109 alquimista impaciente

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El alquimista impaciente El alquimista impaciente Lorenzo SilvaLorenzo Silva

Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura Boletín del Club de Lectura EL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITOEL GRITO Temporada 7 / ABRIL 2010. Número 109 http://clubelgrito.blogspot.com

Lorenzo Silva (Madrid, 1966) ganó con esta novela1 el Premio Nadal del año 2000, un galardón al que ya se había aproximado pocos años antes con La flaqueza del bolchevique, que resultó finalista en la edición de 1997. Los protagonistas de El alquimista impaciente son dos guardias civiles, el sargento Ru-bén Bevilacqua y su ayudante, la guardia Virginia Chamorro. No son dos personajes descono-cidos para los lectores, pues hicieron su aparición en El leja-no país de los estanques, novela en la que se narra la investiga-ción de un asesinato en la isla de Mallorca. En esta ocasión, los dos agentes, destinados en Madrid, en los servicios centra-les de la Guardia Civil, se ocu-pan de identificar al responsable de la muerte de un ingeniero de una central nuclear cercana a la capital de España (el autor no da más precisiones, pero a tenor de los escenarios en que transcurre la acción, podemos aventurar que se trata de la central de Tri-llo, en Guadalajara).

El hecho de que una novela po-licíaca esté protagonizada por una pareja de investigadores no es un rasgo especialmente original dentro del código de este género narrativo, tanto en su vertiente literaria co-mo en la cinematográfica. De hecho, podríamos decir que constituye casi un tópico (recordemos el conocido ejemplo de Sherlock Holmes y el doctor Watson, de los relatos de Conan Doyle, o, por no salirnos del ámbito español, el caso del detective Carvalho y su ayudante Biscúter, de Vázquez Montalbán). Lo que ya no es tan común en la literatura es que la pareja de investigadores sean un hombre y una mujer, lo cual añade al interés derivado de la intriga una cierta tensión que contribuye a la eficacia del relato y a captar la atención de los lecto-res. Hay que destacar, en cualquier caso, que esta ten-sión sexual es muy leve, apenas sugerida, y siempre de forma muy elegante. No puedo asegurar si este plantea-miento será o no deliberado, pero cabe considerarlo co-mo una estrategia narrativa e incluso comercial; me arriesgaría a decir que Lorenzo Silva lo hace así para “ponernos los dientes largos”; estoy seguro de que vere-mos alguna escena más explícita de la convivencia entre Bevilacqua y Chamorro en novelas posteriores de la se-rie (el autor ha declarado en alguna entrevista, y lo repi-te en su web, que ésta no será la última).

La presentación del sargento y la guardia es escueta y funcional, y la narración apenas se demora en la descrip-ción de las características físicas de los personajes. La ausencia de referentes “visuales” tal vez se deba al hecho de que la historia está contada en primera persona

(el narrador-protagonista es el propio sargento), circunstancia que haría poco verosímil la pre-sencia de autorretratos explícitos. La mayor parte de las escasas prosopografías de la novela co-rresponden a la guardia Chamo-rro, mujer reservada, sensata y de carácter firme, con un interesante toque feminista, virtudes que acompañan a un aspecto físico algo anguloso y hasta rudo, pero muy atractivo. Esta última cuali-dad se pone de manifiesto en un par de episodios (el primero tiene lugar en los ambientes de diver-sión de la Costa del Sol; el se-gundo, en un selecto restaurante madrileño), en los que la guardia se maquilla y se viste con ropas elegantes para acceder a ambien-tes que, de otro modo, estarían vedados a su investigación. La belleza de Chamorro supera así el valor puramente decorativo y se convierte en un elemento fun-

cional de la trama, tal como ya ocurría en El lejano país de los estanques (en aquella ocasión, con playas nudis-tas incluidas). El sex-appeal del personaje no es ajeno a los tópicos del género (se me ocurren ahora los ejemplos de Los ángeles de Charlie, en mujeres, y del infatigable James Bond, en hombres) y es probable que el autor sea consciente de ello, porque no abusa de la capacidad se-ductora del personaje e incluso se permite alguna delibe-rada hipérbole al respecto (por ejemplo, en el episodio en el que la madame de un muy selecto servicio de seño-ritas de compañía sugiere a Chamorro que puede encon-trar trabajo en su gremio si se decide a abandonar la Be-nemérita).

