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Literatura Iberoamericana - Investigacion

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GONZALO ZALDUMBIDEGONZALO ZALDUMBIDEGONZALO ZALDUMBIDEGONZALO ZALDUMBIDE

Gustavo Salazar (Editor)

Madrid 2010

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Cubierta: Firma de Zaldumbide tomada de la cubierta de su libro La evolución de Gabriel d'Annunzio. 3 ed. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1964.

Caricatura de Zaldumbide elaborada por el cubano Armando Maribona (1894-1964), en 1924, tomada de Decapitados (París, Excelsior, 1926. p. 64).

Contratapa: Fotografía de Zaldumbide c. a. 1925, tomada de Velia Bosch. Iconografía: Teresa de la Parra. Investigación, recopilación, cronología comentada. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1984, p. 81. © 2010 Gustavo Salazar correo electrónico: [email protected] tel.: (00) (34) 661769613 web: www.salazargustavo.com © 2010 Celia Zaldumbide Rosales CRÉDITOS DE LAS ILUSTRACIONES Y LOS DOCUMENTOS. 1 – 2 – 3 – 11 Biblioteca de La Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo 4 – Biblioteca Nacional de Perú, en Lima 5 – Tomada de Internet 6 – 7 – 8 – 9 –10 Biblioteca particular de Gustavo Salazar FONDOS BIBLIOGRÁFICOS CONSULTADOS Biblioteca y Archivo de la Fundación Zaldumbide-Rosales, en Quito Biblioteca de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo Biblioteca Nacional de Madrid Hemeroteca Municipal de Madrid Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid Biblioteca Tomás Navarro Tomás del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en Madrid Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit, en Quito Biblioteca y Archivo del Centro Cultural Benjamín Carrión, en Quito Biblioteca y Archivo particular de Gustavo Salazar, en Madrid y Quito

Gustavo Salazar tiene el placer de remitirle un ejemplar de esta edición no venal, numerada de 100 ejemplares como presente de año nuevo para el 2011.

Ejemplar Nº …………..

Para ……………………………………………………………

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a María Calle, mi madre

a Sofía, mi hija, una vez más

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LIMINAR

La lealtad del intérprete de una obra, para con el autor, consiste naturalmente en no desfigurarla por el empeño de reducirla a los límites de un juicio preconcebido, en desentrañar la intención esencial, mostrar en su pureza la concepción creadora y luego la medida y forma en que aparece realizada. La fecundidad del crítico consiste a su vez en multiplicar los puntos de vista en torno a la obra así expuesta.

Gonzalo Zaldumbide. (1909).

Ha pasado más de un siglo desde que el escritor ecuatoriano Gonzalo Zaldumbide (1882-1967), publicara su primer libro: De Ariel (1903), en donde glosó inteligentemente la obra homónima, del ensayista uruguayo José Enrique Rodó; desde aquella fecha y la aparición de la recopilación de una buena parte de sus escritos en Páginas (1960-1961), nuestro autor vivió una larga carrera diplomática (1913-1951), que lo llevó a diferentes destinos: Lima, París, Roma, Londres, Washington, Quito, México, Ginebra, Bogotá, Río de Janeiro y Santiago de Chile.

La difusión de la obra de Zaldumbide, lamentablemente ha tenido poca fortuna, por una serie de avatares relacionados con aspectos ideológicos y partidistas se ha visto postergada; la selección de ensayos que realizó Galo René Pérez en 1976, la compilación que hizo Efraín Villacís en 2002 y la selección que preparó Jorge Salvador Lara en 2007, poco han podido hacer para dar la verdadera dimensión de la obra ensayística del autor de Vicisitudes del descastamiento.

Me ha parecido conveniente iniciar este volumen, con los reparos que Deleito y Piñuela, prestigioso historiador español, hizo en 1909 –sin dejar de reconocer el talento crítico de Zaldumbide–, al uso de la lengua castellana en el tercer volumen de nuestro autor.

La respuesta más adecuada a las preocupaciones de Deleito y Piñuela, creo que la da Ventura García Calderón –unas páginas más adelante, en este mismo volumen–, autor de uno de los libros más bellos dedicados a la capital de España, En la verbena de Madrid (1921), en el ensayo que dedicó a las obras de Montalvo, que Zaldumbide preparaba para la Casa Garnier de París.

Mientras en España se tornaba en lenguaje solemne para recepción de academia española la lengua vivaz del pícaro y del místico, el americano quebrantaba la frase para dejarla retoñar, como al romper las piedras fósiles el hacha descubre alguna vez el milagro secular de la conservada rama viva.

Incluimos dos breves reseñas que Cansinos Assens dedicó a los dos primeros

libros europeos de Zaldumbide

A continuación recojo una valoración general de la obra de Zaldumbide, publicada por nuestro gran poeta Medardo Ángel Silva, el autor de “El alma en los

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labios”, letra que musicalizada, se convirtió en el pasillo emblemático del Ecuador; pocos años después de su suicidio, Zaldumbide publicó en París una preciosa antología de su obra, a la cual puso un excelente estudio.

La obra de José Enrique Rodó permitió uno de los mejores trabajos de Zaldumbide, en 1918, su lectura motivó reseñas de los más importantes escritores hispanoamericanos. Francisco Romero alaba las virtudes críticas del ecuatoriano; el dominicano Pedro Henríquez Ureña, lo considera como el mejor estudio que se haya dedicado al pensador uruguayo; un párrafo de Francisco García Calderón basta para retratar a Zaldumbide; el periodista colombiano Alejandro Vallejo, realiza una crónica muy personal al ecuatoriano desde París, en donde éste vierte opiniones muy claras acerca de la creación literaria en Hispanoamérica, al sostener su tesis sobre la literatura vernácula; el capítulo del libro de memorias de José Vasconcelos, nos traslada al París de entreguerras y cómo las representaciones diplomáticas del Ecuador y de México eran de lujo, pero intelectual, ya que eran verdaderos centros de reunión, que permitió que ambos países fueran reconocidos por sus dignos representantes.

Del gran caricaturista cubano, radicado en París, Armando Maribona, incluyo los retratos de varios de los grandes autores incluidos en este volumen.

Joaquín Gallegos Lara, estupendo narrador, defensor del marxismo más ortodoxo, extrañamente junto con algunos sectores de la izquierda ecuatoriana, cayó rendido a los cantos de sirena representados por el popular y populista doctor Velasco Ibarra; en el artículo que reproduzco, se muestra desdeñoso del proyecto editorial de recuperar la obra de ciertos clásicos ecuatorianos. El autor de Las cruces sobre el agua, no imaginó que “el tiempo, gran escultor”, lo ubicaría junto a Zaldumbide; ahora ambos forman parte de nuestra tradición literaria.

Benjamín Carrión, Jorge Carrera Andrade y Alfredo Pareja Diezcanseco opositores ideológicos de Zaldumbide, realizaron valoraciones escuetas y de “compromiso”, más dedicadas al personaje público, “oficial”, que al escritor o ensayista, sin dejar el último de opinar desde su ejercicio de narrador.

La reseña en donde Humberto Salvador valora generosamente la edición de las Páginas de Zaldumbide, tiene la frescura y el mérito de haber aparecido inmediatamente a la edición del volumen.

El apartado de “Opiniones” concluye con la valoración de Égloga trágica, del historiador de la literatura hispanoamericana, el argentino Enrique Anderson Imbert.

Dentro de las varias primicias, que aporta este volumen, destaca de manera particular la breve entrevista realizada por César Vallejo, uno de los mejores poetas del siglo XX –que incluye una fotografía poco nítida–, que nos deja ver la consideración hacia el diplomático y el respeto intelectual que mereció nuestro compatriota por parte de la comunidad hispanoamericana en Francia.

El apartado de “Cartas”, inicia con una comedida carta de José Enrique Rodó, en donde estimula al joven autor ecuatoriano para que siga por el camino del ensayo, alabando sus dotes críticas.

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La carta dirigida a Isaac J. Barrera y la que recibió de César E. Arroyo, son documentos que demuestran que el Parnaso ecuatoriano [1920], no es de autoría de José Brissa, como se ha difundido por varias décadas, sino de Arroyo con la intervención de otros ecuatorianos.

En este apartado incluyo una dirigida al filólogo español Julio Cejador y otra a Julio Torri, que nos muestra los estrechos vínculos culturales hispanoamericanos a principios del siglo XX.

Acerca de la relación de Zaldumbide con la novelista Teresa de la Parra, recojo una carta editada por Velia Bosch, –una de las pocas personas que ha tenido la entereza intelectual de publicar, difundir y defender lo que confirman esas misivas, que Teresa amó intensamente a Gonzalo–; el celo manifestado por quienes la conocieron y pretendieron ocultar, negar o sepultar cualquier testimonio que evidencie esa relación, llegó en ocasiones a la maledicencia, descuidando plenamente que el amor entre dos personas es “exclusivo y excluyente”, otra posición igualmente comprensible sería la de quienes por pudor o respeto a la amiga y luego a su memoria, se reservaron cualquier opinión o comentario, creo que entre los primeros estarían Lydia Cabrera y Juan Liscano y entre los segundos Gabriela Mistral y Margot Arce; a ello añadiremos el testimonio discreto y la caballerosidad de Zaldumbide, que sobrevivió a la venezolana 32 años, de quien sabemos que en su momento hizo entrega de las cartas de la amada a quienes él consideró sus legítimos herederos, pero aparentemente volvieron a sus manos.

La amistad de Zaldumbide con el gran poeta ecuatoriano en lengua francesa, Alfredo Gangotena, se refleja en los dos poemas que este último le dedicó, uno de ellos lo incluyo aquí; las dos cartas con Gabriela Mistral, la de ella, en donde la autora de Desolación insiste en su solicitud al ecuatoriano para que le prologue su poemario, que finalmente apareció sin presentación alguna, con el título de Tala (1937), hablan de su experiencia común, de sus amigos en París, las nostalgias del ecuatoriano; la remitida a Benjamín Carrión, en donde nuestro autor lamenta que no hayan podido ser amigos; la de Margot Arce complementa datos acerca de la amistad entre Zaldumbide y Mistral. Las cartas de Alfonso Reyes, Jaime Torres Bodet y Gonzalo Escudero evidencian el gran afecto y respeto intelectual que estos tres grandes escritores tenían por Zaldumbide.

Al finalizar el volumen reproduzco el poema que la chilena dedicó a nuestro ensayista, “La muerte niña”.

Ventajosamente el tiempo y la distancia nos alejan de la miopía intelectual y la visión partidista, sea a favor o en contra, que tanto daño ha hecho a nuestra literatura en general y a ciertos autores en particular.

Desde mi punto de vista, a Zaldumbide habría que ubicarlo dentro de ese inmenso espectro de lo que Alfonso Reyes denomina la “inteligencia americana”, el resto lo dirán ustedes, queridos lectores.

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AGRADECIMIENTOS

Me place sentar mi gratitud a las personas e instituciones que han contribuido a concluir este trabajo, en primer lugar a la Señorita Celia Zaldumbide, directora de la Fundación Zaldumbide Rosales –en donde se conserva el archivo particular del ensayista quiteño–; a mi amigo Luis Rivadeneira en el Centro Cultural Benjamín Carrión y a Wilson Vega y Vega de la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit, ambas en Quito, por la constancia en el envío de material bibliográfico; a Carlos García, en Hamburgo, colega y generoso amigo pendiente de mis trabajos, a Giovanny Chicaiza y Henry Aguilar por su ayuda informática.

A mi familia: mi madre María Calle y mis hermanos Verónica, Cecilia y Eduardo. A mis afectos en el Ecuador: María Augusta Hidalgo, Susana Salvador Crespo, Yesenia Toala, Eduardo Proaño, Raúl Serrano, Javier Vásconez, Edgar Freire, Raúl Pacheco, Galo Polo, Simón Espinosa Cordero, Cris Albán, Sixmara Torres, Deisy Morales, Patricia Coronel y a mi tío político Luis Lagos, en donde esté; a los amigos en Madrid: Gladys Vera, Gladys Jácome, Carmen López, Carmen Recalde, Encarna Rivillo, Néstor Llorca, Leopoldo Rovayo, Ramiro Gavilanes, Jorge Calderón, Eduardo Plaza, Patricio Bahamonde, Mariana y Emilio Rodríguez y a Gustavo Mateus, Cónsul del Ecuador en Madrid; a mis compadres Carlos Farinango y Violeta Males en Ólvega; a Pancho y Claudia Olmedo en México; a Óscar y Gerlinde Guayasamín, en Alemania; a Víctor Vallejo en Suiza; a Martín Greco en Argentina; a Fidel Narváez en Londres; a Rita, por su mal hábito de quererme.

Deseo consignar mi gratitud a las personas que me ayudaron en mi establecimiento en esta ciudad hace una década, si descuido a alguien ruego me excuse la falta: Lorena Andrade, Cristina Suárez, Fabiola Benalcázar, Jimena Ayala, Patricio Merizalde, Katy Porras, David Villalba, María Elena Porras, Pedro Calvo Sotelo, Paulina Arcos de Carrión, Johanna Espinoza, María Rosa Arroyo (+) y María Dolores Rubio (+).

A la Hemeroteca Municipal, la Biblioteca Nacional, la Biblioteca Hispánica de la Agencia Española de Cooperación Internacional y la Biblioteca Tomás Navarro Tomás (CSIC) en Madrid.

A doña Alicia Reyes por la autorización para reproducir la carta remitida por su abuelo Alfonso Reyes a Zaldumbide, que reposa en la Capilla Alfonsina, en México.

Madrid, 17 de diciembre de 2010. Gustavo Salazar Calle

Aclaración: Para la elaboración de las notas de este opúsculo, me he servido de algunos trabajos anteriores, sobre todo del volumen A media correspondencia (Cartas entre Alfonso Reyes y Gonzalo Zaldumbide 1923-1957), de próxima aparición.

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ALGUNAS OPINIONES ACERCA DE LA OBRA DE ZALDUMBIDE José Deleito y Piñuela∗

La evolución de Gabriel d’Annunzio, por Gonzalo Zaldumbide [El señor Deleito y Piñuela, luego de repasar cada capítulo del estudio que Zaldumbide dedicó a la obra de d’Annunzio, concluye:]

“D’Annunzio –dice Zaldumbide– es un Nietzsche sensual. Es Niezsche menos la inteligencia”, pero con la voluntad de dominio; y combate su ideal de despotismo estético y heroico, por compatible con la sociedad y con los ideales superiores de humanidad y justicia, acusándole de neroniano y algo histrión en sus líricas efusiones. Concluye el juicio sobre d’Annunzio, afirmando que su obra es rica de belleza y pobre de espíritu.

El libro de Zaldumbide, además de revelar a un crítico de orientación moderna, amplia cultura y juicio sintético y penetrante, que desdeña lo accesorio para fijarse en lo principal, está hecho con alma de poeta, vibración de nervios, sensibilidad delicada, elegancia de frase. Y esto aumenta su valor, porque sólo un poeta puede hacer comprender a otro poeta.

Respeto la crítica sabia y erudita; pero no puedo impedir una impresión triste, cuando veo a un disector, ajeno a toda emoción artística, que desmenuza una obra literaria y pasa revista a sus elementos componentes, con la frialdad y la preocupación de lo exterior, con que un entomólogo cuenta las patas de un insecto, dejando evaporar en sus manos, sin que trascienda al lector, el espíritu de la obra, lo que le da fragancia de arte.

Es sensible que el autor incurra en un defecto, general a sus congéneres de la América española, pero extremado en él hasta los más abusivos límites: me refiero al desprecio absoluto de toda ley o conveniencia en el empleo del castellano. Estoy muy lejos de ser un purista, y me hacen sonreír los inquisidores del idioma, como Valbuena1, ∗ José Deleito y Piñuela. “La evolución de Gabriel D’Annunzio por Gonzalo Zaldumbide: un tomo de 378 páginas”. La Lectura. Revista de Ciencias y de Artes. año 10. n. 117. Madrid. sep. 1909. p. 317-319. José Deleito y Piñuela. (1879-1957). Historiador, investigador y catedrático español. Entre 1906 y 1920 estuvo a cargo de la sección histórica de La Lectura. Miembro de la Real Academia de la Historia de España y el Centre Internationale de Synthese Historique, de París. Varios de sus escritos, de una prosa amena y sugestiva, sirvieron para desentrañar aspectos históricos relacionados con los reinados de Felipe IV y Fernando VII. Obras: La tristeza en la literatura contemporánea (1911); La emigración política en España durante el reinado de Fernando VII (1919); Lecturas americanas (1920); La vida española en tiempo de Felipe IV, en 7 tomos: El declinar de la monarquía española, El rey se divierte, Sólo Madrid es corte, También se divierte el pueblo, La mujer, la casa y la moda, La mala vida en la España de Felipe IV y La vida religiosa española bajo el cuarto Felipe (1963-1968). 1 Antonio de Valbuena (1844-1929). Escritor español. Junto con Leopoldo Alas “Clarín”, se distinguió como uno de los más duros críticos literarios de su tiempo. Defensor de la pureza de la lengua castellana, sus acerbas críticas las agrupó bajo las series de libros que denominó “ripios”, muchos de ellos circularon profusamente en Hispanoamérica, al punto de que su apellido devino en el apelativo para dar a los críticos intransigentes y miopes. Obras: Ripios aristocráticos (1884), Fe de erratas del Diccionario de la

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que imaginan destruir la más firme reputación literaria, cuando, entre sutilezas y retorcimientos, sacan a luz el uso inadecuado de un pronombre o el régimen defectuoso de una preposición. Pero de tales remilgos al libertinaje gramatical del autor, media un mundo. Su libro, impreso en París, conserva la sintaxis francesa, inventa o modifica vocablos, ni útiles ni armoniosos, y algunos de un gusto detestable. A seguir de ese modo, no podremos gloriarnos de que en el nuevo Continente se use el habla de Castilla.

El lenguaje del señor Zaldumbide es una jerga pintoresca e ininteligible a ratos, con que estropea la belleza de sus pensamientos y el elevado tono de su obra. Voces como sonambúlico, barbárico, jubilante, nobilitado, visaje, unimisman, incitamiento, meridiante, ecuóreo y otras cien, parecen reunidas por broma para una segunda edición de el Tenorio modernista2.

Academia (1887-1896), Ripios académicos [1890], Ripios vulgares [1890], Ripios ultramarinos (1893-1902), 4 vol. y Des-trozos literarios (1899), entre otras. 2 Tenorio modernista. Remembrucia enoemática y jocunda en una película y tres lapsos. Parodia del clásico personaje de José Zorrilla. Obra de teatro satírica antimodernista, que Melitón González publicó con el seudónimo de Pablo Parellada. (Madrid, R. Velasco, 1906), en donde su autor se mofa de los tópicos con que se les achacaba a los modernistas, dando de ellos una imagen ridícula y estereotipada; a los hispanoamericanos, sus diálogos, fácilmente nos recordarían los recursos, décadas después, de los cómicos mexicanos Mario Moreno, “Cantinflas” y Germán Valdés, “Tin Tan” y el cubano José Candelario “Tres Patines”.

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Medardo Ángel Silva∗

Gonzalo Zaldumbide

En nuestro solar, tierra de apasionados y verbosos líricos, de románticos urgidos por un loco anhelo de sonoros sentimientos o de simples cultores de las bellas palabras vacías, pirotécnicos del lenguaje, hace aparición, por vez inicial, con Gonzalo Zaldumbide, un curioso y ágil espíritu que, desde la obra primigenia delata un ponderado razonar, una reflexiva gracia engalanada por flexible y musical forma y un desusado acierto en el juicio, dones magistrales caracterizados de la mocedad de su posesor.

Atento a las infinitas ondulaciones del pensar contemporáneo, como también nutrido de clásicos saberes; salido de la incertidumbre mental que refleja la indecisión del primerizo en búsqueda de su propia manera a través de extrañas actitudes, revélase en público torneo de inteligencias, con obra que presagia una temprana madurez, comentando el luminoso Ariel del maestro uruguayo3, cuya influencia lejana y perceptible, será tan constante, luego, en toda su actuación literaria, que al silenciar la voz magistral de Rodó más de un estudioso ha pronunciado el nombre de su glosador y feliz crítico para sucederle en el bello ministerio de orientar las nuevas generaciones americanas hacia las albas de oro por venir.

Él, con hondura y perspicacia, estudia y explica la profunda sicología de la obra de Barbusse, aun antes de [que] la fama vocinglera de oficiales consagraciones vibre en loor del trágico poeta de El infierno4.

Con admirable sentido crítico siguió la evolución de Gabriel d’Annunzio de tan acertada manera que su obra prima entre las innumerables inspiradas por “el Imaginífico”–, como suele llamarse al soberano artista de La nave5.

Con límpida sonoridad verbal y en bellos dibujos de almas, escribe sus cuentos, acaso los más exhornados de belleza estilística que cuenta nuestra literatura6. Y si a él pertenece –por bien escrita no es dudable su origen– la Égloga trágica, Zaldumbide ha

∗ Medardo Ángel Silva. “Gonzalo Zaldumbide”. El Telégrafo. Guayaquil, 27 de marzo de 1919. Esta valoración consta en sus Obras completas. Edición de Javier Vásconez, Guayaquil, Municipio de Guayaquil, 2004. p. 655. Medardo Ángel Silva (1898-1919). Poeta y articulista ecuatoriano. El mayor representante de la poesía modernista en el Ecuador. Obras: El árbol del bien y del mal (Guayaquil, 1918), Poesías escogidas. Prólogo de Gonzalo Zaldumbide. (París, 1926). Estudios acerca de su vida y la recopilación de su obra completa los realizó su amigo Abel Romeo Castillo, el mayor especialista en la obra del poeta. 3 Gonzalo Zaldumbide. De Ariel: Discurso pronunciado por Gonzalo Zaldumbide en la distribución de premios de la Universidad Central del Ecuador, verificada al fin del año escolar de 1902-1903. Quito, Imprenta de la Universidad Central, 1903. 95 p. 4 Gonzalo Zaldumbide. En elogio de Henri Barbusse. París, Roger & Chernoviz, 1909. 131 p. 5 Gonzalo Zaldumbide. La evolución de Gabriel d'Annunzio. París, Roger & Chernoviz, 1909. 378 p. 6 Sabemos que Zaldumbide publicó hacia 1913, en el diario quiteño El Día, varios relatos de su proyectado volumen Cuentos de amor y dolor, del cual formó parte la “Parábola de la virgen loca y de la virgen prudente”.

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enriquecido las letras patrias con una valiosa obra inspirada en las bellezas del país nativo, y con estudio penetrante de la sicología racial7.

Sabedor de que el intelecto humano, –y el suyo es un intelecto d’amore, según decir del trágico gibelino– débese a su tiempo y a su país, escruta en el mar turbio de la historia literaria nacional y descubre bellos tesoros desconocidos, exponiendo a la admiración de sus hermanos figuras tan interesantes como poco estudiadas8.

Hoy acaba de publicar un ensayo sobre Rodó9 en que culmina sus facultades analíticas y su perfecto don verbal en forma digna de que el propio maestro de Ariel adoptara a hijo tan gallardo de un talento en sazón para óptimas cosechas de frutos mentales10.

Si no con exclusividad, pues no debemos olvidar a Francisco García Calderón, sí de manera indiscutible Gonzalo Zaldumbide continúa con las mismas facultades que el esteta y pensador difunto, la obra del escritor de Motivos de Proteo en nuestra convulsionada, turbulenta y pródiga América, donde ya se escuchan en vasto rumor armonioso los bellos ideales rodosianos en germinación.

7 Con el seudónimo R. de Arévalo, Zaldumbide publicó fragmentos de su “Égloga trágica”, en la Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria. nueva serie. año 17. t. 17. n. 40. Quito. sep. 1916. pp. 138-154; n. 41. oct. 1916. pp. 181-204; n. 42-43. nov.-dic. 1916. pp. 236-277. [Capítulo I en n. 40/ capítulos II y III en el n. 41/ capítulos IV, V, VI, XII fragmento, XVII, XII final reescrito, XIX, XX, XVI, XVIII, XX final en los n. 42-43; en la versión final aparecerán reescritos o fragmentados. La obra definitiva contiene XXVIII capítulos y 1 de suplemento y la publicó en 1956]. A pesar del seudónimo, en el ambiente intelectual ecuatoriano se sabía que su autor no era otro que Zaldumbide. 8 Los trabajos de investigación, crítica y difusión que Zaldumbide dedicó a autores de la época colonial: Fray Gaspar de Villarroel (1917), Juan Bautista Aguirre (1918) y Antonio de Alcedo (1921), y de la república Juan Montalvo (1932), fueron de trascendental importancia para el conocimiento de estas etapa de nuestra historia literaria. 9 Gonzalo Zaldumbide. José Enrique Rodó. Nueva York / París, Bailly-Baillière, 1918. 103 p. (Separata de la Revue Hispanique; 43). 10 Por lo que Silva registra en este párrafo, entendemos que la misiva del ensayista uruguayo al ecuatoriano, que reproducimos en las páginas 49-50 del apartado Cartas, se habrá hecho pública a la muerte de Rodó en la prensa ecuatoriana.

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Rafael Cansinos Assens∗

Gonzalo Zaldumbide

Blanco-Fombona11 me presenta a Gonzalo Zaldumbide, un joven escritor americano –joven más allá de los treinta– que ha escrito un bello libro sobre D’Annunzio, Las evoluciones de G. D’Annunzio[sic], en el cual se unen la más grave erudición y la más viva belleza de verbo. Este nuevo amigo, pequeñito, comedido, fino y lento, como metido en una urna de cristal finísimo, es todo lo contrario de este aborrascado Fombona y hace pensar en la América sin grandes volcanes, sin flora gigantesca ni largas tempestades, que es acaso la más verdadera América, pero que desencanta un poco. Estos americanos –hay por allá toda una variedad de estos hombres fríos y llenos de prudente reserva que hablan francés y se han formado en la literatura francesa, – representan algo que está ya lejos de nosotros y que se va del mundo de nuestra vehemencia latina por el camino de la Entente hacia el mundo de la ponderación sajona.

Este Zaldumbide ha vivido mucho tiempo en Francia y lo dice con cierto amor vanidoso. Y bien. Conoce toda la literatura francesa, aun la más moderna. Tradujo Les pleureuses, de Barbusse, que luego obtuvo el premio Goncourt por su libro Le feu, ese libro que se nos ha querido presentar como la obra auténtica de un poilu, como la obra maravillosa sin precedentes, surgida por milagro bajo el fuego de esta guerra, y que, como se ve, tiene ya largos precedentes: porque Les pleureuses es, aparte su intención ideal, un poema de estilo y de finos primores. ¡Véase, pues, de dónde venía nuestro poilu! Un desencanto más; pero una confirmación consoladora de la gravedad y actitud del arte. Zaldumbide me habla de La nueva literatura y de mis Hermes12 que encuentra demasiado modelados con piedras de la península.– Es un libro demasiado insular –dice–. Quiere decir que hay poco concedido en él a la literatura extranjera. Él, en cambio, nos concede muy poco a nosotros. No puede comprender que el movimiento novecentista haya sido en cierto modo, y descartadas las grandes influencias de

∗ Rafael Cansinos Assens. “Gonzalo Zaldumbide”. Poetas y prosistas del novecientos (España y América). Madrid, Editorial-América, 1919. pp. 140-142. Rafael Cansinos Assens (1882-1964). Ensayista, crítico literario y traductor español. Su prestigio en Hispanoamérica durante décadas se debió a las versiones al español, para la editorial Aguilar, que realizó de las obras de: Balzac, Dostoievski y Goethe, entre otros. Obras: El divino fracaso (1918), El movimiento V. P. (1921), su nombre se ha actualizado debido a la reciente publicación en tres volúmenes de La novela de un literato (1982-1996), libro de memorias por donde desfila gran cantidad de personajes del mundillo literario madrileño de las primeras décadas del siglo XX, su lectura es amena e instructiva para los curiosos o investigadores de aquel periodo de la historia literaria española, su tono iconoclasta por momentos nos recuerda la del peruano Alberto Guillén en La linterna mágica (1921). Codirigió la revista Cervantes en su tercera y última etapa (1919-1920), junto con César E. Arroyo. Zaldumbide reseñó uno de sus libros: “El secreto de la sabiduría, par R. Cansinos-Assens, Biblioteca Hispania, Madrid, 1918. 180 p.” Hispania. año 1. n. 2. París. abr.-jun. 1918. pp. 184-185. 11 Rufino Blanco-Fombona (1874-1944). Escritor, editor y político venezolano. Desde 1910 salió al exilio, primero se radicó en París y luego en Madrid, en donde, aparte de una amplia producción literaria, panfletaria e histórica personal, desarrollo su ambicioso proyecto de la Editorial América, con la publicación de alrededor de 400 títulos, entre ellos dos de Zaldumbide. En la República española fue nombrado gobernador de Almería (1932), y luego de Navarra (1933). 12 Cansinos Assens publicó en 1917 dos volúmenes de crítica literaria: La nueva literatura: Los Hermes. tomo I y Las escuelas literarias. tomo II.

