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2 cuentos inusuales Edición especial para: Valeria Corrales Hin Karen Solano Murillo

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Tres cuentos ficticios para entretenerse un rato

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2 cuentos inusuales

Edición especial para:

Valeria Corrales HinKaren Solano Murillo

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Feliz Cumpleaños

Hola!

Espero de todo corazón que tu cumpleaños haya sido todo lo que querías y más. Me divertí mucho en esa fiesta tuya, pero desde luego la diversión que importaba era la tuya.

Quise darte este regalo porque es una de las cosas que sé hacer, es un regalo con el que sé que no me olvidarás.

Y además, quise darte este regalo porque siempre eres tú la que lee mis libros y me soporta cuando ando inspirada y no paro de hablar del tema.

Respecto a la calidad de mis “obras literarias”, no puedo opinar yo sola, por eso siempre busco una opinión que valga de verdad, y yo sé que ésa es la tuya.

Vale, quiero decir aparte de todo que eres una persona muy especial para mí, súper divertida, y siempre muy Vale.

Espero que nunca cambies, que siempre seas así, con esas emociones tan intensas que tienes siempre (dema feliz, dema triste, loca alborotada, siempre tú)

Y espero que de verdad en tu vida futura alcances todo el éxito que mereces, que todo lo que sueñes se haga realidad y que consigas todo lo que pueda hacerte más feliz.

Y nada, no me olvides nunca, porque para mí tú eres inolvidable.

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Las BrujasHannia

Hannia resopló aburrida. Pasó la página distraídamente y miró por la ventana.

Le pareció entonces ver un chispazo violeta en una ventana de las casas aledañas. Parpadeó pensando que era un efecto de luz, cuando la mano del profesor golpeó su pupitre. Levantó la vista despacio y sintió avecinarse un sermón.

-Me gusta que se me preste atención mientras hablo, Hannia. – dijo él simplemente. Sorprendida porque se hubiera limitado a eso, Hannia siguió fingiendo prestar atención hasta que la clase terminó.

-Hannia, espera un segundo, necesito hablarte. – le dijo el hombre. Ya sabía ella que no tenía tanta suerte. Se devolvió mientras todos salían y miró al profesor con expresión temerosa. – He visto que últimamente no estás prestando la debida atención, Hannia, y eso me preocupa. Tu comportamiento es inaceptable. Espero, por tu bien, que esto cambie. Si no, me veré obligado a llamar a tus padres.

-Disculpe, profesor. – se limitó a decir ella. No era su culpa que esa clase fuese tan aburrida. Sonrió tímidamente y se fue. Tanto sólo por haber visto la ventana…

Salió a la calle. Su pesadísimo día lectivo había concluido y Hannia solo quería irse a dormir.

Mientras que, en la casa donde, un minuto antes, Hannia había visto el resplandor violeta, dos mujeres hablaban algo incomprensible para personas normales.

-Insisto en comunicarme con ella. Quiero decírselo personalmente. – dijo la joven.

-No te creerá. Te tachará de loca y luego te ignorará. Eso será todo, una pérdida de tiempo. – sentenció la vieja.

-¿Eso mismo pensaste cuando Isma quería hablarme?- preguntó enarcando una ceja y mirándola inquisitiva tras sus ojos, los cuales parecían celestes. Su mirada felina taladraba a la anciana, que, incómoda, refunfuñó algo incomprensible. Pero al parecer, la joven sí lo había entendido, porque echó a reír, con una risa cantarina, y miró divertida a la anciana.

-Sin duda alguna, Nazareth, tus opiniones sobre la gente son desacertadas del todo. Sin embargo, y precisamente por esto que dices, insisto en decírselo a ella. Sus capacidades son incalculables, debemos darle una oportunidad. – la mujer dejó lucir una sonrisa encantadora y la vieja la miró ceñuda.

-¿Qué planes tienes en mente, Caterina? Por más brujas que entregues, él no va perdonarte…- le dijo la vieja. Caterina desvió la mirada molesta y luego la redirigió a la vieja.

-Yo sé lo que hago.

-Haz lo que quieras, Caterina, me da lo mismo. Sólo nos vas a exponer.

Caterina rió.

-Yo jamás.- exhibió de nuevo su sonrisa y salió de la casa, acompañada por la vieja. Las dos mujeres sabían de sobre que había al menos un par de ojos clavados en ellas, espiando desde cada cortina del barrio.

“Hacen bien en desconfiar”- pensó Caterina. Sin embargo, sonrió a la vieja como si acabaran de tener una charla amena sobre cualquier cosa.

-Se lo agradezco mucho, señora Connors, a Emma le encantarán estas galletas.

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-De nada, hija, ve con cuidado. Y ya lo sabes, cuando quieras alguna receta, me dices.- sonrió indulgentemente la anciana.

Caterina se fue, meneando en su brazo una cesta con la que no había salido de la casa.

Justo entonces Hannia caminaba por esa misma acera. Se sentía incómoda, como si todos desde el interior de cada casa, la estuvieran mirando.

Una mujer curvilínea, de mirada felina, vestida totalmente de negro, que llevaba una cesta colgando del brazo, la miró fijamente y sonrió con picardía.

-No te preocupes.- susurró.- no hacen más que mirar. Nunca pasarán de eso, Hannia. –y siguió caminando.

Hannia se quedó clavada en el sitio sin lograr salir de su asombro. ¿Cómo había sabido esa mujer lo que acababa de pensar? ¿Y su nombre?

Al cabo de un rato echó a andar, sintiendo que ya no soportaba esa sensación de ser observada por alguien que no podía ver.

Trató de olvidar lo que había sucedido, pero sólo logró apartarlo de su mente por ratos.

Hasta que al día siguiente, cuando llegó al colegio, encontró con situaciones mejores en que pensar.

Había revuelo en la clase. Todos los compañeros de Hannia se amontonaban junto a la ventana mirando a alguien o a algo que subía a la clase.

Inquieta, Hannia puso su mochila en un pupitre y se acercó a sus amigas para preguntarles qué sucedía.

-Ash, están viendo a alguien.- resopló molesta Anie. – al parecer nunca les basta con nosotras.

-¿Qué?

-Nada.- rectificó. Hannia volvió a mirar hacia la ventana. Descubrió entre todas las cabezas la rojiza melena de Andrés, el chico que le gustaba a ella. Hannia reprimió una risotada.

-¿Y a quién ven?- preguntó, para desviar el tema de Andrés.

-¡Yo que sé! Parece que es una alumna nueva, pero no sé. Sé que no me cae bien. Transmite malas vibras.

Hannia evitó poner los ojos en blanco. Anie y sus vibraciones… lo cierto era que nadie sabía qué irradiaban las personas mejor que Hannia, pero la muchacha sólo sabía quién era de fiar y quién no, y cómo lo sabía no le importaba. Para ella era como el instinto.

-Ya veo.- de pronto todos corrieron a sus asientos, Hannia y las otras los imitaron. Minutos más tarde, llegó el profesor, acompañado de una joven que, como diría Hannia, no irradiaba confianza.

Tenía una mirada felina de ojos celestes, enmarcados por pestañas negras muy tupidas. Su piel era muy blanca, y su cabello negro lacio y largo, hasta la cintura.

Hannia notó algo más. Aquella era de esas personas que son como un imán para los ojos, porque donde llegan, todas las miradas se posan en ellas. Algo en ella hacía que todos la mirasen sin poder evitarlo. La única que parecía ser inmune a este efecto era ella, pues todos la miraban idos, sin parpadear.

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El profesor comenzó a hablar a sus alumnos, sin apartar la vista de la nueva.

-Buenos Días.- saludó. Nadie contestó. – me complace presentarles a nuestra nueva estudiante, conmigo presente. Caterina Gálvez.

Hannia la miró a los ojos y varias cosas sucedieron en el mismo momento. Primero, el tiempo pareció congelarse un instante. La chica miraba a Hannia y en sus ojos la segunda pudo adivinar que no era una persona normal. La segunda cosa que pasó fue que Hannia sintió una sacudida eléctrica en alguna parte dentro suyo, como un ramalazo de nostalgia, o un sentimiento de familiaridad ahogante. La tercera cosa que pasó fue que la joven Caterina, que no pasaba de 15 años, esbozó una sonrisa y una mirada comprensiva e inteligente, propia de alguien con varios años de más.

Luego el tiempo volvió a la normalidad y Hannia se obligó a sí misma a respirar.

Aquel sentimiento había sido muy fuerte, por no decir rarísimo. No logró escuchar las siguientes palabras del profesor, porque no podía apartar su mirada de Caterina, de cuyo rostro se había borrado aquella expresión como si nunca la hubiera mostrado. Ahora sólo le devolvía una mirada serena.

Curiosamente, detrás de Hannia estaba el único asiento vacío que quedaba.

La clase continuó con normalidad, al igual que el resto del día. Sólo que de pronto todos podían ignorar a Caterina, excepto Hannia.

Todo el día transcurrió rápido. No había sucedido nada extraordinario… hasta que a la salida, Caterina se acercó a Hannia y le habló. Hannia sentía que la había visto antes.

-Hola.- dijo con una sonrisa.

-Hola.- respondió tímidamente, desconcertada.

-Te he estado buscando. – dijo Caterina.

-Ah… ¿a mí? – se señaló a sí misma con el dedo índice.

-Sí, a ti, Hannia. – la muchacha recordó a la mujer de la acera la tarde anterior y sintió un escalofrío. Era idéntica a Caterina.

-Tú…- balbuceó, dándose cuenta de que actuaba como una loca.

-Sí, yo, Hannia. Me alegra ver que me reconoces.

-¿Qué? ¿Re-reco….? ¡Pero si yo nunca…!

-Tranquila. Ya sé que no entiendes, pero luego te acostumbrarás.

-¿Acostumbrarme? ¿A qué?

-A las cosas extrañas, Hannia. Por ejemplo, yo.- dijo con una sonrisa inquietante. – Voto por qué me acompañes a un lugar más tranquilo.

Hannia se iba a negar cuando algo en los ojos de Caterina la obligó a callarse y seguirla, aún en contra de su voluntad.

Se hallaban en una heladería, cada una con un helado mediano en su mesa mientras Hannia esperaba impaciente a que Caterina le dijera algo.

-Bien.- dijo al fin, haciendo a un lado su helado, el cual llevaba por la mitad. –trataré de que me entiendas lo más rápido posible, pero ya sé que tomará su tiempo. Antes que nada, voy a reafirmar tres cosas, y me encantaría que no las sugieras luego. Primero, no estoy loca, no

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padezco trastorno mental alguno… segundo, no estoy drogada ni he ingerido ningún tipo de alucinógeno, ni tampoco me he inyectado nada. Y tampoco he bebido nada que pueda alterar mi cordura, ¿de acuerdo?

Hannia asintió impaciente.

-Bien. –Repitió.- entonces te preguntaré algo. Dime, Hannia, ¿crees en la magia?

-No. – dijo ella de inmediato. –Desde luego no existe, es imposible que…

-Para.- la detuvo ella. – te voy a contradecir en eso.

-¿Qué estás queriendo decirme? Oye, mira, si te estás burlando de mi, si esto es una broma…

-No lo es. Te lo aseguro.

Hannia entrecerró los ojos. Caterina no parecía drogada, ni ebria, así que la única opción para justificar eso era que estaba loca. Como no debía sugerirlo, decidió que le seguiría la corriente hasta que pudiera huir de ella.

-Sé lo que estás pensando. No vas a decirlo, pero crees que estoy loca, y por eso me vas a seguir el hilo hasta escapar de mí.

Hannia reprimió su sorpresa. Podía decir que era una cuestión de lógica, para dar una explicación a lo que acababa de decirle ella.

Recordó la tarde anterior, la acera vacía, la sensación de estar siendo observada y Caterina, con apariencia adulta, “tranquilizándola”, adivinando lo que le cruzaba por la mente y llamándola por su nombre…

-Exacto, Hannia. No es normal, ¿cierto?

-¿Qué?

-Yo. Dime, ¿qué edad crees que tengo?

-Mira, en el mundo suceden cosas… que no tienen explicación, aunque no le pasan a todos. Admito que es raro, pero no entiendo para qué me buscaste…

-Eso es lo interesante. Pasan cosas raras en el mundo, pero… ¿A quiénes? ¿Has oído hablar de las brujas?

-Calderos, escobas, sombreros de punta, verrugas con pelos… sapos, ranas, gatos, yo que sé… ¿por qué me preguntas eso?

-No somos así.- dijo con un tono ligeramente amenazador y un rictus de rabia en la cara.

Hannia no le respondió. Le parecía que cada minuto que pasara con Caterina, seguiría escuchando más y más disparates.

-Es la verdad. No me prejuzgues, Hannia, lo que quiero decir es que tú y yo somos brujas, y puedo probártelo.

Hannia se levantó de la mesa y retrocedió dos pasos.

-Bueno, yo ya tuve suficiente.- comenzó Hannia, preguntándose si ella se habría escapado de algún manicomio. – Te sugiero…- comenzó ella, pero se le enrolló la lengua dentro de su boca antes de terminar de hablar.

-Así no son las cosas. Te advertí que no lo sugirieras, ¿verdad? Siéntate. –ordenó. Sin saber cómo, las piernas de Hannia caminaron y se arquearon por sí solas, y ella se vio sentada y enmudecida, además de confusa y asustada. – Yo no estoy loca. Y tú lo sabes. Tienes sólo dos

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opciones, Hannia. O aceptas lo que eres y te unes a nosotras para aprender a manejarte, o niegas tu naturaleza y a ver cómo hacer para manejar los problemas que vas a tener por tu negligencia. Si de veras aún no me crees, ya lo harás. Te voy a decir porqué, primero, porque todo lo que hagas te va comenzar a salir endemoniadamente bien. Aunque hagas lo peor, te saldrá bien. ¿A que suena lindo? Lástima que las personas que sí lucharán por lo que tú ganarás sin querer, se van a enfadar mucho y van a comenzar a sospechar. Te van a dar lata, y entonces vas a ver qué mal le va a los que te contrarían. Tendrán accidentes, y aunque suene bien aún, las cosas se van a salir de control. Entonces me vas a buscar. ¿No te gustaría saltarte todo eso? Apuesto a que ya me crees.

La lengua de Hannia se desenrolló. Algo en su interior se abrió a la verdad, como si de un recuerdo olvidado se tratara. La verdad la golpeó con dureza. En el fondo, algo dentro de ella sabía que Caterina decía la verdad y que ella era una bruja. Era verdad. Imposiblemente, era cierto. Miró a Caterina y vio la sonrisa dibujada en sus labios.

-Eso me hace feliz.- dijo. Su sonrisa se ensanchó, y por fin desde que había pasado por el callejón la tarde anterior, Hannia se sintió cómoda.

