3. cuentos de oscar wilde

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CUENTOS DE OSCAR WILDE EL PRÍNCIPE FELIZ La estatua del Príncipe Feliz se alzaba sobre una alta columna, desde donde se dominaba toda la ciudad. Era dorada y estaba recubierta por finas láminas de oro; sus ojos eran dos brillantes zafiros y en el puño de la espada centelleaba un enorme rubí púrpura. El resplandor del oro y las piedras preciosas hacían que los habitantes de la ciudad admirasen al Príncipe Feliz más que a cualquier otra cosa. —Es tan bonito como una veleta —comentaba uno de los regidores de la ciudad, a quien le interesaba ganar reputación de hombre de gustos artísticos—; claro que en realidad no es tan práctico —agregaba, porque al mismo tiempo temía que lo consideraran demasiado idealista, lo que por supuesto no era. —¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz —le decía una madre afligida a su pequeño hijo, que lloraba porque quería tener la luna—. El Príncipe Feliz no llora por nada. —Mucho me consuela el ver que alguien en el mundo sea completamente feliz —murmuraba un hombre infortunado al contemplar la bella estatua. —De verdad parece que fuese un ángel —comentaban entre ellos los niños del orfelinato al salir de la catedral, vestidos con brillantes capas rojas y albos delantalcitos. —¿Y cómo saben qué aspecto tiene un ángel? —les refutaba el profesor de matemáticas— ¿Cuándo han visto un ángel? —Los hemos visto, señor. ¡Claro que los hemos visto, en sueños! —le respondían los niños, y el profesor de matemáticas fruncía el ceño y adoptaba su aire más severo. Le parecía muy reprobable que los niños soñaran. Una noche llegó volando a la ciudad una pequeña golondrina. Sus compañeras habían partido para Egipto seis semanas antes, pero ella se había quedado atrás, porque estaba enamorada de un junco, el más hermoso de todos los juncos de la orilla del río. Lo encontró a comienzos de la primavera, cuando revoloteaba sobre el río detrás de una gran mariposa amarilla, y el talle esbelto del junco la cautivó de tal manera, que se detuvo para meterle conversación. —¿Puedo amarte? —le preguntó la golondrina, a quien no le gustaba andarse con rodeos. El junco le hizo una amplia reverencia. La golondrina entonces revoloteó alrededor, rozando el agua con las alas y trazando surcos de plata en la superficie. Era su manera de demostrar su amor. Y así pasó todo el verano. 1