El personaje de Chamorro se define básicamente a partir de la mirada de su superior, quien a menudo realiza ob-servaciones, reflexiones o juicios, casi siempre admirati-vos, sobre el comportamiento, las capacidades y las acti-tudes de su subordinada. Tal enfoque no carece de inte-rés para el lector, porque amplía la perspectiva narrativa y da mayor profundidad al retrato psicológico del sar-gento. Ahora bien, en mi opinión este tratamiento no es del todo convincente, porque da como resultado un per-

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sonaje limitado, pobre, menos “jugoso” de lo que prometía (y me-nos todavía para alguien que haya leído El lejano país de los estan-ques, novela en la que Chamorro destacaba con mayor fuerza y brío). En más de una ocasión, el personaje de Chamorro resulta demasiado des-dibujado, y sufre un claro desequili-brio con respecto a su jefe, a cuyo lado parece más comparsa o figu-rante que verdadera co-protagonista.

Mucha mayor entidad y una imagen más certera y perdurable consigue el personaje protagonista, el sargento Rubén Bevilacqua, pues no en vano toda la trama se presenta a través de sus observaciones y de su testimo-nio2. Digamos en primer lugar que estamos ante un investigador atípi-co, y que su singularidad comienza por su insólito apellido, el cual da lugar a innumerables confusiones, alguna de ellas de indu-dable comicidad. Desde luego, el lector que firma esta re-seña no estaba acostumbrado a tratar con agentes de la au-toridad como el que ahora nos ocupa: culto, licenciado en Psicología, poco o nada militarista, escéptico con la disci-plina y la autoridad, y de talante civilizado, democrático y aun progresista. Sería injusto afirmar que es inverosímil acumular tantas cualidades en un sargento de la Guardia Civil, pero no que en algunas ocasiones pueda parecerle al lector un personaje excesivamente idealizado. Admito, no obstante, que este escrúpulo tiene que ver más con el posi-ble referente del personaje (es decir, los guardias civiles reales), que con la recreación que de ellos lleva a cabo el autor3, la cual, por otra parte, se halla en la mejor tradición del género. En efecto, Bevilacqua corresponde al modelo del investigador “cerebral” tantas veces inmortalizado en las novelas policíacas. Sus métodos se basan en la observa-ción, la deducción, la tenacidad, el trabajo en equipo y el conocimiento de las turbias motivaciones del espíritu humano. De su labor queda casi totalmente excluida la vio-lencia (excepto en una escena, hacia el final de la novela), aunque no las técnicas de intimidación que supongo for-man parte inevitable de los interrogatorios policiales; in-cluso en la aplicación de éstas, el lector se identifica con el proceder del agente, pues sólo las utiliza sobre criminales indeseables o plutócratas corruptos.

Antes hemos invocado a Conan Doyle, pero habría que destacar que el protagonista de la novela de Lorenzo Silva está más cerca de los héroes de la novela “negra” contem-poránea (de Hammett y Chandler para acá), que del mode-lo de los detectives del relato policial clásico (Sherlock Holmes, el padre Brown, Hércules Poirot). El hecho de que Bevilacqua sea un agente de una organización sometida a la disciplina militar no significa que también se trate de un policía complaciente y servil con la autoridad establecida, de un robot incapaz de la menor independencia de criterio; muy al contrario, su inteligencia, su experiencia y el consi-guiente conocimiento de las formas más oscuras de ejerci-

cio del poder económico y político (cuya eficacia y amplitud corruptora ya comprobamos en El lejano país de los estanques) le proporcionan esa capacidad de distanciamiento, ese ta-lante escéptico y a veces sarcástico, típico de los héroes de la novela poli-cíaca moderna.

A través de los ojos de Bevilacqua y de los vericuetos de la investigación criminal que protagoniza, el lector no sólo descubre la identidad de los cri-minales —condición sine qua non de toda novela del género—, sino que también tiene la oportunidad de entrar en los infiernos de la droga y la prosti-tución, asistir a sucios manejos empre-sariales y conocer las estrategias de los grupos de presión económicos y mediáticos. Con todo ello Lorenzo Silva dibuja un certero y ácido retrato de nuestra sociedad actual, dominada

