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305 MARÍA CLARA LUCCHETTI BINGEMER ABBÁ: UN PADRE MATERNAL El discurso de Dios como Padre y Madre ya no nos resulta, afortuna- damente, nada extraño. Es, además, un discurso que responde a la exigencia de que hombres y mujeres, en pie de igualdad, puedan lu- char en nuestro mundo (y en nuestra Iglesia) por los ideales que digni- fican la vida humana. Este artículo presenta los fundamentos bíblicos de este discurso y su posible aplicación a la teología de la creación y a la teología trinitaria. Abbá: un padre maternal, Estudios Trinitarios 36 (2002) 69-102. La historia de nuestro tiempo aparece esencialmente como his- toria de la emancipación de la hu- manidad respecto a las concepcio- nes patriarcales y autoritarias de la vida y de la sociedad. Si esto fue- ra definitivo, significaría que la pa- ternidad de Dios es una idea ana- crónica. En nuestra época se dan batallas por diversos tipos de emancipación. De un lado, las inmensas masas de oprimidos han tomado concien- cia de la injusticia de su condición: los pobres que no ven en el hori- zonte ninguna mejora, las víctimas del racismo y de la dictadura, las mujeres que todavía son tratadas como seres inferiores, los jóvenes que tienen la impresión de que no se les ofrece nada, los miembros de la Iglesia cuyas voces no son escuchadas por sus dirigentes. De otro lado, los que están preocupados en defender la cohesión de la socie- dad y la validez de las normas tradi- cionales. Piensan que toda postura frente al autoritarismo abre las puertas a la anarquía. Hay que to- mar en serio a los que elevan su voz contra el laxismo creciente en la sociedad. Sin embargo, mo- vimientos conservadores o neo- conservadores, de ortodoxia ideológica de derecha o de izquier- da, no consiguen detener el de- seo de emancipación. Los que con- sideran la emancipación como una panacea y los que la encaran como una enfermedad mortal, nos lle- van, unos y otros, a caminos sin salida. Es tiempo de preguntarnos si la verdadera emancipación no es aquella que el hijo pródigo descu- brió cuando volvió a la casa del Padre, al hogar donde reinaba el amor abierto a todos, la casa don- de el orden existente no era do- minador ni la libertad anárquica. DIOS PADRE EN LA BIBLIA La palabra Padre evoca imáge- nes y símbolos que se repiten in- cluso en los sueños: un hombre a la entrada de la tienda, el murmu- llo de mujeres, de niños y anima- les; un rey en su aposento real... Pero también evoca la mirada afec- tuosa, la bendición, el cabello gris,

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MARÍA CLARA LUCCHETTI BINGEMER

ABBÁ: UN PADRE MATERNAL

El discurso de Dios como Padre y Madre ya no nos resulta, afortuna-damente, nada extraño. Es, además, un discurso que responde a laexigencia de que hombres y mujeres, en pie de igualdad, puedan lu-char en nuestro mundo (y en nuestra Iglesia) por los ideales que digni-fican la vida humana. Este artículo presenta los fundamentos bíblicosde este discurso y su posible aplicación a la teología de la creación y ala teología trinitaria.

Abbá: un padre maternal, Estudios Trinitarios 36 (2002) 69-102.

La historia de nuestro tiempoaparece esencialmente como his-toria de la emancipación de la hu-manidad respecto a las concepcio-nes patriarcales y autoritarias dela vida y de la sociedad. Si esto fue-ra definitivo, significaría que la pa-ternidad de Dios es una idea ana-crónica. En nuestra época se danbatallas por diversos tipos deemancipación.

De un lado, las inmensas masasde oprimidos han tomado concien-cia de la injusticia de su condición:los pobres que no ven en el hori-zonte ninguna mejora, las víctimasdel racismo y de la dictadura, lasmujeres que todavía son tratadascomo seres inferiores, los jóvenesque tienen la impresión de que nose les ofrece nada, los miembrosde la Iglesia cuyas voces no sonescuchadas por sus dirigentes. Deotro lado, los que están preocupadosen defender la cohesión de la socie-

dad y la validez de las normas tradi-cionales. Piensan que toda posturafrente al autoritarismo abre laspuertas a la anarquía. Hay que to-mar en serio a los que elevan suvoz contra el laxismo crecienteen la sociedad. Sin embargo, mo-vimientos conservadores o neo-conservadores, de ortodoxiaideológica de derecha o de izquier-da, no consiguen detener el de-seo de emancipación. Los que con-sideran la emancipación como unapanacea y los que la encaran comouna enfermedad mortal, nos lle-van, unos y otros, a caminos sinsalida.

Es tiempo de preguntarnos sila verdadera emancipación no esaquella que el hijo pródigo descu-brió cuando volvió a la casa delPadre, al hogar donde reinaba elamor abierto a todos, la casa don-de el orden existente no era do-minador ni la libertad anárquica.

DIOS PADRE EN LA BIBLIA

La palabra Padre evoca imáge-nes y símbolos que se repiten in-cluso en los sueños: un hombre ala entrada de la tienda, el murmu-

llo de mujeres, de niños y anima-les; un rey en su aposento real...Pero también evoca la mirada afec-tuosa, la bendición, el cabello gris,

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el cuerpo que se curva, el lechode muerte.