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CUENTOS DE OSCAR WILDE

EL PRNCIPE FELIZ

La estatua del Prncipe Feliz se alzaba sobre una alta columna, desde donde se dominaba toda la ciudad. Era dorada y estaba recubierta por finas lminas de oro; sus ojos eran dos brillantes zafiros y en el puo de la espada centelleaba un enorme rub prpura. El resplandor del oro y las piedras preciosas hacan que los habitantes de la ciudad admirasen al Prncipe Feliz ms que a cualquier otra cosa. Es tan bonito como una veleta comentaba uno de los regidores de la ciudad, a quien le interesaba ganar reputacin de hombre de gustos artsticos; claro que en realidad no es tan prctico agregaba, porque al mismo tiempo tema que lo consideraran demasiado idealista, lo que por supuesto no era. Por qu no eres como el Prncipe Feliz le deca una madre afligida a su pequeo hijo, que lloraba porque quera tener la luna. El Prncipe Feliz no llora por nada. Mucho me consuela el ver que alguien en el mundo sea completamente feliz murmuraba un hombre infortunado al contemplar la bella estatua. De verdad parece que fuese un ngel comentaban entre ellos los nios del orfelinato al salir de la catedral, vestidos con brillantes capas rojas y albos delantalcitos. Y cmo saben qu aspecto tiene un ngel? les refutaba el profesor de matemticas Cundo han visto un ngel? Los hemos visto, seor. Claro que los hemos visto, en sueos! le respondan los nios, y el profesor de matemticas frunca el ceo y adoptaba su aire ms severo. Le pareca muy reprobable que los nios soaran. Una noche lleg volando a la ciudad una pequea golondrina. Sus compaeras haban partido para Egipto seis semanas antes, pero ella se haba quedado atrs, porque estaba enamorada de un junco, el ms hermoso de todos los juncos de la orilla del ro. Lo encontr a comienzos de la primavera, cuando revoloteaba sobre el ro detrs de una gran mariposa amarilla, y el talle esbelto del junco la cautiv de tal manera, que se detuvo para meterle conversacin. Puedo amarte? le pregunt la golondrina, a quien no le gustaba andarse con rodeos. El junco le hizo una amplia reverencia. La golondrina entonces revolote alrededor, rozando el agua con las alas y trazando surcos de plata en la superficie. Era su manera de demostrar su amor. Y as pas todo el verano. Es un ridculo enamoramiento comentaban las dems golondrinas; ese junco es desoladoramente hueco, no tiene un centavo y su familia es terriblemente numerosa. Efectivamente toda la ribera del ro estaba cubierta de juncos. A la llegada del otoo, las dems golondrinas emprendieron el vuelo, y entonces la enamorada del junco se sinti muy sola y comenz a cansarse de su amante. No dice nunca nada se dijo, y debe ser bastante infiel, porque siempre coquetea con la brisa. Y realmente, cada vez que corra un poco de viento, el junco realizaba sus ms graciosas reverencias. Adems es demasiado sedentario pens tambin la golondrina; y a m me gusta viajar. Por eso el que me quiera debera tambin amar los viajes. Vas a venirte conmigo? le pregunt al fin un da. Pero el junco se neg con la cabeza, le tena mucho apego a su hogar. Eso quiere decir que slo has estado jugando con mis sentimientos! se quej la golondrina. Yo me voy a las pirmides de Egipto. Adis! Y diciendo esto, se ech a volar. Vol durante todo el da y, cuando ya caa la noche, lleg hasta la ciudad. Dnde podr dormir? se pregunt. Espero que en esta ciudad hay algn albergue donde pueda pernoctar. En ese mismo instante descubri la estatua del Prncipe Feliz sobre su columna. Voy a refugiarme ah se dijo. El lugar es bonito y bien ventilado. Y as diciendo, se pos entre los pies del Prncipe Feliz. Tengo una alcoba de oro se dijo suavemente la golondrina mirando alrededor. En seguida se prepar para dormir. Mas cuando an no pona la cabecita debajo de su ala, le cay encima un grueso gotern. Qu cosa ms curiosa! exclam. No hay ni una nube en el cielo, las estrellas relucen claras y brillantes, y sin embargo llueve. En realidad este clima del norte de Europa es espantoso. Al junco le encantaba la lluvia, pero era de puro egosta. En ese mismo momento cay otra gota. Pero para qu sirve este monumento si ni siquiera puede protegerme de la lluvia? dijo. Mejor voy a buscar una buena chimenea. Y se prepar a levantar nuevamente el vuelo. Sin embargo, antes de que alcanzara a abrir las alas, una tercera gota le cay encima, y al mirar hacia arriba la golondrina vio... Ah, lo que vio! Los ojos del Prncipe Feliz estaban llenos de lgrimas, y las lgrimas le corran por las ureas mejillas. Y tan bello se vea el rostro del Prncipe a la luz de la luna, que la golondrina se llen de compasin. Quin eres? pregunt. Soy el Prncipe Feliz. Pero si eres el Prncipe Feliz, por qu lloras? Casi me has empapado. Cuando yo viva, tena un corazn humano contesto la estatua, pero no saba lo que eran las lgrimas, porque viva en la Mansin de la Despreocupacin, donde no est permitida la entrada del dolor. As, todos los das jugaba en el jardn con mis compaeros, y por las noches bailbamos en el gran saln. Alrededor del jardn del Palacio se elevaba un muro muy alto, pero nunca me dio curiosidad alguna por conocer lo que haba ms all... Era tan hermoso todo lo que me rodeaba! Mis cortesanos me decan el Prncipe Feliz, y de verdad era feliz, si es que el placer es lo mismo que la dicha. Viv as, y as mor. Y ahora que estoy muerto, me han puesto aqu arriba, tan alto que puedo ver toda la fealdad y toda la miseria de mi ciudad, y, aunque ahora mi corazn es de plomo, lo nico que hago es llorar. Cmo? se pregunt para s la golondrina, no es oro de ley? Era un avecita muy bien educada y jams hacia comentarios en voz alta sobre la gente. All abajo sigui hablando la estatua con voz baja y musical... all abajo, en una callejuela, hay una casa miserable, pero una de sus ventanas est abierta y dentro de la habitacin hay una mujer sentada detrs de la mesa. Tiene el rostro demacrado y lleno de arrugas, y sus manos, speras y rojas, estn acribilladas de pinchazos, porque es costurera. En este momento est bordando flores de la pasin en un traje de seda que vestir la ms hermosa de las damas de la reina en el prximo baile del Palacio. En un rincn de la habitacin, acostado en la cama, est su hijito enfermo. El nio tiene fiebre y pide naranjas. Pero la mujer slo puede darle agua del ro, y el nio llora. Golondrina, golondrina, pequea golondrina... hazme un favor! Llvale a la mujer el rub del puo de mi espada, quieres? Yo no puedo moverme, lo ves?... tengo los pies clavados en este pedestal. Los mos estn esperndome en Egipto contest la golondrina. Mis amigas ya deben estar revoloteando sobre el Nilo, y estarn charlando con los grandes lotos nubios. Y pronto irn a dormir a la tumba del gran Rey, donde se encuentra el propio faran, en su atad pintado, envuelto en vendas amarillas, y embalsamado con especias olorosas. Alrededor del cuello lleva una cadena de jade verde, y sus manos son como hojas secas. Golondrina, golondrina, pequea golondrina dijo el Prncipe, por qu no te quedas una noche conmigo y eres mi mensajera? El nio tiene tanta sed, y su madre, la costurera, est tan triste! Es que no me gustan mucho los nios contesto la golondrina. El verano pasado, cuando estbamos viviendo a orillas del ro, haba dos muchachos, hijos del molinero, y eran tan mal educados que no se cansaban de tirarme piedras. Claro que no acertaban nunca! Las golondrinas volamos demasiado bien, y adems yo pertenezco a una familia clebre por su rapidez; pero, de todas maneras, era una impertinencia y una grosera. Pero la mirada del Prncipe Feliz era tan triste, que finalmente la golondrina se enterneci. Ya est haciendo mucho fro dijo, pero me quedar una noche contigo y ser tu mensajera. Gracias, golondrinita dijo el Prncipe. La golondrina arranc entonces el gran rub de la espada del Prncipe y, tenindolo en el pico, vol por sobre los tejados. Pas junto a la torre de la catedral, que tena ngeles de mrmol blanco. Pas junto al Palacio, donde se oa msica de baile y una hermosa muchacha sali al balcn con su pretendiente. Qu lindas son las estrellas dijo el novio y qu maravilloso es el poder del amor! Ojal que mi traje est listo para el baile de gala contest ella. Mand a bordar en la tela unas flores de la pasin. Pero las costureras son tan flojas! La golondrina vol sobre el ro y vio las lmparas colgadas en los mstiles de los barcos. Pas sobre el barrio de los judos, donde vio a los viejos mercaderes hacer sus negocios y pesar monedas de oro en balanzas de cobre. Al fin lleg a la pobre casa, y se asom por la ventana. El nio, en su cama, se agitaba de fiebre, y la madre se haba dormido de cansancio. Entonces, la golondrina entr a la habitacin y dej el enorme rub encima de la mesa, junto al dedal de la costurera. Despus revolote dulcemente alrededor del nio enfermo, abanicndole la frente con las alas. Qu brisa tan deliciosa! murmur el nio. Debo estar mejor. Y se qued dormido deslizndose en un sueo maravilloso. Entonces la golondrina volvi hasta donde el Prncipe Feliz y le cont lo que haba hecho. Qu raro! agrego, pero ahora casi tengo calor; y sin embargo la verdad es que hace muchsimo fro. Es porque has hecho una obra de amor le explic el Prncipe. La golondrina se puso a pensar en esas palabras y pronto se qued dormida. Siempre que pensaba mucho se quedaba dormida. Al amanecer vol hacia el ro para baarse. Qu fenmeno extraordinario! exclam un profesor de ornitologa que pasaba por el puente. Una golondrina en pleno invierno! Y escribi sobre el asunto una larga carta al peridico de la ciudad. Todo el mundo habl del comentario, tal vez porque contena muchas palabras que no se entendan. Esta noche partir para Egipto se deca la golondrina y la idea la haca sentirse muy contenta. Luego visit todos los monumentos pblicos de la ciudad y descans largo rato en el campanario de la iglesia. Los gorriones que la vean pasar comentaban entre ellos: Qu extranjera tan distinguida!. Cosa que a la golondrina la haca feliz. Cuando sali la luna volvi donde estaba a la estatua del Prncipe. Tienes algunos encargos que darme para Egipto? le grit. Voy a partir ahora. Golondrina, golondrina, pequea golondrina dijo el Prncipe, no te quedaras conmigo una noche ms? Los mos me estn esperando en Egipto contesto la golondrina. Maana, mis amigas van a volar seguramente hasta la segunda catarata del Nilo. All, entre las caas, duerme el hipoptamo, y sobre una gran roca de granito se levanta el Dios Memnn. Durante todas las noches, l mira las estrellas toda la noche, y cuando brilla el lucero de la maana, lanza un grito de alegra. Despus se queda en silencio. Al medioda, los leones bajan a beber a la orilla del ro. Tienen los ojos verdes, y sus rugidos son ms fuertes que el ruido de la catarata. Golondrina, golondrina, pequea golondrina dijo el Prncipe, all abajo justo al otro lado de la ciudad, hay un muchacho en una buhardilla. Est inclinado sobre una mesa llena de papeles, y a su derecha, en un vaso, unas violetas estn marchitndose. Tiene el pelo largo, castao y rizado, y sus labios son rojos como granos de granada, y tiene los ojos anchos y soadores. Est empeado en terminar de escribir una obra para el director del teatro, pero tiene demasiado fro. No hay fuego en la chimenea y el hambre lo tiene extenuado. Bueno, me quedar otra noche aqu contigo dijo la golondrina que de verdad tena buen corazn. Hay que llevarle otro rub? Ay, no tengo ms rubes! se lament el Prncipe. Sin embargo an me quedan mis ojos. Son dos rarsimos zafiros, trados de la India hace mil aos. Scame uno de ellos y llvaselo. Lo vender a un joyero, comprar pan y lea y podr terminar de escribir su obra. Pero mi Prncipe querido dijo la golondrina, eso yo no lo puedo hacer. Y se puso a llorar. Golondrina, golondrina, pequea golondrina le rog el Prncipe, por favor, haz lo que te pido. Entonces la golondrina arranc uno de los ojos del Prncipe y vol hasta la buhardilla del escritor. No era difcil entrar all, porque haba un agujero en el techo y por ah entr la golondrina como una flecha. El joven tena la cabeza hundida entre las manos, as que no sinti el rumor de las alas, y cuando al fin levant los ojos, vio el hermoso zafiro encima de las violetas marchitas. Ser que el pblico comienza a reconocerme? se dijo Porque esta piedra preciosa ha de habrmela enviado algn rico admirador. Ahora podr acabar mi obra! Y se le notaba muy contento. Al da siguiente la golondrina vol hacia el puerto, se pos sobre el mstil de una gran nave y se entretuvo mirando los marineros que izaban con maromas unas enormes cajas de la sentina del barco. Me voy a Egipto! les grit la golondrina. Pero nadie le hizo caso. Al salir la luna, la golondrina volvi hacia el Prncipe Feliz. Vengo a decirte adisle dijo. Golondrina, golondrina, pequea golondrina le dijo el Prncipe. No te quedars conmigo otra noche? Ya es pleno invierno respondi la golondrina, y muy pronto caer la nieve helada. En Egipto, en cambio, el sol calienta las palmeras verdes y los cocodrilos, medio hundidos en el fango, miran indolentes alrededor. Por estos das mis compaeras estn construyendo sus nidos en el templo de Baalbeck, y las palomas rosadas y blancas las miran mientras se arrullan entre s. Querido Prncipe, tengo que dejarte, pero nunca te olvidar. La prxima primavera te traer de Egipto dos piedras bellsimas para reemplazar las que regalaste. El rub ser ms rojo que una rosa roja, y el zafiro ser azul como el mar profundo. All abajo en la plaza dijo el Prncipe Feliz, hay una niita que vende fsforos y cerillas. Y se le han cado los fsforos en el barro y se han echado a perder. Su padre le va a pegar si no lleva dinero a su casa y por eso ahora est llorando. No tiene zapatos ni medias, y su cabecita va sin sombrero. Arranca mi otro ojo y llvaselo, as su padre no le pegar. Pasar otra noche contigo dijo la golondrina, pero no puedo arrancarte el otro ojo. Te vas a quedar ciego. Golondrina, golondrina, pequea golondrina le rog el Prncipe, haz lo que te pido, te lo suplico. La golondrina entonces extrajo el otro ojo del Prncipe y se ech a volar. Se pos sobre el hombro de la nia y desliz la joya en sus manos. Qu bonito pedazo de vidrio! exclam la nia, y corri riendo hacia su casa. Despus la golondrina regres hasta donde estaba el Prncipe. Ahora que ests ciego le dijo, voy a quedarme a tu lado para siempre. No, golondrinita dijo el pobre Prncipe. Ahora tienes que irte a Egipto. Me quedar a tu lado para siempre repiti la golondrina, durmindose entre los pies de la estatua. Al otro da ella se pos en el hombro del Prncipe para contarle las cosas que haba visto en los extraos pases que visitaba durante sus migraciones. Le describi los ibis rojos, que se posan en largas filas a orillas del Nilo y pescan peces dorados con sus picos; le habl de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, y vive en el desierto, y lo sabe todo; le cont de los mercaderes que caminan lentamente al lado de sus camellos y llevan en sus manos rosarios de mbar; le cont del Rey de las Montaas de la Luna, que es negro como el bano y adora un gran cristal; le refiri acerca de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y veinte sacerdotes la alimentan con pasteles de miel; y le cont tambin de los pigmeos que navegan sobre un gran lago en anchas hojas lisas y que siempre estn en guerra con las mariposas. Querida golondrina dijo el Prncipe, me cuentas cosas maravillosas, pero es ms maravilloso todava lo que pueden sufrir los hombres. No hay misterio ms grande que la miseria. Vuela sobre mi ciudad, y vuelve a contarme todo lo que veas. Entonces la golondrina vol sobre la gran ciudad, y vio a los ricos que se regocijaban en sus soberbios palacios, mientras los mendigos se sentaban a sus puertas. Vol por las callejuelas sombras, y vio los rostros plidos de los nios que mueren de hambre, mientras miran con indiferencia las calles oscuras. Bajo los arcos de un puente haba dos muchachos acurrucados, uno en los brazos del otro para darse calor. Qu hambre tenemos! decan. Fuera de ah! les grit un guardia, y los muchachos tuvieron que levantarse, y alejarse caminando bajo la lluvia. Entonces la golondrina volvi donde el Prncipe, y le cont lo que haba visto. Mi estatua esta recubierta de oro fino le indic el Prncipe; scalo lmina por lmina, y llvaselo a los pobres. Los hombres siempre creen que el oro podr darles la felicidad. As, lmina a lmina, la golondrina fue sacando el oro, hasta que el Prncipe qued oscuro. Y lmina a lmina fue distribuyendo el oro fino entre los pobres, y los rostros de algunos nios se pusieron sonrosados, y riendo jugaron por las calles de la ciudad. Ya, ahora tenemos pan! gritaban. Lleg la nieve, y despus de la nieve lleg el hielo. Las calles brillaban de escarcha y parecan ros de plata. Los carmbanos, como puales, colgaban de las casas. Todo el mundo se cubra con pieles y los nios llevaban gorros rojos y patinaban sobre el ro. La pequea golondrina tena cada vez ms fro pero no quera abandonar al Prncipe, lo quera demasiado. Viva de las migajas del panadero, y trataba de abrigarse batiendo sus alitas sin cesar. Una tarde comprendi que iba a morir, pero an encontr fuerzas para volar hasta el hombro del Prncipe. Adis, mi querido Prncipe! le murmur al odo. Me dejas que te bese la mano? Me alegro que por fin te vayas a Egipto, golondrinita le dijo el Prncipe. Has pasado aqu demasiado tiempo. Pero no me beses en la mano, bsame en los labios porque te quiero mucho. No es a Egipto donde voy repuso la golondrina. Voy a la casa de la muerte. La muerte es hermana del sueo, verdad? El avecita bes al Prncipe Feliz en los labios y cay muerta a sus pies. En ese mismo instante se escuch un crujido ronco en el interior de la estatua, fue un ruido singular como si algo se hubiese hecho trizas. El caso es que el corazn de plomo se haba partido en dos. Ciertamente haca un fro terrible. A la maana siguiente, el alcalde se paseaba por la plaza con algunos de los regidores de la ciudad. Al pasar junto a la columna levant los ojos para admirar la estatua. Pero qu es esto! dijo El Prncipe Feliz parece ahora un desharrapado! Completamente desharrapado! reiteraron los regidores; y subieron todos a examinarlo. El rub de la espada se le ha cado, los ojos desaparecieron y ya no es dorado dijo el alcalde. En una palabra se ha transformado en un verdadero mendigo. Un verdadero mendigo! repitieron los regidores. Y hay un pjaro muerto entre sus pies sigui el alcalde. Ser necesario promulgar un decreto municipal que prohiba a los pjaros venirse a morir aqu. El secretario municipal tom nota dejando constancia de la idea. Entonces mandaron a derribar la estatua del Prncipe Feliz. Como ya no es hermoso, no sirve para nada explic el profesor de Esttica de la Universidad. Entonces fundieron la estatua, y el Alcalde reuni al Municipio para decidir que haran con el metal. Podemos propuso hacer otra estatua. La ma, por ejemplo. Claro, la ma dijeron los regidores cada uno a su vez. Y se pusieron a discutir. La ltima vez que supe de ellos seguan discutiendo. Qu cosa ms rara! dijo el encargado de la fundicin. Este corazn de plomo no quiere fundirse; habr que tirarlo a la basura. Y lo tiraron al basurero donde tambin yaca el cuerpo de la golondrina muerta. Treme las dos cosas ms hermosas que encuentres en esa ciudad dijo Dios a uno de sus ngeles. Y el ngel le llev el corazn de plomo y el pjaro muerto. Has elegido bien sonri Dios. Porque en mi jardn del Paraso esta avecilla cantar eternamente, y el Prncipe Feliz me alabar para siempre en mi Aurea Ciudad.

EL FANTASMA DE CANTERVILLE

I

Cuando el seor Hiram B. Otis, el ministro de Estados Unidos, compr Canterville-Chase, todo el mundo le dijo que cometa una gran necedad, porque la finca estaba embrujada.

Hasta el mismo lord Canterville, como hombre de la ms escrupulosa honradez, se crey en el deber de participrselo al seor Otis cuando llegaron a discutir las condiciones.

