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JOSÉ ADOLFO DE AZCÁRRAGA Catedrático de Física Teórica de la Universidad de Valencia Miembro del IFIC (CSIC-UVEG) VIGENCIA Y ACTUALIDAD DE LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN 15 de enero de 2009 51

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JOSÉ ADOLFO DE AZCÁRRAGACatedrático de Física Teórica de la

Universidad de ValenciaMiembro del IFIC (CSIC-UVEG)

VIGENCIA Y ACTUALIDAD DE LA TEORÍADE LA EVOLUCIÓN

15 de enero de 2009

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PRESENTACIÓN

Santiago L. del AguaLa Económica. Luces y Sombras

E n el año 2005, que se celebró como ‘Año de la Física’, laEconómica recordó una de las figuras clave del pensamiento delsiglo XX, Albert Einstein, y D. José Adolfo de Azcárraga,Catedrático de Física Teórica de la Universidad de Valencia, glosóla figura del insigne físico alemán. En aquella ocasión ya indica-mos que el profesor Adolfo de Azcárraga es un gran humanistaademás de un eminente científico y desde esa perspectiva, ungran defensor de la ciencia como elemento fundamental de la cul-tura, ya que la ciencia nos proporciona unos elementos de segu-ridad ontológica de indudable trascendencia social y ...“...totconeixement és essencial per esdevenir lliures...”.

En este año 2009 cumple conmemorar un nuevo hito den-tro del proceso evolutivo del pensamiento humano: el 150 aniver-sario de la publicación de On the Origin of Species by Means ofNatural Selection, or the Preservation of Favoured Races in theStruggle for Life de Charles Darwin (y que coincide con el 200 ani-versario de su nacimiento), efeméride que la Real SociedadEconómica de Amigos del País quiere celebrar ofreciendo a sussocios y amigos la visión sobre el tema de una persona verdade-ramente autorizada por su conocimiento del mismo.

Sobre la trascendencia de la obra de Darwin podemosseguir las palabras del propio profesor Adolfo de Azcárraga, paraquien la Teoría de la Evolución (y su base, la selección natural)constituye una de las dos o tres ideas científicas más importantesen la historia de la humanidad. En particular, es imprescindiblepara comprender nuestros orígenes así como nuestro lugar en elconjunto de los seres vivos.

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Con esta charla, el profesor de Azcárraga pretende haceruna introducción a la teoría de la evolución desde sus comienzoshasta hoy, mencionando las distintas ideas y personalidades quehan influido en su desarrollo. Aunque la teoría que CharlesDarwin (1809-82) desarrolló en la obra indicada -y que da inicioa la moderna visión de la evolución- ha superado en gran partelas controversias iniciales y es –o debería ser- patrimonio común,las ideas evolutivas no han perdido nada de su frescura inicial yson más relevantes en la actualidad de lo que pudiera parecer.

D. José Adolfo de Azcárraga es Catedrático de FísicaTeórica de la Universidad de Valencia y miembro del IFIC (CSIC-UVEG). Licenciado por la Universidad Complutense y Doctor porla de Barcelona, ha ampliado su formación científica en prolon-gadas estancias en el extranjero, particularmente Cambridge yOxford. A su actividad docente e investigadora une un genuinointerés por el método científico y el conocimiento, así como poracercar la ciencia a la sociedad. En línea con esta trayectoria yentre sus múltiples publicaciones relacionadas con la física teóri-ca o las matemáticas, la ciencia y la filosofía, la ciencia y la socie-dad, podemos encontrar obras como En torno al conocimientocientífico: ciencia y sociedad (que constituyó la lección inauguralde la apertura del curso académico 1997-98 de la UVEG), AlbertEinstein, su ciencia y su tiempo (premio especial Año Mundial dela Física, publicada por la Universidad de Valencia, 2006), y múl-tiples artículos y colaboraciones sobre asuntos científicos, univer-sitarios y sociales en general. El Dr. Azcárraga es socio de la RSE-APV.

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VIGENCIA Y ACTUALIDAD DE LA TEORÍA DE LAEVOLUCIÓN1

José Adolfo de Azcárraga2

Catedrático de Física Teórica de la Universidad de Valencia.Miembro del IFIC (CSIC-UVEG).

Resumen

Tras introducir las ideas de Darwin y algunos de los hechos que sus-

tentan el actual paradigma evolutivo, se muestra que la teoría de la

evolución resulta imprescindible para comprender mejor nuestra

naturaleza y nuestro lugar en el conjunto de los seres vivos. Y como

toda visión del mundo está inevitablemente teñida por la perspecti-

va que tenemos de nosotros mismos, hoy no cabe Weltanschauung

alguna al margen de la teoría de la evolución. Por ello, las ideas

que tienen su origen en las de Darwin de hace 150 años tienen más

relevancia de la que pudiera parecer, lo que se ilustra con algunos

ejemplos actuales.

“Of all the faculties of the human mind, it will, I presume,

be admitted that Reason stands at the summit”

[Charles Darwin, The Descent of Man, cap.III, ‘Comparison of

the Mental Powers of Man and the Lower Animals’, 1871]

Incluso para contradecir una razón, hay que dar razones.

Nada tiene sentido en biología al margen de la evolución,

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1 Basado en parte en la conferencia pronunciada por el autor el 15 de Enero de 2009en Valencia, en el Centro Cultural Bancaja, bajo los auspicios de la Real SociedadEspañola de Amigos del País de Valencia. Incluye extractos del artículo Darwin y laalianza de civilizaciones, publicado en la revista CLAVES de Razón Práctica, núm.194, págs. 20-27 (2009).

2 http://www.uv.es/~azcarrag ; [email protected] .

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afirmó hace más de medio siglo Theodosius Dobzhansky, una delas figuras -junto con Julian Huxley (The modern synthesis, 1942)y otros- de la teoría sintética o síntesis moderna de la evolución,que conciliaba las ideas originales de Darwin con los progresosde la genética. Pero en este año 2009, cuando se celebra -sobretodo en Occidente- el bicentenario del nacimiento de CharlesDarwin (1809-82) y el sesquicentenario de la publicación (el 22de noviembre de 1859) de The Origin of Species by Means ofNatural Selection, or the Preservation of favoured Races in theStruggle for Life, cabe preguntarse por la relevancia de una teoríade orígenes tan remotos así como por qué, tantos años después,la evolución sigue despertando recelo e incluso rechazo3. Pues, sibien muchas organizaciones científicas y culturales -como la RSE-APV- están celebrado 2009 como el ‘año de Darwin’, no se ha

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3 Una encuesta de este año 2009, realizada por Ipsos MORI a instancias del BritishCouncil con una muestra de diez mil adultos de diez países (Argentina, China,Egipto, España, Estados Unidos, Gran Bretaña, India, México, Rusia y Sudáfrica) indi-ca que, a la pregunta de si han oído hablar de Darwin, el número de respuestas afir-mativas más alto se obtiene en Rusia (93%), México (91%), Gran Bretaña (91%), yChina (90%), respondiendo afirmativamente menos de la mitad en Egipto (38%) ySudáfrica (27%); en promedio, un 70% de los encuestados ha oído hablar de Darwin.Los que muestran una mayor comprensión de las ideas evolutivas son los estadou-nidenses (84%) seguidos por los británicos (80%). En todos los países la mayoría delos encuestados está más de acuerdo que en desacuerdo con la afirmación de quees posible creer en Dios y aceptar al mismo tiempo que la vida evolucionó en laTierra de acuerdo con la selección natural, especialmente en la India (85%), segui-da por Méjico (65%), Argentina (63%), Sudáfrica, Gran Bretaña (54%), USA, Rusia(53%), Egipto, España (45%) y China (39%). Sólo en seis de los diez países la mayo-ría de las personas que habían oído hablar de Darwin y conocían algo de la teoríade la evolución estaba de acuerdo con que ésta tenía una base científica, siendo elpromedio total de los encuestados con esa opinión del 54%. Sólo Rusia (48%), USA(42%), Sudáfrica (41%) y Egipto (25%) eran en conjunto escépticas de los fundamen-tos científicos de la teoría de Darwin. Los resultados también muestran que unanotable proporción de los encuestados en Estados Unidos, Sudáfrica e India creenque la vida ha existido siempre en la forma actual. En los demás países, la mayoríade los encuestados de China (74%), México (69%), Argentina (68%), Gran Bretaña(63%), Rusia, España (56%) y Egipto (52%) eran de la opinión de que la vida en laTierra, incluyendo la humana, ha evolucionado como consecuencia de un procesoguiado por Dios o como resultado de la selección natural sin intervención divina.La encuesta sigue viva en:http://www.zoomerang.com/Survey/WEB229CD3MTHT5 .

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producido ninguna declaración internacional al respecto. Estaomisión resulta especialmente notoria puesto que 2005, centena-rio del annus mirabilis de Einstein, fue declarado Año Mundialde la Física por la UNESCO; en España los físicos celebramos,incluso, una sesión conmemorativa en el Congreso de losDiputados. Sin embargo, el mundo oficial ha preferido en estaocasión pasar de puntillas sobre la efeméride del hallazgo de unode los más grandes científicos de la historia: la explicación del ori-gen y la diversidad de las especies que pueblan el planeta.

La gran idea de Darwin (y Wallace): la selección naturalNo cabe dudar de la validez de las ideas centrales de la

teoría de la evolución y, en particular, del proceso de la selecciónnatural, que selecciona de forma acumulativa las variacionesaccidentales que se producen en los seres vivos durante muchasgeneraciones y largos períodos de tiempo, y que genera las dis-tintas especies. Nunca una idea tan simple ha tenido un poderexplicativo tan grande; superior, incluso, a la ley newtoniana dela gravitación que rige el sistema solar4. La selección natural, laidea central de Darwin y de Alfred Russel Wallace (1823-1913) ins-pirada por la lectura del Ensayo sobre la población (1798) del graneconomista de Cambridge Thomas Robert Malthus (1776-1834),no es una fuerza como la de la gravedad, pero hace la evolucióntan obligada como la caída de los graves; no tiene dirección o

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4 Y la importancia de la selección natural no está limitada a los seres vivos. Aunquesea abandonando por un momento de los límites de este ensayo, vale la pena men-cionar que la idea de la selección natural ha sido aplicada… ¡al dominio de la físi-ca cuántica! Wojcieh Hubert Zurek, famoso por sus estudios en este campo sobredecoherencia, ha introducido muy recientemente la noción de darwinismo cuánti-co, que da cuenta de qué estados cuánticos están más adaptados a ‘sobrevivir’ en suentorno y permite comprender mejor en la física los problemas de la transición deldominio cuántico al clásico, aspectos que la tradicional ‘interpretación deCopenhague’ de la mecánica cuántica separa cómoda y convenientemente. Es curio-so notar que la ‘síntesis moderna’ de los años 30 -la de la teoría de la evolución deDarwin con la selección natural de las variaciones genéticas- se desarrolló dentro delos primeros decenios del s. XX, en la misma época que la mecánica cuántica. Elaño que se redescubrieron de las leyes Mendel de es también el del nacimiento dela física cuántica: fue en 1900 cuando Max Planck (1858–1947) descubrió la natura-leza cuántica de la radiación e introdujo su famosa constante h.

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sentido histórico, pues no produ-ce progreso, aunque sí adapta-ción al medio. La evolución es,pues, inevitable, aleatoria y nofinalista, aunque esto no significaque cualquier posibilidad estéabierta a la vida: la altura de losárboles -por ejemplo- está limita-da por el hecho de que la saviano puede ascender indefinida-mente. Las leyes de la física y dela química condicionan las posibi-lidades accesibles a los seresvivos, cuyas funciones vitales, for-mas y tamaños no pueden sercompletamente arbitrarios y, porello, no cabe sorprenderse ante laaparición de abundantes fenóme-nos de convergencia. Los ojos, por ejemplo, aparecen en muchasy diferentes cadenas evolutivas: el ojo humano, tipo cámara foto-gráfica, es muy semejante al de los cefalópodos.

Es instructivo recordar cómo se resolvieron dos serias difi-cultades que presentaba la teoría de la evolución en tiempos deDarwin. La primera, que una ligera variación en algún rasgo deuna especie quedaría diluida y desaparecería en pocas generacio-nes; se le recordaba a Darwin, por ejemplo, que el cruce entreblancos y negros daba lugar a mulatos, no a hijos de uno y otrocolor. Darwin no podía imaginar mientras se publicaba El Origen(“nuestra ignorancia de las leyes de la variación es profunda”,decía), que en Moravia el monje agustino Gregor Mendel (1822-1884) estaba experimentando pacientemente en el huerto de suconvento con cerca de treinta mil plantas de guisantes (Pisum sati-vum), lo que le llevaría a formular sus famosas leyes sobre laherencia. Pero tras el Origen, en una carta de 1866, Darwin yadaba cuenta a Wallace de experimentos realizados por él mismo,también con guisantes. Tras explicarle que el cruce de las varieda-des ‘señorita pintada’ y ‘púrpura’ (Painted Lady y Purple) no pro-

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Charles Darwin (1809-82)

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ducía ninguna variedad mezclada, Darwin añadía: “aunque esoscasos son aparentemente maravillosos, no lo son más que el quetodas las hembras en el mundo sigan produciendo descendientesmachos y hembras”. Darwin estuvo cerca, pues, de captar la esen-cia de la herencia y el carácter individual, no miscible, de lo quehoy llamamos genes. Hoy se sabe que un organismo no es exac-tamente una mezcla de sus progenitores, sino la suma de multitudde caracteres individuales, heredados de sus antepasados, que semanifiestan de acuerdo con las leyes de la herencia genética.

Mendel publicó sus fundamentales descubrimientos sobrelos híbridos (Versuche über Pflanzenhybriden, 1866) en la revistade la Sociedad de Historia Natural de Brünn (hoy Brno, enChequia), de escasísima difusión, y no fueron conocidos hasta elcambio de siglo. Se ha discutido mucho si Darwin llegó a tenernoticia de ese trabajo, pero todo indica que no: ciertamente noestaba suscrito a esa revista, prácticamente desconocida, y unaminuciosa búsqueda entre todos sus documentos ha dado resul-tados negativos. No es extraño: sólo se han encontrado once citasa Mendel en publicaciones anteriores a 1900, año en el que fueredescubierto por el holandés Hugo de Vries, el alemán Karl ErichCorrens, el austríaco Erich Tschermak von Seysenegg y el británi-co W. Bateson (1861-1926). Éste difundió las ideas de Mendel enel libro Los principios de la herencia de Mendel: una defensa(1902) e introdujo, además, buena parte de la terminología delcampo, incluyendo el uso actual de ‘genética’ (del griego γεννω,dar vida). Pero, si bien Darwin no supo de Mendel, éste sí supode Darwin: en la biblioteca del monasterio de Brno se guarda latraducción alemana del Origen que perteneció a Mendel, conanotaciones de su puño y letra. Cabe especular qué habría suce-dido si Mendel hubiera atado cabos –herencia y evolución- yescrito a Darwin sobre sus hallazgos. Con toda seguridad, Darwinhubiera añadido una pieza esencial a su teoría y la síntesis moder-na de la evolución hubiera llegado varios decenios antes. En cual-quier caso, la irrupción de las leyes de Mendel acabó pronto conlos críticos que consideraban que la evolución darwiniana era unepisodio científico ya concluido y, por tanto, con el ‘eclipse deDarwin’ que se había iniciado en los últimos años del s. XIX.

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La segunda dificultad se refería al tiempo necesario paraque la evolución tuviera lugar: uno de los críticos de Darwin,el físico William J. Thomson (Lord Kelvin, 1824-1907), conside-raba en 1862 que el Sol, al que imaginaba como una inmensacaldera de carbón ardiente, “probablemente no había ilumina-do la Tierra durante más de cien millones de años y casi segu-ro no lo había hecho durante más de quinientos”. Por lo que serefiere a la propia Tierra, estimaba que su edad estaba entre 24y 400 millones5, cifras insuficientes para el proceso evolutivo.Darwin no podía resolver estas dificultades, hoy fuera de lugardado el carácter discontinuo de las mutaciones genéticas y elorigen termonuclear de la energía solar, que da al Sol una anti-güedad de unos 4600 millones de años6 (4600 Ma). Claro que,a su vez, Darwin podía haber respondido afirmando que la vali-dez de su teoría invalidaba el ingenuo modelo solar de LordKelvin y preveía unas leyes de la herencia que preservasen laindividualidad de los caracteres heredados, anticipando así lasbases de la futura genética mendel-morganiana y obviando lasobjeciones que el polifacético ingeniero Henry C. FleemingJenkin le había hecho en 1867 sobre la mezcla y dilución de lasvariaciones7. Por supuesto no fue así; eso hubiera requeridootra época y un Darwin con una personalidad muy diferente.Darwin, hombre prudente al par que científico íntegro y hones-

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5 La estimación de Kelvin de la edad de la Tierra, suponiendo que era una esferacaliente que se había ido solidificando, contaba con la oposición de los geólogos,que la juzgaban muchísimo más antigua (la Tierra tiene unos 4560 millones de años).A título anecdótico mencionaré que en 1658 el arzobispo James Ussher había deter-minado, Biblia en mano y contando generaciones, que la Creación había tenidolugar el 23 de Octubre de 4004 a.d.J. Kepler y Newton habían atribuido a la Tierrauna antigüedad del mismo orden de magnitud.

