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Soldado y Griego Estudios sobre Amiano Marcelino Francisco Javier Guzmán Armario ESTUDIOS NÚM. 4 LIBROSEPCCM

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Soldado y Griego Estudios sobre Amiano Marcelino

Francisco Javier Guzmán Armario

ESTUDIOS NÚM. 4

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Historia Medieval

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Francisco Javier Guzmán Armario Soldado y griego. Estudios sobre Amiano Marcelino © Francisco Javier Guzmán Armario © Hum-165: Patrimonio, Cultura y Ciencias Medievales

www.librosepccm.com www. epccm.es/net/org

Diseño de cubierta: Juan Abellán Pérez

Motivo de la cubierta: Retrato figurado del emperador Juliano, el llamado Apóstata

Maquetación: Juan Abellán Pérez

ISBN: 978-84-606-5803-0

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede realizarse con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la Ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www. cedro.org) si necesita fotocopiar o escaneat algún fragmento de esta obra.

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INTRODUCCIÓN:

20 AÑOS DE INVESTIGACIONES SOBRE AMIANO MARCELINO.

Reza un conocido tango argentino que “veinte años no son nada”.

Y puede que sea cierto. Cuando se trata de profundizar en el conoci-miento de algo, una vida entera puede resultar un plazo exiguo para lograr, siquiera, una aproximación elemental a cualquier destreza. En mi caso, son esos los años que llevo leyendo, y releyendo, a Amiano Marcelino. Podría afirmar, modestia aparte, que he logrado hallar algunas claves importantes relacionadas con su obra, que he encon-trado algunas de las llaves que abren las puertas a la solución de cier-tos enigmas historiográficos relacionados con este curioso intelectual-soldado (heleno, pero que escribe en latín, soldado y griego, como él mismo se calificaba al final de sus Res gestae), del siglo IV después de Cristo. Pero nunca he perdido de vista que la obra de Amiano plantea una fuente inagotable de perspectivas, de hipótesis, de contrahipó-tesis y de especulaciones múltiples.

Las grandes aportaciones a la Historia de la Cultura habría que releerlas cada cierto tiempo (cada veinte años, por ejemplo). Las Res gestae de Amiano Marcelino entran dentro de esta categoría. Yo me acerqué a ella, a comienzos de mi carrera académica, cuando investí-gaba acerca de los panegíricos latinos del Códice Moguntíaco. Esta colección de discursos encomiásticos tardorromanos requieren, en todo momento, del contexto histórico que solo es capaz de aportar el texto amianeo. Más tarde, lo tangencial se convirtió en axial, y dediqué toda mi atención al estudio de los bárbaros en la obra del historiador antioqueno. El tema de mi tesis doctoral, “Los bárbaros en Amiano Marcelino” (publicada en editorial Signifer, Madrid, 2006, bajo el título Romanos y bárbaros en las fronteras del Imperio, según el

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testimonio de Amiano Marcelino), era un proyecto ambicioso que requería un amplio espectro de lecturas. Y no solo hablo de las que se referían al objeto en cuestión, sino también de los estudios filológicos, biográ-ficos, prosopográficos, arqueológicos y, en definitiva, de todo tipo de publicaciones que aportaran información sobre la peculiar idiosincra-sia de este autor griego: un ensayo sobre la figura del emperador Juliano (sin duda, el gran protagonista de las Res gestae), un artículo sobre los abusos en la administración de justicia de fines del siglo IV o una nueva teoría sobre la utilización de un tiempo verbal, todo valía para profundizar en la esencia de Amiano Marcelino.

Es por ello que, en los últimos años, he ido publicando artículos en revistas nacionales e internacionales, capítulos de libro y también aportaciones a congresos, dedicados al gran historiador de la Antigüe-dad Tardía. Ese mismo al que muchos han llamado “el heredero de Tácito” o, incluso, como lo calificó Stein en 1928, “el mayor genio literario entre Tácito y Dante”. Mi meta ha sido, siempre, llegar a una comprensión integral de las Res gestae. Pero lo que el lector encontrará en este libro no es, precisamente, esa visión integral, sino una obra dispersa que, sin embargo, se nutre de las muchas lecturas efectuadas, de los numerosos debates (a veces, ásperos) mantenidos en el ámbito académico, de los no pocos bocetos de teorías que he escrito y, en suma, de un ingente trabajo del que solo el que suscribe es plenamen-te consciente.

Confío, sin embargo, en que el lector, tanto el que se dedica a la investigación como el que se aproxima, por el motivo que fuere, al fascinante mundo de la Antigüedad Tardía, encuentre en mis trabajos siquiera un punto de referencia que le pueda poner sobre la pista de un resultado original. Para ser humildes, me conformaría con que sirvan para ofrecer una visión general de las líneas directrices de aquella época. Porque eso es lo que encontramos en Amiano Marceli-no: un minucioso (e intencionado) retrato de fines del siglo IV. También me agradaría que el lector conociera un poco más al perso-naje en cuestión y el mundo que le rodeaba. Amiano, a juzgar por las escasas noticias biográficas que nos transmite, tuvo una vida llena de actividad y aventuras, y, como mínimo, intensa, azarosa y atractiva.

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Actualmente no se trabaja tanto como antes sobre las Res gestae. En las décadas de los años setenta, ochenta y noventa del siglo pasado se vertieron auténticos ríos de tinta sobre la obra de Amiano. En estas décadas, el debate historiográfico produjo algunos de sus más nota-bles adelantos en la aprehensión de esa esencia amianea que mencio-naba antes. Con el cambio de siglo, el interés parece haber ido deca-yendo, poco a poco aunque con determinación. Ya sabemos todos que existen las modas, y la historiografía no es ajena a ellas. De hecho, la atención por Amiano tal vez se venía prolongando demasia-do, para lo que es costumbre. En concreto, había sido Ronald Syme quien, con la publicación de su magnífico libro Ammianus and the Historia Augusta, Oxford, 1968, había suscitado un vivo interés en el conocimiento de los últimos años del siglo IV. Lo que me sorprende es que, en un momento en que el planeta se ve sumido, en buena parte, en una severa crisis, no se vuelva la vista hacia una obra que, precisamente, nos habla de crisis: crisis económica, crisis militar, crisis religiosa, crisis moral…¿Son las Res gestae un tema agotado? No lo creo. Los temas de investigación no se agotan, simplemente son susceptibles de ser reinterpretados.

En lo que a España se refiere, no se puede decir que se haya descollado a la hora de investigar sobre Amiano. Bien es cierto que las Hispaniae apenas se ven reflejadas en su obra. Que no ofrece un gran número de datos para comprender mejor la Historia tardo-antigua de España. Pero eso no ha de hacer olvidar que nos encontra-mos ante la gran fuente histórica de la Antigüedad Tardía, y que las provincias hispanas no se entienden aisladas del contexto al que pertenecen. Ese contexto es el Imperio Romano. Y la aportación de Amiano consiste en eso: en dar una visión integral del Imperio en que le tocó vivir. Espero, pues, que este libro también cumpla la función de llenar un hueco en la producción bibliográfica nacional, al mismo tiempo que anime a cultivar el interés por estos temas.

Termino esta breve introducción personal a la recopilación de trabajos que ahora pueden Vds. leer. Reitero mi deseo de que les resulten provechosos y agradezco de corazón a los profesores Juan Abellán, de la Universidad de Cádiz, y Manuel Espinar, de la Univer-

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sidad de Granada, su gentil apoyo a la publicación y difusión de este libro. Libro, que, por otra parte, habrá que releer (y revisar) al tiempo que se relea (y revise) la gran obra literaria que le da fundamento: las Res gestae de Amiano Marcelino.

Francisco Javier Guzmán Armario

Área de Historia Antigua, Universidad de Cádiz. Cádiz, diciembre de 2014.

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Ammianus adversus externae gentes: la geografía de lo Barbaricum en Amiano Marcelino.

El arquetipo del bárbaro, inherente a la más honda esencia de

la civilización clásica, no se basó únicamente en distintivos físicos aberrantes o en una interminable lista de costumbres incivilizadas. Por encima de estos aspectos, y condicionando todo el conjunto, se hallaba el medio natural en el que vivía aquél. Ya para Hipócra-tes, la diversidad humana radicaba en las condiciones geográficas y climáticas1 en las que el ser humano se desarrolla2. Pero la cuestión no se agota en este punto, puesto que los propios autores de la Antigüedad tenían bastante claro que tanto a la civilización como al ambiente cultural de la barbarie les definían sus correspondientes medios naturales. “La civilización encontrará su asiento y su lugar allí donde la agricultura es posible, donde no falte el agua que produz-ca feraces pastos para el ganado y el clima sea benigno”3. Los bos-ques, las escarpadas sierras, los pantanos y cenagales de allende el limes, con su infernal clima lluvioso y gélido, impidiendo cualquier actividad agrícola y delimitando territorios aislados del resto del PUB.- em Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, 12 (1999), pp. 217-227.

1 N. Herescu, “Civis humanus. Etnos et ius”, A&R VI (1961), p. 73

2 En su tratado sobre el aire, las aguas y los lugares (XVII-XXII), Hipócrates llega a la conclusión de que el frío y la vida nómada afectan bastante al cuerpo humano. Entre los escitas, por ejemplo, estos aspectos se manifiestan en situaciones como la falta de deseo sexual o la propensión a la artritis. Véase J.W. Johnson, “The Scythian: his rise and fall”, J.H.I. XX, 2 (1959), p. 252

3 F.J. Lomas Salmonte, “Bárbaros y barbarie en Estrabón”, en Actas del I Congreso Andaluz de Estudios Clásicos, Jaén 1981, p. 17. La existencia de una tierra con un clima ideal para la fertilidad es un elemento típico desde la geografía utópica helenística. Véase C. Molé, “Le tensioni dell'utopia. L'organizzazione dello spazio in alcuni testi tardoan-tichi”, en Le transformazioni della cultura nella Tarda Antichitá, Vol. II, a cura di M. Mazza e C. Giuffrida, Roma 1985, p. 726.

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mundo, albergarían a la barbarie4 O en otras palabras: si Roma encarnaba la civilización, ésta poseía una esencia puramente mediterránea5. En este sentido, cuanto más nos alejemos de las riberas del Mare nostrum, más nos acercaremos al país de los bárbaros. Se trata de un factor boreal, ideado por Posidonio6 y seguido a pie juntillas por Estrabón7, quien identificaba tajantemente la barbarie

4 Teoría ésta que se mantendrá en los siglos venideros. Desde la atalaya de la Ilustra-ción, los intelectuales achacarán el poco desarrollo de los indios americanos a facto-res climáticos. Ver J. Bestard, J. Contreras, Bárbaros, paganos, salvajes y primitivos. Una introducción a la antropología, Barcelona 1987, p. 239.

5 Véase P. Garnsey, R. Saller, El Imperio Romano: economía, sociedad, cultura, Barcelona 1991, especialmente el capítulo I (p. 15-31): “Un Imperio Mediterráneo”: véa-se también Z. Rubin, “The Mediterranean and the Dilemma of the Roman Empire in Late Antiquity”, M.H.R. 1 (1986), p. 13: “The Roman empire was fundamentally a Mediterranean power, and that the so called Roman World was basically identical with the Mediterranean world”.

6 Posidonio elaboró una teoría de las zonas climáticas del mundo, siguiendo la ya efectuada por Eratóstenes, que se convertiría en el elemento capital de su concep-ciones etnológicas. En general, distinguía cuatro grandes zonas: la tórrida (habitada por pueblos como los indios o los etíopes), la desértica, la zona atemperada (Me-diterráneo) y la gélida a septentrión. El clima que imperaba en cada zona determina-ba el carácter de los pueblos que las habitaban. Véase A. Grilu, “L'aproccio all'etnolo-gia nell'Antichità”, en Conoscenze Etniche e Rapporti di Convivenza nell Antichità , a cura di M. Sordi, Milano 1979, p. 23: “I barbari hanno predominante I'elemento dell'anima humana legato al fuoco, al secco: perciò i veri, grandi Barbari sono quelli del Nord; il clima, freddo, tempra il loro calore, come l'acqua l'acciaio”.

7 F.J. Lomas Salmonte, art.cit., p. 16; también en su “Civilización y barbarie. A vueltas con la romanización”, en La Romanización en Occidente, J.M. Blázquez, J. Alvar (eds.), Madrid 1996, p. 47. Véase A. Grilli, art.cit., p. 14 ss. No sólo Posidonio y Estrabón se adhieren a esta teoría. Un siglo más tarde, Tácito (Agric., 11) solo señalará un determinismo climático-geográfico de los britanos: “No se conoce con exactitud quiénes habita-ron Britania en un principio, si eran indígenas o inmigrados. Su aspecto físico varía, y de ahí las diversas hipótesis. La cabellera rubia de los que habitan Caledonia y sus grandes miembros certifican su origen germano. Los rostros atezados de los sílures, su pelo de ordinario ondulado y el hecho de estar Hispania enfrente hace creer que antiguos iberos pasaron el mar y ocuparon aquella zona. Los próximos a los galos guardan semejanza con éstos, bien porque perdure la influencia del origen, bien porque en tierras situadas unas frente a otras la posición geográfica y el clima influyen en el aspecto corporal...” (Traducción de J.M. Requejo).

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con los pueblos que habitaban el septentrión europeo (Strab., IV, 4, 5).

Tal factor ha llegado a nuestros días, incluso, y ha sido reflejado en el cine: en las películas oportunas, “el cielo del mundo bárbaro es un cielo gris; Roma siempre está resplandeciente, es azul”8.

Aunque los romanos no extendieron nunca su control militar sobre lo Barbaricum, dado que las condiciones medio-ambientales les imponían obstáculos al avance de las legiones (al respecto, los pueblos del norte no se hallaban tan limitados por el capricho de las estaciones a la hora de lanzarse sobre los dominios romanos9), fundamentalmente por la falta de vías adecuadas, la disposición de agua o la conveniencia del terreno10, sí conocían su medio natural. En cuanto al territorio de los otros bárbaros, los persas, el clima y la orografía imponían también sus límites a la guerra11. Las altísi-mas temperaturas estivales aconsejaban que las campañas se lleva-ran a cabo entre noviembre y marzo12, aprovechando el invierno13. Sin embargo, lo más normal era que tales acciones bélicas se desarrollaran a finales del invierno o principios de la primavera14.

8 A. Prieto, “Romanos y bárbaros en el cine”, en El cine y el mundo antiguo, A. Duplá, A. Iriarte, eds., Bilbao 1990, p. 59

9 Plin., Paneg. Xll, 3-4; Amm.Marc., XIX, 11, 4; XXVII, 1, 1.

10 A.D. Lee, Information and frontiers. Roman foreign relations in Late Antiquity, Cambridge 1993, pág. 94.

11 Sin embargo, Persia les era más familiar a los romanos que las tierras trans-limitáneas del norte, pues: 1) Suponía un área menor. 2) Existió un mayor nivel de interacción humana entre ambos imperios que entre Roma y lo Barbaricum. 3) En Persia se hallaban valiosos puntos de referencia geográfica como Ctesifonte y otras ciudades. 4) La orografía del territorio persa, donde domina la línea recta, estaba más acorde con la concepción romana del espacio, dentro de la orientada mentalidad urbana de las élites latinas. 5) Ausencia de infraestructuras, calzadas y caminos en lo Barbaricum.

12 Ibidem, p. 91.

13 Son los casos de Septimio Severo (que toma Ctesifonte en enero del 198) o de Gordiano.

14 Amm.Marc., XVII, 5, 8 (Sapor II); XXIII, 1,1 (Juliano); Zos., IV, 13, 2 (Valente).

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Pero si nos centramos en Amiano, observamos a lo largo de sus páginas cómo otorga mucha importancia a la relación de los pue-blos con el medio natural que les rodea15. Y en relación con esta idea, y teniendo en cuenta el protagonismo que ejercen los bárbaros en las Res gestae, no podía obviar el tema de la geografía de lo Barbaricum. Vayan por delante algunos ejemplos:

- aridez de la zona de Amida (XXIX, 8, 8).

- el terrible invierno de Pannonia juega a favor de los sármatas limigantos frente a los ejércitos romanos que van allí a combatirles (XIX, 11, 4).

- el agreste clima de la frontera persa: en esta ocasión no se trata de la sequía, sino de las lluvias torrenciales (XX, 11, 26 y 31).

- la humedad de la región ribereña del Ponto Euxino (XXII, 8, 46).

- frío extremo de los territorios nordanubianos (XXII, 8,

42 y 48)16.

- hostilidad del territorio persa al final de la campaña de Juliano (XXIV, 8, 2-3 y XXV, 4, 10).

- carácter yermo del país de los cimerios, una tierra sin sol (XXVIII, 4, 18).

- dificultades de adaptación de los soldados romanos a las con-diciones de aridez del Norte de África (XXIX, 5, 7).

- frío y falta de alimentos y forraje durante el crudo invierno del Ilírico (XXX, 3, 3).

15 G.A. Sundwall, “Ammianus Geographicus”, AJPh. 117, 4 (1996), p. 630-631.

16 El frío era, sin duda, el obstáculo natural más importante a la hora de explicar la imposibilidad del avance militar romano en territorio de bárbaros: entonces se habla de aeris saevitia. Vid. Amm.Marc., XVII, 1, 10; 27, 1, 1; cfr. J.F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus, London 1989, p. 311.

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- Valentiniano I tiene que abandonar el territorio de los cuados para evitar el frío del invierno, el mismo que hace aconsejable la paz con estos enemigos cuando ellos lo proponen al emperador (XXX, 5, 14).

Todos ellos son exponentes de territorios, más o menos extrali -minares (y en todo caso vinculados con la frontera), que se caracterizan por la agresividad de su medio natural (hacia el hom-bre civilizado). En otras palabras, el bárbaro vive en una tierra hostil donde no tienen lugar las disposiciones que propician la génesis de la civilización (Strab., III, 3, 8)17.

En consecuencia, en tan difíciles condiciones de vida resulta normal que los habitantes de lo Barbaricum fuesen individuos agre-sivos, salvajes, peligrosos18, inclinados al bandolerismo y a las acciones punitivas19. Amiano no es ajeno a este matiz y lo manifiesta como veremos a continuación.

En el mundo antiguo existían dos tipos de escenarios naturales en los que la barbarie no podía faltar: el bosque20 y la montaña. En lo tocante al primero, “se trataba de un topos muy frecuente en la historiografía antigua, en la que el mundo romano aparecía como

17 La ausencia, en territorio bárbaro del norte, de la infraestructura básica del mundo civilizado, es un dato recurrente en buen número de autores clásicos: Caes. , B.G., VI, 25; Mel., III, 29; Plin., N.H., XVI, 5, Tac., Germ., 51; Pan.Lat. XI I (2), 5, 2; Amm.Marc., XV, 4, 3; XVII, 1, 8, Greg.Tur., H.F., ll, 9.

18 F.J. Lomas Salmonte, “Barbaros y barbarie...”, p. 20.

19 R. Oniga, F. Borca, “La immagine delta Germania in etá romanobarbarica: riprese di modelli culturali classici”, Romanobarbarica 14 (1996-1997), p. 98: «I latrones sono radicalmente esclusi dall'orizzonte culturale, allontanati dallo spazio antropizzato e civili-zzato: regolati da forme di potere “primitive” e antistatali, abitante di spazi interstiziali sottratí al controlo da parte dell'autiroritá centrale, sostenuti da un'economia in qualche modo aberrata, che comporta la predazione sull'uomo, i banditi non possono ad alcun titolo partecipare della "vera" umanitá”.

20 El bosque siempre trae connotaciones de peligro y amenaza para la mentalidad romana. Dentro de su religio tradicional, en el nacimiento de un niño, uno de los ritos consistía en repeler, mediante una escenificación ritual, a Silvanus, espíritu maligno de los bosques salvajes. Véase J. Bayet, La religión romana. Historia política y psicológica, Madrid 1984, p. 79.

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una sociedad civil y agrícola frente al bárbaro que no vivía en ciudades ni cultivaba la tierra. El bosque aparece como el símbo-lo del atraso de los pueblos bárbaros frente al progreso simboli-zado por Roma”21. Como vemos, se trata del resultado del contras-te entre bosque/salvajismo y civilización/urbanismo22: un espacio donde los enemigos pueden sustraerse al control de la autoridad oficial y resistir allí indefinidamente. De hecho, las autoridades romanas ejercían una vigilancia más efectiva sobre ambientes urbanos que sobre los rurales. “En el campo, especialmente cuando el terreno era escabroso, el bandolerismo era un problema cons-tante”23. Por ello no es de extrañar que algunos autores clásicos, como Estrabón, detestaran la existencia de áreas boscosas en territorios en proceso de asimilación por Roma24

. Recordemos que, durante toda la época imperial, el recuerdo del desastre de Teotoburgo pesaba en la conciencia romana. No encontramos este pensamiento en Amiano, salvo en el pasaje XVII, 1, 825

.

El segundo escenario natural de la barbarie lo constituía la montaña, un hábitat que el historiador antioqueno refiere, en relación con las externae gentes, hasta la saciedad. Si recordamos a los míticos hiperbóreos, la etnografía clásica describía su tierra separada del ámbito civilizado por la infranqueable barrera de los montes Ripeos26. Ya desde los tiempos de Homero “I'opposition qui existe,

21 A. Prieto, “El bosque en Hispania según Estrabón”, en Homenaje a Marcelo Vígil, M.J. Hidalgo de la Vega, ed., Salamanca 1989, p. 50; no obstante, para una zona como Arabia (bárbara, pero idealizada) los griegos señalarán la existencia de prósperos bosques en el interior que aportan valiosos productos como el incienso y la mirra (productos que envuelven con su fragancia todo el territorio): véase F.J. Gómez Espelosín et alii, Tierras fabulosas de la Antigüedad, Alcalá de Henares 1994, p. 207.

22 Un caso muy significativo lo hallamos en Caes., B.G., 3, 21 (aquitanos).

23 P. Garnsey, R. Saller, op.cit., p. 189.

24 A. Prieto, “El bosque en Hispania...”, p. 53.

25 En este pasaje se describe un bosque tupido, tenebroso, lleno de trampas para los solda-dos que lo crucen: motivo de recelo, de amenaza y de miedo casi supersticioso a lo imprevisto, nos transporta directamente al desastre de Teutoburgo, en época de Augusto.

26 F.J. Gómez Espelosín, op.cit., p. 214.

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se fait avec les gens de la plaine, laboreurs, pacifiques, paysans. Les habitants de la montagne sont, par définition, «sauvages» et «barba-res», «belliqueux» et «brigands; ils en arrivent á enfreindre les lois humaines et divines”27. Nos movemos en la misma línea a la que nos referimos con el bosque: las zonas montañosas como reducto de comunidades que practican el pastoreo, la caza y el pillaje como acti-vidades económicas predominantes en detrimento de la civilizada agricultura de cereales28. Pero más importante que eso era, para las autoridades romanas, los problemas que dichas comunidades planteaban a la hora de ser controlados políticamente hablando. Entre otros motivos, los montañeses vivían excluidos del mundo urbano que practicaba ese control29. Por ello, “durante toda la Antigüedad, las montañas conservaron entre la élite urbana culta su reputación de guarida de bandoleros, bárbaros y salvajes, así humanos como animales”30. Amiano participó de este arquetipo cultural, entre otros motivos porque muy cerca de su Antioquía natal tenía un claro exponente de aquél: los isaurios. Éstos no constituyen los únicos ejemplos del punto que aquí tratamos: pero, sin duda, sí se tratan de los más abundantes 31. Ya Estrabón nos había descrito la orografía del país (XII, 6, 2). Y nos hacía comprender que sus habitantes, conscientes de su inferioridad en la llanura frente a los romanos (XIV, 2, 8), encontraban en las montañas un medio ideal para su forma de vida32, basada principalmente en las razzias33

, ya que su agreste

27 C. Antonetti, “Montagnards et bergers: un prototype diachronique de sauva-gerie”, D.H.A. 13 (1987), p. 209. Strab., 11, 5, 25, ya señalaba el hecho de que en las regiones montañosas habiten los salteadores, ya que sus duras condiciones de vida induce a la lucha y al valor.

28 Ibidem, p. 213. Tales actividades económicas van a condicionar su dieta. Para Estrabón, los montañeses eran categorizados como comedores de carne y bebedores de agua (para nada se mencionan el trigo, el aceite de oliva o el vino). Sobre los montañe-ses en Estrabón véanse B.D. Shaw, op.cit., pág. 29; P. Garnsey, R. Saller, op.cit., p. 23-24.

29 Ibidem, pág. 214.

30 P. Garnsey, R. Saller, op.cit., p. 24.

31 Amm.Marc., XIV, 2, 2; 2, 5; 2, 12; 2, 20; XIX, 13, 1; XXVII, 9,6-7.

32 N. Santos Yanguas, “Algunos problemas sociales en Asia Menor en la segunda

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relieve imposibilitaba la agricultura34. Así pues, las alturas se convierten en el refugio ideal para los isaurios, desde las cuales lanzar sus terribles expediciones de rapiña y a las cuales volver para guarecerse de las represalias romanas. Más o menos, se afirma lo mismo de los antiguos aqueos que, acosados por sus enemigos, se refugian en las montañas: allí, apremiados por el clima y la hostilidad del medio, desarro-llarán un modo de vida basado en el bandolerismo (XXII, 8, 25). Pero los ejemplos no terminan aquí:

- XV, 10, 2: los agrestes picos de los Alpes facilitaron la resis-tencia del rey Cottis frente al avance de Roma.

- XV, 11, 4-5: los aquitanos, más próximos a la costa que los belgas, reciben las influencias de pueblos civilizados, puliendo su carácter bárbaro y facilitando, al mismo tiempo, el dominio romano de la re-gión. Este aspecto de la costa (mediterránea) como punto de referencia que condiciona el desarrollo de los pueblos, se remarca en XV, 11, 14.

- XVII, 13, 22: sármatas y cuados, sorprendidos por una invasión romana en su territorio, huyen a las montañas para hallar allí seguridad. Vid. también XVII, 12, 9.

- XXII, 8, 25: los aqueenos, acosados por el enemigo, se refugian en las montañas (donde cultivarán un modo de vida articulado en torno a la rapiña).

- XXVI, 9, 8: abandonado por sus soldados, Procopio (un usur-pador y, por tanto, alguien que comparte ciertos rasgos con los bárba-ros) busca refugio en las montañas.

- XXVII, 5, 3: los godos, huyendo del imponente ejército de Valente, se refugian en abruptas montañas.

- XXVII, 12, 9-10: ante la formidable ofensiva de Valentiniano 1,

mitad del siglo IV dC: isaurios y maratocuprenos”, H.Ant. VII (1977), p.. 353; C.E. Minor, “The robber tribes of Isauria”, AncW. II, 4 (1979), p. 122.

33 C.E. Minor, art.cit., p. 117: “Like the Bedouins, raids were their agriculture”.

34 N. Santos Yanguas, art.cit., p. 355.

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los alamanes optan por organizar el combate desde las alturas escar-padas e inaccesibles. El emperador pondrá sitio a este baluarte natu-ral y terminará haciéndose con él (XXVII, 10, 10).

- XXVII, 12, 11: hostigados por Sapor, el príncipe armenio Papa y los tránsfugas romanos Cylax y Artabano buscarán refu-gio en las montañas.

- XXVIII, 2, 8: los alanos exterminan a los romanos que se internan en su territorio, lanzándose sobre ellos desde un escondri-jo en un cerro cercano.

- XXIX, 4, 5: alertado de la presencia romana, el alamán Macria-no y los suyos se esconden entre las escabrosidades de la montaña.

- XXIX, 5, 34: el rebelde Firmo, viéndose derrotado, huye35 a las inaccesibles montañas caprarienses, probablemente situadas en el interior de la Mauritania (vid. también XXIX, 5, 37).

- XXX, 5, 5: los cuados, desde su refugio montañés, contem-plan cómo las huestes de Valentiniano penetran en su territorio.

- XXXI, 2, 14: los nervos habitan en agrestes montañas.

- XXXI, 3, 7-8: Atanarico y sus zervingos, derrotados por los arrolladores hunos, tienen que salvar la vida en las montañas.

- XXXI, 4, 13: sospechando Atanarico que Valente, debido a antiguos rencores, no le permitirá internarse en el Imperio, se refu-gia con su pueblo en un lugar montañoso y boscoso.

- XXXI, 7, 10 y 8, 5-6: los godos se lanzan sobre los romanos desde las cimas de las colinas.

- XXXI, 10, 12: los lencienses, acosados por Graciano, también encuentran la salvación en las alturas.

35 Probablemente a lomos de su caballo, del que nos habla Amiano en XXIX, 5, 41, descrito como un animal apto para todo tipo de terreno. Nos recuerda a nuestro asturcón y su capacidad para la escalada, que no para otros menesteres. Véase J.M. Blázquez, “La economía ganadera de la España antigua a la luz de las fuentes grie-gas y romanas”, Emerita 25 (1957), p. 75.

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- XXXI, 12, 17: la caballería goda desciende fulminantemente desde las montañas para castigar los dominios romanos.

En definitiva, el medio natural montañoso funciona, respecto a los bárbaros y frente a los romanos, como el refugio en el que protegerse de Roma y resistir el avance de las tropas imperiales, y también como plataforma desde la que lanzar ataques contra el civilizado enemigo. Todo ello facilitado por el hecho de que las externae gentes encuentran en las montañas un habitat adecuado a su naturaleza salvaje. O dicho de otra forma: la civilización, sita en la llanura por las causas antes mencionadas, encuentra en las altas cotas topográficas una amenaza constante desde tan tempranos tiempos, incluso, como los de la Segunda Guerra Púnica. El mismo Amiano lo refiere en XV, 10, 10, al hablar de Publio Cornelio Escipión, combatiendo a los cartagineses en Iberia. El general romano se mantiene alerta porque espera que, de un momento a otro, los norteafricanos les ataquen desde las monta-ñas cercanas. Ya sabemos que los cartagineses eran tan civiliza-dos como los hijos del Lacio36, pero el símil resulta bastante significativo: el enemigo siempre llega desde la altura para da -ñar el solar de la civilización, que es la llanura. Al hilo de este argumento, no deja de ser significativa la imagen del Rin que nos describe el antioqueño en XV, 4, 2, cuyo curso desciende impetuoso desde las altas cumbres alpinas. El legendario río aparece, en este pasaje antioqueno y de forma muy clara, como la frontera entre romanos y bárbaros. Y no podemos sus-traernos al ejercicio de comparar ese caudal violento que baja de las escarpadas montañas con esos mismos bárbaros que descienden en tromba y fuera de control desde el mismo pun-to: así, el Rin, que baja también desde las alturas, se muestra tan incivilizado como los pueblos de allende el limes37. De otro

36 En XXVII, 12, 11, el príncipe armenio Papa y los tránsfugas romanos Cylax y Artabano, traidores al Imperio, se refugian en las montañas hostigados por Sapor: ejem-plos de personajes civilizados que se barbarizan con esta imagen.

37 Según R. Seager, Ammianus Marcellinus. Seven studies in his language and thought, Colum-bia 1986, p. 46, Amiano utiliza la imagen de fenómenos naturales como un río o una marea para estigmatizar el salvajismo y la falta de control, incluso con personajes

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modo, compárese esta idea con la metafórica invasión del río sobre el lago Brigancio (XV, 4, 5), sin que uno frene al otro y sin que se produzca mezcla ni fusión de sus aguas38. ¿Se trata, acaso, de un desideratum del historiador? ¿Está apuntando, qui-zás, y de forma bastante sutil, que civilizados y bárbaros, por sus respectivas esencias radicalmente distintas, no pueden concebir la unión? ¿Por qué no? El romano no se halla cómodo en la montaña, al considerarla un lugar propicio para recibir reveses, tal y como le ocurría al general Teodosio cuando se encontraba combatiendo a las tribus rebeldes del Norte de África (XXIX, 5, 44)39. Por otra parte, el enemigo norteño no se adap-ta bien a las calurosas condiciones climáticas del Mediterráneo40.

Y, aunque lo lograra, como defenderá Estrabón, jamás llegaría a asimilar verdaderamente la civilización41. La segregación era (y esta idea en Amiano no nos sorprende en absoluto) más natu-

supuestamente civilizados: Galo (XIV, 1, 10), Paulo (XIV, 5, 6), Valentiniano I (XX1X, 3, 2)...

38 Idéntica información recibimos para el caso del Ródano en Amm.Marc., XV, 4, 5.

39 Sobre las comunidades montañesas del norte de África en Amiano acúdase a N. Santos Yanguas, “La resistencia de las poblaciones indígenas norteafricanas ala roma-nización en la segunda mitad del siglo IV dC.”, Hispania 142 (1979), p. 266 ss. Se-gún J.F. Matthews, “Mauretania in Ammianus and the Notitia”, en Political Life and Culture in Late Roman Society, London 1985, p. 162 y 166, la montaña es un elemento clave en la vida de este país, desde la cual cae la amenaza de las tribus montañesas y desde la que se controlan los recursos hídricos de la zona. Sin embargo, C. García Mac Gaw, “Romanización vs. Indigenismo en el norte de África. Algunas perspectivas historiográficas”, Anales de Historia Antigua y Medieval 27 (1994), p. 87, afirma que “el imperialismo romano se interesó en las regiones más ricas que no eran siempre las llanuras y a veces, por razones que no se explican siempre por la resistencia a Roma, quedó al margen de ciertas llanuras”. Tal autor (apoyado por E. Gozalbes Cravioto, “Algunas notas acerca de la b ib l iograf ía sobre la sistencia a la romaniza-ción en el norte de África”, Tempvs 7 (1994), p. 36-37) negaría la segregación entre montañeses y civilizados en estos territorios.

40 J.P.V.D. Balsdon, Romans and aliens, London 1979, p. 214: “The Romans them-selves, it would seem, adapted better to northern conditions, much as they disliked them”.

41 J.C. Bermejo Barrera, Mitología y mitos de la Hispania Prerromana, Vol. 2, Madrid 1986, p. 22.

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ral, aunque la barbarie inunde a la civilizada llanura. Contemple-mos, si no, la amarga queja de Amiano al hablarnos de la irrup-ción de los godos en el Imperio, ya en el último libro de sus Res gestae (XXXI, 4, 9): “Per id tempus nostri limitis reseratis obicibus atque ut Aetnaeas fauvillas armatorum agmina diffundente barbaria…”. Los bárbaros inundan los Balcanes como la lava del Etna sepulta las tierras de su entorno siciliano. La imagen, abundando en lo que ya llevamos dicho, no puede resultar más significativa42.

En definitiva, y con una diferencia de tres siglos, encon-tramos en Amiano el mismo tópico referido a la montaña como espacio ajeno a la civilización que existía en época de Augusto43. Y no sólo ajeno, también peligroso para ella. En la montaña no solo viven aquellos grupos que pretenden escapar al control de Roma. Desde el refugio que ofrece lo abrupto de su orografía desciende, ocasionalmente, el devastador efecto de la barbarie, materializan-dose en saqueos, muerte y destrucción. Si lo ampliamos a la geo-grafía que ocupan los bárbaros, hallaremos en ella la misma hosti-lidad de aquéllos, encargándose el mismo medio físico de esta-blecer una tajante separación entre el mundo clásico mediterráneo y 42 Amiano fue, como todos los intelectuales clásicos (aunque en mayor medida), un autor hostil a los bárbaros. Sobre el tema pueden consultarse S. Bonani, “Ammiano Marcellino e i Barbari”, RCCM XXIII (1981), p. 125-142; Y.A. Dauge, Le Barbare. Recherches sur la conception romaine de la barbarie et de la civilisation, Bruxelles 1981, p. 330-352; E. Frezouls, “Les deux politiques de Rome face aux Barbares d'aprés Ammien Marcellin”, en Crise et redessement dans les provinces Europeennes de I'Empire, Strasbourg 1983, p. 175-197; T.E.J. Wiedemann, “Between men and beasts: barbarians in Ammianus Marcellinus”, en Past perspectives. Studies in Greek and Roman Historical writting, ed. By I. Moxon, Cambridge 1986, p. 189-221.

43 Para el tema de este artículo, en general, hemos de tener presente que Amiano es tributario de la tradición literaria clásica. El antioqueno fue un ávido lector de los clásicos, a través de los cuales obtuvo una sólida formación. Al respecto, vid. R.C. Blockley, Ammianus Marcellinus. A study of his historiography and political thought, Bruxelles 1975 , p. 12-13; P.M. CAMUS, Ammien Marcellin. Témoin des courants culturels et religieux á la fin du IV e siécle, Paris 1967, p. 29-55; Ch.W. Fornara, “Studies in Ammianus Marcellinus ll: Ammianus knowledge and use of Greek and Latin literature”, Historia XLI, 4 (1992), p. 420-438; I. lana, Ammiano Marcellino e la sua conoscenza degli autori greci, en Politica, cultura e religione nell'Impero Romano (secoli IV-VI) tra Oriente e Occidente, Napoli 1993, p. 23-40.

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las externae gentes: tal separación (aunque temida, también deseada por el hombre civilizado) genera más de una vez especulacio-nes que abandonan el campo de la etnografía para internarse en el terreno de la ficción con tintes extraordinarios. Así, “el espacio marginal del orbe, siempre delimitado por imponentes e infran-queables barreras como el océano o una cadena de montañas elevadas, servía otra vez de escenario adecuado a estos seres fabu-losos, producto natural de los destellos de la imaginación de los viajeros más arriesgados o de esa mezcla de fascinación y terror que susci taban estas regiones extremas que se hallaban completamente fuera del alcance de los afanes humanos 44

.

Podemos cerrar este trabajo con la siguiente conclusión:

“In generale, I'intrasitibilitá o, quanto meno, la dificoltá di accesso costituisce un elemento centrale dell'ambiente naturale germanico, cha da un lato deve essere considerato in relazione con le esigenze tattiche estrategiche degli eserciti romani, dall'altro deve essere leto in chiave geopolitica: uno spazio impraticabile é necessariamente inesplorabile ed é pertanto destinato a rimanere ignoto, imprigionato nelle maglie di un'alteritá che incute paura e suscita sospetto”45

44 F.J. Gómez Espelosín, Tierras fabulosas..., p. 217.

45 R. Oniga, F. Borca, art.cit., p. 102.

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El mundo de la medicina antigua en Amiano Marcelino.

Para el historiador del mundo tardoantiguo, uno de los debe-

res inexcusables consiste en acercarse a la que, sin duda, es la fuen-te textual más importante de este período: las Res gestae del historiador antioqueno1 Amiano Marcelino. La razón de ello no se encuentra exclusivamente en la belleza literaria que nos ofrece2 sino tam-bién en la enorme cantidad de datos que recibimos de esta obra: a lo largo de sus páginas aparecen los acontecimientos históricos, internos y externos, que afectaron al Imperio roma-no entre el reinado de Constancio II y el fatídico año de 378. Pero además, obtenemos un auténtico caudal de información sobre una serie de materias que el autor introduce en su narra-ción en la forma de excursus, de forma poco traumática respecto al hilo argumental del texto, y que abarcan temas tan variados como descripciones etnográficas y geográficas, digresiones cien-

PUB.- en Athenaeum, 2001, I, pp. 223-229.

1 Actualmente existe un enconado debate para decidir cuál fue en realidad la patria de Amiano: ¿la Grecia continental? ¿Antioquía, de veras? La primera tesis sería defendida por Ch. Fornara, “Studies in Ammianus Marcellinus L The letter of Libanius and Ammianus' connection with Antioch”, Historia XLI, 3 (1992) p. 328-344; apoyando la tesis tradicional, véase J.F. Matthews, “The origin of Ammianus”, CQ 44 (1994), p. 252-269. Aquí apoyamos este último punto de vista.

2 S. Mazzarino, El fin del mundo antiguo, México 1961, p. 46 dice de las Res gestae que fue el libro más insigne y meditado que produjo el Bajo Imperio.

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tíficas, etc.3 Ello le otorga a las Historias amianeas el carácter de obra enciclopédica: en efecto, nuestro protagonista hace alarde a través de sus páginas de una sólida formación basada en la lectura de los clásicos griegos y latinos4.

En otras ocasiones, si queremos obtener noticias sobre algún tema puntual (por poner algún ejemplo: la mujer5 o el uso de algún elemento de la vida cotidiana de un romano, verbigracia el vino6, entonces no hallaremos ninguna digresión que nos informe, sino que tendremos que ir recopilando datos a lo largo de la lectura de las Res gestae. Este puede resultar un ejercicio laborioso, pero en todo caso siempre fructífero: o al menos así acontece con el tema de la medicina antigua. Amiano fue, durante gran parte de su vida, un soldado. A lo largo de su trayectoria profesional tuvo que estar, directa o indirectamente, relacionado con la medicina7. De todas formas, su conocimiento de la materia, aunque, en oca-siones superficial, venía garantizado por la moda, extendida

3 Sobre el excursus en Amiano Marcelino puede acudirse a A. Emmet, “Introductions and conclusions to disgressions in Ammianus Marcellinus”, MPhL V (1981), p. 15-33; A. Solari, “Le digressioni medite di Ammiano”, Atti della Accademia Nazionale dei Lincei IV (1949), p. 17-21.

4 R.C. Blockley, Ammianus Marcellinus. A study of his historiography and polítical thought, Bruxelles 1975, p. 12-13; P.M. Camus, Ammien Marcellin. Témoin des courants culturels et religieux á la fin du IVe siéde, Paris 1967, p. 29-55; Ch.W. Fornara, “Studies in Ammianus Marcellinus II: Ammianus' knowlrdge and use of Greek and Latin literature”, Historia XLI, 4 (1992), pp. 420-438; I. Lana, “Ammiano Marcellino e la sua conoscenza degli autori greci”, en Politica, cultura e religione nell'Impero Romano (secoli IV-VI) tra Oriente e Occidente», Napoli 1993, p. 23-40.

5 G. Sabbah, “Présences fémenines dans l´histoire d´Ammien Marcellin. Les rôles poltiques”, en Cognitio gestorum. The historiographic art of Ammianus Marcellinus, Ed. by J. Den Boeft, D. Den Hengst, H.C. Teitler, Amsterdam 1991, p. 91-105.

6 F.J. Guzmán Armario, “In vino, civilitas. Los bárbaros y el vino en Amiano”, en Romanoarbarica 15 (1999), p. 77-95.

7 Aunque no parece que hubiera combatido mucho. N.J.E. Austin, Ammianus on Warfare. An investigation into Ammianus' military knowledge, Bruxelles 1979. p. 19 y 162, afirma que debió de estar vinculado a la vida administrativa dentro del ejército.

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entre los miembros de los grupos sociales privilegiados, de incluir los conocimientos médicos (puestos en relación con la filosofía) en la formación académica del individuo8. Pero acer-quémonos a las noticias médicas de las Res gestae.

En primer lugar podemos distinguir una serie de remedios “científicos”9 contra las enfermedades. Y comenzamos con XIV, 8, 12: en una digresión geográfica por tierras del Próxi-mo Oriente, Amiano cita las facultades curativas de las aguas termales de la región de Palestina 10, un recurso que hoy, aunque se practica, no se incluye dentro de la medicina científica, pero que en el mundo antiguo supone uno de los tratamientos más acepta-bles. Por ejemplo, entre los pueblos prerromanos de la Península Ibérica hallamos abundantes testimonios de culto a las aguas (culto basado, en gran parte, en sus propiedades tera-péuticas11. En XVII, 5, 7, a través de un tópico literario

8 V. Nutton, “Ammianus and Alexandria”, Clio Medica 7, 3 (1972), p. 172.

9 El termino “científico” atribuído a la medicina aparece entrecomillado en cuanto que no puede hablarse de ésta como ciencia en el mundo antiguo. Siempre que lo utilice en este artículo se hallará referido a aquellos recursos médicos que ofrezcan un cierto paralelismo con la medicina actual.

10 El termalismo terapéutico tuvo una gran difusión en el mundo antiguo. En Plin., N.H. XXXI, 32, y XXXVIII, 55; Vitrub., VIII, 3, 4-5; Cels., I, 4, II, 17; III, 21; Galen., Meth.Med. X, 10; XI, 10; Plin., Ep. IX, 36, etc., hallamos algunos testimonios sobre las aplicaciones médicas de las aguas termales. Además, constituía uno de los mayores atractivos para los viajes «turísticos» de los romanos ver J.N. Robert. Los placeres en Roma, Madrid 1992, p. 155.

11 J.M. Blázquez, Diccionario de las religiones prerromanas de Hispania, Madrid 1975, p. 161 ss.; Idem, “El culto a las aguas en la Península Ibérica”, en Imagen y mito, Madrid 1977, p. 307-330; J.M. Blázquez, M.P. Gelabert, “Recientes aportaciones al culto a las aguas en la Hispania romana”, Espacio, tiempo y forma, Serie II, 5 (1992), pp. 121-131. Ver también en este último M. Almagro Gorbea, L. Moltó, “Saunas en la Hispania romana”, p. 67-102; R. Olmos, Iconografía y culto a las aguas de época prerro-mana en los mundos colonial e ibérico, p. 103-120; L. Moltó, Tipos de agua minero-medicinales en yacimientos arqueológicos de la Península Ibérica, p. 211-228; C. Martín, La estructura geológica de la Península Ibérica y sus aguas termales, p. 231-251.

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bastante frecuenre entre los autores clásicos 12 (el de la amputación de un elemento corrupto de la sociedad para salvar del contagio al resto), el antioqueno nos refiere otro procedimiento médico13. En cuanto al campo de la farma-cologia, poco es lo que encontramos en su obra, como poco es también lo que encontramos en la medicina antigua 14. En XXII, 8, 28, de nuevo en un excursus geogrático, Amiano men-ciona para la región del Volga la existencia de una raíz que ofrece diversos usos medicinales. ¿Le habría servido esta raíz al emperador Constancio II para combatir las fiebres que le provocaron la muerte en Cilicia, cuando se hallaba camino de enfrentarse a su primo Juliano por el trono? En XXI, 15, 2 se nos dice que ningún fármaco que se le suministró al gober-nante surtió efecto alguno.

Porque, sin duda alguna, siempre resulta mejor prevenir que curar. Y en el campo de la prevención Amiano nos ofrece algún consejo al respecto. En XXI, 16, 5-7, al hablarnos de1 antes mencionado Constancio nos dice que conservó durante su vida una salud de hierro gracias a la frugalidad de la que hacía alarde. Y es que, según nuestro historiador, ya los médicos de la época aconsejaban la par-quedad en el comer15, en el beber y en la vida sexual para

12 Cic., De offic., III , 22: Tac., Hist, I I , 28 : Anon. Reb. Bell , XXl, 1 (sobre este último véase el comentario al pasaje que ofrece la edición de A. Giardina, 1989, p. 106).

13 Amm.Marc., XVII, 5, 7: “Postremo si morern gerere suadenti ouleris recte, contemne partem exiguam, semper luctificam et cruentam, ut cetera regas securus, prudenter reputans medellarum quoques artifices urere nonumquam et secare et partes corporum amputare, ut reliquis uti liqueat integris,, hocque bestias factitare”.

14 Ver, por ejemplo, L. Taborelli, “Aromata e medicamenta in Plinio (parte prima)”. Athenaeum 1991, II, p. 527-562; Idem, “Aromata e medicamenta exotica in Plinio”, Athenaeum 1994, I, p. 111-152.

15 Regla que no seguirían los altos funcionarios de palacio quienes, según Amm.Marc., XII, 4, 4, se entregaban a fastuosos y desenfrenados festines antes de que Juliano pusiera orden y concierto. Probablemente en estos banquetes se

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conseguir una vida prolongada16. El hijo de Constantino no sólo guardó esas reglas, sino que además, según aparece en el fragmento, gustaba del sano habito de comer abundante fruta (¡Qué actual!). Para complementar tales medidas, nada mejor que desarrollar una vida al aire lib re, en contacto con el sol17, el aire puro y la naturaleza, elementos que, en conjunción con una dieta adecuada18, y algunas costumbres como la de no tomar baños cálidos, hacen de los montañeses tracios unas gentes sanas y robustas (XXVII, 4, 14).

Sin embargo, nunca son pocas las precauciones, sobre todo frente a enfermedades altamente contagiosas y que pueden llegar a convertirse en fulminantes. Por ejemplo, en el pasaje XIV, 6, 23-24 el antioqueno nos relata las medidas que toman los aristócratas en la propia Roma cuando un familiar o conocido contrae uno de estos padecimientos: en primer lugar se abstienen de visitarlos hasta que cobran la certeza de que ha sanado. Y si mandan a algún esclavo para que ob -tenga noticias del convaleciente, aquél no entrará en la casa de su señor sin haberse bañado antes de forma concienzuda, a fin de que cualquier amenaza del peligro quede neutraliza -

consumirían platos regios, como el de la vulva y mamas de cerda, que el propio Juliano rechazaba, prefiriendo siempre el tosco rancho de los soldados (XVI, 5, 3). Según Plin., Nat.Hist. VIII, 209, aquel platillo sería prohibido en todas las leyes suntuarias promulgadas en Roma.

16 Amiano destaca esta cualidad en su admirado Juliano, XXV, 4, 2-6. Al respecto, vid. R.C. Blockley, op.cit., p. 89; R. Seager, Ammianus Marcellinus. Seves studies in his language and thought, Columbia 1986, p. 18-19.

17 El que Amiano aconseje el sol puede hallarse en relación con sus propias creencias religiosas, de clara raíz heliocéntrica. Acúdase a P.M. Camus, op.cit., p. 133 ss; A. Solari, “Particolarismo religioso bizantino di Ammiano”, Att.Acc.Naz.Linc. IV (1949), p. 502-508, etc.

18 En Diod.Sic., III, 17, 5, se nos habla del pueblo de los ictiófagos, el cual desconoce la medicina, aunque rara vez sus miembros contraen enfermedades gracias a la simplicidad de su dieta.

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do19. Porque podría ocurrir que se tratase de la peste, la temible muerte negra que había causado el óbito no ya de la masa de la población, sino además de personaje ilustres corno Marco Aurelio20. ¡Y pobre de todo aquel que llegue a contraerla! Comenzará por mostrar los síntomas que Amia -no describe en XIX, 4, 2 al hablar del sitio de la plaza romana de Amida por los persas: accesos de tos y padecimientos en los ojos si el aquejado vive en zona húmeda y pantanosa; por el contrario, sufrirá el doliente fiebre lenta e inflamación general si vive en una región cálida (en la que el desarreglo será mayor a causa de la perniciosa influencia de la sequía)21. Y dependiendo de qué tipo de peste se trate, así se experimen-tarán unos transtornos u otros. Amiano distingue hasta tres tipos: pandemus (propio de zonas secas y que se caracteriza por provocar intensas fiebres), epidemus (que ofusca la visión y altera los humores corporales) y loemodes (menos frecuente, pero que fulmina como el rayo a quien lo padece). Por último, y por lo general, llega la muerte, haciendo estragos en hombres e incluso en anímales22. La verdad es que el hombre romano supone

19 Naturalmente hay que observar este relato dentro de la ácida crítica a la que Amiano somete a parte de la nobilitas. Al respecto, vid. por ejemplo A. Cameron, “The Roman friends of Ammianus”, J.R.S. LVI (1964), p. 15-28.

20 Amiano ofrece un curioso origen de aquella famosa y terrible peste, que tantas muertes costara en los años ochenta del siglo II dC. En su excursus sobre los persas (al respecto puede consultarse J. Signes, “El excursus de los persas de Amiano (XXIII, 6)”, Veleia VII (1990), p. 351-375) aparecen los soldados de Vero saquean-do un templo. En él encuentran un agujero del que escapa el virus, allí contenido por la magia de los caldeos. En SHA, Ver. VIII, 1-2, hallamos más noticias relacionadas con esta epidemia.

21 Amiano recoge algunas teorías curiosas sobre los desencadenantes de la peste: corrupción del aire o del agua, viciada ésta por la putrefacción animal u otras causas, variaciones atmosféricas o supresión repentina de la sudoración por condensación del aire a través de ciertas emanaciones terrestres.

22 En la Ilíada I, 50, Homero afirma que la enfermedad afectaba en primer término a mulos y a perros.

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una presa fácil para las enfermedades23, sobre todo si éstas revisten una gravedad importante 24. ¡Qué se lo digan, si no, al decurion Severo: embajador de la norteafricana Leptis Magna que viaja hacia la corte para protestar ante el emperador por el descuido que sufre su provincia (ataques nómadas, rapacidad de los altos funcionarios estatales)25, cuando llega a Cartago con-trae una letal enfermedad que acaba rápidamente con su vida.

Pero en la Antigüedad existen otros recursos (también hoy día, en eso no hemos avanzado) que gozan del mismo presti-gio (e incluso mayor) que los tratamientos que hemos acorda-do en llamar “científicos”: se trata de los sobrenaturales y divi-nos. Y en Amiano hallamos cuatro ejemplos. En XIV, 8, 3, se nos habla de los poderes curativos de los manes de Mobso (argonauta que formó parte de la tripulación de Jasón en la búsqueda del vellocino de oro), allá en la región de Cilicia. En otra ocasión, XVI, 8, 2, nuestro historiador nos informa de un remedio que hasta la medicina de la época daba por válido: los ensalmos de una anciana para curar dolencias. Este tipo de cura llegará a ser perseguido en tiempos de Constancio II26. Ello lo comprobamos en las Res gestae, en XXIX, 2, 26, donde otra anciana es condenada a la pena capital por curar unas

23 A. Scobie, “Slums, sanitation and mortality in the Roman world”, Klio 68 (1986), p. 399 ss. Curiosamente, según Amm.Marc. XXIII, 6, 18, los eunucos se diferen-ciarían del resto de los mortales frente a las enfermedades más dañinas. Para los eunucos en Amiano véanse P. Redondo Sánchez, J. Bartolomé Gómez, “La valora-ción de los eunucos en Amiano Marcelino: el significado del elogio de Euterio”, Veleia 11 (1994), p. 259-268; R.C. Blockley, op.cit., p. 142 ss.

24 El caso de la muerte de Valentiniano I resulta significativo. Aquejado, al parecer, de una apoplejía (Amm. XXX, 8, 11), los médicos no pueden atenderle porque se hallan ocupados afrontando una epidemia desatada en la zona y que estaba costan-do muchas vidas (sobre todo entre los soldados). Así pues, al emperador no parece matarle una enfermedad que le afecta directamente, sino indirectamente.

25 J.F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus, London 1989, p. 383 ss.

26 C.Th., IX, 16, 4-6. Incluso los miembros de la aristocracia que acudieran a este tipo de remedios podían ser condenados a muerte.

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fiebres de su hija a través de estos encantamientos. Pero más sofisticado es el curioso intento de curación de un padeci -miento estomacal llevado a cabo por un muchacho en los baños públicos, consistente en recitar las siete vocales griegas 27. El joven fue acusado, torturado y decapitado.