En tiempo de los patriarcas eljefe del clan era referencia obliga-toria incluso para el descubrimien-to de su Dios. Su Dios era un Diospatriarcal. Si nos situamos en elorigen de la fe israelita, las tradi-ciones bíblicas difieren en cuantoal origen de la fe en Yahvé. Por unaparte, el nombre de Yahvé apare-ce del principio al fin del Génesisy se remonta a los orígenes de lahumanidad (Gn 4, 26). Por otraparte, según Ex 3, 13-15, el nom-bre de Yahvé se revela por prime-ra vez a Moisés. En esta línea, Gn35, 2-4 indica claramente que losantepasados de Israel adoraronotros dioses diferentes de Yahvé.Y, además de Yahvé, emplean otrosnombres, algunos de carácter máspersonal, para referirse a Dios,como “el Dios de Abrahán”, “elDios de Abrahán tu padre” o “elDios de Abrahán, Isaac y Jacob”. Larelación del hombre con Dios apa-rece por la analogía padre-hijo, enlas narraciones patriarcales, dondeel papel de la madre es secundario.

Los relatos patriarcales tieneninnegablemente un carácter pa-triarcal. El Dios de Gn 12 es unDios que acompaña, guía y prote-ge la familia, prototipo de la fami-lia humana, o sea, de la humani-dad. La promesa y bendición divi-nas apuntan hacia el futuro y to-man como referencia el pasado dela gran familia humana. Abrahán –Isaac – Jacob – doce hijos – docetribus. Israel comprendía su pre-historia como una sucesión de“padres”. Y la memoria del pue-blo es guardada según lo que“nuestros padres nos han conta-

do” (Sal 78, 3-7).Todo esto todavía no remite

directa y rápidamente a Dioscomo padre. Nuestra imagen deDios y nuestra lectura del AT estácondicionada por la mirada y la in-vocación de Jesús, cuando dice “Pa-dre nuestro”. Y también porque Je-sús se presenta como “hijo de Dios”y por nuestra filiación divina.

No se puede buscar, sin más,en el AT, el modelo y la base obje-tiva de la “religión del padre”. Elantropomorfismo de Dios comopadre no es tema principal de lateología veterotestamentaria y setrata con extremada reserva.

La representación de una pa-ternidad física de Dios queda ex-cluida en el AT: Yahvé no tienemujer, ni sexo determinado, nitampoco hijos. No cuenta para élla categoría de la sexualidad, a di-ferencia de lo que sucede con tan-tos dioses ubicados en la cercaníade Israel. Dios es padre por “adop-ción” (2S 7,14; Sal 2,7)

El pueblo de Israel se auto-comprende como hijo adoptadopor Yahvé, por elección libre ysoberana (Os 11, 1; Jer 3, 19). ElSal 109, 13 y Pr 3, 12 confirman laexperiencia divina de Israel sobrela naturaleza del padre humano. Elhecho de que Dios pueda presen-tarse con el símbolo de “padre”se percibe como un beneficio paralos hombres.

Un Dios padre majestuoso ybueno aparece en alguno de lostextos más significativos del AT. Así,el Segundo Isaías, en la tribulacióndel exilio, apela a la libertad y a lasoberanía de Yahvé con las imáge-nes del alfarero y del padre (Is 45,9-11; 63, 15 ss) Estos textos ex-

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presan la fe del pueblo que creeque su destino depende de la mi-sericordia de Yahvé.

Por tanto, el AT no se ha fun-dado en la visión que tiene su en-torno cultural sobre el padre hu-mano, para expresar la esencia ín-

tima de Dios. El hilo conductormás adecuado para la revelaciónde Dios como padre, es segura-mente su condición de Creador,que está por encima de los condi-cionamientos patriarcalistas o bio-lógicos.

DIOS, EL CREADOR

La palabra creadora de Yahvéconstituye la naturaleza de las co-sas en su origen y actividad (Is 40,26; Jb 37, 6; Sal 147, 15). El cosmoses fuente de revelación de Diosporque es Dios quien llama a lascosas del no-ser para que sean. Ylo hace por su palabra: Dios dice yaquello es hecho de la nada. SóloDios es creador porque sólo éles capaz de crear a partir de lanada (Is 40,25-30; Jb 38).

Sin embargo, Dios crea ponien-do orden en lo creado. Su palabraestructura el caos. Al mismo tiem-po, el Creador dialoga con su cria-tura humana. Es una manera deconcederle un inmenso respeto.Todo esto, desde una especie dedulzura fundante, que será la basedel sermón de la montaña, cuan-do será proclamada la perfeccióndel Padre (Mt 5).

Al decir que Dios crea “en elprincipio”, no se opone la eterni-dad del mundo creado a la de Dios.Sólo Dios es principio de lo queexiste: el mundo viene después,aunque no se puedan establecerfechas cronológicas para la pos-terioridad de lo creado. Ese “ori-gen sin origen” encuentra su fuen-te en la inefable paternidad divinay es incomprensible sin un “fin”,que nos es desconocido. Inclusolo desconoce el mismo Hijo, que

deja este secreto para el Padre (cf.Mt 24,36).

Creación y ecología

El esfuerzo que viene haciendola teología sobre la problemática dela Creación denota que, en la cues-tión ecológica, está en juego mu-cho más que un tema exclusivo dela teología. La cuestión ecológica nossitúa ante el futuro de las relacio-nes hombre-naturaleza-Dios.

En este contexto, aparece elcarácter central del concepto deDios como Padre y Creador. DiosPadre es autor de la vida, es crea-dor y salvador del mundo. El man-dato de dominar la tierra ha pasa-do por muchas interpretacionesa lo largo de la tradición cristiana.La interpretación, que tal vez másse impuso en medios no cristia-nos, tendía a interpretarlo comosi fundara un comportamientoarrogante del hombre sobre lanaturaleza. Otras interpretaciones,lejos de presentar una visión an-tropocéntrica del hombre sobrela naturaleza, ponen de relieve unacomprensión contemplativa delmundo, que debe ser amado y res-petado como signo mediante elcual Dios se revela.

