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BREVE HISTORIA DE FRANCISCO PIZARRO Roberto Barletta Villarán

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BREVE HISTORIA DE

FRANCISCO PIZARRO

Roberto Barletta Villarán

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Colección: Breve Historia www.brevehistoria.com

Título: Breve Historia de Francisco PizarroAutor: © Roberto Barletta Villarán

Copyright de la presente edición: © 2007 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madridwww.nowtilus.com

Editor: Santos RodríguezCoordinador editorial: José Luis Torres Vitolas

Diseño y realización de cubiertas: MurrayDiseño de interior de la colección: JLTV Maquetación: Claudia Rueda Ceppi

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está prote-gido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, ademásde las corres pondientes indemnizaciones por daños y perjuicios,para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicarenpúblicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o cien-tífica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijadaen cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquiermedio, sin la preceptiva autorización.

ISBN-13: 978-84-9763-445-8Fecha de edición: Febrero 2008

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A José Antonio del Busto Duthurburu, porque sin él, ninguna historia

sobre Francisco Pizarro estaría completa.

A Irene Mineko, porque estamos hechos de lo mismo.

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Índice

1. Los orígenes ........................................011

2. La ruta del sur......................................047

3. Los aprestos.........................................091

4. La captura del inca ..............................131

5. Al ombligo del mundo.........................175

6. La gran rebelión ..................................217

7. La guerra y el fin .................................257

Equivalencias: monedas, pesos y medidas ......................297

Bibliografía..............................................300

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1Los orígenes

Alonso de Ojeda hería y destajaba a fuerzade machete la espesa vegetación caribeña.Su rostro enrojecido, salpicado por la

savia tierna de algarrobos y guabas, escudriñabatodo signo de vida humana. Sesenta de sus hom -bres, tal vez todos muertos. Pero de todas las posi-bles pérdidas, la vida más preciada por él era la desu lugarteniente y renombrado piloto Juan de laCosa. Al lado de Ojeda un hombre lo acompañaba,su presencia a sus espaldas o siempre a su lado lodistinguía del resto de la expedición.

Ojeda tenía en buena estima a ese hombre altoy barbudo. Era valiente, bueno con la espada y condon de mando. Era de poco hablar y no dabamuchas confianzas, eso le gustaba. Pero tambiénconocía sus límites; era bastardo y analfabeto, dospremisas que lo descalificaban para un futuro glo -

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rioso. Pero en esa selva maldita de los infielesindianos, tales cosas no tenían importancia. Paravencer, primero había que sobrevivir; para sobrevi-vir había que tener orden, y para guardar el ordenno se podía tener miedo. Y ese hombre, ese hombrebarbudo, parecía no temerle a nada.

De pronto, en medio de la maleza, vieron aJuan de la Cosa amarrado a un árbol. La selvacamuflaba su cuerpo hinchado y deforme; parecíaun erizo, cubierto y destrozado por flechas que lotraspasaban. Ojeda lo miró enfurecido. Esas bestiaspa garían por la vida de cada uno de sus hombres,pero la de este en particular, la cobraría con muchasangre.

Recuperó el cuerpo. Los indios caribes dispa-raban el arco con tal fuerza que las flechas atrave-saban a veces tanto las armas como al hombre quelas portaba. Si la flecha no mataba, dejaba elcuerpo envenenado.

La ponzoña era preparada por los nativos conhormigas del tamaño de escarabajos, sapos veneno-sos y colas de culebra en ollas que despedían unolor nauseabundo. Según la dosis contenida en lapunta, el herido moría en no más de cinco días. Losespañoles habían buscado inútilmente un antídoto.Probaron aplicándole agua de mar a la herida,cauterizándola con fuego o colocándole las mismasheces del herido sin resultado alguno.

Los hombres estaban aterrorizados. Fue difícilcontrolarlos y ninguno quiso pasar la noche en elasentamiento de tierra firme. Mucho más tarde, sefundaría en aquel lugar la ciudad de Cartagena deIndias.

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Los soldados habían hecho incursiones bruta-les para obtener cautivos. Entonces, los españolespor primera vez habían leído a los naturales, y encastellano, un requerimiento por el cual el rey deEspaña les instaba a someterse a su autoridad, aban -donar sus ídolos y abrazar la fe cristiana. Ese mis -mo requerimiento sería leído muchos años despuésen una plaza ignota. En ese futuro ahora lejano, elhombre barbudo que hoy tiene unos trein ta añoshará el acopio de todo lo aprendido a lo largo de suvida, en la hora que definiría su glo ria.

Pero ahora estamos en 1510, la resistencia delos aborígenes ha generado masacres, y los españo-les llegaron pensando en oro, perlas, especias y a labúsqueda de ciudades doradas y mujeres insacia-bles. Pero la realidad es radicalmente distinta, ycuando Diego Nicuesa, rival encarnizado de Ojeda,lo encontró exhausto y derrotado en la costa, seapiadó de él.

La enemistad de ambos se había avivado porla mutua competencia. En 1507 el rey Fernando elCatólico puso en marcha un plan de colonizaciónde la tierra firme, esto es, la parte continental deAmérica allende a las islas. Los territorios delgolfo de Damián fueron divididos para su con -quista y gobierno entre Ojeda y Nicuesa. Ojeda erafamoso por su valentía y crueldad, también porquehabía participado con Cristóbal Colón en variasexpediciones. Pasaría también a la historia porhaber creado las tristes guazábaras o carnicerías deindios.

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La Junta de Burgos, en 1508, delimitó los te -rritorios para que los descubridores actuaran comocolonizadores. La idea era cambiar las expedicio-nes de penetración, saqueo y matanzas con la fun -dación de asentamientos permanentes. Juan de laCosa, en su calidad de reconocido navegante, me -dió entre Ojeda y Nicuesa, decidiendo que el límiteentre ambas jurisdicciones fuese el gran río quedesembocaba en el golfo.

En noviembre de 1509, Alonso de Ojeda partiócon 300 hombres y doce yeguas, en dos navíos ydos bergantines. En La Española, Fernández deEnciso, socio de Ojeda, preparaba una flota de re -fuerzo. Pero Nicuesa había logrado incorporar másy mejores recursos a su expedición. Incluso al finalla gente de Nicuesa llegó a decir que uno de losnavíos que llevaba Ojeda les había sido hurtado.

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Bartolomé de las Casas fue uno de los primeros endenunciar los atropellos en el Nuevo Mundo.

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A pesar de esos antecedentes, Nicuesa leprestó auxilio a su rival. Juntos vengaron a Juan dela Cosa y a los otros españoles muertos, atacandosin piedad al cacique Catacapa, incendiando sualdea y dando muerte a sus habitantes. Los pocosque sobrevivieron fueron hechos prisioneros.

