preciada obra

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numero dos preciada

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  • Para Nancy Mercado

  • La autora dona una parte de lo recaudado por esta novela a Global Greengrants Fund, una

    organizacin internacional sin nimo de lucro que proporciona pequeas subvenciones a

    quienes combaten la destruccin del medioambiente. Los lectores interesados pueden

    encontrar ms informacin en www.greengrants.org.

  • Gaia aferr la empuadura del cuchillo, sostuvo a su hermana contra su pecho con la

    otra mano y se adentr unos pasos en la negrura. Ms all de la hoguera el silencio envolva

    los pramos; daba la impresin de que el viento se hubiera parado a escuchar; hasta las

    piedras parecan atentas. Entonces lo oy otra vez: un crujido suave, como una pisada sobre

    guijarros. All haba alguien, alguien o algo, espindola.

    Gir el cuchillo en la palma de la mano, lo asi con ms fuerza y mir atentamente

    hacia el lugar en el que el crculo de luz lama los riscos y los rboles atrofiados y

    retorcidos del desfiladero. Sin apartar la mirada, comprob al tacto si el beb segua bien

    colocado en el arns que le cruzaba el pecho; el bultito clido y liviano que era su hermana

    abultaba poco ms que una barra de pan. Dej el bibern en un saliente rocoso apartado de

    la hoguera, esperando que su espa, fuera quien fuese, no tuviera la ocurrencia de llevrselo.

    Cuando un nuevo crujido atrajo su mirada al borde de la luz, vio una cabeza, una

    enorme cabeza de animal, tan grande como la de una vaca pero ms alargada; los ojos de

    esa cabeza la miraban de hito en hito. Un caballo?, se pregunt con asombro al ver una

    bestia que crea extinta. Se fij en el lomo por si llevaba jinete, pero no vio ninguno.

    Al bajar el cuchillo sin darse cuenta, una mano grande y fuerte se cerr sobre su

    mueca al tiempo que otra le rodeaba la garganta.

    Sultalo.

    La voz llegaba con suavidad por detrs de su odo derecho. Gaia rompi a sudar y

    pronto sinti mojados el cuello y los brazos, pero no solt el cuchillo. Las manos del

    extrao no aumentaron ni disminuyeron la presin: a su propietario le bastaba con esperar

    para ser obedecido. Se le haba acercado con tal sigilo que Gaia no haba tenido la menor

  • oportunidad de hacerle frente. Por debajo de la mandbula, senta latir su propio pulso

    contra la firme y perniciosa presin del pulgar del hombre.

    No me hagas dao rog, pero en cuanto lo dijo cay en la cuenta de que si l hubiera querido matarla ya lo habra hecho. Por un momento pens en darle una patada

    para intentar liberarse, pero quiz el beb resultara herido. No poda correr ese riesgo.

    Sultalo repiti el hombre y hablaremos.

    No haba otra: Gaia dej caer el cuchillo.

    Llevas ms armas?

    Ella neg con la cabeza.

    No hagas movimientos bruscos advirti el hombre antes de soltarla.

    Gaia se encorv levemente pese a seguir llena de adrenalina. El hombre recogi el

    cuchillo del suelo y se adentr en la luz de la hoguera. Era barbado, ancho de hombros y su

    ropa haba adquirido el mismo color apagado y polvoriento del pramo.

    Acrcate a la luz orden l al tiempo que extenda una mano, quiero verte bien. Dnde est el resto de tu grupo?

    Este es un grupo de dos contest Gaia acercndose. En cuanto se sinti menos amedrentada, la asaltaron las dudas sobre su capacidad para seguir adelante. El

    campamento revelaba cmo se haba visto reducida a los ltimos y patticos restos de la

    supervivencia. El hombre agarr el bibern y sus ojos cayeron sobre el arns que cruzaba el

    pecho de Gaia, ms la protectora mano con que lo cubra. Se retir el ala del sombrero con

    un golpe de pulgar, en un inequvoco gesto de sorpresa.

    Es un beb?

    Gaia apoy la mano libre en el tronco de un rbol.

    No llevars algn preparado para biberones, no?

    No acostumbro. Y esto? pregunt l agitando la botella y observando el lquido translcido del interior.

    Caldo de conejo. Ya no lo quiere. La nena est muy dbil.

    Una nia! Djame verla.

    Gaia dobl una esquina del arns para que el hombre la mirara. Tras salir del

    Enclave, haba repetido aquel gesto miles de veces a fin de comprobar que su hermana

    segua viva. La luz de la hoguera titil sobre la carita plida, bandola brevemente en

    color antes de sumirla de nuevo en blanco y negro. Una vena delicada se perfil en la sien

    derecha de Maya y una aspiracin elev su pequeo trax.

    El hombre le puso el dedo ndice sobre uno de los prpados, lo abri un segundo y

    lo solt. Luego profiri un fuerte silbido para llamar al caballo.

    Nos vamos, pues, milady dijo, y la alz con firmeza del suelo para subirla al caballo. Gaia se agarr al pomo de la silla a fin de guardar el equilibrio, levant una pierna

    y mont. El hombre le alcanz el bibern y la capa, guard el resto de sus escasas

    pertenencias en la mochila y la colg de su propio hombro.

  • Adnde vamos? pregunt Gaia.

    A Sailum, y deprisa. Quiz no sea demasiado tarde.

    Gaia se removi en la silla a fin de interponer la tela del vestido entre aquella y sus

    piernas, enfriadas cada vez ms por el aire nocturno. Cuando el jinete mont a su espalda,

    Gaia se inclin hacia delante, movida por el deseo de evitar cualquier contacto. l la rode

    con sus brazos para agarrar las riendas y arre al caballo con un:

    Ea, Spider!

    Al principio Gaia tuvo la impresin de ir avanzando a saltos pero, en cuanto relaj

    las caderas, el paso del animal se volvi ms suave. Tras ellos, la luna gibosa se acercaba al

    horizonte occidental, emitiendo suficiente luz para arrojar sombras de la bestia y los

    humanos. Gaia mir a la derecha, hacia el sur, al lugar donde el Enclave y todo lo que un

    da fue suyo se haban escondido haca mucho detrs del tenebroso horizonte.

    Por primera vez en das cay en la cuenta de que iba a sobrevivir, y aquel despertar

    de la esperanza fue casi doloroso. Sin embargo, al pensar en Leon, la envolvi una

    sensacin de soledad tan real como los brazos desconocidos y protectores que la envolvan.

    Lo haba perdido. No sabra jams si estaba vivo o muerto y, en cierto modo, la

    incertidumbre compensaba la tristeza de saber, sin sombra de duda, que sus padres haban

    fallecido.

    Su hermana poda ser la siguiente. Meti la mano en el arns, atravesando estratos

    de tela para sostener la clida cabeza en la palma de la mano. Se asegur de que la capa no

    le cubriera la carita y le impidiera respirar, y despus cerr los ojos y se dej llevar por el

    ritmo del caballo.

    Maya se muere admiti por fin.

    Como el hombre no contest de inmediato, Gaia pens que no le importaba. Sin

    embargo, l se movi levemente a su espalda y acab por decir con voz queda:

    Es posible. Sufre?

    Ya no. El llanto de Maya haba sido desgarrador antes. Esta era una forma ms

    callada, ms definitiva de romper el corazn.

    No.

    Gaia se encorv, apenas consciente de que trataba, con singular ternura, de

    protegerlas a las dos: tanto a su hermana como a ella misma. Por alguna razn que no

    lograba discernir, la amabilidad de aquel extrao no haca sino aumentar su tristeza. Tena

    las piernas heladas, pero el resto del cuerpo se le calentaba cada vez ms. Mecida por la

    desesperacin y el soporfero paso de la bestia, decidi entregarse al alivio que pudiera

    prestarle el olvido y se qued dormida.

    Le pareci que haban pasado aos antes de ser consciente de un cambio en el

    entorno. Le dola todo, pero segua cabalgando, aunque con la espalda apoyada contra el

    hombre cuyos brazos la sostenan. El cuerpo de su hermana estaba caliente. Gaia tom aire

    y abri los ojos para buscar su carita. La piel era translcida, de una palidez casi azulada,

    pero Maya segua respirando. Cuando la luz del sol cay sobre su hermana, Gaia levant la

  • vista y repar en que cabalgaban por un bosque.

    Diminutas motas de polvo flotaban en los rayos de sol que atravesaban el dosel

    arbreo; el aire desplegaba una luminosidad hmeda y exuberante que llenaba los pulmones

    de calor y de fragancia.

    A qu huele? pregunt.

    A bosque respondi l, y al marjal. Ya falta poco.

    En Wharfton, entre aguacero y aguacero, el aire era tan seco como un hueso, pero

    aqu, cuando Gaia levantaba la mano, senta un vestigio de elasticidad entre los dedos.

    Has hablado en sueos dijo el hombre. Leon es tu esposo?

    No contest Gaia, no estoy casada.

    Baj la vista para comprobar que conservaba el reloj de colgar que Leon le haba

    devuelto, tir de la cadena a fin de colocarlo sobre la pechera de su vestido y se desabroch

    la capa. Cuando se irgui, el hombre apart los brazos y sostuvo las riendas nicamente con

    la mano derecha. Gaia repar en que sus manos estaban limpias y mostraban uas fuertes.

    De dnde vienes? pregunt l.

    Del sur, de Wharfton, al otro lado de los pramos.

    Entonces todava existe? Cunto tiempo llevabas viajando?

    Gaia rememor su nebulosa estancia en las tierras baldas.

    El preparado de Maya dur diez jornadas; despus de eso perd la cuenta. Encontr un regato y cac un conejo. Creo que eso fue hace dos das.

    Junto al manantial de aquel regato haba encontrado el cadver de un hombre sin

    heridas visibles, un heraldo de la muerte por inanicin. Sin embargo, haban conseguido

    llegar hasta all.

    Ahora ests segura dijo l, casi.

    Tras una ltima subida y una ltima vuelta del camino, la tierra cay en picado a su

    derecha. Hacia el horizonte oriental se desplegaba una inmensa planicie azul verdosa que

    reflejaba trocitos de cielo entre lomas verdes.

    Gaia tuvo que entrecerrar los ojos para verla con claridad, pero ni siquiera entonces

    pudo creer del todo en lo que vea.

    Es un lago?

    No, es el marjal. Marjal Nipigon.

    Es lo ms bonito que he visto en mi vida.

    Se hizo visera sobre los ojos con la mano y contempl el paisaje, maravillada. Haba

    pasado gran parte de su infancia tratando de imaginarse el Inlago Superior lleno de agua,

    pero nunca hubiera supuesto que sera un segundo cielo, un cielo fragmentado que naca

    por debajo del horizonte. Ocupaba la mayor parte del mundo visible, englobando

    serpentinos cursos fluviales, verdes altozanos e islas cuajadas de rboles que se perdan en

    la distancia. Incluso desde esa altura se respiraba el frescor del agua, entremezclado con el

  • olor margoso y penetrante del cieno.

    Cmo es posible que haya tanta agua? pregunt. Por qu no se ha evaporado?

    S se ha evaporado. Esto son solo los restos de un gran lago de la Edad Fra y el agua sigue bajando de nivel ao tras ao.

    Gaia seal una franja de tierra donde el viento formaba a cmara lenta una ola

    verde oscuro.

    Qu es aquello?

    Eso? El arrozal.

    Mientras cruzaban la amplia curva a la izquierda que describa el sendero en lo alto

    del precipicio, Gaia vio que el paisaje se hunda an ms, conformando un amplio valle en

    forma de V en cuyo extremo abierto el bosque descenda para encontrarse con el agua. Era

    un mosaico de arboledas, campos de cultivo y huertos caseros amalgamado por caminos de

    tierra y punteado por tres depsitos de agua. Tras bajar en curva, el sendero desembocaba

    en una orilla arenosa donde una docena de grupos de hombres se afanaban en torno a

    canoas y esquifes.

