solomon northup - doce años de esclavitud

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  • www.megustaleerebooks.com

  • Es una extraa coincidencia que Solomon Northup fuera trasladado a una plantacin de lazona del Ro Rojo, la misma zona que fue escenario del cautiverio del To Tom, y su relato deaquella plantacin, de su modo de vida y de ciertos incidentes que describe muestran unsorprendente paralelismo con esta historia.

    La llave de la cabaa del to Tom

    A Harriet Beecher Stowe, cuyo nombre se identifica en todo el mundo con la gran reforma.Esta historia, que ofrece otra Llave para la cabaa del To Tom, est dedicada a ella con todorespeto.

  • Son tan necios los hombres de un solo usoque ante lo viejo se inclinan por serantiguo y nada ms que incluso abrazanla servidumbre, el peor de los males,por ser legada de padres a hijoscomo fiesta sagrada y respetable.Acaso es correcto, o siquierarazonable, que un hombre de materiaigual a la de otro, tan compuestode lo mismo y en misma variedad,cuya locura e impudicia compartecon los esclavos a los que gobierna,se erija en dspota absoluto y digaquin es libre y quin no en su tierra?

    WILLIAM COWPER

  • PRLOGO DEL EDITOR

    Cuando el editor empez a preparar la historia que aqu se relata, no supona que este volumen tendratantas pginas. Sin embargo, para poder presentar todos los hechos que le fueron comunicados,consider necesario ampliarlo hasta su extensin actual.

    Muchas de las afirmaciones contenidas en estas pginas han sido corroboradas por gran cantidadde pruebas, y otras se apoyan exclusivamente en el testimonio de Solomon. En cualquier caso, eleditor, que ha tenido la oportunidad de detectar toda contradiccin o discrepancia en sus afirmaciones,est convencido de que se ha ceido estrictamente a la verdad. Ha repetido la misma historia, sincambiar y sin desviarse en el ms mnimo detalle, y tambin ha ledo con detenimiento el manuscritoy ha ordenado corregir la ms trivial inexactitud que haya podido surgir.

    La suerte quiso que Solomon fuera propiedad de varios amos durante su cautiverio. El trato querecibi en Pine Woods muestra que entre los que poseen esclavos hay tanto hombres humanos comohombres crueles. De algunos de ellos se habla con emocin y gratitud, y de otros con amargura.Creemos que el siguiente relato de su experiencia en Bayou Boeuf ofrece una imagen exacta de laesclavitud, con sus luces y sus sombras, tal como existe actualmente en esta localidad. El nicoobjetivo del editor, a su modo de ver al margen de presupuestos y prejuicios, ha sido ofrecer fielmentela historia de la vida de Solomon Northup, tal como la recibi de sus labios.

    El editor confa en haber cumplido este objetivo, pese a las numerosas imperfecciones de estilo yexpresin que pudieran encontrarse.

    DAVID WILSON

    Whitehall, Nueva York, mayo de 1853

  • I INTRODUCCIN ASCENDENCIA LA FAMILIA NORTHUP NACIMIENTO Y ORIGEN MINTUS NORTHUP CASAMIENTO CON ANNE HAMPTON BUENAS DECISIONES ELCANAL CHAMPLAIN VIAJE EN BALSA A CANAD AGRICULTURA EL VIOLN LACOCINA LA MUDANZA A SARATOGA PARKER Y PERRY ESCLAVOS Y ESCLAVITUD LOS NIOS EL INICIO DE LA AGONA Al haber nacido libre y haber disfrutado durante ms de treinta aos de los privilegios de la libertad enun estado libre, y, transcurrido este perodo, haber sido secuestrado y vendido como esclavo, situacinen la que permanec hasta que, en el mes de enero de 1853, tras doce aos de cautiverio, fui felizmenterescatado, me comentaron que el relato de mi vida y mi suerte no estara desprovisto de inters para elpblico.

    Desde que recuper la libertad no he dejado de observar el creciente inters en todos los estadosdel norte por el tema de la esclavitud. Circulan, en cantidad sin precedentes, obras de ficcin queaseguran mostrar sus caractersticas, tanto en los aspectos ms agradables como en los msrepugnantes, y a mi modo de ver lo han convertido en un fructfero tema que se comenta y se debate.

    Solo puedo hablar de la esclavitud en la medida en que la he observado yo mismo, en que la heconocido y experimentado en mi propia persona. Mi objetivo es ofrecer un sincero y veraz resumen dehechos concretos, narrar la historia de mi vida, sin exageraciones, y dejar para otros la labor dedeterminar si incluso las pginas de las obras de ficcin ofrecen una imagen errnea de mayorcrueldad o de una esclavitud ms dura.

    Hasta donde he podido confirmar, mis antepasados por parte de padre eran esclavos en RhodeIsland. Pertenecan a una familia que se apellidaba Northup, uno de cuyos miembros se march delestado de Nueva York y se instal en Hoosic, en el condado de Rensselaer. Se llev con l a MintusNorthup, mi padre. Tras la muerte de este seor, que debi de producirse hace unos cincuenta aos, mipadre pas a ser libre, porque su amo haba dejado escrito en sus ltimas voluntades que loemanciparan.

    El seor Henry B. Northup, de Sandy Hill, distinguido abogado y el hombre al queprovidencialmente debo mi actual libertad y mi regreso con mi mujer y mis hijos, es pariente de lafamilia en la que sirvieron mis antepasados y de la que tomaron el apellido que llevo. A este hechopuede atribuirse el tenaz inters que se ha tomado por m.

    Poco tiempo despus de su liberacin, mi padre se traslad a la ciudad de Minerva, en el condadode Essex, Nueva York, donde, en el mes de julio de 1808, nac yo. No estoy en condiciones de asegurarcon absoluta certeza cunto tiempo se qued en esta ltima ciudad. Desde all se mud a Granville, enel condado de Washington, cerca de un lugar conocido como Slyborough, donde durante unos aostrabaj en la granja de Clark Northup, tambin pariente de su antiguo amo. De all se traslad a lagranja Alden, en la calle Moss, a poca distancia al norte de la ciudad de Sandy Hill, y de all a lagranja que ahora es propiedad de Russel Pratt, situada en la carretera que va de Fort Edward a Argyle,donde vivi hasta su muerte, que tuvo lugar el 22 de noviembre de 1829. Dej una viuda y dos hijos,yo mismo y Joseph, mi hermano mayor. Este ltimo todava vive en el condado de Oswego, cerca dela ciudad del mismo nombre. Mi madre muri en el perodo en que estuve cautivo.

  • Mi padre, aunque naci esclavo y trabaj en la situacin desventajosa a la que mi desdichada razaest sometida, era un hombre respetado por su laboriosidad y su integridad, como pueden atestiguarmuchas personas que siguen vivas y lo recuerdan muy bien. Dedic toda su vida a las pacficas laboresagrcolas y jams busc trabajo en quehaceres ms insignificantes, que son los que suelen asignar alos hijos de frica. Adems de ofrecernos una educacin superior a la que sola otorgarse a los niosde nuestra condicin, adquiri, gracias a su diligencia y al ahorro, suficientes bienes inmuebles paraejercer el derecho al voto. Nos hablaba a menudo de su vida anterior, y aunque en todo momentoalberg el ms clido sentimiento de generosidad, incluso de afecto, hacia la familia en cuya casahaba sido esclavo, nunca entendi la esclavitud y le entristeca que degradaran a su raza. Se empeen inculcarnos el sentido de la moralidad y en ensearnos a creer y confiar en Dios, que considera alas ms humildes de sus criaturas exactamente igual que a las ms elevadas. Cuntas veces el recuerdode sus consejos paternales me vino a la mente cuando estaba tumbado en un corral de esclavos en laslejanas e insalubres tierras de Luisiana, dolorido por las inmerecidas heridas que un amo inhumanome haba infligido y con la nica esperanza de que la tumba que cubra a mi padre me protegiera a mtambin del ltigo del opresor. En el camposanto de Sandy Hill, una humilde piedra seala el lugardonde reposa, tras haber cumplido dignamente los deberes propios de la modesta esfera por la queDios le asign transitar.

    Hasta aquel perodo me haba dedicado sobre todo a trabajar en la granja con mi padre. Soladedicar las horas de ocio que me concedan a mis libros y a tocar el violn, un entretenimiento que erami principal pasin de juventud. Tambin fue desde entonces una fuente de consuelo que complaca alas personas sencillas con las que me haba tocado vivir y que durante horas apartaba mispensamientos de la dolorosa contemplacin de mi destino.

    El da de Navidad de 1829 me cas con Anne Hampton, una chica de color que por aquel entoncesviva cerca de nuestra casa. El seor Timothy Eddy, juez y notable ciudadano, ofici la ceremonia enFort Edward. Anne haba vivido mucho tiempo en Sandy Hill, con el seor Baird, propietario de lataberna Eagle y miembro de la familia del reverendo Alexander Proudfit, de Salem. Este caballeropresidi durante muchos aos la Sociedad Presbiteriana de Salem y era muy conocido por susconocimientos y su devocin. Anne todava guarda un grato recuerdo de la extrema bondad y losexcelentes consejos de aquel buen hombre. Mi mujer no es capaz de determinar su linaje conexactitud, pero en sus venas se mezcla la sangre de tres razas. Resulta difcil decir si predomina laroja, la blanca o la negra. Sin embargo, la unin de todas ellas en su origen le ha otorgado unaexpresin peculiar, aunque agradable, muy rara de ver. Aunque tiene ciertas similitudes con loscuarterones, no se puede decir que forme parte de este grupo, el tipo de mulato al que he olvidadomencionar que perteneca mi madre.

    En el mes de julio anterior haba cumplido veintin aos, de modo que acababa de alcanzar lamayora de edad. Privado del consejo y la ayuda de mi padre, y con una mujer que dependa de m,decid emprender una vida laboriosa, y a pesar de que mi color era un obstculo y de que eraconsciente de mi humilde nivel social, me permit soar que llegaran buenos tiempos en los queposeera una modesta casa con varias hectreas de terreno que recompensaran mi trabajo y meproporcionaran los medios necesarios para ser feliz y vivir con holgura.

    Desde el da de mi boda hasta hoy, el amor que he prodigado a mi esposa ha sido sincero y no hadisminuido un pice, y solo los que han sentido la ternura de un padre por su descendencia sabrnvalorar mi enorme cario a los amados hijos que hemos tenido hasta la fecha. Considero adecuado ynecesario decirlo para que los que lean estas pginas entiendan la intensidad de los sufrimientos quehe sido condenado a soportar.

  • Inmediatamente despus de casarnos empezamos a trabajar en el viejo edificio amarillo que poraquel entonces estaba en el extremo sur del pueblo de Fort Edward y que con el tiempo se habaconvertido en una moderna mansin en la que se haba instalado el capitn Lathrop. Se la conocecomo Fort House. Tras la organizacin del condado, en esa casa se celebraban de vez en cuandosesiones municipales. Tambin haba vivido en ella Burgoyne, en 1777, porque estaba cerca del viejofuerte de la orilla izquierda del Hudson.

    Durante el invierno trabaj, junto con otros hombres, en la reparacin de la parte del canal deChamplain que estaba al cargo de William Van Nortwick. David McEachron era el responsable directode los hombres con los que yo trabajaba. Cuando se abri el canal, en primavera, lo que habaahorrado de mi sueldo me permiti comprar un par de caballos y diversos materiales imprescindiblespara navegar.

    Contrat mano de obra eficaz para que me ayudara y llegu a acuerdos para transportar grandesbalsas cargadas de madera desde el lago Champlain hasta Troy. Dyer Beckwith y un tal seorBartemy, de Whitehall, me acompaaron en varios viajes. Aquella primavera aprend a la perfeccinel arte y los misterios de la navegacin fluvial, un conocimiento que ms adelante me permiti prestarrentables servicios a un digno amo y que dejaba pasmados a los madereros estrechos de miras de lasorillas de Bayou Boeuf.

