trabajo cuentos

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ESCUELA SECUNDARIA GENERAL No. 1 “MIGUEL HIDALGO” TRABAJO: CUENTOS LATINOAMERICANOS. ALUMNO: JONATAN VAZQUEZ HERRERA 3 ro “B” MATERIA: ESPAÑOL PROFRA: MA. ELIZABETH PEREZ CHUMACERO

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Page 1: Trabajo cuentos

ESCUELA SECUNDARIA GENERAL No. 1

“MIGUEL HIDALGO”

TRABAJO:

CUENTOS LATINOAMERICANOS.

ALUMNO:

JONATAN VAZQUEZ HERRERA

3ro “B”

MATERIA:

ESPAÑOL

PROFRA:

MA. ELIZABETH PEREZ CHUMACERO

16 DE NOVIEMBRE 2016

Page 2: Trabajo cuentos

ÍNDICEPRÓLOGO.......................................................................................................................................3

Ejército del Sur...............................................................................................................................4

Jorge GUTIÉRREZ MARTÍNEZ..........................................................................................................4

Reconciliación................................................................................................................................5

Alexis MARTÍ VERANES...................................................................................................................5

Sangre y agua.................................................................................................................................6

Camilo Andrés PÉREZ DELGADO.....................................................................................................6

La Realidad de un sueño.................................................................................................................7

Juan HASTY GONZÁLEZ...................................................................................................................7

La migala........................................................................................................................................8

Juan José Arreola............................................................................................................................8

Monólogo.......................................................................................................................................9

Ender RODRÍGUEZ MOLINA............................................................................................................9

La Chinita......................................................................................................................................10

Alba María BARREIRO...................................................................................................................10

Eso sí............................................................................................................................................12

Pedro ZUBIZARRETA.....................................................................................................................12

Cuentometraje.............................................................................................................................13

Alejandro ARCINIEGAS.................................................................................................................13

En la plaza....................................................................................................................................14

Carmen Noelia RODRÍGUEZ..........................................................................................................14

BIBLIOGRAFIA...............................................................................................................................15

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PRÓLOGO

Algunas veces podemos recordar los cuentos infantiles como parte del pasado, cada quien recuerda su niñez como le place, para mí es muy importante esta etapa, estoy en un proceso en el cual mi infancia está llegando a su último momento; dejare atrás los cuentos de noche y con los que me entretenían en el jardín de niños. Con los que conocí el valor de la amistad, la perseverancia, el amor hacia mí  y el amor hacia los demás, la obediencia entre otros.

El significado de esta antología es muy sentimental, mientras hacia la recopilación de los cuentos aquí presentes, recordé el momento en el que mi madre me los leía con tal sentimiento, como si fuera una realidad alternativa a la que vivía en ese momento. Debo resaltar el hecho que los cuentos tienen una secuencia en esta antología, este orden está conforme me fueron enseñando y mostrando el camino del bien. La antología se divide en dos partes marcando el final de mi niño interior con el cuento "EL SOLDADITO DE PLOMO"  y el inicio de la adolescencia con el texto "EL GUARDAGUJAS" de Juan José Arreola, seguidos de distintos cuentos, los cuales cada quien interpretara según su forma de pensar y sentimiento del momento.

Mi deseo más grande, es compartirle a mis hijos los cuentos de mi infancia, leérselos con aquel sentimiento con los que me los leía mi madre, imaginarme con ellos un mundo diferente escrito sobre papel, el mejor legado que podemos dejar, es el amor hacia estos cuentos, que desde hace muchas generaciones está presente y sé que podemos seguir con la tradición.

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Ejército del Sur

Jorge GUTIÉRREZ MARTÍNEZ

El panteón queda solo desde las diez de la noche. La puerta se cierra con candado. Los muertos y sus historias quedan bajo el resguardo de la oscuridad. Nadie se atreve a visitarlo.

Durante el último año se ha escuchado el ruido de los cascos de los caballos de todo un ejército que cruza el cementerio. La gente cree que es el diablo y sus huestes arrastrando almas impías al infierno.