Perdida en los recuerdos sobre cómo había conocido a su ahora mentora Caterina, la bruja, a Hannia se le había olvidado lo que estaba haciendo, y sólo se dio cuenta de lo que se había incendiado cuando el olor la trajo a la realidad.

-¡Hannia! – reprochó su madre desde el piso superior de la casa. La muchacha puso los ojos en blanco y frotó sus manos, reuniendo la energía exterior para no gastar la suya propia. Con las manos cargadas de una luz violeta, dibujó un floritura en el aire y la lanzó hacia la sartén. Como si nada hubiera pasado, Hannia retiró el huevo perfectamente frito de la sartén, lo colocó en un plato y se volteó para ver a su madre bajar desesperada con un extintor enorme en mano.

-¡¿Dónde está en incen…dio…?!- su voz se apagó al ver la cocina en perfecto estado, y Hannia con una excelente mueca de no entender nada.

-¿Pasa algo?- preguntó inocentemente.

-Nada, querida, olvídalo. Creí… pero no, lo imaginé seguramente.

-Bien. – dijo ella y se dispuso a comer cuando Caterina llegó a la casa, camuflada en su pinta de adolescente.

-Hola Hannia. Buenas tardes señora. – sonrió a la madre de Hannia, que de pronto subió las escaleras como un autómata, tropezando de vez en cuando.

-¿Qué ocurre?- preguntó ella, pues debido a la expresión de Caterina, Hannia sentía que no iba probar ese huevo.

-Hay problemas. Tengo malas noticias. Hay un cazador rondando… - le dijo con una expresión preocupada y muy seria.

-¿Problemas? ¿Y qué tengo que entender de eso?

-Lo que dije, que estamos en problemas.

Hannia le dirigió una mirada cargada de una ligera incredulidad.

-Te voy a explicar algo, sólo porque seamos brujas no significa que estamos exentas de problemas. Verás, aunque sé que te había dicho sólo existimos las brujas mujeres, no es del todo cierto. El cazador es, por decirlo de alguna manera, un brujo. Pero mientras que nosotras nos limitamos a vivir nuestras vidas a nuestro antojo, el único propósito de los cazadores es matarnos.

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Hannia abrió los ojos desmesuradamente. Para ella, problemas había significado una palabra más suave de lo que Caterina había querido expresar.

-Tú recuerdas que te dije que eres una bruja nueva. Sabes que lo eres porque ésta es tu primera encarnación.

-Sí.- contestó ella tratando de dar a entender con su tono de voz que aquel tema no le gustaba para nada.

-Que las brujas vivimos más que los humanos normales.- prosiguió ella ignorando la incomodidad de Hannia. – sin embargo cada cuerpo físico muere después de que ya no le es posible albergar nuestra magia.

-Ajá.

-Y sin embargo, reencarnamos.

-Ya lo sé.- soltó en tono cortante. No entendía qué tenía que ver esa plática con el cazador.

-Ese es el problema al que nos enfrentamos. Cuando una bruja muere a manos de un cazador, muere definitivamente. Aunque reencarnásemos, no recuperaremos nuestros poderes.

Hannia guardó silencio un instante, meditando en la recién recibida información. La conclusión era que el cazador era un enemigo mortal, y que si quería vivir aunque fuese sólo una vida feliz, tendría que huir de ellos.

-¿No hay forma de deshacerse de ellos? Suenas como si fuera el fin del mundo, Caterina.

-Verás Hannia, hay ciertas leyes que rigen entre las brujas y los cazadores. Son leyes naturales, por decirlo así. Al menos no se sabe quién o quienes las crearon, pero existen. Por esas leyes es que no nos hemos matado unos a otros. Por ésas leyes es que aún no se extingue ninguno de los dos bandos. Una de esas leyes vitales es que ninguna bruja puede decir a otra el secreto. Y el secreto es la forma de asesinar a un cazador. El secreto lo debe averiguar cada una, por sí misma. Eso significa que aunque yo supiera cómo, no podría decírtelo. Así es que queda por tu cuenta. Lo único que puedo venir a hacer es avisarte, para que no te tome por sorpresa, y decirte algunas cosas. Son muy sucios, y así juegan. Pero no olvides que nunca, jamás debes confiar en ellos.

-De acuerdo.- dijo ella al ver la mirada severa de Caterina, mirada que sólo lucía cuando hablaba muy en serio. – lo que yo no comprendo es por qué tienen que matar brujas…

-En el orden de la naturaleza, sobrevive el más fuerte. Toda especie tiene enemigos naturales contra los que debe luchar. Cuando consigue vencerlos, esa especie se vuelve aún más fuerte. Así son las cosas, siempre hay un enemigo natural, un igual contra el que hay que luchar para poder pasar a un siguiente nivel evolutivo.

-¿Me estás hablando de evolución en brujas?

-Ninguno de los bandos ha vencido aún.

-Pero dijiste que las leyes naturales de cazadores y brujas fueron creadas para que ningún bando venciera.

-O para que uno de los dos alcance una victoria verdadera. Mira, son cuestiones muy complicadas para mi simple mente humana, ¿sabes? El punto es que no existe especie que no tenga un depredador, porque si hay una plaga de bichos, hay bichos más grandes que se la comen, ¿entiendes? Así es como deben ser las cosas, y siempre han sido así. Sólo de ese modo se mantiene el equilibrio. El caso es que no vamos a dejar que nos maten y ya, si no hubiera forma de sobrevivir a un cazador, yo no te avisaría nada. Ten cuidado, ¿sí? Me voy. ¡Ah! No flaquees con tus estudios mágicos, Hannia. No tendrás la más mínima oportunidad contra un cazador si no terminas de aprender lo que Nazareth tiene que enseñarte.

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Sin decir palabra, Caterina desapareció en el aire. Hannia suspiró. No era lo mejor que podía pasarle a ella, como bruja nueva que era. Aunque por alguna razón, Hannia no sentía miedo alguno.

La fiesta estaba en su apogeo. La gente bailaba, reía sin saber que disfrutaban del quince-años de una bruja. Hannia, la quinceañera, disfrutaba de la vista desde arriba. Era la mejor fiesta de disfraces que la magia podía haberle dado. Y lo mejor, lo que más feliz la hacía sentirse, era que había concluido su formación mágica con Nazareth.

Eso significaba que era libre de hacer lo que le viniera en gana.

Sonrió y miró hacia abajo. Buscaba a una persona entre la multitud cuando sintió que había alguien tras ella. Todas las alarmas de su cuerpo se dispararon, y tuvo que reprimir un impulso terrible de alejarse, tirándose por la barandilla.

Se dio la vuelta, dándose cuenta que quien estaba mirándola desde la oscuridad no era un ser humano normal. Buscó con su mente la presencia de las brujas entre la multitud. Todas estaban abajo.

¿Entonces quién estaba ahí?

El individuo salió de la oscuridad y Hannia se topó con varias cosas. El tipo que tenía al frente no era un invitado suyo. Un hombre pálido, alto, delgado, con una máscara negra y ropa a juego. Emanaba un olor que aturdía, algo que ella no había olido antes pero que, por alguna razón sabía, representaba un peligro letal.

Lo tercero fue que Hannia experimentó una sensación de pánico tan grande, que por poco se tira por la barandilla otra vez. El instinto le gritaba que huyera, que escapara lo antes posible, pero tenía los pies tiesos, como clavados al suelo.

Al rato pudo retroceder, pero no hizo una gran distancia, pues chocó con la barandilla que impedía que cayera al piso inferior del salón.

Hannia aferró la barandilla como si su vida dependiera de ello. Entonces sintió una fascinación muy extraña por el personaje que tenía delante. Este, de forma lenta y pausada, como si disfrutara de la angustia que le estaba haciendo pasar, se quitó la máscara, dejando ver un cabello rojizo muy erizado, y unos ojos color verde encendido.

Esbozó una media sonrisa de autosuficiencia y miró de arriba abajo a la bruja.

-Hola, bruja. Me presentaría, pero yo creo que tú ya sabes quién soy. – y sonrió, enseñando todos los dientes. Los sentidos de Hannia se aceleraron, detectando peligro en cada palabra.

-Ca…cazador.- fue capaz de murmurar. El aroma la estaba mareando, era casi como si pudiera oler un licor que le causara los efectos del líquido.

-Me apetece bailar un poco… - dijo él extendiendo la mano. Hannia sabía que era algo muy estúpido, pero tomó su mano y bajó con él la escalera redonda que daba directo a la pista de baile. La sonrisa del hombre se ensanchó mientras se acomodaba la máscara y bajaba, con Hannia aterrorizada detrás de él.

Bailaron toda la noche. Hannia se hallaba presa del pánico, pero nada en su expresión ni en sus pasos dejaba que se notara. Esto porque ella no estaba controlando su cuerpo, el cazador mantenía sobre ella un hechizo sin el cual hacía rato habría caído sin fuerzas al suelo. La mezcla del aroma que el cazador emanaba, mas el pánico que le provocaba, daba como resultado que la bruja estaba por perder el sentido.

-¿Porqué carajos haces esto?- preguntó irritada cuando pudo hablar.

-¿El qué?- rió él.

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-Esto.- gruñó ella muy molesta.

-¿Bailar contigo? Porque me place.

Hannia ya estaba más que agotada, pero detenerse no era decisión suya.

-Estás jugando…

-Sí. Y adivina… el juguete eres tú.

-Déjame en paz.- soltó molesta al escuchar eso.

-Nah… ¿y aburrirme el resto de la fiesta? Evalúa la situación. Tengo al corazón de la fiesta a mis pies. No cualquiera se puede dar ese lujo, ¿verdad?

-¡Oh vamos! ¡Eres un cazador, me quieres matar! Matarme no implica bailar conmigo. ¿Porqué no lo haces y listo?- dijo ella. Aunque no quería que la mataran, no soportaba el juego del cazador.

Este echó a reír otra vez.

-Vamos, linda, no creerás que tenemos tan poca clase a la hora de matar, ¿o sí? No… somos del tipo de personas que prefiere jugar con la comida antes de comérsela. Yo voy a seguir jugando contigo, y con quien yo quiera hasta que me aburra, y llegue a mi verdadero propósito.

-¿Y cuál es tu verdadero propósito?- preguntó exasperada.

El cazador la tomó por sorpresa, le dio la vuelta agarrando con una mano su cintura y con la otra el cuello.

-¿Eres tan ingenua que crees que te lo voy a decir a ti?

La música, rítmica y retumbante, tronaba en los oídos de de los invitados, los cuales bailaban y se divertían sin ser conscientes que su anfitriona corría un grave peligro.

Hannia contuvo la respiración, en un vano intento de liberarse del sopor que le causaba el aroma extraño cuyo origen no conocía. Las ganas de salir corriendo eran cada vez mayores, pero no tenía control sobre sí misma. Era una marioneta, presa de su propio cuerpo, y el titiritero en cualquier momento iba cortar los hilos que la ataban a la vida.

Los latidos de su corazón se aceleraron, junto con su pulso, cuando el cazador comenzó a acercarse despacio, con una sonrisa perversa dibujada en el rostro, y una intención muy clara luciendo en la mirada. Ahí le dio un beso.

La bruja ni siquiera pudo protestar, porque la cabeza le dio vueltas y sintió un retortijón en el estómago. Era como si sus pies se estuvieran elevando en el aire. Y luego, todas esas sensaciones se desvanecieron y el cazador la soltó, o casi, porque de haberla soltado ella se habría caído al suelo, debido al cansancio y el aturdimiento en que la tenía el tipo.

Pasaron unos instantes. En esos instantes, Hannia sintió que montaba en cólera y deseó retorcerle el cuello al cazador. Y el cazador, bajo su máscara, trataba de entender porqué había sentido algo con ese beso, cosa que no había sucedido antes.

Era normal que, en medio de la fiesta, al calor de la pista de baile y el ritmo de la música, muchas parejas compartieran saliva (por no mencionar cosas menos agradables).

Sin embargo, aquella situación era distinta, y por eso la bruja se había enojado tanto.

-¡¿Qué demonios te sucede?! ¿Es que acaso tienes chueco el cerebro?- exclamó en un susurro que pretendía ser un grito. - ¿Quién carajo te has creído?

-Soy sólo alguien que con sólo desearlo, puede volver tu vida un infierno. Más bien agradece.- soltó él, reaccionando ante la violencia de la voz de la bruja. – lo siento, bruja, pero

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no cas a deshacerte de mi tan fácil. Sin embargo, ten paz, porque ya por hoy me divertí. Además, tu fiesta está por concluir…- la sentó en una silla, e hizo una breve inclinación que a ella le pareció burlista. Luego se largó.

-¡Hannia! ¡Hannia!- las demás brujas salieron entre la multitud y se acercaron a ella. Los demás seguían bailando, ajenos a todo lo demás. - ¿Estás bien?- preguntaron todas.

Ella negó con la cabeza, estaba terriblemente cansada y aturdida, además de muy molesta.

-¿Es que acaso todos esos malditos son así?- preguntó con rabia un rato después. Las brujas se miraron.

-Todos están de la cabeza, eso es lo que yo sé.- afirmó Caterina. Hannia resopló.

El cazadorHannia estaba en el colegio. Llevaba muchos libros en los brazos, pero no iba a ninguna

clase. Gracias a su magia, Hannia solo llevaba las clases cuando le daba la gana, sin mayores problemas.

Como había dicho Caterina, la bruja tenía éxito rotundo en todo, aunque gracias a ella, se había ahorrado muchos problemas y tenía todo bajo control.

En eso iba pensando, cuando sin más, los pesados volúmenes que llevaba se le cayeron de las manos. Aunque no había nadie en el pasillo, prefirió recogerlos manualmente.

Una pálida mano rozó la suya a la vez que un aroma embriagador la aturdió. Por poco y se cae, pero el cazador la sostuvo.

-Hola, bruja. – saludó el.

Hannia se estremeció.

-Tú otra vez no… - gimió.

-También me alegro de verte. Vamos, ven a pasear.- invitó, con aquella sonrisa suya. A un movimiento de su mano, el cazador desvaneció los libros de Hannia.

-¿Qué hiciste con ellos…?

-Están en tu casa. Así no nos estorban.

-¡Ya deja de darme lata!- le gritó.

-Creo que no. – y se fueron caminando, ella en contra de su voluntad.

-¿Cuál es tu problema? ¿Qué ganas con esto?

-Nada. Me gusta pasear, eso es todo.

-Te odio.

-No es cierto. Yo sé que no.- dijo mientras le pasaba un brazo por la cintura.

-Sí te odio. No quiero que te acerques a mí.

-Pues lamento contrariarte pero haremos lo que yo quiera. Mejor hablemos de otra cosa… tú no sabes mi nombre.

-Con “cazador, asesino, peligro” me basta.- espetó.

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-Soy Peter. Y tú eres Hannia, ¿me equivoco?- se burló él.

Ella le dirigió una mirada asesina.

