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UN DESCONOCIMIENTO PELIGROSO: LA NUEVA VIZCAYA EN LA CARTOGRAFÍA Y LOS GRANDES TEXTOS EUROPEOS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII RELACIONES 75, VERANO 19 9 8, VOl. XIX Chantal Cramaussel EL COLEGIO DE MIC HO AC ÁN / UN A M

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UN DESCONOCIMIENTO PELIGROSO:

LA NUEVA VIZCAYA EN LA CARTOGRAFÍA Y LOS GRANDES

TEXTOS EUROPEOS DE LOS SIGLOS XV I Y X V I I

R E L A C I O N E S 7 5 , V E R A N O 1 9 9 8 , V O l . X I X

C h a n t a l C r a m a u s s e lEL C O L E G I O D E MI C H O A C Á N / U N A M

os textos geográficos que circularon en Europa durante

L eí siglo xvi recogieron, desde épocas muy tempranas, crónicas e informaciones acerca de los descubrimientos realizados en el septentrión novohispano. Eventos como el descubrimiento de Zacatecas o la exploración

y conquista del Nuevo México, fueron consignados en las grandes des­cripciones del Nuevo Mundo realizadas en aquellas épocas. Sin embar­go, la información de ese modo recopilada, resultó con frecuencia fan­tasiosa o inexacta y lo que llegó a saberse en el viejo continente, acerca del norte novohispano en particular, muy poco tuvo que ver con la reali­dad. Durante los siglos xvn y xvm, el conocimiento de la geografía del septentrión no mejoró mucho. Sólo trascendieron los lugares situados en el llamado camino real de tierra adentro, que fue de hecho la única vía de importancia que ligó a la capital del virreinato con el lejano sep­tentrión.1

En contraste, los vastos espacios que se abrían tanto al occidente, como al oriente del camino real, permanecieron en buena medida igno­tos y, de hecho, no se pudieron cartografiar con relativa exactitud, sino hasta fines del siglo xix. Con el tiempo, sin embargo, se fue precisando paulatinamente la latitud aproximada de algunos de los sitios más im­portantes de aquellas zonas, en particular la de las capitales provincia­les y si acaso, la de los grandes y más afamados centros mineros. La de­terminación precisa de la longitud de la mayoría de ellos, tomaría aún mucho más tiempo. A falta de otros ingredientes que añadir a sus car­tas, los cartógrafos, incluso después de la Independencia, no tuvieron opción para singularizar aquellos espacios casi vacíos, que recurrir una y otra vez a la geografía del septentrión que se gestó a lo largo del sigloxvi.2

1 Chantal Cramaussel, "Historia del Camino Real de Tierra Adentro de Zacatecas a

El Paso del Norte", M em or ia s del P r im er Coloquio Internacional El C am ino Real de Tierra A d en tro H is to r ia y C u ltu ra , Chihuahua, INAH-National Park Service, 1997 pp. 11-33

2 Desde los inicios del periodo colonial, las inexactitudes en la determinación de las

latitudes y en especial, las de las longitudes, fueron siempre muy comunes en la carto­

grafía consagrada a estas regiones. A pesar de que los problemas técnicos relacionados

con el cálculo de las longitudes habían sido finalmente resueltos desde fines del siglo de

Los españoles dominaron durante tres centurias el territorio ameri­cano pero, paradójicamente, no fue a partir de España ni de las Indias que se difundió el conocimiento geográfico y cartográfico de esta parte del mundo. Por temor a alguna invasión extranjera, la Corona española prohibió, desde fines del siglo xvi, divulgar descripciones de las tierras descubiertas; escasas fueron, a partir de entonces, las noticias que llega­ron hasta los grandes centros cartográficos europeos y en particular a los que se desarrollaron, a partir de mediados del siglo xvi y durante todo el siglo xvn, en el norte del viejo continente.3 No les quedó más re­medio a los científicos franceses, flamencos, holandeses e ingleses, que referirse una y otra vez, y hasta la saciedad, a los antiguos relatos de la conquista, que eran los únicos publicados.4 Poco más o menos lo mismo sucedió en el ámbito de la cartografía; durante muy largo tiempo, las cartas generales de América producidas en el norte de Europa siguieron

las luces, siguieron presentándose crasos errores en su estimación, lo mismo que en el las

latitudes, incluso durante el siglo xix: existe, por ejemplo, un error de un grado en la la­

titud de El Paso en el mapa de Alejandro de Humboldt de 1811: Chantai Cramaussel, "El

mapa de Miera y Pacheco de 1756 y la cartografía temprana del sur del Nuevo México",

E stu d ios de h is tor ia novohispana 13, diciembre 1993, pp. 73-92. Jean de Monségur, en 1703,

declaraba: "primero convendría al servicio del Rey y al bien del Estado el tener un

conocimiento más exacto de los climas y de la situación de cada provincia, de su exten­

sión y límites, de su latitud y longitud [...] Las relaciones que han sido escritas acerca de

esto son todas distintas y se contradicen unas a otras": Las nu eva s m em orias del capitán Jean de M o n sé g u r , edición e introducción de Jean-Pierre Berthe, México, u n a m , 1994, p. 123.

3 Belén Rivera Novo y Luisa Martín-Meras, C uatro sig los de cartografía en A m érica , Madrid, Mafre, 1992, cap. iv: "La cartografía centroeuropea y su proyección americana.

Siglos xvi y xvn", pp. 103-136 y 145-152: "Las dos principales instituciones del siglo: La

Academia de Ciencias de París y la Real Sociedad de Londres. A principios del siglo xvi,

las primeras escuelas de cartografía fueron las de Nuremberg, Rhineland, Viena y Saint-

Dié, en Alsacia pero se vieron muy pronto eclipsadas por las de Amberes y Amsterdam.

En esos centros fueron editados los atlas de Mercator-Hondius, Blaev, Vissscher y de Wit.

Los primeros atlas mundiales fueron publicados en Francia a principios del siglo xvn y

los cartógrafos más destacados fueron Nicolas Sansón d'Abbeville y Guillaume Delisle.

En Inglaterra, los primeros atlas generales fueron elaborados en la segunda mitad del

siglo xvii. Para una historia de la cartografía europea, véase también: Lloyd A. Brown,

The S to r y o f M a p s , New York, Dover Publications, 1977 (primera edición: 1949).

4 Como lo hizo notar Jean-Pierre Berthe en su introducción a: Le M ex iq u e à la f in du x v u è m e siècle, v u p a r un Italien, G em elli C arreri, Paris, Calmann-Lévy, 1968, pp. 11-12.

basándose también en los primeros mapas de las Indias, sin que sus autores fueran capaces de distinguir los rasgos de la geografía mítica, que se generaron desde aquel entonces, de lo que pertenecía a la reali­dad. En contraste, las obras de los cosmógrafos nombrados por la Coro­na española se fueron quedando rezagadas en los archivos de la penín­sula, y poco contribuyeron al desarrollo del conocimiento geográfico del nuevo continente. Nos consagraremos a lo largo de las siguientes páginas, a analizar de qué forma el saber geográfico acerca del norte no­vohispano fue cayendo en este estancamiento a lo largo de los siglos xvi y xvn, y nos centraremos más especialmente en el estudio de un caso preciso: el de la Nueva Vizcaya, dilatada provincia fundada en 1562, y que englobaba gran parte del septentrión novohispano.5

La información publicada en Europa acerca

de la N ueva V izcaya y su difusión

El primer gran texto publicado en el que se alude al norte de la Nueva España fue el de Francisco López de Gomara.6 Este autor menciona, en 1552, las tierras de la Florida, Cíbola y Quivira de donde, afirmaba, ha­bían partido los aztecas en su peregrinar; se creía por entonces que aquéllas eran tierras muy ricas, tanto, que podían compararse, e inclu­so con ventaja, a las del altiplano central. Gomara relata las expedicio­nes hacia el septentrión de fray Marcos de Niza (1538), Francisco Váz­quez de Coronado (1540-1542) y Hernando de Soto (1544), quienes se empeñaron en descubrirlas.7 La Historia general de las Indias de Gomara se difundió tan rápidamente en Europa que su .éxito alarmó al Consejo

5 Acerca de la historia general de esta provincia, el libro de referencia sigue siendo:

Guillermo Porras Muñoz, Iglesia y estado en N u eva V izcaya, México, u n a m , 1980.

b Francisco López de Gomara. H istoria general de las Indias, Zaragoza, A. Milán, 1552.

Traducción francesa: París, M. Sonnius, 1584, traducción inglesa: Londres, 1578.

7 Fray Marcos de Niza y Francisco Vázquez de Coronado alcanzaron el actual territo­

rio del suroeste de Estados Unidos; Hernando de Soto naufragó en las costas de la Loui-

siana. Para un resumen acerca de todas esas primeras expediciones españolas y france­

sas hacia el actual territorio estadounidense: David B. Quinn, N orth A m erica From Earliest

de Indias; la Corona consideró finalmente que no era conveniente divul­gar el desarrollo de las exploraciones en el continente americano y pro­hibió la reedición de la obra en 1553. A pesar de ello, sucesos como el naufragio y periplo de Alvar Núñez Cabeza de Vaca (este extremeño ca­minó desde la Louisiana hasta Sonora, de 1529 a 1536) así como los que rodearon el fracasado viaje de Francisco Vázquez de Coronado, en bus­ca del reino llamado de las Siete Ciudades, fueron pronto conocidos en toda Europa gracias al italiano Juan Bautista Ramusio, quien había leído a Francisco López de Gomara y tradujo al italiano, en 1554, cartas y do­cumentos de las expediciones anteriormente mencionadas.8 Su obra tuvo múltiples reediciones en varios idiomas durante los siglos xvi y xvii. El mismo año, la casa editorial Plantino, de Amberes, aprovechó el veto de la Corona española para reeditar en Flandes el libro de Francis­co López de Gomara ya que éste interesaba a un numeroso público y su éxito comercial estaba asegurado. Como puede verse, las restricciones impuestas por la Corona española no impidieron entonces del todo la difusión de noticias sobre sus posesiones indianas, pero sí consiguieron en cambio, que poco a poco, que la información que circulaba fuera per­diendo vigencia. Otros textos más, que hablaban del norte novohispa- no, aparecieron publicados ciertamente en la península durante la se­gunda mitad del siglo xvi. Sin embargo, se trataba con frecuencia de libros que no encerraban descripciones precisas de las nuevas tierras sino que evocaban más bien las desventuras de los conquistadores. Así, por ejemplo, en 1542 había salido ya a la venta en Zamora el relato com­pleto de la Relación de Alvar Núñez Cabeza de Vaca;9 este texto fue re­editado en Valladolid en 1555, mientras que la primera relación comple­ta acerca de la fallida expedición de Hernando de Soto hacia la Florida

D is c o v e ry to F irs t S e t t lem en ts . The N o rse V oyages to 16 12 , New York, Harper and Row, 1977,

pp. 137-289.8 Juan Bautista Ramusio, D elle n aveg azio n i e v ia g g i, Venecia, 1606 (primera edición

1554).