6 Esta edad es muy próxima a la del sistema solar. En unos 5000 Ma, el Sol se acerca-rá al final de su vida activa y probablemente se tragará a la Tierra al expandirse ytransformarse en gigante roja, para después contraerse y acabar su vida como enanablanca, un proceso típico de las estrellas pequeñas-medias como nuestro Sol. Noobstante, bastarán unos 1000 Ma para que el progresivo aumento de la temperaturadel Sol evapore toda el agua terrestre y la vida sea imposible.

7 Dice Darwin hacia el final del capítulo IV (‘Natural selection’): “nothing can beeffected, unless favourable conditions occur, and variation itself is apparently alwaysa very slow process. This process will often be greatly retarded by free intercrossing”.

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to hasta el extremo, era contrario a polemizar sin necesidad. Dehecho, el carácter revolucionario de sus ideas pesó sobre él másde una vez, hasta llegar a confesar a un amigo suyo, el botáni-co J. D. Hooker, que concluir que las especies evolucionaban“era como reconocer un crimen”, lo que no impidió que nadani nadie le desviara de las conclusiones lógicas de su pensa-miento8. No obstante, debido a algunas críticas como las men-cionadas, Darwin dio en sucesivas ediciones del Origen algúnpeso a las ideas del caballero Jean-Baptiste Lamarck (1744-

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8 Se pueden encontrar muestras de la sencillez y de la integridad intelectual de Darwinen su Autobiografía, especialmente en la edición que realizó su nieta Dora Barlowen 1958. Ésta restituyó los párrafos de Darwin suprimidos por su hijo Francis, quefue quien preparó la primera edición (1887) tras la muerte de su padre. Francis, ini-cialmente contrario a ello, omitió algunas partes del manuscrito paterno por insis-tencia de su madre Emma (de soltera Wedgwood, de la familia de las conocidas por-celanas inglesas azules y blancas y prima de Darwin) y de algún otro miembro dela familia. Darwin sólo había pretendido en sus 121 páginas manuscritas (mayo-agosto de 1876) narrar la evolución de su pensamiento, “que podría interesar a sushijos y a sus nietos”, aunque sin ánimo de publicarlas. Pues, como propio Darwinescribió al comienzo, a él le hubiera gustado leer “una descripción sencilla comoésta [la que estaba iniciando] del pensamiento de mi abuelo [el Dr. Erasmus Darwin,que se menciona más adelante] escrita por él mismo, lo que había hecho y pensa-do y cómo había trabajado”.

Iguanas en la isla Fernandina, Galápagos (foto del autor)

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1829), un precursor de la evolución de las especies al margendel mecanismo darwiniano de la selección natural. Lamarck -aquien se debe el término biología- había defendido en suPhilosophie Zoologique (de 1809, el año del nacimiento deDarwin) sus leyes para la evolución: que la necesidad produ-ce nuevos órganos; que éstos alcanzan un desarrollo que esproporcional al grado de uso al que están sometidos y quetodas las características adquiridas por un individuo son trans-mitidas a su progenie. En esencia, Lamarck defendía la impor-tancia del uso y desuso en la evolución y la idea de que lanecesidad acaba creando el órgano requerido. En su vejez,Darwin llegó incluso a pensar en la herencia ocasional de lasmutilaciones sistemáticas; no obstante, Darwin mantuvo enconjunto su oposición a la herencia de los caracteres adquiri-dos9.

Darwin, Lamarck…y LucrecioDarwin ya había manifestado explícitamente su rechazo

explícito al lamarquismo antes del Origen. Por ejemplo, en una

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9 Darwin insertó en el último capítulo ‘recapitulación y conclusión’ del Origen, ensu sexta y última edición (1872), este comentario: “I have now recapitulated thefacts and considerations which have thoroughly convinced me that species havebeen modified, during a long course of descent. This has been effected chieflythrough the natural selection of numerous successive, slight, favourable variations;aided in an important manner by the inherited effects of the use and disuse ofparts; and in an unimportant manner, that is, in relation to adaptive structures,whether past or present, by the direct action of external conditions, and by varia-tions which seem to us in our ignorance to arise spontaneously. It appears that Iformerly underrated the frequency and value of these latter forms of variation, asleading to permanent modifications of structure independently of natural selec-tion. But as my conclusions have lately been much misrepresented, and it has beenstated that I attribute the modification of species exclusively to natural selection, Imay be permitted to remark that in the first edition of this work, and subsequently,I placed in a most conspicuous position -namely, at the close of the Introduction-the following words: ‘I am convinced that natural selection has been the main butnot the exclusive mean of modification’. This has been of no avail. Great is thepower of steady misrepresentation; but the history of science shows that fortunate-ly this power does not long endure”. Darwin reaccionaba así ante las críticas paralas que aún no había respuesta; el Darwin más espontáneo, el ‘más Darwin’, es elde la primera edición del Origen.

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carta de 1844 a Hooker, juzgaba el libro de Lamarck como ‘autén-tica basura’10 (veritable rubbish). Cabe recordar también, ya en elOrigen, el decisivo ejemplo de las hormigas que Darwin descri-be al final del capítulo VII dedicado al instinto “en contra de laconocida doctrina de Lamarck”. Después, en el ‘esbozo histórico’que Darwin escribió para dar cuenta de los antecedentes de suteoría, volvió a criticar las ideas lamarquistas que, curiosamente,había anticipado su propio abuelo, el Dr. Erasmus Darwin, médi-co, inventor y botánico, defensor de la educación de la mujer ylibertino. Según aquéllas, las jirafas tendrían el cuello largo parapoder alcanzar la parte alta de los árboles, habiéndolo adquiridocomo consecuencia de esforzarse en estirarlo durante sus vidaspara alcanzar la comida y durante muchas generaciones. Darwin,por supuesto, estaba en lo cierto al criticar la errónea visión deLamarck: los toros, por ejemplo, no tienen cuernos para embes-tir, sino que embisten porque tienen cuernos; la evolución no esfinalista.

En una ocasión le preguntaron a Darwin, ya anciano, sihabía leído a Lucrecio. Darwin respondió que no; pero es segu-ro que se hubiera deleitado con los versos contra las causasfinales con los que Tito Lucrecio Caro (s. I a.d.J.), poeta y filó-

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10 La carta, fechada el 10 de Noviembre, incluye el párrafo “facts can be viewed &grouped under the notion of allied species having descended from common stocks.With respect to Books on this subject, I do not know of any systematical ones, exceptLamarck’s, which is veritable rubbish”. La carta concluye con este revelador comen-tario: “I believe all these absurd views, arise, from no one having, as far as I know,approached the subject on the side of variation under domestication, & having stud-ied all that is known about domestication”. Darwin señala aquí, de hecho, una com-probación experimental de que la selección es responsable del cambio evolutivo: laselección artificial es una ‘prueba de laboratorio’ del poder de la selección naturalpara generar los cambios.Ese mismo 1944, el 11 de Enero, Darwin ya había escrito a Hooker: “I am almostconvinced (quite contrary to opinion I started with) that species are not (it is like con-fessing a murder) immutable. Heaven forfend me from Lamarck nonsense of a ‘ten-dency to progression’, ‘adaptations from the slow willing of animals’ etc,—but theconclusions I am led to are not widely different from his—though the means ofchange are wholly so”.La correspondencia entre Darwin y Hooker es deliciosa. Las cartas citadas tienen losnúmeros 789 y 729, respectivamente, en el archivo de la correspondencia de Darwinen la Biblioteca de la Universidad de Cambridge.

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sofo romano, pulverizó avant la lettre la visión de Lamarck. Enel libro IV de su De rerum natura, versos # 822-857, Lucrecioadvirtió:

“Encarecidamente te prevengo que huyas de un error y loevites con cuidado: no creas que las claras luces de los ojos fueroncreadas para que pudiéramos ver; ni que para avanzar a grandespasos se articularon muslos y piernas, apoyados en los pies; ni quetenemos antebrazos adaptados a los músculos de los brazos, ymanos que nos sirven por ambos lados, a fin de poderlos usar enlas necesidades de la vida.

Éstas y otras interpretaciones del mismo género trastornanel orden de las cosas y surgen de un razonamiento vicioso; puesnada ha nacido en nuestro cuerpo con el fin de que podamosusarlo: al revés, lo que ha nacido engendra el uso. No existió lavisión antes de que nacieran los ojos, ni la palabra antes de sercreada la lengua; más bien el origen de la lengua precedió conmucho al de la palabra, y las orejas fueron creadas mucho antesde que se oyera un sonido, y, en fin, todos los miembros son, a miparecer, anteriores al uso que de ellos se hace. No pudieron, portanto, ser creados en vistas a su utilidad […]”11.

Lucrecio no se detuvo aquí pues, en los versos # 837-877del libro V de Sobre la naturaleza de las cosas, anticipó la idea dela supervivencia de los más aptos y la selección natural, unos milnovecientos años antes del Origen. Casi cuatro siglos antes, el ato-mista Demócrito de Abdera (460-370 a.d.J.) demostró tener nomenor intuición cuando afirmó: “todo lo que existe en el univer-so es fruto del azar y de la necesidad”. Pues azar y necesidad sonlos dos ingredientes fundamentales de la selección natural: lasvariaciones son aleatorias, pero la selección de las que son ven-tajosas resulta inevitable.

Esta combinación de azar y necesidad tiene, por otraparte, una interesante interpretación que permite comprenderla presencia simultánea de la contingencia y la convergencia

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11 Traducción en prosa de los versos latinos de Eduardo Valentí Fiol.

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evolutivas en términos matemáticos. Es posible que algunosseres o productos de la evolución, como los ojos a los queantes me referí, sean resultado de la existencia de lo que en elestudio de sistemas dinámicos se denomina atractores extraños,zonas de estabilidad, en este caso evolutiva, hacia donde con-vergen las líneas que dan cuenta de la evolución de un sistemacuando se aproximan a ellas suficientemente. El estudio de loque cabría denominar el espacio de fases de (o de posibilidadespara) la vida daría cuenta, también, de otro fenómeno al queya hemos aludido: por qué no todas las morfologías son posi-bles. La cuestión que se plantea aquí es, simplemente, la exten-sión y forma de ese espacio de fases. Es evidente que las res-tricciones y ligaduras impuestas por las leyes de la física y dela química, con las que todos los procesos biológicos deben serconsistentes, limitan severamente el tamaño y topología de eseespacio, lo que puede producir formas distintas que no lo sontanto. Por ejemplo, la mano humana y la de un murciélago, onuestro cráneo y el de un chimpancé, son matemáticamentehomeomorfos i.e., deformables continuamente el uno en el otro(como también lo son una taza de café y un neumático decoche: lo único topológicamente relevante es el agujero comúnde la rueda y del asa de la taza). Basta pensar en lo expuestopor el biólogo matemático escocés D’Arcy Wentworth Thomson(1860-1948) en su clásico On growth and form (1917), por J.B.SHaldane en Possible worlds (1927) o, más recientemente, en elmorfoespacio introducido en los sesenta por David M. Raup.Pero es importante resaltar que esas limitaciones de la evolu-ción y la adaptación no constituyen, como algunos han queri-do ver, ninguna dificultad para la selección natural de Darwin:nada es contrario -evolución incluida- a las leyes de la física yde la química. Así pues, la contingencia y la necesidad se entre-mezclan de forma sutil en los procesos evolutivos; nada estápredeterminado, pero no todo es posible a priori.

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Pruebas en favor de la evolución12

Aunque la teoría de la evolución no ha sido contrastada,por ejemplo, en el mismo sentido y con el increíble grado de pre-cisión numérica alcanzado por la teoría de la relatividad en la físi-ca, no cabe duda de que está firmemente establecida13. Cada díase encuentran más ‘eslabones perdidos’ en las cadenas evolutivas.El Tiktaalit (‘pez grande de agua dulce’ en inuktitut, la forma de

la lengua inuit en Canadá), descubierto en el ártico canadienseen 2004 y que vivió hace 375 millones de años (375 Ma), tenía en

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Tiktaalit, eslabón entre peces y animales terrestres

12 Véanse las ‘15 evolutionary gems’ en www.nature.com/darwin y el libro de R.Dawkins, The Greatest Show on Earth: The Evidence for Evolution (2009).

13 De hecho, cuando se habla de ‘teoría de la evolución’, la palabra ‘teoría’ no tieneahí el sentido de ‘hipótesis’ o ‘especulación’; por el contrario, la evolución constitu-ye un cuerpo de doctrina bien establecido y comprobado en sus aspectos esencia-les. Hay, por supuesto, discusión sobre algunas cuestiones como, por ejemplo, si laevolución es gradualista à la Darwin o si, como sostienen S. J. Gould y N. Eldredgeen su controvertida teoría del ‘equilibrio puntuado’ (1972), la especiación se produ-ce en breves (‘puntuales’) períodos de tiempo que son seguidos de una paralización

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torno a dos metros de largo; sus cuatro aletas -que tenían huesos-le permitían nadar y elevarse en tierra sobre ellas, por lo que esel antepasado de los tetrápodos terrestres actuales entre los quenos podemos incluir. Los ingredientes necesarios para producirpatas estaban ya en las aletas del Tiktaalit, auténtico eslabón entrepeces y animales terrestres, por lo que cabría decir que era un‘pezápodo’. Este mismo 2009 se ha estudiado el Schinderhannesbartelsi, PWL1994/52-LS, un fósil encontrado en Hunsrück(Alemania) y que se conserva en el museo de historia natural deMaguncia. Este pequeño depredador está emparentado con lostemibles anomalocáridos (‘cangrejos extraños’), unos protoartró-podos de un metro de longitud que aparecieron en los esquistosde Burgess en la Columbia Británica (Canadá) y que vivieron enlos mares del Cámbrico, tras el Big Bang de la evolución. Estaexplosión de vida, el crisol de la creación según Simon ConwayMorris (el destacado paleontólogo del equipo de la Universidadde Cambridge que estudió los fantásticos seres del Burgess shale),tuvo lugar hace unos 525 Ma, cuando el Burgess shale ‘canadien-se’ se encontraba, debido al movimiento de las placas tectónicas,cerca del Ecuador. El Schinderhannes extiende el período deexistencia de esos curiosos antepasados de los actuales artrópo-dos en 100 Ma, hasta el período Devónico.

Los paleontólogos, por cierto, no dan siempre muchas pis-tas con sus denominaciones pese a seguir la nomenclatura binómi-ca establecida por Linneo (1707-78): no es fácil adivinar las caracte-rísticas de algunos fósiles a partir del nombre que reciben. Aunqueno es el caso del Anomalocaris ya citado, algunos de los extrañosseres del Burgess shale tienen un nombre derivado del de los fami-liares de Charles Doolittle Walcott, el americano que descubrió ese

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o stasis. No obstante, estas cuestiones no afectan al cuerpo principal de la teoría dela evolución. Cabe incluso reseñar que, en la cuarta edición del Origen, Darwinintrodujo un párrafo que puede considerarse como un claro antecedente del ‘punc-tuated equilibrium’: “many species once formed never undergo any further chan-ge…; and the periods, during which species have undergone modification, thoughlong as measured by years, have probably been short in comparison with the periodsduring which retain the same form” [véase la edición variorum del Origen, M.Peckham ed.., Univ. of Pennsilvania press, 1959, pág. 727].

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yacimiento en 1909 -hoy declarado patrimonio de la Humanidad- yextrajo de él, hasta 1924, unos 65.000 fósiles, alguno con nombrealusivo al lugar, como Burgessia bella. Schinderhannes, quizá porser un depredador, procede del nombre de un bandido del s. XVIIIde la zona de Hunsrück. Pero, oportunidad de los nombres aparte,el número de fósiles intermedios crece constantemente, y todosencajan en las distintas cadenas evolutivas. El propio Darwin afir-mó en el Cap. VI del Origen (‘dificultades de la teoría’): “si se pudie-ra demostrar que ha existido un organismo complejo, que no sehaya podido formar [las cursivas son mías] por numerosas, ligerasy sucesivas modificaciones, entonces la teoría se quebraría (wouldbreak down). Pero no puedo encontrar tal caso”.