-Háblame de ti. Cuéntame tu vida.- dijo él.

-Bromeas, ¿verdad?

-No. Quiero conocerte. – su expresión parecía sincera. Hannia suspiró. Aunque no quisiera, él la obligaría, y prefería evitarse todo el control mental posible.

Era de noche. Hannia volvía de casa de Isma, pero se le había hecho muy tarde, y sentía una inquietud muy rara.

Un hombre vestido de negro apareció de la nada a unos metros de ella. Como en su fiesta, todas las alarmas de su instinto se dispararon y le indicaron que huyera. Pero no podía huir, así que se preparó mentalmente para defenderse. Un aroma familiar le llegaba desde donde estaba el sujeto, pero ella ya sabía que no era Peter.

De pronto entró en pánico y quiso echar a correr, pero tenía los pies como clavados en el suelo y lo único que logró fue caer sentada. Y mientras aquel sujeto comenzó a acercarse, y ella se echaba para atrás hasta que chocó con una pared. Juntó ambas manos y las frotó para reunir energía, pero era inútil, había entrado en pánico y no era capaz de hacer nada si no tenía la cabeza fría.

Una risa perversa antecedió a un resplandor negro que relució en la mano del cazador. En ese momento, Hannia sintió que no iba volver a ver a Peter, (a quien conocía desde hacía un mes) ni a Caterina, ni a las otras brujas. Y cuando estaba a punto de abrazar la muerte, escuchó una voz, a espaldas del cazador, el cual se distrajo y el ataque mortífero desapareció de su mano.

-Esa bruja es mía. – a la bruja le saltó el corazón al reconocer a Peter. Racionalmente, Hannia no sabía si ponerse feliz o sentirse muy desgraciada. Que ella supiera, normalmente las brujas no topaban con más de un cazador en su primera vida.

-¿Ah sí? ¿Y por qué sigue viva?- inquirió el otro con su voz gutural.

-Eso es asunto mío.- respondió mordaz.

-Ah, pero si eres tú… Peter.- musitó al verlo. – se dicen muchas cosas entre los cazadores sobre ti. Nuestros congéneres hablan pestes sobre un desertor…

-No soy un desertor.- aunque el otro cazador no, Hannia percibió un peligro latente en la voz de Peter.

-Hace tiempo seleccionaste a aquella bruja. Ella sigue viva…

-Escurridiza. Pronto acabaré con ella.

-Quizá sólo estás más ocupado enamorándola. ¡Es sólo una bruja tonta!

-No digas eso…- amenazó.

-Y por lo que veo, enamorándote tú también… maldito desertor.- murmuró por lo bajo y le dirigió una mirada de odio.

-No soy un desertor.- repitió aún más enojado.

-Me da lo mismo. Voy a matar a esta bruja, así te vayas en banda.

-No pienso permitirlo.

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-Quiero ver que trates de impedirlo.

Hannia se encogió de terror cuando uno de los dos cazadores se le acercó. Estaba mareada ya a tal punto que no los distinguía. Sin embargo, fue la voz conocida de Peter la que le susurró en el oído unas palabras.

-Haz un encantamiento defensa para que protejas el área que va de mi cuello a mi hombro. Es nuestro punto débil, si él lo toca y me ataca, moriré, y tú conmigo.

Ella asintió y enfocó la petición de Peter. La sobresaltó un beso que él depositó en sus labios, el cual hizo que el mareo disminuyera.

Y de pronto, los cazadores comenzaron a pelear. Y pasaba el tiempo y ninguno de los dos parecía dar señales de ir perdiendo. Entonces se detuvieron, los dos estaban agarrados uno al otro por el área que Peter tenía protegida gracias a Hannia.

El otro cazador iba atacar, cuando, muy tarde para él, se dio cuenta de la protección. Peter sonrió triunfante, hubo un resplandor violeta y el cazador cayó muerto en el suelo.

Peter corrió hacia la bruja y la levantó del suelo con un brazo.

-¿Qué estás…?- comenzó ella, pero él no la dejó hablar, sino que le dio un beso ambos experimentaron las mismas emociones y sensaciones de la primera vez.

-Yo te quiero.- le dijo él cuando la soltó.

-¿Qué dijiste…?- preguntó aturdida.

-Tú me escuchaste.- le dijo él con una sonrisa. Antes de que ella respondiese, le dio otro beso.

Una semana y muchos encuentros con Peter después, Hannia caminaba por el parque, y encontró una escena muy inquietante.

Caterina estaba echada en el suelo, temblando, y Peter de pie con la mano resplandeciendo con un brillo negro.

Inmediatamente Hannia comprendió lo que estaba ocurriendo.

-¡No!- gritó y corrió a interponerse entre el cazador y la bruja.

-Hannia… - murmuró bajando la mano y ladeando la cabeza. -¿Qué haces aquí?

-¿Por qué vas a matarla?

-Es… es mi deber, Hannia… Ella ha cometido muchos errores…

-¿Qué?

-Sé que ella solo dijo que matamos brujas, Hannia, pero no te dijo porqué… Nosotros saldamos las cuentas que las personas normales no pueden. Las brujas malas mueren, las buenas no…

-Eso no es cierto… yo soy una bruja nueva, no he hecho nada y aquel cazador me iba matar…

-Aquel cazador era un idiota, creyó que tú eras Caterina, y como estaba enojado no se molestó en comprobar tu consciencia… - pero al ver su cara su voz se quebró.- Hannia… tienes que creerme… - imploró.

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Se veía indefenso por primera vez desde que Hannia lo conocía. Tenía los brazos colgando y una mirada suplicante en sus ojos que le hubiera partido el corazón a cualquiera. A cualquiera que no viera a Caterina, semiinconsciente tirada temblando en el suelo tal y como la primera vez que Hannia había visto al cazador.

Tal vez se veía indefenso porque ahora Hannia sabía cómo matarlo…

-No la mates.- exigió con la voz seca.

-Hannia…

-No la mates.- repitió con firmeza.

-…por favor… lo siento… - le dijo y se acercó a la bruja inconsciente. Hannia lo detuvo colocando su mano amenazadoramente sobre el punto débil del cazador.

-Dije que no la mates…- repitió de nuevo, esta vez con un tono amenazador.

-Oh vamos… ¿Vas a matarme?- se volteó y la encaró.

Hannia no soltó su hombro.

-Si insistes en matar a Caterina, tendré que hacerlo.

-Hannia…

-No puedo dejarte…

El aroma del cazador, su mejor arma contra las brujas se disparó y Hannia cayó inconsciente en los brazos de Peter.

-Me perdonarás.- afirmó, deseando no equivocarse. Con un hechizo suyo, todos los recuerdos que él guardaba de la consciencia de Caterina pasaron a los sueños de Hannia. Así ella vería porqué tenía que acabar con Caterina.

-Te llegó tu hora, escurridiza. – le dijo, pues sabía que ella lo estaba escuchando. Notó como los temblores aumentaban mientras levantaba su mano, la cual estaba creando una mortífera oscuridad.

Peter vio a Hannia llorar desconsoladamente de largo. Se limitó a esperar pacientemente, pues sabía que ella era consciente de su presencia y era cuestión de tiempo que se acercara a él.

El funeral había sido corto, pero sumamente triste. Caterina se había ido, pero por alguna razón Peter no sentía la satisfacción que solían sentir lo cazadores cuando daban con su presa. Tal vez tenía que ver con que había hecho sentir desgraciada a Hannia, con lo cual nada lo haría sentir bien.

-Sé que estás aquí, maldito asesino. – Peter salió a la luz y le dirigió una mirada de pena. – Te dije que no la mataras.

-Era mi deber. Tú viste todas las cosas malas que hizo…

-¿Se supone que me importe lo que haya hecho? Era como una hermana para mí…

-Hannia…

-No te me acerques. Si pudiera te mataría…- Peter dedujo que ella también lo quería, y por eso no podía matarlo, y se sintió feliz. Se acercó y la abrazó, sintiéndola llorar en sus brazos por un largo rato. Él sabía que ella iba perdonarlo.

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Nazareth miró a la bruja que tenía delante y meneó la cabeza en son reprobatorio.

-Eres una bruja muy mala. – pero no parecía molesta. La bruja rió.

-¿Entonces? ¿La puedo dejar aquí?

-¿Por cuánto tiempo pretendes hacerte pasar por ella?

-Hasta que averigüe cómo matar al cazador y me deshaga de él. Antes no.

-¿Y qué harás con Hannia entonces?

-No sé, lo pensaré más adelante.

-Sólo quiero saber… ¿cómo lo conseguiste?

-El cazador se pone idiota cuando tiene a Hannia cerca. Y ella estaba muy cerca. Tomé a otra bruja tonta y lo hice creer que me tenía a mí. Luego llegó Hannia, y me limité a esperar en las sombras. Cuando él la dejó bien segura en su casa, fui y me cambié por ella. La he retenido así desde entonces, y el idiota de Peter se ha tragado mi truco. Pero no puede permanecer en la casa. Es más fuerte de lo que creí y está dándome problemas.

-De acuerdo. Yo me encargo de ella.

Caterina sonrió y dejó a la inconsciente Hannia tendida en el suelo. Luego volvió a adoptar la forma de la joven bruja y se fue a ver con el cazador, luciendo siempre una sonrisa torcida en sus labios, producto del recuerdo de todas las cosas que había hecho.

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EL secreto de RoxanaMi nombre es Roxana. Tengo dieciséis años, de los cuales los últimos tres no han sido

precisamente los mejores.

Yo vivía en una gran ciudad, en un país no tan grande. Iba a un colegio grande, de esos donde nadie es capaz de conocer a todo el mundo. La ciudad estaba llena de comercios, librerías, restaurantes, cines, en fin… tenía amigos, y una vida.

Pero mis papás decidieron que tenían que divorciarse, y mi mamá decidió que tenía que alejarse lo más que pudiera del mundo civilizado. Y he pasado los últimos tres años pasándome de casa con ella y mi hermana, esperando que algún día encuentre lo que sea que está buscando y nos deje establecernos y echar raíces, como dicen por ahí.

Mi papá ha pasado el tiempo persiguiéndonos para vernos. Cada fin de semana, tiene que llamar a mi mamá y preguntarle dónde estamos para poder visitarnos. Eso es bastante irritante para él, supongo.

Y a mi no me molestarían tanto las continuas mudanzas si no fuera porque… No, estoy mintiendo. Como sea, estarse pasando de casa me molesta.

¿En serio quieren saber qué me ha pasado para sonar tan irritada todo el tiempo?

Bien, como sea. Tal vez mi relato les sirva para no aburrirse un par de horas…

En la calle de “Los Mangos”, conocida así porque solía tener una alfombra de mangos podridos en los bordes de la calle, debido a que maduraban y se caían de los árboles, algo interesante estaba pasando.

Al fondo de la calle había una casa, prefabricada, la última que habían levantado en la calle. Y no por falta de espacio.

La larga y retorcida calle de piedra todavía tenía muchos lotes baldíos a sus lados, y además, las casas dejaban siempre espacios de tierra alrededor de sus paredes. Nadie en ese lugar vivía pegando pared con pared. Era la última, simplemente porque el lugar apenas estaba comenzando a ser habitado. Pocas personas sabían que existía ese pueblo.

La casa, que no estaba terminada (todavía era gris, lo último que le habían puesto era el suelo de cerámica) daba claras señales de ser pronta a ocuparse.

Los vecinos se preguntaban quiénes tendrían tanta prisa por vivir en una casa que no habían ni pintado, pero lo que querían saber en realidad, era si el dinero no les había alcanzado.

El camión terminó de descargar unos muebles comunes y corrientes, cuando un automóvil entró por la calle.

Si el dueño del carro lo había lavado recientemente, había gastado el tiempo. La calle, de piedra, levantó sendas nubes de polvo con el paso del carrito. La nube sirvió para que los vecinos no pudieran distinguir bien a la gente que iba dentro del carro, y para que Roxana, que iba a la par de la conductora, deseara que uno de los árboles de mango le cayera encima. Ya sabía que no iban para una gran ciudad, pero esperaba por lo menos un poco de pavimento.

Y al ver la casa sin terminar, al fondo de la calle, donde ya podía distinguir sus sillones adentro, no sintió más que una profunda desesperación.

Había visto un par de cortinas correrse con el paso del carro de su mamá, sabía que los vecinos que tenía no iban a durar mucho en llegar a la casa a conocer a los nuevos inquilinos, a saber por qué se habían mudado si la casa no estaba lista, y volar lengua, como decía ella, hasta que se les acabase la saliva.

Puso los ojos en blanco al imaginárselo.

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-¿Cómo la ves? – preguntó su madre, en un tono que daba a entender que a ella le gustaba mucho.

-¿En serio quieres que te lo diga? Ni siquiera la han pintado aún…

-Roxana, el muchacho viene mañana para…

Pero Roxana no escuchó para qué, ni le importó saber quién. Se bajó del carro, esquivó a uno de los hombres que cargaba con un par de sillas y se metió en la casa.

No conocía su interior, pero daba igual. Dio un par de vueltas hasta que encontró su escritorio, su cama y su cómoda, además de una cantidad de cajas con su nombre en un cuarto con amplios ventanales.

Se sentó sobre el colchón sin sábana y miró a su alrededor. Si se quedaban suficiente tiempo, pintaría su habitación color violeta.

Con tal de establecerse en alguna parte, a ella no le importaba qué tan pequeño y apartado fuera el lugar donde vivía. Siempre y cuando se quedaran en algún lugar de una vez por todas.

Reprimiendo un par de muecas, comenzó a abrir las cajas y acomodarse en la habitación. Esta vez, milagrosamente el lugar estaba cerca de la casa de su padre. La podría visitar más seguido… guardó las cajas deseando con todo su corazón no tener que sacarlas más.

¿Cómo es que mi madre no comprende que no puedo seguir viviendo así? Si me tengo que mudar una vez mas, abriré estas ventanas y me tiraré por ellas. Qué mal que no sea el lugar perfecto, pero es un lugar al que me puedo acostumbrar. Sólo quiero un poco de estabilidad, tratar de ser normal… aunque el hecho de que yo no sea normal no tiene que ver con las continuas mudanzas.

Roxana cerró los ojos fuertemente, cuando su madre la llamó al día siguiente. No era de extrañar que estuviese cansada, las mudanzas exigían mucha energía. Le habría gustado quedarse ahí descansando al menos ese día, pero era lunes, y su madre insistía en comenzar el colegio de inmediato.

Se alistó sin mucho entusiasmo. El uniforme le quedaba flojo, y la hacía sentirse tonta, pero no dijo nada. No se atrevía a pedirle a su mamá que lo ajustara por miedo a que le dijese que no era necesario, que se mudaban de nuevo pronto.