    En uno de mis viajes por el lago Champlain tuve que pasar por Canad. Al detenernos en Montrealpara reparar la embarcacin, aprovech para visitar la catedral y otros lugares de inters de la ciudad.Desde all segu mi travesa hasta Kingston y otras ciudades, lo que me proporcion un conocimientode aquellos lugares que tambin me sirvi ms adelante, como se ver hacia el final de este relato.

    Tras haber cumplido con mis compromisos en el canal de forma satisfactoria tanto para m comopara quien me haba encargado el trabajo, y temiendo quedarme ocioso, visto que se haba vuelto asuspender la navegacin en el canal, llegu a un acuerdo con Medad Gunn para cortar gran cantidad demadera. A esta ocupacin me dediqu durante el invierno de 1831-1832.

    Con el regreso de la primavera, Anne y yo planeamos quedarnos con una granja de los alrededores.Estaba acostumbrado a trabajar en el campo desde mi ms tierna infancia y era una labor que meresultaba agradable, as que empec a arreglar una parte de la vieja granja Alden, en la que mi padrehaba vivido aos atrs. Con una vaca, un cerdo, un yugo para bueyes que compr en Hartford a LewisBrown y otros bienes y efectos personales, nos dirigimos a nuestro nuevo hogar de Kingsbury. Aquelao plant diez hectreas de maz, sembr grandes campos de avena y empec a cosechar a tan granescala como me permitan mis medios. Anne se ocupaba de las labores domsticas mientras yotrabajaba duro en el campo.

    All vivimos hasta 1834. Durante el invierno me llamaban a menudo para que tocara el violn.Dondequiera que los jvenes se reunieran a bailar, all estaba yo casi siempre. Mi violn era famoso entodos los pueblos de los alrededores. Y tambin Anne, durante su larga estancia en la taberna Eagle, sehaba convertido en una famosa cocinera. Durante las semanas en que se celebraban las sesionesmunicipales y en los eventos pblicos, la Sherrills Coffee House la contrataba para la cocina y lepagaba un buen sueldo.

    Tras realizar estos servicios, siempre volvamos a casa con dinero en el bolsillo, as que tocando elvioln, cocinando y trabajando en el campo no tardamos en nadar en la abundancia y en llevar una vidaprspera y feliz. Y, sin duda, lo habra sido si nos hubiramos quedado en la granja de Kingsbury, perolleg un momento en que dimos un paso hacia el cruel destino que me esperaba.

    En marzo de 1834, nos mudamos a Saratoga Springs. Nos alojamos en una casa propiedad deDaniel OBrien, en la zona norte de la calle Washington. En aquella poca, Isaac Taylor tena una gran

  • pensin conocida como Washington Hall, en el extremo norte de Broadway. Me dio trabajo comoconductor de un coche de caballos, a lo que me dediqu durante dos aos. Transcurrido este tiempo, elhotel United States y otros establecimientos solan darme trabajo, y tambin a Anne, en lastemporadas tursticas. Durante el invierno dependa de mi violn, aunque, cuando se construy la vafrrea en Troy y Saratoga, trabaj duramente en ella muchos das.

    En Saratoga sola comprar artculos que mi familia necesitaba en las tiendas del seor CephasParker y del seor William Perry, caballeros a los que recuerdo a menudo por sus muchos gestos debondad. Por esta razn, doce aos despus, ped que les hicieran llegar la carta que adjunto msadelante y que, al llegar a manos del seor Northup, fue la desencadenante de mi feliz liberacin.

    Mientras vivamos en el hotel United States sola encontrarme con esclavos que haban llegado delsur con sus amos. Siempre iban bien vestidos y arreglados, y al parecer su vida era fcil, sin apenasproblemas cotidianos que los perturbaran. A menudo charlaban conmigo sobre la esclavitud, y mepareci que casi todos ellos albergaban el secreto deseo de ser libres. Algunos expresaban el msardiente anhelo de escapar y me consultaban el mejor mtodo para conseguirlo. Sin embargo, en todoslos casos, el miedo al castigo, que saban que sin duda les esperaba si los capturaban y tenan quevolver, demostr ser suficiente para disuadirlos de intentarlo. Aunque durante toda mi vida habarespirado el aire libre del norte y era consciente de que albergaba los mismos sentimientos y afectosque se encuentran en el pecho del hombre blanco, aunque era consciente adems de que miinteligencia era como mnimo igual a la de algunos hombres de piel ms clara, era demasiadoignorante, quiz demasiado independiente, para entender que alguien pudiera aceptar vivir en lasabyectas condiciones de un esclavo. No me entraba en la cabeza que una ley, o una religin, quedefiende o admite la esclavitud pudiera ser justa. Y me enorgullece decir que ni una sola vez dej deaconsejar a todos los que acudieron a m que buscaran su oportunidad y lucharan por la libertad.

    Segu viviendo en Saratoga hasta la primavera de 1841. Las prometedoras expectativas que, sieteaos antes, nos haban arrancado de la tranquila granja de la orilla este del Hudson no se habancumplido. Aunque nuestras circunstancias siempre haban sido cmodas, no habamos prosperadocomo esperbamos. La sociedad y las relaciones en aquel lugar turstico a orillas del ro no estabanpensadas para preservar los sencillos hbitos de trabajo y ahorro a los que yo estaba acostumbrado,sino, por el contrario, para sustituirlos por otros que tendan a la ociosidad y el despilfarro.

    En aquellos momentos ramos padres de tres nios: Elizabeth, Margaret y Alonzo. Elizabeth, lamayor, tena diez aos, Margaret era dos aos menor y el pequeo Alonzo acababa de cumplir cinco.Eran la alegra de nuestra casa. Sus voces infantiles eran msica para nuestros odos. Su madre y yohicimos multitud de castillos en el aire respecto a nuestros pequeos inocentes. Cuando yo notrabajaba, siempre sala a pasear con ellos, vestidos con sus mejores galas, por las calles y lasarboledas de Saratoga. Me encantaba estar con ellos y los estrechaba contra mi pecho con un amor tanclido y tierno como si su oscura piel fuera ms blanca que la nieve.

    Hasta aqu la historia de mi vida no presenta nada fuera de lo corriente, tan solo las esperanzas, losafectos y los trabajos habituales de un hombre de color que avanza humildemente por el mundo. Peroen aquel momento llegu a un punto de inflexin en mi existencia y cruc el umbral de la atrozinjusticia, el dolor y la desesperacin. Me met bajo la sombra de una nube, en una densa oscuridad enla que no tardara en desaparecer, y por tanto quedara oculto a los ojos de mis seres queridos yexcluido de la dulce luz de la libertad durante largos y agotadores aos.

  • II

    LOS DOS DESCONOCIDOS LA COMPAA CIRCENSE LA MARCHA DE SARATOGA VENTRILOQUIA Y PRESTIDIGITACIN EL VIAJE A NUEVA YORK LOS PAPELES DELIBERTAD BROWN Y HAMILTON LAS PRISAS POR LLEGAR AL CIRCO LA LLEGADA AWASHINGTON EL FUNERAL DE HARRISON EL REPENTINO MALESTAR EL TORMENTODE LA SED LA LUZ QUE SE ALEJA INCONSCIENCIA CADENAS Y OSCURIDAD Una maana, hacia finales de marzo de 1841, como en aquellos momentos no tena nada que hacer,sal a pasear por Saratoga Springs pensando dnde conseguir algn trabajo hasta que llegara latemporada alta. Anne, como de costumbre, haba ido a Sandy Hill, a unas veinte millas de distancia,para ocuparse del departamento de cocina de la Sherrills Coffee House durante la sesin municipal.Creo que Elizabeth haba ido con ella. Margaret y Alonzo se quedaron con su ta en Saratoga.

    En la esquina de Congress Street con Broadway, junto a la taberna, que por aquel entonces llevabay, que yo sepa, sigue llevando el seor Moon, me abordaron dos hombres de aspecto respetable, queno conoca absolutamente nada. Me da la impresin de que me los haba presentado algn conocidomo, aunque no logro recordar quin, dicindoles que yo era un experto violinista.

    En cualquier caso, no tardaron en hablarme de este tema y me hicieron gran cantidad de preguntassobre mis aptitudes. Como, al parecer, mis respuestas les resultaron satisfactorias, me propusieroncontratar mis servicios durante una breve temporada, y as comprobar, adems, si era la persona quenecesitaban. Por lo que me dijeron posteriormente, se llamaban Merrill Brown y Abram Hamilton,aunque tengo razones ms que fundadas para dudar de que fueran sus verdaderos nombres. El primeropareca tener unos cuarenta aos, era ms bien bajito y rechoncho, con una expresin que indicabaastucia e inteligencia. Vesta una levita negra y un sombrero del mismo color, y dijo que viva enRochester o Syracuse. El segundo era un joven de complexin normal y ojos claros, y si tuviera quefijar su edad, dira que no tena ms de veinticinco aos. Era alto y delgado, iba vestido con un abrigode color marrn claro, un sombrero satinado y un chaleco elegante. Iba todo l a la ltima moda.Pareca algo afeminado, aunque era atractivo y tena cierto aire de tranquilidad que denotaba que tenamucho mundo. Segn me contaron, estaban relacionados con una compaa de circo que en aquellosmomentos se encontraba en la ciudad de Washington, hacia donde se dirigan de vuelta, tras haberviajado unos das al norte para ver el pas, y sufragaban sus gastos haciendo exhibiciones de vez encuando. Tambin me comentaron que les haba resultado muy difcil encontrar msica para susespectculos y que si los acompaaba a Nueva York, me pagaran un dlar por cada da de trabajo, ytres dlares ms por cada noche que tocara en sus funciones, adems del dinero para pagarme el viajede regreso de Nueva York a Saratoga.

    Acept de inmediato la tentadora oferta, tanto por la remuneracin que me prometan como por eldeseo de ver la metrpolis. Estaban impacientes por salir cuanto antes. Como pens que me ausentarapoco tiempo, no cre necesario escribir a Anne para decirle adnde iba, porque de hecho supona queera posible que volviera antes que ella. As que cog algo de ropa para cambiarme y mi violn, y medispuse a ponerme en camino. El carruaje arranc. Era un coche cubierto, tirado por un par de noblescaballos que otorgaban al conjunto un aspecto elegante. Su equipaje, que consista en tres grandesbales, iba atado a la baca, y tras subir al asiento del conductor, mientras ellos tomaban asiento en la

  • parte trasera, me alej de Saratoga por la carretera que se diriga a Albany, entusiasmado con minuevo trabajo y ms feliz que nunca en mi vida.

    Atravesamos Ballston y, al llegar a la carretera de la montaa, como la llaman, si la memoria nome falla, la tomamos en direccin a Albany. Llegamos a esta ciudad antes del anochecer y nosdetuvimos en un hotel al sur del museo.

    Aquella noche tuve ocasin de presenciar uno de sus nmeros, el nico en todo el tiempo que pascon ellos. Hamilton se coloc en la puerta, yo hice de orquesta y Brown ofreci el espectculo, queconsisti en lanzar pelotas, bailar sobre la cuerda floja, frer tortitas en un sombrero, hacer gritar acerdos invisibles, entre otros trucos de ventriloquia y prestidigitacin. El pblico fueextraordinariamente escaso, y no demasiado selecto, de modo que el informe de Hamilton respecto delas ganancias se limitaba a una miserable cantidad de cajas vacas.