Esta frase ilustra también una cuestión importante para lateoría de la evolución que Darwin ya se planteaba en su libro -enla afirmación anterior y en otras semejantes- y que después sedenominaría refutabilidad (o ‘falsabilidad’) de una teoría científica.Como estableció el filósofo Karl Raimund Popper (1902-94), las teo-rías deben ser refutables para merecer el calificativo de científicas.Y en este punto la evolución presentaba, aparentemente, una difi-cultad: si la teoría se basa en la supervivencia del más adaptado yel criterio que mide esa adaptación es la supervivencia, parecegenerarse un círculo vicioso que haría de la evolución una teoríano refutable y, por tanto, no científica en el sentido de Popper.Pero no es así: como dijo el gran defensor -el bulldog- de Darwin,Thomas H. Huxley (1825-95), para comprobar la falsedad de la teo-ría de la evolución hubiera bastado “encontrar el fósil de un cone-jo junto al de un dinosaurio” (La frase también se atribuye aHaldane). La refutabilidad de la teoría de la evolución, y más aúntras la síntesis moderna y los desarrollos posteriores, la caracterizacomo auténtica teoría científica. Darwin, por cierto, caracterizaba suproceder científico como baconiano, y por tanto inductivista, peropárrafos como el referido antes me hacen dudar de esa adscripcióngeneralmente aceptada ya que sitúan a Darwin próximo a la con-cepción más moderna de las teorías científicas.

Los primeros indicios de vida sobre la Tierra aparecieronhace unos 3800 ó 3500 Ma, pero esta fecha es difícil de establecerporque estudios recientes muestran que es posible que procesos

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abióticos -ajenos a la vida- mimeticen eficazmente morfologías quesí son realmente microbacterianas, lo que dificulta que los micropa-leontólogos identifiquen con seguridad los rastros de vida más anti-guos. Éstos son probablemente los estromatolitos (como los encon-trados en Australia o en el estado de Montana) de hace unos 3500Ma, aunque también hay que descartar completamente que tenganun origen inorgánico. La cuestión del origen de la vida ya preocu-pó al propio Darwin: al fin y al cabo, la teoría de la evolución supo-ne que la vida ha tenido un origen (o unos pocos), punto de parti-da para la propia evolución y el desarrollo de las distintas especies.En 1871 Darwin, en una carta a Hooker, escribió un famoso y pre-monitorio pasaje sobre la ‘pequeña charca caliente’ que reproduzcoaquí sin traducir: “But if (and Oh! what a big if!) we could conceivein some warm little pond, with all sorts of ammonia and phosphoricsalts, light, heat, electricity, etc., present, that a protein compoundwas chemically formed ready to undergo still more complex changes,at the present day such matter would be instantly devoured orabsorbed, which would not have been the case before living creatureswere formed”. Pero como esas ideas eran demasiado avanzadas parasu tiempo, añadió: “es tontería pensar actualmente sobre el origende la vida; igual podríamos hacerlo sobre el origen de la materia”(“it is mere rubbish thinking at present of the origin of life; one mightas well think of the origin of matter”. Poco podía imaginar Darwinque la conversión energía-materia, por ejemplo, sería algo rutinarioen los laboratorios menos de un siglo después.

Tras Darwin, Alexandr I. Oparin (1894-1980) y J.B.S.Haldane realizaron en los años veinte propuestas en el mismo sen-tido. Pero fue pocas décadas después, en 1952, cuando el experi-mento en la Univ. de Chicago de Stanley Miller (1930-2007),siguiendo las ideas de su tutor y premio Nobel Harold Urey (1893-1981), demostró que era posible obtener compuestos orgánicos–aminoácidos- a partir de un caldo inorgánico sometido a unascondiciones que mimetizaban las de la Tierra primitiva. Falta aún,por supuesto, el experimentum crucis por antonomasia: la creaciónde vida en un laboratorio, aunque sea una bacteria o un modestovirus. Éste sería, en primera aproximación, el análogo en biologíaa la producción de partículas en física por medio de un acelerador.

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Quizá pueda pensarse que crear un virus resultará imposible. Perorecordemos que las clonaciones, iniciadas en 1997 con la de laoveja Dolly, constituyeron entonces un avance -científico- especta-cular que hoy ya no produce sorpresa alguna, pese a que cincuen-ta años antes hubiera sido juzgado absolutamente imposible. Nadaqueda del asombro inicial, hoy reemplazado por una justificadapreocupación ante imágenes que evocan la sociedad supuestamen-te feliz del Brave New World (1932) de Aldous Huxley (1894-1963),el nieto novelista del bulldog de Darwin.

Sea cual sea la fecha exacta del origen de la vida, lo ciertoes que es muy antigua, casi tanto como la propia Tierra; se podríadecir que la vida surgió ‘a la primera oportunidad’. Los primeros ver-tebrados, animales con espina dorsal, surgieron hace más de 400Ma, y su -nuestro- antepasado más remoto es Pikaia gracilens, elprimer cordado, que apareció en la explosión de vida delCámbrico. Los mamíferos surgieron hace unos 200 Ma, y los prime-ros homínidos como Lucy, la famosa Australopithecus afarensis ado-lescente, aparecieron hace algo más de 3 Ma o incluso hace 4’4 Maincluyendo a Ardipithecus ramidus, de cerebro aún más pequeño(350 cm³ vs. 500 para Australopithecus), también descubierto en lafamosa depresión de Afar en Etiopía. Mucho antes, hace 5-7 Ma, sehabía separado la rama de los chimpancés de la del linaje humano;somos pues primos, no nietos, de los actuales primates. El Homoerectus, ya con una capacidad craneana en torno a 1000 centímetroscúbicos evolucionó en África hace algo más de 1’8 Ma, y es el pri-mer emigrante intercontinental entre nuestros ancestros. El cerebrodel hombre actual oscila -bastante- alrededor de los 1400 cm³ (algomenos el de la mujer). El europeo más antiguo conocido, de hace780.000 años, es el Homo antecessor de Atapuerca (Burgos), quizá elúltimo antepasado común del hombre de Neardenthal y de nosotrosmismos, pues el Homo Neardenthalensis, que llegó a convivir con elhombre de Cro-Magnon (el pintor de Altamira y de Lascaux, ejem-plo de Homo sapiens europeo y que sí es antepasado nuestro), seextinguió hace unos 30.000 años (aunque estudios recientes parecenindicar que existió una -minúscula- hibridación). Así pues, y por loque nos concierne a los seres humanos, hace tiempo que se encon-tró el famoso ‘eslabón perdido’. Y no uno, sino cientos de ellos.

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Pero, actualmente, la evolución no sólo se apoya en elregistro fósil, hoy abundantísimo, aunque en su tiempo los ‘saltos’en los fósiles -los ‘eslabones perdidos’- preocuparon mucho aDarwin (como muestra el cap. IX del Origen, ‘On the imperfectionof the geological record’). Actualmente, el enfoque multidisciplinarde la embriología comparada y la biología del desarrollo, hoy evo-devo (por evolution and development) y las modernas técnicas dela biología molecular han hecho posible reconstruir el ‘árbol de lavida’. Por lo que se refiere a los actuales seres humanos, estudiosgenéticos recientes con decenas de miles de personas de todas lasrazas han comprobado su origen común africano, trazado lasrutas migratorias y demostrado la completa e íntima relación detodos los pueblos de la Tierra. Los estudios moleculares de la evo-lución tienen, además, una gran ventaja respecto de los antiguosárboles evolutivos basados en la anatomía comparada: permitencuantificar las diferencias. El análisis del ADN y las proteínas per-mite estudiar y caracterizar numéricamente la ramificación de loslinajes a partir de antepasados comunes (cladogénesis) así comola variación acaecida en un linaje determinado hasta que apareceuna nueva especie que sustituye a la anterior sin que haya bifur-cación en el árbol filogenético (anagénesis). Se han cumplido, almenos en parte, las expectativas del padre de la genética moder-na y premio Nobel (1933) Thomas H. Morgan (1866-1945) quien,en 1919, afirmaba que “el hecho de que los aspectos fundamen-tales de la herencia hayan resultado tan extraordinariamente sen-cillos apoya nuestra esperanza de que, después de todo, laNaturaleza pueda ser abordable por completo... Esto es alentador,ya que si el mundo en que vivimos fuera tan complicado comoalgunos nos pretenden hacer creer, podríamos muy bien perderla esperanza de que la biología pudiera convertirse en una cien-cia exacta”. Con frecuencia la prensa refleja lo muchísimo quecompartimos de nuestros 25.000 genes con los chimpancés… ycon otros seres vivos menos ‘elevados’; no parece haber, además,ningún gen específicamente humano. Precisamente, el estudio dela divergencia genética entre el hombre y el chimpancé ha sufri-do un fuerte impulso desde la publicación de los genomas com-pletos de ambas especies. Pero el análisis de las bases molecula-

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res que determinan la especie humana va más allá de la puravariabilidad en las secuencias génicas que conforman las proteí-nas: muchas de las diferencias fenotípicas que caracterizan unaespecie residen probablemente en los cambios evolutivos queregulan la manifestación (la expresión) de los genes.

Impacto sociológico de la evolución Así pues, si tan firmemente está establecida la evolución,

¿por qué suscita aún tanta controversia? ¿Cuál es la razón para quela teoría de Darwin originara una auténtica revolución ideológicaque no produjo, por ejemplo, la física nuclear o el descubrimien-to de la doble hélice? La razón es sencilla: las ideas de Darwincambiaron para siempre el lugar del hombre en el universo. Lateoría de la evolución es un golpe más al antropocentrismo tanquerido a los seres humanos, que puede tener (también) un ori-gen religioso en la medida en la que el hombre se considere cre-ado a imagen y semejanza de Dios. Cada vez que el pedestalsobre el que nos gustaría imaginarnos pierde altura aparece unareacción contra la causa que lo rebaja. Ya se produjo cuando lacaída del geocentrismo, cuyo momento más representativo es eljuicio a Galileo en 1633, y de nuevo apareció tras la difusión delas ideas de Darwin. George Bernard Shaw (1856-1950) reflejómuy bien el origen de esa reacción: “al principio uno no se dacuenta de lo que implica [la evolución]. Pero cuando se empiezaa comprender todo su significado, el corazón se hunde en unmontón de arena. Hay un terrible fatalismo en todo ello, unareducción atroz y detestable de la belleza y de la inteligencia, dela fuerza y del propósito, del honor y de sus aspiraciones”.Resulta difícil no reconocer un punto de verdad en esa reflexióny no contemplar con simpatía los sentimientos del autor de histo-rias tan deliciosas como Lluvia aunque, si bien Shaw contempla-ba con ternura la condición humana, no se hacía muchas ilusio-nes sobre ella. Por su parte, el premio Nobel Steven Weinberg(1933- ), probablemente el físico más ilustre vivo, llegó a afirmaren un contexto diferente: “cuanto más sabemos del mundo,menos sentido parece tener”, aunque luego trató de matizar elsentido de sus palabras. Pero el núcleo del rechazo que a veces

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produce la teoría de Darwin es el que señalaba Shaw: la evolu-ción nos habla de nosotros mismos, de nuestra naturaleza, y esta-blece que ésta tiene una elevada componente biológica que seencuentra al margen de nuestros deseos, ilusiones… y de nuestrocontrol. Nos dice mucho de lo que somos -con independencia delo que nos gustaría ser- y de cómo hemos llegado a serlo. Por esola evolución ha chocado con dogmas religiosos y políticos, espe-cialmente en la medida en la que éstos han tratado de imaginaral hombre a su gusto para, después, moldearlo a su conveniencia.Basta recordar el rechazo inicial de las Iglesias cristianas a la evo-lución, la actitud del Islam14, o la persecución -cuando no ‘elimi-nación’- por Stalin de los genetistas mendel-morganianos15.Incluso algunos ilustres biólogos evolutivos parecen resistirse aaceptar la evolución en todas sus consecuencias cuando -aunquesea de una forma inconsciente- ésta choca con ideas que les sonqueridas, una cuestión sobre la que volveré después.

Visiones de la naturaleza humana y sus implicaciones¿Qué (pre-)concepciones existen de la naturaleza humana?

Asumiendo el inevitable riesgo de simplificar en una cuestión tanimportante como delicada cabría decir que, a lo largo de la histo-ria, se han dado tres visiones distintas, no del todo excluyentesentre sí. La primera supone que, al nacer, la mente de los sereshumanos es una tabula rasa, una pizarra en blanco, sobre la queen sus primeros años se puede escribir todo lo que determinará

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14 Incluso en la supuestamente secular Turquía, una alta institución gubernamental (elConsejo de Investigación Científica y Tecnológica, TÜBITAK) suprimió a principiosde año un artículo sobre Darwin en su revista oficial, Bilim ve Teknik (Ciencia yTecnología), cesando a su directora por oponerse a esa censura. Tras el consiguien-te escándalo de la comunidad científica, la directora recuperó su puesto, y TÜB TAKha anunciado que Bilim ve Teknik dedicará un próximo número a la teoría de la evo-lución.

15 La encarnizada persecución de Stalin, que se comenta en la siguiente nota, produjoun retraso de décadas en la URSS de esa rama de la ciencia. El polo opuesto de esetotalitarismo, el régimen nazi, fue un caso distinto: el de una ideología que deformólas ideas evolutivas (en particular, la idea de progreso para justificar el racismo) parasus siniestros fines. Como ha señalado el historiador inglés Alan Bullock en su libroHitler and Stalin, parallel lives (1991), hay muchos paralelismos plutarquianos en lasvidas de los dos grandes tiranos del pasado siglo.

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su vida adulta. Esta visión se remonta a los estoicos griegos y a S.Tomás de Aquino (1225-1274); John Locke (1632-1704) la utilizópara criticar a la aristocracia, que no podría justificar privilegiosinnatos si las mentes de nobles y plebeyos comenzasen igualmen-te vacías. La segunda, la del buen salvaje, se debe a Jean-JaquesRousseau (1712-78): los seres humanos son naturalmente buenos(justos y benéficos, como exigía serlo a los españoles el art. 6 dela constitución de 1812 que pronto conmemoraremos, la Pepa)hasta que la sociedad los corrompe. La tercera visión se basa enla separación entre alma y cuerpo, de antigua tradición religiosay formulada especialmente por René Descartes (1596-1650).Según ésta, el alma gobierna el cuerpo y toma decisiones conindependencia de los procesos biológicos que lo rigen. Frente atodas estas concepciones la evolución nos muestra que, biológi-camente hablando, existe una naturaleza humana en parte deter-minada genéticamente. En la vieja polémica sobre la importanciarelativa de la herencia (el genotipo) y el ambiente -nature vs. nur-ture- como factores determinantes de lo que somos, la evoluciónpone de manifiesto el enorme peso de la herencia sobre el entor-no, suponiendo, claro está, ambientes no demasiado dispares.

Podría parecer que la adopción de una u otra visiónsobre la naturaleza humana es una cuestión relativamentemenor, sin grandes consecuencias prácticas. Pero no es así. Porejemplo, los padres que estén convencidos de que la mente delniño es una tabula rasa se culparán si sus hijos no alcanzan lasmetas propuestas, pues ello probaría que han sido incapaces deeducarlos debidamente (lo que tampoco se puede excluir). Todauna escuela de psicología muy influyente en el segundo terciodel s. XX, la conductista (o ‘behaviorista’, de behaviour, conduc-ta), y especialmente la versión más radical del psicólogo deHarvard B. F. Skinner -quien consideraba que el hombre notiene comportamientos innatos sino sólo en función del entor-no- se halla tras la tabula rasa. Los lectores de cierta edad recor-darán un libro muy popular en los años cincuenta y sesenta delDr. B. Spock, The common sense book of baby and child care(1946), Tu hijo a secas en versión española, que recordaba a lasmadres que “sabían más de lo que pensaban” sobre cómo tratar

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adecuadamente a sus pequeños. El Dr. Spock, que vendió 50millones de ejemplares de su libro en todo el mundo, defendíael sentido común frente a los excesos conductistas entonces enboga, sobre todo en los Estados Unidos.