    Havandish! grit el jinete, ve a decirle a la Matrarca que traigo a una joven con un beb

    desnutrido.

    Nos vemos en la Casa Grande contest un hombre, montando de un salto en un caballo y saliendo disparado. Todos los dems se volvieron a mirarlos.

    Quin es la Matrarca? pregunt Gaia.

    Milady Olivia, nuestra lder, quien gobierna Sailum para nosotros contest el hombre, tras lo cual dirigi el caballo ribera arriba y entr en el pueblo. Por primera vez el

    animal tropez y Gaia tuvo que agarrarse al pomo de la silla, pero el caballo recobr el

    equilibrio. Ya casi estamos, Spider. Buen chico anim su dueo.

    Spider, empapado en sudor por el viaje y la sobrecarga de peso, ech una oreja hacia

    atrs y sigui avanzando. Al girar, el camino lind con una gran cespedera oval bordeada de

    robles, rodeados a su vez por slidas cabaas de madera. Gente vestida con sencillez dejaba

    sus labores para seguir el avance de los recin llegados.

    Ms adelante una franja de tierra agostada por el sol separaba el ejido de un gran

    edificio de troncos labrados a cuya derecha haba una fila de bastidores rectangulares de

    madera que parecan restos de una valla. Confundida por lo abigarrado de la vista, Gaia

    mir fijamente la silueta agazapada del ltimo bastidor hasta entender lo que estaba viendo:

    los armazones de madera eran cepos y la silueta, un reo desmayado o muerto al sol de

    medioda.

    Por qu est ese hombre en el cepo? pregunt.

    Intento de violacin.

    Est bien la mujer? indag Gaia. Pero dnde me he metido?, pens.

    S.

  • El hombre desmont, acarici el cuello del animal y se volvi para mirarla. Era

    enjuto, fuerte, de facciones duras.

    No es viejo, pens Gaia, sorprendida al verlo con claridad por primera vez. Solo

    le haba echado un vistazo a la luz del fuego y senta curiosidad por ver cmo era aquel

    jinete a quien deba la vida.

    l lade un poco la cabeza y la mir con atencin; Gaia esper la habitual pregunta

    sobre la cicatriz que desfiguraba el lado izquierdo de su rostro. Sin embargo, no hubo

    pregunta alguna. El joven se quit el sombrero y se pein con la mano un cabello

    oscurecido por el sudor. Sus ojos resueltos y perspicaces, de una inocencia invitadora, eran

    lo ms destacado de sus facciones regulares. Tras la barba las comisuras de su boca giraban

    un poco hacia abajo, dndole al rostro un matiz de pesar.

    Se cal de nuevo el sombrero.

    Espero que tu beb sobreviva, mamselle di-jo, por tu propio bien.

    Gaia se sobresalt y abraz instintivamente a su hermana. Antes de poder

    preguntarle qu quera decir, oy un leve golpeteo tras ella. Se volvi. Una mujer de

    cabellos blancos y bastn rojo haba atravesado la puerta mosquitera del edificio y estaba

    de pie en el profundo prtico que recorra la totalidad de la fachada. Un vestido azul plido

    envolva su encinta silueta con majestuosa sencillez; un pequeo colgante de oro y cristal

    brillaba sobre su piel oscura.

    Seis meses, calcul Gaia. La Matrarca estaba embarazada de unos seis meses.

    Detrs de ella sali al prtico otra media docena de mujeres, y los vecinos

    empezaron a congregarse en el ejido.

    La Matrarca alz una delicada mano y dijo con tono de esperanza:

    Chardo Peter, has trado a una joven y un beb?

    La sutil desconexin entre el gesto de la mujer y la direccin de su mirada, aadida

    al bastn, hizo suponer a Gaia que era ciega.

    S, milady. El beb es una nia medio muerta de hambre.

    Tremelas aqu. Supongo que la joven tambin estar dbil. Trela en brazos si es preciso.

    Chardo dej el sombrero en el pomo de la silla, alz los brazos y desmont a Gaia,

    que se recoloc el arns para asegurar a su hermana. Cuando ech pie a tierra se le doblaron

    las rodillas, pero el jinete la sujet a tiempo.

    Disclpame, mamselle dijo, tras lo cual la levant en brazos y la llev al prtico. Una vez en l, Gaia se apoy en una de las columnas de madera y mir

    furtivamente en torno. Ignoraba la razn de su inquietud, pero presenta que algo iba mal.

    Por favor rog, necesitamos un mdico.

    La Matrarca dio un golpecito en las botas de Gaia con la punta de su bastn, despus

    lo apart y extendi las manos.

    Quiero ver al beb dijo. Su voz, melodiosa y profunda, suavizaba un tanto la

  • orden, que aun as segua sindolo.

    Gaia extrajo a Maya del arns y la puso sobre las expectantes manos. Increblemente

    esculida y frgil, la nia era poco ms que un aptico montn de ropa. La Matrarca la

    acun y le pas velozmente los dedos por la cara y los brazos, detenindose en la garganta.

    De cerca, Gaia vio que el cutis de la mujer era muy moreno, con pecas an ms

    oscuras en la nariz y las mejillas. Tena pocas arrugas. Pese a sus cabellos prematuramente

    blancos, recogidos en un grueso moo, deba de estar en la treintena y poda por lo tanto

    tener hijos. Una expresin incisiva y alerta encendi el castao claro y cristalino de sus

    ojos, despus la preocupacin le hizo fruncir el ceo.

    Qu pasa? inquiri Gaia.

    No est bien. Cundo naci?

    Hace unas dos semanas. Es prematura.

    Dnde est Milady Eva? pregunt la Matrarca.

    Una mujer se acercaba apresuradamente al edificio acarreando su propio beb.

    Aqu! grit. Llevaba un delantal manchado de rojo y el cabello negro recogido en una cola de caballo medio deshecha. Estaba con mis conservas, pero Havandish me ha dicho que esto no poda esperar. Para qu quieres a mi hijo?

    Para que te saque leche respondi la Matrarca. Ha llegado una nia demasiado dbil para succionar. Haz lo que puedas por ella. Llvasela, Milady Roxanne.

    Deprisa, por favor.

    La Matrarca se la entreg a una mujer alta y angulosa que, tras lanzar a Gaia una

    ojeada a travs de las gafas, se llev a Maya al interior del edificio. Milady Eva la sigui

    desabrochndose los botones de la blusa.

    Yo tambin voy dijo Gaia.

    No, t te quedas orden la Matrarca, debemos presentarnos. Cmo te llamas, hija?

    Gaia mir ansiosamente hacia la puerta mosquitera, pero las otras dos ya haban

    desaparecido, y aunque intent seguirlas, las piernas no le respondieron.

    Adnde van? Tengo que ir con mi hermana.

    Entonces no es hija tuya?

    No, qu va contest Gaia. Al levantar la vista not que Chardo la observaba con cierta sorpresa, como si hubiera actuado de acuerdo con la misma suposicin errnea de la

    Matrarca. Si hubiera podido alimentarla yo misma, no le habra dado caldo de conejo aadi dirigindose al jinete llamado Chardo.

    Yo no saba qu pensar dijo l.

    Es obvio que has pasado por situaciones difciles interrumpi la Matrarca alzando una mano. Deja que vea tu cara.

    Gaia retrocedi hasta la barandilla para esquivar a la mujer.

  • No.

    Ah! exclam la otra, desconcertada.

    Deberas cooperar, mamselle advirti Chardo.

    Gaia saba muy bien lo peligrosa que poda resultar la cooperacin.

    Debo estar con mi hermana insisti. Si puedo ir con ella, cooperar.

    La Matrarca tamborile con los dedos sobre la empuadura del bastn.

    Tendr que ser al revs, me temo. Cuntos aos tienes? De dnde vienes?

    Soy Gaia Stone. Tengo diecisis aos. Sal de Wharfton hace dos semanas. Djame entrar ya, estamos perdiendo el tiempo.

    La Matrarca arrug la frente en un gesto de

    perplejidad.

    De qu conozco yo ese nombre? Quines son tus padres?

    Eran Bonnie y Jasper Stone dijo Gaia y de pronto se le ocurri algo: Conoces a mi abuela, Danni Orin? Est aqu?

    La mujer se toc el colgante y tard un poco en contestar:

    Danni Orin fue la anterior Matrarca. Siento decirte que ya hace diez aos que falleci.

    Cuando solt el colgante, Gaia lo vio por primera vez con claridad. Era un monculo

    de montura dorada, tan familiar que la dej sin aliento. En uno de sus primeros recuerdos,

    su abuela lo giraba al sol para deslumbrarla.

    Llevas el monculo de mi abuela dijo maravillada. La oportunidad de conocerla se haba evaporado, pero se evidenciaba un hecho incontestable: aquel era el lugar que

    llevaba semanas buscando en los pramos, el hogar de su abuela, el Bosque Muerto al que

    su madre y la Vieja Meg le haban dicho que fuese. Mir los grandes rboles frondosos y la

    exuberante vegetacin del ejido: all no haba nada muerto, salvo la posibilidad de reunirse

    con Danni O.

    Gaia Stone repiti lentamente la Matrarca, saboreando el nombre. Tu abuela me habl de tu familia. Se llevaron a tu hermano, creo, y ellos te quemaron la cara, no?

    Dentro de Gaia todo se ralentiz. Dirigi la mirada a los ojos ciegos de la mujer.

    Despus de haber recorrido un camino tan largo encontraba a una persona que saba, sin

    verla ni tocarla, que su rostro estaba desfigurado; era demasiado extrao. Se quit el pelo

    de detrs de la oreja izquierda y lo dej caer hacia delante.

    A dos hermanos corrigi, como si importara. El Enclave se llev a mis dos hermanos. A uno no llegu a conocerlo; el otro sali hacia aqu poco antes que yo.

    Por qu no te llevaron tambin a ti al Enclave? No lo entiendo.

    Por mi cicatriz; eso me libr de ser ascendida.

    Dnde estn tus padres?

  • Han muerto, en el Enclave. Mi padre fue asesinado y mi madre muri al dar a luz a mi hermana.

    Lo siento.

    Gaia mir con desesperacin la puerta mosquitera.

    Por favor suplic, djame ir con ella. Djame ver si est bien.

    Ya no puedes ayudarla en nada y debemos hablar de otro asunto objet la Matrarca haciendo un gesto con la mano: trele una silla.

    Chardo le acerc una de las del prtico y Gaia se sent aferrando el borde del

    asiento de madera.

    Contstame a una cosa dijo la mujer. Por qu te aventuraste en el pramo con un beb? Por qu arriesgaste su vida?

    No tena eleccin contest Gaia.

    Quiz no para ti, pero por qu no dejaste a la nia? Seguro que alguna vecina de Wharfton la hubiera cuidado.

    Gaia levant las cejas, asombrada. Le haba prometido a su madre cuidar de Maya, y

    eso significaba estar siempre juntas, como una familia.

    No poda dejarla.

    Ni sabiendo que arriesgabas su vida?

    Gaia mene la cabeza.

    T no lo entiendes. Promet cuidar de ella. Adems, ignoraba que nos costara tanto cruzar los pramos.

    En ese momento record que su amiga Emily se haba ofrecido para cuidar de Maya

    y que ella se neg. Haba cometido un error?

