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Petit Muñoz

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  • 250

    FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIASEDICIONES

    ENSAYOS, ESTUDIOS Y MONOGRAFAS, I: Inauguracin y plan de trabajos del Instituto de Investigaciones histricas, Montevideo, 1948.BIBLIOTECA DE IMPRESOS RAROS AMERICANOS. Toma I: Gazeta de Montevideo, volumen I, 1810, octubre-diciembre, Adverten-cia de EMILIO RAVIGNANI, Introduccin de JUAN CANTEA y Estudio Preliminar de M. BLANCA PARS y Q. CABRERA PIN, Montevideo, 1948.DOCUMENTOS PARA LA HISTORIA DE LA REPBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY. Tomo I: Cultura, Fuentes para la Historia de la Universidad, Actas del Consejo Universitario, 1849-1870, Intro-duccin de FELIPE GIL, con XX lminas, Montevideo, 1949. BIBLIOTECA DE IMPRESOS RAROS AMERICANOS. Tomo II: Descrip-cin de las fiestas cvicas celebradas en Montevideo, mayo de 1816. Oracin inaugural pronunciada por Larraaga en la aper-tura de la Biblioteca Pblica de Montevideo, 1816. Introduccin de EDMUNDO M. NARANCIO, Reconstruccin bibliogrfica por ARBELIO RAMREZ, con Apndice documental, Montevideo, 1951. ENSAYOS, ESTUDIOS Y MONOGRAFAS, V: CUADERNOS ARTIGUISTAS. 4, FEDERICO PALMA, El Congreso de Avalos, BEATRIZ BOSCH, Un hijo de Artigas en Entre Ros, Montevideo, 1951.ENSAYOS, ESTUDIOS Y MONOGRAFAS, 11: ALAMIRO DE AVILA MARTEL, Jos Toribio Medina, historigrafo de Amrica, Mon-tevideo, 1952.BIBLIOTECA DE IMPRESOS RAROS AMERICANOS. Tomo III: Gazeta de Montevideo, volumen II, 1811, enero-junio, Advertencia de EMILIO RAVIGNANI y EDMUNDO M. NARANCIO, Introduccin de JUAN CANTEA y Estudio Preliminar de M. BLANCA PARS Y Q. CABRERA PIN, Montevideo, 1954.DOCUMENTOS PARA LA HISTORIA DE LA REPBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY, Tomo II: Relatos de Viajes, Alemorias y Autobio-grafas, Viaje de William Toller a la Banda Oriental y Ro de la Plata en 1715, Advertencia de EDMUNDO M. NARANCID y Estudio preliminar de RAL VAZ FERREIRA, Montevideo, 1955.MANUALES AUXILIARES PARA LA INVESTIGACIN HISTRICA, I, JUAN ANTONIO ODDONE, Poder Ejecutivo. Poder Legislativo. 1830-1951. Tablas Cronolgicas. Montevideo, 1955.ENSAYOS, ESTUDIOS Y MONOGRAFAS, III: CUADERNOS ARTI-GUISTAS, 1, EUGENIO PETIT MUOZ, Artig~ y su ideario a travs de seis series documentales, Primera parte. Montevideo, 1956. PRENSA:DOCUMENTOS PARA LA HISTORIA DE LA REPBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY, Tomo III Dominacin luso-brasilea, La revolucin oriental de 1822-23.PREPARACIN: ENSAYOS, ESTUDIOS Y MONOGRAFIAS, IV: CUADERNOS ARTI-GUISTAS, 2, EUGENIO PETIT MUOZ, Artigas y su ideario a travs de seis series documentales, Segunda parte.ENSAYOS, ESTUDIOS Y MONOGRAFIAS, VI: CUADERNOS ARTI-GUISTAS, 3, EDMUNDO M. NARANCIO, Artigas, la Liga Federal y el Directorio en 1816.

    EN

    EN

    INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTORICASDEL

    PUBLICADO:

    18978

  • A la memoria de Don Eduardo Acevedo.A la memoria del Dr. Emilio Ravignani.

  • INSTITUTO DE INVESTIGACIONES - HISTORICAS

    ENSAYOS, ESTUDIOS Y MONOGRAFIASNUMERO III

    ARTIGAS Y SU IDEARIO

    A TRAVES DE

    SEIS SERIES DOCUMENTALES

    POR

    EUGENIO PETIT MUOZ

    PRIMERA PARTE

    SERIE: CUADERNOS ARTIGUISTASLav 11.473NUMERO 1

    VERSIDAD DE LA REPUBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS

    MONTEVIDEO

    COLOMBINO HNOS. S. A. 1956

  • Ejemplar NP 152

  • NOTICIA PRELIMINAR

    En el ao 1947 la Direccin de Centro de Divulgacin de Prcticas Escolares, peridico oficial que editaba el Consejo Na-cional de Enseanza Primaria y Normal, me solicit ideas para la realizacin de un breve plan de publicaciones de documen-tos artiguistas, cuyo conjunto fuera capaz de poner al alcance de los maestros, en pocos nmeros, las piezas bsicas del pensa-miento del prcer, dentro de un orden mnimo y respondiendo a las grandes lneas en que aqul puede diversificarse para faci-litar su estudio. '

    Honrado y complacido, me apresur a dar mi respuesta al hermoso requerimiento, y ella no pudo naturalmente ser otra que la de prometer, como lo hice, entregarme de inmediato a la seleccin del material; a trazar en torno al mismo las brevsimas indispensables palabras para la ubicacin de las piezas y --sin intentar siquiera (tal pensaba yo en un primer momento y tal lo escrib entonces) insinuar un comentario de las mismas, lo que, aun proponindome simplificarlo hasta sus ltimos extremos, alar-gara el texto desbordando de las posibilidades fijadas ineludible-mente por el escaso lmite de pginas disponibles en cada n-mero - hacer los indispensables llamados de atencin sobre algu-nos de los rasgos salientes que no pueden quedar descuidados por el educador llamado a despertar el inters, la admiracin y el amor de los nios sobre los tres o cuatro ideales mximos que debemos acostumbrar a nuestros hombres a venerar desde la in-fancia dentro del ideario del hroe.

    Divid al efecto el material documental en siete grupos, des-tinados cada uno de ellos, por su contenido y dimensiones, apro-ximadamente para una o dos publicaciones, a saber:

    I.- El pensamiento artiguista durante el xodo.- Com-prenda los siguientes documentos: a) la nota-resea histrica de Artigas al Gobierno del Paraguay, fechada en el Daymn el

    - 7 -

  • 7 de Diciembre de 1811; b) la nota y documentos anexos, del comisionado paraguayo Bartolom Laguardia a su gobierno, de fecha 9 de Marzo de 1812, describiendo el campamento del Salto Chico, el ambiente y los sentimientos del pueblo oriental con res-pecto de Artigas; c) la nota de los Jefes del Ejrcito Oriental al Cabildo de Buenos Aires del 27 de Agosto de 1812, escrita en el campamento del Ayu.

    2Q.- Tres documentos bsicos del respeto de Artigas por la soberana popular. - Comprenda los siguientes documentos: a) la Oracin de Abril; b) la nota de Artigas del 29 de Marzo de 1814 al Cabildo de Corrientes encarecindole la reunin de un Congreso en dicha Provincia para que proclamase la independen-cia; c) la nota de Artiges al mismo Cabildo del 28 de Abril de 1814 sobre la declaracin de independencia que ste acababa de proclamar por s solo sin reunir el Congreso como corresponda.

    3.- Las ideas econmicas y sociales de Artigas.- Com-prenda los siguientes documentos: 'a) el Reglamento para la campaa de Setiembre de 1815; b) la nota de Artigas al Cabildo de Corrientes del 25 de Abril de 1816 sobre comercio; c) las notas de Artigas al Cabildo de Corrientes sobre poltica con el indgena y derecho de los indios de 3 de Mayo de 1815, 2 de Enero de 1816, 9 de Enero de 1816, 31 de Enero de 1816 y 3 de Febrero de 1817; d) la nota de Artigas al Cabildo de Corrientes de 12 de Enero de 1817 sobre "libertad de la esclavatura".

    4Q.- Los documentos bsicos de la poltica artiguista. -Comprenda los siguientes documentos: a) las instrucciones da-das en Enero de 1813 a Don Toms Carca de Ziga; b) las Condiciones del Acta del 5 de Abril de 1813; c) las Instruccio-nes del Ao XIII; d) la nota de Artigas al Cabildo.de Monte-video de 6 de Diciembre de 1815 sobre autonoma de la iglesia provincial y sobre los curas en la Revolucin; e) la nota de Artigas al Cabildo de Corrientes de 4 de Febrero de 1815 sobre la energa que debe ponerse en la lucha, en la que, describe y manda enarbolar la bandera de los pueblos libres.

    7.- Las ideas de Artigas sobre educacin.- Comprenda diversos documentos: a) textos constitucionales; b) notas diver-sas sobre educacin cvica de la juventud; c) notas diversas so-

    6.- El Proyecto artiguista de Constitucin Federal, de 1813.

    5.- El Proyecto artiguista de Constitucin Provincial, de 1813.

    -8-

  • bre recuperacin y fomento de la imprenta; d) notas diversas sobre los antecedentes de la creacin de la Biblioteca Pblica y sobre su instalacin el 26 de Mayo de 1816, discurso de Larra-aga, santo y sea de la Purificacin, etc.

    II

    Este propsito inicial sufri, en su realizacin, algunas mo-dificaciones.

    En primer lugar, qued trunco, no por mi culpa, sino por ha-ber sido suprimida la publicacin de Divulgacin de Prcticas Escolares a partir del nmero de dicha revista en que deba apa-recer la quinta de mis proyectadas siete series documentales bre-vemente anotadas, por lo que slo vieron la luz las cuatro pri-meras de ellas. Aparecieron, pues, esas cuatro series y sus comen-tarios, repartidos entre los nmeros 27-28, 29 y 30-31.1

    En segundo lugar, se me haba venido transformando, con el calor del trabajo y el entusiasmo por el tema, desde el tercero de los documentos que integraban la primera serie - la nota de los jefes Orientales al Cabildo de Buenos Aires de 27 de Agosto de 1812 - mi primitiva idea de limitarme a trazar las palabras indispensables a la ubicacin y comprensin mnima de las pie-zas respectivas, "sin intentar siquiera insinuar un comentario de las mismas", en la realizacin de verdaderos comentarios, sin duda breves, pero que en ms de un caso traducan inclusive in-terpretaciones de fondo sobre el documento, y hasta, en algunos casos, nuevas y no exentas de trascendencia, permtaseme que de este modo lo diga, en homenaje a la sinceridad, con relacin a lo que hasta entonces se haba venido publicando en letra im-presa sobre el ideario de Artigas, ya que para la publicidad consistente en la pertinaz divulgacin que de los mismos con-ceptos haba venido haciendo yo oralmente desde la ctedra, el conocimiento de lo sustancial de cuanto entonces fui escribiendo era notorio, por lo menos desde 1934 (ao en que, despus de un interregno de trece aos consagrados exclusivamente a dictar Historia Americana en los Institutos Normales, cargo en el que aun contino, me reincorpor al profesorado activo de la Hisotria Nacional en cursos de Preparatorios y de Enseanza Secunda-

    1 CONSEJO NACIONAL DE ENSEANZA PRIMARIA Y NORMAL, Divulgacinde Prcticas Escolares, ao V, un. 27-28, Mayo-Junio 1947, alo V, n. 29, Ju-lio 1947, y ao V, nn. 30-31, Agosto-Setiembre 1947.