Nicuesa siguió su rumbo y Ojeda llegó a lapunta de Caribana. Ahí levantó el fortín de SanSebastián, llamándolo de este modo para que elsanto los protegiese de las flechas mortíferas de losindígenas. Pero los encuentros sangrientos con losnaturales se repitieron con frecuencia. La situaciónempeoró, los soldados no querían aventurarse fueradel fortín. Famélicos y desesperados, muchos mu -rieron de inanición, y uno que hacía guardia denoche, enloqueció de repente.

Un día, Ojeda salió del fortín atraído por losgritos de supuestos indios emboscados. Era unatrampa. Su muslo fue alcanzado por una flecha.Ojeda fue llevado a rastras al fortín, ahí le ordenóal cirujano de la expedición que cauterizara la he -rida con una placa de hierro al rojo vivo. El ciru-jano lo envolvió luego con paños empapados en vi -na gre. Salvó la vida, pero su cuerpo se secabadebilitado.

Había llegado al golfo un barco que había per -tenecido a genoveses y fue robado por un tal Ber -nardino de Talavera. El tal Talavera era uno de losprimeros piratas del Caribe que se había embar-cado con setenta hombres huyendo de sus acreedo-res. Enterado de la expedición de Ojeda, buscabaalgún beneficio lícito o ilícito. Ojeda le habló y secomprometió a un buen pago posterior si lo llevabaa Santo Domingo. Talavera aceptó.

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Al despedirse de sus hombres, Alonso deOjeda, en virtud de los poderes Reales que lehabían sido conferidos, dejó a cargo al soldadobarbudo que ya en la práctica era su segundo. Sunombre lo conocía bien. A sus dotes por él conoci-das se sumaba que era uno de sus mejores soldadosy que el condenado parecía inmune a las plagasque asolaban a su hueste. No dudó en dejarlo almando, ascendiéndolo a capitán y nombrándolojefe de la expedición en su ausencia.

El hombre barbudo ponía por primera vez sunombre en la historia, Francisco Pizarro era elprotagonista de un episodio de la conquista. Ha -bían transcurrido casi diez años desde que pisarapor primera vez América.

LLEGADA AL NUEVO MUNDO

El gobernador Nicolás de Ovando era decuerpo mediano y llevaba una barba cobriza que lecubría gran parte del rostro; no era un hombregrueso, pero su aspecto inspiraba autoridad yrespeto. Partió de Sanlúcar de Barrameda el 13 defebrero de 1502 capitaneando una enorme flota detreinta y dos navíos y dos mil quinientos españolesen dirección a Santo Domingo. Era el primerintento organizado por el Consejo de Indias paracolonizar el Nuevo Mundo; soldados, funcionariospara afianzar la autoridad del Rey, artesanos,misioneros y, por primera vez, algunas familiasbuscando un lugar próspero en el que establecer suhogar. Los campesinos embarcados llevaban semi-llas, aperos de labranza, ganado bovino y caballar.

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Numerosos nombres para la historia de la con -quista de América venían inscritos en las listas detripulantes de aquellas naves. Entre ellos había unjoven sevillano, quien nacido en una familia decomerciantes y en busca de algún beneficio ecle-siástico, pasaría a la posteridad como Bartolomé delas Casas.

En aquella misma expedición, un veinteañeroFrancisco Pizarro se hace a la mar. Algunas versio-nes lo sitúan desde ya como armígero o paje deNicolás de Ovando; otros, como el cronista Fer -nán dez de Oviedo, refieren que cuando Pizarro pa -só al Nuevo Mundo tan solo llevaba una espada yuna capa. En cualquier caso, Pizarro ganó con rapi-dez una presencia cercana a Ovando, reciénnombrado gobernador de las islas y de la tierrafirme de la mar océano, esto es, de La Española yde los pequeños establecimientos españoles enCuba.

La ciudad de Santo Domingo no tenía seme-janza alguna con las versiones que se daban de ellaen España. En realidad, era una de las cuatro aldeasfundadas hasta entonces en La Española. Si bienera la capital, tenía edificadas apenas unas decenasde viviendas, de las cuales solo unas pocas eran depiedra y las demás, de madera. Estaba situada juntoal río Ozama, que corría entre arboledas y cañave-rales. Una pequeña iglesia estaba en el centro de laurbe y un manantial proveía de agua dulce alvecindario.

Los indios eran exóticos. Andaban desnudos,vivían en casuchas de madera y dormían en hama-cas. Eran lampiños, de menor estatura que los es -

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pañoles pero bien proporcionados, salvo sus frentesanchas y sus narices dilatadas.

En cuanto a las mujeres, iban descubiertas demedio cuerpo hacia arriba; solo en la cintura traíanunas mantas de algodón hasta la pantorrilla, quellamaban naguas. Las vírgenes dejaban ver sucuerpo enteramente desnudo. Los españoles solohabían llegado a casarse con algunas cacicas, queeran las jefas tribales, y con indias principales.

En aquellos tiempos, en La Española, HernánCortés criaba caballos; Vasco Núñez de Balboaacumulaba deudas; Juan de la Cosa trazaba susmapas y veía por su encomienda, y Alonso deOjeda ya soñaba con pisar la tierra firme.

Los recién llegados con el gobernador Ovandofueron víctimas de fiebres y epidemias. El contactorecíproco no diezmaba solo a los naturales sinotambién a los españoles. Fiebres, trastornos digesti-vos y enfermedades desconocidas causaron estra-gos en los cuerpos debilitados y mal nutridos de lanueva expedición. Un año después de su arribo,solo la mitad de los llegados con Francisco Pizarroseguía con vida.

Para los supervivientes y para los antiguospobladores de La Española, las amenazas comen-zaron a evidenciarse. Pasado el estupor inicialproducido por el primer contacto con los europeos,los indígenas habían empezado a resistir las conti-nuas exacciones, faenas y desplazamientos forzo-sos. Algunos caciques se rebelaron al gobiernoespañol y atacaron sus precarios fortines. La com -pensación económica para los españoles tambiénera magra. La mano de obra escaseaba; el español,al recibir una encomienda, percibía el trabajo de

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los nativos por un tiempo determinado, supuesta-mente a cambio de protegerlos, evangelizarlos einstruirlos. Pero en la práctica, el sistema habíadevenido en esclavista, propiciando la muer te y lafuga de los indígenas. El descenso de la poblaciónindia fue tan alarmante que las autoridades colonia-les decidieron reglamentar las condiciones detrabajo.