    Al igual que ignorabas lo que encontraras al otro lado, supongo apunt la Matrarca. Has corrido un riesgo terrible. Un riesgo desesperado, suicida incluso. Te persiguieron hasta tu casa? Eres una delincuente o una especie de rebelde? Te marchaste

    para escapar de la ley?

    Gaia mir con desazn a Chardo y a los dems.

    Me opuse al gobierno del Enclave admiti, pero no empec ninguna rebelin. Solo hice lo que me pareci correcto, nada ms.

    Nada ms? repiti la Matrarca rindose. Describi un crculo en el suelo con la punta del bastn y volvi a ponerse seria. Tienes que tomar una decisin, Mamselle Gaia. Si te quedas en Sailum, no podrs volver a marcharte. Todo el que lo intenta muere.

    No sabemos muy bien por qu, pero encontramos sus cuerpos.

    A Gaia se le desorbitaron los ojos.

    Yo vi un cadver dijo, en el regato, hace dos das. Haba muerto haca poco. Al principio me hizo temer que el agua fuera venenosa.

  • Un hombre de mediana edad con barba y gafas? pregunt la Matrarca.

    Vestido de gris complet Gaia. Le haba dado miedo, pero tambin la esperanza de estar acercndose a un lugar civilizado.

    Ah tienes a tu reo, Chardo dijo la Matrarca y aadi volvindose hacia Gaia: se escap de la crcel hace cuatro das. Todo el que se marcha muere. Los nmadas pasan

    por aqu sin problemas, pero si se quedan, aunque solo sea dos das, corren la misma suerte.

    Gaia no haba odo cosa igual.

    Pero qu puede causar algo as? Es que hay aqu alguna enfermedad?

    Creemos que es algo del ambiente explic la Matrarca. Hay un periodo de aclimatacin en que tu cuerpo enferma para acostumbrarse a estar aqu pero, tras eso, los

    que se quedan no sufren ningn dao, salvo lo que es obvio.

    Gaia observ con el ceo fruncido el gento agrupado junto al edificio, tratando de

    dilucidar qu era tan obvio. Dejando aparte el hombre del cepo y la ceguera de la Matrarca,

    la gente pareca rebosante de salud. Haba altos y bajos, unos cuantos rollizos y ninguno

    esqueltico. Viejos y jvenes holgazaneaban juntos, y hasta la distribucin de tonos de piel

    era regular, del negro puro al blanco nveo. Haba muchos nios y, a juzgar por sus

    atuendos, tanto pobres como ricos.

    A qu te refieres? pregunt.

    Las mujeres del prtico se echaron a rer. Gaia, perpleja, mir a Chardo en busca de

    ayuda.

    Tenemos pocas mujeres respondi este, solo uno de cada diez bebs es nia.

    Al fijarse mejor, Gaia comprob el escaso nmero de hembras. La gran mayora

    estaba en el prtico, junto a la Matrarca. En el ejido casi todas las caras eran masculinas,

    muchas con barbas. Hasta los de menor edad eran casi todos chicos. Cmo no se haba

    dado cuenta?

    No solo es eso aadi la Matrarca. La ltima nia naci hace dos aos; desde entonces, todo nios.

    Cmo es posible? pregunt Gaia.

    La Matrarca se encogi de hombros.

    No hace falta que lo entiendas para elegir: o te marchas hoy o te quedas el resto de tu vida.

    Pero adnde ira? Cmo iba a sobrevivir?

    Hace unos aos haba una pequea comunidad al oeste de aqu explic la Matrarca, y hay nmadas que atraviesan Sailum en bicicleta para dirigirse al norte. Puedes ir en una de esas dos direcciones, o volver a tu casa del sur.

    Gaia dudaba de su capacidad para volver, al menos mientras estuviera tan dbil.

    Apenas se tena en pie.

    No puedo irme. Adems, no quiero separarme de mi hermana.

  • Ya lo supona dijo la Matrarca. Pero, si te quedas, tendrs que acatar nuestras normas. Aunque al principio puedan parecerte estrictas, te aseguro que son justas.

    Por quedarme con mi hermana, acatar lo que sea.

    Una brisa leve recorri el prtico y agit unos cabellos blancos sobre el rostro de la

    Matrarca, que los apart parpadeando.

    Dime, qu le habra ocurrido al beb si Chardo Peter no te hubiera encontrado? pregunt con su voz dulce y musical.

    Gaia trag el nudo que le atascaba la garganta.

    Se estaba muriendo admiti.

    La Matrarca hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y tamborile otra vez con

    sus finos dedos sobre la empuadura del bastn.

    An puede morir. Si no hubisemos tenido aqu una madre para amamantarla, habra muerto, verdad?

    Gaia asinti con la cabeza.

    Eso es un s? insisti la Matrarca.

    A Gaia no le gustaba nada el curso que estaba tomando la conversacin. La

    amabilidad de la Matrarca haba dado paso a una brutalidad sorda e implacable.

    Mamselle Gaia? dijo la mujer, expectante. Contesta.

    S, habra muerto.

    La Matrarca se suaviz un poco.

    Entonces, de aqu en adelante consideraremos a tu hermana como un regalo para Sailum. Un pequeo y preciado regalo. Lo que es ms, en vista de ello, si te portas bien

    durante el periodo de prueba, es muy posible que te perdonemos tu delito.

    Mi delito?

    Haber puesto a tu hermana en peligro mortal, a sabiendas y deliberadamente.

    Yo no hice eso! Yo he hecho todo lo posible para mantenerla con vida.

    T misma has admitido que sin nuestra intervencin habra muerto. Has perdido cualquier derecho sobre esa nia. Tu hermana, la que t cuidaste, ha muerto. La nica que

    vive es la que Chardo salv, y lo que ahora necesita son muchos cuidados y una nueva

    madre.

    Gaia tuvo un terrible atisbo del sufrimiento de las madres cuando ella misma les

    arrebataba a sus hijos para ascenderlos al Enclave.

    Ay, por favor, djame verla! suplic, puede estar murindose ahora mismo, necesito abrazarla!

    La Matrarca se volvi ligeramente y dio un golpe con el bastn al entablado del

    prtico.

    Siento mucho tu prdida, por supuesto. Es terrible perder a un nio.

  • Hablaba como si Maya hubiera muerto.

    No puedes hacerme esto! No sabes por lo que hemos pasado! He perdido a todos los que quera! dijo Gaia agarrando impulsivamente el bastn de la mujer y tirando de l a modo de protesta. No puedes robarme a mi hermana!

    La Matrarca solt el bastn y alz las manos, retrocediendo.

    Guardia!

    Gaia fue agarrada por detrs y bajada de inmediato del prtico. El bastn cay con

    un golpeteo al entablado. A Gaia le retorcieron los brazos a la espalda y una docena de

    hombres se colocaron de un brinco entre la Matrarca y ella.

    Es mi nica familia! grit Gaia, forcejeando para liberarse. No puedo perderla!

    La Matrarca se retir de nuevo el cabello del rostro y extendi la mano derecha con

    la palma hacia arriba para pedir silencio. Uno de los hombres le puso la empuadura del

    bastn en la mano y Gaia vio cmo lo estrujaba con dedos de acero.

    Abajo! orden.

    Gaia fue empujada hacia el suelo con tanta fuerza que cay de hinojos y tuvo que

    detener la cada apoyando las manos en la tierra. Era humillante. Su mentn estaba a

    milmetros del polvo. Se haba quedado tan dbil que la simple mano de un guardia bastaba

    para mantenerla all, aunque por dentro gritara desafindole.

    Ya est abajo inform Chardo, y Gaia se dio cuenta de que era l quien la mantena en aquella postura. Forceje una vez ms, incrdula. Con lo amable que haba

    sido, en ese momento se comportaba con la misma sensibilidad que un bloque de piedra.

    Escchame, Mamselle Gaia dijo la Matrarca en un tono ms dulce que la miel, aqu no hay ms que una lder: yo. Y yo hablo en nombre de todos. O aprendes a obedecer nuestras normas o te enviamos a morir al pramo.

    Qu pensara mi abuela de tu forma de tratarme? inquiri Gaia.

    Milady Danni hubiera sido la primera en dar su aprobacin replic la Matrarca. Ella me ense todo lo que s. Chardo! llam.

    S, milady.

    Dnde est Munsch?

    Lo dej en el campamento. No he tenido tiempo para volver a buscarlo.

    Trelo en cuanto dispongas de un caballo fresco, y estate pendiente por si ves al hermano de esta o a alguien ms. Enviar ms patrullas. S que esta joven no es la nica

    que andaba por ah. Al sur debe de haber pasado algo.

    S, milady.

    Gaia Stone, ests dispuesta a cooperar? pregunt la Matrarca.

    Gaia apret los dientes. Rescatara a su hermana, costara lo que costase. Aunque

    tuviera que arrastrarse por el polvo.

  • S, milady dijo, repitiendo como un loro las palabras de Chardo.

    En tal caso, puedes levantarla.

    En cuanto la presin se afloj, Gaia se apart bruscamente y se puso en pie

    tambalendose. Luego mir de travs al jinete.

    Para esto me has rescatado?

    El joven le devolvi la mirada sin un parpadeo, como si no le importara lo ms

    mnimo.

    Era mi deber.

    Su deber. Haba sabido desde el principio que le quitaran a su hermana.

    La nica diferencia entre Sailum y el Enclave era que aqu mandaban las mujeres.

  • Gaia dio una vuelta en la cama. Mientras escuchaba el suave golpeteo de la lluvia

    sobre las hojas que entraba por la ventana abierta, oy un llanto dbil.

    Se sent despacio y aguz el odo, pensando ansiosa que poda tratarse de Maya.

    Una lnea de luz brillaba bajo la puerta.

    Desde su encuentro con la Matrarca aquella tarde, los lugareos no la haban tratado

    mal, pero la haban dejado en la Casa Grande y era evidente que se haban llevado a Maya a

    otra parte. Las mujeres le haban preparado un bao mientras ella tomaba un tazn de sopa

    y le haban proporcionado una blusa blanca de algodn y una falda beis tejidas a mano para

    reemplazar su sucio y desgarrado vestido azul. Al apoyar los pies, sinti los tablones a

    travs de la lana de sus calcetines nuevos. No vio sus botas por ninguna parte.

    Escuch atentamente hasta que un segundo grito atraves la lluvia, un reclamo

    salvaje, inquietante y vertiginoso proferido por un ave o por el marjal mismo. Gaia se

    estremeci preguntndose si el primer y lloroso grito habra sido o no de un beb. Tena que

    averiguarlo.

    Sus doloridos msculos se tensaron cuando se puso en pie y un dbil gruido vibr

    en su garganta. Al tratar de abrir la puerta, vio que estaba cerrada con llave.

    Se dirigi a la ventana de guillotina y la subi del todo para inspeccionar la

    cuadrcula de listones que cruzaba el vano a modo de reja. Las gotas le salpicaron la cara

    mientras entrecerraba los ojos, intentando ver. Los huecos entre las tablas medan apenas un

    palmo, pero al probar la solidez de cada listn vio que los dos de la derecha estaban flojos,

    a la espera de un golpetazo. Ambos cedieron al recibirlo.

    Retorcindose como una anguila por la estrecha abertura, Gaia consigui liberarse y

  • se dej caer al mojado huerto. Los calcetines se le empaparon al instante. No tena ni idea

    de dnde buscar, ignoraba incluso el tamao del pueblo, pero eso no la hara desistir.

    Empez espiando por las ventanas iluminadas de las cabaas que rodeaban el ejido y sigui

    colina abajo. Tras una hora en que su nico logro fue ponerse como una sopa, se acurruc

    temblando bajo un sauce. Un rastro de humo de un tabaco de olor extrao se entrelaz con

    el aroma limpio de la lluvia y un hombre a caballo pas por delante del rbol.