9 La relación que dio A lv a r N ú ñ e z C abeza de Vaca de lo acaecido en las Indias en la a m a d a p or d onde iba por g o bern ador Panfilo de N a rv á e z . D esd e el año de ve in te s iete y hasta el año de tre in ta y seis que v o lv ió a Sev illa con tres de su cam pañía . La segunda edición es de Valla­

dolid, 1555. Una edición moderna de Cabeza de Vaca de los N aufra g io s y com en tarios, se

encuentra en Espasa Calpe, Madrid, 1973.

fue publicada en 1557 en Lisboa por uno de los miembros de la tropa que participó en aquella empresa y que era originario de Evora, en Portugal.10

Sin embargo, las dificultades y sinsabores experimentados por per­sonajes como Vázquez de Coronado, Cabeza de Vaca y Soto, no hicieron olvidar en Europa la imagen del norte fraguada por López de Gomara y Ramusio, para los cuales el territorio septentrional guardaba inmen­sas riquezas aún no descubiertas. Estas imágenes un tanto idílicas del norte, generadas en el siglo xvi, no cesaron de atraer la atención de los lectores europeos a todo lo largo de la época colonial americana. El mí­tico septentrión novohispano recibió, tanto en España como en los de­más países del viejo continente, diversas denominaciones: Nueva Gra­nada,11 Tula,12 Topira,13 Cópala,14 Cíbola,15 la Florida,16 el Nuevo México,17

10 Relacam verdadera dos trabalhos cj'ho gobernador D on Fernando de Sou to y certos fidalgos por tugueses pasaron no descubr im en to de Frolida, Evora, 1557; consultamos la edición fran­

cesa, editada siglo después por: Gentilhomme d'Elvas. H isto ire de la conquéte de la Floride, traducida por Edmé Couterot, París, 1669.

11 Este nombre es el que le dio Francisco Vázquez de Coronado al país mítico.

Granada había sido el último reducto de los musulmanes en la península ibérica y Váz­

quez de Coronado quería someter al último gran reino infiel en las Indias. Juan de Oñate,

en 1600, bautizaría también con el nombre de Santa Fe, la capital del Nuevo México,

como Santa Fe de Granada, en España.

12 Tula o Tullan es uno de los lugares en los que se dice, descansaron los aztecas en

su peregrinación hacia el Anáhuac; se situaba, según Gomara, más allá de Jalisco y

arguye, igualmente, que los aztecas habrían dejado este lugar en 720 d.c: H istoria de M éxico , con el descub r im ien to de la N u e v a E spaña, Amberes, Plantino, 1554, p. 299.

13 Véase más adelante.

14 Véase más adelante el significado de este nombre.

15 Los españoles llamaron cíbolos a los bisontes de las llanuras norteamericanas, se

confundiría también Cíbola con las siete ciudades míticas del septentrión: Enrique Gan­

día, La historia crít ica de los m itos en la conquista de A m érica , Madrid, 1952, cap. 5, S. Clis-

sold, The Seven C ities o f C íbola, Londres, 1961. En la relación de fray Marcos de Niza de

1568, publicada por Juan Bautista Ramusio, op. c it., t. m, p. 297, se afirma que los indios

conocían tan bien Cíbola como se conocía México en Nueva España y Cuzco en el Perú.

16 La Florida es desde el principio de la conquista un lugar mítico en el que se creía

encontrar la fuente de la juventud: Davis T. Frederick, "Juan Ponce de León's Voyages to

Florida", The Florida H is tor ica l Q u a r te ly 14,1935, pp. 5-70.

17 Es el nombre que le da ya José de Acosta en su H istoria natural y moral de las Indias O rien ta les y O cciden ta les , Sevilla, 1590; la primera edición en latín data del año anterior.

o Quivira.18 Esta multiplicidad de nombres contribuyó ciertamente a asegurar la supervivencia del mito de un norte novohispano, en el cual se escondían reinos aún ignorados, pero de gran riqueza. De hecho, muchas de estas denominaciones surgieron del propio proceso de con­quista de aquellos territorios; con frecuencia, los exploradores y conquistadores trataban de expresar y hacer cristalizar sus esperanzas, bautizando con nombres pintorescos y legendarios las ignotas regiones que iban alcanzando. Al paso del tiempo y ante la conciencia de que la riqueza de las tierras descubiertas no estaba a la medida de sus expec­tativas, otras nuevas regiones, cada vez más alejadas, entraban en esce­na alimentando la toponimia de este mítico norte opulento, nunca alcanzado.19

En Nueva Vizcaya, aparecieron desde el principio de la Conquista nombres que tenían su origen en la leyenda: Topia y Cópala. En 1562, Francisco de Ibarra partió de Zacatecas con rumbo al norte al mando de una hueste conquistadora, cuyo objetivo era descubrir un reino de gran riqueza llamado Cópala, Copalla o Copaha. Ya Hernando de Soto, años antes en la Florida, había también pretendido descubrir una laguna de este mismo nombre, la cual, se decía, estaba llena de oro y había sido el punto desde donde los aztecas emprendieron su migración hacia el sur.20 Según la leyenda, un gran río conducía a esta laguna y no fue por

Acosta afirma que los aztecas llegaron de tierras alejadas en las que se ha descubierto un

reino que llaman Nuevo México; este reino comprende dos provincias, la de Aztlán y la

de Tulculhuacan. Este libro tuvo múltiples ediciones en francés: 1598,1600,1606,1616.

18 Q u iv ir a significa "grande" en árabe.

19 Cesáreo Fernández Duro realizó un estudio completo acerca de este tema: D on D ieg o de Peñalosa y Q u iv ir a , Madrid, 1882. Desgraciadamente, no ha habido ninguna re­

edición moderna de este importante libro.

20 La explicación del nombre de Cópala es dada por Jerónimo de Zárate Salmerón en

las Relaciones del N u e v o M éx ic o , escrito en México, en 1629. Este texto no se publicó pero

circulaba, lo menciona a fines de siglo Antonio de Betancurt en la C rón ica de la provincia del san to evangelio de M éx ic o , México, 1697. La laguna de Cópala es también citada en La F lorida del inca Garcilaso de la Vega (primera edición: Lisboa, Crassbeck, 1605, primera

edición en francés: París, G. Clouzier, 1670), México, fce, 1966, p. 305 y por Baltasar Gon­

zález de Obregón, H is to r ia de los descu b r im ien tos a n tig u o s y m odern os de la N u e v a España

(1584), México, Secretaría de Educación Pública, 1924, op. cit. , pp. 39-43: Ibarra partió al

"descubrimiento y conquista del Nuevo México, entonces llamado Cópala".

casualidad que, anhelando encontrar en los territorios por él recorridos algo que se asemejara con esa referencia mítica, la primera región des­cubierta por Francisco de Ibarra fuera la que hoy conocemos como La Laguna, cuenca endorréica en donde desemboca el río Nazas.21 Sin embargo, los indios que vivían en las riveras de esa laguna no eran tan civilizados como los que se mencionaban en la leyenda, e Ibarra decidió entonces remontar el curso del Nazas hacia la sierra Madre Occidental, cuyas cumbres identificaba con las montañas de Teguayo, en las cuales nacía el río legendario. Ya en pleno corazón de la sierra, el primer gran pueblo descubierto por Ibarra y sus huestes, parece recordarles la riquí­sima ciudad llamada Topira, o Topiza que decía haber descubierto Mar­cos de Niza en 1538 y lo bautizaron con el nombre de Topia.22 Afirmaba Ibarra en el relato de su conquista, haber quedado deslumbrado por la riqueza de ese pueblo, al cual llamó en un primer momento "la otra Te- nochtitlán,/ y cuya conquista emprendió de inmediato a sangre y fuego. A la postre Topia no resultaría ser, en realidad, sino un poblacho, cier­tamente de buen tamaño, pero que ni con mucho se acercaba a lo que él había pretendido encontrar. Sin embargo, tal fue la fuerza del relato de su supuesta conquista y la disposición del virrey para creer en la posi­bilidad de encontrar grandes riquezas en aquellas regiones, que a raíz de este descubrimiento, Luis de Velasco el viejo le confirió a este capitán derechos de conquista sobre esos territorios. Poco después, el rey otor­gaba a Francisco de Ibarra el título de "gobernador de las provincias de Cópala en Nueva Vizcaya".23 A pesar de la decepción sufrida por Ibarra y su gente al tomar por las armas el poblado de Topia, siguieron bus­

21 Esta explicación había sido avanzada ya por Pablo Martínez del Río, La comarca lagunera a fines del s ig lo x v i y princ ip ios del sig lo x v n según las fu en tes escritas, Instituto de

Historia, México, 1954, p. 21.

22 Henry Ternaux-Compans. V oyages, relations et mémoires or ig inaux p o u r serv ir à l'h is­toire de l 'A m ériq u e , Paris 1837-1841, t. ix, carta de Francisco Vázquez de Coronado del 8

de mayo de 1539; Coronado sitúa Topia al norte de Culiacán.

23 Archivo General de Indias (ag i, en adelante) Patronato 73, núm. 1, Relaciones de

méritos de Francisco de Ibarra. Diego de Ibarra, en 1579, Hernando de Bazán, en 1585,

Rodrigo del Río, en 1589 y Diego de Velasco, en 1592, recibieron todavía el título de "go­

bernadores de Cópala, Nueva Vizcaya y Chiametla": AGI, Indiferente General 416. En el

siglo xvii, Gaspar de Alvear fue todavía nombrado "gobernador de la Nueva Vizcaya, de

cando en vano, durante tres años más, el reino legendario que pensaban se ocultaba en el septentrión. Cópala dejó de ser, con el tiempo, el nom­bre general de la nueva gobernación en provecho del de Nueva Vizcaya, pero se seguiría llamando Cópala24 a la parte oriental de la jurisdicción durante el resto del siglo.

En Europa, las expediciones de Ibarra pasaron desapercibidas. Para esas fechas, la Corona española se mostraba cada vez más reacia a dar a conocer descripciones del nuevo continente; la Geografía y descripción universal de las Indias Occidentales, escrita en 1574 por el cosmógrafo real Juan López de Velasco, no se publicó,25 ni se editó tampoco la versión aumentada de la obra de Gonzalo Fernández de Oviedo, la cual com­prendía un quinto capítulo consagrado a la Florida, Cíbola y Quivira.26 Entre 1562 y 1567, se verificó una corta ocupación francesa en la Florida y el gobierno español, ante el desconocimiento imperante acerca de las dimensiones reales del continente,27 comenzó a temer una posible inva­sión del recién conquistado y todavía mal explorado septentrión novo­hispano. Por una real cédula expedida en 1582,28 se prohibió, finalmente, la reedición de textos antiguos relativos a la Conquista, así como la en­trada a imprenta de nuevas descripciones de las tierras americanas.

las provincias de Cópala y Sinaloa": a g í, México 28, núm. 46 G. El nombre de Nueva Viz­

caya recuerda la tierra natal de Francisco de Ibarra, oriundo de Durango, en el país vasco.