Por otro lado, las arenas auríferas, famosaspocos años atrás, no cubrían ahora las expectativasde los hombres. El oro se agotaba, y la mejor ma -nera de obtenerlo ahora era tomándolo del interiorde la isla, ahí donde la resistencia de los naturalesera más violenta y salvaje. Para Francisco Pizarroesta será una oportunidad. Él reconocía el vacío desu origen, pero sentía el linaje de su sangre; noentendía de alfabetos, pero admiraba, aprendía y semimetizaba con cada hombre que sabía superior.Pizarro, desde su temprana edad, ya era un alqui-mista moderno: transmutaba las dificultades endesafíos, y los desafíos en oportunidades.

Nicolás de Ovando, aun para un testigo tancrítico como Bartolomé de las Casas, era un hom -bre justo, honesto en sus palabras y obras, lejano ala codicia y sencillo en el comer y el vestir. Nuncaperdía su autoridad y gravedad. Sin embargo, eraun hombre que sabía aplicar el rigor, y cuando lohacía, las circunstancias lo ameritaban.

En cuanto atendió la emergencia provocadapor un huracán que afectó Santo Domingo, pocodespués de su llegada, Ovando partió al suroeste dela isla, en otoño de 1503. Pizarro participó de aque-lla campaña en calidad de armígero del gobernador.Internados en la vegetación bajo el calor tropical o

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durante la noche, alumbrada por los cocuyos,Ovando y sus hombres diseñaban las estrategias deataque.

Una noche, aprovechando una fiesta ofrecidaen su honor por los caciques indios, el gobernadordio la señal de la matanza: la emboscada se pro -dujo sobre ochenta jefes nativos que estaban reuni-dos en una gran cabaña donde se celebraban lasfestividades. Los caciques fueron degollados yque mados. La cacica Anacaona fue colgada, porres peto a ella.

Su inferioridad numérica y lo adverso de unmedio desconocido y agreste obligaron a los hispa-nos a desarrollar esta celada como estrategia debatalla. En 1504 se dio la guerra de Higüey parapacificar el lado sureste de la isla: los gritos de losindios masacrados se mezclaban y confundían conlos alaridos de los papagayos.

Aprovechando la nueva situación, Ovando,siguiendo las instrucciones reales, fundó diecisietevillas para consolidar la presencia española en laisla. Cada una no tenía más que unas decenas dehombres, pero significaban bases de apoyo en elproceso de colonización. Ovando también impulsóla ganadería en la isla, multiplicándose cerdos,caballos y vacas. La producción de oro se incre-mentó gracias a las zonas recientemente pacifica-das, y se extendieron y racionalizaron las enco-miendas.

Sin embargo, La Española era un espacio queno le ofrecía la gloria a Pizarro. Las posiciones deprivilegio ya estaban ocupadas por aquellos quehabían llegado con el descubrimiento y era imposi-ble, por su origen, esperar algún apoyo de aquellos

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poderosos para compensar su hoja de servicios.Más allá de los beneficios económicos obtenidosgracias a las expediciones militares, nada le espe-raba en La Española.

Como encomendero, Pizarro hubiera termi-nado su vida criando caballos o catequizando nati-vos, y aunque esto le hubiese reportado mucha másfortuna que haberse quedado en Trujillo de Extre-madura, él menos que nadie había nacido para ello.

En 1509, dos meses después de que Nicolásde Ovando dejara La Española, Pizarro se embarcade nuevo, esta vez con Alonso de Ojeda, haciatierra firme. La vida le vino sin pulir, y él sería sumejor orfebre.

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Las matanzas contra los nativos fueron graficadas porel famoso grabador del siglo XVI Teodoro De Bry.

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EL APOCALIPSIS

El barco pirata que trasladaba a Alonso deOjeda a Santo Domingo naufragó. Los marinerosmurieron ahogados o en los pantanos de Zapata. Elgobernador de Jamaica ordenó colgar a los pocospiratas supervivientes y Ojeda, rescatado, fue tras-ladado a Santo Domingo. Allí, el famoso y a vecessangriento Alonso de Ojeda tomó los hábitos comohermano franciscano, recluyéndose en un con -vento. Su cuerpo, seco y debilitado, que había so -brevivido a las penurias del naufragio y de una sel -va infestada de alimañas ignotas, era consagradoahora al Creador.

En tierra firme, la situación del grupo dehombres que había quedado al mando de Pizarroera desesperada. Esperaban noticias de Ojeda, enaquel momento perdido en la selva caribeña, o lallegada de la flota de refuerzo de Fernández deEnciso, que ya debía de haber partido de SantoDomingo.

Ojeda le había encargado a Pizarro resistir enel fortín de San Sebastián cincuenta días, al cabode los cuales, si no llegaba ayuda, los hombres po -dían abandonar el asentamiento en los dos bergan-tines que habían quedado a su disposición. Elhombre barbudo gozaba del respeto de los hom -bres, de su obediencia. Aunque las condiciones devida llegaran al límite de lo soportable, él debíaconservar la posición; aun si el riesgo de una re -vuelta siempre estuviera vigente, él se mantendríafirme.

Pasaron los días y se les presentó el riesgo realde morir de hambre. Pizarro tuvo que ordenar

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matar las cuatro yeguas que les quedaban, man -dando secar y salar la carne para consumirla poco apoco. Ese era el último recurso de supervivencia,los caballos eran considerados lo más valioso entrelas existencias de una expedición.

Cuando se cumplieron los cincuenta días aPizarro se le planteó una cuestión de conciencia;los bergantines no podían soportar a los setentasupervivientes. Eran hombres famélicos y enfer-mos; herido más de uno por los ataques de losnaturales; tenían entonces el aspecto de fantasmas,de los espectros de la expedición original quesaliera con Ojeda.

Pizarro no podía privilegiar la vida de unossobre otros. Mosquitos, alacranes y tarántulas ata -caban sin misericordia. El conquistador decidióentonces que la propia naturaleza se encargara dereducir su número de efectivos. Así, cuando lamuert e hizo su penoso trabajo, los españolesdesmantelaron el fortín, se apiñaron en los navíos yse largaron mar adentro.

Se desató una fuerte tempestad. Los hombressintieron estar marcados por la fatalidad, creyeronestar viviendo realmente el Apocalipsis de SanJuan. El viento sacudía a los bergantines como sifueran de cartón, la lluvia y el fuerte oleaje anega-ban las cubiertas. Pizarro capitaneaba una de lasnaves, cuando ante sus ojos, una montaña grisemergió de entre las aguas. Logró virar el curso desu navío escapando del contacto del monstruo. Elcetáceo se acercó peligrosamente a la otra embar-cación como si fuera a tragarla, se puso de lado yde un coletazo destrozó el timón de la nave. Piza-rro, atónito, no pudo hacer nada; el bergantín sin

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gobierno se hundió y todos sus ocupantes perecie-ron ahogados.