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Nietzsche y Verlaine y D’Annunzio, un movimiento autóctono. No adivina, por ejemplo, que Rueda ha podido ser un nexo entre el romanticismo y cuanto vino después hasta Rubén. Y sin embargo ha sido así. Andrés González-Blanco, que está con nosotros con su aturdido aire de cadet y luce bravamente, crítico y erudito, su peligrosa boutonnière de violetas, está de acuerdo conmigo…

Tomamos café en el Palace oyendo cantar a lo lejos, muy a lo lejos, en el fondo del escenario, a una mujer fantástica que se querella con la luna, y dedicamos un recuerdo reverente al bronco poeta de Trompetas de órgano13, que ahora torna pesadamente coronado por los lauros de todas las repúblicas de esa América de donde llegan hasta nosotros estos otros finos poetas… Evocamos los tiempos pintorescos de la bohemia novecentista, las efímeras revistas de Villaespesa, sus pueriles entusiasmos por el gran Gabriel, al que atribuía fantásticos viajes de incógnito para saludarle, el tono misterioso y tartarinesco con que nos decía en alguna vaga casa de huéspedes –Lo tengo ahí descansando, mas no quiere ser visto de nadie; nos asombramos de que Zaldumbide no haya contemplado nunca la forma carnal de d’Annunzio ni sentido de cerca la grave aura de su inmortalidad… Y la evocación del gran poeta eleva nuestro pensamiento callado hacia todas las cumbres… Rafael Cansinos Assens∗

En elogio de Henri Barbusse, por Gonzalo Zaldumbide

Vanamente he buscado en el prólogo de la reciente versión castellana de El infierno, de Barbusse14, una referencia al interesante estudio de Gonzalo Zaldumbide, del que publicamos un fragmento en el presente número de Cervantes15. Tal mención era, sin embargo, de justicia, pues antes que por la traducción de El fuego ni El infierno, el autor de estas recias obras se incorpora a nuestra literatura por el perspicaz y profético estudio de Zaldumbide.

Gracias a esta labor de presentimiento, el presunto peludo estaba ya con nosotros, tenía su lugar en el círculo de nuestras devociones estéticas. Pero este parvo y venturoso libro era conocido de bien pocos; sólo de aquellos que no necesitan ser atraídos a la devoción de un nombre presagioso por los golpes de tambor de la actualidad. Si el libro de Zaldumbide hubiese sido leído, muchos maestros de la

13 Salvador Rueda (1857-1933). Poeta español. En su obra lírica se ha querido ver un antecedente de Rubén Darío, algunos tendenciosamente han pretendido negar el valor de pionero e inclusive talento al poeta nicaragüense. Obras: Piedras preciosas (1900), Trompetas de órgano. Prólogo de Manuel Ugarte. Madrid, Primitivo Fernández, [1906], entre otras. ∗ Rafael Cansinos Assens. “Introducción”. En elogio de Henri Barbusse de Gonzalo Zaldumbide. Madrid, Imprenta, Mesón de Paños, 8, 1919. pp. 1-4. (Separata de la Revista Cervantes). Al final del volumen, en las páginas 59-60, consta una “Nota del Editor”, probablemente de autoría de César E. Arroyo, codirector de la revista en aquel entonces, y amigo de Zaldumbide. 14 Henri Barbusse. El infierno. Prólogo de Vicente Blasco Ibáñez. Traducción de Rafael Cansinos Assens. Valencia, Prometeo, [1919]. 15Fragmentos del estudio que Zaldumbide dedicó a la obra del escritor francés, se publicaron en “En elogio de Henri Barbusse” Cervantes. [s.a]. [s.n.]. Madrid. jul. 1919. pp. 28-76.

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literatura periodística se habrían ahorrado descubrimientos inútiles. Ya habrían podido también decirnos algo profundo –naturalmente que tomándolo de Zaldumbide– sobre el autor de El fuego. Como en otras ocasiones, ellos solo vieron lo externo, lo anecdótico, el uniforme chamuscado del autor, la parte sensacional de sus obras. Reporteros con librea literaria, sólo vieron el suceso. Ahora, en el prólogo a que aludo, tampoco su autor, el escritor naturalista16, ha creído necesario hablar del estudio de Zaldumbide, que acaso no conozca, y sea ésta una alegación en su descargo.

Pero ese predestinado estudio, que descubrió y supo apreciar la grandeza íntegra de un escritor, antes de que la popularidad consagrara su nombre y un libro oportuno, iluminado por todas las llamas de la guerra, irradiase la luz innumerable sobre toda su obra anterior, tendrá siempre el mérito incomparable de la prioridad, y por la perspicacia que en él recogió las direcciones cardinales del pensamiento de Barbusse, restará valor a toda posterior exégesis. Ese parvo estudio del Barbusse obscuro –que era ya, sin embargo, el autor de Las suplicantes y El infierno– honrará siempre al crítico que la suscribe, no sólo por su perspicacia adivinadora, sino también moralmente por la modesta devoción con que dedicó una de sus guirnaldas de entusiasmo a ornar un Hermes, aún no consagrado por las unciones del episcopado literario.

Como traductor de El infierno, es decir, como un lector más atento que la generalidad, que por fuerza ha sondeado el estilo y el pensamiento del autor, me creo autorizado para confirmar la exégesis de Zaldumbide, cuya interpretación del propósito de Barbusse es admirable. Todo el libro, en efecto, está escrito desde una zona de sombra que atisba la luz de último término, y así el libro todo se va formando en la penumbra, en la dirección de esa luz, semejante a esas plantas que se orientan para florecer hacia un rayo de sol. Sólo cuando ha alcanzado esa luz florece el estilo en plenitud de gracias y de diafanidad. De ahí su giro sesgado e indirecto y sus dificultades. ¡Qué peligro no hubiera sido para un traductor aturdido cada peldaño de esa obscura escalera de caracol! Más de una vez tropecé en ellos con las manos llenas de rosas. Pero cuando la palabra florecía en la luz, me parecía escuchar la voz de un hermano. ¿No canta, de vez en cuando, en esas sombras un poema lleno de ternura, un salmo largamente trémulo de piedad?

Respecto a la obra misma, poco puede decirse después del estudio de Zaldumbide. ¿Recordaría aquí, como precedentes suyos, El diablo cojuelo, de nuestro Guevara, y El sofá, de Crevillón? Pero en estas obras falta la seriedad de la mirada que atisba; la mera curiosidad prevalece sobre toda intención y la más alta finalidad parece lograda en una sátira contra las costumbres. Más bien recordaría la mirada hacia atrás, la suprema y fatal mirada, vencida por la curiosidad más terrible del poeta de Francia, cuando, llevando en sus brazos a la esposa rescatada de la muerte, se volvió, a su pesar, para sorprender el pavoroso secreto de las sombras infernales.

A semejanza suya, el protagonista del libro de Barbusse, en vez de abalanzarse a los balcones luminosos de la vida, se sintió atraído irresistiblemente a mirar por la rendija de aquel tabique de su cuarto de fondo, al través del cual se le brindaban a la contemplación, en toda su verdad, todos los dolores del infierno terrestre.

16 Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928). Escritor, periodista y político español. Uno de los autores más célebres y más vendidos de principios del siglo XX, actualmente se le denominaría best seller, con su Los cuatro jinetes del apocalipsis (1916), que finalmente sería llevada al cine en 1921, protagonizada por Rodolfo Valentino. Otros títulos suyos: Arroz y tartana (1894), Cañas y barro (1902), etc.

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Francisco Romero∗

José Enrique Rodó, por Gonzalo Zaldumbide

Viene a sumarse esta monografía a los ya numerosos trabajos sobre el autor de Motivos de Proteo, suscitados por su muerte y que hacen prever para dentro de breve plazo el libro definitivo. En la literatura de nuestro idioma, esta comprobación comporta una singular alabanza: los autores de más indistinto mérito carecen aún de esa síntesis explicativa, útil y válida, aunque provenga de críticos medianos, porque supone el aprovechamiento en ella de largas investigaciones anteriores, de todo el acopio de la crítica y de la erudición, aplicadas sistemáticamente durante años. Es bueno insistir sobre el carácter social de la interpretación literaria, como de todo otro trabajo. El trabajo útil es el emprendido en vista de los resultados ya obtenidos, para aprovecharlos y superarlos. En la crítica española falta continuidad, investigación paciente, disciplina; cada tratadista parece emprender de nuevo toda la estimación literaria. Las consecuencias son lamentables. Los valores, aun los más remotos, aparecen indecisos, flotantes, librados al capricho de cualquier fantástico historiador de la literatura, amigo de sorprender al lector. El hombre que lee de vez en cuando, que no se dedica especialmente a ello, sabe muy bien cuales son los clásicos franceses, pero no los españoles. Habrá oído los nombres de Ronsard, de Malebranche, y no los de Solórzano, Vives, Sánchez. Habrá leído a Cervantes, estará convencido de que era un genio pero no sabrá por qué. Y si es hombre un tanto desocupado y entusiasta, estamos expuestos a que el día menos pensado tome la pluma y nos demuestre que el autor del Quijote previó la navegación aérea, fue zoólogo eminente y se adelantó a los italianos de la escuela positiva en el nuevo derecho penal.

Ni siquiera los modernos escritores, aquellos que no necesitan para ser debidamente interpretados un esfuerzo de erudición que depure los textos, aclare la filiación, las influencias, etc., tienen el libro que nos revele en síntesis su vida y su genio, el hombre y la obra. Debemos felicitarnos en el caso presente, pues, parece probable que Rodó, por lo menos, lo tendrá próximamente.

Lo anuncian los estudios sobre él que ya tenemos. Hay entre éstos labor puramente anecdótica y de impresiones fugaces, sin importancia. Hay también impugnaciones, como la del señor Lasplaces, publicada en El Hogar a raíz de la aparición de El camino de Paros, en la que nos detendríamos si no se fuese alargando esta nota más de la cuenta. Hay, por último, ensayos donde la sinceridad y el empeño del propósito crítico aparecen sobre toda otra cosa, preparando la síntesis más completa a que nos referíamos.

∗ Francisco Romero. “Gonzalo Zaldumbide: José Enrique Rodó”. Revista del Ateneo Hispanoamericano. año 1. n. 4. Buenos Aires. jun.-jul. 1919. pp. 289-291. Francisco Romero (1891-1962). Pensador, ensayista y catedrático argentino, nacido en Sevilla (España). Fue profesor en las Universidades de Buenos Aires y de La Plata. Su pensamiento recibió la influencia de Alejandro Korn, José Ortega y Gasset y Nicolai Hartmann, sobre todo de este último; una de las características de su doctrina es la trascendencia. Director de la biblioteca Filosófica de la editorial Losada, responsable de la publicación de más de 60 títulos que incluye importantes traducciones y obras originales en lengua española. Obras: Sobre la historia de la filosofía (1943); ¿Qué es la filosofía? (1953); Historia de la filosofía moderna (1959).

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Entre éstos está la monografía del señor Zaldumbide que motiva esta nota. Estudiando las relaciones con el medio, comprueba el autor la independencia espiritual de Rodó. No hay influencias locales, ni aún americanas en él. Y no solamente por el azar de las circunstancias, sino por el designio de asimilar toda la cultura europea en sus más altas, en sus últimas manifestaciones; la cultura es ya universal y el arte de campanario sólo es posible mediante una afectación de ingenuidad, de primitivismo que desde el comienzo lo viciaría. Pero sí por el pensar, por la emoción profunda con que siente su América, es Rodó íntimamente americano. En pocos hombres de su generación, acaso en ninguno, hay esa su visión profética de la América una, única. Las fronteras, que en esta parte del mundo tienen un significado completamente diverso del que tienen en otras, apenas separan para él las naciones de su Continente. Ariel es para el señor Zaldumbide el momento culminante en la prédica idealista y en la creación artística del escritor. En Motivos de Proteo encuentra un esfuerzo más sostenido, pero cierta monotonía en el tono, poniendo en duda, además, la eficacia de la sugestión orientadora. Propone –y es cosa muy digna de tenerse en cuenta– la subdivisión de este libro en partes o tomos separados, y la publicación aparte de las parábolas. Esto último se ha hecho ya para algunas, en folleto de pocas páginas, y por cierto que el primor y la profundidad del ejemplo aparece así mucho mejor que en la maciza urdimbre del libro original, donde, empleando al revés una sabida paradoja que Ortega y Gasset ha comentado largamente y casi legitimado con peligrosa sutilidad en las Meditaciones del Quijote, “el bosque no deja ver los árboles”.

Muy otro carácter ofrece El mirador de Próspero, libro que, frente a Ariel y a Motivos de Proteo, representa la segunda mitad de la actividad de su espíritu, la que se aplica a comentar la impresión del día o el libro reciente, o a estudiar hombres determinados. Aquí el crítico pone sobre todo lo demás del libro el magnífico ensayo sobre Bolívar, que es en verdad estupendo. Solamente en algunas páginas de Menéndez Pelayo, en su discurso pronunciado en el aniversario cervantino de 1905, o en el primer volumen de la Historia de la novela17, se alcanza, en lengua de España, esa suprema elocuencia, donde concurren felizmente la insuperable maestría del decir, la nobleza y altura del pensamiento y la emoción hondísima. Pero en Menéndez por la naturaleza de su obra, aparece a ratos, en el comienzo y al final del citado discurso, en breves pasajes de la antedicha Historia, y en Rodó se mantiene sin declinar a lo largo de esas cuarenta páginas, que poseen la rara virtud de fijar como magnéticamente la atención del lector, impidiéndole dejar su lectura una vez comenzada.

Sería excusado el intento de dar idea en una nota bibliográfica del rico contenido de esta monografía. A ella acudirán en lo sucesivo cuántos deseen comprender mejor al gran escritor uruguayo. Digna del autor estudiado por la austeridad y la honradez de la crítica, por la cordial simpatía que la inspira, por el cuidado puesto en el lenguaje, acaso pudiera pedirse un análisis más riguroso respecto a puntos determinados. Es permitido pensar que Rodó puso en circulación una idea no muy exacta de Darío, cuando en esas mismas Prosas profanas que tenía a la vista, la voz solemne de los centauros cubría y

17 Aparentemente el título Historia de la novela, es el nombre común con el cual se conocía a los Orígenes de la novela. tomo 1. Madrid, Bailly-Baillière e hijos, 1905. (Nueva Biblioteca de Autores Españoles; 1), de Marcelino Menéndez Pelayo; Rafael Cabrera en una carta desde París, el 30 de abril de 1923, a Alfonso Reyes le dice: “He soñado tantos bellos libros españoles… Quisiera tener las obras que se publicaron bajo la dirección de D. Marcelino, como una continuación de los Clásicos Ribadeneyra, principalmente la Historia de la novela”. Serge I. Zaïtzeff. Alfonsadas. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Rafael Cabrera 1911-1938. México, El Colegio Nacional, 1994. p. 67.

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relegaba a segundo término todo lo fútil y artificial de estas composiciones. Algo también habría que decir respecto a Ariel, pero en este caso sería aplicado a la doctrina en él sustentada datos de juicio muy posteriores. Y también –pero esto puede no ser sino una predilección personal– hubiéramos deseado que se recordara, al nombrar El mirador de Próspero, “Mi retablo de navidad”, no solamente por la delicadeza insuperable de ese recuerdo infantil, sino por la eficacia y justeza de la evocación, por lo que representa de intento victorioso de decir lo inefable. Nada de esto obsta al mérito del ensayo del señor Zaldumbide. Y terminamos deseando sea pronto editado en forma más accesible, para que sean más los que aprovechen su esfuerzo.

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Pedro Henríquez Ureña∗

José Enrique Rodó, por Gonzalo Zaldumbide

En el tomo XLIII de la Revue Hispanique publica Gonzalo Zaldumbide su estudio sobre José Enrique Rodó. El trabajo del escritor ecuatoriano es, probablemente, el mejor que se ha escrito sobre el autor de Ariel.

Con perspicacia singular, Zaldumbide ataca desde luego “el problema de Rodó”.

–¡Cómo! –exclamará cualquier lector del maestro uruguayo–. Rodó es limpidez, diafanidad, seguridad; su “temperamento” nunca hace invasiones molestas en su obra; su ideología no produce “inquietudes”, y a menudo parece obvia. ¿Cuál puede ser el problema de Rodó?

El problema estriba, precisamente, en que un escritor de tales cualidades haya sido proclamado, “con alarmante unanimidad…, el primer prosista de Hispanoamérica”; en que resultó “solitario, y casi inexplicable, dentro de su horizonte, este espíritu tan poco singular, empero tan humano y tan universal”. Rodó es el escritor que nace maduro, no porque le falte calor juvenil a su prosa, sino porque es perfecta desde que se inicia. Su cultura es muy moderna, y, sin embargo, evita la preocupación de “estar al día; es “superior a todas las modas, exento de vanidades, con dominio acabado sobre cuanto contribuye al realce de su aptitud natural”. Y este supremo dominio de sí, este aspecto de “civilización” perfecta que caracteriza a Rodó, es lo que le hace ser único en la América actual, y a la vez representativo de lo que ella aspira a ser. “Encarna… la civilización que vamos aprendiendo, la mente que vamos asimilando”.

En la historia de la literatura hispanoamericana, durante el siglo XIX, los comienzos presentan hombres del tipo de Rodó, hombres de orientación clara, de cultura bien adquirida y disciplinada, como Bello, Olmedo, José Eusebio Caro, Juan María Gutiérrez. Pero sobrevive el romanticismo y con él la noción de que el “genio” era esencialmente improvisador (noción halagüeña para la tradicional tendencia hispana a la improvisación). Al romanticismo se le deben, pues, unos cincuenta años de desorden; y –contra lo que pudieron creer los ignorantes– el “modernismo” representó, siquiera, un retorno al cuidado de la forma. Entonces es cuando aparece Rodó. Si de momento se le clasifica entre los “modernistas” –principalmente porque no escribe como sus inmediatos predecesores–, pronto comienza a vérsele como figura sola y magistral.

∗ Pedro Henríquez Ureña. “Estudios sobre Rodó” (I. A[lfonso] R[eyes]; II. P[edro] Henríquez] U[reña]), El Sol, Madrid, 22 ene. 1920. p. 12. Pedro Henríquez Ureña (1884-1946). Ensayista y filólogo dominicano. Vivió varios años en México, en donde capitaneó al grupo de intelectuales del Ateneo de la Juventud, al cual pertenecieron entre otros, José Vasconcelos y Alfonso Reyes, para éste último su orientación y exigencias fueron determinantes para consolidarlo como uno de los mejores escritores en lengua española, como se desprende de su epistolario. Su labor académica y ensayística fueron trascendentales para valorar y difundir la literatura y cultura hispanoamericanas. Obras: Horas de estudio (1910), En la orilla. Mi España (1922), La utopía de América (1925), Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928), Plenitud de España (1940) y Las corrientes literarias en la América Hispánica (1949).

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Sin darle a su americanismo formas ruidosas ni pintorescas, la obra de Rodó “se inspira en el amor a América”. “El razonado presentimiento de su importancia en el mundo le hizo esperar que un día América se alzaría a colaborar y aun a presidir en la obra inmensa y concorde de la civilización. Para ello creía preciso conformar nuestro espíritu al de los viejos pueblos latinos, herederos y continuadores de la norma clásica y todavía conductores de la humanidad”.

Así como en lo literario, Rodó se enlaza con los comienzos del siglo XIX, así también en los ideales políticos vuelve al sentido de la unidad de la América española, característico de aquel periodo inicial. “Fue Rodó quien más hizo por despertar, de su extraviado sonambulismo, la conciencia de esa unidad, y por exaltar los destinos a ella vinculados”.

En capítulos sucesivos, estudia Zaldumbide la formación intelectual de Rodó (mezcla, sobre todo, de elementos españoles y franceses, fundidos en equilibrio perfecto); la obra (con especial examen del Ariel –del cual “data, en nuestra América, la moderna reacción idealista”– de Motivos de Proteo, construcción “evolutiva” del pensamiento de su autor, y de los estudios de El mirador de Próspero, sobre todo el “Bolívar” y el “Montalvo”); el escritor (con análisis interesantes, que hubieran podido ser más completos), y el espíritu de Rodó.

Como pensador, Rodó es solamente, según Zaldumbide, y según otros, un admirable expositor que da a las ideas, ajenas o del acervo común, la unción espiritual que era don suyo. Hay ligereza, probablemente, en esta opinión a menudo repetida. Hoy nos parecen obvias las enseñanzas del Ariel; pero si eran obvias, ¿cómo nadie las propagó antes que Rodó? ¿Cómo es que su obra produjo impresión honda, que no fue de total asentimiento al principio, puesto que no le faltaron impugnadores? No; el trabajo de fijar el valor que tienen para la América española las normas clásicas y el ejemplo de los Estados Unidos, es trabajo original de Rodó, que nadie había igualado después. Y los Motivos de Proteo constituyen un ensayo, original también, de fundar la ética del “devenir”, del cambio que no se halla en ningún otro pensador moderno, pues ni Bergson ni Croce formulan todavía su ética, y la moral de los pragmatistas padece de la falta de normas superiores frecuente en la ética sajona.

“Nunca en América –dice Zaldumbide hacia el final– se apagará el eco de la voz de Próspero despidiéndose de sus amigos. Cada generación le escuchará de nuevo; suavemente, pensativa y seria, avanzará hacia la vida, sintiéndose mejor después de haberla oído”.

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Ventura García Calderón∗

Montalvo

La casa Garnier, de París, ha encomendado a Gonzalo Zaldumbide la edición de las Obras completas de Montalvo, que verán la luz en 1920. Semejante edición, que reuniera obras dispersas y refrendara antiguos juicios, era esperada desde hace un cuarto de siglo. Oportuna parece hoy, cuando, merced al estudio de Rodó y a más frecuentes vínculos intelectuales de América, se extiende del Ecuador al Continente la gloria del último clásico.

A nadie mejor que al autor de dos ensayos magistrales sobre d’Annunzio y Rodó le correspondía la delicada gestión de albacea mental. Por un lento camino, semejante a la encendida ruta del Hijo Pródigo, regresa el admirable crítico a su América. En la juventud de su entusiasmo salió también a buscar emociones y aventuras. Por ese paisaje musical, donde las Vírgenes de las rocas esperan como novias de un imposible sposalizio, se extravía Zaldumbide con todos sus contemporáneos de entonces; mas el joven de luto que ha leído a Pascal sabe medir como un médico triste la curva de su temperatura lírica y escribe La evolución de Gabriel d’Annunzio, libertándose de la influencia primera, en busca de más lúcido equilibrio. Su José Enrique Rodó, que es de ayer, parece el segundo episodio de esta historia intelectual: el crítico no sólo aspira a comprender, sino refiere sus titubeos de creyente que al abandonar el culto motivara su penosa y reciente incredulidad. ¿A qué nuevo amor, a qué dogma nuevo entregarse? Observad cómo este escritor, que va tratando de conciliar en la vida su melancolía heredada con sus deberes de mundano elegante, sólo estudia a los paraninfos del optimismo universal. Se diría que con angustiada curiosidad averigua en los altos espíritus el misterio de la alegría. ¿Cómo explicarla cuando no es satisfacción vulgar de Cándido, sino constancia del árbol engañado por todas las primaveras? d’Annunzio, Rodó, Montalvo, parecen las esfinges sucesivas a quienes va preguntando el aterido viajero el secreto de la sonrisa. Y quizás porque lleva, como Edipo, un ansia infinita de serenidad en su alma predestinada a la aventura, analiza tan soberbiamente a esos poetas de la vida feliz el poeta arrepentido y sedentario que sólo quiere ser Gonzalo Zaldumbide.

De aquel triunvirato del entusiasmo, el más singular de todos ha sido tal vez el ecuatoriano. Quijotesca fue su vida, victoriosa en todas sus derrotas. En la literatura española, como en la vida de su mejor ingenio, el Quijote parece el minuto de equilibrio entre un romanticismo sin médula y un realismo que pudiera ser soez. En el Montalvo del juvenil Cosmopolita, en el Montalvo que asiste con todo Michelet en la cabeza a

∗ Ventura García Calderón. “Montalvo. (A propósito de una edición definitiva de sus obras)”. Semblanzas de América de Ventura García Calderón. Madrid, Imprenta de G. Hernández y Galo Sáez, [1920]. pp. 201-206. (Biblioteca Ariel; 4). [Editada por la revista Hispano-Americana Cervantes]. Ventura García Calderón (1886-1959). Ensayista, cuentista y diplomático peruano. Realizó sus primeros estudios en Lima, pero pasó gran parte de su vida, junto con su hermano Francisco en París, fueron los anfitriones de los hispanoamericanos que llegaban a Francia. Maestro de la crónica literaria: En la verbena de Madrid (1920); en poesía y prosa poética: Cantilenas (1920), dedicado a Zaldumbide; en cuento publicó La venganza del cóndor (1924); y en ensayo destacan Del romanticismo al modernismo (1910) y Semblanzas de América (1920); preparó la antología de poesía de su país: Parnaso peruano (Barcelona, Maucci, [1917]) y la Biblioteca de cultura peruana (1938), en 13 tomos. En 1925 publicó una versión al español de Los Rubaiyat de Omar Khayyam.

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suntuosos a suntuosos crepúsculos de Roma, es decisiva la lectura de aquel libro. Mientras los otros románticos de América amplifican una visión vaga de la vida que tan escaso jugo de humanidad encierra, Montalvo trabaja en lo concreto, devora libros de memorias, traza cuadros exactos de su realidad local, busca en las vidas históricas ejemplo y sobriedad para guiar la nuestra. Algo queda, por supuesto, en los Siete tratados de aquellos delirios tan en boga en América después de la publicación de Las ruinas, de Volney, mas henchida está de miel humana esa divagación universal. Como Bolívar, como Sarmiento y Palma, como todos los espíritus directores del Continente, va despojándose con los años del vacuo y peligroso romanticismo.

Sólo que, después de haberse enriquecido con tal polen de siglos, se ha de vivir en la nativa serranía en contacto con el barbero de Cervantes, el Barrabás de charreteras que cantara Darío y el sumiso chagra feudal. Esta fue la tragedia de Montalvo y la explicación humana de su ira. Pero también por ser más rico que los otros, porque de su romántico belvedere miraba ocasos de Roma, banquetes de Platón, desfiles de Bolívar, los más ilustres espectáculos que puede ofrecer a su propia fantasía un poeta en vena de hermosura, no era posible que Montalvo se ensañara. Su cólera se desahoga siempre en carcajadas, y de las puntas de sus frases nerviosas sale al cabo, como de la nube eléctrica y preñada, la chispa que prepara la lluvia.