El doctor Carmona dice que el estruendo que surge del vientre del panteón se explica por la actividad del volcán que hace que truene el subsuelo. El maestro Enríquez, que se trata de las extracciones ilegales de la minera gringa que trabaja noche y día.

Aguijoneado por el miedo decidí buscar la verdad. Escapé de casa en la madrugada y me aposté entre las ramas de un árbol que me permitía ver por encima de la barda del camposanto.

Mi estado de vigilia comenzó a agrietarse. El sueño me acercó al mundo de los muertos. A lo lejos escuche venir a los caballos con un trote que crecía y crecía en intensidad. Una polvareda luminosa avanzaba entre las tumbas.

Entonces vi la verdad. Ni diablos ni calaveras. Era el general Emiliano Zapata; con los ojos tristes, pero inyectados de furia; seguido de su ejército del sur. Todos montaban caballos blancos, llevaban puestos sus trajes de charro negros con el sombrero descansando en sus espaldas. Avanzaban a gran velocidad y cuando estaban a punto de chocar con la pared se desvanecían.

 

Jorge Gutiérrez Martínez

México

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ReconciliaciónAlexis MARTÍ VERANES

  La partida era inminente. De nada serviría recordar buenos momentos. Sobre sus piernas, él acariciaba con la yema de sus dedos esa boca; la boca que jamás volverá a tener y que aun gritando palabras hirientes, era la única en quien podía confiar.

Mientras recoge sus pertenencias la observa. Quieta, de pie, contra la pared estaba ella, sin decir una palabra, hierática, desnuda a pesar del clima. Con su vientre todavía cargado esperaba el momento de parir, pero esa decisión le correspondía sólo a él que ya había sido padre muchas veces y rezaba porque mujeres como ella dejaran de alumbrar. Estaba al tanto de todas las noticias en las cadenas de radio colombianas; quería que los doctores de la política se pusieran de acuerdo sobre la medicación necesaria. Con sus paisanos comentaba, sin ocultar su agrado, sobre el momento de la separación y como no extrañará sus andanzas por las lomas junto a ella, ni los baños que tomaron después de una larga caminata, los ruidos en los cerros a media noche, ni el escapar de otras fieras con ella sobre su espalda. Él sólo sueña con regresar a su esposa, sabe que lo espera y que no se siente traicionada por otra de carnes más duras. Pero ha pasado mucho tiempo y él ha estado ausente. No conoce su último hijo, no les dio el adiós a sus suegros, no ha vuelto a arar sus tierras ni ha ensillado con cariño a su ya envejecido ¨mexicano¨. Hace tiempo ya no es agradable sentir el canto de un gallo, porque ahora es una alerta, hace tiempo comparten el cielo con palomas pájaros de otro material, desde que escapó con ella ya no es capaz de sentir conexión con la naturaleza. ¿Es un castigo de dios? Se pregunta a diario y maldice con rabia la alianza a la que se ha comprometido, pero un hombre tiene que honrar su palabra aunque el arrepentimiento lo consuma.

Ahora llora. En la radio han dado la noticia.

¨Las hostilidades entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo y el Gobierno constitucional han llegado a su fin. Después de 50 años de lucha y de resistir la acometida de 13 gobiernos consecutivos, el paramilitarismo y el empleo de la más moderna tecnología militar norteamericana ,se ha firmado un tratado de paz conducido por la senda del diálogo¨.

Mientras recoge sus pertenencias la observa. Aunque la imagen esta borrosa por las lágrimas, la conoce bien. Fueron muchos años juntos, años, que él quisiera no haberlos vivido, años empuñando su cuello frío, su boca dura, cargando con su peso en las espaldas, cuidando de ella sin sentir un gesto cariñoso de vuelta. Llora porque mientras sus manos cierran el morral como símbolo de su última atadura, en su mente, sus brazos están estrechando ya a su esposa, quien llora con él y le dice: ¡Se acabó,… al fin acabó…no más guerra! Al entrar a la casa, que ahora le parece más pequeña, su mente reconoce los olores que creía haber olvidado, se sienta en su silla preferida y sus manos abrazan nuevamente la taza metálica que contiene el agradable líquido humeante, bebe a sorbos y siente como sus venas se calientan con el café mientras observa los labios de su esposa. Recuesta la silla, cierra sus ojos y un largo suspiro de confort inunda la casa. De la chaqueta saca una fotografía, una evidencia concreta de su andanza tomada en el campamento, en la que su

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cara desaliñada y barbuda con ojos inexpresivos, desentona diametralmente con la manera en la que su mano agarra con fuerza el cuello de una ametralladora.