    A la maana siguiente, muy temprano, reemprendimos el camino. Casi todo el tiempo hablaban desu impaciencia por llegar al circo cuanto antes. Seguimos el viaje a toda prisa, sin volver a detenernosa actuar, y a su debido tiempo llegamos a Nueva York, donde nos alojamos en una casa de la zonaoeste de la ciudad, en una calle que va de Broadway al ro. Pensaba que el viaje haba concluido param y esperaba volver a Saratoga con mis amigos y mi familia al cabo de un da, como mximo un par.Sin embargo, Brown y Hamilton empezaron a insistir en que siguiera con ellos hasta Washington. Mecomentaron que en cuanto llegramos, como se acercaba el verano, el circo se trasladara al norte. Meprometieron trabajo y un buen sueldo si los acompaaba. Tanto hablaron sobre los beneficios queobtendra y tan halageas fueron sus expectativas que al final acab aceptando su oferta.

    A la maana siguiente me sugirieron que, dado que estbamos a punto de entrar en un estadoesclavista, no estara de ms conseguir papeles de libertad. La idea me pareci sensata, aunque creoque si no la hubieran propuesto, a m no se me habra ocurrido. Nos dirigimos de inmediato a lo queentend que era la casa de aduanas, donde declararon bajo juramento que yo era un hombre libre. Allredactaron un papel, nos lo entregaron y nos indicaron que lo llevramos a la Administracin. Esohicimos, el empleado escribi algo ms, les cobr seis chelines y volvimos a la casa de aduanas.Tuvimos que realizar varias formalidades ms antes de pagar al funcionario dos dlares para dar porconcluido el procedimiento, y que pudiera meterme los papeles en el bolsillo y dirigirme con mis dosamigos al hotel. Debo confesar que en aquellos momentos pensaba que esos papeles a duras penasmerecan lo que nos haba costado conseguirlos. Ni remotamente se me haba pasado por la cabezaque mi integridad personal pudiera estar en peligro. Recuerdo que el empleado al que nos habamosdirigido tom nota en un libro enorme, que supongo que debe de estar todava en aquel despacho. Notengo la menor duda de que consultar las entradas de finales de marzo o principios de abril bastarapara satisfacer a los incrdulos, al menos en lo relativo a esa transaccin en concreto.

    Con la prueba de que era libre en mi poder, al da siguiente de haber llegado a Nueva Yorkcruzamos en ferry hasta la ciudad de Jersey y nos pusimos en camino hacia Filadelfia, donde nosquedamos una noche, y, a primera hora de la maana siguiente, seguimos nuestro viaje hastaBaltimore. Llegamos a esta ciudad a la hora prevista y nos dirigimos a un hotel cercano a la estacindel tren que no s si gestionaba un tal seor Rathbone o se lo conoca como Rathbone House. Durantetodo el camino desde Nueva York, la impaciencia de mis acompaantes por llegar al circo parecacada vez mayor. Dejamos el carruaje en Baltimore, nos metimos en un vagn de tren y seguimos hastaWashington, adonde llegamos justo al anochecer, la vspera del funeral del general Harrison, y nosalojamos en el hotel Gadsby, en Pennsylvania Avenue.

    Despus de cenar me pidieron que fuera a su habitacin, me pagaron cuarenta y tres dlares, unacantidad mayor de la que me corresponda, y me dijeron que aquel gesto de generosidad responda al

  • hecho de no haber hecho tantos espectculos en nuestro viaje desde Saratoga como yo habra esperado.Adems, me informaron de que la compaa circense tena la intencin de marcharse de Washingtonal da siguiente, pero, debido al funeral, haban decidido quedarse un da ms. Fueron extremadamenteamables, como lo haban sido desde el primer momento en que hablamos. No perdan ocasin dedarme la razn en todo lo que deca, y tambin yo estaba muy predispuesto en su favor. Les concedmi confianza sin reservas, y de buen grado habra credo casi cualquier cosa que me hubieran dicho.Su manera de dirigirse a m y de tratarme el hecho de que fueran previsores y sugirieran la idea delos papeles de libertad y otros cientos de pequeos detalles que no es necesario repetir indicaba queeran amigos y que se preocupaban sinceramente por mi bienestar. Ahora s que no era as. Ahora sque fueron culpables de la terrible crueldad de la que entonces los cre inocentes. Los que lean estaspginas tendrn ocasin de determinar, exactamente igual que yo, si fueron cmplices de misdesgracias hbiles e inhumanos monstruos con aspecto humano y me lanzaron el anzuelointencionadamente para alejarme de mi casa y mi familia por dinero. Si hubieran sido inocentes, mirepentina desaparicin habra sido inexplicable, pero, por ms vueltas que le doy a todas lascircunstancias que se produjeron, en ningn caso puedo concederles tan caritativa suposicin.

    Despus de darme el dinero, que parecan tener en abundancia, me aconsejaron que no salieraaquella noche, dado que no estaba familiarizado con las costumbres de la ciudad. Les promet recordarsu consejo, me march y poco despus un sirviente de color me acompa a un dormitorio en la partetrasera del hotel, en la planta baja. Me tumb a descansar pensando en mi casa, mi mujer y mis hijos,y en la larga distancia que nos separaba, hasta que me qued dormido. Pero ningn ngel bueno ypiadoso acudi invitndome a escapar, ninguna voz misericordiosa me advirti en sueos de las duraspruebas por las que estaba a punto de pasar.

    Al da siguiente se celebr un gran desfile en Washington. El aire se llen de rugidos de caones ytaidos de campanas. En las casas colgaban crespones y las calles estaban atestadas de gente vestidade negro. A medida que transcurra el da, la procesin apareci, avanzando muy despacio por laavenida, carruaje tras carruaje, en larga sucesin, mientras miles y miles de personas la seguan a pie,movindose al comps de la melanclica msica. Llevaban el cuerpo de Harrison a la tumba.

    Desde primera hora de la maana estuve con Hamilton y Brown. Eran las nicas personas queconoca en Washington. Estuvimos juntos mientras pasaba el desfile fnebre. Recuerdo perfectamenteque el cristal de la ventana estaba a punto de romperse y caer en pedazos al suelo cada vez que elcan del cementerio lanzaba un disparo. Fuimos al Capitolio y paseamos un buen rato por losalrededores. Por la tarde fueron a dar una vuelta por la casa del presidente, conmigo siempre a su lado,mostrndome diversos lugares de inters. An no haba visto ningn circo. De hecho, el da haba sidotan agitado que apenas haba pensado en el circo, por no decir que no haba pensado en absoluto en l.

    Aquella tarde mis amigos entraron varias veces en bares y pidieron licores, aunque, por lo quehaba visto, no tenan por costumbre cometer excesos. En aquella ocasin, tras servirse a s mismos,llenaban un vaso y me lo ofrecan. Yo no me emborrach, como se deducir por lo que sucedi acontinuacin. A ltima hora de la tarde, poco despus de haber participado en una de aquellas rondas,empec a sentirme muy mal, muy mareado. Comenz a dolerme la cabeza, un dolor intenso que medejaba embotado, indescriptiblemente desagradable. Cuando me sent a cenar no tena hambre. Lavisin y el sabor de la comida me producan nuseas. Por la noche, el mismo sirviente me acompa ala habitacin en la que haba dormido la noche anterior. Brown y Hamilton me aconsejaron que meretirara, se compadecieron de m amablemente y me expresaron su deseo de que me encontrara mejorpor la maana. Me quit solo el abrigo y las botas, y me dej caer en la cama. Me resultaba imposibledormir. El dolor de cabeza era cada vez ms intenso, hasta que se hizo casi insoportable. Al rato

  • empec a tener sed. Senta los labios resecos. Solo poda pensar en agua, en lagos y ros fluyendo, enarroyos en los que me haba detenido a beber y en un cubo lleno de agua alzndose con su fresconctar desde las profundidades de un pozo. Por lo que recuerdo, hacia la medianoche me levant,porque ya no poda aguantar ms aquella sed. Como no conoca el hotel, nada saba de su distribucin.Observ que no haba nadie levantado. A tientas y al azar, sin saber por dnde iba, al final encontruna cocina, en el stano. Dos o tres sirvientes de color iban de un lado a otro, y uno de ellos, unamujer, me ofreci dos vasos de agua. Me alivi momentneamente, pero en cuanto llegu de nuevo ami habitacin volv a sentir el mismo deseo ardiente de beber, la misma sed que me atormentaba. Metorturaba incluso ms que antes, y lo mismo suceda con el salvaje dolor de cabeza, si es que tal cosapoda ser. Estaba angustiado y doliente, en la ms insoportable agona! Cre que iba a volvermeloco! El recuerdo de aquella noche de horrible sufrimiento me acompaar hasta la tumba.

    Aproximadamente una hora despus de que volviera de la cocina, sent que alguien entraba en mihabitacin. Parecan ser varios una mezcla de varias voces, pero no sabra decir cuntos niquines eran. Sera una mera conjetura aventurar si Brown y Hamilton estaban entre ellos. Lo nicoque recuerdo con absoluta claridad es que me dijeron que haba que llevarme al mdico para buscarmedicamentos, que me calc las botas y, sin ponerme el abrigo ni el sombrero, los segu por un largopasillo hasta la puerta de la calle, que daba a una esquina de la Pennsylvania Avenue. Al otro lado dela calle se vea una ventana con la luz encendida. Me da la impresin de que haba tres personasconmigo, aunque todo es indefinido y vago, como el recuerdo de un doloroso sueo. Lo ltimo que segrab en mi memoria es que me dirig hacia aquella luz, que supona que proceda de la consulta de unmdico y que pareca retroceder a medida que yo avanzaba. A partir de aquel momento perd laconciencia. No s cunto tiempo pas inconsciente, si fue solo aquella noche o muchos das con susnoches, pero cuando recuper el conocimiento, me encontr solo, en la ms absoluta oscuridad yencadenado.

    El dolor de cabeza prcticamente haba desaparecido, pero me senta muy dbil. Estaba sentado enun banco bajo de duros tablones, sin abrigo y sin sombrero. Me haban esposado. Tena tambinpesados grilletes alrededor de los tobillos. Un extremo de la cadena estaba atado a una gran argolla enel suelo, y el otro, a los grilletes de mis tobillos. Intent en vano ponerme en pie. Como acababa dedespertarme de un trance tan doloroso, necesitaba algo de tiempo para ordenar mis pensamientos.Dnde estaba? Qu significaban aquellas cadenas? Dnde estaban Brown y Hamilton? Qu habahecho para merecer que me encerraran en aquel calabozo? No lo entenda. Ningn rincn de mimemoria lograba recordar lo que haba sucedido durante un perodo de tiempo indefinido, antes dedespertarme en aquel solitario lugar. Estaba en blanco. Escuch con atencin en busca de algn indiciode vida, algn sonido, pero nada rompa el opresivo silencio, salvo el tintineo de mis cadenas cada vezque consegua moverme. Habl en voz alta, pero el sonido de mi propia voz me asust. Me met lasmanos en los bolsillos hasta donde los grilletes me lo permitan, en cualquier caso lo bastante hondopara asegurarme de que me haban robado no solo la libertad, sino tambin el dinero y los papeles.Entonces empez a abrirse camino en mi mente la idea, en un principio dbil y confusa, de que mehaban secuestrado. Pero pens que era inverosmil. Deba de ser un malentendido, un lamentableerror. No era posible que a un ciudadano libre de Nueva York, que no haba hecho dao a nadie niviolado ninguna ley, se le tratara con tanta crueldad. Sin embargo, cuanto ms pensaba en misituacin, ms confirmaba mis sospechas. Sin duda, era una idea desoladora. Senta que el hombre eraun ser insensible y despiadado en el que no se poda confiar. Me encomend al Dios de los oprimidos,me cubr la cara con las manos encadenadas y llor amargamente.