    -9-

  • ra), para cuantos, en calidad de alumnos, de oyentes o de pro-fesores agregados - y ellos suman, en conjunto, muchos cente-nares de personas - asistieron a mis clases, y an entre los que, en calidad. de miembros de tribunales examinadores, escucharon de labios de los estudiantes las mismas interpretaciones, recogi-das de mis clases, y las comentaron luego conmigo para com-partirlas y, en su caso, hacerse luego divulgadores, confesados o no, de las mismas,' o para refutarlas cuando no las compartan.

    Y finalmente, razones de espacio me obligaron a suprimir, en la publicacin de la tercera serie, el documento bJ, o sea la nota de Artigas al Cabildo de Corrientes, de 25 de Abril de 1816, sobre comercio, que hoy aparece en cambio en este libro.

    III

    Habiendo quedado as fragmentariamente terminada esa pu-blicacin, cuyo conjunto titul globalmente Una serie documen-tal de divulgacin artiguista, titulacin sin duda impropia e .hija del apresuramiento con que todo fu hecho, pues su conte-nido apareca anunciado en mi programa como dividido en siete

    t Movido por un escrpulo muy propio de su honestidad intelectual, el Prof. EontaNOo M. NARANCiO, a quien cuento como uno de los discpu-los de los que puede enorgullecerse un profesor, se refiri en una nota de su valioso folleto El Origen del Estado Oriental, p. 43, Montevideo, 1948, nota 76, a esta utilizacin no confesada de una de mis interpretaciones del ideario de Artigas que figura, precisamente, entre los que slo di a conocer en publicaciones impresas en 1947, y que puede verse, con grandes am-pliaciones, ,en el captulo IV de este libro. Lo hizo en los siguientes tr-minos, que me parece oportuno transcribir como retribucin a su acto de justicia, y por lo que tienen de hermoso y aleccionador:

    "Cabe sealar para evitar el equvoco a que puede conducir cierta his-toriografa de impresin reciente, que Bauz en la Historia de la Domina-cin Espaola en el Uruguay, (t. III, p. 381, Montevideo, 1897), fu el primero en entrever la posibilidad de que Artigas hubiera pretendido or-ganizar una confederacin, con los pueblos del antiguo virreinato, y luego, en una segunda etapa, la federacin, con carcter estable. Esto, que fu una intuicin genial del eminente historiador, ha sido luego demostrado por el doctor Petit Muoz en sus cursos de Historia nacional y americana hace ya muchos aos.-A l, pues y a ningn otro corresponde el mrito de haber replanteado la cuestin con rigor cientfico; sus enseanzas han sido repetidas, aunque sin indicar la procedencia. Por mi parte he con-tribuido con un modesto aporte a corroborar la tesis Bauz-Petit Muoz, poniendo de relieve que en el artculo 59 de las bases propuestas por Ar-tigas a los comisionados de Buenos Aires, Amaro y Candioti en 1814, se .fijan con toda claridad las dos etapas, previstas por Bauz y evidenciadas por Petit Muoz".

    -10-

  • series documentales, lo que es asimismo impropio dado que ellas no eran siete sino seis en realidad, pues los dos proyectos de Constitucin indicados bajo los numerales 59 y 64 invitan a que se les agrupe - y as lo hago ahora - en una sola serie, el Dr. Emilio Ravignani me hizo el honor de solicitarme la publi-cacin ntegra de mi trabajo, tal como yo lo, proyectaba, y con los retoques y ampliaciones que yo deseara hacerle, para iniciar con l los Cuadernos Artiguistas que l concibiera y empren-diera la tarea de dirigir, con su gran autoridad, como aspecto de la contribucin de nuestra Casa de Estudios a la obra de cono-cimiento y glorificacin - que en este caso son sinnimos -de la personalidad y la obra del Hroe.

    El requerimiento del Dr. Ravignani, formulado, adems, en trminos de tan generosa incondicionalidad, y la naturaleza tc-nica (y no solamente patritica y democrtica o de extensin, como la que se propona Centro de Divulgacin de Prcticas Escolares) de la serie de publicaciones que abarcarn los Cua-dernos Artignistas, me han obligado, por una parte, a la revisin cuidadosa de las transcripciones documentales y a rodear a stas de las ritualidades que el rigor de las disciplinas histricas exige; y me han invitado, por otra, a reajustar y ampliar en ms de un punto, y a veces enormemente, el desarrollo del comentario, y a aadir algunos documentos ms a los que pensaba publicar en un comienzo; a dar a todos, para facilitar las referencias, una numeracin correlativa, y propia slo de esta seleccin; y a in-troducir tres nuevos ensayos al material de comentario proyec-tado y anunciado originalmente por m, a saber: 19 y como in-troduccin, un captulo sobre Artigas y los ideales de la Revo-lucin de Mayo; 2 el trabajo que, con el ttulo de Dos im-genes profticas del xodo del pueblo oriental y su influencia so-bre el destino artiguista, publiqu en la serie de artculos con-memorativos del centenario de Artigas organizada por el diario Accin, en el nmero de ste del 6 de Setiembre de 1950, y que ahora ocupar en este libro un lugar dentro del captulo titulado El pensamiento artigaista durante el xodo, despus de la nota de Artigas al Gobierno del Paraguay de 7 de Diciembre de 1811,1 de cuyo comentario su primera parte es, en cierto mo-do, una prolongacin, concretada a la investigacin de slo un aspecto de la misma - el alusivo al xodo de la La Paz - y antes del comentario y consiguiente transcripcin documental de la nota de 27 de Agosto de 1812 dirigida por los Jefes del

    t Vase: documento no 1, p.

    - 11 -

  • Ejrcito al Cabildo de Buenos Aires,' cuyo comentario viene anunciado implcitamente en la segunda parte del mismo tra-bajo, en cuanto es evidente que ese documento est impregnado por el pensamiento de Thomas Paine, a que el trabajo aludido se refiere; y 3 un indispensable captulo final, posterior, por consiguiente, a los seis constitudos por las series documentales comentadas, en el que, bajo el ttulo deArtigus y el derecho po-pular, o la sntesis revolucionaria, doy por primera vez en forma escrita un trabajo del que, en exposicin oral, di a cono-cer por dos veces lo sustancial de sus contenidos - por otra parte, susceptibles de ms amplios y, podra decirse sin hipr-bole, ilimitados desarrollos - en sendas conferencias radiales, trasmitidas, respectivamente, por las ondas del SODRE y de la Radio del Ministerio de Ganadera y Agricultura, para audiciones organizadas, una por los Institutos Normales, y otra por el Con-sejo Nacional de Enseanza Secundaria.

    El comentario de las piezas documentales, que ya en la etapa de su publicacin en Centro de Divulgacin de Prcticas Escolares haba ido adquiriendo, segn lo insinu ms arriba, un tono ms universitario que de prctica escolar, intenta alcan-zarlo ahora de manera completa, y acaso en alguna de sus partes llega a reflejar fielmente los planos de profundizacin y amplio desarrollo que, con relacin a todos los puntos, procur imprimir al curso sobre Ideario Artiguista que dict, desenvolvindolo en continuidad a lo largo de los dos aos lectivos de 1946 y 1947, en la Facultad de Humanidades y Ciencias.

    Este libro cumple, pues, en su totalidad, al dar a la luz por primera vez, junto con los cuatro captulos que reedita, el con-tenido de los tres que haban quedado inditos, un programa que vena quedando indefinidamente trunco; aade tres traba-jos ms - dos de ellos inditos tambin - a los que deban integrarlo; retoca y ampla enormemente los trozos ya publica-dos; agrega otros nuevos, incluso algunos muy extensos, y varios documentos; refunde en una sola serie - y, por consiguiente, en un solo captulo - dos piezas, precedidas de sus respecti-vos comentarios, que indebidamente se haban erigido, dentro de la parte que qued indita, en otras tantas series, y corrige, adems de los errores de imprenta, otros de compaginacin, de que no fui responsable, pues en la primera edicin de la parte ya publicada no siempre fu respetado, al entregarse el material a las cajas, el orden que yo haba establecido, que era el de

    t Vase: documento n 5, p. 121.

    -12-

  • dar invariablemente, como lo hago ahora, el comentario ante, del documento a que l se refiere. Por razones de mtodo, pu-blico la primitiva cuarta serie antes de la tercera, y suprimo varios subttulos que figuraban dentro del texto o a la cabeza d al-gunos documentos, subttulos que, como tambin algunos otros que igualmente suprimo dentro del ensayo que publiqu en Ac-cin, no haban sido puestos por m. Y aparecen en cambio, al comienzo y al final de cada uno, respectivamente, otras tantas regestas y diagnosis, o, en su caso, indicaciones de fuentes, que han sido cuidadosamente redactadas por el personal tcnico del Instituto de Investigaciones Histricas de la Facultad de Huma-nidades y Ciencias, colaboracin que agradezco complacido.

    Con todo, he mantenido sin alteracin el rigor selectivo que me impuse desde el propsito inicial, y que estuvo en todo tiempo enderezado a no publicar, en esta coleccin de fuentes comentadas, sino los documentos esenciales, por su valor representativo y de definicin, del ideario artiguista (es decir, del ideario que, ya en el grado de autor, ya en el de inspirador, ya en el de colaborador, ya en el de la propaganda y la defensa, profesaban, con participacin diversa y matices de accin recproca todava difcilmente deslin-dables y mensurables, Artigas y los elementos dirigentes cultos que lo seguan), rigor selectivo que viene a constituir el criterio mismo que ha presidido la estructuracin de esta obra en lo que ella tiene de repertorio documental, por ms que aparezca agre-gada ahora, como he dicho, alguna pieza ms que las previstas en un comienzo y por ms que los comentarios hayan adquirido, como tambin lo he expresado, desarrollos inmensamente mayores que los pensados para la publicacin primitiva.

    El propsito ha seguido siendo, pues, no el de publicar pie-zas nuevas, ni piezas raras, ni piezas numerosas, sino piezas fun-damentales, y, por consiguiente, en muchos casos manidas en s mismas, pero explicndolas mediante las interpretaciones que haya logrado alcanzar honradamente como las ms razonables al par que histricamente comprobables o verosmiles, y, por ello, como las ms verdaderas, interpretaciones que, estas s, ni son siempre manidas, ni evidencian su sentido, muchas veces, a la sola lectura ni al comentario acostumbrado de los documentos a que respec-tivamente se refieren.. He credo que con ello poda alcanzar, pues, a realizar una labor que, en un aspecto, podra estimarse como un modo de sntesis, a saber: en cuanto procura mostrar panormicamente en sus fuentes mismas, no retocadas para nada, lo esencial solamente, nada ms que lo esencial, pero nada menos que lo esencial, del

    -13-

  • ideario artiguista, estimando que l puede considerarse exhibido en toda su plenitud y trascendencia a travs de slo un medio centenar escaso de piezas bsicas, entre los millares de documen-tos conocidos y de poca que, por las contingencias de la lucha poltica o militar y de la actuacin administrativa, lo reproducen, lo corroboran, lo aluden o lo parafrasean diversamente y que, si a veces no lo tocan de verdad o parecen no tocarlo, lo presuponen de todos modos: piezas bsicas en que el buscador de fuentes de valor doctrinario deber siempre, necesariamente, detenerse, reco-nocindoles su inconfundible jerarqua, al recorrer la inmensa pa-pelera en que se difunde, hasta extremos inimaginables, y en innmeros repositorios, la huella escrita del artiguismo.

    Pero que habra de ser, tambin, en otro aspecto, no ya slo labor de sntesis, sino mixta, porque en ella deba por necesidad alternar sta con el anlisis, y, todava, a veces, con anlisis pro-lijos hasta la tediosidad, en el estudio del material para las nece-sidades de la interpretacin y del comentario.