La acusación y desconfianzaque se mantienen en referencia a

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la interpretación del mandato delGénesis tiene como consecuen-cia la sospecha de una concepciónindividualista del ser humano; lavisión del hombre separado de lanaturaleza, que puede ser conquis-tada y destruida en nombre delprogreso; y, finalmente, la lucha delhombre por la vida se transformaen instinto amenazador que pesasobre todas las otras formas de vida.

Teológicamente, optar por unavisión de dominio dictatorial delhombre, es introducir una escisiónirreparable en la propia idea de lacreación, separando el hombre delcosmos. Es expulsar de la vida cris-tiana, de su teología y espirituali-dad la noción, tan presente para losantiguos, del cosmos como una epi-fanía, manifestación de un misterioque pide reverencia y respeto.

El cristiano debe recuperar unamirada contemplativa, extasiada,para ver en el mundo, en la reali-dad, en todos los seres vivientes,la marca común de criaturas deDios. Tenemos que aprender a verel mundo como creación divina,morada de Dios y del ser huma-no. Podemos encontrar las fuen-tes de inspiración, de este impe-rativo, en la vida y experiencia demuchos santos.

Del antropocentrismo al teo-centrismo

La teología cristiana ha de pa-sar del antropocentrismo, que llevaa la crisis de la paternidad, al teo-centrismo, es decir, a la visión de lacentralidad de Dios que es PadreCreador y también Espíritu y vidaque habita en el hombre y en elcosmos. En esta perspectiva la

persona humana y el planeta tie-rra pasan a tener derechos igua-les. El hombre es conciudadano deuna comunidad de seres vivos quelo antecede en su emerger demanos del Creador.

El camino teológico para lasuperación de la crisis ecológica,está en volver a preguntarse so-bre el Dios de la revelación judeo-cristiana, de quien la creatura hu-mana es imagen. Un Dios que semanifiesta, no por el dominio, sinoporque abre su mano a los sereshumanos y les ofrece sus prerroga-tivas. Un Dios que viene humilde asu creación para revelarse, hacermorada, conocer y ser conocido.

Conocer a Dios es insepara-ble de amar a Dios y a la creación.Conocer la creación será poner-se, modesta y maravilladamente,en la escuela del amor que mira,ve con respeto y entra en rela-ción. El mundo, así considerado,será diáfano y trasparente ante lamirada humana, hecha capaz decontemplación y adoración.

El ser humano y la creación

El ser humano está llamado adescubrir en el mundo su lugar dealianza y comunión con la totali-dad del cosmos. El punto de par-tida de la antropología cristiana esel hecho indiscutible de la terre-nalidad de la especie humana. Elcapítulo 2 del Génesis llama alprimer hombre –a él y a toda laespecie humana por él simboliza-da- el terreno. Ése es el significadode Adán (Adamá). Como las de-más especies animales, la humani-dad está compuesta de tierra. Bro-ta de la tierra y del aire y depen-

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de de tierra y aire para respirar,alimentarse y mantenerse en vida.

Al tiempo en que se descubreny autocomprenden como “ser dela tierra”, Adán y su descendencia,perciben también que la tierra noles pertenece. La tierra, en ciertamanera, “resiste” al hombre, quepor esto en algunas tradiciones laproclama sagrada, venerándolacon cariño filial, como Madre pre-ñada de vida. El sujeto de la crea-ción, para la Biblia, es Dios. Y lacreación, toda ella, posee capaci-dad generadora de vida. El Dona-dor de vida por excelencia essiempre, en última instancia, el Es-píritu de Dios.

Mundo y hombre son copartí-cipes de la vida de Dios. Y si alhombre le es dado algo más, es laresponsabilidad de ser guardián yprotector de la vida creada. Elhombre es el representante delDios de la vida y la obra de susmanos en medio del cosmos (cf.Gn 1,28-31).

Una creación no reconciliada

Aunque buena y digna de re-verencia, lugar y morada de la vida,la creación no es una grandezaharmónica y en sí misma reconci-liada. El mundo es una grandezadividida, conflictiva, sufrida, porqueestá atravesada por el mal y “so-metida” por él. Todas las criaturasparticipan de esta condición y jun-tas gimen y esperan la liberación(Rm 8, 19-22). El cristianismo pro-clama que sólo el paso por el do-lor creativo y mesiánico de la nue-va creación, inaugurada con la en-carnación, vida, muerte y resurrec-ción de Jesucristo, permite decir

que el mundo es gracia.La presencia de Dios en la

creación, todavía esclavizada, esdon, pero don vulnerable, expues-to y herido por el desorden queel mal inaugura e instaura en lahistoria. La preocupación por elmundo implica un despertar éti-co, que consiste en restituir alhombre y a la mujer, desposeídosy expoliados, el cosmos que es ellugar que les pertenece y en el quepueden vivir con dignidad, comohijos de Dios.

La primera forma de restitu-ción es la cósmica y ética. Esta res-titución se da bajo la forma de lamateria a la que el ser humano tie-ne derecho. Se da en forma de“devolución” del pan al hambrien-to, del techo al exilado, del agua alsediento. Ayudar a los necesitadossignifica restituir un pedazo delcosmos a quien primero se hadesposeído de los bienes del mun-do. Este gesto es el parámetro deljuicio escatológico (Mt 25, 31-46).