24 En 1570, todavía, Bartolomé de Arrióla, en sus relaciones de méritos, afirmaba

haber sido nombrado "Contador del nuevo reino de Cópala": a g í, México, 211. Sin em­

bargo, algunos pensaban que el reino de Cópala no se había descubierto aún: Antonio So-

telo de Betanzos pidió en 1566 una nueva capitulación para emprender la conquista:

" [...] teniéndose entendido ser la noticia que se tenía de Cópala de donde salieron los

mexicanos a poblar México [...]:" documento núm. 574, publicado por Fernando del Paso

y Troncoso: E pisto lario de la N u e v a E spaña, México, Antigua Librería Robredo, 1938-1942.

25 Juan López de Velasco. Geografía y descripción un iversa l de las Indias O ccidentales (1574), Madrid, Fontanet, 1894.

26 H is to r ia g enera l y n a tu ra l de las Indias , islas y tierra f irm e del M a r O céano (1535), Ma­

drid, Real Academia de la Historia, 1852, Introducción de José Amador de los Ríos. La

primera edición en francés data de 1556 (París, M. de Vascosan).

27 Véase más adelante.

28 Esta real cédula es citada por Georges Baudot, en U topía e h istoria en M éxico . Los p r im eros cron istas de la c iv il ización m exicana (1 5 2 0 -1 5 6 9 ) , Espasa-Calpe, Madrid, 1983; este

autor dedica el capítulo ix de su libro a "La confiscación de las crónicas mexicanas y la

prohibición de los trabajos etnográficos" (pp. 471-503).

Otros países europeos con pretensiones expansionistas tomarían el relevo. Después de la instalación, en 1562, de colonos franceses en la Florida, surgieron varios textos en francés acerca de esta región.29 Los in­gleses, instalados ya en Virginia, se interesan también por la zona; en 1563, se tradujo al inglés el texto de Gomara de 1552 sobre la Florida, así como el texto de René de Laudionnére de 1586, editado en Londres al año siguiente y reeditado en 1589 y 1600. En Portugal, en 1605, salió de prensa La Florida, original de Garcilaso de la Vega,30 en la que se repro­ducen las relaciones de méritos de Gonzalo Silvestre, antiguo soldado de Hernando de Soto. Llama la atención, sin embargo, el que se hubiera otorgado un permiso real para llevar a cabo esta última publicación; ello se debió probablemente, a que se trataba de un episodio infortunado de la conquista y se pensó quizás que ello contribuiría más que nada a di­suadir a posibles aventureros que quisieran ocupar aquellos territorios. Pero, poco a poco el mito de las incontables riquezas y prodigios escon­didos en la Florida había ido diluyéndose. Desde fines del siglo xvi, las supuestas grandes riquezas escondidas en el septentrión fueron trasla­dándose, en las obras de cosmógrafos y otros eruditos, hacia las tierras del interior, hacia el occidente, en donde se hallaba lo que solía llamarse en aquel entonces "La Nueva México".31 La fama en Europa de esta su­puesta tierra de cocaña se debió, en gran medida, a Juan González de Mendoza quien, en 1585, publicó en Roma junto con una descripción de las tierras de Asia su Itinerario del Nuevo M undo , del cual aparecieron 38 ediciones en tan sólo 25 años.32 Este autor inmortalizó las expedicio­

29 Jacques Le Moyne, L'A m érique , París, 1564 (incluye comprende una historia ilustra­

da de la Florida); Nicolas Le Challeux, D iscou rs su r l'histoire de la Floride, Dieppe, 1566:

Basanier, H is to ire notable de la Floride, París, 1582; con el mismo títitulo aparece cuatro

años después el trabajo de René de Laudonnière, H isto ire notable de la Floride, París, 1586;

Lancelot Voisin, seigneur de la Popelinière consagra la casi totalidad del libro n de su

obra intitulada Les trois m ondes (Paris, Pierre l'Huilier, 1582) a la Florida.

30 El Inca Garcilaso de la Vega, op. cit.31 Como lo explico en La provincia de Santa Bárbara en N u e v a Vizcaya (1 56 3 -1 6 31 ), Ciu­

dad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1990, pp. 15-16. José de Acosta, op. cit. (1589), contribuyó también a fijar el nombre de Nuevo México o Nueva México.

32 Juan González de Mendoza, H istoria de las cosas más notables, r itos y costum bres de la G ran China con un itinerario del N u e v o M u n d o , Roma, 1585, libro m, pp. 299-332.

nes de Agustín Ruiz (1581) y de Antonio de Espejo (1583), quienes par­tieron de la provincia de Santa Bárbara, en Nueva Vizcaya (en el sur del actual estado de Chihuahua), y alcanzaron las tierras de los indios pueblo en el alto río Bravo. En 1586 y 1587 se tradujo el Itinerario respec­tivamente al francés y al inglés. En 1586 también, la relación de Antonio de Espejo fue impresa en francés y al año siguiente en inglés (Londres, T. Cadaman).33 Apuntemos, por otra parte, que la somera descripción de la Nueva Vizcaya que se ofrece en el texto de Juan González de Mendo­za es básicamente errónea,34 aunque hay que añadir que ello se debe, sobre todo, a que sólo se hace mención de esa nueva provincia, funda­da en 1562, por haber sido el punto de partida de las expediciones hacia el Nuevo México, sin que mereciera ningún otro comentario lo demás que había en ella. No se hallaba tan desencaminado, en realidad, Gon­zález de Mendoza, respecto al juicio que se hacía de la Nueva Vizcaya, pues como lo anotaba Baltasar de Obregón, en su Historia de los descubri­mientos antiguos y modernos de la Nueva España, redactada en 1584,35 du­rante largo tiempo la Nueva Vizcaya no fue sino poco más que eso: un puesto de avanzada hacia la conquista de la Nueva México. Todos los conquistadores, comenzando por el propio gobernador de la Nueva Vizcaya, nos dice Obregón se hallaban constantemente en espera de in­tegrarse a algún grupo expedicionario y de partir al descubrimiento y conquista de aquella mítica provincia. Tal era la importancia que en aquel contexto se le daba a esa empresa que, de hecho, Obregón le con­sagró la mayor parte extensión de su crónica al Nuevo México, cerrán­dola con un relato pormenorizado de la expedición de Espejo de 1583 hacia este mítico territorio. Pero como sucedió con muchos de sus con­

33 Una traducción manuscrita se encuentra en la serie de documentos reunidos con

el objeto de preparar una invasión de las posesiones españolas en el septentrión, en la

época de Colbert: bnp, N o u v e lle s A ccju isit ions 2160, ff. 12-15.

34 Ibid., pp. 312-313. Al lado de la Nueva Galicia y de la Nueva Vizcaya aparece la

provincia de Guadiana, la cual nunca existió. A Durango, capital de la Nueva Vizcaya, se

le llamaba también a veces Guadiana, por el nombre del río en cuyo valle se había fun­

dado.

35 Baltasar González de Obregón, H is to r ia de los descu b r im ien to s a n tig u o s y m odern os de la N u e v a España (15 8 4 ) , México, SEP, 1938.

temporáneos, Obregón jamás recibió las autorizaciones necesarias de parte de la Corona para la publicación de su libro, el cual permaneció ignorado hasta el siglo xx. Como lo mencionaba ese autor, quizá con alguna exageración para llamar la atención de sus posibles lectores, las autoridades españolas no divulgaban noticias de las expediciones hacia el norte, porque era tan fuerte la atracción que ejercía el septentrión sobre los habitantes de la Nueva España, que la noticia del menor des­cubrimiento en esa dirección hubiera podido causar el despoblamiento general del altiplano central.36 En la Histoire universelle des Indes orientales et occidentales de Corneille Wytfliet (1597),37 se relatan los viajes de Francisco Vázquez de Coronado y de Espejo, a los que añade el de Drake, quien descubrió la Nueva Albión38 y la región de los Conibas, situadas en el noroeste del continente, y termina el autor su escrito con una historia de la Florida. De la conquista de la Nueva Vizcaya, no encontramos ninguna mención.

Desengañadas quizá porque las riquezas de la Nueva Vizcaya no re­sultaron ser lo que el mito había hecho esperar, las autoridades españo­las permitieron a principios del siglo xvn que se difundiera también la información acerca de la conquista de esa gobernación y sus tres provin­cias, entonces llamadas Nueva Vizcaya, Cópala y Chiametla. De ese modo, la Historia general de Antonio de Herrera, publicada en 1601, in­corporó la noticia de esos hechos, aportando así, por primera vez, datos verídicos acerca del norte novohispano y llamando la atención sobre su potencial minero. Sin embargo la información proporcionada por este autor provenía de la descripción inédita de Juan López de Velasco (1574) y remontaba, por lo tanto, a los setenta del siglo xvi: Herrera señalaba, por ejemplo, la riqueza de las minas de Santa Bárbara, las de

36 Ibid., Baltasar de Obregón, op. c it., cap. 5: "Causas porque han sido ocultados los

descubrimientos nuevamente hallados".

37 Fue publicada por primera vez en Londres en 1597, y reeditada en 1605 en inglés

en la misma ciudad así como en francés en Douai por François Fabri. Consultamos la edi­

ción francesa.

38 Había leido quizá Principal!. N a v iga tion s de Richard Hackluyt, publicada en Lon­

dres en 1589.

San Juan, y de Indé cuando en la fecha en la que se publicó la Historia general,39 San Juan se hallaba reducido a una sola hacienda mientras que Santa Bárbara e Indé estaban despoblados.40

La obra de Antonio de Herrera sería la última historia general de las Indias Occidentales escrita por un español: para mediados del siglo xvn el vacío editorial llegó a tal grado, que los propios estudiosos origina­rios de la península ibérica comenzaron a referirse a libros escritos en Francia, en Flandes y en Inglaterra, acerca de las Indias Occidentales.41 En España, sólo tres textos se publicaron, a lo largo del siglo xvn, acer­ca del Nuevo México, provincia otrora célebre; éstos fueron los de Gas­par de Villagrá (1610), Francisco de Benavides (1630) y fray Esteban de Perea (1632).42 Sin embargo, la esperanza de encontrar un grande y rico reino en el septentrión no se desvaneció por completo, a partir de esas fechas aparecieron en las remotas e ignotas inmensidades del norte otros reinos legendarios, como los de Quivira y de Cíbola, herederos de dos de los nombres con que se llamó originalmente a la Nueva México, pero que fueron situados mucho más al norte. Un tercero fue el de Anián,

39 Antonio de Herrera y Tordesillas, H is to r ia general de los hechos caste llanos en las islas y tierra f irm e del m a r océano, Madrid, 1601, reedición: Tipografía de archivos, Madrid,

1936, década viii, lib. x, cap. 23-24. Este libro fue publicado varias veces en español, de

1601 a 1615, en francés en 1622,1659 y 1671, en latín en 1622,1623 y 1624: Jean-Pierre

Berthe, en su introducción a Le Mexique a la fin du xvnéme siécel..., op. c it., p. 11.