    Labor acaso todava provisoria por lo que pueda tener de prematura, pero no por ello menos necesaria, y, en alguna me-dida, cientficamente valedera, en momentos en que la prolifera-cin creciente del material documental artiguista conocido y pu-blicado o en vas de publicacin, ha alcanzado proporciones que felizmente podemos calificar -acabo de aludirlo as- de vast-simas, y tanto, que es ello mismo lo que obliga imperiosamente a proponerse el esfuerzo, en que este libro est empeado, de sea-lar en la inmensa selva, bajo cuya frondosidad no es slo el miope quien puede extraviarse, los grandes puntos de referencia, mos-trar las vas de conexin que entre ellos existen, e iluminar las perspectivas procurando que circule sobre ellas la mayor dosis posible de claridad.

    Debo finalmente expresar que la lectura de este libro no po-dr ser abordada sin grandes tropiezos por quien no conozca, por lo menos en su lnea general y en sus grandes etapas, dentro de la Revolucin del Ro de la Plata que se inicia en Buenos Aires en 1810, la historia de la Revolucin de la Banda Oriental, y, por consiguiente, la historia de Jos Artigas, que con esta Revolucin se identifica, sirvindole de promotor e intrprete inspiado, por haberle infundido, revelndole lo que contena en sus entraas, los ms altos ideales; de conductor y defensor desvelado, leal-simo y tenaz, y de sublime sostn espiritual, en el perodo que va desde 1811, en que ella comienza, hasta 1820, en que el prcer desaparece de la escena pero sin que sus ideales dejen de gravi-tar decisivamente, declarados u ocultos, consciente o inconscien-

    -14-

  • temente, y hasta, de rechazo, todas las veces que se les combati, se les quiso traicionar o se les ha ignorado de verdad, en cuanto lleva recorrido la vida de las naciones platenses, desde entonces hasta la actualidad.

    Despus de escritos los prrafos que preceden, de esta noticia preliminar, que fecho ahora en Diciembre de 1954, falleci el doctor Emilio Ravignani.

    El iba a prologar este libro inicial de los Cuadernos arti-guistas.

    Este honor insigne para m no ha podido ser. Pero mi gra-titud por las palabras de estmulo con las que me impuls a com-poner el trabajo que con tal orfandad doy ahora a la luz no es por ello menor. He vacilado entre el deber de proclamarla y el de omitir toda referencia a ella, por lo que tiene de personal, frente al anonadamiento que el vaco de su desaparicin ha de-jado en la casa de estudios que l, desinteresadamente, fundara, dotara, rigiera, y dejara encaminada sobre las rutas de su la-boriosidad, de su saber, de sus mtodos, de su amor austero por la verdad, de su integridad personal y ciudadana, de su pro-fesin de la inteligencia puesta al servicio de la interpretacin honesta. Pero no puedo prescindir de traducirla de algn modo, y no creo poder hacerlo mejor que dejando escritas estas palabras breves, porque si las hiciera ms extensas estaran fuera de lugar en este sitio, y poniendo este libro, en su dedicatoria, bajo la advocacin conjunta de su nombre puesto a continuacin del de Don Eduardo Acevedo, el patricio esclarecido a cuya memoria dul-ce y dilectsima fuera mi intencin inicial consagrrselo exclu-sivamente como a mi Maestro primero y sin par en la larga cru-zada, destinada todava a ir recorriendo las lentas jornadas pro-misorias que an le aguardan, por la reivindicacin de Artigas hecha a base de rigor documental y de disciplina cientfica.

    Montevideo, Diciembre de 1954.

    E. P. M.

    -15-

  • CAPITULO 1

    ARTIGAS Y LOS IDEALES DE LA REVOLUCION DE MAYO

    -I-

    Este libro, en lo fundamental, es decir, en la parte que cons-tituye lo esencial del objeto para el cual fu concebido, o sea para los captulos que consisten en un repertorio documental co-mentado, toma al ideario de Artigas, no a travs de la totalidad de los perodos en que puede rsele viendo desenvolverse (pres-cinde de considerar al Artigas hombre de la colonia y al Artigas hombre de la Revolucin de Mayo en su fase todava indiferen-ciada), pero s lo toma, en cambio, desde que l comienza a mos-trar ya sus primeros relieves propios, anuncios inequvocos, como podr apreciarse, de lo que habran de ser bien pronto las grandes caractersticas que sealan su personalidad, en el plano del pen-samiento poltico, entre los grandes libertadores de Amrica.

    Lo toma, pues, desde el momento en que, por lo menos do-cumentalmente, empieza a diferenciarse dentro del ideario hasta entonces profesado por la Revolucin de Mayo, es decir, por la misma Revolucin iniciada en 1810, desde Caracas hasta Buenos Aires, y desde Cartagena o Santa Fe de Bogot hasta Santiago de Chile, por todas aquellas regiones de la Amrica espaola que, en razn de haber desconocido, por ilegtimo y porque toda la Pennsula pareca perdida bajo la invasin napolenica, al Con-sejo de Regencia instituido en Cdiz por la Junta Central en el instante de la disolucin de esta ltima, crearon sus propias jun-tas en sustitucin de los respectivos Virreyes o Capitanes Gene-rales que representaban al legtimo rgimen institucional que as acababa de caducar en la metrpoli.

    Pero no podramos dejar de decir algo, en un captulo de introduccin, sobre el ideario de Artigas en el perodo en que

    -17-

  • acta, y sin la menor discrepancia, al servicio de la Junta de Buenos Aires.

    No lo haremos con su repertorio documental correspondiente. Nos hemos resistido a incluirlo para este perodo de la profesin de ideas en Artigas porque, salvo cuando stas alcanzan, como lo veremos, a deslumbrar con un relmpago proftico, las reputamos casi anodinas: y con ellas, por ello mismo, a las piezas escritas que las contienen, y que carecen de la jerarqua de las que damos, con su texto ntegro, en la seleccin comentada que compone lo esencial de este libro. Las consideramos as por estimarlas casi totalmente indiferenciadas con la totalidad del pensamiento de Mayo (no, desde luego, con lo que vino a ser bien pronto el ines-perado y grandioso desenvolvimiento del mismo representado por las ideas de Mariano Moreno, que traducen los ideales personales de ste pero no los ideales originarios de la Revolucin, como se nos haba habituado, sin fundamento, a orlo decir en otros tiempos). Pero ello no nos impedir dar -y por ello lo haremos as- mediante transcripciones, fragmentarias pero de inequvoca claridad, la necesaria base documental para la prueba de nuestros asertos.

    -II-.

    Afirmamos, sin pretender hacer con ello ningn aporte de interpretacin sustancialmente original a este gran captulo de la historia de Amrica, que el ideario que al examen cientfico de las cosas revelan esa Revolucin d 1810'y esas juntas que coit ella se identifican en un comienzo (examen que no tiene cabida, para objeto tan vasto, pero a la vez tan especial y separable, por consiguiente, de nuestro tema, en la presente obra, pero que suponemos hoy ya casi incontrovertible), era sin duda una mis-ma cosa con los ideales del patriotismo hispnico de la hora,, es decir , antinapolenico o antafrancesado fernandista juntista,- y, por ello, independientista con respecto Francia y a la Espaa de Jos Bonaparte y los afrancesados..

    t El propsito, que declaramos en el texto, de no hacer en esta obra examen especial del tema del objeto de la Revolucin de 1810, nos exime tambin de hacer una bibliografa que abone la interpretacin que le atribuimos.

    No creemos, con todo, intil recomendar la lectura de todos los artcu-los escritos por Mariano Moreno en la Gazeta de Buenos-Ayres, el Mani-fiesto de la Junta del 6 de Setiembre de 1810, tambin escrito por Moreno, explicando a los pueblos las razones del fusilamiento de Liniers, la Autobio-

    -18-

  • Hemos seguido, pues, el camino de objetividad estricta que, aventando con valenta los humos todava tibios de las batallas, hizo escribir, ya en 1841, a Don Florencio Varela, en carta a Don Juan Mara Gutirrez:

    "A medida, amigo querido, que avanzo en el estudio de los monumentos de nuestra revolucion, se hace mas espeso el crculo de dudas que me cie; dudas que no es posible satisfacer estu-diando los documentos pblicos, y que sera preciso aclarar es-cudriando correspondencias ntimas, oyendo relaciones since-res de los hombres de aquella poca; porque realmente son de inmensa trascendencia, si ha de escribirse con probidad y con

    grafa del General Pez, la Declaracin de la independencia de Venezuela, la carta de Bolvar al Gobernador de Curaqao escrita en 1813, el Mani-fiesto que hace a las naciones el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sud-Amrica, sobre el tratamiento y crueldades que han sufrido de los espaoles, y motivado la declaracin de su independen-cia, escrito en 1817 por el Dr. Antonio Senz y que precede a la Constitu-cin argentina de 1819, entre los documentos de poca de ms fcil consulta y ms insospechable procedencia. Y, entre las obras de historiografa, en las que los matices propios y los particulares puntos de vista, no siempre exactos, dejan con todo que se adviertan, en el fondo, las grandes y seve-ras lneas de la verdad histrica, las clsicas de MIGUEL Luis AMUNTEGUI, La Crnica de 1810, Santiago, 1876, y DiEco BARROS ARANA, Historia leneral de Chile, t, VIII, Santiago, 1887; y los estudios modernos de BERNARDO FRAS, Las verdaderas causas inmediatas de la Revolucin, publicado en La Prensa de Buenos Aires (Suplemento, seccin tercera), del 25 de Mayo de 1928, fun-damental artculo que revela, como el gran hecho caracterstico de la revo-lucin de 1810, el de que la deposicin de virreyes, capitanes generales o gobernadores y su sustitucin por juntas slo tuvo lugar en aquellas regio-nes de Amrica en las cuales loe gobernantes referidos eran tenidos por afrancesados o aportuguesados y no por buenos espaoles, y del Dr. Felipe Ferreiro (valiossimos aunque quizs exagerados por omitir la necesaria consideracin de toda la serie de hechos en que se atena el rigor de sue esquemas para ir mostrando la creciente pujanza del sentimiento americano y anti espaol en la revolucin), trabajos que enumeramos a continuacin: FELIPE FERREIRo, El primer resplandor de la democracia oriental, en De la independencia a la libertad, Diario del Plata en el centenario del ciclo de la emancipacin, pp. 29-31, Montevideo, 1930; Causas de la Re-volucin de 1810 y de la evolucin subsiguiente hacia la definitiva indepen-dencia, en Revista de la Asociacin de Estudiantes de Abogaca, ao 1, n9 1, pp. 135-148, Montevideo, setiembre de 1932; Esquema de una inter-pretacin crtica de la Revolucin Americana, Sntesis de unas clases dic-tadas por el Dr. Felipe Ferreiro en su curso de Historia Americana y Nacional para los alumnos de Preparatorios de Derecho (Editado por la Comisin Fraternidad de la Universidad para Mujeres), Montevideo, 1934; Orgenes Uruguayos, Montevideo, 1937; Ideas e ideales de los partidos y tendencias que actan en el campo de lo poltico del Reino de Indias de 1808 a 1810, en 119 Congreso Internacional de Historia de Amrica t. 1, pp. 123-143, Buenos Aires, 1938 (hay separata de Buenos Aires, 1939).

    -19-

  • deseo de ser til. -Creer V. que la mas grave y mas oscura de esas dudas, es cerca de las verdaderas intenciones de la primera Junta revolucionaria? hablo del cuerpo, no de un hom-bre. La Junta del 25 de Mayo empez marchar determinada emancipar al pas de la tutela peninsular, sigui solamente al principio un impulso igual al que haba movido las pro-vincias espaolas y Montevideo mismo ao y medio antes? Amargusima duda es esta; pero he de llegar esclarecerla".'