-Nosotros mismos -dijo lord Canterville- nos hemos resistido en absoluto a vivir en ese sitio desde la poca en que mi ta abuela, la duquesa de Bolton, tuvo un desmayo, del que nunca se repuso por completo, motivado por el espanto que experiment al sentir que dos manos de esqueleto se posaban sobre sus hombros, mientras se vesta para cenar. Me creo en el deber de decirle, seor Otis, que el fantasma ha sido visto por varios miembros de mi familia, que viven actualmente, as como por el rector de la parroquia, el reverendo Augusto Dampier, agregado de la Universidad de Oxford. Despus del trgico accidente ocurrido a la duquesa, ninguna de las doncellas quiso quedarse en casa, y lady Canterville no pudo ya conciliar el sueo, a causa de los ruidos misteriosos que llegaban del corredor y de la biblioteca.

-Seor -respondi el ministro-, adquirir el inmueble y el fantasma, bajo inventario. Llego de un pas moderno, en el que podemos tener todo cuanto el dinero es capaz de proporcionar, y esos mozos nuestros, jvenes y avispados, que recorren de parte a parte el viejo continente, que se llevan los mejores actores de ustedes, y sus mejores prima donnas, estoy seguro de que si queda todava un verdadero fantasma en Europa vendrn a buscarlo enseguida para colocarlo en uno de nuestros museos pblicos o para pasearlo por los caminos como un fenmeno.

-El fantasma existe, me lo temo -dijo lord Canterville, sonriendo-, aunque quiz se resiste a las ofertas de los intrpidos empresarios de ustedes. Hace ms de tres siglos que se le conoce. Data, con precisin, de mil quinientos setenta y cuatro, y no deja de mostrarse nunca cuando est a punto de ocurrir alguna defuncin en la familia.

-Bah! Los mdicos de cabecera hacen lo mismo, lord Canterville. Amigo mo, un fantasma no puede existir, y no creo que las leyes de la Naturaleza admitan excepciones en favor de la aristocracia inglesa.

-Realmente son ustedes muy naturales en Estados Unidos -dijo lord Canterville, que no acababa de comprender la ltima observacin del seor Otis-. Ahora bien: si le gusta a usted tener un fantasma en casa, mejor que mejor. Acurdese nicamente de que yo lo previne.

Algunas semanas despus se cerr el trato, y a fines de estacin el ministro y su familia emprendieron el viaje a Canterville.

La seora Otis, que con el nombre de seorita Lucrecia R. Tappan, de la calle Oeste, 52, haba sido una ilustre "beldad" de Nueva York, era todava una mujer guapsima, de edad regular, con unos ojos hermosos y un perfil soberbio.

Muchas damas norteamericanas, cuando abandonan su pas natal, adoptan aires de persona atacada de una enfermedad crnica, y se figuran que eso es uno de los sellos de distincin de Europa; pero la seora Otis no cay nunca en ese error.

Tena una naturaleza magnfica y una abundancia extraordinaria de vitalidad.

A decir verdad, era completamente inglesa bajo muchos aspectos, y hubiese podido citrsele en buena lid para sostener la tesis de que lo tenemos todo en comn con Estados Unidos hoy en da, excepto la lengua, como es de suponer.

Su hijo mayor, bautizado con el nombre de Washington por sus padres, en un momento de patriotismo que l no cesaba de lamentar, era un muchacho rubio, de bastante buena figura, que se haba erigido en candidato a la diplomacia, dirigiendo un cotilln en el casino de Newport durante tres temporadas seguidas, y aun en Londres pasaba por ser bailarn excepcional.

Sus nicas debilidades eran las gardenias y la patria; aparte de esto, era perfectamente sensato.

La seorita Virginia E. Otis era una muchachita de quince aos, esbelta y graciosa como un cervatillo, con un bonito aire de despreocupacin en sus grandes ojos azules.

Era una amazona maravillosa, y sobre su caballito derrot una vez en carreras al viejo lord Bilton, dando dos veces la vuelta al parque, ganndole por caballo y medio, precisamente frente a la estatua de Aquiles, lo cual provoc un entusiasmo tan delirante en el joven duque de Cheshire, que le propuso acto continuo el matrimonio, y sus tutores tuvieron que expedirlo aquella misma noche a Elton, baado en lgrimas.

Despus de Virginia venan dos gemelos, conocidos de ordinario con el nombre de Estrellas y Bandas, porque se les encontraba siempre ostentndolas.

Eran unos nios encantadores, y, con el ministro, los nicos verdaderos republicanos de la familia.

Como Canterville-Chase est a siete millas de Ascot, la estacin ms prxima, el seor Otis telegrafi que fueran a buscarlo en coche descubierto, y emprendieron la marcha en medio de la mayor alegra. Era una noche encantadora de julio, en que el aire estaba aromado de olor a pinos.

De cuando en cuando se oa una paloma arrullndose con su voz ms dulce, o se entrevea, entre la maraa y el frufr de los helechos, la pechuga de oro bruido de algn faisn.

Ligeras ardillas los espiaban desde lo alto de las hayas a su paso; unos conejos corran como exhalaciones a travs de los matorrales o sobre los collados herbosos, levantando su rabo blanco.

Sin embargo, no bien entraron en la avenida de Canterville-Chase, el cielo se cubri repentinamente de nubes. Un extrao silencio pareci invadir toda la atmsfera, una gran bandada de cornejas cruz calladamente por encima de sus cabezas, y antes de que llegasen a la casa ya haban cado algunas gotas.

En los escalones se hallaba para recibirlos una vieja, pulcramente vestida de seda negra, con cofia y delantal blancos.

Era la seora Umney, el ama de llaves que la seora Otis, a vivos requerimientos de lady Canterville, accedi a conservar en su puesto.

Hizo una profunda reverencia a la familia cuando echaron pie a tierra, y dijo, con un singular acento de los buenos tiempos antiguos:

-Les doy la bienvenida a Canterville-Chase.

La siguieron, atravesando un hermoso vestbulo de estilo Tdor, hasta la biblioteca, largo saln espacioso que terminaba en un ancho ventanal acristalado.

Estaba preparado el t.

Luego, una vez que se quitaron los trajes de viaje, se sentaron todos y se pusieron a curiosear en torno suyo, mientras la seora Umney iba de un lado para el otro.

De pronto, la mirada de la seora Otis cay sobre una mancha de un rojo oscuro que haba sobre el pavimento, precisamente al lado de la chimenea y, sin darse cuenta de sus palabras, dijo a la seora Umney:

-Veo que han vertido algo en ese sitio.

-S, seora -contest la seora Umney en voz baja-. Ah se ha vertido sangre.

-Es espantoso! -exclam la seora Otis-. No quiero manchas de sangre en un saln. Es preciso quitar eso inmediatamente.

La vieja sonri, y con la misma voz baja y misteriosa respondi:

-Es sangre de lady Leonor de Canterville, que fue muerta en ese mismo sitio por su propio marido, Simn de Canterville, en mil quinientos sesenta y cinco. Simn la sobrevivi nueve aos, desapareciendo de repente en circunstancias misteriossimas. Su cuerpo no se encontr nunca, pero su alma culpable sigue embrujando la casa. La mancha de sangre ha sido muy admirada por los turistas y por otras personas, pero quitarla, imposible.

-Todo eso son tonteras -exclam Washington Otis-. El detergente y quitamanchas marca "Campen Pinkerton" har desaparecer eso en un abrir y cerrar de ojos.

Y antes de que el ama de llaves, aterrada, pudiera intervenir, ya se haba arrodillado y frotaba vivamente el entarimado con una barrita de una sustancia parecida a un cosmtico negro. A los pocos instantes la mancha haba desaparecido sin dejar rastro.

-Ya saba yo que el "Campen Pinkerton" la borrara -exclam en tono triunfal, paseando una mirada circular sobre su familia, llena de admiracin.

Pero apenas haba pronunciado esas palabras, cuando un relmpago formidable ilumin la estancia sombra, y el retumbar del trueno levant a todos, menos a la seora Umney, que se desmay.

-Qu clima ms atroz! -dijo tranquilamente el ministro, encendiendo un largo cigarro-. Creo que el pas de los abuelos est tan lleno de gente, que no hay buen tiempo bastante para todo el mundo. Siempre opin que lo mejor que pueden hacer los ingleses es emigrar.

-Querido Hiram -replic la seora Otis-, qu podemos hacer con una mujer que se desmaya?

-Descontaremos eso de su salario en caja. As no se volver a desmayar.

En efecto, la seora Umney no tard en volver en s. Sin embargo, se vea que estaba conmovida hondamente, y con voz solemne advirti a la seora Otis que deba esperarse algn disgusto en la casa.

-Seores, he visto con mis propios ojos algunas cosas... que pondran los pelos de punta a cualquier cristiano. Y durante noches y noches no he podido pegar los ojos a causa de los hechos terribles que pasaban.

A pesar de lo cual, el seor Otis y su esposa aseguraron vivamente a la buena mujer que no tenan miedo ninguno de los fantasmas.

La vieja ama de llaves, despus de haber impetrado la bendicin de la Providencia sobre sus nuevos amos y de arreglrselas para que le aumentasen el salario, se retir a su habitacin renqueando.

II

La tempestad se desencaden durante toda la noche, pero no produjo nada extraordinario. Al da siguiente, por la maana, cuando bajaron a almorzar, encontraron de nuevo la terrible mancha sobre el entarimado.

-No creo que tenga la culpa el "limpiador sin rival" -dijo Washington-, pues lo he ensayado sobre toda clase de manchas. Debe ser el fantasma.

En consecuencia, borr la mancha, despus de frotar un poco. Al otro da, por la maana, haba reaparecido. Y, sin embargo, la biblioteca haba permanecido cerrada la noche anterior, porque el seor Otis se haba llevado la llave para arriba. Desde entonces, la familia empez a interesarse por aquello. El seor Otis se hallaba a punto de creer que haba estado demasiado dogmtico negando la existencia de los fantasmas. La seora Otis expres su intencin de afiliarse a la Sociedad Psquica, y Washington prepar una larga carta a los seores Myers y Podmone, basada en la persistencia de las manchas de sangre cuando provienen de un crimen. Aquella noche disip todas las dudas sobre la existencia objetiva de los fantasmas.

La familia haba aprovechado la frescura de la tarde para dar un paseo en coche. Regresaron a las nueve, tomando una ligera cena. La conversacin no recay ni un momento sobre los fantasmas, de manera que faltaban hasta las condiciones ms elementales de "espera" y de "receptibilidad" que preceden tan a menudo a los fenmenos psquicos. Los asuntos que discutieron, por lo que luego he sabido por la seora Otis, fueron simplemente los habituales en la conversacin de los norteamericanos cultos que pertenecen a las clases elevadas, como, por ejemplo, la inmensa superioridad de miss Janny Davenport sobre Sarah Bernhardt, como actriz; la dificultad para encontrar maz verde, galletas de trigo sarraceno, aun en las mejores casas inglesas; la importancia de Boston en el desenvolvimiento del alma universal; las ventajas del sistema que consiste en anotar los equipajes de los viajeros, y la dulzura del acento neoyorquino, comparado con el dejo de Londres. No se trat para nada de lo sobrenatural, no se hizo ni la menor alusin indirecta a Simn de Canterville. A las once, la familia se retir. A las doce y media estaban apagadas todas las luces. Poco despus, el seor Otis se despert con un ruido singular en el corredor, fuera de su habitacin. Pareca un ruido de hierros viejos, y se acercaba cada vez ms. Se levant en el acto, encendi la luz y mir la hora. Era la una en punto. El seor Otis estaba perfectamente tranquilo. Se tom el pulso y no lo encontr nada alterado. El ruido extrao continuaba, al mismo tiempo que se oa claramente el sonar de unos pasos. El seor Otis se puso las zapatillas, tom un frasquito alargado de su tocador y abri la puerta. Y vio frente a l, en el plido claro de luna, a un viejo de aspecto terrible. Sus ojos parecan carbones encendidos. Una larga cabellera gris caa en mechones revueltos sobre sus hombros. Sus ropas, de corte anticuado, estaban manchadas y en jirones. De sus muecas y de sus tobillos colgaban unas pesadas cadenas y unos grilletes herrumbrosos.