La hipótesis de la tabula rasa tiene también implicacionespolíticas, y ha resultado muy útil a todos los regímenes totalitarios:no es casualidad que la genética mendeliana estuviera prohibida yperseguida durante el estalinismo16, y tanto el dicho de Mao “losmejores poemas se escriben en un libro en blanco” como las alu-siones al ‘hombre nuevo’ del nazismo tienen todo tipo de conno-taciones siniestras. Pero la tabula rasa no sólo es la base de laactuación de regímenes políticos totalitarios proclives a la ingenie-ría social. Añadiré un ejemplo más de su presencia, quizá inespe-rado: la tabula rasa también está implícita en lo que el psicólogo

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16 Éste es un asunto que ha sido soslayado en Occidente durante décadas, cuando nosimplemente ocultado, por muchos sectores que consideraban impropio criticar elcomunismo de la URSS (o ‘socialismo real’ en newspeak), por lo que aún es pococonocido y merece un comentario. Incluso cuando se menciona hoy, no siempre sehace en sus justos términos. Pues, en contra de lo que a veces se pretende para eva-dir el fondo del problema, el affaire Lyssenko no fue un ‘lamentable ejemplo depolitización de la ciencia’, sino una demostración de texto de ‘cientifización’ -valgala palabreja- de la política, es decir, de sancionar la política como ciencia, lo quetiene un carácter bien distinto (y es mucho peor). Y es que, al margen del trasfon-do de lucha por el poder que tuvo el famoso affaire, sí había una razón de pesopara que a Stalin le desagradara la genética convencional y la visión darwiniana dela evolución. En un panfleto de 1906 escrito en georgiano, ¿Anarquía o socialismo?,Stalin ya había mostrado su simpatía por las ideas de Lamarck. Ese artículo reapare-ció en una recopilación de escritos de Stalin, ya en ruso, dos años antes de la explo-sión del affaire Lyssenko en el verano de 1948. Iurii Zhdanov, jefe del departamen-to científico del Comité Central, yerno de Stalin (estaba casado con Svetlana) y cono-cedor de su inclinación por el neo-lamarquismo, explicó entonces en una conferen-cia el por qué de esa afinidad (curiosamente, tratando de nadar entre dos aguas,pues Zhdanov era contrario a Lyssenko): “los comunistas están necesariamente obli-gados a contemplar con mayor simpatía una doctrina que establezca la posibilidadde una reconstrucción [peredelka] y reorganización o remodelación [perestroika] delmundo orgánico, sin tener que esperar a cambios repentinos, accidentales e incom-prensibles de un misterioso plasma hereditario”. Así pues, y aunque personalmenteStalin no debió apreciar en exceso a Lyssenko, el lamarquismo era más propicio aldogma en vigor que la genética y la evolución darwiniana. Pero, en contra de lo quecreía Stalin y deseaban otros, los caracteres adquiridos no se heredan, y moldear alos seres humanos de forma interesada y perenne requería también reeducar a lapropia naturaleza, un empeño afortunadamente imposible.

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evolucionista de Harvard Steven Pinker (1954- ) ha llamado conacierto ‘authoritarian high modernism’ en la arquitectura. Se trataaquí de la planificación de edificios y áreas urbanizadas de acuer-do con la peculiar interpretación del arquitecto de turno de lasnecesidades y apetencias de los seres humanos, que son merossujetos pasivos del experimento constructor o urbanizador, conce-bido de forma autoritaria ‘desde arriba’ (de ahí el ‘high’). En laantigua URSS o en los países del Este hay buenos ejemplos de esaarquitectura planificada que presta poca atención a las personas, ytambién en Occidente.

Uno de los más conocidos exponentes de esta tendenciafue Le Corbusier (1887-1965), cuyos planes en los años veinte paraderruir y reedificar barrios enteros de París no se llevaron afortu-nadamente a cabo, pero cuyo ‘modernismo autoritario’ y su visiónurbanística deshumanizada -poco habitable- dejaron huella en laciudad de Chandigarh, al norte de la India, y en Brasilia, ésta dise-ñada por Lucio Costa en 1956 bajo la influencia de Le Corbusier (yconstruida en cuatro años con la importante participación deOscar Niemayer). Aunque Le Corbusier es quizá el caso más cono-cido, algo semejante se podría decir hoy de otros arquitectos,incluso de alguno galardonado con el premio Pritzker, mal llama-do -por razones que no cabe detallar aquí- Nobel de la arquitectu-ra. La rígida frialdad de muchos edificios actuales refleja, en elfondo, una negación autoritaria -antidemocrática- de la naturaleza

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La realidad es que existía una contradicción esencial entre el comunismo soviéticoy la teoría de la evolución, es decir, entre la posibilidad de moldear a los seres huma-nos por medio de un adecuado entorno social, por un lado, y la selección darwinia-na (no lamarquista) por otro. Como dijo en 2001 John Maynard Smith (1920-2004),una de las figuras del neodarwinismo, tras confesar su simpatía por el socialismo (sinadjetivos): “hay un profundo conflicto entre la visión marxista del hombre… [parala] que el ser humano podría ser cualquier cosa dependiendo del entorno social, yuna visión más darwinista; …estas dos visiones se oponen profunda y mutuamente;no creo que haya ninguna forma de evitarlo”. Aunque ambas son visiones materia-listas, las concepciones comunista y darwinista del hombre no son compatibles, pesea que a veces se ha usado a Darwin en apoyo del marxismo (resulta curioso recor-dar que Karl Marx (1818-83) propuso a Darwin dedicarle la traducción inglesa delprimer volumen de Das Kapital, ofrecimiento que Darwin declinó cortésmente). J.M.Smith había ingresado en el partido comunista en su época de estudiante en elTrinity College de Cambridge, abandonándolo dos décadas después.

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humana, una deshumanización del hombre, que ha de adaptarsea la particular concepción del arquitecto para su entorno vital,visión que con demasiada frecuencia ignora las necesidades huma-nas más básicas: facilidad para la interacción social, escala huma-na, luz natural, vistas verdes, etc. En otro lugar17 me he referido ala extraordinaria polémica que se suscitó en el Reino Unido y fuerade él cuando, en 1989, el príncipe Carlos criticó abiertamente a losarquitectos británicos. El príncipe de Gales les acusaba de haberdestrozado el perfil urbano de Londres, establecido tras el granincendio de 1666 (especialmente por el arquitecto de la catedralde S. Pablo Sir Christopher Wren, 1632–1723) y que había perma-necido prácticamente inalterado desde las vedute de Canaletto dels. XVIII hasta los años sesenta del pasado siglo. La respuesta delRoyal Institute of British Arquitects, tan gremial como airada y rea-lizada desde la misma BBC donde el príncipe de Gales había ver-tido sus críticas en su documental A vision of Britain, fue -sin pro-ponérselo- una excelente muestra del pensamiento que oculta el‘authoritarian high modernism’. Yo tuve la oportunidad de verambos programas televisivos y la exposición (1989) del museoVictoria and Albert de Londres comisionada por el príncipe, ypuedo dar fe del ridículo corporativismo que el RIBA exhibió enaquella ocasión.

Consideremos ahora la visión de la naturaleza humana quese halla tras el noble o buen salvaje. Sus partidarios tenderán aresponsabilizar a la sociedad de toda conducta delictiva: ‘todossomos culpables’ es la frase políticamente correcta de ese grupo.Acusando a la sociedad, que por no poseer personalidad jurídicano responde ante ningún tribunal, se elimina toda responsabili-dad personal sin que nadie la adquiera en su lugar. Esto facilitaque, a veces, los criminales parezcan tener más derechos que susvíctimas, a las que la ley no contempla suficientemente cuandoaún no lo son y no puede proteger cuando, ya con nombre y ape-llidos, han pasado a serlo. Hasta la intencionalidad de las penaspuede tener un carácter distinto según la visión que la ley tenga

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17 Artículo publicado en el diario Las Provincias de Valencia del 22-X-1989. Incluidoen http://www.uv.es/~azcarrag.

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del propio delincuente. Así, el derecho anglosajón, menos opti-mista o más pragmático que el nuestro, confiere a las penas unamayor componente de castigo que el español que, se diría, es deinspiración rousseauniana.

La tesis del buen salvaje tiene también importantes y noci-vas consecuencias para la educación, al suponer que un niño pro-gresará por sí mismo si no se le desvía de su curso. Quizá fueraese optimismo el que permitió al autor del Emilio confiar suscinco hijos a un hospicio, que en el París del s. XVIII no seríamejor que los orfanatos victorianos que Dickens describió enOliver Twist. Menos atrás en el tiempo, en una escuela de tipoSummerhill o Beacon Hill (fundadas respectivamente en 1921 y

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Canaletto: el Támesis a su paso por Londres desde Richmond House (1797); al fondo, lacatedral de San Pablo.

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1927 por A.S. Neill y Bertrand Russell, y que tuvieron un intere-sante precedente en la Escuela Moderna fundada en Barcelonapor Francisco Ferrer Guardia en 1901) no debía haber exámenesni programas fijos de estudio; los niños son libres de ir a clase ono. Pero, dejando al margen esta visión extrema propia de laspedagogías libertarias, las visiones actuales más o menos optimis-tas de la pedagogía (como la constructivista de la LOGSE de 1990)tienden a soslayar una obviedad: que la educación debe propor-cionar al cerebro los conocimientos que necesita y que no poseeinstintiva, es decir, inicialmente. La evolución ha grabado en nues-tra mente recursos que nos indican, sin necesidad de estudio,cuándo debemos comer o protegernos del frío e, incluso, que nospermiten aprender a hablar con rapidez pues, muy probablemen-te, el lenguaje es un instinto. En efecto, un niño nace con la capa-cidad de aprender a hablar rápidamente y la estructura de todaslas gramáticas es universal -Chomsky dixit- pero necesita mástiempo para saber atarse los zapatos. Pero sin aprendizaje previono podemos escribir y, menos aún, llegar a ser médicos o aboga-das. El estudio está, precisamente, para compensar las carenciasde nuestro cerebro ante situaciones para las que no está evoluti-vamente preparado. Así pues, toda pedagogía debería estar desti-nada a resolver este déficit de la forma más eficaz y equilibrada;ignorar esta realidad puede resultar popular (‘los exámenes sontraumas innecesarios’, etc.), pero es tan demagógico como perju-dicial para niños y jóvenes. A veces pienso que El Origen (y unbuen curso de etología, a la que luego me referiré) debería serlectura obligada para toda autoridad educativa o legislativa, aligual que las matemáticas lo son para los ingenieros. Malo estener preconcepciones sin fundamento, pero peor es pretenderque la naturaleza se ajuste a ellas.

Por su parte, el dualismo del alma y el cuerpo confierea los seres humanos -portadores de alma- una posición exage-radamente privilegiada en la naturaleza. Así pues, el empirismode la tabula rasa, el romanticismo del noble salvaje y el dualis-mo cartesiano tienen serias implicaciones de todo tipo. Por ello,muchos de sus adherentes han sido y son críticos con los estu-dios científicos que insisten en la importancia de la componen-

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te evolutiva, biológica, de la naturaleza humana, y muy espe-cialmente en la medida en la que pueda contradecir sus propioscredos. Es mucho lo que está en juego: las actitudes de losdefensores de cualquiera de las tres creencias citadas y, con fre-cuencia, responsables también de sus excesos, quedarían sinjustificación si aceptaran lo sesgado de sus creencias. Por esolos descubrimientos sobre la naturaleza humana son a menudorecibidos con recelo: se piensa que atacan ideales de progreso(tal como lo entienden, claro está, quienes cuestionan losaspectos biológicos de nuestra naturaleza) o, en otras, que nosroban parte de nuestro ser más íntimo. No es casual queDostoyevski, en la que quizá es la mejor novela que se ha escri-to desde El Quijote, hiciera afirmar a Dmitri Karamazov (¡en1880!) que “siente perder a Dios” cuando concluye que sus pen-samientos son simple resultado de la actividad nerviosa de sucerebro. O, como afirmó Kasparov con considerable hipérboletras perder al ajedrez frente al Deep Blue de IBM, en 1997: “estoes el fin de la humanidad”. Sin embargo, lo único que experi-mentalmente demostró su derrota -que había sido precedidapor una victoria- fue lo erróneo de los interesantes razonamien-tos de Edgar Allan Poe en El jugador de ajedrez de Maelzel(1935). Poe, que nació en 1809 como Darwin, argumentabaincorrectamente que todo autómata capaz de ganar una solavez al ajedrez debería entonces ganar siempre, concluyendo -con acierto, pese a la falsa premisa- que, como ‘El Turco’ no eraimbatible, dentro de ese autómata debía ocultarse una persona.El error del razonamiento de Poe resalta una característica fun-damental de la evolución: como el programa de Deep Blue, laselección natural no requiere de una inteligencia que dirija suspasos, y el éxito de una variación en unas circunstancias nogarantiza que se repita en otras.

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La peligrosa idea de Darwin y las controversias sobrela evoluciónLa realidad, por su parte, es tozuda. Por ejemplo, los

famosos estudios de la antropóloga Margaret Mead sobre losaborígenes de Nueva Guinea y Samoa, otrora pilares de la tesisdel noble salvaje, han tenido que ser sustancialmente revisa-dos; la mente no es el white paper de Locke, sino un produc-to de la evolución (sobre el que con demasiada frecuencia sepuede escribir bien poco), etc. La resistencia a reconocer larealidad de una naturaleza humana biológica, innata y menospermeable -más rígida- de lo que se desearía, refleja un inten-to de reservar parcelas protegidas, sobre las que la ciencia nodebe investigar y, si lo hace, no debe extraer conclusiones. Enel caso que nos ocupa ha habido también algún científico evo-lucionista que ha adoptado una posición impropia. Stephen JayGould (1941-2002), extraordinario divulgador y quizá no tanbuen paleontólogo, y el ilustre genetista y estudioso de lagenética de poblaciones Richard Lewontin (1929- ), ambos -

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El jugador de ajedrez ‘el Turco’ (grabado de 1789)

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especialmente el segundo- de orientación marxista, han sidoextraordinariamente críticos con la sociobiología18 de su colegade Harvard Edward O. Wilson (1929- ) y con otros biólogosevolucionistas como Richard Dawkins (1941- ). La sociobiolo-gía constituye un intento serio, aunque no haya sido definitivoni el primero -la idea se remonta al propio Darwin- de estudiarlas bases biológicas del comportamiento social. En sus críticas,Gould y Lewontin parecen pensar que la mente y la psicologíahumanas no han evolucionado como el resto del organismo yque deben obedecer, por así decirlo, a una epistemología máselevada. Pero no es así: como ilustración, basta observar quemuchos aspectos de la psicología evolucionista -al contrarioque el psicoanálisis freudiano- son refutables en el sentido dePopper y por tanto contrastables científicamente. Por ejemplo,resulta difícil comprobar cuantitativamente la validez del com-plejo de Edipo, pero es muy sencillo confirmar que los rostrossimétricos resultan sexualmente más atractivos que los que nolo son.

Lo sospechoso de Gould y Lewontin, dos pesos pesadosen su campo, es el carácter personal y apriorístico de sus ata-ques, que trasluce una componente dogmática y no sólo dis-crepancias científicas. Es curiosa la devoción que genera estapostura en algunos círculos autodenominados progresistas.Pues en el carácter de su crítica a Wilson, Dawkins o al pensa-dor Daniel C. Dennet, por ejemplo, a quienes Gould, NilesEldredge, Steven Rose y otros tildan despectivamente de ‘ultra-darwinistas’, cabe percibir el trasfondo de otro fundamentalis-mo -o, mejor, del mismo de siempre con otros ropajes. Pues,¿acaso se les ocurriría llamar ‘ultranewtonianos’ a quienes reco-nocen la ley de la gravitación con todas sus consecuencias?Nos guste o no -ése, hay que insistir, es otro asunto- no está

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18 Véase E.O. Wilson, Sociobiology: The New Synthesis (1975) y su premio Pulitzer OnHuman Nature (1978). Gould criticó la sociobiología y a Wilson en varios de suslibros, al igual que Lewontin, quien lo hizo en particular en The doctrine of DNA,Biology as Ideology (1991); el capítulo A Story in Textbooks podría igualmente titu-larse como el ‘anti-Wilson’.

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en nuestra mano aceptar la ley de la gravitación de Newtonpara el movimiento planetario y dejarla en suspenso cuando setrata de arrastrar un peso porque nos molesta el esfuerzo quecuesta hacerlo. Sin embargo, ése es el análogo en mecánica delo que el mencionado epíteto pretende conseguir en la biolo-gía evolutiva: circunscribir el dominio de aplicación de la teo-ría de la evolución, descalificando de paso a quienes no lohacen así. Pero no podemos ignorar las leyes de la naturaleza,aunque ésta sea ajena a nuestros deseos o esperanzas. Darwinno es responsable de las implicaciones de la teoría de la evo-lución por haber puesto de manifiesto el mecanismo que laproduce, la selección natural, de la misma forma que no caberesponsabilizar a Newton de los estragos de las guerras porquesus leyes determinen la trayectoria de los proyectiles. La vali-dez de una teoría no depende del uso que de ella se haga, niéste condiciona la vigencia de las leyes de la naturaleza quedescribe. Y si lo que nos mueve es el deseo de corregir losaspectos menos nobles de nuestra naturaleza biológica, serámejor empezar por reconocer su origen.