Santiago de Cuba

Sangre y aguaCamilo Andrés PÉREZ DELGADO

Dicen que la sangre es más espesa que el agua, aunque, en esta ocasión la ley de los fluidos fue violada.

El problema comenzó en la tarde mientras leía un grueso tomo de Nietzsche, Sartre o algún europeo de formas raras tan lejano de nuestros simples apellidos. Al voltear la página se percató de una gota de sangre huida de su nariz, luego vino otra, un chorro; corrió al baño y, entre taza y papel higiénico, se desplomo inconsciente.

Mamá lo encontró por la noche después del trabajo; aun tenía vida, recostándolo en el sofá grande de la sala intento con todos los remedios aprendidos de la abuela, ungüento con sábila en la frente, alcanfor entre las narices, una palmada en la cintura, nada le detenía la hemorragia; desesperada llamó a papá, con él llegaron las vecinas cercanas a la finca, ellas probaron a su vez cantidad de brebajes, rezos, súplicas. “Mijo, ¿Por qué no lo llevamos al hospital?” mamá se había olvidado del paro armado, el pueblo estaba rodeado de guerrilla. En ese punto papá no aguantó más y gruño contra este maldito pueblo perdido del mundo, deseó haber vendido cuando le ofrecieron esos tres milloncitos los de la petrolera, “es que hoy en día el que se queda en el campo es un pendejo o un dejado” dicho esto se encerró en el cuarto hasta el otro día.

Hacía las nueve fue el turno de las vecinas más lejanas, vinieron camándula en mano, a rezar junto al moribundo que estaba ya pálido; de nada sirvió, expiró unas horas más tarde, se fue dejándole su último beso a mamá, las viejitas pasaron llorando a dejarle un recuerdo en la frente, con lágrimas en los ojos, y sin ya otro remedio, alrededor de muerto entonaron su cortejo “Oh Sangre y Agua que brotaron del Corazón de Jesús, como manantial de Misericordia para nosotros…” pasada la medianoche dejaron la casa, se apagaron las luces.

El último rumor lo escuché en la plaza:

- Se murió - ¿Quién? - El hijo de América. - Si quiera, estará con Dios.

Prefiero pensar que está con Dios, su muerte no sería de todo en vano, total la familia dejó el campo, se fue a la ciudad por evitar otra muerte.

  Colombia

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La Realidad de un sueñoJuan HASTY GONZÁLEZ

Una mañana de mayo, cuando muchos árboles se llenan de flores y el sol resplandece en el alba, un niño llamado Chefi, despierta y se da cuenta que no está con sus padres, ni con su familia - ¿Dónde está papá y mamá?- se preguntó. Se sentía tan solo y fue entonces cuando se decidió a caminar por aquel hermoso lugar y descubrir todo a su paso, todo lo que ve es ajeno a su vista, pero agradable. Extrañado se pregunta -¿Por qué estoy aquí?- y al instante una voz de tono dulce embargó su corazón y le dijo:

- Chefi, ¿Quieres saber qué anhela realmente tu corazón?

Sorprendido se pregunta - ¿Por qué estoy aquí? ¡No se quién me habla! ¡Muéstrate! ¿Dónde estoy?

Sigue caminando y al rato se encuentra con el mar, deseoso de sentir el fresco aire del mar y ver su color verde y azul, abre sus brazos, respira profundo, sopla la brisa suave en su piel, detenidamente observa las aguas; agua de siempre, agua con vida, aguas extendidas, aguas dormidas.

El niño Chefi sigue sin entender y una vez más la voz le dice:

- Ahora no es necesario que entiendas nada, sino que comprendas que debes de crecer y seguir adelante, caminando sin mirar atrás

Siendo obediente a la voz, se desplaza por toda la orilla del mar, las olas bañan sus pies una y otra vez, de pronto comienza a correr largo tramo de la playa, se detiene y se da cuenta que se encuentra en el mismo lugar donde dormía, de pronto despierta y comprende que estaba profundamente dormido y todo era un gran sueño.