    Palabras sinceras que horrorizaron al General Mitre, porque heran por su base la transfiguracin romntica, en que estaba empeado, de la Revolucin de Mayo, hacindole exclamar, refi-rindose a quien las escribiera: "Y muri tal vez dudando del pensamiento de Mayo!".

    Y quien haba dudado as, es decir, no quien haba dudado, pues es palmario que slo por elegancia espiritual deca que du-daba, cuando en realidad afirmaba: quien haba afirmado, pues, claramente, como puede verse, que los fines perseguidos por la Revolucin de Mayo no eran la emancipacin, y no diferan de los que se haban propuesto las juntas espaolas y la junta de Montevideo de 1808, era nada menos que la ilustre figura de quien el propio Mitre dice, pocas lneas antes: "D. Florencio Va-rela, que se reputa (y con razn) como uno de los que mejor preparados estaban para escribir la historia..."2

    No olvidemos, por consiguiente, que los que hemos mencio-nado nosotros ms arriba, y vemos de ese modo confirmados por Florencio Varela, eran, en efecto, los verdaderos fines cons-cientes de Mayo, en que, por lo dems, se confundan, al comien-zo, espaoles criollos y espaoles europeos.'

    Era un patriotismo glorioso, la defensa del viejo solar espa-ol contra el invasor, primero solapado y despus violento, y todava ms: era, por una parte, la defensa de un rey mrtir y traicionado, y, cabalmente, nada menos que del rey que haba sido, desde antes de su flamante ascensin al trono, la esperanza -que los hechos desmentiran despus amargamente- de l re-

    Luis L. DOM!NGUIEZ, Biografa de don Florencio Varela, en Ga-lera de celebridades Argentinas, pp. 191192, Buenos Aires, MDCCCLVIL

    2 BARTOLOM MITRE, Historia de Belgrano y de la independencia ar-gentina, Prefacio pp. 32-33, !2a ed.,l Buenos Aires, 1858.

    Tanto se confundan, que las "cintas blancas al sombrero y casacas" que aparecieron el 21 de Mayo, eran, precisamente, "seal de unin entre americanos y europeos". Vase: ROBERTO H. MARFANY. La Semana de Ma-yo, Diario de un testigo, pp. 60, 23, 32 y 35 y passim, Buenos Aires, MCMLV.

    -20-

  • generacin nacional, tanto para Espaa como para Amrica, por-que en la Amrica todava casi unnimemente leal a la inmensa patria hispnica, a la que los criollos haban defendido en cien combates contra Portugal o contra Gran Bretaa, cuando las lu. chas fronterizas o por la Colonia del Sacramento, en el Ro de la Plata, o cuando las invasiones inglesas a Cartagena en 1741, a La Habana en 1762, a Buenos Aires en 1806 o a Montevideo y nuevamente a Buenos Aires en 1807, nadie, puede decirse, osaba ni por pensamiento poner en tela de juicio el principio mismo de la monarqua;' y era, por otra parte, y como reforzando,

    1 Lo decimos as porque reputamos espordicos los proyectos de in-dependencia de Amrica anteriores a los del General Miranda, es decir, los proyectos del tipo de los que han recogido, con relacin al siglo XVI, libros como Los precursores de la independencia mexicana en el siglo XVI, de Luis GONZLEZ Y OBREcN, Mxico, 1906, o La Crnica de 1810, de MIGUEL Luis AMUNTEGUi, Santiago, 1876, y para pocas posteriores y ya teidas por el espritu enciclopedista, el tan valioso de CARLOS A. Vi-LLANUEVA, Historia Diplomtica, Napolen y laAmrica espaola, Pars, a/d., el de GONZALO BULNES, 1810. Nacimiento de las repblicas america-nas, Buenos Aires, 1927, el de BOLESLAo LEWIN, Tupac Amaru, el rebelde. Su poca, sus luchas y su influencia en el continente, Buenos Aires, 1943, o MXIMO SOTO HALL, Sntesis del proceso revolucionario en Hispano Am-rica hasta 1800, en ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA, Historia de la Na-cin Argentina, t. V, Cap. VII, Buenos Aires, 1941.

    Y espordicas tambin, por su falta de arraigo en las masas, la lumi. nosa accin secreta de Espejo, como la propia empresa, grandiosa en su concepcin y por su apostolado, pero fundada todava en medios totalmente utpicos, del propio Miranda, o la conspiracin jesutica que la clebre carta del P. Juan Pablo Viscardo y Guzmn nos hace suponer debe haber existido y no deja de revelar, segn lo hacen entrever las nminas de nombres que se registran en el Archivo del General Miranda, que tuvo contactos o nexos de articulacin con ste, o la conocida y tan discutida Proclama de la ciudad de la Plata; A los valerosos habitantes de la Ciu-dad de La Paz, que aunque por su encabezamiento parecera emanada de la Audiencia Gobernadora de Charcas, todo hace pensar que fu la obra individual del Dr. Bernardo Monteagudo, como puede verse en GUILLERMO FRANCOvicn, EL pensamiento universitaria de Charcas y otros ensayos, pp. 133-152, Sucre, 1948.

    Espordicas porque, o bien quedaron reducidas, como en el caso de Tupac Amarn, casi exclusivamente a las masas indgenas, despus de su momento de apogeo alcanzado por su conjuncin integral con los elementos criollos, conjuncin que desapareci, precisamente, cuando el movimiento, que haba comentado como reformista, se encamin a la independencia, con lo que vino a quedar como el ms grandioso, sin duda, de los numerossi-mos alzamientos indgenas que se vinieron produciendo a lo largo de tres siglos en la Amrica espaola, alzamientos equiparables, por su desconexin casi total con las clases blancas, con las rebeliones de negros, o'bien eran nacidos todos ellos (como lo demostr, a la luz de la historia, su ninguna trascendencia ulterior, y ste en su gran signo comn) de minoras, sin duda profticas y dignas de la veneracin de la posteridad, pero aisladas

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  • todava, la intensidad de tan nobles y arraigados sentimientos, la lucha contra la tirana, contra la tirana mundial, contra "el tira-no de la Europa" y contra el peligro de caer en manos de sus agentes encubiertos en Amrica -acaso las propias autoridades, dbiles, venales u obcecadas-, cuando no de sus escuadras o sus ejrcitos de desembarco. O sea, por donde se la mirase, una lucha por la libertad y la lealtad.

    Don Manuel Belgrano pudo escribir hacia 1814 en su auto-biografa, y refirindose a los sucesos de 1808, las siguientes pa-labras: "...y los mismos europeos aspiraban a sacudir el yugo de Espaa por no ser napoleonistas. -Quin creera que D. Martn Alzaga, despus autor de una conjuracin, fuera uno de los primeros corifeos?",1 como, en el propio ao 1808, Don Francisco Xavier Elo, entonces Gobernador de Montevideo, de-fendiendo su espaolismo y con l a Fernando VII contra Na-polen y los afrancesados, haba escrito a Liniers: "...pero si por desgracia la Espaa o alguna parte de ella fuese de distinto parecer, le declarara la guerra a toda provincia y a todo indi-viduo que proteste; guerra y guerra a muerte contra el inicuo monstruo. . .":z

    Por eso cupo al General Don Pascual Ruiz Huidobro, el heroico ex-Gobernador de Montevideo, espaol peninsular de nacimiento, no slo ser el primero en proponer, en el Cabildo Abierto o Congreso General realizado el 22 de Mayo de 1810 en Buenos Aires, la deposicin del Virrey, la reasuncin interina del mando por el Cabildo "como representante del pueblo" y la formacin por el Cabildo mismo de "un Gobierno provisorio",3 es decir, en grueso, la frmula misma de la Revolucin de Mayo,

    y no dirigentes, es decir, todo lo contrario de las minoras que promovieron los movimientos juntistas de 1810, que eran dirigentes y estaban vinculadas con las masas que llevaron a tales movimientos-a su culminacin y a trans-formarse, precisamente, en virtud de procesos histricos surgidos de ellos mismos y no de la obra de los precursores (salvo con Miranda y slo desde 1810, por la conocida intervencin de Bolvar en su misin conjunta con Bello y Lpez Mndez a Londres), en revolucin por la independencia.

    1 Autobiografa del General D. Manuel Belgrano, que comprende des-de sus primeros aos (1770) basta la revolucin del 25 de Mayo, en BAR-TOLOM MITRE, Historia de Belgrano y de la independencia argentina, cit., t. I, p. 486.

    PARLO BLANCO ACEVEDO, El gobierno colonial en el Uruguay y los orgenes de la nacionalidad, p. 405, Montevideo, MCMXXIX.

    3 Acta del Congreso General del 22 de Mayo de 1810, reproduccin facsimilar, en ADOLFO P. CARRANZA, Das de Mayo, Actas del Cabildo de Buenos Aires, 1810, ff. 1100 vm.l y 101, La Plata, 1910.

    - 22 -

  • que los clebres votos criollos de Saavedra, Ocampo y Martn Rodrguez no haran ms que parafrasear, sino ser el primero, tambin, en fundamentarla all mismo por medio de un discurso, por lo cual el despechado ex-Virrey, Don Baltasar Hidalgo de Cisneros, se vi obligado a reconocer que Ruiz Huidobro "al concluir recibi el dbil aplauso de que le victoreasen, y digesen alabanzas tanto los partidarios que asistan al Congreso, como las gentes que con estudio haban introducido la plaza"t y por lo cual, tambin, su frmula, que alcanz en conjunto vein-ticuatro sufragios, fu votada por criollos de la ms notoria e in-sospechable filiacin revolucionaria: fu votada, en efecto, en s misma, y con la mencin expresa de que "reproduce" el voto de Ruiz Huidobro, nada menos que por el Dr. Chiclana,2 uno de los agitadores del pueblo en las jornadas de Mayo; y remi-tindose expresamente al voto de este ltimo, nada menos que por Vieytes y por Rodrguez Pea; es decir, por los dos co-nocidos personajes en cuyas casas, precisamente, se haba in-cubado, deliberado y resuelto, con la participacin de ellos mis-mos y en las clsicas reuniones que todava celebra la tradicin, la deposicin de Cisneros y su subrogacin por una Junta, o sea, la consumacin cabal de la Revolucin.

    Nos hemos propuesto, como lo hemos expresado, no entrar en el estudio de los fines de la Revolucin de Mayo, pero nos interesa -y ms abajo se ver por qu- recordar .algunos he-chos ms que corroboran irrefutablemente la interpretacin que estamos siguiendo.

    En las instrucciones, reservadas sin duda, por su propia naturaleza, aunque no se lo haya especificado as, que la junta di a Ocampo para su expedicin al Norte, inmediatamente des-pus de su instalacin, pueden leerse los siguientes prrafos:

    "Se procurar que las conferencias y conversaciones rueden siempre sobre materias que instruyan al soldado en la historia de la milicia y eleven su entusiasmo, escitndole sentimientos de ho-nor y una justa ambicin por la gloria del Rey y de su Patria. Se tendr la mayor vigilancia en desterrar toda apariencia de mira

    Informe del Virrey Cisneros dando cuenta al Rey de Espaa de las ocurrencias de su Gobierno y especialmente sobre la revolucin del 25 de Mayo de 1810 en Buenos Aires (m. s. original del Archivo de Indias), en BARTOLOM MITRE, Historia de Belgrano y de la independencia argentina, 31 ed., Buenos Aires, 1876, t. I, p. 589.

    2 ADOLFO CARRANZA, Das de Mayo, Actas del Cabildo de Buenos Aires, cit., f. 102.

    bid.

    -23-

  • hostil sobre los pueblos de la carrera: se busca su bien y no su ruina, se desea su amistad, y no su divisin".'