  • III

    PENSAMIENTOS DOLOROSOS JAMES H. BURCH EL CORRAL DE ESCLAVOS DEWILLIAMS EN WASHINGTON EL LACAYO RADRURN REIVINDICO MI LIBERTAD LAIRA DEL NEGRERO EL REMO Y EL LTIGO LA PALIZA NUEVOS CONOCIDOS RAY,WILLIAMS Y RANDALL LLEGADA A LA CRCEL DE LA PEQUEA EMILY Y SU MADRE EL DOLOR DE UNA MADRE LA HISTORIA DE ELIZA Transcurrieron unas tres horas en las que me qued sentado en el banco, sumido en dolorosospensamientos. O a lo lejos el canto de un gallo, y al rato lleg a mis odos un rumor distante, como elruido de carruajes rodando por las calles, as que supe que ya era de da, aunque en mi calabozo noentraba ni un solo rayo de luz. Por ltimo, o pasos justo encima de m, como si alguien anduviera deun lado para otro. Se me ocurri entonces que deba de estar en un stano, y el olor a humedad y mohoconfirm mi suposicin. El ruido en el piso de arriba se prolong durante al menos una hora, hasta quepor fin o pasos acercndose desde el exterior. Una llave tintine en la cerradura, una enorme puertagir sobre sus goznes y lo inund todo de luz, y dos hombres entraron y se acercaron a m. Uno deellos era alto y fuerte, de unos cuarenta aos y de pelo castao oscuro algo canoso. Tena la cararechoncha y era de complexin generosa y de rasgos extremadamente toscos que solo expresabancrueldad y malicia. Meda alrededor de cinco pies y diez pulgadas de altura, y creo que por miexperiencia puedo decir, sin prejuicios, que era un hombre de aspecto siniestro y repugnante. Sellamaba James H. Burch, segn supe despus, era un famoso negrero de Washington y en aquellosmomentos, o algo despus, se haba asociado con Theophilus Freeman, de Nueva Orleans. La personaque lo acompaaba era un simple lacayo llamado Ebenezer Radburn, que actuaba meramente comocarcelero. Estos dos hombres viven todava en Washington, o al menos vivan en el momento en quepas por esta ciudad tras liberarme de mi condicin de esclavo, el pasado mes de enero.

    La luz que entraba por la puerta abierta me permiti observar la habitacin en la que estabaencerrado. Era de unos doce pies cuadrados, con las paredes de slidos ladrillos y el suelo de gruesostablones. Haba una pequea ventana con barrotes de hierro y una contraventana exterior con cierre deseguridad.

    Una puerta de hierro conduca a una celda o cmara adyacente sin una sola ventana ni ningn otromedio para dejar entrar la luz. Los muebles de la celda en la que me encontraba se limitaban al bancode madera en el que estaba sentado y una vieja y sucia estufa de lea, y, por lo dems, en ninguna delas dos celdas haba cama, ni mantas, ni cosa alguna. La puerta por la que haban entrado Burch yRadburn daba a un pequeo pasillo que conduca, tras un tramo de escalones, a un patio rodeado porun muro de ladrillo de unos diez o doce pies de altura, pegado a un edificio de la misma anchura. Elpatio se extenda unos treinta pies desde la parte trasera del edificio. En un lado del muro haba unagruesa puerta de hierro que daba a un estrecho pasillo cubierto que recorra un lado de la casa hasta lacalle. La condena del hombre de color tras el que se cerrara la puerta que daba a aquel estrecho pasilloestaba sentenciada. La parte superior del muro sujetaba un extremo de un tejado que ascenda haciadentro y formaba una especie de cobertizo abierto. Debajo del tejado, alrededor de todo el muro, habaun increble altillo para que los esclavos durmieran por la noche, si se lo permitan, o se protegierande las inclemencias del tiempo en caso de tormenta. Era bastante parecido a un corral, salvo en que lo

  • haban construido de manera que el mundo exterior no pudiera ver el ganado humano que se agrupabaentre aquellos muros.

    El edificio unido al patio era de dos plantas y daba a una calle de Washington. Desde fuera tena elaspecto de una tranquila vivienda particular. A cualquier extrao que la observara jams se le pasarapor la cabeza imaginar el execrable uso que hacan de ella. Por extrao que parezca, al otro lado deaquella casa se alzaba imponente el Capitolio. Las voces de patriticos diputados llenndose la bocacon la libertad y la igualdad casi se mezclaba con el traqueteo de las cadenas de los pobres esclavos.Un corral de esclavos a la sombra del Capitolio. Esta es una descripcin correcta de cmo era en 1841 el corral de esclavos de Williams, enWashington, en una de cuyas celdas me encontr inexplicablemente confinado.

    Bueno, chico, cmo te encuentras? me pregunt Burch en cuanto cruz la puerta.Le contest que estaba enfermo y le pregunt por qu estaba encerrado. Me dijo que era su esclavo,

    que me haba comprado y que estaba a punto de mandarme a Nueva Orleans. Le asegur, en voz alta yclara, que era libre, que viva en Saratoga, donde tena mujer e hijos, que tambin eran libres, y queme apellidaba Northup. Me quej amargamente del extrao trato que haba recibido y amenac conpedir compensaciones por el malentendido en cuanto recuperara la libertad. Neg que yo fuera libre,solt una palabrota y asegur que yo era de Georgia. Le repet una y otra vez que no era esclavo denadie e insist en que me quitara las cadenas de inmediato. Intent acallarme, como si temiera quealguien pudiera orme, pero yo no pensaba callarme y denunciara a los causantes de miencarcelamiento, fueran quienes fuesen, como a autnticos villanos. Al ver que no conseguatranquilizarme, le dio un ataque. Lanz juramentos blasfemos, me llam negro mentiroso, fugitivo deGeorgia y muchos otros calificativos soeces y vulgares que solo la mente ms indecente podraimaginar.

    Durante todo aquel rato Radburn se mantuvo a su lado, en silencio. Su trabajo consista ensupervisar aquel establo humano, o ms bien inhumano, recibir a los esclavos, darles de comer yazotarlos a cambio de dos chelines diarios por cabeza. Burch se volvi hacia l y le orden que trajerael remo y el ltigo. Radburn desapareci y volvi al momento con los instrumentos de tortura. Elremo, como se lo llama en el vocabulario de tortura de esclavos, o al menos el primero que yo conoc,y del que ahora hablo, era un trozo de tabln de madera dura, de unas veinte pulgadas de largo, conforma de cuchara plana o de remo. En la parte plana y redondeada, cuyo tamao era deaproximadamente dos palmos, haban hecho varios agujeros con un taladro. El ltigo era una largacuerda con muchas hebras sueltas, con un nudo en el extremo de cada una de ellas.

    En cuanto aparecieron aquellos formidables instrumentos para azotar, los dos hombres mesujetaron y me desnudaron de manera brusca. Como he contado, tena los pies atados al suelo. Meempujaron hacia el banco, boca abajo, y Radburn apoy con fuerza el pie sobre los grilletes, entre mismuecas, retenindolas dolorosamente contra el suelo. Burch empez a pegarme con el remo,asestando golpe tras golpe a mi cuerpo desnudo. Cuando su implacable mano se cans, se detuvo y mepregunt si segua insistiendo en que era libre. Insist, as que empez a golpearme de nuevo, msdeprisa y con ms fuerza, si cabe, que antes. Cuando volva a cansarse, me repeta otra vez la mismapregunta, y como reciba la misma respuesta, segua con su cruel labor. Durante todo ese tiempo,aquel diablo reencarnado soltaba las ms diablicas blasfemias. Al final, el remo se rompi y se quedcon el mango en la mano, sin poder utilizarlo. Yo segua sin ceder. Todos aquellos brutales golpes nopodan obligar a mis labios a decir la absurda mentira de que era un esclavo. Burch, muy enfadado,

  • tir al suelo el mango del remo roto y tom el ltigo, que fue mucho ms doloroso. Intentaba aguantarcon todas mis fuerzas, pero era en vano. Supliqu piedad, pero solo respondi a mis splicas conjuramentos y araazos. Pens que morira bajo los latigazos de aquel maldito bruto. Todava se mepone la carne de gallina al recordar aquella escena. Tena la espalda en carne viva. Mi sufrimientosolo se poda comparar con las ardientes agonas del infierno.

    Al final guard silencio ante sus constantes preguntas. No iba a responderle. De hecho, casi nopoda ni hablar. Sigui dando latigazos sin descanso a mi pobre cuerpo hasta que pareci que la carneherida se me desgarraba de los huesos con cada golpe. Un hombre con un pice de piedad en el almano habra golpeado con tanta crueldad ni siquiera a un perro. Radburn dijo por fin que era intil seguirfustigndome, que ya haba quedado lo bastante dolorido. Y, acto seguido, Burch desisti y, agitandoel puo amenazador ante mi cara y con los dientes apretados, me dijo que si me atreva a volver adecir que era libre, que me haban secuestrado o cualquier otra cosa por el estilo, el castigo queacababa de recibir no sera nada comparado con el que me esperaba. Me jur que me vencera o mematara. Tras estas reconfortantes palabras, me quitaron los grilletes de las muecas, aunque mis piessiguieron atados a la argolla del suelo. Volvieron a cerrar los postigos de la pequea ventana con rejas,que haban abierto, salieron, cerraron la enorme puerta con llave y me dejaron a oscuras, como antes.

    En una hora, quiz dos, se me subi el corazn a la garganta al or la llave repiqueteando en lapuerta de nuevo. Yo, que haba estado tan solo y que haba deseado tan ardientemente ver a alguien,fuera quien fuese, de pronto me estremec al pensar que se acercaba un hombre. Todo rostro humanome daba miedo, en especial si era blanco. Entr Radburn con un plato de hojalata en las manos quecontena un trozo de cerdo frito reseco, una rebanada de pan y un vaso de agua. Me pregunt cmo meencontraba y seal que haba recibido una dura paliza. Me censur la falta de decoro de asegurar queera libre. Me aconsej, en un tono ms bien condescendiente y confidencial, que cuanto menos dijerasobre el tema, mejor sera para m. Era evidente que se empeaba en parecer amable, no s siconmovido por mi triste situacin o al observar que haba renunciado a seguir reclamando misderechos, pero no es necesario ahora hacer cbalas. Me desat los grilletes de los tobillos, abri lospostigos de la pequea ventana, se march y volv a quedarme solo.

    Para entonces estaba ya agarrotado y maltrecho. Tena el cuerpo cubierto de ampollas y no podamoverme sino con gran dolor y dificultad. Por la ventana solo vea el tejado apoyado en el murocontiguo. Por la noche me tumbaba en el suelo, hmedo y duro, sin almohada y sin nada con quetaparme. Dos veces al da, siempre a la misma hora, Radburn entraba con el cerdo, el pan y el agua.Casi no tena hambre, aunque la sed segua atormentndome. Las heridas apenas me permitanaguantar unos minutos en cualquier posicin, de modo que pasaba los das y las noches sentado, o depie, o dando vueltas muy despacio. Estaba angustiado y desanimado. Solo pensaba en mi familia, mimujer y mis hijos. Cuando el sueo me venca, soaba con ellos, soaba que estaba de nuevo enSaratoga, que vea sus rostros y oa sus voces, que me llamaban. Al despertar de las dulces fantasasdel sueo a las amargas realidades que me rodeaban, solo poda gemir y llorar. Pero no me haban rotoel alma. No tard en empezar a pensar en escapar. Pens que era imposible que los hombres fueran taninjustos como para hacerme esclavo sabiendo que deca la verdad. En cuanto Burch confirmara que noera un fugitivo de Georgia, sin duda me dejara marchar. Aunque a menudo sospechaba de Brown yHamilton, me costaba aceptar la idea de que estuvieran involucrados en mi encarcelamiento.Seguramente me buscaran y me liberaran de la esclavitud. Ay, en aquellos momentos no eraconsciente de la crueldad del hombre hacia el hombre, ni de hasta a qu punto es capaz de llegar poramor al dinero.