Pizarro trató de conducir su navío a la costapara guarecerse de la tormenta y tratar de proveersede agua. Fue inútil, no pudo tocar tierra ante unalluvia de saetas disparadas por los flecheros caribes.

La moral de los soldados solo se manteníagracias a la fe y al valor de Pizarro. Para todos,mucho más que un jefe, él era su líder absoluto: unser inmune a fiebres, flechas y tormentas.

Finalmente, navegando por la costa, desfalle-cidos y casi muertos de sed, los hombres de Pizarrocreyeron ver un espejismo cuando apareció anteellos un navío español. Era nada menos que laesperada nave de Fernández de Enciso dirigiéndoseal Golfo de Urabá. Estaba provista de cientocincuenta hombres, quince caballos, armas, pólvoray un bullicioso contingente de cerdos.

El derrotero de Enciso obedecía a lo estable-cido por la Junta de Burgos de 1508. Diego deNicuesa recibió la zona occidental, entre el istmo yel cabo Nombre de Dios (actuales costas dePanamá, Nicaragua y Costa Rica); mientras Alonsode Ojeda, conjuntamente con Enciso, había reci-bido la zona este, es decir, desde el golfo de Urabáal Cabo de la Vela (actual parte septentrional deColombia).

Los chillidos y el potente olor de los cerdoshacen que los recuerdos de la infancia acudan a lamente del hombre. El rostro adusto, el ceño frun-cido de Pizarro es el mismo, pero su mirada esahora la de un bellaco de diez años. Él está colgadoen la cerca de un chiquero, los puercos se revuel-can en el fango y una hembra enorme recibe los

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embates de un brioso macho sobre el lomo. Unguarro sobre una guarra, pensó. Las protestas ylamentos de sus hombres lo trajeron de vuelta algolfo de Cartagena. Enciso no creía palabra; paraél, Pizarro y los demás se habían amotinado aban-donando el fortín establecido por Ojeda.

Pizarro, respetuoso y formal, le hizo a Encisouna descripción pormenorizada de los hechos, elviaje de Ojeda a Santo Domingo y el recientedeceso de la mitad de los soldados. También lehizo presente su posición como responsable tempo-ral de la expedición. Enciso lo miró de soslayo; élmismo se reconocía como un hombre de leyes y suimpericia en las armas y como navegante lo hacíanun hombre desconfiado y escéptico. Más aún sitenía enfrente a aquel hombre recio de aspectobárbaro.

Al final, Enciso, viendo el aspecto amarillentode los hombres, dijo creerles, pero haciendo valersu título de Alguacil Mayor de Urabá decidió irhasta San Sebastián. En realidad estaba seguro deque Ojeda lo estaba esperando ahí. Pizarro y sushombres le ofrecieron las dos mil onzas de oro quetraían consigo para que los dejasen ir a SantoDomingo. Pero Enciso era fiel a sus decretos y nosabía retractarse.

Entrando al golfo de Urabá, la torpeza deEnciso como navegante provocó el naufragio de lanave mayor. Ante la desesperación de la tripulación,se ahogaron caballos y puercos. No se perdieronhombres, pero al bajar a tierra las provisiones,varios soldados fueron alcanzados por los flecheros.Ahora estaban en San Sebastián, las pocas instala-

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ciones que dejó la expedición de Ojeda habían sidocompletamente destruidas por los nativos.

Pizarro no había mentido, el lugar era inhabi-table y Ojeda no estaba. Enciso comenzó a sercuestionado por los propios hombres de su tripula-ción, más aún cuando se empecinó en la recons-trucción del fortín. El descontento aumentaba, loshombres de Pizarro sabían que estaban siendoconducidos a la muerte. Ante todo esto, un nuevoacontecimiento se había producido con la llegadade Enciso a Urabá.

Vasco Núñez de Balboa venía como polizónen la nave de Enciso. Para lograrlo, se había escon-dido en un barril embarcándose con su perro deguerra, Leoncillo. En su momento había tratado desalir en la expedición de Ojeda, pero sus acreedo-res se lo habían impedido. Ahora, con un carismanatural que le ganó la simpatía de todos, levantó elánimo de los hombres, hablándoles de mejorestierras y grandes riquezas hacia la parte occidentaldel golfo.

Balboa exageraba, pero sí conocía la zona. En1501, junto a Rodrigo de Bastidas y Juan de laCosa, recorrió el Cabo de la Vela, Cuquibacoa y loque luego sería el Nombre de Dios. Con unapequeña fortuna en oro y perlas, naufragaron. Perdi-dos, llegaron hasta Santo Domingo, donde el gober-nador Nicolás de Ovando los apresó acusándolos deintrusos. Una vez libre, Balboa se dedicó a la agri-cultura, pero sólo cosechó pérdidas y deu das.

Núñez de Balboa era hidalgo pobre y natural deExtremadura, la misma tierra de Francisco Pizarro.

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ORIGEN Y LEYENDA

No existe un registro oficial del nacimiento deFrancisco Pizarro. Por tratarse de un bastardo noquedó asiento alguno de su bautizo en el templo.Al quedar tan pocas señas de su origen, otros escri-birían su leyenda.

Pizarro nació en Trujillo de Extremadura, po -siblemente en 1478, y pudo haber sido bautizadoen la iglesia de San Miguel. Empero existe con -senso en que fue el hijo extramarital de donGonzalo Pizarro y Rodríguez de Aguilar y Fran-cisca González.

El padre era miembro de una familia de no -bleza provinciana, que como militar estuvo en lostres conflictos en los que participó la corona deCastilla y León. Primero contra el reino de Gra -nada entre 1481 y 1492, último baluarte musulmánen la península, en cuya campaña llegó a ser alfé-rez de un cuerpo del ejército de los Reyes Católi-cos. Luego, en Italia, sirvió en el frente entre 1495y 1503, lo que le dio el sobrenombre de el Ro -mano, que se sumó al original de el Largo en alu -sión a su alta estatura. A su regreso a España,Isabel la Católica lo premió nombrándolo Contino.Fi nalmente, a la guerra de Navarra acudió comocapitán de una compañía desde 1512, y se destacóen Logroño, Pamplona y Amaya. En esta últimarecibió un arcabuzazo en la pierna, que le seríafatal. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia SanFran cisco de Pamplona y luego trasladado a laigle sia de la Zarza, su propiedad cerca de Trujillo.

Pero el 14 de septiembre de 1522, días antesde su muerte, Gonzalo Pizarro y Rodríguez de

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Aguilar dictó su testamento. En él hizo expresamención de su prole fruto de su unión legítima consu prima doña Isabel de Vargas y Rodríguez deAguilar, con quien tuvo dos niñas y un solo hijovarón, Hernando. Asimismo, se ocupó de sus hijosbastardos: Juan y Gonzalo, nacidos de su relacióncon María Alonso, hija de un molinero de Trujillo;Francisca Rodríguez Pizarro y María Pizarro, demadre o madres desconocidas; y Graciana y Cata-lina Pizarro, engendradas con una criada.

