agatokles, Canuto Roldán y Gran Dao, quien llevó a cabo la puesta de “Dark Dealer”.

Errante ha buscado ser un foro itinerante, rastreando lugares y aprovechando los espacios, colaboran-do con otros proyectos y gestores culturales. Las voces que se dejaron escuchar el pasado 8 de abril de este año, muestran lo diversa que es la propuesta de los escritores, tanto en formatos como en temáticas, la experimenta-ción y el ingenio se deja escuchar, ver y sentir.

Agradecemos la disponibilidad de todos los que hi-cieron posible el seguir errando acompañados.

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Li-Bai: Manantial de vino. Poemas escogidos

Si de un poeta se nos dice que “ha sido y sigue siendo el poeta más leído de la historia del mundo”, y aún no lo conocemos, parece, si no obligado, sí tenta-dor sumarse a ese cómputo. Hablo del poeta chino Li Bai (701-762) —o Li Po,

según la nominación más antigua y quizá más conocida—, perteneciente al periodo de la dinastía Tang —Edad de Oro de la literatura china—, y que llegó a convertirse en “símbolo incluso de la poesía misma”. Aunque su obra ha sido publicada ya an-teriormente en español, ahora podemos acercarnos a ella a través de esta antología —completa alcanza 1,236 poemas— bilingüe (en caracteres chinos modernos y con la lectura en pinyin al pie) que bajo el igualmente tentador título, Manantial de vino, ha publicado la editorial Hiperión, la cual, como he comentado en otras ocasiones, ha sido la principal impulsora de la poesía oriental en español, tanto china como japonesa. En el caso concreto de este poeta, para Europa fue Ezra Pound su primer traductor —aunque de manera muy libre—, utilizando unas traducciones al japonés que fueron las primeras en divulgarse. La edición cuenta con una introducción de Guillermo Dañino —responsable de esta edición— que, junto a una cronología, bi-bliografía y notas finales a los poemas, permiten, a quien lo desee, enmarcar al autor y enriquecer la lectura de los poemas.

Por Inmaculada Lergo Martín »Edición bilingüe de Guillermo Dañino. Hiperión. Madrid, 2016. 408 págs.

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Li Bai tuvo una vida azarosa, que advertimos al paso en sus textos: la fuer-za de la juventud, el amor y el desenga-ño, el exilio, la guerra, el deseo de retiro interior, la vejez… hasta la inminencia del final del camino: “Pronto será el día en que, desplegando velas de nubes, / ingresaré, feliz del todo, en el intenso azul del mar”; versos que son también el final del libro. Es un viaje cargado de humanidad en el sentido más vital de la palabra, que se abre con un canto al vino y a la amistad, temas recurrentes junto a la presencia de la naturaleza, carga-da siempre de un intenso lirismo, de esa mezcla de delicadeza y fuerza, nitidez y sugerencia, propias de la poesía y el arte orientales: “Ruge el espíritu del río,

parte en dos las montañas, / se levan-tan olas gigantes precipitándose al Mar del Este. / Los tres picos retroceden, a punto de desmoronarse, / paredes de esmeralda, valles de cinabrio, se abre la palma de la mano”. Entre los episodios que marcaron su vida, estuvo el acceso a un puesto en la corte de Chang’an, que pronto abandonó dejando reflejado en sus poemas una reflexión sobre el “des-precio de Corte” que nos remite a Fray Luis de León y los clásicos: “No soporto la vida cortesana. La envidia mata a los hombres”; “Te envidio, caballero, pues lejos del bullicio / tu cabeza reposa en la niebla esmeralda”. Pero es sobre todo ese abanico de contrarios, de lu-ces y de sombras, que conforman toda existencia, el que recorre su obra: la