Su risa es la humanizada forma de la indignación que tiende a serenarse. Al combatir, entusiasmándose, olvida que lucha para sólo recordar que diserta. Pertenece a la estirpe de esos admirables artistas de la palabra que se encrespan cantando como ciertas aves en los novilunios. Movido ya por aquel calor, que no sólo proviene del público invisible, sino de la interna combustión, desdeña el objeto primero de su enfado, y la catilinaria o la filípica sólo son para el alma vertiginosa una alta romería de historiador de siglos o un paseo circular por los osarios predilectos. Los mismos amigos de Montalvo se sorprendieron a veces de que la justa empeñada en la tierra acabara en el cielo y se perdiera el polemista por los cerros de Úbeda, que son paisaje manchego. De aquel divagar por almas y por libros no podía volver al campanario con los sórdidos rencores ajenos, que hasta en la cólera se puede ser menesteroso, y era pródigo Montalvo en su manera de acometer riendo. Tal vez la historia del libelo no recuerda semejante desprendimiento en el odio. Imaginamos a un Gargantúa travieso como el payaso de Banville, que arrojara su riqueza de tropos a la cabeza del contrincante pequeño o grande, Veintemilla o García moreno. Veneros de un vocabulario cernido con amor, servían para envolver la miseria de algún personaje polvoriento, como esas momias egipcias de quienes sólo nos interesa y perdura el arte incorruptible de la mortaja. La historia de los repúblicos de Roma o las Vidas de Plutarco eran un arsenal para confundir a cualquier tiranuelo del Ecuador. La desproporción es evidente, y ¡quién no adivina la tristeza de esas catilinarias sin Catilina!

Por eso divaga, traspone siglos, viene con la memoria llena de ejemplos, de anécdotas, de ingeniosas palabras. Con su excursión renueva en la literatura española el género perdido del ensayo, cuyos dos progenitores fueron un francés y un inglés, Montaigne y Adisson. Pero a ninguno de los dos pudiera comparársele. Aunque desgaje historias para regalo del “amigo lector”, la curiosidad burguesa de Montaigne no traspasa el horizonte de su jardín. Y nada menos británico que este otear en redondo con sobrio y clarividente señorío. Se pierde Tristan Shandy por los vericuetos de su alma irónica, divagando estratégicamente con lentitud de hombre del Norte; mas nunca vuelve de su Viaje sentimental como este Don Juan de las ideas que ha amado en todos

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los paisajes. ¿Dilectante? Quizás, pero no es femenina, sino viril, su aprehensión de cada cosa. ¿Pensador? Pero el pensamiento exige la lógica del camino real, y no éste ascenso jadeante por sendero de cabras. ¿Poeta? Sí, poeta sagaz que domina su arrebato cuando quiere porque ha estrangulado a su romántico interior, y como los furibundos personajes de la tragedia clásica, sólo sabe afrentar con hermosas palabras.

Este amor a las palabras le designa en seguida por uno de aquellos predestinados que se inspiran y embriagan, según los dogmas de Gautier, leyendo el diccionario. Mientras en España se tornaba en lenguaje solemne para recepción de academia española la lengua vivaz del pícaro y del místico, el americano quebrantaba la frase para dejarla retoñar, como al romper las piedras fósiles el hacha descubre alguna vez el milagro secular de la conservada rama viva. “En Francia –decía Heine– el idioma ha sido tan filtrado durante siglos por la charla de sociedad, que ha perdido irrevocablemente las expresiones abyectas, las expresiones obscuras, lo turbio y lo confuso; pero también todo el sabor, todas esas virtudes saludables, todas esas magias secretas que manan bajo la palabra inculta.” Análoga pero disecadora filtración ocurría en España, y debiera leerse a los autores del siglo XVIII antes de probar una página de Montalvo para derivar del contraste una enseñanza. Se rejuvenece, se engrasa, se nutre con limos suculentos esta frase rápida. He aquí que se acelera el rigodón español con el más gentil compás de danza. Quizás extrema alguna vez su clasicismo el gramático andante, porque desea aprovechar un secreto herbario de giros y un invernadero de locuciones. ¡Cómo no excusarle su alegría de monedero que cuenta y prueba el tesoro de su gaveta! Puesto que durante largos años, por la simple sospecha de galicismo, se puso a todo americano en entredicho, es bueno que Montalvo tenga a Cervantes acotado por si llegara a desmandarse algún Hermosilla de Ultramar.

Pero merced al genial ecuatoriano no necesitaremos buscar únicamente en España los modelos. Tal vez Montalvo es el mejor y el más útil de todos, porque nos da el ejemplo de una prosa moderna, en donde caben el vocablo y el giro provectos. Todo lo suma en su obra múltiple: un realismo picaral que evoca antiguas parrandas; una gracia maliciosa aprendida en La Celestina; una ansia súbita de moradas eternas, por donde llega a la altura de las sublimes y vertiginosas páginas en que Luis de Granada refiere la tragedia católica; un lirismo pensativo que redime a nuestra América de tantos gritos imitados; una elegancia casi altanera y exclusivamente suya, todo lo hallaremos en los doce volúmenes de esta edición definitiva, que irá disponiendo con temblorosa pericia la mano experta y cordial de Gonzalo Zaldumbide.

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1. Fotografía en grupo, realizada a finales de septiembre de 1920, tomada de:

Ventura García Calderón. Páginas escogidas. Madrid, [Javier Morata], 1947.

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Francisco García Calderón ∗

Gonzalo Zaldumbide

Fuera de la elocuencia, refinado y lleno de gracia, de la gracia alada de Sainte-Beuve, irónico, suavemente, porque es bueno, erudito sin polvo de archivos, sabio que no desdeña el salón, es Gonzalo Zaldumbide, uno de los más sutiles críticos de América, después de Rodó. Heredero de ilustre nombre ecuatoriano, ha publicado escasos libros, algunos artículos; ha vivido en las sinuosidades de la diplomacia, un poco distante siempre; y de la visión del mundo ha derivado una tristeza discreta. Calla… quizás porque en el tumulto de la América comercial, caudillesca, tribunicia, el silencio es la actitud de los espíritus selectos. Un libro suyo, La evolución de Gabriel d’Annunzio, revela a un pensador y a un escritor, analista de rara sutileza, prosador de exquisito decir. Pocas veces se reunieron tantos dones en obras de ultramar: la más seria cultura y el giro elegante de la frase, el fervor lírico, que no es barata elocuencia, y una dignidad magistral que conmueve sin esfuerzo. Otro ensayo suyo sobre Henri Barbusse es, seguramente, el mejor de los comentarios que ha provocado el esfuerzo original de un artista de visiones dantescas.

2. Armando Maribona. “Francisco García Calderón”. Los decapitados. París,

Excelsior, 1926. p. 107.

∗ Francisco García Calderón (1883-1953). Escritor y diplomático peruano. Gracias a la calidad de su obra ensayística y al rigor en el manejo de las ideas, a la muerte de José Enrique Rodó se creyó que Zaldumbide, Pedro Henríquez Ureña o él, serían uno de los rectores intelectuales del pensamiento hispanoamericano. Delegado de su país en la Sociedad de las Naciones, fue embajador en Bélgica. Fundó en París la Revista de América. Publicó entre otros títulos: Hombres e ideas de nuestro tiempo (1907), Le Perou contemporain: Etude sociale (1907), Les democraties latines de l’Amérique (1912), El wilsonismo (1920) y En torno al Perú y América (1954).

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Alejandro Vallejo∗

Gonzalo Zaldumbide

Al frente del salón, muy lujoso, salón de la casa de Gonzalo Zaldumbide, en donde hago espera hay un bello jardín. Yo pienso primero que es un gran jardín particular. Estaba un poco desorientado a causa de haber entrado por una avenida que nos toca el jardín, pero después me voy acercando más el balcón y reconozco los jardines del Campo de Marte, y siento el topetazo, casi en la frente, de la torre Eiffel. Es allí, con esta vista, al mismo tiempo de gracia y fuerza de la torre donde voy hacer la entrevista.

Mientras espero, recuerdo el poema de Alfonso Reyes.

Torre Eiffel, jirafa de encaje…

Después llega Zaldumbide, y detrás un criado con servicio de café. Tomamos el café y empezamos a hablar. Zaldumbide hace la defensa del pueblo francés, cuando lo acusan de nacionalismo literario, de hermetismo. –Espiritualmente –dice– no hay un pueblo más generoso. Francia riega su cultura con una prodigalidad soberana. Y acoge todo valor extraño y lo levanta hasta donde otro país no podría levantarlo. Solamente que algunos grandes escritores extranjeros tardan en ser reconocidos, hay que disculpar a los franceses. Tienen tanto ellos de ellos mismos, que no les sobra mucho tiempo para salir a ver qué hay por fuera… Dicen también que los franceses no viajan, y realmente no viajan mucho, pero cuando un francés sale al mundo es un viajero ideal. Los franceses se traen al mundo entre el bolsillo.

Es tan justo el concepto que acaba de expresar Zaldumbide, que inmediatamente se me viene a mí a la imaginación una serie de nombres de viajeros franceses que ciertamente se han traído el mundo entre el bolsillo: Taine, Stendhal, Gautier, Flaubert, Loti, Barrés, Gide, Morand, Montherlant, etc. Nunca viajeros de otros países nos han hecho ver tan bien al mundo como los franceses… Los ingleses, todos los ingleses se pasan la vida viajando, por los mares, las montañas y las ciudades. Las caravanas de ingleses llenan las ruinas, los museos y los monumentos de todas partes. Cuando se piensa en una de estas cosas se añade involuntariamente la idea de un inglés que mira. ¿Y qué es lo que los ingleses nos han contado de sus viajes? Poco más que los viajeros de otros países, pero los franceses… Ellos descubren los tesoros de arte perdidos y las huellas de las culturas desaparecidas, penetrando los misterios de los pueblos más herméticamente encerrados durante siglos. Nos hacen ver, realmente ver, todos los países. Nos dicen cómo se ama, cómo se vive, y cómo se trabaja en cada rincón de la

∗ Alejandro Vallejo. “Escritores de América. Gonzalo Zaldumbide”. El Telégrafo. Guayaquil, 30 de octubre de 1927. Lo reproduzco de La noción de vanguardia en el Ecuador: Recepción, trayectoria, documentos (1918-1934) de Humberto E. Robles. 2ª. ed. Quito, Corporación Editora Nacional / Universidad Andina Simón Bolívar, 2006, pp. 116-122. Alejandro Vallejo (1902). Escritor y periodista colombiano. Fundó con Eduardo Santos la revista Continente, además fue columnista de El Tiempo. Obras: Bogotá, 8 de junio; La casa de Berta Ramírez; Entre dios y el diablo.

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tierra. Nos dan el ritmo y el acento de todas las razas. Y porque los franceses, saben decir lo que ven, ya de Francia no es posible contar.

Después hablamos de la literatura moderna francesa.

En la literatura moderna, dice Zaldumbide, hay un sentido nuevo, el de la velocidad. No se pierde el tiempo en darle explicaciones al lector, en guiarlo en todos los pasos, sino que se le deja una parte de trabajo. Que el lector contribuya, que colabore un poco, que complete lo que apenas se le insinúa. Así se recorre más camino. Al mismo tiempo se encuentra un sabor nuevo, una celeridad en las adquisiciones que lleva al lector a la concentración en sí mismo… Antes todo estaba tan explicado, tan detallado, que el lector se encontraba como sin objeto, como sin tomar parte en la lectura. Se le llevaba de la mano, no tenía que cuidarse de él, que pensar en sí mismo y se quedaba como afuera.

En la nueva literatura francesa, Zaldumbide admira a Morand.

–Morand –dice–, ha perdido ya el titubeo que hay en el buscador de originalidad. Morand escribe con la firmeza de quien ha encontrado su camino, y es original sin perder el criterio de perfección.

Después habla de Anatole France, de quien cree que subsistirá contra la crítica del momento. En el estilo de France ve la fuerte trabazón interior del espíritu clásico.

–¿Qué entiende usted por espíritu clásico? –le pregunto.

–Primero, el amor a la verdad, sobre todo, y luego, esa fuerte trabazón interior que encadena todas las partes de la obra haciendo de ella un todo sólido… El continuo criterio de perfección y de verdad puesto en todos los momentos. Racine… Los llamados clásicos españoles no son tan clásicos verdaderamente. Se advierte en ellos partes desprendidas, momentos de pura fantasía, de romanticismo… En América tenemos un clásico, tal vez el único: Rodó… A América nos llegó no como una forma de evolución lógica, sino como una cosa aprendida… Para poder reaccionar contra lo clásico es necesario haber sido antes clásico. El clasicismo es a la literatura lo que el catolicismo a la moral, una tiranía, un yugo, si usted quiere, pero una tiranía necesaria para la formación sólida de la personalidad, aunque uno después se liberte de ella. El espíritu más libre no es el que ha sido siempre libre sino el que se ha libertado.

Y habla de América, de Darío.

–Darío –dice– era también un espíritu clásico. Darío está fuera del movimiento moderno, pero quedará. Si no hubiera dejado sino innovaciones de composición, pasaría. Si no hubiera dejado sino originalidad, pasaría. Si no hubiera dejado sino su versalismo, pasaría también. Pero en Rubén Darío hay, sobre todas esas cosas, el valor humano que no pudieron ver los infinitos imitadores de Darío.

Y habla de un poeta ecuatoriano que casi, casi, igualó, el único, a Darío, al Darío angustiado, humano, de Cantos de vida y esperanza, Medardo Ángel Silva, quien se suicidó en Guayaquil a los 22 años, tal vez por cierta obsesionante semejanza de temperamento, de circunstancias y hasta de nombre, con José Asunción Silva.

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–Medardo Ángel Silva escribió poemas que se podrían confundir con los

mejores de Darío. Hay momentos en que se piensa, leyéndolo, en las Stances de Moréas, el gran influidor de Darío.

Zaldumbide me hace el regalo del libro de poemas de Silva. El libro tiene un prólogo de Zaldumbide en donde hace el elogio del poeta. Con el mismo generoso empeño y con la misma sinceridad con que estudia la extensa obra de Rodó, en su libro sobre el pensador uruguayo y con el mismo férvido entusiasmo, Zaldumbide nos ilustra en este prólogo sobre los poemas y sobre toda la personalidad de un muchacho, que apenas empezaba a darle forma a su expresión, pero en donde, sin embargo, se adivina algo de misteriosa anticipación del genio. Yo abro el libro al acaso, y encuentro los versos de esa canción, que casi anónima, flota por toda América en los ritmos de una música de un encendido romanticismo. “El alma en los labios”, esa canción ingenua y sin literatura, pero de gran sentimiento, que yo he oído en muchas partes en los labios de mujeres bonitas y también en los labios de rudos marineros, sin saber nadie de quién era. Es un bello homenaje al poeta, muerto joven, que lindas mujeres y marineros ingenuos repitan, en horas sentimentales, los versos que él dedicó a su novia.

Después habla de Ifigenia, la novela de Teresa de la Parra.

–La novela de Teresa de la Parra es un valor humano, no un producto literario. Hay allí un acento de verdad, de sinceridad. Es algo que ha salido de ella misma, de su sensibilidad, con el ritmo natural de su respiración… Hay también algo de fatal. El ambiente pesa fuertemente sobre la heroína, y se ve el espíritu vencido. Pero esa sumisión es aceptada, no como triunfo sino como una fatalidad. Pero sobre todo, hay como una música que se siente flotar a cada frase. Ifigenia es la mejor, tal vez la única novela americana que puede tener un valor universal…

Carlos Reyles, el escritor argentino, ha escrito una gran novela también, pero no es novela americana, pasa en Sevilla, es El embrujo de Sevilla.

–¿Usted no ve desadaptación en los escritores americanos, que explotan temas europeos sin haberse hecho obra americana?

–¿Qué quiere usted si Carlos Reyles siente más, si comprende mejor la belleza de Sevilla que en la pampa, entre europeos que entre gauchos, por ejemplo, ¿por qué va a sacrificar a un americanismo exótico su temperamento? Mejor vale escribir una cosa europea bien, que hacer americanismo de mal gusto… El americanismo literario tiene algo de ridículo. Se quiere a todo trance vestirnos de plumas, y de taparrabo, queriendo con eso hacernos aparecer más originales… Dígase lo que se quiera, nosotros tenemos más de europeos que de indios, somos todos europeos, los argentinos, los mexicanos, los colombianos, los ecuatorianos, todos los americanos, aun el que tenga más cara de indígena. Todo lo que somos, malo o bueno, lo hemos recibido de Europa, estamos atados a nuestro origen europeo por mil lazos indestructibles.

–Entonces usted cree que a pesar de eso que Valéry llama “la crisis del espíritu” y Spengler la “decadencia de Occidente” en donde la civilización europea parece fracasada, ¿nosotros debemos seguir siempre mirando a Europa?

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–Fatalmente… América no ha podido inventarse una civilización europea. Y acuérdese usted que el mismo Valéry dice que a pesar de todo, todo está aún en este “petit cap du continent asiatique” que es Europa… Yo me duelo de ver esa grande energía en México y en el Perú, empeñada en buscarse una civilización en su propio suelo. México y el Perú son españolas, profundamente españoles, pero allá están empeñados en ser indios como queriendo ser más originales. Y la originalidad buscada es artificiosa, es errada. La originalidad de un pueblo tiene que ser el producto de factores y de circunstancias acumuladas en el tiempo. Además hoy no es posible crear una civilización autóctona. Hoy las relaciones y las comunicaciones entre todo el mundo hacen de la civilización un todo homogéneo. La celeridad de las comunicaciones entre todo el mundo hace imposible el aislamiento. El mundo todo es hoy un vaso comunicante. Para el surgimiento de una civilización autóctona se necesita de una raza aislada durante siglos, como vivió la raza china… Rodó, que es nuestro escritor más americano y nuestro mejor escritor, tenía mentalidad europea, sensibilidad europea, cultura europea. Él aplicaba el espíritu europeo a las cosas de América, y de allí el que haya calado tan hondo en América.

–¿Rodó ha calado en América? ¿Usted cree que, por ejemplo, las palabras de Ariel han sido escuchadas?

–Mejor que no… en ese concreto punto de Ariel. Es un reparo que tal vez no se le ha hecho a Rodó. Ese exceso de idealismo del Ariel estaba bueno para predicárselo a pueblos fenicios, a masas de traficantes. Por eso el Ariel debió escribirse en inglés, o mejor en yanqui. En los Estados Unidos hubiera estado muy bien. Pero a nosotros nos conviene lo contrario. Nuestras pequeñas repúblicas están pobladas de soñadores. Sobre pueblos perezosos, enamorados de las quimeras, de manera que predicarnos más idealismo era inyectarnos la pereza, la inacción, el sopor que de sobra tenemos. A nosotros, se nos debe predicar lo contrario, el amor a la tierra sobre todo… Yo creo que el enriquecerse no es inmoral. La riqueza trae el bien. La necesidad más urgente para Hispano América es una instalación de material firme. Después vendrá lo demás. Siempre nos quedarán poetas de sobra. Los poetas no se mueren. Si el salchichero vive, el poeta puede vivir. Pero si el salchichero muere, ¿quién alimenta al poeta? Para ser idealista con eficacia hay que ser rico y fuerte.

Zaldumbide tiene en preparación un libro sobre la conquista en donde estudiará la personalidad de Gonzalo Pizarro, hermano del conquistador del Perú, don Francisco Pizarro. Gonzalo Pizarro fue en América el primero que se rebeló contra la monarquía española. Zaldumbide considerará lo que hubiera sido América si desde entonces se hubiera independizado.

A este propósito, Zaldumbide va a hacer un corto viaje a Cáceres, en España, cuna de los Pizarros para documentarse sobre el origen de ellos.

Zaldumbide dice ser sólo un aficionado, no un profesional de las letras. Los compromisos de la diplomacia no le dejan casi tiempo para entregarse a una labor seguida. Es ministro del Ecuador.

–Pero en todo caso la diplomacia es un buen mirador y desde París se ve a América muy bien. Para ver América hay que verla desde París. Desde aquí se la ve en conjunto. Las diferencias de cada país no son sino matices. Aquí los latinoamericanos

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nos sentimos venir de un mismo origen. Usted y yo podemos entendernos sobre muchas cosas que no podría comprender un sueco, por ejemplo. Al sueco tendríamos que empezarle a explicar hasta elementales circunstancias de clima.

Hablando de crítica, de la cual Zaldumbide ha hecho su especialización, dice que ante todo debe ser impresionista. Reglas y preceptos no sirven para nada. Y cuanto más desprevenido se esté, mejor. A este propósito recuerda la amable boutade de Anatole France, que decía que a veces hasta la lectura del libro sobraba. Un día le preguntaron a France que si había leído el libro sobre el cual había escrito, y dijo que no para no torcer su criterio.

–El crítico mejor que hay hoy en Francia es León Daudet. La sola revelación que él hizo de Proust basta para consagrarlo así, porque Proust se lo debe a Daudet. Y ahora, muy recientemente, él nos ha hecho conocer a Georges Bernanos.

Gonzalo Zaldumbide es un hombre de una gran simpatía y una gran gentileza. Aunque no siempre sus palabras convencen, y a veces se siente uno al otro extremo de sus opiniones, no he querido yo discutirle. Primero porque no ha sido a discutir que yo he venido sino a tomarle opiniones para el público más que para mí. Pero sobre todo porque es tan cordial, tan extremadamente cordial, el ambiente en la casa de Zaldumbide, que una opinión contraria, aún sobre las más abstractas cuestiones, tendría allí cara de mal huésped. Yo he vuelto a casa de Zaldumbide. Esta vez me regala su libro sobre Rodó, del cual yo me propongo escribir mi impresión de profano. Y me regala también un ejemplar numerado del fragmento de Ifigenia traducido por Miomandre y publicado en la colección de Les amis d’Edouard.

–Ese es ya un triunfo para Teresa de la Parra, dice Zaldumbide, el que le hayan acogido sus páginas en esa colección.

Realmente es una colección de tiraje limitado a trescientos ejemplares, en donde no figuran sino grandes nombres, nombres como Gourmont, Barrés, Maurras, Duhamel, etc. A propósito de esto vuelve a hablarse de la autora de Ifigenia con quien, a más de su grande admiración por ella, lo une también una grande y noble amistad.

–Ella me ha comisionado para que en la próxima edición de su novela se suprima todo lo que no esté bien. Y le aseguro a usted que he entrado allí con el más implacable criterio, tijera en mano, y sólo he encontrado, de las 520 páginas, 60 que en rigor se podrían suprimir. Todo lo demás es de una extraordinaria belleza, que suprimirlas sería una profanación verdadera.

Durante el almuerzo, la presencia de la señora de Zaldumbide quitó a nuestra conversación todo carácter literario. Era lógico. Cuando hay una mujer bonita la literatura es enojosa. Y la señora de Zaldumbide ponía en los temas mundanos el prestigio de su gracia. Hablamos también del barrio latino, y Zaldumbide recuerda alegremente sus tiempos de estudiante allí, cuando con 500 francos era feliz, podía ponerse vestidos como los de un argentino (ya se sabe que los argentinos y en general los sudamericanos es la gente que más importancia les da a los vestidos bonitos), vivir en el mejor apartamento del barrio y tener su amiguita…

París; de 1927.

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José Vasconcelos∗

El París de la victoria

No se advierte en Francia el chauvinismo; nadie anda contando que el soldado francés es valiente; ya que se supone que todo soldado lo es. Sólo allí donde el soldado pierde las batallas pero veja al civil, se tiene que estar repitiendo que es muy valiente el ejército. El soldado francés ha ganado demasiadas batallas para tener arrogancias y el ejército no está compuesto allá de mercenarios, sino de toda la población, así que no existe abismo de militares y paisanos, como castas hostiles. No se hablaba, pues, de la victoria, ni en los diarios franceses, ni en las conversaciones del café, pero se vivía el ambiente de una victoria que era más bien tragedia. Pues la ruina económica más devastadora se hacía sentir en todas partes, se demostraba innegable con la depresión cotidiana de la moneda. El gobierno de coalición de Poincaré, abogado honrado y capaz, salvó al fin la moneda; y fue restableciendo la confianza. Pero en los días en que llegué, a principios de noviembre del veinticinco, se hubiera dicho que París estaba de venta y en remate. Por cantidades que con nuestra moneda resultaban insignificantes, se tenía una gran comida y buen hotel; la depresión general incitaba a todo el mundo a gastar; estaban llenas las fondas, ocupados los teatros, brillantes los centros de placer. Y hacían todavía por entonces vida activa, en la ciudad, los iberoamericanos, y no únicamente dirigiendo el tango, o pagando las grandes cocotas, con el sudor de la gleba argentina, o con el hurto al tesoro de México según lo hacían los militares callistas compitiendo en derroche con los estancieros; también la acción espiritual de nuestras gentes se hacía sentir.

En la estación de París habían estado a recibirme dos amigos: Chacón y Calvo, mi compañero del viaje a Andalucía, que acababa de ser trasladado a la Legación cubana de Francia; y Alfonso Reyes, mi viejo colega del Ateneo, que seguía de Ministro de México en París, convertido en devoto callista. En su propio modesto hotel del rumbo de Montmartre, Chacón, conociendo mis gustos, me había apartado un cuarto en el piso más alto, lejos del ruido.

De un café me sacaron una mañana dos jóvenes centroamericanos, Pacheco, el escritor, y Toño Salazar, el caricaturista, para llevarme a la casa de Zaldumbide, el escritor y Ministro ecuatoriano en París. Era la hora del almuerzo y en seguida nos hallamos frente a un plato de arroz con plátano, a estilo tropical y una comida magnífica. El departamento lo tenía puesto con lujo proveniente de su propia fortuna, pues lo sueldos que paga el Ecuador no son excesivos. Una abundancia de estatuitas de caballos de bronce daba una nota personal al moblaje. Zaldumbide es un criollo puro. Le tenía yo cierta mala voluntad por su tesis de que se es un descastado en América

∗ José Vasconcelos. “El París de la victoria”. El desastre. (Tercera parte de Ulises criollo). Sexta edición. Primera expurgada. México, Editorial Jus, 1958. pp. 364-367. José Vasconcelos (1882-1959). Pensador, ensayista y político mexicano. Desempeñó el cargo de Rector de la Universidad de México y luego nombrado Secretario de Educación Pública, desde el cual realizó la transformación de la educación y la cultura en su país. Sus ideas acerca del mestizaje hispanoamericano las plasmó en La raza cósmica (1925); importante es su autobiografía en 5 volúmenes: Ulises criollo (1935), La tormenta (1936), El desastre (1938), El proconsulado (1939) y La flama (1959). Cuando el mexicano viajó al Ecuador en julio de 1930, su gran anfitrión fue Zaldumbide, tal como lo registra Vasconcelos en el capítulo “El tesoro de la amistad”. El proconsulado. Edición expurgada. México, Editorial Jus, S.A., 1958. pp. 341-346.

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porque estamos lejos de Europa, tesis inversa de la mía, que el descastamiento consiste en quererse hacer europeo. Pero lo primero que me desarmó fue la sencillez perfecta de aquel desajustado de América y su sincero y ardiente americanismo. Era fácil ver que su tesis tenía algo de razón; por lo que tenemos todos de Europa, prueba que la amamos, apenas ponemos un pie en su suelo; pero como en Europa no somos sino desplazados y metecos, resulta que, en seguida, el instinto nos devuelve a lo americano y nuestra tragedia consiste en no acabar de definirnos del todo en el sentido autóctono. El mayor obstáculo para hacerlo es la tendencia a confundir lo autóctono con lo aborigen. Todo nos liga a Europa y todo nos separa del aborigen; por eso el recurso más eficaz adoptado por el pueblo argentino que se ha dedicado a hacer de la Argentina una sucursal europea. Y con supresión calculada de todo lo indígena. Nosotros en México, y también los ecuatorianos, por el número de nuestra población indígena, nunca podríamos adoptar medidas tan radicales. Nuestra aventura nacional está llena de complicaciones y esto la hace más interesante, la convierte a menudo en drama. A nosotros no nos basta con edificar una ciudad a la europea; nos es indispensable una labor de educación que introduzca la modalidad europea en el seno de las conciencias indígenas. De otro modo ocurrirá lo que enseña nuestra historia, que más tardamos en construir la ciudad europea, que la indiada en destruirla.