-¿Preparada?- preguntó su madre, entusiasta, cuando la vio bajar y se acercó al desayunador. Ella le devolvió una mueca que pretendía ser una sonrisa. Sentía un peso poco usual en el estómago, y no estaba segura si quería adelantar el tiempo para que pasara rápido, o retrasarlo, para que la llegada al colegio no se diera nunca.

-Vamos, no es tan malo… A María le hace gracia la idea de empezar de nuevo, ¿por qué a ti no?

-Mamá, María tiene siete años, es una buena edad para ser feliz por cualquier cosa. – respondió ella, mirando a su hermana con el uniforme blanco y azul impecable, los zapatos lustrados y dos colitas en la cabeza. Ésta le sacó la lengua al fijarse que la estaban viendo, y se acomodó mejor en el alto banco del desayunador.

-Rosi, no digas eso. Hablas como si tú fueras infeliz…- le dijo, en tono preocupado.

Ella no le respondió.

Una bocina sonó afuera, acompañada del ronroneo de un motor. Por la ventana, Roxana distinguió la figura de una microbús repleta de niños entre los cinco y los trece años.

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Trece años, justo cuando las cosas se habían venido abajo para ella. Reprimió sus pensamientos y se despidió con la mano de su hermanita. Le pareció estarse viendo a si misma, años atrás, con el cabello peinado en colitas y redondos y perfectos rizos dorados colgando cerca de sus orejas. De niña, le gustaba saltar mirándose al espejo para ver cómo le rebotaban los bucles. Recordaba que de niña, sus ojos color cielo brillaban siempre sin motivo alguno. Los siete eran una buena edad para ser feliz por cualquier cosa.

Pero ya no era una niña. La verdad, a veces ni sabía lo que era.

Escuchó la microbús alejarse y alejarse, mientras mordía el pedazo de pan que le había puesto su madre en el plato.

-¿Quieres que te lleve?

-No, mamá, no te preocupes. De seguro tienes un par de cosas más que hacer por aquí. Sé cómo llegar.

-¿De veras?

“No, no sé, ¿qué estoy haciendo?”

-Si. – aguantó la mirada perspicaz de su mamá sin hacer gesto alguno. Luego terminó su intento de desayuno y salió de la casa sin prisa. Aún faltaba una media hora para entrar, tenía tiempo de sobra para averiguar cómo llegar al colegio.

La calle de piedra se le hizo eterna, el olor a mangos pasados se le metió hasta el cerebro y el polvo dejó cafés sus Converse negras.

Se fijó en otros uniformados que caminaban hacia donde estaba la salida a lo que se suponía, era la pista principal, así que los siguió. Se dirigían a la parada de buses, cruzaron la calle y se sentaron bajo el techo metálico. Ella los imitó sin fijarse demasiado en lo que hacía.

Eran dos, una muchacha de pelo negro y lacio, que le llegaba hasta la cintura, y un chico guapo, con el cabello igual de negro pero alborotado.

-¿Eres nueva? No te había visto nunca… – comentó ella al reparar en Roxana. Ésta reprimió el impulso de poner los ojos en blanco y lanzar una respuesta sarcástica. Se limitó a asentir.

-Qué lista eres, Cecilia, te diste cuenta. – se burló él. Roxana se esforzó por no acompañar sus carcajadas.

-Qué idiota, ya cállate. – le soltó mientras le daba con la mano por la cabeza, en un gesto inofensivo. - ¿Cómo te llamas? – preguntó Cecilia. Roxana se dio cuenta que preguntaba más por cortesía que porque le interesase de verdad.

-Roxana.

-Yo soy Cecilia. – dijo, componiendo una sonrisa falsa.

-Y sigue de lista. ¿No te diste cuenta que ya ella sabe tu nombre? Lo acabo de decir…

Ésta vez, el gesto no fue tan inofensivo.

-Él es Jorge. No le hagas demasiado caso, ya ves que es un idiota. – Roxana se limitó a esbozar una sonrisa tímida, pese a que no sentía vergüenza alguna. Simplemente no tenía ganas de hablar con esa Cecilia. Quizá las apariencias engañan, pero a Roxana le bastaba con verla para saber que era tan falsa como la sonrisa que había mostrado hacía un momento.

-Yo creo que ella sacará sus conclusiones, ¿no? – dijo él, mirándola significativamente. Se ganó otro manotazo en la cabeza, y habrían seguido de no ser porque el bus llegó. Roxana se alegró.

Iba subiendo cuando escuchó la voz de Cecilia, susurrándole cosas a Jorge a su espalda.

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-Que sosa, mira nada más… si se perdiese en el bosque, podría vivir en ese uniforme.

Se volvió para mirarla, visiblemente molesta. Ella le sonrió con confianza, segura de que nadie excepto Jorge había escuchado lo que había dicho.

Nadie normal habría escuchado. – se dijo a si misma, sentándose enfurruñada.

Cecilia iba diciendo un par de cosas desagradables a Jorge, y ella estaba escuchando todo. Se volvió para lanzarle una mirada furibunda, sin importarle lo que pensara ella.

-Creo que te está escuchando… - dijo Jorge, mirándola preocupado.

-No seas idiota, eso no es posible. Está casi al lado del chofer, y nosotros estamos al fondo. – razonó Cecilia.

Sintiendo calientes las orejas, Roxana se obligó a si misma a mirar al frente y dejar de actuar raro.

Siguió al gran grupo uniformado hasta que llegaron al colegio. No había sido tan difícil después de todo.

Se alejó todo lo que pudo de Cecilia y de Jorge. Él le caía bien, incluso le había dicho a Cecilia que dejara de decir cosas sobre ella, pero no valía la pena tener cerca a aquella tipa.

Se miró a si misma en los vidrios de un carro, y se sintió mal de inmediato. Claro, Cecilia no había dicho ninguna mentira.

Entrar sin conocer a nadie, cuando nadie se conoce, es aceptable. Entrar sin conocer a nadie, cuando todos se conocen y están establecidos, era horrible. Se sentía perdida, desorientada, como si la hubiesen llevado a Marte en vez de a un colegio de la tierra.

Dio un par de vueltas sin sentido hasta que se encontró a un profesor, y éste la ubicó en la dirección correcta. Llegó tarde a la primera clase, y para desgracia suya, una melena negra la esperaba al fondo del salón. Se sentó lo más adelante posible, pero sabía que si Cecilia decía cosas sobre ella, las escucharía. Tenía un oído increíble.

Me gustaría saber quién se cree para criticarme… ¿Qué más le da si me queda flojo el uniforme? ¿Si tengo el pelo muy crespo? ¿De veras esa tonta cree que yo gastaría tiempo tiñéndome el cabello? La que sí debe tener un tinte es ella. Ese pelo brilla azul, eso no es natural. Y se atreve a criticarme.

¿Cómo es que Jorge, que parece una persona normal, la tolera? Quizá le guste, no sería raro.

Ah, no puede ser… otra vez esta materia. Creo que ya he visto esas ecuaciones al menos tres veces en mi vida. Mi madre debería comprender que cambiar de colegio es peor que cambiar de casa. Al menos sé que no voy a quedarme en matemáticas…

¿Qué tanto mira esa tonta de nuevo? Ah ya, cree que tengo lentes. Lentes de contacto… ¡por favor! Es más tonta de lo que pensé. Quizá ella necesita lentes… No, ¡pero si ella usa! ¿Será que no tiene nada mejor que hacer que hablar de mí?

La clase fue bastante aburrida. Y la siguiente, y la siguiente, y la siguiente. La gente sólo hablaba de ella, seguros de que no los escuchaba, sin tener idea de qué tanto podía oír sus conversaciones.

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Parecía que nada buen iba pasar, cuando Roxana miró hacia unas bancas, desde la ventana de su clase de ciencias, y una escena curiosa llamó su atención.

Un joven, que rondaba la edad de ella, se hallaba rodeado de muchachitas del nivel superior al de Roxana. El cabello color paja de aquel muchacho brillaba bajo el sol, el cual remarcaba la cara sonrojada del mismo.

Las otras reían y decían cosas que hacían que el muchachito enrojeciera aún más. Roxana escuchó atentamente. Claro que podía escuchar a la perfección lo que dijeran.

-Ay, Sebas ¿por qué tan tímido? – dijo una, riendo.

-Sí, Sebas, ¿nos tienes miedo?

Metido entre ellas, con aquella expresión, parecía que sí. Sin embargo, el muchachito negó con la cabeza.

-Me dijeron por ahí que Rachel tenía un admirador muy parecido a ti…- dijo la primera. La que respondía al nombre de Rachel se echó a reír, enseñando unos dientes perfectos, pero muy curiosos. Roxana enfocó mejor su mirada, con lo que lograría captar más detalles.

Aunque parecía casi imposible, Sebastián se sonrojó aún más.

-A Rachel le gustan jovencitos. – dijo la cuarta y última, con lo que las otras comenzaron a reír. Las cuatro tenían unas sonrisas muy curiosas, pero Roxana no sabía decir qué era lo que pasaba.

Sebastián se revolvió incómodo, mirando cualquier cosa menos a Rachel.

-Yo te voy a ayudar un poco. – la primera habló de nuevo. Susurraba en la oreja del chico, para que las demás no escucharan, pero Roxana sospechaba que, al igual que ella, las otras tres ya sabían lo que le iba decir a Sebastián. – Rachel vive cerca de la casa vieja esa, que está por la calle de los mangos, en el barrio Girasol. Hoy, a las doce en punto, tienes que ir a la casa vieja. ¿Sabes cual es, no?

Sebastián asintió, su mirada ya no era avergonzada, si no terriblemente asustada.

-Si, a las doce en punto. Rachel estará ahí, esperando por ti, y entonces… harán toooodo lo que tú quieras… - terminó con un tono insinuante y se alejó de Sebastián, con aquella sonrisa tan extraña luciendo en sus labios.

La mirada de Sebastián revelaba claramente su contrariedad. Era más que evidente que estaba loco por esa tal Rachel, pero no estaba seguro de querer salir de noche de su casa, para ir precisamente a la casa vieja del barrio Girasol. Era la casa más espantosa que había en todo el pueblo, estaba abandonada, y nadie, absolutamente nadie, se acercaba ni de noche ni de día, porque decían que estaba embrujada, y que quien se acercase sería raptado y jamás le volverían a ver.

Bueno, Roxana no sabía tanto, pero entendía que salir de noche era un problema. Se preguntaba si el chico sería tan tonto. Estaba claro que no era más que una broma.

-Dime, Sebas… ¿vas a estar ahí?- preguntó Rachel, haciendo una cara tan triste como si de veras desease verlo. Roxana frunció el ceño. Miró con cuidado a su profesor, para asegurarse que no la estaba viendo a ella, y volvió a centrar su atención en el grupo de las bancas.

-Yo… ¿a las do…doce? – preguntó en un balbuceo. Sin embargo, las otras ya no reían. Rachel le dirigió una mirada suplicante, a la vez que se tocaba el cabello, como si estuviera nerviosa.

-Es que sólo a esa hora mis padres tienen sueño profundo… - le dijo ella, haciendo un puchero.

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Roxana entornó los ojos. Había algo muy extraño en la forma de moverse de aquellas cuatro chicas. Sebastián no se fijaba, pero las otras tres tenían una mirada expectante, y los ojos puestos en él como si deseasen… como si necesitasen que dijera que si.

-Si es impo…importante para t- ti… - las muecas de triunfo de las otras tres, que Sebastián no pudo ver, le erizaron por completo la piel a Roxana. De inmediato, las tres compusieron una sonrisa, y Rachel las acompañó, intrigando a Roxana aún más.

-Me encantaría saber, señorita, qué cosa del exterior es tan importante para que relegue a segundo plano mi clase. – el profesor se veía molesto. Roxana se preguntó cuánto tiempo hacía que estaba tratando de llamar su atención.

-Yo estaba prestándole atención a usted, señor. – mintió ella con toda naturalidad.

-De ser así, podrá usted entonces explicarle al resto de la clase que significa que un gen sea dominante o que sea…

Pero Roxana estaba usando otra de sus capacidades extrañas. No le gustaba hacerlo, pero prefería leer la mente del profesor, que meterse en problemas.

-El gen dominante tiene más probabilidades de ser heredado, por decirlo así. – dijo con soltura. Miró preocupada el semblante aturdido del profesor, temiendo haberse metido en su mente con demasiada fuerza. Pero al cabo de un instante, el hombre reaccionó. Asintió y se volvió hacia el resto de la clase, y continuó explicando como si no se hubiese detenido.

Roxana miró otra vez hacia las bancas, pero aquel muchacho y las cuatro chicas habían desaparecido.

De veras eran unas chicas extrañas. Si las hubieran visto… aunque no las habrían visto como yo. Sus ojos no habrían percibido los detalles que yo vi de lejos. No se ofendan, siéntanse felices. Ustedes no son bichos raros.

Bueno, ellas sí que lo eran. Tengo la sensación de que no voy a ver otra vez a ese chico, y eso me aterra. Soy la única persona que escuchó esa conversación. Puede que esté paranoica, pero con lo que pasó la última vez…

Claro que no voy a hablar de eso. No hace falta.

El punto es que si mañana despierto y escucho la noticia de que un joven llamado Sebastián desapareció de pronto, mis nervios se van a salir de control. Si, yo misma creo que tengo problemas. Probablemente esas chicas solo buscan un tonto con quien jugar pero es que… Simplemente no voy a poder dormir esta noche, si existe el peligro de que mi intuición me diga lo correcto. La última vez…

No, en serio no hablaré de eso.

Creo que estoy loca por lo que voy a hacer, pero al menos tendré paz conmigo misma cuando confirme que no eran más que ideas mías. Ese pobre chico no merece lo que sea que le vayan a hacer, ya sea algo malo, o una broma… o que de veras tuvieran esas intenciones con él, cosa que pongo seriamente en duda.

Solo puedo decir a mi favor, que para mí, escapar a las doce de mi casa es muchísimo más sencillo de lo que será para cualquiera.

Roxana abrió los ojos sin necesidad de alarma alguna, justo quince minutos antes de las doce. Se levantó de la cama sin hacer el más mínimo ruido. Ya tenía puesto su suéter y sus pantalones negros.

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Metió los pies en sus converse y se ató los nudos, se acercó a la ventana abierta y se puso en cuclillas. Dudó un instante, se bajó de la ventana, le puso cerrojo a la puerta y abultó las cobijas, y luego saltó por la ventana.

De haber sido una persona normal, se habría roto todos los huesos del cuerpo. Sin embargo, ya tenemos claro que no lo era.

Se levantó ágilmente y echó a correr. No corría más rápido de lo normal, pero sus pies no parecían tocar el suelo. Se puso el gorro del suéter mientras corría y se aseguró de estar oculta entre la sombra de los árboles.

Por suerte, en el barrio Girasol había muchos, muchísimos árboles.

La casa vieja realmente merecía que la llamasen así. Ella no la había visto antes, pero con sólo verla una vez bastó para que la reconociera.