Desconocemos el poder curativo de estos recursos sobre -naturales. Lo cierto es que los enfermos acudían a ellos en busca de la solución a su problema . La raíz del asunto podemos encontrarla, quizás, en el mismo punto de partida por el cual alguien de hoy en día acude a un curandero o a un sanador: la incompetencia y la incapacidad de la medicina “científica” para aportar una curación. De este último aspecto nos habla Amiano en tres ocasiones. En XXV, 3, 7, los médicos se muestran incapaces de afrontar la mortal herida que Juliano28 había recibido en combate contra los persas29. En XXXI, 13, 14, en el contexto de la batalla de Adrianópolis, sin duda alguna el hecho histórico protagonista de la obra de Amiano30, se nos dice que Valente, al huir del campo de 27 Amm.Marc., XXIX, 2, 27. Estas vocales constituían, en relación con los siete planetas entonces conocidos, la base de la magia blanca.

28 La figura del médico fue bastante denigrada en la antigua Roma. En Sen., De benef. II, 13, 2, los hallamos equiparados a otros oficios bastante mal vistos como el de comerciante o el de tratante de esclavos, personajes interesados que sólo se movían por el beneficio que podían extraer de sus servicios. Al respecto, vid. A. Giardina, “El comerciante”, en A. Giardina et alii, El hombre romano, Madrid 1991, p. 305. Sobre la figura del médico en Roma véanse M. Kobayashi, “The social status of doctors in the Early Roman Empire”, en T. Yuge, M. Doi (eds.), Forms of control and subordination in Antiquity, Leiden-New York- København-Köln, 1988, p. 416-419; J. André, Être médecin à Rome, Paris 1987. Sin embargo, Juliano los apreciaba bastante, como puede apreciarse en algunas de sus cartas. Véase J.M. Alonso-Núñez, “Notas sobre el epistolario y las poesías del emperador Juliano”, H.Ant. II (1972), p. 56.

29 Véase también Zos., N.H. III, 29, 1.

30 Sobre Adrianópolis véase N.J.E. Austin, “Ammianus´account of the Adrianople campaign. Some strategic observations”, A.Class. XV, (1972), p. 77-83; T.S. Burns, Barbarians within the gates of Rome. A study of Roman military policy and the barbarians, c.

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batalla, se refugia en una casa donde será atendido de sus heridas por manos inexpertas. Probablemenre el gobernante habrá salido malparado de estas curas de no ser porque in -mediatamenre llegó el enemigo para dar muerte a los refu-giados. Y si puede hablarse de inexperiencia en el mundo de la medicina antigua, según el juicio de Amiano, es precisa -mence en el caso de los bárbaros31. Este constituiría otro de los muchos defectos del tópico de las externae gentes 32. Tal inexperiencia se traducía, en ocasiones, en el rapto de indi -viduos civilizados para que complementasen esa deficien -cia, sobre todo de mujeres, las cuales solían contar entre sus conocimientos habituales el de las artes médicas más elementales 33.

375-425 AD, Indianapolis 1994, p. 1-42; Idem, “The battle of Adrianople: a reconsideration”, Historia 22 (1973), p. 336-345; H. Delbrück, History of the Art of War. The Germans, London 1980, p. 269-284; M. Pavan, “La battaglia di Adrianopoli (378) e il problema gotico nell´Impero Romano”, StudRom. 28 (1979), p. 153-168; A Solari, “Il consiglio di guerra ad Adrianopoli nel 378”, RFIC 1932, p. 501-505; M. Speidel, “Sebastian´s Strike Force at Adrianople”, Klio, 78, 2 (1996), p. 434-437; J. Straub, “Die Wirkung der Niederlage bei Adrianopel auf die Diskussion über das Germanenproblem in der spätromischen literatur”, Philologus 95 (1942), p. 255-286.

31 El famoso caso del médico, y gran amigo de Juliano, Oribasio así lo demuestra. Desterrado, tras la muerte del Apóstata, a tierra de bárbaros, gracias a sus artes médicas fue venerado entre ellos casi como un dios. Ver J. Penella, Greek philosophers and sofists in the Fourth century A.D. Studies in Eunapius of Sardis, Wiltshire 1990, p. 112-114.

32 Amiano fue, como todos los intelectuales clásicos (aunque en mayor medida), un autor hostil a los bárbaros. Sobre el tema pueden consultarse S. Bonani, “Ammiano Marcellino e i Barbari”, RCCM XXIII, 1981, p. 125-142; E. Frezouls, “Les deux politiques de Rome face aux Barbares d´aprés Ammien Marcellin”, en Crise et redessement dans les provinces Europeennes de l´Empire, Strasbourg, 1983, p. 175-197 ; T.E.J. Wiedemann, “Between men and beasts: barbarians in Ammianus Marcelli-nus”, en Past perspectives. Studies in Greek and Roman Historical writting, ed. by I. Moxon, Cambridge 1986, p. 189-221.

33 Alonso del Real, C., Esperando a los bárbaros, Madrid 1972, p. 157; véase también D.R. Abbot, Germanic attitudes toward the Roman Empire, San Diego 1978, p. 3.

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De todos modos, no puede negarse que los antiguos dedi-caron bastantes esfuerzos al conocimiento de la medicina. El mismo Amiano nos lo refiere al hablarnos del prestigio de la escuela médica de Alejandría34. Y además existieron otros gran-des centros de investigación medica35, como la misma Roma, Pérgamo (cuna de Galeno 36) o Antioquía (aspecto este último, paradójicamente, no citado por Amiano). Asimismo observamos en el texto amianeo algunos pasajes realmente curiosos sobre técnicas v disciplinas médicas que catalogaríamos de actuales y que en el siglo IV tienen un tosco paralelismo. Por ejemplo, en el campo de la ginecología obtenemos un llamativo equi-valente de la ecografia de nuestros días. En XXIX, 2, 5 encon-tramos al ilustre notario Basiano, recurriendo a la magia para conocer por anticipado el sexo del niño que le había de nacer de su mujer embarazada. A causa de esto le fueron confiscados sus bienes y a poco estuvo de ser condenado a muerte. Y den-tro de la dermatología descubrimos un tratamiento capilar en XXX, 5, 11: a Faustino le costará la cabeza el haber sacrificado ritualmente a un asno para curar su alopecia. Tampoco faltan referencias a la psicología clínica: ya los filósofos antiguos, según Amiano, destacaban la irascibilidad a la que eran propensos los enfermos37. Otro aspecto de “psicología clínica” de la época se -ría el miedo, ya en su vertiente negativa en cuanto que puede

34 Amm.Marc. XXII, 16, 18. Véase J. Scarborough, “Ammianus Marcellinus XXII, 16, 18: Alexandria´s medical reputation in the Fourth Century”, Clio Medica, 1969, 4, pp. 141-142. No aceptado, en parte, por V. Nutton, art.cit., especialmente p. 170 ss., quien ve en Amiano cierta reserva respecto a la cualificación de los médicos de su tiempo. De todos modos Egipto, como tierra bárbara aunque idealizada por los autores griegos, aparece en la Antigüedad como tierra de médicos por excelencia. Vid. F.J. Gómez Espelosín et alii, Tierras fabulosas de la Antigüedad, Alcalá de Henares 1994, p. 182.

35 V. Nutton, art.cit., p. 171.

36 Sobre este pionero de la medicina científica puede detallarse la bibliografía detallada en el monográfico del nº 14 de la revista Tempvs.

37 Sen., De ira I, 13, 5; II, 19, 4.

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provocar un infarto (caso del extesorero de Tracia, Salias que, cuando iba a ser conducido a un interrogatorio, presumible-mente con tortura de por medio, cae fulminado por el terror que el hecho le inspiraba), ya en su vertiente terapéutica . Tal es el caso del antes citado Valentiniano, quien sufría repentinos accesos de terror hacia cualquier posible peligro que pudiera amenazarle. Como este gobernante solía dejarse dominar por terribles estados de cólera38, cuando su magister officiorum Remigio (que conocía tales accesos) le veía enojado, le hablaba de las últimas noticias sobre los inquietantes movimientos bárbaros en la frontera. El miedo, entonces, aplacaba la ira del empera-dor. Un tratamiento “de choque” (que diría cualquier psicote -rapeuta de nuestros días), pero que ofrecía buenos resultados. Por último, en el terreno de la medicina de urgencia, asistimos en XXX, 6, 4-5, a una autentica cura a vida o muerte sobre un Valentiniano moribundo (véase nota 38), en la que para in -tentar salvarle el médico, que llega tarde, le practica una san-gría. Aunque tal remedio no sirvió para nada, puesto que no se obtuvo ni una gota de sangre: siguiendo a Amiano, el frío de Germania había obstruido los vasos sanguíneos llamados hae-morrhoidae (vasos que nuestro autor no identifica con claridad).

En síntesis, una obra de un carácter tan amplio como la de Amiano Marcelino, tenía necesariamente que tocar el tema de la medicina antigua a lo largo de sus páginas, sobre todo en la turbulenta época en que le tocó vivir, en la que el recurrir (como se había hecho tradicionalmente) a la magia para usos médicos era utilizado como arma política para derribar a ad-versarios y disidentes. De igual manera, también en los excursus etnográficos y geográficos de dentro y fuera del Imperio halla-mos noticias sobre la medicina. En suma: sus Res gestae, que ya resultan de gran utilidad para conocer distintos aspectos socia-

38 Amm.Marc. XXX, 6, 3 y 6. Parecen ser los síntoma inequívocos de una apoplejía, causada por un acceso de ira.

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les, políticos, económicos, religiosos y culturales del Bajo Imperio, también contribuyen a aportar algo de luz sobre un tema tan difícil de estudiar como es el de la medicina antigua 39.

39 V. Nutton, art.cit., p. 165.

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In vino civilitas: los bárbaros y el vino en Amiano.

“Duos sunt liquores humnais corporibus gratissimi: intus vini, forei olei”1.

Esta frase lapidaria de un buen conocedor del tema que aquí tratamos sirve para introducirnos en el primer punto que, necesariamente, ha de tocar este trabajo: el vino en el mundo antiguo.

Beber vino en la Antigüedad guarda poco parecido con hacerlo hoy día. En aquellos lejanos siglos del universo grecolatino, el vino supone el encuentro de una práctica cultual (Dionisio-Baco, ritos funerarios) y de una práctica social (el espacio del banquete)2. Acto colectivo, en cualquier caso, medio de cohesión social entre iguales, instrumento de presión política, marco ideal de conversación de variadísimos temas filosóficos y políticos, así como de juegos y protagonismo de hetairas, el simposio griego, más tarde recogido por los romanos, relacionaba “algo hoy tan trivializado como la bebida del vino con una serie de complejos montajes simbólicos, pero

PUB.- en Romanobarbarica 16 (2000-2002), p. 77-95. 1 Plin., N.H., XIV, 150.

2 R. Étienne, “Ausone et le Vin”, en De Tertullien aux Mozarabes, Vol. I, Antiquité Tardive et Christianisme Ancien (IIIe-Vie siècles). Mélanges offerts à Jacques Fontaine. Paris 1992, p. p. 515; para el banquete en tiempos de la consolidación de los reinos bárbaros altomedievales, vid. M.L. Angrisani Sanfilippo, “Un contrasto tra Longobardi e Gepidi: Paul.Diac., Hist.Lang., I, 24” Romanobarbarica 12 (1992-1993), p. 157 ss; W. Goffart, “Foreigners in the Histories of Gregory of Tours”, Florilegium 1980, 2, p. 81 y 84.

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también de infraestructuras para garantizar un uso adecuado del mismo”3.

Lo miremos por donde queramos, el consumo del vino en ese período cronológico que se extiende desde Homero hasta los tiempos de las grandes invasiones bárbaras se caracteriza por un fuerte sentido comunitario y por un poderoso simbolismo religioso. Como alguien ha apuntado, “los griegos no inventaron el vino. Hicieron algo mejor: al atribuírselo a Dionisios como dios particular, lo hicieron inmor-tal”4. La espiritualidad que concede la euforia saludable, la partici-pación pasajera de la inmortalidad de los dioses al tomar la sangre de la vid, el sentimiento de comunión que aporta el que se trate de una bebida inventada por Dionisios por amor al género humano, el ritual de su consumo, tan importante como el valor del mismo caldo, elementos todos en suma que se constituyen en atributos que convierten al vino en uno de los alimentos más simbólicos de todos los tiempos5. No en vano, como religión mediterránea, el cristianismo recogerá el testigo pagano y elevará al jugo fermentado de la uva a la categoría de elemento esencial de sus misterios6.

Asimismo, no se agota ahí su valor para los hombres y mujeres del mundo antiguo. Las propiedades curativas que se le atribuyen son afirmadas por los distintos tratadistas clásicos. Plinio el Viejo insiste repetidas veces en tal cuestión7. Incluso se aconsejaba su prescripción

3 A.J. Domínguez Monedero, “Del simposio griego a los bárbaros bebedores: el vi-no en Iberia y su imagen en los autores antiguos”, en Arqueología del Vino. Los orígenes del vino en Occidente, S. Celestino Pérez ed., Jerez de la Frontera 1995, p. 29.

4 M. Toussaint-Samat, Historia natural y moral de los alimentos, vol. 3, Madrid 1987, p. 67.

5 Ibidem, p. 82-84.

6 Ibidem, p. 71.

7 Plin. N.H., XIV, 58; 96; 143; XXIII, 51

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para remediar ciertas dolencias y enfermedades de los niños8. Además, autores como Ateneo consideraban al vino cocido como uno de los principales condimentos que el cocinero griego o latino debía tener a su alcance9. Sanación y virtuosismo culinario son, pues, algunas de las manifestaciones de aquél, nuestro protagonista, en la antigua cultura mediterránea; manifestaciones, por otra parte, que sirven para distan-ciar nuestro consumo del mismo del que practicaban los habitantes de la Hélade o los hijos de Roma.

Sin embargo, todo este contenido simbólico-religioso, toda su significación social, todo su valor práctico acontece en un determi-nado contexto vital e ideológico, fuera del cual nada de lo anterior-mente expuesto tiene sentido. Ese contexto es el que sitúa al vino como uno de los estandartes de la civilización o, si se quiere, el que sirve para diferenciar al ser civilizado (aquél que vive en las riberas del Mare Nostrum, partícipe de una cultura milenaria de ciudades, agricul-tura productora de excedentes, derecho y literatura escritos que san-cionan unas relaciones sociales de desigualdad, costumbres refinadas en el vestir, el comer, el beber, el hablar y el comportarse en público y en privado, que separan al hombre del reino animal) del que no lo es; la segregación del griego o del latino de su antítesis: el bárbaro. La distinción, en pocas palabras, entre el orden y el caos.

Efectivamente, las fuentes escritas nos refieren una apreciable cantidad de noticias sobre los bárbaros bebedores de vino10 (producto

8 H. D´Arms, “Heavy drinking and drunkness in the Roman world: Four questions for historians”, en In Vino Veritas, ed. by O. Murray and M. Teçusan, Oxford 1995, p. 308-312.

9 M. Toussaint-Samat, op.cit., p. 109 ss.; para el vino como importante alimento en la Antigüedad vid. F. Quesada Sanz, “Vino y guerreros: banquete, valores aristocráticos y alcohol en Iberia”, en Arqueología del vino..., p. 284, n. 36.

10 Para una completa relación de las mismas vid. Archéologie de la Vigne et du Vin, Caesarodonum XXIV, Paris 1990, en concreto la introducción al coloquio de R. Chevallier, p. 3-6.

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civilizado y, por lo tanto, civilizador), ya desde la época de Homero11 hasta las postrimerías del mundo tardoantiguo, convirtiéndose con el tiempo en uno de los grandes y duraderos tópicos literarios12. Y Amiano Marcelino, como autor del “libro más insigne y meditado que produjo el Bajo Imperio”13 no iba a mantenerse al margen del asunto.

Sin entrar aún en la obra del antioqueno, y respecto al vino, el bárbaro es tal en cuanto que:

1) No lo sabe producir y solo lo poseen a través de conductos muy particulares (comercio, saqueo...).

2) Cuando lo obtienen, no lo consume de forma civilizada (simposio). Asimismo, el vino que ingiere no suele atenerse a los patrones de calidad de los que producen griegos y romanos; a veces ni siquiera se elabora con jugo de uva (vina ficticia).

3) Al beberlo de forma incivilizada, entra en un estado de locura y desorden que le convierte en un ser amenazador y peligroso.

4) La observación de estas manifestaciones da lugar a unos “prejuicios de los autores grecolatinos, ellos mismo consumidores de vino según unas ceremonias sumamente precisas, que suelen ser por ellos interpretadas como “civilizadas”, excluyendo por tanto de tal carácter a los que no encajan con ellas”14. Pero vayamos por partes.

Los bárbaros desconocen el arte del cultivo de la vid por un motivo muy concreto: tal cultivo es uno de los más complejos que

11 Vid. la referencia al comercio de vino griego con los bárbaros en Hom., Odis., IX, 165.

12 M.B. Lançon, “Vinolentia: l´ivrognerie en Gaule à la fin de l´Antiquité d´après les sources litteraires”, en Archéologie de la Vigne..., p. 155-158.

13 S. Mazzarino, El fin del mundo antiguo, Méjico 1961, p. 46.

14 A.J. Domínguez Monedero, art.cit., p. 50.

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existían en el mundo antiguo15. Más rentable, en época romana, que el cereal16, la viña requiere unas condiciones precisas para su prosperi-dad: naturaleza del suelo, clima, pendiente, Altitud (no se aconseja más de 300 metros sobre el nivel del mar)17. El frío (cuando no la indolencia de ciertos pueblos) obstaculiza su crecimiento18. La idea se nos aparece de forma muy clara. Sólo las tierras ribereñas del Mare nostrum (civilización), llanas, de clima benigno, contrapuestas a los hostiles territorios allende el limes (barbarie), resultan aptas para el óptimo desarrollo de la vid19. La simplicidad, la indolencia natural, unidas a las limitaciones impuestas por el medio físico, imposibilitan el autoabastecimiento de tan preciosa bebida por los bárbaros. Y cuando, por el “milagro” de la aculturación, consiguen obtener fruto de sus esfuerzos, el resultado consiste en una producción de pésima

15 Colum., 5, 7, 1. En 2, 12, 17, el tratadista apunta que los cereales requieren una labor de 42 jornadas por hectárea y año, mientras que la vid necesita seis veces esa proporción (en realidad, la relación adecuada sería de 147 jornadas por hectárea y año, es decir, cuatro veces lo recomendable para los cereales).

16 M., Weber, Historia agraria romana, Madrid 1982, p. 164; M.C. Amouretti, “La viticulture antique: contraintes et choix techniques”, R.E.A. XC, 1-2 (1988), p. 5-17.

17 M. Toussaint-Samat, op.cit., p. 69.

18 A.J. Domínguez Monedero, “El vino y los pueblos del Norte de la Península Ibérica: aproximación histórico-arqueológica”, en Actes del I Colloqui d´Arqueología Romana. El vi a l´Antiguitat. Economia, producció i comerç al Mediterrani occidental, Badalo-na, 1985, p. 377. Sobre Strab., III, 4, 16 vid. R. Étienne, art. cit., p. 512 (según Auso-nio): “Un vignoble pour être de qualité, exige une main d´ouvre savante, où les recettes de labour de taille passent de famille en famille. Le vin est oeuvre humain”.

19 La civilización como producto de las tierras llanas en los alrededores del Mediterráneo (y como constante en la Antigüedad), frente a las zonas montañosas o boscosas del interior de Europa, guaridas de bandoleros, bárbaros y salvajes, es una constante literara de la Antigüedad. Vid. P. Garnsey, R. Saller, El Imperio Romano. Economía. Sociedad. Cultura, Barcelona 1990, p. 15-31. En el mismo Amiano encontramos abundantes y claros ejemplos de esta antítesis cultural entre llanura-montaña.

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calidad20. “Les meilleures vins coïncident, donc, avec le monde civilisé et la zone de climat tempéré ou ses alentours”21.

¿Cómo obtienen estos bárbaros, entonces, el vino? Mediante dos procedimientos: o bien se lo compran a sus civilizados vecinos o bien lo roban.

En el deseo de poseer el vino, los jefes bárbaros centroeuropeos ofrecen a los mercaderes riquezas muy superiores a su valor real22. Y éstos, “impulsados por el amor al dinero que les caracteriza, creen que el amor al vino que sienten estos galos es un regalo del cielo para ellos”23. Así, desde antes de la época de Augusto, tales mercaderes cruzarían el Rhin24 para hacer su agosto a costa de la sed insaciable de los bárbaros25. Cuando no media el comercio para su obtención, los bárbaros intentan tomarlo por la fuerza26.

No hallamos en Amiano ninguna noticia sobre el comercio de vino con las externae gentes, ni tampoco sobre el robo de tal mercancía. Lo más cercano que extraemos consiste en una alusión al desconoci-miento del vino por algún que otro pueblo translimitáneo, como 20 J.C. Bermejo Barrera, “La Geopolitique de l´ivresse dans Strabon”, D.H.A. 13 (1987), p. 120.

21 Ibidem, p. 122.

22 A.J. Domínguez Monedero, “Del simposio griego...”, p. 40.

23 Diod.Sic., V, 26, 2-3 (para el caso de los galos). Para el ansia de vino de los germanos vid. Tac., Germ., 23: “Beben un líquido que obtienen de la cebada o del trigo y que, al fermentar, adquiere cierta semejanza con el vino. Los ribereños compran también vino... Frente a la sed, no mantienen igual moderación; si favoreces su embriaguez suministrándoles cuanto deseen, se les vencerá por sus vicios no menos fácilmente que con las armas” (trad. de J.M. Requejo). A. Momi-gliano, op.cit., p. 92: “Fue Masalia la que proveyó a los jefes celtas de una nueva, más excitante forma de embriagarse en sus más famosos banquetes, organizados jerár-quicamente: el vino restó prestigio al aguamiel y la cerveza”.

24 O. Brogan, “Trade between the Roman empire and the free Germans”, J.R.S. 26 (1936), p. 218.

25 Dio.Cass., LI, 24, 2 (acerca de la insaciabilidad de vino de la raza escita).

26 Dio.Hal., XIII, 10-11; Plut., Cam., XV; LIV, V, 33.

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puede ser el caso de los sarracenos (14. 4. 6). Las referencias del antioqueno van a referirse, más propiamente, a la forma en que lo consumen y los efectos que ello les causa.

Obtenido el vino por los nocivilizados, entramos en el terreno de la forma de su consumo. Como ya he mencionado antes, el mundo civilizado tiene su manera perfectamente reglamentada para beber el vino; ésta es la que se da en el ámbito del simposio. Y la clave de tal acto la constituye la mezcla de aquél con el agua. Porque si existe una regla de oro en el simposio, ésta es no beber jamás el vino sin aguar, puro. “El beber vino puro es algo que suele quedar reservado a los bárbaros o los que se comportan como ellos, o a los locos o que enloquecen a causa de ello o a los malvados”27. Hay alguno que afirma que el hecho de aguar el vino constituyó “el único punto de unanimidad entre los griegos, quienes jamás se pusieron de acuerdo en nada más”28.

La mezcla tiene una razón de ser evidente. Además de garantizar una mayor duración del festejo, la mixtura vino-agua garantiza una mayor suavidad y bondad de los efectos del vino: en pocas palabras, se consigue un equilibrio, una ausencia de desorden, de caos, un “efecto civilizador”29. Civilización es sinónimo de orden, de raciona-lidad, de equilibrio, de decorum (entendido como el control del gesto físico, conectado con el control del propio comportamiento30). Beber el vino puro se convierte en una desviación de la borrachera31, en el abandono de todas las virtudes antes mencionadas, en el antisim-

27 A.J. Domínguez Monedero, “Del simposio griego...”, p. 32; M.P. Villard, “Les Barbares et la boisson”, en Archéologie de la vigne..., p. 250.

28 M. Toussaint-Samat, op.cit., p. 73.

29 A.J. Domínguez Monedero, “Del simposio griego...”, p. 31.

30 J.H. D´Arms, art.cit., p. 304; para el concepto de decorum vid. Cic., De offic., I, 93-106.

31 P. Villard, “Le mélange et ses problèms”, R.E.A. 1-2 (1988), p. 20.

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posio32. El vino puro lleva a la pérdida del dominio sobre el com-portamiento y degrada el bagaje moral de la persona. Para ciertos autores cristianos de la Antigüedad Tardía, “la beuverie est un acte de bestialité”33: los ebrios se convierten en fornicadores, idólatras y pecadores.

Pero tal idea ha de entenderse en su verdadera significación. El concepto de decorum forma parte del patrimonio de la elite. Es esta elite la que ve en el orden y en el equilibrio la salvaguarda de su status, su prestigio y, sobre todo, sus bienes. Cuando el educado escritor del orden senatorial describe a una horda bárbara embriagada de vino puro hemos de dar por hecho que también está pensando en sus latifundios incendiados, en sus pertenencias saqueadas y sus sirvientes (y tal vez sus familiares o él mismo) asesinados. Volvemos a lo de siempre: pérdida de control, brutalidad, salvajismo, locura34, en fin, la serie completa de los atributos de la amenazadora barbarie, esta vez provocados por el incorrecto consumo del vino.

Sin embargo, no podemos quedarnos en este punto. Sería dema-siado simple reducir la cuestión al temor a la pérdida de las posesiones materiales o al atentado a la integridad física del miembro de la nobilitas. Aquí hay mucho de prejuicio cultural y de contenidos ideológicos que apoyan un status quo social determinado. En síntesis, de elementos de diferenciación. A fin de cuentas, el vino puro se llegaba a prescribir como medicina35. Pero no únicamente éso: la embriaguez no sólo provocaba la conducta desordenada, sino 32 M.P. Villard, “Les Barbares...”, p. 251: “Par ses pratiques, son environnement d´inculture, d´excès ou de folie, la boisson barbare correspond au deploiement d´un anti-symposion”.

33 M.B. Lançon, art.cit., p. 160.

34 J.H. D´Arms, art.cit., p. 305: “Wine and wine-drinking hold special fascination for moralists, philosophers and others members of the educated elite, owing in part to their inherent potential for danger -for wine causes inhebriation, a consequent loss of Control over other appetites, and hence constitues a special threat to the breaching of propriety”.

35 Vid. nota 31.

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también “la inspiration qui conduit les hommes à la prophétie, à la musique, à la danse, enfin, à la libération de l´âme”36. Incluso para Horacio, quien atribuyó al vino el origen del egoísmo ciego, la vana soberbia y la violación de la fides37 (rasgos tópicos que los clasicos aplicaron constantamente a los bárbaros), existía también un espacio para la stultitia brevis38, en el cual se permitía el “furor barbárico” (causado por el vino) que, en otras ocasiones, se condenaba rotundamente. Y para la educada elite senatorial, “the concept of decorum was sufficiently elastic to ensure that some -perhaps most- aristocratic drinkers were never in serious danger of breaching it”39. Después de todo, aunque la costumbre de la mezcla se venía practicando desde tiempos de Homero40, los autores clásicos jamás se pusieron de acuerdo en una proporción de agua y vino comúnmente aceptada: cada uno aportó su propio parecer41. No, la transgresión no radicaba tanto en la irracionalidad de la embriaguez como en no aprovechar bien lo que dicha racionalidad podía ofrecer: inspiración, olvido, hilaritas in convivio, liberación del espíritu42.

36 J.C. Bermejo Barrera, “La geopolitique...”, p. 128.

37 A. La Penna, “Il vino di Orazio: nel modus e contro il modus”, en In Vino Veritas..., p. 272.

38 Ibidem, p. 275: “aprire le porte all´irrazionale si può, o si deve, solo in determina-te e limitate occasioni: la stultitia brevis non debe diventare lunga; la invasione del furore barbarico si addice solo ad occasioni straordinarie, come il retorno di un amico che riemerge dalla tempestate del passato”.

39 J.H., D´Arms, art.cit., p. 305.

40 P. Villard, “Le mélange...”, p. 19.

41 Ibidem, p. 19-23, donde encontramos una detallada lista de las distintas propor-ciones propuestas por autores griegos y latinos.

42 J.C. Bermejo Barrera, “La geopolitique...”, p. 135: “L´erreur d´être Barbare ne consiste pas à s´abandonner à la folie, à la manía ou à l´enthousiasmós, mais, plutôt, à ne pas Savoir en sortir, à manquer de l´habileté pour pouvoir profiter de ses bienfaits et affronter ses dangers”.

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A pesar de la relativamente baja graduación de los vinos antiguos, no mayor de los 14º43, probablemente su alto poder embriagador se pudiera deber al “aderezo” de hierbas de carácter psicotrópico44. En todo caso, cuando en la mente de los autores clásicos actúa el bino-mio vino puro-bárbaros, el pensamiento que resulta siempre rezuma violencia45. Y, asimismo, el vino aparece asociado, en distintas culturas y en diferentes épocas (asirios, helenos, etruscos, galos, romanos), a actividades típicamente aristocráticas como la caza y el gusto por las armas46. En síntesis, a la agresividad casi innata de los bárbaros se sumará la que les produce el “beber a lo escita”47, un motivo más de inquietud tanto para las autoridades como para la intelectualidad romanas. Pero vayamos al caso de Amiano.

A pesar de lo extenso de la obra del antioqueno, las referencias al vino en relación con los bárbaros no resultan muy abundantes, y las que advertimos se mueven en la línea de la literatura tópica que tanto apasionó a los autores latinos desde tiempos de Virgilio48. Uno de los mejores ejemplos de la narrativa tópica amianea lo constituye el que nos describe a los galos viviendo en un perpetuo estado de embria-guez49. Compárese dicho pasaje con aquél de Diodoro de Sicilia (B.H., V, 26), que apuntábamos antes, sobre el ansia de vino de los galos, para constatar que nada ha cambiado con el paso de los siglos. Es más, parece que la imagen se ha endurecido.

En este mismo pasaje se nos dice que los galos menos favorecidos no renuncian a trasegar como sus compatriotas más pudientes, pese a

43 A.J. Domínguez Monedero, “Del simposio...”, p. 32.

44 Ibidem; M. Toussaint-Samat, op.cit., p. 85; C. González Wagner, “Psicoactivos, misticismo y religión en el mundo antiguo”, Gerión 2 (1984), p. 38-39.

45 Plut., Dion., XXX, 3-4.

46 F. Quesada Sanz, art.cit., p. 282.

47 Herdt., VI, 84, 3: ésto es, sin rebajar.

48 J. Griffin, “Regalis inter mensas laticemque Lyaeum: wine in Virgil and others”, en In Vino Veritas..., p. 286; M.B. Lançon, art.cit., p. 155-158.

49 Amm., 15.12.4: “obtunsis ebrietate continua sensibus”.

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sus escasos medios. Más bien, se dan a otras bebidas alcohólicas, brebajes considerados bárbaros por griegos y romanos, marginadas del ámbito del gusto civilizado50. Plinio el Viejo las denominó vina ficticia51: fundamentalmente la cerveza y el hidromiel. Y de entre estas dos es la primera la que sobresale. El hidromiel, cuyo proceso de elaboración también nos lo ofrece este autor52, era ya poco conocido por los griegos, a no ser por su uso medicinal53. Sin embargo, “la mención del consumo de la cerveza fue uno de los tópicos de la historiografía clásica, utilizado para construir descripciones de pue-blos bárbaros”54. Aunque siempre considerada como bebida inferior al vino55, no se puede negar que “en todas parte la cerveza precedió al vino en las copas”56. Su utilización variaba desde el papel de bebida de reyes bárbaros57 hasta el uso de su espuma como cosmético58. Sucedáneo del vino cuando éste no se puede conseguir59, la cerveza fue, después del genial invento de Dionisio, la reina de las bebidas alcohólicas del mundo antiguo.

En Amiano hallamos tres referencias a las vina ficticia: la ya mencionada de 15.12.4, bebidas fermentadas para los elementos de baja extracción social; la que se encuentra en 24.3.12-13, describiendo

50 M.P. Villard, “Les Barbares...”, p. 247 ; “Le mélange...”, p. 33.

51 N.H., XIV, 115.

52 N.H., XIV, 113.

53 M.P. Villard, “Les Barbares...”, p. 247.

54 J.P.V.D. Balsdon, Romans and aliens, London 1979, p. 222: “In antiquity, as today, wine was the staple drink of the Mediterranean peoples, beer of northerns”; J.C. Bermejo Barrera, Mitología y mitos de la Hispania prerromana, II, Madrid 1986, p. 24.

55 Diod. Sic., I, 20, 4.

56 M.Toussaint-Samat, op.cit., p. 76.

57 Polib., XXXIV, 9, 14, donde se describe la suntuosidad de la mansión de un rey ibero que posee cráteras de oro y plata, aunque llenas de cerveza.

58 Plin., N.H., XXII, 164.

59 Strab., III, 4, 16; A.J. Domínguez Monedero, “Del simposio...”, p. 59.

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el extraño “vino de palma”60 de los persas y la llamada sabaia (26.8.2), cerveza de Iliria que propiciaría un sobrenombre despectivo para el emperador Valente: sabaiarius.

Otro episodio en el que podemos observar la afición al vino de los bárbaros lo obtenemos en los momentos previos a la campaña persa de Juliano, en Antioquía: las tropas auxiliares de los celtas y de los petulantes inundan las calles de la ciudad natal de Amiano, embriaga-dos, hartos de la carne que el emperador sacrificaba sin cesar en los altares. Tal estado de hybris escandalizaba a la ordenada mente del historiador, quien no dejó de criticar a su héroe, el sobrino de Constantino, por dichos excesos61.

Antes mencionábamos la violencia que producía el consumo de vino puro por los bárbaros. En las Res gestae encontramos un par de ejemplos de este “furor barbárico”. En 27.4.9 se nos habla de los odrisios62, antaño habitantes de Tracia, violentos y sanguinarios donde los hubiese, hasta tal punto que, cuando se encontraban ebrios de vino, no encontrando enemigos contra los que desahogar su empuje, volvían las armas contra sus propios compañeros. Y aunque nada se menciona de un supuesto estado de embriaguez, en 28.6.12 se nos cuenta cómo los austurianos se dedicaban, en sus expediciones de rapiña, a cortar las viñas de la Tripolitania: un caso de destrucción barbárica centrada, esta vez, en la fuente de la preciada bebida.

Sin abandonar la tríada vino-bárbaros-violencia, en 27.2.2 hallamos un episodio donde se refleja uno de los posibles efectos que el vino causa en el contexto de la guerra: en concreto, en la campaña contra los alamanes que Jovino, sustituto de Dagalaifo, llevó a cabo en el 367 dC. Este comandante sorprende a un numeroso grupo de

60 Plin., N.H., XIII, 26-50, donde se describe el sistema de producción de vino de la palmera datilera.

61 Esto ocurre en el propio elogio fúnebre de Juliano que desarrolla el antioqueno en 25, 4, 17.

62 Amiano ya se había referido a este pueblo (ya referenciado en Tac, Ann., III, 38) en 18, 6, 5.

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alamanes entregados al ocio y a la bebida, y les derrota severamente. Y, a riesgo de alejarnos del tema que nos ocupa, hemos de mencionar que existen no pocas referencias en las Res gestae sobre los destructivos efectos del vino sobre el ser humano63; si nos ceñimos a los conflictos bélicos, estas noticias tampoco faltan en el resto de las fuentes clásicas64. “El uso de bebidas alcohólicas como medio de enardecer a las tropas, de mitigar la tensión, e incluso de ayudar a dormir, ha sido uno de los elementos constantes en la Historia de la Guerra”65.

Otro ámbito en el que podemos analizar la relación entre vino y bárbaros es el banquete. El festejo gastronómico conforma una ima-gen bastante utilizada por nuestro historiador66, sobre todo aquellos que terminan en auténtica carnicería de algún/algunos invitado/ invi-tados. Efectivamente, el banquete se reveló, en la civilización romana, como uno de los espacios ideales para borrar de la faz de la tierra al disidente o elemento peligroso de turno, ya desde los tiempos de Sertorio67. Marco perfecto para destapar conjuras (16.8.3), para mani-festar rivalidades teológicas entre los obispos en Occidente (27.3.14) o para ultimar los detalles previos de la insurrección abierta (20.4.13), tampoco faltan en las Res gestae noticias de festines bárbaros o donde 63 Vayan por delante algunos ejemplos: el vino altera a la plebe (16.6.1), suelta la lengua cuando rondan los delatores (15.3.7 y 11), adormece a todo un cuerpo de caballería ilírica frente al enemigo persa (18.8 3), resta vigor a los sitiadores de Aquileya al mando del propio Juliano (21.12.15), otro soldado de Juliano, borracho, cruza un río y es apresado y muerto por el enemigo bárbaro (24.1.16), el rebelde Firmo escapa de sus captores gracias a la embriaguez de sus carceleros (29.5.54) y, quizás la más grave, el vino abotarga a Lupicino y éste toma una drástica decisión que llevará a uno de los mayores desastres de la Historia del Imperio Romano: Adrianópolis (31.5.6).

64 Plat., Leg., I, 637; Plut., Dion., 30, 3-4; Flor., I, 34, 11; Oros., Hist., V, 7, 13-14 (los dos últimos casos se refieren a los numantinos).

65 F.Quesada Sanz, art.cit., p. 288.

66 R.C. Blockley, Ammianus Marcellinus. A study of his historiography and political thought, Bruxelles 1975, p. 71.

67 El mismo Amiano hará referencia al asesinato del sabino en 26.9.9.

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los bárbaros ejercen un papel protagonista. Ya mencionamos antes las enloquecidas comidas de los odrisios. En 18.2.13, en plena campaña alamánica de Juliano, el rey Hortario invita a sus compa-triotas regios a un festín en el que estrechar lazos. Permanecen bebiendo hasta altas horas de la madrugada y, al retirarse, se vieron sorprendidos por las fuerzas romanas: tan solo la velocidad de sus caballos les salvó de perecer. Una nueva referencia a los negativos efectos del alcohol en estado de guerra. En 21.4.1-6 Juliano logra atraerse con engaños al bárbaro Vadomario, quien conspiraba contra él, le invita a un banquete y allí le arresta para enviarle al exilio hispano.

Asimismo, en 29.6.5 se nos relata la felonía de Marceliano, hijo del sanguinario y todopoderoso Maximino, el cual invitó al rey cuado Gabino68 (en pie de guerra ante la agresiva política fronteriza de Valentiniano) a un banquete donde éste será asesinado. Sorprenden-temente, alguien tan amigo de tales medidas contra los bárbaros como lo era Amiano manifiesta su repugnancia ante el crimen, como más tarde hará con el asesinato del armenio Papa. Más famoso todavía va a ser la invitación que Lupicino, comes rei militaris, brinda a los godos Alavivo y Fritigerno, con no muy buenas intenciones. Los carismáticos jefes tervingos se librarán del filo de la espada gracias al tumulto provocado por el contingente bárbaro que esperaba fuera de las murallas de Marcianópolis. Aún así, el destructivo Fritigerno se alejará del lugar al galope, profiriendo terribles amenazas contra los romanos. Amenazas que más tarde cumplirá al pie de la letra.

Pero si hallamos un ejemplo relevante del bárbaro (con toda su significación) en un banquete, ése es el que se nos describe en 30.1.20 ss. El díscolo príncipe armenio Papa será asesinado por orden de Valente en el transcurso de un festín. Y el brazo ejecutor pertenecía a

68 Para Amiano era el único bárbaro moderado: vid. R. Seager, Ammianus Marcellinus. Seven studies in his language and thought, Columbia 1986, p. 2

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un bárbaro, un scurra69. Amiano no va a desaprovechar la ocasión y utilizará “an image of barbarism intruding upon the elegance of the feast, well calculated to move a fastidious Roman audience”70.

Dejando ya de lado el tema del banquete, vamos a continuar con la que, sin duda, constituye la escena más escalofriante (vista desde nuestra perspectiva, claro) del relato amianeo: los pasajes 31.4.11 y 31.6.5. Antes hablábamos del vino como alimento importante de la Antigüedad. Este episodio nos confirma plenamente tal presupuesto. Nos encontramos en el contexto del cruce del Danubio por los godos, cruce permitido por Valente, previo al gran desastre de Adria-nópolis. Los recién llegados apenas disponen de alimentos y caen en las rapaces manos de los oficiales de Roma que supervisaban la operación: para sobrevivir, los bárbaros se ven obligados a entregar a sus propios hijos como esclavos a cambio de mendrugos y de vino de pésima calidad. Estos abusos se hallan en la base de la apertura de hostilidades que desembocarán en el choque de Adrianópolis71.

Vamos a continuar con los testimonios de Amiano sobre el vino: la visión de conjunto la dejaremos para el final del trabajo. Aún no hemos mencionado para nada a los persas, ese pueblo que se había convertido en una de las mayores amenazas del Imperio Romano72. Pero claro, para introducir a los persas en el presente estudio hay que admitir primero que eran considerados bárbaros por el antioqueno.

69 El término scurrae resulta tremendamente ambiguo y aún no se ha resuelto su verdadero significado. Para más información al respecto vid. B. Baldwin, “Gregory Nazianzenus, Ammianus, scurrae and the Historia Augusta”, Gymnasium 93, 2 (1986), p. 178-180.

70 R.C. Blockley, op.cit., p. 72.

71 P. Heather, Goths and Romans, AD 332-489, Oxford 1991, p. 140.

72 C.D. Gordon, “Subsidies and diplomacy in Roman imperial defence”, Phoenix III, 2 (1949), p. 66; E. Garrido González, “Siria y el enfrentamiento romano-sasánida en el siglo IV dC”, Polis 2 (1990), p. 142; V.L. Bullough, “The Roman Empire vs. Persia, 365-502: a study of successful deterrence”, Journal of Conflict Resolution 7 (1963), p. 56.

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No es mi intención extenderme aquí sobre esta cuestión: simple-mente afirmo que sí73.

Teniendo en cuenta que la descripción que Amiano hace de los persas es, a veces, escasa y contradictoria, así como tiende a acentuar su carácter de enemigos terribles, dentro de una visión plenamente negativa74, no hallamos demasiadas referencias a los principales rivales de Roma y el vino. En 18.5.8 y 27.12.3 se nos cuenta algo acerca de banquetes persas: en el primer pasaje los notables aprovechan la embriaguez de su rey para obtener concesiones; en el segundo, el festín se convierte en la trampa que tiende el inagotable Sapor75 al armenio Arsaces: allí le arrancará los ojos y le llevarán a una mazmorra donde morirá torturado. De nuevo embriaguez y violencia en el ámbito del banquete. No en vano, los persas tenían la costum-bre de sentarse a la mesa con la espada ceñida (23.6.75), lo cual les facilitaría que, con los efluvios del vino, más de una comida terminase

73 Tema polémico que requeriría un estudio aparte. Las opiniones están divididas. La tradición griega de considerar a los persas como bárbaros es innegable, de hecho, el concepto de bárbaro para los helenos nacerá sólo a partir de la guerra contra los Aqueménidas: vid. I. Weiler, “Greek and non-Greek world in the Archaich period”, G.R.B.S. 9, 1 (1968), p. 22 y 25-26. Hay quien niega tal consideración, apoyándose en que Amiano jamás los llama bárbaros: G.E.M. De Ste. Croix, La lucha de clases en el mundo griego antiguo, Barcelona 1988, p. 571; J.M. Alonso-Núñez, La visión historio-gráfica de Amiano Marcelino, Valladolid 1975, p. 110. Otros, sin embargo, se mani-fiestan abiertamente a favor de incluir, partiendo del relato amianeo, a los persas en el club de los bárbaros: Y.A. Dauge, Le Barbare. Recherches sur la conception romaine de la barbarie et de la civilisation, Bruxelles 1981, p. 344. Alguno ha intentado, también, conciliar ambas posturas : vid. A.D. Lee, Information and frontiers. Roman foreign relations in Late Antiquity, Cambridge 1993, p. 103: “Although late Roman writers generally continued to refer to the Persians as barbarians throughout late Roman antiquity, they were prepared to recognise important similarities between Roman and Persian institutions which differentiated Persia from others barbarians”.

74 J. Signes, “El excursus de los persas de Amiano Marcelino (XXIII, 6)”, Veleia VII, 1990, p. 372 ss.

75 Y.A. Dauge, op.cit., p. 346. Es una interesante descripción del carismático rey oriental.

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de manera desafortunada. También se mencionan los prolongados banquetes fúnebres de los chionitas, los bárbaros de los persas (19.1.10). De todas formas, Amiano describe a los persas como parcos en el beber (23.6.76), afirmación que, aparentemente, les alejaría de la condición de bárbaros, por lo menos en lo que al vino se refiere76. Sin embargo, esta afirmación contrasta con las abundantes noticias que aporta el antioqueno sobre la profusión de viñedos en Mesopotamia y Persia77. De hecho, Amiano nos cuenta que a veces se utilizaba el sarmiento, en las guerras romano-persas, como combus-tible con el que quemar la maquinaria bélica del contrario o para hostigar al enemigo con el humo que producía78.

Hasta aquí hemos comentado la referencia de Amiano al vino y los bárbaros. No nos detendremos a examinar la relación vino-plebe (romana), que en muchos de los pasajes de las Res gestae nos recuerda bastante a los alamanes embriagados de la gran bebida mediterránea79. Pasemos ahora al análisis de conjunto.

Amiano Marcelino no se caracteriza, precisamente, por su amor hacia los bárbaros. Al contrario, en su profundo odio hacia ellos es

76 Heródoto, en I, 133, remarcaría la afición de los persas por el vino. No constituye, sin embargo, la única discrepancia al respecto entre ambos: vid. J. Signes, art.cit., p. 373, n. 77. Sin embargo, hasta el mismo Heródoto se muestra contradi-ctorio, pues en I, 27 afirma que los persas no consumen vino. De todas formas, en las fuentes no faltan las noticias sobre bárbaros sobrios que desconfían del alcohol: Hrdt., I, 216 (masagetas), Ap., Bell.Pun., VIII, 10, 71 (númidas), Iust., XLIV, 2, Strab., III, 3, 7 (hispanos), Caes., B.G., II, 15, 14 y IV, 26. Para los persas y el vino vid. también M.P. Villard, “Les Barbare...”, p. 249-250.

77 Amm. 18.6.16; 22.6.29; 24.3.12; 24.6.3; 30.1.9... En 14.8.1 también se señala la abundancia de viñedos en Isauria.

78 Amm., 20.11.18; 21.12.10; 24.4.30.

79 Al respecto pueden leerse los siguientes pasajes: 14.6.1.2; 14.6.25; 15.7.3; 27.4.3; 28.4.4; 28.4.9. También remitimos a A. Chastagnol, “Un scandale du vin a Rome sous le Bas-Empire. L´affaire du préfet Orfitus”, Annales 5 (1950), p. 166-183 : interesante estudio sobre la importancia del vino, en la Roma del siglo IV, como alimento que justifica una institución que lo administre y el ansia permanente Y.A. Dauge, op.cit., p. 346. de la plebe romana por consumirlo.

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capaz incluso de criticar a su héroe, Juliano, por su filobarbarismo80. Amiano utiliza todos los tópicos que la historiografía clásica había desarrollado a lo largo de los siglos81 para atacarles. Téngase en cuenta que el historiador escribe su obra algunos años después de Adrianópolis, cuando los godos campaban por sus respetos devastan-do los Balcanes82, cuando el frente renano amenazaba con ceder bajo el peso de los ataques germanos… Amiano, auténtico devoto de la Roma Aeterna, como tantos hombres de su tiempo83, no se resigna a admitir la derrota. Con su modelo hostil, estereotipado y uniforme del bárbaro84, impregnado de ese dualismo maniqueo que se importó de Oriente en el Bajo Imperio85, el antioqueno intenta alertar a sus contemporáneos sobre ese universo bárbaro que él ve como esencialmente móvil, numeroso y amenazador86. A fin de cuentas se trata de una manifestación más de la visión romana del bárbaro (con sus peculiaridades, por supuesto: los autores anteriores no habían

80 21.10.7-8. Vid. Al respecto R.C. Blockley, op.cit., p. 77.

81 T.E.J. Wiedemann, “Between men and beasts: barbarians in Ammianus Marcelli-nus”, en Past perspectives. Studies in Greek and Roman Historical writting, ed. by I. Moxon, Cambridge 1986, p.193.

82 S, Bonani, “Ammiano Marcellino e i Barbari”, R.C.C.M. 23 (1981), p. 136: Amiano atribuye la ruina de Roma a los bárbaros, sin tener en cuenta los factores internos de crisis del Imperio Romano; sobre los godos en los Balcanes, vid. P. Heather, op.cit., p. 181 ss.

83 F. Paschoud, Roma Aeterna. Études sur le patriotisme Romain dans l´Occidente latin a l´époque des grandes invasions, Neuchâtel 1967, p. 33-70 ; P.M. Camus, Ammien Marce-llin. Témoin des courants culturels et religieux a la fin du IVe siècle, Paris 1967, p. 124-129 ; J.M. Alonso-Núñez, op.cit., p. 144.

84 E. Frézouls, “Les deux politiques de Roma face aux Barbares d´après Ammien Marcellin”, en Crise et redressement dans les provinces européennes de l´Empire, Strasbourg 1983, p. 180.

85 B. Luiselli, “L´idea romana dei Barbari nell´età delle grandi invasioni germaniche”, Romanobarbarica 8 (1984-1985), p. 44.

86 Ch. Dubois, “Observations sur l´etat et le nombre des populations Germaniques dans la seconde moitié du Ive siècle d´après Ammien Marcellin”, Melanges Cagnat, Paris 1912, p. 255.

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conocido un hecho histórico de la magnitud del desastre de Adrianópolis): “Instrument d´une efficacité exemplaire, aux applica-tions universelles, cette doctrine révèle un people résolu, dominateur, habitué à lutter et a créer, attentif à se maîtriser comme à maîtriser les autres, passionné d´organisation et d´unité”87. En pocas palabras, Amiano aspira firmemente al triunfo de Roma sobre la barbarie88. Para ello no dudará en proponer, como respuesta natural al peligro barbárico, la matanza general del enemigo, solución para acabar con él en cuanto que encarnación del mal absoluto89: los romanos jamás serán culpados de nada abominable, ni aun cuando, a todas luces, sean culpables90.

En este sentido, el factor “vino” aplicado a la descripción de los bárbaros juega un papel importante, en cuanto que elemento propio de una alta cultura. En efecto, ya desde Estrabón el cultivo de la vid se convirtió en un “signo que permite determinar el grado de habita-bilidad de una región”91. Al igual que la falta de urbanismo, de agricultura, el odio a las ciudades, la agresividad, la traición, la perfi-dia, la cobardía, la indumentaria (a veces la falta de indumentaria), etc., definían al bárbaro, todas las manifestaciones de éste respecto del vino (incapacidad para producirlo, impropiedad de su consumo, irracionalidad a causa del mismo…) pasaban a engrosar la larga lista de defectos de tal visión estereotipada. La visión con la que Amiano pretendía contribuir a la desaparición del peligro que suponían las externae gentes. Consciente de ello, nuestro historiador incluirá este elemento en su obra. Así, “el bárbaro sirve como paradigma de com-portamientos aberrantes desde una óptica clásica y acaso no importe

87 Y.A. Dauge, op.cit., p. 378.

88 Ibidem, p. 352.

89 Ibidem, p. 344; E. Frézouls, art.cit., p. 185. El ejemplo más claro lo observamos en el pasaje 31.16.8.

90 S. Bonani, art.cit., p. 133.

91 J.C. Bermejo Barrera, op.cit., p. 133.

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demasiado que la noticia no se ajuste a la realidad si se consigue un fin determinado”92.

Y el vino ha contribuido, en el caso de las Res gestae, a ello.

92 A.J. Domínguez Monedero, art.cit., p.53.

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Los hunos: la gran invención de Amiano Marcelino.

“ The Huns were novel and outrageous to Goths and Romans alike, and Ammianus conveys this not only by the character of his descriptions, but by refusing even those ethnographical allusions that might have incorporated the Huns as an exotic part of the barbarian world. The Huns, inusitatum ho-minum genus (XXXI, 3, 8), cannot be compa-red to anybody”1.

“¿En qué medida son fiables nuestras fuentes y cómo hemos de vérnoslas con ellas?”2.

Cuando se completa la lectura de las Res gestae de Amiano, uno se queda con la siguiente impresión: el último de sus libros, el XXXI, supone la síntesis, el fin al que se dirige la obra, y en él podemos hallar todo lo que aquélla significa. Se ha defendido que la estructura de las Res gestae es doble3: la primera parte se basaría en las fuentes

PUB.- en Rivista Storica dall´Antichità (2001), p. 115-145.

1 J.F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus, London 1989, p. 354.

2 G. Alföldy, “La Historia Antigua y la investigación del fenómeno histórico”, Gerión I (1983), p. 42.

3 N. Santos, “El pensamiento historiológico de Amiano Marcelino”, Estudios Clásicos 77 (1976), p. 108-109, distingue tres grupos entre los libros que nos han llegado: XIV (introducción a la etapa que describirá en los libros siguientes); XV-XXV (Juliano);

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escritas, mientras que la segunda (que arrancaría desde el año 337) se atiene a los principios metodológicos enunciados en XV, 14. Pues dentro de este segundo bloque, el libro XXXI posee una cierta independencia del resto de los últimos libros5 y pudo publicarse sepa-radamente tras la muerte de Teodosio, al inicio de la era de Estilicón6. Dentro del mismo hay un acontecimiento histórico fundamental: la batalla de Adrianópolis. Para entender este hito, primero debemos conocer al agente histórico que lo provocó: el pueblo huno.Y com-prendiendo al pueblo huno en las Res gestae llegaremos, inexorable-mente, a qué es el bárbaro para Amiano Marcelino. Porque si existen en su obra unos bárbaros, tal y como los describió la etnografía clásica, ésos son los hunos.

Si realizáramos una encuesta entre un numeroso grupo de cinéfilos de a pie y les pidiéramos que nombrasen algún pueblo bárbaro que recordara haber visto en alguna película del género peplum, noventa y nueve de cada cien respuestas dirían lo mismo: los hunos (por poner un ejemplo, la película “Atila”, dirigida por P. Francisci -Italia, 1954-, con Anthony Quinn en el papel protagonista). Y no se trataría de una casualidad: es que el séptimo arte, siempre que ha abordado el tema, se ha cuidado muy bien de caracterizar a estos nómadas asiáticos como los bárbaros por antonomasia, los peores de entre los pueblos

XXVI-XXXI, con una introducción que serían los libros XXVI-XXVIII (graves problemas del Imperio).

4 R. Syme, Ammianus and the Historia Augusta, Oxford 1968, p. 8.

5 N.J.E. Austin, Ammianus on Warfare. An investigation into Ammianus´military knowledge, Bruxelles 1979, p. 72: el libro XXXI está dominado por un tono emocional.

6 G. Sabbah, “Ammien Marcellin, Libanius, Antioche et la date des derniers livres des Res gestae”, Cassiodorus 3 (1997), p. 113; J.F. Matthews, op.cit., p. 481, aunque defensor de una redacción unitaria de las Res gestae, admite que el libro XXXI pudo ser un añadido posterior; T.D. Barnes, “Ammianus Marcellinus and his world”, Classical Philology 88 (1993), p. 63, opina que el plan original de Amiano era escribir una Historia del Imperio Romano entre Nerva y Juliano, y que luego modificó sus planes al añadir los libros XXVI-XXXI.