    Y las que son llamadas expresamente "Instrucciones reser-vadas para la expedicin de las provincias interiores al mando del Coronel Don Francisco Ocampo", aadan: "Se tendr gran cui-dado en sofocar toda especie capz de comprometer el concepto de fidelidad que anima esta Junta, pues nada debe cuidarse ms que imprimir en todos la obligacin de ser fieles a su Rey y guar-dar sus augustos derechos":2

    Ahora bien, si esas instrucciones eran secretas, nadie podr decir que ellas hayan sido escritas para aparentar algo distinto de lo que ellas mismas expresaban, para encubrir a los ojos de otros, propsitos verdaderos que se quisiese mantener ocultos. Y, por consiguiente, si era de verdad que se quera inculcar en las masas la lealtad a Fernando, es porque se buscaba consolidarla a fondo para el futuro, para impedir toda contrarrevolucin, por-que era en esa lealtad, precisamente, en lo que consista, cuando se inici, esa revolucin.

    A la luz de esas instrucciones, resulta transparente la verdad con que Ocampo, al proclamar a su ejrcito el 25 de Julio de 1810, expresaba, al comienzo:

    "En este instante, hermanos y compatriotas, pisais ya el te-rreno que divide vuestra amada Patria de la Ciudad de Cr-doba; de esa Ciudad, que habiendo dado en todos tiempos tantas y tan distinguidas pruebas de fidelidad y amor a sus legtimos Seores, hoy se mira oprimida y agoviada baxo el yugo feroz de un dspota que quiere a su antojo medir su suerte por su for-tuna miserable.

    "Soldados, a libertarlos vais de tan vergonzosa esclavitud, y enarbolar en ella el pabelln augusto de nuestro amado sobe-rano el Sr. D. Fernando V1I de cuyo sagrado nombre abusan los malvados para encubrir su desmesurada codicia, y su insaciable sed de dominar, y lo que es mas para entregarnos como esclavos una dominacin aborrecible, que ha hecho y est haciendo la infelicidad de nuestra madre Patria":3

    Puede verse, de paso, en la parte transcripta de esta procla-

    ' ARCHIVO GENERAL DE LA NACIN, Partes oficiales y documentos rela-tivos a la guerra de la independencia argentina, t I, 1900.

    2 bid., p. 14. 3 bid., p. 17.

    - 24 -

  • ma, que Buenos Aires era considerada ya como una patria propia dentro de la patria comn, de la que Espaa era la madre, y en la que sin duda Crdaba sera, a su vez, tenida por otra patria propia, y dentro, asimismo, del rey tambin comn.

    Y resulta transparente, del mismo modo, la verdad con que Castelli, despus del triunfo de Suipacha, escriba a la junta: "Los tarixeos, salteos, tucumanos, santiagueos, y cordo-beses, son tan buenos, quando tienen oficiales y xefes de prove-cho, como son las tropas de la capital. A todos he dirigido las ms cordiales expresiones de satisfaccion, y les he asegurado una completa recompensa en la gloria que aspiran, y en el inters de su libertad civil, franquendola sus hermanos oprimidos por la ambicion y despotismo de los mandatarios del antiguo gobierno que prevalidos de la suerte desgraciada de Espaa, de la capti= vidad impotencia del desdichado Rey Fernando de la incerti-dumbre de un gobierno representativo legtimo y de la habitud servil en que ellos mismos han tenido los pueblos de Amrica, creyeron hacer su mejor fortuna, erigiendose en soberano para tiranizar ms impunemente y presentando al fin estos dominios Bonaparte por adhesion a la Metropoli. A f que tambien sabe V.E. esta verdad, como ya la s, y no lo ignoran ya los pueblos y nuestras tropas quando saben que Godoy, Soler, Asansa, 0. Farril, Caballero, Mazarredo, Solano, Borja, Laodicea, y otros de ms alto rango, ms beneficiados del Rey, y agraciados de la nacion indiscreta y ms ostentadores de fidelidad y predicadores de la lealtad, que los vireyes, gobernadores y prelados y ministros de Amrica han disuelto el reyno, entregado al Monarca y escla-vizado los pueblos de Espaa. No ignora ninguno de los que me siguen, que de tales xefes todo es de temer, y nada hay bueno que esperar".t

    Y al final de la misma nota:"El mayor general Balcarce, quien solo puedo elogiar

    diciendo, que conoc su mrito, y que me gloro de haberlo pro-puesto en Junta, para uno de los xefes de esta expedicion, me toma por mediador para que en su nombre ponga a los pies de V. E. esa bandera tomada los enemigos. [Era sin duda la ban-dera que en prrafos anteriores del mismo parte, Castelli haba designado como "propia de la Plata" ~s decir, de otra de las

    t Oficio de Juan Jos Castelli a la Junta Gubernativa del Ro de la Plata, Quartel General de Tupiza, 10 de Noviembre de 1810, Gazeta Ex-traordinaria de Buenos-Ayres, del 3 de Diciembre de 1810, en Gaceta de Buenos Aires, ed. facsim., cit., p. (687).

    -25-

  • patrias particulares que latan dentro de la patria comn-, dis-tinguindola de otra bandera que "no merece tal nombre, porque es un trapo enastado por jugarreta"]. Yo tengo el honor de acep-tar un testimonio tan recomendable del primer oficial de nuestro exrcito, dirigindola por mano del Capitan de patricios D. Roque Tollo, fin de que V.E. la destine la sala del Rey D. Fernando con las que adornan su retrato".'

    - III -

    Pero mientras defenda los derechos de Fernando VII, la instalacin de las juntas americanas de 1810 realizada a la vez, por modo automtico e inesperadamente, por una parte para la satisfaccin del amor propio de los criollos, y por otra para la de las mltiples necesidades de reforma que toda Amrica senta (econmicas, polticas y de todo orden, y as las generales como las particulares de cada regin), el largamente ansiado anhelo del gobierno propio.

    Lo realizaba inesperadamente, repetimos, pero lo realizaba al fin.

    Esto es lo que hace del movimiento juntista de Amrica, mu-cho ms que del de Espaa, del que no surge en apariencia sino como una mera prolongacin, una verdadera revolucin de fondo -y de aqu el creciente tinte americanista. que revel a poco an-dar- aunque. sin haberse descubierto el ideal independientista con respecto a Espaa del que, eso s, estaba sin embargo cargado y pronto a iluminarse sin saberlo todava.

    El gobierno propio, an prescindiendo de considerar que conduca poco a poco, como hemos de decirlo en seguida, a la independencia absoluta, era ya, de todos modos, el reformismo desde adentro, y no el enviado desde Espaa que hasta entonces (y sin perjuicio del esfuerzo totalmente insuficiente que signifi. caban las iniciativas locales de Virreyes, Cabildos, Audiencias, Intendencias o Consulados que alcanzaban a adquirir vida cum-plida en efectividad), se haba venido recibiendo por medio de las medidas, todo lo mejor intencionadas que las podamos sup-ner, dictadas por Ministros y Consejos metropolitanos, pero a las cuales les faltaba necesariamente tanto la oportunidad como la ajustada visin de las realidades inmediatas de Amrica.

    Esto solo bastaba para allegar popularidad a las juntas ame-

    ' bid., pp. (688)-(689).

    -26-

  • ricanas y a justificar la pasin con que las masas, y no solamente los hombres de pensamiento lcido y cultivado, las identificaron certeramente, y por encima de las frmulas, con la libertad.

    -IV-Y ms an: el gobierno propio, hallndose cautivo el Rey

    y la Espaa sin gobierno legtimo y con su propia independencia naufragando, al parecer, bajo las oleadas ya avasallantes de la invasin, que todo haca pensar que la haba dejado reducida (y poda creerse, todava, que slo por unos das o semanas finales) al minsculo punto de la ciudad de Cdiz y su isla de Len, equi-vala sobre todo, en 1810, para Amrica, o, ms precisamente, para las regiones de ella que tuvieron tal gobierno propio porque instalaron juntas (es decir, en el Ro de la Plata, por ejemplo, s para Buenos Aires y no para Montevideo, que no reconoci a la Junta de Buenos Aires sino al Consejo de Regencia de Cdiz), equivala, decimos, a la independencia de hecho, pero "sin que nosotros hubisemos trabajado para ser independientes", como igualmente lo declara Belgrano en sus citadas memorias autobio-grficas.' Equivala a la independencia de hecho porque des-de la instalacin de cada junta en Amrica (y salvo los perodos de reconquista que padecieron Venezuela, Nueva Granada, Quito y Chile, pero que felizmente el Ro de la Plata no conoci), no se obedecieron ni se cumplieron, ya, en cuanto alcanzaban en los hechos a extenderse y ser reconocidas sus correspondientes juris-dicciones, reales rdenes ni provisiones de ninguna especie proce-dentes de autoridad alguna residente en Espaa.

    "El eterno cativerio" de Fernando VII y los progresos la invasin francesa en Espaa, que haban llevado as regiones a la independencia de hecho, conducan a la ideal de la independencia absoluta de Amrica.

    Fu principalmente el factor tiempo, pues, que, prolongando indefinidamente las perspectivas de una independencia asumida al principio solamente de hecho, porque de derecho era proviso-ria y slo con respecto a las autoridades peninsulares, no a Fer-nando VII, llevaba poco a poco a la independencia absoluta, por-que cuanto mayor fuera, precisamente, la lealtad que se le guar-

    t BARTOLOM MITRE, Historia de Belgrano y de la independencia ar-gentina, [21 ed.], Buenos Aires, 1858, t. I, p. 486.

    -27-

  • dase al rey legtimo, esa lealtad llevaba, tercamente, a no aceptar subordinacin alguna con respecto a autoridades, legtimas o no (el vulgo, y menos an, las masas campesinas, no podan hacer cuestin de este segundo problema de legitimidad que tanto dis-cutieron letrados, tribunos y gobiernos), a las que se poda supo-ner, bien en trance de sucumbir, bien contaminadas ya, o pron-tas a contaminarse, por el contacto inevitable con el invasor, entre cuantas pudieran existir en la Pennsula, aunque invocasen el nombre de Fernando VILy tal era, precisamente, el Consejo de Regencia.

    Por una paradoja histrica, pues, la lealtad a Fernando VII acabara por transformarse, precisamente, en su contrario, es de-cir, la independencia absoluta, porque, cuanto ms se pensase y se siguiera pensando, hasta el fin, en no reconocer otra autoridad que la suya, era evidente que, como esta autoridad no poda fun-cionar por s misma, sino por intermedio, bien de los organismos que la invocaban desde la Pennsula (el Consejo de Regencia y posteriormente, adems, las Cortes de Cdiz), bien de los que, independientemente de estos ltimos (no del Rey, recordmoslo nuevamente) lo invocaban desde las diferentes regiones de Am-rica que haban instituido, invocndolo idnticamente, los suyos propios (las juntas y los dems gobiernos y congresos que de ellos se derivaron), quien se diese a meditar en lo que ocurrira si los restos de la causa de Fernando VII que aun subsistan en Espaa se perdieran definitivamente, tena que desembocar en la perspectiva de que esas mismas regiones de Amrica, y al final la Amrica entera, quedasen independientes de todo poder extran-jero.

    Esa meditacin ha tenido que ser necesariamente cosa co-rriente a medida que, como vino ocurriendo en todo el ao 1809 y principios de 1810, la causa de las armas espaolas pareca perdida.