Montones de enredaderas escalaban por las paredes de gastada madera, las ventanas estaban tapadas con tablones de madera, y los arbustos y otras plantas estaban resecos, erguidos únicamente porque nada los había tirado todavía.

Roxana se preguntó si realmente no estaba perdiendo innecesariamente horas de sueño, pero en ese preciso instante escuchó unos pasos que le sonaron bastante ruidosos. Se apresuró a ocultarse tras los arbustos secos. Por suerte, no había luna, y la noche y su ropa negra la protegía de los ojos de Sebastián.

Éste se retorcía las manos, nervioso. Roxana sintió lástima por aquel muchacho. No estaba bien que le hicieran pasar por eso, fuera una broma o fuera lo que fuera.

Pasaron casi diez minutos antes que las cuatro mujeres apareciesen de la nada. Roxana no escuchó sus pasos, cosa que le pareció muy extraña. Sebastián se llevó un susto de muerte cuando las vio. Aunque no hubiesen aparecido tan súbitamente, sus caras habrían asustado igual.

Lo miraban con los ojos abiertos de par en par, y aquellas sonrisas que ahora se veían grotescas debido a la oscuridad. Para Roxana era bastante aterrador, pues sus ojos se adaptaban mejor a la oscuridad que los de Sebastián, pero el muchacho estaba más cerca de ellas.

-Ho… hola, Rachel.

-Veo que cumpliste tu promesa…- su voz no sonaba normal. Sonaba como alguien que tiene mucha, pero mucha… sed.

-Sí… yo… Yo haría lo que fuera por ti…- balbució. Rachel ensanchó aún más aquella sonrisa.

-Desde luego… Te agradezco que hayas venido…

Roxana estaba con los nervios de punta. Sintió un poco más de tensión al ver que Rachel se acercaba a Sebastián, seguida sigilosamente por las otras tres. Lo que no esperaba, era que la chica se inclinara para besarlo, aparentemente con ternura.

Sebastián abrió los ojos de par en par, tomado por sorpresa, pero luego los cerró, extasiado de felicidad. Ni en sus mejores sueños le habría pasado algo como eso.

Cuando Roxana estuvo a punto de marcharse, incrédula, el chico lanzó un alarido de dolor. Se volvió a mirarlo, con el estómago hueco, y lo que vio casi la hace vomitar.

Las cuatro chicas mordían a Sebastián en el cuello y en las muñecas. Roxana podía ver los ojos cerrados de Rachel, disfrutando plenamente de lo que estaba haciendo. Sintió que se mareaba, el suelo se movía bajo sus pies y su estómago se retorcía de asco y de miedo.

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Aterrada como estaba, estuvo muy cerca de lanzar un chillido de pavor, pero una parte de ella reaccionó como debía.

Movida por algún instinto desconocido, Roxana tomó una de las ramas de los arbustos, la arrancó y comenzó a rascarla contra el suelo, como si estuviera coloreando el pavimento.

La tomó con mucha fuerza y la lanzó directamente hacia la espalda de una de las chupasangre. La reacción fue inmediata, las otras tres comenzaron a chillar, soltaron a Sebastián y echaron a correr hacia la oscuridad. La que estaba herida, soltó una maldición, se arrancó la estaca con un grito y echó a correr tras sus compañeras.

Sebastián cayó al suelo sin fuerza. Ni en sus peores pesadillas le habría pasado algo como eso.

Roxana corrió a su lado, presionó las heridas con sus dedos (los cuales estaban inusualmente fríos) y lo volteó hacia arriba.

Tenía los ojos abiertos, y una mirada de pavor, que dirigió hacia ella y se convirtió en espanto.

-¡No, no! ¡Déjame, déjame! – gritó, repitiéndolo una y otra vez.

-No voy a hacerte nada, cálmate. – dijo con un tono que no se había sentido capaz de manejar. Sebastián se quedó callado, pero siguió mirándola como si ella le hubiese hecho eso.

Fue cuando ella se dio cuenta que las heridas que había tocado se estaban cerrando a una velocidad increíble. Roxana lo miró preocupada, al menos en parte.

La otra parte de ella estaba chillando y corriendo en círculos en su interior.

No es que sea la primera vez que me pasan cosas raras. Es que simplemente me tomó por sorpresa. ¿Y a quién no? ¿Quién se imagina que jovencitas de su misma edad sean unas chupasangre asquerosas?

Yo no sabía por qué había hecho lo que había hecho, pero mi intuición había sido correcta de nuevo. Con un resultado pavoroso de nuevo.

El muchacho estaba pálido, había perdido mucha más sangre de la que yo pudiera creer, y yo no tenía idea de qué hacer al respecto. O quizá la tenía, pero al igual que mi reacción con la estaca, sólo se accionaba en caso de emergencia.

Algo estaba malo conmigo. ¿Cómo era que, entre todas las conversaciones que pude escuchar esa mañana, yo había prestado atención a la de esas vampiresas?

¿Cómo era que yo había logrado espantarlas, si yo misma en condiciones normales me habría quedado tiesa como un poste? ¿Y cómo era que los pequeños agujeros que habían dejado aquellos colmillos, no existían luego que mis inusualmente fríos dedos los tocaran?

Ya me sentía bastante extraña como para pasar por eso. Lo bueno era que no habían secado al chico como a una pasa… Estaba vivo.

En ese momento pensé en lo que me había llamado la atención cuando vi al grupo de chupasangres hablando en el colegio. Sus sonrisas tenían algo inusual, algo salvaje e inhumano. Sus colmillos, eran extraños. En ese momento lo entendí, aunque cuando estaba en el colegio no.

Sí, definitivamente algo estaba mal conmigo. Aparte de lo rara que ya era, me tenía que ocurrir eso…

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Entonces, como si hubieran abierto algún grifo en mi cerebro, comencé a recordar, para decirlo de alguna manera, toda la información sobre vampiros que había en mi cabeza. Era como si hubiese estado ahí, esperando a que yo necesitara saber sobre ellos para confrontarlo.

Mi parte más alterada se calmó de inmediato. La parte que había atacado y salvado esa noche reinó sobre mi cabeza suficiente tiempo para que yo comprendiera que Sebastián se pondría violento de pronto.

Lo sujeté lo mejor que pude mientras le duró la violencia. Quería venganza, o al menos eso era lo que gritaba. Me pregunté qué pensarían los vecinos si estaban escuchando los gritos, pero me respondí sin problemas. La casa vieja estaba embrujada. Mi mamá me lo había contado esa tarde. Ahora yo sabía que no era cierto, pero no tenía nadie con quién compartir mi valiosa información, así que me limité a tratar de manejar al chico.

Luego de la violencia, Sebastián iba querer matarse. Yo no iba permitirlo, así que volvía sujetarlo e hice oídos sordos a sus súplicas de que lo asesinara. Mi estómago estaba amenazándome fuertemente.

Cuando se quedara quieto y cerrara los ojos, habría pasado todo. El veneno de vampiro lo haría más fuerte, más ágil, menos vulnerable a enfermedades, y tendría algunas de mis capacidades. Pero no sería inmortal, a menos que tomase la sangre de otro vampiro. Por eso era importante impedir que se vengara de Rachel y sus amigas. A menos que él quisiera vivir por toda la eternidad…

Claro, a lo mejor ustedes dirían que vale la pena. Ni siquiera necesitaría la sangre humana, aunque quisiese tomarla. Bastaría con la dieta normal de los humanos normales. Sería como súper- poderes a cambio de un poco de dolor. Quizá hasta crean que no tiene sentido, que los vampiros no son así, y que lo que estoy diciendo es estúpido.

Ustedes no tienen idea de lo que es ser un bicho raro. Y de todos modos, es un punto de vista.

Ah, y ahora están preguntándose qué clase de bicho raro soy yo. Pues bastará con que les diga que no soy una vampiresa, ni nada parecido.

Lo que quedó de la noche lo pasé con Sebastián, hasta que se despertó otra vez y me miró asustado. Le expliqué con muchísima paciencia lo que ocurría, le dije que regresara a casa y actuara normal, y por alguna razón, me hizo caso sin chistar.

Sobra decir que al día siguiente yo estaba exhausta. Lo bueno es que mi madre tenía el sueño profundo…

Sebastián despertó en la mañana siguiente, teniendo el usual deseo de que los acontecimientos de la noche anterior fuesen parte de un sueño. Sin embargo, era duramente consciente que todo había ocurrido de verdad.

Le vino a la mente la imagen de la extraña desconocida que le había ayudado. Le había dicho muchas cosas, algunas de las cuales no le agradaba saber. Sin embargo, prefería haberse convertido en una cosa rara que haber muerto. Al menos ella le había asegurado que podía tener una vida normal, que no era nada de qué preocuparse a menos… no, ella no le había explicado cómo podían volverse malas las cosas.

-¡Sebastián! Ya es tarde. Tu papá ya se va, si no estás listo tendrás que tomar el autobús…

-Tomaré el autobús, madre, no te preocupes. – gritó incorporándose. Se dio cuenta entonces que se había levantado de la cama impulsándose con sus piernas, y había terminado de pie, a los pies de la cama, sin mayor esfuerzo. – Wow… - murmuró para sí, mientras se metía en el baño.

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Roxana caminaba sin mucho entusiasmo, con las manos metidas en los bolsillos, rumbo a la parada. Había salido un poco más tarde de su casa, con el fin de no encontrarse con Cecilia, pero no contaba con ver a Sebastián saliendo de una casa, no muy lejos de la calle de los mangos pero bastante de la casa vieja.

Adoptó una actitud evasiva al distinguir el lacio cabello color paja, pero él tenía mejores reflejos que los demás, y no tardó en alcanzara.

-Tú… - dijo, reteniéndola atónito por el brazo. Roxana le lanzó una mirada preventiva sobre el brazo, y él la soltó.

-Yo… ¿qué? – dijo, fingiendo ignorancia.

-No hagas eso, sabes de qué estoy hablando. Anoche, en la casa vieja…

-No sé de qué me estás hablando. – no quería ni acordarse. Aunque la noche anterior lo había manejado increíblemente bien, aquella parte de su cerebro que había despertado para evitar que mataran al muchacho, se había echado a dormir otra vez. No estaba segura de poder manejar la situación en caso de recordar detalladamente las cosas de nuevo.

-Por favor, te lo ruego, no me hagas esto, no me dejes solo… si sigues negando lo que pasó voy a pensar que me he vuelto loco, y me voy a salir de control… - la voz le temblaba ligeramente, tenía una mirada tan desesperada que la determinación de Roxana se volvió gelatina.

-No me mires así, me hace sentir fatal. – le reprochó. El muchacho bajó la mirada y se sonrojó. Roxana ladeó la cabeza, y luego miró a otro lado, reprochándose a si misma por pensar que el chico era guapo.

No es momento de pensar estupideces. Tengo que hacer algo con él, o los dos nos vamos a volver locos.

-De acuerdo, no sé qué quieres que te diga, pero éste no es el lugar. Y ten por seguro que el colegio tampoco es el lugar adecuado.

-Mi nombre es Sebastián. ¿El tuyo?

-Roxana.

-Es un lindo nombre.

Roxana echó a andar sin responderle, y él la siguió sin decir palabra.

Como si yo quisiera recordar lo de anoche, y me pide que le explique… Ya se lo expliqué anoche, no puede dudar de mí porque lo sintió en carne propia. El debe saber que ahora es diferente.

-¿Entonces si yo tomara la sangre de un vampiro…? Es extraño. Eso no es lo que cuentan las historias.

-Las historias se equivocan, Sebastián.

-Puedes llamarme Bast. Sebastián, Bastián, Bast. Creo que es mas corto.

-Claro. – qué raro. A ningún Sebastián que conozca le llaman así.

-¿Y tú qué eres? Me dijiste que no eras como… como ellas, pero está claro que no eres como los demás.

-Sí, claro. Soy un fenómeno y ya. No preguntes, por favor… - rogó. Lo último que quería era recordar…

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-Bien. Entonces Rachel…

-Rachel es una chupasangre, Bast.

-¿Eso quiere decir que no le intereso yo? – preguntó tontamente él.

-No puedo responder a eso, Bast. Ni tengo ganas. – dijo, haciendo una mueca. Miró el helado que tenía delante y lo apartó. No quería comer.

-Gracias. – dijo él súbitamente. Roxana lo miró sin comprender. – Me salvaste la vida. No sé cómo, y no quieres entrar en detalles sobre ti, pero igual, te lo agradezco. – esbozó una sonrisa muy amplia. Roxana no pudo evitar mirar sus nuevos colmillos, que para un ojo inexperto parecerían normales, pero para ella eran evidentemente diferentes.

-No tienes por qué. – miró en otra dirección otra vez.

¿Qué me pasa?

Con todo y colmillos, Bast tenía una sonrisa muy hermosa.

-Bueno. Te veré luego, espero…

-Como quieras. – trató de esbozar una sonrisa, aunque fuera por cortesía, pero no le salían.

¿Será que llevo mucho tiempo sin sonreírle a nadie de verdad, y ahora ya no puedo? Está pensando que no me cae bien… se ve en su cara.

-¿Por qué tienes esa cara tan triste? – preguntó él, con expresión consternada. – No había visto nadie con una mirada como esa desde que a mi abuelo se le murió la abuela.

-No sé de qué hablas.

-Lo siento, no quiero entrometerme. – parecía sincero. – Es sólo que tu mirada pondría triste a cualquiera.

-Tal vez son ideas tuyas. – dijo ella, levantándose de la mesa. La cajera le dirigió una mirada de reproche al ver el helado intacto, y Roxana se sintió mal. ¿Para qué lo había comprado, si no quería comerlo?

-Oye, perdóname por esto. Lamento si te molestó que te recordara lo que pasó, pero necesitaba…

-Tranquilo. Merecías una mejor explicación. – Roxana le sonrió, ésta vez le salió un poco mejor.

Bast fue mi primer amigo en el colegio. A los días comenzaron a hablarme algunas de mis compañeras, Marta, Ángela, y la más agradable, Marcela. No es que las otras no lo fueran, pero Marcela no me dirigía miradas llenas de picardía cuando yo hablaba con Bast. A las dos les gustaba. Cuando yo estaba con él, ambas comenzaban a decir cosas realmente vergonzosas.

-Es demasiado guapo, qué envidia. Roxana sí que tiene suerte, yo llevo años aquí y ni me ha mirado, y ella entra y comienzan a salir…

-Lo quiero para mí. Qué envidia, es tan lindo…

Desde luego, no eran conscientes de que los dos podíamos oírlas. Bast se sonrojaba, y yo había estado cerca de pasar por lo mismo en más de una ocasión. Pero por más que les dijera que él y yo sólo éramos amigos, ellas no me creían. Así que acabé por dejarlo ser, y hacer un esfuerzo por ignorarlas cuando comenzaban con el tema.