40 Chantal Cramaussel, La provincia...

41 Es el caso, por ejemplo, de Juan Diez de la Calle, quien en su edición ampliada e

inédita de 1659 Las noticias sacras y reales de los dos im perios de las Indias O cciden ta les de la N u e v a España (primera edición, Madrid, 1646), dice haber consultado a Jan Laet, a Janse-

nius y a Mercator, tres flamencos.

42 Gaspar de Villagrá redacta un poema épico llamado La H is to r ia del N u e v o M éxico , Alcalá, 1610; Francisco de Benavides publica una relación en latín en la que sitúa Quivira

en el noroeste del continente como Francis Drake (B enavides M em o r ia l o f ! 6 3 0 , traducido

por Peter P. Forestal, ed. Cyprian J. Lynch, Washington, D.C., Academia of American

Franciscan History, 1954) y fray Esteban Perea escribe en 1632 la Verdadera relación de la g ra n d ís im a conversión que ha habido en el N u e v o M éx ico , Sevilla, 1632. La relación de Bena­

vides es citada por Jan Laet, en la edición francesa de su libro intitulado: H is to ire d u N o u - veau M o n d e ou descr ip tion des Indes O cciden ta les , Leiden, 1640 (primera edición Leiden,

1625, segunda edición en latín: París, 1633). Se volvió a publicar esta obra en francés,

París, G. Pelé, 1643.

nombre dado también al imaginario estrecho marítimo, situado en el ex­tremo norte del continente y que se suponía comunicaba al Pacífico con el Atlántico.43 Por su parte, la expedición de Juan de Oñate a la conquista del Nuevo México (1598-1600) fue conocida en Europa gracias sobre todo a la crónica de Luis de Tibaldo, que publicó el inglés Samuel Pur- chas, en 1625, junto con la antigua colección de textos sobre el Nuevo Mundo, compilada por su maestro Richard Hackluyt.44

En 1645, aparece por fin el primer libro consagrado a la Nueva Viz­caya; se trata de la Historia de los triunfos de nuestra santa fe entre gentes las más bárbaras y fieras del nuevo orbe, pero esta obra, escrita y publicada en México por el provincial de la orden de los jesuítas, está dedicada prin­cipalmente a hacer la apología de la labor de las misiones fundadas por su congregación en Sinaloa y Sonora. Por su estilo apologético y su pe­culiar estructura discursiva, es un texto del cual muy difícilmente se po­dría obtener una imagen más o menos coherente acerca del territorio y la vida en el septentrión novohispano.45 A ello debemos agregar que, quizá por haber sido publicado en México, el libro parece haber circula­do muy poco: no hemos encontrado referencia alguna al mismo en tex­

43 Pero no por ello se renunció a su descubrimiento: en 1608, el rey prohibió al go­

bernador del Nuevo México enviar expediciones hacia el norte de su gobernación, en pe­

ligro de despoblarse: George Hammond y Agapito Rey, Juan de O ñate , F irst C olonizer of N e w M ex ico , New Mexico University Press, Albuquerque, 1940,, 1.1, pp. 1065-1067: "The

king to the viceroy Velasco, suspending the discovey and exploration of New Mexico"

(13 de septiembre de 1608). En 1662, otro gobernador llamado Diego de Peñalosa, partió

de Santa Fe hacia Quivira con mil indios; afirmó haber descubierto Quivira, al noreste

del Nuevo México, en una región muy fértil y cuyas riquezas mineras eran inagotables.

Como la Corona española no quiso darle una capitulación para el descubrimiento de

Quivira, Peñalosa ofreció sus servicios al rey de Francia pero no obtuvo nada de la Co­

rona francesa tampoco. Sin embargo, su fantástico relato que situaba Quivira más cerca

de la Louisiana motivó la expedición francesa de La Salle en 1680: E. T. Miller, "The con­

nection of Diego de Peñalosa with La Salle expedition", Texas Sta te H is torica l A ssocia tion

Q u a te r ly 5, octubre 1901, pp. 97-112.

44 S.H. Purchas, H a k lu y tu s P o s th u m u s or Purchas his p ilg r im s , 4 vols., Londres 1625.

45 Andrés Pérez de Rivas, H istoria de los triunfos de nuestra santa fe entre las gen tes más

bárbaras y fieras del N u e v o O rbe, México, Layac 1944. Sobre su estructura discursiva ver:

Guy Rozat, A m érica im perio del demonio. C uentos y recuentos, México, Universidad Ibero­

americana, Departamento de Historia, Serie Historia y Grafía 3, 1995.

tos de otros autores. Doce años después, en L'Amérique en plusieurs curtes nouvelles et exactes et divers traités de Géographie et d'Histoire,46 Nicolás Sansón d'Abbeville describe sucintamente la audiencia de Guadalajara (la cual incluye las gobernaciones de Nueva Galicia y Nueva Vizcaya) pero no añade nada nuevo al texto de Antonio de Herrera de 1601, quien continuaría siendo la principal referencia, hasta entrado el siglo xvm.

Datos nuevos, pero casi por completo fantasiosos acerca de la Nue­va Vizcaya aparecerían en 1680, después de la expedición francesa de La Salle en el Mississippi, quien situaba Quivira no como Drake al noroeste del continente sino al noreste. Según el religioso Louis Hennepin,47 quien había participado en esta expedición, la ocupación de Quivira por Francia permitiría una eventual invasión de las posesiones españolas al norte del virreinato de la Nueva España. Hennepin hizo creer en Fran­cia que las minas de Santa Bárbara, las cuales situaba en el Nuevo Mé­xico, eran de una riqueza comparable a las más celebres conocidas por entonces en el Nuevo Mundo; intituló su texto Nuevo viaje al un país más grande que Europa, con reflexiones acerca de las empresas del señor de La Salle, y sobre las minas de Santa Bárbara, enriquecido de un mapa.48 Desde luego, la realidad era muy distinta, para esas fechas las vetas de Santa Bárbara se encontraban nuevamente despobladas y la región entera atravesaba por una prolongada crisis minera. Es interesante constatar, entre parén­tesis, cómo este autor no se refiere a las minas de Parral que habían sido muy ricas a lo largo de todo ese siglo, sino a las de Santa Bárbara, cuya fama databa de la época de la conquista de ese territorio.49 Este imagi­

46 París, 1657, cap. 6: "Il ne si parle point de villes en la Nouvelle-Biscaye, mais seule­

ment d'excellentes mines d'argent à San Ien [Juan], à Sainte-Barbe, et à Endes [Indé], que

l'on estime les meilleures: et ici les Espagnols n'occupent que les mines". Estos datos se

refieren a los primeros años de la conquista, y son tomados de Antonio de Herrera, como

explicamos anteriormente.47 Louis Hennepin, N o u ve lle s décou vertes d 'u n très g r a n d pa y s s i tu é dans l 'A m ériq u e entre

le N o u v e a u -M ex iq u e et la m er glaciale , Paris, 1683.

48 Este es el título de la edición española de Sebastián de Medrano, Bruselas, Lamber­

to Marchant, 1699.

49 Chantai Cramaussel, Peu p ler la frontière. La p ro v in ce de San ta Barbara (M exique) aux

x v iè m e et x v u è m e siècles, Tesis doctoral, Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales,

Paris, 1997. Edición en español en preparación en El Colegio de Michoacán.

nativo texto fue traducido a varios idiomas y conocido en todo el norte de Europa (Nuremberg, 1689, Bremen, 1690, Utrecht, 1698, Amsterdam 1698,1704 y 1711), ya que al negarle su apoyo la Corona francesa para realizar una nueva expedición, Louis Hennepin propuso sus servicios a Holanda,50 país donde murió estando aún en el exilio. El texto de Hen­nepin y la carta que lo acompañaba, fueron retomados por muchos otros autores, entre los que se encuentra Sebastián Fernández de Medra- no, quien preparó una reedición de Hennepin en Bruselas en 1699. Antonio de Herrera aludía ya 82 años antes a las minas de Santa Bárbara y señalaba la riqueza minera de la Nueva Vizcaya, de modo que los cos­mógrafos no dudaron en reconocer en el texto de Hennepin la confir­mación de los datos proporcionados por Herrera, fuente de referencia por excelencia para el norte novohispano. A pesar de que el relato de Hennepin y su descubrimiento de Quivira hacían albergar fuertes du­das acerca de su veracidad, Francia comenzó a interesarse por la Nueva Vizcaya. En 1684, el gobierno de Colbert concibió incluso un plan para invadir la provincia, en el cual se especificaba que la primera plaza a tomar por las armas sería la del Parral (que ya no la de Santa Bárbara).51 Se creía entonces que la provincia de la Nueva Vizcaya se encontraba muy pobremente defendida y que los criollos, quienes sufrían el des­precio de los peninsulares, podrían aliarse fácilmente con los invasores. Por otro lado, se contaba con el hecho de que Francia podía ofrecer a los pobladores productos mucho más baratos que los que llegaban a América desde España. En cuanto a los indios, maltratados como esta­ban por los conquistadores, no se dudaba que sería fácil ganarlos para la causa francesa. El plan no se llevó a cabo, pero se sabe gracias a esos documentos conservados en la Biblioteca Nacional de París, que el go­bierno francés se había informado bastante bien de la situación que

50 Los holandeses se habían instalado en la isla de Manhattan en 1624 y tenían tam­

bién miras expansionistas en América: J. F. Jameson, N a rra tives o f the N e th erla n ds , 1609- 1663 , New York, 1909.

51 Bibliothèque Nationale de Paris (bnp, en adelante), Collection C lairam bault 1016

(1684), Papeles de Colbert, f. 164. El plan se intitula: "S'il est avantageux de s'emparer des

pays que les Espagnols possèdent en Amérique". Esos documentos han sido publicados

por Louis Margry, R elations et mém oires inédits , París, 1867, pp. 5-36.

guardaba la provincia: se menciona incluso la producción de las minas de Parral (doscientos mil marcos) cifra concordante con la que se verifi­caba a mediados de ese siglo.52 Sería interesante averiguar de qué me­dios se sirvió el gobierno francés para adquirir noticias frescas acerca del norte novohispano, en una época en que, en España, esa clase de in­formación se quedaba en los archivos de la Corona y ni los propios estu­diosos españoles tenían acceso a ella.