Chefi se había quedado acostado en un parquecito de la escuela. Camino a su casa, las flores que se desprenden de los árboles le caen a cada paso que da como si fuera nieve del cielo, flores hermosas, rosadas y blancas.

Muy contento con el sueño que había tenido exclama:

¡Voy para mi casa que esta en mi pueblo, que esta en mi tiempo!

¡Voy para mi casa que ya he aprendido a mirar el cielo!

Cuba

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La migalaJuan José Arreola

La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.

El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada.

Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.

La noche memorable en que solté a la migala en mi departamento y la vi correr como un cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la araña, que llena la casa con su presencia invisible.

Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso cosquilleante de la aralia sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.

Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.

Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una falsa migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.

Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala. Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compañero.

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Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.

FIN

MonólogoEnder RODRÍGUEZ MOLINA

Y aquí ando de nuevo muy, pero muy jodido entre ramales. Veo angustias acostumbradas en el polvo de esta calle mía, terca y torpe, golpeando las puntas del pasto verde torturado. No he nacido en las costillas blandas de la montaña que piso. Yo más bien, solía recordar a mi madre, como dulce prodigio, como tierra sepia. En el ocaso, siempre caminábamos juntos hacia el mar, ella y yo hacia el cielo azul. Las gigantes olas de las aguas del origen iban y venían en el vaivén de este mi planeta, mi pequeño y turbio mundo. Ahora, sólo cordilleras tengo a los lados, caminos y riachuelos cortados, casitas como miles de cajas, ladronzuelos y matones, negociantes hijoeputas, entre otras alimañas. Así es la vida, como buen acertijo de dioses imprudentes del trópico. ¡Ah, bueno claro! También he vivido al lado del oasis. Ofelia, ha sido mi mujer. Unas hermosas lunas bajo su cuello, la selva de almíbar cerca del ombligo, y atrás un gran sol doble, protegiendo su figura toda. En su centro, el lugar del inicio, donde viven los seres, su vientre de agua pura. De allí salieron niños, mis propios hijos. Unos ya en el cementerio, bajo crisantemos y cruces. Otros, labrando la aurora, sin pasta, ni ropa, tan jodidos, locos y sin modales como su padre. ¡Vaya herencia coño! De todos modos, no me quejo así no más, sé que exista el sitio a donde voy. Sobre el fogón del hogar del patrón, escupí. Pasé noches en el mismo infierno, peleando contra molinos y rapiñas. Las balas iban y venían también con la vida, la cárcel, y un desierto sin migas de pan caliente. Las golondrinas a veces huyen, yo no. La mujer de mi vida apretaba el gatillo en su mente, sola y ausente, quería morir. Triste sufría por la enfermedad de nuestro pequeño. Luego murieron ambos. Signos de interrogación había en el cuerpo de mi niño, un tumor maligno reía tras el costado de un ángel. Debo ahora recordar, las buenas cosas de esta flor de la vida. Con la muerte del pequeño, encontré una vida más, renací pues. Dejé la extraña manía de maldecir a los muy cabrones, que también maldecían sus vidas. Habían siempre muchos infelices y pobres, intentando joderse unos a otros como siempre. Ahora los bendigo. El asesino a veces sabe más de amor perdido, que otra cosa. Un tipo abandonado se vuelve quizás un absurdo corazón, sin tiernos deseos. ¿Será huérfano de la belleza? Alejado del afecto y lanzado contra la nada. En mi calle parece haber enemigos pero saben, si pienso bien, no es del todo así. En un huerto, juntos hacíamos algo común, glorioso encuentro de manos. Se juntaban las dudas, los cuentos y todo florecía, la mujer del vecino traía un trozo de algo para comer. Y hasta los pedacitos, se compartían en el edén donde nada había. Parecían familiares hermanos de alguna placenta quienes siempre conspiraban y peleaban. Esos días, no hubo guerras, mezquinos impulsos, ni rabia. A veces, no sabemos enterrar la ira y buscar la aurora entre todos. Para varios de nosotros, podría ser más fácil iluminarnos, la aurora se asoma apenas, ¡Coño, pero casi no la vemos! Debemos aprenderlo ahora. Hay ritos donde somos hermandad, se muestra la hermosura, el amor, pero a veces se esfuma. En mi historia, tengo unos hijos vivos, igual jodidos, igual hermosos. Tengo una casita de latas y pedazos de piedra, cartón, madera. Llueve y entra un río. Nosotros ponemos el calor, la alegría. Nada nos distrae de