-Mi distinguido seor -dijo el seor Otis-, permtame que le ruegue vivamente que engrase esas cadenas. Le he trado para ello una botella de "Engrasador Tammany-Sol-Levante". Dicen que una sola untura es eficacsima, y en la etiqueta hay varios certificados de nuestros agoreros nativos ms ilustres, que dan fe de ello. Voy a dejrsela aqu, al lado de las mecedoras, y tendr un verdadero placer en proporcionarle ms, si as lo desea.

Dicho lo cual, el ministro de los Estados Unidos dej el frasquito sobre una mesa de mrmol, cerr la puerta y se volvi a meter en la cama.

El fantasma de Canterville permaneci algunos minutos inmvil de indignacin. Despus tir, lleno de rabia, el frasquito contra el suelo encerado y huy por el corredor, lanzando gruidos cavernosos y despidiendo una extraa luz verde. Sin embargo, cuando llegaba a la gran escalera de roble, se abri de repente una puerta. Aparecieron dos siluetas infantiles, vestidas de blanco, y una voluminosa almohada le roz la cabeza. Evidentemente, no haba tiempo que perder; as es que, utilizando como medio de fuga la cuarta dimensin del espacio, se desvaneci a travs del estuco, y la casa recobr su tranquilidad.

Llegado a un cuartito secreto del ala izquierda, se ados a un rayo de luna para tomar aliento, y se puso a reflexionar para darse cuenta de su situacin. Jams en toda su brillante carrera, que duraba ya trescientos aos seguidos, fue injuriado tan groseramente. Se acord de la duquesa viuda, en quien provoc una crisis de terror, estando mirndose al espejo, cubierta de brillantes y de encajes; de las cuatro doncellas a quienes haba enloquecido, producindoles convulsiones histricas, slo con hacerles visajes entre las cortinas de una de las habitaciones destinadas a invitados; del rector de la parroquia, cuya vela apag de un soplo cuando volva el buen seor de la biblioteca a una hora avanzada, y que desde entonces se convirti en mrtir de toda clase de alteraciones nerviosas; de la vieja seora de Tremouillac, que, al despertarse a medianoche, lo vio sentado en un silln, al lado de la lumbre, en forma de esqueleto, entretenido en leer el diario que redactaba ella de su vida, y que de resultas de la impresin tuvo que guardar cama durante seis meses, vctima de un ataque cerebral. Una vez curada se reconcili con la iglesia y rompi toda clase de relaciones con el sealado escptico monsieur de Voltaire. Record igualmente la noche terrible en que el bribn de lord Canterville fue hallado agonizante en su tocador, con una sota de espadas hundida en la garganta, vindose obligado a confesar que por medio de aquella carta haba timado la suma de diez mil libras a Carlos Fos, en casa de Grookford. Y juraba que aquella carta se la hizo tragar el fantasma. Todas sus grandes hazaas le volvan a la mente. Vio desfilar al mayordomo que se levant la tapa de los sesos por haber visto una mano verde tamborilear sobre los cristales, y la bella lady Steefield, condenada a llevar alrededor del cuello un collar de terciopelo negro para tapar la seal de cinco dedos, impresos como un hierro candente sobre su blanca piel, y que termin por ahogarse en el vivero que haba al extremo de la Avenida Real. Y, lleno del entusiasmo eglatra del verdadero artista, pas revista a sus creaciones ms clebres. Se dedic una amarga sonrisa al evocar su ltima aparicin en el papel de "Rubn el Rojo", o "el rorro estrangulado", su "debut" en el "Giben, el Vampiro flaco del pramo de Bevley", y el furor que caus una tarde encantadora de junio slo con jugar a los bolos con sus propios huesos sobre el campo de hierba de "lawn-tennis". Y todo para qu? Para que unos miserables norteamericanos le ofreciesen el engrasador marca "Sol-Levante" y le tirasen almohadas a la cabeza! Era realmente intolerable. Adems, la historia nos ensea que jams fue tratado ningn fantasma de aquella manera. Lleg a la conclusin de que era preciso tomarse la revancha, y permaneci hasta el amanecer en actitud de profunda meditacin.

III

Cuando a la maana siguiente el almuerzo reuni a la familia Otis, se discuti extensamente acerca del fantasma. El ministro de los Estados Unidos estaba, como era natural, un poco ofendido viendo que su ofrecimiento no haba sido aceptado.

-No quisiera en modo alguno injuriar personalmente al fantasma -dijo-, y reconozco que, dada la larga duracin de su estancia en la casa, no era nada corts tirarle una almohada a la cabeza...

Siento tener que decir que esta observacin tan justa provoc una explosin de risa en los gemelos.

-Pero, por otro lado -prosigui el seor Otis-, si se empea, sin ms ni ms, en no hacer uso del engrasador marca "Sol-Levante", nos veremos precisados a quitarle las cadenas. No habra manera de dormir con todo ese ruido a la puerta de las alcobas.

Pero, sin embargo, en el resto de la semana no fueron molestados. Lo nico que les llam la atencin fue la reaparicin continua de la mancha de sangre sobre el parqu de la biblioteca. Era realmente muy extrao, tanto ms cuanto que el seor Otis cerraba la puerta con llave por la noche, igual que las ventanas. Los cambios de color que sufra la mancha, comparables a los de un camalen, produjeron asimismo frecuentes comentarios en la familia. Una maana era de un rojo oscuro, casi violceo; otras veces era bermelln; luego, de un prpura esplndido, y un da, cuando bajaron a rezar, segn los ritos sencillos de la libre iglesia episcopal reformada de Norteamrica, la encontraron de un hermoso verde esmeralda. Como era natural, estos cambios caleidoscpicos divirtieron grandemente a la reunin y se hacan apuestas todas las noches con entera tranquilidad. La nica persona que no tom parte en la broma fue la joven Virginia. Por razones ignoradas, sentase siempre impresionada ante la mancha de sangre, y estuvo a punto de llorar la maana que apareci verde esmeralda.

El fantasma hizo su segunda aparicin el domingo por la noche. Al poco tiempo de estar todos ellos acostados, les alarm un enorme estrpito que se oy en el saln. Bajaron apresuradamente, y se encontraron con que una armadura completa se haba desprendido de su soporte y cado sobre las losas. Cerca de all, sentado en un silln de alto respaldo, el fantasma de Canterville se restregaba las rodillas, con una expresin de agudo dolor sobre su rostro. Los gemelos, que se haban provisto de sus hondas, le lanzaron inmediatamente dos balines, con esa seguridad de puntera que slo se adquiere a fuerza de largos y pacientes ejercicios sobre el profesor de caligrafa. Mientras tanto, el ministro de los Estados Unidos mantena al fantasma bajo la amenaza de su revlver, y, conforme a la etiqueta californiana, lo instaba a levantar los brazos. El fantasma se alz bruscamente, lanzando un grito de furor salvaje, y se disip en medio de ellos, como una niebla, apagando de paso la vela de Washington Otis y dejndolos a todos en la mayor oscuridad. Cuando lleg a lo alto de la escalera, una vez dueo de s, se decidi a lanzar su clebre repique de carcajadas satnicas, que en ms de una ocasin le haban sido muy tiles. Contaba la gente que aquello hizo encanecer en una sola noche el peluqun de lord Raker. Y que tres sucesivas amas de llaves renunciaron antes de terminar el primer mes en su cargo. Por consiguiente, lanz su carcajada ms horrible, despertando paulatinamente los ecos en las antiguas bvedas; pero, apagados stos, se abri una puerta y apareci, vestida de azul claro, la seora Otis.

-Me temo -dijo la dama- que est usted indispuesto, y aqu le traigo un frasco de la tintura del doctor Dobell. Si se trata de una indigestin, esto le sentar bien.

El fantasma la mir con ojos llameantes de furor y se crey en el deber de metamorfosearse en un gran perro negro. Era un truco que le haba dado una reputacin merecidsima, y al cual atribua la idiotez incurable del to de lord Canterville, el honorable Toms Horton. Pero un ruido de pasos que se acercaban le hizo vacilar en su cruel determinacin, y se content con volverse un poco fosforescente. En seguida se desvaneci, despus de lanzar un gemido sepulcral, porque los gemelos iban a darle alcance.

Una vez en su habitacin se sinti destrozado, presa de la agitacin ms violenta. La ordinariez de los gemelos, el grosero materialismo de la seora Otis, todo aquello resultaba realmente vejatorio; pero lo que ms lo humillaba era no tener ya fuerzas para llevar una armadura. Contaba con hacer impresin aun en esos norteamericanos modernos, con hacerles estremecer a la vista de un espectro acorazado, ya que no por motivos razonables, al menos por deferencia hacia su poeta nacional Longfellow, cuyas poesas, delicadas y atrayentes, le haban ayudado con frecuencia a matar el tiempo, mientras los Canterville estaban en Londres. Adems, era su propia armadura. La llev con xito en el torneo de Kenilworth, siendo felicitado calurosamente por la Reina-Virgen en persona. Pero cuando quiso ponrsela qued aplastado por completo por el peso de la enorme coraza y del yelmo de acero. Y se desplom pesadamente sobre las losas de piedra, despellejndose las rodillas y contusionndose la mueca derecha.

Durante varios das estuvo malsimo y no pudo salir de su morada ms que lo necesario para mantener en buen estado la mancha de sangre. No obstante lo cual, a fuerza de cuidados acab por restablecerse y decidi hacer una tercera tentativa para aterrorizar al ministro de los Estados Unidos y a su familia. Eligi para su reaparicin en escena el viernes 17 de agosto, consagrando gran parte del da a pasar revista a sus trajes. Su eleccin recay al fin en un sombrero de ala levantada por un lado y cada del otro, con una pluma roja; en un sudario deshilachado por las mangas y el cuello y, por ltimo, en un pual mohoso. Al atardecer estall una gran tormenta. El viento era tan fuerte que sacuda y cerraba violentamente las puertas y ventanas de la vetusta casa. Realmente aqul era el tiempo que le convena. He aqu lo que pensaba hacer: Ira sigilosamente a la habitacin de Washington Otis, le musitara unas frases ininteligibles, quedndose al pie de la cama, y le hundira tres veces seguidas el pual en la garganta, a los sones de una msica apagada. Odiaba sobre todo a Washington, porque saba perfectamente que era l quien acostumbraba quitar la famosa mancha de sangre de Canterville, empleando el "limpiador incomparable de Pinkerton". Despus de reducir al temerario, al despreocupado joven, entrara en la habitacin que ocupaba el ministro de los Estados Unidos y su mujer. Una vez all, colocara una mano viscosa sobre la frente de la seora Otis, y al mismo tiempo murmurara, con voz sorda, al odo del ministro tembloroso, los secretos terribles del osario. En cuanto a la pequea Virginia, an no tena decidido nada. No lo haba insultado nunca. Era bonita y cariosa. Unos cuantos gruidos sordos, que saliesen del armario, le parecan ms que suficientes, y si no bastaban para despertarla, llegara hasta tirarle de la puntita de la nariz con sus dedos rgidos por la parlisis. A los gemelos estaba resuelto a darles una leccin: lo primero que hara sera sentarse sobre sus pechos, con el objeto de producirles la sensacin de pesadilla. Luego, aprovechando que sus camas estaban muy juntas, se alzara en el espacio libre entre ellas, con el aspecto de un cadver verde y fro como el hielo, hasta que se quedaran paralizados de terror. En seguida, tirando bruscamente su sudario, dara la vuelta al dormitorio en cuatro patas, como un esqueleto blanqueado por el tiempo, moviendo los ojos de sus rbitas, en su creacin de "Daniel el Mudo, o el esqueleto del suicida", papel en el cual hizo un gran efecto en varias ocasiones. Crea estar tan bien en ste como en su otro papel de "Martn el Demente o el misterio enmascarado".