La segunda forma de restitu-ción es la dolorosa. La creaciónes también lugar de lo patético, delo padecido, de la vulnerabilidadafectada. Si hay que restituir signi-fica que hay una pérdida, una ca-rencia, un sufrimiento originadopor una agresión anterior. Y estapérdida inscribe en el cosmos lamarca del pathos. La utilizacióndesordenada de los recursos dela naturaleza hacen sufrir tanto alser humano como a la naturaleza.

Exponiéndose a “estar en elmundo” (Flp 2, 5-11), Dios mismoasume, en la carne vulnerable deJesús de Nazaret, las consecuen-cias de la interacción con las co-sas y el cosmos. Fueron y son su-

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yos también los sufrimientos cau-sados por las calamidades no con-trolables. El sufrimiento inmereci-do, todo lo que es experimenta-do como penoso, pertenece tam-bién al sufrimiento de Dios encar-nado en Jesús.

La encarnación del Verbo, porsu parte, remite a la creación enel origen de los tiempos. Algunascorrientes teológicas ven la crea-ción como el primer gesto de des-pojamiento de Dios, el cual, paracrear un mundo “fuera” de sí, hatenido que abrir “dentro” de sí unespacio a la finitud. En ese espacioabierto y “capaz” de finitud va aemerger el cosmos, que es “capaz”,por su parte, de recibir a Dioscomo presencia vivificadora y vul-nerabilidad enamorada y salvado-ra. La naturaleza no está corrom-pida sino simplemente herida.

Creación y praxis histórica

No se puede olvidar que elcosmos es también el lugar de lapraxis histórica. La propuesta cris-tiana es propuesta y oferta pararecuperar y rescatar –salvar- elsentido del cosmos y del hombrey realizar así una nueva creación.Esta novedad, que el cristiano estállamado a introducir en la crea-ción y en la historia, no es otracosa que el designio originario deDios Padre Creador y Salvador.

La teología cristiana parte de

la fe en que Dios Padre desea ha-cer efectiva, ya en la historia, lasalvación que se consumará en lameta-historia. El cristiano está lla-mado a amar de todo corazóneste mundo, al que Dios “tanto haamado que envió a su Hijo úni-co”( Jn 3, 16-17) y al Espíritu devida y santidad. La “figura” y finali-dad entre el Hombre, Dios y laNaturaleza es el amor, no sóloextático y afectivo, sino tambiénefectivo y transformador. Cosmosy hombre llevan, en su mismo ser,su común destino de salvación.

Lo creado ha de ser salvadopor llevar en lo más profundo desí la presencia de Dios Padre, crea-dor y salvador. El cosmos es nues-tro espacio soteriológico, dondepodemos experimentar y ser ex-perimentados por el Espíritu deDios que habita en la creación.Además, el hombre es responsa-ble del futuro del cosmos, llama-do a construir una historia y acuidar de la supervivencia de todala creación. La interpelación eco-lógica recuerda y mantiene esamutua fecundidad de persona yplaneta, en amorosa filiación delcomún Padre creador.

Volverse atentamente sobre eltema de la creación significa, parael pensamiento cristiano, tocar enla hondura misma del misterio quelo anima y da consistencia y quese revela como misterio de salva-ción.

EL PADRE DE ENTRAÑAS MATERNAS

La revelación de Dios Creadory Padre ha llegado a su plenituden Jesucristo. Esto va a conducirtambién a la revelación de lo fe-

menino y de la maternidad enDios. Durante los últimos años sehan escritos muchos valiosos ar-tículos y libros sobre este tema.

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El pensamiento feminista

En los años 60 y 70 el movi-miento feminista ha participado delas recriminaciones antipaternalesy antiautoritarias en clave antimas-culina. El asesinato del padre es un“adiós al patriarcado” que quieresuperar la visión que ha atribuidovalor universal sólo al varón, olvi-dando la aportación femenina a lahistoria. Ya a comienzos del s. XXactuaba una nueva hermenèuticade lo femenino en el campo teo-lógico, la cual acusaba una formade institucionalización religiosaculpable de imponer esta equiva-lencia: “Dios es varón, entonces elvarón es Dios”. En su obra Másallá de Dios Padre, de los años 70,Mary Daly declaraba la instaura-ción de un nuevo y diverso sim-bolismo religiosa. El “padre” ase-sinado por el feminismo es elmodelo del ser y del actuar conel cual el hombre se ha identifica-do erróneamente en nombre deDios.

Otras vías del pensamientofeminista ofrecen una atencióncrítica al símbolo del Padre, subra-yando el peligro del paralelismocon el concepto de “patrón”. Hayque separar el apelativo paternodado a Dios de la visión latina depater-familias. En contra de lo quesolía suponerse, el verdadero sig-nificado de la paternidad de Dios,no se sitúa en la línea del padre defamilia de la tradición romana. Larevelación judeo-cristiana funda suvisión del padre en el símbolo másfértil de la dependencia, de la crea-turidad, de la confianza de estarestrechamente unidos y relacio-nados. Dios es Padre como crea-

dor, no como alguien que se im-pone de manera machista sobrelos restantes seres humanos.

Incluso la teología masculina hapuesto de relieve, en el conceptopaterno de Dios, el hecho de queDios es principio de una vida nue-va y protector de la vida a la queha dado origen. En ese sentido elDios de Jesucristo es Abbá, Diospróximo, materno, en el cuidadoque tiene por los hijos y por laatención que ofrece a la humani-dad.

Con la maduración del pensarfemenino y con la emergencia deotras tendencias, se ha descubier-to una instancia más profunda: esnecesario distinguir entre el hom-bre (varón) y Dios. Hay que recu-perar una filiación (estar en rela-ción) con el Padre liberada de lastendencias machistas. Tanto la mís-tica como la tradición monásticadel siglo pasado llevan adelante lainstancia de libertad y de identi-dad femenina. Esta tradición per-cibió algo importante: no se pue-de ver a Dios como Padre desdeuna perspectiva de exclusión ysometimiento de lo femenino.