Creo que fue Steven Rose, biólogo e investigador delcerebro y del comportamiento de la Open University, quienacuñó la descalificación ‘ultradarwinistas’ en su libro Lifelines;biology, freedom and determinism (1997); antes había escritotambién Not in our genes (1984), junto con Lewontin y LeonKamin, en contra del determinismo genético. En esencia,Lifelines es una crítica del reduccionismo científico en biologíay una defensa de que ‘el total es más que la suma de las par-tes’ por lo que, según Rose, habría que volver -como si sehubiera abandonado- a la biología de los organismos (sereshumanos incluidos) en el mundo real y no sólo en el laborato-rio. Como siempre, la cuestión es de grado, y Rose es propen-so a crear oponentes extremos para facilitar así su crítica almaniqueo previamente ridiculizado. La crítica al determinismobiológico, por ejemplo, resulta tanto más fácil cuanto más seexagere ese supuesto determinismo. Sin embargo, como diceDawkins, “es perfectamente posible aceptar que los genes ejer-cen una influencia estadística en el comportamiento humano y

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creer a la vez que esta influencia puede ser modificada o anu-lada por otras influencias19”. Esto, en mi opinión, es una eviden-cia científica que no hace mas que acumular pruebas con elpaso del tiempo y, especialmente, desde que en 2003 se com-pletó el proyecto del genoma humano (Human GenomeProject) y se van analizando los datos obtenidos.

En cualquier caso, los argumentos de Rose me parecenpobres y, en especial, su crítica al reduccionismo científico. Laalusión a la frase, tantas veces repetida, de que ‘el todo es másque la suma de las partes’ es una obviedad que no invalida lapostura reduccionista. Por supuesto que la suma es más: laspartes aisladas no pueden interaccionar entre ellas como sí lohacen cuando son, conjuntamente, partes de un todo. Pero queel todo pueda ser más que sus componentes no implica que suestudio no pueda reducirse, para empezar, al análisis de esaspartes. Esto no impide que haya que añadir después, cuandoproceda (y se sepa cómo hacerlo), el efecto de las interaccio-nes entre ellas, especialmente cuando éste no produce ‘correc-ciones de segundo orden’ y pueda resultar tan importante comolas consecuencias que se derivan de las componentes indivi-duales. Pues, cuando se habla de los ‘fenómenos emergentes’en sistemas complejos como prueba de lo insuficiente delreduccionismo, se tiende a soslayar que ninguno de estos fenó-menos ‘emergentes’ viola las leyes fundamentales que descri-ben el comportamiento de las partes y de sus interacciones. Ladificultad de dar cuenta de un sistema complejo, que puedesorprendernos con propiedades emergentes, radica en que no

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19 Esto es lo que Dawkins afirmaba en su crítica a Not in our genes, publicada en elNew Scientist (24-I-1985), que reproduzco sin traducir: “Rose et al. cannot substan-tiate their allegation about sociobiologists believing in inevitable genetic determina-tion, because the allegation is a simple lie. The myth of the ‘inevitability’ of geneticeffects has nothing whatever to do with sociobiology, and has everything to do withRose et al’s paranoiac and demonological theology of science. Sociobiologists, such asmyself (much as I have always disliked the name, this book finally provokes me tostand up and be counted), are in the business of trying to work out the conditionsunder which Darwinian theory might be applicable to behaviour. If we tried to do ourDarwinian theorising without postulating genes affecting behaviour, we should get itwrong. That is why sociobiologists talk about genes so much, and that is all there isto it. The idea of ‘inevitability’ never enters their heads”.

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sabemos describir adecuadamente las interacciones de sus com-ponentes. La emergencia puede requerir leyes apropiadas paradescribir sistemas complejos y, en ese sentido, cabe decir que‘más es diferente’. El ejemplo más importante de este hecho enla física es la termodinámica, que apareció de forma autónomaen el s. XIX como ciencia del calor. Sin embargo, y dentro dela mecánica estadística, el segundo principio de la termodiná-mica expresa la tendencia al desorden de los sistemas aislados,y la termodinámica es hoy consecuencia de las fuerzas entrepartículas. Así pues, puede convenir utilizar distintos tipos des-cripción frente a distintos tipos de fenómenos, pero ninguna deesas descripciones contradirá ninguna ley fundamental. La‘emergencia’ es, para empezar, ignorancia, y cabe esperar queaquélla vaya desapareciendo al disminuir ésta.

Al margen de centrar sus críticas en Dawkins, Wilson yDennet, Rose (que se refiere a Dawkins como ‘teórico-polemista’)parece recelar especialmente de los físicos y del reduccionismode muchos de ellos, Weinberg incluido. Yo tuve la oportunidadde participar en un pequeño debate en una reciente conferencia‘darwiniana’ europea en el que Rose acabó afirmando (sic):“physicists should not meddle with biology” (“los físicos no debe-rían inmiscuirse en la biología”). Quizá haya en ello un ciertoresentimiento por un comentario de James Watson (1928- ) -“sólohay una ciencia, la física: todo lo demás es trabajo social”- quemenciona repetidamente en su Lifelines, pero no por ello esmenos sorprendente la exigencia de Rose: Watson, que obtuvo elpremio Nobel en 1962 junto con Francis Crick (1916-2004) por eldescubrimiento (1953) de la estructura de doble hélice del DNA20,compartido también con Maurice Wilkins (1916-2004), no era físi-co de formación (se graduó en Zoología), pero sí lo eran Crick yWilkins. Por si esto fuera poco, Watson y Crick fueron muy influi-

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20 En el descubrimiento jugó un papel importante la imagen de difracción por rayos X(la ‘fotografía 51’) tomada por Rosalind Franklin (1920-58) en el King’s College,Londres, a las que Watson y Crick tuvieron acceso a través de Wilkins, jefe deFranklin, y un progress report del King’s College con más información de Franklin.Es muy posible que la decisiva contribución de ésta hubiera sido más reconocida deno haber fallecido prematuramente por un cáncer.

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dos por el libro ¿Qué es la vida? (1945) de uno de los creadoresde la física cuántica, el premio Nobel (1933) de física ErwinSchrödinger (1887-1961). Los citados no son los únicos físicos dela talla de premio Nobel que han hecho contribuciones a la bio-logía: el alemán Max Delbrück (1906-81), físico teórico de forma-ción (estudió, por ejemplo, la dispersión de fotones en electrodi-námica cuántica que lleva su nombre), recibió el Nobel de fisio-logía o medicina (1969) por sus estudios sobre las mutaciones yla herencia en las bacterias confirmando, por cierto, la visión aza-rosa de la evolución darwiniana y no la lamarquista. El interés deDelbrück por la biología nació, además, bajo la influencia de otrode los padres de la física cuántica, el Nobel (1922) danés NilesBohr (1885-1962), y sus especulaciones sobre la posible relaciónde ésta con la biología; uno de los trabajos de Delbrück fue popu-larizado después por Schrödinger en el citado What is life?. Porponer un último ejemplo, Donald Glaser, el físico que inventó lacámara de burbujas (Nobel de física en 1960), estudió después laevolución de las bacterias, el origen de las mutaciones y del cán-cer, y la neurobiología de la visión.

Quizá haya que tomar el comentario de Watson arriba cita-do, “there is only one science, physics: everything else is socialwork” –y algún otro suyo- como una boutade (aunque ciertamen-te Watson es un reduccionista extremo), pero no tanto el de Rose,que refleja una preocupación por los físicos tan absurda comocarente de fundamento. Pues no sólo ha habido físicos que hanhecho contribuciones esenciales a la biología, sino que todointento de parcelar las ciencias de la naturaleza es inútil: la inter-disciplinaridad de la ciencia no hace más que crecer. Pero la obse-sión de Rose con la física (o los físicos) es profunda: el temor deque “como la física es la más fundamental de las ciencias aparez-ca una TOE [theory of everything, teoría del todo] que sea capazde reducir la teoría química a un caso particular de la física, labioquímica a la química, la fisiología a la bioquímica, la psicolo-gía a la fisiología y, finalmente, la sociología a la psicología –portanto, a la física”, es una constante en su Lifelines. En cualquiercaso, el intento de reservar zonas de competencia e influenciaexclusivas (la ‘titulitis’ tan extendida en España, por cierto) es

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enfermedad difícil de erradicar. Dentro de la ciencia moderna, elcaso más antiguo que refleja esa mentalidad de ‘zapatero a tuszapatos’ es el ninguneo que sufrió Alfred Wegener (1880-1930), eldefensor -y prácticamente, el creador- de la deriva de continen-tes. Los geólogos profesionales no se dignaron tomar en serio aWegener por ser meteorólogo de profesión pese a que, con evi-dente clarividencia, ya advertía que “los científicos no han apre-ciado aún que todas las ciencias de la tierra deben usarse paradesvelar su historia”. De hecho, una de las pruebas fundamenta-les en favor de la tectónica de placas, teoría que fue definitiva-mente aceptada en 1966, fueron los estudios del paleomagnetis-mo del fondo oceánico realizados, entre otros, por el premioNobel de física P.M.S. Blackett (1897-1974).

Pero volvamos a la polémica con los ‘ultradarwinistas’, unaconfirmación de que la ideología puede pesar tanto como la cien-cia. No en vano el propio Rose recuerda que las ideas de Dawkins(a quien tilda de “San Juan Bautista de la sociobiología”), Dennet,Wilson y otros empezaron a ser criticadas en los setenta por “bió-logos y científicos sociales, especialmente por aquellos de nos-otros que nos habíamos alineado con lo que en aquellos días másoptimistas era descrito como el movimiento científico radical”, unmal adjetivo, por cierto, en cuestiones de ciencia. El asunto tieneconsiderable calado, no sólo científico, lo que explica la virulen-cia que en su día tuvo la polémica, que aún continúa21. Dennettituló uno de sus libros Darwin’s dangerous idea (1995) y, efecti-vamente, las ideas de Darwin y sus consecuencias son peligrosaspara cualquiera que desee dictaminar apriorísticamente sobre lanaturaleza del hombre, su comportamiento y su lugar en el uni-

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21 Ésta es, por ejemplo, la tesis de Rose sobre los seres humanos, que reproduzco lit-eralmente: “we are the products of the constant dialectic between ‘the biological’ and‘the social’ through which humans have evolved, history has been made and we asindividuals have developed”. Tal afirmación es una banalidad, ni siquiera discutible,mientras no se substancie el peso relativo de las dos influencias; si se compara conla cita anterior de Dawkins, se comprueba que la diferencia estriba en la importan-cia que se da a lo ‘biological’. Es ahí donde, sin llegar al determinismo biológico delque se les acusa, y sin negar la relevancia de lo social, Dawkins y Wilson daríanmucho más peso a la influencia genética que Rose, Lewontin o Gould, quienes dese-arían minimizar su efecto.

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verso, sea cual sea la ideología que le mueva a hacerlo. Por ello,de la misma forma que se tilda de fundamentalistas a quienes cri-tican la validez de la teoría de la evolución en favor del creacio-nismo bíblico o de su moderno disfraz, el ‘diseño inteligente22’,cabría igualmente hablar de fundamentalismo en quienes sóloaceptan la teoría de la evolución ‘dentro de un orden’, es decir,mientras alguna de sus consecuencias no ponga en tela de juiciosus preconcepciones sobre los seres humanos y su naturaleza. Elapriorismo de estas creencias las hace inflexibles y, aunque eneste caso se trate de devociones laicas, no resultan por ello menosdogmáticas. Al fin y al cabo, como decía Voltaire, “la fe consisteen creer lo que la razón no cree”.

En la actitud de quienes así piensan hay un intento, quizáinconsciente, de ‘matar al padre’, en la medida en la que las ideasde Darwin y sus consecuencias pudieran ir en contra de esas con-vicciones, tan íntimas como por ello incuestionables. Los quecabría denominar creacionistas progresistas o evolucionistas con-servadores, dependiendo de dónde se quiera poner el énfasis,defienden la evolución de nuestro cuerpo, pero no están igual-mente dispuestos a aceptar algunos aspectos de la de nuestramente, por lo que se hace necesario estrechar el dominio de apli-cabilidad de la evolución, incurriendo así en otro ‘creacionismo’.La razón de esta actitud es tan sencilla como importantes son sus

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22 Los partidarios del ‘diseño inteligente’ sostienen que la vida presenta aspectos deuna complejidad irreducible (i.e., tales que la eliminación de una componente cual-quiera de un organismo lo haría inviable), por lo que la vida no podría ser resulta-do de la evolución y requeriría un creador-diseñador inteligente. Al margen de lasrefutaciones científicas que invalidan esa visión del creacionismo, hay una bien sim-ple al alcance de cualquiera: es fácil observar que, en general, ese diseño no es losuficientemente bueno para la supuesta finalidad que lo motivó. Si el diseño fueraverdaderamente inteligente, el resultado sería mucho mejor: nuestra columna verte-bral, por ejemplo, resultado de la evolución de la postura cuadrúpeda a la bípeda,hubiera sido menos propensa a producir lumbalgias. Esta objeción es análoga a laque se puede aplicar a quienes afirman comunicarse con el más allá: si esa comu-nicación fuera real, los mensajes recibidos serían clarísimos, con la extensión nece-saria y perfectamente elaborados, no reducidos a unas palabras tan crípticas y esca-sas como las obtenidas en una sesión de espiritismo consultando a la ouija. Si hubie-ra un diseño inteligente, el resultado estaría más conseguido; sin embargo, no haydiseño ni finalidad en la evolución.

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implicaciones. Pues si nuestra estructura mental y nuestro com-portamiento siguen –también- unas pautas establecidas (pero nodeterminadas) por la componente biológica de la naturalezahumana, fruto de la evolución, todo sistema social o político querequiera una supuesta maleabilidad de esa naturaleza para suéxito, y que ignore la considerable rigidez biológica de los patro-nes de conducta de los seres humanos, sus condicionantes y susaspiraciones, estará condenado a generar un elevado grado deinfelicidad e incluso al fracaso a largo plazo23.

La causa de la resistencia a aceptar la teoría de la evolucióncon todas sus consecuencias recuerda igualmente -mutatis mutan-dis- la actitud de muchos filósofos postmodernos respecto a la cien-cia. También aquí la crítica viene de sectores progresistas, que no

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23 Por ello, para no tener que aceptar la inevitable conclusión, se niega la premisa. Trasel derrocamiento del muro de Berlín en 1989 y el desmoronamiento de la URSS, eldirigente del partido comunista de España, Santiago Carrillo, afirmó en una entrevis-ta televisada que “el comunismo no ha fracasado porque, realmente, nunca existió”(sic), implicando -prudentemente a posteriori- que el sistema político-social que sehabía aplicado en todos los países del Este era una corrupción del ideal comunista.Pero ni la responsabilidad por las acciones humanas puede ser ignorada por serresultado de la convicción, ni el sufrimiento humano puede justificarse por lasupuesta pureza de los ideales de quienes lo causan: como bien dicen los anglosajo-nes, the devil is in the detail. Además, lo que la Historia refleja es, probablemente,algo muy distinto: la caída del comunismo en los países de la Europa del Este -donde gobernaba- no fue resultado de la aplicación incorrecta de ese ideal, sino quefueron sus limitaciones intrínsecas las que acabaron determinando su fracaso. Elsocialismo real, contrario en algunos aspectos a las aspiraciones innatas -no reedu-cables- de los seres humanos, sólo pudo mantenerse en Europa por medio de férre-as dictaduras hasta que la globalización informativa y otros factores internos y exter-nos las hicieron insostenibles. De hecho, tras los inicios de la información global, lacaída del comunismo en los países del Este era previsible para cualquier observadorsin prejuicios ideológicos que los conociera y hubiera hablado con sus gentes. Losorprendente del fin del comunismo en la Europa del Este fue la extraordinaria velo-cidad del derrumbamiento, una muestra -en particular- del poder de la informaciónglobal. Por parecidas razones cabe prever que China seguirá, a medio plazo, uncamino semejante al de la URSS (fraccionamiento incluido) aunque, paradójicamen-te, el confucionismo de la sociedad china que tanto trató de erradicar Mao Ze Dongpodría prolongar la supervivencia de lo que hoy subsiste del comunismo chino.Verosímilmente, los cambios en China desencadenarán la caída del comunismo here-ditario de Corea del Norte, al igual que la perestroika en la URSS y la pérdida deinfluencia sobre sus satélites europeos propiciaron el fin de sus respectivas dictadu-ras comunistas. Todo ello, claro está, si las imprevisibles consecuencias del terribleaumento de la población mundial no hacen imposible toda predicción: todo histo-ricismo es difícil y, como decía Popper, su ‘pobreza’ es manifiesta.