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extraños al Imperio Romano7. Atila como el azote de Dios8 o las patas de su caballo hollando una tierra sobre la que no volverá a crecer la hierba9 se han convertido en materia de símiles de uso común en nuestros días, quince siglos después de la existencia de ambos10.

El protagonismo de los hunos en el desencadenamiento de las oleadas bárbaras que destruyeron el limes a partir del último tercio del siglo IV, forzando con su intervención todo un “efecto carambola” que llevará a la desintegración del Imperio Romano, es una idea que no falta en las obras historiográficas modernas más insignes y clásicas sobre el tan poliédrico tema de las invasiones11. De hecho, la historia

7 A. Prieto, “Romanos y bárbaros en el cine”, en El cine y el mundo antiguo, A. Duplá, A. Iriarte, eds., Bilbao 1990, p. 53.

8 M.Banniard, “L´aménagement de l´Histoire chez Grégoire de Tours: à propos de l ´invasion de 451 (H.L. II, 5-7)”, Romanobarbarica 3 (1978), p. 10; G.J.M. Bartelink, “Lés dénominations du diable chez Grégoire de Tours”, R.E.L. 48 (1970), p. 411-432.

9 En Amiano no sólo los hunos son terribles: hasta sus caballos tienen un aspecto repugnante: vid. XXXI, 2, 6; según Oros.,VII, 34, 5, los pueblos “escitas” (presupo-nemos que los hunos) abandonaron, en época de Teodosio, sus caballos esteparios y adoptaron los típicos romanos.

10 S. Bock, Los hunos: tradición e historia, Murcia 1992, p. 41: “Sólo mencionar a los hunos trae a la mente la imagen de hordas de salvajes, sucios, vestidos con pieles, a caballo, devastando todo a su paso... Fueron descritos por los autores antiguos como pertenecientes a una raza más cercana a los animales que a los humanos, procedentes de algún lugar secreto del mundo, enviados por el Dios cristiano como castigo y culpables de ser una de las principales causas de la caída del Imperio Romano”. Vid. Oros., VII, 39.

11 L. Musset, Las invasiones. Las oleadas germánicas, Barcelona 1967, p. 4, atribuye sin dudas la causalidad de tales oleadas a los hunos. En general todos los estudios apun-tan al protagonismo huno. Vid M. Cesa, “376-382: Romani e Barbari sul Danubio”, Studi Urbinati 57 B3 (1984), p. 64 ss; N. Santos Yanguas, “La entrada de los pueblos esteparios asiáticos en el Imperio Romano”, Hispania 138 (1976), p. 32: “Nos hallamos ante los pueblos causantes de la masiva introducción de nuevos elementos humanos en las fronteras del Imperio”; G. Bravo, Revueltas internas y penetraciones bárbaras en el Imperio, Madrid 1991, p. 33; S. Bock, op.cit., p. 380 admite que nunca pusieron en peligro la estabilidad del Imperio, pero sí evidenciaron la

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de un pueblo como los godos siempre se ha estudiado estableciendo categóricamente un “antes” y un “después” de la llegada de los hu-nos12. Al respecto, resultan paradigmáticas las palabras de uno de los grandes estudiosos de la Antigüedad Tardía:

“En el momento en que muere Valentiniano I (375), el Imperio parece sólidamente protegido, pero al precio de una vigilancia y de una actividad incesante, casi sobrenatural, de sus jefes. Pue bien, en este mismo año aparece en el mar Caspio la caballería de una raza bárbara hasta entonces des-conocida, los hunos. Estos bandoleros son los heraldos de la catástrofe que cayó sobre el mundo romano y acabó de dislocarlo irremisiblemente”13.

En autores como el citado más arriba, el impacto de los hunos no se dio únicamente sobre el Imperio Romano de Occidente, a la postre el más perjudicado por las invasiones. Los asiáticos monopoli-zaron, durante el siglo V, la atención de las relaciones externas de Roma en el Bajo Danubio14, condicionaron la política mediterránea

fragilidad de sus fuerzas y, en todo caso, pusieron en marcha las grandes invasiones de 376 y 405.

12 N. Santos, Los pueblos germánicos en la segunda mitad del siglo IV dC., Oviedo 1976, p. 130.

13 F. Lot, El fin del mundo antiguo y el comienzo de la Edad Media, México 1956, p. 169; J. Wolski, “Le róle et l´importance des guerres de deux fronts dans la décadence de l´Empire romain”, Klio 62 (1980), p. 421, plantea que cuando el Imperio parecía recuperarse de la doble presión de los germanos y persas sobre las fronteras, la aparición de los hunos dio al traste con la recuperación.

14 A.D. Lee, Information and frontiers. Roman foreign relations in Late Antiquity, Cambridge 1993, p. 8; J.R. Moss, “The effects of the policies of Aetius on the history of western Empire”, Historia XXII, 4 (1973), p. 719; Prisc., fr. 11 nos cuenta que las bandas hunas de Atila patrullaban al sur del Danubio, controlando el cruce del río por esa zona; C.R. Whittaker, Frontiers of the Roman Empire. A social and economic study, Baltimore 1994, p. 183: el Bajo Danubio es el sector más conflictivo, en cuanto que alberga el paso entre los Balcanes y los Cárpatos, que utilizarán godos, alanos y hunos, especialmente el paso de los Succi, como límite estratégico entre el Ilírico (controlado por completo en 379-380 por Teodosio, según T.S.

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de Constantinopla15, e impulsaron a los bizantinos a transformar todo su aparato militar para hacer frente a la superioridad bélica nómada16, lo mismo que les había ocurrido a los chinos y lo que también les sucederá a los persas sasánidas17. Pero todo esto sucedería mucho tiempo después de la época de Amiano Marcelino. Incluso en esa centuria, los hunos no tomaron ninguna ciudad de importancia en una zona tan vulnerable como Tracia18.

Los hunos plantean bastantes problemas a la hora de ser estudia-dos. Por ejemplo, disponemos de mayores evidencias arqueológicas de otros pueblos nómadas como los ávaros19, que no jugaron un papel tan aparentemente espectacular como la nación de Atila. Además, la arqueología se ha centrado, fundamentalmente, en el descubrimiento de tesoros y objetos de sepulturas de su clase dirigente, pero en lo tocante al establecimiento del período de la emigración o sobre los pueblos sometidos a ellos apenas se sabe

Burns, Barbarians within the Gates of Rome: a study of Roman military policy and the Barbarians, Indianapolis 1994, p. 48) y Tracia (B. Croke, “Evidence for the Hun invasion of Thrace in AD 422”, G.R.B.S 18, 4 (1977), p. 363-364); como frontera, se mantiene hasta el siglo VII.

15 Isid., Hist.Wand., 76: los hunos salvaron a Genserico de una invasión oriental; cfr. J.R. Moss, art.cit., p. 728.

16 Sería lo único que los hunos aportarían a la civilización occidental: E.A. Thompson, A History of Attila and the Huns, London 1948, p. 211, opina la influencia cultura huna fue nula porque no tenían nada que ofrecer; E. Cabrera, Historia de Bizancio, Barcelona 1998, p. 26, señala que el gran arma de Bizancio contra los hunos fue la diplomacia, la cual intentaba dividirlos y enfrentarlos entre sí; cuando esto fallaba, se intentaba comprar la paz.

17 E. Darkó, “Le rôle des peuples nomades cavaliers dans la transformation de l´Empire Romain aux premiers siécles du Moyen Âge”, Byzantion 18 (1948), p. 85-97; “Influences touraniennes sur l´évolution de l´art militaire des Grecs, des Romains, et des Byzantins”, Byzantion 10 (1935), p. 443-469; 12 (1937), p. 119-147.

18 C.R. Whittaker, op.cit., p. 173.

19 A.D. Lee, op.cit., p. 31-32.

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algo20. Ya en la cuestión de su origen resultan problemáticos: ¿De dónde proceden? ¿Se les puede identificar con los “Hsiung-Nu” de los registros textuales chinos?21 Parece claro que los Thuni de los que habla Plinio (N.H., VI, 55) pueden identificarse con los hunos. Así, el primer testimonio que hallamos sobre ellos pertenecería al siglo I dC. Pero se trata de una noticia aislada que no nos resuelve ningún problema a la hora de saber por qué se desplazaron hasta Europa22 desde lo que era el epicentro del mundo estepario, una zona “que abarca las regiones de los montes Altai, del Turquestán, del Cáucaso y de los ríos Volga y Don”23: en todo caso, un territorio casi descono-cido para Roma24 y para nuestro Amiano25.

Amiano es la única fuente de que disponemos para describir con detalle el impacto de los hunos sobre los godos en los años setenta de

20 J. Harmatta, “La sociedad de los hunos en tiempos de Atila”, en AA.VV., Estado y lucha de clases en las sociedades antiguas, Madrid 1982, p. 130-131.

21 O. Maenchen-Helfen, “Huns and Hsiung-nu”, Byzantion 17 (1944-1945), p. 222-243, no cree que pueda operar tal identificación; sobre este origen vid. S. Bock, op. cit., p. 41-46; P. Daffinà, “Gli Unni e gli altri: le fonti letterarie e le loro interpreta-zioni moderne”, en CISAM, Sett. Stud. XXXV, Popoli delle Steppe: Unni, Avari, Ungari, I, Spoleto 1988, p. 181-183; de todas formas aquí no vamos a profundizar en el tema, pues estamos de acuerdo con J.F. Matthews, op.cit., p. 355 en que este punto carece de importancia para el posterior desarrollo de los hunos en Occidente.

22 R. Grousset, El Imperio de las estepas: Atila, Gengis Kan, Tamerlán, Madrid 1991. p. 116; sobre este autor, O.J. Maenchen-Helfen, The world of the Huns. Studies in their History and Culture, Univ. Calif. Press. 1973, p. 451-452 afirmó que su obra ha condi-jonado, en sentido negativo, bastante el estudio de los hunos.

23 N. Santos Yanguas, art.cit., p. 138.

24 T. Pekkanen, “Les peuples finno-ougriens dans la litterature ancienne”, Romano-barbarica 14 (1996-1997), p. 2; J.J. Wilkes, “Roman, Dacians and Sarmatians in the First and Early Second centuries”, en Rome and her Northern Frontiers, ed. by B. Hartley y J. Wacher, Gloucester 1983, p. 260, defiende que ya en tiempos de Nerón se tiene una idea de la amenaza nómada más allá del Cáucaso.

25 Amm. XXXI, 2, 1 da un origen tan vago como “ultra paludes Maeoticas glacialem oceanum accolens”; para los orígenes, más o menos legendarios, que les atribuyen ciertos autores tardoantiguos, vid. S. Bock, op.cit., p. 131-132.

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esa centuria26; a través de ese choque, los zervingos se dividieron en dos grupos: el que cruza el Danubio, dirigido por Alavivo y Friti-gernio, en 376 para pedir asilo a los romanos (XXXI, 3, 8 ss.), y que estaría formado por unos 50.000 individuos, y el que permanece fuera de los límites del Imperio, liderado por Atanarico, que permanecerán independientes aún en los años ochenta del siglo IV. En cuanto a los greuzungos, de los cuales el antioqueno no dice nada sobre el choque de los hunos en ellos, tenemos un grupo de unos 10.000 guerreros (dirigido primero por Ermenerico27 y luego por Alaceo y Safrax) que atraviesa el limes danubiano en 376 (XXXI, 4, 12-13; 5, 3), un segundo que es el de Farnobio (XXXI, 4, 12; 9, 3-4) y un tercero, el de Odoteo, que intenta cruzar el Danubio en 386 y que serán derrotados por Teodosio (Zos., IV, 35, 1; 38-39). No obstante, otros contingen-tes godos importantes contactarán con el Imperio a lo largo del siglo V28. Sin embargo, los godos que entraron en contacto con el Imperio en 376 constituían una entidad mucho más poderosa de lo que el antioqueño apreció, “a nascent Gothic state, rather than a temporary and amorphous confederation, whose one aim in life was to extract large subsidies from the Roma Empire”29.

El tratamiento de los hunos Amiano se basa en el material tradicional de la etnografía grecorromana, con el resultado de una compleja mezcla de datos relevantes y de anacronismos30: nómadas,

26 P. Heather, Goths and Romans, AD 332-489, Oxford 1991, p. 13 ss. De cómo los godos se sacudieron el yugo de los hunos vid. p. 246 ss.

27 Sobre este personaje en Amiano, vid. P. Heather, “Cassiodorus and the rise of the Amals: genealogy and the Goths under Hun domination”, J.R.S. LXXIX (1989), p. 112 ss.

28 P. Heather, op.cit., p. 14 para la relación de los mismos.

29 P. Heather, op.cit., p. 121.

30 P. Heather, op.cit., p. 73; J. Harmatta, art.cit., p. 150-151; para O. Maenchen-Helfen, op.cit., p. 7 ss., el cuadro que Amiano presenta de los hunos, a los que califi-ca de los peores de entre los bárbaros (hasta el punto de no describir a ninguno de sus líderes) es realista; para E.A. Thompson, op.cit., p. 6 ss, Amiano no vio en su vida a un huno; según R. Grousset, op.cit., p. 117: “Amiano y Jordanes han sabido

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poseedores de los proverbiales vicios de las externae gentes (destacando, sobre todo, los dos grandes defectos del bárbaro por antonomasia: feritas, XXXI, 2, 1, en la que sobrepasan a todos los otros pueblos extraliminares, y vanitas, XXXI, 2, 11)31, “représentent le stade le plus terrible et le plus odieux de la barbarie”32. S. Bonani piensa que existe cierta animosidad en la descripción del pasaje XXX, 2, tal vez porque fueron los hunos los que impulsaron a los godos a invadir el Imperio33. Como ejercicio de distorsión etnográfica, fruto de una serie de prejuicios concretos, no supone un ejemplo aislado en las Res gestae: los sarracenos aparecen caracterizados con rasgos sospechosa-mente idénticos. Sin embargo, los hunos no se hallaban, como aquéllos, constreñidos entre dos grandes imperios34. Su amenaza resultaba, por tanto, mucho más peligrosa en cuanto que vagaban libres por su medio natural: la estepa incontrolada.

La descripción que nuestro historiador hace de los hunos fue suscrita por más de un literato de su época, como es el caso de Eunapio35, Claudiano36, quien sigue al pie de la letra al antioqueño37,

traducir muy bien la impresión de terror que produjo la irrupción de los hunos en el mundo romano y germánico”; S. Bock, op.cit., p. 128-129, ve en la descripción de Amiano el primer testimonio sobre los esteparios, que además se caracteriza por estar libre de prejuicios religiosos: el que su relato albergue alguna que otra laguna se debe a que los hunos, unos recien llegados, no se hallaban registrado en fuente alguna a la que poder acudir para describirlos, por lo que Amiano tuvo que recurrir al corpus etnográfico del escita tradicional (“Sin embargo, nunca cae en el error de llamar a los hunos escitas”); vid. también N. Santos Yanguas, art.cit., p. 43.

31 F. Bertini, “Attila nella storiografia tardo antica e altomedievale”, en Popoli delle Steppe..., vol. II, p. 542-543.

32 Y.A. Dauge, Le Barbare. Recherches sur la conception romaine de la barbarie et de la civilisation, Bruxelles 1981, p. 338 y 341; S. Bock, op.cit., p. 41.

33 S. Bonani, “Ammiano Marcellino e i Barbari”, R.C.C.M. 23 (1981), p. 126.

34 J.F. Matthews, op.cit., p. 355.

35 Sobre la relación entre Amiano y Eunapio existen puntos de vista opuestos: mientras G.W. Bowersock, Julian the Apostate, London 1978, p. 7 ss., y W.R., Chalmers, “Eunapius, Ammianus Marcellinus and Zosimus on Julian´s Persian expedition”, CQ 10 (1960), p. 152 ss consideran que el antioqueño es tributario del

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tal vez también Olimpiodoro de Tebas38, así como es el caso de Jordanés39, considerado como un gran tributario de Amiano en este terreno40 o, incluso, de Sidonio Apolinar41 o San Jerónimo42, como también transmitió su relato sobre los isaurios a otras obras como la segundo; O.J. Maenchen-Helfen, op.cit., p. 9 defiende que Eunapio bebe en la obra de Amiano; J.M. Alonso-Núñez, La visión historiográfica de Amiano Marcelino, Valladolid 1975, p. 31, opina que no se puede hablar de influencias entre ambos autores.

36 R.Syme, op.cit., p. 15, señala la gran similitud entre el excursus de los hunos de Amiano y el de Claudiano en In Ruf., 325 ss: los hunos son un pueblo de costumbres indecorosas, aspecto físico repugnante, que vive de la rapiña, curtidos, violentos y hasta caníbales, pues se comen a sus ancianos difuntos. En vv. 329-330, el poeta egipcio los compara a los centauros. Según F. Bertini, art.cit., p. 539-540, Claudiano pretendía achacar a Rufino, enemigo a ultranza de Estilicón, su alianza con los hunos para causar la ruina del Imperio de Occidente.

37 O. Maenchen-Helfen, “The date of Ammianus´last books”, AJPh. 76 (1955), p. 383-399.

38 Esta influencia no se traduce tanto en la información sobre los hunos (pues Olimpiodoro realizó labores diplomáticas entre ellos) cuanto en otras facetas de la obra: E.A. Thompson, Olympiodorus of Thebes, CQ 38 (1944), p. 52, considera a Olimpiodoro el responsable de la transmisión del texto amianeo a muchos autores griegos del siglo V.

39 P. Heather, op.cit., p. 18: para Jordanes, los hunos son los responsables de la división de los godos en varias ramas, aunque él no tiene una idea muy clara del panorama histórico antes de la llegada de aquéllos.

40 M. Schuster, “Die Hunnenbeschreibungen bei Ammianus, Sidonius un Iordanis”, WS 58 (1940), p. 119-30; O. Maenchen-Helfen, op.cit., p. 15-17; C. King, “The veracity of Ammianus Marcellinus´ description of the Huns”, AJAH 12 (1987) [1995], p. 78, n. 8; P. Heather, op.cit., p. 24: la deuda de Jordanes hacia Amiano se observa en sus disgresiones sobre hunos y alanos; art.cit., p. 107 y especialmente p. 110 ss., donde se analizan los ecos del excursus huno de Amiano (XXXI, 3, 2 ss.) en el abreviado de Jordanes (Get., XXIV, 127 ss).

41 Sid.Apol., Carm., II, 239-241; 243-269; VII, 238-240; cfr. M. Schuster, art.cit., p. 124-125.

42 J.F. Matthews, op.cit., p. 529-539, n. 57; T.D. Barnes,., art.cit., p. 64; R. Syme, op.cit., p. 17 ss., remarca distintas obras del Padre de la Iglesia donde podemos hallar ecos amianeos sobre los hunos: Comm.in Is., VII, 21; Ep., IX, 17, LXXVII, 8; interesante por el comentario que hace sobre la etnografía de Jerónimo.

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Historia Augusta43; lo veremos, más tarde, también en las crónicas altomedievales44. Y, en este siglo, ha sido y es autentificada por más de una autoridad tanto en cuestiones amianeas como barbáricas: ni más ni menos que E.A. Thompson45, O. Maenchen-Helfen46, y J.F. Matthews47 otorgan crédito a la versión de nuestro protagonista. Recientemente, C. King48 ha rebatido, creo que con bastante funda-mento, la veracidad de tal testimonio: la imagen que Amiano nos aporta sobre este pueblo estepario se halla construida sobre el estereotipo del nómada clásico, arquetipo que no sólo tiene una gran tradición en la literatura grecorromana49, desde los tiempos de

43 R. Syme, op.cit., p. 59 ss: resulta extraño que un autor como Zósimo, al decir de Syme, no conociera los episodios isaurios de Amiano; sobre las críticas a la tributación debida por los SHA hacia Amiano, vid. A. Momigliano, “Recensión a Syme, R., Ammianus and the Historia Augusta”, Oxford 1968, E.H.R. 84 (1969), p. 566-569; “Ammiano Marcellino e la Historia Augusta”, en Quinto contributo alla storia degli studi classici e del mondo antico, Vol. I, Roma, 1975, p. 103: “Ammiano perde il controllo della vicenda politica, ma conserva, anzi perfeziona, la capacità di osser-vare singoli fatti e di giudicare singoli eventi proiettati su uno schermo vastissimo. La Historia Augusta, più politicamente impegnata, almeno nella seconda, perde il rispetto per i fatti e i documenti e inclina a idealizzazioni utopistiche”; a favor de las tesis de Syme, vid. A.R. Birley, “Further Echoes of Ammianus in the Historia Augusta”, en Historia Augustae, Colloquium Parisinum, Atti dei Convegni sulla Historia Augusta”, I. A cura di G. Bonamante y N. Duval, Paris 1991, p. 53 ss.

44 G. Fasoli, “Unni, Avari e Ungari nelle fonti occidentali e nella storia de paesi d´Occidente”, en Popoli delle Steppe..., p. 16; según E.A. Thompson, op.cit., p. 17-18, Juan Tzetzes afirmó en el siglo XII que los hunos habían luchado en la guerra de Troya.

45 Op.cit., p. 6-8.

46 Op.cit., p. 9-15, aunque también reconoce ciertas fisuras en el testimonio del historiador.

47 Op.cit., p. 332-342 y 353-355.

48 Op.cit., p. 77 ss.

49 B. Shaw, B.D. Shaw, “Eaters of fles and drinkers of milk. The ancient Mediterranean ideology of the pastoral nomad”, Anc.Soc. 13/14 (1982-1983), p. 5-31.

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Heródoto50, sino que además no contempla una unidad estática y presenta peculiaridades según el caso; la misma comparación de los hunos con los alanos51 como dos pueblos casi idénticos52 constituye una prueba, aunque no la única, de un arquetipo que perdurará hasta tiempos relativamente recientes53. Los alanos, originarios de la región del Amur-Daria, presentaban los rasgos típicos de los pueblos nóma-das54; identificados en varias ocasiones por Amiano como “masage-tas”55, por otra parte su antiguo nombre, no suponen nunca una amenaza seria para Roma: establecidos en el Cáucaso, ya aparecen en las fuentes desde mediados del siglo I aC., e incluso servirían bajo los estandartes de Roma (Tiberio, Tac., Ann., VI, 32-36; DioCas., LVIII, 26, 1-4) contra los partos, su mortífera caballería supone más un problema para éstos que para aquélla56.

Amiano describiría a los hunos a través de retazos de información indirecta que va recogiendo y engarzando dentro del tópico del

50 J.F. Matthews, op.cit., p. 334 ss, desarrolla esta idea de la dependencia de Amiano respecto a Herodoto, algo que también puede aplicarse a Eunapio.

51 W. Richter, “Die Darstellung der Hunnen bei Ammianus Marcellinus”, Historia 23 (1974), p. 360-362.

52 N. Santos Yanguas, art.cit., p. 18-19, señala que Amiano distingue bien entre hunos y alanos, aunque les unifica su feritas (XXXI, 2,1) y su carácter de letales agresores del Imperio; vid. W. Richter, art.cit., p. 355.

53 R. Grousset, op.cit., p. 120: “Huno, turco o mongol, el hombre de la estepa, el braquicéfalo de cabeza gruesa, de torso poderoso, corto de estatura sobre sus piernas, el nómada que va siempre sobre la silla, el arquero a caballo de la zona alta de Asia que merodea por el umbral de las culturas apenas ha variado en los quince siglos de razzias contra las civilizaciones sedentarias”.

54 G. Vernadsky, “Sur l´origine des Alains”, Byzantion XVI, 1-2 (1942-1943), p.81-86.

55 Amm. XXIII, 5, 16; XXXI, 2, 12-13; 16-17; 21; 3, 1 y 3; 8, 4; 11, 6; 12, 17; 16, 3; cfr. N. Santos Yanguas, N., art.cit., p. 12; A.B. Bosthworth, “Arrian and the Alani”, HSCPh. 81 (1977), p. 251 ss., remarca la dificultad de los autores clásicos a la hora de incluir a los alanos en un grupo étnico determinado.

56 A.B. Bosthworth, art.cit., p. 220 ss.

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nómada escita57, cometiendo errores a la hora de contemplar diversas facetas de su vida cotidiana como la religión, las actividades econó-micas, los alimentos habituales (y la forma de cocinarlos), la fisono-mía, las costumbres a la hora de desplazarse (curiosamente es el terreno militar donde nuestro historiador no comete tales errores). En este sentido, Prisco sería mucho más recomendable que Amiano como fuente para acercanos a esta nación esteparia58.

Sin embargo, y a pesar de los errores de apreciación de Amiano, en todo caso conscientes o, por lo menos, con una finalidad ideo-lógica premeditada que pasaremos a analizar un poco más adelante, el peso histórico de los hunos en relación con la desarticulación política del Imperio romano se ha sobrevalorado59, hasta el punto de

57 De hecho, el término “Escitia” permanece como arcaísmo, desde el siglo VI aC., en las postrimerías de la Antigüedad: los autores bizantinos, sobre todo, llamaron “escitas” a los hunos. J. Harmatta, art.cit., p. 135 y 172; P. Heather, op.cit., p.73: “Thus while Ammianus´account of the life-style of the Huns in the starting point for any discussion of them, it recuses much material from traditional Graeco-Roman ethnography, producing a complex mixture of the relevant and anachro-nistic”.

58 C. King, art.cit, p. 89; A.D. Lee, op.cit., p. 8. P. Heather, op.cit., p. 233; sobre las conexiones diplomáticas de este autor vid. B. Baldwin, “Priscus of Panium”, Byzantion 50 (1980), p. 20-25. Para A. Carile, “I nomadi nelle fonti bizantine”, en Popoli delle Steppe…, p. 57, el término bizantino de huno y de escita tienden a ser equivalentes a partir del siglo V, pasando a designar a un amplio número de tribus de la Europa oriental en un contexto de unidad cultural y geográfica: así, en Maur., Strat., XI, 2 se califica a ávanos, turcos y hunos de “escitas”.

59 Seguimos aquí la idea expresada en W. Goffart, “Rome, Constantinople and the Barbarians”, en su Rome´s fall and after, London 1989, (= AHR 86, 1981), p. 11: la habilidad de los bárbaros para afirmarse a Roma depende menos de su empuje que de la respuesta que Roma pueda darles, acosada continuamente por problemas de orden interno; en F. Pérez Rodríguez-Aragón, “Elementos de tipo bárbaro oriental y danubiano de época bajoimperial en Hispania”, en La Hispania de Teodosio, Segovia 1997, p. 629-647, se analizan una serie de vestigios arqueológicos de tipo bárbaro, “elementos característicos de un particular estilo de indumentaria desarrollada en la zona del Danubio medio entre finales del siglo IV y mediados del siglo V d.n.e. a partir de ingredientes diversos (germánicos, alano-sármatas, hunos y greorromanos) por la aristocracia sedentaria, en buena medida germánica, sometida a los nómadas

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pretender que Odoacro, ese rex barbarico que, según la historiografía tradicional, dio el golpe de gracia al Imperio en el 476, pertenecía a este pueblo60: la mayor parte de las acciones bélicas hunas consis-tieron en razzias contra comunidades menores, mientras que las grandes batallas que llevaron a cabo fueron escasas y en ellas o fueron derrotados o sus victorias fueron pírricas61. Puede que buena parte de los godos entraran en conflicto con los nómadas, pero importantes grupos mantuvieron su independencia al norte del Danubio incluso hasta mediados del siglo V62. En realidad, la primera amenaza de cierta importancia que representan los hunos para el Imperio ocurre hacia el 422, cuando al mando de su líder Rua invaden Tracia63. De la que, por cierto, apenas tenemos datos64. Y hasta el reinado de Atila, cuando éste se ha afirmado en el frente del Danubio65, los hunos no suponen una amenaza para el mundo romano66. Ni siquiera los ataques de los años 558-559, que desbordaron el concienzudo pro-

hunos” (p. 629); concluye afirmado (p. 641), que “la mayoría, especialmente los objetos masculinos de “tipo huno”, debieron ser traidos por soldados romanos de origen oriental o que habían adoptado la moda danubiana”; la pujanza huna sería tan fuerte que incluso alteraría la moda dentro del Imperio. Particulamente, me parece una hipótesis algo exagerada, dentro de una visión tradicional que contempla a los hunos como los grandes protagonistas de los últimos años de la Antigüedad.

60 Sobre este debate vid. B. McBain, “Odovacer the Hun?”, CPh. 78, 4 (1983), p. 323-327.

61 R.P. Lindner, “Nomadism, horses and Huns”, P&P 92 (1981), p. 9.

62 P. Heather, op.cit., p. 228-229; art.cit., p. 104.

63 B. Croke, art.cit., p. 347 ss: fue la primera acción militar huna que obligó a Constantinopla a tomar severas medidas que iban desde la guerra hasta el pago de subsidios, descuidándose entre tanto la frontera persa.

64 E.A. Thompson, op.cit., p. 31.

65 R.A. Bleeker, “Aspar and Attila: the role of Flavius Ardaburius Aspar in the Hun Wars of the 440s”, AncW. III (1980), p. 23 ss; según R. Grousset, op.cit., p. 120, por la paz del 448 Constantinopla cedió a Atila una franja al sur del Danubio que iba desde Belgrado a Chistova.

66 U. Täckholm, “Aetius and the battle on the Catalunian fields”, Op.Rom. VII (1969), p. 265.

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grama defensivo de fortificaciones y murallas de Justiniano en la frontera norte67 suponen un hecho histórico trascendental en la Historia de Bizancio68.

67 Av. Cameron, El mundo mediterráneo en la Antigüedad Tardía, Barcelona 1998, p. 132; R. Grousset, op.cit., p. 123 señala que la horda del líder huno Zabergán pusieron cerco a la misma Constantinopla, pero que fueron rechazados sin problemas por Belisario.

68 Echemos mano de un autor pagano como es Zósimo, IV, 20, 3-5: una tribu bárbara desconocida se abate sobre los escitas (godos) transdanubianos. “Chatos y de cuerpo mezquino”, los derrotan y expulsan de la región, obligándoles a huir hacia el Imperio; IV, 22, 3: los sarracenos, auxiliares de Valente, se enfrentan a los escitas que cruzan el Danubio; la fiereza de estos soldados es tal, que los godos prefieren replegarse y permanecer bajo dominio huno antes que luchar contra ellos; IV, 23, 6: Sebastian, general de Valente, aconseja al emperador, en las jornadas previas al choque de Adrianópolis, que cerque a los godos y les rinda por hambre: éstos, aseguraba el militar, preferirían el yugo de los hunos a las penalidades de la inanición; IV, 25, 1: los escitas transdanubianos, presionados por los hunos, penetran en los Balcanes; desde Tesalónica, Teodosio se apresta a contenerles; IV, 26, 1: nueva referencia a la solicitud de los escitas a Valente para que les permita refugiarse en el Imperio de la presión de los hunos; IV, 34, 6: Teodosio combate a los esciros y carpodacios, que se habían mezclado con los hunos y, tras derrotarlos, les obligar a cruzar el Danubio y a recuperar sus territorios; V, 22, 1-3: Gainas, acompañado de un contingente de partidarios, huye a tierras transdanubianas. Uldín, rey de los hunos, considera poco seguro que un ejército extraño se halle cerca y, para granjearse la simpatía de Constantinopla, le ataca y vence: luego envía su cabeza a la capital del Bósforo. Como recompensa, recibe regalos de la corte y firma un tratado con el Imperio. Diversas fuentes (Socr.,VI, 6; Soz., VIII, 4, 20, Juan de Antioquía, fr. 190) cuentan que Gainas murió en Tracia frente a un ejército romano; Filost., XI, 8 coincide con la versión de Zósimo. Poco más tarde, Tracia se ve espoliada por partidas de fugitivos y esclavos que se autodenominan hunos: Fravitta les derrotará sin problemas; V, 26, 4: Estilicón se dispone a contener a Radagaiso: entre las tropas del vándalo figuran hunos y alanos; V, 34, 1: Saro, jefe aliado de Estilicón, y sus partidarios bárbaros aniquilan a la guardia huna de éste; V, 37, 1: preparándose para tomar Roma, Alarico solicita la ayuda de su cuñado Ataulfo, puesto que éste “poseía una cantidad no despreciable de hunos y godos”; V, 45, 6: Olimpio, magister officciorum en Rávena, se hace cargo de los 300 hunos que se hallaban en la ciudad y se dispone a atacar a Ataulfo. Con sólo 17 bajas, los hunos matan a 100.000 godos. Después se repliegan de nuevo a la capital; V, 50, 1: Honorio recluta a 10.000 hunos para combatir a Alarico. Como puede observarse,

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Los autores cristianos, ya tributarios de obras paganas como las antes mencionadas, ya seguidores de la tradición del arquetipo nómada, consolidaron la imagen del huno como factor desencade-nante de la ruina del Imperio69 y nos aportan una información única para el conocimiento de los hunos y de los godos, sobre todo en campos como las formas de liderazgo y gobierno, la lengua y la religión70. Orosio cifraba en los hunos el origen de todos los males para el Imperio71. En Sinesio de Cirene, el huno es representado como un lobo72, y como colectivo se trata de un pueblo que utiliza todas las argucias posibles para causar daños al Imperio, algo que los gobernantes del pasado no resolvían con fortificaciones fronterizas, sino con ataques a su mismo territorio73; y eso que el propio obispo norteafricano conocía el papel que la bravura y eficacia de los mercenarios de esta nación, llegados desde Constantinopla, habían jugado en la defensa de la Pentápolis74. Para Jerónimo, los hunos eran los escitas que Herodoto describiera como dominadores de Oriente (Ep., LXXVII, 8). Salviano pensaba que romanos y germanos estaban llamados a unirse contra los hunos, a los cuales describe sin desviarse un ápice de las líneas establecidas por Amiano75. La justificación de la

Zósimo utiliza los mismos argumentos que Amiano para los hunos en el siglo IV, pero en el V éstos aparecen más como aliados que como enemigos.

69 S. Bock, op.cit., p. 125: “Debido al momento histórico en que los hunos llegaron a Occidente, éstos sufrieron una “demonización” por los autores cristianos sin igual en la Historia”.

70 P. Heather, op.cit., p. 81.

71 Oros.,VII, 33, 9-10: “gesta diaboli per Hunnos”.

72 V. Fumagalli, El alba de la Edad Media, Madrid 1996, p. 18-19: “El lobo resulta una vez más como símbolo de una valiente y desesperada voluntad de supervivencia en vastos y desolados parajes”.

73 Syn., De regno XI: presume por ello Sinesio que los hunos no son un pueblo que han brotado de la tierra, sino que los identifica con los masagetas de toda la vida.

74 Ch. Lacombrade, “Synésios et “l´enigme du loup”, R.E.A. 48 (1946), p. 263 ss.

75 P. Langlois, “Les invasions germaniques du Ve siècle et les lettres latines”, R.E.A. LXX, 1 y 2 (1968), p. 124.

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providencial convivencia entre latinohablantes y recien llegados encuentra en el mito huno una sólida base de etnografía manipulada con fines políticos. Gregorio de Tours (Hist.Franc., IV, 29), que llamaba “hunos” a los ávaros76, los consideraba como un pueblo con demoníacos poderes mágicos. Sócrates nos habla de los hunos en su invasión de Tracia del 422. Y cuenta cómo fueron diezmados por una plaga divina, conextando el hecho con la profecía de Ezequiel 8, 2 y 22, donde el historiador eclesiástico, como antes lo había hecho S. Ambrosio, identificará a los esteparios con el “Magog” de la pro-fecía77. Al igual que autores como Teodoreto, aquél utiliza a los hunos como un elemento apocalíptico para la expresión de ese providencia-lismo típico de los autores eclesiásticos de la Antigüedad Tardía. Para éstos, “gli Unni sono l´immagine vivente del demonio, l´espressione tipologica del male assoluto. I dui Imperi civili e cristiani devono riuscire nel concreto a respingere militarmente la minaccia e nella teoria a giustificare l´esistenza di questo popolo e il suo significato nella storia”78. Esta idea alcanza su máxima expresión en las palabras de Isidoro de Sevilla, Hist.Goth. 28-29:

76 S. Bock, op.cit., p. 379: “Debido a su gran prestigio como guerreros, después de la muerte de Atila, el nombre “huno” llega a ser un término genérico que incluye a todos los nómadas procedentes de las estepas, sean hunos o no. Así, no es de extra-ñar que durante el reinado de Justiniano se mencione a “mercenarios hunos” en el ejército romano bajo el mando de Belisario”.

77 B. Croke, art.cit., p. 349-350; R. Manselli, “I popoli immaginari- Gog e Magog”, en CISAM Sett.Stud, XXIX, Spoleto 1983, p. 487-517; Agust., Ciu.Dei, XX, 11, identificaba a los magog con los masagetas; O.J. Maenchen-Helfen, op.cit., p. 4: los hunos fueron llamados massagetae en variados testimonios.

78 F. Bertini, art.cit., p. 545; vid. S. Barnish, “Old Kaspars: Attila´s invasion of Gaul in the literary sources”, en Fifth-century Gaul: a crisis of identity?, J.F. Drinkwater, H. Elton, eds., Cambridge 1992, p. 43 ss., quien analiza los testimonios, menores, de las Chronicae de Fredegario, la “Vida de Anniano”, la de Lupo de Troyes, y la de Genoveva, además del texto de Paulo Diácono. Este último contempla a los hunos como el elemento que cohesiona a galos y romanos en la fé frente al huno pagano y bestial.

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“In quibus mirum illud est, ut, dum omne proelium dtrimentum habeat populorum, isti vice versa cadendo proficiant: sed proinde, quia in disciplina fidelium positi sunt, sicut populus gentis Persarum. Virga enim furoris Dei sunt et, quotiens indignatio eius adversus fideles procedit, per eos flagellantur, ut eorum adflictinibus emendati a saeculi cupiditate et peccato semet ipsos coerceant et caelestis regni hereditatem possideant”.

Es decir, la cólera divina, correctora de los fieles descarriados, canalizada a través del flagellum Dei (Atila) y de la Virga furoris Dei (hunos). Frente a las víctimas de este azote celestial, a los hombres no les queda otro recurso que la fe79.

Pero sin duda alguna, el testimonio que mejos nos ayuda a comprender la cuestión que aquí defendemos es Ambrosio de Milán, en Expos. In Ev. Lucae X, 10, donde afirma que:

“quanta enim praelia, et quas opiniones accepimus prealiorum! Chunni in Alanos, Alani in Gothos, Gothi in Tayfalos et Sarmatas insurrexerunt. Nos quoque in Illyrico exsules patriae gothorum exsilia fecerunt, et nondum est finis. Quae omnium fames, lues pariter boum atque hominum, caeterique pecoris, ut etiam qui bellum non pertulimus, debellatis tamen nos pares fecerit pestilentia! Ergo quia in occasu saeculi sumus, praecedunt quaedam aegritudines mundi”80.

La “cadena del obispo” nos muestra a los hunos como artífices de la línea de “fichas de dominó” cuya última ficha es la irrupción de los

79 F. Bertini, art.cit., p. 547; la versión de los bárbaros como castigo divino, ya lo vimos en Jerónimo y Salviano entre otros, va a convertirse en una constante en los autores cristianos de los siglos IV-VI: en Gregorio de Tours, por ejemplo, Atila es el correctivo celestial que castiga los pecados de los galos: avaricia sin límites, saqueo de iglesias, guerra civil... (H.F., II, 5-8; V, praef., 8, 30).

80 Esta idea la encontramos en diversos autores: Amm., XXXI, 3, 1, ss., Eunap., fr. 42; Oros., VII, 33, 9-10 y Zos., IV, 20, 3ss. Estamos convencidos de que todos los testimonios, incluido el de Ambrosio, son tributarios de Amiano.

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bárbaros en el Imperio81. Pero el problema resultaba mucho más complejo: durante el último tercio del siglo IV, el Bajo Danubio era un hervidero de pueblos en tensión constante: alanos en la Dacia ripensis (Amm., XXXI, 11, 69), sármatas presionados por los godos de Atanarico (XXXI, 4, 13), varias tribus en movimiento a partir del 380 (Zos., IV, 34, 6), greuzungos y, por último, los tan temidos hunos, quienes no actuarán a una escala mayor al menos hasta el siglo siguiente82.

El verdadero sentido de “la cadena del obispo” es la de mostrar que “los hunos eran bárbaros respecto a los alanos y éstos respecto a los godos, los cuales lo eran respecto a los sármatas83 quienes, los pobres, por su parte, lo eran respecto a los taifales y, todos en conjunto, respecto a los romanos”84. Los hunos eran los más lejanos al Imperio, también los menos conocidos y sobre los cuales se podía fantasear a placer a la hora de construir un modelo ideológico, de

81 C. Alonso del Real, Esperando a los bárbaros, Madrid 1972, p. 165: “Los terribles germanos que invadieron el mundo romano occidental en el siglo V, no eran tan terribles y, en cierto modo, eran gente que huía, fugitivos ante alguien más fuerte que elLos”; en p. 168, Alonso del Real esboza una serie de causas que explican el “primer motor” de la cadena: 1) agentes extrahistóricos (mandato divino), 2) causas ecológicas, 3) explosión demográfica, 4) innovaciones técnicas (armamento, montura, naves), 5) cambios de orden social (espíritu aventurero, fomentado a veces por la inactividad de sociedades que han llegado a una estabilidad pacífica), 6) la gran personalidad de un líder (Atila), 7) atracción del botín que se puede conseguir de una alta cultura, 8) excesivo vigor de una alta cultura y 9) mezcla de todo lo anterior.

82 P. Heather, op.cit., p. 169; art.cit., p. 103.

83 J.J. Wilkes, art.cit., p. 259: los sármatas contaban con un amplio bagaje de convivencia con los romanos, desde su establecimiento en la llanura húngara, entre el Danubio y Transilvania, en la primera mitad del siglo I dC., un hecho que fue positivo para el Imperio porque le protegía de los agresivos dacios; no obstante, los sármatas no resultaron unos vecinos agradables para la Panonia romana.

84 C. Alonso del Real, op.cit., p. 206.

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paso que se exploraban nuevas posibilidades para la literatura etnográfica85.

La diferencia crucial entre, por ejemplo, hunos y germanos radica, primordialmente, en que los primeros eran nómadas y, fundamental-mente, pastores, por lo que se les puede aplicar aquella categoría de “bárbaros especializados”86, frente al estadio agrícola consolidado de los segundos87. Ello condiciona toda la evolución sociopolítica y eco-nómica de los esteparios, en una dirección que dificultaría enor-memente la creación de un Estado88, debido principalmente a los factores de dispersión de sus individuos en pequeños grupos que abarcarían grandes áreas, escasez de asentamientos permanentes y,

85 S. Barnish, art.cit., p. 42: “For western society, forced against all its ancient prejudices, to accept barbarians in its midst, it was useful to depict remoter barbarians as types of real savagery”; p. 47: la historia de Atila y los acontecimientos de la invasión de la Galia pervivirán en el recuerdo porque, además, era un relato bastante interesante y con muchas posibilidades literarias e ideológico-religiosas; B. Baldwin, “Greek historiography in late Rome and early Byzantium”, en Studies on Late Roman and Byzantine History, Literature and Language, Amsterdam 1984, p. 199: Amiano y Olimpiodoro de Tebas, principalmente, introducirán este elemento en sus obras.

86 C. Alonso del Real, op.cit., p. 94, define este concepto: “Pueblos que, en su totalidad, por adaptación al medio u otras razones, han hecho predominar de tal manera una técnica o un estilo de vida que les hace aparecer como globalmente especializados”.

87 J. Harmatta, art.cit., p. 171 ss, considera inverosimil concebir una economía agrícola entre los hunos, por primitiva que fuese: más bien se abastecían de la producción de los pueblos sometidos; en cualquier caso, y con la progresiva diferenciación social entre los hunos, la vida agrícola quedaría para los clanes empobrecidos, mientras que la vida nómada sería patrimonio de la clase dirigente.

88 C. Alonso del Real, op.cit., p. 69, califica a los hunos como la fase más progresiva de una alta cultura nómada; J. Harmatta, art.cit., p. 142: “Los hunos no podían abandonar el sistema de ganadería nómada por el simple hecho, entre otros, de que esto habría minado las bases de su poder militar”; A. Bartha, “The typology of nomadic empires”, en Popoli delle Steppe…, p. 151 ss: la conquista es la única opción de pueblos nómadas pastoriles frente a la escadez del medio.

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sobre todo, un grado mínimo de diferenciación social89. En todo caso, el “Estado” huno surgiría a partir del segundo cuarto del siglo V, como respuesta de la aristocracia para consolidar su posición preeminente en una situación cada vez más conflictiva para ella90. En lo referente a la tan traída y llevada idea del “Imperio Nómada”, este concepto se ha planteado como “una refractación de las imágenes de imperios sedentarios conocidos, primero China y Persia, más tarde Roma”91, por parte de los bárbaros. El “Imperio Nómada” ha sido definido a través de los siguientes rasgos92:

a) Conjunto impreciso y cambiante de tribus nómadas de número variable.

b) Estado de clase primitivo, generado por un proceso de conquista.

c) Rapidez de su génesis y también de su caída93.

d) Su base en el control de los medios de producción de los pueblos vencidos, lo que requiere un sistema de represión organizado para conjurar la amenaza de los sometidos94.

89 A.D. Lee, op.cit., p. 30: el Estado huno no sería posible, para este autor, porque aquél “It was only when a nomadic people was able to use its military skills, notably horsemanship and archery, to establish dominance over a settled agricultural population from which they then exacted tribute that some degree of centralising authority emerged. Resources became more predictable, permitting the possibility of planning. It was, however, an authority whose tenure was charasteristically unstable and short-lived”. A. Bartha, art.cit., p. 164, afirma que “the concept of the state appears to be rather meaningless in the analysis of the government of the Hunnish empire”; p. 172: el primer estado nomádico que puede considerarse, y que se caracteriza por su gran fragilidad, es el de los búlgaros en el Volga

90 J. Harmatta, art.cit., p. 163.

91 C. Alonso del Real, op.cit., p. 240.

92 J. Harmatta, art.cit., p. 142 ss.

93 J.F. Matthews, op.cit., p. 355 explica el rápido declive de los hunos porque ellos “lacked that age-old balance between the nomadic and the settled, both within their own society and with their neighbourgs, that characterises the Arabs, of the Syrian and Arabian desert, and is an essential element in the rise of Islam”.

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e) Existencia de una autocracia en la que un jefe nómada, representante de la élite dominante, ostenta toda la autoridad95.

¿Pero no podría constituir, de modo inverso, una proyección civilizada de un sentimiento de amenaza? ¿No son los propios autores clásicos quienes “inventan” una entidad política semejante a Roma para justificar ese sentimiento?96 Tal invención no responde a que dicha amenaza se corresponda con una invasión, como se ha afirmado97.

“Después de la llegada bastante dramática de los hunos al Danubio, durante casi cincuenta años sólo hicieron limitadas e infre-cuentes incursiones dentro del Imperio (tales como la de Armenia, Siria y Mesopotamia en 395). En realidad parece que sirvieron a los romanos como aliados más a menudo que atacándoles como enemi-gos”98: así nos los muestra Orosio (VII, 37, 12-16), combatiendo al

94 J. Harmatta, art.cit., p. 144: “Está claro que en un Imperio nómada, la tribu vencedora no puede ser considerada simplemente como la clase dominadora. Esta tribu tiene su propia base económica diferenciada, sus propias clases sociales, las relaciones recíprocas, los intereses opuestos y la lucha de clases contribuyen a dar forma al destino del Imperio nómada en la misma medida que las luchas entre las tribus vencedoras y las vencidas”.

95 A. Bartha, art.cit., p. 160: “The people which lent its name to the empire formed a minority. The names of the Hunnish and Turcic peoples were the names of political organization, or to b more exact, political alliances”.

96 A. Bartha, art.cit., p. 173-174: “There has been no example in history that a handful of rulers should have been able to convince mounted nomads to settle down, without historic antecedents. This idea is a historiographic soapbubble”.

97 N. Santos Yanguas, art.cit. p. 20: “Este cúmulo de despectivas caracterizaciones quizás están motivadas porque el antioqueño estaba tomando conciencia de la importancia que el avance bárbaro hacia el oeste estaba adquiriendo en el Imperio y de que, como consecuencia del mismo, se daba la decadencia de la cultura romana”.

98 A. Ferril, La caída del Imperio Romano: las causas militares, Madrid 1989, p. 140; N. Santos Yanguas, art.cit. p. 40: “La participación de los hunos y alanos entre los componentes bárbaros integrados en el ejército romano aún no había adquirido la importancia que estaba llamada a conseguir en el siglo V”.

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lado de Estilicón frente a los godos de Radagaiso; o junto a Aecio99 frente al usurpador Juan en 425 (Greg.Tur., Hist.Franc., II, 8); o Zósimo (IV, 2, 2; 20, 3), que nos informa sobre la lealtad de los hunos reclutados por Teodosio100. O, por último y para una fecha tardía, los vemos hacia el 492, en tiempos del emperador Anastasio, combatiendo a los isaurios en nombre de Constantinopla101. Incluso los mismos godos los habían reclutado antes del cruce del Danubio (XXXI, 3, 3; 8, 4). Y no solo lucharon, a favor del Imperio, contra pueblos extraliminares: en los años treinta del siglo V combatieron a la bagauda armoricana102. Asimismo, contemplamos el asentamiento de godos en tierras danubianas y frigias a finales del siglo IV y prin-cipios del V103.

Como el mismo L. Musset admite104, siempre existe el peligro de atribuir tal o cual hecho histórico a un pueblo bárbaro en concreto, ya que tampoco se dio la etnia en estado puro: por ejemplo, los vándalos que invaden el norte de África en los años veinte del siglo V constituían un extraño conglomerado de silingos, asdingos, alanos, suevos, hispanorromanos...Tampoco los godos, contrariamente a lo que afirma Jordanés, conformaban grupos rígidos, sino flexibles, dirigidos por jefes que, frente a Roma, garantizaban la satisfacción de las necesidades y expectativas de sus seguidores y el reconocimiento imperial105. El mismo nombre de Sáfrax, líder godo, es alano o

99 U. Täckholm, art.cit., p. 270-271; A. Ferril, op.cit., p. 133: “Hasta el final de su vida esta relación especial con los hunos le dio a Aecio una ventaja única en los asuntos romanos”.

100 E. Cabrera, op.cit., p. 29: mientras los godos vagaron por los Balcanes, Constantinopla empleó a los hunos para neutralizarles.

101 C.E. Minor, “The robber tribes of Isauria”, Anc.W. II, 4 (1979), p. 126.

102 M. Doi, “Bagaudes movement and German invasion”, Klio 71, 2 (1989), p. 348.

103 Junto con ostrogodos: vid. Claud., In Eutrop., II, 153; Ambros., De fid., III, 16, 140; Syn., De Regno, V ss.

104 L. Musset, op.cit., p. 168.

105 P. Heather, op.cit., p. 313-314; E. Demougeot, “Modalités d´êtablissement des fédérés barbares de Gratien et de Théodose”, Melanges Seston, Paris 1974, p. 149

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huno106. Los alanos convivieron con otros pueblos sometidos que el mismo Amiano caracteriza como pueblos sumamente extraños (ner-vios, vidinos, gelones, agazirsos, melanclenos, antropófagos...) e incluso acostumbraban a formalizar alianzas con otros pueblos esteparios o con los mismos godos107. Las descripciones comunes de los hunos según los distintos autores tardorromanos responderían, en todo caso, a un tipo étnico cuasipuro, al menos en el momento de contacto de aquéllos con el Imperio Romano. Sin embargo, “el abigarramiento del conjunto étnico de la gran llanura húngara se incrementa con la llegada de las tribus germánicas. La región se convierte en el punto crucial donde se mezclan gran número de tribus germánicas108, algunos elementos iraníes, los roxolanos109, quizás también algunas otras tribus sármatas, buscando allí refugio para escapar de la presión de los godos. La aparición de los hunos señala el inicio de una época en que la composición étnica del territorio limi-tado por los Cárpatos cambia casi cada diez años. En cierta medida, esta situación sólo se modificó con la llegada de los ávaros”110. remarca que en la política de reclutamiento y asentamiento de bárbaros llevada a cabo por Graciano no se trababa contacto con pueblos, sino con ligas guerreras multiétnicas. J.H.W.G. Liebeschuetz, “Alaric´s Goths: nation or army?”, en Fifth-century Gaul: a crisis of identity?, J.F. Drinkwater, H. Elton, eds., Cambridge 1992, p. 82: hace hincapié en el activo fenómeno de absorción de otros bárbaros, e incluso provinciales romanos (Amm. XXXI, 6, 4-7; 7,7; 15, 2), por los godos, debido fundamentalmente a: 1) las facilidades que ofrecían las instituciones germanas de dependencia personal; 2) el grado de romanización alcanzado por los godos a través de siglos de comercio y de servicio con el Imperio.

106 T.S. Burns, op.cit., p. 30.

107 Para los cuales, vid. N. Santos Yanguas, art.cit., p. 13 ss. y 37.

108 Según O.J. Maenchen-Helfen, op.cit., el nombre de Rua/Ruga, tío de Atila, presenta un claro origen germánico; A. Bartha, art.cit., p. 156, señala lo mismo para Atila; Iord., Get., 182, nos describe a Atila como “uir in concussione gentium natus”; para S. Bock, op.cit., p. 93, tampoco se puede tratar a los germanos como unidad antropológica debido a sus continuos desplazamientos y reagrupaciones.

109 R. Grousset, op.cit., p. 115: establecidos desde mediados del siglo I dC. al oeste del curso inferior del Don.

110 J. Harmata, op.cit., p. 130.

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Sabemos que ostrogodos lucharon bajo las órdenes de Atila en los Campos cataláunicos111. Y Jordanes, en su afán filogótico112, señala el buen entendimiento entre hunos y vándalos en los momentos previos a la batalla113. Es decir, el carácter étnico de este pueblo es bastante diverso114, producto de la mezcla de razas a través de matrimonios mixtos: hasta tal punto que los historiadores clásicos, cuando hablan de ellos, jamás resaltan sus rasgos mongoloides, quizás porque se estaban perdiendo gracias a la fusión con otras naciones115. ¿No podríamos aplicar esta misma idea a los hunos a la hora de explicar su presión sobre los godos que llevaría a la ruptura del limes danubiano?

111 Iord., Get., XLVIII; cfr. M.R. Valverde, “Los orígenes de la monarquía ostrogoda. Teodorico”, H.Ant XIX (1995), p. 377; según P. Heather, art.cit., p. 105, hasta los mismos ostrogodos constituían una realidad multirracial; para la descrip-ción de la batalla y de los grupos militares que actuaron en ella, es válido A. Ferril, op.cit., p. 147 ss, aunque sus conclusiones resulten algo peregrinas.