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vivir la vida rodante. Ella no se detiene, sólo avanza a pasos medianos. Vienen tormentas, pleitos, coñazos con el poder, vainas con la injusta bregadera del absurdo, pero ahí vamos, lentos y alegres en la aurora. A pesar de todo, nada nos distrae, nada nos tumba el porvenir de levantarnos recios. Acá a mi lado, sigue Ofelia, el mar de mi madre vive ahora en mí. Su agua me acobija, y mis hijos son miles y miles. Mi clan es mayor, ya no es de sangre, es de espíritu. Cada noche el rancho suena como el mar de mi madre. El oleaje va y viene como destino simple, como belleza y elixir de vida. Ofelia ya no vuela, duerme en la sombra de las alegres casas malhechas, el río casi seco que resiste, y las gentes. No pido más.

San Cristóbal, Venezuela

La ChinitaAlba María BARREIRO

Ahora quien sabe cuanto tiempo me tendrán encerrada en el cuarto. Tendré que esperar que la señorita Isabel deje de llorar y se les pase el susto.¿Para qué se me habrá ocurrido robarle el frasco de tinta roja y las tijeras y desparramar la tinta y hacerme la muerta?. Cuando sentí los pasos y que me andaban buscando me reía, un poco nerviosa es cierto, pero nunca creí que la señorita Isabel se quedara así. Abrió la puerta y cuando gritó, la miré y estaba blanca como un papel. Después se desmayó ¿Qué aspaviento! Y bueno, que se joroben. La que me da lástima es la señora mayor. Es muy vieja y no es tan mala como la señorita Isabel. La señorita Isabel es mala, mala. Ella fue la que me mandó buscar y fue la que me rapó la cabeza por los piojos cuando me trajeron. Me acuerdo muy bien. Pero buen susto se dio al otro día cuando me corté los pelos de las cejas.¡Qué risa! Igual no me dejan andar por la calle. Dicen que tienen miedo de que me pase algo, pero yo creo que es para que les limpie la cocina y todo lo demás. No me mandaron a la escuela y eso que la promesa era criarme y mandarme a la escuela. La señorita Isabel no me enseña porque no quiere. Cuando me mandaron prestada a lo de doña Fermiana, por lo menos estaban los gurises y me divertía con ellos. Me parece que siento pasos...no...no vienen para acá. Deben andar buscando algún remedio para la señorita Isabel. Bueno, aunque doña Fermiana tampoco me mandara a la escuela, me gustaba más allá Me gustaba cuando Albita se disfrazaba con la colcha y bailaba. ¡Qué lindo que baila Albita!. Pero también es diabla esa chiquilina. Me acuerdo la vez que se me encocoró y anduvimos a los manotones y la encerré en el sótano y gritaba y yo me reía de ella y disparó para la puerta que daba al patio del fondo y como nadie la podía oír y yo le hacía burla por detrás del vidrio, ella empezó a mirarme fijo hasta que le salieron brasas de los ojos y rompió el vidrio con la mano y se cortó toda. Un lío y un susto…¡ay! La madre vino corriendo, le envolvió el brazo con lo primero que encontró y salió para la calle. Horas esperando que volvieran. Por suerte la mano no le quedó torcida, pero estuvo como un mes sin ir a la escuela. Y doña Fermiana....dale, todos los días...”china desagradecida, te sacaron de entre las chircas para hacerte gente y mirá cómo pagás”....pero yo la quiero a Albita porque me hace acordar a mi hermana más chica y disfruto cuando doña Fermiana y la señorita Isabel rezongan con ella porque anda saltando por las azoteas en vez de estar jugando a las muñecas como todas las niñas, aunque yo con mis nueve años que dicen que tengo nunca jugué. Ahora cuando me saquen del cuarto quien sabe lo que va