De todo esto y de la inquietud social de toda Europa hablamos en aquel almuerzo tan amable. Zaldumbide, escritor selecto, pensador fino y poeta de sensibilidad, me predicaba un credo social derivado de d’Annunzio. Acababa de visitarlo en el Vitoriale. Levantar a los humildes, pero por la vía de la cultura y del arte; sin sacrificio de las conquistas espirituales de la civilización.

Alfonso Reyes sostenía la Legación mexicana con menos lujo que Zaldumbide la suya, pero con igual brillo intelectual. Famosos escritores de Francia, jóvenes y viejos frecuentaban la modesta casa del Ministro poeta, uno de los pocos mexicanos que han logrado interesar a la crítica francesa con sus propias producciones y sus estudios de Góngora, de Mallarmé. Le ayudaba a hacer amable el ambiente de la Legación su esposa Manuela, una mujer de primera, muy comprensiva, muy inteligente, diestra por instinto y afable por buena disposición de ánimo, que es la mejor manera de ser cortés, sin frialdad, sin exceso en la fórmula.

Existía relación estrecha entre Alfonso Reyes y Zaldumbide. Tanto que la Legación del Ecuador fue la elegida para la primera lectura de la Tragedia de Alfonso, Ifigenia. Resultó una recepción extraordinariamente brillante. Llegué a ella cuando empezaba la lectura; en el salón había poco menos de ciento cincuenta personas. Sentado al frente, en una mesita, Alfonso recitaba leyendo. Era su propia biografía, su posición vital, expresada bajo el velo del antiguo mito, en versos un poco fríos pero impecables, a ratos bellísimos, por la imagen, como en aquel símil del caballo que salta queriendo salirse fuera de su sombra. Fuera de las sombras de su pasado político familiar, se había colocado Alfonso al afiliarse a la revolución. Y este era el sentido secreto de su Ifigenia. Insistía en el derecho de disponer del propio destino, en tierra nueva y lejos del embrujo, de la maldición que envuelve a la propia casta. En suspenso, por más de una hora, todo el mundo escuchó la lectura. Después de los aplausos cálidos de pleitesía sin reservas, la concurrencia se repartió en grupos y Zaldumbide, tomándome del brazo, empezó a presentarme. Entre algunos conocidos, tuve ocasión de crear amistades nuevas; por ejemplo, la del Ministro de Colombia, Ismael Enrique Arciniegas, poeta y traductor de poetas que muy galantemente dijo:

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–Usted es Maestro de la Juventud de Colombia. Mi Legación está a sus órdenes;

allí estará usted en casa.

Entre las conversaciones y el obsequio del champaña, resonaba la melodía arcaica de la quena andina. Un terceto de músicos del Ecuador revivía en viejas flautas la doliente, casi lúgubre melodía de los incas. Por otro rumbo de la ciudad, en la Legación peruana, un indio escritor también, daba recepciones a la europea; no se hubiera atrevido a exhibir lo indígena, como lo hacía el criollo y europeizante Zaldumbide.

El fermento de la vida latinoamericana en París lo daban los muchachos de la Asociación General de Estudiantes Latinoamericanos. Apenas llegaba a París personaje de significación intelectual, los beneméritos estudiantes organizaban una velada. No es tan fácil como se cree eso de hablar en París. Y no porque lo impida ninguna autoridad, sino por la carestía de los locales. La más modesta sala se deja pedir más de mil francos por unas horas. Con todo, los estudiantes, de su peculio, lograban siempre local y congregaban auditorio. Empezaba a estar candente el tema que posteriormente dividió a la Asociación Estudiantil y casi acabó con ella: el bolchevismo y su aplicación americana. En mí veían a un revolucionario, pero independiente, incapaz de atarse de pies y manos con ningún ismo. Para hacerme hablar y para generalizar la discusión, se organizó un torneo. Hablarían en él representantes de todos los sectores de opinión. Por ejemplo, Zérega Fombona, el venezolano, representó la tendencia cientificista y jerárquica, casi fascista, al estilo Maurras. En general, todo el derechismo del momento seguía a Maurras. A mí me ha irritado siempre un derechismo regresivo que anda buscando los derechos humanos de una dinastía desprestigiada. Igualmente me irritan los extremistas que andan endiosando a Stalin, el ex seminarista. Se leyeron buenos discursos aquella noche; se llenó la sala y hubo entusiasmo. Cuando yo hablé, no dejé de señalar el peligro que para la revolución significaba solidarizarse con regímenes de asesinato, de fariseísmo y estulticia. Tenía yo en los labios el nombre de Calles, pero veía hacia abajo entre el público, en primera fila, a Zaldumbide y a Alfonso Reyes. ¿Me atrevería a insultar a Calles delante de su Ministro que había concurrido, al parecer, como mi amigo? Por consideración a Alfonso no personalicé, hablé nada más contra los fariseos, los traidores del movimiento popular. Y a la reacción le dije: “Después de cinco mil años de porquerías vienen ahora otra vez con la idea monárquica”. El público aclamó, gritó, porque se había dado en el clavo; por esos días andaba circulando, del Barrio Latino a Buenos Aires, un Manifiesto de Maurras a la Juventud Iberoamericana. Yo no había leído el tal manifiesto, pero el instinto republicano que nos viene desde Roma y desde Atenas, y cierta incorregible presunción criolla, vanidad meteca, me predisponía contra la jefatura de un Maurras, nacionalista francés.

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Joaquín Gallegos Lara∗

Los clásicos ecuatorianos y el culto a los muertos

Al llegar a París, Montalvo, aunque zambo, era como un dios griego, por la fuerza de su persona y por su juventud. Se ganó los besos de muchas francesitas, de esas que tanto gustan a los ecuatorianos que viajan. Pero los labios con que besó, ya no los tiene, según me lo describe una amiga que lo ha contemplado hace poco en Ambato.

El crespo cabello, que alisaron suaves dedos de mujeres, se pega, mojado de ácidos sobre el cráneo. Guardan el cuerpo sumergido en un líquido verde. Sus manos fuertes, que un día empuñaron la pluma y la vida, yacen esqueletizados. Los algodones que le han puesto donde tuvo el cerebro y el corazón, hieden a desinfectantes y a podrido.

La conservación de la momia de Montalvo, entre susto de turistas y bromas de estudiantes de medicina, es una de las demostraciones del culto grosero y materializado a los muertos que, proviniendo de la edad de piedra, subsiste en nuestro país.

No es ésta la única momia que veneramos fetichistamente, otras andan sueltas, haciendo de ministros, diputados, escritores, gobernadores,… Se obliga a este pueblo joven a respirar polvo de muertos. Así como el Ecuador estaba harto de los que usurpaban el nombre de liberales, lo está de momias muertas y vivas. Lo está igualmente de las normas y costumbres que hacen que los muertos sigan mandando y que vierten sobre la alegría de vivir, un soplo hediondo a pasado.

El culto troglodítico a los muertos es, probablemente el culpable de que Arroyo, durante su reinado –la orgía inconclusa como lo llama con acierto sutil Leopoldo Benites– no haya realizado lo único bueno que pareció procuraba hacer.

Dándoselas de protector de las letras, el actual enfermo de los nervios de la Embajada de Colombia18, dispuso publicar una colección de clásicos ecuatorianos.

Cuatro volúmenes alcanzaron a salir: uno por cada año de oprobio. Para muestras bastan esos cuatro botones. En nadie más, que en esa mediocridad difunta que ∗ Joaquín Gallegos Lara. “Los clásicos ecuatorianos y el culto a los muertos”. El Universo. Guayaquil. 2 nov. 1944. p. 8. Lo tomamos de Páginas olvidadas de Joaquín Gallegos Lara. Estudio introductorio, recopilación y edición de Alejandro Guerra Cáceres –el mayor especialista en su obra–. (Guayaquil, Editorial de la Universidad de Guayaquil, 1987. pp. 64-68). Joaquín Gallegos Lara (1911-1947). Narrador y articulista ecuatoriano. Fervoroso militante de izquierda; junto a Enrique Gil Gilbert y Demetrio Aguilera Malta iniciaron el proceso de transformación de la narrativa ecuatoriana al publicar el libro de cuentos en grupo Los que se van (1930), al inaugurar la literatura de denuncia dentro de la corriente del realismo social en Hispanoamérica. Obras: Las cruces sobre el agua (1946), Biografía del pueblo indio (1952). Javier Vásconez preparó la edición de sus Obras selectas. (Guayaquil, Municipalidad, 2007). 18 “Desde las 10 de la noche del 28 de mayo de 1944, un grupo político había estallado en Guayaquil al grito de Viva Velasco Ibarra. Patrullas armadas enardecidas se lanzaron a las calles, esta acción terminó a las 9 de la mañana del siguiente día. La guarnición militar y el pueblo atacaron e incendiaron el Cuartel de Carabineros acantonados en Guayaquil, el único que respaldaba a Arroyo del Río. Renunció el Presidente Arroyo y pidió asilo en la embajada de Colombia. De inmediato el grupo político denominado Alianza Democrática Ecuatoriana ADE, asumió transitoriamente el poder”. Humberto Oña Villarreal http://www.explored.com.ec/ecuador/velasco2.htm

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siempre fue Arroyo, pese a la fama de talentoso que sus lacayos le daban, pudo pesar tanto el culto totémico a los muertos.

Así, él entregó la publicación de los clásicos a una pandilla de momias plumíferas, dignas de ser sumergidas en el desinfectante verde en que lo tienen metido a nuestro pobre, querido y gran don Juan Montalvo. De allí proviene el fracaso de lo único bueno que insinuó intentar el de Río.

Publicar ediciones populares de nuestros escritores del pasado, en lo que mantienen de viviente, de puro y alto para el destino humano, es, en efecto, una gran labor. Es reanimar y afirmar nuestra tradición y, por ello mismo, alumbrar nuestro futuro. Mal petrificarlos es un crimen. Es darles una segunda muerte, como diría nuestro fogoso y áspero Padre Aguirre.

Los escritores de hace dos mil años a los de hoy, no valen porque observan las reglas de la gramática, como los retóricos cacarean. Claman por lo que enseñan a luchar, por lo que ayudan a vivir. Subsisten por lo efímero que logran vitalizar en eterno. Tal es su perennidad. Eso es lo que los hace, como el vino generoso, mientras más añejos más jóvenes.

Antes de mancharse las manos con la sangre del 15 de Noviembre, Arroyo fue un poeta cural. Escribió una poesía ridícula titulada “Aves sin nido”, engendro inconfesable del cual posee una copia indiscreta Pedro Jorge Vera. Para las letras, Arroyo fue momia desde que empezó a escribir. Aquellos a quienes encargó reeditar los clásicos, hicieron selecciones y prólogos dignos de su amo y de ellos mismos. En este país rebelde sólo las momias se prestan para esbirros. Aunque claro, por mucho líquido verde en que lo ahoguen, la de Montalvo habría gruñido: ¡No!

¿Quién más que Juan Montalvo, habría sentido asco de Carlos Arroyo?

Hicieron aparecer primero un tomo de Eugenio Espejo. Lo clasificaron Volumen IV. Hay que confesar que la actitud y la acción de este indio maravilloso, fueron superiores a sus escritos. De éstos, pocos siguen vibrando. Le caen como plomo a la gente de hoy. Reproducir sus textos íntegros no es tarea de literatura sino de arqueología literaria. La introducción y notas las produjo un señor Barrera, conocido en Quito como periodista mediocre y agente de Arroyo.

No se puede alegar la época para excusar lo que han envejecido las obras de Espejo. Siglos antes que él, se escribieron cosas que se leen con el interés que pueden leerse, por ejemplo los últimos renglones escritos anoche por Bernard Shaw. Cincuenta páginas exiraotadas [sic] y su biografía de cobre incendiado, nos bastan de Espejo.

Las solas charlas de convento colonial del P. Villarroel, constituyen el Volumen I, que salió segundo de la edición que se trata. El comentario huelga. Fuera de uno que otro chispazo de la picardía que hizo inmoralmente alegre a Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, salpicando entre páginas densas, todo el P. Villarroel es fiambre.

El diplomático Gonzalo Zaldumbide prologó a Villarroel. Escritor de verdad, pero latifundista ecuatoriano afrancesado. Zaldumbide, en su literatura, da un ejemplo de tragedia de la inteligencia oprimida por la camisa de fuerza del prejuicio social.

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De lo publicado en estos clásicos, lo único viviente es el tomo que salió en tercer

lugar: el Volumen III, las poesías del P. Aguirre. ¡Ese fraile sí que fue un diablo! ¡Qué energía poética nordio [sic] y qué limbos de ensueños supo descubrir! El sí que perennizó lo efímero. Sus ardientes encajes místicos, sus requiebros pasionales a hermosas criollas, a las que se adivina tras el disimulo que imponía su condición de eclesiástico, sus insultadas a los críticos literarios –estúpidos entonces como ahora– todo respira fuego en sus versos.

Zaldumbide ha escrito lo mejor que la diplomacia coctelera y el recuerdo de los indios de su feudo le permite, en el prefacio que acompaña esta emocionante reaparición del P. Aguirre.

En cuarto lugar, ubicado Volumen X, editaron una selección del grande y atormentado Obispo González Suárez. También éste en sus escritos llega mucho más allá de su sotana. Cada renglón suyo siempre será América. Aunque parezca mentira en ese Ecuador, fue sabio, poeta e historiador, a la manera universal. ¿Qué importa lo que de él se escoja para reeditar? Siempre supo escribir como hombre.

La gente trabajadora de Guayaquil, allá en su mansión señorial de Quito, al ilustrísimo señor don Jacinto Jijón y Caamaño, también como una delicada momia, de huesos de galalita y músculos de pergamino. Nos reímos de él, pero rabiando de su peso de parásito feudal.

Quienes lo conocen, aseguran que este caballero chapetón se asemeja a Felipe II de España, tal como lo describe Bruno Frank, en su biografía de Cervantes; por su soberbia y su parsimonia, que no son probablemente sino temor de caerse a pedazos si se hace un gesto brusco. A este señor lo hizo Arroyo fabricar un prólogo pedante y politiquero, al libro noble de González Suárez.

Nuestro Obispo historiador surgido del pueblo, creía –con razón o sin ella– hallar en el catolicismo la fe progresista del Ecuador en marcha. Para Jijón y Caamaño, por el contrario, el catolicismo no es sino un foete espiritual contra sus esclavos ecuatorianos.

Tales fueron nuestros clásicos, según la versión de Arroyo, negación de la cultura y negación del Ecuador. Otra cosa son y deben ser para el pueblo.

Hay que aclarar la bajeza con que estos clasicizantes han mezclado en este lío, en calidad de peón literario, al P. Aurelio espinosa Pólit, sacerdote de veras, alma clara, auténticamente cristiana. Él ama los clásicos españoles y grecolatinos con hondo saber modesto. Es un traductor ágil e inspirado de Virgilio. Ellos lo pusieron a restablecer textos, utilizando sus conocimientos, experiencia e intuición. No le confiaron un prólogo. Los viles tienen tanto miedo a las almas puras como a las rebeldes.

Ellos fingen amar a los clásicos, en esta versión muerta de nuestras letras. Se regodean en su podre y sus cenizas. El pueblo ama los clásicos, en lo que prologan inmortal, en su vitalidad, en su ejemplo de vida, en su dignidad, en el camino que muestran hacia el futuro.

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Benjamín Carrión∗

En el año jubilar de Gonzalo Zaldumbide

Gonzalo Zaldumbide, la figura mayor de la literatura ecuatoriana actual, cumple en este año la etapa jubilar de su vida y de su obra.

En estas líneas de emocionado homenaje, no he de intentar un juicio sobre el hombre y la obra: sería menester un volumen para consignar todos los pasos de esta trayectoria fecunda, por los caminos de la literatura, de la diplomacia, de la política. De la suave maestría del crítico, de la buida penetración del descubridor de horizontes de bellezas y verdad, del bendecidor de las mejores palabras.

Zaldumbide que conoció –y fue conocido– por los deslumbrantes maestros del modernismo, no debe ser inscrito, por edad y tendencias, en esa pléyade inigualada, de la cual fueron capitanes, en la poesía, Darío, en la prosa, Rodó. Tampoco puede ser considerado como un continuador o un discípulo: su serena, cesurada, admirable interpretación del uruguayo –uno de los ensayos definitivos escritos en América Latina en lo que va de siglo– sitúa precisamente a Zaldumbide en la gran avanzada de la promoción siguiente. Aquella que, en poesía, dio la nueva norma con González Martínez: “Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje”.

Zaldumbide y Alfonso Reyes, son los capitanes de la nueva prosa; como Gabriela Mistral, González Martínez y Manuel Bandeira –entre otros–, inauguran la nueva poesía. Junto a ellos, filosofaban Antonio Caso, Korn, Vasconcelos y novelaba Rómulo Gallegos, Güiraldes, José Eustacio Rivera, Mariano Azuela, nuestro Luis A. Martínez…

Al par que la obra personal –que miraba por igual a América y Europa–, Zaldumbide realiza la obra de descubrimiento y enaltecimiento de la literatura patria. Las ediciones de Montalvo en la Casa Garnier de París, difundieron el nombre y los libros de Don Juan, quien antes de eso era más nombrado que leído en los propios ámbitos continentales. Luego, el “descubrimiento” del Padre Juan Bautista Aguirre, que nos dio capacidad para discutir y admirar la literatura colonial americana, con una figura cercana a la de Sor Juana Inés de México y Domínguez Camargo de Colombia. Los estudios sobre el Obispo Villarroel y los esfuerzos por sacar de los linderos patrios el nombre y la obra del doctor Crespo Toral.

∗ Benjamín Carrión. “En el año jubilar de Gonzalo Zaldumbide”. Égloga trágica. 4 ed., Gonzalo Zaldumbide. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1962. pp. 47-48. Benjamín Carrión (1897-1979). Escritor, Promotor cultural y diplomático ecuatoriano. Aparte del gran nivel de su trabajo ensayístico, su mayor obra fue la creación y dirección de la Casa de la Cultura Ecuatoriana en 1944. Se desempeñó como Cónsul en varios destinos: El Havre, Lima, y como Embajador estuvo en: Colombia, Chile y México. Candidato a la Vicepresidencia de la República en 1960; en 1967 el gobierno mexicano le otorgó el “Premio Benito Juárez”. Entre sus mejores libros están: Los creadores de la nueva América (1928), Mapa de América (1930), Atahuallpa (1934), Cartas al Ecuador (1943), Santa Gabriela Mistral (1956) y García Moreno, el santo del patíbulo (1959); en 1995 preparé el volumen Cartas a Benjamín, con prólogo de Jorge Enrique Adoum, en donde recogí cartas de importantes escritores iberoamericanos dirigidas al ensayista lojano; el 2001, publiqué una antología de sus ensayos: La patria en tono menor en el Fondo de Cultura Económica de México y el 2007, La voz cordial: Correspondencia entre César E. Arroyo y Benjamín Carrión (1926-1932).

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Los grandes ensayos: Rodó, Barbusse, d’Annunzio, Montalvo, su renombrada y

hermosamente escrita novela Égloga trágica, sus estudios sobre el Simbolismo, su saludo a Cuenca… Todo eso, constituye una obra magnífica y fecunda, de una maestría estilística tal que afirma el lugar bien ganado por Zaldumbide: el mayor entre los escritores ecuatorianos vivos.

Junto a este parvo y esquemático juicio, quiero destacar dos cosas que constituyen y exaltan la personalidad de Zaldumbide: es la primera su hidalguía natural, su cordial señorío, que hace amable su presencia humana; y su generosidad para con las gentes nuevas, a las cuales nunca alejó de sí con actitudes magistrales, y para las cuales siempre tuvo la mejor palabra.

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Alfredo Pareja Díezcanseco∗

Gonzalo Zaldumbide

Esa época de transición, de apariencia negativa, de inconformidad y cansancio, dio también un notable escritor, extraordinariamente bien dotado: Gonzalo Zaldumbide. Admirable es su estilo, su dominio de la lengua sin reparos, su producción desengañosamente parca. En cierto modo, le corresponde un sitio de honor entre los poetas de “la generación decapitada”. Pero los poetas murieron temprano: Zaldumbide siguió escribiendo con maestría; y esta es la diferencia. Quiero decir que pudo sacudirse de la influencia que llamaríamos derrotista frente a la Patria. Mas, vivió muchos años en Europa, y sus ojos no quisieron volver a posarse con amor en la verdad ecuatoriana o americana.

Ángel [Felicísimo] Rojas, en su magnífico estudio sobre la novela ecuatoriana, publicado en México, Fondo de Cultura Económica, Colección Tierra Firme, sitúa a Zaldumbide entre los trasplantados. Como quiera que sea, es también, como los poetas modernistas, un fenómeno de fuga. Y es esto lo que hay que reclamarle, pues a él correspondía, más que a otros, por su brillante inteligencia y su penetradora capacidad crítica, decir su palabra en torno a lo nuestro, ayudarnos a hacer nuestra obra literaria. Su escepticismo, fino y elegante, llega a constituir una falta. No tiene importancia decir que yo no ando de acuerdo con sus ideas políticas ni con su posición en lo que hace a la realidad americana; nadie podrá negar que Zaldumbide es un escritor de verdad, aunque lo hayan limitado el prejuicio y la escasísima producción, un escritor que sabe escribir como pocos en estos lados. Atestiguan la excelencia de su trabajo, su ensayo sobre Rodó, su Elogio de Barbusse, La evolución de Gabriel d’Annunzio, su estudio sobre Montalvo. Publicó también, en 1916, el fragmento de una novela, Égloga trágica, intento de retorno a la tierra, pero nada más intento. Novela no terminada es novela no hecha y sólo se puede hablar de la limpidez de estilo y de su pericia de escritor.

Cuarenta años más tarde apareció completa. Rápidamente agotada su primera edición, en este año circula la segunda. Padece esta obra del pecado original de su tardía aparición. Zaldumbide es, no haya duda alguna, muy superior como escritor a este libro, en el cual, salvados el estilo y el paisaje, todo es débil, hasta el proclamado amor por la tierra y su habitante, y muy poco, como novela, destaca para la permanencia. ∗ Alfredo Pareja Diezcanseco. “[Gonzalo Zaldumbide]” en: “Breve panorama de la literatura de ficción en el Ecuador contemporáneo”. Trece años de cultura nacional: ensayos agosto 1944-1957. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1957. pp. 12-13. Alfredo Pareja Diezcanseco (1908-1993). Novelista e historiador ecuatoriano. Es uno de los novelistas más constantes de nuestro país, inició su labor literaria con la obra paródica de la situación política nacional: La casa de los locos (1929), adscribió luego a la tendencia instaurada en aquel entonces del realismo social, del cual fue uno de sus mejores cultores con títulos como El muelle (1933), La beldaca (1935) y Baldomera (1938); otras obras son: Hechos y hazañas de don Balón de Baba y de su amigo Inocente Cruz (1939), La hoguera bárbara (vida de Eloy Alfaro) (1944), El aire y los recuerdos (1959) y un libro de referencia obligatoria de la historiografía nacional es su Historia del Ecuador (1952). Fue nombrado Canciller al volver el país a la democracia en 1979.

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Jorge Carrera Andrade∗

Apoteosis de Gonzalo Zaldumbide

En el plano de la novela costumbrista, pero con una elevación inusitada de estilo, apareció Égloga trágica de Gonzalo Zaldumbide, conocido como uno de los más altos críticos que ha dado el Modernismo en América. El Modernismo cosmopolita y ornamental, encontró terreno más propicio en la poesía y en la crónica y aún en el cuento y en el ensayo; pero no floreció en la novela sino en muy contadas ocasiones. Égloga trágica de Zaldumbide, se cuenta entre las únicas “novelas típicamente modernistas” en el panorama de la literatura ecuatoriana.

Gonzalo Zaldumbide, bien conocido igualmente en el campo diplomático, ocupó sitio especial en la crítica por la excelsa categoría de su trabajo literario. Son notables sus libros dedicados al examen de la primera novela de Henri Barbusse, a La evolución de Gabriel d’Annunzio, a la obra de José Enrique Rodó y a los diversos aspectos de la vida de Juan Montalvo. Asimismo, sus preclaros estudios sobre Villarroel, Juan Bautista Aguirre y José Joaquín de Olmedo, están escritos en un estilo gallardo que demuestra su gran maestría.

Acaso su visión de la literatura europea lleva el signo de la contradicción –como lo prueban sus preferencias tan dispares: el Barbusse de El infierno y el Gabriel d’Annunzio, o el analista revolucionario y el teatral y hazañoso poeta con algo de señor del Renacimiento– pero no hay que olvidar que en la época de aparición de esos libros reinaba la estación primaveral del Modernismo hispanoamericano y que Zaldumbide hizo las primeras armas en las huestes modernistas. Después, los años le han hecho volver los ojos a la tierra y contemplar el paisaje primigenio, libre ya de la ornamentación inútil. Ni el fasto dannunziano, ni la excesiva complicación psicológica pueden satisfacer totalmente su sed de verdad que se aplaca sólo en las fuentes esenciales.

∗ Jorge Carrera Andrade. “Apoteosis de Zaldumbide”. Letras del Ecuador. año 16. n. 126. Quito. jul.-dic. 1962. p. 1. Jorge Carrera Andrade (1903-1979). Escritor y diplomático ecuatoriano. Es el poeta más representativo de nuestro país. Obras: en poesía son Registro del mundo (1940), Lugar de origen (1945), Hombre planetario (1959), etc.; y en prosa La tierra siempre verde (1955), Galería de místicos e insurgentes (1959) y El camino del sol (1959). En 1970 publicó su autobiografía El volcán y el colibrí. Tienen particular importancia sus traducciones del francés agrupadas en Poesía francesa contemporánea (1951). Fue director de la revista Letras del Ecuador y vicepresidente de La Casa de la Cultura Ecuatoriana; su carrera diplomática duró desde 1933 hasta 1965.

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Humberto Salvador∗

Páginas de Gonzalo Zaldumbide

El nombre de Gonzalo Zaldumbide ha sido internacionalmente consagrado. Desde el primer cuarto de siglo, las producciones suyas merecieron una cálida acogida en los centros literarios de América y en muchos de los europeos.

Figura relevante de la vida cultural y pública del Ecuador, Gonzalo Zaldumbide desempeñó cargos de alta jerarquía. Como Embajador, representó brillantemente al país en Francia, Estados Unidos, Colombia, Brasil, Perú y Argentina. Ocupó también la Cancillería, y como Ministro de Relaciones Exteriores su labor fue digna de elogio.

El departamento Editorial de Educación ha tenido el singular acierto de publicar una hermosa antología, en dos tomos, que contiene una admirable selección de la obra realizada por Zaldumbide a través de su fecunda existencia. La lectura de tan valiosos volúmenes da una visión panorámica de diversos fenómenos relativos a la vida cultural del siglo XX, y muestra bajo distintas fases la notable y vasta personalidad del autor. En Zaldumbide se destaca el estilista de un modo sobresaliente. Habiendo vivido largo tiempo en Francia, y conociendo a fondo la mejor producción literaria de esa gran república, Zaldumbide tuvo la elevación de espíritu necesaria para captar las más refinadas cualidades de la estilística francesa. Equilibrio, profundidad y elegancia hay en la manera de escribir suya, que bien puede compararse a la de los más destacados ensayistas galos.

La primera obra de considerables proporciones que produjo Zaldumbide se llamó La evolución de Gabriele d’Annunzio. Honda comprensión de la obra del poeta italiano, acopio de erudición, belleza de la forma y modelo de alta crítica fue ese libro, que en su época obtuvo un éxito excepcional. Pero la gloria d’annunziana sufrió más tarde un serio quebranto. Fue aquel uno de esos casos impresionantes que a veces se presentan en la literatura. El maestro se ahogó parcialmente entre las olas de un exagerado narcisismo, determinado con seguridad por fenómenos pretéritos de carácter inconsciente que fijaron su libido en una etapa infantil. Hubo en d’Annunzio un niño que persistió a través de la edad adulta, y que deformó la fuerza creadora. Sin embargo, el artista dejó producciones de valor perdurable, como La hija de Jorio, Quizás sí, quizás no y El inocente.