    Gaia no quera que la atraparan, pero tampoco quera rendirse. Se qued escuchando

    hasta que los chapoteos de los cascos se perdieron en la distancia. Un relmpago revel el

    marjal en el inmenso paisaje blanco y negro, desolado y vivo. Esperando el siguiente

    resplandor, Gaia escrut la oscuridad y entonces, al mismo tiempo que un trueno, oy otro

    grito, pero esta vez no de un beb ni de un pjaro, sino de una parturienta.

    Aunque se qued paralizada un instante en que sus cuerdas internas reverberaron

    con el familiar sonido de dolor, ech a correr enseguida por una callejuela hacia el eco del

    grito. No se detuvo hasta llegar al estrecho porche de una cabaa de una planta y picudo

    tejado a dos aguas. En ese momento oy gritar otra vez. Mientras el grito se apagaba, Gaia

    golpe con los nudillos el marco de la puerta mosquitera.

    Will? dijo una mujer desde el interior.

    Soy Gaia Stone contesto esta. Luego parpade para quitarse las gotas de lluvia de los ojos y esper.

    No sala nadie. Al mirar a travs del mosquitero, advirti que en la habitacin de

    techo alto las mitades inferiores de las paredes estaban forradas de estantes con libros. Ms

    volmenes se apilaban en la repisa de la chimenea. Un quinqu de cristal rosa luca en una

    mesa. Gaia se quit los embarrados calcetines y trat de sacudirse el agua del pelo y de los

    brazos. Como segua sin salir nadie, empuj suavemente la puerta y entr. Fue recibida tan

    solo por el repiqueteo de la lluvia sobre el tejado.

    Hola? dijo.

    Recorri de puntillas un corto pasillo que desembocaba en una puerta encortinada.

    Al retirar un poco la cortina vio una amalgama de contrastes: una mujer esbelta y pelirroja

    con pantalones marrones y blusa blanca delicadamente plisada junto a una cama donde una

    chica angustiada y despeinada se retorca por los dolores del parto.

    Los ojos de la pelirroja fueron desde la ropa empapada de Gaia a sus embarrados

    pies. Sus labios se curvaron hacia arriba.

    No te habrs equivocado de fiesta?

    Gaia se rio y se remang las hmedas mangas.

    Cmo se llama? Cunto lleva de parto?

    Se llama Signax Josephine y ha empezado despus de comer. Yo soy Signax Dinah. Bienvenida.

    El rostro de Josephine estaba ceniciento y sonrojado a la vez, los ojos enloquecidos

    de miedo. Llevaba un camisn gris, empapado en sudor, y se acurrucaba de lado.

    Ay, no! dijo con expresin de pnico, apartndose un mechn de cabello negro de la boca. Que viene otra. Aydame, Dinah!

  • Extendi la mano para agarrar la de su amiga y contuvo el aliento, apretando los

    dientes durante un momento interminable y espantoso.

    Malo, pens Gaia, esperando que la angustia de la madre no presagiara ningn

    problema oculto. Deba prepararse antes de la siguiente contraccin.

    Ech un rpido vistazo al cuarto para ver con qu herramientas contaba, reparando

    en la chimenea encendida y un montn de trapos limpios. Los dos quinqus daban buena

    luz y la cama ocupaba el centro de la estancia, lo que facilitaba el acceso por ambos lados.

    Mientras se lavaba las manos en la jofaina del rincn se percat de que necesitara ms

    agua y un cuchillo. Si al menos tuviera su viejo bolso de comadrona

    Josephine empez a respirar con rapidez y puso los ojos en blanco. Dinah mir a

    Gaia por encima del hombro con expresin adusta.

    No tendrs experiencia en esto, verdad?

    En realidad, s Gaia se inclin sobre la madre. Venga, Josephine. Vamos a ver si puedes erguirte un poco antes de la siguiente, vale? Y trata de poner as las rodillas.

    Gaia tom la mano de la chica y le coloc un par de almohadas a lo largo de la

    espalda.

    Es tu primer beb? pregunt. Cuntos aos tienes?

    Es el primero contest Josephine. Diecisiete. Me duele mucho. Tiene que dolerme tanto?

    Gaia sonri.

    Es normal que duela un poco, pero no te pasar nada. Yo soy Gaia y quiero que me escuches. Cuando sientas la prxima contraccin, mrame a los ojos, de acuerdo? No

    cierres los tuyos y trata de seguir respirando. Yo te ayudar. Vale? Podrs hacerlo?

    Josephine se apart los negros rizos del rostro y asinti con la cabeza, algo ms

    calmada.

    Vale, pero t pareces ms joven que yo. Qu te pasa en la cara?

    Gaia sonri de nuevo.

    Nada. Es solo una cicatriz. Yo tengo diecisis. Cunto tiempo transcurre entre las contracciones? Diez minutos? Cinco?

    Josephine mir a Dinah en busca de ayuda.

    Tres o cuatro, creo respondi la ltima.

    Voy a necesitar agua caliente y un cuchillo di- jo Gaia. Luego se quit el reloj del cuello, lo sec con la esquina de la sbana y lo dej en

    la mesilla de noche. Es posible que a Josephine le d sed. tienes aqu agripalma? O cimicifuga?

    Hay un poco de manzanilla. La traer, y el agua. No sabes cunto me alegro de que ests aqu asegur Dinah.

    Que viene! exclam Josephine.

  • Gaia le pas una mano tranquilizadora por la espalda y le dio la otra para que la

    apretara.

    Todo ir bien. Lo ests haciendo estupendamente. Limtate a respirar despacio, lista? Toma aire, ya orden Gaia, y ella misma respir hondo para animarla. Josephine, mrame.

    Vio que la mirada de la joven se concentraba en sus labios.

    Muy bien aadi sonrindole, ahora toma mucho aire repiti aspirando de nuevo.

    Gaia observaba sus ojos; estaban llenos de miedo, pero el pnico se haba esfumado.

    Al finalizar la contraccin, Josephine se relaj y se dej caer sobre el colchn, exhausta.

    Gaia levant la mirada hacia Dinah, que se haba detenido en el umbral a contemplar

    la escena.

    Por qu no me has dicho que eras comadrona? pregunt.

    No estaba segura de seguir sindolo respondi Gaia y solt una risa entre sorprendida y atormentada.

    El ltimo nacimiento al que asisti haba salido desastrosamente mal. No quera

    traer a nadie ms al mundo despus de la muerte de su madre, pero en ese momento, al ver

    a Josephine desamparada, supo que ella habra querido que la atendiera. Se mir las manos

    y se las frot de nuevo con un pao limpio.

    No hay aqu mdico o comadrona?

    Nuestra ltima doctora falleci hace unos aos y la comadrona muri de parto hace dos veranos explic Dinah. Solo tenemos a Chardo Will, que tiene bastante mano con los animales. He mandado a un chico a buscarlo hace una hora, pero no se ha

    presentado.

    El jinete que me trajo? pregunt Gaia confundida.

    Ese es Chardo Peter, Will es su hermano con- test Dinah antes de irse a buscar lo que Gaia le haba pedido.

    Esta mir a los ojos de la cansada madre.

    Te importa que te examine?

    No contesto Josephine con voz dbil sealando la mesilla. Puedes darme antes mi osito?

    Gaia vio una cosa parda y rada con un solo botn a guisa de ojo.

    Claro contest, y se lo entreg antes de subirle con delicadeza el camisn.

    La examin con manos firmes y sabias. Haba dilatado casi por completo y se

    palpaba la dura cabeza del beb en el cuello del tero. Todo estaba listo para un parto sin

    complicaciones, as que Gaia suspir aliviada.

    Ya falta poco afirm, has hecho lo ms difcil antes de que yo viniera.

    Al cabo de una hora su afirmacin se hizo realidad y, mientras la madre yaca

  • agotada en la cama, Gaia le entreg a Dinah el recin nacido.

    Lo has hecho muy bien, Josephine felicit, en todos los sentidos. Es una nia preciosa.

    Una nia? pregunt Josephine. En serio?

    Dinah envolvi el beb en una mantita limpia y lo dej en los brazos de la madre.

    Es increble coment Dinah, la primera en dos aos. La Matrarca se va a poner como loca.

    Gaia limpi a Josephine con suavidad y comprob que hubiera expulsado por

    completo la placenta. Ms recuerdos de su madre la asaltaron cuando masajeaba el

    abdomen de la joven para estimular la contraccin del tero. No haba nada peligroso en el

    sangrado ni en el color de Josephine, la nia no era prematura y estaba sana, pero Gaia an

    senta la necesidad de comprobarlo todo. Mantuvo la cabeza gacha y trabaj en silencio

    hasta que presion una toalla doblada entre las piernas de Josephine y puso a esta de lado

    para que estuviera ms cmoda.

    Al apartarse sinti un mareo y tuvo que apoyar la mano en la pared.

    Ests bien? pregunt Dinah.

    Gaia se llev la otra mano a una ceja.

    Estoy bien, solo un poco mareada.

    Ven, sintate aqu mientras yo acabo de recoger dijo Dinah, colocando una silla junto a la chimenea. Luego la acompa al asiento y solt una risita. Todava tienes la ropa mojada. Deja que te traiga algo seco.

    Estoy bien repiti Gaia.

    Algo para los pies, al menos. Los tienes azules. Por qu ibas descalza?

    No encontraba mis botas. He dejado los calcetines en el porche.

    Dinah ech un par de leos a la chimenea y atiz el fuego, despus sac unos

    calcetines y unos mocasines grandes y desgastados. Gaia extendi los pies hacia el calor,

    recogi su reloj, el nico regalo que le quedaba de sus padres, lo inclin hacia la luz y pas

    el pulgar por las palabras grabadas: La vida primero.

    Ellos haban muerto y a su hermana se la haban arrebatado, as que encontr poco

    consuelo en la frase. Poner la vida por delante no les haba servido de gran cosa a sus

    padres. Si acaso, les haba dado un motivo por el que vala la pena morir, o ser matado.

    Cerr la tapa de golpe.

    Al mirar a Josephine vio centellear sus cansados ojos desde la cama. El hmedo

    cabello negro trazaba vistosos rizos alrededor de su rostro, y su sonrisa desplegaba un

    encanto infinito mientras examinaba la cara de su hija.

    No s cmo podr agradecerte lo de esta noche dijo. Tambin a ti, Dinah.

    Dinah le dio un beso en la frente.

    No ha sido nada.

  • Gaia senta lo mismo.

    En ese instante acostumbraba a tomar una infusin con la madre y a hacer la marca

    de nacimiento en el tobillo del beb, el tatuaje de su abuela, pero no llevaba aguja ni tinta,

    ni le quedaba ya una madre propia por quien conservar la tradicin. La tristeza la asalt de

    repente, con premura y dureza. Echaba tanto de menos a su madre que casi no poda

    respirar.

    Perdname dijo levantndose, dnde est el lavabo?

    Hay uno externo cerca de la puerta trasera, ve por aquel vestbulo. Llvate esto contest Dinah prendiendo la vela de un candelabro con guardabrisa.

    Gaia se contuvo hasta salir de la cabaa pero, mientras la lluvia que caa del alero

    formaba una cortina a su alrededor, se derrumb en el porche. Aunque dej el candelabro a

    su lado, la llama bailaba tanto que se apag. Gaia flexion las piernas, se las rode con los

    brazos y descans la frente en las rodillas. Acababa de asistir a otro parto. Los nios

    seguan viniendo al mundo mientras su madre estaba muerta en una ciudad lejana. Los

    truenos restallaban a su alrededor. Ni siquiera haba podido enterrarla, ni a ella ni a su

    padre.