A las diez y media oy subir a la familia a acostarse. Durante algunos instantes lo inquietaron las tumultuosas carcajadas de los gemelos, que se divertan evidentemente, con su loca alegra de colegiales, antes de meterse en la cama. Pero a las once y cuarto todo qued nuevamente en silencio, y cuando sonaron las doce se puso en camino. La lechuza chocaba contra los cristales de la ventana. El cuervo crascitaba en el hueco de un tejo centenario y el viento gema vagando alrededor de la casa, como un alma en pena; pero la familia Otis dorma, sin sospechar la suerte que le esperaba. Oa con toda claridad los ronquidos regulares del ministro de los Estados Unidos, que dominaban el ruido de la lluvia y de la tormenta. Se desliz furtivamente a travs del estuco. Una sonrisa perversa se dibujaba sobre su boca cruel y arrugada, y la luna escondi su rostro tras una nube cuando pas delante de la gran ventana ojival, sobre la que estaban representadas, en azul y oro, sus propias armas y las de su esposa asesinada. Segua andando siempre, deslizndose como una sombra funesta, que pareca hacer retroceder de espanto a las mismas tinieblas en su camino. En un momento dado le pareci or que alguien lo llamaba: se detuvo, pero era tan slo un perro, que ladraba en la Granja Roja. Prosigui su marcha, refunfuando extraos juramentos del siglo XVI, y blandiendo de cuando en cuando el pual enmohecido en el aire de medianoche. Por fin lleg a la esquina del pasillo que conduca a la habitacin de Washington. All hizo una breve parada. El viento agitaba en torno de su cabeza sus largos mechones grises y cea en pliegues grotescos y fantsticos el horror indecible del fnebre sudario. Son entonces el cuarto en el reloj. Comprendi que haba llegado el momento. Se dedic una risotada y dio la vuelta a la esquina. Pero apenas lo hizo retrocedi, lanzando un gemido lastimero de terror y escondiendo su cara lvida entre sus largas manos huesosas. Frente a l haba un horrible espectro, inmvil como una estatua, monstruoso como la pesadilla de un loco. La cabeza del espectro era pelada y reluciente; su faz, redonda, carnosa y blanca; una risa horrorosa pareca retorcer sus rasgos en una mueca eterna; por los ojos brotaba a oleadas una luz escarlata, la boca tena el aspecto de un ancho pozo de fuego, y una vestidura horrible, como la de l, como la del mismo Simn, envolva con su nieve silenciosa aquella forma gigantesca. Sobre el pecho tena colgado un cartel con una inscripcin en caracteres extraos y antiguos. Quiz era un rtulo infamante, donde estaban escritos delitos espantosos, una terrible lista de crmenes. Tena, por ltimo, en su mano derecha una cimitarra de acero resplandeciente.

Como nunca antes haba visto fantasmas, naturalmente sinti un pnico terrible, y, despus de lanzar a toda prisa una segunda mirada sobre el monstruo atroz, regres a su habitacin, trompicando en el sudario que le envolva. Cruz la galera corriendo, y acab por dejar caer el pual enmohecido en las botas de montar del ministro, donde lo encontr el mayordomo al da siguiente. Una vez refugiado en su retiro, se desplom sobre un reducido catre de tijera, tapndose la cabeza con las sbanas. Pero, al cabo de un momento, el valor indomable de los antiguos Canterville se despert en l y tom la resolucin de hablar al otro fantasma en cuanto amaneciese. Por consiguiente, no bien el alba plate las colinas, volvi al sitio en que haba visto por primera vez al horroroso fantasma. Pensaba que, despus de todo, dos fantasmas valan ms que uno solo, y que con ayuda de su nuevo amigo podra contender victoriosamente con los gemelos. Pero cuando lleg al sitio se hall en presencia de un espectculo terrible. Le suceda algo indudablemente al espectro, porque la luz haba desaparecido por completo de sus rbitas. La cimitarra centelleante se haba cado de su mano y estaba recostado sobre la pared en una actitud forzada e incmoda. Simn se precipit hacia delante y lo cogi en sus brazos; pero cul no sera su terror viendo despegarse la cabeza y rodar por el suelo, mientras el cuerpo tomaba la posicin supina, y not que abrazaba una cortina blanca de lienzo grueso y que yacan a sus pies una escoba, un machete de cocina y una calabaza vaca. Sin poder comprender aquella curiosa transformacin, cogi con mano febril el cartel, leyendo a la claridad griscea de la maana estas palabras terribles:

He aqu al fantasma OtisEl nico espritu autntico y verdaderoDesconfen de las imitacionesTodos los dems son falsificaciones

Y la entera verdad se le apareci como un relmpago. Haba sido burlado, chasqueado, engaado! La expresin caracterstica de los Canterville reapareci en sus ojos, apret las mandbulas desdentadas y, levantando por encima de su cabeza sus manos amarillas, jur, segn el ritual pintoresco de la antigua escuela, "que cuando el gallo tocara por dos veces el cuerno de su alegre llamada se consumaran sangrientas hazaas, y el crimen, de callado paso, saldra de su retiro".

No haba terminado de formular este juramento terrible, cuando de una alquera lejana, de tejado de ladrillo rojo, sali el canto de un gallo. Lanz una larga risotada, lenta y amarga, y esper. Esper una hora, y despus otra; pero por alguna razn misteriosa no volvi a cantar el gallo. Por fin, a eso de las siete y media, la llegada de las criadas lo oblig a abandonar su terrible guardia y regres a su morada, con altivo paso, pensando en su juramento vano y en su vano proyecto fracasado. Una vez all consult varios libros de caballera, cuya lectura le interesaba extraordinariamente, y pudo comprobar que el gallo cant siempre dos veces en cuantas ocasiones se recurri a aquel juramento.

-Que el diablo se lleve a ese animal voltil! -murmur-. En otro tiempo hubiese cado sobre l con mi buena lanza, atravesndole el cuello y obligndolo a cantar otra vez para m, aunque reventara!

Y dicho esto se retir a su confortable caja de plomo, y all permaneci hasta la noche.

IV

Al da siguiente el fantasma se sinti muy dbil y cansado. Las terribles emociones de las cuatro ltimas semanas empezaban a producir su efecto. Tena el sistema nervioso completamente alterado, y temblaba al ms ligero ruido. No sali de su habitacin en cinco das, y concluy por hacer una concesin en lo relativo a la mancha de sangre del parqu de la biblioteca. Puesto que la familia Otis no quera verla, era indudable que no la mereca. Aquella gente estaba colocada a ojos vistas en un plano inferior de vida material y era incapaz de apreciar el valor simblico de los fenmenos sensibles. La cuestin de las apariciones de fantasmas y el desenvolvimiento de los cuerpos astrales era realmente para ellos cosa desconocida e indiscutiblemente fuera de su alcance. Pero, por lo menos, constitua para l un deber ineludible mostrarse en el corredor una vez a la semana y farfullar por la gran ventana ojival el primero y el tercer mircoles de cada mes. No vea ningn medio digno de sustraerse a aquella obligacin. Verdad es que su vida fue muy criminal; pero, quitado eso, era hombre muy concienzudo en todo cuanto se relacionaba con lo sobrenatural. As, pues, los tres sbados siguientes atraves, como de costumbre, el corredor entre doce de la noche y tres de la madrugada, tomando todas las precauciones posibles para no ser visto ni odo. Se quitaba las botas, pisaba lo ms ligeramente que poda sobre las viejas maderas carcomidas, se envolva en una gran capa de terciopelo negro, y no dejaba de usar el engrasador "Sol-Levante" para sus cadenas. Me veo precisado a reconocer que slo despus de muchas vacilaciones se decidi a adoptar este ltimo medio de proteccin. Pero, al fin, una noche, mientras cenaba la familia, se desliz en el dormitorio de la seora Otis y se llev el frasquito. Al principio se sinti un poco humillado, pero despus fue suficientemente razonable para comprender que aquel invento mereca grandes elogios y cooperaba, en cierto modo, a la realizacin de sus proyectos. A pesar de todo, no se vio libre de problemas. No dejaban nunca de tenderle cuerdas de lado a lado del corredor para hacerlo tropezar en la oscuridad, y una vez que se haba disfrazado para el papel de "Isaac el Negro o el cazador del bosque de Hogsley", cay cuan largo era al poner el pie sobre una pista de maderas enjabonadas que haban colocado los gemelos desde el umbral del saln de Tapices hasta la parte alta de la escalera de roble. Esta ltima afrenta le dio tal rabia, que decidi hacer un esfuerzo para imponer su dignidad y consolidar su posicin social, y form el proyecto de visitar a la noche siguiente a los insolentes chicos de Eton, en su clebre papel de "Ruperto el Temerario o el conde sin cabeza".

No se haba mostrado con aquel disfraz desde haca sesenta aos, es decir, desde que caus con l tal pavor a la bella lady Brbara Modish, que sta retir su consentimiento al abuelo de actual lord Canterville y se fug a Gretna Green con el arrogante Jach Castletown, jurando que por nada del mundo consentira en emparentar con una familia que toleraba los paseos de un fantasma tan horrible por la terraza, al atardecer. El pobre Jack fue al poco tiempo muerto en duelo por lord Canterville en la pradera de Wandsworth, y lady Brbara muri de pena en Tumbridge Wells antes de terminar el ao; as es que fue un gran xito en todos los sentidos. Sin embargo, era, permitindome emplear un trmino de argot teatral para aplicarlo a uno de los mayores misterios del mundo sobrenatural (o en lenguaje ms cientfico), "del mundo superior a la Naturaleza", era, repito, una creacin de las ms difciles, y necesit sus tres buenas horas para terminar los preparativos. Por fin, todo estuvo listo, y l contentsimo de su disfraz. Las grandes botas de montar, que hacan juego con el traje, eran, eso s, un poco holgadas para l, y no pudo encontrar ms que una de las dos pistolas del arzn; pero, en general, qued satisfechsimo, y a la una y cuarto pas a travs del estuco y baj al corredor. Cuando estuvo cerca de la habitacin ocupada por los gemelos, a la que llamar el dormitorio azul, por el color de sus cortinajes, se encontr con la puerta entreabierta. A fin de hacer una entrada sensacional, la empuj con violencia, pero se le vino encima una jarra de agua que le empap hasta los huesos, no dndole en el hombro por unos milmetros. Al mismo tiempo oy unas risas sofocadas que partan de la doble cama con dosel. Su sistema nervioso sufri tal conmocin, que regres a sus habitaciones a todo escape, y al da siguiente tuvo que permanecer en cama con un fuerte reuma. El nico consuelo que tuvo fue el de no haber llevado su cabeza sobre los hombros, pues sin esto las consecuencias hubieran podido ser ms graves.