112 La Getica ha sido interpretada como una obra dirigida a los senadores italianos y a los godos latinohablantes de la Italia ostrogoda, como instrumento propagandístico del inexorable triunfo de Justiniano. Contra esta teoría de Goffart, reacciona P. Heather, op.cit., p. 42 ss., argumentando que el tosco latín de Jordanes no tendría una buena acogida en círculos elevados y que para la propaganda política era más adecuado el panegírico que una obra histórica.

113 F.M. Clover, “Geiseric and Attila”, Historia XXII, 1 (1973), p. 104 ss. Esto hay que entenderlo en la línea siguiente: tradicionalmente, godos y vándalos fueron enemi-gos encarnizados, y sólo se acercaron en coyunturas de presión demasiado fuertes para ser evitadas. Clover señala (p. 109-110) que tal entendimiento no tuvo lugar; al respecto vid. C. Courtois, “Rapports entre Wisigoths et Vandales”, en I Gotti in Occidente, CISAM Sett.Stud., III, Spoleto 1956, p. 499-507.

114 J. Harmata, op.cit., p. 132; A. Bartha, art.cit., p. 155.

115 M.G. Chiappori, “Riflessioni su un insieme di documenti Unno-Sarmatici in relazione alla penetrazione Unna nell´Europa del IV-V secolo”, Romanobarbarica 7 (1982-1983), p. 8; O. Maenchen-Helfen, op.cit., p. 364 ss; J.F. Matthews, op.cit., p. 338-339: tampoco puede negarse que, fruto del intercambio cultural entre asiáticos y germanos, el nivel material de los hunos se hallaba bastante más desarrollado que el que nos describe Amiano.

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Igualmente, cae dentro de lo posible que se haya sobredimensio-nado la figura de Atila116, de la batalla de los Campos cataláunicos117 y de, en general, el peso específico que tuvo el “imperio huno”, temas todos ellos tratados, según las fuentes, desde perspectivas muy dife-rentes118. En el retrato de Atila en los distintos autores tardorromanos “encontramos sólo el informe del fiscal”119; para Jordanés es el típico huno, colérico y destructivo, pero también contempla el clérigo godo (al igual que Prisco) a un hombre sencillo, benévolo con los que se somenten de buen grado, generoso e íntegro con sus subordinados (vid. Get., 181, 212, 259); a ello le sumamos otros rasgos que trans-miten las fuentes: una superstición profunda, una fe ciega en sus chamanes120, una fuerte inclinación hacia el alcohol, una astucia innata y un carácter diplomático121, una afición a rodearse de asesores 116 G. Fasoli, art.cit., p. 21-22, para el amplio abanico de sucesos extraordinarios y maravillosos en torno a la figura de este líder bárbaro.

117 Como parece defender A. Ferril, op.cit., p. 146: “La batalla de los Campos Cataláunicos fue uno de los choques decisivos en la historia del mundo Occidental”. El mismo autor, quien parece tener por costumbre lanzar afirmaciones categóricas para después rebajarlas de tono, admite que la significación de la batalla consistió más en el triunfo del elemento cristiano en Occidente que en el rechazo del que podría haber sido el golpe que acabar con el legado clásico en estos territorios; una muestra más de la fragilidad de las tesis de Ferril es la afirmación (p. 155) de que un genio militar habría podido solucionar los problemas políticos y militares del gobierno romano occidental en la década de los años treinta del siglo V: revela, sin duda, un excesivo protagonismo concedido a los hechos bélicos antes que a los procesos sociales y económicos que los envuelven.

118 S. Barnish, art.cit., p. 38.

119 S. Bock, op.cit., p. 381.

120 E.A. Thompson, op.cit., p. 104: el jefe huno probablemente representaba a la divinidad entre su pueblo; Jordanes nos cuenta cómo Atila consultó a los dioses antes de la batalla de los Campos cataláunicos; cfr. J-P. Roux, “La religion des peuples de la steppe”, en Popoli delle Steppe..., p. 525; sobre los adivinos hunos, vid. O.J. Maen-chen-Helfen, op.cit., p. 268; Iord., Get., 196, testimonia que uno de los procedimien-tos adivinatorios de los hunos era la escapulimancia o análisis de los huesos raspados de las reses sacrificadas.

121 Para E.A. Thompson, op.cit., p. 204, Atila no fue ni un gran estratega ni un hábil diplomático.

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germanos, romanos o griegos, una suma de rasgos, en fin, que han sido interpretados como los distintivos del fundador de un Imperio Nómada122.

En cuanto a la célebre batalla, supuso, según todas las fuentes que nos hablan de ella, una dura prueba para el Imperio y sus aliados: las pérdidas por ambos bandos fueron muy numerosas y casi permiten hablar de una victoria pírrica por parte del bando imperial: pese a ello, Jordanés, Idacio, Gregorio de Tours, Procopio, Isidoro de Sevilla, todas afirman, aunque con diferentes matices sobre a quién debía atribuirse la clave del triunfo, la aplastante victoria del bando de Aecio123. Sin embargo, la mayor parte de estos autores, por no decir todos, manipulan los hechos en función de un interés propagan-dístico. Por poner algunos ejemplos: Jordanes, Casiodoro y Gregorio de Tours; el primero afirma que Atila pretendía adueñarse de Occi-dente124 y que su ataque iba dirigido principalmente contra los godos antes que contra los romanos, resaltando las buenas relaciones que existían entre estos en la Galia125; el segundo, autor claramente filogó-tico, ve en Atila al precursor de Clodoveo, el gran enemigo de los godos, y los Campos Catalúnicos como la venganza del pueblo de Ermenerico frente a la destrucción de su Imperio por los hunos siglos atrás126; Gregorio de Tours, por su parte, nos habla del hecho

122 R. Grousset, op.cit., p. 121-122.

123 U. Täckholm, art.cit., p. 260 ss. hace un repaso de las fuentes que nos hablan de la batalla, de las cuales sobresale Jordanes por su fiabilidad.

124 E. Cabrera, op.cit., p. 29: Atila marcha a Occidente porque espera obtener la mano de Honoria y, además, por el botín que podía conseguir de una zona que él consideraba menos esquilmada que Oriente; S. Barnish, art.cit., p. 39: Jordanes, que sigue a Casiodoro en su visión de Atila, contempla la invasión de la Galia (Get.,176 ss) como un acontecimiento lleno de dramatismo, y la guerra subsiguiente es dibujada como todo un Armagedón donde se decide el destino de los hombres.

125 U. Täckholm, art.cit., p. 262 ss. “The Getica is primarily a history of wars and the account of the battle on the Catalaunian fields can be considered as its very zenith” (p. 273).

126 S. Barnish, art.cit., p. 41; S. Bock, op.cit., p. 130, n. 296: Casiodoro se vio en la necesidad de justificar la razón por la cual los ostrogodos se vieron sometidos a los

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histórico desde una perspectiva hagiográfica y providencialista, que busca el efectismo representando los Campos Cataláunicos como una batalla decisiva, en la que los francos desarrollaron casi todo el prota-gonismo y minimizando el papel jugado por los godos y por Aecio127. La tendencia a la hipérbole es una constante en los autores de esta época: así, la victoria de Aecio frente a los salios en Vicus Helena, magnificada por Sid. Carm., V, 219-229 como un gran éxito militar, no fue más que una escaramuza128.

En cualquier caso, el peso específico de los hunos en este episodio tuvo más de psicológico que de real: los esteparios eran contempla-dos como invencibles129, y sólo cuando estuvieron encima de la Galia provocaron la reacción de romanos y godos130: el mito ya tenía casi un siglo de existencia y había sido tan bien alimentado por los autores precedentes que ni siquiera la estrepitosa derrota de Atila bastó para refurtarlo. hunos durante tres generaciones. En ese sentido, su visión de los nómadas resulta sumamente hostil.

127 M. Banniard, art.cit., p. 5-38; H.W. Elton, “Defence in fifth-century Gaul”, en Fifth-century Gaul: a crisis of identity?, J.F. Drinkwater, H. Elton, eds., Cambridge 1992, p. 171: fueron los romanos quienes aportaron el grueso de las fuerzas contra Atila, aunque la cooperación de los visigodos resultó de gran importancia; éstos lucharon junto a Aecio porque temían que el triunfo de los hunos conllevaría un duro golpe a su integridad como pueblo asentado.

128 C.R. Whittaker, op.cit., p. 212.

129 S. Bock, op.cit., p. 378-379: se pregunta ingenuamente por qué el poderoso Imperio Romano no rechazó a los hunos; ella misma responde con tres hipótesis que actúan al unísono: 1) al Imperio le resultaba imposible controlar a una pobla-ción poco numerosa y tremendamente móvil a lo largo de un territorio vastísimo; 2) los esclavos hunos mostraron ser inútiles para todo tipo de trabajos civilizados como la agricultura, el servicio doméstico, la enseñanza, la artesanía... 3) los estepa-rios mantuvieron a raya a los belicosos pueblos germanos orientales, a la par que suministraban valiosos mercenarios para el ejército romano.

130 U. Täckholm, art.cit., p. 265; según , G.B. Ladner, “On Roman attitudes towards Barbarians in Late Antiquity”, Viator 7 (1976), p. 5, la romanización de la Galia tuvo tanto éxito que, en tiempos tardorromanos, se convertirá en un punto estratégico, económico y cultural de máxima importancia para el Imperio.

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¿Puede afirmarse, cómo se ha hecho, que el apetito conquistador de aquel líder desembocara en un “international event” (la invasión de 451-452)?131. O si nos centramos en la cuestión de por qué los hunos no entraron a sangre y fuego en Italia como lo había hecho Alarico medio siglo antes, no hallamos ninguna justificación aparente para explicar la retirada del norte de la Península: desde luego, no ten-dremos en cuenta las tesis idacianas de un “estímulo divino”132. La explicación tradicional, la de la embajada del Papa León I, hace aguas allí por donde se mire133. Y aunque no pueda excluirse la posibilidad

131 F.M. Clover, art.cit., p. 112 y 117.

132 F. Giunta, “Idazio ed i Barbari”, Anuario de Estudios Medievales I (1964), p. 493: “Né è da trascurarsi il fatto che Idazio faccia precedere eseguire la narrazione della battaglia dei Campi Catalunici dal racconto di prodigi, cuasi a sottolineare non soltanto la vittoria sugli Unni, quanto forse, la in pace societas fra Aezio e Teodorico”.

133 F. Bertini, art.cit., p. 548 ss: Próspero de Aquitania, 1364 ss., narra que Aecio, ante la inferioridad numérica frente a Atila, contempló la opción de abandonar a Italia a su suerte, opción que rehusó a causa del remordimiento: el gran general es descrito en términos peyorativos, en comparación con la gloriosa gesta de León I. Sin embargo, hay que tener en cuenta que Próspero era notario de la Sede Apostólica y se hallaba muy vinculado al Pontífice, ambos implicados en la lucha contra la herejía; Idacio, Cont.Chr.Hier., 741 ss., no hace ninguna alusión al episodio de la embajada: los hunos derrotados, simplemente, vuelven a casa; en la Chronica Gallica ad annum CCCCLII no se dice una palabra de León; tampoco en Marcellino Comes, quien, al contrario, ve en la muerte de Aecio la causa de la caída del Imperio; Casiodoro, Chron., 1255-1256 apunta que Valentiniano III solicitó al Papa que mediara con Atila para conseguir la paz; para Jordanes, Get., XLII, 223, León acudió a Aquileya mientras el rey de los hunos dudaba si marchar contra Roma o retirarse: el Pontífice aplacó su furia y los hunos se replegaron. Este episodio probablemente se haya inspirado en el fragmento 17 de Prisco, aunque en todo caso la expresión ultra Danubium promissa pace discessit está calcada de Próspero de Aquitania; Paulo Diácono, Hist.Rom., XIV, 11-12, reproduce casi al pie de la letra el testimonio de Jordanes, pero introduce un matiz milagroso en el relato: a Atila no le convencen las palabras de León, sino la aparición, a su lado, del fantasma de un viejo sacerdote que, espada desenvainada en mano, le amenaza de muerte si intenta avanzar contra Roma; en cuanto al Ravenate, fuente del siglo IX, será la sacrificada actitud del obispo Juan de Rávena la que conmueva a Atila y le haga retroceder: el Ravenate, de todos modos, sigue basándose en Paulo Diácono, Jordanes y Próspero de Aquitania. Por último, pero no menos importante, en el epistolario del

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de una legación papal ante Atila para negociar la paz, ni tampoco pueda negarse los resultados positivos de tal misión, no debe olvidarse que los verdaderos artífices de la retirada huna de Italia en el 452 fueron los ejércitos de Aecio y Marciano134, unas fuerzas no tan débiles como se ha presumido135. En esa dirección, “Atila debió de ver ventajas en los argumentos humanitarios del Papa León”136. Sin embargo, se ha argumentado que en la Corte occidental Atila poseía la dignidad de magister militum (título que no hacía justicia a su potencia real), y que los romanos creían que el poder de este dirigente bárbaro era semejante al del emperador de Occidente137. Bien es cierto que tanto ese cargo como el apoyo de Teodosio II desde Constantinopla facilitaban a Atila la tarea de acceder a Honoria y a Italia a través de una conquista incruenta; pero de repente, el líder huno se vio privado de sus apoyos: el 28 de julio del 450 muere Teodosio y le sucede Marciano, un gobernante más cercano a Aecio que a Atila: a éste, bastante debilitado tras sus operaciones occiden-tales, sólo le quedaba el recurso de una operación directa contra el corazón de Italia; pero las presiones conjuntas de Rávena y propio León I no hay ninguna huella de tal embajada. Como conclusión, Bertini explica (p. 556 ss.) que en todas estas narraciones existe un fondo de verdad: en ausencia de una auto-ridad estatal fuerte, la Iglesia se convierte en la gran mediadora ante los bárbaros.

134 G. Zecchini, Aezio: l´ultima difesa dell´Occidente romano, Roma 1983, p. 273 ss; G. Fasoli, art.cit., p. 17: mientras la embajada papal negociaba con Atila, Aecio reclu-taba tropas y su ejército se recuperaba de los efectos de la carestía y de las epide-mias; en contra, R.W. Burgess, “A new reading for Hydatius´Chronicle and the defeat of the Huns in Italy”, Phoenix XLII, 4 (1988), p. 357-363: ni la actividad del enérgico Aecio ni siquiera la intervención de una fuerza del Imperio del Este explican la retirada de Atila de Italia.

135 A. Ferril, op.cit., p. 154: “¡Cuánto había caído el antes poderoso ejército! Cien años antes el ejército romano había sido la fuerza de combate más eficiente sobre la faz de la tierra. En tiempos de Atila era tan despreciable que se la podía ignorar en el combate real”; H.W. Elton, art.cit., p. 170 destaca la enorme movilidad del ejér-cito de Aecio.

136 A. Ferril, op.cit., p. 150.

137 J. Harmatta, art.cit., p. 164.

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Constantinopla le impidieron otra cosa que no fuera un avance de saqueo por el valle del Po y y el norte de la Península antes de retirarse hacia el Danubio138.

Una obra reciente e innovadora, la de Averil Cameron, defiende, sin embargo, el peso específico de los hunos en la desarticulación política del Occidente latino: “un peligro que quedó conjurado a la muerte de Atila”139. Hacer depender el factor desencadenante de la “ruina del Imperio Romano” de una figura individual, aunque se trate del mismísimo Atila, supone un ejercicio de ingenuidad francamente desolador.

Tengamos en cuenta que “el nacimiento de un Estado no se debe al impacto pasajero de un genio organizador, sino a un lento proceso de disgregación en el seno de la organización tribal en el transcurso del cual la sociedad tribal se transforma en sociedad de clases. Por esto, está totalmente fuera de lugar decir que después de la disolución del Imperio de Atila, la sociedad volviera al estado más primitivo de la organización tribal”140. Tras este hito significativo, los hunos no desaparecen de la Historia, sino que continúan habitando las estepas

138 G. Zecchini, “Attila in Italia: ragioni politiche e sfondo “ideologico” di un´invasione”, Aevum 1993, p. 189-198: se frustraban, así, los planes de Gala Placidia de revitalizar la fórmula ensayada por ella misma, años atrás, de la unión de una Gothia y una Romania para sacar al Imperio de su crisis; al no casarse Atila con Honoria este proyecto de fusión de los mundo extra e intraliminares se fue al traste.

139 Av. Cameron, op.cit., p. 210.

140 J. Harmatta, art.cit., p. 141; según este autor, p. 137 ss., buena parte de la culpa de esta concepción la tiene la obra de Jordanes, que ha pesado bastante en todos los estudiosos del mundo huno. Jordanes nos presenta el espectacular contraste entre el tamaño que llegó a alcanzar el imperio de Atila y el repentino declive de su poder (algo ratificado por Prisco), contraste que el clérigo explica por el papel jugado por los godos y a través de la rebelión, en cadena, de todos los pueblos sometidos, tras la muerte de aquél: en realidad, concluye el húngaro, Jordanes trató el tema de forma muy superficial y sólo describió los síntomas externos de la disolución del poder de los hunos, sin profundizar en las causas reales.

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de Europa oriental en la misma forma que lo habían hecho casi un siglo antes141.

En la propia organización social, y en su desarrollo, de los hunos se ha querido ver la causa de su rápido declive. E.A. Thompson explica su evolución en los siguientes términos: a partir de una socie-dad guerrera nómada y estructurada en pequeños grupos de no más de 50 individuos cada uno (liderados por jefes, distinguidos por sus proezas, que cesan en sus funciones en tiempos de paz), el someti-miento de otros pueblos142, como los godos, provocó que una gran cantidad de recursos agrícolas hiciera posible la creación de estruc-turas militares más potentes; la estratificación social huna se trans-formó en dirección a la concentración del poder, hasta desembocar en la figura autoritaria y despótica de Atila: la explotación de los pueblos sometidos, condición vital para los asiáticos, conllevó trau-máticos cambios en la cultura material, lo cual trajo consigo una diferenciación social entre grupos acomodados que disfrutaban de esos bienes y una masa empobrecida ajena a los mismos. Para satis-facer estas nuevas necesidades, la élite huna se vio obligada a mantener el sistema de conquistas, ya que se había establecido una dependencia absoluta de la producción de los pueblos sometidos, abarcando un ámbito territorial cada vez mayor, llegándose a un punto en que el enorme grado de dispersión de su control facilitó que las comunidades subyugadas se sacudieran su dominio143. Al verse privados de los recursos agrícolas, la organización militar conseguida

141 J. Harmatta, art.cit., p. 135-136.

142 Resulta increible que pequeños grupos hunos, operando de forma independiente, consiguieran someter a grupos mayores como los godos o los alanos: vid. O.J. Maenchen-Helfen, op.cit., p. 12-13; J.F. Matthews, op.cit., p. 339-340. Este último autor (p. 44-45) considera que los hunos se unían en tiempos de guerra.

143 Suscrito por A.D. Lee, op.cit., p. 31.

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se vino abajo y la organización social retrocedió hasta los niveles tribales de finales del siglo IV144.

Harmatta ha criticado esta teoría, basándose en los siguientes puntos145: 1) Thompson se apoya demasiado en Amiano Marcelino, testimonio no adecuado para pergeñar una evolución de la sociedad huna, ni siquiera como punto de partida. 2) El registro arqueológico de la zona del Volga demuestra que los hunos habían sobrepasado, a finales del siglo IV, un estadio económico pastoril y habían llegado a una estructura social con claras diferencias, basadas en la propiedad y en la agricultura146, en su seno. 3) La presentación de la organización social de los hunos del británico es demasiado esquemática y estática: “cree que la familia era la unidad básica de la sociedad de los hunos. Varias familias formaban un “aul”, varios auls un clan, varios clanes una tribul y el “il” o pueblo se componía de varias tribus”147. Partien-do de esta base, Thompson aprecia que el Imperio huno se formó gradualmente a partir de auls y que, tras la muerte de Atila, se volvió a este estado inicial” (p. 141). 4) En ningún momento se realiza un análisis detallado del desarrollo social huno, ni se examina de forma seria el problema de la aparición de las clases sociales, siendo insuficiente para ello la idea de la aparición de la concentración del poder militar a partir de los excedentes de los pueblos sometido. 5) No presta atención al desarrollo de las sociedades de tales pueblos sometidos, ni al peso del dominio de los hunos en este desarrollo, ni que importancia tuvo dicha evolución en el proceso de declive del Imperio huno. Termina concluyendo el húngaro: “La condición

144 E.A. Thompson, op.cit., p. 41 ss. y 161 ss.

145 J. Harmatta, art.cit., p. 140 ss.

146 O.J. Maenchen-Helfen, op.cit., p.178; A. Bartha, art.cit., p. 162 ss, habla de estruc-turas similares al feudalismo; S. Bock, op.cit., p. 364, se inclina por un “nomadismo encerrado”, que combinaría modos de vida nómada con la sujeción a leyes propias de un Estado, en función de los ciclos económicos de las migraciones estacionales para buscar pastos.

147 E.A. Thompson, op.cit., p. 44: el autor piensa que habría unos diez clanes por tribu.

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previa a toda explicación consiste en definir las condiciónes sociales del Imperio de Atila”.

¿Podemos pensar, más bien, que si hubo alguna migración masiva a través del Danubio ésta no fue motivada por el “efecto carambola” provocado por los hunos, sino más bien por las necesidades mate-riales de pueblos que buscan tierras que cultivar148 y que, por tanto, se filtrarían por el limes de una manera gradual, lenta y, hasta cierto punto pacífica? ¿Cómo entendemos, entonces, el espectacular suceso de Adrianópolis?

La figura de Atanarico, el líder zervingo que huye de su tierra ante el empuje de los hunos (XXXI, 3, 7-8) para terminar en la mismísima Constantinopla como huesped de honor de Teodosio puede aclarar-nos algunas ideas. Este personaje fue contemplado por las fuentes contemporáneas149 como la manifestación más evidente del someti-miento del mundo bárbaro a Roma. Sin embargo, es Zósimo (IV, 34, 3) quien plantea que este dirigente godo huyó con sus partidarios de la región que ocupaban a causa de la intención de Fritigernio de eliminarlo. Luchas intestinas entre los visigodos pueden explicar, por

148 S. Bock, op.cit., p. 146-147; J.M. Alonso-Núñez, “Jordanes y la emigración y fama de los godos”, M.H.A. XI-XII (1990-1991), p. 215-218, señala esa motivación para los godos (reflejada en su mitología) a la hora de abandonar su tierra natal escandinava. Tal vez esa decisión, que les llevaría hasta el Danubio en un vagar errante en busca de un lugar definitivo donde establecerse, sea la que deba presidir los aconteci-mientos de Adrianópolis. En SHA, Marc.Aur., XIV, 1 se nos dice que los bárbaros danubianos de mediados del siglo II solicitaron a Roma el poder establecerse dentro del Imperio para cultivar Tierras y escapar, así, de la presión de otros pueblos: M. Ichikawa, “The Marcomannic Wars: a reconsideration of their nature”, en Forms of control and subordination in Antiquity, T. Yuge, M. Doi, eds., Leiden-New York-Kobenhavn-Köln 1988, p. 254 cuestiona estas motivaciones y sólo ve un parelelismo entre los marcomanos y los godos de Adrianópolis (¿tal vez por influencia de Amiano?).

149 Para la figura de Atanarico en diversos autores tardoantiguos, vid. M. Cesa, art.cit., p. 81-84; T.S. Burns, op.cit., p. 79 ss.

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tanto, que se dieran movimientos de población hacia lugares segu-ros150.

La antítesis fundamental entre los civilizados y los bárbaros la constituían las hordas nómadas, de entre las cuales las hunas eran las grandes desconocidas para el Imperio151, pueblo que provocaba extra-ñeza entre los literatos y estadistas romanos152. En suma, los hunos eran, para Amiano y tantos otros autores tributarios al respecto del antioqueño, los más primitivos, en todas sus estructuras, y los más agresivos de entre las externae gentes. En este sentido, el retrato de los hunos en Amiano, confuso y, hasta cierto punto, trenzado a duras penas o inventado, nos presenta a un pueblo subhumano, bestial, con unas costumbres y un comportamiento totalmente opuesto al de los romanos153.

En ayuda de la idea de la falsedad del testimonio amianeo viene el fragmento 8 de Prisco, en el que nos narra como conoció a un mer-cader griego, que prisionero de los hunos, fue liberado con el tiempo, aunque optó por quedarse a vivir con ellos, y terminó luchando contra romanos y escitas como un huno más. Las razones que esgrimía el antiguo comerciante apuntaban a que entre los nómadas asiáticos se vivía con mayor tranquilidad y libertad que en el Imperio, la igualdad ante la ley y la seguridad así lo garantizaban. La sociedad huna, por tanto, se caracterizaría por un elevado grado de igualitaris-mo154. No existía, entre ellos, un rey155, sino que eran dirigidos por

150 Sobre las luchas entre líderes godos por el poder vid. P. Heather, op.cit., p. 314-315.

151 G.A. Sundwall, “Ammianus Geographicus”, AJPh. 117, 4 (1996), p. 630: “Although different from Romans, Persians belonged to the world of the familiar, whereas the Huns, untamed men with an inhuman desire for plunder”.

152 A. Alföldi, “The moral barrier of Rhine and Danube”, en The Congress of Roman Frontier Studies, Ed. by E. Birley, Durham 1949, p. 12.

153 C. King, C., art.cit., p. 82-83.

154 A. Carile, art.cit., p. 78-79: la idealización de la justicia y el grado de igualitarismo de los escitas. contrario a la autocracia de reyes como Ciro o Alejandro Magno, es

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primates156 tumultuosos (Amm., XXXI, 2, 7). La ausencia de esclavitud que señala el antioqueño no sería tal, sino más bien se daría un tipo de esclavismo muy rudimentario: según Prisco, los asiáticos diferen-ciaban entre los siervos propiamente dichos y los prisioneros de guerra romanos, por los cuales se pedía un rescate157. Si acudimos a un paralelismo con otra sociedad nómada, la de los escitas, descubrimos que la utilización del trabajo esclavo existía158, pero no constituía la base de la producción, no sobrepasando el ámbito doméstico159. Obsérvese que lo mismo puede inferirse del caso de los

un tópico literario desde los tiempos de Éforo; vid. W. Richter, art.cit., p. 361 sobre el pasaje XXXI, 2, 25.

155 A. Bartha, art.cit., p. 165: durante los 40 años en que los godos estuvieron sometidos a los hunos, no se les permitió que eligieran un rey.

156 S. Bock, op.cit., p. 367-368: los lógades (optimates), eran personajes notables de la sociedad huna sobre los que el rey delegaba poder de representación: reclutaban y comandaban tropas, se encargaban de que los tributos fueran pagados, regulaban el comercio y la diplomacia y, en función del carácter estratégico del territorio que controlaran, tenían mayor o menor peso dentro de la escala de mando; para O.J. Maenchen-Helfen, op.cit., p. 92 ss., no constituían una clase social.

157 J. Harmatta, art.cit., p. 148, 173 ss: según este autor, la esclavitud huna tenía un carácter patriarcal, con lo que el esclavo manumitido seguía vinculado a su antiguo amo. “La esclavitud formaba parte del sistema social de los hunos. Pero en ningún momento sobrepasó los límites de la esclavitud patriarcal, de la misma manera que la economía de los hunos no sobrepasó nunca el estadio de la producción necesaria para satisfacer sus necesidades”.

158 Según las fuentes clásicas, la esclavitud no faltó en las sociedades nómadas. Hdt., IV,2 y 14, habla de la esclavitud de los escitas desde el prisma de la esclavitud griega; en IV, 72 señala que no poseían esclavos comprados; Aten., XII, 27 hace notar la crueldad de los escitas con sus esclavos, consistente en mutilaciones y vejaciones variadas; Strab., XI, 2, 3 nos relata que una parte de los esclavos escitas se enviaba a los mercados griegos.

159 A. Kazanov, “Características de la esclavitud entre los escitas”, en Formas de explotación del trabajo y relaciones sociales en la Antigüedad Clásica, Madrid 1979, p. 126-146. El autor admite un Estado escita ya en la segunda mitad del siglo V aC., un Estado no esclavista, sino más bien perteneciente al grupo de las primeras sociedades de clase, apoyado en diferentes formas de explotación: el fenómeno tributario, la esclavitud y la dependencia por sometimiento: el primero sería la

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isaurios (cuya descripción guarda ciertos puntos en común con la de los hunos, dicho sea de paso): el antioqueño nada nos dice al res-pecto, pero en cuanto que, según XIV, 2, 2, nunca tomaban prisio-neros de guerra, puede deducirse que no conocían la esclavitud160. Éste es, sin duda, el gran pecado bárbaro161, el que, desarrollado en su plena autenticidad, califica al enemigo de la civilización por anto-nomasia: los isaurios se hallaban dentro del Imperio y nuestro histo-riador deja pasar el dato; pero los hunos, a centenares de kilómetros del Danubio, podían convertirse en un excelente referente del comportamiento bárbaro en estado puro.

Naturalmente, para los hunos no podemos hablar de un iguali-tarismo social en sentido lato162. En la sociedad huna existían difen-cias, a veces complejas. Los jefes163 ejercen su liderazgo, domi militiae-

principal, y se definiría fundamentalmente por “la no integración en la estructura socioeconómica de la colectividad dominante” (p. 143).

160 N. Santos, “Algunos problemas sociales en Asia Menor en la segunda mitad del siglo IV d.C. Isaurios y maratocuprenos”, H.Ant VII (1977), p. 359.

161 N. Santos, art.cit., p. 375-376, aplica el mismo sentido para los maratocuprenos, claro exponente, para el autor, de lucha de clases en el Imperio Romano: descontentos contra la administración romano, manifiestan su resistencia con el bandolerismo y la insurrección (XXVIII, 2, 11). Para Amiano son “seres rastreros que no presentaban valores de ningún tipo, quizás por constituir un grupo que intentaba reivindicar algo, a lo que, para el antioqueño, muy imbuido del impe-rialismo romano, no tenían por qué aspirar”; S. Mazzarino, “¿Se puede hablar de revolución social al fin del mundo antiguo?”, en M. Bloch, et alii, La transición del esclavismo al feudalismo, Madrid 1976, p. 133 ss, aplica la misma idea a la dura visión del comunismo de la secta oriental de los mazdaquitas.

162 A. Bartha, art.cit., p. 163: los nómadas no poseen la tierra en propiedad, es el contagio de las comunidades sedentarias sometidas el que genera la diferenciación social.

163 E.A. Thompson, op.cit., p. 44-45 rechaza que los hunos tuvieran reyes. Estos jefes, iudices, eran elegidos por la comunidad: vid. Amm. XXXI, 2, 25; P. Heather, art.cit., p. 121, el liderazgo huno en tiempos del cruce del Danubio por los godos era individual, pero esta apreción se basa en un error de ciertos pasajes amianeos; sobre la equivalencia que los autores griegos establecen entre los términos

rex, vid. O.J. Maenchen-Helfen, op.cit., p. 376-377.

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que, en función de su riqueza y posición social164, pero sin un poder omnímodo y siempre condicionados por la colectividad. Sin embar-go, y también vale esto par los alanos, aquélla es una sociedad no jerarquizada165, donde el patrón “talento” tuvo que ser más fuerte que el patrón “linaje” y la movilidad social, si podemos hablar de este fenómeno en tales circunstancias, resultaría más fluida que en una cultura como la romana.

Ya que hemos cuestionado el hecho de una avalancha huna que actuara como elemento motor de las migraciones de pueblos hacia el Imperio Romano166, también vendría a colación el hablar sobre el famoso concepto de “Völkerwanderung”: durante mucho tiempo ha sido la explicación a la caída del Occidente latino. Un gran estudioso de los bárbaros, W. Goffart, ha escrito no hace mucho que “at no time in Antiquity, early or late, was there a collective hostility of Barbarians towards the Empire or a collective purpose to tear it down”. En cualquier caso, continúa el anglosajón, los distintos pue-blos bárbaros se hallaban tan dispuestos a agredirse mutuamente como a atacar a Roma167.

Resumiendo: para los autores tardorromanos, sobre todo para los cristianos, los hunos vinieron a sustituir al bárbaro clásico, que a lo largo de los siglos, y en función de las circunstancias históricas, siempre halló un relevo adecuado: en primer lugar fue el galo (celta); más tarde, cuando éste fue absorbido y medianamente aculturado, le

164 J. Harmatta, art.cit., p. 154.

165 N. Santos Yanguas, art.cit., p. 23 ss; S. Bock, op.cit., p. 142: “Aunque existía un cierto distanciamiento entre el “grupo que gobernaba” y los “plebeyos”, esta dife-rencia en posición social y riqueza no alcanzaba el nivel que caracteriza una división en clases sociales”.

166 D.R. Abbot, Germanic attitudes toward the Roman Empire, San Diego, microforma, 1978, p. 26-27, incluso se ha esgrimido como causa del masivo reclutamiento de germanos en el ejército imperial

167 W. Goffart, art.cit., p. 5.

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sucedió el germano tranrenano168 y poco después el britano169 y, finalmente, a raíz de la crisis del siglo III, el godo se convirtió en el enemigo extraliminar por antonomasia, en el bárbaro de entre los bárbaros; pero cuando éste se halla en vías de cristianización, salvan-do por tanto la contradicción del proceso de la conversión y con-servando la utilidad de orden interno del barbarus, se requiere otro adversario que cubra el hueco dejado por los germanos: y ése es el nómada asiático, el huno170; la condición del nómada, en los autores eclesiásticos, es aquella primitiva que caracterizó a los hombres tras el pecado original171, calificado con términos como fusius vagari, que marcan una situación extrema de falta de autocontrol materializada en el nomadismo172 que, en ocasiones, se traduce en destructivas razzias (vid. Amm., XVI, 11, 3; XXI, 3, 1; XXXI, 8, 9; 10, 21)173. Siguiendo las reglas de este proceso, en el siglo VI los hunos, ya carentes de importancia en el panorama político de Europa, serán sustituidos por

168 R. Chevallier, Rome et la Germanie au Ier siècle de notre ère, Bruxelles 1961, p. 12: “Dans le subconscient populaire et même pour la science ethnographique représen-taient “les peuples du Nord”. Une fois que l´on fut bien assuré de la fidélité des Gaules, le Germain remplaça le Gaulois comme type de “l´ennemi héréditaire” et du “barbare”, encore que ce mot ait rarement à Rome la valeur foncièrement méprisante et aristocratique du terme grec”; p. 27: “Les caractéristiques des Ger-mains sont celles des Gaulois, simplement poussées à l´extreme”.

169 D.B. Saddington, “Roman attitudes to the externae gentes of the North”, A.Class. IV (1961), p. 100-101.

170 S. Bonani, art.cit., p. 132, considera a los hunos como ocasionales artífices de la ruina del Imperio: vid. XXXI, 15, 3. Cuando Gregorio de Tours describe a los ávaros, lo hace a la manera de los hunos e incluso llega a confundirlos con ellos (H.F., IV, 23, 29); G. Fasoli, art.cit., p. 24 ss: asimismo, la literatura de la corte carolingia presenta las guerras francas contra los ávaros como una cruzada contra paganos, dado que éstos solían saquear, con frecuencia, iglesias y monasterios.

171 A. Carile, art.cit., p. 70; idea que vemos claramente en Eus., Hist.Eccl., I, 2, 19.

172 N. Santos Yanguas, art.cit., p. 28 ss.

173 R. Seager, Ammianus Marcellinus. Seven studies in his language and thought, Columbia 1986, p. 46.

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otro “gran adversario”: los búlgaros174. Esta idea del “relevo de la barbarie” cobra todo su sentido en una ideología romana de la fron-tera que contempla a un Barbaricum siempre inferior al Imperio, y que se resiste a aceptar un poder igual a éste en el exterior: personajes conservadores como nuestro Amiano consideraban que cualquier alteración de la balanza constituía un desastre175.

“Da Alarico ad Ataulfo, da Teodorico I ad Eurico, nel bene e nel male, i Visigoti furono parte integrante dell´ Occidente tardoantico, romano-germanico e cristiano; Attila, personalità certo eccezionale e, per certi aspetti, affascinante, temibile condottiero, a suo agio anche nei sottili e “bizantini” intrighi della politica, interlocutore per quasi vent´anni delle due partes imperii, rimase pur sempre un´effimera meteora”176.

Para los autores paganos como Amiano, los hunos constituyen la máxima expresión de la barbarie, la tipificación de aquellos modos de conducta que contradicen la preeminencia de las élites sociales del mundo romano o, lo que es lo mismo, aquellos modos de conducta que el hombre civilizado debía evitar a toda costa, una vez que los germanos, por aculturación, ya no podían asumir ese rol. Y precisa-mente en la época del antioqueño a los grupos de poder les interesaba dejar bien claro estas directrices. El huno, inventado, constituía sin duda alguna el mejor apoyo al respecto. En otras palabras:

“La immagine dei popoli nomadici delle steppe messa a fuoco nella etnografia bizantina fra il IV e il IX secolo, sotto la etichetta antiquaria di “Sciti” non dipende tanto dalla recezione di osservazioni dei viaggiatori quando da una ela-borazione etnologica ideologicamente orientata a sottoli-

174 S. Barnish, art.cit., p. 42: Jordanes, para quien el huno es el anti-godo (Get.,121 ss), formula esta idea en Get. 37, 119.

175 Y.A. Dauge, op.cit., p. 346; C.R. Whittaker, op.cit., p. 195.

176 G. Zecchini, art.cit., p. 198.

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neare la inferiorità civile del sistema di vita nomadico caratterizzato oltre che dal nomadismo dalla poliarchia tribale, con un metodo di governo punitivo efficiente ma senza consenso e da una micciosa esuberanza numerica, la polyanthropía. Il sistema de vita centrato sul posseso dei cavalli, base dell´alimentazione e base del sistema militare; e sulla guerra come fonte di arricchimento; è il fondamento di una irriducibilità civile dei popoli nomadici alle attività che caratterizzano la civiltà umana, in una sorta di indipendenza civile prima che politica”177.

Se ha escrito de Amiano que es “the most impartial of ancient historians”178. Aquí lo hemos tratado, justamente, como todo lo contrario: y en su visión del huno hallamos la justificación más clara para defender esta afirmación.

177 A. Carile, art.cit., p. 69. L. Racionero, El Mediterráneo y los bárbaros del Norte, Barcelona 1985, p. 29: “El nómada no puede refinarse porque su vida móvil le impide materialmente hacerlo, y por ello, en el curso de la Historia, el nómada de las estepas boreales y desiertos ha sido reserva bárbara de los mediterráneos templados de Oriente y Occidente”.

178 A. Cameron, op.cit., p. 23; J.M. Alonso-Núñez, op.cit., p. 28 remarca la honradez de Amiano.

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Cultura y romanidad en las Res gestae de Amiano Marcelino.

Publicado en Hispania Antiqva XXV (2001), p. 305-318.

La figura del bárbaro, inherente a la esencia de la civilización grecolatina, se caracterizaba por ser la imagen especular del hombre mediterráneo, particularmente en tiempos de la antigua Roma. Si el romano era un ser mesurado, que vivía en ciudades, cultivaba cereales y vides en la llanura, se atenía a un código legal y vestía la toga, por citar algunos paradigmas clásicos del individuo civilizado, el bárbaro era presa fácil del salvajismo irracional, se empecinaba en un alocado nomadismo, carecía de leyes y ensalzaba la anarquía más absoluta, comía carne cruda regada con tosca cerveza y se ataviaba con pieles1. Naturalmente, esta imagen no sólo se aplicaba a los que vivían más allás de los distintos limites imperiales para definir la amenaza de los enemigos externos: sobre todo contribuía a definir, por oposición y contraste, al propio romano ideal o, si se quiere, al romano disidente y peligroso para el orden establecido.

Pues bien, uno de los más significativos rasgos de la barbarie consistía en la incapacidad intelectual -algo que ya observamos en el mismo concepto original, el griego- del bárbaro. Ya Heráclito defen-dió que la formación cultural se revelaba como un claro distintivo del que no es bárbaro2. Expresado de otra manera, en su origen griego la

1 Abundando en esta sistematización de los vicios barbáricos: Y.A. Dauge, Le Barbare. Recherches sur la conception romaine de la barbarie et de la civilisation, Bruxelles 1981, p. 654 ss.

2 I. Weiler, “Greek and non-Greek world in the Archaich period”, G.R.B.S. 9, 1 (1968), p. 24-25; vid. Heracl., A 16.

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palabra “bárbaro” surgió como una onomatopeya: la del balbuceo de ciertos pueblos foráneos que, además, se consideraba como un sínto-ma inequívoco de infantilismo o de escasa instrucción3. Así, Barbarus e imperitus se convierten en sinónimos en los autores clásicos desde Julio César a los autores cristianos del siglo V4.

No tenemos testimonios de que los germanos supieran escribir siquiera durante la época de Tácito (Germ., 10, 1)5. Marcial denigraba a los bátavos escribiendo de ellos que eran incapaces de adquirir finura literaria (VI, 82, 6); Dión Casio (LXXII, 5) nos habla de un prefecto del pretorio, humilde soldado danubiano que había ascendido en el escalafón del ejército, que tenía un pobre conocimiento del latín; asimismo, en LXXV, 2, cuenta que los ciudadanos romanos difícil-mente podían entender a los soldados ilirios de Septimio Severo. Y Ausonio igualaba a los ignorantes y a los bárbaros como aquéllos que “desconocen lo justo y las sagradas costumbres” (Lud.Sept.Sap., VIII, 1-9)6.

Pero tampoco formar parte de los grupos sociales privilegiados del Imperio equivalía a poseer una buena formación. En C.I., X, 31, 6, el legislador de época de Diocleciano admite a analfabetos en el estatuto curial. Bien es cierto que la función pública tardorromana llegó a nutrirse de personas cuya capacitación no siempre viene perfi-lada por el talento en la gestión de los asuntos políticos, económicos

3 E. Lévy, “Naissance du concept de barbare”, Ktema 9 (1984), p. 9.

4 Prud., Contra Symm., II, 816-819; Salv., De Gub.Dei., V, 2; Ep. II, 1, 2.

5 E. Auerbach, “La prisión de Petrus Valvomeres”, en Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, Méjico 1975, p. 78; “Los germanos no estaban en condiciones de captar el carácter racional de la lengua latina y su fina malla sintácti-ca, a pesar de todo su reverencial respeto por la cultura antigua”.

6 Alusiones ausonianas a un estilo literario “bárbaro” las hallamos en Ep., I, 1-5 y VI, 15-20; Av. Cameron, El mundo mediterráneo en la Antigüedad Tardía, Barcelona 1988, p. 150: “La literatura de la Antigüedad Tardía imponía unas categorías fijas de pensamiento, y en particular imposibilitaba una percepción realista de las relaciones mantenidas con los pueblos bárbaros, a los que por definición se atribuía una absoluta falta de cultura”.

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o administrativos, sino que se acredita mediante la facilidad para recitar a Cicerón, para componer versos o para construir un panegírico que defienda la legitimidad del emperador de turno7. Sin embargo, el panorama venía cambiando desde la crisis del siglo III, a partir de la cual el necesario talento práctico de los provinciales comenzó a desbancar a la ilustrada alcurnia de los senadores: es el caso de los panonios que asesoraban a Valentiniano I, auténtica burocracia de profesionales cuya razón de ser estriba en la negación de los privilegios de la nobleza senatorial, vinculados al emperador por una profunda lealtad8. Los mismos panonios que Amiano vituperará en sus R.G.9. Esa influencia, de cualquier modo, duró relativamente poco, el tiempo justo que Graciano emplearía en consolidarse en el trono: después los eliminaría de la escena política en favor de los senadores (a los que en aquellos momentos tan delicados necesitaba)10. Los consejeros de su padre fueron sustituidos por miembros de las altas clases galas, entre los que sobresale la figura de Ausonio11.

7 A. Wallace-Hadrill, “The emperor and his virtues”, Historia, 30 (1981), p. 317-318.

8 J.F. Matthews, Western aristocracies and imperial court, AD. 364-425, Oxford 1975, p. 39-40.

9 T.D. Barnes, Ammianus Marcellinus and the representation of historical reality, Ithaca-London 1998, p. 111, señala el caso de Vivencio, un panonio que llegó a la prefectu-ra de Roma y que se caracterizó por ser integer et prudens (XXVII, 3, 11); según el autor, este caso sólo quiere resaltar la paradoja de un panonio bienintencionado.

10 H.S. Sivan, Ausonius of Bourdeaux: genesis of a Gallic aristocracy, London 1993, p. 125; para P. Anderson, Transiciones de la Antigüedad al Feudalismo Madrid, 1980, p. 100, esta restitución política de la plutocracia senatorial “destrozó gradualmente todo el aparato defensivo que había constituido la preocupación fundamental de los emperadores militares desde Diocleciano”.

11 K. Hopkins, “Social mobility in the Later Roman Empire: the evidence of Ausonius”, CQ 11 (1961), p. 238 ss; J.F. Matthews, op.cit., p. 54-55; R. Étienne, et alii, Ausone, humaniste aquitain, Bordeaux 1968, p. 49: Ausonio se comportaría como un vice-emperador, que tendía, incluso, a extender sus ambiciones a la parte oriental del Imperio, ejerciendo una influencia considerable sobre el joven príncipe.

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La débil formación cultural en un miembro del grupo senatorial es algo que sorprende: si precisamente existía un estrato de población con acceso a la cultura en el mundo romano, ése fue el de la aristo-cracia. La faceta del otium, patrimonio exclusivo de la élite social, contemplaba distintas subfacetas, todas ellas edificantes: las dos más apreciadas eran la del otium literatum y la del officium honestum (basada, ésta, en el estudio, en la correspondencia con los amigos, en el segui-miento de los trabajos de la villa, etc.). Dentro del elogio a la cultura que implica esta forma de vida, el aprecio de la elocuencia es la mani-festación más clara del amor studiorum12. Cualquiera de estas activi-dades era preferible a otras como la caza13.

En lo que atañe a las R.G, la obra que aquí nos ocupa, puede afirmarse que “el ideal moral que representa Amiano es el de la clase elevada de su época, la sobrietas entendida como correción moral y dignidad intelectual: aprecia la cultura y la erudición; pero ésto sólo vale para la clase elevada”14. En efecto, la confianza del historiador en

Lo mismo nos relata Amiano Marcelino (XXXI, 10-18); W.H.C. Frend, “Paulinus of Nola and the last century of the Western Empire”, J.R.S. 59 (1969), p. 7: a principios del siglo V, los eruditos paganos (al estilo de Símaco o de Ausonio) serían desbancandos por hombres moldeados en los clásicos, pero de una intensa y severa religiosidad cristiana; la ortodoxia abrirá las puertas de la función pública y la antigua tradición epistolar entre amigos se verá inundada de temas piadosos.

12 V. Neri, “L´elogio della cultura e l´elogio delle virtù politiche nell´epigrafia latina del IV secolo D.C.”, Epigraphica XLIII (1981), p. 177.

13 S. Roda, “Fuga nel privato e nostalgia del potere nel IV secolo dC.: nuovi accenti di un´antica ideologia”, en La parte migliore del genere humano. Aristocrazie, potere e ideologia nell Occidente tardoantico, a cura di S. Roda, Torino 1994, p. 263-264; aunque autores como Aus., Ep., X, 29-30 o Symm., Ep., I, 3, alaban la retirada al campo para huir del ajetreo de la plebe en las ciudades.

14 M. Martínez Pastor, “Amiano Marcelino, escritor romano del siglo IV. Perfil literario”, Estudios Clásicos 34, 102 (1992), p. 112; P.M. Camus, Ammien Marcellin. Témoin des courants culturels et religieux a la fin du IVe siècle, Paris 1967, p. 109: “L´homme parfait doit être à la fois eruditus et sobrius”; vid. Amm., XIV, 6, 15; para la reacción de los intelectuales griegos (Libanio, Juan Crisóstomo) contra la pobreza intelectual de funcionarios y oficiales de su tiempo, vid. p. 52-53.

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la cultura, en la virtud salvadora de las letras, impregna toda su obra15. Ésta es una premisa típica de la literatura tardoantigua. Ya los panegiristas del gobernante tardorromano añadieron la protección que éste brindaba a la educación a la larga lista de atributos que caracterizaban al buen príncipe16. En principio, el que un soberano destacara por sus dotes guerreras no era incompatible con su interés por la educación y la cultura. Ahí tenemos al Septimio Severo que nos describe Dión Casio (LIV, 3), que igual escribía en latín que en griego o, incluso, en púnico. También Eutropio, un autor poco interesado en la formación de los emperadores, nos recuerda el interés del africano en la literatura y la filosofía (VIII, 19). Tal presupuesto ya lo rastreamos en Isócrates, quien defendía que el príncipe ideal debía estar versado en la paideia griega y elevarse como una especie de héroe cultural frente a la barbarie17. Lo contrario se materializaba en figuras como las de Maximino el Tracio, “litterarum fere rudis” según Aurelio Víctor (Caes., XXV, 1). Asimismo, el orador Temistio dejó bien claro que el emperador, como suprema autoridad del Estado, debía poseer una educación esmerada (Or. XXXI, 352), y que el gobernante ideal podía enfrentarse a los bárbaros con excelencia moral antes que con maestría en la guerra18. Precisamente, uno de los puntos que se remarca en las R.G. es la superior formación de Juliano respecto a los restantes emperadores19, tan distante de la tosquedad de los gober-

15 I. Lana, La storiografia latina del IV secolo dC., Torino 1990, p. 68; C. Di Spigno, “Limiti e pregi della storiografia di Ammiano Marcellino”, Atti della Accademia Nazionale dei Lincei V (1950), p. 393.

16 L.K. Born, “The perfect prince according to the Latin panegyrist”, AJPh. 55 (1934), p. 23.

17 L. De Blois, “Traditional virtues and new spiritual qualities in Third Century views of Empire, emperorship and practical politics”, Mnemosyne XLVIII, 2, (1994), p. 167.

18 L.J. Daly, “The Mandarin and the Barbarian: the response of Themistius to the Gothic challenge”, Historia 21 (1972), p. 363.

19 N. Santos, “Juliano y Teodosio: ¿la antítesis de dos emperadores?”, M.H.A., XV-XVI (1994-1995), p. 187; A. Selem, “A proposito della figura de Giuliano in Am-miano”, Quaderni dell´Instituto di lingua e letteratura latina della Facoltà di magisterio

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nantes balcánicos del siglo IV, afectados por un “complejo de inferioridad” que les hace delegar la educación de sus hijos en ilustres eruditos y eminentes rétores, como es el caso de Ausonio, para borrar ese carácter semiagreste que comienza definiendo sus dinastías20. Juliano, en cambio, es el emperador-filósofo que prefiere, desde que declamara sus panegíricos a Constancio, el honrado conocimiento que ofrece la filosofía a la artificiosidad de la retórica21. Su disposición hacia esta disciplina incluso, le hará acreedor a las críticas de Amiano, quien no veía con buenos ojos la influencia que los filósofos de su séquito ejercían sobre él22.

Pero ni mucho menos todos los personajes notables del que el antioqueño nos habla compartían ese amor por la cultura de Juliano.

dell´Università degli Studi di Roma 1 (1979), p. 134 ss: Amiano no se extiende mucho sobre la producción literaria de Juliano; alaba, sin embargo, su educación (XV, 8, 10; XVI, 1, 5; 5, 6-8); destaca el antioqueño el gusto por la Historia de Juliano (XVI, 5, 7). I. Lana, “Ammiano Marcellino e la sua conoscenza degli autori greci”, en Politica, cultura e religione nell Impero Romano (secoli IV-VI) tra Oriente e Occidente, Atti del Secondo Convegno dell´Associazione di Studi Tardoantichi, Napoli 1993, p. 38: la trascendencia de Juliano es tan grande en las R.G. que los autores griegos citados en la misma por Amiano fueron los que más influyeron en la obra o en la forma-ción del emperador.

20 Vid. A.D. Booth, “The academic career of Ausonius”, Phoenix 36 (1982), p. 329-343.

21 M. Whitby, “Images of Constantius”, en J.W. Drijvers, D. Hunt, eds., The Late Roman World and its Historian. Interpreting Ammianus Marcellinus, London and New York 1999, p. 78-79: por ello entrará en conflicto con un personaje tan artificio-samente retórico como Temistio; en Or. V, 63c, el panegirista celebra la restaura-ción de la filosofía en época de Joviano; T. Brauch, “Themistius and the Emperor Julian”, Byzantion 63 (1993), p. 79-115, no cree, sin embargo, que se diera tal tensión entre ambos. De todos modos, el binomio gobierno-educación filosófica como excelencia del hombre de Estado es algo que ya subraya Posidonio en el siglo I aC: vid. H. Strasburger, “Poseidonios on problems of the Roman Empire”, J.R.S. 55 (1965), p. 49.

22 R. Smith, “Telling tales: Ammianus narrative of the Persian invasion”, en The Late Roman World and its Historian…, p. 102: este autor no olvida que, en otros contextos, Amiano alabara el celo de Juliano por la filosofía.

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Amiano se sorprende e indigna al mismo tiempo, en su típica propensión a la sátira23, al contemplar cómo los miembros de la élite senatorial de Roma prefieren los espectáculos públicos24 a su esmerada obra (XIV, 6, 14 y 18; XXVIII, 4, 12), y contempla a una aristocracia cuya “tarjeta de visita” es la ostentación, la presunción, el exceso, el ansia de ser vista en público. Este desencanto tal vez sólo sea el capcioso lamento de alguien cuyo trabajo no ha sido reconocido en la medida que se esperaba25. Fornara ha publicado que la formación de Amiano, truncada -al contrario que en los casos de Eunapio, Temistio o Libanio- por el temprano ingreso en el ejército, no fue la típica de un miembro de los estratos sociales privilegiados tardorromanos26. ¿Pudo ocurrir que el sirio, por esta causa, experi-mentara cierto rechazo entre los círculos senatoriales de la Urbe? ¿O quizás sus logros no respondían a las propias expectativas? Lo cierto es que, en general y salvos honrosas excepciones27, el nivel de forma-

23 R. Rees, “Ammianus Satiricus”, en The Late Roman World and its Historian…, p. 153: “Ammianus´inclusion of sustained satirical material in his work is unparalleled in classical historiography”.

24 F.W. Jenkins, “Theatrical metaphors in Ammianus Marcellinus”, Eranos 85 (1987), p. 56: Amiano, al igual que Juliano, desaprobaba el teatro (Iul., Ep. 304 c); quizás por la razón que apunta J.R. Aja Sánchez, “La crisis de Antioquía del año 354: un ejemplo de la pervivencia de la Vis publica en la Antigüedad Tardía”, en La Tradición en la Antigüedad Tardía, J.M. Blázquez, et alii, eds., Murcia 1997, p. 79 ss: los recintos donde acontecían los ludi (hipódromos, teatros, anfiteatros...) servían como escenario de asambleas populares que podían terminar en tumultos.