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Me topé un par de veces a Jorge. Me da pena decirlo, pero me di cuenta que yo le gustaba. No considero que sea tan malo leer la mente de alguien que lo mire a uno como él a mí. No alcancé a explicarme la razón, y me costaba mirarlo a la cara sabiendo lo que sabía. Él creyó que me caía mal.

A Cecilia no la vi por un tiempo en las mañanas. Eso hacía las cosas más fáciles.

Pasaron cuatro semanas normales, sin que nada me hiciera sentir mal, pero tampoco feliz. Ah, pero olvidé el episodio con mi madre... bueno, un día, o mejor dicho dos días después de lo de la casa vieja, mi mamá subió detrás de mi a mi habitación cuando regresé del colegio.

-¿Qué tal te va?

-Bien. – respondió Roxana, preguntándose qué hacía su madre en su habitación.

-Me alegro. ¿Cómo van esas amistades?

-Mamá, te he contado ya sobre mis amigos. ¿Qué necesitas?

-Rosi, estaba mirándote ese rasguño que tienes en la cara, y me preguntaba qué había pasado.

-¿Rasguño? – se llevó la mano a la mejilla y se miró en el espejo. Una fina línea roja atravesaba desde la oreja hasta el centro de su cachete.

-Si, Rosi. Además, tienes otros más en las manos, hija.

Roxana se miró con más cuidado. Unos cuantos raspones más relucían ligeramente sobre su piel blanca. Recordó los arbustos secos, y la rama que había partido…

-Me caí.

-¿Te caíste? – preguntó su madre. – Que yo sepa, nunca has tenido problemas de equilibrio, ni de vista, así que…

-Tropecé con el ruedo de mi pantalón, mamá. – cortó ella. Claro que no tenía problemas de equilibrio ni de vista. Roxana nunca se caía, nunca tropezaba.

-Ya veo el problema. Ese uniforme te queda grande. El fin de semana lo llevaré a la costurera, a que te lo ajuste un poco. Que descanses.- dijo, saliendo de la habitación. Roxana casi se sonrió a si misma.

Parecía que nos íbamos a quedar un tiempo más. Y eso que llevábamos tres meses de vivir en la calle de los mangos del barrio Girasol. Por fin estaba comenzando a sentir algo parecido a la esperanza. Esperanza de quedarme, esperanza de tener algo a lo que aferrarme, algo que recordar en el futuro, en vez de un montón de manchas borrosas de lugares imprecisos.

Por fin después de esos años estaba sintiéndome feliz.

Con el ajuste al uniforme, me sentía casi como una persona normal. Mis compañeras seguían creyendo que Bast era mi novio, y los dos nos habíamos hartado de negarlo.

Yo ya me había habituado al horario de clases, la gente ya no me miraba como si fuera un marciano, Jorge me alimentaba el ego cada vez que podía…

Pero claro, él tenía que arruinarlo todo…

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Era lunes. Roxana, al igual que todos los días, había salido de su casa, se había topado con Bast y con Jorge, había caminado con ellos hasta la parada, procurando evitar que peleasen, sin tener mucho éxito, había reído como llevaba tiempo sin hacerlo con esas ganas…

Y entonces Jorge había torcido un recodo a su clase, lanzando aquella mirada extraña que Roxana no veía cuando se alejaba con Bast. Roxana y el último hablaban hasta que les tocara ir a sus diferentes clases.

-Ayer en la tarde te perdiste. Me quedé esperando un rato en el portón del colegio… - comentó Roxana, sin darle demasiada importancia. Pero tuvo que interesarse en el asunto, porque Bast miró a otro lado, incómodo.

-Lo siento. – dijo, evasivo. Roxana lo miró, frunciendo ligeramente el ceño, pero no dijo nada. No solía entrometerse demasiado con los asuntos de los demás, aunque confiara en Bast mucho más que en cualquier otro ser humano del planeta. Aunque estaba vampirizado, Bast no era un vampiro como tal.

Un silencio un poco largo se hizo entre los dos.

-Roxana, ayer Rachel me buscó. – confesó él, como si no soportara guardarle secretos. Roxana abrió sus ojos de par en par y le miró, con un montón de preguntas revoloteando en su cabeza.

-¿Y?- preguntó ansiosa.

-Procura no alterarte. Te lo diré únicamente si me juras que no vas a enojarte conmigo…

-¿Qué…?

-Júralo…

-No voy a jurar nada. Si me quieres explicar, bueno, y si no, no debiste extenderte con el tema. No necesitas explicarme nada.

-No seas dura… - replicó dolido. – Sé que tengo que decírtelo, pero no te enojes…

-¿Qué? ¿Bebiste su sangre o algo así? ¿Por qué iba enojarme? Lo que hagas con tu vida…

-Rachel me buscó porque llevamos unos cuantos días saliendo.

A Roxana se le congeló el cerebro en ese instante. Sintió algo helado y ardiente a la vez bajando por su pecho, se le hizo un nudo en la garganta y el estómago se le encogió. Sentía también una opresión muy rara en el pecho.

-…lo que hagas con tu vida es cosa tuya. – dijo con la voz seca. - ¿Qué demonios tienes en la cabeza? – preguntó, alterada.

-Roxana…

-¿Con Rachel? ¿Con ella? Bast, por favor, no puedo creer, no quiero creer que estás hablando en serio…

-Baja la voz…

-¡No quiero! ¿Cómo es posible que…? – pero entonces se quedó callada, reordenó sus pensamientos rápidamente y cerró la boca. Sentía los ojos húmedos, estaba a punto de llorar. Se reprimió a sí misma duramente, se puso de pie y echó a andar.

-Espera, espera… Roxana…- llamó él tratando de seguirle el paso. Roxana comprobó que sus ojos estaban secos antes de volverse y mirarlo.

-Lamento haber reaccionado así. Como dije, lo que hagas con tu vida es cosa tuya. – pero eres un idiota. Ella sólo quería tu sangre, para ella y sus compañeras. A ella no le importabas…

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pero ahora de nada le sirve querer la sangre de un humano vampirizado. ¿Entonces eso significaba que Rachel…?

-Roxana… creo que lo que hizo lo hizo por accidente. Ella me lo explicó, me dijo que…

Sin embargo, con la mirada acerada de Roxana, Bast se obligó a si mismo a callar.

-Eso sí que es patético.

-¿Quieres decir que crees que ella aún quiere…?- comenzó él, en un tono ligeramente molesto.

-No. Eso no le serviría de nada. – admitió.

-Entonces crees que no es capaz de fijarse en mi.- refunfuñó, un poco más molesto.

Roxana tragó grueso y ladeó la cabeza antes de responder.

-Tampoco. Es patético que creas que lo que hizo fue un accidente. Lo tenían planeado para matarte, ese era el único objetivo. Y tú lo sabes, así que no me digas eso. – estaba haciendo un esfuerzo muy grande para que no le temblara la voz.

-¿A dónde vas? – preguntó al ver que ella escalaba la reja que cercaba el colegio.

-A pensar, a calmarme. No quiero estar en clases así.

-Roxana…

-Perdóname. Es sólo que no lo esperaba. Lamento haberte gritado, sé que no tengo derecho. – saltó del otro lado y echó a correr. Mientras corría sin saber a donde iba, unas gruesas lágrimas le rodaron por la cara.

Bast se sentía muy mal. Lo poco que había logrado acercarse a Roxana, se había ido todo a la basura.

Cuando la conoció, ella había sido una muralla impenetrable. Nadie sabía nada sobre ella, sobre el lugar del que venía, lo que le gustaba… y mucho menos sus verdaderos secretos. Bueno, él tampoco sabía qué era ella ni la razón, pero con un esfuerzo titánico había conseguido que le contara cosas comunes, como que tenía una hermana, que sus padres se habían divorciado, que se había mudado continuamente desde hacía tres años…

Había logrado que ella confiara en él. Con el tiempo, Bast esperaba que ella le contara la verdad sobre lo que era, y quizá otras cosas interesantes.

Pero acababa de ver los ladrillos de la muralla de Roxana colocarse en su sitio. Lo vio en sus ojos, había traicionado su confianza.

Se volvió para ir a clase, y se llevó un buen susto al ver a Jorge recostado contra un poste, con una sonrisa de oreja a oreja. Sintió que algo le hervía en el estómago. Jorge no le agradaba del todo.

-Bien hecho. – le dijo él, sonriendo aún más.

-¿Qué haces aquí?

-Te acaban de cortar, por idiota.

-¿Qué cosa estás diciendo?

-Lo vi todo por la ventana. Roxana está molesta contigo, por eso acaba de escaparse. Algo le hiciste y te terminó.

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-Roxana y yo no…- pero se obligó a sí mismo a detenerse. Sabía que a Jorge le gustaba ella, y eso le molestaba aún más. Jorge pretendía acercarse a alguien como ella, tan diferente de los demás y tan especial a la vez. No era un digno candidato para su amiga.

-Mira, tuviste tu oportunidad. Ahora, la dejaste ir. Eso me conviene, ni lo dudes.

-Eres un idiota.

Roxana se detuvo en medio del monte. Estaba escuchando a Jorge y Bast, sin preocuparse demasiado. Después de todo, siempre discutían, aunque los motivos fueran absurdos. Pero entonces tuvo un presentimiento y echó a correr en dirección opuesta.

-Vuelve a llamarme idiota…

-Con gusto, idiota. – Jorge le dio un puñetazo. A Bast no le dolió, pero le molestó suficiente para devolverlo, olvidando que era más fuerte.

La sangre comenzó a salirle a chorros de la cara. Bast no solía sentir una tentación imposible por beber sangre, pero si alguien se cortaba, o si caía una gota fuera de lugar, las cosas se le ponían difíciles.

-¡Sebastián! – chilló Roxana en tono acusatorio y escaló la rejilla en un instante. Estuvo en segundos al lado de Jorge, con la mano en su cara, enderezando su nariz y usando sus extraños poderes. Jorge parecía aturdido.

Bast estaba molesto, y la sangre lo estaba alterando bastante. Sus colmillos estaban haciéndose más largos, en respuesta al olor. Se le hizo más difícil cuando Roxana levantó a un Jorge irritado y nada aturdido, con un morete en la cara, y éste se abrazó a ella como si fuera a caerse al suelo.

-Él ha comenzado.

Roxana le lanzó la mirada más helada que había recibido en su vida. Se sintió tan mal que sus colmillos se retiraron de inmediato, y no tardó en arrepentirse por lo que había hecho.

-Roxana… - pero ella ni lo miró. Echó a andar, apoyando a Jorge sobre ella, directo a la enfermería.

“Claro, aprovecha la situación para agarrarla como si fuera un…” – Bast no sabía qué, pero estaba molesto.

Yo me sentía muy mal. Me dolía, lo admito. Es que yo jamás habría creído… pensé que él las odiaba. Que quería hacerlas pagar… pero estaba saliendo con Rachel. Después de que ella lo había usado, se había burlado de él, le había tendido una trampa, él salía con ella…

Y era capaz de creer que no lo había hecho al propio. Eso era, quizá lo peor de todo.

No, me estoy engañando a mi misma. Lo peor de todo era que tres meses eran más que tiempo suficiente para encariñarse con algo, y yo me había metido demasiado con él.

Me odiaba a mi misma por que me sentía muy tonta. Nunca me había pasado algo como eso, ni nada parecido. No había tenido tiempo antes…

Encima, Bast se había comportado como un idiota con Jorge. Ese fue uno de los momentos en que aquella parte dormida de mi salía a flote y se hacía cargo de la situación.

Como por arte de magia lo curé, le quité la sangre, dejando sólo el moretón, y lo hice olvidar qué tan fuerte le habían golpeado.

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Lo llevé a la enfermería, y cuando me preguntaron, dije la verdad. Que se habían peleado. Después de todo, ambos merecían que alguien con más autoridad que yo les diera un buen sermón, por estar jugando a los bravucones.

Bast se me acercó para hablar los días siguientes, pero con ayuda de Marcela, yo lo evitaba continuamente. Sin darme cuenta de lo que hacía, cambié las partes del día que estaba con Bast y las usaba con Jorge. A él, Bast, le molestaba bastante, pero yo me di cuenta de eso después. Y pasaron otros dos meses sin que nada alterara aquella nueva rutina que me había fabricado…

-Te buscan. – dijo su madre, asomándose a la puerta de su cuarto.

-¿Quién? ¿Jorge? – este había ido un par de veces a su casa, y a su madre (y padre, que la había visitado muchas veces ya que no le quedaba tan lejos) le había caído excesivamente bien.

Sin embargo, por la expresión del rostro de su madre, no podía ser jorge. Cuando él venía, ella se ponía de buen humor. Ahora tenía una ceja levantada y una expresión irritada. Además, Roxana iba ver a Jorge en la tarde, no tenía sentido que la visitara en la mañana, si le había dicho que iba estar ocupada.

-No, por desgracia. Es ese rubio raro.

Roxana tragó grueso.

-¿Bast?- al contrario de Jorge, a ninguno de sus padres le había caído bien Bast.

-El mismo. Si quieres le digo que se vaya…

-No, está bien, déjalo. No seas grosera con él, mamá.

-Le voy a decir que pase, pero dejas la puerta del cuarto abierta, de par en par, ¿si?

-Si mamá.

Su madre se fue y Roxana meneó la cabeza. Estaba haciendo una maqueta y por todo el suelo de su cuarto había cartones y papeles. Bast tendría que irse rápido. Se limitaba a no ser grosera con él, pero aún le dolía que estuviera con Rachel, y que hubiese olvidado que ella había intentado matarlo.

Bast entró, mirando a su alrededor y conteniendo una risa.

-Hola, Roxana.

-Hola. – dijo ella sin emoción alguna en la voz.

-¿Sigues molesta conmigo?

-Yo no estoy molesta con nadie.

-¿Por qué ya no hablas conmigo? No has dejado que me acerque desde hace semanas, Rox.

-Estoy ocupada.

-Sí claro, se me olvidaba que ahora tienes un novio perfectamente normal.

-Jorge no es mi novio. – aunque todos decían eso.

-Sí claro. – soltó escéptico. Se veía molesto. Roxana se obligó a si misma a recordar que Bast estaba perdido por una vampiresa.

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-¿Para que viniste? ¿Tu querida Rachel está ocupada hoy? ¿Tiene la agenda llena de idiotas a quienes chuparle la sangre? – enarcó una ceja al ver la mueca que hizo Bast.

-No. Ella está molesta conmigo.

-Y por eso viniste a ver cómo pasabas las horas, ¿no?

-No. Se molestó conmigo porque le dije que venía a verte, porque no soportaba que estuvieras molesta conmigo.

Roxana no supo qué responder.

-Roxana, me haces falta. Hay una feria en el centro…

-Ya sé.

-Quería invitarte.