por el culto al dinero y al poder que éste proporciona. No es, en cualquier caso, un retrato tan amargo como pudiera parecer, ya que frente a la corrupción, la ambición desme-dida, los vicios inconfesables o el señoritismo más repulsi-vo se alza la perspectiva del propio autor, quien no ha du-dado en convertir a algunos personajes —no sólo Bevilac-qua y Chamorro, sino otros inolvidables secundarios, como el joven y desbordado juez que instruye el caso, el eficaz comandante Pereira y los demás agentes de la Guardia Ci-vil que aparecen a lo largo de la trama— en verdaderos adalides de la honestidad, la dignidad profesional y hasta el civismo. Quizás sea este el aspecto donde los militares de Lorenzo Silva resultan más prototípicos y tal vez increíbles o incluso incómodos para ciertos lectores. No obstante, no deja de ser refrescante la mirada que nos propone el autor madrileño, una mirada esperanzada y positiva, capaz de afirmar, entre tanta imagen de individualismo nihilista co-mo pulula por la novela española contemporánea, la impor-tancia de ciertas virtudes —el sentido del deber, el valor del trabajo bien hecho, la capacidad de afecto y compasión por las víctimas— encarnadas por hombres y mujeres en-tregados al servicio de sus conciudadanos.

Notas

1. La presente reseña es un ejemplo de cómo puede llevar-se a cabo el análisis de los personajes de una novela, que elaboré para entregarlo como modelo a mis alumnos de 1º de Bachillerato del I.E.S. “Ega”, de San Adrián (Navarra), durante el curso 1999-2000.

2. En mi opinión, hay una secuencia en la que la elección del punto de vista narrativo resulta demasiado forzada. Me refiero al episodio en que Chamorro provoca que un rico empresario la invite a cenar, y de este modo trata de “tirarle de la lengua”. El protagonista podría haberse ente-rado fácilmente de las averiguaciones de su compañera a partir del testimonio posterior de ésta; sin embargo, el au-tor hace que Bevilacqua los conozca “en directo”, valién-

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dose del truco del micrófono oculto, que si bien no es físicamente imposible, no parece muy verosímil desde una perspectiva estrictamente literaria.

3. Lorenzo Silva ejerce la abogacía, y según sus propias declaraciones ha llegado a trabajar como penalista en al-gún caso. Por otro lado, es hijo y nieto de militares. Am-bas circunstancias permiten suponer que su conocimiento interno del funcionamiento de la Benemérita será bastante más amplio que el de la mayoría de los lectores. « http://www.lenguaensecundaria.com/resenas/alquimis.shtml

ENTREVISTA A LORENZO SILVA http://www.literaturas.com/ENTREVISTASdefinitivo.htm#Lorenzo%20Silva

Lorenzo Silva. Madrid 1966. Ha sido proclamado gana-dor del Premio Nadal 2000 con El alquimista impacien-te. En 1997 quedó finalista del mismo premio con La flaqueza del bolchevique. Es au-tor también de algunas obras para el público juvenil, y de las novelas La sustancia interior, El lejano país de los estanques, con la que obtuvo el premio Ojo crítico en la modalidad de narrativa, El ángel oculto y El urinario . Autor de Del Rif al Yebalà. Viaje al sueño y a la pesadilla de Marruecos (Destino, 2001).

Luis García.- Empecemos por el principio. ¿Cómo ha visto la Semana Negra de Gijón 2001?.

Lorenzo Silva.- La he visto intere-sante y alocada, como de costum-bre. Creo que son sus dos rasgos distintivos. Interesante por la varie-dad de los escritores invitados (desde el guionista de Theo Angelopoulos hasta un ex militar argelino, pasando por un policía antimafia siciliano en activo). Alocada por-que la semana parece siempre un caos, aunque quizá lo sea más aparente que real.

L.G.- El lejano jardín de los estanques, El alquimista impaciente.... ¿Cómo nació la pareja protagonista?. Quie-ro decir, ¿qué le hizo a usted fijarse en dos tricornios co-mo arquetipo de investigador hispano?. L.S.- En primer lugar, la lógica. El primer crimen que seme ocurrió sucedía en una zona rural. La policía legal-mente encargada de eso es la Guardia Civil. Después por dificultad y novedad: a ningún escritor español (salvo quizá, Aldecoa) le había dado por escribir de guardias civiles más que para denigrarlos. Y tercero, por interés: un cuerpo jerarquizado, militar, en el que acaba de entrar la mujer, y que lidia con los asuntos que lidia, es una