25 E.A. Thompson, “Ammianus Marcellinus and the Romans”, G&R 11-14 (1941-1945), p. 134.

26 Ch.W. Fornara, “Studies in Ammianus Marcellinus II. Ammianus´knowledge and use of Greek and Latin literature”, Historia XLI, 4 (1992), p. 420-421.

27 Son los casos de Musoniano, prefecto del pretorio oriental, que además era bilingüe (XV, 13, 1) –trinlingüe, según J.W. Drijvers, “Ammianus Marcellinus 15.13. 1-2: some observations on the career and bilingualism of Strategius Musonianus”, CQ 46, 2 (1996), p. 532-537, ya que al latín y al griego se añadiría su dominio del arameo; Símaco (XXVII, 3, 3), ejemplo de conocimiento y moderación; Musonio, vicario de Asia, antaño profesor de retórica en Atenas (XXVII, 9, 6); Simplicio Emoniense, que llega a una prefectural del pretorio desde

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ción cultural de los miembros de los grupos sociales privilegiados es presentado por Amiano como lamentable28. El temible prefecto Maximino, “malum hominem recalcitrantem sublimis meritis” (XXVIII, 1, 32) es descrito como un hombre de formación mediocre (XXVIII, 1, 5-6)29, perteneciente a una clase política que quiere conservar el poder frente a cualquier posible opositor: especialmente de la aristocracia senatorial o de los círculos intelectuales romanos; esto necesaria-mente debía horrorizar a un hombre como Amiano que piensa que la cultura (XXIX, 2, 18) enseña al individuo los fines y los límites del poder, así como le proporciona virtud30. De igual manera Orfito, prefecto de la Urbe, ostenta tan alto cargo de la administración sin poseer un adecuado bagaje intelectual (XIV, 6, 1). Lo mismo le ocurre al prefecto pretoriano Modesto (XXX, 4, 2). Tal es la defensa que el antioqueño hace de la formación del oficial o del funcionario, que ni siquiera su adorado antiguo jefe Ursicino se escapa a la crítica: el general era un magnífico soldado, pero su escaso cultivo le impedía dedicarse a otras labores -como por ejemplo la administración de justicia, vid. XIV, 9, 1-. A juicio de nuestro historiador, hasta los mor-tales enemigos de Roma, los persas, elegían mejor a sus altos fun-cionarios (XXIII, 6, 82).

Si a los emperadores nos referimos, el resultado no es más alentador31. Constancio II aparece como un personaje de baja forma-

su cátedra de gramática (XXVIII, 1, 45).

28 M.V. Ukolova, Los últimos romanos y la cultura europea, Moscú 1990, p. 105: “Amiano siempre lamenta la regresión cultural de la sociedad contemporánea y afirma que la enseñanza es un medio eficaz para mejorarla y reeducar a las personas malas de nacimiento (XXVIII, 3, 14-15)”.

29 T.D. Barnes, op.cit., p. 108, insiste en la injusticia de este retrato, lleno de prejui-cios y, posiblemente, con un interés personal en la cuestión.

30 R.C. Blockley, Ammianus Marcellinus. A study of his historiography and political thought, Bruxelles 1975, p. 146; en la misma línea se encuentra Heliodoro (XXIX, 1, 5; 2, 1-2 y 9).

31 J.F. Lomas Salmonte, “Tres momentos, tres escrituras, para comprender el siglo IV”, Habis 24 (1993), p. 357: “Es proverbial, y está debidamente documentada, la

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ción cultural y de una elocuencia desastrosa32. Libanio (Or., 59, 33-34), no obstante, destacaba su talento oratorio: asimismo, Juliano (Or., I, 31c-d) y Aurelio Víctor (De Caes., 42, 4) afirmaron que la retórica de Constancio fue la pieza clave en la derrota que infligió a Vetranio. Igualmente, Temistio esquivó con habilidad el tema de la formación de este gobernante, al identificar la filosofía con la acción antes que con el estudio (Or., III, 46c)33. Si cambiamos de dinastía, un personaje como Valentiniano I, brutal en tantas facetas, aparece en Amm., XXX, 9 (también en Aur.Vict., Epit., XLV) como un orador bastante decente34. Ausonio (Grat.act., XV, 68), también hizo alusión a las cualidades oratorias del emperador. Sin embargo, maestría oratoria y literaria no tienen por qué ir juntas. Valentiniano requirió a Ausonio, en varias ocasiones, la composición de piezas literarias. Generalmente, a excepción del Cento Nuptialis, estas obras suponían un cántico a la unidad imperial y a la gloria militar de la dinastía35. Los epigramas 28 y 30 del bordelés constituyen una ilustrativa muestra de tales intencio-nes. No creemos que Valentiniano tuviera inquietudes literarias: desconfiaba de los intelectuales e incluso los rehuía (esto lo dice el propio Amiano en XXX, 8, 10) y hasta llegó a tener enfrenta-mientos con ellos36. Para el antioqueno, en el fondo, el emperador es

carencia cultural de los emperadores del siglo IV, si exceptuamos a Juliano”.

32 Según Eutropio (Brev., X, 2), Constancio II, por ejemplo, aprendió a leer y escribir siendo ya talludito, varios años después de llegar al trono; A. Alföldi, A conflict of ideas in the Later Roman Empire, Oxford 1979, p. 115, subraya el paralelismo que sobre este punto existe entre Amiano y Libanio. El antioqueño se contradice, no obstante, pues en XXI, 16, 4 afirmará que Constancio se interesaba por la cultura.

33 M. Whitby, art.cit., p. 82: lo mismo haría Juliano (Or., I, 11 c-d; 47 a); según Whitby, el interés de Constancio por la educación y la filosofía no demuestra una sólida formación.

34 J.F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus, London 1989, p. 377-378, observa en Amiano una crítica al emperador, el cual sobrevalora sus cualidades intelectuales.

35 H. Sivan, op.cit., p. 105.

36 R. Rémondon, La crisis del Imperio Romano: de Marco Aurelio a Mahoma, Barcelona 1979, p. 218.

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un gobernante experimentado, pero sin cultura alguna37. En todo caso, la falta de instrucción debía de ser cosa de familia, puesto que Valente no sale mejor parado38. Recordemos la descripción que de los panonios nos ofrece Herodiano (II, 9, 11): “Físicamente son altos y muy fuertes, bien dotados para el combate y muy sanguinarios, pero en lo tocante a su inteligencia, son obtusos y cerrados de mollera”. Se trata de una caracterización que Amiano suscribía plenamente. En la comparación, Juliano viene siempre a la mente como “the supreme example in Ammianus of the practical benefits of education for action”39. Por cierto que nada apunta el antioqueno sobre la forma-ción del césar Galo: según Juliano, su hermanastro era un hombre con una formación casi nula (Ep.ad Ath., 271d-272a).

De todos modos, el que unos gobernantes llegados de zonas fronterizas carecieran de una esmerada instrucción no bastaba para justificar lo que estaba ocurriendo en el ambiente cultural de la Urbe, donde la vulgaridad sustituía a otras inquietudes más elevadas. Baste para convencernos de ello el ejemplo del senador Lampadio, quien hacía alarde de su “elegante modo de escupir” (XXVII, 3, 5). La fobia de cierto sector de la aristocracia romana hacia el estudio llega a su cenit cuando nuestro historiador se lamenta de que lo temen como si fuera un veneno (XXVIII, 5, 14-15). A ello se suma la completa igno-rancia de los abogados (XXX, 4, 17). De igual modo, los jueces no ejercen sus cargos por mérito, sino porque los han comprado para

37 F. Paschoud, “Valentinien travesti, ou: De la malignité d´Ammien”, en Cognitio Gestorum. The historiographic art of Ammianus Marcellinus, J. Den Boeft, J. Den Hengst, H.C. Teitler, eds., Amsterdam 1991, p. 76; vid. Zos., III, 36, 2.

38 Amm., XXXI, 14, 5: “subagrestis ingenii... nec liberalibus studiis eruditus”. La escasa formación de los oficiales y emperadores panonios es un hecho. A. Mócsy, “The civilized Pannonians of Velleius”, en Rome and her Northern Frontiers, ed. by B. Hartley y J. Wacher, Gloucester 1983, p. 169 dice que la educatio que Mamertino alaba en el emperador Maximiano no puede movernos sino a la carcajada; para el caso de Valente, de poco sirvió que el abogado Heliodoro (un personaje igualmente malvado) le diera clases de retórica (XXIX, 2, 8).

39 R.C. Blockley, op.cit., p. 159.

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amortizarlos después (XXX, 4, 21). La formación, la elocuencia y la eficacia sólo parecen conducir a trágicos destinos: ejemplos como los de Africano (XXIX, 2, 22), Teodoro (XXIX, 1, 8 ss) o Máximo (XXIX, 1, 42) así parecen confirmarlo. No deja de constituir una ironía que el ideal de funcionario lo encarne, en Roma, Euterio (XVI, 7, 4 ss)... ¡Ni más ni menos que un eunuco!40

Por otra parte, un claro indicativo de la extensión de la vida cultural como es el bilingüismo brilla por su ausencia entre la aristocracia senatorial latina, la cual se haya poco dispuesta, a partir de la segunda mitad del siglo IV, a aprender griego41. Incluso se ha señalado que, dentro del renacimiento del Helenismo bajo Juliano, razón esencial del protagonismo de éste en las R.G., se inaugura un período de afirmación de la cultura griega frente a la latina que se traduce en cierta tensión antioccidental en esta parte del Imperio42. De todos modos, fuera Amiano o no en esa dirección, el bilingüismo era un requisito para todo griego que, como nuestro historiador, quisiera hacer carrera en el ejército43. El conocimiento de una segunda lengua facilitaba las labores de un protector, sobre todo a la hora de acceder a la información oficial44. Al respecto, nuestro

40 Sobre la fobia de Amiano hacia los eunucos, vid. P. Redondo Sánchez, J. Bartolo-mé Gómez, “La valoración de los eunucos en Amiano Marcelino: el significado del elogio de Euterio”, Veleia 11 (1994), p. 259-268.; D. Woods, “Ammianus and Eutherius”, A.Class. 41 (1998), p. 105-117; S. Tougher, “Ammianus and the eunuchs”, en The Late Roman World..., p. 64-74.

41 G. Sabbah, La méthode d´Ammien Marcellin. Recherches sur la construction du discours historique dans les Res gestae, Paris 1978, p. 510, señala que el pasaje XXII, 9, 7 demuestra que el griego no era algo familiar para el ilustre auditorio de Amiano; para P. Anderson, op.cit., p. 85, nunca se produjo una helenización de la cúspide dirigente del sistema político imperial.

42 J. Bidez, La vie de l´Empereur Julien, Paris 1965, p. 40 ss; A. Selem, art.cit., p. 131. Amiano no entraría dentro del grupo de autores como Libanio, reticentes a la cultura latina.

43 Ch.W. Fornara, art.cit., p. 420.

44 F. Trombley, “Ammianus Marcellinus and fourth-century warfare: a protector´s approach to historical narrative”, en The Late Roman World…, p. 22, compara en ese

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antioqueño puede considerarse como “a quite normal and average member of the bilingual elite, for which learning Latin in chilhood was de rigueur”45. Sorprende, no obstante, encontrar un pasaje como XXX, 5, 9-10, en el que tiene lugar la entrevista entre el embajador epirota Ificles y Valentiniano: ¡Y éste es capaz de hablar con su interlocutor en griego! Suponemos que más bien debió utilizar algún intérprete, o que su griego era tan rústico como su persona.

Resulta curioso que el historiador dedique más espacio a criticar los vicios de la aristocracia romana que a vituperar los de la plebe46. Spigno afirmó en su día que Amiano exagera bastante al proclamar el desinterés por el estudio y la cultura en su época, remarcando así, con orgullo, su propia formación y actuando, de paso, como moralista de la sociedad romana47. En ese sentido podemos detectar, en su obra, esa tendencia que caracteriza a los historiadores griegos de época imperial de interpretar la Historia con un sentido finalista, en el que el Imperio aparece como el elemento difusor del Helenismo y de la paideia48. Tal idea cobra fuerza si recurrimos, sobre todo, al retrato de cierto sector del cuerpo senatorial romano. ¿A qué responde, pues, esa exageración peyorativa? ¿Tal vez a recalcar la “barbarie” de perso-najes como Maximino o Valentiniano? Muchos de los altos funciona-rios y buena parte de los emperadores de la tardorromanidad ascen-dieron hasta la cumbre desde posiciones humildes, lo cual justifica la utilización, por parte de los intelectuales, de calificativos como agrestis, semiagrestis, subagrestis o subrusticus: adjetivos, por cierto, con un

sentido al transfuga Antonino, también protector, y a Amiano.

45 J. Den Boeft, “Ammianus graecissans?”, en Cognitio Gestorum..., p.10; J.F. Matthews, “Ammianus´ historical evolution”, en su Political Life and Culture in Later Roman Society, London 1985, p. 32: “Ammianus´history, like Ammianus himself, must be understood in terms of a fusion of the two elements, Greek and Latin, in his cultural formation”.

46 I. Lana, op.cit., p. 168.

47 C. Di Spigno, art.cit., p. 395.

48 H. Inglebert, “L´histoire de Rome dans l´antiquité tardive: un concept équivoque”, Latomus 55, 3 (1996), p. 553.

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protagonismo innegable en la descripción literaria de las externae gentes. Porque cultura y romanidad constituían un binomio inseparable en la mentalidad aristocrática del siglo IV:

“El dominio de la palabra, la elocuencia y el cono-cimiento de la literatura eran virtudes ciudadanas funda-mentales. En Roma, el hombre bien instruido y elocuente podía valorar altamente a sí mismo y era respetado por los ciudadanos. El poeta Ausonio, natural de la Galia, que tenía excelente instrucción retórica, se podía considerar más romano que cualquier ciudadano poco instruido de la ciudad eterna”49.

Eso es, precisamente, lo que le ocurre a Amiano: se siente más romano que los propios romanos, y la expresión más patente de su romanidad es, precisamente, su capacidad para poder efectuar juicios sobre la formación cultural de las más altas instancias de poder político y militar del Imperio. No en vano, su abrumadora erudición, autodidáctica para más señas, le facultaba para ello50. Además, como escribió Veyne, “ser culto quería decir no pensar como el pueblo; la cul-tura, ese privilegio, se suma a los privilegios de la riqueza y el po-der”51. Mediante su preparación intelectual (que no a través de su riqueza o de su poder), Amiano se siente próximo a la élite y se iden-tifica con los intereses del supremus ordo.

De todas formas, el que Amiano critique hasta la saciedad a ciertos componentes de la aristocracia senatorial romana52 no significa que

49 M.V. Ukolova, op.cit., p. 156-157.

50 E.A. Thompson, art.cit., p. 131; C.di Spigno, art.cit., p. 394, lo califica de “scrupu-losus lector antiquitatum”; vid. Amm., XVI, 7, 9; Ch.W. Fornara, art.cit., p. 421, opina que la riqueza de las R.G. en referencias a autores griegos y latinos (“without having consulted them directly”) responde a un ansia de resonancia y dignificación de la obra a partir de los gloriosos nombres de los genios literarios del pasado.

51 P. Veyne, La sociedad romana, Madrid 1991, p. 262; p. 263: “La cultura, desde el momento en que existe, se convierte en una barrera de clase”.

52 Vid. H.P. Kohns, “Die Ziekritik in den Romexkursen des Ammianus

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con ello pretenda cuestionar la jerarquía social tradicional53; más bien, y al contrario, hemos de considerarle como el poseedor de una conciencia cívica que reacciona contra la relajación de las costumbres antes que una actitud rencorosa de un plebeyo frente a los estratos sociales más poderosos54; como el defensor de la élite tradicional frente a la rusticidad de los advenedizos en las altas esferas políticas, aunque éstos fueran los mismísimos emperadores panonios: expo-nentes de barbarie imperial también por su escasa formación55; y, por qué no, también como alguien al que si le diéramos el calificativo de “snob”56 no cometeríamos una gran injusticia.

Marcellinus. Zu Amm.Marc. 14.6.3-26; 28.4.6-35”, Chiron, 5 (1975), p. 485-491.

53 A. Momigliano, “Historiografía pagana y cristiana en el siglo IV”, en El conflicto entre el Paganismo y el Cristianismo, Madrid 1989, p. 113-114.

54 P.M. Camus, op.cit., p. 25 y 109; F.W. Jenkins, art.cit., p. 62, sí defiende el revan-chismo de Amiano.

55 Frente a los cuales se afirma el aura intelectual del civilizado Juliano.

56 R.C. Blockley, op.cit., p. 159.

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Las externae gentes bajo los estandartes de Roma: asentamiento y reclutamiento bárbaros en las Res

gestae de Amiano Marcelino.

“The fifth century is less memorable for invasions than for incorporation of barbarian protectors into the fabric of the West”1.

El estudio de los asentamientos bárbaros en el Imperio Romano resulta fundamental a la hora de comprender los cambios que se die-ron en el Occidente romano a partir del siglo IV, pues tales innova-ciones desembocarían en la creación de los llamados “reinos germáni-cos”2.

Dados los devastadores efectos de la crisis del siglo III sobre la agricultura y la mano de obra campesina, además de las dificultades para el reclutamiento militar, el Estado romano se vio forzado a instalar bárbaros dentro de sus límites3. Las fuentes nos muestran que

PUB.- en Romanobarbarica 17 (2000-2002), p. 85-115. 1 W. Goffart, Barbarians and Romans AD. 418-584. The techniques of accommodation, Princeton 1980, p. 230.

2 A. Ferril, La caída del Imperio Romano: las causas militares, Madrid 1989, p. 116: fue el foedus del 382 el que permitió la génesis de tales Estados.

3 L. Pérez Vilatela, “Los bárbaros en el ejército teodosiano, los godos”, en La Hispania de Teodosio, Segovia 1997, vol. I, p. 202, sitúa la génesis del problema ya a partir de la gran epidemia de peste acontecida en tiempos de Marco Aurelio.

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la segunda mitad del siglo IV supone para Roma un hito significativo, en cuanto que documentamos una presencia masiva y sistemática de externae gentes dentro del Imperio4. Sin embargo, conocer los conteni-dos de los acuerdos de asentamiento o reclutamiento bárbaros nos resulta muy difícil. Entre los siglos IV y VI se calcula que se firmaron unos 350 tratados5: en la mayor parte de ellos la única condición que se suscribe es la entrega de tierras. Y nada más. La gran piedra de to-que de estos asentamientos para época tardorromana consiste en dilu-cidar, a partir de unas fuentes literarias y arqueológicas francamente escasas o confusas, en qué condiciones se acantonaron los “recien llegados”.

Naturalmente ningún ilustre romano admitiría de buen grado que su gobernante trasparasa un ápice de tierra a los bárbaros. El asenta-miento de miles de “transdanubianos” en territorios de Moesia y Tracia, por ejemplo, no fue visto con buenos ojos por los autores contemporáneos, ya que, lejos de admitir que los barbari se civil-zarían, pensaban que su presencia en el propio seno del Imperio comportaba un grave riesgo para la seguridad del Estado. Olimpio-doro de Tebas, que asiste a la ubicación de contingentes godos en Tracia en los años veinte del siglo V, critica esta medida política y presenta el hecho como si de una invasión en regla se tratara6. Sin embargo, también había quien opinaba que las comunidades trans-feridas defenderían la frontera de ataques externos y que la agricultura terminaría por civilizarlos. De hecho, la importancia de la producción agrícola de los laeti en la Galia es un elemento fundamental a la hora de calibrar la importancia de los asentamientos “bárbaros” en el

4 M. Cesa, “376-382: Romani e Barbari sul Danubio”, Studi Urbinati 57 B3 (1984), p. 63.

5 Sobre algunas consideraciones de los elementos de los mismos, vid. G. Wirth, “Zur Frage ds foederierten Staaten in der späteren römischer Kaiserzeit”, Historia XVI (1967), p. 231-251.

6 B. Croke, “Evidence for the Hun invasion of Thrace in AD 422”, G.R.B.S. 18, 4 (1977), p. 361-362.

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Imperio7. En general, podemos afirmar, otra vez con Goffart, que “the Empire after Constantine had better things to do than to engage in a cesaseless, sterile effort to exclude foreigners for whom it could find useful employment”8. Las necesidades de Roma y el triunfo de los latifundia en el período tardorromano aconsejaban la asignación de tierras a comu-nidades fronterizas.

Amiano Marcelino es uno de los autores tardoantiguos que mejor nos informan sobre estos asentamientos. Los principales que docu-mentamos en su obra aparecen en los pasajes:

- XVII, 8, 3-4: se da en el contexto del cesarato galo de Juliano; éste se halla sometiendo a las díscolas comunidades germánicas, entre las que se encuentran los francos salios: los cuales se habían establecido, aprovechando la ausencia de poder romano, en el entorno de Tongres. El césar los derrota de manera fulminante y, en virtud de su clemencia y de la sumisión mostrada por los extraliminares, decide acogerlos a su autoridad. Se trata de un episodio que, claramente, busca el eco de la gloria militar de Juliano y de sus virtudes como gober-nante9: probablemente para justificar su ilegal acceso al poder.

7 D. Lassandro, “I cultores barbari (laeti) in Gallia da Massimiano alla fine del IV secolo DC”, en Conoscenze Etniche e Rapporti di Convivenza nell Antichita, a cura di M. Sordi, Milano 1979, p. 183; C.J. Simpson, “Julian and the laeti: a note on Ammianus Marcellinus, XX, 8, 13”, Latomus 36, 2 (1977), p. 519: además eran considerados como excelentes soldados.

8 W. Goffart, “The theme of The Barbarian Invasions in late antique and modern historiography”, en Das Reich und die Barbaren, E. Chrysos, A. Schwarcz (eds.), Wien-Köln 1989, p. 98.

9 Los francos serán asentados por Juliano en la zona de Toxandria, que siempre albergó una fuerte presencia foránea. Sobre éste asentamiento, sin embargo, nos informan tres testimonios clásicos que guardan poco en común: Amm., XXVII, 8, 3-4; Lib., Or. XVIII, 75 y Zos., III, 6, 1-3; el primero expone que, presionado por los cuados, los salios solicitaron la paz a Juliano: éste negoció con ello hasta que llegaron refuerzos y entonces pudo vencerles y someterlos a su arbitrio; para Libanio, los salios temían tanto a Juliano que solicitaron sumisamente el permiso para instalarse en el Imperio, licencia que les fue concedida; según Zósimo, fue la

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- XVII, 12, 17-20 y XIX, 11, 1-7: no queda muy claro a través de estos textos si Constancio llegó a establecer a los sármatas en territorio imperial, hacia 358-359; pero lo que es evidente es el caso de un emperador nada definitivo en su polí-tica externa, frente a los contundentes triunfos de Juliano, y que finalmente tiene que recurrir al acuerdo con los bárbaros para solucionar sus problemas fronterizos (XX, 4, 1)10.

- XXVIII, 1, 5: noticia de que los carpos fueron asentados en Panonia oriental por Diocleciano11. El cruel prefecto Maxi-mino desciende de aquéllos, con lo que el dato de tal acantona-miento no ofrece nada de positivo, antes al contrario: dadas las tropelías cometidas por el secuaz de Valentiniano, debe inferirse de Amiano que nada bueno puede salir de los recien llegados.

- XXVIII, 5, 15: Valentiniano ubica a alamanes como tribu-tarii en el Po12. Pasaje de difícil interpretación porque, por una parte, se recalca el aplastante triunfo de las huestes del empera-dor sobre los bárbaros agresores y, consecuentemente, la servi-dumbre de éstos hacia Roma. Pero, por otra, creemos que al antioqueno debía alarmarle bastante la presencia de extralimi-nares en el norte de Italia. De cualquier modo, la presencia del comes Teodosio, artífice de la derrota de los germanos, quien los envía a su nuevo destino por orden del emperador, resulta bastante sospechosa. ¿Se trataría de una posible alusión a la

clemencia a ultranza de Juliano (frente a la presión cuada) la que permitió el asen-tamiento.

10 Vid. su vergonzosa huida a caballo, dejando morir a sus hombres por él, frente a los traidores sármatas (Amm., XIX, 11, 12).

11 Aur.Vict., Caes., 39, 43; Eutr., IX, 25, 2; Pan.Lat., IV (8), 5, 2; Oros., VII, 25, 12.

12 J.F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus, London 1989, p. 316, intepreta estos asentamientos como “a sort of economic exchange for the Roman prisioners of war put to work as farm labourers in the Alammanic cantons”; vid. también E. Demougeot, Modalités d´êtablissement des fédérés barbares de Gratien et de Théodose, en Melanges Seston, Paris 1974, p. 145.

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política gótica de Teodosio?13 ¿Tal vez una de esas alabanzas al padre del dinasta que Amiano introduce en su obra por cautela?

- XXXI, 3, 8; 4, 1 ss; 5 ss: Valente establece un gran número de godos, que huyen de los hunos, en Tracia; aquí Amiano se muestra contradictorio, pues mientras que en XXXIX, 4, 6 afirma que la entrada de los godos en el Imperio supone la rui-na del mismo, dos parágrafos antes (4, 4), sin embargo, parece haber aceptado con cierta indulgencia los motivos que llevan a Valente a la admisión de los extraliminares. En los años sesenta del siglo IV, este emperador rompió el tratado del 332 (por el cual los tervingos se convertían en clientes de Roma): anuló los subsidios y redujo los centros de comercio con los godos a tan sólo dos puntos. Era la antítesis del foedus de Constantino14. El casus belli fue (Zos., IV, 10) la ayuda que los godos habían prestado a Procopio (Amm., 26, 6, 11-12), pero el motivo real consistía en la inseguridad que la Pars Orientis percibía en el norte: tres campañas imperiales, sin embargo, no consiguieron un triunfo definitivo. Nos inclinamos por pensar, pues, que lo que más pesa en el juicio del antioqueno es la crítica al filobar-barismo del emperador, verdadero culpable de la derrota de Adrianópolis y de la entrada masiva de bárbaros a través de las fronteras.

- XXXI, 9, 4: Frigerido, general de Graciano, asienta a visigodos y taifales al sur del Po para que cultivasen tierras. Nos encontramos ante un caso muy similar al de la ubicación de los alamanes por Valentiniano. En principio no parece advertirse ninguna nota peyorativa. Frigerido, como bárbaro reclutado, no

13 Vid. A. Marcone, “Relazioni romano-barbariche e insediamenti in Italia in età teodosiana”, en La Hispania de Teodosio..., vol. I, p. 149-154.

14 P. Heather, Goths and Romans, AD 332-489, Oxford 1991, p. 115 ss; para M. Pavan, “La battaglia di Adrianopoli (378) e il problema gotico nell´Impero Roma-no”, StudRom. 28 (1979), p. 160, el foedus de Constantino sienta las bases para la política frente al bárbaro en el siglo IV.

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recibe en Amiano una crítica aguda como, por ejemplo, sucede en el caso de Nevita; Graciano (hijo de Valentiniano, gobernan-te filobárbaro e inexperto y, sobre todo, príncipe cristiano y hostil al paganismo), por otra parte, no es un emperador que suscite muchas simpatías en el antioqueno. Quizás las clave para interpretar este pasaje se encuentre en dos datos de este pasaje: en primer lugar, no se dice nada acerca de que Graciano consintiera en el asentamiento, sino que la decisión parece ser el fruto de la propia iniciativa de Frigerido, lo que nos estaría informando del poder que tienen los generales bárbaros en la corte del joven emperador; en segundo lugar, en 9, 5, se nos habla de la naturaleza de los taifales, un pueblo libertino que había degenerado en la pederastía (y que ahora se encontraba en el solar de Italia). Desde esta luz, el hecho de la ubicación se traduce como un gran error para Amiano.

En síntesis, Amiano parece reaccionar contra la política de los gobernantes romanos de recurrir a las externae gentes para resolver sus dificultades interiores. Efectivamente, en él no se percibe con claridad que el asentamiento de bárbaros en tierras del Imperio resolviera la presión de aquéllos sobre éste15. Más bien, lo que se observa es cierta actitud escandalizada ante la entrada permitida a los peligrosos extrali-minares. La noticia del ataque repentino a Lyon por parte de un grupo de laeti (XVI, 11, 4) nos muestra la negativa opinión que nuestro autor tenía de los acogidos16; más adelante, en XXI, 13, 16, el germano Gomoario, general de Constancio, se sirve de un cuerpo de letos para contener el avance de Juliano a través del estratégico paso de Sucos. Evidentemente, el hecho de que estos reclutados sirvieran bajo los estandartes de Constancio en contra de Juliano no dice mucho a favor de la simpatía que Amiano sentía hacia ellos. También 15 G. Traina, “Aspettando i barbari. Le origini tardoantiche della guerriglia di frontiera”, Romanobarbarica 9 (1986-1987), p. 256; S. Mazzarino, El fin del mundo anti-guo, Méjico 1961, p. 154-155.

16 Sin embargo, en XX, 8, 13, el antioqueno admite el valor militar de los mismos para Roma.

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al hablar de otra modalidad de asentados, la de los gentiles17, el antioqueno lo hace con el significado de “bárbaros” en sentido am-plio18. Asimismo, los emplazamientos de extraliminares le sirven a Amiano para cimentar la crítica a los gobernantes a los que es adverso, siempre en un vivo contraste con la figura de Juliano.

En lo tocante a las contribuciones militares bárbaras al ejército de Roma, Amiano indica que éstas no siempre se definían con claridad: su uso del término foedus, unas veces como acuerdos que no conllevan la sumisión al Imperio, otras como tratados con capitulaciones (y ésta es su forma más común en sus Res gestae), así lo confirma19. Por lo general, la victoria romana y la rendición de un pueblo bárbaro, segui-da de un foedus que mantiene el orden social existente, son episodios frencuentes en las fronteras renano-danubianas a lo largo del siglo IV: en tiempos más antiguos, además, suponía la incorporación masiva de súbditos al Imperio y la creación de una provincia20. Para los panegi-ristas latinos del siglo IV, la consideración del foedus tiene una natu-raleza distinta: los pueblos sometidos por las legiones son conside-

17 Amm., XX, 8, 13; XIV, 7, 9; XV, 5, 6; XVI, 4, 1; XX, 2, 5...

18 J. Gaudemet, “L´étranger au Bas-Empire, en L´Etranger”, en Recueils de la Société Jean Bodin pour l´Histoire Comparative des Institutions, IX, vol. I, Paris 1984, p. 226: al contrario que los gentiles, los laeti tienen un origen exclusivamente germánico; C. Milani, “Lat. Laetus, etr. Lethe”, en Conoscenze Etniche..., p. 190: esto es particular-mente aceptado por Amiano.

19 P. Heather, op.cit., p. 110-111; foedus: XIV, 10, 1-16; XXI, 3, 1; XVII, 10, 6-9; XVIII, 2, 13; pactos en la frontera renana: XV, 4; XXXI, 10, 2; 17, 1, 12-13; 17, 6, 1; 17, 10, 3-4; pactos en el medio Danubio: 17, 12, 9 ss; 29, 6, 16; 17, 13, 20-23; 19, 11, 5. Vid. también XVI, 12, 15; 18, 2, 18-19; tratados dictados por la costumbre nativa: XIV, 10, 16; XVII, 1, 13; 12; 21; cf. XVII, 10, 7; XXX, 3, 5; Amiano también nos habla de las levas efectuadas entre comunidades bárbaras como imposición anual de Roma para mantener la paz (XVII, 13, 3; XXVIII, 5, 4).

20 D.C. Braund, Rome and the friendly king. The character of the client kingship, London 1984, p. 181 ss; F. Millar, “Government and diplomacy in the Roman empire during the first three centuries”, The International History Review 10 (1988), p. 351 ss.

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rados parte del Imperio21 y su sumisión se produce más por miedo a las armas romanas que a causa de la derrota22.

Además, Amiano se interesa más por los casos de alistamiento militar, sobre todo los individuales, que por los de acantonamientos en suelo imperial: de algún modo, esto resulta bastante lógico pues el antioqueno había pertenecido al ejército y allí habría conocido a muchos reclutados, desde soldados rasos a generales, de origen exter-no23; tal vez puede que hasta sirviera bajo las órdenes de alguno de ellos.

Después de todo, conocemos mejor los casos individuales de reclutamiento bárbaro que los colectivos24. El hecho de que estos oficiales latinizaran a menudo sus nombres nos puede despistar sobre su número real, pero en realidad fueron muchos. Su elección respon-de, en estos tiempos tan conflictivos, a la tendencia de los emperado-res a abandonar el tradicional orden de promoción y a elevar a los altos cargos a hombres capacitados, aunque su ascendencia sea bárba-ra25.

Las razones por las que el Imperio se lanzó al reclutamiento masivo de bárbaros han sido objeto de un intenso debate. ¿Pudo evitarse la “barbarización” del ejército romano? N.H. Baynes apuntó

21 Pan.Lat., II(10), 7, 2 ss.; 9, 1; III(11), 5, 4; IV(8), 1, 4; V(9), 21, 1-3.

22 Pan.Lat., II (10), 10, 3 ss; III (11), 5, 4; VII(6), 12, 1ss.; IX (12), 22, 3; 25, 2.

23 B. Enjuto Sánchez, “Juliano y su lucha contra la alteridad barbárica germana”, S.H.H.A. 16, 1998, p. 241: el cuerpo de los protectores domestici (en el que Amiano había servido), se había germanizado considerablemente.

24 A.D. Lee, Information and Frontiers. Roman foreign relations in Late Antiquity, Cambridge 1993, p. 76. D.R. Abbot, Germanic attitudes toward the Roman Empire, San Diego 1978, p. 15; A. Chauvot, “Représentations du Barbaricum chez les Barbares au service de L´Empire au IV siècle après J.C.”, Ktema 9 (1984), p. 149, puntualiza que el reclutamiento de figuras individuales bárbaras resulta engañoso, pues cada líder extraliminar reclutado se acompañaba de un número variable de fieles.

25 G.A. Crump, “Ammianus and the late Roman army”, Historia XXII, 1 (1973), p. 97.

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hace muchos años que la respuesta se hallaba en la incapacidad de Occidente para sustraerse a un ejército de mercenarios, dada su esca-sez de soldados, lo que llevó al declive de esta pars imperial26. Asimis-mo, se ha argumentado que la doble presión de partospersas y germanos sobre las fronteras de Roma obligaron a ésta a recurrir a la ayuda extraliminar27. A ello se añadiría la tendencia aristocrática a eva-dir las reclutas de sus campesinos, que pudo incentivar la barbari-zación de las fuerzas militares del Imperio28. Además, otros motivos sirven para explicar el recurso masivo a las externae gentes a fines del siglo IV: la pérdida de espíritu marcial29, los desastrosos efectos de las reformas constantinianas, que lo habían atomizado, la crisis demográ-fica30 y la consecuente carencia de soldados, la corrupción y la incom-petencia... Con este panorama desolador se explica que Teodosio tuviera que echar mano de los godos para reconstruir su aparato mili-tar y poder contener, así, agresiones externas y, sobre todo, usurpa-ciones31.

26 N.H. Baynes, “The decline of the Roman power in Western Europe. Some modern explanations”, J.R.S. 33 (1943), p. 35: frente a esto, Oriente, con Asia Me-nor como “reserva humana”, soportó mejor el fenómeno de las agresiones bárba-ras.

27 J. Wolski, “Le róle et l´importance des guerres de deux fronts dans la décadence de l´Empire romain”, Klio 62 (1980), p. 415.

28 D. Vera, “Strutture agrarie e strutture patrimoniali nella tarda antichità: la aristo-crazia romana fra agricoltura e comercio”, en La parte migliore del genere humano. Aristocrazie, potere e ideologia nell occidente tardoantico, a cura di S. Roda, Torino 1994, p. 184.

29 A. Ferril, op.cit., p. 125, afirma que el ejército del siglo V, desmoralizado y débil, no guardaba ninguna relación con las potentes fuerzas romanas del siglo anterior; sobre las preocupaciones de tratadistas militares como Vegecio sobre la moral de la tropa, vid. C. Giuffrida, “Disciplina romanorum. Dall´Epitoma di Vegezio allo Strategycon dello Pseudo Maurizio”, en Le trasformazioni della cultura nella Tarda Antichità, Vol. II, a cura di M. Mazza e C. Giuffrida, Roma 1985, p. 842 ss.

30 A.E.R. Boak, Manpower shortage and the fall of the Roman Empire in the West, Ann Arbor 1955, p. 92-93.

31 S. Williams, G. Friell, Theodosius: the Empire at bay, London 1994, p. 89.

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Así, a lo largo de los siglos, millones de extraliminares se estable-cieron en el Imperio32. En realidad su número sería imposible de calcular, aunque no parece que sobrepasara al de las fuerzas romanas en ningún momento33. Muchos se alistaron dentro del Imperio, pero la mayor parte, si atendemos al testimonio de Zósimo (II, 15, 1; III, 8, 1; IV, 12, 1), lo hicieron desde sus comunidades de origen34, atraídos por la perspectiva de un abastecimiento regular de comida, ropas y armas35, o ante la posibilidad de huir de alguna persecución en su tierra natal36. Consecución de estatus social37 y las prerrogativas del retiro (tierras, concesión de la ciudadanía para ellos y sus familias38),

32 A.E.R. Boak, op.cit., p. 28 ss; 137 ss; R. MacMullen, “Barbarian enclaves in the northern Roman Empire”, en su Changes in the Roman Empire, Princeton 1990, p. 553-554.

33 J.H.W.G. Liebeschuetz, “Generals, federates and buccelarii in Roman armies around AD 400”, en The defence of the Roman and Byzantine East, Ph. Freeman, D. Kennedy, Oxford, BAR, 1986, p. 46. Vid. Zos., V, 33. Según C.R. Whittaker, Fron-tiers of the Roman Empire. A social and economic study, Baltimore 1994, p. 231, en el siglo IV un millón de bárbaros cruzaron el Rin de forma no controlada. Sobre un área de 10.000 kilómetros cuadrados, ello supone un promedio de 1 bárbaro por kilómetro cuadrado y año.

34 A. Chauvot, art.cit., p. 147: la marcha de los bárbaros al Imperio se halla motivada o bien por la ruptura de la sociedad de origen o bien por intervención directa del imperio sobre tales sociedades.

35 J.H.W.G. Liebeschuetz, art.cit., p. 46; sobre el salario del soldado tardorromano, vid. R.P. Duncan-Jones, “Pay and numbers in Diocletian´s Army”, Chiron 8 (1978), p. 541 ss.

36 A.D. Lee, op.cit., p. 77; M. Ichikawa, “The Marcomannic Wars: a reconsideration of their nature, en Forms of control and subordination in Antiquity, T. Yuge, M. Doi, eds., Leiden-New York-Kobenhavn-Köln 1988, p. 255, piensa que el bárbaro reclutado ha de estar, necesariamente, admitido dentro del Imperio, y J.H.W.G. Liebeschuetz, art.cit., p. 465, apuesta por el reclutamiento individual en todos los casos.

37 P. Heather, op.cit., p. 199-200: Alarico siempre quiso ostentar un alto mando en el ejército imperial, lo que suponía la garantía de seguridad para su comunidad goda a la par que le proporcionaban suculentos beneficios económicos.

38 Aunque, como señala A. Marcone, art.cit., p. 150, las autoridades romanas fueron reticentes a concederla a los asentados.

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completarían el conjunto de alicientes para que los bárbaros se alistaran. Pero el aspecto fundamental de la cuestión radicaba en los efectos sociales e ideológicos que implicaba el reclutamiento bárbaro. En lo que se refiere a las comunidades de origen pueden apuntarse un refuerzo de la tendencia a la desigualdad social, un cambio en los esquemas de organización política y militar y, cómo no, una altera-ción de los patrones económicos con la afluencia de moneda romana39.

De entre los reclutados, destacaron los nómadas y los germanos. El recurso a los primeros, debido a su superioridad militar en ciertos campos, es un hecho reconocido tanto por Roma como por Bizan-cio40. Una buena proporción de la caballería fue reclutada entre ellos, y ahí tenemos a los comites de los que nos habla Amiano en XVIII, 9, 4, alistados en los Balcanes y en el Norte de África41. De entre los nómadas destacaron los sarracenos, quienes tras la derrota de Adria-nópolis, y según nos transmiten autores como Eunapio, Zósimo o el mismo Amiano, jugaron un importante papel en la defensa de Constantinopla42: según Amm., XXXI, 16, 6, en esta defensa uno de 39 E.A. Thompson, Una cultura barbarica: I Germani, Roma-Bari 1976 (=The early Germans, Oxford, 1965), p. 27; según M. Todd, The Northern Barbarians, 100 BC-300 AD, Oxford 1975, p.27, no fue hasta el siglo II que las monedas romanas comenza-ron a penetrar en tierras tan al norte como Jutlandia o Escandinavia; Vid. también R.E.M. Wheeler, Rome Beyond the Imperial Frontiers, London 1955, p. 23.

40 E. Darkó, “Le Rôle des peuples nomades cavaliers dans la transformation de l´Empire Romain aux premiers siècles du Moyen Age”, Byzantion 18 (1948), p. 96-97; para la participación del elemento barbárico en los ejércitos de Justiniano, vid. J.L. Teall, “The Barbarians in Justinian´s armies”, Speculum XL, 2 (1965), p. 294 ss.

41 J.H.W.G. Liebeschuetz, art.cit., p. 464. T.S. Burns, Barbarians within the Gates of Rome: a study of Roman military policy and the Barbarians, Indianapolis 1994, p. 54: los soldados de estas unidades, aunque conservaron sus tradicionales métodos de lucha, eran comandados por oficiales romanos; vid. Amm. XXV, 10, 9; XXXI, 16, 8.

42 D. Woods, “The Saracen defenders of Constantinople in 378”, G.R.B.S. 37, 3 (1996), p. 260 ss; para la participación de sarracenos en el ejército romano vid. T.S. Burns, op.cit., p. 28 ss; J.H.W.G. Liebeschuetz, “The Defence of Syria in the Sixth Century”, en Studien zu den Militärgrenzen Roms, II: Vorträge des 10. Internationalen

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ellos degüella a un godo agresor y a continuación se bebe su sangre, causando el pánico entre los atacantes43.

No obstante, el reclutamiento de bárbaros nunca suscitó las simpatías de los intelectuales romanos. Tácito, en sus Historiae, se mostraba hostil hacia el mismo: el paso de la ferocia a la civilización exigía un aprendizaje progresivo, y él dudaba de la sinceridad de la vinculación de los extraliminares al Imperio44. Siglos más tarde, Vege-cio aconsejaba en su tratado no recurrir al reclutamiento bárbaro: los soldados, opinaba, debían provenir de la llanura (mediterránea), la única que ofrecía hombres fuertes y disciplinados45. Y aunque la literatura oficial –caso de los panegiristas latinos tardoantiguos- afir-men de manera rotunda que los bárbaros son acogidos en el Imperio gracias a la clemencia del emperador victorioso46, nos encontramos

Limes-Kongresses in der Germania Inferior. Cologne 1977, p. 496-497: el Imperio llegó a depender, de forma progresiva, de los aliados nómadas del desierto arábigo para la defensa de las provincias orientales, tanto que se produjo una importante infiltra-ción de árabes en el suroeste de Palestina; R.C. Blockley, “Constantius II and Persia, en Studies in Latin Literature and Roman History”, vol. V, ed. by C. Deroux, Bruxelles 1989, p. 473: estos nómadas jugaron un importante papel en la política oriental de Constancio II; según Amm., XXV, 6, 9-10, alistados por Juliano para la CPJ, se pasaron al enemigo; en Zos., III, 27, 1 les vemos al lado de los persas y contra Juliano.

43 Según J.F. Matthews, op.cit., p. 351, el sarraceno del relato podía pertenecer a los contingentes que la reina Mavia, aliada de Valente y convertida al cristianismo, había enviado a Constantinopla como auxiliares; en Zos., IV, 22, 3 hallamos otra noticia al respecto: los sarracenos, auxiliares de Valente, se enfrentan a los escitas que cruzan el Danubio; la fiereza de estos soldados es tal, que los godos prefieren replegarse y permanecer bajo dominio huno antes que luchar contra ellos.

44 Y.A. Dauge, Le Barbare. Recherches sur la conception romaine de la barbarie et de la civilisation, Bruxelles, 1981, p. 258-259.

45 Ep. Rei mil., I, 1: “Tirones igitur de temperatioribus legendi sunt plagis, quibus et copia sanguinis suppetat ad vulnerum mortisque contemptum et non possit deesse prudentia, quae et modestiam servat in castris et non parum prdest in dimicationes consiliis”.

46 M.J. Rodríguez Gervás, Propaganda política y opinión pública en los panegíricos latinos del Bajo Imperio, Salamanca 1991, p. 229; P. Heather, J.F. Matthews, The Goths in the Fourth Century, Liverpool 1991, p. 24-25: la figura del emperador como victorioso

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con un fenómeno contradictorio en el seno del Imperio: al bárbaro reclutado se le necesita en la misma medida en que se le detesta47.

Debido a ello, la percepción del bárbaro reclutado que hallamos en las fuentes literarias suele manifestarse a través de una rígida con-frontación: el mercenario o bien es leal a Roma o, por el contrario, un traidor. Infidi, perfidi, lubrica fallaxque gens..., son los términos aplicados a los bárbaros alistados más comunes en los panegíricos latinos48. En teoría, cuando por reclutamiento se consigue cortar los vínculos del bárbaro con su comunidad de origen, éste transfiere, según relatan numerosos testimonios clásicos, toda su lealtad al Imperio49. Resulta significativa, al respecto, la inscripción del ILS 2814, en la que un franco declara su nacionalidad germana y añade que es soldado roma-no. No obstante, tal actitud escasea en los textos, constituyendo la traición la conducta ordinaria del extraliminar. Ajenos a toda regla moral, los bárbaros se atienen, en Amiano, sólo al interés del momen-to, ignoran el valor de los compromisos y suponen una fuente conti-nua de inquietud y desconfianza para los romanos50. La inconstancia bárbara que produce la violación de pactos, tan frecuente en Amiano

ante los bárbaros, justificación del orden imperial impuesto por la elite a la masa de la población, obliga a que se evite presentar al gobernante como mediatizado por las externae gentes a la hora de pactar una paz o un tratado; todo ha de ser enteramente decidido por él, como lo expresa Temistio en su Oratio X.

47 Contradicción que hallamos en el propio Amiano, un autor hostil por definición a los bárbaros: en XXXI, 4, 3-4, nos narra que se acepta y se recibe con alegría a los bárbaros porque su apoyo convertiría al ejército romano en invencible.

48 F. Del Chicca, “Panegiristi e Barbari: tra convenzionalità e originalità di notazioni”, Romanobarbarica 11 (1991), p. 111-112.

49 D.R. Abbot, op.cit., p. 28-31, el porcentaje de traidores, si hablamos de oficiales, es mínimo. Los oficiales bárbaros aceptaron desde un primer momento los modos de vida romanos y buscaron, en todo momento, la integración. En lo relativo a las rebeliones de foederati y a sus actividades devastadores en el Imperio, este autor las atribuye a las dificultades iniciales de adaptación de los recien llegados o a motivos de compulsión extrema, lo que les llevaría a practicar el saqueo como modo de supervivencia.

50 Y.A. Dauge, op.cit., p. 342. Vid. Amm., XXXI, 2, 9.

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como manifestación natural del extraliminar51, llegó a convertirse en todo un tópico literario: autores como Casiodoro o Enodio llegaron a acuñar el término perfidia alamanna para designar una sublevación armada en desprecio de un pacto52. Según Amiano, cuando los extraliminares respetan un convenio, lo hacen por miedo (XXIX, 6, 16)53. Uno de los cúlmenes de esta inconsecuencia es la de los hunos (XXXI, 2, 11): la prueba de la escasa fiabilidad que ofrecen la cons-tatamos al observarlos como mercenarios de los ostrogodos en lucha contra otros grupos de su propia nación (XXXI, 3, 3)54. La perfidia de los grandes líderes bárbaros también aparece como una constante en las Res gestae.: personajes como Mederico (XVI, 12, 25), Hortario (XVII, 10, 7-8; XXIX, 4, 7), Vadomario (XXI, 3, 1; 5), Atanarico (XXXI, 3, 4) o Fritigernio (XXXI, 5, 7; 12, 9), protagonizan episodios de deslealtad o engaño frente al Imperio. 51 Vid. Amm., XV, 5, 1; 8, 6; XVI, 12, 17; XVII, 6, 1; 13, 24; XVIII, 2, 18; XX, 1, 1; XXII, 7, 8; 8, 41; XXVII, 4, 1; 5, 1; XXIX, 5, 17; XXX, 7, 11; XXXI, 2, 9; 10, 2; 10, 11; J. Vogt, La decadencia de Roma. Metamorfosis de la cultura antigua (200-500), Madrid 1968, p. 227: “No sabemos si entre estos germanos que estaban al servicio de los romanos y generalmente tenían que luchar contra germanos, e incluso muchas veces contra sus hermanos de tribu, se haya producido un desconcierto de ideas y sentí-mientos; en los autores antiguos aparece, a veces, la acusación de haber planeado o empleado la traición. Sin embargo, en estas acusaciones juegan ideas generales de que los germanos poseían una especie de sentimiento de vinculación nacional, y de que los bárbaros eran todos traidores, prejuicio antiguo y muy extendido entre los eruditos”. Tampoco los otros bárbaros, los persas, escapan al comportamiento indigno del incumplimiento de pactos (XXV, 7, 12; 8, 4; XXVI, 4, 6; XXVII, 11, 1; 12, 15; 18; XXX, 2, 3).

52 U. Pizzani, “Boezio “consulente tecnico” al servizio dei re barbarici”, Romanobar-barica 3 (1978), p. 202; D. Lassandro, “La rapresentazione del mondo barbarico nell´ oratoria encomiastica del IV secolo D.C.”, Invigilata Lucernis 2 (1980), p. 199: la perfidia es la contraposición a la fides romana.

53 Rara vez, como es el caso de los alamanes en Amm., XVIII, 2, 2, los bárbaros respetan un tratado.

54 En ocasiones, la aparente inclinación barbárica a la paz con el Imperio no supone más que un ardid para conseguir la relajación de las tropas romanas y así propiciar las condiciones para un posterior ataque (Amm., XVII, 12, 9; XIX, 11, 4-10; XXVIII, 2, 6-8; XXIX, 5, 19).

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Pero la mayor gravedad no radica en la inconstancia de los enemigos que se hallan más allá de las “fronteras”, sino en la traición abierta del reclutado: altos oficiales alamanes que sirven en el ejército romano revelan los planes de éste a sus compatriotas (XIV, 10, 7-8; XXXI, 10, 3); cuerpos de auxiliares como los braccatos o los cornuti son tachados de desleales por Amiano (XV, 5, 30). La misma elevación a la púrpura de Juliano (XX, 4, 17-18), en París, se presenta como el acto de defección de unos auxiliares bárbaros, siempre tendentes al tumulto y al levantamiento: Juliano ha de aceptar el trono para salvar la vida. La poca fidelidad de las cohortes galas nos es recordada en el contexto de la sucesión de Valentiniano (XXX, 10, 1).

En cualquier caso, el mayor problema que un bárbaro alistado en una unidad romana podía causar consistía en la turbulencia de su comportamiento (Amm., XX, 4, 21), que introduciría un elemento de tensión en las relaciones con los demás soldados55. Episodios más radicales, como las agresiones de los bastarnos en 391, que se rebela-ban contra el Estado que les había acogido56, no eran nada frecuentes. Incluso entraba dentro de lo nomal que el establecimiento de un foedus implicara que durante el plazo dado para el mismo surgieran conflictos entre romanos y bárbaros. El caso más claro es el de los visigodos en la Galia, en el que no faltaron las escaramuzas entre los socii. El mismo hecho de un asentamiento de bárbaros para que cultivaran la tierra no suponía para Amiano (XVI, 11, 4) una garantía de que aquéllos depusieran las armas. De igual manera, tales roces no duraban siempre: y cuando los romanos necesitaban del apoyo militar de, por ejemplo, los godos frente a un tercero, lo recibían sin

55 E.A. Thompson, “Early Germanic warfare”, P&P, 14 (1958), p. 13.

56 C.J. Simpson, “Claudian and the federation of the Bastarnae”, Latomus 34, 1 (1975), p. 221-223. De todos modos, la visión de esta rebelión la obtenemos a través de Claudiano, quien cargó las tintas en su relato para atacar la política filogótica de Rufino mediante la crítica del filobarbarismo teodosiano.

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contratiempos57. En estas contingencias, el pragmatismo se impone sin paliativos.

En la base de la hostilidad referida, en muchas ocasiones, se halla el hecho de que los bárbaros enrolados no siempre disponen de una garantía de empleo permanente y se encuentran en una posición delicada; aunque tuvieran posibilidades de formar parte del ejército regular, su futuro dependía directamente del general que les había contratado: esto hace que en Occidente, por ejemplo, el magister militum se convierta en el virtual dirigente del Imperio58.

Además, el poder de romanización de las comunidades extrali-minares, ya se encuentren más allá de las fronteras o bien insertas como laeti, gentiles, foederati o dediticii dentro del Imperio, decayó a partir del siglo III, con lo que tales grupos bárbaros mantuvieron en un nivel aceptable sus pautas culturales e incluso estrechos contactos con sus núcleos de procedencia59. En esta línea, conviene recordar que los reclutamientos no representan un corte definitivo del reclu-tado con su comunidad de origen, a la que retornan temporalmente cuando se les concede permiso; y, además, muchos contingentes extraliminares fueron alistados por un tiempo limitado60. Contra el

57 H.W. Elton, “Defence in fifth-century Gaul”, en Fifth-century Gaul: a crisis of identity?, J.F. Drinkwater, H. Elton, H., eds., Cambridge 1992, p. 169: “For the moment it was enough for the Romans to contain Visigothic energies and encou-rage their assimilation”.

58 J.H.W.G. Liebeschuetz, “Generals... ”, p. 467-468.

59 R. MacMullen, art.cit., p. 560-561; para E.A. Thompson, “Barbarian collaborators and Christians”, en Romans and Barbarians. The decline of the Western Empire, Winconsin 1982, p. 236-237, el godo que vestía el uniforme romano seguía en contacto con su comunidad de origen y resultaba relativamente fácil que desertara o mantuviera informado a sus antiguos camaradas; A.J. Boudewijn Sirks, “Shifting frontiers in law: Romans, Provincials and Barbarians, en Shifting Frontiers in Late Antiquity”, Aldershot 1996, p. 149, n. 15: “Some barbarians were appointed as general, consul, or patrician, or received other honours, but this did not make them Romans, because they did not become liable for munera as true Roman citizens were”.

60 J.H.W.G. Liebeschuetz, “Generals...”, p. 464-465: el exiguo registro de extraliminares reclutados en documentos oficiales como la Notitia Dignitatum apunta

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peligro de la probable traición de los bárbaros reclutados, los juristas imperiales legislaron activamente desde Constantino (CTh.,VII, 1,1; 12, 2).