-Hacer enojar a una vampiresa adolescente no es mi prioridad, ¿sabes? Tengo huesos que pueden quebrarse.

-Ella no tiene por qué…

-¿No tiene por qué molestarse? ¿Y qué me dices de mi “novio” jorge?

-Dijiste que no era tu novio…

-Claro, ahora sí dije la verdad. Bast, estoy ocupada, tengo trabajo que hacer.

-Pues cuando termines…

-Cuando termine iré con Jorge a ver la feria.

Bast hizo una mueca de disgusto.

-¿Es o no tu novio?

-Eso no tiene importancia. No puedo, pero gracias por la invitación.

-Si no puedes salir, entonces me quedo aquí y te ayudo.

¿Qué es lo que quiere? ¿Para qué me busca?

-Puedo hacerlo sola…

-Si lo que no quieres es hablar conmigo, simplemente di que no me quieres ver más… - Bast puso la misma cara que había puesto el día después de lo de la casa vieja. A Roxana le pasó exactamente lo mismo que aquella vez, su determinación se fue por un tubo.

-No, no es eso… Está bien, quédate. Supongo que no esta de más que me es una mano con esto, quizá termine antes.

Bast le sonrió, logrando que se sintiera mejor.

-Parece que van a quedarse aquí, ¿no?

-Espero. No quiero irme.

-Tampoco quiero que te vayas. Pasé un par de meses temiendo que de pronto dijeras que te ibas a mudar de nuevo.

-Pues no me he ido.

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-Oye, ten cuidado con esa cosa, si te cortas me vas a poner en problemas.

Roxana estaba pasando la cutter sobre el cartón muy rápidamente.

-No me voy a cortar, Bast.

-Solo ten cuidado, ¿si?

-De acuerdo.

-Tengo curiosidad. ¿Por qué has pasado todo este tiempo con Jorge si no es nada tuyo?

-Es un amigo.

-¿Y le cuentas todo sobre ti? ¿De veras puedes confiar en un humano normal?

-¿A qué te refieres con la palabra “todo”?

-Ese secreto que no le dices ni a tu madre, Roxana.

-No es un secreto… es solo información que no hace falta compartir con nadie.

-O sea que se lo dirías a alguien algún día…

-¿Tanto te interesa saber lo que soy?

-Es curiosidad.

-La curiosidad es peligrosa, Bast.

-Pero también es útil. Por algo sigo vivo…

-No fue curiosidad, fue intuición.

-De acuerdo, de acuerdo. No me vas a decir qué eres, ¿cierto?

-Soy Roxana y ya. Tú eres Bast y ya.

-Soy un humano vampirizado, y tú eres un misterio fascinante. – contradijo él, acercándose. Le tomó la barbilla con suavidad con una mano y la obligó a mirarlo. -Siempre escondes lo que eres como si lo detestaras. Como si fuera algo malo, algo horrible. Te comportas todo el tiempo como si tú misma fueras un error. No te das cuenta que eres diferente, pero en un sentido positivo. Si fueras algo malo, yo estaría muerto. – la soltó despacio y regresó a su posición. Roxana retomó su trabajo con la cutter, sabiendo que se había ruborizado.

-Yo también siento curiosidad. Pero no me gusta entrometerme en las vidas ajenas. – comentó, para desviar el tema. Bast sonrió y se acomodó mejor, mientras jugueteaba con una de las vacas que ella iba poner en su maqueta.

-Puedes entrometerte todo lo que quieras en mi vida.

-De acuerdo. ¿Por qué te cae mal Jorge?

-¿Por qué no le caigo bien a tus padres? No hay respuesta.

-No le caes mal a… - comenzó avergonzada, pero Bast la detuvo.

-No te molestes en negarlo, Rox. Sé que no les caigo bien. No te preocupes, no es tu culpa. Pero que yo sepa, no hay razón. No creo haberlos ofendido antes. Pensé que era porque, como todo el mundo, ellos creían que tú y yo éramos novios, y que tus padres no querían que estuvieras con nadie. Pero a Jorge lo adoran.- la última frase la dijo desdeñoso. Roxana se sintió avergonzada.

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-Mi madre cree que eres raro. Ve algo extraño en ti. No sé por qué…- bromeó. – Lo cierto es que a mi mamá la espantan las cosas raras.- comentó con un deje de dolor en la voz. Bast prefirió no seguir con el tema, era claro que a ella le dolía. Quizá por eso siempre se trataba a sí misma como si fuera un defecto de la naturaleza.

-No te preocupes. Está bien. ¿Y tu padre?

-Mi padre simplemente no confía en ti. – estuve bastante cerca de decirle la verdadera razón de mi padre, pero eso habría acercado peligrosamente el tema a lo que yo era, y no quería hablar de eso.

-Valla. Bien, al menos sé que no les he hecho mal alguno.

-No respondiste. ¿Por qué te cae tan mal Jorge?

Bast puso los ojos en blanco, claramente irritado al recordar a Jorge.

-¿Qué puedo decir? Tu querido Jorge es irritante y ya. Me provoca todo el tiempo, y déjame decirte que nunca he tenido muy buen temperamento. Y nadie a quien yo le caiga tan mal me puede caer bien.

-Jorge dice que le caes mal porque tiene celos de mí. Así que no deberías tomártelo tan personal. Lo golpeaste muy fuerte hace días. Es sólo un consejo, Bast, pero deberías controlarte.

-Sí, claro. No quiero hablar de Jorge, ¿sabes? Vine a hablar contigo.

Roxana terminó la maqueta pese a que Bast hizo de todo menos ayudarla. Estaba distraído jugueteando con sus cosas mientras ella trabajaba.

Cuando ella terminó, Bast insistió en ir con ella a la feria que había en el centro. Le dijo que cuando se encontrase a Jorge, la dejaría con él y no molestaría más. Roxana no pudo negarse, aunque quiso.

Entonces llegaron a la feria. Además de las exhibiciones del arte local, había juegos mecánicos para chicos y grandes. Una “montaña rusa” ocupaba gran parte del campo ferial. Roxana se apartó inconscientemente de la atracción.

-¿Qué? ¿Le tienes miedo a eso? – preguntó Bast, incrédulo al darse cuenta.

-No le tengo miedo. No me gusta y ya.

-¿De veras? Subamos…

-No gracias. – puso tal cara de pánico que Bast echó a reír.

-No es nada de otro mundo, Rox. Ven, vamos. – insistió.

-Está bien, acepto que me da miedo. No voy a subir a eso.

-Vas a subir conmigo y vencer los miedos tontos. No hay motivo para temerle a esto. – Bast tendió una mano expectante. Luego de titubear, Roxana tomó la mano de su amigo y lo siguió.

Cuando bajaron el seguro, Roxana sintió que le faltaba el aire. Quería bajarse, había sido una estupidez subirse, pero justo iba hacerlo cuando los carros arrancaron. Aferró el tubo de metal, forrado en espuma, y luchó por respirar.

-Roxana, tranquila. Ya verás que cuando acabe vas a querer regresar.

-¿Por qué me obligas a hacer esto?- preguntó con voz quebrada.

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-No te obligué, pero es por tu bien. Los miedos hay que enfrentarlos, Rox. Además es divertido.

-Quiero bajar… - soltó aterrada cuando los carros estuvieron cerca de alcanzar el punto más alto, desde el cual bajarían con velocidad extrema, darían una vuelta completa, pasarían por un par de curvas y giros muy pronunciados y regresarían al punto de partida para que pasara otra vez.

-Estoy contigo… Tranquila. – Bast le tomó la mano y Roxana se calmó un poco.

Gritó como nunca antes en su vida, pero mientras pasaba, sentía la mano de Bast contra la suya, y el miedo se había esfumado. En la segunda vuelta soltó un par de carcajadas al sentir las cosquillas en el estómago propias de los altibajos de la montaña, y cuando bajó se sentía muy bien.

-¿Viste?

-Gracias, Bast, fue divertido. – por primera vez desde que la conocía, Bast vio una sonrisa completa en los labios de Roxana. Una sonrisa que le salía de adentro, sin necesidad de forzarla. Al muchacho le encantó, le tembló el corazón al verla.

-Rox, estás sonriendo de veras.

-Sí…- dijo sin dejar de sonreír. Nunca se había sentido tan bien, o al menos ya no lo recordaba.

-Es la sonrisa más linda que he visto.

Está muy cerca de mí… ¿Por qué me mira así? Bueno, nunca antes me había sentido tan feliz. Quizá le recuerdo a Rachel. Apuesto a que la señorita chupasangre sonríe bastante.

-Gracias… supongo. – dijo mientras se apartaba. Bast le sonrió y se acercó más, pero una voz a espaldas de Roxana los interrumpió. Bast levantó la vista y esbozó una expresión de fastidio. Roxana supo a quién iba encontrar antes de voltear.

-Hola Jorge. Te estaba esperando.

-Hola, Rosi.

Bast puso los ojos en blanco. Él sabía que a Roxana no le gustaba que le dijeran “Rosi”. Por eso él le decía “Rox”. A ella le gustaba eso. Esperaba que su amiga dijera algo al respecto, pero se limitó a sonreír, aunque no como antes, y acercarse para saludar a Jorge. Éste la retuvo a su lado y le pasó un brazo por los hombros, en un ademán posesivo dirigido a Bast.

Bast se sintió furioso. La trataba como si fuera un trofeo, algo que había ganado en una lucha contra él. Ni la conocía bien, y actuaba como si le perteneciera.

-Hola, Sebastián. – dijo, fingiendo cortesía. Roxana le dirigió una mirada de advertencia, sin hacer absolutamente nada por quitarse el pesado brazo de Jorge de encima. ¿Eso qué significaba?

-Hola. Yo ya me iba. Te veré luego, Rox. – no tenía ganas de irse. Quería quedarse, quitarle a Jorge las manos de encima de Roxana y llevársela lejos de él. No comprendía esa actitud, y de no ser porque le había prometido a su amiga que se iría en cuanto Jorge llegase, habría hecho lo que deseaba.

Pero se obligó a sí mismo a marcharse, sabiendo que ella se enojaría otra vez si hacía eso. Le había costado muchísimo que le hablara de nuevo.

-¿Vas a volver con él? – preguntó dolido Jorge luego de un rato de pasear y mirar cosas de la feria. Roxana lo miró sin comprender. – Con Sebastián. – explicó.

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Roxana reprimió un bufido.

-Jorge, Bast y yo nunca fuimos novios. Me cansé de explicárselo a todos.

-Muy bien. ¿Pero porqué estaba contigo?

-Porque es mi amigo.

-Los amigos no se miran así.

-Mira, Jorge, yo te aprecio bastante, pero tú tampoco eres nada mío. Nada aparte de un amigo al que no quiero lastimar. Un amigo al que no le debo explicaciones. – especificó ella, con paciencia. Jorge la miró herido.

-Ya lo sé. Sé que lo quieres, Rosi. – Roxana no veía la necesidad de responder. – Sólo quiero saber si él merece la pena. Si te va hacer daño otra vez, no puedo permitir que…

-No me va hacer nada, porque yo no voy a dejarlo. No te preocupes por eso, Jorge. Además, no puede lastimarme si no es nada mío. Y no creo que él esté buscando nada.

-Como digas. Pero si te lastima me las va pagar.

Jorge es tierno, pero no creo que pueda hacer gran cosa en contra de Bast.

-Gracias. –ella le sonrió, y Jorge le devolvió la sonrisa.

Bast estaba buscando a Roxana por todo el colegio sin éxito. Temía que ella lo estuviera evitando otra vez, aunque no alcanzaba explicarse las razones que podría tener para eso. La última persona a quien fue a buscar para preguntar por ella, no parecía estar de buen humor.

-¿Dónde está Roxana? – le preguntó sin más. Jorge le lanzó una mirada helada.

-Supongo que tú lo sabrás, ¿no?- le dijo, mordaz. Bast lo miró sin comprender.

-Si te estoy preguntando por ella es por algo ¿no?

-Apenas recibió tu mensaje echó a correr. Hasta olvidó su celular.

-¿Qué mensaje? Yo no le he mandado nada…- Bast tenía un mal presentimiento.

-No seas idiota. Aquí están, mira…- le mostró los mensajes en el celular de Roxana. “Necesito ayuda” y “en la casa vieja…” Bast no tenía su celular con él. Cuando habían peleado, la última en tenerlo había sido…

-Rachel…- murmuró asustado. -¿Hace cuanto que se fue?

-No sé, como diez minutos. ¿Qué está pasando…?- comenzó Jorge, pero Bast había echado a correr al igual que Roxana.

Roxana se acercó sigilosa a la puerta de atrás. Tenía un miedo horrendo de que le hicieran algo a Bast, pero precipitarse dentro del viejo edificio habría sido un grave error. Sin embargo, minutos antes de entrar al viejo salón de la casa, llena de telarañas y amueblada al estilo antiguo, las alarmas de su instinto se dispararon, indicándole que huyera.

Roxana nunca desobedecía su instinto, pero no iba a huir si Bast estaba ahí. Supo lo que iba pasar antes que las tres vampiresas le cayeran encima. No gritó, sin embargo. Otra vez salió a flote aquella parte de ella que sabía controlar las situaciones filosas mejor.

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-Vaya vaya… pero miren a quién tenemos aquí. Nos alegra que vinieras, asesina. – Rachel y sus dos compañeras estaban ahí. Dos de ellas la levantaron del suelo y la sujetaron. Sin aquella extraña parte de ella, Roxana habría entrado en pánico.

-No soy una asesina, al contrario de ustedes. – respondió con una calma increíble.

-Sí que lo eres. Mataste a nuestra hermana… - Roxana tenía una pequeña confusión, hasta que un velo extraño se levantó de su cabeza y recordó que no eran tres vampiresas, sino cuatro, las que habían atacado a Bast.

-¿Dónde está Bast? – Rachel rió con la pregunta.

-No sé, quizá en el colegio, o en alguna parte buscándote. – la vampiro esbozó una sonrisa torcida, sacó los colmillos y sus ojos se pusieron negros. – Caíste.

Roxana comprendió muchas cosas de inmediato, pero no le respondió a Rachel nada. Comprendió que, aunque ya lo sabía, los vampiros podían hacer que la gente los olvidara. Comprendió las razones que habían llevado a esta a buscar a Bast y salir con él. Comprendió también que Bast no había estado en peligro en ningún momento. La presa a cazar siempre había sido ella.

-Mataste a nuestra hermana con una estaca de madera. Salvaje… no sabes cuánto le costó morir, cuánto le dolió…- Rachel tenía la voz quebrada, pero recuperó el tono normal. – Así que te vamos a devolver el favor. Traje la misma arma asesina que empleaste con la pobre Charlotte. Vas a saber cómo se siente morir como una vampiresa. – la sonrisa torcida regresó. Las vampiresas la sujetaron con más fuerza, y a Roxana se le aceleró el pulso. Rachel empuñó la estaca, se echó hacia atrás para tomar impulso y…

-¡RACHEL! – un bramido de furia resonó por toda la sala. Bast estaba ahí. Rachel siseó y con una mirada, sus hermanas se apartaron. Tomó la estaca y golpeó a Roxana en la cabeza con una fuerza brutal. La muchacha cayó inconsciente de inmediato.