fuente inagotable de situaciones novelescas. L.G.- ¿Entraba en sus planes el ganar el Nadal con una novela negra?. L.S.- En mis planes nunca entró nada más que escribir, y en eso llevo ya más de veinte años. Pero ¿por qué no podía ser? La novela negra, o policial, o de misterio, o como quieran llamarla, puede ser tan digna como cual-quier otra. Como decía Raymond Chandler, depende del escritor y de lo que tenga adentro para escribir. L.G.- Porque no es precisamente un Certamen que pre-mio ese tipo de novela... L.S.- Pues no, pero tampoco soy el primero. Ya lo ga-nó García Pavón con "Las hemranas coloradas", una no-vela de su detective Plinio, hace mucho tiempo. L.G.- Sorprende la frescura de su narrativa, de sus diá-logos, aunque por otra parte muchos otros lo ven mas como un defecto que como una virtud. ¿Cree que está el género negro infravalorado?. L.S.- Infravalorado, depende por quién. Por los críticos ceñudos, tal vez. Por los lectores, no lo creo. Mis novelas policíacas son con mucha diferencia las que más lectores han conseguido. Me interesan naturalmente otras histo-

rias, y por eso las escribo, pero no pue-do dejar de constatar lo que es un hecho. Y visto ese hecho, lo de los ce-ñudos se vuelve bastante irrelevante. Y si alguno cree que la frescura es un pro-blema, bueno, hay mucha literatura pol-vorienta en la que zambullirse. Cada uno debe buscar su inclinación. L.G.- Y son asimismo novelas muy cinematográficas. De hecho se van a llevar al cine y está usted colaborando en los guiones. ¿Le atrae ese mundo?. L.S.- ¿A quién no le atrae el cine? O dicho de otro modo: ¿A quién, interesa-do por la narración, puede no atraerle la forma en la que se cuenta hoy historias al mayor número de personas? En todo caso, acepto que son dos mundos dife-rentes, y el mío es el de la literatura. Asisto con curiosidad a estas películas, y mi excursión como coguionista de

una de ellas es un experimento personal que me apeteció hacer (y quizá me apetezca repetir), pero no quiere decir que vaya a cambiar mis prioridades creativas. L.G.- ¿Cuáles son los referentes literarios de Lorenzo Silva, que seguro tendrá?. L.S.- Alguno tengo, sí. No por haber escrito algunas novelas policiacas soy analfabeto, como algunos deben de creer. No quiero aburrir a nadie con listas largas u ob-vias: puedes citar a Kafka, Chandler, Proust, Sender, Stendhal, Sabato, Conrad, etcétera. L.G.- ¿Le ayuda su verdadera profesión (abogado) a la hora de escribir sus novelas, o es de los que se definen como abogado en sus ratos libres?. L.S.- Mi verdadera profesión es la de escritor. Durante mucho tiempo, sin perjuicio de lo anterior, me he ganado la vida como abogado, y eso me ha ayudado mucho en varios sentidos. Siempre he escrito lo que creía que debía escribir. No he escrito una sola línea por dinero en toda