Podemos abordar el tema del reclutamiento bárbaro individual en las Res gestae de Amiano desde distintas perspectivas. Empezaremos por el criterio de la nacionalidad: destaca la presencia de notables francos y alamanes asociados a actividades de mando. El origen de los reclutados aparece con mayor claridad en los casos de altos oficiales, mientras que en los menores apenas si se nos dice algo al respecto: entre estos últimos, en todo caso, también destacan los francos y alamanes. Para el siglo IV, obtenemos un predominio de oficiales francos en el ejército romano61. Ellos son presentados por el antioqueno, en el contexto del episodio de la rebelión de Silvano, como “the voice of opposition at Court to the customary wiles of Constantius´minister, and as the representatives of a genuine and unquailfied loyalty to the Roman government”62. En muchas ocasiones estos personajes demuestran su lealtad al Imperio. Los casos de heroísmo en combate de Bapón (XV, 4, 10-11) o Carietón (XXVII, 1, 2 y 5) así lo demuestran. Pero ni siquiera la lealtad les hace perder, en muchas ocasiones, su estigma barbárico. De hecho, la crítica amianea hacia los aduladores cortesanos consiste, básicamente, en que son superados por sus colegas bárbaros. En cuanto a los alamanes, por lo general obtenemos una visión negativa de ellos. Oficiales como Agilón, Escudilón, Gomoario, Latino, Vadomario son representativos de manifestaciones de traición, corrupción, incom-

tal vez hacia un alistamiento de carácter puntual y transitorio, algo que le suponía al Estado un considerable ahorro.

61 D.R. Abbot, op.cit., p. 23; según L. Musset, Las Invasiones. Las oleadas germánicas, Barcelona 1967, p. 68-69, los francos eran, “de todos los germanos, los más bien dispuestos a comprender la civilización romana” y Amiano “hizo excepciones en favor de muchos de ellos en su odio contra los bárbaros”.

62 D. Hunt, “The outsider inside: Ammianus on the rebellion of Silvanus”, en J.W. Drijvers, D. Hunt, eds., The Late Roman World and its Historian. Interpreting Ammianus Marcellinus, London and New York 1999, p. 56.

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petencia y perfidia. Tan sólo Hariobaudo, un simple tribunus vacans, recibe un tratamiento positivo. Por otra parte, los exponentes godos (Aligildo, Munderico) son acreedores a un tono más bien neutro, salvo el caso de Arinteo que examinaremos más adelante. Otras pro-cedencias que encontramos son la ibera caucasiana (Bacurio), la persa (Hormisdas), la africana (Creción, Estacaón, Gildón) y la sármata (Víctor).

El cargo que desempeñaron también puede ayudarnos a compren-der la visión del reclutado extraliminar en Amiano. Estos bárbaros ostentaron una gran diversidad de empleos: el más usual en las Res gestae es el de tribunus, generalmente asociado a alguna de las Scholae palatinae63. Entre los francos, destacan tres personajes que alcanzan un alto cargo como Malarico, Nevita y Merobaudo. El primero, inicial-mente tribuno de los gentiles, fue uno de los oficiales germanos que intercedió por su compatriota Silvano ante Constancio, y por ello Amiano le recuerda con cierta simpatía64. Durante el reinado de Joviano se le ofreció el cargo de magister equitum per Gallias que, asombrosamente, rehusó (XXV, 8, 11; 10, 6). Se trata de un personaje competente en sus obligaciones militares, pero también poco ambi-cioso: en ese sentido, se convierte en todo un paradigma del “buen bárbaro reclutado”, en Amiano, frente a otros como Nevita o Mero-baudo. Nevita supone el caso más evidente del éxito de un bárbaro reclutado en las Res gestae: simple praepositus de una unidad de caba-

63 D. Woods, “Ammianus and some tribuni scholarum palatinarum, c. A.D. 353-364”, CQ, 47 (1997), p. 269, define las Scholae como “cavalry units, each containing about 500 men under the overall command a single tribune”. Existían varios tipos de scholae palatinae: la sch. Scutariorum prima (la más veterana), la sch. Scutariorum secunda, la sch. Scutariorum clibanariorum, la sch. Armaturarum y la sch. Gentilium (la menos vete-rana); N. Santos, “El servicio policial secreto romano en el Bajo Imperio según Amiano Marcelino”, M.H.A, I (1977), p. 130 señala que también efectuaban labores propias de agentes in rebus.

64 Sentimiento que incrementa el que fuera víctima de las intrigas de esos cortesanos palaciegos a los que Amiano tanto detesta.

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llería antes de que el Apóstata se inclinara por él65. En XVII, 6, 3 Amiano nos habla de su bravura en el combate contra los alamanes; sin embargo, esto no basta para respaldar su éxito e incluso servirá de base para una de las escasas críticas de nuestro autor a Juliano66. Su extracción barbárica y sus humildes orígenes no justifican para Amia-no su rápida promoción social67. En lo referente a Merobaudo, rex Francorum al servicio de Roma, llegó al empleo de magister peditum bajo Valentiniano I: su talento y su sólida posición en la Corte occidental le permitieron imponer un coemperador a Graciano cuando el dinasta falleció (Zos., IV, 17-19); bajo éste accedió por dos veces al consu-lado y, finalmente, se pasó al bando de Máximo68. Protector del corrupto comes Romano, personaje oportunista e intrigante, también se admite en las Res gestae su calidad de soldado experimentado (XXI, 10, 6). Es uno de esos casos de reclutamiento bárbaro indivi-

65 J. Arce, “Los cambios en la administración imperial y provincial con el emperador Fl.Cl. Juliano (362-363)”, H.Ant. VI (1976), p. 210, señala los criterios utilizados por Juliano para elegir a los miembros de su entorno político y militar: hombres de confianza (Nevita), con cierta formación cultura (Víctor y Máximo), sin atender a su origen (Víctor) o su religión (Máximo) y que le garantizaran su adhesión política.

66 Críticas que no sólo apuntan hacia su filobarbarismo, sino también hacia la altera-ción de las normas de promoción administrativa del siglo IV, iniciada por Constan-tino (Zos., II, 32) y secundada por el Apóstata. La censura al reclutamiento bárbaro del primer emperador cristiano aparece en Amm., XXI, 10, 8; 12, 25. Estas invec-tivas constituían la imagen especular de lo expresado por Eusebio de Cesarea (Vit.Const., IV, 7), quien había escrito que Constantino había honrado a los más nobles de entre los bárbaros con cargos oficiales, de tal guisa que muchos de ellos no regresaron a sus lejanos hogares, prefiriendo la vida entre los romanos. El mismo padre de Atanarico, el futuro ilustre huesped de Teodosio en Constantino-pla, había sido distinguido por Constantino con una estatua fuera del habitáculo del Senado de la capital oriental (Them., Or., 15, 191a); sobre la presentación del tema ante el auditorio senatorial pagano de Amiano en Roma, vid. A. Cameron, “The Roman friends of Ammianus”, J.R.S. LIV (1964), p. 21-22.

67 La misma crítica será vertida contra otro alto oficial germano: Agilón.

68 B.S. Rodgers, “Merobaudes and Maximus in Gaul”, Historia XXX (1981), p. 82-105.

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dual en los que el antioqueno da un tratamiento comedido entre el reproche y la alabanza, tal y como ocurre con otra franco: Flavio Ricomeres. Éste desarrolló una de las carreras más brillantes del grupo de los oficiales germanos: comes domesticorum bajo Graciano, ayudó a Valente en su fatídica guerra contra los godos (XXXI, 7, 4). Aunque de Ricomeres obtenemos mayor información en otras fuentes como Libanio (Or., I, 219-220), que habla de él en términos laudatorios cuando el franco, en 383, había alcanzado el cargo de magister militum per Orientem; o el Cógido Teodosiano o Zósimo (CTh., VII, 1, 13; Zos., IV, 54), a través de los cuales sabemos que Teodosio le promocionó al empleo de comes et magister utriusque militiae; en 384, por fin, alcanzó el consulado. Entre sus amigos figuraron romanos tan insignes como Símaco (Ep. 3, 59). En Amiano, sin embargo, y aunque termina abandonando a Valente a su suerte en el campo de batalla de Adrianópolis, no recibe el menor reproche. Tal vez porque, como el antioqueno, también era pagano.

Entre los alamanes, destacan Agilón y Gomoario, magister peditum y magister equitum respectivamente. Ninguno recibe un tratamiento posi-tivo en las Res gestae. Agilón aparece caracterizado como un tráns-fuga, un presunto traidor, un personaje deshonesto y, lo peor para Amiano, un rival de Ursicino. Gomoario recibe, si cabe, una caracte-rización aún más grave: servidor de emperadores como Constancio y Valente, incluso del usurpador Procopio, a este defecto se suma su talante de traidor impenitente y su poca destreza como militar. Otros oficiales alamanes de menor rango (Escudilón69, Latino, Vadomario) son abiertamente calificados de traidores. Hariobaudo (XVIII, 2, 2 y 7) es el único soldado de esa nacionalidad del que se encomia algo: su valor y fidelidad. Sin embargo, no era más que un tribuno sin man-do70.

69 A éste el destino le hace pagar sus actos de traición: una enfermedad “le hace vomitar los pulmones” (XIV, 11, 24).

70 De Hortario, otro alamán del que ni siquiera conocemos su rango, no se cuenta nada ni a favor ni en contra (XXIX, 4, 7).

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Un aspecto importante de estos oficiales bárbaros es la relación que tuvieron con Juliano, la cual, según los casos, les hace aparecer de una manera o de otra. Así, tenemos los siguientes ejemplos:

- Agilón, del que ya hemos hablado, es calificado como militar competente: tal vez porque fue oficial del Apóstata en su camapaña persa.

- Arinteo, cuyo retrato en las Res gestae no es precisamente de los más negativos: valeroso soldado, buen general, diplomá-tico cumplidor, su único defecto parece consistir en servir bajo algunos gobernantes incompetentes como Joviano o Valente. En su lucha contra los godos advertimos, asimismo, su avenen-cia con los intereses imperiales frente a su antigua identidad cultural. También sabemos por Basilio de Cesárea (Ep., 269) que este obispo bautizó al militar godo antes de morir, con lo cual se deduce que hasta entonces había sido pagano, un rasgo que pudo colocarle en una luz positiva frente al cálamo de Amiano. Indudablemente su eficacia como oficial de Juliano en la guerra contra los persas es lo que le hace merecer la simpatía del antioqueno71. Por cierto que éste menciona uno de sus rasgos físicos, su gran estatura (XXVI, 8, 5), que nos recuerda el estereotipo del bárbaro.

- Bainobaudo, tribunus Cornutorum de incierta nacionalidad, que muere en las campañas renanas de Juliano, es alabado por Amiano (XVI, 12, 63).

- Lo mismo le ocurre al franco Carietón (XVII, 10, 5), antiguo bandido en la frontera que utiliza su habilidad para el bandolerismo al servicio de Roma y que morirá heroicamente contra los mismos bárbaros con los que había saqueado tierras imperiales (XXVII, 1, 2 y 5).

71 Un par de datos que no apunta el antioqueno son los siguientes: en primer lugar, que Arinteo apoyó la elección de Valentiniano como sucesor de Joviano; en segundo lugar, que llegó al consulado en 372.

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- Dagalaifo72, hombre rudo, aunque enérgico (llegará a enfrentarse incluso al terrible Valentiniano I), desempeñó car-gos de confianza para Juliano en la guerra civil contra Constan-cio y en la campaña persa de Juliano. Pese a su escaso éxito en la guerra contra los germanos, llegaría a compartir el consulado, en 366, con Graciano73.

- Gomoario, quien odiaba a Juliano por tensiones habidas entre ellos en la Galia (XXI, 13, 16), recibe uno de los peores retratos, entre los oficiales germanos, en Amiano.

- Hariobaudo, oficial menor que realizó valerosas misiones para Juliano en territorio alamán.

- Nevita, del que ya hemos hablado.

- Vadomario, quien por orden de Constancio llegó a hosti-gar a Juliano en el Rin (XXI, 3, 4-5). Ejemplo del típico bárbaro pérfido, que devasta las zonas fronterizas (XIV, 10, 1), rompe los tratados de paz con Roma (XVI, 12, 17) y posee una extraordinaria capacidad para urdir intrigas (XXI, 3, 5)74.

- Una clara muestra de lo que venimos diciendo es el único oficial sármata que hallamos en las Res gestae: Víctor. Irrumpe

72 G. Sabbah, “La méthode d´Ammien Marcellin. Recherches sur la construction du discours historique dans les Res gestae”, Paris 1978 p. 538: “Dagalaifo représente la condition instable et précaire du Germain en voie de romanisation: il n´est plus de son pays, il ne sera jamais de cette Rome qui l´exploite en lui confiant un rôle brillant”.

73 Para J.F. Drinkwater, “Julian and the Franks and Valentinian I and the Alammani: Ammianus on Romano-German relations”, Francia 24 (1998), p. 10, una prueba más de la pobre amenaza que estos pueblos suponen para Roma en la segunda mitad del siglo IV.

74 J.F. Matthews, op.cit., p. 377: “Vadomarius was never less than an intriguing figure, in every sense of that word”; H.W. Elton, “Defining Romans, Barbarians and the Roman frontier”, en Shifting Frontiers..., p.128-129, defiende que este líder alamán era un personaje que, a pesar de su origen bárbaro, no habría sido muy diferente de un romano.

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en la obra como jefe de la retaguardia de Juliano (junto a Dagalaifo) en Asiria (XXIV, 1, 2); más adelante, y con el cargo de dux (4, 13), realiza labores de exploración mientras las fuer-zas romanas sitian la plaza de Maiozamalcha; sin embargo, una líneas más abajo (4, 31), Amiano alude a él llamándole comes y esta vez en la vanguardia del ejército julianeo; en XXIV, 6, 4, aparece comandando la tercera parte de la flota del emperador (las otras dos las dirigía el propio gobernante), lo cual vuelve a incidir en su valía como jefe militar en situaciones muy diversas; su coraje en el combate y capacidad para tomar decisiones en mitad de la lucha los demuestra en XXIV, 6, 13: aun con el hombro atravesado por una flecha, disuade a los legionarios que intentan perseguir a los persas en retirada hacia el interior de Ctesifonte; en este episodio, de nuevo, Amiano vuelve a llamarle dux. Luego le veremos en las deliberaciones de los oficiales que eligen al sucesor del difunto Juliano; aquí el sármata se alinea con Arinteo y otros capitanes, antiguos solda-dos de Constancio, en contra de los oficiales galos Nevita y Dagalaifo (XXV, 5, 2); tendremos que esperar al reparto entre Valentiniano y Valente de áreas de influencia y generales para tener otra noticia suya: como resultado de la división, pasa a formar parte del staff del segundo (otra vez junto a Arinteo), lo cual tampoco le favorece en la visión que Amiano tiene de él (XXVI, 5, 2); con una carrera que se configura como meteó-rica75, ya ha alcanzado el empleo de magister equitum: cargo que ejercerá en misión diplomática entre los godos, con la orden de averiguar por qué apoyaron a Procopio a pesar de la alianza con Valente (XXVII, 5, 1-2). Obsérvese que nada de lo anterior, salvo la difusa elección de Joviano, empaña su “expediente” a los ojos del antioqueno; más tarde, y otra vez junto a Arinteo (éste como magister militum), tratará la paz con los godos tras tres años de guerra (5, 9); dada la buena evolución de las negó-ciaciones entre Atanarico y Valente, hemos de deducir que

75 Según Them., Or., IX, 120c-121a; 128 c-d, llegó a ser cónsul sufecto en 369.

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también se reveló como un oficial competente en esta misión; de todos modos, Amiano no contempla positivamente la paz que el emperador de Oriente pacta con los germanos, así que de poco le vale a Víctor su mediación. En XXX, 2, 4 ss, por orden de Valente, y en compañía de Urbicio (dux Mesopotamiae), se dirige hacia el frente persa para advertir a Sapor de que no debe aspirar al control de Armenia; sin embargo, los legados obran con precipitación y escaso tacto político, lo que provocará que Sapor lance una ofensiva que se apodere de Armenia: Valente no podrá reaccionar, temeroso de los godos en el Danubio; en 2, 7, Amiano recupera el título de comes para Víctor; por cierto, que en estos mismos pasajes el antioqueno anticipa el desastre de Adrianópolis. Así, en XXXI, 7, 1 Víctor ha de zanjar apresuradamente los problemas diplomáticos en tierras armenias ante el inminente choque con los godos en Tracia; aunque Amiano no lo dice, el hecho de que le constatemos en los momentos previos a la legendaria batalla nos hace pensar que, además de para salvar un peligro en la retaguardia, Valente había tomado esa decisión para tener a su lado a un valioso general: en XXXI, 12, 6, Víctor contradice el criterio de Sebastián, que se inclinaba por el ataque frontal e inmediato al enemigo, aconsejándole al emperador que espere los refuerzos de Graciano; aquí Amiano le califica de contem-porizador y prudente, pese a que era sármata de origen. La des-confianza frente a los bárbaros reclutados no puede ser más evidente por parte de nuestro historiador. El último pasaje protagonizado por este oficial (XXXI, 13, 9) narra la huida del general ante la avalancha goda, abandonando a Valente a su suerte, aunque no sin haber intentado antes organizar su defen-sa; otros generales como Saturnino y Ricomeres imitarán su ejemplo. Según Zósimo (IV, 24, 3), será él quien comunique la mala nueva a Graciano en Panonia. Por último, según Gregorio de Nacianzo (Ep. 133, 134), se hallaba en Constantinopla hacia 382-383. Victor era cristiano, aunque también un valioso gene-

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ral para Juliano. Su carrera desmerece a partir que nos alejamos en el tiempo de la muerte del Apóstata y, sobre todo, bajo el odiado reinado de Valente. Amiano, participante de la campaña persa de Juliano, debió de conocerle.

En general, cuando Amiano nos habla de oficiales bárbaros no lo hace de forma exhaustiva, sino a través de breves pinceladas que no siempre nos dan a entender qué pensaba de tal o cual personaje, o cuál era su posición dentro de la maquinaria militar o administrativa del Estado; además, en ciertos casos, no nos ayuda a apreciar al oficial en cuestión ni a seguir su carrera a partir del 378 según narran otras fuentes. Pongamos los siguientes ejemplos:

- Bapón: oficial franco, aparece una única vez en las Res gestae (XV, 4, 10), como oficial de los Promoti dentro de la cam-paña de Constancio II contra los lencienses. Luchó heroica-mente junto a Arinteo en ese episodio. En principio, pues, la valoración de Amiano sería positiva. Sin embargo, si se trata del mismo personaje que en el 372 llegó al cargo de prefecto de Roma (CTh., VI, 4, 21) encontraríamos un posible caso de premeditada omisión, ya que el antioqueno no dice una palabra al respecto76. El que un germano llegara a tan estratégico cargo debía escandalizar a alguien como nuestro antioqueno.

- Frigerido, dux Valeriae, es para D. Woods un personaje que suscita la admiración de Amiano77. Nosotros no lo vemos tan claro. Militar astuto en la guerra contra el bárbaro, instala a godos taifales en el norte de Italia y olvida su deber de auxiliar a Valente en Tracia. Su tratamiento es neutro, por más que es uno de los más altos oficiales bárbaros que aparecen en las Res gestae.

76 T.D. Barnes, Ammianus Marcellinus and the representation of historical reality, Ithaca, London 1998, p. 238-240, opina que puede tratarse de una pérdida en la transmisión textual de las Res gestae; J.F. Matthews, op.cit., p. 209 ss, se inclina por la premeditación amianea.

77 D. Woods, “Maurus, Mavia and Ammianus”, Mnemosyne LI, 3 (1998), p. 334.

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- Hormisdas: bajo el reinado de Constancio II este persa ejercía una oficialidad militar, tal vez el cargo de comandante de la schola Scutariorum Clibanariorum78; el hecho de que no conoz-camos nada más de él a partir del 363 quizás nos indica que murió en el curso de la campaña persa de Juliano79. Hormisdas había llegado a Roma, probablemente, hacia el 324. Zonaras lo cita como comandante de caballería de Constancio II (13, 5, 17-33), como más tarde lo sería de Juliano en su campaña per-sa, y debió de aparecer en alguna parte de los libros perdidos de Amiano80. La información superviviente, en todo caso, resulta muy confusa.

- Mauro aparece asociado al nombre de Macameo, posible-mente ambos tribunos, pues eran hermanos. El segundo muere en combate, y su colactáneo, aun herido por un dardo, resca-tará valerosamente su cuerpo en mitad del fragor de la lucha. Sin abandonar las breves líneas en que ambos realizan su única presentación en la obra, Amiano nos dice del primero que llegaría al cargo de dux Feniciae. El nombre, sin embargo, aparece en otros pasajes de las Res gestae: Mauro se llamaba el draconarius del cuerpo de los Petulantes (uno de los auxilia palatina de Juliano) que coronó como Augusto al futuro Apóstata en la revuelta de París (XX, 4, 18), en la primavera del 36081: de paso, el antioqueno nos recuerda que más tarde ascendería al empleo de comes, fracasando en la defensa del archiestratégico paso de Sucos. ¿Se trataba del mismo personaje? Woods opina que sí: la anécdota del bravo rescate, ideal en el relato de batallas en Amiano, se conjuga, de forma deliberadamente confusa a juicio

78 D. Woods, Ammianus..., p. 289-290.

79 D. Woods, “A Persian at Rome: Ammianus and Eunapius´ Frg. 68”, en The Late Roman World..., p. 160.

80 Vid. A. Cameron, “Biondo´s Ammianus: Constantius and Hormisdas at Rome”, HSCPh 92 (1989), p. 427

81 Otra noticias en Iul., Ep.ad Athen., 284d; Lib., Or.18, 99; Zos., III, 9, 2.

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del británico, con la antipatía de Amiano frente a un dux Phoe-nices que no supo defender la zona de Siria-Palestina contra las incursiones de los sarracenos de la reina Mavia (hacia 378)82, y cuya incompetencia aparecía subrayada por su incapacidad de mantener el control de una zona vital para la seguridad del Estado83.

- Vitaliano aparece como protector domesticus, en el 363, elevado a dicho rango por Joviano. Adscrito como soldado al contingente de los hérulos, Amiano nos recuerda que más tarde llegaría al cargo de comes en Iliria: en tal ejercicio, Vitaliano se mostraría como un incompetente (XXV, 10, 9; Zos., IV, 34, 1-2, bajo Graciano y hacia el 380). Este nombre aparece también en el significativo pasaje XXVI, 7, 15-16, en el que, en mitad del primer choque entre las fuerzas rebeldes y las de Valente, el usurpador Procopio saluda a un tal Vitaliano y, mediante un breve y emotivo discurso, logra que las tropas del emperador se pasen a su bando. No podemos afirmar que ambos sean la misma persona.

Mención aparte merece el caso del usurpador Silvano. Hijo de Bonitus (Amm., XV, 5, 32)84, fue tribunus scholae Armatorum bajo Mag-nencio, al que abandonó para pasarse al bando de Constancio II (Amm., XV, 5; Oros., VII, 29, 14), por lo que fue recompensado con el cargo de magister equitum et peditum per Gallias85. Las fuentes tar-

82 J.F. Matthews, op.cit., p. 349: en la época en la que escribe Amiano, los sarracenos gozan de una gran autonomía de movimientos en los desiertos que bordean la franja sirio-palestina, entre otros motivos por la decadencia de antaño poderosas ciudades como Palmira o Hatra.

83 D. Woods, “Maurus...”, p. 325-336.

84 Según R.M. Frakes, “Cross-references to the lost books of Ammianus Marcellinus”, Phoenix XLIX, 3 (1995), p. 237-238, Bonito tal vez sólo fue un leal infante de Constantino; sobre el personaje vid. D.R. Abbot, op.cit., p. 17-18.

85 C.Th.,VII, 1, 2; 7, 3, año 349. A.H.M. Jones, “The career of Flavius Philippus”, Historia 4, 1955, p. 229-233, ha discutido esta cronología y afirma la de 353.

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dorromanas no ofrecen un testimonio detallado de la usurpación de Silvano, siendo Amiano la más importante de ellas86.

Hunt ha publicado recientemente que el trepidante relato de la usurpación de Silvano se parece más a una novela de espías que a un hecho verídico, en la que no queda nada claro si el protagonista es víctima o villano87. Envuelto en una turbia conspiración llevada a cabo por altos cortesanos occidentales88, el franco se vio obligado a la rebelión, pese a que su identificación con los patrones culturales ro-manos le habían llevado a abandonar cualquier reminiscencia de su comunidad de origen (XV, 5, 16)89. Sin embargo, el motín pudo deberse a otros motivos: la tensión entre romanos y bárbaros en el limes germano y/o el disgusto de provinciales y soldados de la zona con la política del gobierno central posiblemente elevaron a Silvano a la púrpura90. El caso es que él recibió la solidaridad de una parte del ejército, la que operaba en el limes galo: una hueste semibárbara lidera-da por un bárbaro. Esto es lo que escandaliza y asusta a Amiano91. No en vano, no siempre se ha valorado el calibre de esta rebelión, que pudo haber afectado, con sus ramificaciones, a todo el Occidente romano, arraigando sobre todo entre los sectores descontentos con la

Amiano, por otra parte y siguiendo con el pasaje citado, sólo menciona el cargo de magister militum per Gallias.

86 G. Fernández, “La rebelión de Silvano en el año 355 de la era cristiana y la política eclesiástica de Constantino II”, Gerión Anejos II (1989), p. 257-258.

87 D. Hunt, art.cit., p. 51-52; T.D. Barnes, op.cit., p. 196, destaca de Amiano que su modo de composición resulta más propio de la novela que de la Historia.

88 Sobre la visión de Silvano como víctima en Amiano y su “huída hacia adelante”, vid. R. Martin, “Ammien Marcellin ou la servitude militaire”, Caesarodonum XVbis (1980), p. 205 ss.

89 A. Chauvot, art.cit., p. 153 ss.

90 R.C. Blockley, “Constantius II and his generals”, en Studies in Latin literature and Roman history, vol. II, ed.by C. Deroux, Bruxelles 1980, p. 469.

91 E. Frézouls, La mission du “magister equitum” Ursicin en Gaule (355-357) d´après Ammien Marcellin, en Hommages a A. Grenier, II, Bruxelles 1962, p. 688.

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política religiosa de Constancio en el Oeste92. Lo que sí parece claro, al decir de nuestro historiador93, es que la muerte de Silvano trajo consecuencias funestas para la Galia; no cabe duda de cierta admi-ración del antioqueno respecto al franco; en XV, 5, 32 parece lamentarse por lo injusto de su muerte. Amiano lo presenta como un soldado competente y honesto que cae víctima de las intrigas de la corte de Constancio, al igual que Ursicino94. Y esto lo subraya en la posterior represión de sus partidarios, pues según Amiano es en la supresión de los usurpadores donde Constancio despliega su salvajis-mo judicial más exacerbado95.

De todas formas, también hay que tener en cuenta que lo que se pretende con la descripción de una situación tan dramática, además de ofrecerse ésta como una buena oportunidad para denunciar los taimados métodos de Constancio96, es allanar el terreno para la espec-tacular entrada del personaje que salva la situación: Juliano97. Sólo así se entiende el cambio de valoración de Silvano en las líneas amianeas: cuando Ursicino toma el mando de las operaciones para suprimir al rebelde, Amiano subraya sus dotes como general y convierte al leal

92 G. Fernández, art.cit., p. 258 ss: también la usurpación de Magnencio, según este autor, se propiciaría a raíz de la política religiosa de Constancio.

93 R. Syme, Ammianus and the Historia Augusta, Oxford 1968, p. 11: no obstante, Amiano participó en la represión de la rebelión de Silvano; sobre la ruta que siguió la expedición contra el usurpador, vid. G.M. Woloch, “Ammianus´ route to Cologne”, Arctos 26 (1992), p. 137-140; sobre los métodos de Ursicino para acabar con la rebelión de Silvano, métodos no honrosos aunque, según Amiano, dictados por Constancio, vid. N.J.E. Austin, Ammianus on Warfare. An investigation into Ammianus´military knowledge, Bruxelles 1979, p. 49-50.

94 T.D. Barnes, op.cit., p. 117.

95 M. Whitby, “Images of Constantius”, en The Late Roman World..., p. 80.

96 D. Hunt, art.cit., p. 54-55: así, Amiano reivindica el justo medio entre el mantenimiento de la dignidad imperial y la enajenación del gobierno a manos de los aduladores cortesanos; vid. también J.F. Matthews, op.cit., p. 266 ss.

97 E. Frézouls, art.cit., p. 674-677 y 686-687; para los cambios en la terrible situación de la Galia a raíz del cesarato de Juliano, vid. C. Di Spigno, “Studi su Ammiano Marcellino. Il regno di Constanzo II”, Helikon II (1962), p. 462 ss.

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soldado franco en un pérfido aspirante al trono que ataca a las fuerzas legítimas del Estado. Así, el germano es tildado de perduellis (XV, 5, 19), y para describir su régimen en Colonia el antioqueno utiliza el término tyrannus (XV, 5, 24): ambos calificativos formaban parte del bagaje conceptual del usurpador98. Silvano es, pues, un “comodín histórico” al servicio del panegírico amianeo de Juliano99.

En conclusión. De Amiano se ha escrito que es el portavoz de quienes centraban sus preocupaciones en el incremento de la barbari-zación del ejército y la administración del Imperio100, de aquellos sectores de “viejos romanos” que reaccionaban contra los recien llegados101. Sin embargo, la visión amianea sobre el fenómeno del reclutamiento bárbaro se contradice con la aceptación, cada vez más generalizada, de los extraliminares en cargos de responsabilidad, algo que configura un proceso tendente a la interconexión, en la centuria siguiente, entre una aristocracia senatorial fortalecida y los nuevos “señores germánicos”102. Así, los oficiales bárbaros se vinculan de

98 D. Hunt, art.cit., p. 58. Tyrannus, en concreto, conservaba un antiguo bagaje cultural que aludía al gobernante malvado, injusto, cruel y orgulloso, siempre comparable a una bestia salvaje: vid. Cic., De rep., I, 33; II, 26; Virg., Aen., VIII, 481 ss; Hor., Carm., I, 35, 11-12; Luc., Phars., X, 469; Sen., Ep.ad.Luc., 114, 24; Lact., Inst., V, 11; De mort.pers., IV, 1; IX, 1; Agust., Civ.Dei., II, 21...

99 En esa línea, vid. J.F. Drinkwater, art.cit., p. 2.

100 B. y P. Scardigli, “I rapporti fra Goti e Romani nell III e IV secolo”, Romanobarbarica 1 (1976), p. 287; J. Straub, “Die Wirkung der Niederlage bei Adria-nopel auf die Diskussion über das Germanenproblem in der spätromischen lite-ratur”, Philologus 95 (1942), p. 259 ss.

101 C. Giuffrida, art.cit., p. 846, Amiano y Vegecio son los dos máximos exponentes de la reacción contra el reclutamiento bárbaro en el siglo IV: su protesta se hace en el nombre de la antiqua consuetudo; L. Cracco Ruggini, “Pregiudizi razziali, ostilità politica e culturale, intolleranza religiosa nell´Impero Romano”, Athenaeum I-II (1968), p. 148, destaca un antibarbarismo directamente proporcional al ingreso de bárbaros en el ejército, la administración o el campesinado, sustituyendo ese sentimiento, en la Antigüedad Tardía, a la antipatía que se sentía por los griegos

102 P. Wormald, “The decline of the Western Empire and the survival of its aristocracy”, J.R.S. LXVI (1976), p. 223.

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manera directa a los gobernantes, llegando incluso a comandar las escoltas de los soberanos103, emparentan con importantes familias senatoriales e incluso con la imperial104, latinizan sus nombres105 y adoptan los usos de los romanos en un afán de ser reconocidos como tales106. En ocasiones, su identificación con los intereses del Estado ya

103 Resulta significativo el caso del franco Laniogaiso (Amm., XV, 5, 16), miembro del cuerpo de los Candidati, que fue el único testigo de la muerte del emperador Constante (por otra parte, un emperador enérgico contra los bárbaros según Amm., XXX, 7, 5; Aur.Vict., 41, 23; Eutrop., X, 9, 3), como el de un claro exponente de cercanía bárbara a la figura imperial desde estos grupos de elite. Laniogaiso es, precisamente, el principal informador de Amiano sobre ese hijo de Constantino (D. Hunt, art.cit., p. 57; G. Sabbah, op.cit., p. 225-226). D. Woods, “Ammianus and some Tribuni...”, p. 287: el franco Nevita, asimismo, comanda la escolta de Helena, mujer de Juliano. Autores como Zos., IV, 30-31; 33, 3; 39, 4-5; 40, o Eunap., frags., 55 y 60 critican la excesiva confianza que los emperadores conceden a los bárbaros; Zos., IV, 35, 2-3: Graciano se interesó por el reclutamiento de bárbaros y que deparaba una especial estima hacia los alanos, deferencia que provocó el malestar en el ejército y dió a Magno Máximo la oportunidad de oro para acabar con él; en XXXI, 11, 6 Amiano documenta un ataque alano contra este príncipe cuando avanzaba para auxiliar a Valente frente a los godos. ¿Se trata de una crítica velada al filobarbarismo del emperador?

104 Vid. D. Claude, “Zur Begründung familiärer Beziehungen zwischen dem Kaiser und barbarischen Herrschern”, en Das Reich..., p. 25-56; según A. Demandt, “The osmosis of Late Roman and Germanic aristocracies”, en Das Reich..., p. 82-83, estos enlaces sublevaban los ánimos de la aristocracia senatorial: sin embargo ésta se hallaba emparentada con ostrogodos, visigodos, bávaros, burgundios...

105 T. Frank, “Race mixture in the Roman empire”, A.H.R. XXI, 4 (1916), p. 700, explica que los esclavos germánicos o dacios latinizaban sus nombres puesto que resultaban de difícil pronunciación para sus amos romanos; según L. Musset, op.cit., p. 132 ss, los francos latinizaron también su onomástica desde el contacto con las “tropas fronterizas” romanas, desde los primeros contactos, y transmitieron esa costumbre a otros pueblos germánicos bajo su influencia; hasta tal punto operó dicha latinización que “la aristocracia franca de la Galia fue consciente de esta situación: no hubo ningún esfuerzo por escribir el fráncico o darle una literatura”.

106 Para todos estos aspectos vid. D.R. Abbot, op.cit., p. 32-44; Amm., XX, 4, 4, nos habla de líderes alamanes que poseían tierras más allá del limes y que servían en el ejército romano.

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no permiten distinguir la verdadera entidad del defensor de la civi-lización107.

En XIV, 10, 8, Amiano se muestra sarcástico frente a los riesgos que entrañaba el reclutamiento bárbaro; sin embargo, una rápida lectura de su obra demuestra que él pensaba que el Imperio requería un número de soldados mucho mayor para su seguridad108. Y en rela-tos como el de las batalla de Estrasburgo se advierte el peso específi-co de las tropas auxiliares de origen bárbaro, así como su fidelidad hacia Roma109. Nuestro historiador se manifiesta en contra de la instalación de bárbaros en el Imperio, pues considera esto como una amenaza a la romanidad: pero su antibarbarismo en este sentido no alcanza las cotas de otros autores como Sinesio de Cirene110. La prueba es que no faltan las apreciaciones positivas de la calidad mili-tar de los germanos (XXV, 6, 14) o el elogio de su fidelidad hacia su general (XVIII, 2, 6). Más bien, creemos que el antioqueno se debate entre la defensa de los intereses de un cuerpo social, el senatorial, que ve en cualquier elemento extraño a su orden una seria amenaza, y la constatación de que los reclutados bárbaros constituían una baza fundamental para la buena salud del Estado. No obstante, él nunca abandona el sentimiento de superioridad y, particulamente, de des-confianza, frente a los nuevos defensores del Imperio111. Su filosofía,

107 C.R. Whittaker, op.cit., p. 251.

108 G.A. Crump, Ammianus Marcellinus as a military historian, Wiesbaden 1975, p. 48.

109 J. Fontaine, “Valeurs de vie et formes esthétiques dans l´Histoire d´Ammien Marcellin”, en Le trasformazioni della cultura..., vol. II, p. 795.

110 Y.A. Dauge, op.cit., p. 348.

111 E.A. Thompson, “Barbarian collaborators...”, p. 237: “Yet it is hard to believe that the Romans would have recruited and promoted barbarians on such a scale as they are known to have done if the danger of treachery had been extreme; and what is remarkable about the detailed narrative of Ammianus Marcellinus is not the frequency of such acts of treachery but their rarity”; A. Momigliano, “The lonely historian Ammianus Marcellinus”, en VI Contributo alla storia degli studi Classici e del Mondo Antico, Vol. I, Roma 1980, p. 153: “The separation between emotions and perception of realities was indispensable to Ammianus, if his conservatism were to have any substance at all. Choice of religion or the admittance of Germans had not

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en ese sentido, puede resumirse en la frase de A. Ferril: “La admira-ción de ciertos rasgos de la vida romana no era suficiente para convertir a un bárbaro en un hombre civilizado”112. En muchos casos para Amiano, el vestir el uniforme romano u ostentar las insignias de magistrado no garantizaba que el individuo en cuestión buscara el bienestar del Estado: antes al contrario, abundan en su obra los casos de traición y conducta manifiestamente bárbara.

Además, estos altos oficiales bárbaros ofrecían una vertiente de peligrosidad para el poder legítimo, en cuanto que podían configurar-se como una cantera de usurpadores: Silvano y Magnencio113 cons-tituyen los dos mejores ejemplos al respecto114. De esta manera, el peso del elemento bárbaro en el ejército, que incluso llega a condijo-nar la elección del poder imperial (XXX, 10, 1), despierta el temor en Amiano. Y tal alarma no carecía de una base: la prueba es que la historiografía latina se ocupa, a partir del siglo III, más de las relacio-nes entre emperadores y generales bárbaros que entre aquéllos y la nobleza senatorial115. Incluso en el siglo V aparece una nueva elite militar que se articula en “satrapías” locales, y que es el germen de los nuevos “reinos germánicos”: las cortes de Alarico, Childerico, Clovis o el mismísimo Atila constituyen buenos exponentes de ello116.

been political issues in the old Rome. To yield to anti-Christian or anti-German customs amounted to dereliction of Roma aeterna”.

112 Op.cit., p. 118.

113 T.S. Burns, op.cit., p. 4, señala la ironía de que Magnencio hubiera nacido de madre franca, una de las integrantes de los grupos extraliminares que el propio padre de Constancio II instaló para defender el Bajo Rin.

114 B. Scardigli, “Usurpatore e Barbari”, Annali della Facoltà di Lettere e Filosofia VI, 1985, p. 86 ss.

115 A. Momigliano, “Ammiano Marcellino e la Historia Augusta”, en Quinto Contributo alla Storia degli Studi Classici e del mondo antico, Vol. I, Roma 1975, p. 99.

116 C.R. Whittaker, op.cit., p. 275 ss.

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No deja de resultar paradójico, como ha señalado Bock117, que una civilización como la latina, que se erigió sobre el principio del Asylum Romulii (Liv., I, 8, 5 ss), y que llegó a atribuir a la valentía de los recien llegados el crecimiento del Imperio118, arribase a la amarga conclusión de Zósimo al describir aquél como “morada de bárbaros” (IV, 59, 3). Lo cierto es que los romanos toleran a los extranjeros que no amena-zan con suplantar el poder de las clases privilegiadas romanas119. Pero los que llegaban a cuestionar tal preeminencia, aunque sólo fuera en potencia, eran atacados con contundencia, tal y como lo hizo Amiano Marcelino120.

De todos modos, hay que tener en cuenta que el reclutamiento bárbaro, al menos en el siglo IV, se efectuó sobre todo en las áreas fronterizas, con lo que las comunidades reclutadas debían hallarse desde mucho antes bajo la órbita de la cultura romana121. Por ello no debemos pensar que el elemento romano fue fagocitado por el barbárico en el ejército imperial del siglo V122: la prueba es que a

117 S. Bock, Los hunos: tradición e historia, Murcia 1992, p. 396-397: “En otro caso, habríamos de admitir que la “invasión” de Roma empieza con su fundación”.

118 Liv., IV, 3, 13; Aur.Vict., XI, 13 señalará, siglos más tarde, que los emperadores de origen no itálico (hombres capacitados y enérgicos) serán los que salven al Impe-rio del desastre, y que Roma había llegado a ser poderosa gracias a los extranjeros.

119 E. Demougeot, “L´idéalisation de Rome face aux Barbares a travers trois ouvrages récents”, R.E.A. LXX, 3-4, 1968, p. 392-408.

120 N. Santos, “La crisis del Imperio Romano en Amiano Marcelino”, M.H.A VIII 1987, p. 161, formula la siguiente acertada pregunta respecto al miedo de Amiano hacia los bárbaros: “¿Se trata de un miedo real o está motivado por la posible erradicación y pérdida de privilegios entre los componentes de las clases sociales superiores de los ciudadanos?”.

121 A.Chauvot, art.cit., p. 146.

122 A. Ferril, op.cit., p. 86: “La barbarización, el uso de germanos a gran escala, que hizo que el ejército llegara a germanizarse en mayor medida que los germanos llegaran a romanizarse, empezó con Teodosio” M. Weber, “La decadencia de la cultura antigua. Sus causas sociales”, en La transición del esclavismo al feudalismo, Madrid 1976, p. 54: “Así pues, el ejército, señor del Imperio, se va transformando

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partir de la segunda mitad de esta centuria toma cuerpo el efecto contrario, es decir, las fuerzas visigodas comienzan a emplear a elementos romanos en sus ejércitos como sólida garantía para evitar la derrota123. La clave de toda esta discusión se hallaría en determinar quiénes eran realmente esos “bárbaros” que el Imperio alista: es decir, si verdaderamente puede considerárseles como externae gentes o, más bien, constituyen el nivel periférico del mundo romano y, por tanto, no pueden ser llamados “bárbaros” más que con un propósito con-creto y premeditado.

en una tropa de bárbaros, cada vez más desligado de toda relación con los nativos del país”.

123 H.W. Elton, “Defence...”, p. 174.

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Un ejemplo de “comodín histórico”: la figura de Silvano en las Res Gestae de Amiano Marcelino.

En un precioso librito, de obligada lectura para todos aquellos que

se acercan al estudio del mundo tardoantiguo, el profesor S. Mazzarino, calificaba a las Res gestae de Amiano Marcelino como “el libro más insigne y meditado que produjo el Bajo Imperio”1. Nadie duda hoy sobre la importancia del testimonio del historiador sirio para conocer el siglo IV y, generalizando, la Antigüedad Tardía2. Por ello, se ha considerado a este autor como la punta de lanza de la historiografía pagana en tiempos del Renacimiento Teodosiano3, lite-rato que hace gala de una “incontestable originalité”4, además de

PUB.- en Scripta Antiqva in honorem Ángel Montenegro Duque et José María Blázquez

Martínez, A. Alonso Ávila, S. Crespo Ortiz de Zárate (coords.), Valladolid 2002, p. 745-754. 1 S. Mazzarino, El fin del mundo antiguo, Méjico 1960, p. 46.

2 J. Heyen, “À propos de la conception historique d´Ammien Marcellin (ut miles quondam et Graecus, 31.16.9)”, Latomus XXVII, 1 (1968), p. 193.

3 M. Martínez Pastor, “Amiano Marcelino, escritor romano del siglo IV. Perfil literario”, Estudios Clásicos 34, 102 (1994), p. 91-92; L. Cracco Ruggini, “La storio-grafía latina da Ammiano Marcellino a Cassiodoro (e anchi piè in là): documenti, relitti e fantasmi reinterpretati”, Cassiodorus 3 (1997), p. 177: “L´ultimo pilastro della storiografia tardoantica in lingua latina nel solco della tradizione”; R. Syme, Ammianus and the Historia Augusta, Oxford 1968, p. 96: “It is a work of grandeur”.

4 P.M. Camus, Ammien Marcellin. Témoin des courants culturels et religieux a la fin du IVe siècle, Paris 1967, p. 23.

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escritor de amplia capacidad para formular juicios perdurables sobre política y moral5.

Naturalmente, en la base de tal prestigio se presupone tanto la objetividad como la veracidad del intelectual antioqueno. Pero ésa ya es una idea manida a tenor de los estudios que, desde la Segunda Guerra Mundial, se vienen realizando sobre Amiano. Crasos errores de todo tipo, omisiones6, confusiones y hasta premeditada manipu-lación, aparecen por doquier a lo largo de su obra7. Algunos, cada vez menos, siguen defendiendo su veracidad atribuyendo dichos vicios a las fuentes que consulta, a lo caótico de sus propias experiencias8 e incluso a la austeridad de su estilo9. Si nos atenemos a esta última idea, es verdad que, como buen seguidor de autores como Salustio y Tácito, Amiano se inclina más por la viveza y el dramatismo en el relato que por la lógica10, dentro de una estética -que es la que gobier-

5 Según R.C. Blockley, Ammianus Marcellinus. A study of his historiography and political thought, Bruxelles 1975, p. 27-28; E. Auerbach, “La prisión de Petrus Valvomeres”, en Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, Méjico 1975, p. 62: “Siempre tenemos delante al historiador que enjuicia moralmente, que habla con un estilo elevado y que evita el bajo realismo imitatitvo”.

6 Aunque G. Sabbah, La méthode d´Ammien Marcellin. Recherches sur la construction du discours historique dans les Res gestae, Paris 1978, p. 407, defienda que no hay graves omisiones perceptibles en las Res gestae.

7 D. Den Hengst, “The scientific disgressions in Ammianus´ Res Gestae”, en Cognitio Gestorum. The historiographic art of Ammianus Marcellinus, J. Den Boeft, J. Den Hengst, H.C. Teitler, eds., Amsterdam 1991, p. 44: “Ammianus combines proxility with vagueness and at times one suspects him of expressing himself deliberately in a roundabout way, like a bad teacher who does not really know his subject”.

8 N.J.E. Austin, “In support of Ammianus´veracity”, Historia 22, 2 (1973), p. 331-335.

9 G.A. Crump, Ammianus Marcellinus as a military historian, Wiesbaden, 1975, p. 130 ss.

10 J.M. Alonso-Núñez, La visión historiográfica de Amiano Marcelino, Valladolid, 1975, p. 181; A. Debru, “La phrase narrative d´Ammien Marcellin”, RPh. LXVI, 2 (1992), p. 284-285, subraya que los verbos que Amiano utiliza con mayor asiduidad son los que expresan sentimientos, miedo, incertidumbre, ansiedad, duda, deliberación...; G.A. Crump, op.cit., p. 77: el antioqueno evita entrar en detalles cuando ello no sirve

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na el siglo IV- caracterizada por un especial gusto por lo teatral, por lo ceremonioso, por un peculiar expresionismo11. No puede negarse que el ritmo de las Res gestae resulta trágico, lejanamente heredado de la dramaturgia de los historiadores de época helenística12. Pero no nos engañemos. Esta querencia por lo escénico facilita, a veces, la mani-pulación de la información de que Amiano dispone: a veces la exposi-ción de los hechos en las Res gestae no aparece nada clara y requiere un gran esfuerzo de interpretación13.

La figura de Silvano, el famoso general franco, se incluye dentro de esta premisa. No ha de extrañarnos que Amiano tergiversara los hechos históricos: si profundizamos un poco en la personalidad del antioqueno descubriremos a un individuo carente de escrúpulos, a un soldado disciplinado capaz de ejecutar órdenes crueles14; algunos piensan, incluso, en un sádico15. Su agresividad la constatamos cuando aborda diferentes temas: los bárbaros, los cristianos, la plebe, los advenedizos, los eunucos... Y, particularmente, cuando un usur-pador o sus partidarios, a los que no duda en calificar como bestias salvajes16, entran en escena. Silvano fue uno de esos rebeldes que,

a sus propósitos dramáticos.

11 F. Paschoud, “Se non è vero, è ben trovato: tradition littéraire et vérité historique chez Ammien Marcellin”, Chiron 19 (1989), p. 37-54.

12 G. Sabbah, op.cit., p. 458; sobre el dramatismo de las descripciones de Amiano, vid. D.A. Paw, “Methods of character portrayal in the “Res Gestae” of Ammianus Marcellinus”, A.Class. 20 (1977), p. 190 ss; R.F. Newbold, “Nonverbal communi-cation in Tacitus and Ammianus”, Anc.Soc. 21 (1960), p. 189, pone en relación esta actitud con la teatralidad de la vida social tardorromana; vid. también R. MacMullen, “Some pictures in Ammianus Marcellinus”, Art Bulletin 46 (1964), p. 435-457.

13 D.A. Paw, art.cit., p. 194; E.A. Thompson, The historical work of Ammianus Marcellinus, Gröningen 1969, p. 53; J. Szidat, “Ammian und die historische Realität”, en Cognitio Gestorum..., p. 107-116.

14 R. Martin, “Ammien Marcellin ou la servitude militaire”, Caesarodonum XVbis (1980), p. 203-213.

15 T.D. Barnes, Ammianus Marcellinus and the representation of historical reality, New York/Ithaca 1998, p. 95 ss.

16 Sobre los casos de Magnencio, Silvano y Procopio, vid. al respecto T.E.J.

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además, tenía un origen extraliminar. Por esa doble caracterización de usurpador-bárbaro, no podía esperarse, pues, que su retrato en las Res gestae participara de algún tipo de objetividad histórica.

Amiano documenta en varias ocasiones la movilidad de caudillos germanos hacia territorio romano (XXI, 4, 3; XXIX, 6, 5; XXXI, 5, 5). El protagonismo de tales individuos responde, en estos tiempos tan problemáticos, a la tendencia de los emperadores a abandonar el tradicional orden de promoción y a elevar a los altos cargos a hom-bres capacitados: aunque su ascendencia sea bárbara17. Así, podemos observar un considerable número de germanos dentro de unidades de élite como las distintas que conformaban las Scholae palatinae18, desta-cando la presencia de notables francos y alamanes asociados a activi-dades de mando19. Para el siglo IV, obtenemos un predominio de oficiales francos en el ejército romano20. Incluso el selecto cuerpo de los protectores domestici (en el que Amiano había servido) se había ger-

Wiedemann, “Between men and beasts: barbarians in Ammianus Marcellinus”, en Past perspectives. Studies in Greek and Roman Historical writting, ed. by I. Moxon, Cambridge 1986, p. 198-199.

17 G.A. Crump, “Ammianus and the late Roman army”, Historia XXII, 1 (1973), p. 97.

18 Vid. D. Woods, “Ammianus and some tribuni scholarum palatinarum, c. A.D. 353-364”, CQ 47 (1997), p. 269-291.

19 D.R. Abbot, Germanic attitudes toward the Roman Empire, San Diego, microforma, 1978, p. 13-14; para C.R. Whittaker, Frontiers of the Roman Empire. A social and economic study, Baltimore 1994, p. 228, el hecho de que se recluten oficiales entre los bárbaros ilustra cuán lejos había llegado la romanización entre las élites de ambos lados de la frontera.

20 D.R. Abbot, op.cit., p. 23; M. Todd, The Northern Barbarians, 100 BC-300 AD, Oxford 1975, p. 21, también destaca, junto a los francos, a los alamanes; B. Scardigli, “Usurpatore e Barbari”, Annali della Facoltà di Lettere e Filosofia VI (1985), p. 87 resalta basándose en Amm., XV, 5, 11, el peso de los francos en la corte; según L. Musset, Las Invasiones. Las oleadas germánicas, Barcelona 1967, p. 68-69, los francos eran, “de todos los germanos, los más bien dispuestos a comprender la civilización romana” y Amiano “hizo excepciones en favor de muchos de ellos en su odio contra los bárbaros”.

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manizado considerablemente21. En concreto, los francos son repre-sentados por el antioqueno, en el contexto del episodio de la rebelión de Silvano, como “the voice of opposition at Court to the customary wiles of Constantius´minister, and as the representatives of a genuine and unqualified loyalty to the Roman government”22. No eran los únicos casos de oficiales extraliminares conocidos por Amiano que, además, demostraban su lealtad al Imperio. Pero ni siquiera la fide-lidad les hace perder, en muchas ocasiones, su estigma barbárico. De hecho, la crítica amianea hacia los aduladores cortesanos consiste, antes que en la naturaleza de sus fechorías, en que son superados por sus colegas bárbaros23. Bien es sabido, además, que los romanos jamás reconocieron una capacidad intelectual a los miembros del universo de las externae gentes. Barbarus e imperitus se convierten en sinónimos en los autores tardoantiguos24. No obstante, tanto Amiano (XV, 5, 16; 33) como Aurelio Víctor (Caes., XLII, 11) presentan a Silvano como un hombre refinado e interesado en la cultura, como una rara avis dentro de la limitada nómina de extraliminares cultivados al servicio de Roma25.

Otros ejemplos coetáneos de francos leales a Roma fueron Mala-rico y Malobaudo. El primero, tribuno de los gentiles, fue uno de los oficiales germanos que intercedió por su compatriota Silvano ante el emperador, y por ello Amiano le recuerda con cierta simpatía. Duran-te el reinado de Joviano se le ofreció el cargo de magister equitum per Gallias que, asombrosamente, rehusó (XXV, 8, 11; 10, 6). El segundo también defendió a Silvano frente a los intrigantes, aunque no parece 21 B. Enjuto Sánchez, “Juliano y su lucha contra la alteridad barbárica germana”, S.H.H.A. 16 (1998), p. 241.

22 D. Hunt, “The outsider inside: Ammianus on the rebellion of Silvanus”, en The Late Roman World and its Historian. Interpreting Ammianus Marcellinus, London and New York 1999, p. 56.

23 Ibidem, p. 57.

24 Prud., Contra Symm., II, 816-819; Salv., De Gub.Dei., V, 2; Ep. II, 1, 2.

25 R.W. Mathisen, “Les Barbares intellectuels dans l´Antiquité tardive”, D.H.A. 23/2 (1997), p. 142 ss.

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que participara en la revuelta de éste (XV, 5, 6): Malobaudo ostentaba el cargo de tribunus scholae armaturarum durante la usurpación de aquél y más tarde, hacia el 378, alcanzará la dignidad de comes domesticorum, siendo calificado de rex Francorum26 por Amiano (XXXI, 10, 6). Este germano se destacó por su activa lucha contra los alamanes, a cuyo rey, el furibundo Macriano, eliminó (XXX, 3, 7).

En teoría, cuando por reclutamiento se consigue cortar los vínculos del bárbaro con su comunidad de origen, éste transfiere, al decir de numerosos testimonios clásicos, toda su lealtad al Imperio27. Resulta significativa al respecto la inscripción del ILS 2814, en la que un franco declara su nacionalidad germana y añade que es soldado romano. No obstante, tal actitud escasea en los textos, constituyendo la traición la conducta tópica del extraliminar. Ajenos a toda regla

26 ¿Existe en este pasaje la equivalencia hostil que E. Paratore, “I Germani e i loro rapporti con Roma dalla Germania agli Annales di Tacito”, Romanobarbarica 2 (1977), p. 178, ha señalado entre la institución del rex germano y la fobia que los romanos experimentaban por la monarquía?