Desde entonces renunci para siempre a espantar a aquella recia familia de norteamericanos, y se limit a vagar por el corredor, con zapatillas de orillo, envuelto el cuello en una gruesa bufanda, por temor a las corrientes de aire, y provisto de un pequeo arcabuz, para el caso en que fuese atacado por los gemelos. Hacia el 19 de septiembre fue cuando recibi el golpe de gracia. Haba bajado por la escalera hasta el espacioso saln, seguro de que en aquel sitio por lo menos estaba a cubierto de jugarretas, y se entretena en hacer observaciones satricas sobre las grandes fotografas del ministro de los Estados Unidos y de su mujer, hechas en casa de Sarow. Iba vestido sencilla pero decentemente, con un largo sudario salpicado de moho de cementerio. Se haba atado la quijada con una tira de tela y llevaba una linternita y una azadn de sepulturero. En una palabra, iba disfrazado de "Jons el Desenterrador, o el ladrn de cadveres de Cherstey Barn". Era una de sus creaciones ms notables y de las que guardaban recuerdo, con ms motivo, los Canterville, ya que fue la verdadera causa de su ria con lord Rufford, vecino suyo. Seran prximamente las dos y cuarto de la madrugada, y, a su juicio, no se mova nadie en la casa. Pero cuando se diriga tranquilamente en direccin a la biblioteca, para ver lo que quedaba de la mancha de sangre, se abalanzaron hacia l, desde un rincn sombro, dos siluetas, agitando locamente sus brazos sobre sus cabezas, mientras gritaban a su odo:

-Bu!

Lleno de pnico, cosa muy natural en aquellas circunstancias, se precipit hacia la escalera, pero entonces se encontr frente a Washington Otis, que lo esperaba armado con la regadera del jardn; de tal modo que, cercado por sus enemigos, casi acorralado, tuvo que evaporarse en la gran estufa de hierro colado, que, afortunadamente para l, no estaba encendida, y abrirse paso hasta sus habitaciones por entre tubos y chimeneas, llegando a su refugio en el tremendo estado en que lo pusieron la agitacin, el holln y la desesperacin.

Desde aquella noche no volvi a vrsele nunca de expedicin nocturna. Los gemelos se quedaron muchas veces en acecho para sorprenderlo, sembrando de cscara de nuez los corredores todas las noches, con gran molestia de sus padres y criados. Pero fue intil. Su amor propio estaba profundamente herido, sin duda, y no quera mostrarse. En vista de ello, el seor Otis se puso a trabajar en su gran obra sobre la historia del partido demcrata, obra que haba empezado tres aos antes. La seora Otis organiz una extraordinaria horneada de almejas, de la que se habl en toda la comarca. Los nios se dedicaron a jugar a la barra, al ecart, al pquer y a otras diversiones nacionales de Estados Unidos. Virginia dio paseos a caballo por las carreteras, en compaa del duquesito de Cheshire, que se hallaba en Canterville pasando su ltima semana de vacaciones. Todo el mundo se figuraba que el fantasma haba desaparecido, hasta el punto de que el seor Otis escribi una carta a lord Canterville para comunicrselo, y recibi en contestacin otra carta en la que ste le testimoniaba el placer que le produca la noticia y enviaba sus ms sinceras felicitaciones a la digna esposa del ministro.

Pero los Otis se equivocaban. El fantasma segua en la casa, y, aunque se hallaba muy delicado, no estaba dispuesto a retirarse, sobre todo despus de saber que figuraba entre los invitados el duquesito de Cheshire, cuyo to, lord Francis Stilton, apost una vez con el coronel Carbury a que jugara a los dados con el fantasma de Canterville. A la maana siguiente encontraron a lord Stilton tendido sobre el suelo del saln de juego en un estado de parlisis tal que, a pesar de la edad avanzada que alcanz, no pudo ya nunca pronunciar ms palabras que stas:

-Doble seis!

Esta historia era muy conocida en un tiempo, aunque, en atencin a los sentimientos de dos familias nobles, se hiciera todo lo posible por ocultarla, y existe un relato detallado de todo lo referente a ella en el tomo tercero de las Memorias de lord Tattle sobre el prncipe Regente y sus amigos. Desde entonces, el fantasma deseaba vivamente probar que no haba perdido su influencia sobre los Stilton, con los que adems estaba emparentado por matrimonio, pues una prima suya se cas en segundas nupcias con el seor Bulkeley, del que descienden en lnea directa, como todo el mundo sabe, los duques de Cheshire. Por consiguiente, hizo sus preparativos para mostrarse al pequeo enamorado de Virginia en su famoso papel de "Fraile vampiro, o el benedictino desangrado". Era un espectculo espantoso, que cuando la vieja lady Starbury se lo vio representar, es decir en vspera del Ao Nuevo de 1764, empez a lanzar chillidos agudos, que tuvieron por resultado un fuerte ataque de apopleja y su fallecimiento al cabo de tres das, no sin que desheredara antes a los Canterville y legase todo su dinero a su farmacutico en Londres. Pero, a ltima hora, el terror que le inspiraban los gemelos lo retuvo en su habitacin, y el duquesito durmi tranquilo en el gran lecho con dosel coronado de plumas del dormitorio real, soando con Virginia.

V

Virginia y su adorador de cabello rizado dieron, unos das despus, un paseo a caballo por los prados de Brockley, paseo en el que ella desgarr su vestido de amazona al saltar un seto, de tal manera que, de vuelta a su casa, entr por la escalera de atrs para que no la viesen. Al pasar corriendo por delante de la puerta del saln de Tapices, que estaba abierta de par en par, le pareci ver a alguien dentro. Pens que sera la doncella de su madre, que iba con frecuencia a trabajar a esa habitacin. Asom la cabeza para encargarle que le cosiese el vestido. Pero, con gran sorpresa suya, quien all estaba era el fantasma de Canterville en persona! Se haba acomodado ante la ventana, contemplando el oro llameante de los rboles amarillentos que revoloteaban por el aire, las hojas enrojecidas que bailaban locamente a lo largo de la gran avenida. Tena la cabeza apoyada en una mano, y toda su actitud revelaba el desaliento ms profundo. Realmente presentaba un aspecto tan abrumado, tan abatido, que la pequea Virginia, en vez de ceder a su primer impulso, que fue echar a correr y encerrarse en su cuarto, se sinti llena de compasin y tom el partido de ir a consolarlo. Tena la muchacha un paso tan ligero y l una melancola tan honda, que no se dio cuenta de su presencia hasta que le habl.

-Lo he sentido mucho por usted -dijo-, pero mis hermanos regresan maana a Eton, y entonces, si se porta usted bien, nadie lo atormentar.

-Es inconcebible pedirme que me porte bien -le respondi, contemplando estupefacto a la jovencita que tena la audacia de dirigirle la palabra-. Perfectamente inconcebible. Es necesario que yo sacuda mis cadenas, que grua por los agujeros de las cerraduras y que corretee de noche. Eso es lo que usted llama portarse mal? No tengo otra razn de ser.

-Esa no es una razn de ser. En sus tiempos fue usted muy malo sabe? La seora Umney nos dijo el da que llegamos que usted mat a su esposa.

-S, lo reconozco -respondi incautamente el fantasma-. Pero era un asunto de familia y nadie tena que meterse.

-Est muy mal matar a nadie -dijo Virginia, que a veces adoptaba un bonito gesto de gravedad puritana, heredado quizs de algn antepasado venido de Nueva Inglaterra.

-Oh, no puedo sufrir la severidad barata de la moral abstracta! Mi mujer era fesima. No almidonaba nunca lo bastante mis puos y no saba nada de cocina. Mire usted: un da haba yo cazado un soberbio ciervo en los bosques de Hogsley, un hermoso macho de dos aos. Pues no puede usted figurarse cmo me lo sirvi! Pero, en fin, dejemos eso. Es asunto liquidado, y no encuentro nada bien que sus hermanos me dejasen morir de hambre, aunque yo la matase.

-Que lo dejaran morir de hambre! Oh seor fantasma...! Don Simn, quiero decir, es que tiene usted hambre? Hay un sndwich en mi costurero. Le gustara?

-No, gracias, ahora ya no como; pero, de todos modos, lo encuentro amabilsimo por su parte. Es usted bastante ms atenta que el resto de su horrible, arisca, ordinaria y ladrona familia!

-Basta! -exclam Virginia, dando con el pie en el suelo-. El arisco, el horrible y el ordinario es usted. En cuanto a lo de ladrn, bien sabe usted que me ha robado mis colores de la caja de pinturas para restaurar esa ridcula mancha de sangre en la biblioteca. Empez usted por coger todos mis rojos, incluso el bermelln, imposibilitndome para pintar puestas de sol. Despus agarr usted el verde esmeralda y el amarillo cromo. Y, finalmente, slo me queda el ail y el blanco. As es que ahora no puedo hacer ms que claros de luna, que da grima ver, e incomodsimos, adems, de colorear. Y no le he acusado, an estando fastidiada y a pesar de que todas esa cosas son completamente ridculas. Se ha visto alguna vez sangre color verde esmeralda...?

-Vamos a ver -dijo el fantasma, con cierta dulzura-: y qu iba yo a hacer? Es dificilsimo en los tiempos actuales agenciarse sangre de verdad, y ya que su hermano empez con su quitamanchas incomparable, no veo por qu no iba yo a emplear los colores de usted para resistir. En cuanto al tono, es cuestin de gusto. As, por ejemplo, los Canterville tienen sangre azul, la sangre ms azul que existe en Inglaterra... Aunque ya s que ustedes los norteamericanos no hacen el menor caso de esas cosas.

-No sabe usted nada, y lo mejor que puede hacer es emigrar, y as se formar idea de algo. Mi padre tendr un verdadero gusto en proporcionarle un pasaje gratuito, y aunque haya fuertes impuestos sobre los espritus, no le pondrn dificultades en la Aduana. Y una vez en Nueva York, puede usted contar con un gran xito. Conozco infinidad de personas que daran cien mil dlares por tener antepasados y que sacrificaran mayor cantidad an por tener un fantasma para la familia.

-Creo que no me divertira mucho en Estados Unidos.

-Quizs se deba a que all no tenemos ni ruinas ni curiosidades -dijo burlonamente Virginia.

-Qu curiosidades ni qu ruinas! -contest el fantasma-. Tienen ustedes su Marina y sus modales.

-Buenas noches; voy a pedir a pap que conceda a los gemelos una semana ms de vacaciones.

-No se vaya, seorita Virginia, se lo suplico! -exclam el fantasma-. Estoy tan solo y soy tan desgraciado, que no s qu hacer. Quisiera ir a acostarme y no puedo.

-Pues es inconcebible: no tiene usted ms que meterse en la cama y apagar la luz. Algunas veces es dificilsimo permanecer despierto, sobre todo en una iglesia, pero, en cambio, dormir es muy sencillo. Ya ve usted: los gemelos saben dormir admirablemente, y no son de los ms listos.

-Hace trescientos aos que no duermo -dijo el anciano tristemente, haciendo que Virginia abriese mucho sus hermosos ojos azules, llenos de asombro-. Hace ya trescientos aos que no duermo, as es que me siento cansadsimo.

Virginia adopt un grave continente, y sus finos labios se movieron como ptalos de rosa. Se acerc y arrodill al lado del fantasma, contempl su rostro envejecido y arrugado.

-Pobrecito fantasma -profiri a media voz-, y no hay ningn sitio donde pueda usted dormir?

-All lejos, pasando el pinar -respondi l en voz baja y soadora-, hay un jardincito. La hierba crece en l alta y espesa; all pueden verse las grandes estrellas blancas de la cicuta, all el ruiseor canta toda la noche. Canta toda la noche, y la luna de cristal helado deja caer su mirada y el tejo extiende sus brazos de gigante sobre los durmientes.