El pensamiento femenino cris-tiano recupera y subraya, especial-mente en la figura de María, unestatuto de “hija mujer” de altísi-mo valor. La semejanza con el Pa-dre se establece en la máxima pre-rrogativa divina, el ser donador devida. Y la misma subjetividad de lamujer recibe una fuerza y una li-bertad inalcanzable de otra forma.

El verdadero sentido de lapaternidad de Dios

Volviendo a la referencia de la

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feminidad-eternidad divina, opera-da por el pensamiento femenino,permanece aún abierta la urgen-cia de recuperar el sentido y sig-nificado más auténticos de la pa-ternidad de Dios, más allá de lanecesidad de seguir conservandoeste nombre como referenciasimbólica y litúrgica.

Con la guerra de lo femeninocontra la tradición patriarcal sepuso en crisis la continuidad de latransmisión de los valores mascu-linos sobre los que se funda laidentidad del mismo varón. El pa-dre de hoy sufre las consecuen-cias de la des-universalización delo masculino. El feminismo hamostrado que el hombre es un“rey desnudo” (Elisabeth Badin-ter). El feminismo no es el únicoresponsable de la crisis de la mas-culinidad. Hay que decir, además,que en el feminismo se da el peli-gro de querer ver con lucidez loslímites y carencias de los hombresy de querer llegar a hacerse supe-rior de manera distinta a la quelos hombres lo han sido respectoa las mujeres.

Para los hombres, interiorizara la mujer fue cuestión teórica,radicalizada para poder acercarsea ellas sin temerlas. Por su parte,la mirada femenina sobre la efec-tiva “desnudez” masculina, si noviene unida a una capacidad deamor y misericordia hace difícilque la mujer se ponga en el ladodel hombre. Esta mirada puede seraltamente desagregadora.

Nuestras antepasadas “veían alhombre como un Dios” y proba-blemente tenían una vida más sim-plificada. Pero, en el deseo y luchade las mujeres que quieren ser

compañeras de los hombres y tra-bajar con ellos, de igual a igual, enlugar de hacerlo como seres infe-riores o menores, hay un núcleode legítima base teológica. El serdivino que nos ha creado, redimi-do y santifica no se identifica conun sexo más que con el otro. Encuanto trasciende a ambos sexos,Dios vincula a los hombres y a lasmujeres, sin suprimir la riqueza delas diferencias.

Principio masculino / princi-pio femenino

Creemos que hay un principiofemenino, como también un prin-cipio masculino en el hecho de queestamos creados a imagen deDios, salvados por el misterio pas-cual, y moldeados en nuestro nue-vo ser por el Espíritu de Dios. Peroel principio masculino ha sido re-conocido mucho más ampliamen-te. Por eso es más importante queel principio femenino haya sido sa-cado del sometimiento a que habíasido mantenido en estos siglos detradición judeo-cristiana. Es tiempo,por tanto, de repensar nuestra feen Dios. Una fe que sólo lo identifi-que con características masculinases incompatible con la revelacióncristiana y con el Dios de amor re-velado plenamente en el NT.

Sólo una imagen masculina yfemenina de Dios, que integre laplenitud de la humanidad –mascu-lino y femenino- y también la rea-lidad cósmica, puede servir ade-cuadamente como símbolo de lodivino. Si el ser humano es la ima-gen de Dios (Gn 1 y 2), exami-nando el concepto que tenemosde la imagen (el ser humano), ve-

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mos analógicamente las caracte-rísticas del modelo (Dios).

En la tradición judeo-cristiana, yaún hoy en la llamada civilizacióncristiana-occidental, este concep-to ha sido decididamente andro-céntrico. Así en la tradición yahvis-ta del relato de la creación (Gn 2,18-24), lo mismo que en los rela-tos de la alianza, el elemento divi-no (Dios, Jesucristo) es represen-tado con rasgos masculinos, y elhumano y pecador (Israel, la Igle-sia) con rasgos femeninos.

Según San Agustín, la mujer pue-de ser considerada imagen deDios en su alma racional, pero noen su cuerpo sexuado. El géneromasculino, en sí mismo, simboliza laexcelencia de la imagen divina. Elhombre (en cuanto varón) es teo-morfo y el Dios universal de todoslos pueblos se convierte en andro-morfo, toma la imagen del varón.

De acuerdo con esta teología,Dios siempre es llamado rey, juez,patriarca, marido, señor y padre.La mujer sólo puede alcanzar elnivel de imagen de Dios cuandopierde la feminidad, cuando renun-cia a sus funciones sexuadas y tras-ciende su sexo e identidad.

Cuando esta antropología seaplica a la imagen de Dios, empie-za a darse una escisión o rupturaentre la humanidad y la feminidad.Un Dios así concebido se identifi-ca con un solo sexo, el masculino,siendo un Dios opresor.

Lo femenino y lo maternal enDios (AT)

Aunque en las Escrituras y enla teología predominan los aspec-tos masculinos, también se en-

cuentran aspectos femeninos ymaternales. Así, no solamente po-demos encontrar a Dios comoPadre fuerte, sino también comoMadre compasiva, consoladora yprotectora, que revela fuerza, perotambién creatividad, equilibrio ybelleza.

El Dios del Cristianismo no esun patriarca solitario, sino que esuna comunidad de amor entrepersonas, en donde están integra-das las diferencias y pluralidades.En Dios, la vida es un proceso ple-no de procrear y nacer (desde unaperspectiva femenina). La comu-nidad humana –hecha de hombresy mujeres- encuentra en esta co-munidad divina su semejanza.