    Unos das despus, la puerta se abri y me permitieron salir al patio, donde encontr a tres

  • esclavos, uno de ellos, un cro de diez aos, y los otros dos, jvenes de entre veinte y veinticinco. Notard en intimar con ellos y en saber cmo se llamaban y los detalles de su historia.

    El mayor era un hombre de color llamado Clemens Ray que haba vivido en Washington, habaconducido un carruaje y haba trabajado en una caballeriza durante mucho tiempo. Era muy inteligentey entenda perfectamente su situacin. La idea de trasladarse al sur le causaba un profundo dolor.Burch lo haba comprado un par de das antes y lo haba dejado all hasta que estuviera listo paramandarlo al mercado de Nueva Orleans. Por l me enter de que estaba en el corral de esclavos deWilliams, un lugar del que nunca antes haba odo hablar. Me explic cules eran sus funciones. Lecont los detalles de mi infeliz historia, aunque lo nico que poda ofrecerme era el consuelo de sucompasin. Tambin me aconsej que en lo sucesivo guardara silencio sobre mi libertad, porque,conociendo el carcter de Burch, me asegur que solo me esperaban ms palizas. El siguiente en edadse llamaba John Williams y haba crecido en Virginia, cerca de Washington. Burch se lo haba llevadopara saldar una deuda, pero no perda la esperanza de que su amo fuera a buscarlo, esperanza que mstarde se hizo realidad. El cro era un nio muy alegre que responda al nombre de Randall. Se pasabacasi todo el da jugando en el patio, aunque de vez en cuando lloraba, llamaba a su madre y preguntabacundo llegara. La ausencia de su madre pareca ser la nica y gran pena de su pequeo corazn. Erademasiado joven para darse cuenta de su situacin, y cuando no tena presente el recuerdo de sumadre, nos diverta con sus alegres bromas.

    Por las noches, Ray, Williams y el nio dorman en el altillo del cobertizo, mientras que a m meencerraban en la celda. Al final nos dieron a todos mantas de esas que se ponen en los caballos, lanica ropa de cama que me permitieron tener durante los siguientes doce aos. Ray y Williams mehicieron un sinfn de preguntas sobre Nueva York: cmo trataban all a la gente de color, y cmopodan tener casa y familia propias sin que nadie los molestara y los oprimiera. Y sobre todo Ray nodejaba de suspirar por la libertad. Sin embargo, mantenamos estas conversaciones cuando ni Burch niel dueo, Radburn, podan ornos. Aspiraciones como aquellas nos habran llenado la espalda delatigazos.

    Para ofrecer con veracidad los principales acontecimientos de la historia de mi vida y retratar lainstitucin de la esclavitud tal como yo la he visto y la conozco es preciso hablar de lugares muyconocidos y de personas que viven en ellos. Soy, y siempre he sido, un total extrao en Washington ysus alrededores, y, aparte de Burch y Radburn, no conozco a nadie all, salvo lo que me han contado dealgunas personas mis compaeros esclavos. Si lo que voy a contar es falso, no ser difcil desmentirlo.

    Estuve en el corral de esclavos de Williams unas dos semanas. La noche antes de mi marchatrajeron a una mujer, que lloraba amargamente y llevaba de la mano a una nia. Eran la madre deRandall y su hermanastra. Al verlas, el nio se puso como loco de contento, se colg de su vestido,bes a la nia y dio todo tipo de muestras de alegra. Tambin la madre lo estrech entre sus brazos, loabraz con ternura, lo observ con cario, con los ojos llenos de lgrimas, y le dijo mil palabrasbonitas.

    Emily, la nia, tena siete u ocho aos, era delgada y tena un rostro de una belleza admirable. Losrizos le caan alrededor del cuello, y su aspecto era tan pulcro que pareca haber crecido en laabundancia. Era realmente una nia muy dulce. La mujer tambin vesta de seda, con anillos en losdedos y pendientes de oro colgndole de las orejas. Su aspecto, sus modales y su manera de hablar,correcta y decorosa, mostraban con toda evidencia que alguna vez haba estado por encima del nivelhabitual de un esclavo. Pareca sorprendida de encontrarse en un lugar como aquel. Estaba claro que loque la haba llevado hasta all haba sido un repentino e inesperado giro de la fortuna. Sus lamentos sequedaron suspendidos en el aire cuando la obligaron, junto con los nios y conmigo, a meterse en la

  • celda. Las palabras solo podran ofrecer una impresin insuficiente de las lamentaciones que nodejaba de proferir. Se tir al suelo, rode a los nios con los brazos y dijo palabras tan conmovedorascomo solo el amor y la bondad de una madre pueden sugerir. Los nios se acurrucaron a su lado, comosi fuera el nico lugar seguro en el que protegerse. Al final se quedaron dormidos con la cabezaapoyada en el regazo de su madre. Mientras dorman, ella les apartaba el pelo de la frente. Les habldurante toda la noche. Los llamaba cario, sus queridos nios y pobres criaturas inocentes que nosaban las penas que estaban destinados a soportar. Pronto no tendran una madre que los consolara,porque se la quitaran. Qu iba a ser de ellos? Ay, no podra vivir sin su pequea Emmy y su queridohijo. Siempre haban sido nios buenos y encantadores. Deca que Dios saba que si se los quitaban, leromperan el corazn, aunque saba que tenan intencin de venderlos, quiz los separaran y novolveran a verse nunca ms. Escuchar las lastimosas palabras de aquella desolada y angustiada madrehabra bastado para fundir un corazn de piedra. Se llamaba Eliza, y esta era la historia de su vida,segn me la cont despus.

    Era la esclava de Elisha Berry, un hombre rico que viva cerca de Washington. Creo que me dijoque haba nacido en su plantacin. Unos aos atrs, su amo haba cado en malos hbitos y se habapeleado con su mujer. De hecho, poco despus de que Randall naciera se separaron. Dej a su mujer ysu hija en la casa en la que siempre haban vivido y construy otra no muy lejos, en el mismo estado.A esa casa se llev a Eliza y prometi emanciparla a ella y sus hijos a condicin de que viviera con l.Vivi con l nueve aos, con sirvientes que la atendan y con todas las comodidades y los lujos quepuede ofrecer la vida. Emily era hija de l. Al final, su joven ama, que se haba quedado con su madreen la finca, se cas con el seor Jacob Brooks. Con el paso del tiempo, por alguna razn (por lo queme pareci entender de sus palabras) la propiedad se dividi sin contar con Berry. Ella y los niospasaron a manos del seor Brooks. Durante los nueve aos que haba vivido con Berry, debido a laposicin que se haba visto obligada a ocupar, ella y Emily se haban convertido en el objeto de odiode la seora Berry y su hija. Hablaba del seor Berry como un hombre de buen corazn, que siemprele prometa que le dara la libertad y que no tena la menor duda de que en aquellos momentos se laproporcionara si estuviera en su mano. En cuanto pasaron a ser propiedad de su hija y a estar bajo sucontrol, qued muy claro que no iban a vivir juntos mucho tiempo. A la seora Brooks le resultabaodiosa la mera visin de Eliza, y tampoco soportaba ver que la nia, su hermanastra, era tan guapa.

    El da que la llevaron al corral de esclavos, Brooks la traslad a la ciudad con la excusa de quehaba llegado el momento de hacer sus papeles para la liberacin y cumplir as la promesa de su amo.Eufrica ante la perspectiva de su inmediata libertad, se arregl, visti a su hija con sus mejores galas,y ambas fueron con l muy contentas. Pero al llegar a la ciudad, en lugar de ser bautizada en la familiade un hombre libre, la entregaron al negrero Burch. El nico papel que hicieron fue la factura de laventa. La esperanza de aos se esfum en un momento. Aquel da descendi desde la ms exultantefelicidad hasta la ms profunda desgracia. No era extrao que llorara y llenara el corral delamentaciones y muestras de una congoja desgarradora.

    Eliza ha muerto. Ro Rojo arriba, donde las aguas fluyen perezosamente por las insalubres tierrasbajas de Luisiana, descansa por fin en su tumba, el nico lugar donde los pobres esclavos puedendescansar. A medida que avance la historia se ver cmo se hicieron realidad todos sus temores, cmose lamentaba da y noche sin encontrar jams consuelo, y cmo su inmenso dolor de madre acabrompindole el corazn, como haba previsto.

  • IV

    EL DOLOR DE ELIZA LOS PREPARATIVOS PARA EMBARCAR POR LAS CALLES DEWASHINGTON BRAVO, COLUMBIA LA TUMBA DE WASHINGTON CLEM RAY ELDESAYUNO EN EL BARCO DE VAPOR LOS FELICES PJAROS EL RO AQUIA FREDERICKSBURGH LA LLEGADA A RICHMOND GOODIN Y SU CORRAL DE ESCLAVOS ROBERT, DE CINCINNATI DAVID Y SU MUJER MARY Y LETHE EL REGRESO DECLEM SU POSTERIOR HUIDA A CANAD EL BERGANTN ORLEANS JAMES H. BURCH Durante la primera noche que encarcelaron a Eliza, esta se quejaba amargamente de Jacob Brooks, elmarido de su joven seora. Me aseguraba que si hubiera sido consciente de que pretenda engaarla,nunca habra conseguido meterla viva en aquella crcel. Haban aprovechado una ocasin en que elamo Berry no estaba en la plantacin para sacarla de la casa. Su amo siempre haba sido amable conella. Deseaba verlo, pero saba que ni siquiera l podra ya rescatarla. Entonces volva a llorar, besabaa los nios, que estaban dormidos, y le hablaba primero a uno y despus al otro, mientras yacansumidos en un sueo profundo con la cabeza en su regazo. As pas la larga noche, y cuando el sol delnuevo da se hubo puesto y la oscuridad lleg otra vez, Eliza todava no haba encontrado consuelo ysegua lamentndose.

    Hacia la medianoche, la puerta de la celda se abri y entraron Burch y Radburn con lmparas en lasmanos. Burch lanz una maldicin y nos orden que doblramos las mantas de inmediato y que nospreparramos para embarcar. Nos jur que nos dejara all si no nos dbamos prisa. Sacudibruscamente a los nios para despertarlos y dijo que parecan dormidos como un tronco. Sali al patio,llam a Clem Ray y le orden que saliera del altillo, cogiera su manta y se metiera en la celda. CuandoClem apareci, nos coloc el uno al lado del otro y nos at las manos con esposas, mi mano izquierdacon su mano derecha. John Williams haba salido de all un par de das antes, porque su amo, para sugran alegra, haba liquidado su deuda. A Clem y a m nos orden que nos pusiramos en marcha, yEliza y los nios nos siguieron. Nos llevaron al patio, desde all al pasillo cubierto, subimos un tramode escalones y cruzamos una puerta lateral que daba a la sala del piso de arriba, desde donde me haballegado el sonido de pasos que iban y venan. Los nicos muebles que haba eran una estufa, un par desillas viejas y una mesa grande cubierta de papeles. Era una sala encalada, sin alfombras en el suelo, ypareca una especie de despacho. Recuerdo que me llam la atencin una espada oxidada colgadajunto a una ventana. All estaba el bal de Burch. Obedeciendo sus rdenes, cog un asa con la manoque no tena esposada, l cogi la otra y salimos a la calle por la puerta principal en el mismo orden enque habamos salido de la celda.