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sólo insisten en la posible falta de objetividad de los científicos -algotan obvio como legítimo es criticar sus limitaciones, prejuicios ointereses particulares- sino que también cuestionan la racionalidadde la propia ciencia como fuente objetiva de conocimiento, defen-diendo un relativismo científico que, éste sí, ya no es aceptable. Elfamoso affaire Sokal y la guerra de las ciencias de la segunda mitadde los noventa acude inmediatamente a la mente, y también el año-rante comentario con el que Jean Bricmont y Alan Sokal concluyensu libro Impostures intellectuelles (1997) dedicado a desenmascararla posición de esos filósofos postmodernos sobre la ciencia: “hubo[un tiempo] en el que los pensadores y los filósofos estaban inspi-rados por las ciencias, pensaban y escribían claramente, buscabancomprender el mundo natural y social, se esforzaban en transmitirsus conocimientos a su conciudadanos y ponían en cuestión lasiniquidades del orden social: ésa era la época de las Luces”. En laguerra de las ciencias ha habido también algún científico cuyo pro-gresismo le ha forzado a alinearse con los filósofos postmodernos.No es sorprendente que Gould, sin ser un relativista respecto a laobjetividad del conocimiento científico, tampoco tuviera una acti-tud muy definida al respecto. Sin embargo, y parafraseando a MarkTwain cuando ironizaba sobre las prematuras noticias sobre sumuerte, las limitaciones de la ciencia han sido muy exageradas24.

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La caída del comunismo ha supuesto la pérdida del contrapeso natural a los exce-sos del capitalismo, más en línea con el egoísmo biológico de los seres humanos. Yaunque la actual crisis económica no constituye el fracaso de las ‘democracias capi-talistas occidentales’ que algunos han deseado ver, sí es una buena muestra de losexcesos a los que el capitalismo puede conducir y de la necesidad de poner mediospara evitar que se reproduzcan.

24 Otra cosa muy distinta son nuestras propias limitaciones. Es bien posible que, de lamisma forma que no cabe enseñar química orgánica a un chimpancé por inteligenteque sea, las limitaciones de nuestra mente acaben frenando el avance del conocimien-to, incluso con la ayuda de los ordenadores. Podría suceder en el futuro con nuestrocerebro lo que ya se puede observar hoy con los récords olímpicos, cuya mejora esasintótica. La velocidad de un corredor, por ejemplo, depende de su capacidad dequemar calorías con rapidez para obtener la energía cinética que adquiere al correr.Esa capacidad está limitada biológicamente, por lo que ya no cabe esperar que velo-cistas y otros atletas mejoren mucho más sus marcas, que se decidirán por fraccionesde segundo cada vez más minúsculas: los juegos olímpicos resultarán, en este aspec-to, cada vez menos interesantes. Por lo que se refiere a nuestro cerebro es seguro quepodemos aprovecharlo mucho mejor, pero no cambiarlo.

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Incluso si se considera que hay problemas que la ciencia no puederesolver, ¿qué misteriosa razón hace suponer que otras disciplinaspodrían tener éxito allí donde la ciencia ha fracasado?

Evolución, ciencia y religiónGould acuñó el acrónimo NOMA (non-overlapping magis-

teria) para separar el dominio de actuación de la ciencia del deotros magisterios, de forma que éstos no pudieran ser afectadospor aquélla. Gould se refería expresamente a la religión en suameno artículo de 1997 en Natural History, aunque quizá tambiéntuviera in mente otras creencias. En su escrito explicaba con finohumor cómo él -un judío agnóstico- había respondido en Roma aunos científicos católicos -jesuitas- sobre la posible repercusiónde las ideas de Darwin en el cristianismo y recíprocamente. Larespuesta de Gould fue tajante: “la evolución es, a la vez, cierta yconsistente con las ideas religiosas”. Y añadía: “la ausencia deconflicto entre la ciencia y la religión es consecuencia de la faltade solapamiento entre sus respectivos dominios de competenciaprofesional: ciencia en la formación empírica del universo, y reli-gión en la búsqueda de valores éticos adecuados y en el sentidoespiritual de nuestras vidas”. Gould continuaba citando un docu-mento de Juan Pablo II titulado La verdad no puede contradecirla verdad, donde el Papa defendía (el 22-X-96) la consistencia dela teoría de la evolución con la doctrina de la Iglesia. Y respectoa la existencia de científicos con convicciones religiosas, Gouldafirmó en otro lugar: “salvo que al menos la mitad de mis colegassean unos zopencos, no puede haber conflicto –en el ámbito máspuro o más empírico- entre ciencia y religión”.

Por supuesto, la teoría de la evolución no es contraria a lafe religiosa: nada impide creer que la evolución es el mecanismoutilizado por Dios para dar vida a las distintas especies. Como elpropio Darwin afirmó en el Origen25: “No encuentro ninguna buena

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25 “I see no good reason why the views given in this volume should shock the religiousfeeling of anyone. It is satisfactory, as showing how transient such impressions are,to remember that the greatest discovery ever made by humans, namely the law of theattraction of gravity, was also attacked by Leibniz as ‘subversive of natural, andinferentially of revealed, religion’. A celebrated author and divine has written to me

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razón para que las ideas expresadas en este volumen puedan herirel sentimiento religioso de nadie. Es oportuno recordar, para ilus-trar cuán pasajeras son estas impresiones, que el mayor descubri-miento jamás hecho por el hombre, la ley de la gravitación, fuetambién atacado por Leibniz como ‘destructor de la religión natu-ral y, por extensión, de la revelada’. Un conocido autor y clérigome ha escrito que ‘ha llegado a darse cuenta paulatinamente quees tan noble la idea de una Deidad inicialmente creadora de unaspocas formas, capaces de desarrollarse en otras formas necesarias,como creer que Él necesita un nuevo acto de creación para llenarlos huecos producidos por las acciones de Sus leyes’ ”. De formaanáloga se había expresado antes el gran Isaac Newton (1642-1717)quien, al contrario que Darwin, era profundamente religioso, misó-gino, nada humilde y de fuerte carácter26. Newton, que escribiósobre asuntos bíblicos tanto como sobre física (filosofía natural),afirmó en su obra magna, los Principia (1687), que “este sistemadel sol, planetas y cometas, bello sobremanera, sólo podría proce-der de la dirección y la autoridad de un Ser inteligente y podero-so”. Darwin, por su parte, fue perdiendo paulatinamente la fe, hastavolverse definitivamente agnóstico con motivo de la tempranamuerte de su hija más querida, Annie, en 1851.

Sin embargo, es preciso reconocer que el dominio delmagisterio religioso ha ido reduciéndose con el paso del tiempo,conforme los fenómenos para los que proporcionaba la únicaexplicación o interpretación disponible iban encontrando unadescripción científica. Quizá por eso no se cite el anterior párra-fo de Newton en defensa del creacionismo, pues actualmente sesabe cómo se formó el sistema solar, bajo la acción de la grave-dad a partir de nubes de gas interestelares, y hasta existe una teo-

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that he ‘has gradually learnt to see that it is just as noble a conception of the Deity tobelieve that He created a few original forms, capable of self-development into otherand needful forms, as to believe that He required a fresh act of creation to supply thevoids caused by the actions of His laws’ ”.

26 El contraste entre las personalidades de Darwin y Newton queda bien reflejado porsus tumbas, ambas en la abadía londinense de Westminster: Darwin está enterradobajo una sencilla lápida que contrasta con el imponente túmulo de Newton, no lejosde ella.

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ría estándar -el Big Bang- del origen del universo. Pero tambiénhoy, al contrario que en tiempos de Darwin, se conocen las leyesde la genética mendel-morganiana, la doble hélice y demásestructuras que están detrás de la herencia genética, de sus varia-ciones y de la acción de la selección natural, lo que debería haberdesplazado al creacionismo como alternativa racional a la evolu-ción darwiniana de las especies. Hoy no es asunto de la religión-como lo fue durante siglos- explicar el mundo natural: ése es eldominio de la ciencia donde, por cierto, ha tenido considerableéxito. Por lo que se refiere al cristianismo, quizá el último inten-to de unirlo con la evolución fue el del jesuita francés PierreTeilhard de Chardin (1881-1955), muy influyente en la década delos sesenta (también sobre el Concilio Vaticano II, que tuvo lugaren 1962), aunque algunas de sus ideas fueron consideradas hete-rodoxas o falsas por la Iglesia. Una de las razones de su ascen-diente se debía a que, entonces, el marxismo occidental estabainteresado en manifestar su compatibilidad con el cristianismo, loque hacía curiosamente a Teilhard de lectura casi obligada (yomismo lo leí en mi juventud). Pero los fundamentos científicos desu visión direccional de la evolución y de su ‘punto Omega’ erandeficientes, y pocos lo recuerdan hoy27. De hecho, los dominios

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27 Teilhard de Chardin fue influido por el filósofo Henri Bergson (1859-1941), partida-rio del élan vital o ‘impulso vital’ en la evolución. Teilhard fue filósofo de la biolo-gía, estudioso de las pinturas rupestres en España (acompañado del abate HenriBreuil), héroe en la primera guerra mundial como camillero (recibió la Legión deHonor) y paleontólogo durante su época en China, donde participó en excavacio-nes en el yacimiento del hombre de Pekín. Su obra fue en gran parte publicada pós-tumamente.El británico Sir Peter B. Medawar (1915-87), premio Nobel de fisiología o medicina(1960) hizo una crítica devastadora del libro de Chardin El fenómeno humano (1955)en la revista inglesa de filosofía Mind, LXX 99-106 (1961): “no cabe acusar al autor dedeshonestidad porque antes de engañar a los demás ha realizado un gran esfuerzopara engañarse a sí mismo” (“its author can be excused of dishonesty only on thegrounds that before deceiving others he has taken great pains to deceive himself”). JeanFrançois Revel recuerda en La connaissance inutile (1988) las enormes dificultadesque tuvo para publicar en la Francia de la época la traducción francesa de la críticade Medawar, incluso abreviándola, como ejemplo de “impotencia de la ciencia paracontrarrestar a la ideología”. Y añade: “la función de las ideologías de consonanciacientífica consiste en poner el prestigio de la ciencia al servicio de la ideología, no ensometer a la ideología al control de la ciencia” (véase la nota 16).

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de los magisterios de la ciencia y de la religión casi no se solapanya: la ciencia ha ido haciendo suyo el dominio de la naturalezadesplazando a la religión28. Sin embargo, hay importantes áreasque están al margen de la ciencia: la ética, aunque puede y debeestar informada por el conocimiento científico -de la evolución yla etología en particular- no está determinada por ese conoci-miento. Esta importante cuestión queda, sin embargo, fuera de loslímites de este ensayo.

Pero volvamos a Gould, pues su postura ante la evoluciónes de especial interés por su decidido agnosticismo y por norepresentar un caso aislado. Su insistencia en la absoluta contin-gencia de la evolución29 al margen de todo fenómeno de conver-gencia evolutiva, en que hay características fenotípicas30 que la

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28 R. Dawkins, en su libro The God delusion (El espejismo de Dios, 2006), argumentaque incluso la verosimilitud de los dogmas religiosos o la existencia de Dios puedeser objeto de análisis científico.

29 Gould afirmaba que si se rebobinara la cinta de la evolución y comenzara ésta denuevo, el resultado sería completamente diferente (‘re-run the tape of life, then nohumans, let alone mathematicians’), defendiendo aparentemente una contingenciaradical de la evolución. De nuevo, la cuestión aquí es de grado, pues la evolucióntiene una evidente componente aleatoria. Como -una vez más- el propio Darwinhabía anticipado en el Origen, la desaparición de una especie puede resultar defini-tiva aunque vuelvan a darse las condiciones que existían cuando apareció: “pode-mos comprender con claridad por qué una especie, una vez perdida, no volvería aaparecer, incluso si se dieran de nuevo idénticas condiciones de vida, orgánicas einorgánicas” (“we can clearly understand why a species when once lost should neverreappear, even if the very same conditions of life, organic and inorganic, shouldrecur”).La contingencia radical de Gould choca con los abundantes fenómenos de conver-gencia evolutiva que, aunque por supuesto acepta, tiende a soslayar. La mayoría delos biólogos evolutivos están en desacuerdo con Gould como, por ejemplo, MaynardSmith y Simon Conway Morris, con quien tuve la oportunidad de discutir este punto.La realidad es que si la evolución tuviera lugar de nuevo, es harto probable que lasrestricciones y ligaduras impuestas por las leyes de la física y de la química y laslimitaciones de las formas posibles a las que ya he aludido producirían de nuevoojos, animales acuáticos, voladores y terrestres. Esta perspectiva es compatible conla contingencia darwiniana del párrafo citado, pero lo es mucho menos con la másradical de Gould.

30 Permítaseme desarrollar algo este punto. En su conocido artículo The spandrels ofSan Marco and the Panglossian paradigm: a critique of the adaptationist program-me (Las ‘pechinas’ de S. Marcos y el paradigma panglosiano: una crítica del progra-ma adaptativo, 1979), Gould y Lewontin critican el adaptacionismo, que en su

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forma extrema establece que todas las partes de un organismo son necesariamenteresultado de una adaptación y éste, en su conjunto, la respuesta óptima a la selec-ción natural. Gould y Lewontin consideran, por ejemplo, que la visión adaptacionis-ta no distingue entre la utilidad de una parte de un organismo y las razones quepudieron motivar su aparición en el pasado. En The spandrels, etc. dieron a éstos elerróneo significado de pechinas (que será el que se siga aquí); en inglés, las pechi-nas en arquitectura se denominan pendentives y los spandrels son las enjutas, queya no servirían igualmente para la metáfora evolutivo-arquitectónica de Gould yLewontin. Según éstos, una perspectiva completamente adaptacionista justificaría laexistencia de las pechinas por constituir el soporte de los bellos mosaicos bizanti-nos que las adornan. Sin embargo, las pechinas no existen con objeto de proporcio-nar una superficie adecuada para el mensaje religioso de los mosaicos; no cabe con-siderar a éstos como la causa de la aparición de aquéllas. Las pechinas son la solu-ción arquitectónica (por cierto, introducida por primera vez en la iglesia de SantaSofía de Constantinopla, no en la de San Marcos de Venecia) que permite la transi-ción o adaptación de una planta cuadrada a la cúpula esférica que está sobre ella(por lo que, siguiendo la metáfora evolutiva, las pechinas no serían un capricho quela evolución –arquitectónica en este caso- no podría justificar). Es obvio que son laspechinas las que permiten sustentar la bóveda sobre ellas y no la bóveda la que lascoloca bajo ella; son los mosaicos los que han ‘aprovechado’ la existencia de laspechinas para decorarlas y no su razón de ser. El preadaptacionismo biológico quecritican Gould y Lewontin, sin embargo, tendería a interpretar la existencia de losmosaicos como parte de un diseño arquitectónico que justificaría la previa apariciónde los triángulos esféricos por la presencia de aquéllos. Pero –razonando biológica-mente- las pechinas no pueden juzgarse parte de un plan, sino que los mosaicos han

Pechinas de San Marcos de Venecia (foto del autor)

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evolución no puede explicar, así como su crítica visceral a lasociobiología –a veces criticada como ‘determinismo neurogené-