En el AT y NT, para referirse aDios, existen unos “núcleos” se-mánticos que abren el acceso a larealidad femenina del misterio deDios. Una de las expresiones usa-das con frecuencia es “rachami”,palabra que describe la clemencia,la misericordia. La raíz de la pala-bra es “rechem”, que significa elútero materno. Las “rachamin” serefieren a aquel lugar del cuerpode una mujer en donde el niño esconcebido, nutrido, protegido,donde crece y después es dado aluz. La palabra compara el amorde Dios con el de una madre (cf.Is 49, 15; Jer 31, 20; Is 42, 14)

Este amor invencible, que evo-ca la intimidad misteriosa de lamaternidad, se muestra de modosdistintos en la Biblia hebrea. Apa-rece como protección, salvaciónen los peligros, perdón para lospecados, como principio de fideli-dad, manteniendo las promesas eimpulsando a la esperanza, a pe-sar de nuestras infidelidades (Os

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14,5; Is 45,8-10; Mi 7,19; Dn 9,9).La “hesed” de Dios, la clemen-

cia profunda, la fidelidad para laspersonas, a pesar de sus infideli-dades y pecados, viene del cora-zón maternal de Dios, de sus “ra-chamin”. Dios siempre será com-pasivo e infinitamente tierno (Is 14,1). La fe de Israel es dirigida a esteDios como al útero de su madre.Llama y pide protección amorosa,con palabras que hacen sentir yexperimentar a Dios de modomaterno (cf. Is 63, 15; Sal 77, 9).

El término “ruach” también esevocativo. Significa “viento”, “espí-ritu” o “respiración de vida”. Y esde género femenino. A veces, enel AT, es una brisa suave o un vien-to fuerte (1 R 19,11; Is 57,13). Aveces, Dios envía el viento (Ez 1,4)o está en él. En el relato de la crea-ción (Gn 1, 2), cuando la “ruach”se mueve sobre la tierra, evoca lapresencia de una Madre Grandeque da a luz la creación a partirde su útero generoso y amoroso.Este mismo Espíritu aparece como“ruach”, madre de vida, y comoaquello que da respiración de vidaa todo lo que existe (Ez 36, 37; 1 S10, 6-10; 2 Re 3, 1 ss). En otro con-junto la “ruach” aparece comoDios (Is 63, 10-11; Sal 51, 13). Es-tos pasajes son una base para loque será el Espíritu Santo en elNT, que en muchos textos anti-guos aparece no como el Conso-lador, sino como la Consoladora.

Otra expresión significativa enel AT es la Sabiduría (hochmach,sophia), descrita como “la hija deDios”. Con ella Dios crea y reali-za su trabajo de dar vida. En Pro 8,23-31, la Sabiduría es imaginadacomo una madre que transmite

sabiduría a sus hijos. El autor dellibro de la Sabiduría la retratacomo una presencia femenina enla historia de la salvación. Ella eracompañera y guía. Ayudó a loshumanos en dificultades y peligros.Pasó con ellos el Mar Rojo. “Abrióla boca de los mudos y soltó lalengua de los pequeñuelos” (Sb10,21) de forma que pudieran ala-bar a Yahvé. Aquí se describe un“tipo femenino” de presencia yactividad de Dios.

Es útil comparar el relato dela creación en el Génesis, con ladescripción de la actividad de laSabiduría (Sab 7-8). En el Génesis,Dios forma “lugares” y crea for-mas de vida. Nosotros lo asisti-mos haciendo el mundo. El ve des-de fuera y está satisfecho. Es unaimagen masculina. En el libro de laSabiduría vemos la creación comoun proceso continuo de “orde-nar”, moldeando, inspirando, sos-teniendo, cambiando desde den-tro. Este trabajo sólo puede sercaptado correctamente por al-guien que vive con la Sabiduría.

Lo femenino y lo maternal enDios (NT)

En el NT no se encuentran losmismos tipos de imágenes. Jesúses obviamente un hombre. El serefiere a Dios como Abbá-Padre,apelativo masculino. El EspírituSanto es llamado “pneuma” engriego. El género de esta palabra esneutro, ni masculino ni femenino.

Sin embargo en los escritosjoánicos aparece una palabra confuertes raíces en la tradición cris-tiana y que se refiere al misteriode Dios. Es la palabra “ágape”, que

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traducimos como “amor”. “Dios esamor” (1 Jn 4, 8-16). Es una palabrasignificativa, no porque tenga géne-ro femenino en griego, sino por laprofunda realidad que expresa. Laágape joánica es el amor de Diosque se derrama sobre el mundo. Lasrelaciones amorosas que instaurapromueven y animan la comuniónentre las personas.

El amor de Dios por la huma-nidad es la imagen y forma de larealidad más honda de Dios. Elamor, así misteriosamente enten-dido, es inclusivo, no dejando fue-ra a nadie, y mucho menos a los

pobres o los pequeños de estemundo. La reciprocidad trinitaria,primero y último elemento detodo lo que existe, es matriz parala reciprocidad interhumana. ElHijo y el Espíritu Santo son refe-rencias de un principio sin princi-pio, Misterio absoluto, que puedefundarse en el Padre. Así tambiénel hombre y la mujer son consti-tuidos a través de la referencia aun dinamismo que los trasciende yque constituye el misterio del serhumano, donde se incluye lo mas-culino y lo femenino, sin que hayasupremacía de uno sobre otro.