    Se abraz con ms fuerza las piernas y respir dando grandes boqueadas,

    atormentada por un dolor ciego. Solo quera que su madre volviera. No le importaba en

    absoluto lo de la quemadura y la cicatriz. Solo deseaba borrar los meses pasados y volver a

    casa, con el reconfortante sonido de la mquina de coser de su padre y los besos de su

    madre al desearle buenas noches.

    Pero ya no volvera a verlos nunca ms.

    Se le escap un gemido. Le dola la garganta. Espero que al menos enterraran a

    mam con l, pens.

    La puerta se abri de repente, dejando salir un rayo de luz, y la golpe en la espalda.

    Mamselle Gaia? Te encuentras bien? pregunt Dinah.

    Gaia se sorbi con fuerza la nariz y se la enjug con la manga humedecida.

    Qu haces aqu fuera?

    Lo siento. Est bien Josephine?

    Ella est bien, pero y t?

    Gaia se puso en pie a duras penas. No quera mirar a Dinah a los ojos. Senta que no

    iba a poder contenerse, y le daba vergenza llorar delante de otros, cosa que a pesar de todo

    acab por hacer.

    Ay, pobrecita dijo Dinah. Ven, anda. A ver si entras en calor.

    Es que es injusto! solloz Gaia.

    Dinah la abraz estrechamente, recogi el candelabro y la hizo entrar de nuevo. Le

    sostuvo la cortina y la empuj con suavidad hacia la chimenea.

    Qu le pasa? pregunt Josephine.

  • Gaia se quit los mocasines y subi los pies sobre el asiento. Tena que dejar de

    llorar. Tena que conseguirlo. Al esconder la cara sinti una gran y esponjosa toalla sobre

    los hombros. Tras un escalofro que la recorri de arriba abajo, empez con el hipo. Se

    agarr al borde de la toalla hasta que pas lo peor del ataque.

    Al mirar por fin a hurtadillas, vio un tazn de sopa esperndola. Lo alcanz con

    desgana y fue sacando cucharadas de arroz negro y trozos de pollo del caldo caliente. A su

    izquierda, Dinah hablaba en voz baja con Josephine, a quien su beb se arrimaba para

    amamantarse por primera vez. Cuando Dinah se acerc a Gaia para retirar el tazn, esta se

    espabil lo suficiente como para darle las gracias.

    Si casi no has comido! protest Dinah. En fin pero ests mejor, no? Un poquito?

    Gaia asinti.

    Has venido de muy lejos, verdad? pregunt Josephine.

    Gaia entrecerr los ojos para transformar el fuego en un borrn.

    De otro mundo murmur.

    Dinah se sent a los pies de la cama de Josephine. Cuando se inclin hacia delante,

    apoyando sus delgados antebrazos en las rodilleras de sus pantalones, la trenza se le desliz

    sobre el hombro. Sus grandes ojos grises reflejaban el fuego mientras hablaba.

    Me encantara hacer algo ms por ti dijo, pero me temo que haber venido esta noche solo te acarrear problemas.

    Y eso?

    Dinah se quit una pelusilla del pantaln.

    Supongo que no tendras permiso, precisamente, no? Nosotras somos sueltas, las parias de las damas. Las seoronas de la Casa Grande no suelen alternar con nosotras.

    Aunque, como esto era un asunto mdico, espero que la Matrarca haga la vista gorda.

    Gaia frunci el ceo.

    Qu es una suelta?

    Eres mi nueva herona dijo Josephine, y aadi entre risas dirigindose a su amiga: No ha odo hablar de las sueltas!

    Dinah mir intrigada a Gaia.

    Donde t vivas cmo llamaban a las mujeres que no se casan?

    No s. Solteras?

    Josephine volvi a rerse.

    Me encanta. Solteras, se parece a solitarias. Yo quiero ser soltera.

    Dinah, sin embargo, segua seria.

    Vers le dijo a Gaia, es preciso que entiendas esto. Aqu es muy importante para las mujeres casarse y tener hijos. El objetivo es tener diez. Incluso despus de esos

  • diez, muchas siguen pariendo. Lo consideran un deber y un honor.

    Diez hijos.

    Es una locura protest Gaia.

    Depende de cmo lo mires. En Sailum hay nicamente dos mil vecinos, nueve de cada diez son hombres y esa desigualdad empeora de generacin en generacin. Los

    hombres, por supuesto, no pueden tener hijos y eso significa que, simplemente para

    mantener el nmero de habitantes, cada una de nuestras doscientas mujeres debe parir diez.

    Y si no los parieran?

    Nos extinguiramos. Llevamos generaciones extinguindonos dijo Dinah, pero haba algo en su voz que Gaia no lograba entender, como si se hubiera resignado a la

    desaparicin.

    Y eso qu tiene que ver con Josephine y contigo? pregunt.

    Dinah entrelaz los dedos delante de la cara.

    Josephine y yo hemos incumplido las reglas. No nos casaremos nunca. Nos hemos desentendido del asunto.

    Te habrs desentendido t objet Josephine, a algunas nos han echado a patadas.

    Si a algunas les importaba tanto pertenecer a las damas, esas algunas no deberan haber pernoctado por ah con cualquiera de la reserva reproch Dinah.

    Josephine hizo una mueca de disgusto que a Gaia le record a un gatito petulante y

    acorralado.

    Xave no es cualquiera de la reserva.

    No. Es el ms grandulln, el ms guaperas y el ms retorcido de todos ellos dijo Dinah secamente. Est visto que sabes elegir.

    Entonces no te casars con l? terci Gaia, sin quitarle ojo a Josephine.

    Dinah solt una risotada.

    Ya es tarde para eso. Adems, no quiere saber nada de ella.

    Cuando vea a su hija cambiar de parecer di-jo, cabezona, Josephine. Tenemos una nia.

    Ech hacia atrs sus rizos negros y se los meti detrs de las orejas.

    Dinah se estruj las sienes con las manos.

    Walker Xavier no se te acercar nunca ms sentenci, no despus de lo que ha pasado para defender su inocencia. No va a olvidar las horas de cepo ni el mes de encarcelamiento.

    T no lo conoces.

    Ni falta que hace! exclam Dinah. Lleva ignorndote cunto?, siete meses? Crees que es por casualidad?

  • Josephine puso cara de pquer.

    Esto es lo ltimo que necesito en este momento.

    Dinah le estir la manta alrededor de los pies y, mientras lo haca, su expresin se

    suaviz.

    No quera meterme contigo. Es l quien me saca de quicio cuando pienso en lo que te espera.

    Gaia levant la mirada.

    A qu te refieres?

    Dinah la mir a su vez.

    En la prctica, nosotras somos como los hombres, no tenemos derechos ni podemos votar. Somos ciudadanos de segunda, como mucho. Josephine podr quedarse con

    su hija mientras la amamante, ms o menos un ao, pero despus tendr que drsela a una

    de las familias normales, es decir, de madre perteneciente a las damas. No ser plato de

    gusto.

    Pero por qu? pregunt Gaia.

    Las sueltas no pueden criar hijos contest Dinah con sorna, no les transmiten los autnticos valores familiares.

    Solo porque no quieren casarse? pregunt Gaia sorprendida.

    Solo respondi Dinah. Se remeti la blusa en la espalda, donde se le haba salido un poco. Recuerdas lo de los diez nios? Las damas se dedican en cuerpo y alma a mantener el nmero de habitantes, por lo que necesitan que todas las jvenes cumplan con

    sus deberes de maternidad. Las que se niegan lo pagan caro. Al fin y al cabo las sueltas

    aceleran la extincin. Eso no es nada patritico.

    Gaia mir de nuevo a la niita de Josephine y pens en su propia hermana. Por esa

    razn haba sido la Matrarca tan implacable al quitrsela: estaba ms que acostumbrada a

    entregar a nuevos padres los bebs de las sueltas.

    T pareces pensar que sus esfuerzos son intiles dijo.

    Siempre se me ha dado mal el autoengao contest Dinah rindose.

    Has tenido hijos?

    A Mikey contest Dinah; ya tiene siete aos.

    Y quin lo est criando?

    Dinah recogi una manta de los pies de la cama y la dobl cuidadosamente.

    Mi hermano y su mujer. Son una de las familias Munsch, de cerca de la ribera. Lo adoran y l es muy feliz. Voy a verlo a menudo. Me llama ta Dinah.

    Gaia no poda entender cmo lograba explicarlo con tanta calma. O no tena

    sentimientos o su despreocupacin era pura fachada.

    Y por qu no te casaste con el padre de tu hijo?

  • Dinah sonri divertida.

    Porque no quera conservar a mi hijo a costa de entregar mi vida a un hombre con el que encima estara obligada a tener otros nueve. Adems, por entonces ya era de las

    sueltas.

    Pero estaras enamorada de l, no?, al menos durante un tiempo.

    Yo no quiero a nadie, prefiero mis libros.

    No te creas ni una palabra intervino Josephine, fue elegida como premio de los treinta y dos

    juegos cinco veces antes de convertirse en suelta, y desde entonces ha tenido cantidad de

    novios exreservas.

    Tiene que despegrselos con agua caliente.

    Vale ya dijo Dinah sonriendo, no es asunto tuyo, ni de Mamselle Gaia. Se supone que no debemos pervertirla.

    Gaia estaba impresionada y muerta de curiosidad.

    Qu son los treinta y dos juegos?

    Una serie de partidos de ftbol en que los hombres compiten por vivir con una mujer en una cabaa durante un mes. Una ridiculez, vamos contest Dinah.

    Es divertido arguy Josephine sonriendo, ya vers.

    Creo que yo tambin debera ser de las sueltas dijo Gaia.

    Ni se te ocurra replic Dinah, esto no es vida para ti. Se nota.

    Por qu?

    Porque t eres lista, querrs hacer algo con tu vida y para eso tienes que pertenecer a las damas. Tienes que estar del lado de la Matrarca.

    Gaia albergaba dudas sobre las probabilidades de quedarse en ese lado.

    La Matrarca me considera una delincuente, por poner en peligro la vida de mi hermana.

    Ya lo s e ignoro qu ser de ti si la nia muere dijo Dinah. Lo siento, no quera ser tan brusca; solo estoy haciendo suposiciones. Ha habido mujeres recluidas en la

    Casa Grande por delitos menores, pero nunca se ha dado el caso de una condenada por

    asesinato. Supongo que podran exiliarte, y entonces te matara el mal de salida. De verdad

    viste a un muerto en el regato?

    S, segn la Matrarca era un reo fugado de la crcel.

    Pues a ti te pasara igual si te echaran de aqu. La Matrarca ha exiliado a traidores, tanto hombres como mujeres, pero en tu caso no s qu hara. Eres una persona bastante

    valiosa.

    Porque soy chica?

    Dinah sonri.

  • No subestimes lo mucho que eso importa. Adems, eres comadrona. Y, en honor a la verdad, debo aadir que la Matrarca se porta de maravilla con sus seguidores, que son

    mayora. La nica excepcin son los reos y un puado de sueltas.

    Gaia distingui la admiracin en las palabras de Dinah.

    La respetas?

    Claro que s contest Dinah rindose, sera una idiota si no lo hiciera.

    No, lo que digo es que parece que la respetas de verdad, que la admiras incluso.

    Dinah la observ con una expresin rara. Despus se volvi hacia una cmoda y

    empez a abrir cajones.

    La Matrarca es una persona singular. Es inteligente y fuerte, desde luego, pero es ms que eso contest pensativa, no s explicarlo.

    Gaia estaba asombrada. Mir a Josephine.

    Es verdad dijo esta con tono abatido. Cuando confa en ti, te encanta contarle cosas, notas lo mucho que le interesas, pero si la decepcionas te sientes fatal.