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mi vida. Y creo que eso es un privilegio. Por otra parte, te-ner una profesión en el "mundo real" me ha protegido del ensimismamiento estúpido al que a veces puede conducir la exclusiva dedicación a la literatura. L.G.- Siempre mantuve que el género negro, junto con el cómic, era uno de los más adecuados para incentivar a la lectura a una juventud excesivamente dependiente del vi-deojuego y de la televisión. Sin embargo, ¿a que cree que se debe ese desinterés de las Editoriales por el género?. L.S.- Estoy de acuerdo en que el género negro, por su amenidad y por el recurso de la intriga, es ideal para esti-mular la lectura. Y no sólo de la juventud. Yo no sé si hay desinterés de las editoriales por el género. Si tomo mi caso, no he percibido ese desinterés respecto de mis novelas poli-ciacas. Creo que lo que no hay es un interés organizado e institucionalizado, tipo Série Noir en Francia. Pero no sé si eso es bueno o si es una etiqueta artificial que propicia la inercia escritora y edito-rial. L.G.- ¿Ayudó la Semana Negra de Gijón a dignificar el género?. L.S.- Ayudó a difundirlo, a propiciar que se hablara de él en serio, y no con condescendencia. Por lo demás, a digni-ficarlo ayudan los buenos libros, que los hay. L.G.- ¿Para cuando la tercera entrega de la serie?. L.S.- Sin prisa, esto no es ni quiere ser una fábrica de churros. Escribí la primera novela en el 95, la segunda en el 99, y creo que hay que dejar que madure una idea diferente, que los personajes evolu-cionen. Es posible que el año que viene esté la cosa madura y pueda salir una tercera. Estoy en ello. Pero quiero que sorprenda, no quiero reeditar lo ya hecho en busca de los frutos inmediatos. No me importa mucho la gloria literaria, que sus expendedores la administren como mejor les parezca, pero sí quisiera que el lector que ya lo es, y los nuevos, percibieran que en el empeño, dure los años y los libros que dure, hay honestidad, rigor y respeto hacia ellos. L.G.- Leyendo El nombre de los nuestros, su última obra publicada, sorprende la variación del registro utilizado, así como el conocimiento de una de las épocas mas olvidadas de la historia de España. ¿Cómo nació la novela?. ¿Cuál fue su génesis?. L.S.- Es que yo no creo que un escritor deba tener un registro. Cada historia tiene su registro, y el escritor debe adaptarse a ella, y no a la inversa. A mí me aburren los es-critores que suenan igual cuando cuentan una historia de gángsteres o una expedición al Kilimanjaro; esos que pre-tenden imponer su sonsonete más que servir con lealtad y eficacia a la historia que cuentan. La novela nació hace mu-chos años, cuando mi abuelo, veterano de la guerra de Áfri-ca, le contó a su hijo, que era mi padre y todavía un niño, muchas de las cosas que allí vivió. Luego esas historias me llegaron a mí, también de niño, en parte a través de mi pro-pio abuelo pero sobre todo a través de mi padre. De ahí na-

ció el interés. Luego estudié y leí todo lo que pude y busqué la historia concreta para esta novela. Sin prisa, a lo largo de muchos años. Era una deuda demasiado importante con los míos como para improvisar las cosas. L.G.- Usted, como hijo y nieto de militares que es, ¿se sintió en algún momento condicionado por ello a la hora de elaborarla?. L.S.- Me sentí favorecido. Mi padre nunca me inculcó un respeto reverencial por nada, sino una visión crítica de las cosas, basada en el razonamiento y en la exigencia ética. Eso quiere decir que no me cuesta nada criticar lo mucho que de criticable tenía aquel ejército. Pero por otra parte, tener militares en la familia me permite conocerlos mejor, y sobre todo, no participar de la visión a veces un poco sim-plista que se tiene de ellos. El ejército no es un monolito. Hay una razonable biodiversidad dentro de él.

L.G.- Es una novela dura, que arranca con un hecho dramático que sorprende por su crudeza. ¿Se la podría considerar antibelicista?. L.S.- ¿Qué imbécil puede contar una guerra y dejar de deplorarla? LG.- ¿Cómo eligió a los persona-jes?. L.S.- No diré que me eligieron ellos a mí, pero casi. Son represen-tativos de los españoles de aquel tiempo y de los que allí fueron en-viados. El sargento Molina repre-senta la extracción de mi abuelo, por ejemplo, un campesino andaluz enviado allí a la fuerza y que por razones probablemente inexplica-bles decide quedarse. Otros repre-sentan a los oficiales, a quienes si-guieron siendo hostiles a quienes los mandaban mientras empuñaban

el fusil y luchaban sólo por su vida, a los héroes, a los co-bardes, incluso a los miserables que sacaban tajada de aque-llo. Quise que todos tuvieran voz. L.G.- También se ha introducido en la novela juvenil. ¿Cómo se encuentra en ese terreno?. L.S.- Me encuentro extraordinariamente a gusto. Los jó-venes son magníficos lectores, no sólo generosos, sino tam-bién intensos y profundos. Se los conoce poco, y se hace poco por conocerlos. Cuando sales a su encuentro, y cuando sienten que no los defraudas ni intentas utilizarlos, sino que te los tomas en serio, responden siempre. L.G.- ¿Para cuando un libro de relatos, que seguro que tendrá guardado en algún cajón?. L.S.- Tengo relatos guardados en el cajón. Pero no me considero un buen cuentista. Sólo practico el relato corto por compromiso, y con esto quiero decir cuando me ofrecen alguna historia interesante por algún motivo particular o me lo pide un amigo. Por eso soy escéptico respecto de la con-veniencia de publicar ese libro de relatos, aunque incluso tengo un título para él. Lleva mucho tiempo durmiendo en el cajón, creciendo lentamente, y puede que siga todavía bastante tiempo ahí. Quizá para siempre.