En 1908 apareció una novela destinada a ser inmortal. En muy excepcionales ocasiones el relato había logrado alcanzar un vuelo que se encontraba al borde de lo sublime. El infierno se llamó aquella obra genial. Y, desde la época del Dante, jamás lo novelesco presentó un “infierno” tan atormentado y fascinante, tan portentoso, aterrador y humano. De golpe, Henri Barbusse adquirió un sitio de honor entre los más grandes

∗ Humberto Salvador. “Páginas de Gonzalo Zaldumbide”. Revista InterAméricana de Bibliografia = Inter Américan Review of Bibliography. 2 época. n. 3. vol. 12. Washington. jul.-dic. 1962. pp. 313-315. Humberto Salvador (1909-1982). Novelista y ensayista ecuatoriano. Actualmente al revalorizarlo por sus propuestas vanguardistas, se descuida su importancia como uno de los maestros de la caricatura en la novelística nacional, por ejemplo, véanse sus personajes esperpénticos en Noviembre (1939), que parecen anticipo de los protagonistas de la actual política ecuatoriana. Obras: Ajedrez (1929), En la ciudad he perdido una novela (1930), Camarada (1933), Trabajadores (1935), etc.

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escritores del mundo. Fue El infierno una obra que nació clásica. Ella persistiría a través de las edades como igual, ante la gloria, a las producciones más excelsas del genio humano.

La voz de Gonzalo Zaldumbide estuvo pronta para elogiar al maestro francés. Su estudio sobre Barbusse fue hermoso y profundo. Con aguda mirada de crítico, pudo penetrar hasta los abismos más insondables de El infierno, y sorprender en su esencia a las bellezas capaces de producir la máxima emoción. Al interpretar con tanta hondura o belleza a Barbusse, Zaldumbide había obtenido un triunfo considerable. Fue uno de los primeros que hizo un ensayo de vastas proporciones acerca del insuperable novelista. Pero la humana realidad, por desventura, está saturada de ironías, incompatibilidades y contradicciones. El fenómeno ambivalente, tan complejo y desconcertante, tiene un intenso poderío en las entrañas del ser. Llegó la catástrofe de la Primera Guerra mundial. Pasado el terrible conflicto, un grupo de intelectuales de elevada jerarquía –entre los cuales estuvieron, además de Barbusse, Romain Rolland, Stefan Zweig y Upton Sinclair– fundó el grupo “Claridad”, destinado a luchar contra la guerra. Había triunfado la revolución en Rusia. Henri Barbusse, que comenzó su carrera política siendo un ferviente pacifista, pronto se desplazó hacia la izquierda, y fue un dirigente internacional. Ante el rumbo inesperado que tomó la vida del maestro, Zaldumbide, cuya ideología tuvo siempre una orientación opuesta, quizá se encontró en una situación difícil.

Pocos pensadores tuvieron una influencia tan grande en la juventud latinoamericana como el notable ensayista uruguayo José Enrique Rodó. Las luminosas creaciones de Ariel, [El mirador de] Próspero y [Motivos de] Proteo fueron la guía espiritual de varias generaciones. De ningún modo Rodó ha perdido actualidad. Su noble y alada interpretación de la vida; el mensaje espiritual suyo, radiante de claro vuelo y pletórico de luminosas enseñanzas; la originalidad y belleza de su pensamiento; el conjunto de su obra, en fin, de tan rico y espléndido contenido, continúan siendo una de las mejores fuentes de cultura y emoción para las nuevas generaciones. Aún puede en ella encontrarse a sí misma la juventud del continente. También la autorizada voz de Gonzalo Zaldumbide se elevó en loor del gran ensayista. Magnífico, sin par, fue el estudio que el crítico ecuatoriano dedicó al pensador uruguayo.

Volviendo la mirada hacia la patria, Zaldumbide hizo estudios de singular solvencia y hermosa forma, como todos los suyos, acerca de figuras sobresalientes en la producción literaria del país. Hay en su obra una serie de “hitos” que se refieren a los personajes que dieron jerarquía y honor al pensamiento nacional. Apareció el nombre señero de fray Gaspar de Villarroel en el siglo XVII, gran teólogo y notable humanista, prelado relevante en la historia de la Colonia, autor de un grupo de obras notables, que dignificaron la cultura americana. Y luego Juan Bautista Aguirre, el poeta más alto que produjo el Ecuador en el siglo XVIII. En tercer lugar, la personalidad luminosa de Juan Montalvo, el escritor que ocupa el primer sitio entre los clásicos ecuatorianos, y uno de los más altos en medio de los ensayistas del continente, extraordinario valor de la política y la historia nacionales, digno rival de García Moreno y el mejor discípulo que ha tenido Cervantes en el Nuevo Mundo. Muchas fueron las excelencias que tuvo Montalvo, y su imagen continúa siendo un símbolo de gloria. Finalmente, Zaldumbide se detuvo en Remigio Crespo Toral, notable figura poética del presente siglo. Desde luego, es muy sensible que un crítico tan excepcional como Gonzalo Zaldumbide no haya mirado, con la profundidad y elevación que le son propias, la rica producción

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ecuatoriana de las últimas décadas. Quizá prejuicios muy hondos, los más intensos de carácter inconsciente, le privaron de hacerlo. Lo contrario ha sucedido con el otro gran crítico ecuatoriano, Benjamín Carrión. A lo más, el entrañable y patético lírico Medardo Ángel Silva mereció, con justicia, que el ensayista –que de un modo magnífico trató sobre Barbusse y Rodó– le dedicara un hermoso estudio y editara en París una selección de sus poemas. Los otros bardos contemporáneos, y de un modo especial los relatistas que lograron conquistar para el Ecuador un prestigio de vastas proporciones, parecen no haber llamado la atención del gran crítico. Esta realidad es muy dolorosa, ya que Gonzalo Zaldumbide, con la autoridad de su prestigio y su nombre, habría podido contribuir de un modo excepcional para que la novela y el cuento ecuatorianos, tan artísticos, originales y sorprendentes, se editaran con mayor amplitud en otros países, se difundieran en mayores proporciones y dieran mayor renombre a la patria. Para Zaldumbide, esa noble labor habría sido fácil de ejecutar, debido a los altos cargos diplomáticos que con lucimiento ha ocupado.

Además, Gonzalo Zaldumbide es novelista. Un extenso relato suyo, poéticamente titulado Égloga trágica, ocupa un destacado lugar en la novelística nacional. Sugestivos cuentos han brotado de su fuente interior.

En la obra que comentamos, aparecen muchos ensayos de Gonzalo Zaldumbide acerca de temas diferentes. Hay un excelente estudio sobre el simbolismo, páginas admirables que se refieren a Garcilaso, una encantadora evocación de Teresa de la Parra, meditaciones dedicadas a Enrique Larreta y Ventura García Calderón, y un elogio sin par de Bolívar, el genio de la libertad.

Las Páginas de Gonzalo Zaldumbide son de excepcional valor. La obra, en su conjunto, tiene el alcance de la consagración definitiva para uno de los escritores más notables que ha producido la fecunda y fascinante tierra ecuatoriana.

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Enrique Anderson Imbert∗

Gonzalo Zaldumbide

Uno de los prosistas respetables de esta generación fue Gonzalo Zaldumbide (1885[sic]-1965). Durante años se lo estimó por sus trabajos críticos: sobre Rodó, Montalvo, d’Annunzio.

Es también autor de una novela juvenil extraordinariamente cincelada: Égloga trágica. La escribió en 1910-1911, publicó algunos de sus fragmentos en diversos periódicos, de 1912 a 1916, y sólo en 1956 la editó, completa, en forma de libro. El joven Segismundo, después de varios años de viaje por las capitales de Europa, donde ha vivido con todo el refinamiento de un artista pero sin conocer nunca un verdadero amor, regresa a su rincón natal. Se exalta ante la belleza de los paisajes, asiste a los trabajos campestres, observa las costumbres de los indios, reflexiona sobre los problemas americanos, conoce los desastres de una revolución política, posee ardientemente a una indiecita arisca. Su tío Juan José, un gigante de cuarenta años, señor de esos feudos, lo lleva a visitar a Marta, joven hermosa, dulce, anémica. Marta vive con su madre loca, Dolores. (Dolores había tenido amores clandestinos con un alemán; una noche, al sorprenderlos abrazados, el padre de Dolores descerrajó un tiro al alemán; Dolores, ya loca, dio a luz a Marta; Juan José, primo de Dolores, se convirtió en protector de las dos mujeres.) En vista de la guerra civil Juan José aloja en su casa a Dolores y a Marta. Dolores muere. Segismundo y Marta se enamoran. Juan José siente nacer una pasión desesperada por Marta y, celoso, amenaza de muerte a Segismundo. Éste, por amor a su tío, decide volverse a Europa. Listo para partir, recibe en Quito una carta de Marta, quien ha adivinado lo que ocurre entre ambos hombres y se despide antes de suicidarse. Segismundo regresa definitivamente a casa de su tío. Muere Juan José, y Segismundo sobrevive recordando a Marta, “símbolo de la dicha que nadie logra”.

La historia es melodramática: o sea, una acción efectista suavizada con un fondo musical. La estructura de la novela es tradicional: Segismundo, el protagonista, es quien narra; la primera parte, descriptiva, y la segunda, que plantea el conflicto, son lentas; las últimas dos partes se precipitan trágicamente. Lo excepcional de Égloga trágica es la calidad de su prosa. Prosa modernista, de periodos cadenciosos, palabras justas e imágenes líricas. La descripción del paisaje natural y de los sentimientos íntimos es brillante, impresionista, imaginativa. Zaldumbide no se propone ni reproducir cosas reales ni analizar psicologías, sino estilizar su visión poética en admirables poemas en prosa. Gracias a esta visión, Égloga trágica puede deleitar aun hoy a cazadores de imágenes; su lengua literaria, sin embargo, produce un extraño efecto de épocas mezcladas, con viejos esquemas románticos y modernidades de principios de siglo.

∗ Enrique Anderson Imbert. “[Gonzalo Zaldumbide]”. Historia de la literatura hispanoamericana. tomo 2. 5ª ed., 3ª reimp., México, Fondo de Cultura Económica, 1995. pp. 99-100. Enrique Anderson Imbert (1910-2000). Crítico literario y catedrático argentino. Profesor en la Universidad de Tucumán, fue cesado por el gobierno de Perón, lo que motivó que se radicara en los Estados Unidos, en donde fue profesor hasta 1980. Obras: El arte de la prosa en Juan Montalvo (1946), Genio y figura de Sarmiento (1967), Mentiras y mentirosos en el mundo de las letras (1992), etc.

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CÉSAR VALLEJO ∗ ENTREVISTÓ A GONZALO ZALDUMBIDE

Gonzalo Zaldumbide Plenipotenciario del Ecuador en París19. Hace pocos días vino de Roma, donde desempeñaba igual cargo ante el Quirinal20. Treinta y ocho años21, más que bien llevados. Él me dice que esconde sus años. Más, de cierto. Su menuda silueta, sus ademanes vagos, su revoloteante palabra, indican primera juventud. Va, en acorde sin tacha, este amable disfraz con su sonrisa diplomática y con la lineal de su vida laurínea. Mi primera impresión es llave exacta. Éste es Gonzalo Zaldumbide, me digo. No otros ojos analíticos, que reclaman la nuance inasible entre dos púrpuras del Renacimiento, han medido la evolución de Gabriel D’Annunzio22. Aun, a través de un muro romano, un varón de tal ceremonial de duque orífice, se denunciaría asesor del poeta de Las vírgenes de las rocas23. La sencillez, por su parte, le va de punto. La llaneza. Así habla, así escucha. Me dice sus recuerdos de Lima de 191424. Me pregunta por los escritores peruanos, amigos suyos25. Alude a José María Eguren26, a quien, según palabras suyas, se le admira ya mucho en América. A mi pregunta sobre la moza literatura ecuatoriana y, ante todo, sobre el grupo de Falconí Villagómez27, contesta:

∗ César Vallejo. “Gonzalo Zaldumbide”. El Norte. Trujillo, 11 de abril de 1924. Tomado de César Vallejo. Crónicas Tomo I: 1915-1926. Prólogo, cronología, recopilación y notas de Enrique Ballón Aguirre. México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1984. pp. 161-162. César Vallejo (1892-1939). Poeta peruano. Una de las voces líricas más importantes del siglo XX. Obras: Los heraldos negros (1919), Trilce (1922), España, aparta de mí este cáliz (1939) y Poemas humanos (1939). 19 En junio de 1923 Zaldumbide fue nombrado Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario del Ecuador en Francia. 20 Desde septiembre de 1922, hasta que fue trasladado a París, se desempeñó como Encargado de Negocios en Roma. 21 Al publicarse este artículo, Zaldumbide tenía cuarenta y un años cumplidos, ya que nació en diciembre de 1882. 22 El título del libro de Zaldumbide es La evolución de Gabriel D’Annunzio (París, Roger & Chernoviz, 1909), valoración crítica de la obra del escritor italiano. 23 Las vírgenes de las rocas, novela del italiano publicada en 1895. 24 El ecuatoriano ingresó en la carrera diplomática en septiembre de 1911, y su primera misión fue como Secretario de primera clase de la Legación de su país en el Perú, cargo que desempeñó hasta 1914, para luego trasladarse como Primer Secretario de la Legación del Ecuador en París. 25 Zaldumbide, en su estadía limeña, estableció estrechas relaciones, que durarían toda la vida, con los hermanos García Calderón, José de la Riva Agüero y José Gálvez, entre otros. 26 José María Eguren (1882-1942). Poeta peruano. Destacado representante de la estética simbolista en lengua española. José Carlos Mariátegui en 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, Lima, Biblioteca Amauta. 1928. p. 218, dijo de él: “representa en nuestra historia literaria la poesía pura. Este concepto no tiene ninguna afinidad con la tesis del Abate Bremond. Quiere simplemente expresar que la poesía de Eguren se distingue de la mayor parte de la poesía peruana en que no pretende ser historia, ni filosofía, ni apologética sino exclusiva y solamente poesía”. Obras. Simbólicas (1911), La canción de las figuras (1916) y Poesías (1929). 27 José Antonio Falconí Villagómez (1894-1967). Poeta y médico ecuatoriano. Fundador de la revista Renacimiento (1916-1917), en Guayaquil. Fue director de la revista Cuadernos del Guayas, de la Casa de

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-Desgraciadamente, ahora aquello está dormido de nuevo. Un talentoso muchacho, Medardo Ángel Silva28, que era el alma de ese movimiento, como usted sabe, acabó suicida.

3. Armando Maribona. “César Vallejo”. Los decapitados. París, Excelsior, 1926. p. 111.

la Cultura Ecuatoriana. Aparte de su obra literaria, es valiosa su labor de traductor: El jardín de Lutecia traducción de poetas franceses (2 volúmenes, 1953 y 1961). 28 Medardo Ángel Silva. Ver nota en el apartado “Algunas opiniones acerca de la obra de Gonzalo Zaldumbide”, en este volumen.

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-Un gran poeta. -Un gran poeta malogrado. -No conoce la generación peruana de Valdelomar29. Le prometo hacerle conocer algo de los nuevos30. Luego bordeamos una plática varia, en la que editores, autores, ambientes, desfilan, tornan, se contraponen, se dan las espaldas o se cruzan sin decirse nada. Un comentario irónico y riente sobre cierto autor de barrio bajo, nos acompaña hasta la puerta. Le prometo verle a menudo. Pero acaba de partir a Londres31, después del banquete que, a iniciativa de la revista América Latina32, se le ha ofrecido, en celebración de su nombramiento de Plenipotenciario y, sobre todo, en homenaje a su gran labor literaria de primer crítico literario de América.

29 Abraham Valdelomar (1888-1919). Escritor peruano. Uno de los más importantes narradores peruanos, el cuento que lo consagró fue “El caballero Carmelo”. Hizo muy famoso el seudónimo “Conde de Lemos”. A través de unas cartas de 1915, Valdelomar le dice a Isaac J. Barrera, director de la revista quiteña Letras: “Hace más o menos tres años, el señor D. Gonzalo Zaldumbide, distinguidísimo y muy querido amigo mío, me hizo el honor de solicitarme un artículo para la revista de usted”. “Creo que si usted viniera a Lima le pasará lo que a Zaldumbide: que resultó más limeño que los auténticos. Y si yo fuera a Quito creo que terminaría metiéndome en las revoluciones y a lo mejor me encontraba usted en Esmeraldas, no en busca de las piedras verdes, sino echándoles bala a los del orden, al lado del general Concha […] porque aquí, por ahora y –Dios quiera que no sea por muchos años– soy de la oposición”. Epistolario a Isaac J. Barrera: recolección póstuma. Prólogo de Inés y Eulalia Barrera. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1981. pp. 343 y 345. 30 Alrededor de su revista Colónida (1915), Valdelomar agrupó a la generación de jóvenes escritores peruanos, entre los cuales estuvieron: Pablo Abril de Vivero, Alfredo González Prada, Federico More, Percy Gibson y José Carlos Mariátegui. Su propuesta consistió, sobre todo, en la ruptura del academicismo, adhesión a las vanguardias europeas y defensa del modernismo. 31 Para julio de 1923, Zaldumbide además fue nombrado Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante Gran Bretaña. 32 Luis Antonio Peñaherrera, Primer Secretario de la Legación en París, le escribe lo siguiente a Luis Robalino Dávila, Subsecretario de Relaciones Exteriores, el 11 de enero de 1924: “las manifestaciones que ofrecieron al señor Zaldumbide la Colonia ecuatoriana y la Revue de l’Amérique Latine, con motivo de su nombramiento de enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República ante el Gobierno de Francia…La Colonia ecuatoriana quiso hacer ostensible el placer con que recibía la noticia del nombramiento del señor Zaldumbide y organizó, en su honor, un banquete en el hotel Ritz”. Claude Lara Brozzesi. “Homenaje a Juan Montalvo y textos desconocidos”. arqueologia-diplomacia-ecuador.blogspot.com/.../homenaje-juan-montalvo-y -textos.html - . Zaldumbide fue asiduo colaborador de la Revue de l’Amérique Latine, dirigida por el prestigioso hispanista francés Ernest Martinenche, desde su aparición en 1922 hasta 1929.

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4. Esta fotografía la reproduzco de la revista Variedades, que reposa en la

Biblioteca Nacional del Perú en Lima, gracias a la gentileza de mi amigo, el bibliotecario Rómulo Alvarado Fernández, quien me la envió desde allí el año 2004.

5. El retrato del poeta peruano, al pie, es de autoría de Picasso (1938).

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VARIAS CARTAS De José Enrique Rodó∗∗∗∗

Montevideo, 20 de noviembre de 1914. Señor don Gonzalo Zaldumbide, París. Mi distinguido amigo:

Tuve el placer de recibir su afectuosa carta. Con ella recibí también la impresión publicada por usted a propósito de mi estudio de Montalvo33, y que le agradezco por sentida y simpática. Sé que usted trabaja, hace tiempo, en un libro sobre su insigne compatriota34, y esto vuelve para mí tanto más interesante su impresión.

Los libros a que usted se refiere llegáronme en su oportunidad, y por ellos corroboré la idea que de su talento y firme orientación tenía formada desde las páginas de vibrante juventud que consagró usted a mi Ariel35. El estudio sobre d’Annunzio es vigorosa manifestación de un espíritu que, en las ideas y el estilo, anticipa sabores de madurez. O mucho me equivoco o hemos de verle a usted muy alto. Siempre que pienso en la nueva cosecha literaria de América, recuerdo el nombre de usted, entre otros pocos, y cifro en ellos la esperanza de cosas bellas y buenas. Me halaga imaginar –y no sin fundamento– que a tantas dotes de excepción unirá usted también la de la perseverancia, la del cultivo tenaz de su huerto, condición que en América es la más excepcional de todas.

No dude usted del interés y la predilección con que espero el desenvolvimiento de su labor. Es usted de la clase de espíritus que más me interesan y que más importante parte creo llamados a realizar en la obra intelectual americana.

∗ José Enrique Rodó. “Carta inédita de Rodó a Gonzalo Zaldumbide”. Hombres de América: Bolívar, Montalvo, Darío de José Enrique Rodó. Prólogo de Julio César Alegría. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1972. pp. 185-186. [Incluye facsímil]. José Enrique Rodó (1871-1917). Ensayista uruguayo. Considerado como maestro de la juventud por varias generaciones hispanoamericanas. Zaldumbide dijo de él: “Nadie podrá, en nuestra América, hablar de americanismo o de movimiento de almas hacia lo ideal, lo universal y humano, de acción y culto desinteresados, de idealidad o de mesura, sin evocar el recuerdo de su enseñanza, sin caer bajo el modelo insuperado [de Rodó]”. José Enrique Rodó. (1918. ed. cit. p. 94). Obras: Ariel (1900), Liberalismo y jacobinismo (1906), Motivos de Proteo (1909), El mirador de Próspero (1914) y Nuevos motivos de Proteo (1927). 33 No hemos ubicado el texto que Zaldumbide dedicó al “Montalvo” de Rodó, incluido en El mirador de Próspero. 34 Zaldumbide dedicó en 1903 su primera valoración de la obra de Juan Montalvo. Cuando en 1920 se responsabilizó de la edición de las Obras del prosista ambateño, para la Casa Garnier, escribió varios ensayos que los recogió bajo el título: Juan Montalvo en el centenario de su nacimiento. 1832-1932. (Washington, Unión Panamericana, 1932). 35 José Enrique Rodó. Ariel. Montevideo, Imprenta de Dornaleche y Reyes, 1900. 141 p. (La Vida Nueva; 3).

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Envíeme cuanto produzca. Yo quisiera corresponder a su pedido, mandándole

los artículos que he publicado sobre la guerra europea36, pero no tengo a mano sino ese discurso sobre Bélgica37.

Su carta me llegó con gran retraso por haber venido sin dirección exacta.

Créame usted su amigo afectísimo.

José Enrique Rodó. Cerrito 357.

36 Emir Rodríguez Monegal, en la edición de las Obras completas de Rodó, agrupó los 15 artículos que el ensayista uruguayo dedicó al tema de la Primera Guerra mundial bajo el título: “Escritos sobre la guerra de 1914”. 2ª ed. Madrid, Aguilar, 1967. pp. 1217-1240. 37 José Enrique Rodó. “Bélgica”. La Razón. Buenos Aires. 28 nov. 1914. (Obras completas. ed. cit. pp. 1234-1236).

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A Isaac J. Barrera∗∗∗∗

7. Avenue Frémiet. XVI París, 11 de diciembre de 1916

Sr. Dn. Isaac J. Barrera Quito Mi querido amigo:

Tengo el gusto de enviarle para Letras38 ese soneto de Ventura39. Nadie o casi nadie sabe que hace versos. Entiendo, pues, que la sorpresa, por pequeña que sea, no dejará de interesarle. Se lo mando a hurtadillas.

A propósito de versos, le contaré que por medio de este excelente amigo, quedó arreglado que la casa Maucci40 publicaría un Parnaso ecuatoriano41. Proyectaba yo poner en este lo esencial de lo que constituirá mi Antología, ensanchándolo en particular hasta nuestros días, para dar mayor cabida en él a los poetas en formación. Los mismos materiales que para la primera me habrían servido, añadidos de otros, para llenar el vacío ecuatoriano en esa serie de Parnasos, (hechos a la diabla todos) de la casa en

∗ Tomada de Epistolario a Isaac J. Barrera: recolección póstuma. Prólogo de Inés y Eulalia Barrera Barrera. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1981. pp. 84-85. Isaac J. Barrera (1884-1970). Crítico literario, historiador y articulista ecuatoriano. Su libro, de consulta obligatoria acerca del tema, es la Historia de la literatura ecuatoriana (1953-1955). Junto a Alejandro Carrión preparó el volumen Diccionario de la literatura latinoamericana: Ecuador (Washington, 1962). 38 Letras, revista literaria modernista, publicada en Quito. Aparecieron en total 51 números entre agosto de 1912 y enero de 1919. Fundada por Arturo Borja, Homero Viteri Lafronte e Isaac J. Barrera, este último como su director. En 1993, el Banco Central del Ecuador recogió la colección íntegra en 5 tomos, más uno de estudios e índices, bajo la responsabilidad de Rafael Arias Michelena. 39 Ventura García Calderón. 40 Casa Editorial Maucci, popular y prestigiosa editorial barcelonesa fundada, a principios del siglo XX, por el impresor italiano Manuel Maucci Battistini (1853-1937). Se destacó, entre otras, por sus colecciones de literatura hispanoamericana, como los famosos “Parnasos” publicados en las dos primeras décadas del siglo pasado. 41 Parnaso ecuatoriano, antología de las mejores poesías del Ecuador. Barcelona, Casa Maucci, [1920], 349 p. Cualquier bibliografía especializada en poesía ecuatoriana de principios del XX, registra este título como compilado por José Brissa; conforme a éste y a otros documentos que seguiré publicando, probaré que dicho volumen fue preparado por César E. Arroyo, en colaboración con Zaldumbide y Barrera, hasta donde sé. Para confundir más esta apócrifa autoría de Brissa, en 1993 el profesor venezolano Rafael Ramón Castellanos atribuyó el Parnaso ecuatoriano a Rafael Bolívar Coronado (1884-1924), en su libro: Un hombre con más de seiscientos nombres: (Rafael Bolívar Coronado). (Caracas, Italgráfica, 1993. pp. 85-97), aquí de manera irresponsable sustenta que más de la mitad de los autores ecuatorianos recogidos en el Parnaso, son seudónimos de Bolívar Coronado, y los poemas antologados, de su autoría. Este error se evidencia simplemente cotejando los poemas de varios de los autores seleccionados en el Parnaso ecuatoriano[Barcelona, 1920], con los de la Antología ecuatoriana. Poetas. (Quito, 1892); si seguimos el argumento del señor Castellanos, haría al autor de “Alma llanera”, responsable de muchos de aquellos versos a los ocho años de edad.

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cuestión. Judío y todo el viejo Maucci iba a dar por él 300 pesetas y diez ejemplares. Increíble me pareció.

Y resultó en efecto falso. Pues cuando Arroyo42 fue a Barcelona y, sin saber el trato anterior, le propuso a su vez un Parnaso, el viejo no tuvo escrúpulo en aceptarlo,… por 100 pesetas. y algunos ejemplares. Pero, por ahí ha asomado un tercero, un tal Bocca V.43, de Guayaquil, dizque, y sin duda le dio más barato, pues enseguida recibió Arroyo una carta del editor desdiciéndose de lo convenido y advirtiéndole que cese su compilación.

Me lo contó Arroyo, a quien había yo ofrecido los materiales44, y le respondí en el acto que se interponga ofreciéndole un Parnaso enteramente de balde, a fin de impedir que ese desconocido Bocca V. salga con algún adefesio a poner en ridículo al Ecuador. Pues informes que tomé, e indicios que logré, me hacen temer que eso será hecho sin ninguna especie de criterio ni de gusto. Este señor Bocca parece que es discurseador en aniversarios de Chile en Guayaquil, y admirador del poeta Víctor M. Rendón45, excelente caballero, pero cuyos versos, al ser objeto de predilección para este señor, lo designan para otra cosa que no para antologista.

La culpa la tienen los vates de mi tierra, tardos y sordos a mis reiteradas súplicas, nadie, o casi nadie me ha enviado nada, y ahí sigo yo luchando a la distancia contra la inercia y la escasez. ¿Sabe usted quién es el tal Bocca V.?

Si tiene a mano y de sobra una colección completa de Letras ¿Quiere usted enviarla a la Biblioteque Americaine 96, Bd. Raspail46? Los correos tardan tanto o se van a pique, que hace ya rato que no veo Letras. Si por desgracia ha dejado de existir, ¿quiere usted dar ese soneto a otra, a Renacimiento47 por ejemplo? Le saluda su afectísimo amigo y servidor.