alegría (“Escucho a las muchachas que cosechan castañas de agua / y vuelven inundando con su canto el camino y la noche”) y la tristeza; la plenitud (“Una bandada de pájaros cruzó muy alto. / Una nube solitaria pasó sin prisa. // Nos miramos sin cansarnos / yo y la so-litaria montaña”) y el silencio (“Ni me atrevo a levantar la voz / no sea que importune a los inmortales”) o la sole-dad (“Indiscreta, baja la luna y atisba curiosa mi vela mortecina; / caen flores en mi alcoba y burlonas sonríen ante mi lecho vacío”). En definitiva, lo que es la vida, a la que Li Bai amó por encima de todo: “Si amas la vida, disfrútala cuanto puedas, / ¡no abandones tu copa ociosa a la luz de la luna!”.

El conjunto, según se ha dicho y reza el mismo título, conforma un canto al vino y a la embriaguez, que le propor-ciona inspiración, amistad, felicidad: “Conversación gozosa en apacible reti-ro, / nos servimos vino y elevamos las copas. / Cantamos con calma ‘El viento entre los pinos’; / al terminar, las estre-llas ya se han esfumado. / Yo que estoy ebrio y tú que te sientes feliz, / ¡olvide-mos gozosos las intrigas del mundo!”. Li Bai fue uno de los tres fundadores de los “Ocho inmortales del vino”, que han pasado a ser leyenda. “Con tres copas comprendo la Vía Suprema, / con una jarra me integro al universo. // El gozo que disfrutas en la embriaguez / no lo compartas con quien no ha bebido”.

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Antonio Iturbe: A cielo abierto

En A cielo abierto leemos: “Olivier, no debes sufrir por mí. Piensa que un piloto que muere en vuelo llega al cielo antes. ¡Ya tiene la mitad del camino hecho!”. Entre bromas y veras, habla así Antoine de Saint-

Exupéry, quien el 31 de julio de 1944, poco antes de las nueve de la mañana, despegó de Bastia, base aérea de Córcega, pilotando un Lockheed P-38 Light-ning, poderoso caza que, en consonancia con su nombre, vuela a la velocidad de un relámpago. El comandante Saint-Exupéry iba en misión de reconoci-miento con el objetivo de recopilar in-formación sobre los movimientos del ejército hitleriano en el valle del Róda-no y su entorno antes de la toma del sur de Francia por parte de los aliados. Pero el autor de la célebre nouvelle El principito nunca regresó. Se dio su avión por desaparecido y su cadáver no se encontró. Muerto a los cuarenta y cua-tro años, y ya publicado El principito, el extraño suceso acrecentó la leyenda del escritor y piloto, al que su país, Francia, entre otros reconocimientos, dedicó un sello y un billete conmemorativos.

Por Carmen R. Santos

»Seix Barral. Barcelona, 2017. 624 págs.

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Pero cuando Tonio o Saint-Ex, como le llamaban muchas veces sus amigos —y se titula unbiopic dirigido en 1996 por Anand Tucke y protago-nizado por Bruno Ganz—, pronuncia esas palabras todavía quedaba mucho tiempo hasta ese aciago día de 1944. Estamos a comienzos de los años veinte del pasado siglo y Antoine corteja a la bella y caprichosa Louise de Vilmorin, hermana de Olivier, que cuenta con un enjambre de admiradores. Loulou fue su primer gran amor, con la que llegó a comprometerse, si bien el enlace ja-más se celebró. Aunque Saint-Exupéry tuvo una vida sentimental agitada, in-cluido un turbulento matrimonio con la salvadoreña Consuelo Suncín-Sandoval Zeceña, que lo cuenta en Memorias de la rosa —manuscrito de rocambolesca historia, llegándose a dudar de su auten-ticidad, en absoluto olvidó a Loulou.