LO FEMENINO Y LAS PERSONAS DIVINAS

Examinaremos ahora las carac-terísticas femeninas de cada unade las personas divinas. Contem-plar la Revelación del Hijo Encar-nado y del Espíritu que opera enel útero de la historia, nos permi-tirá llegar al Origen sin origen, elPadre de toda paternidad.

El Hijo

En el Hijo, Dios se hizo carnede hombre y mujer. El Jesús histó-rico inició un movimiento caris-mático itinerante donde hombresy mujeres trabajaban juntos comocompañeros. Distinto de Juan elBautista, que enfatizaba la ascesisy la penitencia, y de Qumrán, queadmitía sólo hombres. El movi-miento de Jesús se caracterizabapor la ausencia de prejuicios y porel no-cumplimiento de los tabúesde aquella sociedad.

La actitud de Jesús con lasmujeres fue considerada comoalgo extraño en su tiempo, inclu-

so para sus discípulos (Jn 4, 27).La idea de que las mujeres sonparte y participantes activas delReino (Lc 10. 38-42), así como be-neficiarias privilegiadas de los mi-lagros, aparece en los cuatro Evan-gelios (Lc 8, 2; Mc 1, 29-31; 5, 25-34; 7, 24-30; y otros).

La actitud de Jesús con lasmujeres tiene significado teológi-co para nosotros. Aceptando lasmujeres tal cual eran, incluso suscuerpos considerados débiles eimpuros, Jesús anuncia una antro-pología integradora que concibeel ser humano como un compues-to de cuerpo y espíritu, tanto enlos varones como en las mujeres(Mt 9, 18-29; Lc 7, 36-50).

Después de analizar las actitudde Jesús con las mujeres, hemosde considerar lo femenino en Je-sús. Todo ser humano es, al mis-mo tiempo, en diferente propor-ción, animus y anima, masculino yfemenino. Jesús superó el andro-centrismo de su tiempo e integró,

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en su vida y en su obra, muchascaracterísticas del comportamien-to femenino y masculino.

Los evangelios retratan a Jesúscomo un hombre que no se aver-gonzaba de sus propios sentimien-tos. Sentía la emoción y el dolorque afligieron las rachamin deYahvé en el AT. Jesús llora por elamigo Lázaro muerto, se lamentade la ciudad responsable de sumuerte (Lc 19, 41) y llora sobre lospolluelos de Jerusalén que deseóacoger bajo sus alas (Lc 13, 34).

Hay una mujer especial paraentender lo femenino en Jesús. ElHijo, preexistente desde toda laeternidad, es también el hijo deuna mujer, María (Mc 6, 3; Mt 13,55; Jn 6, 42), nacido de mujer (Gal4, 4). Sus contemporáneos se ex-claman: “¿No es éste el hijo delcarpintero? ¿no se llama su ma-dre María y está entre nosotros?”(Mt 13, 35; Mc 6, 3; Jn 6, 42).

En el centro del misterio de laEncarnación, salvación para el gé-nero humano entero, el NT pone aun hombre y una mujer, Jesús yMaría. Dios toma carne humana eny por medio de la carne de la mujer.Dios no se hizo hombre para iden-tificarse solamente con la mitad dela humanidad, sino que se hizo car-ne, de forma que el camino al Pa-dre pasa por su condición humana,masculina y femenina.

El Espíritu

En este contexto podemoshablar del Espíritu Santo comoAmor Maternal Increado, comomaternidad creadora de Dios. Te-niendo el significado básico deviento, el término ruach es, casi

siempre, femenino. La “ruach” apa-rece como presencia del mismoDios que trae y da a luz la vida. La“ruach” hace nacer el cosmos delcaos. Así, es el modo divino por elcual las contracciones divinas delPadre Creador han hecho posiblela existencia del universo.

Esta misma ruach, madre yfuente de vida, instala, en el cora-zón de la realidad, la diferenciafundamental entre creación yCreador, abriendo la base para eldiálogo de alianza y amor. Tomaráposesión de los profetas (Ez 36 y37; 1 S 10, 6-10; 2 R 3, 15) y, entextos más recientes, apareceidentificada con el mismo Dios (Is63, 10-11; Sal 51, 13). En el NT semostrará como tercera personade la Trinidad, que desciende enforma de paloma sobre Cristo, enel Jordán y que es llamado Con-soladora, con acentos femeninos,artesana de la creación nueva.

El Espíritu Santo es percibidocomo el que trae la defensa y con-solación a la comunidad, en la au-sencia del Hijo. Toma el lugar deJesús, en la comunidad de fe, como“otro Paráclito”, que vive entrenosotros, al lado de los bautiza-dos, como nuestra defensa y ple-nitud. Trae consolación y apertu-ra para la alteridad, para que per-manezcamos unidos a Jesús, estan-do separados de él. Sin ser el Hijoo el Padre, es posible identificar aeste “otro”, que empieza a ser “laPresencia” divina, en un mundoque llora y se lamenta por la au-sencia del Salvador y se siente in-seguro y amenazado de volver alcaos primitivo.

Algunas referencias de Jesús alEspíritu, en el evangelio de Juan,

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tienen connotaciones maternales.El Espíritu no nos abandonarácomo huérfanos (14, 18); nos con-suela, exhorta y conforta comomadre amorosa (14, 26). Pablohabla del Espíritu como haciendolas cosas que normalmente haceuna madre: enseña a balbucear elnombre del Abbá-Padre (Rm 8, 15)y de Jesucristo (1 Co 12, 3); y nosenseña a pedir de manera acepta-ble y agradable a Dios (Rm 8, 26).