Gracias a Hennepin, el septentrión novohispano despertó a la postre un cierto interés entre el público instruido de Europa. Se reeditó el texto del gentilhombre de Elvas (miembro de la expedición de Hernando de Soto a la Florida en 1544) en Londres en 1686, y en París en 1685 y 1687, mientras por su parte, M.D. Citri de la Guette publicó una nueva histo­ria de la Florida en 1685: Histoire de la conquéte de la Floride par les Espag- nols sous Ferdinand de Soto. Esta ola de curiosidad se apoyaba en parte en el hecho de que los estudiosos imaginaban que el gobierno francés intentaba mantener en secreto algún gran descubrimiento, quizá sin precedentes, realizado en el norte novohispano. A pesar de que La Salle había desmentido las afirmaciones de Louis de Hennepin acerca de la gran riqueza de la Nueva Vizcaya, los estudiosos no dejaron de dar cré­dito al relato de este último.53 El engaño duraría todavía unas décadas más, pero en 1697, el inglés Lionnel Waffer consignaba ya por primera vez en un descripción general del continente, publicada en Inglaterra, la existencia del real de Parral, fundado en 1631. Es posible que este autor recibiera información más al día aunque no sabemos por qué vía,54 el hecho es que ignora mucho de lo afirmado por Hennepin, y en cuanto a las "famosas minas de Santa Bárbara" explica que sólo son de plomo.55

52 Ibid.53 Véase, por ejemplo, M. Joutel, Journal h is tor ique , París, 1713, Introducción: "On

avoit souvent entendu parler de ces riches mines de Sainte-Barbe dans le Mexique, et on

estoit tenté de les aller visiter". En la introducción de su propio libro, Hennepin acusaba

a La Salle de querer ocultar el pretendido gran descubrimiento de Quivira.

54 Quizá supo de los escritos del padre Kino, cuyo mapa del norte de la Nueva Espa­

ña se difundió unos años después en Europa: véase más adelante.

55 Lionnel Waffer, Les vo ya g es de Lionnel Waffer c on ten a n t une d escr ip tion très exacte de l ' is th m e de l'A m é r iq u e e t de tou te la N o u ve lle -E sp a gn e , Paris , 1699 (primera edición: Londres

1698), pp. 331-398.

LA CARTOGRAFÍA

Aunque existen algunas vagas referencias acerca de cartas geográficas de origen indígena, producidas durante los primeros años de la Con­quista, en donde se representaba el septentrión, ninguna llegó hasta nosotros. Baltasar de Obregón, afirmaba, por ejemplo, que Hernán Cor­tés habría descubierto una pinturas de ese tipo en el 'tesoro' de Mocte­zuma, aunque, desde luego, nada semejante pudo ser localizado.56 El único documento conocido de este tipo y que se conserva hasta el pre­sente, se encuentra en el Archivo de Indias; se trata de una carta cono­cida como "del náhuatl",57 que mandó hacer en México, probablemente a principios del siglo xvn, el factor Francisco de Valverde, basándose supuestamente en indicaciones proporcionadas por un nativo. En ella, aparece el camino hacia el Nuevo México, que pasa por Zacatecas y San­ta Bárbara, siguiendo la ruta que siguió el adelantado del Nuevo Méxi­co, Juan de Oñate, entre 1598 y 1600. Se trata de un mapa sumamente escueto, no está representado ningún poblado entre Zacatecas y Santa Bárbara, y al norte de este real de minas sólo se indican los principales ríos que atraviesan las llanuras: Conchos, Nombre de Dios y Grande del Norte. Además del anterior, existió el mapa que dice haber compuesto el cosmógrafo real Francisco Domínguez en sus informaciones de méri­tos, pero que no incluyó en ellas; supuestamente, se encontraba acom­pañado también de una descripción general del septentrión.58

De cualquier forma, es poco probable que de haber existido esos ma­pas, hubieran podido salir de los archivos españoles para ser consulta­dos. Ante la falta de materiales, la cartografía dedicada a las posesiones españolas en Indias debió casi siempre ser elaborada a partir de fuentes y documentación de segunda mano, las más de las veces, muy poco fi­

56 Baltasar de Obregón, op. c it., p. 15, afirmaba que Hernán Cortés había descubierto

una de esas pinturas en el tesoro de Moctezuma.

57 agí, México 50 (1601?); este mapa ha sido publicado varias veces: véase, por ejem­

plo, Luis Navarro García, D on José de G álvez y la comandancia de las provincias in ternas del norte de N u e v a E spaña, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1964, mapa 8.

Este libro contiene la mejor colección publicada de mapas antiguos (un total de 133 en

total), es muy completa en especial para el siglo xvm.

58 agí, Patronato 22, núm. 11, Informaciones de méritos de Francisco Domínguez.

dedignas. No es infrecuente encontrar consignados en los mapas de esa época, lugares y regiones que nunca habían sido en realidad explora­dos, pero de cuya existencia daban cuenta leyendas y consejas. Los car­tógrafos solían incluso adelantarse a los exploradores, representando en sus mapas, con toponimia y todo, regiones todavía ignotas, pero que los conquistadores del momento anhelaban descubrir. Es así como Alonso de Santa Cruz, por ejemplo, en una fecha tan temprana como la de 1536, situaba ya, en el septentrión novohispano, un reino llamado el Nuevo México, e incluía también del mismo modo el lago de los Conibas, al norte de la Florida.59 En 1608 todavía, Juan de Oñate, conquistador y fundador del Nuevo México, decidió enviar una expedición para des­cubrir ese supuesto lago.60

La Florida fue una de las provincias o regiones que con más frecuen­cia aparecieron en la cartografía temprana del Nuevo Mundo y con fre­cuencia se designó con ese nombre a toda la parte norte del continente.61 A partir de la tercera década del siglo xvi, sin embargo, poco a poco fue­ron apareciendo otros míticos reinos, ocupando los espacios septentrio­nales: Topira, Aztatlán, Ometlán,62 o Cibola.63 Al igual que en las obras

59 "Carta del seno mexicano, Tierra Firme y América del Norte sobre el Atlántico

(1536)", M a p a s españoles de A m érica , Madrid, 1951, p. 45. Recordemos que Oñate, poco

después de haber fundado el Nuevo México, en 1600, envía una expedición para descu­

brir el lago de los Conibas.

60 George Hammond y Agapito Rey, op. c it., 1.1, pp. 1065-1067.

61 Como en el "mapa anónimo de América" de 1530, publicado en Mapas españo­

les..., op. cit.; durante el siglo xvn aun la Florida llegaba, para muchos autores hasta el

actual estado de Texas y colindaba con el Nuevo México y la Nueva Vizcaya: véase, por

ejemplo, el mapa de Sanson d'Abbeville de 1656 (mapa núm. 11, publicado en Navarro

García, op. c it .) , el mapa español de Sebastián Fernández de Medrano de 1699 (mapa

núm. 17), o el de Delisle en 1703 (mapa núm. 20). A la postre se llamará a la región del

Mississipi Lousiana, y la Florida será reducida a los territorios situados al este de la Loui­

siana. Al norte de la Louisiana se ubicaba la Nueva Francia, la cual se extendía hasta el

Canadá (véase Delisle 1718, mapas 21 y 22).

62 "América central" (1530), bnp, C artes e t P la n s, Ge 7957; Ometlán sería una de las sie­

te ciudades fundadas por Francisco Vázquez de Coronado una década después, en algún

lugar del actual suroeste de los Estados Unidos.

63 Véase, por ejemplo, el mapa de Diez Saltieri (1566): Bibliothèque Nationale de

Paris, C artes et P lans, Ge B. 1699, este mapa está publicado en Miguel León Portilla, op. cit. , p. 75.

de historiadores y cronistas, en la cartografía, los lugares míticos se re­sistían a morir. A raíz de los fracasos de las expediciones hacia la Florida y del infructuoso periplo de Francisco Vázquez de Coronado en busca de la Nueva México, Alonso de Santa Cruz corrigió, en 1541, la posición de esa mítica provincia trasladándola hacia el este, al norte del actual Golfo de México, donde la colocó con el nombre de Quivira. En este mismo mapa la legendaria Tula, lugar en el que descansaron los aztecas en su peregrinación hacia el sur,64 se encuentra también cerca de la costa norte del golfo, mientras que Enrico Martínez, en 1587,65 la situaba al centro del continente, al norte de los últimos territorios explorados en la Nueva España, sobre las riberas de un gran río desconocido. Es proba­ble que este último autor se haya inspirado para esta localización en el relato de Antonio de Espejo de 1583, quien partió de Santa Bárbara y siguió el río Bravo para llegar al Nuevo México.66

En todos los mapas del siglo xvi, la Nueva Vizcaya, fundada en 1562, se encuentra simplemente ausente, eclipsada por los lugares míticos re­lacionados con el Nuevo México. Durante el siglo xvn, se sabe que se elaboraron cuando menos cuatro cartas generales del septentrión novo­hispano, pero ninguna se publicó en la época. La primera de las que se tiene referencia se diseñó en 1621, al establecerse la división entre los obispados de Guadalajara y de Durango, sin embargo ésta ha desapare­cido.67 El segundo mapa, que data de 1667, formaba parte de un proyec­to para el establecimiento de una línea de atalayas y presidios que ser­

M Tula es el nombre de un pueblo en la rivera de un río: José de Acosta, H isto ire naturelle e t morale des Indes ta n t orien tales qu'occidentales (primera edición Salamanca:

1589), Paris, Lyon Rompant, 1598, p. 326. Edición moderna: H istoria na tura l y moral de las Indias , fce, 1940. López de Gómora (1553), op. c it., p. 298 (en la edición de Amberes de

1554). "Tulla" se encuentra en La Florida, remontando el Mississipi, según Garcilaso de

la Vega, op. cit. , pp. 178-185.

65 Se conoce la edición de Messina, en Italia. El mapa se conserva en la universidad

de Austin.

66 F. Vindel, M a p a s de A m érica en los libros españoles de los sig los x v i al x v m (1 5 03 -1 7 9 8 ), Talleres Tipográficos de Góngora, Madrid, 1955, mapas núm. 9 (Santa Cruz, 1541) y 36

(Enrico Martínez, 1587).

67 Los funcionarios reales mostraron esta carta a varios vecinos de la Nueva Vizcaya,

a los cuales se solicitó su opinión acerca de la división territorial: a g í, Patronato 183, núm.