Gonzalo Zaldumbide.

42 César E. Arroyo. 43 No nos ha sido posible obtener datos acerca de este personaje. 44 En el archivo personal de César E. Arroyo, en poder de sus herederos, se conserva un documento manuscrito –probablemente de puño y letra de Isaac J. Barrera–, en 6 hojas titulado “Las Cien mejores poesías del Parnaso Ecuatoriano”, firmado al pie con iniciales ilegibles, en Quito, noviembre de 1917. 45 Víctor Manuel Rendón (1859-1940). Diplomático y escritor ecuatoriano. Residió mucho tiempo en París, fue Ministro Plenipotenciario del Ecuador en Francia. “Proponíame, pues, estudiar, en un folleto, las obras de Vergaló, de Heredia, de Lautréamont, de Laforgue, de Augusto de Armas y de otros pocos americanos que escribían en francés, aunque fuese mal, como el ecuatoriano D. Víctor Rendón”, dice Enrique Gómez Carrillo en: “En vísperas de la revolución”. En plena bohemia. Edición de José Luis García Martín. Gijón, Libros del Pexe, 1999. p. 210. Colaboró en la Revue Sud-Américaine, dirigida por Lugones y en la revista France-Amérique en París . Obras: Olmedo homme d’etat et poete americain, chantre de Bolívar (1905), Telefonemas (1908), Ecos de amor y guerra, con prólogo de Ernest Martinenche (1927), Lorenzo Cilda (1929). Padre del gran pintor Manuel Rendón Seminario. 46 Dirección de la administración de la revista Hispania, órgano del Institut d’Etudes Hispaniques de l’Université de Paris. 47 Renacimiento. Revista modernista ecuatoriana. Fundada en Guayaquil en 1916 por José Antonio Falconí Villagómez, junto con José María Egas, jefe de redacción Medardo Ángel Silva; aparecieron 10 números. Michael H. Handelsman. El modernismo en las revistas literarias del Ecuador: ensayo preliminar y bibliografía. Cuenca, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1981. Gladys Valencia Sala. El círculo modernista ecuatoriano. Crítica y poesía. Quito, Universidad Andina Simón Bolívar / Abya Yala / Corporación Editora Nacional, 2007.

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De César E. Arroyo∗∗∗∗

[membrete: Revista Hispano / Americana / Cervantes / Madrid / apartado 502 / Dirección Particular]

Madrid, 16 de enero de 1919. Muy querido Gonzalo:

Recibí su telegrama, exigiéndome la supresión48 de sus composiciones en el Parnaso que, en mala hora, me metí a hacer49. Inmediatamente escribí a Maucci, pidiéndole que esas poesías sean suprimidas e insistiendo, una vez más, en que me envíe las pruebas de todo50. Ya estoy cansado de pedir esto, pero no recibo contestación. Por eso le decía a usted en mi anterior51, que creía que la cosa no tenía arreglo; pues sospechaba que el libro seguía haciéndose sin mi intervención. De todas maneras, puede usted estar seguro de que yo no cejaré hasta poder arreglar este desaguisado. Ya le digo, no sé en qué estado esté la obra, y usted puede dirigirse a Maucci, preguntándoselo y exigiendo que sean suprimidas esas composiciones52. A usted le oirá, de seguro; lo que es a mí no me dice nada, ni me manda las pruebas, por lo que me inclino a creer que la edición de ese desdichado libro se ha suspendido. Entonces el caso tendría remedio y estaríamos salvados. Ah, no sabe cuánto me arrepiento haberme metido en esto! Lo que no tengo daría por no haber hecho nada. Pero ¿Cómo iba yo a prever que le iba a proporcionar semejante disgusto? Como usted nunca me lo advirtió, ni me dijo nada.

∗ César E. Arroyo (1886-1937). Escritor y diplomático ecuatoriano. Destacó como cronista y ensayista, “En este libro [Manuel Ugarte] del escritor ecuatoriano César E. Arroyo, como en sus anteriores, la prosa es dinámica, pura, caudalosa, como una corriente cristalina hecha para mover el molino quijotesco de las grandes ideologías” dijo Jorge Carrera Andrade. Codirigió la revista Cervantes (1918-1920) de Madrid junto con Andrés González-Blanco y luego con Rafael Cansinos Assens. Publicó entre otros títulos: Retablo (1921), Galdós (1930), Catedrales de Francia (1933), póstumamente apareció Siete medallas (1962). En el 2007 edité La voz cordial, correspondencia entre César E. Arroyo y Benjamín Carrión (1926-1932), muy pronto publicaré la antología de sus textos Mirando a España y otras crónicas y ensayos (1913-1936). El año pasado le dediqué el número 2 de los Cuadernos “A pie de página”. 48 Carecemos de la carta en la cual Zaldumbide solicita a Arroyo la supresión de sus poemas en el Parnaso ecuatoriano. 49 Hace poco publiqué documentos que prueban que Arroyo es el responsable del Parnaso ecuatoriano. 50 José Brissa, nombre que figura como responsable del Parnaso ecuatoriano, le escribió meses después: “Barcelona, 3 de mayo de 1920/ Sr D. Cesar E. Arroyo/ Santander/ Mi distinguido amigo: Gran contrariedad me ha causado ver que en el Parnaso ecuatoriano figura la poesía de Olmedo “Canto a Junín” pues ya he recibido quejas de cierta altura en la que me censuran agriamente./ Yo, querido Arroyo, di por bueno el conjunto desde el momento que usted lo había reunido y no me cuidé de repasar el original antes de darlo a la imprenta ni aun leí las pruebas. ¿Es ése, me dicen, el Hispano-Americanismo que usted cultiva, resucitando agravios?/ Crea usted que me ha disgustado profundamente.../ Quedo a sus órdenes con toda consideración afectísimo amigo y compañero/ [firma: José Brissa]” 51 No hemos ubicado la carta aludida. 52 Es evidente que Zaldumbide tuvo mejor suerte, ya que en el Parnaso ecuatoriano no constan los poemas de su autoría, que aparentemente iban a incluirse, de acuerdo a la lista que menciono en una nota de la carta anterior, de la selección que se conserva en el Archivo de Arroyo en poder de sus herederos: “El anarquista”, “Tropical” y “A la memoria del señor doctor Rafael Ruales A.”.

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Volviendo a mis asuntos, aunque supongo la poca gracia que le hará en estos momentos, todo lo que conmigo se relacione, le diré que Yerovi53 ha recibido un cable del Ministro de Relaciones Exteriores y yo cartas de Quito, comunicando que he sido nombrado en Santander con sueldo54. Mi situación se ha resuelto, pues, de manera satisfactoria. Ya era tiempo. Ahora todo es cosa de aguantarse un poco más. Mi patente debe estar en camino ya. Le ruego que cuando llegue y se pida el exequatur se haga constar que soy ecuatoriano, enviado y que se trata sólo de un traslado. Por omitir estos detalles las Legaciones, me han dicho en el Ministerio de Estado, es que se tardan tantísimo tiempo en despachar los exequatur; pues creyéndose que se trata de súbditos españoles, se forma un expediente larguísimo por los 49 Gobernadores de las 49 provincias del Reino, y es cosa de nunca acabar; lo que se omitiría si los Ministros diplomáticos expresaran claramente la circunstancia de ser los nombrados ciudadanos del país que los ha designado. Me permito indicarle esto para que lo tenga en cuenta en mi caso y en los demás que ocurran en lo sucesivo55.

Vuelvo a pedirle me perdone y acepte mi abrazo, junto con mi cariño de siempre.

César E. Arroyo.

53 Leónidas A. Yerovi Mateus, Cónsul del Ecuador en Barcelona en aquel entonces. 54 Arroyo fue nombrado Cónsul del Ecuador en Santander desde 1919 hasta 1922. 55 Los consulados del Ecuador en España, dependían directamente del Ministro Plenipotenciario del Ecuador en Francia, es decir, Zaldumbide era su inmediato superior en su cargo diplomático.

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A Julio Cejador y Frauca∗∗∗∗

París, 1 de marzo de 1920.

Señor don Julio Cejador y Faruca, Madrid. Mi muy estimado maestro y amigo:

Con la esperanza de enviarle en estos días, ya publicadas en Hispania56, mis líneas sobre su Historia57, he retardado inútilmente mi respuesta a su amable tarjeta. Hispania tardará aún en salir. Si por huelgas u otras causas tardare demasiado, le mandaré aquello en pruebas, a fin de que usted me excuse la tardanza viendo por lo menos con qué gusto he cumplido con ése, para mí, tan grato deber de rendirle en justicia un sincero elogio.

Me animo al fin a mandarle en paquete aparte, certificado, mis libros y un ligero apunte biobibliográfico. Del d’Annunzio58 basta con que lea usted algunos capítulos: (¡es tan largo!), de preferencia los dos últimos de síntesis; contienen elementos de juicio que el tiempo ha venido a confirmar tal vez y que entonces, 1909, tenían cierta frescura y novedad.

Pero, de molestarse usted en leer mis cosas, tal vez prefiero que cargue la atención en el Rodó59.

Le agradezco de antemano por el tomo XII60 que usted se digna ofrecerme desde ahora. ¿Cuándo sale? Hoy todo es tan difícil. No me ha sido dable hallar aún el tomo VII en que, me lo dice usted, habla usted de mi padre61. Lo buscaré luego con más ahínco hasta dar con él, y le hablaré entonces de ese particular.

∗ Julio Cejador y Frauca (1864-1927). Filólogo e historiador de la literatura española. Jesuita secular, profesor de latín. Obras: La lengua de Cervantes (1905-1906), Historia de la lengua y literatura castellana (1915-1920), en 14 volúmenes; realizó ediciones anotadas de: el Arcipreste de Hita, Los sueños de Quevedo, Lazarillo de Tormes, La Celestina, Mateo Alemán, entre otros. 56 Hispania. Revista trimestral, publicada por el Instituto de Estudios Hispánicos de la Universidad de París entre 1918 y 1922, dirigida por Ernest Martinenche (1869-1941), cuyo jefe de redacción fue Ventura García Calderón. En ella colaboraron entre otros Alfonso Reyes, Francis de Miomandre y Zaldumbide. 57 “Julio Cejador.- Historia de la lengua y literatura castellana (tome onzième, Tip. de la Rev. de Arch. Bibliot. y Museos. Madrid, 1919). Hispania. año 3. n. 1. ene.-mar. 1920. pp. 88-89. 58 Gonzalo Zaldumbide. La evolución de Gabriel d'Annunzio. París, Roger & Chernoviz, 1909. 378 p. Los dos últimos capítulos, IX y X, respectivamente, se titulan: “Cualidades y defectos” y “Conclusiones”. 59 Gonzalo Zaldumbide. José Enrique Rodó. Nueva York / París, Bailly-Baillière, 1918. 103 p. (separata de la Revue Hispanique; 43). 60 El tomo XII de la Historia… de Cejador, apareció en 1920; el XIII, en donde su autor le dedica un comentario salió en el mismo año: “Gonzalo Zaldumbide”, (Op. cit. pp. 77-78). 61 El tomo VII apareció en 1917, pero no es en éste en donde consta Julio Zaldumbide sino, en el siguiente: Julio Cejador y Frauca. “Julio Zaldumbide”. Historia de la lengua y literatura castellana, t. VIII, Madrid, Tip. de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1918, p. 76.

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Veo que muchos autores vivos le envían a usted recortes o copias de lo que acerca de ellos ha dicho la crítica. Si algo quiere usted de lo que a mí se refiere, me será fácil servirle.

Mientras tanto, crea usted en el afecto y cordialidad con que le admira y le escucha su afectísimo.

Gonzalo Zaldumbide.

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A Julio Torri ∗∗∗∗

París, 31 de diciembre de 1920. Señor don Julio Torri, México. Mi querido y admirado amigo:

Tengo que agradecerle mucho por la doble fuerza de haberme escrito y de haberme enviado unos tantos ejemplares de la inmerecida selección de páginas mías, publicada en México62. Y bien sospecho que es sin duda a usted a quien debo agradecer por lo menos la idea de honrar mis pobres ensayos de amateur presentándolos en forma que tan simpáticamente disfraza su pobreza. ¿A quién, si no a un amigo al cual adivino generoso y cordial puedo deber tan preciosa y espontánea prueba de confraternidad? El señor González Guerrero63 –a quien escribo agradeciéndole por separado– no habrá hecho […] sino secundar muy amablemente la buena voluntad de usted en cuanto a la publicación de Vicisitud –esbozo que en efecto no quería yo que se reprodujera en esa forma improvisada que echó a perder un bello tema–, no hay mal en ello, y la explicación que usted ha tenido a bien darme sólo prueba su delicadeza sin quitar nada a mi gratitud.

Lo único que hubiese querido es que, no sólo esas páginas abocetadas de mala mano, sino las otras más maduradas, fueran dignas del fervor que usted, que ustedes se han servido hacerles.

De su amable carta retengo con particular agrado el anuncio de su próxima venida a París64. Me será muy grato conocerlo. Tengo de su fino talento y sutil espíritu la más alta idea. Lo que de usted he leído son trozos acabados de personalísima antología65, estampas originales de esas que hacen la desesperación y el encanto de los

∗ Tomado de Julio Torri. Epistolarios. Edición de Serge I. Zaïtzeff, México, UNAM, 1995, pp. 469-470. La gentileza de mi amigo y colega Carlos García (Hamburg), me permitió obtener la reproducción de esta carta. Julio Torri (1889-1970). Escritor y Catedrático mexicano. Formó parte del Ateneo de la Juventud junto con Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Antonio Caso y Pedro Henríquez Ureña. Maestro del relato corto. Obras: Ensayos y poemas (1917), De fusilamientos (1940), que junto con Prosas dispersas recogió bajo el título de Tres libros (1964); Diálogo de los libros (1980); El ladrón de ataúdes (1987); Epistolarios (1995), estos últimos editados por Zaïtzef y el manual La literatura española (1952). Gracias a los trabajos del mencionado investigador, la parvedad de su obra publicada se ha visto ampliada. 62 Gonzalo Zaldumbide. Vicisitudes del descastamiento. México, Imprenta Murguía, 1920. 80 p. (Colección Lectura Selecta; 18). 63 Francisco González Guerrero (1887-1963). Crítico literario mexicano. Sus estudios acerca de la obra de Amado Nervo y Manuel Gutiérrez Nájera, entre otros, son de trascendental importancia para la comprensión de ciertos aspectos de la literatura mexicana. Parece que Zaldumbide ignoraba que en la edición de su folleto intervino directamente su gran amigo y colega peruano Ventura García Calderón, por lo que se desprende de la postdata a la carta que este último remitió a Torri desde París, el 15 de abril de 1920, en donde le dice: “Me permitiré enviarle, por uno de los próximos correos, un ensayo interesantísimo del gran crítico ecuatoriano Gonzalo Zaldumbide (cuya magistral obra sobre d’Annunzio, publicada en España, habrá Ud. leído sin duda). El ensayo sobre el descastamiento que padecieron los grandes escritores de América sólo se ha publicado como folletín del Día de Quito. ¡Ojalá le interese para su linda Colección!”. Julio Torri. Epistolarios. Edición Serge I. Zaïtzeff. México, UNAM. p. 457. 64 Parece que Julio Torri no llegó a realizar el anunciado viaje a Francia. 65 Se entiende que Zaldumbide leyó Ensayos y poemas (1917), el primer libro de Torri, que desde el inicio evidenció su maestría en el manejo del relato y ensayo cortos, dentro de la clara línea que

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connaisseurs. Mi admiración me predispone pues, cordialmente, a quererlo como si lo conociera de tiempo atrás. Así me permito enviarle desde ahora el estrecho abrazo de mi amigo que espero darle de veras un día u otro.

Suyo afectísimo,

Gonzalo Zaldumbide.

Los ejemplares tardaron bastante en llegar. No tanto como ésta en llevarle mi agradecimiento. Pero éste era patiens […] aeternum…

6. Fotografía tomada en México el 2 de septiembre de 1932∗

Sentados: Samuel Ramos, Roberto Montenegro, Julio Torri, Salvador Novo, Enrique Díez-Canedo, Palma Guillén, Gonzalo Zaldumbide, Enrique González Martínez y Mariano Azuela. De pie: Alcaraz, Xavier Villaurrutia, Francisco Monterde, José Gorostiza, Carlos Pellicer, Manuel Toussaint, Artemio de Valle-Arizpe, Xavier Icaza, Enrique González Rojo, Bernardo Ortiz de Montellano, Guillermo Jiménez, Jorge Cuesta y Celestino Gorostiza.

coincidirán, continuarán y o potenciarán Macedonio Fernández, Borges, Aub, Arreola y Monterroso, entre los grandes en lengua española. ∗ Reproducida de Carlos Pellicer. Pellicer álbum fotográfico. [México], Fondo de Cultura Económica, [1982]. pp. 91-92. (Colección Tezontle).

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De Teresa de la Parra∗∗∗∗

[Maracay, diciembre de 1924] 66

Querido Gonzalo:

Aún estamos en Maracay67. Seguimos en vida de dolce far niente, de la cama al auto y del auto al río, al potrero o a la laguna. Yo, como lema de sortija, o de tu sortija, «canto mientras espero» y no espero sino a ti, lo demás no son sino eslabones para llegar más pronto o para llegar mejor. El canto que entretiene mi terrible impaciencia es también el canto de tu amor que veo y miro y siento en todos lados, lo mismo en los paseos de la madrugada que en los del crepúsculo, lo mismo en el encanto del río que en las escenas virgilianas de las vaqueras, y en el de la luna mirada a través de los samanes, los cujíes y los carros, cuando a toda prisa corremos en plena noche perfumada: tú, tú y siempre tú hasta en el amor o en el deseo que se levanta a mi paso. ¡La misma carta de María Eugenia que escribí, mientras esperaba en pleno presentimiento tu llegada68!

Si vieras, Gonzalo, cómo me acompañas siempre a todas partes. Rumiante insaciable de las cartas, instantes de banquete, me pregunto asombrada qué fenómeno inesperado es este fenómeno fisiológico de la fidelidad. Viene de la misma fuente, quizás de donde brota el amor maternal porque es irrazonable animal, bastante estúpido y es el resultado de caricias, huellas de beso. Te repito, ¡no lo comprendo!

Tengo un enamorado encantador. Es el menor de los...69 Aún no tiene diecisiete años y lo llaman «el negro» por su color trigueño. Escribe versos en secreto y me adora en silencio. Yo también como al Perucho de mi novela, le sonrío pensando en ti70. Y lo quiero como a los novillos que están todavía amarrados en los corralones. Su única ∗ Tomada de Obra (narrativa – ensayos - cartas) de Teresa de la Parra. Selección, Estudio crítico y Cronología de Velia Bosch. 2ª ed., Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1991. p. 535. Teresa de la Parra (1889-1936). Novelista venezolana. Zaldumbide, a la aparición de su primera novela, dijo: “De ningún modo el talento de Teresa de la Parra hubiera pasado inadvertido. No se ve todos los días asomar, en tan airoso y flexible haz, más armoniosa diversidad de dones”. “Ifigenia, de Teresa de la Parra”. Teresa de la Parra ante la crítica. Selección, prólogo, cronología, hemerografía y foro imaginario de Velia Bosch. Caracas, Monte Ávila, 1980. p. 28. Nacida en París, su vida la pasó entre Venezuela, Francia y España. Por la tuberculosis que se le detectó, los últimos años de vida fueron un largo peregrinar por sanatorios entre Suiza y España, lugar este último en donde murió. El periodo que abarcan las cartas que se han publicado entre Teresa y Gonzalo, evidencian la “cristalización” del amor stendhaliano. Obras: Ifigenia (1924), Memorias de la Mamá Blanca (1928). 66 En la edición de Velia Bosch, registra como fecha diciembre de 1924. En las cartas de Teresa es muy común que no consten las fechas de remisión. 67 Maracay, ciudad venezolana al norte del país, llamada “ciudad jardín”. 68 María Eugenia Alonso, protagonista de Ifigenia (1924). 69 A pesar del esfuerzo de Velia Bosch, la mayor especialista en Teresa de la Parra, aún no se ha publicado la correspondencia de De la Parra-Zaldumbide como merece, teniendo en cuenta la calidad literaria de las que han visto la luz, en forma dispersa, desde hace varias décadas. Desconocemos si en el original de esta misiva en vez del nombre del “menor de los”, constan puntos suspensivos o si obedece a la decisión de los herederos o editores de la novelista venezolana el no registrar su nombre, como ocurre con otras cartas. 70 Pedro Aristiguieta, llamado Perucho en Ifigenia,

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declaración consiste en organizar cuanta cosa yo deseo, en regalarme quesos frescos y frutas y en decirme con una cara tristísima, «¡y qué me voy a hacer yo cuando se vayan ustedes!». El pobrecito, de resultas de una difteria y un suero que le pusieron hace un mes ha quedado con las piernas débiles cosa que le dificulta mucho el caminar. Mientras los demás montan a caballo y corren o bailan él se viene a conversar conmigo.

...En la tarde. Son ahora las 7 de la noche. Estoy un instante descansando de un paseo en mi cama con el balcón abierto. Debe ser en París71 la una de la madrugada y pensando en el réveillon72 del año pasado, tristísimo en recuerdos para mí, no ceso de preguntarme dónde estarás y con quién estarás en este instante.

...¡Felices Pascuas! Que el año que viene que habrá de ser más feliz que este año accidentado y doloroso nos reúna en cualquier sitio para siempre.

Tuya,

Teresa

71 Zaldumbide residía en París desde 1912. 72 Réveillon. Cena de Nochebuena o Nochevieja en francés.

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7. y 8. Cubierta y contratapa de Orogénie (1928) de Alfredo Gangotena. La dedicatoria reza: “A mes amis / Paul A. Bar / Max Jacob / Pierre Morhange / Jules Supervielle / Gonzalo Zaldumbide”. En la lista de publicaciones de esta editorial, como se puede ver, consta la versión al francés de Visión de Anáhuac, de Alfonso Reyes, realizada por Jeanne Guérandel (1927).

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Alfredo Gangotena∗∗∗∗

Bajo la enramada

A Gonzalo Zaldumbide

Aprendo la gramática De mi solitario pensamiento. En la enramada rosa todo tiembla, menos este libro guardián, que reposa cual ángel en sueños. El hombre rígido, en la acera, es justa medida del árbol, el techo agita su ramaje de pizarra donde florecen negros pájaros. Bajo el cielo, campana de tomillo, el mundo suspira, se apaga la brisa. Transitoria, en la sombra, se posa la imagen del mejor amigo. Allí mi ángel guardián reposa como un libro adormecido. En la onda de savia invernal surgida de mis sienes escucho el aletear del olvido. Estas vigas, que sueñan a la claridad de la lámpara, silenciosas, esparcen su alma carcomida. Moscas, larvas, chinches, hormigas, y tú, en el sueño, indolente oruga, ¡acudid pronto, saltad, festejad! Que la noche hunde su quilla en la rada del hogar.

(Traducción de Gonzalo Escudero).

∗ Alfredo Gangotena. “Bajo la enramada”. Poetas parnasianos y modernistas. Estudio y selecciones de Eduardo Samaniego y Álvarez. Puebla. J. M. Cajica, 1960. p. 631. (Biblioteca Ecuatoriana Mínima; 25). Alfredo Gangotena (1904-1944). Junto con Jorge Carrera Andrade y Gonzalo Escudero, es una de las más importantes voces líricas ecuatorianas. Vinculado a los escritores franceses e hispanoamericanos: Jules Supervielle, Valery Larbaud, Gonzalo Zaldumbide, Jean Cocteu, Antonin Artaud, Max Jacob, Marius André y el pensador español Juan David García Bacca. Invitó a su amigo Henri Michaux al país andino, cuyo resultado fue aquel extraordinario libro de viajes del poeta belga Ecuador (1929). Toda su obra, a excepción de escasos poemas publicados en revistas y Tempestad secreta (Quito, 1940), fue escrita en francés: Orogénie (1928), Absence (1932), Cruautés (1935), Nuit (1938). Actualmente circula la edición española bilingüe de su poesía Antología, prologada por Adriana Castillo-Berchenko. Traducciones al español por Filoteo Samaniego, Gonzalo Escudero, Margarita Guarderas, Cristina Burneo y Verónica Mosquera. Madrid, Visor, 2005. 269 p. (Colección Visor de Poesía; 564). Aparentemente Zaldumbide introdujo al joven poeta en el ambiente intelectual francés.

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9. y 10. Portada y reproducción del poema “Sous la ramée”, Gangotena le había dedicado, a Zaldumbide, antes el poema más amplio: “Christophorus”. Philosophies. n. 5-6. París, mar. 1925.

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De Gabriela Mistral∗∗∗∗

[Barcelona, enero de 1933] [Gonzalo Zaldumbide] Amigo tan pensado:

Me da una grande, grandísima vergüenza el escribirle después de… unos tres o cuatro años y para pedirle un servicio. Atendiendo a un centenar de amigos, así y todo, le digo que yo no puedo escribirle a usted si no tengo tiempo de conversarle unas 20 páginas de carta –Porque es usted amigo de una estirpe distinta que exige longura e intensidad en el diálogo–. Y la paz no me viene, ni del mundo cada día más ajetreado, ni de Dios que me deja de su mano.

Le he pensado, le pienso y le pensaré siempre. Le tengo un nuevo libro de poemas, ya grueso, que le llegará cualquier día a cobrarle el prólogo de hace…15 años73. Porque, si usted recuerda Desolación74 debió llevar un prólogo de usted. Es casi tan suyo como mío, este libro ya hecho, pero del que no me desprendo antes de corregirlo algo, algo.

Sigo creyendo que usted debe venirse a Europa, y pronto. Nuestra América está fea y lacrada. ¡Ay, y cómo me duele cuando la miro y por donde la mire!

Aquí va la petición. Tiene el Ecuador un Vice-Cónsul Honorario en Marsella. Es aquel joven griego Francisco Nicolaldes75 al que usted hizo dar ciudadanía ecuatoriana; hombre fino, lleno de decoro en la vida, casado con ecuatoriana, y cumplidor ceñido de las obligaciones. Yo deseo que le hagan Cónsul completo, porque tiene una situación un tanto desmedrada en medio de un Cuerpo Consular latino-americano de Cónsules completos… lo que les pido no les exige ni un sucre de gasto. Se trata de mejorar una situación moral. Haga usted algo por él, que lo hará por su vieja amiga.

Zaldumbide, a mí se me acabó París sin usted y sin Alfonso76, nuestro Alfonso querido. A mí me ha hecho usted mucha falta en consejo, en depuración, en afecto, en proximidad ennoblecedora. ∗ Gabriela Mistral (1889-1957). Pseudónimo de la escritora y maestra chilena Lucila Godoy. El dolor y el amor son las constantes de su poesía. Su prosa, aunque poco difundida, es también de una gran maestría. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1945. Obras: Desolación (1922), Ternura (1924), Tala (1938) y Lagar (1954). Preparo un volumen con su importante correspondencia con: Gonzalo Zaldumbide, César E. Arroyo, Benjamín Carrión, Jorge Carrera Andrade, Adelaida Velasco Galdós y Augusto Arias. 73 Se desprende de esta carta que Gabriela intentó que Zaldumbide prologara su primer libro, “15 años” después vuelve a insistir y nuevamente fracasó en el empeño. 74 El profesor y crítico literario Federico de Onís, fue el responsable directo de la publicación del primer libro de poemas de Gabriela Mistral. Desolación. New York, Instituto de las Españas, 1922. 75 Francisco Nicolaides, originario de Grecia, fue secretario de César E. Arroyo en el consulado de Marsella. De 1931 a marzo de 1933 fue nombrado Vicecónsul, y desde esta fecha hasta octubre de 1935 desempeñó el cargo de Cónsul ad-honorem. 76 Alfonso Reyes, su amistad con Gabriela se puede valorar a través de la lectura del epistolario , del cual existen dos ediciones: María Luisa Ibacache. “Epistolario Gabriela Mistral / Alfonso Reyes”. Gabriela Mistral and Alfonso Reyes as seen in their personal correspondence: a more than literary and absence-

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He tenido hace muy poco un ataque de angina pectoris. Casi casi me eché de la

otra orilla. Me dicen que viva en tierra caliente. Me voy a Puerto Rico a dar clases en la Universidad77. De vuelta tal vez me quedo, o en las Canarias o en el Marruecos francés. Mi dirección hasta abril: Villa Mirabel, Santurce, Puerto Rico.