27 A. Alföldi, “The moral barrier of Rhine and Danube”, en The Congress of Roman Frontier Studies, Ed. By E. Birley, Durham 1949, p. 12-15, con ejemplos de empera-dores con una guardia de corps bárbara; D.R. Abbot, op.cit., p. 28-31, ha analizado el grado de fidelidad hacia el Imperio de los germanos reclutados: aunque por lo general los autores clásicos cuestionan la lealtad de los extraliminares, incluso el mismo Amiano no puede negar la utilidad de sus servicios. Según Abbot, el porcen-taje de traidores, si hablamos de oficiales, es mínimo, y sólo podríamos catalogar como tales a Bauto y a Gainas (mientras que otros como el usurpador Silvano o el partidario de M. Máximo, Merobaudo, actuaron presionados por las circunstancias históricas): el grado de lealtad germánica fue, por lo tanto, elevado; Roma se fiaba de los extraliminares. Los oficiales bárbaros aceptaron desde un primer momento los modos de vida romanos y buscaron, en todo momento, la integración. En lo relativo a las rebeliones de foederati y a sus actividades devastadores en el Imperio, este autor las atribuye a las dificultades iniciales de adaptación de los recien llegados o a motivos de compulsión extrema, lo que les llevaría a practicar el saqueo como modo de supervivencia. G.E.M. Ste. Croix, La lucha de clases en el mundo griego antiguo, Barcelona 1988, p. 565: “Prácticamente sin excepción, estos hombres llegaron a considerarse a sí mismos romanos y aceptaron por completo los puntos de vista de la clase gobernante romana, tras convertirse en miembros integrantes de ella, por mucho que algunos les despreciaran por sus orígenes bárbaros”.

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moral, los bárbaros se atienen, en Amiano, sólo al interés del momento, ignoran el valor de los compromisos y suponen una fuente continua de inquietud y desconfianza para los romanos28. Así, R. Delmaire ha señalado que los usurpadores tardoantiguos hallaron su principal apoyo en los niveles medios de la jerarquía imperial (entre los que se encuentran los oficiales germanos), ya que los riesgos que éstos corrían por apoyar a un insurrecto eran menores que a los que se exponían los oficiales superiores: en todo caso, el castigo solía consistir en el exilio o la confiscación de los bienes, y las venganzas más graves contra estos individuos no solían ser comunes29.

Volviendo a Silvano, éste fue hijo del primero de los germanos al servicio del ejército romano del que se tiene información: Bonitus30, mencionado brevemente por nuestro antioqueno (XV, 5, 32). Se ha supuesto, en vista de la ausencia de datos, que el progenitor de Silva-no no sería más que un leal infante en el ejército de Constantino31. La alusión amianea, en cualquier caso, resulta de un tono neutro inne-gable32. El hijo, sin embargo, obtuvo el empleo de tribunus scholae armatorum bajo Magnencio: al que, por cierto, abandonó para pasarse al bando de Constancio II (Amm., XV, 5; Oros., VII, 29, 14), por lo que se le recompensó con el cargo de magister equitum et peditum per Gallias33.

28 Y.A. Dauge, Le Barbare. Recherches sur la conception romaine de la barbarie et de la civilisation, Bruxelles 1981, p. 342.

29 “Les usurpateurs du Bas Empire et le recrutement des fonctionaires”, en F. Paschoud and J. Szidat, Usurpationen in der Spätantike: Akten de Kolloquiums “Staats-streich und Staatlichkeit”, Solothurn/Bern 1997”; cfr. M. Kulikowski rec., Bryn Mawr Classical Review, vol. 8 (1997), cfr., p. 4-5.

30 Sobre este personaje vid. D.R. Abbot, op.cit., p. 17-18.

31 R.M. Frakes, “Cross-references to the lost books of Ammianus Marcellinus”, Phoenix XLIX, 3 (1995), p. 237-238.

32 B. Warmington, “Some Constantinian references in Ammianus”, en J.W. Drijvers, D. Hunt, eds., The Late Roman World..., p. 168.

33 C.Th., VII, 1, 2; 7, 3, año 349. A.H.M. Jones, “The career of Flavius Philippus”, Historia 4 (1955), p. 229-233, ha discutido esta cronología y afirma la de 353.

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D. Hunt ha publicado recientemente que el trepidante relato amianeo de la usurpación de Silvano, por otra parte la fuente clásica que más nos informa al respecto34, se parece más a una novela de espías35 que a un hecho verídico, en el que no queda nada claro si el protagonista es víctima o villano36. Envuelto en una turbia conspira-ción organizada por altos cortesanos occidentales37, el franco se vio obligado a la rebelión, pese a que su identificación con los patrones culturales romanos le habían llevado a abandonar cualquier reminis-cencia de su comunidad de origen (XV, 5, 16)38.

Sin embargo, el motín pudo deberse a otros motivos: la tensión entre romanos y bárbaros en el limes renano o el disgusto de provin-ciales y soldados de la zona con la política del gobierno central pudie-ron elevar a Silvano a la púrpura39. El caso es que el franco recibió la solidaridad de una parte del ejército que operaba en la frontera del norte de la Galia: una fuerza semibárbara liderada por un bárbaro. Esto escandaliza y asusta a Amiano40. No siempre se ha valorado el Amiano, por otra parte y siguiendo con el pasaje citado, sólo menciona el cargo de magister militum per Gallias.

34 G. Fernández, “La rebelión de Silvano en el año 355 de la era cristiana y la política eclesiástica de Constantino II,” Gerión, Anejos II, 1989, p. 257-258.

35 T.D. Barnes, op.cit., p. 198: “Ammianus has secured a permanent place in the select group of really great historians precisely because his Res gestae exhibit the creative and imaginative powers of a novelist”.

36 D. Hunt, art.cit., p. 51-52.

37 Sobre la visión de Silvano en Amiano como víctima y su “huída hacia adelante”, vid. R. Martin, art.cit., p. 205 ss.

38 A. Chauvot, “Représentations du Barbaricum chez les Barbares au service de L´Empire au IV siècle après J.C.”, Ktema 9 (1984), p. 153 ss. Si acudimos a Amm., XV, 5, 15-16, en la circunstancia de Silvano no se atreviera a refugiarse entre sus compatriotas francos se observa la ausencia de un nacionalismo germánico por su parte.

39 R.C. Blockley, “Constantius II and his generals”, en Studies in Latin literature and Roman history, vol. II, ed.by C. Deroux, Bruxelles 1980, p. 469.

40 E. Frézouls, “La mission du “magister equitum” Ursicin en Gaule (355-357) d´après Ammien Marcellin”, en Hommages a A. Grenier, II, Bruxelles 1962, p. 688.

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calibre de esta rebelión, que pudo haber afectado, con sus ramifi-caciones, a todo el Occidente romano, arraigando sobre todo entre los sectores descontentos con la política religiosa de Constancio en el Oeste41. Lo que sí parece claro, al decir de Amiano42, es que la muerte de Silvano trajo consecuencias funestas para la Galia; no cabe duda de cierta admiración, en ese sentido, del antioqueno respecto al franco43; en XV, 5, 32 parece lamentarse por lo injusto de su muerte. Amiano lo presenta como un soldado competente y honesto que cae víctima de las intrigas de la corte de Constancio, al igual que le ocurrió a su antiguo jefe Ursicino44. Y esto lo subraya en la posterior represión de sus partidarios, pues según Amiano es en la supresión de los usurpadores donde Constancio desplegaba su salvajismo judicial más exacerbado45.

Sin embargo, lo que principalmente hay que tener en cuenta es que lo que Amiano pretendía con la descripción de una situación tan dramática era allanar el terreno para la espectacular entrada del perso-naje que salva la situación, devolviendo el orden al territorio galo: Juliano46; además la circunstancia histórica ofrecía una buena oportu-

41 G. Fernández, art.cit., p. 258 ss: también la usurpación de Magnencio, según este autor, se propiciaría a raíz de la política religiosa de Constancio.

42 R. Syme, op.cit., p. 11: no obstante, Amiano participó en la represión de la rebelión de Silvano; sobre la ruta que siguió la expedición contra el usurpador, vid. G.M. Woloch, “Ammianus´ route to Cologne”, Arctos 26 (1992), p. 137-140; sobre los métodos de Ursicino para acabar con la rebelión de Silvano, métodos no honrosos aunque, según Amiano, dictados por Constancio, vid. N.J.E. Austin, Ammianus on Warfare. An investigation into Ammianus´military knowledge, Bruxelles 1979, p. 49-50; E. Frézouls, art.cit., p. 688.

43 J.F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus, London 1989, p. 38.

44 T.D. Barnes, op.cit., p. 117.

45 M. Whitby, “Images of Constantius”, en The Late Roman World..., p. 80; vid. J. Arce, “Sub eculeo incurvus: tortura e pena di morte nella società tardo romana”, A.A.R.C. XI Convegno Internazionale, Peruggia 1996, p. 355-368.

46 E. Frézouls, art.cit., p. 674-677 y 686-687. Los trabajos de J.F. Drinkwater, “The “Germanic threath of the Rhine frontier”. A Romano-Gallic artefact”, en Shifting Frontiers in Late Antiquity, Aldershot 1996, p. 20-30, “Julian and the Franks and

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nidad para denunciar los taimados métodos de Constancio47, un emperador con bastante mala prensa en las Res gestae48. La falta de objetividad del tratamiento de Constancio en la obra (donde la práctica ausencia de virtudes en todo aquello que hace resulta sospe-chosa) es patente, ya que opera una aversión del autor hacia él a través de los dos personajes (entrañables para el antioqueno) más

Valentinian I and the Alammani: Ammianus on Romano-German relations”, Francia 24 (1998), p. 1-15, y “Ammianus, Valentinian and the Rhine Germans”, en The Late Roman World..., p. 127-138, demuestran que el peligro para la Galia no era tan alarmante.

47 D. Hunt, art.cit., p. 54-55: así, Amiano reivindica el justo medio entre el mantenimiento de la dignidad imperial y la enajenación del gobierno a manos de los aduladores cortesanos; vid. también J.F. Matthews, op.cit., p. 266 ss.

48 Para el retrato de Constancio II en las Res gestae, vid. C. Samberger, “Die kaiserbiographie in den Res gestae des Ammianus Marcellinus. Eine Untersuchung zur Komposition del Ammianeischen Geschichtsschreibung”, Klio 51 (1969), p. 469 ss; R.C. Blockley, op.cit., p.10, 38-39 y 41. H.C. Teitler, “Ammianus and Constan-tius. Image and reality”, en Cognitio Gestorum..., p. 117-122, compara la visión de Amiano sobre este emperador con las de otros autores tardoantiguos que lo con-templaron en una luz muy distinta; vid. al respecto, M. Dimaio, “The Antiochene Connection: Zonaras, Ammianus Marcellinus and John of Antioch on the reigns of the emperors Constantius II and Julian”, Byzantion L, 1 (1980), p. 158-185; A. Selem, “A proposito della figura de Giuliano in Ammiano”, Quaderni dell´Instituto di lingua e letteratura latina della Facoltà di magisterio dell´Università degli Studi di Roma 1 (1979), p. 154 ss, observa que no todas las opiniones amianeas sobre Constancio son negativas, puesto que entre el auditorio senatorial de Amiano se hallarían algunos que le recordaban con simpatía; más bien encontramos en las Res gestae a un gobernante capaz, si bien dominado por las circunstancias; aunque en la confron-tación Constancio-Juliano, siempre gana éste último; la animadversión del antio-queno hacia Constancio es patente en las campañas contra los bárbaros danubianos a través de la favorable presentación de Anatolio: vid. J. Szidat, “Der Feldung Constantius II an der Mittleren Donau in Jahre 358 n.Chr.”, Historia 21 (1972), p. 712 ss; asimismo, J.A. Arias Bonet, “Los agentes in rebus. Contribución al estudio de la policía en el Bajo Imperio Romano”, A.H.D.E. 27-28 (1957-58), p. 200-201 piensa que Amiano exagera el fenómeno de las delaciones durante el reinado de este emperador para fustigarle ante su auditorio.

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hostigados por el emperador: Juliano y Ursicino49. La ferocitas de este dirigente, comparable a la de los “malos emperadores” del pasado50, le hace parecer un pésimo gobernante. La crítica de nuestro histo-riador al Augusto por descuidar la Galia51, sin embargo, se haya vacía de contenido, pues Constancio se preocupó de enviar allí a los generales más capacitados del momento: como por ejemplo los dos antes citados52. Incluso Amiano no puede evitar el reconocimiento de la habilidad y el cálculo políticos del emperador en su política persa, así como en su intervención en los asuntos de Armenia53. En el terreno administrativo, el antioqueno alaba la adecuada separación que mantuvo entre las autoridades civiles y militares (XXI, 16, 2-3)54. Además, no todos los autores prosenatoriales observaron al hijo de Constantino a través de tan negativo prisma. Eutropio por ejemplo, lo contempló como un gobernante que supo afirmarse frente al

49 M. Whitby, art.cit., p. 77: precisamente la vinculación del historiador a este último le hizo ser testigo de significativos hitos de su reinado como su majestuoso adventus a Roma en 357 o la represión de los seguidores de Magnencio.

50 Vid. Amm., XXI, 16, 9-10, donde se compara su ferocidad a la de Galieno; cfr. S.A. Stertz, “Ammianus Marcellinus on the emperor Gallienus: his sources”, Anc.W. II, 2 (1979), p.70; R.M. Frakes, “Cross-references...”, p. 239-240, sobre la posible relación entre Galieno y Constancio en Amm., XXI, 16, 10.

51 Vid. Amm., XIV, 10, 6; XX, 11, 32; XXV, 9, 3 contra la capacidad militar de Constancio: la única parcela bélica donde tenía éxito era en las guerras civiles (XXI, 1, 2); según M. Whitby, art.cit., p. 82, autores como Juliano, Temistio, Aurelio Víctor, Eutropio o Libanio, tampoco destacan las victorias externas de Constancio.

52 E. Frézouls, art.cit., p. 685; según N.J.E. Austin, op.cit., p. 48 ss., la política de Constancio en la Galia tras la crisis defensiva de la rebelión de Magnencio consistió en situar en la zona a alguien capaz de reafirmar la autoridad romana frente a las razzias bárbaras (Amm., XV, 5, 2), lo que llevaría a la usurpación de Silvano; según A. Selem, “A proposito della figura...”, p. 157, la política defensiva gala de Juliano no difería mucho de la de Constancio: consolidación del limes y pactos con ciertas comunidades germanas.

53 C. Di Spigno, “Appunti per una lettura del libro XIV de Ammiano Marcellino”, Orpheus 7 (1960), p. 135.

54 Aunque Aur.Vict., De Caes., 42, 24-25, nos habla del escaso interés de este emperador en lo concerniente a la provisión de cargos de la administración.

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Auerbach, sin embargo, la proclamación de Juliano no atiende a una reacción espontánea de los legionarios, sino más bien se trata de una demostración de masas provocada, aprovechando hábilmente los instintos de la tropa59; el antioqueno prefiere cargar las tintas sobre el Augusto: Constancio no debió exigir la presencia de las huestes galas en Oriente, lo cual absuelve de forma absoluta a Juliano60. El propio protagonista, en su correspondencia, se declara inocente de los cargos61. La escena de su adventus en Vienna, en un triunfal desfile entre aclamaciones entusiastas de la población, se presenta como el recibimiento a un príncipe legítimo, susceptible de mejorar la situa-ción del Imperio y poseedor del auxilio divino (frente a usurpadores como Magnencio o Silvano)62. Para legitimizar a su héroe, Amiano

conseguir una unificación de criterios; vid. también G. Sabbah, op.cit., p. 478-480; J. Szidat, Historischer Kommentar zu Ammianus Marcellinus Buch XX-XXI, 1, Wiesbaden 1977, p. 85, 189 ss; G.W. Bowersock, op.cit., p. 49, señala que Amiano no asistió a estos acontecimientos, pero tuvo acceso a información de primera mano.

59 Art.cit., p. 58; M.F. Williams, “Four mutinities: Tacituas Annals 1, 16-30; I, 31-49 and Ammianus Marcellinus Res gestae 20, 4, 9-20; 24, 3, 1-8”, Phoenix, LI, 1 (1997), p. 70 ss: la prueba más evidente es que Juliano no castigó a los responsables del motín, ni siquiera practicó un escarmiento como el que observamos en el caso de Germánico (Ann., I, 31 ss): éste, además, rehusó en todo momento la púrpura, mientras que Juliano accedió a que los soldados le nombrasen Augusto.

60 R. Seager, Ammianus Marcellinus. Seven studies in his language and thought, Columbia 1986, p. 118, 135-136; ya existían ejemplos anteriores en que la leva de contingentes nacionales bárbaros había causado rebeliones en Occidente: vid. Tac., Agr.,13, 1 (britanos); Hist., IV, 14, 1 (bátavos).

61 J.M. Alonso-Núñez, “Notas sobre el epistolario y las poesías del emperador Juliano”, H.Ant. II (1972), p. 56: Jul., Ep. XXVIII; J. Fontaine, “Le Julien d´Am-mien Marcellin”, en L´Empereur Julien. De l´Histoire à la Legende, Braun, R., Richer, J., eds., Paris 1978, p. 40; todos los autores paganos defienden la honradez de Juliano frente a la rebelión de París, excepto Eunapio, quien pensaba que era la expresión de un complot pagano; sobre la cuestión, vid. D.F. Buck, “Eunapius on Julian´s acclamation as Augustus”, A.H.B. 7, 2 (1993), p. 73-80.

62 P. Dufraigne, “Quelques remarques sur l´adventus chez Ammien Marcellin et les Panegirystes”, en De Tertullien aux Mozarabes, Vol. I, Antiquité Tardive et Christianisme Ancien (IIIe-Vie siècles).Mélanges offerts à Jacques Fontaine. Paris 1992, p. 498.

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Auerbach, sin embargo, la proclamación de Juliano no atiende a una reacción espontánea de los legionarios, sino más bien se trata de una demostración de masas provocada, aprovechando hábilmente los instintos de la tropa59; el antioqueno prefiere cargar las tintas sobre el Augusto: Constancio no debió exigir la presencia de las huestes galas en Oriente, lo cual absuelve de forma absoluta a Juliano60. El propio protagonista, en su correspondencia, se declara inocente de los cargos61. La escena de su adventus en Vienna, en un triunfal desfile entre aclamaciones entusiastas de la población, se presenta como el recibimiento a un príncipe legítimo, susceptible de mejorar la situa-ción del Imperio y poseedor del auxilio divino (frente a usurpadores como Magnencio o Silvano)62. Para legitimizar a su héroe, Amiano

conseguir una unificación de criterios; vid. también G. Sabbah, op.cit., p. 478-480; J. Szidat, Historischer Kommentar zu Ammianus Marcellinus Buch XX-XXI, 1, Wiesbaden 1977, p. 85, 189 ss; G.W. Bowersock, op.cit., p. 49, señala que Amiano no asistió a estos acontecimientos, pero tuvo acceso a información de primera mano.

59 Art.cit., p. 58; M.F. Williams, “Four mutinities: Tacituas Annals 1, 16-30; I, 31-49 and Ammianus Marcellinus Res gestae 20, 4, 9-20; 24, 3, 1-8”, Phoenix, LI, 1 (1997), p. 70 ss: la prueba más evidente es que Juliano no castigó a los responsables del motín, ni siquiera practicó un escarmiento como el que observamos en el caso de

Germánico (Ann., I, 31 ss): éste, además, rehusó en todo momento la púrpura, mientras que Juliano accedió a que los soldados le nombrasen Augusto. 60 R. Seager, Ammianus Marcellinus. Seven studies in his language and thought, Columbia 1986, p. 118, 135-136; ya existían ejemplos anteriores en que la leva de contingentes nacionales bárbaros había causado rebeliones en Occidente: vid. Tac., Agr.,13, 1 (britanos); Hist., IV, 14, 1 (bátavos).

61 J.M. Alonso-Núñez, “Notas sobre el epistolario y las poesías del emperador Juliano”, H.Ant. II (1972), p. 56: Jul., Ep. XXVIII; J. Fontaine, “Le Julien d´Am-mien Marcellin”, en L´Empereur Julien. De l´Histoire à la Legende, Braun, R., Richer, J., eds., Paris 1978, p. 40; todos los autores paganos defienden la honradez de Juliano frente a la rebelión de París, excepto Eunapio, quien pensaba que era la expresión de un complot pagano; sobre la cuestión, vid. D.F. Buck, “Eunapius on Julian´s acclamation as Augustus”, A.H.B. 7, 2 (1993), p. 73-80.

62 P. Dufraigne, “Quelques remarques sur l´adventus chez Ammien Marcellin et les Panegirystes”, en De Tertullien aux Mozarabes, Vol. I, Antiquité Tardive et Christianisme Ancien (IIIe-Vie siècles).Mélanges offerts à Jacques Fontaine. Paris 1992, p. 498.

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insiste en que el propio Constancio lo nombra su sucesor en su lecho de muerte (XXI, 15, 2). Además, en el motín de los soldados galos hallamos claros ecos taciteos de aquél que tuvo que afrontar Germá-nico en la frontera (Ann., I, 31 ss.): Juliano es comparado, de forma indirecta, al gran general de comienzos del Principado, resaltándose su dominio de la situación63.

Pero el argumento más sólido que maneja Amiano consiste en la afirmación de que los cambios en la Galia no se harían esperar con el nuevo césar64. Sólo así se entiende la muda de la valoración de Silvano en las líneas amianeas: cuando Ursicino toma el mando de las opera-ciones para suprimir al rebelde, el antioqueno remarca sus dotes como general y convierte al leal soldado franco en un pérfido aspirante al trono que ataca a las fuerzas legítimas del Estado. Así, el germano es tildado de perduellis (XV, 5, 19), y para describir su régimen en Colonia el historiador utiliza el término tyrannus (XV, 5, 24): ambos calificativos formaban parte del bagaje conceptual del usurpador65. ¡Y eso que no existen indicios monetales que demues-tren que el general franco se proclamara emperador!66

De este modo, Silvano sirve, en las Res gestae, al propósito de la justificación de dos personajes muy vinculados a Amiano Marcelino. En primer lugar Ursicino, su antiguo jefe, alguien en quien observa-mos de forma nítida la parcialidad de nuestro intelectual sirio67. En

63 M.F. Williams, art.cit., p. 63 ss.

64 Para los cambios en la terrible situación de la Galia a raíz del cesarato de Juliano, vid. C. Di Spigno, “Studi su Ammiano Marcellino. Il regno di Constanzo II”, Helikon II (1962), p. 462 ss.

65 D. Hunt, art.cit., p. 58: “Ammianus´ Silvanus is here virtually indistinguishable from the hopeless rebel of official propaganda”.

66 T.D. Barnes, op.cit., p. 18.

67 Algo que se percibe en el tupido velo que corre sobre los dos años de ejercicio militar que Ursicino desarrolló en la Galia tras la derrota de Silvano. Todas las pistas apuntan a un posible fracaso de aquél a la hora de imponer el orden en estos territorios, por el que sería destinado a Oriente: Amiano calla sobre estos presuntos hechos, para así mantener intacta la reputación de su antiguo general; vid. D. Hunt,

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segundo lugar, y sobre todo, Juliano, al crear un antecedente inmedia-to que legitimizaría su usurpación en Paría: una rebeldía que, encima, había sido protagonizada por tropas bárbaras68. Tal legitimación se apoya en la tiranía de Constancio y en el buen hacer del futuro Apóstata al reestablecer el orden en la Galia.

No es ésta la única manipulación literaria que reciben, en las Res gestae, los inicios del reinado de Juliano. Para dar lustre a los dudosos comienzos del joven gobernante, Amiano tergiversa los hechos por activa y por pasiva. Por poner algunos ejemplos, el antioqueno magnifica la caída de Amida en manos persas para dañar la reputación de Constancio y dar pie, así, a su petición de las mejores tropas de la Galia con destino al frente oriental: la excusa perfecta para la rebelión de Juliano69. Asimismo, nuestro historiador incluso llega a falsear algunas fechas por razones apologéticas, para evitar la acumulación excesiva de noticias negativas al comienzo del reinado de su héroe: es el caso de la del linchamiento del obispo Jorge en Alejandría (otoño del 362, Amm., XXII, 11, 3-11)70. Incluso hay motivos para sospechar que Amiano manipularía los intentos de Constancio por negociar con Juliano, en el 361, para así lograr un panegírico de este último71. De igual manera, el antioqueno pone en juego recursos efectistas como el eclipse narrado en XX, 3, 1, que constituye un relato erróneo y un gran recurso a la imaginación: hubo dos eclipses solares en 360, pero no se ajustan ni a la descripción, ni a la fecha, ni a la localización del que describe Amiano. Éste, más bien, reproduce el estereotipo litera-

art.cit., p. 59, sobre la reflexión de E.A. Thompson, op.cit., p. 45 ss. T.D. Barnes, op.cit., p. 9, establece la comparación entre la lealtad de Amiano hacia Ursicino y la de Veleyo Patérculo hacia su antiguo comandante en jefe, Tiberio: lo cual se traduce como una nota de parcialidad.

68 B. Scardigli, art.cit., p. 51: en el pasaje Amm., XX, 4, 4 queda claro que buena parte de las fuerzas de la usurpación de París debieron ser reclutadas más allá del Rin.

69 T.D. Barnes, op.cit., p. 152 ss.

70 G. Sabbah, op.cit., p. 481-482.

71 N.J.E. Austin, op.cit., p. 83-84.

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rio del eclipse total, fenómeno astronómico que, en la historiografía antigua, suele acompañar a dramáticos reveses de la fortuna, muerte de gobernantes (Cass.Dio., 56, 29, 2-3, Augusto), importantes batallas (Liv., 30, 38, 8, Zama; Zos., IV, 58, 3, Río Frígido)... En el caso de las Res gestae, el eclipse se da entre la caída de Ursicino y el ascenso de Juliano72.

Pero ya puestos a extraer réditos de la figura de Silvano, el antioqueno iba a aprovecharla una vez más en beneficio de Juliano. En Amm., XV, 5, 31 asistimos a los últimos momentos del usurpador franco cuando, perseguido por los que querían matarle, se refugia en una capilla cristiana: de allí le sacarán a la fuerza para ejecutarle; no es el único caso en las Res gestae: el auriga romano proscrito Hilario padece la misma suerte (XXVI, 3, 3). ¿Podrían interpretarse estos pasajes en la línea de considerar los templos cristianos como refugios de criminales y enemigos de Roma en general? Creo que no hay que dudarlo. Además, el derecho de asilo, visto por parte del pueblo y de los miembros de la jerarquía eclesiástica como “un derecho basado en una ley divina, cuya fuerza era superior a la ley positiva y a la que estaban obligados todos los cristianos”73, se convertía en otro poderoso instrumento más de la Iglesia en su lucha contra el paganismo. En los dos ejemplos amianeos anteriores, son los mismos cristianos, sin embargo, los que violan ese principio. Amiano Marcelino, pagano convencido y admirador de los proyectos políticos de Juliano (entre los cuales se encuentra su apostasía), se vale de este epidosio para vituperar al cristianismo en una de sus estrategias de proselitismo más populares. Y Silvano, incluso en la misma hora de su muerte, contribuye a forjar esta invectiva.

En síntesis: el relato de Amiano Marcelino sobre la usurpación de Silvano, el testimonio tardoantiguo más extenso que tenemos para conocer este episodio histórico, ofrece más sombras que luces y

72 T.D. Barnes, op.cit., p. 102 ss.

73 R. Teja, “Sinesio de Cirene y el derecho de asilo en las iglesias. A propósito de un libro reciente”, Cassiodorus 3 (1997), p. 241.

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aparece presidido, por doquier, por la continua tergiversación de los hechos. Dicha manipulación se orienta en las siguientes direcciones:

- Manifiesto amianeo contra el fenómeno de la usurpación.

- Desconfianza hacia los bárbaros reclutados.

- Ataque a la figura de Constancio II.

- Justificación del general Ursicino.

- Panegírico rotundo de Juliano y alegato de su rebeldía en París (361).

- Invectiva puntual contra el cristianismo.

Por eso hablamos, en este artículo, de Silvano como “comodín histórico”: al literato antioqueno le sirvió para apuntalar algunos de los presupuestos fundamentales de su obra y, particularmente, para ensalzar a Juliano. De hecho, tanto la indiscutible ilegalidad de su acceso al poder como el calibre revolucionario de sus proyectos harán que el Apóstata se lance a la aventura imposible de su campaña persa, a la quimera de convertirse en un nuevo Alejandro Magno: sólo el triunfo en tan magna empresa podía apuntalar su prestigio de forma definitiva y proporcionarle los medios para los cambios que proyecta-ba realizar74. La estrepitosa derrota no sólo truncó esas aspiraciones, además le otorgó a Amiano Marcelino la principal inspiración de sus Res gestae: limpiar la manchada imagen de su héroe. Y Silvano contri-buyó a ello de forma decisiva.

74 F.J. Lomas, “Lectura helénica de las Res Gestae Iuliani de Amiano Marcelino a la sombra de Alejandro Magno”, en Neronia IV. Alejandro Magno, modelo de los empera-dores romanos, Actes du IV Colloque International de la Sien, Bruxelles 1990, p.

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El último enigma de Amiano Marcelino: Ut miles quondam et Graecus (XXXI, 16, 9).

La primera reacción del historiador de la Antigüedad Tardía-también del historiador de cualquier época- ante determinados nom-bres propios consiste en una rápida asociación de cada uno de los mismos con uno o dos hechos tremendamente significativos. Así, ante “Diocleciano” siempre acuden a nuestra mente aspectos como “Tetrarquía” o “Edicto de precios”; ante Constantino, “Edicto de Milán” y, cómo no, “Constantinopla”, o tal vez “Concilio de Nicea”; y qué decir de “Juliano”, inmediatamente lo relacionaríamos con “Apóstata” o con “Campaña Persa”, pero también, e inevitablemente, con otro nombre propio: “Amiano Marcelino”.

El historiador sirio es, permítaseme la osadía de recordarlo, la fuente literaria más importante para conocer a uno de los emperado-res romanos de reinado más breve, aunque también más intenso, de la Antigüedad Tardía1. Y digo bien, emperador romano: porque así nos lo presentó Amiano, como un romano pagano de pura cepa antes que como un griego (o como Asiaticus, Graeculum et fallacem, que le llamarían los soldados amotinados tras la victoria de Estrasburgo, Amm., XVII, 9, 3); como un personaje ilustre muy apegado al cuerpo

PUB.- en Bollettino di Studi Latini, Anno XXXIII, fascicolo II, Luglio-Dicembre 2003, p. 542-556.

1 Si excluimos, por supuesto, la propia obra literaria de Juliano.

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senatorial de la Urbs2, el mismo que compuso el auditorio del antioqueno… Verdad esta a medias, pues Juliano no solo no puso nunca un pie en la legendaria capital sino que, en realidad, se hallaba más en sintonía con la “Roma griega”, Constantinopla, que con la del Lacio3.

La figura de Juliano es un elemento central dentro del relato amianeo: las Res gestae constituyen un auténtico panegírico de dicho personaje; éste aparece retratado, sin paliativos, como el gobernante ideal4, parangón de otros óptimos príncipes del pasado (Tito, Trajano, Antonino Pío, Marco Aurelio)5. Al hilo de lo anterior, se constata que Juliano está presente, de forma directa o por alusión, en todas las páginas del antioqueno, y entre ellas en la última: en el famoso pasaje que cierra la obra y en el cual figura una afirmación que ha dado (y que seguirá dando) lugar a múltiples interpretaciones: “Ut miles quondam et Graecus” (XXXI, 16, 9).

Todos los estudiosos de Amiano Marcelino coinciden en que estas pocas palabras, aunque en apariencia, triviales, arrojan un decisivo punto de referencia para conocer al intelectual sirio; pero lamentable-mente nunca se han puesto de acuerdo en consensuar una teoría generalmente aceptada:

2 L. Polverini, “Storiografia e propaganda. La crisi del III secolo nella storiografia latina del IV”, en I Canali della Propaganda nel mondo antico, Milan 1976, p. 268.

3 S. MacCormack, “Roma, Constantinopolis, the emperor and his genius”, CQ 25 (1975), p. 144.

4 R.C. Blockley, Ammianus Marcellinus. A study of his historiography and political thought, Bruxelles 1975, p. 78-83.

5 A. Selem, “A proposito della figura de Giuliano in Ammiano”, Quaderni dell´Instituto di lingua e letteratura latina della Facoltà di magisterio dell´Università degli Studi di Roma 1 (1979), p. 160; J. Fontaine, “Le Julien d´Ammien Marcellin”, en L´Empe-reur Julien. De l´Histoire à la Legende, R. Braun, Richer, J., eds., Paris 1978, p. 59.

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1) En 1920, MacKail ofreció la que sin duda es la más simple de las interpretaciones: “Miles et Graecus might be paraphrased without injustice by saying that he was an officer and a gentleman”6.

2) Dos décadas más tarde, el gran pionero de las investigaciones amianeas, E.A. Thompson, apuntó que con esas palabras el historia-dor quería afirmar que “he had a fine soldier, and he was proud of his great reading”; esta autodescripción cobraría todo su significado con la llegada y el establecimiento de Amiano en Roma, como afirmación propia frente al ambiente social y cultural de la Urbs7.

3) Desde los años cuarenta a los setenta del siglo XX la cuestión no parece preocupar mucho a los eruditos y tan sólo podemos desta-car dos aportaciones, ambas en 1967: la de P.M. Camus, quien, en la línea de Thompson, pensaba que la expresión aludía a un griego nutrido en la cultura latina8; y la de J. Stoian, para quien Graecus era la afectación de modestia de un griego ante un auditorio latino, mientras que miles quondam se refería al pasado glorioso de Roma frente a la situación de crisis que se vivió en época de Teodosio9.

4) En los años setenta, década en que la obra de Amiano recaba un especial interés, varios investigadores lanzan diversas hipótesis al respecto y desde muy variados prismas de observación. Así, en el año 1975 surgieron algunas ideas interesantes sobre la cuestión. Blockley, uno de los grandes estudiosos de Amiano, defendía que la expresión que cerraba las Res gestae nos presentaba a un literato a caballo entre las culturas griega y romana tradicionales, y subrayaba la individua-lidad del autor y de la obra10. Para J.M. Alonso-Núñez, Amiano,

6 “Ammianus Marcellinus”, J.R.S. 10 (1920), p. 106.

7 “Ammianus Marcellinus and the Romans”, G&R 11-14 (1941-1945), p. 131.

8 Ammien Marcellin. Témoin des courants culturels et religieux a la fin du IVe siècle, Paris 1967.

9 “A propos de la conception historique d´Ammien Marcellin (Ut miles quondam et Graecus)”, Latomus XXVI, 1 (1967), p. 79 ss.

10 Op.cit., p. 17.

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soldado y griego, trataba de hacer públicos no sólo dos de sus rasgos principales, sino también dos muy importantes del programa político de Juliano: la acción militar y su vinculación a la cultura griega11, necesarios ambos para solucionar la crisis de los últimos y conflic-tivos años del siglo IV12. En sintonía con la primera parte del enun-ciado anterior, G.A. Crump, historiador militar, afirmaba que, con una educación a la griega, Amiano esgrimía también su experiencia castrense para producir “the sober judgment of the Roman Empire´s last great historian”13.

Al año siguiente, N. Santos contribuía al debate con las siguientes palabras: “Amiano Marcelino, natural de Antioquía de Siria, de cultura griega por tanto, historiador de un emperador principalmente, Juliano, griego en sus gustos y deseos, escogió como medio de expresión el latín. Calificándose a sí mismo de miles quondam et Graecus, precisa el ángulo de su visión historiográfica”14. Este autor incidía en que los investigadores que habían abordado tan polémica expresión se habían centrado más en el primer término, descuidando el segundo Graecus, un concepto en cambio permanente, que en el siglo IV expresaba oposición al “bárbaro” y al “cristiano”15.

11 J.M. Alonso-Núñez, La visión historiográfica de Amiano Marcelino, Valladolid 1975, p. 18, apunta que Graecus hace alusión a “un hombre con una paideia helénica y unos puntos de vista griegos”; en el mismo sentido se inscribe S.A. Stertz, “Ammianus Marcellinus´attitudes toward earlier emperors”, en Studies in Latin Literature and Roman History, Bruxelles 1980, vol. II, p. 490: “The imperial virtues enumerated at 25, 4, 1 are reminiscent of those listed in the hand-book of Menander Rhetor, and are those that might be expected in the work of a miles et Graecus, who had studied rhetoric, not that a senator of the city of Rome”.

12 N. Santos, “Juliano y Teodosio: ¿la antítesis de dos emperadores?”, M.H.A. XV-XVI (1994-1995), p. 186.

13 G.A. Crump, Ammianus Marcellinus as a military historian, Wiesbaden 1975, p. 34; también en J.F. Matthews, Ammianus´ historical evolution”, en su Political Life and Culture in Late Roman Society, Londres 1985, p. 30.

14 N. Santos, “El pensamiento historiológico de Amiano Marcelino”, Estudios Clási-cos 77 (1976), p. 105.

15 Ibidem, p. 105-106.

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Poco tiempo después, J. Fontaine planteó que Amiano ofrecía, en XXXI, 16, 9, el mismo orden de valores que cuando afimaba aquello de uir profecto heroicis connumerandus ingeniis (XXV, 4, 1); es decir, la existencia de una doble nacionalidad: el escritor se consideraba romano, por ser Roma su patria espiritual de elección, pero también era griego nacido en una de las ciudades helenísticas más prestigiosas. Ambos principios, lejos de entrar en contradicción, se conjugaban perfectamente en su persona16. Ese mismo año de 1978 veía la luz la magna obra de G. Sabbah, para quien las palabras miles et Graecus evidenciaban dos posturas (la literaria y la vital) del autor; mientras que Graecus suponía una irresistible nostalgia hacia el idealismo del naturalismo helenístico, miles representaba el duro realismo del solda-do17. Pero su contenido no se agotaba en ese punto: con Graecus, Amiano solicitaba la indulgencia del auditorio por los errores (en el uso del latín, en algún punto de su conocimiento de la cultura latina, etc.) que hubiera podido cometer en sus lecturas públicas; y ambos términos, además, mostrarían el deseo de comunión entre ambos mundos: el griego y el latino18. Por último, señalaba el autor francés, el binomio miles-Graecus equivalía al cotejo de dos elementos contra-rios: el segundo término suponía un componente intelectual que remarcaba la superioridad erudita de Amiano frente a su auditorio; en ese sentído, quondam situaba los dos componentes en planos diferentes, haciendo que miles se subordinase a Graecus; mediante este procedimiento, el antioqueno afirmaba su independencia frente a su público, necesidad que nacía del deseo de preservar la esencia de su discurso histórico frente al carácter epidíctico que, de lo contrario, podría habérsele atribuido; nuestro literato pretendía aparecer no

16 J. Fontaine, art.cit., p. 34.

17 La méthode d´Ammien Marcellin. Recherches sur la construction du discours historique dans les Res gestae, Paris 1978, p. 594.

18 Op.cit., p. 509: “Ainsi l ´exaltation de Rome serait por lui un moyen pour rétablir, quand il en ressent le besoin, une communion que risquaient de rendre moins étro-ite ses fières déclarations d´appartenance à la Grèce”.

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como un historiador romano sino como (al igual que Polibio19) un historiador de Roma. El que miles et quondam Graecus aparezca al final de la obra suponía, pues, una afirmación fundamental de ethos del historiador20.

5) En los años ochenta del siglo XX volvemos al estancamiento de la cuestión. Sin duda son R.C. Blockley y J.F. Matthews los historia-dores que más se ocuparon, en esta década, de la obra de Amiano, pero centrándose en aspectos más generales (figura imperial, política internacional, estudios regionales). Encontramos, sin embargo, un par de apuntes interesantes del año 1985; C.P.T. Naudé interpretó la expresión en el sentido de un propósito de escribir una historia uni-versal a la manera griega y no una historia nacional romana, subra-yando con su calidad de soldado lo que en ella se narraba21. J. Fontai-ne, además, pensó que con Ut miles quondam et Graecus Amiano quiso llamar la atención sobre la difícil convivencia entre sus ideas perso-nales (como hombre de acción) y los cánones literarios a los que debió ajustarse para construir su relato22.

6) En los años noventa se retoma el debate con una variopinta andanada de hipótesis. En 1990, I. Lana publicó que Amiano, como 19 Op.cit., p. 522 ss: en Amiano se percibe una definiciópn precisa y completa del ideal de historiador: sobre este punto la diferencia con Polibio es neta. Aunque metodológicamente no hay discordancias fundamentales entre ellos: ambos se pero-cupan por dar difusión a su obra, por la honestidad y por el buen hacer histórico. Polibio muestra menos miedo al ridículo ante el auditorio que Amiano, quien, por pudor natural o necesidad, tiene más en cuenta a su selecto público.

20 Op.cit., p. 532-537: apunta también Sabbah (p. 536) que en XXX, 5, 9 aparece el término Graece con la significación de “auténtico”.

21 “Battles and sieges in Ammianus Marcellinus”, Act.Class.1 (1985), p. 92 ss; según J.F. Matthews, “Olympiodorus of Thebes and the history of the West”, J.R.S. 60 (1970), p. 79, ése sería el mismo propósito de Olimpiodoro de Tebas, un cuarto de siglo más tarde, aunque el autor egipcio se centraba más que Amiano en el Occidente romano.

22 “Valeurs de vie et formes esthétiques dans l´Histoire d´Ammien Marcellin”, en Le trasformazioni della cultura nella Tarda Antichità, Vol. II, a cura di M. Mazza e C. Giuffrida, Roma 1985, p. 783-784.

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militar de carrera (y no como profesional de la palabra) y como griego, se refería a sí mismo a la manera de alguien que escribía en latín, pero que pensaba en clave helénica23. Al año siguiente, otro gran erudito amianeo, J. Den Boeft, defendió que el antioqueno puso el término Graecus en relación con la expresión et diligentia Graecus et lingua (XV, 9, 2), con lo que quiso remarcar su innegable tradición cultural griega, y además el proceso que le había llevado a escribir, pese a ello, una Historia Romana, símbolo de su biculturalismo y de su interpretatio graeca de aquélla24. En 1992 M.A. Marié veía en el término miles la expresión del respeto a toda autoridad legítimamente establecida, y en Graecus la manifestación de una fe inquebrantable en el valor civilizador de la cultura25.

En el segundo lustro de la década, la historiografía desestima las posturas culturales y se proyecta hacia una interpretación político-social de la expresión. De este modo, para E. Cizek, miles hacía alusión a la experiencia militar del autor, a su patriotismo y a su fidelidad a la figura imperial26; Graecus, por su parte, se refería a su 23 La storiografia latina del IV secolo d.C., Torino 1990, p. 63: en “Ammiano Marcellino e la sua conoscenza degli autori greci”, en Politica, cultura e religione nell Impero Romano (secoli IV-VI) tra Oriente e Occidente, Atti del Secondo Convegno dell´ Associazione di Studi Tardoantichi, Napoli, 1993, p. 38-39, este autor demostraba que la mayor parte de citas y referencias de autores griegos se encuentrn concen-tradas entre los libros XV-XVIII, existiendo algunas en los libros XXVI y XXX: es decir, en los que narran la carrera de Juliano.

24 “Ammianus graecissans?”, en Cognitio Gestorum. The historiographic art of Ammianus Marcellinus, Den Boeft, J., Den Hengst, Teitler, H.C., eds., Amsterdam, 1991, p. 13.

25 M.A. Marié, “Deux sanglants épisodes de l´accenssion au pouvoir d´une nouvelle classe politique: les grands procès de Rome et d´Antioche chez Ammien Marcellin Res Gestae XXVIII, 1; XXIX, 1 et 2”, De Tertullien aux Mozarabes, Vol. I, Antiquité Tardive et Christianisme Ancien (IIIe-VIe siècles). Mélanges offerts à Jacques Fontaine. Paris, 1992, p. 346-360.

26 Aspecto ya subrayado por L. Warren-Bonfante, “Emperor, God and man in the IV century. Julian the Apostate and Ammianus Marcellinus”, PP 99 (1964), p. 414 ss., quien recordaba la continua alabanza de Amiano de la majestad imperial, algo por lo que criticará a Juliano (un gobernante que rompió con la “etiqueta” y el rígido protocolo palaciego).

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lengua materna y, frente al auditorio, justificaba el posible uso incorrecto o inmoderado del latín; asímismo, mostraba la erudición de un hombre vinculado al prestigioso círculo intelectual de los Nicómacos: “En somme, Ammien se présente comme le raprésentant de la tradition et de l´unité spirituelle gréco-romaine, telle que l´envi-sageaient les païens de l´époque”27. También se argumenta que Amiano podía identificarse con el Ammianus Comes Rerum Privatarum que aparece en CTh. 11, 30, 41 (383) y que también recuerda Símaco en Rel. XXXVI, con lo que ut miles quondam et Graecus significaría que el autor ha sido primero soldado y luego funcionario de la admi-nistración civil28. En 1998 ve la luz el polémico libro de T.D. Barnes, Ammianus Marcellinus and the representation of historical reality, Ithaca/ London, y en él se sostiene que con miles et Graecus se produce la apología del soldado dedicado a una labor literaria, más propia del civil o del miembro de la aristocracia senatorial, y del nativo griego que escribe en latín. Para Barnes, el término Graecus es más que un epíteto que vincula a un individuo con una cultura determinada: supone una poderosa recomendación. Pero además, Graecus puede entenderse, en latín, de dos formas: el que es culturalmente griego y, para el siglo IV, como sinónimo de pagano. Así, “when Ammianus described himself as miles quondam et Graecus, he was declaring his religion allegiance in unambiguos terms”29. El milenio se cierra, en lo

27 “La poétique de l´Histoire chez Ammien Marcellin”, BStudLat. II (1995), p. 561 ; p. 564: “Cependant l´Hèllene signifiait pour Ammien l´homo Romanus, attaché aux valeurs religieuses et intellectuelles vraiment traditionelles”.

28 H.S. Sivan, “Ammianus at Rome: Exile and redemption?”, Historia XLI, 1 (1997), p. 119: se conocewn otros ejemplos de soldados que continuaron su carrera en la administración civil: León, Magister Officiorum con Valentiniano (Amm. XXVI, 1, 6); Remigio, con el mismo cargo y bajo el mismo emperador (Amm. XV, 5, 36); L. Cracco Ruggini, “La storiografia latina da Ammiano Marcellino a Cassiodoro (e anchi più in là): documenti, relitti e fantasmi reinterpretati”, Cassiodorus, 3 (1997), p. 179, argumenta, en contra, que no se conocen ejemplos de protectores domestici que se proyectaran a la administración civil desde sus puestos militares.

29 Op.cit., p. 79-80.

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que ahora nos ocupa, con la aportación de M. Colombo30, según el cual el pasaje XXXI, 16, 9 consiste en una afectación de modestia, sobre todo teniendo en cuenta que miles quondam et Graecus eran características anormales en un historiador31; asimismo, Graecus exponía un gran respeto del autor hacia la urbanitas de su auditorio.

Como puede observarse, las variadas teorías al respecto discurren por distintos cauces, a veces interrelacionados, que pueden resumirse del siguiente modo:

Autoalabanza y afirmación frente a su auditorio, así como un elogio de este.

Afectación de modestia.

Suscripción tajante del biculturalismo y de la unidad del mundo romano; alarde de patriotismo.

Comparación entre el pasado y el presente del Imperio.

Expresión del soldado culto y cercano a su selecto público.

Manifestación de hostilidad contra bárbaros, cristianos, etc.

Justificación de un modo de escribir la Historia.

Vinculación a Juliano y a su programa político y religioso.

No se trata ahora de cuestionar tal o cual hipótesis, porque puede que toda tengan razón en parte: Amiano, cualquiera que lo haya leído lo sabe, es un autor muy dado a la insinuación antes que a la afirma-

30 M. Colombo, “Alcune questioni ammianee”, Romanobarbarica 16 (1999), p. 35-36.

31 Algo ya planteado por G. Sabbah, op.cit., p. 11 y 17.

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ción clara, que suele transmitir variados mensajes en una misma expresión. Incluso sus silencios albergan alguna comunicación preme-ditada32. Sin embargo, quisiera hacer hincapié en una de las teorías citadas, la que relaciona al antioqueno con Juliano y que ya hemos señalado en relación con J.M. Alonso-Núñez (1975).

Amiano contempla una Historia de las dos partes del Imperio Romano, hasta el año 378, en la que prevalece el concepto de uni-dad33. Su obra sería uno de los postreros (y hasta cierto punto obse-sivos) intentos de mantener esta unidad en la literatura clásica. A partir de comienzos del siglo V la historiografía, tanto pagana como cristiana, tratará los acontecimientos que ocurren en la parte del Imperio donde se halla cada autor34. Al contrario que Tácito, quien redactó una Historia centrada en Roma en la que las provincias funcionaban como elemento secundario y supeditado al principal, Amiano alumbró una Historia Imperial, prestando atención a los más activos focos de actividad política y siempre en conexión con las grandes figuras de cada momento, buscando siempre la sistemati-zación35.

Inscritos dentro de esas líneas generales encontramos los propósi-tos políticos que nuestro autor vierte en su obra: ofrecer soluciones, o al menos consideraciones prácticas, sobre los grandes problemas del Imperio a fines del siglo IV. A grandes rasgos, tales problemas eran:

32 F. Paschoud, “Valentinien travesti, ou: De la malignité d´Ammien”, en Cognitio Gestorum..., p. 83.

33 C.P.T. Naudé, “The date of the later books of Ammianus Marcellinus”, AJAH 9, 1 (1984), p. 75.

34 B. Luiselli, Storia culturale dei rapporti fra mondo romano e mondo germanico, Roma 1992, p. 411-412, con la única excepción de Olimpiodoro de Tebas.

35 R.C. Blockley, “Tacitean influence upon Ammianus Marcellinus”, Latomus XXXII, 1 (1973), p. 78: “a Roman-centred history would have been excessively anachronistic in the fourth century A.D.”

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A) La barbarización del Imperio. A lo largo del siglo IV, desde Constantino36, las necesidades de mano de obra campesina y de soldados empujaron a Roma al reclutamiento y asentamiento masivos de extraliminares en suelo imperial. Entre los siglos IV y VI se calcula que se firmaron unoa 350 tratados37 en uno u otro sentido. La actitud de Amiano al respecto ya la hemos tratado en otro lugar38, pero puede resumirse en pocas palabras: manifiesta hostilidad hacia los bárbaros. Para él, las externae gentes carecen de reglas morales; tirani-zado por el interés del momento, no conciben el valor de los com-promisos y suponen una fuente continua de inquietud y desconfianza para los romanos39. De hecho, acerca del antioqueno se ha escrito que actuó como el portavoz e los grupos sociales privilegiados que temían el peso específico de la barbarización de los sectores estratégicos del Imperio: ejército y administración40. Asímismo, los emplazamientos de extraliminares le sirven a Amiano para basar la crítica a los gobernantes a los que se muestra hostil, siempre en un claro contraste con Juliano41.

36 W. Goffart, “The theme of “The Barbarian Invasions” in late antique and mo-dern historiography”, en Das Reich und die Barbaren, Chrysos, E., Schwarcz, A., eds., Wien-Köln 1989, p. 98: “the Empire after Constantine had better things to do than to engage in a cesaseless, sterile effort to exclude foreigners for whom it could find useful employment”.

37 Vid. G. Wirth, Zur Frage ds foederierten Staaten in der späteren römischer Kaiserzeit, Historia XVI (1967), p. 231-251.

38 Las externae gentes bajo los estandartes de Roma: asentamiento y reclutamiento bárbaros en las Res gestae de Amiano Marcelino, Romanobarbarica 17 (2000-2002), p. 85-115.

39 Y.A. Dauge, Le Barbare. Recherches sur la conception romaine de la barbarie et de la civilisation, Bruxelles 1981, p. 342 ; vid. Amm. XXXI, 2, 9.

40 B. y P. Scardigli, “I rapporti fra Goti e Romani nell III e IV secolo”, Romano-barbarica, 1 (1976), p. 287; J. Straub, “Die Wirkung der Niederlage bei Adrianopel auf die Diskussion über das Germanenproblem in der spätromischen literatur”, Philologus 95 (1942), p. 259 ss.

41 En general, remitimos a nuestra tesis doctoral Los bárbaros en Amiano Marcelino, publicada en internet en la dirección www.lib.umi.com/cr/uca/main.

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B) La guerra civil. Verdadero peligro para la integridad del Occiden-te romano a lo largo de su Historia, por encima incluso de la amenaza bárbara. Y anexo a tal problema se encontraba el fenómeno de la usurpación y, por tanto, de la inseguridad del poder legítimo42. Amia-no es, sin duda, uno de los autores del siglo IV que mostró mayor hostilidad contra los gobernantes ilegítimos43; esto le llevó a incurrir en una diáfana contradicción, pues su héroe, Juliano, fue a las claras un usurpador. Quizás haya que ver tanta animadversión hacia el pretendiente al poder en la defensa de la “legitimidad” del Apóstata.

C) La implacable presión del cristianismo sobre el paganismo. En Occidente, al progresivo declive del poder imperial se contrapone el creciente prestigio del Papado44.

D) La creciente separación entre Oriente y Occidente. El Imperio Romano albergó una gran diversidad de culturas en su seno, pero, localismos aparte, la distinción entre una mitad oriental (definida por el legado helenístico) y una occidental (de ámbo esencialmente latino) es, quizás, la manifestación más acusada de tal diversidad45. La progresiva desunión entre Occidente y Oriente marcaría la génesis de la oposi-ción histórica entre el medievo euroccidental y el mundo mediterrá- 42 Vid. B. Scardigli, “Usurpatori e Barbari”, Annali della Facoltà di Lettere e Filosofia VI (1985), p. 47-94.

43 R.C. Blockley, Ammianus…, p. 86 ss; P.M. Camus, op.cit., p. 110-111. S.A. Stertz, art.cit., p. 490.

44 M. Pavan, “Cristianesimo e Impero Romano nel IV secolo D.C.”, en I Cristiani e l´Impero nel IV secolo, a cura di G. Bonamente, A. Nestori, Macerata 1988, p. 15; G. Bravo, G. Bravo, “Sobre las relaciones Iglesia-Estado en el Imperio Romano”, Gerión 7 (1989), p. 327: “La cristianización se entendía de un modo diferente en Oriente que en Occidente; mientras allí pretendió establecer la armonía entre la Iglesia y el Imperio, aquí se manifestó ante todo como un desafío político a las formas de vida tradicionales de los romanos, no sólo en el aspecto religioso sino también en el político y social”.