    La noche era oscura. Todo estaba en silencio. Vea luces, o reflejos, hacia Pennsylvania Avenue,pero no haba un alma por la calle, ni siquiera un rezagado. Yo estaba casi decidido a intentarescaparme. Si no hubiera estado esposado, sin duda lo habra intentado, fueran cuales fuesen lasconsecuencias. Radburn iba detrs, con un gran palo en la mano y azuzando a los nios para queandaran lo ms deprisa posible. Y as, esposados y en silencio, atravesamos las calles de Washington,la capital de un pas cuya teora de gobierno, segn nos dicen, se apoya en la fundacin del inalienablederecho a la vida, la LIBERTAD y la bsqueda de la felicidad. Bravo! Columbia, una tierra feliz, porsupuesto!

  • Nada ms llegar al barco de vapor nos metieron en la bodega, entre barriles y cajas de carga. Unsirviente de color trajo una lmpara, son la sirena, y el barco no tard en empezar a bajar el Potomacllevndonos no sabamos adnde. Son la sirena al pasar por la tumba de Washington. Burch, desdeluego, se quit el sombrero y se inclin reverentemente ante las sagradas cenizas del hombre quededic su ilustre vida a la libertad de su pas.

    Aquella noche ninguno de nosotros durmi, aparte de Randall y la pequea Emmy. Por primeravez, Clem Ray pareci totalmente derrotado. Para l, la idea de ir al sur no poda ser ms terrible.Dejaba atrs a sus amigos y conocidos de juventud, lo ms querido y valioso para l, con todaprobabilidad para no volver. l y Eliza mezclaron sus lgrimas y se lamentaron de su cruel destino.Por mi parte, por difcil que me resultara, me empeaba en mantener la entereza. Pensaba en cientosde planes para escaparme y estaba plenamente decidido a intentarlo a la primera oportunidaddesesperada que se me ofreciera. Sin embargo, en aquellos momentos ya haba llegado a la conclusinde que lo mejor era no volver a mencionar el tema de que haba nacido libre. Solo habra servido paraexponerme al maltrato y reducir las posibilidades de liberarme.

    Por la maana, despus del amanecer, nos llamaron a la cubierta para desayunar. Burch nos quitlas esposas y nos sentamos a una mesa. Le pregunt a Eliza si quera un trago. Eliza lo rechaz y ledio las gracias amablemente. Mientras comamos, nos mantuvimos todos en silencio, sin cruzar unasola palabra entre nosotros. Una mujer mulata que serva la mesa se interes por nosotros y nos dijoque alegrramos el nimo, que no estuviramos tan cabizbajos. Al terminar el desayuno, Burch volvia ponernos las esposas y nos orden que furamos a la cubierta de popa. Nos sentamos juntos en unascajas, todava sin decir una palabra, puesto que Burch estaba presente. De vez en cuando un pasajerose acercaba hasta donde estbamos, nos miraba un momento y se marchaba en silencio.

    Era una maana muy agradable. Los campos a ambos lados del ro estaban verdes, mucho antes delo que siempre haba visto en aquella poca del ao. El sol brillaba con fuerza y los pjaros cantabanen los rboles. Envidiaba a los felices pjaros. Deseaba tener alas como ellos, surcar el aire hasta lasfras regiones del norte, donde mis polluelos esperaban en vano que su padre volviera.

    A media maana el barco de vapor lleg al ro Aquia, donde los pasajeros tomaron diligencias.Burch y sus cinco esclavos ocupamos una para nosotros solos. Burch se rea con los nios, y en unaparada incluso lleg a comprarles un pan de jengibre. Me dijo que levantara la cabeza y que mostraraun aspecto inteligente. Que si me comportaba, quiz conseguira un buen amo. No le contest. Surostro me resultaba odioso y no soportaba mirarlo. Me sent en un rincn acariciando la esperanza,todava viva, de encontrarme algn da con aquel tirano en el estado en el que nac.

    En Fredericksburgh pasamos de la diligencia a un coche de caballos, y antes de que hubieraanochecido llegamos a Richmond, la capital de Virginia. Bajamos del coche y nos llevaron a pie a uncorral de esclavos, entre la estacin de tren y el ro, gestionada por un tal seor Goodin. Era una crcelsimilar a la de Williams, en Washington, solo que algo ms grande, y adems, en dos esquinasopuestas del patio, haba dos casetas. Estas casetas, habituales en los patios de esclavos, se utilizanpara que los compradores examinen a los esclavos antes de cerrar el negocio. Los esclavos enfermos,exactamente igual que los caballos, tienen menos valor. Si no le ofrecen garantas, es muy importanteque el que va a comprar un negro lo examine con todo detalle.

    En la puerta del patio nos recibi Goodin en persona, un hombre bajito, gordo, de cara redonda yrechoncha, pelo y bigote negros, y una piel tan oscura como la de algunos de sus esclavos. Su miradaera dura y severa, y deba de tener unos cincuenta aos. Burch y l se saludaron con gran cordialidad;sin duda, eran viejos amigos. Mientras se estrechaban la mano con calidez, Burch coment que nohaba llegado solo y pregunt a qu hora zarpaba el barco. Goodin le contest que seguramente

  • zarpara al da siguiente a la misma hora. Luego se volvi hacia m, me agarr del brazo, me diomedia vuelta y me observ con atencin, como si se considerara a s mismo un experto tasador debienes y calculara mentalmente cunto podra pedir por m.

    Bueno, chico, de dnde vienes?Por un momento me olvid de m mismo y le contest:De Nueva York.Nueva York! Vaya! Qu hacas all? me pregunt asombrado.En aquel momento mir a Burch, que me observaba con una expresin de enfado que no resultaba

    difcil entender lo que significaba, de modo que de inmediato respond:Nada, solo pas all una temporada.Mi tono pretenda dar a entender que, aunque haba llegado hasta Nueva York, no era de aquel

    estado libre ni de ningn otro.Entonces Goodin se volvi hacia Clem, y luego hacia Eliza y los nios, a los que examin uno a

    uno y les hizo varias preguntas. Le gust Emily, como le suceda a todo el que vea el dulce rostro dela nia. No iba tan arreglada como la primera vez que la vi y llevaba el pelo algo enmaraado, peroentre su despeinada y suave melena todava brillaba una carita de una belleza incomparable.

    En total tenemos una buena remesa... una remesa endemoniadamente buena dijo reforzando suopinin con ms de uno de esos adjetivos enfticos que no forman parte del vocabulario cristiano.

    Acto seguido, entramos al patio. Haba una buena cantidad de esclavos, dira que por lo menostreinta, andando de un lado para otro o sentados en bancos debajo del cobertizo. Todos llevaban ropalimpia, los hombres un sombrero y las mujeres un pauelo en la cabeza.

    Burch y Goodin se apartaron de nosotros, subieron los escalones de la parte trasera del edificioprincipal y se sentaron en el bordillo de la puerta. Empezaron a hablar, pero no pude or de qu. Almomento Burch baj al patio, me quit las esposas y me llev a una de las casetas.

    Le has dicho a ese hombre que eres de Nueva York me dijo.Le he dicho que vena de Nueva York, estoy seguro, pero no que era de all ni que era libre le

    respond. No pretenda perjudicarle, amo Burch. Aunque lo hubiera pensado, no lo habra dicho.Me observ un momento como si fuera a matarme, se dio media vuelta y se march. Volvi a los

    pocos minutos.Si te oigo decir una sola palabra sobre Nueva York o sobre tu libertad, me ocupar de acabar

    contigo. Te matar, cuenta con ello me solt en tono violento.Estoy convencido de que era mucho ms consciente que yo del peligro y del castigo que acarreaba

    vender a un hombre libre como esclavo. Sinti la necesidad de cerrarme la boca respecto al delito quesaba que estaba cometiendo. Por supuesto, mi vida no habra valido nada si en caso de emergencia sehubiera visto obligado a sacrificarla. No cabe duda alguna de que hablaba en serio.

    Bajo el cobertizo de un lado del patio haba una tosca mesa, y en la parte de arriba estaban losaltillos para dormir, exactamente igual que en el corral de esclavos de Washington. Despus desentarme a aquella mesa a cenar cerdo y pan, me esposaron a un robusto oriental, bastante corpulentoy con expresin de la ms absoluta melancola. Era un hombre inteligente y bien informado. Al estarunidos por las esposas, no tardamos en ponernos al corriente de nuestras respectivas historias. Sellamaba Robert. Tambin l haba nacido libre, y tena mujer y dos hijos en Cincinnati. Me cont quehaba llegado al sur con dos hombres que lo haban contratado en la ciudad donde resida. Como nodispona de papeles de libertad, en Fredericksburgh lo capturaron, lo encerraron y lo golpearon hastaque, como yo, entendi que lo mejor que poda hacer era mantenerse en silencio. Llevaba unas tressemanas en la crcel de Goodin. Cog mucho cario a este hombre. Nos compadecamos y nos

  • entendamos mutuamente. Unos das despus vi, con lgrimas en los ojos y gran dolor en el corazn,su cuerpo sin vida por ltima vez.

    Robert y yo, junto con Clem, Eliza y sus hijos, dormimos aquella noche encima de nuestrasmantas, en una caseta del patio. Durmieron con nosotros cuatro personas ms, todas de la mismaplantacin, que haban vendido y se dirigan hacia el sur. David y su mujer, Caroline, ambos mulatos,estaban tremendamente afectados. Teman la perspectiva de que los llevaran a campos de caa yalgodn, pero su mayor causa de ansiedad era el miedo a que los separaran. Mary, una chica alta ygil, negra como el azabache, se mostraba aptica e indiferente. Como muchos de su clase, apenassaba lo que significaba la palabra libertad. Haba crecido en la ignorancia, como un animal, de modoque su inteligencia superaba por muy poco a la de un animal. Era una de esas personas, y hay muchas,que solo temen el ltigo de su amo y solo conocen la obligacin de obedecer todas sus rdenes. La otraera Lethe, con un carcter totalmente diferente. Tena el pelo largo y liso, y pareca ms una india queuna negra. Sus ojos eran penetrantes y maliciosos, y en todo momento recurra a expresiones de odio yvenganza. Haban vendido a su marido. No saba dnde estaba. Estaba segura de que cambiar de amono podra ser peor que seguir con el anterior. No le importaba adnde la llevaran. La desesperadacriatura se sealaba las cicatrices de la cara y aseguraba que llegara el da en que se las borrara consangre humana!

    Mientras cada uno contaba la historia de sus desgracias, Eliza se qued sentada sola en un rincn,cantando canciones religiosas y rezando por sus nios. Yo estaba tan agotado por la falta de sueo queno pude resistir demasiado tiempo a los avances de aquella dulce voz apaciguadora, as que metumb en el suelo al lado de Robert, olvid mis problemas y dorm hasta el amanecer.

    Por la maana, despus de haber barrido el patio y de habernos aseado, bajo la estrecha vigilanciade Goodin, nos ordenaron que doblramos las mantas y nos preparramos para seguir nuestro camino.A Clem Ray le informaron de que no ira con nosotros, ya que, por alguna razn, Burch haba decididollevrselo de vuelta a Washington. Se alegr muchsimo. Nos estrechamos la mano, nos separamos enel corral de esclavos de Richmond y desde entonces no he vuelto a verlo. Pero, para mi sorpresa, alvolver me enter de que haba conseguido escaparse, y de camino a Canad, territorio libre, habapasado una noche en Saratoga, en casa de mi cuado, y haba informado a mi familia de dnde y enqu condiciones se haba despedido de m.