Los ojos de Virginia se empaaron de lgrimas y sepult la cara entre sus manos.

-Se refiere usted al jardn de la Muerte -murmur.

-S, de la muerte. Debe ser hermosa. Descansar en la blanda tierra oscura, mientras las hierbas se balancean encima de nuestra cabeza, y escuchar el silencio. No tener ni ayer ni maana. Olvidarse del tiempo y de la vida; morar en paz. Usted puede ayudarme; usted puede abrirme de par en par las puertas de la muerte, porque el amor la acompaa a usted siempre, y el amor es ms fuerte que la muerte.

Virginia tembl. Un estremecimiento helado recorri todo su ser, y durante unos instantes hubo un gran silencio. Le pareca vivir un sueo terrible. Entonces el fantasma habl de nuevo con una voz que resonaba como los suspiros del viento:

-Ha ledo usted alguna vez la antigua profeca que hay sobre las vidrieras de la biblioteca?

-Oh, muchas veces! -exclam la muchacha levantando los ojos-. La conozco muy bien. Est pintada con unas curiosas letras doradas y se lee con dificultad. No tiene ms que stos seis versos:

"Cuando una joven rubia logre hacer brotar"una oracin de los labios del pecador,"cuando el almendro estril d fruto"y una nia deje correr su llanto,"entonces, toda la casa recobrar la tranquilidad"y volver la paz a Canterville.

"Pero no s lo que significan".

-Significan que tiene usted que llorar conmigo mis pecados, porque no tengo lgrimas, y que tiene usted que rezar conmigo por mi alma, porque no tengo fe, y entonces, si ha sido usted siempre dulce, buena y cariosa, el ngel de la muerte se apoderar de m. Ver usted seres terribles en las tinieblas y voces funestas murmurarn en sus odos, pero no podrn hacerle ningn dao, porque contra la pureza de una nia no pueden nada las potencias infernales.

Virginia no contest, y el fantasma se retorca las manos en la violencia de su desesperacin, sin dejar de mirar la rubia cabeza inclinada. De pronto se irgui la joven, muy plida, con un fulgor en los ojos.

-No tengo miedo -dijo con voz firme - y rogar al ngel que se apiade de usted.

Se levant el fantasma de su asiento lanzando un dbil grito de alegra, cogi la blonda cabeza entre sus manos, con una gentileza que recordaba los tiempos pasados, y la bes. Sus dedos estaban fros como hielo y sus labios abrasaban como el fuego, pero Virginia no flaque; el fantasma la gui a travs de la estancia sombra. Sobre un tapiz, de un verde apagado, estaban bordados unos pequeos cazadores. Soplaban en sus cuernos adornados de flecos y con sus lindas manos le hacan gestos de que retrocediese.

-Vuelve sobre tus pasos, Virginia. Vete, vete! -gritaban.

Pero el fantasma le apretaba en aquel momento la mano con ms fuerza, y ella cerr los ojos para no verlos. Horribles animales de colas de lagarto y de ojazos saltones parpadearon maliciosamente en las esquinas de la chimenea, mientras le decan en voz baja:

-Ten cuidado, Virginia, ten cuidado. Podramos no volver a verte.

Pero el fantasma apresur el paso y Virginia no oy nada. Cuando llegaron al extremo de la estancia el viejo se detuvo, murmurando unas palabras que ella no comprendi. Volvi Virginia a abrir los ojos y vio disiparse el muro lentamente, como una neblina, y abrirse ante ella una negra caverna. Un spero y helado viento los azot, sintiendo la muchacha que le tiraban del vestido.

-De prisa, de prisa -grit el fantasma-, o ser demasiado tarde.

Y en el mismo momento el muro se cerr de nuevo detrs de ellos y el saln de Tapices qued desierto.

VI

Unos diez minutos despus son la campana para el t y Virginia no baj. La seora Otis envi a uno de los criados a buscarla. No tard en volver, diciendo que no haba podido descubrir a la seorita Virginia por ninguna parte. Como la muchacha tena la costumbre de ir todas las tardes al jardn a recoger flores para la cena, la seora Otis no se inquiet en lo ms mnimo. Pero sonaron las seis y Virginia no apareca. Entonces su madre se sinti seriamente intranquila y envi a sus hijos en su busca, mientras ella y su marido recorran todas las habitaciones de la casa. A las seis y media volvieron los gemelos, diciendo que no haban encontrado huellas de su hermana por ninguna parte. Entonces se conmovieron todos extraordinariamente, y nadie saba qu hacer, cuando el seor Otis record de repente que pocos das antes haban permitido acampar en el parque a una tribu de gitanos. As es que sali inmediatamente para Blackfell-Hollow, acompaado de su hijo mayor y de dos de sus criados de la granja. El duquesito de Cheshire, completamente loco de inquietud, rog con insistencia a el seor Otis que lo dejase acompaarlo, mas ste se neg temiendo algn jaleo. Pero cuando lleg al sitio en cuestin vio que los gitanos se haban marchado. Se dieron prisa a huir, sin duda alguna, pues el fuego arda todava y quedaban platos sobre la hierba. Despus de mandar a Washington y a los dos hombres que registrasen los alrededores, se apresur a regresar y envi telegramas a todos los inspectores de Polica del condado, rogndoles que buscasen a una joven raptada por unos vagabundos o gitanos. Luego hizo que le trajeran su caballo, y despus de insistir para que su mujer y sus tres hijos se sentaran a la mesa, parti con un criado por el camino de Ascot. Haba recorrido apenas dos millas, cuando oy un galope a su espalda. Se volvi, viendo al duquesito que llegaba en su caballito, con la cara sofocada y la cabeza descubierta.

-Lo siento muchsimo, seor Otis -le dijo el joven con voz entrecortada-, pero me es imposible comer mientras Virginia no aparezca. Se lo ruego: no se enfade conmigo. Si nos hubiera permitido casarnos el ao ltimo, no habra pasado esto nunca. No me rechaza usted, verdad? No puedo ni quiero irme!

El ministro no pudo menos que dirigir una sonrisa a aquel mozo guapo y atolondrado, conmovidsimo ante la abnegacin que mostraba por Virginia. Inclinndose sobre su caballo, le acarici los hombros bondadosamente, y le dijo:

-Pues bien, Cecil: ya que insiste usted en venir, no me queda ms remedio que admitirle en mi compaa; pero, eso s, tengo que comprarle un sombrero en Ascot.

-Al diablo sombreros! Lo que quiero es Virginia! -exclam el duquesito, riendo.

Y acto seguido galoparon hasta la estacin. Una vez all, el seor Otis pregunt al jefe si no haban visto en el andn de salida a una joven cuyas seas correspondiesen con las de Virginia, pero no averigu nada sobre ella. No obstante lo cual, el jefe de la estacin expidi telegramas a las estaciones del trayecto, ascendentes y descendentes, y le prometi ejercer una vigilancia minuciosa. En seguida, despus de comprar un sombrero para el duquesito en una tienda de novedades que se dispona a cerrar, el seor Otis cabalg hasta Bexley, pueblo situado cuatro millas ms all, y que, segn le dijeron, era muy frecuentado por los gitanos. Hicieron levantarse al guardia rural, pero no pudieron conseguir ningn dato de l. As es que, despus de atravesar la plaza, los dos jinetes tomaron otra vez el camino de casa, llegando a Canterville a eso de las once, rendidos de cansancio y con el corazn desgarrado por la inquietud. Se encontraron all con Washington y los gemelos, esperndolos a la puerta con linternas, porque la avenida estaba muy oscura. No se haba descubierto la menor seal de Virginia. Los gitanos fueron alcanzados en el prado de Brockley, pero no estaba la joven entre ellos. Explicaron la prisa de su marcha diciendo que haban equivocado el da en que deba celebrarse la feria de Chorton y que el temor de llegar demasiado tarde los oblig a darse prisa. Adems, parecieron desconsolados por la desaparicin de Virginia, pues estaban agradecidsimos al seor Otis por haberles permitido acampar en su parque. Cuatro de ellos se quedaron atrs para tomar parte en las pesquisas. Se hizo vaciar el estanque de las carpas. Registraron la finca en todos los sentidos, pero no consiguieron nada. Era evidente que Virginia estaba perdida, al menos por aquella noche, y fue con un aire de profundo abatimiento como entraron en casa el seor Otis y los jvenes, seguidos del criado, que llevaba de las bridas al caballo y al caballito. En el saln se encontraron con el grupo de criados, llenos de terror. La pobre seora Otis estaba tumbada sobre un sof de la biblioteca, casi loca de espanto y de ansiedad, y la vieja ama de llaves le humedeca la frente con agua de colonia. Fue una comida tristsima. No se hablaba apenas, y hasta los mismos gemelos parecan despavoridos y consternados, pues queran mucho a su hermana. Cuando terminaron, el seor Otis, a pesar de los ruegos del duquesito, mand que todo el mundo se acostase, ya que no poda hacer cosa alguna aquella noche; al da siguiente telegrafiara a Scotland Yard para que pusieran inmediatamente varios detectives a su disposicin. Pero he aqu que en el preciso momento en que salan del comedor sonaron las doce en el reloj de la torre. Apenas acababan de extinguirse las vibraciones de la ltima campanada, cuando se oy un crujido acompaado de un grito penetrante. Un trueno formidable bambole la casa, una meloda, que no tena nada de terrenal, flot en el aire. Un lienzo de la pared se despeg bruscamente en lo alto de la escalera, y sobre el rellano, muy plida, casi blanca, apareci Virginia, llevando en la mano un cofrecito. Inmediatamente se precipitaron todos hacia ella. La seora Otis la estrech apasionadamente contra su corazn. El duquesito casi la ahog con la violencia de sus besos, y los gemelos ejecutaron una danza de guerra salvaje alrededor del grupo.

-Ah...! Hija ma! Dnde te habas metido? -dijo el seor Otis, bastante enfadado, creyendo que les haba querido dar una broma a todos ellos-. Cecil y yo hemos registrado toda la comarca en busca tuya, y tu madre ha estado a punto de morirse de espanto. No vuelvas a dar bromitas de ese gnero a nadie.

-Menos al fantasma, menos al fantasma! -gritaron los gemelos, continuando sus cabriolas.

-Hija ma querida, gracias a Dios que te hemos encontrado; ya no nos volveremos a separar -murmuraba la seora Otis, besando a la muchacha, toda trmula, y acariciando sus cabellos de oro, que se desparramaban sobre sus hombros.

-Pap -dijo dulcemente Virginia-, estaba con el fantasma. Ha muerto ya. Es preciso que vayan a verlo. Fue muy malo, pero se ha arrepentido sinceramente de todo lo que haba hecho, y antes de morir me ha dado este cofrecito de hermosas joyas.

Toda la familia la contempl muda y aterrada, pero ella tena un aire muy solemne y muy serio. En seguida, dando media vuelta, los precedi a travs del hueco de la pared y bajaron a un corredor secreto. Washington los segua llevando una vela encendida, que cogi de la mesa. Por fin llegaron a una gran puerta de roble erizada de recios clavos. Virginia la toc, y entonces la puerta gir sobre sus goznes enormes y se hallaron en una habitacin estrecha y baja, con el techo abovedado, y que tena una ventanita. Junto a una gran argolla de hierro empotrada en el muro, con la cual estaba encadenado, se vea un largo esqueleto, extendido cuan largo era sobre las losas. Pareca estirar sus dedos descarnados, como intentando llegar a un plato y a un cntaro, de forma antigua, colocados de tal forma que no pudiese alcanzarlos. El cntaro haba estado lleno de agua, indudablemente, pues tena su interior tapizado de moho verde. Sobre el plato no quedaba ms que un montn de polvo. Virginia se arrodill junto al esqueleto, y, uniendo sus manitas, se puso a rezar en silencio, mientras la familia contemplaba con asombro la horrible tragedia cuyo secreto acababa de ser revelado.