Le abraza lealmente,

Gabriela. G: Box 932. San Juan Puerto Rico.

proof frienship. 1987. Michigan, University Microfilm International. pp. 482-689. [tesis doctoral] y Tan de usted, epistolario de Gabriela Mistral con Alfonso Reyes. Editado por Luis Vargas Saavedra, Santiago de Chile, Hachette / Ediciones Universidad Católica de Chile, 1991. (Lecturas Escogidas).. 77 “Se embarca de nuevo para Puerto Rico [desde Barcelona], invitada por la Universidad, en Río Piedras. Desempeña una cátedra como profesora visitante. Dicta un ciclo de conferencias sobre hispanismo, autodidactismo e historia indoamericana”. Jaime Quezada. “Cronología. Gabriela Mistral a través de su vida (1889-1957)”. Poesías completas de Gabriela Mistral. Estudio preliminar y referencias cronológicas de Jaime Quezada. Barcelona, Editorial Andrés Bello, 2001. p. 760. Los planes de Gabriela variaron al ser trasladada desde Puerto Rico a Madrid con el nombramiento de Cónsul de Chile en 1933.

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A Gabriela Mistral ∗∗∗∗

[Washington, febrero de 1933] Mi querida Gabriela:

No sin sorpresa, gratísima, recibí su carta; y al leerle me quedé abrumado de gratitud mezclada con remordimientos: para merecerle tan buen recuerdo, debí yo cultivarlo no sólo por telepatía, sino con actos de amistad asidua, hacerme presente con mi repetido aunque superfluo tributo de afecto. Hace tiempos que debí, por ejemplo, entre otros deberes para conmigo, escribir el elogio por lo alto de su corazón genial y de su [genio] cordial78. Obras son amores y no buenas razones, y más cuando ni las razones han sido nunca expresadas.

Pero yo no escribo; no escribo a nadie, ni a los más permanentes de los antiguos amigos íntimos [o queridos]. No es olvido ni sequedad: es una [terapéutica] aunque insuficiente, de mi nostalgia.

Me encuentro como confortado de mi extraño […] y más aquí […] en Quito, […] o jamás confortado [ largos apenas contadas cortadas.]

He querido cicatrizar bajo la [acción] del silencio. Pero el silencio no es el olvido.

Si los amigos no perdonan, ¿entonces quien? La amistad es para perdonar. Usted no sólo me ha perdonado, sino que se acusa de lo mismo que puedo acusarme, pero sabiendo que mi silencio ni el suyo prueban nada contra mí.

También quiero decirle que para mí, París sin Teresa [de la Parra], sin usted, sin Ventura [García Calderón], sin Alfonso [Reyes]: no es mi París. De ahí que lo echo de menos pero [sin que me coja] la vehemencia de volver. Extraño mucho, y eso que [¿yo extraño?] mi vida de París, es decir mis afectos, mis amigos, mis hábitos de París. Me siento como amputado de mi vida anterior, y me duelen como dicen que siguen doliendo los brazos y piernas cortados. Por eso no renuevo lo de “entonces”.

Ahora viene usted, Gabriela y como siempre, con su cornucopia rebosante y me inunda de gratitud. Aunque debiese decirle no, para devolver la delicada cortesía y dejarla libre de hacerme por; corresponder a su generosa modestia con otra igual, me [pasaba,] que […] probado, que me inspirara, quiera Dios (hombre! Es la primera vez que se me sale esta interjección sin [sentido] y no la borro… por si sea que hubiese alguno; y que será la primera vez que me pare un instante a pensarlo…) que me inspirara, digo, aciertos y adecuaciones, y que yo pondré a mi modo, lo mejor que pueda, en […] de razón y fe que gracias guían a su [pluma] ∗ Al no disponer del original de esta carta, la transcribimos de un borrador que se conserva en el archivo del ensayista ecuatoriano en la Fundación Zaldumbide – Rosales. Las dificultades para su lectura nos obligan a poner entre corchetes las palabras ilegibles y registrar los párrafos o palabras tachadas. 78 Clara referencia al prólogo nunca escrito por Zaldumbide a Tala (1938), de Mistral.

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Prólogo o no, crítica o no, estudio o divagación, déjeme, Gabriela, hacer el elogio de usted, concreto, ceñido a su obra, pero aureolado del reflejo de su luz.

Prólogo, usted hubiese podido tenerlo magnífico de cualquier gran escritor de Francia79, España80 o América81. Y se ha acordado de mí! Un [casi medio], un desconocido! Pero su nueva obra no necesita de prólogo, sino de coro.

Mándeme, pues, su nuevo libro82. Y recordaré de mis mocedades, por el ardor contenido y el ahínco largo. Trabajar en música me hará bien; y no será alarde literario como acojo a su ofrecimiento, me cojo de su palabra y le digo: Sí, sí, Gabriela, déjeme usted hacer algo con sus poemas, sobre sus poemas, sobre usted. Al ofrecerme usted este chance como dicen aquí, -[et c’utieune chance], como dicen allá, me he sentido estremecido como es [...] a reverdecer casi lírico, me sentí como bajo un hálito de música potente y honda, la suya, y exclame para sus adentros: [anímate], hombre de poca fe y de ningún esfuerzo, y quizás seré, no tu obra maestra, pues ni será [maestra] su rara obra como no lo es nada de lo tuyo, pero sí [renovancia] aproximativa, música interior, y en todo caso, un brote de fervor de lo hondo.

Gabriela, ante usted no cabe hablar del “honor” que la vanidad literaria apreciaría. Déjeme hacerle de esa amistad una como un […] un hálito de música potente y honda, la suya, y reclame para sus adentros: anímate, hombre de poca fe, y quizás será, no tu obra maestra, pues, no será maestra, ni será obra como es la [es] nada de la tuya, pero sí resonancia aproximativa, en todo caso, un brote de fervor de lo hondo.

Gabriela, entre los dos no cabe hablar del “honor” que la vanidad literaria apreciaría. Déjeme hablar de esa amistad inexpresada, mas presentida que […] [jumbada] sobre […] inspirará aciertos y […] y que yo pondré a mi modo en ese ritmo alterno de razón y fe que guía su pluma.

Prólogo o no, crítica o no, déjeme usted hacer su elogio, concreto y ceñido a su obra, pero aureolado del reflejo de su luz. Mándeme, pues, su nuevo libro que yo haré lo más que me sea dable y recordaré de mis mocedades, por el ardor contenido y el abrumado largo. Trabajar en música me hará bien, y no será [a]larde literario [...] sino el que me llevó a hacer en dos meses aquel Rodó83 tan [fácil] por tan fácil; la […] por lo tan [...] liso y unido de la materia y el […].

79 El gobierno chileno, acogió la iniciativa de la periodista guayaquileña Adelaida Velasco Galdós, de postular a Gabriela Mistral para el Premio Nobel de Literatura, al año siguiente de recibirlo aparecieron las ediciones francesas: Poemes choisis. Préface Paul Valéry. Poésies traduites par Mathilde Pomès. Proses traduites par Francis de Miomandre. Paris, Stock, 1946 y Poèmes. Traducción y epílogo de Roger Caillois. París, Gallimard, 1946. 80 La escritora española Concha Espina, realizó vanos esfuerzos para prologar Tala, solicitud que Mistral rechazó, como se puede comprobar por la carta remitida al ecuatoriano desde [Madrid], el 20 de octubre de [1934], que publiqué en Cartas (1933-1934) de Gonzalo Zaldumbide. Edición, prólogo y notas Efraín Villacís y Gustavo Salazar. Quito, Consejo Nacional de Cultura, 2000. p. 122. 81 Aunque el volumen finalmente se publicó sin prólogo, desde su aparición ha merecido importantes valoraciones y estudios de buena parte de grandes escritores americanos. 82 Es lamentable que todavía no se estudie la gestación de la obra de Mistral en base a su correspondencia con importantes escritores amigos suyos en este período: Margot Arce, Palma Guillén, Teresa de la Parra, Lydia Cabrera, Enrique Díez-Canedo, Alfonso Reyes, Ventura García Calderón y el propio Zaldumbide, entre varios otros. 83 Gonzalo Zaldumbide. José Enrique Rodó. (Nueva York / París, 1918).

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El que me llevó a hacer en dos meses aquel Rodó tan difícil por tan fácil, tan difícil por lo tan liso y unido de la materia y el modelo. No tendré yo esta vez que animar a un mármol pulido. Me bastaría con hacer […] [parar] a mis páginas algo anémicas la pulsación de su [poeta] vaya a mi pluma reseca [henchida] de esa savia de universo que empapa las raíces de su genio, círculo en su ritmo y desborda de sus poemas, no ya un [preciosismo] de perla a perla, en cada una de sus palabras, [genero] “artista”, sino de la turgencia exprimible de cada uno de sus poemas, genero [tomona o ceres], sentido cósmico y sublime. Pero voy a seguir diciendo mal cosas que, aunque no sean [...] le van a hacer a usted temer que el “Prólogo” salga así. Yo procuraré que me salga lo mejor que puedo yo dar de mí, devolviendo el préstamo de usted.

Ahora a contarle un poco de mi vida, aunque sólo sea de la exterior. Estuve este verano en México84, y lo pasé muy bien. Fui por dos meses y llegué a estar uno. Me obligaron por cable a volverme a Washington85 a atender las representaciones internacionales del conflicto colombo peruano, que nos tocaba mirar de cerca86. De entonces a hoy he vivido amarrado al pie de la [ametralladora] para que no corran notas y cablegramas han ido y venido sin cuento, privándome de todo reposo y lectura. Estoy en esta legación completamente solo. Y como la correspondencia ha sido rápida y nutrida, habían creído en Quito que he tomado por mi cuenta algún secretario, y me dijeron que, aunque parezca ocioso, (parecía que el ocioso fuera yo, era el advertirme) este supuesto secretario debiera ser de “clara nacionalidad ecuatoriano” (Lo se, Bonifaz87 le ha dejado en [canados) y como no hay ningún ecuatoriano, era vedarme esa ayuda, que por lo demás no existía, habiéndolo hecho yo todo.

América está loca, y el Ecuador enfermo febriscitante; no está tranquilo, sino cansado.

Cuando estuve allá de Ministro88, lo pasé muy bien a pesar del tal Ministerio. Quisieron a mí también hacerme Presidente, pero yo nací demasiado presciendente de miserias] para ser un político al uso. Luego los politiqueros echaron abajo al Gobierno. Pero al caer yo con todos me ofrecieron los vencedores en reparación esta Legación por ser, decían lo más importante.

Y [aquí]

[Gonzalo Zaldumbide].

84 Zaldumbide fue nombrado Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en México en mayo de 1932. 85 En agosto de 1933 a Gonzalo Zaldumbide se le nombró Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario del Ecuador en misión especial en América, Alemania, Italia, Suiza y observador ante la Liga de las Naciones. 86 El conflicto territorial entre Colombia y Perú, por el triángulo de Leticia, se solucionó con la intervención del tribunal de Ginebra (Liga de las Naciones), a favor del primero, con la firma de un Tratado en Río de Janeiro el 24 de mayo de 1934 entre los presidentes Enrique Olaya Herrera (Colombia) y el General Óscar Raymundo Benavides (Perú). 87 Neptalí Bonifaz (1870-1953). Político ecuatoriano. Candidato por el Partido Conservador, fue elegido por votación popular, Presidente de la República en 1931, pero el Congreso Nacional comandado por el “bonifacista” José María Velasco Ibarra lo descalificó, aduciendo que era de nacionalidad peruana, hecho que provocó la trágica “Guerra de los Cuatro Días”, en septiembre de 1932. 88 En septiembre de 1929, Zaldumbide asumió la cartera de Relaciones Exteriores del Ecuador, responsabilidad que conservó hasta agosto de 1931.

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A Benjamín Carrión ∗∗∗∗

D. “EUROPA” 89, 27 de septiembre de 1933. Señor don Manuel Benjamín Carrión. México. Mi querido amigo:

Mientras estábamos cerca, no me urgía escribirle en respuesta a su carta de hace dos o tres meses: (había usted tardado dos o tres años en decidirse) pero cortado el cordón umbilical del continente nativo, quien sabe si algún día nos volvamos a ver o a escribir.

Feliz usted que se queda en México. Cuán gratamente lo pasé ahí, ya lo ha sabido usted. En el Ecuador se ignoró hasta el hecho material de haber ido yo ahí, y no se oyó ni lejano el eco de la grata resonancia que varios amigos, nuevos o antiguos, dieron a mi visita, que ni por corta la miraron como de [cargante] cortesía diplomática.

No mandé a Quito –le prohibí a Benjamín que mandara entonces, – ningún artículo de los varios tan halagüeños con que me saludaron al paso amigos de letras, sin reprocharme el no serles colega asiduo. Además, -de haberlos hecho reproducir,- sólo habrían dicho: “ah! este Z[aldumbide]; paseándose, y nosotros aquí j[odidos]” El j[odido] fui yo, cuando en lo mejor del gusto me ordenaron por cable regresar a Washington inmediatamente. –La culpa fue de Leticia90, más que de Washington.

México me encantó. Me encantaría. La echaré de menos más que a Washington. Pero a mí no me habrían dado nunca esa legación sino como prestada. Creo que usted sí puede retenerle como cosa propia.

Marcho a Europa algo desganado. On ne peuthes éter etavoir été. Llevo uno que otro proyecto resucitado de un sueño de [leona tranquilo] como una muerte. Llevo un deber terrible y casi sagrado. Gabriela91 me ha pedido un prólogo y mandádome el manuscrito que me hiere a relámpagos y me agobia de mansedumbre infinita.

¿Pasarán otros dos o tres años hasta que usted vuelva acordarse de que acaso hubiéramos podido ser amigos?

Le desea toda prosperidad su amigo quad même

Gonzalo Zaldumbide. ∗ Publicada en Benjamín Carrión. Correspondencia IV, Cartas ecuatorianas 1. 1916-1944. Prólogo de Alejandro Querejeta Barceló, Quito, Municipio Metropolitano, 2007, pp. 281-282. 89 Con la misma fecha, Zaldumbide, desde el vapor “Europa” en el Océano Atlántico, escribió una carta a Gabriela Mistral. 90 La población colombiana Leticia, ubicada a 4º de latitud sur y 69º de longitud occidental, –territorio que anteriormente formó parte del Ecuador– al ser invadida en 1932 por ciudadanos peruanos, provocó un conflicto bélico que se resolvió gracias a la intervención de la Sociedad de las Naciones, dando la razón a Colombia. Zaldumbide fue destinado a México en mayo de 1932, pero la situación de Leticia lo obligó a volver a Washington, en su reemplazo Carrión fue designado como embajador en México. 91 Gabriela Mistral.

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De Margot Arce∗∗∗∗

Santurse, Puerto Rico, 2 de noviembre de 1933. Señor don Gonzalo Zaldumbide París, Francia. Mi querido amigo: Su carta me vino con mucho retraso, y la contesto enseguida. Esperaba su dirección –la había pedido a Gabriela–, para escribirle. No tengo copia de los poemas de Gabriela que le entregué92 y he olvidado algunos detalles que importaba recordar ahora. Sin embargo la impresión de conjunto está muy viva en mí. Me sobrecoge un poco esta obligación de darle un juicio mío; usted que tiene un ojo tan certero ya ha empleado para calificar esos versos más justos; usted los ha llamado “oceánicos” 93. En efecto; estos poemas me han sabido a fuerza del mar, a profundidad y anchura de mar, pero de mar encrespado, con viento fuerte y olor agrio de sal y de yodo; me han batido como olas y me han exaltado como el espacio abierto. Comienzo por los poemitas infantiles. En “La manca” y el “La pajita” Gabriela hace auténtica poesía para niños y colma ese gran hueco de la literatura española. El acierto se debe, de una parte, ala expresión folklórica, al ritmo definido y pegadizo, a la lengua familiar y tiernecita, a las repeticiones, al puro juego de imaginación. Algunas coplas populares, algunos romances tienen esa máxima síntesis, esa máxima economía técnica y expresiva, como zumo denso, que hay en “La manca” por ejemplo.

∗ Tomada de: Cartas (1933-1934), de Gonzalo Zaldumbide. (Ed. cit. pp. 65-70). Margot Arce (1904-1990). Filóloga, catedrática y crítica literaria puertorriqueña, discípula de Tomás Navarro Tomás y Américo Castro, realizó un profundo estudio sobre la obra de Garcilaso, titulado Garcilaso de la Vega: contribución al estudio de la lírica española del siglo XVI (1930), libro de referencia obligatoria acerca del tema. Otros títulos: Impresiones: notas puertorriqueñas (1959), Gabriela Mistral, persona y poesía (1958). Gran amiga de Gabriela, la acompañó como su secretaría, de lo que se sabe, entre 1933 y 1934. 92 En el Archivo de la Fundación Zaldumbide-Rosales, en poder de su hija Celia, se conservan los originales mecanografiados remitidos a Gonzalo Zaldumbide por Margot Arce de los poemas de Mistral, para el deseado prólogo pedido al ecuatoriano. 93 No creo inoficioso transcribir extensamente el comentario de Zaldumbide aludido por la crítica puertorriqueña; Zaldumbide, desde el vapor “Europa”, en el Océano Atlántico, el 27 de septiembre de 1933, le había escrito a Gabriela: “Aquí sí, a bordo he leído su libro. A la primera lectura, en Washington, no hice sino cablegrafiarle al Consulado de Madrid. Avisarle, agradecerle, no podía más. Quedé pasmado a esa primera lectura como cruzado de relámpagos por tanto verso inesperado y tajante de belleza o de repercusiones. Después sólo una vez hallé una hora propicia para leer de nuevo y tratar de ver y discernir. En cambio, en el [ilegible] silencioso estruendo del mar sin viento y tranquilo que llevamos qué bien se oye su voz que clama en el desierto. Su [ilegible] parece que eran como olas de fondo de que los versos no son sino la cresta, eran profundidades de alma y entraña que se arremolinan en algunas de sus estrofas, consuenan y se confunden a lo lejos con la noche enorme y el mar insomne. Me siguen y me acompañan por el puente a la popa solitaria. Qué libro! Y qué pobre cosa yo! Deber terrible y casi sagrado de comprender. Me quemo la mano como dando vueltas a mi carne viva al querer agotar el sentido de ciertas Troyas vivientes. No limitable por ningún lado, el libro todo sobrepasa toda usual literatura, toda literatura. Ahí se está inmensificándose solo.”. (Op. cit. pp. 52-53).

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De otra parte, Gabriela dio con lo más difícil: con el punto de vista infantil. Ella tiene la profundidad natural del niño, el don de descubrir las cosas y de concordarlas a pura y limpia música de imaginación; ella posee la difícil y la sabia ingenuidad. Los otros poemas que me dan a la otra Gabriela, a la apasionada y a la mística. En los “Nocturnos” está la crisis de su catolicismo y la vuelta al budismo heterodoxo. Continúan el tema iniciado en Desolación y son, si cabe, más desolados y amargos porque recogen también la crisis de la esperanza que no es –cosa que me sorprende-, fracaso. La fe está intacta. Yo no veo claro en ese “apetito de la nada” de Gabriela. Encontraría más lógico en ella el deseo de la inmortalidad individual; tampoco entiendo bien su budismo. La juzgo cristiana en el más puro y noble sentido de la palabra. Los dos “Nocturnos” son dos piezas autobiográficas con el valor de una confesión. A través de ellos yo veo una Gabriela vitalista –lo que me explica la insistencia suya en el tema de la muerte-, criatura muy de carne y hueso, apasionada y natural; criatura “dionisíaca” yo diría y por ello, trágica. La “Bendición de la mujer” cierra el ciclo de “Éxtasis”, “Dios lo quiere”, “El poema del hijo”, “Balada” y “Nocturno”, (de Desolación). Es la última palabra de un amor que no ha muerto todavía y que permanece como un morbo, como una llaga, tal vez. Hay un aspecto nuevo en la poesía de Gabriela, y no recuerdo si entre las poesías que le entregué hubo alguna que lo recogiera. Me refiero a su actual preocupación por el mundo de los sueños, los fantasmas y la locura. Poemas que elabora con imágenes de la super o de la subconciencia, donde lo racional queda relegado, desdeñado; poesía de misterio, estremecedora. A esto sí que yo llamaría con toda propiedad poesía pura hecha de imágenes y de intuiciones, sin aparato de lógica. Pertenecen a este tipo “Fantasma”, “La muerte niña”, “La fuga”. Gabriela no elabora ya temas del mundo externo; se hunde en sí misma; bucea en su prodigiosa vida psíquica y trae a la superficie este lirismo trémulo, sangriento, de gran profundidad, de altas presiones, pero al mismo tiempo, trascendental y humano. Yo prefiero esta poesía por su riqueza de emoción que casi pasma, a todos los ismos. Tengo miedo de que la poesía actual vaya camino de una intelectualización excesiva. En Gabriela, la poesía es el “delirio sagrado”; sus versos traspasan como una espada y producen esa sensación física de sacudida y estremecimiento que es la piedra de toque del arte verdadero y de la verdadera emoción, según creo. Hace tiempo que deseo decir algo acerca del español de Gabriela, de cómo usa el verbo y el adjetivo. Cuando leo prosa o versos suyos me parece que sus palabras tienen volumen y calidad. Se las puede conocer por medio de los cinco sentidos, y parece que están acabadas de crear, vírgenes y, a la vez, grávidas. Usted se habrá fijado que en Gabriela no hay “literatura”, ni artificio, ni culteranismo. Su lenguaje es familiar, de una familiaridad entrañable (en el verso tiende a las formas menos cultas y “formales”: el octosílabo, el asonante, la libertad en el cambio de metro y de rima) y sin embargo yo no conozco otra lengua más exacta, más precisa, más cargada de contenidos emocionales, ni más personal. Usted me hacía notar, en Nueva York94, que los imitadores fracasan. Naturalmente: Gabriela saca esta lengua de sus propias entrañas,

94 En agosto de 1933, la puertorriqueña se encontró brevemente con Zaldumbide en Nueva York, en donde hablaron acerca de la poesía de Gabriela, el encuentro no pudo ampliarse ya que el ecuatoriano debió trasladarse a Washington.

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caliente y palpitante. Un poco recuerda a Martí, con la ventaja de que la exhuberancia de Martí ha sido superada y queda la emoción sin el exceso. Yo no sé qué más decirle, no se me ocurre otra cosa por el momento. Quería complacerle y agradecerle su gentileza para conmigo. Escríbame y dígame mis equivocaciones, y no olvide que me prometió algunas cosas suyas. Yo tengo el Rodó y el Montalvo95. Estoy vivamente interesada en la literatura latinoamericana; había cometido el pecado de ocuparme casi exclusivamente de la española. Releo a Sarmiento y a Silva96 y tengo el propósito de escribir algo acerca del último. Ayúdeme. Usted tendrá la fortuna de ver a Gabriela antes que yo. Ella me ha hablado de nuevos poemas que quiere enviarle. Le asalta la duda de que este nuevo libro pueda ser inferior a Desolación. Yo, humildemente, creo que será superior. Aliéntela usted; ella se fía muchísimo –y con razón– de su juicio. Salúdeme a su esposa y su linda muchachita97. Suya afectísima, Margot Arce. Apartado 333. Río Piedras, Puerto Rico.

95 Gonzalo Zaldumbide. Juan Montalvo en el centenario de su nacimiento. 1832-1932. Washington, Unión Panamericana, 1932. 36 p. 96 No sabemos precisar si Arce escribió algo acerca de la obra de Medardo Ángel Silva. 97 Isabel Rosales Pareja nació en Guayaquil el 1 de marzo de 1895 y murió en Quito el 8 de abril de 1961 y su hija Celia nació el 2 de diciembre de 1926. Ambas serán destacadas pianistas.

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De Alfonso Reyes∗∗∗∗

Montevideo98, 30 de noviembre de 1933. Mi querido Gonzalo:

Y aunque juntara todas las aguas de este mar que es río, y aunque amasara con ellas todas las arenas de estas playas, y aunque con todo este barro original y el soplo de todas mis fuerzas animara otras criaturas vivas de sangre y alma, y ellas volaran hasta usted con el mensaje caliente de mi gratitud, ni así podría decirle hasta dónde me han sacudido y conmovido sus palabras en Número99. –Porque yo también, si me preguntaran qué aprobación prefiero, hubiera dicho que la de usted sin vacilar un punto. Cae sobre mi ánimo su amistoso mensaje en momentos en que las labores oficiales me están endureciendo. Hace meses que las musas lloran a mi puerta. Y me temo que por dos meses más sea yo criatura perdida. Pero aún hay sol en las bardas, como decía don Quijote100, ya volveremos a lo de antes.

Sepa, entre tanto, que nunca lo olvido; –que siempre anhelo por el día del reencuentro. Mis libros, de tiempo en tiempo, le hacen saber que, desde lejos, vivo a su lado. Y es curioso que, de veras, pueda uno sentirse tan cerca a la distancia; pero, en más de una ocasión, cuando su Ministerio, cuando su viaje a México, me he sorprendido a mí mismo en estado de alma trascendida con la suya, y creyendo que a mí mismo me estaba aconteciendo lo que sólo a usted le acontecía.

Tengo una compensación: Díez-Canedo101, con quien recordamos tanto a Gonzalo! Huésped invisible, para usted alzamos la copa. Nos van consumiendo los años

∗ Tomada de: Gustavo Salazar. “Lazos entre México y Ecuador (Arroyo, Zaldumbide y Carrión). Ecuador y México. Vínculo histórico e inter-cultural (1820-1970). Quito, Museo de la Ciudad, 2010. pp. 215-216. Alfonso Reyes (1889-1959). Ensayista, poeta, polígrafo y diplomático mexicano. Uno de los más importantes escritores de la lengua española en el siglo XX. Obras: Cuestiones estéticas (1911), Visión de Anáhuac (1916) e Ifigenia cruel (1923); de sus Obras completas, hasta el momento se han publicado 26 volúmenes y una buena cantidad de epistolarios, que no acaban de aparecer; pronto publicaré A media correspondencia: Cartas entre Alfonso Reyes y Gonzalo Zaldumbide (1923-1957). 98 Esta misiva la escribe previa la celebración de la VII Conferencia Panamericana a celebrarse en la capital uruguaya en diciembre de aquel año, a donde Reyes fue delegado como Plenipotenciario de México. 99 Gonzalo Zaldumbide. “Alfonso Reyes”. Número, nº. 1. Montevideo, otoño de 1933, pp. 4-5. [dato bibliográfico cedido por Carlos García (Hamburg)]; a través de una misiva desde Río Piedras, Puerto Rico del 21 de enero [de 1934], Margot Arce –amiga y secretaria de Gabriela Mistral–, alude al artículo: “Le agradezco mucho, mucho, su comentario de los Romances del Río de Enero de Alfonso Reyes en Número. Me ha ayudado usted a comprender; me ha dado la definición exacta de Alfonso”: Gonzalo Zaldumbide. Cartas (1933-1934), de Gonzalo Zaldumbide (ed. cit. p. 78). 100 “Aún hay sol en las bardas –dijo don Quijote–; y mientras más fuere entrando en edad Sancho, con la experiencia que dan los años, estará más idóneo y más hábil para ser gobernador que no está agora”. Don Quijote de la Mancha. Parte 2, Cap. III. Texto y notas de Martín de Riquer, Barcelona, Editorial Juventud, 1968, p. 561. 101 Enrique Díez-Canedo (1879-1944). Crítico, ensayista, traductor y poeta español. Uno de los más destacados escritores españoles de la primera mitad del siglo XX, colaboró con la República y a causa de la Guerra Civil española se radicó en México. Además de Sala de retratos (1920), Unidad y diversidad de

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en su fuego lento, y nuestra madera, ya hecha, suelta cada vez con más gusto el aroma concentrado de la amistad.