De este hecho deviene el misterio del origende Francisco Pizarro. A pesar de la prolijidad de sutestamento, Gonzalo Pizarro el Largo, omite men -ción y herencia alguna a favor de su primogénito,bastante mayor que sus demás hermanos.

La madre de Pizarro, Francisca González,pertenecía a una familia de cristianos viejos, labra-dores y, por el lado paterno, comerciantes de ropausada. Como joven huérfana y sin fortuna, fue co -locada al servicio de una monja, doña Beatriz Piza-rro de Hinojosa, quien era tía de Gonzalo Pizarro elLargo.

¿Por qué razón Gonzalo no reconoce a Fran-cisco Pizarro en su testamento? Él era un hombretan preocupado por su prole que incluso trataba decasar a las madres de sus hijos con criados suyospara asegurarles un hogar. ¿Por qué ignoró a Fran-cisco? El pequeño bastardo llevaba el nombre delos Pizarro, lo cual atestigua que le fue añadido enalgún momento de su vida. Si Gonzalo Pizarro elLargo lo reconoció, ¿por qué renegó de él después?

Se conoce que el viejo abuelo paterno, donHernando Alonso Pizarro, regidor de Trujillo de1498 a 1500, acogió en la casa de los Pizarro al

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mozuelo. La posición de don Hernando era demucha figuración en Trujillo, y estaba casado condoña Isabel Rodríguez de Aguilar, con quien tuvocinco vástagos.

En Francisco, su abuelo reconoció la fuertecontextura de su sangre, el buen talle y el pene-trante entrecejo que revela la bravura de carácter.En el viejo, Francisco tomó conciencia de su linajey de la estirpe de sus ancestros, algo que no habíasentido en la humilde vida de aldeano que habíallevado. Pero también sabía que se le aceptaba solode visita, y que de aquel mundo no tendría ni lasmi gas. Todo dependería de su voluntad y su fuerza,muy a pesar de la bastardía de su origen y dehabérsele negado una educación de joven hidalgo.

El cronista de Hernán Cortés, Francisco Lópezde Gómara, acaso en su afán por enaltecer la figuradel conquistador de México, fue el creador o divul-gador de la leyenda. Según esta, al nacer Pizarro lehabían echado a la puerta de una iglesia y no ha -biendo quien quisiera darle leche, fue amamantadopor una puerca.

Los cerdos eran animales comunes en Trujillo,los mayores criadores de ganado porcino eran laspropias familias nobles de la ciudad. Sin embargo,el marrano era un animal de connotaciones funes-tas; en la sociedad española del siglo XV, se le aso -ciaba con el vilipendiado judío. El que López deGómara lo vinculara a una puerca no tuvo que vercon el origen de Pizarro, nacido de hidalgo y cris-tianos viejos, tal vez fue otra la razón del estigma.

Veamos, cuando Francisco Pizarro dejó Es pa -ña en la flota de Nicolás de Ovando, Her nan do, elhijo de Gonzalo Pizarro el Largo, ni siquiera había

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nacido. La diferencia de edad entre uno y otro erade veinticuatro años. De hecho, pudo haber sido elhijo temprano de Gonzalo, en cuyo caso el abuelopudo haber asumido la paternidad; pero la falta deuna atención educativa para el niño hace lejana estaposibilidad.

La otra opción es que Francisco Pizarro fueserealmente el hijo natural del supuesto abuelo, esdecir, de don Hernando Alonso Pizarro, quien lohabría engendrado a sus cuarenta años con aquellabella joven que iba y venía del convento a su casatrayendo los recados y solicitudes de su hermana.En efecto, la monja guardaba clausura en elconvento de San Francisco el Real, y FranciscaGonzález tenía que alternar con frecuencia con losPizarro. Se trataría, entonces, de un bastardo nosolo negado por su padre, sino que por convenien-cias sociales habría sido endilgado a otro.

Esta historia se condice con la actitud deGonzalo Pizarro el Largo al momento de testar y conla respectiva leyenda de López de Gómara. Inclusoen lo referido a las pertenencias que dejó Juan,hermano de Gonzalo, en tierras americanas, este lasreparte en porciones iguales entre Hernando y susotras hijas legítimas, omitiendo a Francisco quien nosolo ya estaba en el Nuevo Mundo, sino que incluso,según algunas versiones, en realidad viajó a lasAméricas para ayudar a su tío, que no tenía descen-dencia en la administración de sus bienes.

Según la misma leyenda, el padre de FranciscoPizarro lo habría llevado a guardar puercos. En reali-dad Pizarro debía de haber sido porquero, negociohabitual y en pleno apogeo en aquellos años. Sinembargo, según esa historia, los animales habrían

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contraído la rabia, y por temor a tener que responderpor ellos Pizarro habría huido con unos caminantes.

El énfasis de este aspecto de la leyenda está enla supuesta negligencia y cobardía de Pizarro.Resulta obvio que es tendenciosa y que buscó des -dibujar su valía. Lo único seguro es que Pizarrodejó Trujillo de Extremadura, posiblemente en1493, en dirección a Sevilla.

Sevilla, para entonces, se estaba convirtiendoen el puerto de las Indias. En 1503 se instalaría enla ciudad la Casa de la Contratación, que sería lainstitución que tendría a su cargo el tráfico de per -sonas, mercancías y naves entre España y América.

Para Pizarro, Sevilla fue también la puerta delmundo. En sus estrechas callejuelas pululabanmari neros, militares sin oficio, prostitutas, mer -cena rios, comerciantes y delincuentes de toda laya.Francisco Pizarro, espigado y con sus mozos dieci-séis años, se paseó deslumbrado por el Arenal.Sentado en el muelle, vio partir y luego volver lasnaves y carabelas con destino al Nuevo Mundo.Observando a los que se aprestaban como tripulan-tes, escuchando los gritos que solicitaban marinos,gavieros, cocineros y soldados, Pizarro pensó en sudestino. Pero no como algo inaccesible o que estu-viera sujeto a fuerzas que no fueran las que llevabaconsigo. El destino era aquello que él podría cons-truir con la fuerza de su sangre.

Si Pizarro no hubiera sido un bastardo, tal vezhabría sido un casi anónimo hidalgo provinciano.La negación de la hidalguía que corría por susvenas se templó como el acero en la fragua de supecho, haciendo de él un soldado y un conquistador.