    1809 ha sido llamado el ao de la lealtad colonial, y fu, por ello mismo, el de cien conspiraciones que, desde la de Miche-lena en Mxico hasta las del Ro de la Plata, surgieron espont-neamente e ignorndose entre s, para independizarse de la Es-paa afrancesada, dejndonos escrita en Quito, y en ese mismo ao, con acentos de imperecedera sinceridad y galas extraordi-narias de erudicin y de talento, de honor y valenta moral, tanto la ms amplia exposicin que se conozca de sus fundamentos de derecho, como la claridad intergiversable de sus fines, por la

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  • 'mano del ilustre altoperuano Dr. Manuel Rodrguez de en su clebre alegato.z

    Y es entre ese mismo tipo de conspiraciones de 1809 que debemos contar las dos que recogi el historiador Maeso como nacidas en ese mismo ao en la Banda Oriental, la una tomn-dola de las memorias de Don Joaqun Surez, segn su versin publicada en La Tribuna en 1881,3 la otra de diversas fuentes orales cuyo contexto puede estimarse como una tradicin seria, salvos los inevitables errores que deben descontarse con respecto a tal o cual caso individual, y a travs de la cual aparece ya sealado Artigas como jefe futuro en quien todos los partici-pantes tenan puestos los ojos para la conduccin del movimiento, pero aparece a la vez, como origen de la idea de independencia, que podemos, de ese modo, extender tambin a la que profesaba paralelamente Don Joaqun Surez, si bien ste no lo dice, el avance victorioso de las armas francesas en la Pennsula, que debemos interpretar nosotros como la creencia dominante enton-ces en la certeza de la prdida de Espaa.

    -V-

    Vale la pena que transcribamos ntegramente los datos que suministra Maeso acerca de estos movimientos, no obstante la divulgacin que desde hace largos aos han adquirido, porque el recordarlos aqu se nos hace indispensable para demostrar la co-herencia de nuestros razonamientos con cuanto llevamos expues-to y con lo que ms adelante hemos de decir.

    t El Dr. Manuel Rodrguez de Quiroga no era natural de Arequipa ni del Cuzco, como sucesivamente se haba credo, sino de Chuquisaca. Su partida de bautismo la descubri en 1911 el Dr. Elas Montero, prroco del sagrario de Guadalupe de esta ltima ciudad, segn GUILLERMO FRAN-covtca, El pensamiento universitario de Charcas y otros ensayos, cit., PP. 99-100, quien publica all mismo el documento en fotocopia.

    z Alegato de Quiroga en el primer juicio iniciado contra los prceres en febrero de 1809, en Memorias de la Academia Ecuatoriana correspon-diente de la Real Espaola, Nmero extraordinario dedicado a la memoria del Gran Mariscal Antonio Jos de Sucre, con motivo del Centenario de la Batalla de Pichincha, pp. 62-100, Quito, 1922.

    3 En el Archivo General de la Nacin, Fondo Ex Archivo y Museo rico Nacional, Libro 81, existe un manuscrito rotulado Joaqun Surez tes autobiogrficos, que difiere de los Apuntes biogrficos transcriptos Maeso. Estos ltimos son copia parcial de los Apuntes biogrficos de Don Joaqun Surez, publicados en La Tribuna, Montevideo, Agosto 24-25 de 1881.

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  • ".Algunos aos ntes del grito que se di de Independencia, mi padre me dijo que, si quera seguir la carrera militar, qus de Sobremonte haba ofrecido para mi el grado de en el Regimiento Fijo de las tropas del Rey; lo que rehus, y de ello gust mucho mi seor padre, siguiendo mis principios de comerciante, hasta que, reunidos en don Pedro Celestino Bauz, el Padre Figueredo y don Melo, acordamos trabajar por la Independencia, para tenamos de agente en Buenos Aires don Francisco Javier y en la Capital don Mateo Gallegos.

    ".Yo, como los tres primeros, andabamos en la campaa for-mando opinin, marchando acordes y con conocimiento de lo que diariamente suceda en Buenos Aires, hasta que un da, halln-dome en el Arroyo de la Virgen recib un chasque de don Mateo Gallegos para que inmediatamente reuniese los dems compae-ros y me retirase con ellos, en virtud de aviso que haba tenido el Gobernador Elo de nuestra conspiracion, quien orden don Joaquin Navia saliese con una partida en nuestra persecucion; inmediatamente lo particip los compaeros que se hallaban en diferentes puntos, y reunidos nos retiramos al Pintado, donde estuvimos muy pocos das, sabiendo que Navia con su partida se retiraba sobre la Capital y de cuyos movimientos tenamos cono-cimiento por horas.

    ".Comprendiendo que nada podramos hacer sin un hombre de armas llevar, que reuniese las masas, nos retiramos nuestras casas cuidar nuestros intereses."t.

    " ..A1 mismo tiempo que estos conatos de revolucin se in-cubaban alentando las esperanzas de aquellos jvenes patriotas, otras tentativas anlogas tenan lugar en algunos otros centros de sociabilidad, siempre tendientes al mismo propsito de eman-cipar los Orientales del odioso yugo del coloniaje.

    "Al presentar algunos detalles interesantes, aunque necesaria-mente vagos, tenemos que referirnos informes verbales trasmi-tidos por personas que estuvieron presentes aquellos hechos.

    "Queremos referirnos narraciones hechas por la anciana se-ora doa Josefa Artigas, sobrina del General Artigas, la cual asisti personalmente varias de las reuniones y conferencias que al efecto se celebraron.

    t JOAQuN SUREZ, Apuntes biogrficos, en jusro MAEso, Los patriotas orientales de 1811. Espontaneidad de la insurreccin Oriental tra la Esparza en la guerra de la independencia americana. Parte primera, pp. 36-37, Montevideo, 1888. [Vase nota 3 de la p. 291.

    -30-

  • "El clebre franciscano Monterroso, condiscpulo ntimo amigo del General Artigas desde su infancia, y el cual como es sabido, sirvi ste como Secretario durante el ms tempestuoso perodo de la lucha por la Independencia Oriental hasta 1820, vino Montevideo en el ao 1808, aprovechando las vacaciones y con licencia de sus superiores del Convento de San Francisco en Crdoba.

    "Ese- ciudadano notabilsimo, cuyo rol en la Revolucin Oriental ha sido tan empequeecido y denigrado por una implaca-ble y persistente calumnia, ha de merecer, con el tiempo, del histo-riador imparcial una pgina distinguida en la historia de las luchas intestinas del Ro de la Plata, as como hoy se la exorna-mos tratndose de la Independencia de 1811.

    "Ahora bien, al volver Montevideo el exaltado padre Mon-terroso, como hemos dicho antes, fines del ao 1808,1 im-buido en las aspiraciones que se fomentaban en aquellos conven-tos, vena a encontrar entre sus parientes y amigos las mismas ideas y aspiraciones tan simpticas a la emancipacin de la Pro-vincia.

    "Monterroso posea las facultades de un verboso y ardiente orador, segn lo haba acreditado en algunos notables sermones predicados por l, como lo hemos dicho antes, en las iglesias de Crdoba y de Buenos Aires, y principalmente en la Catedral de sta, segn versiones autorizadas de algunos contemporneos.

    "Al venir, pues, a Montevideo, no debe extraarse que en las reuniones ntimas que tena aqu con sus amigos, hiciese una decidida propaganda en favor de la revolucin, mostrndose siempre declarado enemigo de los espaoles; no perdiendo oca-sin de censurar y execrar el odioso y tirnico sistema con que depriman y humillaban a los criollos.

    "La respetable seora a que nos hemos referido antes, y cuyas facultades, y especialmente la memoria, no estn an ofuscadas, pesar de sus noventa aos, recuerda haber asistido banque-tes que se dieron en la estancia de don Manuel Perez, padre de los seores Perez Gomar, sita entnces en el arroyo de las Pie-dras, en el paraje que despus se llam el Molino de Agua, as como otros festejos que se hacan en la casa-habitacin de don

    t EDUARDO DE SALTERAIN HERRERA, en Monterroso, iniciador de la patria y secretario de Artigas, p. 49 y nota (5) p. 55, Montevideo, 1948, documenta una venida de Monterroso a Montevideo'en mayo de 1809, lo que dara ms precisin en el sentido en que estamos interpretando estas conspiraciones, es decir, como ocurridas en 1809, a las tradiciones gidas por Maeso.

    -31-

  • Fernando Torgues, al otro lado del Paso del Molino yendo sobre la izquierda, en donde estuvo el saladero de Beltran, en el paraje que hoy se llama de los Campos Elseos.

    "A estas fiestas concurran el Presbtero doctor Larraaga, don Miguel Barreiro, el seor Larrobla, el Padre Monterroso, al-gunos de los hermanos de Artigas, dos hermanos Calais, el dueo de casa Torgues y algunos de sus parientes, as como varias se-oras de sus respectivas familias.

    "Como en la reconquista de Buenos' Aires haban muerto, quedado heridos gravemente, algunos miembros de las familias de Prez y de Torgues, y como las noticias que venan de Espaa eran tan desastrosas para los espaoles, por las victorias sucesivas de las fuerzas de Napolen, el padre Monterroso insistia frecuen-temente cerca de sus amigos aqu en la necesidad de adelantar los trabajos revolucionarios, y de ir preparando los nimos de los vecinos rurales sobre todo, para el sacudimiento que prevea muy prximo; designando desde entnces su pariente y amigo don Jos Artigas como el caudillo patriota ms indicado para dirigir esos trabajos y allegar elementos propios para la lucha inminente.

    "Transparentbanse ya en el modesto nombre del futuro los resplandores de su prxima gloria, acrecentandose su prestijio y popularidad.

    "Con tal motivo pronuncibanse en aquellas fiestas ntimas, calorosos brndis que arrebataban los concurrentes, y los hacan prorrumpir en estruendosas aclamaciones, asustndose muchas veces las seoras (bien lo recuerda nuestra informante), ante el estrpito de esos victores muy apropsito para infundir recelos la autoridad siempre en acecho sobre las tramas y descontento de los criollos.

    "Entre los orientales ms notables que marcharon desde Mon-tevideo y fallecieron quedaron mal heridos en la expedicion reconquistadora de Buenos Aires, las rdenes del General Li-niers, contbanse Francisco Perez, hermano de don Manuel, y don Matas Torgues, hermano de don Fernando, as como mal herido don Jos Torgues, Oficial de Artillera, hermano tambin de don Fernando", !

    ". . . No puede mnos, asimismo, de recordarse con simptico afecto, que, en medio esta lucha, no faltaban caracteres ardientes que sin exibirse pblicamente como patriotas abnegados, porque tal proceder habra importado ir derecho un estril martirio,

    t JUSTO MAeso, Los primeros patriotas orientales de 1811, ere., cit., Parte primera, pp. 37-41.

    -32-

  • daban asimismo frecuentes pruebas de su amor la independen-cia: existiendo sobrado nmero de ciudadanos que trabajaban activa pero ocultamente en sosten de las ideas revolucionarias.

    "Entre ellos, adems de los que hemos nombrado al principio, es un acto de justicia recordar los nombres de don Miguel Ba-rreiro, del doctor Larraaga, de don Francisco Araucho, de don Pedro Celestino Bauz, de don Francisco Aguilar, patriota acen-drado aunque espaol, de don Toms Garcia de Ziga, de don Jorge Pacheco, don Pedro Pablo y don Juan Perez, don Santiago y don Ventura Vazquez, don Gabriel. Pereira, el doctor don Lcas Jos Obes, don Flix Rivera, hermano del General, el eminente sacerdote don Jos Benito Lamas, don Pablo Zufriategui y algu-nos otros jvenes que formaron los cimientos del que ms tarde, pudo llamarse partido nacional".'