24 (1621).

viría para la contención de los indios de guerra de la región de Parral. Aunque este proyecto nunca cristalizó, la carta donde se mostraba la posible ubicación de las atalayas, existe todavía.68 También del siglo xvn, nos queda la carta construida por el cosmógrafo Carlos Sigüenza y Góngora en 1691, en donde se incluye el septentrión novohispano.69 En estos dos últimos mapas, aparecen por primera vez una multitud de to­pónimos que corresponden a pueblos reales de la Nueva Vizcaya y ofre­cen por lo tanto, información sumamente valiosa acerca de la geografía humana de aquellas regiones, sin embargo, ningún cartógrafo europeo tuvo acceso a ellas.70 El cuarto mapa se debe al padre Eusebio Kino quien recorrió la provincia de Sonora y en donde aparecen ilustrados gran cantidad de poblados de esa región; cabe anotar también, respecto a esta carta, que la California vuelve a ser aquí representada como una isla. La carta está fechada en 1696 y se intitula Teatro de los trabajos apos­tólicos de la compañía de Jesús en la América septentrional; contrariamente a los anteriores, este trabajo se divulgó con suma rapidez en el viejo con­tinente, debido a que el virrey de la Nueva España, duque de Escalona, lo envió directamente a la Real Academia de Ciencias de París. El cartó­grafo francés Nicolás de Fer lo retomaría de manera casi íntegra en su carta de 1705 de la California y del Nuevo México en la que aparece todo el norte de la Nueva España, desde la ciudad de México hasta San­ta Fe.71

68 Fue publicada por Guillermo Porras Muñoz en anexo de su libro: La frontera con los indios bárbaros de la N u e v a V izcaya en el s ig lo x v n , Banamex, México, 1980.

69 Francisco Vindel. op. d i . , mapa núm. 75; este mapa acompañaba la "Descripción de

esta parte de la América septentrional" (1691), conservada en la Real Academia de la

Historia, Colección Boturini, v. 8.

70 El mapa francés (núm. 3) que publica Navarro García, op. c it. , hace excepción;

aunque en él no se representa todo el norte de la Nueva España, aparecen Durango, Pa­

rras y Patos; el cartógrafo confunde el río de Nombre de Dios (El Chuvíscar, afluente del

Bravo; este río atraviesa la actual ciudad de Chihuahua y está indicado ya en el mapa de

1601 del camino hacia el Nuevo México) con el Nazas. Este mapa francés formaba al

parecer parte de un atlas (se indica arriba del mismo: tomo II, núm. 4) y no está fechado

con exactitud; proviene de la Biblioteca Nacional de París, C artes e t P lans, Ge DD. 2987,

núm. 8845.

71 Esos mapas están publicados en: Miguel León-Portilla, Cartografía de la a n tigua California, México, u n a m , 1989, pp. 111-112.

No obstante el desconocimiento general de la geografía del nuevo continente y de la consiguiente necesidad de emplear informaciones de segunda mano, a lo largo del siglo xvn se publicaron fuera de España numerosas cartas en donde se representaba el norte novohispano. Todas las grandes descripciones de las Indias solían acompañarse de un mapa general; en lo que corresponde el septentrión de la Nueva España, la in­formación suele ser muy somera. Se consignan por regla general algu­nos de los elementos más conocidos de la geografía norteña, como las minas de Zacatecas, o el Nuevo México, mientras que las amplias zonas inexploradas que quedaban libres, eran pobladas por lo cartógrafos con elementos tomados de leyendas y mitos geográficos.72 Es muy frecuente, por ejemplo, que aparezca representado, aquí o allá en aquellas inmen­sidades, algún lago o laguna legendarios, de las que invariablemente sale un gran río.73 La corriente, en ocasiones se dirige al oeste, para de­sembocar sobre el Pacífico, o bien, hacia el este, en dirección de la Flori­da. Sin embargo, los cursos de estos ríos no eran elegidos de manera totalmente arbitraria, sino que los cartógrafos tendían a relacionarlos con las rutas seguidas por las grandes expediciones de descubrimiento, como las de Francisco Vázquez de Coronado (por la costa del Pacífico), en busca de la mítica Nueva México, o Hernando de Soto, en su fallida conquista de la Florida (por la costa del Atlántico). Durante la segunda mitad del siglo xvi, cuando las expediciones lanzadas desde la Nueva España hacia el norte comenzaron a atravesar por el altiplano septen­trional, los cartógrafos situaron el gran río en pleno centro de la masa continental, colocando entonces su supuesta desembocadura un tanto al azar, en cualquier punto de la costa norteamericana.

72 Véase, por ejemplo, el mapa del O rbis terrarum de Ortelius de 1570; mapas núms.

1 y 2 de Tierra a la v is ta . Chihuahua a través de los m apas, Chihuahua, Ayuntamiento de la

ciudad de Chihuahua, 1992. A pesar de su título, en este libro no se editan sólo cartas del

estado de Chihuahua, contiene muy buenas reproducciones generales del continente nor­

teamericano, tal y como se representaba en Europa, durante la época colonial americana.

73 Véase, por ejemplo, los mapas núm. 10 y núm. 11 (Sansón 1650 y 1656) publicados

por Navarro García, en Tierra a la vista..., mapas núms. 3 (de Blaev, 1630), núms. 6 y 7:

N o v a orbis tabula (De Wit, 1680), o núm. (Américjue septen trion a le de H. Jaillot de 1692).

También aparece este río que nace en una laguna en el mapa de Henry Briggs, de 1625,

el cual fue publicado en la obra de Samuel Purchas, op. cit.

Ya entrado el siglo xvn, conforme la exploración del interior de la masa continental norteamericana alcanzó las grandes llanuras, comen­zaron a indicarse en la cartografía algunos de los grandes ríos que atraviesan por esas inmensas regiones, mientras que la laguna mítica tendió a desaparecer de las cartas. Sin embargo, durante muy largo tiempo existió una gran confusión entre los geógrafos acerca de los cur­sos de las distintas corrientes, como el Bravo (o río Magdalena), el Mis­sissippi (o Escondido, o Espíritu Santo) y el Colorado. El primero en trazar de manera más o menos correcta el curso del río Bravo fue el car­tógrafo francés J. B. Nolin, quien se apoyó en las memorias del cartógra­fo veneciano Coronelli; este último fue también autor de un mapa de la América septentrional en 1688.74 No obstante, diez años después, Lion­nel Waffer75 hizo resurgir una vez más la vieja leyenda de la peregri­nación de los aztecas, asimilando al río Bravo con el gran río en donde descansaron los originales reyes mexicas: " [...] El primer Moctezuma salió de Theguayo, su patria para ir a conquistar el reino de México [...] Esos pueblos trasplantados se detuvieron y se establecieron en las ribe­ras de un gran río, llamado del norte, o también río Bravo, en razón de la abundancia y de la rapidez de sus aguas".

Este mismo autor señala, por otra parte, que no se sabía con exacti­tud si este río desembocaba en el Atlántico, o en el Pacífico: "algunos geógrafos [...] ubican su desembocadura del otro lado del mar rojo de California".76

Las confusiones entre los diferentes ríos que atravesaban el norte novohispano, proviene, evidentemente, de la falta de materiales confia­bles y de primera mano, producidos por exploradores, pero en buena

74 Luis Navarro García, op. c it. , p. 522, Coronelli había leido las memorias del conde

de Peñalosa y las relaciones del Nuevo México del padre Alonso de Benavides. El mapa

de Nolin de 1680 es el núm. 12 publicado en el libro de Luis Navarro García. El mapa de

Coronelli está publicado en El terr itor io m exicano, México, imss, 1980.

75 "[..J Le premier Moctezuma sortit de Theguayo, sa patrie, pour aller conquérir le

royaume du Mexique [...] Ces peuples transplantez s'arrêtèrent et s'établirent sur les

bords d'un grand fleuve, qu'on appelle du nord, ou autrement dit, Rio Bravo, a cause de

l'abondance et la rapidité de ses eaux [...]": Lionnel Waffer, op. c it. , p. 336. Consultamos

la traducción francesa en este texto.

76 Ibid.

medida también de la imposibilidad, para los científicos de la época, de calcular correctamente las longitudes. Uno de los problemas que se planteó durante siglos a los cartógrafos que intentaban representar la América del Norte, fue el evaluar la anchura y dimensiones generales de esa parte del continente. Todo tipo de cálculos y estimaciones, fueron hechas desde el siglo xvi sin, evidentemente, el menor sustento científi­co. Así por ejemplo, Rodrigo del Río, importante capitán de guerra de la Nueva Vizcaya y quien llegaría un poco más tarde a ser gobernador de esa provincia, fue consultado en 1583 por la Corona sobre ese parti­cular, y expresó que pensaba que la masa territorial entre los dos océa­nos no rebasaba las 200 leguas.77 Un contemporáneo suyo, Baltasar de Obregón, autor de la crónica antes citada y antiguo miembro de las huestes de Francisco de Ibarra, afirmaba al año siguiente que si bien el continente no medía más de 160 leguas de ancho en la latitud de Méxi­co, se agrandaba de manera considerable hacia el norte, hasta alcanzar las 600 leguas a la altura de la Florida.78 A la larga, la experiencia que les dio a estos individuos el recorrer a pie y a caballo, las grandes exten­siones norteñas, les hizo corregir a la alza, sus primeras estimaciones. El propio Rodrigo del Río de Losa en 1602, estimaba ya el ancho del con­tinente en poco más de 800 leguas.79 Es interesante constatar cómo el muy conocido mapa de Ortelius de 1579, el cual servirá de modelo para muchos otros, coincide más o menos con estos cálculos.80 Durante el

77 Colección de d ocum entos inéditos relativos al descubrim ien to , conquis ta y colonización de posesiones españolas, en A m érica y O c e a n ía , , t. xv, pp. 137-146. Rodrigo del Río de Losa fue

después gobernador de la Nueva Vizcaya, de 1589 a 1592.

78 Baltasar de Obregón, op. cit. , cap. 36, p. 223. Este autor lamenta la ligereza con la

que personas como Francisco López de Gomara o Gonzalo de Illescas (H is tor ia real y pon ­tificia, Salamanca, D. de Portunatis, 1573) tratan el problema de las longitudes de un con­

tinente aún por explorarse. Comentaba igualmente el cartógrafo italiano Gessio que las

longitudes consignadas en la "Tabla general de las Indias del norte" de Juan López de

Velasco eran todas "falsas y aparentes": M. Jiménez de la Espada, R elaciones geográficas de Indias, vol. 2, t. m, pp. 142-166.

79 Georges Hammond y Agapito Rey, op. cit. , pp. 763-765. Rodrigo del Río cree que el

Nuevo México está a 577 leguas de la Florida y a 227 leguas del golfo de California.