    Dinah volvi con un chal y se lo dio a Gaia.

    Toma, llvate esto. Deberas irte. Ya me lo devolvers cuando puedas. Si los zapatos te estuvieran bien, te dira que te los quedaras, pero te estn grandes.

    Gracias dijo Gaia y se levant con rigidez. Ya entraba algo de luz por la ventana y la lluvia se haba convertido en una mera llovizna, pero Gaia no quera

    marcharse. Cmo llamars a tu hija, Signax Josephine?

    La nueva madre sonri.

    Pues como yo: Fitch Josephine, Junie. La llamar Junie.

    Dinah se llev la mano al corazn y despus la coloc sobre la cabeza de la nia con

    gesto afectuoso y maternal.

    Que as sea dijo.

    Solo la crepitacin del fuego y el suave golpeteo de la lluvia sobre el tejado rompan

    el silencio de la cabaa. Mientras Gaia echaba una ltima ojeada a la chimenea, el calor

    penetr en la cicatriz de su mejilla izquierda como si le empujara la piel. Por un instante fue

    capaz de imaginar un beso invisible de su madre muerta, un regalo silente de aprobacin al

    que se aferr con todas sus fuerzas

  • Los listones haban sido clavados de nuevo.

    Aunque parecan seguros, Gaia prob la madera de todas formas, por si acaso, pero

    no ceda. Mir a su izquierda, recorriendo la fachada de troncos, hacia las ventanas

    iluminadas de una cocina. Se le aceler el pulso al acercarse a hurtadillas y subir los dos

    escalones que conducan a la puerta. Prob el pomo, pero estaba cerrada.

    Al atisbar por el mosquitero, vio la parte posterior de la cabeza y la espalda de un

    hombre. Llam con suavidad.

    Tan pronto? pregunt l lacnico.

    Por favor, djame entrar rog Gaia en voz baja.

    Se oy un golpetazo, luego un clic y por fin la puerta se abri ante un hombre

    canoso y fornido con pata de palo que dej su moreno brazo cruzado sobre el hueco,

    bloquendolo, y junt las tupidas cejas blancas en una lnea arisca.

    Hola! Gaia intent componer una sonrisa. Soy Gaia, la chica nueva, intentando encerrarme a escondidas.

    Cuando el hombre le ech un vistazo, Gaia se imagin el cuadro: mojada, con los

    calcetines embarrados en la mano, sostenindose a duras penas sobre unos zapatones

    chorreantes. l se apart profiriendo un gruido.

    Quiere que vayas al atrio.

    La cocina ola a pur de avena. En una mecedora, cerca del hogar, un gato negro

    levantaba la barbilla para inspeccionar a la recin llegada, dejando ver la gran mancha

    blanca de su pecho. De los estantes colgaban hierbas; de las ventanas, tres cubas con fondo

  • de cobre. Gaia cerr la puerta y se quit los mocasines.

    Se sabe algo de mi hermana? Quin quiere verme? pregunt.

    Quin va a ser? La Matrarca. No dejes eso ah, hay una caja para el calzado detrs de la puerta.

    Est enfadada?

    El hombre se acerc al horno, acompaado del taconeo hueco de su pierna

    ortopdica.

    Esa no se enfada: se decide dijo y sac una bandeja del horno que dej de golpe sobre una

    encimera.

    Gaia supuso que el tipo era grun por naturaleza, pero aun as se sinti intranquila.

    Dej los zapatos y los calcetines en la caja, junto a una solitaria bota del pie izquierdo. Al

    ver una fila de perchas en la puerta, colg el chal de Dinah.

    Qu crees t que har la Matrarca? pregunt volvindose hacia el cocinero. No me mandar otra vez a los pramos, verdad? Por escaparme esta noche, digo.

    Depende.

    De qu?

    De lo que hayas hecho por ah.

    A Gaia se le escap una carcajada y el hombre la mir ceudo.

    No has estado con un chico, no?

    No contest Gaia, no ha sido tan romntico. Tengo tiempo para cambiarme?

    No te lo aconsejo. Ya hace media hora que ha venido. Toma, llvale esto.

    El hombre llen una taza de t caliente y la coloc sobre una bandeja pequea.

    Puedo tomar yo? pregunt Gaia.

    l la mir brevemente con aire taciturno, pero despus baj otra taza del estante, la

    aadi a la bandeja y la llen de t.

    Miel no tendrs, no? dijo Gaia.

    l busc una orza de barro y ech una cucharada a la taza, escurriendo los ltimos

    restos contra el borde.

    Gracias.

    El cocinero aadi una cucharilla a la bandeja y contest:

    Toma, y haz el favor de irte ya.

    Ni siquiera s cmo te llamas protest Gaia al recoger la bandeja, ni cmo se llama tu gato.

    Las tupidas cejas se levantaron un segundo y se hundieron de golpe.

    Yo soy Norris y esa es Una. Vete de una vez, que estoy muy ocupado.

  • Al salir de la cocina, Gaia gir a la izquierda por el pasillo que conduca al gran atrio

    del edificio. All el techo se elevaba tres plantas, hasta un triforio tenuemente iluminado por

    la luz rosada y recin lavada del alba. En tres de las paredes haba galeras superpuestas, y

    una gran chimenea dominaba la cuarta. Ante el hogar, sentada en una silla de respaldo alto,

    estaba la Matrarca haciendo punto con una madeja blanca. Su falda roja y sus delicados

    mocasines bordados con cuentas brillaban a la luz del fuego. Estir una hebra de lana y

    levant la vista.

    Me ha parecido or voces. Eres t, Mamselle Gaia? pregunt.

    S. Cmo est mi hermana?

    Mejor. He venido para decrtelo. Imagina mi sorpresa cuando descubr que no estabas. Has trado el t?

    S, me lo ha dado Norris.

    Djalo aqu, por favor pidi la Matrarca dando golpecitos en la mesilla redonda de su izquierda. Despus seal la butaca situada enfrente. Sintate.

    Gaia mir con aprensin el tapizado.

    Es que todava estoy mojada.

    Ah, s? A ver esa falda

    Gaia dej la bandeja y se acerc sosteniendo una esquinita de tela para que la mujer

    la tocara. Ella la palp con detenimiento antes de soltarla.

    Pues trete otra silla o sintate junto a la chimenea.

    Gaia observ la docena de sillas de madera de una mesa redonda. Ms lejos haba

    otros conjuntos de mesa y sillas, algunos colocados de forma acogedora junto a las

    ventanas, donde pronto les dara el sol, otros organizados a modo de comedor o de aula de

    escuela. Tras echar un vistazo a la alfombra ovalada que estaba pisando, Gaia se dej caer

    junto a la chimenea, con su taza de t y su cucharilla, y se volvi hacia el fuego.

    De verdad que Maya est mejor? pregunt.

    Ya toma el pecho. Yo no dira que est totalmente fuera de peligro, pero se la puede despertar y su pulso es ms fuerte.

    En tal caso, iba por buen camino. Gaia sinti tal alivio que durante un momento no

    le import nada ms, ni siquiera su propio futuro. Que su hermana viviese, eso era lo nico

    importante.

    Las dos ahorraramos tiempo si me contaras dnde has estado dijo la Matrarca con su melodiosa voz.

    Cuando contemplaba su taza de t, Gaia se percat de que la mujer acabara por

    saberlo de todos modos, y pronto. Los bebs no eran precisamente una cuestin de alto

    secreto.

    En casa de Signax Dinah. O a una chica dando a luz, as que me acerqu para asistirla.

  • Signax Josephine? pregunt la Matrarca, le faltaba poco.

    S, ha tenido una nia, sana, y ella tambin est bien.

    Qu maravilla dijo la Matrarca complacida. Pareces muy joven para ser mdico.

    Soy comadrona respondi Gaia. Luego consider la posibilidad de aadir que haba sido ayudante de las doctoras del Enclave, pero prefiri no hacerlo. Ayud a mi madre durante cinco aos, y empec a trabajar yo sola el verano pasado.

    Eso supone una diferencia dijo la Matrarca, una gran diferencia. Nos vendr muy bien tenerte aqu. En los dos aos que hemos pasado sin comadrona han muerto en el

    parto media docena de bebs y tres madres. Por qu no me lo dijiste desde el principio?

    Gaia removi el t con la cucharilla para repartir la miel del fondo.

    No saba si iba a ser capaz de seguir hacindolo.

    Unos clics rtmicos salieron del regazo de la Matrarca cuando reinici el punto.

    Hay aspectos tuyos que no comprendo di-jo, pero s veo con claridad el dolor que soportas; a causa de tus padres, supongo. Creo que nos has buscado por una razn y

    quiz nos necesites tanto como nosotros a ti. Qu impulso te trajo hacia el norte? Por qu

    no escogiste otra direccin?

    Gaia alz la humeante taza hasta sus labios y tom un sorbo.

    Mi madre me dijo que viniera aqu. Aunque mi abuela se march cuando yo era un beb, solo hace un mes que mi madre me dijo que viniera a buscarla, como si creyera

    que an estaba viva. Es posible que se escribieran o algo as?

    Hay una posibilidad remota, pero es poco probable. S que Milady Danni trat de enviar mensajes al Enclave con los nmadas pero eso fue hace una dcada, como ya sabes.

    No creo que obtuviera respuesta, porque en caso contrario se hubiera corrido la voz.

    A unos nmadas les hubiera costado mucho entregar un mensaje a mis padres dijo Gaia. No dej ningn papel antes de morir?

    La Matrarca reflexion un instante.

    Ahora que lo dices, tena un cuaderno de dibujo; ver si mi esposo Dominic puede encontrarlo contest, tras lo cual inclin la cabeza y apoy la barbilla en la punta de una aguja. Creo que deberamos hacer un trato.

    Vas a devolverme a mi hermana?

    La mujer mene la cabeza.

    Afronta la verdad, Gaia. Tienes diecisis aos, todava ests dbil a causa del viaje, no te encuentras en condiciones de atender a un beb que precisa ser cuidado y

    amamantado continuamente. Hay una madre que la amar y la cuidar como si fuese su

    propia hija.

    Crees que no puedo criar hijos?

    La Matrarca sonri.

  • Has estado hablando con Signax Dinah, verdad? Sers perfectamente capaz de hacerlo en tu propio hogar algn da. Estoy segura.

    A diferencia de Signax Josephine replic Gaia.

    La Matrarca tom un sorbo de t.

    Te han cado bien, eh? Signax Dinah y Signax Josephine son dos mujeres excepcionales, pero han elegido otro camino, y creme cuando te digo que eran muy

    conscientes de lo que hacan. En cualquier caso, no es momento de hablar de sueltas.

    Debemos aclarar unas cuantas cosas entre nosotras.

    Como cundo podr ver a mi hermana? Dnde est?

    Te has escapado para buscarla, es obvio dijo la Matrarca.

    Gaia tom otro sorbo de t.

    Y volver a hacerlo en cuanto pueda. As que lo mismo dara que me dejaras verla.

    La Matrarca enarc las cejas.

    A veces eres clavadita a tu abuela. Ven, arrodllate delante de m dijo. Luego dej la taza y extendi las manos. Djame tocarte la cara, nia, no te niegues ms.

    El instinto de Gaia la empujaba a escabullirse lo antes posible, pero la Matrarca se

    limitaba a esperar. Gaia se fij en los dedos finos, el rostro pensativo, el vivo tono rojo de la

    falda que envolva su abultado vientre y, poco a poco, la paciencia callada de la mujer pudo

    ms que sus recelos.