    -VI-Estamos viendo, pues, que, aunque llegndose por el camino

    inesperado de la creencia en la prdida de Espaa, que haba hecho decir a Be1grano que la independencia lleg "sin que nos-otros trabajsemos por ser independientes", y que nos muestra que slo en las vsperas mismas de la independencia que haba de llegar, comenz a conspirarse al fin para alcanzarla, la visin acaso prxima de esa independencia absoluta que apareca como solucin impuesta por la fatalidad de las cosas, haba empezado a despertar en los corazones de los americanos la imagen de una patria nueva con la que no se haba soado antes pero que espe-raba all, como un don del futuro, que se haba venido elaborando en lo oscuro de las fuerzas histricas y estaba an en estado de subconsciente social aguardando, precisamente, el proceso que lo transformase en conciencia lcida.

    Por eso algunos -los americanos- empezaron a mirar con simpata la llegada de noticias sobre los desastres espaoles, y otros -los espaoles- se negaban a admitirlas, por no ponerse a pensar en las consecuencias que tales desastres traeran inevi-tablemente para su patria.

    Refirindose al estado de los espritus en Chile en ese mismo ao, precisamente, de 1809, dice Barros Arana:

    "El empeo que los patriotas ponan en divulgar las noticias de los desastres de Espaa, tena una esplicacin mui sencilla.

    1 bid., pp.

    -33-

  • Desde que en las colonias se tuvieron las primeras noticias de la invasin de la pennsula por los ejrcitos franceses, se haba sus-citado en ellas la cuestion de saber cul debia ser su suerte si los invasores lograban asentar definitivamente su dominacin. En la misma metrpoli se haba discutido esta eventualidad, i se haba dicho que en el caso en que fuese sometida al yugo estranjero, los americanos, eximidos con todo derecho de rendir vasallaje a los nuevos dominadores, se haran independientes, i darian asilo fraternal a todos los espaoles que huyeran de los opresores. (35) Era natural que en aquella emerjencia nacieran las mismas ideas en el espritu de los americanos; i, en efecto, desde que se com-prendi en Chile, como en las otras colonias, la posibilidad de que la Espaa fuese subyugada, los patriotas haban expresado con mas o mnos franqueza, la resolucin de no someterse a otro poder que el de los reyes lejtimos. Segun ellos, los deberes de fidelidad que tenan jurada a esos ,reyes, caducaban desde que stos, ya fuera por la invasion estranjera, o por la estincin de la familia reinante, haban dejado de mandar sus estados. Los mas avanzados de los patriotas, los que daban direccion al movi-miento de los espritus, sostenan no solo que los americanos no

    "(35) En un opsculo publicado en Sevilla, en junio de 1808, dar cuenta de los sucesos de Espaa i del levantamiento de contra los invasores estranjeros, se anunciaba que la nacan independencia; pero los autores de esa esposicion no desconocan sibilidad de un desastre completo en la pennsula. Con ese gaban: "La Amrica es nuestra como nosotros somos de ella. Napolen, desunirnos, porque aquellos son nuestros hijos, nuestros nuestros hermanos, nuestros amigos. Somos de una misma familia, domstica inalterable estan ya convenidos nuestros intereses seguiran nuestra suerte si somos felices; i cuando furamos ellos serian independientes i nos darian asilo. Tal la revolucion ya organizada en nuestros corazones". [Nota de Barros Arana, ortografa hemos conservado, an para la transcripcin documental termina, como lo hemos hecho con el texto. El documento a que Barros Arana es la Gaceta extraordinaria de Sevilla del 16 1808, que tuvimos oportunidad de consultar hace algunos aos leccin de documentos de don Andrs Lamas de la Biblioteca Luego, en una segunda tentativa de consulta, comprobamos, hace tambin, que haba desaparecido al parecer, del conjunto seriado lgicamente de gacetas de Sevilla de que formaba parte, an quedado la pequea cartula o pequeo pliego doblado de papel a lpiz, indicador de la fecha respectiva, con que cada una cubierta. No nos ha sido posible hallarla ms, no obstante y empeosa colaboracin que nos prest el cultsimo funcionario lista, historiador Don Juan E. Kenny, incluso intentando localizar se custodiaban bajo el rtulo "Cimelios", ideado por el antiguo de la Biblioteca Nacional Don Pedro Mascar Reissig].

    -34-

  • estaban obligados a reconocer i rendir vasallaje a un soberano impuesto por las armas estranjeras, sino que los espaoles euro-peos, que en tales circunstancias podan tener derecho para darse el gobierno que mejor les conviniera, no lo tenan para impedir que las provincias de Amrica hicieran otro tanto... As, pues, para los que en estos paises profesaban esas ideas i aspiraban a un cambio de gobierno i de sistema, eran motivos de felicitacion i de contento todos los sucesos que retardaban o impedan el establecimiento de los reyes lejtimos en la metrpoli.

    "Estas opiniones alarmaban seriamente a los gobernantes es-paoles. La circulacion de noticias desfavorables sobre los nego-cios de Espaa, era para ellos una prueba de deslealtad i de infidencia".t

    En un enjundioso escrito titulado "Carta remitida de la Ciu-dad de Crdoba al Editor de la Gazeta", que aparece publicado en la Gazeta extraordinaria de Buenos Ayres del 16 de Julio de 1810, cuya lectura ntegra recomendamos porque documenta las vacilaciones que experimentaban los espritus en ese momento, y cuyo autor se declara espaol europeo, se confirma, para este ao, la misma actitud que para el anterior atribua Barros Arana a los americanos con respecto a las noticias de los desastres espa-oles. Dcese all, en la parte que se relaciona con este hecho:

    "Si las varias y funestas noticias, que corren de la suerte de la Pennsula tienen a ese pueblo en expectacion, los nimos en grande inquietud, y por desgracia ha excitado entre Americanos y Europeos una especie de division, que acaso vendr parar en una guerra civil; no es menos la que se experimenta en esta Ca-pital. Aun juzgo, que aqu mismo ha sido engendrada, y que solo algunos indiscretos sin juicio ni reflexion la han hecho volar lo interior del Reyno.

    "Me dice Vd., que los Americanos, esto es, los nacidos este pas, casi de comun acuerdo se expresan de tal modo, parece deseran la prdida de Espaa: que posedos de guo, aunque infundado sentimiento, que su mrito ha sido pre postergado, sus personas desatendidas para los empleos blicos, y otros muchos, que de tres aos esta parte brado con malicia, y se reproducen con indignacin, imaginan que su dicha esta enlazada con la prdida de Espaa;

    t Dteco BARROS ARARA, Historia Jeneral de Chile, t. VIII, pp. 102-103, Santiago, 1887.

    -35-

  • el hombre hay un deseo natural de ser feliz, por conseguir aquella, consienten con facilidad en esta".t

    Por eso, en general, habiendo sido juntistas por igual, en un comienzo, espaoles europeos y espaoles americanos, stos lo fueron siendo cada vez ms a medida que iba transcurriendo el tiempo, y aquellos comenzaron -y algunos desde el primer mo-mento- a perder su adhesin primera a la instalacin de juntas en Amrica, que, dada la pendiente por que se precipitaban los acontecimientos, acabaran por separarla definitivamente de la metrpoli: y muchos de ellos, como Elo y Alzaga, por ejemplo, en el Ro de la Plata, concluyeron por ello, despus de haber sido juntistas decididos, en volverse furiosamente contra las juntas y adoptar fervorosamente la causa del Consejo de Regencia.

    La posicin anti juntista de stos, pues, no era en modo alguno, como lo pensaron sin duda quienes los combatan, resul-tante de su afrancesamiento, aunque acabara por parecerse, desde fuera, a la de los afrancesados, sino de no querer resignarse a considerar llegada todava la hora de la separacin. A causa de ello, el Virrey Cisneros, a quien se tuvo por afrancesado siendo buen espaol, se declara sin duda, en los prrafos finales de su clebre proclama del 18 de Mayo de 1810, y por palabras tex-tuales, precisamente, que los historiadores del Ro de la Plata se han obstinado hasta ahora, sin excepcin, en no mencionar ni dejar sospechar en sus obras, partidario de "la libertad e inde-pendencia de toda dominacin extranjera de estos dominios"z y pronto a combatir por ella junto a los americanos, para el caso de la prdida total de Espaa, pero lo hace despus de haber diferido la eventualidad de que se piense, siquiera, que ello ocu-rra, como se sabe, con toda clase de sucesivas y bien calculadas dilatorias (esperanza en el triunfo de las armas espaolas afn reconociendo la gravedad de la situacin en que se hallaba el suelo patrio por los progresos alcanzados por el invasor; afir-macin de que haba en Espaa un "Gobierno Soberano", aun-que sin decir cul era ni pronunciarse sobre su legitimidad; con-sulta con todas las "Representaciones de esta Capital", y poste-riormente con las de sus "Provincias dependientes", y ms tarde, todava, acuerdo a obtenerse con "los dems Virreynatos", todo

    t Gazeta extraordinaria de Buenos-Ayres, lunes 16 de en Gaceta de Buenos Aires, ed. facsim., cit., p. (168).

    z El Virey de Buenos Aires &c &c A los leales y generosos pueblos del Vireynato de Buenos-Ayres, reproduccin facsimilar'en ADOLFO P. CA-aaAnzA, Das de Mayo, Actas del Cabildo de Buenos Aires, 1810, cit.

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  • ello solamente para el caso en que se produjese realmente una prdida total; e instalacin futura, para entonces, de una "repre-sentacin de la Soberana del Sr. D. Fernando VII", y todo ello, tambin, sin mencionar para nada las lentitudes y dificultades que para semejante hiptesis opondran las distancias ni la diver-sidad, acaso interesada, de los pareceres que para entonces ha-bran de emitir, uno tras otro y cada uno a su manera, los con-sultados).' Por todo lo cual aquella aceptacin eventual de la independencia absoluta de Amrica se pareca ms bien a una negativa, cuya consecuencia no poda ser otra, dado lo que per-mita suponer la inminencia del peligro que en la misma pro-clama se confesaba, que el permitir, por la inaccin del momento, que Amrica se viera, indefensa, arrastrada a la suerte de Espaa y cayera con sta, entregada por quienes desertaban as de su deber de defenderla, en poder de Napolen.

    Tal posicin de Cisneros fu la que decret su cada.Pero por si no bastara este ejemplo para documentar de qu

    modo muchos espaoles que nada tenan de afrancesados se re-sistan, lejos de serlo, y por la ceguera deliberada a que los con-duca, precisamente, un extravo de su exaltacin patritica, a aceptar la formacin de juntas en Amrica porque vean que con ellas vendra, a la postre, la independencia absoluta, por la din-mica fatal de las cosas, que seguramente perciban, y en cuya virtud la instalacin de gobiernos propios en Amrica sera una experiencia irreversible, y a causa de ello se negaban a buscar soluciones inmediatas de precaucin que en algn modo com-portaran la creacin de tales gobiernos propios, como las que dichas juntas representaban, frente al peligro de la prdida total de Espaa, hasta el extremo de que muchos de ellos no queran hablar siquiera sobre ello ni admitan razonar en ningn sentido ante la eventualidad, que sin embargo pareca de verdad inmi-nentsima, de esa prdida, y concebirla ni an a ttulo de hipte-sis --en lo que iban ms lejos, todava, que Cisneros, que, como hemos visto, lleg a tener el pulso suficiente, en la mano con-vulsa con que redact su borrador,2 para dejarla escrita por

    t Ibid.2 "El borrador existente en el Archivo General de la Nacin -de

    letra menuda y frecuentes enmendaduras- hace pensar en la nerviosidad de un ajusticiado". RICAnDU LEVENE, Ensayo histrico sobre la Revo-lucin de Mayo y Mariano Moreno, t. I, p. 36, Buenos Aires, 1921. Sin em-bargo, ROBERTO H. MARFANY, La Revolucin de Mayo, Diario de un testigo, cit., p. 15, afirma que la letra es de un escribiente del despacho.