La concepción virginal de Ma-ría es obra del Espíritu Santo,Amor Maternal, Amor que conci-be, fértil receptividad divina, quehace posible lo que es humana-mente imposible. En la diferenciaintacta de María de Nazaret, per-mite hacer surgir la diferencia másdiferente (eterna): la Palabra Encar-nada, Dios hecho carne en el úte-ro de la humanidad. El EspírituSanto –ruach del AT y pneuma delNT- es el Amor divino-maternaldel Padre, que hace posible la con-cepción humana de Cristo, y seexpresa en ella.

El Padre

El Hijo y el Espíritu Santo nosconducen hasta el Padre invisible,el Abbá de amor eterno, Comien-zo sin comienzo, Misterio sin fin,que está más allá de lo masculinoy femenino, pero que los funda-menta en su Amor eterno. Estemisterio es la expresión más ex-celente de la paternidad del Diosal que Jesús llama Abbá-Padre. Tan-to en la alegría (Mt 11, 25-27)como en la angustia (Mc 14, 32-42) o en la devoción solemne (Jn17, 18) puede encontrar la teolo-gía, en este Padre, los rasgos bási-

cos de lo femenino y maternal.Dios Padre es el Padre de Je-

sucristo. Sólo la relación de Jesúscon el Padre puede ser la llave deinterpretación de la paternidad deDios. Para muchos creyentes elPadre aparece solitario, invulnera-ble, impasible. Pero esta idea estálejos de la idea bíblica de Dios.

El Dios de la Biblia, el Señorpoderoso, Guerrero terrible,Creador de todo lo que existe esun Dios de clemencia y ternura,cuya misericordia (hesed) no des-fallece de generación en genera-ción. Las profundidades más pro-fundas de este Dios de clemenciason comparables a un útero (ra-chamin) movido de compasiónpara con el Hijo amado.

Ese Dios, de entrañas mater-nas y que tiene un útero, es el Pa-dre que, siendo misterio del Co-mienzo sin comienzo, Fuente deVida, no puede ser simplementePadre, sino que debe ser al mis-mo tiempo Padre y Madre.

Si el Hijo sólo viene del Padre,este evento que da vida debe serconsiderado desde la procreacióny nacimiento. Un Padre que gene-ra un hijo y lo trae al mundo, nopuede ser sólo padre, sino que hade ser un padre materno. Eso sig-nifica que Dios es ambas cosas: esel Padre materno del único Hijopor él engendrado y es la Madrepaterna del único retoño que nacede ella. En el XI Concilio de Toledo(675) se afirma: “... nosotros hemosde creer que el Hijo no vino de lanada ni de cualquier otra sustancia,sino que fue generado o nacido (ge-nitus vel natus) del útero del Padre(de utero Patris)” (DS 526).

Sin recurso a las categorías

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patriarcales, la sabiduría de la Igle-sia ha sobrepasado el monoteís-mo patriarcal y el panteísmo ma-triarcal. La doctrina cristiana so-bre el misterio del Abbá de Jesús,Padre materno y Madre paterna,abre el camino a una comunidadde hombres y mujeres que, “en launidad del Espíritu Santo” (2 Co13, 13) debe superar privilegios ydominaciones de cualquier tipo.

El Dios en clave patriarcal apa-rece distante y soberano, invulne-rable a los dolores y sufrimientosde la humanidad, silencioso antela cruz del Hijo. En contraste, elAbbá de Jesús participa y está apa-sionadamente implicado en lossufrimientos del pueblo de Israel.

En la Pasión del Hijo, el Padrellega a la máxima apertura amo-rosa y universal. Entregando alHijo amado en manos de los hom-bres, el Abbá es entregado también.Sufre en su útero divino de Padrematernal, el dolor infinito, la im-potencia angustiada, la muerte desu paternidad materna, crucifica-da en la Cruz del Hijo. Y en el mis-mo movimiento de amor trinita-rio, la pasión de Dios, que es Pa-dre maternal, que es Hijo, que esEspíritu de amor, abre las puertasde la salvación a todos los aban-donados de este mundo.

De la muerte del Hijo, del do-lor del Padre y de la resistenciapaciente del Espíritu, brota la sal-vación, la liberación del dolor y delsufrimiento. Dios nos deja librespara que podamos vivir de amorcompadecido, para que podamosrealizarnos como humanos, varo-nes y mujeres, en su amor crea-

dor y paciente. En la pasión delHijo, el Padre materno y el Espíri-tu de Amor se unen a aquellos quetienen que aprender, viviendo ysufriendo, a ser humanos en co-munidad agápica. En la pasión delamor trinitario se realiza la plenaintegración y redención de todaslas dimensiones del ser humano.

Conclusión: creo en Dios quees Padre Maternal

La desaparición de las estruc-turas patriarcales implica una re-volución que afecta al lenguajehumano sobre Dios. Un cambioparadigmático que jamás se ha vis-to en la historia de la doctrina cris-tiana. La imagen divina se encuen-tra tanto en las mujeres como enlos hombres. Si el Dios en quiencreemos tiene características mas-culinas y femeninas, para descri-bir a Dios habrá que usar palabras,metáforas e imágenes masculinasy femeninas.

Si tanto las mujeres como loshombres son teomorfos, es nece-sario que Dios no sea descrito opensado simplemente como an-dromorfo (en clave de varón), sinoantropomorfo (en clave humana,varón y mujer). Tendremos queluchar con la pobreza del lengua-je humano, limitado para expre-sar la majestad e inefabilidad delo divino. Pero tendremos quecombinar los dos símbolos, los doslenguajes y las dos metáforas –lomasculino y lo femenino– paraconseguir una mejor descripciónde lo divino.

Condensó: CARLES PORTABELLA