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UN MAR EN EL SUR

Vasco Núñez de Balboa hablaba, exaltado, deorganizar expediciones a la parte occidental delgolfo y que solo la muerte los esperaba en Urabá.Pero Fernández de Enciso sabía que esas tierras lehabían sido asignadas a Diego Nicuesa, y lo últimoque era capaz de hacer era incumplir una ordenreal. Además, Enciso sabía que dejar San Sebastiánera como aceptar su error.

Sin embargo, la muerte comenzó a diezmar alos hombres. Estático y sin rumbo, temiendo unarebelión, Enciso aceptó embarcar a setenta y cincosoldados de acuerdo con las sugerencias de Balboa.Así, en noviembre de 1510, y a pesar de la resis-tencia indígena, los españoles tomaron un puebloaborigen denominado Darién. Estaba situado en elinterior y lo unía al mar el brazo de un río. Con laidea de edificar ahí una ciudad en el futuro, funda-ron un campamento de nombre La Guardia, queluego sería rebautizado como Santa María la Anti-gua del Darién.

Enciso, que se puso al mando de La Antigua,asumió la conducción de la colonia de la maneramás impopular. Su afán reglamentarista le hizoprohibir a sus hombres, bajo pena de muerte, elintercambio de oro por baratijas con los nativos. Lanorma estaba dada para evitar el tráfico desorde-nado y las disputas internas, pero la soldadescapensaba que buscaba beneficiar tan solo al propioEnciso.

Balboa organizó una rebelión. Pizarro se opu -so, el respeto a la autoridad y a la legitimidad dequien la detentara, estaba muy por encima de los

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errores que un gobernante pudiese cometer. Esterasgo no solo haría que se ganase la confianza desus superiores, también haría de él uno de los jefesmás respetados del Nuevo Mundo.

Pero Balboa encontró una salida legal. Soli-citó la creación de un Cabildo electo, ya que lapoblación no estaba en la jurisdicción de Ojeda, aquien Enciso representaba en tierra firme. Los 180españoles que vivían en La Antigua conocían a suslíderes. Balboa fue elegido alcalde mayor delCabildo y Francisco Pizarro fue puesto al mandode la tropa.

Por su parte, Diego Nicuesa sufrió naufragios,disensiones internas, enfermedades de todo orden yataques de los aborígenes. Sus fuerzas diezmadaseran solo de cuarenta hombres desfallecientes esta-blecidos en Nombre de Dios. Aún así, cuando seenteró de la presencia de Enciso, Balboa y Pizarroen sus territorios, juró castigarlos y expulsarlos.

Se presentó en las costas de La Antigua con elobjeto de tomar la ciudad, pero sus soldados noestaban en capacidad física de enfrentarse a Pizarroy a su tropa. A Nicuesa se le embarcó en una navecasi inútil, con sus hombres más allegados y unospocos víveres. Nunca más se supo de ellos.

Una vez expulsado Nicuesa, los enfrentamien-tos entre Balboa y Enciso se reavivaron. Balboaarrestó a Enciso y lo envió a España; Martín deZamudio fue con él, era el segundo alcalde de LaAntigua y llevaba un presente en oro al Consejo deIndias, con el objeto de que obviara los líos conEnciso y los problemas de jurisdicción. Pero En -ciso no olvidó esta afrenta y juró vengarse delhombre del barril. Según las reglas imperantes, al

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descubrirlo como polizón debió de dejarlo amerced de Dios en el islote más cercano. Pero no,él le había perdonado la vida y ahora le pagaba coneste despojo, a él, a quien había organizado la ex -pedición con Alonso de Ojeda. Y Enciso fue masti-cando su rabia hasta llegar a España.

La primera orden que recibió Pizarro deBalboa fue sacar una avanzada de seis hombres ydirigirse hacia las tierras del cacique Careta enbusca de oro. Sin embargo, en tanto la pequeñaexpedición cruzó las tierras del cacique Cemaco,este apareció con sus guerreros y lo atacó. Pizarro,al verse prácticamente cercado por los naturales,ordenó disparar los arcabuces. Los indios se detu-vieron, y los españoles aprovecharon para iniciar laretirada. Pero los nativos se recompusieron y ataca-ron de nuevo. Uno de los soldados fue herido, y alresto le resultó imposible sacarlo de ese infierno.

Todos esperaban que Balboa, al enterarse delo acontecido, felicitara a Pizarro por haber salvadola vida de los cinco hombres restantes, pero Balboahizo llamar a Pizarro y le ordenó volver a rescataral soldado herido y prisionero. Balboa lo habíadicho ufano de su autoridad, con el único propósitode incrementar la admiración que le tenían loshombres; de ningún modo esperaba que Pizarroarriesgara la vida y volviera a esa selva infestadade flecheros. Sin embargo, Pizarro lo hizo. Calla -do, volvió, atacó de manera inmisericorde a losaborígenes y rescató al prisionero.

Cuando Balboa se enteró, sonrió. Ese Pizarroera de esos pocos que sabían ser leales y obedecer.Y justamente era un hombre de esa naturaleza elque necesitaba para desarrollar las acciones a tomar.

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Balboa era hombre inteligente e intuitivo a lavez. Sabía que solo con actos de trascendencia logra-ría legitimarse ante la Corona y mantener viva la fede sus hombres. Ya las trifulcas por el oro carcomíana los habitantes de La Antigua. El único modo deconseguir el metal precioso a corto plazo era a travésde incursiones contra la tribu del cacique Careta.

Los enfrentamientos se fueron haciendo másfrecuentes y sangrientos. Entonces Balboa desarro-lló una estrategia que sería decisiva no solo parasus aspiraciones de lucro inmediato, sino para quePizarro, como alumno aplicado, las usara en elfuturo en aquella hora que definiría su gloria.

Lo que Balboa hizo fue detener al caciqueCareta y a todo su séquito de mujeres y criados,logrando así la rendición de todos los guerrerosindígenas. Logrado el objetivo con éxito absoluto,Balboa le ofreció al cacique la libertad y la ayudade las huestes españolas en contra de su enemigo,Ponca, a cambio de provisiones, cargadores y guíaspara sus expediciones futuras. Para lacrar la alianza,se realizó la unión dinástica de rigor: Balboa secasó con la hermosa Anayansi, la hija de Careta.

Algunas versiones refieren que fue ella laprimera que le habló a Balboa de un mar azul y deun reino al que denominaban Dabaybe. Pero elespañol habría tomado esas historias por fábulas,dirigiéndose a las tierras del cacique Comagre.

Balboa y Pizarro entablaron buenas relacionescon Comagre, compartiendo con él y su hijo Pan -quiaco veladas bien surtidas de venado asado y vi -no de palma. El palacete del cacique era el escena-rio de las opíparas comidas, la cerveza de maízrefrescaba las noches e hinchaba la imaginación.