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aprovechado su existencia para recubrirlas. Aunque, cabe preguntarse, ¿por quétanto énfasis en las pechinas? Toda la parte alta del interior de S. Marcos está recu-bierta de mosaicos por lo que, para ilustrar esa visión adaptacionista extrema, bas-taría decir que la propia basílica se construyó para ser recubierta por ellos, de formaque fueran bien visibles desde abajo o desde el mirador que da a la logia dei cava-lli. Ciertamente, la visión que trata de condicionar el pasado por el futuro viola unprincipio fundamental, el de causalidad. Pero no hay nada incorrecto en tratar deestudiar el pasado a la luz del presente siempre que no se considere que éste con-dicionó a aquél. Todo carácter de un organismo aparece sobre lo que ya había,resultado de la evolución ya transcurrida. No obstante, la metáfora arquitectónica de Gould y Lewontin es tan confusa (al mar-gen intercambiar spandrels y pendentives) como banal. Si lo que se pretende es cri-ticar el preadaptacionismo porque establece una visión finalista en el análisis de lasadaptaciones, hay ejemplos más simples sin intentar épater le bourgeois: es obvio,por ejemplo, que los muros que soportan el techo de una casa de pueblo no sehicieron para poder ser enjalbegados. Claro que, una vez producido un nicho eco-lógico (las pechinas o el muro) por la razón que sea, no cabe sorprenderse de quese ocupe después (decorándolas o blanqueándolo). La alusión a la basílica de S.Marcos no da fuerza al argumento de Gould y Lewontin; sólo lo hace pretencioso.A ello hay que añadir que las pechinas no fueron la única solución para las bóve-das: no todas las iglesias son bizantinas. Para criticar que “el programa adaptativoconsidera la selección natural tan poderosa y las ligaduras sobre ella tan pocas, quela producción directa de la adaptación como consecuencia de su acción se convier-te en la causa primaria de de toda forma orgánica, función o comportamiento”hubiera sido mejor prescindir de la basílica de San Marcos y limitarse a la parte cien-tífica del artículo que es la que debe sustentar, o no, la exactitud de esa censura.Nótese, por cierto, que en esa afirmación Gould parece dar importancia a las mis-mas ligaduras que minimiza cuando habla de contingencia evolutiva (nota 29). Encualquier caso, el adaptacionismo es consecuencia esencial de la selección natural,lo que no quiere decir que no pueda haber caracteres actuales que no presentenuna utilidad manifiesta, que algunos desarrollen una función distinta de la que moti-vó su aparición (Gould habla de exaptaciones, un término introducido por él y E.Vrba en 1981), o que a la hora de considerar los efectos de la selección natural seasiempre posible o conveniente dividir un organismo en partes ignorando que cons-tituye un todo. Toda adaptación se ha construido sobre estructuras que la evoluciónha desarrollado previamente -como no podría ser de otra manera- y, por otra parte,las preadaptaciones planificadas que critican Gould y Lewontin tampoco formanparte de la evolución darwiniana. Gould y Lewontin aludían en el título de su trabajo al preceptor del joven Cándido,el Dr. Pangloss, para quien todo en la naturaleza tenía una buena razón de ser(Voltaire, a su vez, había ridiculizado en el Cándido el optimismo de Leibniz, paraquien este mundo era el mejor de los posibles). El paradigma panglosiano o ‘adap-tacionista’ en la evolución establecería, por tanto, que todos los caracteres tienenuna razón de ser y que ninguno es fruto de la casualidad (algo que Darwin tampo-co preconizó). Pero la metáfora de Gould y Lewontin, que ha motivado ríos de tinta

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tico’- hacen de Gould un darwinista malgré soi31, una caracteriza-ción cuya validez me confirmó Richard Dawkins hace poco en elcurso de una interesante conversación. Pero como sostieneWilson en Consilience, un libro que trata de superar la dicotomíade las ‘dos culturas’, la unidad del conocimiento -a la que aludeel antiguo vocablo inglés del título- no admite fronteras. En cual-quier caso, aquellos que, en el fondo, querrían poner a los sereshumanos en una categoría especial, off-limits para la ciencia enalguno de sus aspectos, deberían recordar la críptica frase que elpropio Darwin dejó plantada en El Origen, como bandera onde-ante sobre la cumbre de su propio libro, para advertir que él yaera consciente de que por medio de su obra “se aclararía el ori-gen del hombre y su historia32”.

Permítaseme concluir esta pequeña digresión sobre cien-cia, religión y otros dogmas con un comentario pues, llegado estepunto, es posible que algún lector crea que estoy haciendo de laciencia una nueva religión. No es así: la ciencia no es una reli-gión. La fe religiosa da las respuestas anticipadamente; la cienciase basa en la experimentación y en el método científico precisa-mente porque, antes de realizar una observación o un experimen-to, no se sabe cuál va a ser el resultado (por eso se hacen). En laciencia no hay dogmas inmutables, sólo teorías mejor o peor fun-damentadas, aunque las haya muy bien establecidas. Una teoríaaceptada hoy puede ser total o parcialmente refutable en el futu-

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evolutiva, no es precisa ni afortunada: después de todo, y al contrario de lo quesucede en la evolución, sí había un Bauplan para la basílica de San Marcos, resul-tado de la cuidadosa planificación de sus constructores. Pero, con independencia delo que éstos pudieran pensar sobre los dorados mosaicos de la basílica, el preadap-tacionismo no forma parte de la evolución, que sí es adaptacionista en el sentidoexpresado antes. Para ese viaje, pues, sobraban las confusas alforjas biológico-arqui-tectónicas y en general las metáforas de las que Gould suele abusar.

31 Eso explica la curiosa paradoja de que Gould, que tanto se ha distinguido declaran-do como experto defendiendo la evolución en juicios promovidos por los creacio-nistas estadounidenses, haya sido mencionado ocasionalmente por éstos en contrade las ideas de Darwin.

32 Dice Darwin proféticamente en la penúltima página del Origen: “In the distant futu-re I see open fields for far more researches. Psycology will be based on a new founda-tion, that of necessary acquirement of each mental power and capacity by gradation.Light will be thrown on the origin of man and his history”.

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ro, de lo que hay abundantes ejemplos; por eso la ciencia evolu-ciona y los dogmas no. La ciencia no da ni pretende proporcio-nar el consuelo de la fe; sólo la satisfacción que produce el cono-cimiento, aunque sea parcial. Los seguidores de todo dogma tien-den a aceptarlo como verdad absoluta, delegando en él o en elgrupo del que emana la autoridad última; la ciencia, por el con-trario, sólo admite los resultados de la aplicación del método cien-tífico, aunque a medio plazo se cometan errores en la búsquedade las leyes de la Naturaleza. De hecho, la ciencia presenta lapeculiaridad de que, con independencia de las posibles creenciasreligiosas de los científicos, suele producir acuerdo entre ellos y,cuando no es así, las discrepancias no guardan relación algunacon su posible religión. Por eso no existe ciencia cristiana, hindúo musulmana, sino ciencia a secas. Así pues, lo único que cabeconcluir de los párrafos anteriores es la prevalencia de las leyesnaturales, de la evolución en este caso, sobre nuestros deseos, asícomo lo falaz de todo wishful thinking33. Reconocer este hechopresenta una ventaja, aunque no haya sido buscada: puestos adelegar autoridad, es mejor hacerlo en la Naturaleza precisamen-te porque sus leyes están más allá de nuestro control, sea éstepretendidamente altruista u ocultamente interesado.

Queda por retomar, en este contexto, la cuestión del diá-logo entre ciencia y religión; ya mencioné antes la opinión deGould, la de los magisterios independientes o NOMA. Creo, sinembargo, que la situación es más próxima a la opinión de StevenWeinberg, que se sitúa entre la posición de Gould y la más extre-ma de Dawkins citada en la nota 28, aunque probablemente máscercana a la de éste. En una reunión de 1999 de la SociedadAmericana para el Avance de la Ciencia, en una ponencia en laque se preguntaba si el universo había sido realizado de acuerdocon un plan (“is there a designer universe?”) y respondía negati-vamente, Weinberg afirmó: “estoy completamente a favor del diá-logo entre ciencia y religión, pero no del diálogo constructivo.

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33 Wishful thinking que, me parece, subyace en el pensamiento de los biólogos del‘movimiento científico radical’ antes citados aunque, en este caso, su religión sealaica.

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Uno de los grandes éxitos de la ciencia ha sido, si no hacer impo-sible que las personas inteligentes sean religiosas, al menos per-mitir que no lo sean. No deberíamos renunciar a ese logro”. Enlos últimos años, además, la evolución ha dado un paso que cues-tiona frontalmente la parcelación que supone NOMA: se empiezaa especular sobre si las religiones presentan ventajas evolutivaspara nuestra especie por lo que, quizá, su temprana aparición ycontinuada persistencia podrían explicarse como resultado de lapropia selección natural.

Etología y comportamiento humano Las consideraciones anteriores sobre la evolución, que se

pueden resumir en que las ideas evolutivas también se aplican alhombre en su conjunto, permiten analizar algunas consecuenciasde la evolución para el comportamiento de los seres humanos ysu posible repercusión en las sociedades modernas. Pues unacuestión es el necesario debate sobre la ética de los posibles usosdel conocimiento científico y otra cosa es pretender –inútilmente,por lo demás- que los seres humanos y su comportamiento estánal margen de las consecuencias de la evolución.

La etología, la ciencia del comportamiento animal, fue ofi-cialmente consagrada con la concesión del Nobel de Fisiología oMedicina de 1973 a sus tres fundadores, los vieneses KonradZacharias Lorenz (1903-1989) y Karl von Frisch (1886-1982), y elholandés Nikolaas Tinbergen (1907-88). Frisch descubrió el siste-ma de comunicación de las abejas; Tinbergen (que dirigió la tesisde R. Dawkins) estudió los instintos. Por su parte, Lorenz obser-vó que en los primeros momentos de su vida, los animales se fijana su entorno inmediato, generalmente a su madre, aunque nosólo hay fijación filial; la hay también de otros tipos. Son famososlos experimentos en los que Lorenz consiguió que gansos reciénnacidos le siguieran ciegamente, creyéndolo su madre, porquehabía logrado que se fijaran a él poniéndose junto a huevos deganso al eclosionar. Puede resultar reconfortante pensar que losseres humanos estamos muy por encima de los procesos deimpronta (imprinting) que condicionan el comportamiento de losgansos, pero no hay razón para ello: los mecanismos de fijación

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o apego no están limitados a las aves. Se puede decir que esosmecanismos moldean o troquelan -de acuerdo con el término ori-ginal de Lorenz (Prägung, 1935)- a muchos seres vivos: Lorenzdejó su impronta y ‘troqueló’ a sus gansitos de forma que lo iden-tificaran con su madre para siempre. Lorenz lo consiguió enminutos; otros casos pueden requerir espacios de tiempo más lar-gos, y ni siquiera la fijación tiene que ser a algo vivo. En cualquiercaso, las raíces del comportamiento animal son claramente evolu-tivas y, aunque en su día se criticó a Lorenz por extender algunasde sus conclusiones al comportamiento humano, no hay ningunarazón -salvo, una vez más, el antropocentrismo- para situarnos enuna categoría completamente distinta.

La impronta no debe ser confundida con el aprendizaje:éste es cosa del individuo y lo aprendido se puede olvidar, mien-tras que la fijación, por estar determinada por el instinto, afecta ala especie, se produce en un período crítico, generalmente alcomienzo de la vida, y produce fuertes vínculos que son, en granparte, irreversibles. Nótese que el mecanismo que produce el vín-culo es instintivo y por tanto inevitable, pero que la fijación resul-tante puede variar (los gansitos ‘se fijan’ al nacer, pero puedenhacerlo a su madre o a Lorenz). En el caso de los seres humanoshay ejemplos de apego incuestionables, como el que se da en losmamíferos entre padres -sobre todo madres- y descendientes, cuyoorigen evolutivo es indudable: de no existir esa fijación filial, losrecién nacidos tendrían nulas posibilidades de sobrevivir y de trans-mitir a su progenie la ausencia de esa fijación. Pero también hayotros momentos para ella, como la pubertad. Los seres humanostienen, además, inevitables fijaciones al entorno cultural, que seestablecen en la primera parte de su vida. “Los historiadores ten-drán que aceptar el hecho de que la selección natural determinó laevolución de las culturas de la misma forma que lo hizo con lasespecies” afirmó Lorenz -hace ya medio siglo- en su libro Sobre laagresión (1963). De hecho, las culturas exhiben variación acumu-lativa, competición y -en buena medida- heredabilidad, por lo quela evolución cultural puede estudiarse desde la perspectiva de laselección natural en donde las unidades de transmisión serían, enlugar de los genes la evoución biológica, los memes de Dawkins.

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Evolución y civilizacionesPuesto que las grandes culturas determinan las grandes

civilizaciones, no es sorprendente que en un sentido amplio laHistoria sea la historia -la evolución, diría yo- de las civilizaciones,como ya señaló en su día Arnold J. Toynbee (1889-1975) en sumonumental Estudio sobre la Historia (1931-61). Hace algunosaños la cuestión volvió a estar de actualidad tras un influyenteensayo del profesor de Harvard Samuel P. Huntington (1927-2008), The Clash of Civilizations? (¿Choque de civilizaciones?,1993), publicado en la revista Foreign Affairs y convertido enlibro tres años más tarde. La tesis de Huntington34, según la cuallos conflictos futuros serán el resultado de choques entre fronte-ras culturales más que nacionales es, pues, consecuencia de laespecial fijación de los seres humanos al entorno de los primerosaños de su vida, que prácticamente determina la civilización a laque pertenecerán.

No es fácil saber, en ausencia de un Darwin de las civi-lizaciones, por qué existen las seis u ocho que consideraHuntington (occidental, islámica, china y japonesa, hindú, afri-cana, etc. y que llegan a veintitantas en la clasificación más finade Toynbee) y por qué no se han desarrollado, por ejemplo,medio centenar de grandes civilizaciones. Como en los fenóme-nos de convergencia evolutiva, es más que probable que el‘espacio de fases de las civilizaciones’ o espectro de las grandesculturas posibles sea mucho más reducido de lo que podríaparecer: la existencia de una naturaleza humana biológica limi-ta las posibles diferencias y por tanto el número de posiblescivilizaciones. Pero, con independencia de su número y dada laíntima vinculación de la inmensa mayoría de los seres humanosa su propia cultura, la tesis de Huntington -que no parece haber

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34 La reproduzco a continuación, sin traducir, puesto que está sintetizada arriba: It ismy hypothesis that the fundamental source of conflict in this new world will not beprimarily ideological or primarily economic. The great divisions among humankindand the dominating source of conflict will be cultural. Nation states will remain themost powerful actors in world affairs, but the principal conflicts of global politics willoccur between nations and groups of different civilizations. The clash of civilizationswill dominate global politics. The fault lines between civilizations will be the battlelines of the future.

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apreciado las raíces biológicas del problema que señala- pare-ce más que razonable. El carácter casi irreversible de toda fija-ción, en este caso al entorno cultural, es la razón por la que losconflictos entre distintas culturas -o incluso dentro de un mismocredo religioso, como entre sunitas y chiitas- tienen difícil solu-ción, que no cabe buscar en cándidos voluntarismos o en unatan ingenua como vacía ‘alianza de civilizaciones’, sino en unaeducación liberal que eleve a los seres humanos por encima desu -nunca mejor dicho- primitivismo congénito. Se trata decompensar la inevitable fijación a uno de los grandes bloquesculturales con el aprendizaje que produce la educación liberal,para suavizar así la rigidez de ese troquelado.Desgraciadamente, la impronta -un ejemplo de las rigidecesbiológicas de la naturaleza humana- es automática, inevitable yprácticamente irreversible: por eso chinos, hindúes o europeoslo son culturalmente –y al cabo de pocos años- para el resto desus vidas. El aprendizaje, por el contrario, requiere considera-ble esfuerzo.

Por supuesto, las ideas de Huntington recibieron críticasen su día, sobre todo de sectores políticamente correctos y afi-cionados al wishful thinking; demasiadas, cabría decir, comopara no haber acertado en lo esencial. Sin embargo, sólo elbengalí Amartya Sen (1933- ), premio Nobel de economía(1998) y antiguo Master del Trinity College de Cambridge, haido al fondo de la cuestión: cómo evitar lo que, paraHuntington, es difícil impedir que suceda. En su libro Identityand violence: the illusion of destiny (2006), Sen señala que laadscripción a una única identidad cultural es un ingredientefundamental de la confrontación sectaria, en lo que concuerdacon Huntington. Pero, precisamente por ello, la insistencia enla ‘amistad entre civilizaciones’ como medio para lograr buenasrelaciones entre los miembros de diferentes culturas es erróneaporque refuerza, precisamente, el carácter unidimensional deesa afiliación. Y esa monodimensionalidad dificulta el diseño depolíticas de coexistencia en lugar de facilitarlo. Por eso convie-ne recordar que, al margen de su vinculación a una cultura, losseres humanos tienen múltiples identidades: nacionalidad, resi-

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dencia, sexo, grupo social, ideas políticas, profesión, aficionesy otras. Y sólo una identidad es absoluta e importante: su con-dición de seres humanos. Por ello siempre será erróneo incidirexclusivamente en cualquier identidad.