-Miren! -exclam de pronto uno de los gemelos, que haba ido a mirar por la ventanita, queriendo adivinar de qu lado del edificio caa aquella habitacin-. Miren! El antiguo almendro, que estaba seco, ha florecido. Se ven admirablemente las hojas a la luz de la luna.

-Dios lo ha perdonado! -dijo gravemente Virginia, levantndose. Y un magnfico resplandor pareca iluminar su rostro.

-Eres un ngel! -exclam el duquesito, cindole el cuello con los brazos y besndola.

VII

Cuatro das despus de estos curiosos sucesos, a eso de las once de la noche, sala un fnebre cortejo de Canterville-House. El carro iba arrastrado por ocho caballos negros, cada uno de los cuales llevaba adornada la cabeza con un gran penacho de plumas de avestruz, que se balanceaban. La caja de plomo iba cubierta con un rico pao de prpura, sobre el cual estaban bordadas en oro las armas de los Canterville. A cada lado del carro y de los coches marchaban los criados llevando antorchas encendidas. Toda aquella comitiva tena un aspecto grandioso e impresionante. Lord Canterville presida el duelo; haba venido del pas de Gales expresamente para asistir al entierro, y ocupaba el primer coche con la pequea Virginia. Despus iban el ministro de los Estados Unidos y su esposa, y detrs, Washington y los dos muchachos. En el ltimo coche iba la seora Umney. Todo el mundo convino en que, despus de haber sido atemorizada por el fantasma por espacio de ms de cincuenta aos, tena realmente derecho de verlo desaparecer para siempre. Cavaron una profunda fosa en un rincn del cementerio, precisamente bajo el tejo centenario, y dijo las ltimas oraciones, del modo ms pattico, el reverendo Augusto Dampier. Luego, al bajar la caja a la fosa, Virginia se adelant, colocando encima de ella una gran cruz hecha con flores de almendro, blancas y rojas. En aquel momento sali la luna de detrs de una nube e inund el cementerio con sus silenciosas oleadas de plata, y de un bosquecillo cercano se elev el canto de un ruiseor. Virginia record la descripcin que le hizo el fantasma del jardn de la Muerte; sus ojos se llenaron de lgrimas y apenas pronunci una palabra durante el regreso.

A la maana siguiente, antes de que lord Canterville partiese para la ciudad, la seora Otis conferenci con l respecto de las joyas entregadas por el fantasma a Virginia. Eran soberbias, magnficas. Haba, sobre todo, un collar de rubes, en una antigua montura veneciana, que era un esplndido trabajo del siglo XVI, y el conjunto representaba tal cantidad que el seor Otis senta vivos escrpulos en permitir a su hija que se quedase con ellas.

-Seor -dijo el ministro-, s que en este pas se aplica la mano muerta lo mismo a los objetos menudos que a las tierras, y es evidente, evidentsimo para m, que estas joyas deben quedar en poder de usted como legado de familia. Le ruego, por tanto, que consienta en llevrselas a Londres, considerndolas simplemente como una parte de su herencia que le fuera restituida en circunstancias extraordinarias. En cuanto a mi hija, no es ms que una chiquilla, y hasta hoy, me complace decirlo, siente poco inters por estas futilezas de lujo superfluo. He sabido igualmente por la seora Otis, cuya autoridad no es despreciable en cosas de arte, dicho sea de paso (pues ha tenido la suerte de pasar varios inviernos en Boston, siendo muchacha), que esas piedras preciosas tienen un gran valor monetario, y que si se pusieran en venta produciran una bonita suma. En estas circunstancias, lord Canterville, reconocer usted, indudablemente, que no puedo permitir que queden en manos de ningn miembro de la familia. Adems de que todas estas tonteras y juguetes, por muy apreciados y necesitados que sean a la dignidad de la aristocracia britnica, estaran fuera de lugar entre personas educadas segn los severos principios, pudiera decirse, de la sencillez republicana. Quiz me atrevera a asegurar que Virginia tiene gran inters en que le deje usted el cofrecito que encierra esas joyas, en recuerdo de las locuras y el infortunio del antepasado. Y como ese cofrecito es muy viejo y, por consiguiente, deterioradsimo, quiz encuentre usted razonable acoger favorablemente su peticin. En cuanto a m, confieso que me sorprende grandemente ver a uno de mis hijos demostrar inters por una cosa de la Edad Media, y la nica explicacin que le encuentro es que Virginia naci en un barrio de Londres, al poco tiempo de regresar la seora Otis de una excursin a Atenas.

Lord Canterville escuch imperturbable el discurso del digno ministro, atusndose de cuando en cuando el bigote gris para ocultar una sonrisa involuntaria. Una vez que hubo terminado el seor Otis, le estrech cordialmente la mano y contest:

-Mi querido amigo, su encantadora hijita ha prestado un servicio importantsimo a mi desgraciado antecesor. Mi familia y yo le estamos reconocidsimos por su maravilloso valor y por la sangre fra que ha demostrado. Las joyas le pertenecen, sin duda alguna, y creo, a fe ma, que si tuviese yo la suficiente insensibilidad para quitrselas, el viejo tunante saldra de su tumba al cabo de quince das para infernarme la vida. En cuanto a que sean joyas de familia, no podran serlo sino despus de estar especificadas como tales en un testamento, en forma legal, y la existencia de estas joyas permaneci siempre ignorada. Le aseguro que son tan mas como de su mayordomo. Cuando la seorita Virginia sea mayor, sospecho que le encantar tener cosas tan lindas que llevar. Adems, seor Otis, olvida usted que adquiri usted el inmueble y el fantasma bajo inventario. De modo que todo lo que pertenece al fantasma le pertenece a usted. A pesar de las pruebas de actividad que ha dado Simn por el corredor, no por eso deja de estar menos muerto, desde el punto de vista legal, y su compra lo hace a usted dueo de lo que le perteneca a l.

El seor Otis se qued muy preocupado ante la negativa de lord Canterville, y le rog que reflexionara nuevamente su decisin; pero el excelente par se mantuvo firme y termin por convencer al ministro de que aceptase el regalo del fantasma. Cuando, en la primavera de 1890, la duquesita de Cheshire fue presentada por primera vez en la recepcin de la reina, con motivo de su casamiento, sus joyas fueron motivo de general admiracin. Y Virginia fue agraciada con la diadema, que se otorga como recompensa a todas las norteamericanitas juiciosas, y se cas con su novio en cuanto ste tuvo edad para ello. Eran ambos tan agradables y se amaban de tal modo, que a todo el mundo le encant ese matrimonio, menos a la vieja marquesa de Dumbleton, que vena haciendo todo lo posible por atrapar al duquesito y casarlo con una de sus siete hijas. Para conseguirlo dio al menos tres grandes comidas costossimas. Cosa rara: el seor Otis senta una gran simpata personal por el duquesito, pero tericamente era enemigo de los ttulos y, segn sus propias palabras, "era de temer que, entre las influencias debilitantes de una aristocracia vida de placer, fueran olvidados por Virginia los verdaderos principios de la sencillez republicana". Pero nadie hizo caso de sus observaciones, y cuando avanz por la nave lateral de la iglesia de San Jorge, en Hannover Square, llevando a su hija del brazo, no haba hombre ms orgulloso en toda Inglaterra.

Despus de la luna de miel, el duque y la duquesa regresaron a Canterville-Chase, y al da siguiente de su llegada, por la tarde, fueron a dar una vuelta por el cementerio solitario prximo al pinar. Al principio le preocup mucho lo relativo a la inscripcin que deba grabarse sobre la losa fnebre de Simn, pero concluyeron por decidir que se pondran simplemente las iniciales del viejo gentilhombre y los versos escritos en la ventana de la biblioteca. La duquesa llevaba unas rosas magnficas, que desparram sobre la tumba; despus de permanecer all un rato, pasaron por las ruinas del claustro de la antigua abada. La duquesa se sent sobre una columna cada, mientras su marido, recostado a sus pies y fumando un cigarrillo, contemplaba sus lindos ojos. De pronto tir el cigarrillo y, tomndole una mano, le dijo:

-Virginia, una mujer no debe tener secretos con su marido.

-Y no los tengo, querido Cecil.

-S los tienes -respondi sonriendo-. No me has dicho nunca lo que sucedi mientras estuviste encerrada con el fantasma.

-Ni se lo he dicho a nadie -replic gravemente Virginia.

-Ya lo s; pero bien me lo podras decir a m.

-Cecil, te ruego que no me lo preguntes. No puedo realmente decrtelo. Pobre Simn! Le debo mucho. S; no te ras, Cecil; le debo mucho realmente. Me hizo ver lo que es la vida, lo que significa la muerte y por qu el amor es ms fuerte que la muerte.

El duque se levant para besar amorosamente a su mujer.

-Puedes guardar tu secreto mientras yo posea tu corazn -dijo a media voz.

-Siempre fue tuyo.

-Y se lo dirs algn da a nuestros hijos, verdad?

Virginia se ruboriz.

FIN

EL GIGANTE EGOSTA

Cada tarde, a la salida de la escuela, los nios se iban a jugar al jardn del Gigante. Era un jardn amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de csped verde y suave. Por aqu y por all, entre la hierba, se abran flores luminosas como estrellas, y haba doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubran con delicadas flores color rosa y ncar, y al llegar el Otoo se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pjaros se demoraban en el ramaje de los rboles, y cantaban con tanta dulzura, que los nios dejaban de jugar para escuchar sus trinos. Qu felices somos aqu! se decan unos a otros. Pero un da el Gigante regres. Haba ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se haba quedado con l durante los ltimos siete aos. Durante ese tiempo ya se haban dicho todo lo que se tenan que decir, pues su conversacin era limitada, y el Gigante sinti el deseo de volver a su mansin. Al llegar, lo primero que vio fue a los nios jugando en el jardn. Qu hacen aqu? surgi con su voz retumbante. Los nios escaparon corriendo en desbandada. Este jardn es mo. Es mi jardn propio dijo el Gigante; todo el mundo debe entender eso y no dejar que nadie se meta a jugar aqu. Y de inmediato, alz una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que deca: ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES. Era un Gigante egosta... Los pobres nios se quedaron sin tener donde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gust. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardn del Gigante y recordaban nostlgicamente lo que haba detrs. Qu dichosos ramos all! se decan unos a otros. Cuando la Primavera volvi, toda la comarca se pobl de pjaros y flores. Sin embargo, en el jardn del Gigante Egosta permaneca el Invierno todava. Como no haba nios, los pjaros no cantaban, y los rboles se olvidaron de florecer. Slo una vez una lindsima flor se asom entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sinti tan triste por los nios, que volvi a meterse bajo tierra y volvi a quedarse dormida. Los nicos que ah se sentan a gusto, eran la Nieve y la Escarcha. La Primavera se olvid de este jardn se dijeron, as que nos quedaremos aqu todo el resto del ao. La Nieve cubri la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubri de plata los rboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y lleg el Viento del Norte. Vena envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardn durante todo el da, desganchando las plantas y derribando las chimeneas. Qu lugar ms agradable! dijo. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros tambin. Y vino el Granizo tambin. Todos los das se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansin, hasta que rompi la mayor parte de las tejas. Despus se po