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  • lo menos como la amenaza de un peligro gravsimo aunque pro-bablemente todava lejano, y en el cual, de todos modos, no se decida a acabar por creer, y no se neg a imaginar, para ese remoto caso, que adoptara resueltamente la causa de la inde-pendencia absoluta-, nos parece oportuno traer, para robustecer nuestra ejemplificacin del hecho, dos nuevas referencias corro-borantes.

    Una es de Don Miguel Luis Amuntegui. Nos referimos a la reaccin que este historiador atribuye a los que llama "parti-darios del sistema colonial", o sea, a los enemigos de toda inno-vacin, frente a los razonamientos que supone divulgaban ya en 1809, en Chile, Don Juan Martnez de Rozas y los que como l pen-saban, razonamientos que transcribimos de todos modos, porque en el fondo no se oponen a lo que las agudas crticas de Don Ricardo Donoso han revelado actualmente, a saber (y entre otras cosas que no interesa recordar aqu) : 19 que el clebre Cate-cismo Poltico Cristiano, al cual, por otra parte, no se refiere Amuntegui,l no es obra de Martnez de Rozas, sino de Don Jaime de Zudez;z 24 que don Juan Martnez de Rozas no crea ya a fines de 1809 en la prdida de Espaa sino en su recuperacin,3 y 39 que el Catecismo Poltico Cristiano no es de 1810, como se crea (y mucho menos, por consiguiente, aco-tamos nosotros, podra haber sido de 1809, cosa que, por otra parte, nunca se afirm por nadie), sino de 1811.4

    Transcribimos en su integridad los prrafos pertinentes de Amuntegui:

    "Si el usurpador triunfaba en la Pennsula; si las

    1 Don MIGUEL Llns AMuNTEcui no menciona el Catecismo Poltico Cristiano en la obra de la cual extraemos la cita que se ver en el texto, o sea en La Crnica de 1810, porque los hechos a que sta se refiere son anteriores a la instalacin de la Junta de Santiago del 18 de Setiembre de 1810, poco antes de la cual la tradicin deca que haba comenzado a cir-cular dicho opsculo, pero lo menciona y lo atribuye a Martnez de Rozas en otras dos obras escritas con anterioridad a sta: en Los tres primeros aos de la revolucin de Chile, compuesta en 1851 en colaboracin con su hermano Don GREGORIO VCTOn AMUNTEGUI y publicada en la Re-vista Chilena de Historia y Geografa, Santiago, 1928 y en Los precursores de la independencia de Chile, t. Ill, Santiago, 1872.

    RICARDO DoNoso, El Catecismo Poltico Cristiano, p. 68 y passim, Santiago de Chile, 1943.

    3 Ibid., p. < lid., p.

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  • espaolas, obligadas por la violencia, o seducidas por la traicin, le tributaban vasallaje, los reinos de la Amrica, que contaban con recursos propios para hacerse respetar, no se hallaban de ninguna manera en la precisin de correr la misma suerte que ellas.

    "Caso de realizarse esta conjetura mui probable, tanto Chile, como los otros dominios hispano-americanos, deliberaran acerca de lo que les corresponderia hacer.

    "La ruina de la metrpoli no poda arrastrar la de colonias llegadas a ser naciones, que sabrian i podran defenderse. "Antes que obedecer a un usurpador insolente, los ameri-canos preferirian declararse independientes.

    "Tales eran las ideas que don Juan Martnez de Rzas se empeaba en propagar.

    "Como se ve eran mas o mnos las mismas que el autor de la proclama titulada Advertencias Precaatorias a los Habitan-tes de Chile haba desenvuelto all por setiembre de 1808 de buena o mala fe so pretesto de una refutacion; i las mismas que haba sujerido a muchos el conocimiento del oficio enviado en enero de 1809 por el secretario de la junta central don Martin de Garai.

    "As no pretendo de ningun modo que Martnez de Rzas fuese el inventor de un razonamiento que debi naturalmente ocurrirse a un gran nmero de individuos, porque, dada cin, era mui obvio, i halagaba las aspiraciones ya los criollos.

    "Lo nico que asevero es que Martnez de Rzas se hizo un apstol fervoroso de esta doctrina, y que, gracias al prestijio de que gozaba, conquist para ella numerosos proslitos.

    "Los partidarios del sistema espaol recibieron psimamente una predicacion semejante.

    "Sin duda, el maestro i los discpulos de las nuevas ideas ponian el mas esmerado cuidado en dejar a salvo los derechos del monarca lejtimo; pero al propio tiempo sostenan que haba llegado la ocasion de que los hispano-americanos crearan por s solos ciertas autoridades nacionales, i admitian la posibilidad de la independencia.

    "Las dos ltimas proposiciones parecian a los partidarios del sistema colonial sumamente peligrosas.

    "Segn ellos, no debia imajinarse siquiera la hiptesis de que las colonias pudieran deliberar i resolver por s solas acerca de su organizacion poltica, sin intervencin de la metrpoli.

    -39-

  • -La Amrica, decan, no debe separarse jamas de la Espaa.

    -I si se consolida la usurpacion de Jos Bonaparte? objetaban los reformistas.

    "Como se ve, la pregunta era demasiado embarazosa."Los partidarios del rjimen colonial respondian eludiendo

    la dificultad.`-Tal cosa no suceder. Manifiesta ser mal vasallo aquel

    que no desecha una suposicin semejante."La contestacion no poda ser mnos satisfactoria, sobre to-

    do despus de las ltimas noticias recibidas de la Pennsula".I La otra referencia es de Mariano Moreno, quien nos ha en-

    terado, en uno de los artculos de la Gazeta que dedic a refutar una proclama lanzada desde Ro de Janeiro por el Marqus de Casa Irujo, Ministro de la Junta Central, y que sigui sindolo del Consejo de Regencia, ante la Corte portuguesa del Brasil, de cmo el Marqus, al paso que intentaba promover una confla-gracin de toda Amrica contra la Junta de Buenos Aires para reponer a Cisneros en su cargo de Virrey, se resista a contestar derechamente qu crea l que hara Cisneros, una vez repuesto en el cargo, si la Espaa se llegase a perder definitivamente.

    Vale la pena transcribir ntegramente el largo trozo que dedica Mariano Moreno a esta cuestin, por la cantidad de datos y razonamientos conexos que suministra, todos ellos del ms alto valor para la clarificacin de la verdad.

    "El Marqus de Casa Irujo y esos mandones de alto rango cuya reposicion pretende por medios tan violentos, no aman nuestro Monarca con la sinceridad que han afectado: ellos pro-claman diariamente el Rey Fernando, pero en este respetable nombre no buscan sino un vinculo, que nos ligue la Metrpoli, en quanto sea un centro de las relaciones, y una fuente del poder que exercen entre nosotros. Mientras una pequea parte de Es-paa sostenga su rango, conserve sus empleos, y sirva de escudo su arbitrariedad y despotismo, no caer de su boca el sagrado nombre del Rey y harn servir diestramente sus miras perso-nales la sencillez de unos vasallos quienes el cautiverio de su Prncipe empea nuevos esfuerzos de su fidelidad: pero digase que la Espaa est prdida enteramente; que la persona del Rey tiene relaciones enteramente inconexs de las del territorio per-dido; que si el Frances ha ocupado una parte de la Monarqua

    1 MIGUEL Luis AMuNTEGm, La Crnica de I8/0, cit., t. t, pp. 386.388.

  • espaola, debernos ser espaoles en la que ha quedado entonces se les ver recibir con horrr esos principios, hicieron servir sus personas, y se les ver preferir aquellas relaciones con la Pennsula, confundiendolas mente con las que deben buscar en la persona del Monarca.

    "El Ministro de Estado Conde de Liares pregunt en una sesion al Marqus de Casa-Irujo, quales eran las intenciones del Virey Cisneros para el caso desgraciado de ser sojuzgada la Es-paa; y confundido nuestro Ministro con una pregunta, la que cualquier nio habra satisfecho cumplidamente contest con la insulsa fruslera, de que nunca se realizara aquel caso, y que si se verificaba, el Virey era hombre prudente y de mucho juicio. Hemos observado en nuestros Xefes, que sufran igual embarazo, siempre que se les hacia aquella pregunta, y este solo hecho des-cubre que no procedian de buena f en orden la suerte y dere-chos de estas regiones.

    "Si defendemos sinceramente la causa del Rey, por que trepidamos en asegurar al mundo entero que mientras l viva, nadie sino l solo ha de reynar entre nosotros? Se perdi Castilla, y no trepid Andaluca en seguir la defensa de su Monarca, con total independencia de Castilla, y con todas las precauciones de-bidas un Reyno que ha cado en poder del enemigo: se perdi Andaluca, y Valencia continu su honrosa lucha, sin mirar en los andaluces sino unos pueblos desgraciados, que eran triste vc-tima del furor de los enemigos: quedar toda la Espaa ocupada por estos (Dios no lo permita) y la Amrica seguira en la misma lealtad y vasallage el Sr. D. Fernando VII mirando los pueblos de Espaa con los mismos ojos con que mir los espaoles de la Jamayca, despues que quedaron sujetos la dominacion inglesa.

    "Esto es lo que exige el orden natural de las cosas, y que puede asegurarse francamente por la conformidad que guarda con todos los derechos; sin embargo el Marqus y nuestros Xefes aborrecen toda dominacion extrangera, tiemblan de que la Amrica llegase constituirse por si misma, y en la positiva exclusion que hacen de todo otro partido; prueban su adhesion al nico que no im-pugnan, que es seguir la suerte de la Pennsula, si queda entera-mente sojuzgada la dominacion, que se ha empeado en su conquista. El Marqus sabe, que no hablamos sin datos positivos, y como calla justamente la gran muralla que en la instalacion de la junta se ha levantado contra este infame proyecto, rabia de desesperacion, y en los transportes de su colera prefiere una con-

    -41-

  • vulsion general de estos pueblos que los reduzca una debilidad que algun da los haga entrar por sus ideas, los sepulte en unos males que sean pena de la energa con que han burlado sus intrigas".t

    -VII-

    Este rgimen juntista de 1810, antiafrancesado y fernandista, equivala por todo ello, lo repetimos, a la independencia de hecho.

    Esto, en la perspectiva histrica, vino a resultar, felizmente, lo esencial para los ideales patriticos pasados, presentes y futu-ros de Amrica, de que nos enorgullecemos y nos enorgullecere-mos irreversiblemente. Pero vino a la vez a crear enormes difi-cultades para la posibilidad de hacer hoy una fcil clarifica-cin de las cosas a los fines puramente cientficos del estudio de la historia y de su vulgarizacin en las masas, porque esa perspectiva, llenando el horizonte con sus nuevas luces, deslum-bradoras y brillantes, hace difcilmente perceptible, ahora, la pe-quesima y opaca luz de sus orgenes.

    Estamos convencidos, pues, de que la invocacin al "amado Fernando" era sincera, incluyendo -esto es lo que nos interesa a los fines de este libro- todas las que hace Artigas, desde que pisa, ya insurreccionado y al servicio de la Junta de Buenos Aires, el suelo oriental en 1811, y todava despus de su resonante triunfo en Las Piedras.

    Podemos afirmar que estas invocaciones de Artigas a Fer-nando VII eran efectivamente tan sinceras como las que, refi-rindose a las declaraciones de lealtad al mismo monarca (en un todo anlogas a las que vena haciendo la Junta de Buenos Aires), que haba formulado la Junta de Chile desde los das de su ins-talacin, en Setiembre de 1810, y segua formulando an, a la faz del mundo, en un escrito impreso en Cdiz en 1811, hicieron escribir a Barros Arana los siguientes honrados y juiciosos prrafos:

    "Contra lo que podra creerse, aquellas declaraciones no eran la obra