“La mayor fuente de conflictos potenciales en el mundocontemporáneo es la presunción de que las personas pueden serclasificadas atendiendo sólo a su religión o su cultura” afirma Sen.Como Huntington, Sen no menciona el mecanismo evolutivo queestá detrás de la fijación a una civilización determinada. Peroadvierte: “la imposición de una única identidad es a menudo unacomponente esencial de la confrontación sectaria”. Por ello, resul-ta evidente el camino a seguir para evitar ese choque de civiliza-ciones: no hay que hacer énfasis -por muy bienintencionado quesea- en la adscripción mono-dimensional a una civilización, pues-to que así se acentúan las diferencias y se propicia la división y elalejamiento, sino en las muchas y variadas identidades que poseenlos seres humanos y que diluirían la impronta cultural, rebajando

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Samuel P. Huntington (1927-2008)

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así el riesgo de conflicto. Nada es más absurdo ni más torpe, porejemplo, que caracterizar a dos niños como ‘cristiano’ y ‘musul-mán’, pues ello establece una barrera artificial que separa -parasiempre- lo muchísimo que les une como niños y seres humanos.Como dice Sen, “la estrechez de todo pensamiento centrado en lascivilizaciones puede ser tan traicionera para programas de ‘diálogoentre civilizaciones’ (algo que parece estar muy en boga en estostiempos), como lo es para teorías de ‘choque de civilizaciones’…[Los] intentos de lograr una paz global pueden tener consecuenciasmuy contraproducentes si se basan en una comprensión básica-mente ilusoria de los seres humanos”. De otra forma, diría yo:cuando se ignora la componente biológica de nuestra naturaleza.Más Darwin, pues, y menos Rousseau: el infierno está empedradode buenas intenciones y optimismos sin fundamento35.

Así pues, los mecanismos de fijación producen vinculacionesculturales en la primera parte de la vida que son difíciles de rever-tir una vez producidas. Esto es algo natural, y en sí no constituye unproblema. Lo que es preciso reconocer es que, dado su origen bio-lógico, esas improntas son el resultado de lo más primitivo -portanto, más irracional- de nuestro ser. Este hecho debe prevenirnoscontra los peligros de aceptar esas vinculaciones -sean culturales ode otro tipo- como universales, simplemente por ser las nuestras, loque inevitablemente nos condenaría a chocar con otros grupos conimprontas no menos universales. La adscripción a nacionalismosexcluyentes o la pertenencia a grupos violentos de equipos de fút-bol, por poner dos ejemplos, sólo son, en realidad, muestras de pri-mitivismo biológico e irracionalidad: la inevitable fijación no ha sidocompensada por el oportuno (y liberal) aprendizaje36. Las vincula-

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35 Es oportuno recordar aquí la fábula de la rana y el escorpión. Éste quiere persuadira la rana para que le transporte sobre su espalda al otro lado de una charca; paraello le asegura que no le picará pues, si lo hiciera, el escorpión también moriría aho-gándose. A mitad de camino, no obstante, el escorpión pica a la rana que, asombra-da, le pregunta antes de hundirse con él: “¿por qué lo has hecho? Ahora moriremoslos dos”. A lo que el escorpión responde, como única y obvia explicación de sucomportamiento: “es que así es mi naturaleza”.

36 Un ejemplo cercano -se pueden poner otros- puede servir de ilustración parcial a lodicho. En España, la transferencia de la educación a las comunidades autónomas ysu consiguiente utilización para construir identidades nacionales o autonómicas,

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ciones pueden ser diferentes, pero el mecanismo que las produce -el de impronta o fijación biológica a un determinado entorno- refle-ja la base irracional de todas ellas37. De ahí la importancia de la edu-cación abierta, del imprescindible aprendizaje que ensancha nues-tros horizontes y nos permite apreciar otras identidades o puntos devista e, incluso, cambiar el nuestro: el primitivismo biológico denuestra naturaleza no es tolerante, pero la educación liberal puedeenseñarnos a serlo. La razón crítica es la única alternativa a toda

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más o menos reales o simplemente imaginadas, ha producido considerables recelosentre ellas, tan perjudiciales como antes inexistentes: la creciente insolidaridad conlas regiones menos favorecidas económicamente o las ‘guerras del agua’ son buenosejemplos de ello. La insistencia en las nuevas identidades no ha generado la espe-rada (?) armonía, sino división y desconfianzas. Este panorama, consecuencia dehaber fomentado durante muchos años en la escuela autonómica una excesiva -entanto que excluyente y no liberal- impronta regional o nacionalista, era perfectamen-te predecible: los niños y jóvenes, convenientemente ‘troquelados’ (‘normalizados’)en sus escuelas, hace ya tiempo que se convirtieron en adultos. Por otra parte, laspolíticas lingüísticas de algunas comunidades autónomas presentan aspectos que,por conculcar libertades básicas individuales, recuerdan a las del franquismo, comosabe cualquiera que tenga edad suficiente para haberlo sufrido. Es cierto que lassituaciones son muy distintas, tanto como lo son entre sí una dictadura y una demo-cracia. Pero, pese a todo, tienen dos aspectos comunes: la conculcación de liberta-des -repito, básicas e individuales- que deben ser defendidas, y el talante dogmáti-co de quienes se arrogan el derecho -incluso manipulando el Derecho- para no res-petarlas, pues los derechos fundamentales, como su nombre indica, no pueden deci-dirse por mayoría. La terminología al uso, por cierto, resulta subliminalmente reve-ladora: las políticas de ‘normalización lingüística’ presuponen una anormalidad enaquéllos cuya lengua materna no es la de los normalizadores (de hoy y de ayer),disfunción que, en consecuencia, es preciso corregir: nihil novo sub sole. Y como yase vio la impronta, una vez producida –conseguida, sería más propio aquí- en losprimeros años de la vida, será ya irreversible a menos que los normalizados amplí-en horizontes pues, casi por definición, el objetivo de toda escuela nacionalista esestrecharlos: muchas personas así educadas saben por dónde pasa un arroyo localpero desconocen dónde está el Tormes de El Lazarillo (o el apacible Don deSholojov). Ni las comunidades autónomas reclamaron las transferencias educativasmovidas por la preocupación de mejorar la enseñanza de las matemáticas, ni escasual que algunos nacionalistas llamen al proceso descrito, sin rubor alguno, ‘hacerpaís’.

37 Aunque es inevitable la fijación a alguna cultura, la pertenencia a una determina-da es azarosa en altísimo grado -depende del lugar donde transcurren los primerosaños de la vida- lo que debería bastar a priori para dudar racionalmente de suimportancia. Esto no implica, por supuesto, un completo relativismo cultural: las cul-turas de los pueblos primitivos no son equivalentes a la de la Grecia de Pericles.Pero el hecho de que un único mecanismo biológico –la impronta- pueda producirresultados muy distintos debería ser la base racional del respeto a todas las culturas.

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posible violencia sectaria; la razón debe primar sobre la identidad.Como dijo Schrödinger hacia el final de su vida en La mente y lamateria (1958) en un contexto sólo aparentemente distinto, “elnacionalismo es un vicio al que habría que renunciar”.

Las sociedades modernas y el futuroEl problema esencial de las sociedades modernas es el

enorme desfase existente entre la evolución biológica, de lentísi-mo transcurrir y cuyos mecanismos no han cambiado, y la evolu-ción cultural, cuyo desarrollo es increíblemente veloz.Estrictamente hablando, nuestra evolución casi ha dejado de serdarwiniana para ser fundamentalmente cultural. De hecho, se haproducido un cambio trascendental en la evolución de la especiehumana: en lugar de adaptarse al ambiente cambiando sus genes,nuestra especie modifica ese ambiente de acuerdo con sus nece-sidades. Los avances de la medicina y de la técnica, por su parte,han producido un veloz y desmesurado crecimiento de la pobla-ción. Pese a todo, nuestra naturaleza biológica es la misma que lade nuestros antepasados de hace miles de años, cuyos instintos,entonces más adaptados a sus necesidades y a su entorno, conti-núan rígidamente siendo los nuestros hoy, pese a que ya no sontan adecuados para las complejas sociedades actuales. Por eso,como dijo Lorenz, “nosotros somos el eslabón perdido, tantotiempo buscado, entre el animal y el hombre auténticamentehumano”. Pero ese ser verdaderamente humano, para quien final-mente dejaría de ser cierto que le coeur a ses raisons que la rai-son ne connaît pas, no llegará como resultado de la evoluciónbiológica de los actuales hombres y mujeres, sino por medio delaprendizaje y la educación liberal.

La tarea no es nada fácil, y la dificultad tiene que ver conla estructura del cerebro humano, sustrato biológico de nuestraconducta. Las emociones más básicas están controladas por laspartes más primitivas del mismo, probablemente porque es nece-sario poder dar una respuesta rápida -es decir, emocional- a deter-minados peligros y amenazas. El neurólogo estadounidense PaulD. MacLean (1913-2007) propuso en los años setenta una estruc-tura del cerebro humano basada en la evolución, el triune (trino

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y uno) brain, que ha tenido gran influencia, incluso en economíay publicidad. Según MacLean (véase su libro The triune brain inevolution: role in paleocerebral functions, 1990), nuestro cerebroes realmente el resultado de la superposición de tres cerebros -cada uno con su especial inteligencia- originados sucesivamenteen el curso de la evolución. La parte más antigua y profunda esel ‘cerebro de los reptiles’ o ‘complejo-R’, donde residen los ins-tintos más primitivos como la agresión, la territorialidad, las jerar-quías (el ‘orden de picoteo’), la rabia, el pánico y las funcionesfisiológicas básicas. La capa siguiente, el sistema límbico o cere-bro primitivo de los mamíferos, controlaría las emociones ‘agra-dables’ o ‘desagradables’, de placer o de dolor y los sentimientosafectivos que se observan en los mamíferos. Finalmente, el neo-córtex que rodea a las anteriores (y que representa dos terceraspartes del peso total), es la sede del pensamiento abstracto y delos juicios, de las tareas conceptuales, de la creatividad, el hablay la conciencia. El civilizado neocórtex es una adquisición relati-vamente reciente del cerebro humano que no ha eliminado elpapel del sistema límbico y del ‘cerebro de los reptiles’, que per-manece en su interior. Esta estructura ‘trina y una’ estaba inspira-da en las ideas del biólogo Ernst Haeckel (1834-1919), el popula-rizador –el ‘apóstol’- de las ideas de Darwin en Alemania. Haeckelsostenía que la ‘ontogenia es una recapitulación de la filogenia’,es decir, que el desarrollo embrionario de un animal tiende areproducir la historia evolutiva de sus antepasados. MacLean sebasó en que el desarrollo intrauterino de nuestra especie recorreestadios no muy distintos a los peces, reptiles y mamíferos antesde adquirir trazos claramente humanos. De acuerdo con estavisión, que popularizó Carl Sagan (1934-96) en su libro The dra-gons of Eden (1977, premio Pulitzer), por nuestro sistema límbicocirculan pensamientos como los que se podrían encontrar en elcerebro de un mamífero como el puma, y nuestro complejo-Rproduciría reacciones parecidas a las que podría tener un dino-saurio.

El paradigma del cerebro ‘trino y uno’ ha perdido buenaparte del favor que tuvo en su día. Hoy se sabe que hay relaciónentre los tres ‘cerebros’, pues las fuerzas evolutivas no determinan

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una simple superposición de ‘capas’, sino que modifican la estruc-tura que encuentran ‘debajo’, que no permanece inalterada. Lasdistintas partes del cerebro están, además, mucho más interconec-tadas de lo que supone el modelo de MacLean. No obstante, aun-que las emociones de un león y un cordero -o de una pitón y unbichón maltés- sean diferentes, y aunque dentro de una mismaespecie el comportamiento también pueda serlo, los individuosde una especie comparten los mismos patrones emocionales bási-cos por estar anclados en el cerebro de esa especie. Por otraparte, aunque el neocórtex puede modular las capas reptiliana ylímbica, éstas siguen presentes en los humanos actuales y tienenmás influencia sobre aquél que el neocórtex sobre ellas: ése, y nootro, es el origen del aforismo de Pascal antes citado, según elcual “el corazón tiene razones que la razón no conoce”. Por ello,no se trata de suprimir nuestras emociones -algo imposible y nisiquiera conveniente- sino de controlarlas. Pues, aunque el neo-córtex sea el responsable último de que, en palabras de Sagan,seamos “material estelar capaz de especular sobre las propiasestrellas” o “material cósmico que ha evolucionado hasta tenerconciencia de sí mismo”, y sea lo que nos hace verdaderamentehumanos, seguimos teniendo por debajo del él -mal que nospese, y no sólo metafóricamente hablando- el ‘cerebro de los rep-tiles’. Como ya dijo el propio Darwin en The Expression ofEmotions in Man and Animals (1872), “el hombre lleva todavía ensu estructura corporal el sello indeleble de su bajo origen”.

La especie humana se enfrenta hoy a un reto gigantesco alque habrá de dar solución en una o dos generaciones: la pobla-ción sobre la Tierra supera ya los 6800 millones de personas (eramenos de la cuarta parte en 1900). Estamos tan acostumbrados,sobre todo en Occidente, a contemplar la historia desde el fin dela segunda guerra mundial como un ‘progreso’ constante, que noadvertimos que una ‘sexta extinción’ de especies -que seguiría alas cinco grandes extinciones de la historia de la vida- se ciernesobre el planeta. Las necesidades de una población tan desmesu-rada -que alcanzará los 9000 millones en sólo treinta años- sontales que ya no es posible ignorar las limitaciones de los recursos

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existentes, el desastroso impacto de la actividad del hombre sobreel planeta ni, incluso, la finitud de la propia Tierra. Por tanto, sino se produce un cambio en el modelo de desarrollo, las socie-dades humanas tal como las conocemos hoy podrían, literalmen-te, ‘morir de éxito’, arrastrando en su caída a un elevado porcen-taje de otras especies y ecosistemas. En la tercera gran extinción(al final del Pérmico, hace 250 Ma), la mayor de las cinco gran-des extinciones, se estima que desapareció el 95% de las especies.Es posible que la sexta, de origen humano, haya empezado ya sinque lo hayamos advertido; las escalas de tiempo geológicas sondemasiado grandes para nosotros. Y, aunque probablemente nosería tan devastadora para la vida, esa sexta extinción sí sería terri-ble para nuestra especie. ¿Serán capaces los gobiernos de plante-ar las reformas necesarias y de convencer a sus ciudadanos paraque las acepten? Conocer y plantear un problema no implica, des-graciadamente, que tenga solución cómoda o fácilmente acepta-ble, y los gobernantes suelen pensar en las próximas elecciones,no en las futuras generaciones. Y saben instintivamente -quizápor eso se llama animales políticos a quienes llegan con facilidadal electorado- que es más rentable apelar al corazón que a lacabeza. Nuestros instintos ancestrales no nos han preparado parala actual encrucijada; sólo la educación podría indicar el camino.Pero ésta no es fácil y, dado el natural y biológico egoísmo de losseres humanos -tan grande, al menos, como su capacidad de coo-peración- no es obvio que encontremos la salida a tiempo. Poreso es tan importante la educación: su coste es despreciable fren-te al de la ignorancia.

Conócete a ti mismo, ordenaba a los mortales la inscripcióndel templo de Apolo en Delfos. La única forma de superar la tira-nía de nuestra naturaleza es reconocerla: todo ser humano quese precie debería ser consciente de sus propias limitaciones. Porello, hoy no puede haber ninguna visión global de las sociedadesmodernas, ni cabe Weltanschauung alguna que sirva de punto departida para tratar de resolver algunos de sus problemas, al mar-gen de lo que nos enseña la teoría de la evolución y sus conse-cuencias. Pues, parafraseando a Dobzhansky y extendiendo suafirmación a las personas -si es que él no las incluía ya- no puede

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entenderse el mundo de los seres vivos, hombres y mujeres inclui-dos, al margen de la evolución. Evolución que, por tanto, es aúnmás relevante hoy que cuando Darwin la estableció hace ya cien-to cincuenta años.

AgradecimientosEstoy en deuda con un buen número de amigos y colegas,

demasiados para enumerar aquí, por discusiones y corresponden-cia sobre asuntos relacionados con este ensayo, así como porcomentarios sobre algunas partes del mismo. Deseo agradecertambién a una quincena de universidades e instituciones cultura-les, y muy en especial a la RSEAPV, las invitaciones recibidas conmotivo de este año oficioso, que no oficial, de Darwin, lo que meha decidido, finalmente, a poner mi Weltanschauung evolutiva ennegro sobre blanco.

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La mesa estuvo compuesta por el Profesor D. José Adolfo de Azcárraga, elDirector de la Económica, D. Francisco Oltra y el Presidente de la Comisiónde Investigación y Ciencia, D Juan Fabregat.

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Un momento de la intervención del ponente, D. José Adolfo de Azcárraga.

El público, que siguió la conferencia con gran atención, participó en un acti-vo coloquio al finalizar la intervención del conferenciante.

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