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Fue en una de aquellas veladas en la que seprodujo una disputa entre unos soldados españolespor unas piezas de oro. Entonces Panquiaco se rióburlón y de repente, en presencia de todos y antelos ojos inyectados de Balboa y Pizarro, refirió quehabía una provincia donde grandes reyes teníantanto oro que lo usaban para hacer grandes vasosen los que comían y bebían; y que por allí tambiénhabía un mar donde navegaban otras gentes conbarcas de velas y remos. Panquiaco señaló condirección al sur.

Balboa se encendió con la noticia, era el otromar, ese que el almirante Cristóbal Colón habíatratado de hallar sin éxito y cuyas aguas bañaban laCatay de Marco Polo. Pizarro lo secundaba comosu lugarteniente, pero en su mente resonabanmucho más las palabras de Panquiaco referidas alos tesoros del sur.

LA GLORIA TAN TEMIDA

Los torsos desnudos emergieron de la masaespesa de agua y de lodo. El pantano cubría hasta lacintura el cuerpo de los hombres. No parecían huma-nos. Sus piernas apenas se arrastraban en medio delbarro, con los brazos en alto y las armas y las ropassobre sus cabezas. Pizarro miró a sus hombres, luegose vio a sí mismo sin reconocerse. A veces era mejorsumergirse para evitar la nube de mosquitos que lodevoraban poco a poco, pero entonces era más difícilmoverse, había que levantar con firmeza cada piernapara que no se pegara en el fondo.

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Al frente, los guías y portadores facilitadospor el cacique Careta y su otrora enemigo, el caci-que Ponca, colaboraban con los españoles.

A inicios del mes de septiembre de 1513,Vasco Núñez de Balboa había escogido a sussetenta y siete hombres más sanos y fuertes para elúltimo tramo de la expedición. Antes, envió a lacorona 5.000 pesos de oro como parte del QuintoReal con un relato detallado de aquellas tierrasdescubiertas. Balboa sabía que su futuro se defini-ría en tierra firme, ante la Corte y en el Consejo deIndias. Estaba seguro de que Enciso no estabaquieto, de que ese leguleyo debía de estar intri-gando en su contra.

Las semanas se sucedían rápidamente. Laciénaga hasta el pecho. Los ríos y la selva espesa,oscura como una caverna; una cueva verde y vivainfestada de fiebres, alimañas y salvajes. Algunasveces los nativos huían al ver a los blancos barbu-dos; otras atacaban y, según las crónicas, 600guerreros del cacique Torecha murieron fulminadospor aquellos extraños dioses con poderes sobre elrayo y el trueno. Al final, y a pesar de todo, loshombres blancos fueron acogidos y atendidos porlas tribus restantes; ese era el arte de Balboa.

En la madrugada del 25 de septiembre losguías condujeron a los españoles hacia la cumbrede la cordillera. Los nativos anunciaron que esta-ban próximos a la visión de aquel mar. Entonces,Balboa ordenó a Pizarro y a los 26 soldados quehabían logrado llegar hasta el lugar que se queda-sen en aquel sitio. Él quería para sí la gloria de serel descubridor indiscutible del nuevo mar.

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Balboa subió solo el último tramo que lo sepa-raba de la cúspide. El sol quemaba su rostro y lapendiente era pronunciada, pero las piernas respon-dían ágiles y precisas. El corazón pareció desbo-carse cuando el reflejo del mar lo cegó. Era la mar,la Mar del Sur, una inmensa extensión de aguacalma, verde y brumosa. Balboa cayó de rodillas,se santiguó nombrando a Dios y tomó posesiónsimbólica de la enorme masa de agua en nombredel rey Fernando.

Otra vez en pie, Balboa ordenó a viva voz lasubida y el avance hasta la orilla. El primero enalcanzarlo fue Pizarro. El abrazo de los dos hom -bres, los gritos eufóricos de la hueste y las plega-rias a voz en cuello agradeciendo al Cielo resona-ban por doquier. El capellán de la expedición, frayAndrés de Vera, improvisó un Te Deum cantado en

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Balboa arroja a los perros a varios indios vestidoscomo mujeres y culpables de sodomía.

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aquella cima, y se levantó una cruz, hecha de unárbol, en la que grabaron las iniciales del rey.

La bajada a la orilla fue penosa y demoró aúncuatro días a la expedición. Al fin, el 29 deseptiembre, Balboa se internó en el océano con laespada desenvainada en la diestra y el pendón en laotra mano. Así, con el agua hasta los muslos, tomóposesión de aquellos mares, costas e islas, por lamultiplicación de la fe cristiana, para la conversiónde los indígenas y para la prosperidad y el esplen-dor del trono de Castilla. Era el día de San MiguelArcángel de 1513.

Pizarro contempló ensimismado la inmensidadde aquel mar turquesa y ligeramente azul. Sonrió,como adivinando que su futuro estaría por siempreabrazado a ese mar; se acercó a la orilla y sepersignó mojando los dedos en el agua salada. Era,para él, un mar bendito. Luego se abrazó conBalboa y no pudiendo reprimir su gozo, saludó yfelicitó a cada uno de los hombres. La algarabía fuetotal. Los españoles se llevaban el agua a la bocapara constatar su salinidad. Al levantarse el acta deldescubrimiento, el nombre de Pizarro figuró entercer lugar luego de Balboa y de fray Andrés deVera; aunque en realidad, algún otro escribió sunombre en el papel.

En el camino de regresó a La Antigua, laexpedición tuvo un encuentro gentil con el caciqueTurnaco. Balboa inquirió sobre la tierra austral;entonces, Turnaco hizo la primera descripción delmundo de los Incas. Refirió que, siguiendo aquellacosta hacia el sur, había ciudades hechas con gran-des bloques de piedra, con abundante oro y ciertasbestias extrañas en las que ponían sus cargas aque-

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llas gentes. Ante la extrañeza de los españoles,Turnaco moldeó en barro una especie de oveja concuello de camello.

Cuando Balboa, Pizarro y su hueste regresa-ron a La Antigua, estaban enjutos, acalenturados,pero con las bolsas llenas de oro y con la esperanzade un mejor futuro para todos. Además, unostreinta caciques se habían hecho aliados de laCorona española, y el descubrimiento de la Mar delSur era el hecho de mayor relevancia del NuevoMundo tras su hallazgo por Colón.