Las otras trataron de irse. Subieron las gradas y casi lo logran, pero Bast se apresuró a ponerse al lado de Roxana, tomar la estaca y lanzarla hacia las dos. Una de ellas gritó con todas sus fuerzas, y la otra la acompañó al ver lo que había pasado. Rachel miró la escena impasible. Su furia estallaría después.

-No te metas, Sebastián.

-Si le hiciste daño, me las vas a pagar.

-Sebastián, tú ya no eres un humano. Eres uno de nosotros, y si la proteges a ella, estarás traicionando a nuestra especie.

-Yo no soy uno de ustedes. Soy un humano, y ya. Soy Bast y ya. Y te aseguro que si la dañaste, te voy a buscar en cada rincón del planeta hasta dar contigo y hacértelo pagar.

Rachel siseó otra vez, sacando los colmillos.

-¡Traidor!

-¡Largo! Y recuerda que a mí no podrás hacerme olvidarte. No me afectan tus trucos de sanguijuela.

Rachel se marchó, siguiendo a sus hermanas. Bast se inclinó sobre Roxana, estudiando su rostro, preocupado. Algo grande y pesado cayó por las escaleras. Era un escritorio viejo y gastado. Iba dirigido a Roxana.

Bast lo golpeó con fuerza y el escritorio terminó de destrozarse.

-¡Lárguense! – un grupo de siseos respondieron, pero fueron alejándose con las vampiresas que se retiraban. Bast se acercó a Roxana, sintiéndose como un idiota. Ella había tenido razón,

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Rachel sólo lo había usado, una y otra vez. Esperaba que la chica no tuviera que pagar más consecuencias por su estupidez.

Roxana estaba en la casa donde había vivido más tiempo en su vida. La primera casa que recordaba, la casa donde sus padres vivían juntos antes del divorcio.

Era de noche, y la niña no podía dormirse. Bajó sigilosamente a la sala a buscar a sus padres para que la ayudasen a conciliar el sueño, pero se dio cuenta que estaban discutiendo y se quedó agazapada entre las sombras del pasillo.

-¡No, no, no y no! ¡No pienso permitir que mi hija sea un bicho raro!

-Por favor, mujer, oye lo que dices…

-Tú, asqueroso mentiroso, eres una aberración. Un error de la naturaleza, una alimaña despreciable que no merece vivir. Me engañaste, me hiciste creer que eras una persona normal, y resultaste ser un fenómeno. Y me dices ahora que MI HIJA va ser como tú…

-Melisa, yo no soy…

-¡Eres una anomalía! – la mujer lloraba a lágrima viva mientras insultaba a su marido. – Oyes más de lo normal, ves cosas que yo no distingo, te mueves silencioso y sigiloso como nadie. Eso quizá me pase desapercibido, pero haces otras cosas… me has leído la mente, fenómeno. Todo el tiempo me has engañado… y ahora mi hija está contaminada con tu enfermedad.

-Melissa…- la voz del hombre era una súplica, un ruego.

-¡No! Sé que también puedes hacer que la gente olvide. Por eso jamás peleábamos antes. Siempre me has manipulado a tu antojo.

-Eso no es cierto, Melissa…

-¡No!- chilló la mujer. -¡Es cierto! Pero se acabó, ¿me oyes? ¡Se acabó! Harás que mi hija se olvide de lo que ha hecho esta mañana, que se olvide que hizo esa cosa rara. Si puedes, que se olvide de todas las cochinadas que le has estado enseñando a mis espaldas.

-Melissa…- ahora estaba asombrado. Asombrado y herido.- ¿Qué? ¿También quieres que haga que se olvide de mí? Lo que le he enseñado es básico para su vida de…

-¡¡ELLA NO VA SER COMO TÚ!! ¡¡SERÁ UNA PERSONA NORMAL, AUNQUE TENGA ALGO SUCIO ADENTRO ¿ME OYES?!!

El hombre se quedó un rato en silencio, con una mirada llena de un dolor profundo y lacerante. Al cabo de un rato y con una voz rota, el hombre respondió.

-De acuerdo, mujer. Haré todo lo que te haga feliz, aunque estés equivocada. Aunque estés diciendo cosas horribles de mí y de Roxana. Haré que mi hija olvide todo lo que sabe sobre nosotros y las demás criaturas. Haré que olvide que es una kleeper, y que olvide que su padre también lo es. Si quieres separarte de mí, también lo haré. Sólo te ruego, te suplico… que si alguna vez sentiste algo por el humano que creíste que era, no me impidas ver a Roxana de vez en cuando.

-Siempre y cuando mantengas en secreto toda esa basura.

-Así lo haré. Te lo juro.

-Más te vale que ella no se entere nunca. Quiero que sea normal. De otro modo me moriría.

La niña echó a correr a su cuarto, con tal sigilo que sabía que ni el oído perfecto de su padre sabría que estaba ahí. Se metió entre la cobijas y comenzó a llorar como nunca antes en su vida. Todo se había desmoronado, su familia, su entrenamiento como kleeper. Y su madre

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odiaba lo que ella era. Su propia madre moriría si ella no era normal. Su madre podría morirse por culpa de ella.

-No…- lloró en sueños Roxana. Bast se levantó de la silla y se colocó a su lado de inmediato. Roxana sollozaba quedamente, murmurando cosas inteligibles mientras dormía.

-No ¿qué? Todo está bien, Rox. Estoy aquí. – estaban en un hospital, en emergencias. La madre de Roxana había sido avisada de que su hija se había caído, pero Bast sabía que tendría que explicar muchas cosas, y no sabía qué decir exactamente. De casualidad, el padre de Roxana también estaba en el pueblo, y ambos venían en camino para saber qué había ocurrido.

-No… no te vayas papá… mamá… no lo hagas…- murmuraba. -¡No!- gritó ella, despertando de golpe. Su llanto se detuvo un momento para ver el lugar donde estaba, pero el dolor que le causaba le recuerdo la hizo romper en llanto otra vez. Bast la abrazó preocupado. Roxana lloró y lloró por un rato, hasta que Bast se separó de ella para mirarle la cara y preguntarle cómo estaba.

-Estoy bien.- dijo con la voz quebrada por el llanto. – sólo he tenido una pesadilla.

-¿Y tu cabeza?

-Bast, ni con toda su fuerza Rachel me ha dejado tonta ¿de acuerdo? Estoy hecha para soportar todo tipo de cosas. No te preocupes por eso. – pero las lágrimas seguían resbalando de sus ojos.

-¿Qué tienes, Rox? – preguntó preocupado. Roxana lo miró entre sus lágrimas y comenzó a limpiárselas con las manos. Bast le tendió un pañuelo.

-Bast, mi padre y madre se divorciaron hace tres años porque mi madre se enteró que mi padre era un fenómeno. Mi madre odia las cosas raras, las odia con todo su corazón. Yo tenía trece cuando la escuché discutir con mi padre. Se había dado cuenta que yo iba ser como él. Lo obligó a que me hiciera olvidar todo lo que me había enseñado, y luego se fue, llevándome con ella. Mi hermana no es hija de mi padre, así que ella no tiene problema alguno. Pero por más que mi padre se esforzara, mi mente y la de él funcionan de forma parecida, así que no podía hacerme olvidar y ya. Logró enterrar los recuerdos en un rincón de mi consciencia. Yo sería normal si no fuera porque él no sabía que yo escuché la conversación, por lo que no pudo hacerme olvidarla.

“Mi madre dijo, entre otras cosas horribles, que si yo no era normal podría morir. Mi propia madre detesta lo que soy, Bast. – Roxana rompió a llorar otra vez, y Bast volvió a abrazarla, consternado. Eso explicaba la actitud siempre triste y reservada de Roxana.

Entonces llegaron los padres de la joven. Bast soltó a Roxana de inmediato, y se apartó un poco. El padre de Roxana se le acercó, con las manos extendidas. Bast sabía que iba a curarla, pero la madre de ella le lanzó una mirada feroz y el hombre retrocedió asustado. Dirigió a Bast una mirada de advertencia. Bast la comprendió. Al padre de Roxana no le agradaba que nadie que tuviera un gramo de veneno de vampiro en su sangre, fuera amigo de su hija. Ahora todo tenía más sentido.

-Cariño, ¿qué pasó?

-Nada. Me caí y ya.

-¿No deberías estar en el colegio?- preguntó, lanzándole a Bast una mirada de desprecio. Lo iba culpar por lo ocurrido, aunque no supiera cuánta razón tenía.

-Pues… es que me escapé. No tenía ganas de ir. – Roxana mintió tan mal, que Bast se sintió preocupado.

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-Hija, eso no se debe hacer.- regañó su madre. Bast supuso que ella creería cualquier cosa que le diera una explicación normal a las cosas.

-Lo siento.

-Déjame adivinar. Te escapaste con este jovencito. – su tono era tan mordaz que a Bast no le habría extrañado que la madre también supiera que él era un vampirizado.

-No. Él fue a buscarme por orden de un profesor. Y me gustaría de dejaras de ser grosera con él. Es un muy buen amigo mío. – aseveró, mirando a sus dos progenitores respectivamente.

-¿Y cómo fue que te caíste?- preguntó su madre, ignorando las palabras de Roxana.

-Me subí a un árbol y no me agarré con suficiente fuerza.- Roxana estaba logrando mentir de forma más convincente. Además, su madre estaba predispuesta a creer de inmediato cualquier explicación normal que le dieran.

-Bien, número uno, no eres un mono para estar subiéndote a los árboles. Número dos, tendremos que hablar muy seriamente sobre ese asunto de que te escapaste del colegio. No puedo permitir que se repita, y mereces un castigo.

-Claro.- aceptó Roxana sin mucho entusiasmo. Probablemente le impedirían salir, cosa que le importaba muy poco porque de todos modos, Jorge la visitaba muy a menudo, y sus padres no iban a impedirle la entrada jamás.

Salió de ahí muy pronto. Roxana se curaba rápido, y lo que había sido un golpe fatal se había convertido fácilmente en un toque al suelo cuando se “cayó” del árbol. Bast los acompañó hasta la casa, pese a que la madre de Roxana seguía siendo grosera, y el padre seguía lanzándole continuas miradas de advertencia.

Los dejaron solos en el cuarto, Roxana recostada y Bast sentado en una silla. La puerta, desde luego, la dejaron abierta de par en par.

-Eso que me dijiste es muy triste.- dijo él, al cabo de un silencio largo.

-Es lo que pasó. Mi madre podría morir si se entera que sé lo que soy. Estoy segura que se pondría muy mal si supiera que maté a una vampiresa, y que casi me matan sus hermanas hoy.

-Así que es eso.- el padre de Roxana apareció como de la nada en la puerta. Bast se incorporó asustado, y Roxana abrió los ojos de par en par.- Entonces lo sabes… y no te caíste de ningún árbol.- una extraña mezcla de emociones se revolvían en la voz del padre de Roxana. Por un lado, felicidad. Era obvio que le alegraba saber que su hija no lo había olvidado todo, y que había estado cumpliendo su deber. Por otro lado, preocupación. Que a una hija esté a punto de matarla un vampiro es bastante preocupante.

-Papá… ¿dónde está mi mamá?- se apresuró a preguntar por precaución. No quería que nadie más escuchara conversación alguna sobre ella y su rareza.

-Fue a comprar el diario en el centro. Y la comida para llenar la alacena. – dijo él con indiferencia. – Roxana, lo sabes… ¿pero cómo?

Roxana miró hacia abajo. Bast sentía que no tenía que estar ahí. Se agazapó contra la pared, pues no se atrevía a acercarse lo bastante al padre de Roxana como para salir del cuarto.

Roxana le dijo a su papá la verdad. Le contó sobre la horrible discusión que había presenciado.

-Rox… no debiste escuchar eso… tu madre estaba…

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-Horrorizada. Detesta lo que soy, ella desea que yo sea normal. Pero no puedo, papá. No podría ser normal ni aunque hubiese olvidado todo de verdad. Ella no alcanza a comprenderlo ¿cierto?

-Ella, al igual que todos, temen a lo que no pueden controlar. Y algunos temores, en vez de enfrentarlos como es correcto, los humanos normales prefieren destruirlos o ignorar su existencia. Rox, ahora que sé que lo sabes no podría intentar hacerte olvidarlo de nuevo. Tu madre tendrá que seguir en la ignorancia por su bien. Pero tú necesitas saber más. Yo…

-Papá, no quiero ser un bicho raro.- la sonrisa del rostro del padre de Roxana se congeló. Pasó muy rápidamente a convertirse en furia.

-Ah no, Roxana. Tú no eres un bicho raro. Has dejado que las palabras de tu madre te convenzan de que eres algo malo, y no es así. Ella está equivocada, no nosotros. Somos lo que somos y ya, y no podemos evitarlo. Eres una kleeper. No eres menos humana que nadie, sólo tienes más capacidades. Además, no puedes vivir pensando igual que Melissa, o terminarás por acabar con tu vida. Métete en la cabeza que seas lo que seas, eres tú y nadie tiene que meterse con eso.

Roxana miró a su padre con aquella mirada triste que siempre tenía en los ojos. Bast estaba plenamente acorde con el padre de ella. Éste se acercó y la abrazó, y ella le devolvió el abrazo.

-Gracias, papá. Muchas gracias.

Roxana volvió a sonreír de forma natural a partir de ese momento.

Caminaban por la calle rumbo a la parada de autobuses. Roxana miraba al suelo, pensando en todas las cosas que habían cambiado en un solo día, en una sola conversación con su padre. Bast la miraba a ella, pensando que había sido el más idiota de todo el planeta en los últimos meses, al gastar su tiempo con Rachel mientras Roxana estaba con Jorge.

-Roxana, ¿sabes una cosa?

Roxana lo miró, preguntando con los ojos.

-Eres preciosa. – Bast esbozó una sonrisa de oreja a oreja al ver que Roxana se sonrojaba.

-¿Por qué dices eso ahora?

-No sé, surgió y ya.- pero se detuvo y la abrazó, y luego le dio un beso. Sonrió con más ganas al ver que ella se ponía aún más roja.

-¿Y eso también surgió y ya?

-No, yo llevaba tiempo planeando eso.

Roxana, en medio de su sonrojo, esbozó una sonrisa alegre. Se tomaron de las manos y siguieron caminando.

-Creo que vas a tener problemas con mi padre. No le gustan los vampiros, no importa si no lo son del todo.

-Ahí me las arreglaré. – rió Bast. Roxana ya no estaba triste de ninguna manera.

Fin