    Por la tarde nos colocaron en fila de dos en dos, Robert y yo delante, y en este orden Burch yGoodin nos sacaron del patio y nos guiaron por las calles de Richmond hasta el bergantn Orleans. Eraun barco de tamao considerable, perfectamente equipado y cargado sobre todo con tabaco. Hacia lascinco de la tarde estbamos todos a bordo. Burch nos dio una taza de hojalata y una cuchara a cadauno. En el bergantn embarcamos cuarenta esclavos, todos menos Clem, que se haba quedado en lacrcel.

    Empec a grabar las iniciales de mi nombre en la taza con una pequea navaja que no me habanquitado. Los dems enseguida acudieron en tropel para que se las grabara tambin. Poco a poco loscomplac a todos, y no parecieron olvidarlo.

    Por la noche nos metieron a todos en la bodega y cerraron la trampilla. Nos tumbamos encima decajas o en el suelo, donde hubiera sitio para extender la manta.

    Burch no sigui con nosotros despus de Richmond, sino que volvi a la capital con Clem.Tuvieron que pasar casi doce aos, es decir, hasta el pasado mes de enero, hasta que mis ojosvolvieran a ver su rostro en la comisara de Washington.

    James H. Burch era un negrero que compraba a hombres, mujeres y nios a bajo precio y losvenda sacando grandes beneficios. Especulaba con carne humana, una profesin nada respetable,

  • aunque muy bien considerada en el sur. De momento desaparece de las escenas del relato, perovolver a aparecer antes de que termine, no en el papel de tirano que azota a esclavos, sino como unrastrero delincuente, ante un tribunal que no hizo justicia con l.

  • V LA LLEGADA A NORFOLK FREDERICK Y MARIA ARTHUR, EL HOMBRE LIBRE MELLAMAN EL MAYORDOMO JIM, CUFFEE Y JENNY LA TORMENTA LOS BANCOS DEBAHAMAS LA CALMA LA CONSPIRACIN LA BARCA LA VIRUELA LA MUERTE DEROBERT MANNING, EL MARINERO EL ENCUENTRO EN LOS CAMAROTES DE PROA LACARTA LA LLEGADA A NUEVA ORLEANS EL RESCATE DE ARTHUR THEOPHILUSFREEMAN, EL CONSIGNATARIO PLATT LA PRIMERA NOCHE EN EL CORRAL DEESCLAVOS DE NUEVA ORLEANS Cuando ya habamos embarcado todos, el bergantn Orleans empez a descender el ro James.Pasamos por la baha de Chesapeake y al da siguiente llegamos a la ciudad de Norfolk. Mientrasestbamos anclados, una barcaza procedente de la ciudad se acerc a nosotros y nos dej a cuatroesclavos ms. Frederick, un chico de dieciocho aos, que ya haba nacido esclavo, al igual que Henry,unos aos mayor. Ambos se haban criado en la ciudad y se haban dedicado a labores domsticas.Maria era una chica de color bastante elegante, de modales impecables, pero ignorante y sumamentesuperficial. Le gustaba la idea de ir a Nueva Orleans y tena una elevada y extravagante opinin de susatractivos personales. Dijo a sus compaeros, en tono altivo, que no tena la menor duda de que encuanto llegramos a Nueva Orleans algn soltero rico y con buen gusto la comprara.

    Pero el ms destacable de los cuatro era un hombre llamado Arthur. Mientras la barcaza seacercaba, forcejeaba tenazmente con sus guardianes, que tuvieron que emplear todas sus fuerzas paraarrastrarlo al bergantn. Protestaba a gritos del trato que estaba recibiendo y exiga que lo liberaran.Tena la cara hinchada, llena de heridas y moratones, y parte de ella en carne viva. Lo metieron a todaprisa en la bodega por la escotilla. Me enter de su historia a grandes rasgos mientras se peleaba consus guardianes, pero poco despus me la cont con detalle, y era la siguiente: llevaba mucho tiempoviviendo en Norfolk y era libre. Su familia viva tambin en esta ciudad, y l era albail. Una noche enque se haba retrasado, cosa poco frecuente en l, volva tarde a su casa, en las afueras de la ciudad,cuando en una calle poco transitada le atac un grupo de personas. Pele hasta quedarse sin fuerzas. Alfinal, vencido, lo amordazaron, lo ataron con cuerdas y lo golpearon hasta que perdi el conocimiento.Durante unos das lo escondieron en el corral de esclavos de Norfolk, al parecer un lugar muyconocido en las ciudades del sur. La noche anterior lo haban sacado y trasladado a la barcaza, quehaba esperado nuestra llegada a cierta distancia de la costa. Durante un tiempo sigui protestando yno haba manera de hacerlo callar, pero al final guard silencio. Se qued triste y pensativo, como siestuviera plantendose qu hacer. En la expresin determinada de aquel hombre haba algo quesugera la desesperacin.

    Tras nuestra marcha de Norfolk nos quitaron las esposas y durante el da nos permitan quedarnosen cubierta. El capitn eligi a Robert como su camarero, y a m me destinaron a supervisar eldepartamento de cocina y la distribucin de comida y agua. Tena tres ayudantes: Jim, Cuffee y Jenny.Jenny se ocupaba de preparar el caf, que consista en harina de maz chamuscada en un bote, herviday endulzada con melaza. Jim y Cuffee hacan las tortitas y cocan el beicon.

    De pie frente a una mesa, formada por un gran tabln apoyado en barriles, cort y serv a cada unoun trozo de carne, una tortita de maz y tambin una taza de caf del bote de Jenny. Aunque servamos

  • la comida en platos, los oscuros dedos sustituan a los tenedores y los cuchillos. Jim y Cuffee eranmuy prudentes y prestaban atencin a lo que hacan, porque de alguna manera se sentan halagados porsu cargo de ayudantes de cocina y sin duda consideraban que cargaban con una gran responsabilidad.A m me llamaban el mayordomo, nombre que me puso el capitn.

    Daban de comer a los esclavos dos veces al da, a las diez de la maana y a las cinco de tarde, ysiempre reciban el mismo tipo de comida, la misma cantidad y de la misma manera que he descritoanteriormente. Por la noche nos metan en la bodega y cerraban la trampilla.

    Apenas habamos dejado de avistar tierra cuando nos sorprendi una furiosa tormenta. El bergantnse inclinaba tanto de un lado a otro que temimos que se hundiera. Algunos se mareaban, otros searrodillaban a rezar y otros se agarraban entre s, paralizados por el miedo. Los mareos convirtieron elespacio en el que estbamos confinados en un lugar asqueroso y repugnante. A la mayora de nosotrosnos habra gustado y habra evitado la agona de cientos de latigazos, y en ltimo trmino delamentables muertes que aquel da el compasivo mar nos hubiera arrancado de las garras deaquellos despiadados. La idea de Randall y la pequea Emmy hundindose entre los monstruos de lasprofundidades marinas es una imagen mucho ms grata que pensar en ellos como estn ahora, quizllevando una vida de trabajo duro y no remunerado.

    Cuando avistamos los bancos de Bahamas, en un lugar llamado cayo Brjula o el Agujero delMuro, la tormenta amain durante tres das. Apenas circulaba una brizna de aire. Las aguas del golfoofrecan un aspecto extraamente blanquecino, como agua con cal.

    A estas alturas de mi historia relatar algo que sucedi y que no puedo evitar recordar con ciertasensacin de arrepentimiento. Doy gracias a Dios, que me ha permitido escapar de las cadenas de laesclavitud, porque, gracias a su misericordiosa intercesin, evit mancharme las manos con la sangrede sus criaturas. Espero que los que nunca han estado en circunstancias similares a las mas no mejuzguen con excesiva severidad. Mientras no los hayan encadenado y golpeado, mientras no seencuentren en la situacin en la que yo he estado, arrancado de mi casa y mi familia y arrastrado hastauna tierra de esclavos, que se abstengan de decir lo que nunca haran por la libertad. No es necesarioahora especular hasta qu punto, tanto para Dios como para los hombres, habra tenido razones msque justificadas. Baste con decir que puedo felicitarme por el inofensivo final de una cuestin quedurante un tiempo amenaz con concluir con graves resultados.

    Hacia la noche del primer da de calma, Arthur y yo nos sentamos a proa, junto al molinete, y nospusimos a charlar sobre el destino que probablemente nos esperaba y a lamentarnos de nuestrasdesgracias. Arthur deca, y yo estaba de acuerdo con l, que la muerte era mucho menos terrible quelas perspectivas de vida que tenamos ante nosotros. Hablamos mucho rato de nuestros hijos, denuestra vida pasada y de las posibilidades de escapar. Uno de nosotros propuso que nos apoderramosdel bergantn. Contemplamos la posibilidad, si lo hacamos, de llegar al puerto de Nueva York. Yosaba poco de brjulas, pero consideramos la idea de arriesgarnos a intentarlo. Sopesamos los pros ylos contras de enfrentarnos a la tripulacin. Hablamos una y otra vez de en quin podamos confiar yen quin no, y de la hora y la forma adecuadas para llevar a cabo el ataque. Empec a albergaresperanzas en cuanto surgi la propuesta. No dejaba de darle vueltas. Cuanto mayores eran lasdificultades, ms nos aferrbamos a la idea de que podamos conseguirlo. Mientras los demsdorman, Arthur y yo madurbamos nuestros planes. Al final, con suma precaucin, pusimos alcorriente de nuestras intenciones a Robert, que las aprob de inmediato y se sum a la conspiracincon gran entusiasmo. No nos atrevamos a confiar en ningn otro esclavo. Como han crecido entre elmiedo y la ignorancia, se rebajan ante la mirada de un blanco hasta extremos inimaginables. No eraseguro confiar tan audaz secreto a ninguno de ellos, y al final los tres decidimos asumir nosotros solos

  • la temeraria responsabilidad de intentarlo.Por la noche, como he dicho, nos metan en la bodega y cerraban la trampilla. La primera

    dificultad que se nos presentaba era cmo llegar a la cubierta. Sin embargo, a proa del barco habaobservado una barca colocada boca abajo. Se me ocurri que si nos escondamos debajo, no nosecharan en falta por la noche, cuando metieran a todos los esclavos en la bodega. Me eligieron a mpara hacer la prueba y asegurarnos de que era viable. As que la noche siguiente, despus de cenar,esper una oportunidad y corr a meterme debajo de la barca. Pegando la cara a la cubierta vea lo quesuceda a mi alrededor, pero nadie me vea a m. Por la maana, cuando los esclavos subieron de labodega, me deslic de mi escondite sin que nadie se diera cuenta. El resultado fue totalmentesatisfactorio.

    El capitn y el oficial dorman en el camarote del primero. Gracias a que Robert, como camarero,tena muchas ocasiones de ver aquella cabina, determinamos la posicin exacta de las dos literas. Nosinform, adems, de que en la mesa haba siempre dos pistolas y un machete. El cocinero de latripulacin dorma en cubierta, en la cocina, una especie de vehculo sobre ruedas que poda moversesegn fuera necesario, mientras que los marineros, que eran solo seis, dorman en los camarotes deproa o en hamacas colgadas entre las jarcias.

    Terminamos por fin con los preparativos. Arthur y yo nos colaramos sin hacer ruido en elcamarote del capitn, nos apoderaramos de las pistolas y el machete, y eliminaramos lo ms rpidoposible tanto al capitn como al oficial. Robert se quedara en la puerta de la cubierta por la que habaque pasar para llegar al camarote con un palo, y, en caso de necesidad, mantendra a raya a losmarineros hasta que pudiramos correr a ayudarlo. Entonces procederamos como exigieran lascircunstancias. Si el ataque era tan rpido y exitoso como para que no encontrramos resistencia, latrampilla se quedara cerrada. En caso contrario, haramos subir a los esclavos, y entre la multitud, lasprisas y la confusin, estbamos decididos a recuperar la libertad o perder la vida. Yo tendra queasumir el puesto de piloto, para el que apenas estaba preparado, virar hacia el norte y confiar en quealgn viento feliz nos llevara a la tierra de la libertad.