80 Véase Howard F. Cline, "The Ortelius map of New Spain 1579 and contemporary

materials 1560-1610", Im ago M u n d i 16,1962, pp. 98-115.

siglo xvii, después de que diferentes grupos de exploradores, españoles y franceses, sobre todo, exploraran una parte no despreciable del sep­tentrión, los cartógrafos terminaron tomando como buena esta última estimación, aún inferior a la realidad geográfica, pero que perduraría hasta entrado el siglo xix. Los grandes cartógrafos, como Mercator y sus sucesores, ensancharon de manera considerable en sus mapas el conti­nente al norte de la Nueva España, desde las primeras décadas del sigloxvii.81

Antonio de Herrera continuó siendo, como ya hemos dicho anterior­mente, una de las principales fuentes para los distintos autores euro­peos que se ocuparon de la geografía del norte novohispano, no sólo por la información contenida en sus textos, sino también por su car­tografía. Los pequeños mapas que acompañan las distintas ediciones de la Historia general, siguieron sirviendo como modelo para numerosos cartógrafos. Como es obvio, dada su antigüedad, estas cartas contenían informaciones a veces muy imprecisas acerca del norte. Originalmente, estos mapas habían sido tomados de esbozos anteriores, realizados por el cosmógrafo Juan López de Velasco,82 lo cual fecha la información con­tenida allí hacia el último tercio del siglo xvi, esto es, en una época en que la colonización del norte novohispano, se encontraba apenas en ciernes. No es extraño entonces encontrar en estos mapas, elementos fantasiosos, producto de un conocimiento todavía muy imperfecto del terreno. Así en la carta intitulada "Descripción de la Audiencia de la Nueva España", Herrera señala un río Pánuco que corre desde la costa oriental novohispana, hacia el oeste, cortando prácticamente en dos toda la masa continental. Su curso parece unirse con el que correspon­dería al río Nazas, situado varios cientos de kilómetros tierra adentro. Es posible que este error provenga del relato hecho por Francisco de Ibarra acerca de la expedición en busca del reino de Cópala, en el curso

81 Lloyd A. Brown, op. cit. , cap. 6: Carta de Mercator de 1538. En el atlas de Merca tor-

Hondius de 1607 (bnp, C a ñ e s e t P la n s , Ge DD 2987 (8500)), la masa continental norteame­

ricana es aún muy estrecha. El cambio salta a la vista si se comparan los mapas de 1538

y 1607 con una reedición corregida del mismo en 1628: A m erica s ive India N o v a : lámina

núm. xxm en Miguel León Portilla, op. cit..82 Este dato me ha sido proporcionado por Jean-Pierre Berthe.

de la cual bordeó el Nazas, describiéndolo como un gran río interior. Otra posibilidad es que Herrera haya decidido retomar la tradición car­tográfica ya presente en el mapa de Enrico Martínez, de 1587, quien co­locaba al mítico pueblo de Topira al norte de un gran río que corría de este a oeste.83 En 1609, los propios habitantes de la Nueva Vizcaya creían en la existencia de ese río, su puesto que propusieron que esta corriente "desde su nacimiento en la mar del norte" fuera el límite entre el obis­pado de Guadalajara y el de Durango, entonces en proyecto.84 El esta­blecimiento de la línea imaginaria de demarcación entre los dos obispa­dos, en 1621, contribuyó sin duda a que los vecinos de la región conocieran mejor los límites orientales del obispado y supieran que no existía tal río. Sin embargo, esta clase de información parece no haber llegado, durante el siglo xvn, a oídos de los cartógrafos de los demás países europeos, de hecho, el gran río Pánuco de Herrera aparece seña­lado desde el siglo xvi y hasta fines del xvn, en numerosas cartas euro­peas. Entre ellas podemos citar el mapa de Corneille Wytfliet de 1597,85 así como los de Sansón d'Abbeville de 1656, John Ogilby de 1671,86 Mar­co Vicenzo Coronelli, de 1688, y el de William Dampier, de 1697.87

Antonio de Herrera ubica igualmente al norte de este gran río que podríamos llamar también el Pánuco-Nazas, los pueblos de Indé y Santa Bárbara y al sur del mismo, a los de Durango y Nombre de Dios; sin embargo, la gobernación de la "Nueva Vizcaya", a la cual pertene­cían todos esos poblados, no aparece mencionada como tal en esa carta. Los primeros mapas publicados en donde se hace mención de esta pro­vincia son, por un lado, el de Sansón d'Abbeville de 1656,88 y por el otro,

83 Encontramos esta representación en muchos mapas posteriores, como en el del in­

glés M. Tatton de 1600 (se publica este mapa en su edición de 1616 en Miguel León Por­

tilla, op. c it., lámina xxn) y en el del francés Sansón d'Abbeville (1650). Como en el mapa

de Enrico Martínez, el gran río separa la provincia de Tula, al sur, con la de Topia o

Topira, al norte.

84 agí, G uadalajara 56, núm. 7, División del obispado de Guadalajara, documento del

16 de enero de 1609.

85 O p. cit.86 El mapa acompaña la descripción de John Ogilby, intitulada: A m erica B eing the

Latest an d M o s t A cu ra te D escrip tion o f th e N e w W orld..., Londres, White Fryers, 1671.

87 William Dampier, A N e w V oy age R o u n d the W orld, Londres, James Knapton, 1697.

88 bnp, C aries e t P lans, Ge dd 13925.

la carta de la Nueva España, que forma parte del atlas de Jan Blaev, pu­blicada ese mismo año.89 Como es sabido, el término "Nueva Vizcaya" en un principio se refería únicamente a una de las varias provincias de la gobernación fundada por Francisco de Ibarra en 1562, y cuyo primer nombre fue el de "provincia" o "reino" de la Nueva Vizcaya, Cópala y Chiametla, que eran las otras dos regiones que lo componían en ese en­tonces (luego se integrarían también Sinaloa y Sonora). Con el tiempo, el nombre de Nueva Vizcaya sería adoptado para designar a la gober­nación entera. Sin embargo, es curioso constatar, cómo la cartografía pareció conservar durante siglos para la Nueva Vizcaya, no los límites de la gobernación, sino los de la primigenia provincia de ese nombre. En la cartografía europea, la Nueva Vizcaya aparece siempre representada como una pequeña provincia interior, o por así decirlo, como una an­gosta franja de territorio que se extendía por el altiplano septentrional, desde Nombre de Dios hasta el río Conchos. El límite norte de la Nueva Vizcaya no era situado en esas cartas sobre el río Bravo o Grande del Norte, sino sobre el río Conchos, en el actual estado de Chihuahua, tal y como lo señalaban Antonio de Espejo en su muy conocida descripción de 1583, y Juan López de Mendoza en el famoso Itinerario de 1585.90 El establecimiento de este límite, basándose en textos del siglo xvi, sería posteriormente uno de los fundamentos de los planes expansionistas de Francia, como comentaremos a continuación. Señalemos, por otra parte, que los nombres de los indios pasaguates, conchos y tobosos, que se consignan en varios mapas del siglo xvii como habitantes de las riberas del río Conchos, eran los que mencionó Antonio de Espejo en su relación. Los conchos y tobosos fueron a la postre grupos bien conoci­dos por los colonizadores pero la relación de Espejo es la única fuente documental en la que se alude a los pasaguates.91

89 Ibid., Ge DD 5098.

90 Sobre el éxito de esas dos obras véase arriba. En realidad, al poblarse la región de

El Carrizal con vecinos de El Paso y del Nuevo México, el límite entre la Nueva Vizcaya

y el Nuevo México fue fijado en el transcurso del siglo xvm al sur de la actual ciudad de

Villa Ahumada, Chih. Sobre el establecimiento del límite entre las dos provincias: Gui­

llermo Porras Muñoz, Iglesia y E stado en N u e v a V izca ya , México, u n a m , 1980, pp. 32-35.

91 Véase, por ejemplo, el mapa de John Ogilby (1671), op. cit.

Por otro lado, Durango, villa que fungió como capital de la Nueva Vizcaya desde su fundación en 1562, aparece en los mapas como for­mando parte de la provincia de Zacatecas, en la gobernación de la Nue­va Galicia, a la que nunca perteneció.92 Es interesante destacar también que en su descripción de 1574, Juan López de Velasco, cosmógrafo ofi­cial de la Corona, difunde esta clase de imprecisiones.93 En la época en que López de Velasco redactó su descripción, la división entre las juris­dicciones de la Nueva Galicia y la Nueva Vizcaya no había terminado de precisarse por entero; los oidores-gobernadores neogallegos habían puesto en duda la legitimidad de la existencia de su vecina septentrio­nal y la ubicación de la línea divisoria entre ambas daba lugar a fuertes enfrentamientos. Es posible que sea de fuentes cercanas a esta disputa, que se halla nutrido López de Velasco para llenar esta parte de su des­cripción.

En cuanto a la provincia de Topia, señalada en la mayor parte de los mapas del siglo xvn, cabe decir que ésta nunca existió como tal. Como hemos dicho, Topia no fue en realidad sino un pueblo de indios, de medianas dimensiones, cerca del cual se estableció un real de minas del mismo nombre y que alcanzó, sobre todo a fines del siglo xvi, una cier­ta reputación. Nunca, sin embargo, se habló de una "provincia de To­pia" en la Nueva Vizcaya. Más que al pueblo de indios o al real de mi­nas, la presencia de esta supuesta "provincia de Topia" en la cartografía, debe atribuirse a los relatos de la expedición de Francisco Vázquez de Coronado. En ellos se habla de un supuesto reino de Topira que forma­ba parte de lugares míticos del septentrión; el hecho de que luego apa­reciera el nombre de Topia en el relato de la conquista realizada por Francisco de Ibarra, contribuyó, sin lugar a dudas, a que se consolidara esta amalgama entre Topia y Topira y se quedara como un elemento más de la geografía imaginaria de toda la época estudiada.94 Más tarde,

92 Como en el mapa del francés Sansón d'Abbeville (1650) o del inglés John Seller

(1671) (publicado en El territorio mexicano, op. cit.).93 Juan López de Velasco (1574), op. cit. pp. 266-280.