Mientras, en España, Pedro Arias Dávila,miembro de la nobleza española, fue nombradoprimer gobernador de tierra firme, la que fuerebautizada como Castilla del Oro. Pedrarias, comofue apocopado, zarpó en abril de 1514 con unaflota de veinte naves y 1.500 hombres con direc-ción a La Antigua. Era la armada más vistosa quehabía tomado rumbo al Nuevo Mundo, y en ellaviajaban personajes tan importantes para la Histo-ria como Hernando de Soto, Sebastián de Benalcá-zar, Diego de Almagro y el clérigo Hernando deLuque.

También se habían embarcado dos hombresque tendrían una presencia determinante en elfuturo cercano: Gaspar de Espinosa y Fernández deEnciso, quien regresaba por venganza.

En España, Enciso había logrado un procesoen contra de Balboa. Se le acusaba de la muerte deNicuesa por desobedecer las leyes reales, y decausar diversos perjuicios en contra de Enciso.

En medio del solemne ingreso de Pedrarias yde los recién llegados, todos los cuales iban lujosa-mente ataviados, Balboa y Pizarro se preguntaban

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en cuánto cambiaría su suerte. Se cantó un Te Deum.Para Pizarro, el nombramiento de Pedrarias signifi-caba perder el privilegio de la jefatura militar, y paraBalboa tener que afrontar un proceso en su contra.

Sin embargo Balboa logró revertir la situación,recuperó la confianza de la Corona con oro, perlas yel relato del descubrimiento de la Mar del Sur.Tanto fue así que fue nombrado Adelantado de laMar del Sur y, como si esto fuera poco, a fuerza degalanura y de perlas se ganó el favor de doña Isabelde Bobadilla, la esposa del mismísimo gobernadorPedrarias, casándose luego con María de Bobadilla,su hija, que estaba en España. Solo el donaire deBalboa podía lograr semejantes extremos.

Pizarro, por su parte, había mostrado desde lallegada de Pedrarias el respeto a su autoridad. Sepresentó ante él y le reconoció como gobernador y

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Las primeras referencias a los camélidos americanos separecieron más a la descripción de monstruos híbridos.

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representante del rey. Aquel hombre tosco sorpren-dió a Pedrarias, era rara aquella combinación defuerza y humildad, era algo así como un gigantegentil. Sin duda, Pizarro era famoso en La Antiguae ideal para las futuras expediciones, pero Pedra-rias pensó tenerlo siempre bajo el control de unsuperior.

De este modo Pizarro, en calidad de lugarte-niente del capitán Gaspar de Morales, salió con 60soldados en busca de un botín de perlas al archipié-lago de Terarequí. Pero Morales no era Balboa, norespetaba ni los ritos ni las costumbres de los natu-rales. Una noche, apresó como rehenes a las muje-res de un pueblo, aprovechando que estaban sepa-radas de los hombres por los ritos de iniciación. Enotra oportunidad, utilizó al cacique amigo Chirucapara convocar una supuesta junta secreta de caci-ques; los diecinueve que llegaron fueron encadena-dos y atormentados con perros de guerra hasta sumuerte.

Con Gaspar de Morales supieron los españolesde un gran señor llamado Birú, rico en oro y perlas,pero al tratar de saquear sus riquezas fueron repeli-dos y acorralados. Los soldados, heridos, exhaustosy aterrorizados, vieron cómo uno de los suyos seahorcaba delante de todos para no caer en poder delos nativos. Para escapar de los indios, Moralesordenó matar a las mujeres y niños que manteníacautivos, logrando que los hombres se detuvieran allorarlos. Con el tiempo, aquella sería recordadacomo una de las expediciones más crueles en laconquista de Castilla del Oro.

Pero fue el conocimiento de la brutalidad dellicenciado Gaspar de Espinosa lo que enervó más a

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Balboa. Espinosa se adentró en Comagre y Poco-rosa entre 1515 y 1517, apresó a muchos indiospara esclavizarlos, ahorcó a otros y los torturó conel uso de perros. A los que dejaba ir, les cortaba lasmanos y las narices. Inventó la pena de tiro depólvora, que consistía en atar a un nativo y atrave-sarlo con un disparo de cañón. El ingreso de la balaera del tamaño de una nuez, pero al salir por laespalda dejaba un agujero del tamaño de la boca deuna botija de media arroba.

Cuando volvió a La Antigua, Espinosa llevabados mil indios para venderlos como esclavos.

En esa época, Balboa se dedicaba a la cons-trucción de cuatro navíos para navegar la Mar delSur en la costa oeste del istmo de Panamá. Pero lasnoticias de las expediciones lo alarmaron e indig-naron. Escribió sendas cartas al rey, acusando prin-cipalmente a Espinosa de destruir su trabajo diplo-mático y de torturar y matar a indios aliados, quepor lo tanto, eran súbditos fieles del rey. Espinosa,quien a la sazón había sido nombrado alcalde de LaAntigua, le impuso a Balboa multa tras multa hastallevarlo casi a la ruina.

Balboa estaba en Acla, villa fundada por élcon la autorización de Pedrarias, cuando le llegaronrumores del nombramiento de un nuevo goberna-dor. Entonces envió emisarios para descubrir laverdad. Era una trampa. Enciso y Espinosa habíanenvenenado el alma de su suegro, quien entendió lapresencia de los mensajeros como una traición.Hizo llamar a Balboa.

Pizarro recibió la orden inaudita de apresar asu antiguo jefe y compañero. Poco antes había reci-bido de parte de Pedrarias, por primera vez, el

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grado de capitán independiente para la expediciónhacia Abrayme. Ese había sido el primer acto deconfianza del gobernador hacia él; ahora le ponía laprueba mayor, prender a un amigo. Pero para Piza-rro era mucho más, él consideraba a Balboa elmejor de la tierra firme, y estaba convencido de quesería incapaz de llevar a cabo un acto de traición.

Balboa supo del peligro, pero no se amilanó.Continuó su avance hacia La Antigua sabiéndoseinocente, hasta que se topó con Pizarro. Cuandooyó la orden de su arresto, le recriminó con sorna elrecibimiento al amigo. No era, de ninguna manera,el modo en que Pizarro solía recibir a Bal boa.

Pizarro calló. Debía cumplir la orden de lalegítima autoridad. Él era un soldado, no hacerlohabría significado un acto de desacato, insubordi-nación y rebeldía. Tenía que obedecer, aunque

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El uso de perros de guerra para torturar a los naturales fue frecuente durante la conquista.

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hacerlo fuese tan doloroso como someter a seme-jante vejamen a Vasco Núñez de Balboa y verloluego ajusticiado y ahorcado por traición

Mientras Anayansi, la hija del cacique Careta,lloraba y gemía ante el poste ensangrentado del quependía la cabeza de su esposo, Pizarro meditabatristemente en la contradicción: un hombre desemejante lustre con un fin tan indigno de él. Lagloria podía ser peligrosa, demasiado peligrosa enmano de los hombres.

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