    Cerr los ojos mientras una frialdad trmula la traspasaba. Las puntas

    increblemente leves de diez dedos recorrieron su rostro, hacindose cargo al instante de

    cada centmetro de piel. Sus cejas fueron trazadas en curvas simultneas, y despus sus

    pmulos. Sinti la respuesta de la cicatriz cuando la Matrarca regres a la piel quemada de

    su mejilla izquierda, examinndola, aplacndola, sinti el tacto suave que se deslizaba con

    dulzura por su nariz, sus labios, su mentn. Las manos se detuvieron un instante en la

    mandbula, sostenindole la cara, memorizndola. Gaia casi no poda respirar.

    Cuando abri los ojos vio una expresin intrigada en el rostro de la mujer. La

    hubieran mirado cuanto la hubieran mirado, ningn extrao la haba tocado jams de

    aquella forma: la intimidad del examen la perturbaba profundamente, la dejaba sin aire,

    como si fuese una mezcla de estrangulacin y beso.

    El rostro de la Matrarca era la viva imagen de la concentracin, sus ojos claros

    centelleaban a la luz del fuego.

    Pese al desconcierto, Gaia segua deseando escabullirse, cuanto antes, pero no poda

    moverse ni pronunciar palabra. La mujer le pas las manos por el pelo, los hombros y el

    cuello, donde encontraron la cadena.

    Qu es esto? pregunt cuando lleg al reloj y el tictac se hizo evidente.

    Como liberada de un hechizo, Gaia respir de nuevo y se ech un poco hacia atrs.

    Mi reloj. Un regalo de mis padres.

  • La Matrarca lo dej con suavidad donde lo haba encontrado y baj las manos. Un

    estremecimiento tardo recorri la piel de Gaia cuando retrocedi hasta su anterior sitio

    junto a la chimenea, donde se acurruc y se rode con los brazos. Qu me has hecho?,

    se pregunt.

    No haba supuesto que fuese todo tan complicado dijo por fin la Matrarca.

    Gaia sinti que el calor de un sonrojo le suba por el cuello.

    Crees que por tocar mi cicatriz ya me conoces? espet.

    La mujer se rio con gentileza.

    Crees que tu cicatriz es lo nico que he visto?

    No entiendo lo que quieres decir.

    Necesitas mucho, Mamselle Gaia. Cada poro de tu cuerpo reclama afecto contest la Matrarca. Luego levant las cejas y frunci los labios con gesto pensativo. Atraers a los hombres, querrn protegerte. Eres joven y prometedora, por supuesto, pero

    ser tu aoranza la que los fascine.

    Gaia no saba qu pensar. No quera ser la muchacha vulnerable que aquella mujer

    estaba describiendo.

    Cmo lo hara yo? aadi la Matrarca en voz baja.

    T no tienes que hacer nada. S cuidar de m misma objet Gaia.

    La Matrarca se rio.

    Qu independiente. No me has hablado del novio que abandonaste, verdad?

    Un silencio lgubre volvi a llenar ese lugar de su corazn plagado de soledad. Le

    era imposible hablar de Leon, resultaba mucho ms fcil no pensar en l.

    No importa dijo la Matrarca, con mayor amabilidad si cabe. Como t dices, sabes cuidar de ti misma. La cuestin es que ahora ests aqu y me encantara que

    atendieras a nuestras embarazadas. Hay al menos seis, que yo recuerde, y seguro que habr

    ms. Lo hars?

    Eso, al menos, lo entenda.

    S contest, pero no tengo mis tiles. Dej la ltima comadrona algn huerto o jardn?

    La Matrarca asinti.

    Viva cerca de la ribera, un poco alejada del camino. Su casa se ha llenado de maleza, pero hice que trasplantaran casi todas sus hierbas al huerto de la cocina. Espero que

    Norris las haya cuidado como es debido.

    Gaia senta curiosidad por ver cules eran.

    Si hago lo que me pides, me devolvers a mi hermana?

    La Matrarca inclin la cabeza, como si escuchara. Gaia oy ruidos en la parte

    superior del edificio: gente que se levantaba y sala de los dormitorios, y un ruido lejano de

  • agua procedente de la cocina.

    Te ser sincera dijo la Matrarca, la respuesta es no. No te dejar criar a tu hermana, pero s te dejar verla.

    Cundo?

    Cuando est segura de que no tratars de minar mi autoridad ni de salir a hurtadillas cada dos por tres de la Casa Grande. Puedes visitar a las sueltas si quieres y

    asistirs a la escuela con las dems jvenes para aprender nuestros usos y costumbres.

    Podra hacerlo.

    Escuela?

    Milady Roxanne imparte clases por la maana. Ests alfabetizada?

    S leer contest Gaia, aunque soy un poco lenta. No me har leer en voz alta, verdad?

    La Matrarca se rio con ganas por primera vez.

    No, no te preocupes. Y te gustar la maestra, seguro. Le gusta a todo el mundo.

    Gaia sonri y dej vagar la mirada por las mesas y las sillas. Repar en la estantera

    con libros de un rincn. Nunca haba ido a la escuela y envidiaba a los nios del Enclave,

    pero quiz ahora dispondra tambin de buenos libros y podra estudiar sobre todos los

    temas que siempre la haban intrigado.

    Necesito una cosa ms dijo.

    La Matrarca segua sonriendo.

    De qu se trata?

    Si mi hermana estuviera en peligro de muerte, me gustara verla y abrazarla por ltima vez. Promtemelo y har sin rechistar todo lo que me pidas.

    La sonrisa de la Matrarca se apag y sus cejas se juntaron con verdadera simpata.

    Sera un monstruo si me negara dijo. Te lo prometo.

    Podr atenderte tambin a ti durante el embarazo? pregunt Gaia.

    Me tranquilizara mucho. Este es el octavo, pero me parece distinto y no s por qu. Tuve unas prdidas, pero ya pasaron.

    Cundo sales de cuentas?

    La Matrarca se pas una mano reflexiva por el vientre.

    Dentro de doce semanas. Espero que sea otra nia. La mayor, Taja, es la nica que tengo. Imagnate, mi primer hijo fue nia.

    Cuntos aos tienes? pregunt Gaia.

    Treinta y tres.

    Desde lo alto lleg el ruido de una puerta que se abra.

    Escucha, Gaia dijo la Matrarca, asate, come y descansa. Hasta que no te

  • recuperes, dir a las damas embarazadas que vengan a verte aqu a la Casa Grande. Dar

    orden de preparar una habitacin arriba, para preservar la intimidad.

    Y las sueltas? Vendrn tambin? pregunt Gaia.

    La Matrarca dud.

    Ser mejor que a esas las veas en casa de Signax Dinah.

    Gaia estuvo a punto de protestar, pero decidi que sera preferible librar esa batalla

    ms adelante.

    La Matrarca ya se haba levantado y recoga el bastn.

    Esto va mucho mejor dijo, es un buen principio. Te has sentido mal o te has mareado alguna vez desde que llegaste?

    Me he mareado un poco.

    La mujer guard su labor en una bolsa pequea.

    Enfermars pronto y entonces ya no habr vuelta atrs. Esta es tu ltima oportunidad para marcharte de Sailum. An ests a tiempo.

    Gaia sinti un escalofro de aprensin, pero se levant con la taza en la mano y la

    dej en la bandeja.

    No rehus, prefiero quedarme.

    Entonces debes saber algo ms dijo la Matrarca. Es importante. No creo que ninguno de los hombres se aproveche de tu ignorancia, pero podra ocurrir. En Sailum no

    pueden tocarte. Ni siquiera te hablarn, a menos que t les hables primero.

    Gaia pens que deba estar de guasa.

    Por qu no?

    Porque as podrs disfrutar de tu espacio. De otra forma te agobiaran para atraer tu atencin. Todas las mamselles gozan de ese privilegio. T tambin debers respetarlos a ellos. Debido a su deseo de agradar, harn todo lo que les pidas, pero te advierto que

    mangonearlos est mal visto.

    A Gaia se le escap una risa.

    Estoy hablando muy en serio reprendi la Matrarca, sobre todo en lo del contacto fsico.

    Pues Chardo ya me ha tocado apunt Gaia.

    Es obvio que se permite el contacto para hacer frente a las emergencias y para acatar rdenes directas, pero cualquier tocamiento amoroso, cualquier beso, se considera

    ilegal hasta que escojas a tu futuro esposo.

    Gaia volvi a rerse.

    Pues para eso no tengo prisa.

    Respeta nuestras costumbres dijo la Matrarca; aunque te parezcan extraas, a nosotros nos resultan tiles.

  • No te preocupes contest Gaia. No la tocara ni la besara ningn hombre de Sailum, ni siquiera se le haba pasado por la cabeza.

    Durmi. Al despertar en su cuarto trasero de ventana con listones cruzados, era ya

    por la tarde. Vio que haban dejado sus botas junto a la puerta, su mochila en la silla y la

    capa azul que Emily le haba dado en Wharfton colgada de una percha. Se lo haban

    devuelto todo menos a su hermana.

    Se pregunt cunto tiempo le costara demostrarle a la Matrarca que se mereca ver a

    Maya.

    Pas casi todo el resto de la tarde recibiendo a media docena de damas preadas.

    Cuando la primera le pregunt si haba alguna forma de saber si era nia, Gaia sonri

    divertida.

    Amo a mis hijos varones se apresur a decir la mujer, pero sera maravilloso tener una hija.

    Al or la pregunta por cuarta vez, Gaia empez a sentir la misma ansiedad que las

    llevaba a ellas a indagar; pero cuando la ltima, que ni siquiera estaba embarazada, le

    pregunt si haba algn mtodo para concebir una nia, lo nico que sinti fue impotencia.

    Agotada, se arrastr hasta la cocina, donde Norris la reconfort un tanto al sealarle

    la mecedora. Haca ms calor y ni siquiera con las ventanas abiertas se notaba la menor

    brisa.

    As que comadrona, eh? Muy joven pareces.

    Eso he odo.

    Mi sobrina Erianthe est en estado.

    Puede que la vea maana. Hoy han venido seis mams.

    Con tanto hablar de bebs, aoraba an ms a Maya. Ya llevaba un da entero sin

    ella y eso no estaba bien.

    Norris le dio un tazn de sopa y una rebanada caliente de pan integral recin sacado

    del horno. Gaia apenas tom la mitad antes de sentirse llena. Recorri la cocina con mirada

    ausente, reparando en la tubera que traa el agua y en la bandeja de barras integrales. Estas

    le recordaron a Mace y la noche en la panadera en que haba hablado con Leon. Qu

    patoso haba estado l con el batidor de juguete. Cuando cerr los ojos, vio las piezas que

    sostena despus de romperlo pero no le vio las manos. Y quera vrselas, y quera or su

    voz: tambin eso lo echaba de menos.

    Prefera pensar que Leon segua vivo, que despus de dejarlo sin conocimiento, los

    guardias lo haban llevado al Bastin con nada ms grave que un buen dolor de cabeza. En

    ese instante poda estar jugando al ajedrez con su hermana, a salvo y reconciliado con su

    familia. Poda estar en el invernadero, rodeado de helechos y de flores.

    A quin quera engaar? Si estaba dispuesta a soar con imposibles, bien poda

    imaginrselo atravesando los pramos para ir a buscarla.

    Deberas acabarte eso dijo Norris sealando la sopa.

  • Gaia abri los ojos y mir el tazn, medio lleno.

    Creo que se me ha encogido el estmago.

    No te digo que no, pero necesitas comer. No recuperars las fuerzas si no comes.

    Gaia mordisque el pan un poco ms. An se senta dbil y saba que estaba

    demacrada. Un vistazo en el espejo del bao se lo haba confirmado.

    Has odo algo de mi hermana? pregunt.

    No.