94 Aparece Topia no sólo en el mapa de Enrico Martínez de 1587, pero también en la

de Juan Botero Bennes (1598): R elaciones universales del nu evo m u n do , Diego Fernández de

Córdoba, Madrid, 1599 y Gabriel Tatton (1600); esos mapas han sido editados por Vindel,

op. cit.

cartógrafos atentos, como Jan Blaev, se limitaron simplemente a cambiar el nombre legendario de Topira por el de Topia.95

En el quimérico relato de Louis de Hennepin, así como en su reedi­ción preparada por Sebastián Fernández de Medrano (1699), reaparece en la cartografía el viejo real minero de Santa Bárbara, que en el texto de la misma es señalado con el pomposo título de "las famosas minas de Santa Bárbara". Este real, que había gozado de una cierta fama en la Nueva Vizcaya en la época de su fundación, en realidad para esa época se hallaba ya abandonado, como decíamos más arriba. Otro mapa, fe­chado en 1688, localizado en la Biblioteca Nacional de París por Luis Navarro García,96 revela las pretensiones de Francia sobre el septentrión novohispano: se dice que la Nueva Vizcaya está habitada por muy po­cos españoles concentrados en unos pocos centros mineros. Al norte de esta gobernación cuyo límite es el Conchos (tal y como lo señalaban los textos del siglo xvi) y al sur del Nuevo México (el cual principia en el Bravo), aparece consignado, "un gran país habitado sólo por indios"; se explica que los españoles eran incapaces de conquistarlo por falta de hombres y que se encontraban en permanente guerra con los indios, sus enemigos irreconciliables. El autor del mapa afirma también que los aborígenes que vivían en el territorio situado al noroeste de la Nueva Vizcaya, eran muy amigos de los franceses. Un poco más tarde, Nicolás de Fer en sus cartas de 1703 y 172697 colocaría el real de minas de Santa Bárbara al norte de la Nueva Vizcaya (cuyo límite seguía siendo el Con­chos), representándolo como el más importante de la gobernación.

Tanto de Fer en 1703 como Sebastián Fernández de Medrano pare­cen cuatro años antes ignorar todavía entonces, la existencia del real de Parral, que seguía siendo, y con mucho, el más famoso y rico de la pro­vincia. La primera mención de Parral que hemos encontrado en un

95 "[...] Sous icelle (la Nouvelle-Biscaye), est aussi comprise une autre province

appelée vulgairement Topea, Francisco de Ibarra a le premier découvert l'une et l'autre

(Topia y la Nueva Vizcaya)": Le théâtre du m onde ou nou vel a tlas c o n ten an t les chartes et d escr ip tio n s de tous les pa y s de la terre (1659): BNP, Ge dd 1259, p. 61.

96 O p . cit., mapa 13, BNP, C artes e t P lans, Ge d d . 2987, núm. 8784.

97 Los mapas de Nicolas de Fer "Le vieux Mexique faisant partie de l'Amérique

septentrionale..." están publicados en El terr itor io mexicano... La biblioteca del congreso

de Washington conserva originales de estos mapas.

mapa hecho fuera de España, proviene de una carta anónima, encontra­da en la Biblioteca Nacional de París, y que se ha fechado en 1681.98 El primer cartógrafo europeo en situar correctamente los poblados de la Nueva Vizcaya es Guillaume de Lisie en su "Carte du M exique et de la Flo- ride" (1703).99 Aparece allí representado por primera vez, en una mapa publicado no español, el real del Parral y se indica igualmente que Santa Bárbara se encontraba despoblada; de hecho, la ubicación de los princi­pales poblados de esta provincia resulta bastante exacta en esta carta. Todo ello nos indicaría que este autor tuvo acceso a información de primera mano, mucho más actualizada que la que tuvieron a su alcance sus antecesores. Quizá Delisle se sirvió ya de la carta de Eusebio Kino de 1696, enviada a la Academia de las Ciencias de París por el virrey duque de Escalona, como lo fue el caso de Nicolás de Fer, dos años más tarde.100 En su mapa de 1705, este autor transformó por completo la re­presentación que del norte novohispano se tuvo hasta entonces en Eu­ropa. Aparece ya poblado todo el septentrión, y se hace mención, por cierto de las minas del Parral, al tiempo que las de Santa Bárbara desa­parecían del panorama: todo ello gracias al empleo de la carta de Kino. La extraña muestra de generosidad, dada por el virrey Escalona, al com­partir información geográfica con científicos extranjeros y en particular franceses, no se debe quizá solamente a las ideas ilustradas del duque, sino a una suerte de cálculo político. Gracias al mapa de Kino, quedaba demostrado que al norte del Conchos y al sur del Nuevo México, los españoles habían fundado una multitud de pueblos y que el territorio no se encontraba por lo tanto habitado sólo por indios, como lo preten­dían los franceses. El virrey esperaba tal vez que el conocimiento de este mapa en París contribuiría a frenar las intenciones expansionistas de la Corona francesa. De hecho se abandonó definitivamente en la cartogra­fía francesa la representación de Sansón d'Abbeville de 1656, para con­signar un norte novohispano poblado, en el cual dejaba de aparecer entre la Nueva Vizcaya y el Nuevo México el gran país sólo ocupado por indios, enemigos de los españoles.

98 Si no hubo error por parte de la persona que fechó el mapa: bnp, SH Port. 122, d.

2, p.o, "vers 1681".

99 Este mapa está publicado en El territorio mexicano, op. cit.100 Miguel León Portilla, op. cit. , p. 112.

Sin embargo, el envío de la carta de Kino fue un hecho excepcional; en los centros de cartografía europeos procurarse información adicional representaba una muy ardua tarea; en 1700, el propio Delisle se lamen­taba de que trabajos como la Historia General de las Indias de Francisco López de Gomara (1553) o la de Herrera (1601), ya más que anticuados, siguieran siendo, todavía en esa época, los textos mas confiables de que se pudiera disponer acerca del septentrión americano. En un comenta­rio enviado por Delisle a su colega Cassini, acerca de los problemas que planteaba la representación cartográfica del Mississippi, el primero de­claraba: "Herrera no nos indica nada tampoco al respecto y lo único que encontré para llenar un poco este hueco [de información], fue Goma­ra".101 El mismo año, Claude Delisle, pariente y colaborador del anterior cartógrafo, se refería al relato de Antonio de Espejo de 1583 y al libro de Benavides de 1625 al intentar precisar la distancia entre las minas de San­ta Bárbara, el Nuevo México y Cíbola...102

La falta de información de la que adolecían los científicos de los si­glos xvi y x v ii y en particular aquéllos dedicados a la cosmografía y la geografía, no deja de resultar sorprendente. Los gobiernos europeos co­nocían, en realidad bastante bien, las riquezas que encerraba el imperio español de las Indias occidentales; no olvidemos, por ejemplo, la asom­brosa exactitud con que en las gacetas holandesas de los siglos x v ii y

x v iii, se difundían las cifras de las llegadas de los metales preciosos ame­ricanos.103 Sin embargo, durante mucho tiempo, las fuentes fundamenta­les para la geografía del norte novohispano siguieron siendo la descrip­

101 "Herrera nous manque pareillement en cet endroit, je n'ai trouvé que Gomara qui

puisse en quelque manière suppléer à ces défauts". Carta enviada por de M. Delisle a M.

Cassini, hablando en que se habla de la desembocadura del río Mississippi (1700): BNP,

M a n u s c r i t s Français, núm. 9097, f. 97.

102 Archives Nationales, Paris (Francia), 2 JJ 59, partie 13. " [...]L'an 1582 Antoine

d'Espejo étant sorti des mines de Sainte-Barbe dans la Nouvelle-Biscaye [...] Des mines

de Sainte-Barbe au Nouveau-Mexique on compte 200 lieues suivant la relation de Bena­

vides, on met Cibola à 37o 30'." Agradezco a W. G. L. Randles el haberme proporciona­

do este referencia.

103 Véase por ejemplo : Michel Morineau, Incroyables g a ze t te s e t fa bu leu x m é taux . Les retours des trésors am érica ins d 'après les g a ze t te s hollandaises (x v iè -x v m è siècles), Paris-Cam-

bridge, Editions de la Maison des Sciences de L'Homme, 1985.

ción inédita de las Indias de Juan López de Velasco (1574), divulgada por Antonio de Herrera en 1601, y el relato de Antonio de Espejo de 1583. Mucha de la toponimia, el trazado de las líneas divisorias que se­paraban las distintas provincias, así como el de los grandes ríos que atravesaban el septentrión, pasaron de esas fuentes a la cartografía. Mientras tanto, las noticias, relatos y reportes de primera mano que bien pudieron actualizar esa geografía, terminaron casi siempre quedándose, no sólo en España, sino también en Francia, en los archivos oficiales.104 Una y otra vez fue necesario, entonces, para cartógrafos y cosmógrafos, recurrir a textos publicados o divulgados en el siglo xvi, creándose así una geografía en donde, relatos de distintas épocas, los unos más realis­tas que otros, viejos y nuevos mitos, se fundían en una caprichosa amal­gama. Duró esta situación hasta que la Corona española se percató, a fines del siglo xvn, de que no difundir su propia versión acerca de la geografía del norte novohispano, representaba en el fondo un peligro. Más valía que se conociera en el extranjero la existencia de los poblados coloniales de la Nueva Vizcaya y del Nuevo México, un septentrión que aparecía como despoblado no podía más que atraer las ambiciones ex- pansionistas de los demás países y en especial de Francia, instalada ya en la Louisiana vecina. Los cambios que se operaron en la cartografía dedicada al septentrión novohispano, desde fines del siglo xvn, de algu­na manera contribuyeron a disminuir los supuestos riesgos de una in­vasión extranjera de esos territorios. A la inmensidad del territorio hubo que añadir, en el catálogo de las dificultades que semejante empresa su­ponía, la multitud de asentamientos españoles que de pronto se vieron reflejados en esa cartografía. Poco a poco, a partir, sobre todo, de la se­gunda mitad del siglo xvm, las dilatadas y despobladas tierras que sepa­raban a la Louisiana del Nuevo México, comenzaron ser transitadas primero por expedicionarios y más tarde por comerciantes, provenien­tes de aquel enclave francés en Norteamérica. Producto de ese tipo de expediciones fue el conocido mapa de principios del siglo xix de Pedro

104 Véase, por ejemplo: Las nuevas memorias del capitán Jean de Monségur..., op. cit. En este texto aparecen incluso detalles acerca de los precios de las mercancías y lo que se

produce en cada lugar; los datos que proporciona acerca de la Nueva Vizcaya son bas­

tante exactos.

Vial, comerciante francés en la Nueva Orleans, quien fue el primero en representar de manera más o menos fidedigna esa parte del conti­nente.105 Sólo entonces, el mundo comenzó a enterarse de cuán grande era en realidad longitudinalmente el territorio norteamericano: 1600 ki­lómetros de llanuras prácticamente deshabitadas y desiertos separaban la Nueva Orleans de Santa Fe... Al tiempo que el gobierno francés se veía obligado a reformular sus añejos planes de expansión territorial, España veía, por fin, alejarse el peligro de una invasión extranjera en su impe­rio de ultramar.

105 Noel M. Loomis y Abraham P. Nasatir, P edro Vial a n d the R oads to San ta Fe, University of Oklahoma Press, Norman, 1967.

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California, Nueva España y Cuba por Tatton, 1616.

Descripción del distrito de la audiencia de la Nueva Galicia por Antonio de Herrera, 1601, Biblioteca Nacional de París.

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California v Nuevo México por Nicolás de Fer, 1705.

Mapa francés anónimo que „presenta 1. Umis.an, y el N ue.o México, c , 1700, Biblioteca Nació»»! de Paria

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