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a pasar. Para Paso del Barro no me van a mandar, porque mi madre ya se debe haber muerto, digo yo... Si supiera donde está mi hermana, la que vino primero.¡Pobre María! Esta desgraciada de la señora Isabel me dice que anda por Buenos Aires, con un vestido negro, bailando con cualquiera. Estoy segura que es mentira porque ella es gorda y las que salen en las revistas son flacas. Ella me dice eso para que me de vergüenza y queda malísima cuando le contesto que no me importa y que yo la quiero igual. Lo mejor sería que me mandaran otra vez para lo de doña Fermiana. A lo mejor aprendo a leer con los chiquilines. Albertito y Carlos no quieren saber de nada con enseñarme, pero Albita estoy segura que me enseña, porque a ella le gusta que yo le haga cuentos de lobizones y de todo lo de allá. Cuando viene a visitar a la abuela yo me quedo contenta porque se escapa para mi cuarto y saca de los bolsillos algún regalito como la pulserita con un corazoncito colorado... ¡Otra vez andan a las corridas en el piso de arriba!...¿no terminarán más? Le mostré a Albita como aprendí a remendarme las bombachas y nos reímos mucho de la tía Isabel y de que nunca se va a casar aunque sea maestra porque la señora mayor le corre los novios. Si la vuelvo a ver...ay si, Dios quiera, le voy a contar lo que me pasa con el cuadro. No se si me voy a animar. Tengo miedo de que le cuente a alguien, pero le voy a hacer prometer que no lo va a contar. Es horrible, me da miedo pensarlo y miro el marco dorado y los colores y el Jesús tan lindo y ...pobre...con un corazón que le sale fuego y con espinas alrededor! Y le vuelvo a mirar la cara tan linda y ya estoy pensando cómo será el culo de Jesús. Esto Dios no me lo va a perdonar, estoy segura.¡Cómo tardan en venir a sacarme de la penitencia.! ¿Habrán llamado a un médico?.....Ya estoy aburrida de pensar y ...además voy a tener que lavar toda esta ropa y la sábana y la funda.....¿saldrá fácil la tinta? Y bueno...si no me mandan otra vez con doña Fermiana, capaz que me mandan para afuera y me quedo en lo de doña Hilda, pero doña Hilda ya tiene otra para criar. Aunque sería más lindo volver al rancho de mi madre y levantarme tarde y andar buscando leña cerca del monte o ir con mi madre a lavar al río...Debe hacer más de una hora que me encerraron...Ya ni me acuerdo cuántos hermanos éramos... a ver...Margarita, Amelia, el Tito... me parece que tengo ganas de llorar. Ahora si creo que viene alguien para acá...¡Qué Dios no me castigue por lo del cuadro!

Uruguay

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Eso síPedro ZUBIZARRETA

Mención honorífica del «Concurso de Cuento Corto Latinoamericano» convocado por la Agenda Latinoamericana'2004, otorgado y publicado en la Agenda Latinoamericana'2005