    El cocinero haca un ruido enrgico con su pata de palo al recorrer la cocina para

    guardar un rallador, cebollas, especias y otros tiles y alimentos. Aunque sus pasos no

    tenan nada de rtmicos, la pata creaba una especie de msica, un sonido reconfortante que

    no haca juego con el tono brusco y la sempiterna expresin ceuda de su propietario. Gaia

    baj un poco la guardia. La gata Una vigilaba el extremo de la pierna ortopdica con

    profunda concentracin.

    Despus de la sopa, el hombre le dio una manzana.

    Prueba esto.

    Gaia sostuvo la fruta en alto para contemplar las vetas doradas de la piel roja y algo

    spera. Era demasiado bonita para comrsela.

    Gracias, hermano contest, y al darse cuenta de su error aadi a toda prisa: digo Norris. Norris es nombre o apellido?

    El cocinero levant una ceja y se enjug el sudor de la frente con el antebrazo.

    Norris es el apellido de mi madre, mi nombre de pila es Emmett. Norris Emmett.

    El apellido de tu madre es Norris.

    Eso he dicho.

    Aqu era todo al revs, no solo se deca primero el apellido sino que este era el de la

    madre, no el del padre.

    Donde yo viva las mujeres casadas tomaban el apellido de su marido y sus hijos tambin. Como yo, Gaia Stone. Stone era el apellido de mi padre.

    Norris reflexion un momento.

    Eso no tiene sentido. De un nio slo sabes con seguridad quin es la madre, por eso toda la familia lleva su apellido.

    A Gaia le pareca lgico, pero raro.

    As que yo aqu sera Orin Gaia dijo rindose, pero esa no soy yo.

    Se levant y se acerc al fregadero para lavar el tazn. Un grifo proporcionaba agua

    fra.

    Es potable?

    Hay que hervirla antes de beber, pero para lavar sirve. Aclara el jabn con la caliente. El sumidero llevar lo que sobre hasta el huerto dijo l asintiendo en direccin

  • al fogn, donde una tetera negra humeaba en uno de los quemadores traseros.

    En casa no tenamos agua corriente explic Gaia. En el Enclave s, pero fuera de sus muros no. De dnde viene esta? De un pozo?

    Del marjal. Disponemos de un acueducto y hay un depsito de agua ah detrs. Ahora tengo unos minutos libres, puedo ensertelo si quieres, y el huerto. Vienes? Har

    ms fresco fuera.

    Antes de salir le entreg un sombrero de paja. El huerto era grande y un par de

    chicos trabajaba en el extremo opuesto, recogiendo judas verdes. Norris los present como

    Sawyer y Lowe, y ellos se tocaron el ala del sombrero a guisa de saludo. Luego la condujo

    lentamente por el huerto sealando cada planta y cada hierba, pero cuanto ms avanzaban,

    mayor desaliento senta Gaia. No haba ni la mitad de lo que usaba en casa, y la perspectiva

    de recoger ella misma las plantas que faltaban era abrumadora.

    Arroj el corazn de la manzana al montn de estircol.

    Ests decepcionada dijo sin rodeos Norris.

    No, no te preocupes, ya hay algo para empezar.

    Puedes trasplantar cuanto necesites y no seremos tacaos a la hora de ayudar. Solo tienes que indicarnos lo que debemos hacer.

    Gaia ech un vistazo a los chicos, que se haban detenido para mirarla de nuevo.

    Es esta la coleccin de hierbas ms completa del pueblo? pregunt.

    Despus de pensarlo un momento, Norris dijo:

    Aqu todo el mundo tiene un huerto. Es posible que los Chardo tengan mayor variedad. Puedes probar all.

    Gaia le pregunt la direccin, y aunque Norris le ofreci a Sawyer para que la

    acompaara, ella dijo que no haca falta: estaba deseando pasear un poco a solas.

    No tardes mucho advirti Norris, el mal de entrada suele presentarse de repente y es preferible que no ests sola cuando ocurra.

    No haca ni cinco minutos que se haba ido cuando oy pasos a su espalda. Al

    volverse vio a una chica morena corriendo en su direccin. Era increblemente rpida,

    considerando que se sujetaba el sombrero con una mano y que la falda amarilla le flameaba

    por detrs. Mientras Gaia la esperaba, las cigarras iniciaron su montono estridor.

    Hola dijo sin aliento la joven, tengo que hablar contigo. Quera verte a solas. Soy Mamselle Peony.

    Encantada. Yo soy Gaia.

    Ya lo s. No te figuras lo contenta que me puse cuando me enter de que eras comadrona.

    Gaia la mir con ms detenimiento y repar en la curvilnea figura y el brillo de los

    ojos bajo el ala clara del sombrero. Llevaba el lustroso cabello castao suelto sobre los

    hombros y se adornaba con un collar de cuentas azules y prpuras. Aunque con las mejillas

    arreboladas por la carrera era el vivo retrato de una campesina fuerte y saludable, no

  • sonrea.

    Qu puedo hacer por ti? pregunt Gaia.

    Peony dud y mir en todas direcciones para comprobar que no hubiera nadie.

    Quera preguntarte si me ayudaras a abortar.

  • Gaia sinti que la tarde perda luminosidad. Siempre haba sabido que llegara aquel

    momento. Su madre haba tratado de prepararla, pero la teora serva de poco al verse

    delante de una chica de carne y hueso pidindole ayuda. Hasta ese instante solo haba

    utilizado sus conocimientos para traer nios al mundo.

    Peony la miraba de hito en hito. Gaia hizo un esfuerzo para sonrerle antes de

    ponerse a caminar de nuevo.

    Me ayudars? Sabes hacerlo?

    S hacerlo respondi Gaia de mala gana, pero no lo he hecho nunca.

    No quieres hacerlo supuso Peony.

    Exacto. No quera.

    Tengo que pensarlo.

    Pensar el qu? Dmelo.

    Gaia mene la cabeza:

    No es fcil de explicar. En Wharfton, donde yo viva, me encargaba de ascender bebs al Enclave. Se los quitaba a sus madres nada ms nacer para entregrselos a la

    autoridad; sus verdaderos padres no los volvan a ver.

    Peony pareca horrorizada.

    Cmo podas hacer algo as?

    No tena eleccin, y tampoco me quitaba el sueo. La mayora de las madres me

  • dejaban hacerlo. Todos aceptbamos el sistema porque creamos que era bueno para los

    nios. Se destinaban a familias que los queran y que podan educarlos mucho mejor que

    sus padres biolgicos. Ascender a un beb era un honor. Eso me ensearon, pero al final

    empec a entender.

    Record su primer parto. La madre, pobre y sola, le haba puesto Priscilla a su hija,

    en el convencimiento de que podra quedrsela. Y tambin record cmo tuvo que darse

    nimos para quitarle al beb y cmo se enorgulleci ms tarde de haberlo hecho. Dara

    cualquier cosa por borrar ciertos episodios de su vida.

    Peony esperaba con los ojos cargados de preocupacin.

    Qu tiene que ver eso conmigo?

    Gaia baj la mirada y se vio una gota seca de jugo de manzana en el pulgar. Se la

    chup, presionando el dedo con fuerza contra sus dientes.

    Ese es el quid del asunto dijo. Yo estaba haciendo una labor que no me corresponda. La nica que poda tomar una decisin sobre su hijo era la madre. Quedrselo

    o darlo era su decisin.

    Estoy de acuerdo convino Peony.

    Gaia frunci el ceo al camino situado entre sus pies.

    Porque la decisin corresponde a quien debe vivir con sus consecuencias.

    Peony se le acerc un paso.

    Significa eso que me ayudars?

    Al levantar la mirada, Gaia vio esperanza y angustia en los ojos de la joven.

    Ests absolutamente segura de que eso es lo que quieres? pregunt. Lo has hablado con el padre del beb y con tus propios padres?

    A mis padres no puedo decrselo respondi Peony mirando otra vez calle arriba y calle abajo. Despus se frot los ojos, subrayados por oscuros semicrculos. Ido el sonrojo

    de la carrera, se la vea notoriamente plida y nerviosa, y el padre del nio no quiere saber nada.

    No te meters en los si alguien lo descubre? pregunt Gaia.

    Peony se rio.

    Puf, t dirs. Pero me meter en muchos ms si lo tengo, no crees? Como Signax Josephine. No puedo hacerlo. No puedo.

    Al mirar hacia un sonido de ruedas, Gaia vio que se les acercaba una carreta tirada

    por un caballo. Peony sonri. Cuando su rostro se relajaba, era una joven excepcionalmente

    bella, de pmulos altos, boca generosa y ojos expresivos. Hasta salud alegremente con la

    mano cuando el vehculo pas por delante. Sin embargo, la ansiedad volvi a asaltarla de

    inmediato.

    Dime que me ayudars, por favor suplic. Har todo lo que me pidas.

    Creo que necesitamos hablar contest Gaia, pero no aqu.

  • Peony asinti, ansiosa, y dijo:

    Hay un sitio en el bosque, yendo por esa senda. All estaremos bien.

    Gaia mir dubitativa hacia el verdor que se extenda al otro lado del camino.

    No puedo ir muy lejos advirti, resistindose a admitir su falta de fuerzas. An no me he recuperado del todo. Adnde lleva esa senda?

    Al barranco; all se encuentra con otro sendero, pero antes hay un pequeo claro con asientos. No est lejos, de verdad, y tambin hay una hoguera.

    Unos pasos ms lejos, la nemorosa senda giraba a la izquierda y algo despus

    desembocaba

    en un calvero rodeado de rboles antiguos y corvos. Tres grandes troncos apenas tallados

    circundaban, a modo de bancos, un anillo de piedras ennegrecidas. Gaia se sent en el

    extremo de uno de ellos.

    Hasta que su acompaante no estuvo sentada en el de enfrente, Gaia no se fij en la

    desesperacin que abrumaba a la joven. Peony emiti un gemido, se inclin de golpe hacia

    delante y hundi la cara entre las manos.

    Gaia no saba qu hacer. Dio la vuelta a la hoguera para sentarse a su lado y le apoy

    la mano en el hombro. Al no conocer a Peony, aquella situacin la desbordaba.

    No sera mejor que hablramos con tu madre?

    No puedo decrselo a nadie. Debes de creer que soy un monstruo. La voz de Peony era poco ms que un susurro. Entonces profiri un sollozo.

    No, no creo que seas ningn monstruo dijo Gaia con dulzura.

    Peony se frot los ojos.

    Di que me ayudars, te lo ruego insisti. No puedo recurrir a nadie ms. Si t no me ayudas Hace dos noches estuve a punto de matarme, pero al final me falt valor.

    Eso nunca! exclam Gaia.

    La joven solt una risa histrica y levant de nuevo la mirada.

    No? inquiri con el rostro crispado de afliccin. Estaba muerta de miedo, pero esta maana he odo que eras comadrona No me lo poda creer! Era una seal. Por favor, por favor, di que me ayudars.

    Al encontrar los afligidos ojos de Peony, Gaia cay en la cuenta de que daba igual

    que la conociera o no. No le reclamaba la ayuda de una amiga, sino la de una comadrona

    responsable; le peda que se limitara a ejercer su profesin, y eso le dio una leccin de

    humildad.

    Har lo que pueda contest, no te preocupes. Intenta calmarte un poco. De cunto ests?

    Peony se mordi los labios antes de responder, ya ms tranquila:

    Deba haber tenido la regla hace dos semanas. Podra ser una falsa alarma, s, pero es que llevo cuatro aos siendo como un reloj; adems lo s.

  • Entonces ests de muy poco. Luego te reconocer para asegurarnos, pero supongo que llevas razn. Quieres que hablemos? No hay po