    El oficial se llamaba Biddee, y el capitn, ahora no lo recuerdo, aunque rara vez olvido un nombre.El capitn era bajito, elegante, muy erguido y rpido, de porte orgulloso. Pareca la personificacin delvalor. Si sigue vivo y estas pginas llegan a sus manos, se enterar de un episodio de un viaje delbergantn de Richmond a Nueva Orleans en 1841 que no aparece en su cuaderno de bitcora.

    Estbamos preparados y esperando impacientes la oportunidad de poner en prctica nuestrosplanes cuando un triste e imprevisto acontecimiento los frustr. Robert cay enfermo. No tardaron encomunicarnos que haba cogido la viruela. Se puso cada vez peor y, cuatro das antes de quellegramos a Nueva Orleans, muri. Un marinero lo envolvi en su manta, con una gran piedra dellastre en los pies, lo amarr, lo coloc en una trampilla, que elev con jarcias por encima de labarandilla, y lanz el cuerpo sin vida del pobre Robert a las blanquecinas aguas del golfo.

    El brote de viruela nos aterroriz a todos. El capitn orden que esparcieran cal por la bodega yque se tomaran otras precauciones. Sin embargo, la muerte de Robert y la presencia de la enfermedadme entristecieron tanto que contemplaba la gran extensin de agua totalmente desconsolado.

    Una noche o dos despus de la muerte de Robert, estaba apoyado en la escotilla, junto a loscamarotes de proa, pensando en mis cosas con gran desnimo, cuando un marinero me pregunt entono amable por qu estaba tan abatido. El tono y las maneras de aquel hombre me tranquilizaron, demodo que le contest que porque era libre y me haban secuestrado. Me coment que era raznsuficiente para que cualquiera se sintiera abatido y sigui preguntndome hasta ponerse al corriente delos detalles de mi historia. Era evidente que se interesaba mucho por m, y, con la forma de hablar

  • directa de un marinero, me jur que hara cuanto estuviera en su mano para ayudarme, aunque lomolieran a palos. Le ped que me trajera una pluma, tinta y papel para escribir a unos amigos. Meprometi conseguirlo, aunque yo me preguntaba cmo iba a utilizarlo sin que me descubrieran. Silograba meterme en los camarotes de proa cuando l hubiera terminado su turno, mientras los demsmarineros dorman, quiz lo lograra. Al momento me vino a la mente la barca. El marinero crea queestbamos cerca de Baliza, en la desembocadura del Mississippi, as que no poda tardar en escribir lacarta si no quera perder la oportunidad. Por tanto, tal como habamos planeado, la noche siguientelogr volver a esconderme debajo de la barca. Su turno termin a las doce. Lo vi entrar en loscamarotes de proa, y aproximadamente una hora despus segu sus pasos. Estaba cabeceando sobreuna mesa, medio dormido. En la mesa titilaba plidamente una lmpara y haba adems una pluma yuna hoja de papel. En cuanto entr, se incorpor, me indic con un gesto que me sentara a su lado yseal la hoja de papel. Dirig la carta a Henry B. Northup, de Sandy Hill, explicndole que me habansecuestrado, que estaba a bordo del bergantn Orleans, rumbo a Nueva Orleans, y que me eraimposible adivinar mi destino final. Le ped que tomara medidas para rescatarme. Sell la carta, yManning, que la haba ledo, me prometi depositarla en la oficina de correos de Nueva Orleans. Volva esconderme a toda prisa debajo de la barca y, por la maana, cuando los esclavos haban subido acubierta y andaban por all, sal sin que nadie se diera cuenta y me mezcl entre ellos.

    Mi buen amigo, que se llamaba John Manning, haba nacido en Inglaterra y era el marinero msnoble y generoso que ha pisado una cubierta jams. Haba vivido en Boston. Era alto, corpulento, tenaunos veinticuatro aos y la cara picada de viruelas, aunque de expresin bondadosa.

    Nada alter la monotona de la vida diaria hasta que llegamos a Nueva Orleans. Al alcanzar elmuelle, antes de que hubieran amarrado el barco, vi a Manning saltando a tierra y corriendo hacia laciudad. Mientras se pona en camino gir la cabeza y me lanz una mirada cmplice para queentendiera adnde iba. Al rato volvi y, al pasar junto a m, me dio un ligero codazo y me gui unojo, como dicindome que todo haba ido bien.

    Tiempo despus me enter de que la carta lleg a Sandy Hill. El seor Northup se desplaz aAlbany y se la mostr al gobernador Seward, pero, al no ofrecer informacin definitiva sobre el lugaren el que poda estar, en aquellos momentos no se juzg aconsejable decretar medidas para que se meliberara. Se decidi aplazarlas con la esperanza de recabar informacin sobre mi paradero.

    Presenci una feliz y conmovedora escena nada ms llegar al muelle. Mientras Manning bajaba delbergantn camino a la oficina de correos, llegaron dos hombres y llamaron a gritos a Arthur, que, alreconocerlos, se volvi loco de contento. Poco falt para que saltara del barco. Y, poco despus,cuando se reunieron por fin, les dio un largusimo apretn de manos. Eran de Norfolk y haban llegadoa Nueva Orleans a rescatarlo. Le informaron de que sus secuestradores haban sido arrestados yencerrados en la crcel de Norfolk. Hablaron un momento con el capitn y luego se marcharon con elfeliz Arthur.

    Pero entre la multitud que se apiaba en el muelle no haba nadie que me conociera y sepreocupara por m. Nadie. Ninguna voz conocida me dio la bienvenida y no haba una sola cara quehubiera visto alguna vez. Arthur no tardara en reunirse con su familia y en tener la satisfaccin devengarse del dao que le haban hecho, pero llegara yo a volver a ver a mi familia? Estabasumamente desolado, desesperado y apesadumbrado por no haber acabado tambin yo, como Robert,en el fondo del mar.

    No tardaron en llegar a bordo comerciantes de esclavos y consignatarios. Uno de ellos, un hombrealto, de rostro alargado, delgado y algo encorvado, se present con un papel en la mano. Se le asignel grupo de Burch, formado por m mismo, Eliza y sus hijos, Harry, Lethe y algunos otros que se

  • unieron a nosotros en Richmond. Este caballero era el seor Theophilus Freeman. Ech un vistazo alpapel y llam a un tal Platt. Nadie contest. Lo repiti varias veces, pero sigui sin recibir respuesta.Luego llam a Lethe, Eliza y Harry, hasta que termin la lista, y cada uno daba un paso adelantecuando deca su nombre.

    Capitn, dnde est Platt? pregunt Theophilus Freeman.El capitn no supo qu decirle, puesto que nadie en el barco responda a aquel apellido.Quin embarc a este negro? volvi a preguntar al capitn sealndome a m.Burch le contest el capitn.Te apellidas Platt. Coincides con mi descripcin. Por qu no das un paso adelante? me

    pregunt enfadado.Le inform de que no era ese mi apellido, que jams me haba llamado as, pero que no habra

    tenido inconveniente si lo hubiera sabido.Bien, ya te ensear yo cmo te llamas me dijo, y as seguro que no se te olvida, por todos

    los... aadi.El seor Theophilus Freeman, por cierto, no iba a la zaga de su socio, Burch, en materia de

    blasfemias. En el barco me haban llamado el mayordomo, y era la primera vez que oa a alguienllamarme Platt, el apellido que Burch haba dado a su consignatario. Desde el barco vea el grupo deprisioneros encadenados trabajando en el dique. Pasamos junto a ellos mientras nos llevaban al corralde esclavos de Freeman, una crcel muy similar a la de Goodin, en Richmond, salvo que el patio noestaba rodeado de un muro de ladrillos, sino de tablones en posicin vertical y con el extremopuntiagudo.

    En aquella crcel haba como mnimo cincuenta esclavos, incluyndonos a nosotros. Dejamos lasmantas en una caseta del patio, nos llamaron para comer y nos permitieron pasear por el cercado hastala noche, momento en que nos envolvimos en las mantas y nos tumbamos bajo el cobertizo, o en elaltillo, o el patio, como cada uno prefiriera.

    Aquella noche apenas pegu ojo. No dejaba de pensar. Era posible que estuviera a miles de millasde mi casa, que me hubieran llevado por las calles como a un estpido animal, que me hubieranencadenado y pegado sin piedad, que incluso formara parte de una manada de esclavos? Era deverdad real lo acontecido aquellas ltimas semanas? O sencillamente estaba pasando por las lgubresfases de un largo sueo sin fin? No era una ilusin. Mi vaso de dolor estaba a punto de derramarse.Entonces alc las manos hacia Dios y, en la penumbra de la noche, rodeado de mis compaeros, quedorman, ped piedad para el pobre y abandonado cautivo. Al Padre Todopoderoso de todos nosotroslos libres y los esclavos le vert las splicas de un espritu destrozado y le implor fuerzas parasobrellevar la carga de mis problemas hasta que la luz de la maana despert a los que dorman y trajoconsigo otro da de esclavitud.

  • VI

    EL NEGOCIO DE FREEMAN LA HIGIENE Y LA ROPA EL ADIESTRAMIENTO EN LA SALADE VENTAS EL BAILE BOB, EL VIOLINISTA LA LLEGADA DE LOS CLIENTES EXAMINANDO A ESCLAVOS EL VIEJO CABALLERO DE NUEVA ORLEANS LA VENTA DEDAVID, CAROLINE Y LETHE LA SEPARACIN DE RANDALL Y ELIZA LA VARICELA ELHOSPITAL LA RECUPERACIN Y EL REGRESO AL CORRAL DE ESCLAVOS DE FREEMAN EL COMPRADOR DE ELIZA, HARRY Y PLATT LA AGONA DE ELIZA AL SEPARARSE DELA PEQUEA EMILY El amabilsimo y piadoso seor Theophilus Freeman, socio o consignatario de James H. Burch ydueo del corral de esclavos de Nueva Orleans, se present por la maana temprano ante sus animales.Con alguna patada a los hombres y las mujeres ms mayores, y un agudo chasquido del ltigo junto alodo de los ms jvenes, los esclavos no tardaron en despertarse de golpe y levantarse. El seorTheophilus Freeman se afanaba en preparar la finca para la venta, sin duda con la intencin de haceraquel da un negocio redondo.

    Lo primero que nos pidi fue que nos lavramos a conciencia y que los que llevaran barba se laafeitaran. Luego nos dio un traje nuevo a cada uno, barato pero limpio. Los hombres se pusieronsombrero, abrigo, camisa, pantalones y zapatos. Las mujeres, un vestido de calic y un pauelo en lacabeza. Nos llev despus a una gran sala en la parte delantera del edificio, unida al patio, paraprepararnos antes de que llegaran los clientes. Los hombres se situaron a un lado de la sala y lasmujeres al otro. Coloc al ms alto el primero de la fila, acto seguido al siguiente, y assucesivamente, por orden de altura. Emily qued al final de la fila de las mujeres. Freeman nos ordenque recordramos nuestra posicin y nos pidi encarecidamente unas veces en tono amenazante yotras, esgrimiendo diversos incentivos que mostrramos un aspecto elegante y animado. A lo largodel da nos adiestr en el arte de parecer elegantes y de volver a nuestro sitio con exacta precisin.

    Por la tarde, despus de comer, nos coloc de nuevo y nos hizo bailar. Bob, un chico de color queperteneca a Freeman desde haca un tiempo, tocaba el violn. Me acerqu a l y me atrev apreguntarle si conoca la cancin Virginia Reel. Me contest que no y me pregunt si yo saba tocar.Al