El Cholito se muere. El Cholito se va. La enfermedad lo atraviesa de lado a lado. Cinco años tiene. Cinco escasos años y la vida ya lo quiere dejar. Ahora no sufre. Ahora no. Está medio dormido, eso sí. Es por la medicación que le dan los doctores para sacarle el dolor. Junto a la cama del Cholito están los padres derramando lágrimas que se abrazan y corren juntas. El Cholito tiene la panza hinchada y le cuesta respirar. Cuando el Cholito empezó con el dolor en la pierna les dijeron que no era nada. Varios médicos lo miraron. Lo miraron un poco por encima, eso sí. Pero qué puede uno hacer, si los hospitales están sin recursos y el papá del Cholito perdió la seguridad social cuando se quedó sin trabajo. Lo llevaron a un médico privado, que sólo lo atendió cuando reunieron el dinero para pagar la consulta por adelantado. El médico privado tampoco lo examinó demasiado. Diagnosticó “dolores del crecimiento”, eso sí. Todo crecimiento va acompañado de dolor, todos menos justamente el que aludía el facultativo. El crecimiento de los huesos no duele. Pero qué puede saber un padre que apenas completó tres años de la enseñanza primaria. Qué le puede exigir a un médico que pasó por una universidad y salió de ella más miope y egoísta que cuando entró. Nada, sólo agacha la cabeza y acepta. Aunque el Cholo se haya seguido quejando, sin poder dormir a la noche, eso sí. El tiempo fue pasando y el dolor en aumento, acompañado por hinchazón en la rodilla. Artritis, les dijeron. El “güesero” del pueblo le quiso acomodar la rodilla, pero se le fracturó el fémur en el intento. Entonces llegó el momento de viajar a la gran ciudad. El Cholito en un grito con cada cimbronazo del autobús. El viaje largo. La llegada a Buenos Aires, con su multitud anónima hirviendo en la Terminal de Ómnibus. Finalmente llevaron al Cholo al Hospital grande. Los médicos estaban serios, mirando placas radiográficas de la rodilla y del tórax. Le practicaron una biopsia. Después vino un médico a hablarles de la enfermedad, que era maligna y se había desparramado por los pulmones. No respondió al tratamiento de quimioterapia y el Cholo empeoró. La pierna se hinchó como un zapallo.

Cholo, Cholito, no te morís solamente de cáncer, también te morís de analfabetismo, de miseria, de desnutrición, de marginalidad. Te morís de injusticia. Te morís de deuda externa. Te morís de anonimato. Te morís de tan pequeño. Te morís aplastado en las vías del desarrollo. Te morís de intereses ajenos. Te morís de extremo sur. Te morís, eso sí.

Pedro Alberto Zubizarreta

Buenos Aires, Argentina

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Cuentometraje.Alejandro ARCINIEGAS

La escena ocurre conforme a un desarreglo en la conciencia del sujeto que la encarna. Los analistas emplean el término psicosis para designar los movimientos alterados que ejecuta una mente fuera de la realidad. El personaje va caminando por una calle a las cinco de la tarde. La cámara lo sigue por detrás en un primer plano cerrado sobre los hombros, el cuello y la cabeza. La cámara debe repetir el ‘tumbadito’ del hombre; el movimiento desacordado que producen los pasos cuando uno va caminando. El personaje voltea la esquina de la casa en la que vive con su novia. He conocido sicóticos y muchos tienen obsesión por la línea recta. Los he visto dibujar cuando están ansiosos. El pentagrama y la cuadrícula son sus favoritos. Imagine que la inteligencia haya trazado una retícula en el cerebro sobre la cual aparece el mundo percibido. Cuando el trastorno hace presa en el sujeto y la agitación sicomotora va en aumento, ese conjunto de las apariencias sensuales amenaza desbordar los límites dispuestos por la mente. Ej: el colorete de una mujer se corre desfigurándole la cara. La recta significa un deseo manifiesto de ordenar. Es el regreso de todo lo inconexo a una estructura definida y regular.

Por eso, cuando el personaje voltee sobre sus pies para alcanzar la cuadra en la que vive con su novia, la cámara se detiene un instante sobre el paisaje que deja la ausencia del sujeto en la pantalla y -acto seguido- ejecuta un giro más o menos rápido, más o menos brusco, cerrando un ángulo de 90°. El personaje vuelve a la pantalla. A partir de entonces ha de mantenerse estático el encuadre. Empuja la puerta; arrastra con el pie una caja de herramientas que está en el corredor; le pone un pie sobre la tapa mientras saca una pipa del canguro que tiene en la cintura; prende un fósforo y le mete dos pitazos bien calados expulsando afuera todo el humo. El personaje se agacha, abre la caja, toma un destornillador y empieza a desprenderle una por una las bisagras a la puerta; la coge con las manos y la tira en el jardín. Arranca unas begonias, las siembra en unos tenis y los pone con cuidado en una mesa. Atraviesa el corredor; sube las escaleras que están a mano izquierda; la cámara lo sigue, entra al baño y enfocando la tina aparece una mujer, anémica, llevada, perdida. El personaje le arroja un Alka-Seltzer que trae en el bolsillo y luego otro; le arroja todos los que encuentra hasta llenar la tina de Alka-Seltzer y le dice: “borracha”. La escena se apresura. El personaje sale de la casa y echa a andar por la avenida, anochece, dobla la esquina y escucha carcajadas que provienen de alguna alcantarilla, se asusta y de acuerdo al cuadro clínico, también se desorienta. Y corre.