Así, es en esos años del inicio de la década de los veinte cuando empieza A cielo abierto, novela con la que el escri-tor, periodista cultural y profesor Anto-nio Iturbe nacido en Zaragoza en 1967 y afincado en Barcelona, autor de La bi-bliotecaria de Auschwitz y de la serie de libros infantiles Los casos del Inspector Cito, entre otras obras, se ha alzado jus-tamente con el Premio Biblioteca Breve 2017. Iturbe recrea el devenir de Antoine Saint-Exupéry ofreciéndonos un logrado retrato de tan atractiva figura, que es mucho más que el autor de El principito, por mucho que este haya eclipsado un tanto títulos que no merecen postergarse como Vuelo nocturno o Tierra de hom-bres, entre otros. Bienvenido sea el inte-rés por la trayectoria y personalidad de Saint-Exupéry, sobre el que el pasado año se publicó una biografía, Aviones de

papel, de Montserrat Morata, que consi-guió también un galardón, en este caso como finalista del Premio Stella Maris de Biografías y Memorias.

En A cielo abierto subyace una im-prescindible labor de documentación sobre el protagonista y muchos de los personajes que le circundan, también reales, la época y el mundo de la avia-ción, que otorga verosimilitud a la no-vela. Pero lo decisivo es cómo se maneja ese material para que no se convierta en un fardo o en mero alarde erudito. Iturbe no cae en ningún momento en ello al brindarnos una novela no sólo amena, sino llena de brío, empapada de vitalismo, de amor a la vida. De esa pa-sión por la vida que caracterizó a Saint-Exupéry, más allá de sus etapas de des-ánimo, de dudas, como cuando Loulou se casa con otro: “No lo invitaron y eso le ahorró a Tonio un mal trago. Hace tiempo que todos los tragos le saben a flores muertas, como si se bebiera el agua de los floreros. Durante semanas, deambula por las calles con zapatos de plomo. Sus bolsillos están agujereados. Ha de escribir de nuevo a su madre para que le adelante algo y eso lo pone aún más melancólico. Camina y camina sin un propósito definido, con una vaga es-peranza de que al doblar una esquina todo cambie. ¿Y si al doblar la siguiente calle sucede algo? No sucede. Pero ¿y si ocurre en la siguiente?”.

Por eso nunca hay que darse por vencido. Muy elocuente es la escena en la que un soldado le pregunta a Saint-Exupéry: “¿Ordena alguna cosa más, mi alférez?” Y le responde. “Desde lue-go… El muchacho esperó expectante. —¡Le ordeno que ame la vida!”. De ahí que el vitalismo de Saint-Exupéry, que

Iturbe transmite a la perfección, no cua-dre con la hipótesis lanzada en alguna ocasión de que se suicidara.

Y, junto a Saint-Exupéry, se en-cuentran sus amigos Jean Mermoz y Henri Guillaumet a quien dedica Tie-rra de hombres, pioneros los tres de la aviación comercial, que como “carte-ros del aire” se atreven a realizar vuelos nocturnos ante el asombro y la incre-dulidad de todos, si bien imponen final-mente su criterio: “Ya nadie se ríe de la pretensión de la Aeropostale de esta-blecer líneas aéreas civiles que vuelen de noche. Algunas compañías de otros países incluso empiezan a considerarlo. Hay quienes lo ven como un camino de sufrimiento que traerá más accidentes y más tragedias. Otros lo ven como un paso firme hacia el futuro de la avia-ción comercial que está naciendo. Nin-guno se equivoca”.

El trío de amigos transita por diver-sos y numerosos escenarios de varios continentes en el relato de sus peripe-cias que resulta una novela de aventu-ras épicas, sin abandonar la aventura interior, la exploración de sentimientos y caracteres, con la contraposición de las personalidades de los tres amigos y de un Saint-Exupéry que se pregunta: “¿Quién es uno mismo? ¿El ser social con cascabeles cosidos a la ropa que uno agita cuando se relaciona con los de-más o el ser silencioso, enroscado hacia adentro, en que nos convertimos cuan-do nos quedamos solos?”. Quizá Saint-Exupéry halló la respuesta pilotando su avión. Y nosotros con él leyendo A cielo abierto.

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