Saludos de mi casa a la suya.

Lo abraza con viva cordialidad su

Alfonso Reyes.

11. Armando Maribona. “Alfonso Reyes”. Los decapitados. París, Excelsior, 1926. pp. 105.

las letras hispánicas (1935), Letras de América (1944); para los escritores de habla hispana fue trascendental la edición que realizó junto con Fernando Fortún de La poesía francesa moderna (1913); su amistad con Zaldumbide se habrá estrechado seguramente cuando Gabriela Mistral invitó al español a colaborar en el Instituto de Cooperación Intelectual; en agosto de 1932 viajaron en los vapores Orizaba y Siboney desde La Habana, desde donde escribieron una postal a su amigo común, “Querido Alfonso: He aquí a dos amigos suyos que en el mar hablan de U., le leen y le contestan ‘a vuelta de correo’. Abrazos, Gonzalo Zaldumbide, Enrique Díez-Canedo. 20-VIII-32”. Enrique Díez-Canedo / Alfonso Reyes: correspondencia 1915-1943. Edición y estudio introductorio Aurora Díez-Canedo F. México, Universidad Nacional Autónoma de México / Fondo Editorial de Nuevo León, 2010. p. 132. En México volvieron a coincidir, como se puede revisar en Revista de Revistas y en la fotografía que reproducimos a continuación de la carta a Julio Torri, en septiembre de aquel año.

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De Jaime Torres Bodet∗∗∗∗

París, 19 de junio de 1934.

Señor don Gonzalo Zaldumbide. Ginebra. Mi distinguido amigo:

Perdone el papel, la prisa y la tardanza con que le escribo. Apenas si soy ya un hombre en tierra. Tengo la mitad de mí (mis libros, mis baúles, mis futuras preocupaciones) en alta mar, camino de Buenos Aires, ciudad a la que mi gobierno me ha trasladado como Secretario de la Embajada102 a cargo hoy del doctor Rafael Cabrera103, que usted conoce.

Leí con el mayor interés su aguda carta sobre Estrella de día104. Muy fina su opinión. Gracias por la expresión de su “simpatía” tanto como por el inteligente análisis de sus “diferencias” (¿Recuerda el libro de Alfonso Reyes105?)

¿Qué prepara usted? Hace tiempo que sus lectores esperamos con impaciencia –con fe– un nuevo libro suyo106. Piense en mí, si publica alguno, en el momento de organizar la distribución de los ejemplares. Se lo agradeceré.

Me pongo a sus órdenes en Buenos Aires, para donde embarcaré el 28, en el “Conte Grande”. Estas son mis señas: Embajada de México Arroyo, 820.

Le recuerda y estima muy cordialmente

Su devoto

Jaime Torres Bodet.

∗ Tomada de: Cartas (1933-1934), de Gonzalo Zaldumbide, (ed. cit. pp. 159-160). Jaime Torres Bodet (1902-1974) Poeta y diplomático mexicano. Fue Canciller de su país y Director de la UNESCO (1948-1952). Formó parte del destacado grupo de poetas mexicanos: Contemporáneos. De entre su obra destacan: los de prosa poética Margarita de niebla (1927), La educación sentimental (1931), el de memorias Tiempo de arena (1955), los de ensayo: Tres inventores de realidad: Stendhal, Dostoyevski, Pérez Galdós (1955), Balzac (1959) y Rubén Darío (1966). 102 Torres Bodet fue Secretario de la Legación de México en Argentina entre 1934 y 1935. 103 Rafael Cabrera (1884-1943). Diplomático y poeta mexicano. Su poemario Presagios (1913), consolidó su prestigio de escritor. Entre 1931 y 1934 fue Embajador de México en Argentina. 104 Jaime Torres Bodet. Estrella de día. Madrid, Espasa-Calpe, 1933. 105 Simpatías y diferencias (1921-1926), recopilación en 5 volúmenes, de ensayos, artículos y reseñas que Alfonso Reyes había publicado en revistas y periódicos en su estancia española (1914-1924). 106 Zaldumbide publicó, para estas fechas: Juan Montalvo en el centenario de su nacimiento (1932), Elogio de Bolívar (1933) y Significado de España en América (1933), desconocemos si le envió alguno de estos títulos al poeta mexicano.

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De Gonzalo Escudero∗∗∗∗

Quito, 6 de septiembre de 1934. Al señor don Gonzalo Zaldumbide. En Ginebra. Muy querido y recordado Gonzalo:

Otra vez recluso en esta penitenciaría quiteña –donde se oxida el cuerpo y se aletarga el espíritu– estoy ejerciendo el sacro ministerio de mi profesión abogadil, sin escrutar, por los postigos de la ventana política, el resollante sarao de nuestra vida pública, a la que le dispenso mi repugnancia hepática y mi desdén. Usted conoce el ritmo de esta villa y el castramiento de la personalidad que sufren sus moradores. El hombre degenera en fabricante de su propio fastidio y –en revancha con el ámbito– apenas ríe con esa sonrisa postiza que inventó Isidoro Ducasse, rasgándose las comisuras de sus labios con una navaja gélida107. Menos mal que pasan las horas de los días, los días de los meses y meses de los años.

Cuánto me complace –por usted– el que usted esté lejos de esta tierra mohosa de los magnos acontecimientos, donde nunca aconteció nada. Y no juzgue que me he descastado al impugnar nuestro ambiente. Apenas pienso en que el Ecuador mestizo no podrá, aunque se ensayaran todas las alquimias etnográficas, dejar de ser lo que es: una tierra donde el gregarismo es ley y donde el espíritu es perseguido con saña truculenta. Menos mal que el espíritu es follaje indómito que se da y que crece, no obstante todas las mutilaciones.

∗ Tomada de: Cartas (1933-1934), de Gonzalo Zaldumbide, (ed. cit. pp. 187-191). Gonzalo Escudero (1903-1971). Poeta y diplomático ecuatoriano. Una de las mejores expresiones poéticas de la vanguardia hispanoamericana. Publicó entre otras obras: Hélices de huracán y de sol (1933), Altanoche (1947), Materia de ángel (1953) y Réquiem por la luz (1983). En colaboración con Filoteo Samaniego tradujo del francés la obra completa del ecuatoriano Alfredo Gangotena. 107 “He visto durante toda mi vida, sin exceptuar uno sólo, a los hombres de hombros estrechos, realizar actos estúpidos y numerosos, embrutecer a sus semejantes y pervertir las almas por todos los medios. Llaman a los motivos de sus acciones, la gloria. Viendo tales espectáculos, he querido reír como los demás; pero esto, extraña imitación, era imposible. He cogido entonces un cortaplumas, cuya hoja tenía un filo muy cortante, y me he hendido la carne en los sitios en que se juntaban los labios. Por un momento creí haber conseguido mi objeto. ¡Examiné en un espejo esta boca desgarrada por mi propio deseo! ¡Era un error! La sangre que corría con abundancia de las dos heridas impedía, además distinguir si era aquello realmente la risa de los otros. Pero después de unos instantes de comparación, vi perfectamente que mi risa no se parecía a la de los humanos, es decir, que yo no reía”. Los cantos de Maldoror de Isidore Ducasse, 2ª ed. traducción de Julio Gómez de la Serna. Prólogo de Ramón Gómez de la Serna. Barcelona, Labor, 1974. pp. 40-41. (Colección Maldoror; 1). Subrayado mío. El Conde de Lautreamont, seudónimo del poeta francés, de origen uruguayo, Isidore Ducasse (1846-1870). Su influencia fue determinante para las vanguardias poéticas del siglo XX.

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Bien pronto, tendré el dilecto placer de enviarle un nuevo libro: Paralelogramo108. Una comedia en seis cuadros, disolvente y anárquica, con sabor de Eclesiastés y de llaga purulenta. Anhelara vivamente traducirla al francés109, y tentando hacerlo, ocurriré a usted para la caza y justificación de los gazapos consustanciales de que estará viciada mi versión francesa.

Le agradezco, muy de veras, su carta portadora del hidalgo ofrecimiento suyo en torno de alguna gestión que fuera dable para volver a esa Europa admirada110. Debo historiarle brevemente lo que ha sucedido. Yo estaba en Panamá sometido a esa putrefacción húmeda y envolvente de la tierra tórrida111, cuando entonces Encargado del Poder, Doctor Montalvo112, me propuso la cartera de Educación Pública. Rehusé la proposición porque sabía que ese Ministerio era Ministerio de mala educación. Y solicité una licencia para volver al Ecuador. Me la concedieron. El Gobierno me ofreció la Encargaduría de Negocios en Londres, pero por dilaciones injustificadas, la promesa quedó fallida. Luego se presentó la posibilidad de la Secretaría en Ginebra y, entonces, recurrí a usted. Comprendí que usted estaba comprometido anteriormente con Gastelú113. No insistí. Actualmente, con el nuevo régimen, entiendo que las perspectivas son mejores. Una antigua amistad con Velasco Ibarra me facilitará el retorno114. Pero para ello, considero valiosa y decisiva su sugerencia, si acaso no tuviera inconvenientes para ella. Actualmente está vacante la Encargaduría en Londres que sería la de mi preferencia y entiendo que una gestión cablegráfica de usted sería oportuna, pues tal vacante va a proveerse inmediatamente. Además, la proforma para 1935, consulta la creación de Secretarías en Berna, Roma y Berlín, y cualquiera de ellas, sin escogimientos, me placiera. La Secretaría en Berna consta independientemente del Consulado en Ginebra. En París el cargo de Cónsul General y de Secretario están confundidos, aunque creo que nuestro Mariscal115 va a ser decapitado en la próxima reorganización diplomática y consular. Y es razonable. Los héroes y protohéroes deben retornar a su campo de batalla por razón elemental de necesidad estratégica. Además, el cúmulo de las condecoraciones es un fardo que embaraza la libertad de movimientos y compulsa rápidamente a la invalidez. Y París ya tiene un ejército de inválidos, para que admita con satisfacción nuevos inválidos importados.

Su situación en Europa la reputo sólida y no creo que pueda comprometerse por la caprichosa ruleta política, a pesar de que el cuerpo electoral de Velasco Ibarra116 es

108 Gonzalo Escudero. Paralelogramo. Quito, Imprenta de la Universidad Central, 1935. Obra de teatro vanguardista, que emparentaría fácilmente con el teatro de Sartre y del absurdo a lo Ionesco y Becket. 109 Aparentemente nunca apareció la versión al francés de esta obra de teatro. 110Escudero se desempeñó como Encargado de Negocios y Cónsul del Ecuador en París entre agosto de 1931 y julio de 1933. 111 Encargado de Negocios ad ínterin del Ecuador en Panamá de septiembre a diciembre de 1933. 112 Abelardo Montalvo. Ministro de Gobierno, encargado del Poder Ejecutivo en el Ecuador de octubre de 1933 a agosto de 1934. 113 Alejandro Gastelú Concha. Primer Secretario de la Legación del Ecuador en Ginebra, nombrado el 26 de febrero de 1934 y desde febrero de 1935, Cónsul General. 114 Escudero volvió a desempeñar un cargo diplomático en febrero de 1938, como Encargado de Negocios titular, en Buenos Aires. 115 Epíteto irónico aplicado al General Ángel I. Chiriboga (1885-1962), no fue “decapitado”, continuó por largos años en el ejercicio diplomático, había sido Canciller de la república del Ecuador el año anterior. 116 José María Velasco Ibarra (1893-1979). Político y caudillo populista ecuatoriano. Llegó al poder por cinco ocasiones. Su figura ocupó el panorama político nacional desde 1932, su nefasta influencia: la prepotencia, el despotismo y la demagogia, lamentablemente no terminaron con su desaparición física ya que a pesar de haber transcurrido más de tres décadas, siguen apareciendo imitadores.

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numeroso y como diría Carlos Octavio Bunge, “hiperestésico de aspirabilidad” … En todo caso, aquí tiene usted a un amigo, presto a evitar que se cometa un atropello semejante.

Le ruego que presente a su señora, mis mejores recuerdos, y usted reciba el mío, admirativo y afectuoso.

Gonzalo Escudero.

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Gabriela Mistral ∗

HISTORIAS DE LOCA

I

La muerte-niña

A Gonzalo Zaldumbide

–“En esa cueva nos nació, y como nadie pensaría, nació desnuda y pequeñita como el pobre pichón de cría. ¡Tan entero que estaba el mundo! ¡tan fuerte que era el mediodía! ¡tan armado como la piña, cierto del Dios que sostenía! Alguno nuestro la pensó como se piensa villanía; la Tierra se lo consintió y aquella cueva se le abría. De aquel hoyo salió de pronto, con esa carne de elegía; salió tanteando y gateando y apenas se la distinguía. Con una piedra se aplastaba, con el puño se la exprimía. Se balanceaba como un junco y con el viento se caía… Me puse yo sobre el camino para gritar a quién me oía: – “¡Es una muerte de dos años que bien se muere todavía!”. Recios rapaces la encontraron, a hembras fuertes cruzó la vía; la miraron Nemrod y Ulises,

∗ Gabriela Mistral. “La muerte-niña”. Tala. Buenos Aires, Sur, 1938. pp. 57-60.

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pero ninguno comprendía… Se envilecieron las mañanas, torpe se hizo el mediodía; cada sol aprendió su ocaso y cada fuente su sequía. La pradera aprendió el otoño y la nieve su hipocresía, la bestezuela su cansancio, la carne de hombre [su] agonía. Yo me entraba por casa y casa y a todo hombre se lo decía: – “¡Es una muerte de siete años que bien se muere todavía!”. Y dejé de gritar [mi] grito cuando vi que se adormecían. Ya tenían no sé qué dejo y no sé qué melancolía. Comenzamos a ser los reyes que conocen postrimería y la bestia o la criatura que era la sierva nos hería. Ahora el aliento se apartaba y ahora la sangre se perdía, y la canción de las mañanas como cuerno se enronquecía. La Muerte tenía treinta años ya nunca más moriría, y la segunda Tierra nuestra iba abriendo su Epifanía. Se lo cuento a los que han venido, y se ríen con insanía: “–Yo soy de aquellas que bailaban cuando la Muerte no nacía…”.

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LAS PÁGINAS DE GONZALO ZALDUMBIDE CUMPLEN MEDIO SIGLO

Pero no tenemos derecho de mostrarnos insatisfechos por no haber hallado aquello que no debíamos buscar [en una obra]. No tenemos derecho de exigir aquello que no se nos da.

Gonzalo Zaldumbide. (1909).

Gonzalo Zaldumbide (1882-1967) es la figura más importante de las letras ecuatorianas de la primera mitad del siglo XX, además de ser el mayor representante de la prosa modernista del país. Se inauguró en las letras en 1903, al glosar el libro de José Enrique Rodó, Ariel, motivo que le permitió trasladarse a vivir en París hasta 1910; por razones que expondrá en su tesis las “Vicisitudes del descastamiento” (1914), retorna al país; en ella reflexiona acerca de la condición del intelectual hispanoamericano que viaja a Europa para cultivarse y luego de realizarlo, sabe que nunca logrará ser un igual en el medio europeo, pero al regresar a su país, siente que tampoco es parte ya del medio natural de donde salió.

Al retornar a su patria, traía publicados un par de libros en donde dedicó estudios a dos autores: Henri Barbusse y Gabriele d’Annunzio, en ellos hizo gala de una prosa ágil, clara exposición de las ideas y sobre todo gran capacidad de análisis de las obras estudiadas.

Establecido en el Ecuador, se radicó en Pimán (Imbabura), la hacienda de la familia en la zona norte del país; retirado en ese paisaje campestre, dedicado a recorrer la heredad, leer y reflexionar, escribió la parte esencial de la Égloga trágica, clara muestra de prosa modernista, que su autor publicó, con seudónimo, en una revista quiteña en 1916; a instancias de amigos y admiradores de la obra, cuarenta años después apareció su versión final.

En 1913 inició su carrera diplomática, primer destino Lima, como Segundo Secretario de la Legación, luego vendrán: París en 1914 (Secretario), en donde permaneció hasta 1927, llegando a ser Ministro Plenipotenciario. En 1928 lo tenemos con el mismo rango en Washington y al año siguiente fue nombrado Ministro de Relaciones Exteriores, cargo que ostentó hasta 1931, cuando regresó nuevamente a Washington, brevemente permaneció en México (1932), siguiente destino Ginebra (La Sociedad de las Naciones), Embajador en Perú (1937), Lima (1939), Brasil (1942- 1947), Londres (1950 y cierra su carrera diplomática con el cargo de Embajador en Chile (1951).

Es de destacar que en su estadía en Francia, vinculado estrechamente con los intelectuales hispanoamericanos, colaboró en revistas parisinas: Revue Hispanique, dirigida por Foulché-Delbosc y en la Revue de l'Amérique Latine, del profesor Ernest Martinenche, dos grandes hispanistas. A la vez escribó para revistas y periódicos ecuatorianos e hispanoamericanos.

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En 1918 publicó José Enrique Rodó, excelente análisis de la obra del ensayista uruguayo; por estas mismas fechas investigó, publicó y difundió importantes estudios acerca de la obra de nuestros autores coloniales: Fray Gaspar de Villarroel, Juan Bautista Aguirre, Juan de Velasco y Antonio de Alcedo.

En la década del veinte se dedicó a publicar varias obras de Montalvo, para ello obtuvo los prólogos de eminentes ensayistas, entre ellos Miguel de Unamuno y Francisco García Calderón. Varios trabajos que dedicó al ensayista ambateño los agrupó en el volumen Juan Montalvo en el centenario de su nacimiento. 1832-1932; al año siguiente dedicó un estudio a Bolívar y Significado de España en América.

Como se ve la obra publicada de Zaldumbide, va apareciendo en distintos lugares, y de manera dispersa. En 1960-1961 su autor junto con Humberto Toscano y Miguel Sánchez Astudillo, conscientes de la necesidad de agrupar parte de la obra, deciden recopilarla, en dos volúmenes, bajo el sencillo título de Páginas, para lo cual seleccionan importantes capítulos de varias de sus obras. Para el primer tomo recogen fragmentos de De Ariel; los últimos capítulos de En elogio de Henri Barbusse y La evolución de Gabriel d’Annunzio; del José Enrique Rodó, los capítulos inicial y el quinto; Vicisitudes del descastamiento, “A propósito del Simbolismo”, un par de cuentos, dos capítulos de Égloga trágica, algún prólogo, algunas crónicas periodísticas y una selección y pasajes de cartas dirigidas a su amigo Luis Robalino Dávila; para el segundo tomo recoge varios opúsculos dedicados a Gaspar de Villarroel, Aguirre, Montalvo, Crespo Toral, Medardo Ángel Silva; algunos discursos dedicados a la ciudad de Cuenca en el Ecuador, Bolívar, Carlos Montúfar, el inca Garcilaso de la Vega y Larreta; además de algunos artículos dedicados a Teresa de la Parra y Ventura García Calderón; algún prólogo y alguna carta literaria.

A estos dos volúmenes que, actualmente son rarezas bibliográficas, me permitiré hacer ligeros reparos: 1. No están debidamente estructurados, aunque tratan de que exista cierto orden cronológico, y a la vez temático, queda material disperso. 2. Esta recopilación de los escritos de Zaldumbide está elaborada, a mi modo de ver, más para los amigos del autor, quienes seguro ya conocían la obra, que para potenciales nuevos lectores. 3. A nivel de edición, aparenta que se recogió y se dio a la imprenta sin el celo de un editor que cuide que los volúmenes estén conformados y formen un corpus, ya que a pesar de agrupar los escritos de un mismo autor, no nos permiten, como lectores fluir de texto en texto. y 4. Las breves notas acerca de la publicación original de algunos de los textos, no es uniforme, es incompleta y algunos de los estudios contienen apéndices incompletos o innecesarios, que lamentablemente tampoco servirían para los estudiosos de su obra.

A los cincuenta años de la aparición de las Páginas, sin dejar de reconocer el gran esfuerzo que supuso y el importante papel que cumplió esta edición, me parece conveniente sugerir que se haga una antología de sus ensayos, que permita la difusión de tan importantes escritos, que los dos tomos de que hablo son una clara muestra. Debería ser una edición muy cuidada, con notas bibliográficas pertinentes y precisas, limpiar lo que se recogió en dichos volúmenes por afecto y/o nostalgia, y mostrar, como acto de desagravio, el gran escritor que es Gonzalo Zaldumbide.

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BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA Anderson Imbert, Enrique. Historia de la literatura hispanoamericana. tomo 2. 5ª ed., 3ª reimp., México, Fondo de Cultura Económica, 1995. Arias, Augusto. Panorama de la literatura ecuatoriana. 3ª ed. Quito, Imprenta del Ministerio de Educación, 1956. Arroyo, César E. “Nota del Editor” En elogio de Henri Barbusse de Gonzalo Zaldumbide. Madrid, Imprenta, Mesón de Paños, 8, 1919. pp. 59-60. (Separata de la Revista Cervantes). Barrera, Isaac J. Epistolario a Isaac J. Barrera: recolección póstuma. Prólogo de Inés y Eulalia Barrera Barrera. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1981. Cansinos Assens, Rafael. Poetas y prosistas del novecientos (España y América). Madrid, Editorial-América, 1919. Cansinos Assens, Rafael. “Introducción”. En elogio de Henri Barbusse de Gonzalo Zaldumbide. Madrid, Imprenta, Mesón de Paños, 8, 1919. pp. 1-4. (Separata de la Revista Cervantes). Carrera Andrade, Jorge. “Apoteosis de Zaldumbide”. Letras del Ecuador. año 16. n. 126. Quito. jul.-dic. 1962. p. 1. Carrión, Benjamín. “En el año jubilar de Gonzalo Zaldumbide”. Égloga trágica. 4 ed., Gonzalo Zaldumbide. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1962. pp. 47-48. Carrión, Benjamín. Correspondencia IV, Cartas ecuatorianas 1. 1916-1944. Prólogo de Alejandro Querejeta Barceló, Quito, Municipio Metropolitano/Centro Cultural Benjamín Carrión, 2007. Cejador y Frauca, Julio. Epistolario de escritores hispanoamericanos. vol. II, Recopilación, introducción y notas de Sergio Fernández Larraín, Prólogo de Guillermo Feliú Cruz, Santiago de Chile, Ediciones de la Biblioteca Nacional, 1964. Deleito y Piñuela, José. “La evolución de Gabriel D’Annunzio por Gonzalo Zaldumbide: un tomo de 378 páginas”. La Lectura. año 10. n. 117. Madrid. sep. 1909. p. 317-319. Gallegos Lara, Joaquín. Páginas olvidadas. Estudio introductorio, recopilación y edición de Alejandro Guerra Cáceres. Guayaquil, Editorial de la Universidad de Guayaquil, 1987. Poetas parnasianos y modernistas. Estudio y selecciones de Eduardo Samaniego y Álvarez. Traducción de Gonzalo Escudero. Puebla, Editorial J. M. Cajica J. R, S. A., 1960. (Biblioteca Ecuatoriana Mínima; 28). [Publicación auspiciada por la Secretaría General de la Undécima Conferencia Interamericana. Quito, Ecuador, 1960]. García Calderón, Francisco. “Gonzalo Zaldumbide”. Epistolario de escritores hispanoamericanos de Julio Cejador y Frauca. (ed. cit. p. 90). García Calderón, Ventura. Semblanzas de América. Madrid, Imp. de G. Hernández y Galo Sáez, [1920]. (Biblioteca Ariel; 4). Henríquez Ureña, Pedro. “Estudios sobre Rodó” (I. A[lfonso] R[eyes]; II. P[edro] Henríquez] U[reña]), El Sol, Madrid, 22 ene. 1920. p. 12.

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INDICE

Dedicatoria Liminar 5 Agradecimientos 8 ALGUNAS OPINIONES ACERCA DE LA OBRA DE ZALDUMBIDE

“La evolución de Gabriel d’Annunzio, por Gonzalo Zaldumbide” José Deleito y Piñuela 9

“Gonzalo Zaldumbide” Medardo Ángel Silva 11 “Gonzalo Zaldumbide” Rafael Cansinos Assens 13 “En elogio de Henri Barbusse, por Gonzalo Zaldumbide”

Rafael Cansinos Assens 14 “José Enrique Rodó de Gonzalo Zaldumbide” Francisco Romero 16

“José Enrique Rodó de Gonzalo Zaldumbide” Pedro Henríquez Ureña 19

“Juan Montalvo” Ventura García Calderón 21

1. Fotografía de Zaldumbide en grupo, con la “Misión Latina” 24

“Gonzalo Zaldumbide” Francisco García Calderón 25

2. “Caricatura de Francisco García Calderón” Armando Maribona 25 “Gonzalo Zaldumbide (entrevista)” Alejandro Vallejo 26 “El París de la victoria” José Vasconcelos 31 “Los clásicos ecuatorianos y el culto a los muertos”

Joaquín Gallegos Lara 34 “En el año jubilar de Gonzalo Zaldumbide” Benjamín Carrión 37 “Gonzalo Zaldumbide” Alfredo Pareja Diezcanseco 39 “Apoteosis de Gonzalo Zaldumbide” Jorge Carrera Andrade 40 “Páginas de Gonzalo Zaldumbide” Humberto Salvador 41 “Gonzalo Zaldumbide” Enrique Anderson Imbert 44

UNA ENTREVISTA

“Gonzalo Zaldumbide” César Vallejo 45

3. “Caricatura de César Vallejo” Armando Maribona 46

4. Fotografía de un banquete en París, entre los presentes están Zaldumbide y Vallejo 48

5. Retrato de César Vallejo Pablo Picasso 48

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VARIAS CARTAS José Enrique Rodó a Gonzalo Zaldumbide

Montevideo, 20 de noviembre de 1914 49 Gonzalo Zaldumbide a Isaac J. Barrera París, 11 de diciembre de 1916 51

César E. Arroyo a Gonzalo Zaldumbide Madrid, 16 de enero de 1919 53 Gonzalo Zaldumbide a Julio Cejador y Frauca París, 1 de marzo de 1920 55 Gonzalo Zaldumbide a Julio Torri París, 31 de diciembre de 1920 57

6. Fotografía en grupo de escritores mexicanos, entre ellos

consta Zaldumbide 58

Teresa de la Parra a Gonzalo Zaldumbide [Maracay, diciembre de 1924] 59

7. y 8. Cubierta y contratapa de Orogénie (1928) de Alfredo Gangotena 61

“Bajo la enramada” dedicado a Zaldumbide Alfredo Gangotena 62

9. y 10. Portada y reproducción del poema “Sour la ramée” Alfredo Gangotena 63

Gabriela Mistral a Gonzalo Zaldumbide [Barcelona, enero de 1933] 64

Gonzalo Zaldumbide a Gabriela Mistral [Washington, febrero de 1933] 66 Gonzalo Zaldumbide a Benjamín Carrión

D. “EUROPA”, 27 de septiembre de 1933 69 Margot Arce a Gonzalo Zaldumbide Santurse, 2 de noviembre de 1933 70

Alfonso Reyes a Gonzalo Zaldumbide Montevideo, 30 de noviembre de 1933 73

11. “Caricatura de Alfonso Reyes” Armando Maribona 74

Jaime Torres Bodet a Gonzalo Zaldumbide París, 19 de junio de 1934 75

Gonzalo Escudero a Gonzalo Zaldumbide Quito, 6 de septiembre de 1934 76

“La muerte-niña” Gabriela Mistral 79 “Las Páginas de Gonzalo Zaldumbide cumplen cincuenta años” 81 Bibliografía utilizada 83

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CUADERNOS “A PIE DE PAGINA” Nº. 3