Prefiere un taxi, lo llama con el dedo, el taxi para y lo conduce hasta la casa de su madre, entra, le pide plata, ella protesta, se para de la cama en una bata vuelta nada y con el pelo hecho un desorden busca la alcancía (marrano de barro que sirve para ahorrar monedas), la levanta con esfuerzo mientras su hijo encuentra coca cola en la hielera; se sienta con el cerdo entre las piernas y lo rompe a martillazos; agarra suficiente en un puñado y se lo mete a su muchacho en los bolsillos; él da un paso aparte, llega hasta la calle, va... y le alega al taxi "estos hijueputas se ganan la vida fácil”.

  Bogotá, Colombia.

Page 14: Trabajo cuentos

En la plazaCarmen Noelia RODRÍGUEZ

Gabriela y Ana salieron de la fábrica, luego de un duro día de faena, en la calle se encontraron con un paro de transporte público, por lo que de momento no era posible regresar a sus casas. Mientras se resolvía la situación decidieron al igual que mucha gente sentarse en una pequeña plaza cercana.

A diferencia de Gabriela, a Ana no le importaba mucho su trabajo, por eso no entendía o tomaba muy en serio las constantes quejas de su amiga, que no dejaba de preguntarse ¿Por qué? Había tenido que aceptar aquel empleo que no quería, que no se parecía a ella, que tanto le ahogaba la dignidad o la felicidad, si es que realmente esta palabra formaba parte de la realidad y no era más que algún invento esperanzador e imposible. La vida era una gran paradoja para Gabriela; hacer lo que no queríamos por necesidad, por llevar dinero a casa. La vida para ella, se reducía tristemente a canjear dinero por su tranquilidad, sus energías, su alma, a depositar sus verdaderos deseos en el cajón de lo inalcanzable, porque no había recursos, ni buenos contactos con gente bien colocada, ni oportunidades, ni nada diferente a su necesidad siempre urgente de dinero.

Ana no entendía a Gabriela, por eso, sin siquiera proponérselo, cada vez que su amiga comenzaba a expresar sus ideas o su malestar, ella desviaba su atención hacia otra cosa, por eso, en la plaza, tan concurrida por el paro de transporte, prefirió ver a su alrededor, reír en silencio de la gente que se vestía extraño o admirar a algún sujeto con buen porte. Miraba a los hombres que hurgaban la basura en busca de latas que echaban en un gran saco, a las señoras con bolsas de víveres, a los borrachitos, a las prostitutas... en estas últimas reparó un buen rato:

- “Mira esas mujeres – le dijo a Gabriela señalando discretamente con un mohín de labios – se les nota que son de la mala vida, tu sabes, que venden su cuerpo, seguro andan buscando quien les contrate sus servicios. Seguro encontrarán a alguien pronto ahora que nadie tiene como irse a su casa”

- ¿De qué te horrorizas? Al menos yo, creo que soy igual, tengo años vendiendo hasta mi alma...”

Ana no comprendió a su amiga, luego de pensar por pocos instantes cómo era eso de que su Gabriela había practicado la prostitución, se fijó en el sensual guiño de ojo que le hacía un caballero que pasaba, sonrió y le contestó, aún disfrutando la emoción del silencioso piropo que acaba de recibir: “Tu si que dices cosas raras”.

Caracas, Venezuela

Page 15: Trabajo cuentos

BIBLIOGRAFIA

http://servicioskoinonia.org/cuentoscortos/

https://teecuento.wordpress.com/category/cuentos-latinoamericanos/

http://culturacolectiva.com/25-cuentos-latinoamericanos-que-puedes-leer-en-linea/

http://www.nocuentos.com/otrosNoCuentos/cuentos_latinoamericanos.html