45 G. Tibullo, “Da Tacito ad Ammiano Marcellino”, AFLN 12 (1969-1970), p. 91 ss.: la tensión que se derivaba de la conjugación de ambas partes va a convertirse en una constante en la obra de dos autores tan separados en el tiempo como fueron Tácito y Amiano Marcelino.

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neo bizantino, alcanzando su momento crucial en la definitiva sepa-ración que acontece en el 39546: a la muerte de Teodosio, el ambiente de tensión entre ambas partes del Imperio llega a su cúspide47, e incluso se defiende que el año 401 ( en que el partido antigermánico de Aureliano y Antemio, de tintes panhelénicos, toma el poder en Constantinopla) supone un punto de inflexión en el fenómeno de separación entre Occidente y Oriente48. La segregación ya se habrá consolidado a mediados del siglo V. Se consumaba, así, un fenómeno endémico de disgregación del Imperio a lo largo de toda su Historia49: el vivo contraste entre un Occidente más o menos homogéneo, que siempre había llevado la voz cantante del poder político, frente a un Oriente heteróclito, desarrollado y marginado de las decisiones glo-bables50, dificultaba un entendimiento entre ambas partes: por otro lado, y ahondando a favor de las diferencias, el Este griego era econó-micamente superior, militarmente mas seguro y religiosamente “más cristiano” que el Oeste latino51.

El anterior fue uno de los procesos históricos vividos por Amiano; la división del Imperio entre Valentiniano y Valente supuso diferen-cias entre los respectivos ejércitos en cuanto a su mando52, y también en la esfera jurídica: a partir del 364 Oriente y Occidente no se hallarán unidos por un vínculo legal (algo que el Código Teodosiano

46 Av. Cameron, El mundo mediterráneo en la Antigüedad Tardía, Barcelona 1998, p. 15.

47 S. Williams, G. Friell, Theodosius: the Empire at bay, London 1994, p. 140, atribuyen esta tensión al carácter inútil y pusilánime de los hijos de Teodosio.

48 W.N. Bayless, “Anti-Germanism in the Age of Stilicho”, Byzantine Studies 3 (1976), p. 70.

49 P. Brown, El mundo en la Antigüedad Tardía: de Marco Aurelio a Mahoma, Madrid 1989, p. 20; F.W. Walkbank, La pavorosa revolución. La crisis del Imperio Romano en Occidente, Madrid 1981, p. 72-73 y 144.

50 P. Anderson, Transiciones de la Antigüedad al Feudalismo, Madrid 1980, p. 86.

51 A. Momigliano, “The lonely historian Ammianus Marcellinus”, en VI Contributo alla storia degli studi Classici e del Mondo Antico, Vol. I, Roma 1980, p. 143.

52 G.A. Crump, “Ammianus and the late Roman army”, Historia XXII, 1 (1973), p. 95-96.

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intentará solucionar, pero sin lograrlo53); y esto encuentra su reflejo en la obra del antioqueno, quien a partir de este punto contemplará la narración separada de hechos acontecidos en ambas partes del Impe-rio54. Una clara manifestación de la tirantez entre éstas fue la usurpación del poder por Juliano y la reacción de Constancio II: el primero simbolizaba el orgullo y el “nacionalismo galo” frente a la preferencia del segundo por Oriente, dentro de un contexto de riva-lidad tradicional55.

E) La corrupción interna, en el plano administrativo y judicial56, así como la incompetencia de los gobernantes (algunos de ellos cuestio-nado en su legitimidad por nuestro autor).

¿Y cuál es la solución que Amiano propone para resolver tales problemas acuciantes? Pues sin duda alguna la fórmula esbozada por Juliano, un programa restaurador, de tintes republicanos, con el paga-nismo como eje básico de una regeneración moral, una recuperación de los valores tradicionales57.

53 A.J. Boudewijn Sirks, “Shifting frontiers in law: Romans, Provincials and Barba-rians”, en Shifting Frontiers in Late Antiquity, Aldershot 1996 , p. 150-151; L. Valensi, “Quelques réflexions sur le pouvoir impérial d´après Ammien Marcellin”, Bulletin de l´Association Guillaume Budé XVI, 4 (1957), p. 105.

54 T.D. Barnes, op.cit., p. 39; en los libros XXVII a XXX tal separación es escrúpulo-samente observada.

55 R.C. Blockley, “Constantius Gallus and Julian as Caesars of Constantius II”, Latomus, 31, 2 (1972), p. 450.

56 Recientemente analizada por G. Carrasco Serrano, “Tributación y corruptelas en el siglo IV d.C. según Amiano Marcelino”, H.Ant. XXIV (2000), p. 355-367.

57 R.C. Blockley, Ammianus…, p. 103; B. Enjuto Sánchez, “La actuación de Juliano después de la proclamación de Lutecia: evidencias epigráficas y numismáticas”, H.Ant. XXIV (2000), p. 349-350; P.-L. Malosse, “Les alternances de l´amitié: Julien et Libanius (349-363 et au-delà), RPh LXIX, 2 (1995), p. 262: también Libanio ve en Juliano al restaurador de las tradiciones cultuales y de las formas republicanas de gobierno. Vid. también P. Petit, L´Empereur Julien vu par le sophiste Libanius, en L´Empereur Julien..., vol. I, p. 67-87.

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Guiado nuestro historiador por su conservadurismo a ultranza58, Juliano es para él, el restaurador del glorioso pasado tradicional frente a las perturbadoras novedades introducidas por Constantino (vid. Amm. XXI, 10, 8)59. De hecho, la comparación, a comienzos del libro XXIII, entre Diocleciano y Juliano busca establecer el paralelismo entre dos emperadores paganos (hostiles frente a los cristianos) con capacidad para salvar al Imperio de la corrupción: siendo ésta fruto de la política de Constantino, o de su equivalente para las postri-merías del siglo IV, Teodosio. De ahí, también, los esfuerzos amia-neos por presentar a Juliano como un emperador “a la romana” (XV, 2, 8; 8, 1; XVI, 1, 5; 5, 5)60 ante un selecto auditorio que, aun en los duros tiempos del reinado de Teodosio, comulgaba con su programa político pagano61.

Juliano es, para Amiano, el gobernante que restauró los templos paganos, mantuvo a raya a los bárbaros y devolvió la integridad a la institución imperial y a las labores de gobierno; el príncipe culto, civi-lizado, sensible, capacitado para dirigir un Imperio con fuertes ten-dencias centrífugas (XX, 4, 1; XXI, 5, 3), moldeado por el principio de civilitas que le impide ejercer un poder tiránico (esto, y de forma velada en el antioqueno, sería más aplicable a Teodosio); el gran gene-ral, comparable a grandes personajes de antaño como el malogrado Germánico62, revestido de auctoritas (vid. Amm., XVI, 12, 18; XXV, 4, 12-13) que limitaba el poder de las tropas frente a su potestad impe-

58 A. Momigliano, art.cit., p. 151, relaciona este conservadurismo con la defensa de los intereses de la clase curial.

59 Sobre Constantino en Amiano, vid. B. Warmington, “Some Constantinian refe-rences in Ammianus”, en J.W. Drijvers, D. Hunt, eds., The Late Roman World and its historian, London-New York 1999, p. 166 ss.

60 Un propósito difícil, pues Juliano era esencialmente griego e incluso había conce-dido al Senado de Constantinopla los mismos privilegios que poseía el de Roma.

61 P.M. Camus, op.cit., p. 200 ss; G. Sabbah, op.cit., p. 507 ss.

62 M.F. Williams, “Four mutinities: Tacituas Annals 1, 16-30; I, 31-49 and Ammia-nus Marcellinus Res gestae 20, 4, 9-20; 24, 3, 1-8”, Phoenix LI, 1 (1997), p. 63 ss.

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rial63, poseedor de ese carácter austero y enérgico que sabía transmitir a sus soldados, como si de un nuevo Julio César se tratase64; el único que ofrecía la mejor garantía de un gobierno presidido por sólidos valores morales, algo muy distinto de lo que había sido el reinado de Constancio II65.

En otras palabras, Juliano es, para Amiano, el gobernante ideal y el líder indiscutible con talento para mantener la integridad del Imperio. Y esto es lo que se refleja en el polémico y postrer del pasaje XXXI, 16, 9:

A) Pues Juliano era el punto de referencia militar (miles) que el Imperio necesitaba para conservar su integridad frente a los bárbaros. Aquél fue barbarorum exctintor66, polo opuesto de las actitudes filobar-báricas de Constantino y Teodosio: los godos, acogidos por el último en el seno del Estado, son considerador por el antioqueno como enemigos mortales a los que hay que erradicar67. Así, justo en el pasa-je anterior (XXXI, 16, 8) al que aquí nos ocupa, el que recoge el último acontecimiento histórico en las Res gestae, se nos habla de la matanza de auxiliares godos en Asia Menor por el general Julio: todo un acto de prudencia militar para Amiano68. El juego de palabras

63 V. Neri, “Ammiano Marcellino e l´elezione di Valentiniano”, R.S.A. 15 (1998), p. 177 ss. A. Selem, art.cit., p. 140, destaca que los asuntos militares del joven empera-dor reciben un tratamiento mucho mayor que los civiles en las Res gestae; D.A. Paw, “Methods of character portrayal in the Res gestae of Ammianus Marcellinus”, A.Class. 20 (1977), p. 1977: el discurso de Juliano previo a la batalla de Estrasburgo nos muestra todas las cualidades personales que el césar podía aplicar al terreno militar, o sea responsabilidad, disciplina, energía, audacia…

64 G. Wylie, “Julianus Caesar. Another Julius?”, Civiltá Classica e Cristiana XIII, 1 (1992), p.10 ss.

65 C. Di Spigno, “Studi su Ammiano Marcellino. Il regno di Constanzo II”, Helikon II (1962), p. 457-458; J.M. Candau Morón, “La filosofía política de Juliano”, Habis 17 (1986), p. 87-96.

66 Así aparece definido en su inscripción de Ma´Ayan Barukh.

67 T.D. Barnes, op.cit., p. 185-186.

68 Sobre prudentia como valor moral en la cultura latina, vid. L.R. Lind, “The idea of

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entre Julio-Juliano es evidente en este suceso, por otra parte tan confuso69, y nos recuerda los triunfos del segundo contra las externae gentes en oposición a los fracasos de los emperadores cristianos del siglo IV; en ese sentido, la batalla de Adrianópolis supone el colofón para subrayar esa incompetencia cristiana frente a los enemigos externos, el hito que recuerda, en aparatoso contraste, la época gloriosa del Imperio Romano que sirvió de arranque para las Res gestae: la de los emperadores Antoninos; pero también, como magna derrota, Adrianópolis es la imagen espectacular de una “magna victoria”, la de Juliano en Estrasburgo. La violencia bárbara desatada en la llanura tracia el 9 de agosto de 378 deja bien claro que Roma se encuentra en un momento decisivo de su Historia70. Amiano, desarrollando ese intenso tono emocional y eminentemente didáctico que preside todo el libro XXXI71, busca reivindicar la figura de Juliano dentro de las coordenadas de la política antipagana de Teodosio72. Con Adrianópolis como supremo acorde de su obra, el antioqueno exige un nuevo derrotero para el Imperio y plantea, frente al peligroso enemigo godo, la comparación entre un emperador cristiano, corrupto e incompetente, Teodosio, y otro pagano y genial como Juliano73.

the Republic and the foundations of Roman morality”, en Studies in Latin Literature and Roman History, vol. 5, C. Deroux ed., Bruxelles 1989, p. 16 ss.

69 Según Eunapio (fr. 42) y Zósimo (IV, 26), tal matanza no aconteció inmediata-mente después de Adrianópolis, sino en la primavera del 379; además, los asesina-dos eran hombres jóvenes y desarmados; para H. Sivan,“Was Theodosius I an usur-per?”, Klio 78, 1 (1996), p. 211, la degollina quedó impune porque Teodosio había usurpado recientemente el poder y su posición en Constantinopla aún no era legal.

70 Y.A. Dauge, op.cit., p. 349-350.

71 Sobre lo primero, vid. N.J.E. Austin, Ammianus on Warfare. An investigation into Ammianus´military knowledge, Bruxelles 1979, p. 72.

72 G. Sabbah, La méthode…, p. 584.

73 G. Sabbah, “Ammien Marcellin, Libanius, Antioche et la date des derniers livres des Res gestae”, Cassiodorus, 3 (1997), p. 113 : “Andrinople donnerait un sens à l´arc dessiné para l´Histoire de Rome de la mort de Julien à la mort de Valens, en perdessiné d´interpreter la seconde comme le châtiment de la première, et peut-être

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No creemos que el hecho de que Adrianópolis cierre las Res gestae manifieste la resignación de que los bárbaros no pueden ser conte-nidos74. Antes al contrario, Amiano evita cualquier pesimismo inmovilista y se resiste a admitir las consecuencias de la derrota y la importancia de la misma para el proceso de decadencia del Estado romano75. Más bien, como autor en la lista de esa rica corriente intelectual del Renacimiento teodosiano, el antioqueno se sirve de Adrianópolis para interrogarse sobre las causas de los problemas del Imperio, con una clara intención de oposición pagana frente a la ofensiva del cristianismo76. En otras palabras: era un gobernante como Juliano, y no como Teodosio, lo que necesitaba el Estado romano en los turbulentos años finales del siglo IV.

B) Porque, además, ese gobernante necesario para superar la crisis era, ante todo, pagano. Aquí se inscribe con todo su sentido Graecus, pues, en época de la estancia romana de Amiano, el término “heleno” también significaba “pagano”, “politeísta”77, e igualmente hacía alu-sión a una unidad de la cultura imperial, derivada de la conseguida por los griegos en tantos territorios. Sin margen a la duda, lo que Amiano expresa con Graecus es, además de su profesión de fe78, su conformidad con la unidad política del Imperio bajo el mando de un

aussi son sens à un autre arc beaucop plus étendu, brisé pour nous, allant de l´expansion glorieuse de Rome aux dépends des Barbares sous Nerva-Trajan à la catastrophe de 378, qui sonnait la revanche des vaincus”.

74 Como lo escribe J.M. Alonso-Núñez, op.cit., p. 18-19.

75 S. Bonani, “Ammiano Marcellino e i Barbari”, RCCM XXIII, 1981, p. 130.

76 En los términos planteados por J. Fernández Ubiña, La crisis del siglo III y el fin del mundo antiguo, Madrid 1982, p. 27.

77 Av. Cameron, op.cit., p. 154; B. Baldwin, “Greek historiography in late Rome and early Byzantium”, en Studies on Late Roman and Byzantine History, Literature and Lan-guage, Amsterdam, 1984, p. 205; en un autor como Procopio, “heleno” equivale a “pagano”, mientras que a los griegos se les llama Graikoi; vid. También T.D. Barnes, op.cit., p. 79 ss.

78 J. Heyen, “À propós de la conception historique d´Ammien Marcellin (ut miles quondam et Graecus 31.16.9)”, Latomus XXVII, 1 (1968), p. 191.

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grupo social determinado, precisamente el ordo tradicional que había forjado la cultura grecorromana en sus buenos tiempos. Amiano se declara, a lo largo de la misma, un pagano que suscribe el programa del emperador Juliano79.

Amiano es, como afirmaba Fontaine, un hombre de tres corazo-nes: el griego, el oriental y el latino80: el primero deja la huella de la cultura griega en las Res gestae81; y los tres se funden en el crisol de la figura de Juliano. Él es su punto de referencia básico, sustentado sobre una íntima conexión entre el gobernante y el historiador, in-merso en gloriosas reminiscencias del pasado. Juliano es presentado al modo de un nuevo Trajano82 (en cuya época se inician las Res gestae) y en sentido opuesto al emperador que cierra la obra amianea: Valente, quien tanto por sus brutales procesos como por su incompetencia a la hora de afrontar el problema de Adrianópolis se convierte, por oposición y contraste, en el principal argumento justificativo de la obra de Juliano (Estrasburgo)83.

79 También en A. Selem, “Considerazioni circa Ammiano ed il Cristianesimo”, RCCM 6 (1964), p. 254.

80 J. Fontaine, “Le style d´Ammien Marcelli et l´esthétique théodosienne”, en Cognitio Gestorum..., p. 36

81 J. Den Boeft, art.cit., p. 9-18; A. Momigliano, art.cit., p. 154: “Ammia-nus´convoluted style is not to be understood as a sum of Graecisms”; E.A. Thompson, The historical work of Ammianus Marcellinus, Gröningen 1969, p. 16: “Although he did his best to identify himself with the Roman outlook and character, there are several indications in his work that he was still fundamentally a Greek”; para A. And A. Cameron, “Christianity and tradition in the historiography of the late Empire”, CQ XIV, 2 (1964), p. 325, Amiano hace uso de términos grie-gos para impresionar a su público romano.

82 Por ejemplo, en XIV, 1, 4 (“bellorum gloriosus cursibus Traiani simillibus”), XXIV, 3, 9; XXX, 9, 1 (también comparado con Marco Aurelio); en XXV, 8, 5 se traza un paralelismo entre Trajano y Septimio Severo. Trajano y Marco Aurelio fueron ejem-plos de reparatores rei publicae, cuyos modos de vida recuerdan a Juliano.

83 R.C. Blockley, “Ammianus Marcellinus on the battle of Strasbourg. Art and analysis in the History”, Phoenix XXXI, 3 (1977), p. 224 ss. Amm. XXXI, 12, 7, deja bien claro que Valente se enfrentó a los godos por envidia de los logros militares de

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Así, la gloria del Imperio Romano, en las Historias de Amiano Marcelino, comienza con Trajano (miles)84 y termina con Juliano (miles et Graecus). El Apóstata había buscado imitar a Trajano al invadir Mesopotamia85 había fracasado, pero su fracaso se ve superado y redimido por el de Valente, amén de por la fallida política cristiana y filobarbárica de Teodosio86. El mensaje de Amiano, en ese sentido, es muy claro: hay una clara diferencia entre la época de Juliano y la de sus sucesores (XXVI, 3, 4). El primero (venerado por el antioqueno, que le considera el último de los romanos y, hasta cierto punto, el último de los griegos) es el eje central de su relato. El elogio de Julia-no (“the Julian effect”, según Hunt87) no tiene otro paralelismo en la obra, y ello puede observarse en la crítica a los otros emperadores que aparecen en las Res gestae. Un cuarto de siglo después de su muerte, el antioqueno presentaba a Juliano, ante su auditorio pagano en Roma, como el héroe cuyo ejemplo reaccionaba por sí solo frente a las

Graciano, a los cuales quería oponer un triunfo.

84 Pues no podemos considerar el breve y poco significativo reinado de Nerva, apenas dos años, como un comienzo adecuado para el tono militar que preside la obra de Amiano.

85 C.S. Lightfoot, “Trajan´s Parthian War and the Fourth-Century perspective”, J.R.S. 80 (1990), p. 115: la guerra oriental de Trajano se convierte en paradigma de los emperadores del siglo IV. El mismo Amiano refiere la intención de Juliano de conseguir el título Parthicus (XXII, 12, 2), tratamiento que se había impuesto sobre el de Persicus tan en boga en la época que va desde Caro a Constancio II; nuestro historiador pretende romper con la tradición anterior y renovar la inaugurada por Trajano: elemento, además, que serviría para diferenciar a Juliano de Constancio.

86 Al igual que Eunapio, Amiano encubrió los errores tácticos de Juliano en su campaña persa; el antioqueno se niega a admitir la responsabilidad del Apóstata en el fracaso de su aventura oriental, y culpa del mismo, entre otros, a Constantino (XXV, 4, 23, como primer iniciador de las hostilidades), a Joviano (XXV, 7, 1; 6; 9, 9-11), pues sus miedos y ambiciones le hicieron ceder ante Sapor II), o Valente (XXX, 2, 6, quien no consigue resultados al reanudar la guera contra el persa), así como a la dificultad para interpretar los designios divinos en contra de la invasión (XXI, 1, 13); sólo por esto último la derrota no podía evitarse.

87 “The outsider inside: Ammianus on the rebellion of Silvanus”, en The Late Roman World..., p. 59-60.

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radicales consignas políticas y religiosas de Teodosio88. Juliano era un nuevo Trajano, un nuevo ejemplo de victorioso general salvador de la patria89, de la misma forma que Amiano se convertía, de esta manera, en un nuevo Polibio90. Juliano era soldado y griego-pagano, como nuestro antioqueno. Mejor tarjeta de presentación no existía ante la aristocracia pagana de la Urbs91.

Retomando lo que afirmábamos en el primer párrafo de este artículo, si ante la palabra “Juliano” nos venía a la cabeza “Amiano Marcelino”, ante el nombre del insigne historiador sirio siempre (y por delante de otras asociaciones como “Estrasburgo”, “Amida” o “Adrianópolis”, por citar algunos ejemplos entre muchos) reacciona-remos pensando en Juliano, precisamente otro miles quondan et Graecus.

88 En la línea de lo que señalaron J. Fontaine, Le Julien d´Ammien…, p. 33-34 y M. Meulder, “Julien l´Apostat contre les Parthes: un guerrier impie”, Byzantion LXI, 2 (1991), p. 487.

89 Curiosamente, un autor cristiano como Orosio compararía también a Teodosio con Trajano (VII, 34, 2), equiparándolos como reparatores rei publicae.

90 En el pasaje XXIV, 2, 16, durante el cerco de Pirisabora, Amiano compara su relación con Juliano con la que Polibio sostuvo con Escipión Emiliano.

91 A pesar de las simpatías que Juliano pudiera despertar en los círculos senatoriales paganos de Roma, también hubo ciertos sectores aristocráticos paganos occidenta-les que reaccionaron contra él debido a su esencia puramente helénica y no prooccidental, su política religiosa y sus medidas depurativas en el ejército. Amiano, pues, no lo tenía del todo fácil a la hora de justificar a su héroe.

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La figura de Cornelio Galo en las Res gestae de Amiano Marcelino (XVII, 4, 5).

En los albores del siglo XXI, y después de ciento cincuenta años de trabajos de investigación, podemos afirmar que hemos llegado a un grado de conocimiento bastante aceptable de la figura de Amiano Marcelino. Bien es cierto que a la lamentable pérdida de los trece pri-meros libros de su obra le debemos el no haber podido zanjar algunos interrogantes que, aún hoy, persisten con una irritante tenacidad. Podemos aportar un par de ejemplos al respecto: después de verter auténticos ríos de tinta sobre el tema, todavía no existe un claro consenso sobre si el historiador era un pagano convencido y hostil al cristianismo (como aquí creemos), un pagano tolerante y conciliador o un pagano que había realizado apostasía de la fe cristiana como ha defendido recientemente Barnes1. Otra cuestión espinosa puede ser la de su origen. ¿Era realmente antioqueno, como defiende la mayoría? ¿Procedía de la Grecia continental? ¿Tal vez egipcio? ¿O quizás, como apunta de nuevo Barnes, procedía de alguna ciudad del litoral fenicio?2 PUB.- en Aevum 1 (2004), p. 137-145.

1 Ammianus Marcellinus and the representation of historical reality, Ithaca-London, 1998, p. 82-83.

2 J.F. Matthews, “The origin of Ammianus”, CQ 44 (1994), p. 252-269; Ch. Fornara, “Studies in Ammianus Marcellinus I. The letter of Libanius and Ammianus´ con-nection with Antioch”, Historia XLI, 3 (1992), p. 328-344; G.W. Bowersock, “J.F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus”, J.R.S. 80 (1990), p. 248; T.D. Barnes, op.cit., p. 60 ss, respectivamente.

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Asuntos engorrosos aparte, podemos congratularnos con otros

aspectos de nuestro personaje que son muy bien conocidos: verbigra-cia su formación literaria. Calificado como scrupulosus lector antiquita-tum3, estamos ante un autor cuyas lecturas, tanto griegas como latinas, alcanzaban el calibre de las de los grandes viri litterari del siglo IV4: algo poco típico en alguien que provenía del ejército. Bien es cierto que Amiano no era un simple soldado: provenía de esa élite bilingüe griega que debía aprender latín si quería hacer carrera en la vida pública, ya fuese en la administración civil o en la escala militar5. El caso es que la riqueza de las Res gestae en referencias a literatos griegos y latinos resulta patente.

Entre tales referencias, es destacable la obra de Virgilio6. A excep-ción del genio de Mantua, ningún otro poeta latino es nombrado por Amiano: al menos como poeta7. En las Res gestae hay citas literales del

3 C.di Spigno, “Limiti e pregi della storiografia di Ammiano Marcellino”, Atti della Accademia Nazionale dei Lincei V (1950), p. 394.

4 M. Colombo, “Alcune questioni ammianee”, Romanobarbarica 16 (1999), p. 34-35.

5 J. Den Boeft, “Ammianus graecissans?”, en Cognitio Gestorum. The historiographic art of Ammianus Marcellinus, Den Boeft, J., Den Hengst, Teitler, H.C., eds., Amsterdam 1991, p. 10; J.F. Matthews, “Ammianus´ historical evolution”, en su Political Life and Culture in Later Roman Society, London 1985, p. 32: “Ammianus´history, like Ammia-nus himself, must be understood in terms of a fusion of the two elements, Greek and Latin, in his cultural formation”.

6 Según P. Courcelle, “Les lecteurs de l´”Énéide” devant les grandes invasions germaniques”, Romanobarbarica 1 (1976), p. 25, Virgilio es, sin lugar a dudas, el punto de referencia literario de los intelectuales tardorromanos: las Saturnalia de Macrobio tenían el propósito de presentar la Eneida casi como una Biblia pagana; para G. Sabbah, La méthode d´Ammien Marcellin. Recherches sur la construction du discours historique dans les Res gestae, Paris 1978, p. 545, la prosa de nuestro historiador se asemeja a “une mosaïque de clichés virgiliens”.

7 Al respecto, vid. las consideraciones de M. Hertz, “Aulus Gelius und Ammianus Marcellinus”, Hermes 8 (1974), p. 271 ss; A. Solari, “La digressione erudite di Ammiano”, Atti della Accademia Nazionale dei Lincei IV (1979), p. 19, destaca, sin embargo, el interés de Amiano por los poetas, puesto de manifiesto en sus digresiones; sobre ello, vid. I. Lana, “Ammiano Marcellino e la sua conoscenza degli

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poeta de época augustea, como la que aparece en el dramático pasaje XXXI, 4, 6 (Georg., II, 105-106): los oficiales romanos, destacados en el Bajo Danubio, intentan confeccionar un censo de los godos que pretenden penetrar en el Imperio, pero han de renunciar a tal propó-sito porque los bárbaros son tan numerosos que se asemejan a los granos de arena del desierto de Libia8.

Y es de la mano de Virgilio que Amiano, en el pasaje XVII, 4, 5, cita, por primera y última vez, a Cornelio Galo, el general y poeta de tiempos del emperador Augusto, cantado por el autor de la Eneida en la décima égloga de sus “Bucólicas”.

En el libro XVII asistimos a algunos de los episodios más glorio-sos de la trayectoria militar de Juliano como César de Constancio II en la Galia: el joven estadista devasta las alquerías alamanas allende el Rin, restaurando las fortificaciones que emperadores de antaño habían levantado (capítulos 1, 8 y 9), persigue a las bandas de saquea-dores germanos (capítulo 2), pacifica a las tribus hostiles (capítulos 1 y 10) y alivia las pesadas cargas tributarias de los súbditos galos (capítulo 3); mientras tanto, Constancio II mantiene a duras penas el orden en el Danubio (capítulos 6, 12 y 13)9, fracasa estrepitosamente a la hora de firmar la paz con el enérgico rey persa Sapor (capítulos 5

autori greci”, en Politica, cultura e religione nell Impero Romano (secoli IV-VI) tra Oriente e Occidente, Atti del Secondo Convegno dell´Associazione di Studi Tardoantichi, Napoli 1993, p. 25 ss: referencias a poetas griegos aparecen sobre todo en el tratamiento de vicios y virtudes de ciertos personajes y en los escritos geográficos; es Teognis el único poeta del que Amiano demuestra tener conocimiento de sus versos (XXVIII, 4, 27); R. Syme, Ammianus and the Historia Augusta, Oxford 1968, p. 84 ss: también se detectan huellas de Juvenal en las Res gestae sobre todo en los pasajes satíricos; al respecto, vid. R. Rees, “Ammianus Satiricus”, en The Late Roman World and its Historian. Interpreting Ammianus Marcellinus, London and New York 1999, p. 141-155.

8 Quem qui scire velit / ut eminentissimus memorat vates / "Libyci velit aequoris idem discere, quam multae zephyro truduntur harenae".

9 En XXI, 16, 15, Amiano critica la incompetencia de Constancio para defender al Imperio de sus enemigos externos.

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y 14), presta oídos a las calumnias que sus cortesanos dirigen contra Juliano (capítulo 11) y dedica su tiempo a extravagancias como erigir un obelisco traído de Egipto en el Circo Máximo de Roma (capítulo 4)10.

Es precisamente en este último episodio donde surge la figura de Cornelio Galo. Así, en el pasaje XVII, 4, 5, y como introducción a la descripción del obelisco llevado de Tebas a Roma, aparece la siguien-te mención:

“longe autem postea Cornelius Gallus Octaviano res tenente Romanas Aegypti procurator exhausit civitatem plurimis interceptis reversusque cum furtorum arcesseretur et populatae provinciae, metu nobilitatis acriter indignatae, cui negotium spectandum dederat im-perator, stricto incubuit ferro. is est, si recte existimo, Gallus poeta, quem flens quodam modo in postrema Bucolicorum parte Vergilius carmine leni decantat”.

Ante tales palabras, uno percibe una opinión muy negativa sobre Cornelio Galo: un personaje voraz, que como máxima autoridad en Egipto11 depredó Tebas hasta el punto de ser acosado por la aristo-cracia a su regreso a Roma, no quedándole otra opción que el suici-dio. Dicha voracidad se acentúa si tenemos en cuenta que sus accio-nes vienen precedidas por dos referencias históricas no mucho más positivas: las de las rapiñas de los cartagineses y del persa Cambises (XVII, 4, 3) en la misma región. Tanto los legendarios enemigos del

10 Para B. Warmington, “Some Constantinian references in Ammianus”, en The Late Roman World..., p. 169, el episodio del obelisco egipcio, hacia 358, es un indicio de, al menos la preferencia de Amiano hacia Roma, puesto que tal monumento iba destinado, en un principio y por Constantino, a la “Roma de Oriente”: su hijo, por el contrario, favorecería a la Urbs frente a su rival del Este.

11 Por cierto que Amiano lo llama procurator, cuando en realidad fue praefectus (Quint., Inst.Or., X, 1, 93). El propio antioqueno utiliza el segundo término referido a Egipto en XX, 16, 6. Volverá a equivocarse el antioqueno cuando afirme, en XXII, 8, 40, que Egipto pasó a ser provincia romana con Augusto, cuando en realidad se constituyó en propiedad personal del primer emperador romano.

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Estado romano como el crudelísimo monarca oriental12 no hacen sino acentuar la imagen de un político corrupto.

El interrogante que surge, llegados a este punto, es dilucidar qué sentido tiene la fugaz aparición de Cornelio Galo en las Res gestae amianeas. En un principio podemos atribuirle una intención de autoelogio del autor: no es poco frecuente que Amiano haga alusión a gloriosos escritores griegos y latinos del pasado con el mero propó-sito de obtener sonoridad y dignificación para su obra, frente al culti-vado público romano al que se dirige13. Nuestro antioqueno se luce en numerosas ocasiones al exponer sus conocimientos enciclopédi-cos, sobre todo en las abundantes digresiones de las Res gestae14. ¡Y qué mejor aval para hacer pública su erudición que Virgilio! De hecho, la única mención directa de éste se halla, precisamente, en XVII, 4, 5. Cornelio Galo, pues, sería una mera excusa para llamar por su nombre a uno de los más grandes poetas latinos de la Historia.

Sin embargo, y sin excluir lo anterior, también se nos ocurre que la presencia de Galo en Amiano puede tener una significación velada, distinta del autoelogio tan típico de los autores tardorromanos; se trataría de una alusión implícita a otro personaje que sí goza de cierto protagonismo en la obra del historiador sirio: Flavio Claudio Constancio Galo, hermanastro de Juliano el Apóstata y César, en la Pars Orientis, del emperador Constancio II. Y todo ello dentro del uso de exempla, uno de los recursos estilísticos más comunes en Amiano, empleados como expresiones de verdades morales15. Flavio Galo es 12 Como ejemplo, sirvan las palabras de Heródoto (V, 25, 1-2; vid. también Diod.Sic., XV, 10, 1, para el reinado de Artajerjes): Cambises había obligado al hijo de un juez corrupto, ejecutado por su falta, a impartir justicia sentado en una silla forrada con la piel de su progenitor, para que ello le recordara su deber.

13 Ch.W. Fornara, “Studies in Ammianus Marcellinus II. Ammianus´knowledge and use of Greek and Latin literature”, Historia XLI, 4 (1992), p. 421.

14 G.A. Crump, Ammianus Marcellinus as a military historian, Wiesbaden 1975, p. 34 y 71.

15 D.A. Paw, “Methods of character portrayal in the “Res Gestae”of Ammianus Marcellinus”, A.Class. 20 (1977), p. 193.

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uno de los personajes más vituperados por nuestro historiador, quien le detestaba por:

Haber sido hombre de confianza del empe-rador Constancio II, quien por otra parte es uno de los gobernantes más duramente atacados por el antio-queno16.

Haber ayudado a Constancio a neutralizar al general Ursicino, antiguo jefe militar de Amiano y uno de los personajes más apreciados por el historiador17.

Su hostilidad contra el orden curial de Antio-quía, al que pertenecía Amiano, que examinaremos más adelante.

En tal empeño de denigración, Amiano utilizará contundentes recursos literarios para afear la imagen de Fl. Galo: la animalización18

16 Para el retrato de Constancio II en las Res gestae vid. R.C. Blockley, Ammianus Marcellinus. A study of his historiography and political thought, Bruxelles 1975, p. 10, 38-39 y 41 y C. Samberger, “Die kaiserbiographie in den Res gestae des Ammianus Marcellinus. Eine Untersuchung zur Komposition del Ammianeischen Geschichts-schreibung”, Klio 51 (1969), p. 469 ss; H.C. Teitler, “Ammianus and Constantius. Image and reality”, en Cognitio Gestorum..., p. 117-122.

17 R.C. Blockley, “Constantius II and his generals”, en Studies in Latin literature and Roman history, vol. II, ed.by C. Deroux, Bruxelles 1980, p. 476-477; “Constantius Gallus and Julian as Caesars of Constantius II”, Latomus 31, 2 (1972), p. 443; G. Sabbah, op.cit., p. 471 ss: los libros XVIII-XIX de las Res gestae se dedican, en buena parte, a defender la figura de Ursicino.

18 Serpens (XIV, 7, 3); leo (XIV, 9, 9). Amiano suele aplicar el primer calificativo a personajes romanos, simbolizando la astucia y un amplio abanico de cualidades malignas: vid. R. MacMullen, “Some pictures in Ammianus Marcellinus”, Art Bulletin 46 (1964), p. 441 ss; por otra parte, en los primeros años del siglo V, la figura del león se identifica claramente con el bárbaro. Para Sinesio de Cirene, simboliza la corpulencia y la melenuda cabeza del germano: Ch. Lacombrade, “Synésios et l´enigme du loup”, R.E.A. 48 (1946), p. 266.

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y la asociación con fenómenos naturales19 sirven para estigmatizar el salvajismo y la falta de control de este personaje. Como uno de los exponentes más negativos en las Res gestae20, el retrato de Galo apare-ce cuajado de prejuicios de la clase curial, de preconcepciones mora-les, de consideraciones literarias; así, encontramos a un individuo dominado por la ira y la crueldad (XIV, 1, 1; 4-5 y 10; 7, 3; 9, 9; Iul., Ep.ad Athen., 272c), por la inseguridad (XIV, 1, 2 ss.), por la codicia (XIV, 1, 4) y por una desmesura que le hace precipitarse hacia un fatal desenlace. En otras palabras, hallamos a un bárbaro.

Además, como casi todo lo que contienen las Res gestae, Fl. Galo aparece desde una constante referencia implícita a Juliano21; este rasgo aparece de forma manifiesta en el propio libro XVII: en el pasaje 1, 14, Amiano afirma que las guerras de Juliano en el frente renano son parangonables (y superiores) a las púnicas o a las teutónicas, memora-bles y terribles episodios de la Historia de Roma, mostrando a un César protegido por la Fortuna que se aleja del triste destino que pa-decerá su hermanastro22. En realidad, los investigadores amianeos no han suscrito un consenso sobre el tratamiento que el antioqueno deparó a Fl. Galo. Ya en los años cuarenta, E.A. Thompson lo consi-deró un retrato tremendamente retórico y malintencionado, que omitía23:

19 R. Seager, Ammianus Marcellinus. Seven studies in his language and thought, Columbia 1986, p. 46; ejemplos de este recurso son otros malvados personajes como el temi-ble delator Paulo Catena (XIV, 5, 6) o el terrorífico Valentiniano I (XXIX, 3, 2).

20 Para un análisis cronológico y metodológico del relato de Galo en Amiano, vid. T.D. Barnes, “Structure and chronology in Ammianus´Book 14”, HSCPh 92 (1989), p. 418 ss.

21 R.C. Blockley, op.cit., p. 19-24.

22 En XXI, 1, 2, puede observarse un pasaje de contenido idéntico.

23 E.A. Thompson, The historical work of Ammianus Marcellinus, Gröningen 1969 (1947), p. 56 ss; vid. su “Ammianus´account of Gallus Caesar”, AJPh. 64 (1943), p. 302-315.

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a) Su gran popularidad entre las clases desfavore-cidas de Oriente.

b) Su fe cristiana arriana.

c) Sus logros militares, como la supresión de una revuelta judía.

d) El intento frustrado de asesinato orquestado

por el usurpador Magnencio.

e) El cambio de opinión de Constancio sobre la

pena capital que le fue impuesta, aunque la contraor-

den llegó demasiado tarde.

f) Su amistad con ciertos hombres de prestigio,

como el obispo arriano Ecio.

Muy recientemente, otro gran erudito de la obra de Amiano, T.D. Barnes24, ha defendido una perspectiva ambigua de la figura de Galo en las Res gestae, precisamente porque era hermanastro de Juliano: éste escribió de él (Ep.ad Ath., 270c-271 a; 272 a-d) que, aunque indigno para gobernar, su muerte fue injusta, producto de la envidia de Constancio y de las intrigas de Eusebio. Así, como víctima de tan grandes villanos, Galo llega a despertar cierta simpatía en Amiano.

El caso es que, conociendo el modo en que nuestro historiador describe a Fl. Galo, detectamos notables coincidencias históricas entre éste y el otro Galo, Cornelio, que van más allá del nombre común:

1) Ambos fueron gobernantes de territorios orientales (Egipto, Oriente), bajo la autoridad de un emperador legítimo (Augusto, Constancio II).

24 T.D. Barnes, op.cit., p. 129-132.

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2) Ambos cometieron tropelías en sus respectivas jurisdicciones: C. Galo depredó Egipto y Fl. Galo se constituyó en el terror de los curiales de Antioquía, patria chica de Amiano, porque no le apoyaron en su intención de bajar los precios a la vista de una escasez (XIV, 7, 2), lo cual desembocaría en el terrible tumultus que se prolongaría, a intervalos, durante casi todo el año 35425. De hecho, se ha querido ver en esta política favorable a los humiliores la base de la antipatía que el antioqueno experimentaba hacia Fl. Galo26. Otra refe-rencia a las persecuciones políticas de éste la hallamos en XIV, 10, 2. Naturalmente, tales acciones les acarrea-ron, a los dos Galos, encarnizados enemigos en los círculos políticos.

3) Los dos personajes accedieron a altas cotas de poder y prestigio y, desde tan privilegiada posición, cayeron en picado hacia la desgracia27 (suicidio, ejecu-ción): ambos serán llamados a la capital del Imperio (Roma, Constantinopla) por los emperadores para reci-bir un castigo.

4) Ambos estuvieron dominados, de una manera o de otra, por una mujer. A C. Galo le cegó su amor por Lycoris, fémina de cuya voluptuosidad y carácter vicioso encontramos ecos a comienzos el siglo XVII en la pluma del erudito J.B. Suárez de Salazar28. A Fl.

25 Vid. J.R. Aja Sánchez, “La crisis de Antioquía del año 354: un ejemplo de la pervivencia de la Vis publica en la Antigüedad Tardía”, en La Tradición en la Antigüe-dad Tardía, J.M. Blázquez, et alii, eds., Murcia 1997, p. 61-82.

26 C. Di Spigno, “Appunti per una lettura del libro XIV de Ammiano Marcellino”, Orpheus 7 (1960), p. 148 ss.

27 Al hablar de Fl. Galo, Amiano dice que la Fortuna lo elevó hasta el poder para después hundirlo caprichosamente, de igual manera que hiciera siglos atrás con M. Atilio Régulo en su lucha contra los cartagineses (XIV, 11, 32).

28 Vid. J. Navarro López, “Suárez de Salazar cita a Cornelio Galo: un postrer episo-

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Galo le tocó en suerte la temible Constantina: próximo a la muerte, el César se exculpa de algunos de sus crí-menes argumentando que fue instigado por su esposa (XIV, 11, 22) 29.

De lo anterior, queremos hacer hincapié en el punto 3). Amiano es uno de los autores del siglo IV que mostró mayor hostilidad contra los gobernantes ilegítimos30, hasta el punto de llegar a justificar la tortura frente al acto más grave de la usurpación31. La utilización de adjetivos como tyrannus, perduellis, rebellis, para calificarlos, muestra la dureza del tratamiento a que los somete32. En sus ataques contra los usurpadores y sus partidarios, el antioqueno no duda en calificarlos de bestias salvajes33.

dio del Pseudo-Galo en el Renacimiento”, Evphrosyne XXIII (1995), p. 299-308.

29 T.D. Barnes, op.cit., p. 120-121, encuentra también en el pasaje, una pulla contra el cristianismo. Al evidente recuerdo del primer emperador cristiano se sumaría el de dos episodios bíblicos funestos: el pecado de Eva al arrastrar a Adán a la perdición (Gen., 3, 12) y la muerte de Juan el Bautista por instigación de Herodías (Mc., 6, 14 ss; Mt., 14, 1 ss).

30 R.C. Blockley, op.cit., p. 86 ss; S.A. Stertz, “Ammianus Marcellinus´attitudes toward earlier emperors”, en Studies in Latin Literature and Roman History, vol. II, Bruxelles 1980, p. 490; P.M. Camus, Ammien Marcellin. Témoin des courants culturels et religieux a la fin du IVe siècle, Paris 1967, p. 239 ss., incide en que, para Amiano, el emperador participa de un carácter divino, destinado a la eternidad celestial, y la divinidad le ampara desde su entronización hasta su muerte; L. Valensi, “Quelques réflesions sur le pouvoir impérial d´après Ammien Marcellin”, Bulletin de l´Association Guillaume Budé XVI, 4 (1957), p. 102, afirma que a través de las Res gestae observamos, entre 353-378, el triunfo de la idea dinástica; destaca el pasaje XIX, 12, 17, en el que Amiano identifica gobierno legítimo con protección y seguridad para las personas honradas.

31 L. Angliviel de la Beaumelle, “La torture dans les Res Gestae d´Ammien Marcellin”, en Institutions, société et vie politique dans l´Empire Romain au IVe siècle AP. J.-C., Perugia, 1992, p. 113; vid. Amm., XXVI, 10, 13.

32 R. Seager, op.cit., p. 119-120.

33 El caso más evidente es el de Procopio, el principal usurpador de las R.G.: bestia XXVI, 6, 10; fera: XXVI, 6, 4.

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Tanto C. Galo como Fl. Galo se convirtieron, a los ojos de sus regios superiores, en usurpadores en potencia. El propio emperador Augusto, en su “autobiografía”, reconoce que eliminó a cuántos pu-dieron hacerle sombra en la dirección de Estado34. En cuanto a Constancio II, el suyo fue un reinado de rebeliones y problemas internos (usurpaciones de Magnencio, Silvano, levantamiento de Juliano en París). La existencia en Oriente de un César con prestigio civil y militar35 no debía de tranquilizar mucho a un gobernante que, según el retrato de Amiano, era un desalmado (XIV, 5, 5), un personaje arbitrario (XV, 6, 4; XVI, 8, 5) cuya brutalidad se disparaba al prestar oídos a los sádicos aduladores cortesanos (XVI, 5, 5; 9, 2): por ello merecía, según el antioqueno, ser comparado a los “malos emperadores” de antaño: Calígula, Domiciano, Cómodo (XXI, 16, 8). Por otra parte, Fl. Galo es presentado por Amiano como un claro ejemplo de hombre corrompido por el repentino poder al que tiene acceso, al igual que otros ejemplos del pasado –Dionisio de Siracusa, Euno, Espartaco-, con lo que el historiador reconoce que el César se habría levantado contra Constancio a la primera oportunidad36. Lo mismo pudo haber sucedido con C. Galo.

Pero además, en las Res gestae Amiano tiene que bregar con un problema de difícil solución: puesto que esta obra constituye un panegírico de Juliano, nuestro autor debía salvar el molesto escollo de su ilícito acceso al poder. En otras palabras, debía limpiar la memoria del Apóstata de su delito de usurpación37. Al respecto, Amiano se manifiesta con contundencia. Para legitimar a su héroe, lo intenta absolutamente todo. Así, defiende que:

34 Res gestae diui Augusti I y II.

35 R.C. Blockley, “Constantius Gallus...”, p. 441 ss: Fl. Galo frenó con cierto éxito el avance de los persas (Zos., III,1,1); Amiano silencia este logro y lo atribuye a otras causas (XIV, 3). Frente a un emperador, como Constancio II, con una pésima reputación en política externa, esto debería alimentar los recelos de la Corte.

36 T.D. Barnes, op.cit., p. 131.

37 El propio protagonista, en su correspondencia, se declara inocente de los cargos (Iul., Ep. XXVIII).

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a) Juliano es elevado a la púrpura a la fuerza por sus soldados38.

b) La responsabilidad última de la rebelión pertenece a Constancio II, ya que éste no debió exigir la presencia de las huestes galas en Oriente, desguarne-ciendo de este modo el frente del Rin39.

c) La población apoyó a Juliano como si fuese un gobernante legítimo, susceptible de mejorar la situa-ción del Imperio y poseedor del auxilio divino (frente a usurpadores como Magnencio o Silvano): así nos lo muestra el episodio de su adventus en Vienna40.

d) El propio Constancio lo nombra su sucesor en el lecho de muerte (XXI, 15, 2)41.

38 Amm., XX, 4, 14; A. Selem, “L´atteggiamento storiografico di Ammiano nei confronti di Giuliano dalla proclamazione di Parigi alla morte di Constanzo”, Athe-naeum 1971, I-II, p. 97 ss y “A proposito della figura de Giuliano in Ammiano”, Quaderni dell´Instituto di lingua e letteratura latina della Facoltà di magisterio dell´Università degli Studi di Roma 1 (1979), p. 150, observa, no obstante, ciertas dudas de Amiano sobre la legitimidad de Juliano a la hora de tomar el poder, y alguna contradicción al presentar los hechos: el autor italiano concluye que el antioqueño se había basado en fuentes no unánimes al respecto, sin conseguir una unificación de criterios.

39 R. Seager, op.cit., p. 118, 135-136; ya existían ejemplos anteriores en que la leva de contingentes nacionales bárbaros había causado rebeliones en Occidente: vid. Tac., Agr., 13, 1 (britanos); Hist., IV, 14, 1 (bátavos).

40 P. Dufraigne, “Quelques remarques sur l´adventus chez Ammien Marcellin et les Panegirystes”, en De Tertullien aux Mozarabes, Vol. I, Antiquité Tardive et Christia-nisme Ancien (IIIe-VIe siècles). Mélanges offerts à Jacques Fontaine. Paris 1992, p. 498.

41 Frente a G.W. Bowersock, Julian the Apostate, London 1978, p. 65, quien pensaba que este rumor era infundado, T.D. Barnes, op.cit., p. 144-145, defiende que no era ilógico que un emperador cristiano en su lecho de muerte quisiera reconciliarse con el Creador con una buena obra como era evitar una guerra civil; a raíz de esto, la visión de Constancio en Juliano y Amiano cambia, ya que seguir tratándolo como un tirano habría perjudicado la legimitimidad que el emperador agonizante le otorgaba al usurpador.

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Pero los anteriores no son los únicos recursos que Amiano despliega para limpiar la imagen del que iba a ser el último eslabón de la turbulenta cadena dinástica de Constantino. Por ejemplo, un episodio como la presunta usurpación del franco Silvano no se revela más que como una invención del antioqueno para justificar la rebelión de Juliano en París; también obligado por las circunstancias, el general franco creaba así el antecedente inmediato que otorgaría legitimidad a la dudosa acción de su héroe42. Asímismo, en el motín de los soldados galos hallamos claros ecos taciteos de aquél que tuvo que afrontar Germánico en la frontera (Ann., I, 31 ss.): Juliano es comparado, de forma indirecta, al gran general julio-claudio, resaltándose su dominio de la situación43. Además, la desgraciada pérdida de la plaza oriental de Amida (359), tras 73 días de asedio, dañó gravemente la reputación de Constancio44; la petición, por parte de éste, de las mejores tropas de la Galia con destino al frente persa otorgó la excusa perfecta al joven César para proclamarse Augusto en París45. Pero además, el episodio de Amida funciona como elemento de transición en el relato amianeo: se convierte en el vínculo que une la batalla de Estrasburgo (que es la base de la reputación militar de Juliano) con la del dramático desastre militar de Adrianópolis (378): la toma de la plaza oriental provocará que Juliano, tras su triunfo en el Rin, tome el poder y emprenda la desastrosa campaña persa que le acarrea su fin46. Sin esta conexión lógica, que actúa como bisagra 42 Vid. F.J. Guzmán Armario, “Un ejemplo de comodín histórico: la figura de Silvano en las Res Gestae de Amiano Marcelino”, en Homenaje a J.M. Blázquez y A. Montenegro, Universidad de Valladolid 2002, p. 745-754.

43 Vid. M.F. Williams, “Four mutinities: Tacituas Annals 1, 16-30; I, 31-49 and Ammianus Marcellinus Res gestae 20, 4, 9-20; 24, 3, 1-8”, Phoenix LI, 1 (1997), p. 63 ss.

44 R.C. Blockley, “Ammianus Marcellinus on the Persian invasion of AD 359”, Phoenix XLII, 3 (1988), p. 248; R. Seager, “Perceptions of Eastern frontier policy in Ammianus, Libanius, and Julian (337-363)”, CQ 47, 1 (1997), p. 257.

45 T.D. Barnes, op.cit., p. 152 ss.

46 C.P.T Naudé, “Battles and sieges in Ammianus Marcellinus”, Act.Class. 1 (1985), p. 98.

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entre unos tiempos gloriosos, los de Juliano, y otros calamitosos, los de sus antecesores y sucesores, no se entiende que Amiano dedicara un espacio tan grande a la campaña de Sapor en 359 y al sitio de la plaza47.

En suma: que la obsesión de Amiano Marcelino fue legar a la posteridad una imagen intachable de Juliano. Para ello, se valió sobre todo del contraste con otros estadistas de la época del Apóstata. Y entre ellos figuraba Fl. Galo. Se ha señalado, creemos que con juicio, que existen diversos “pasajes-llave” en las Res gestae noticias decisivas que enlazan importantes acontecimientos en el relato: los principales serían la decapitación de Galo (XV, 1, 1), la muerte de Juliano en el libro XXV o el ascenso al trono de Valentiniano I (XXVI, 1, 1-2)48. El óbito de Galo nos llevaría a la consolidación del personaje protagonista, Juliano, cuya muerte dará lugar a la dinastía que asiste al desastre de Adrianópolis. En el primero de estos pasos, la aparición de Cornelio Galo funcionaría como un implícito y fugaz mensaje que el cultivado auditorio romano de nuestro antioqueno captaría con rapidez: el Apóstata, hombre prudente49 y aFortunado (la F mayúscula

47 T.D. Barnes, op.cit., p. 32.

48 J.M. Alonso-Núñez, La visión historiográfica de Amiano Marcelino, Valladolid 1975, p. 39-40.

49 Según L.R. Lind, “The idea of the Republic and the foundations of Roman morality”, en Studies in Latin Literature and Roman History, vol. 5, C. Deroux ed., Bruxelles 1989, p. 16 ss, prudentia, como valor romano, consiste en mantener la cabeza fría en una situación de crisis, saber qué decisión tomar en un contexto de emergencia, adoptar resoluciones con una previsión para el futuro, capacidad para seleccionar acertadamente en todo momento, talento domi militiaeque, rechazo del fasto, cuidado de la administración de justicia, estricto cumplimiento de la moral, contención frente a la riqueza... En general, se vincula con los valores de iustitia, sapientia, ratio, fortitudo y temperantia, y se compone de memoria, intelligentia y prouidentia. Llega a convertirse en el valor obligado en el carácter del gobernante, el que asegura la existencia pacífica del Estado y mantiene a éste alejado de peligros internos o externos, preservando la aeternitas de Roma. En las Res gestae existen 41 alusiones a tal virtud en el Apóstata.

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no es una errata) se distanciaba así de los dos Galos históricos cuyas respectivas ambiciones personales superarían con creces cualquier defensa del bien común. Sobre esta base, su disputa con el taimado Constancio II por el poder sonaba más que sensata.

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Intérpretes militares y movimientos de información táctica en el frente oriental según Amiano Marcelino

A partir de los años setenta del siglo XX se generó entre los

investigadores de la Antigüedad Tardía un repentino interés por conocer la faceta militar de Amiano Marcelino, siguiendo la inercia de la fascinación por el siglo IV que había despertado la publicación del libro de R. Syme, Ammianus and the Historia Augusta, Oxford (1968). Desde entonces los especialistas se centraron en el análisis no sólo de los datos técnicos militares presentes en las Res gestae, sino también -y ello abría una línea original de estudio sobre el antioqueno- en la credibilidad de un miles quondam et Graecus (Amm., 31, 16, 9) cuando escribía sobre asuntos bélicos. O sea: qué de esa información era más o menos cierta, qué parte era más bien inventada o tergiversada y, sobre todo, qué experiencia práctica en el campo de batalla podía ofrecer el erudito sirio a sus lectores.

La guerra, eso no podemos dudarlo, es la columna vertebral de la obra de Amiano, como lo había sido anteriormente de otros dos griegos del siglo III, Dión Casio y Herodiano, y como lo sería de otro del siglo V: Zósimo. El ejército romano campa por sus respetos a lo largo de las Res gestae como poder indiscutible que extermina a los bárbaros (17, 13, 9), eleva emperadores ilegítimos a la púrpura (20, 4, 14) y recibe las prebendas de los gobernantes a quienes mantienen en el trono (31, 11, 1). Amiano perteneció a ese ejército como miembro del selecto grupo de los protectores domestici: cuerpo de oficiales directa-

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mente vinculados al príncipe, que llevaban a cabo misiones de vital interés para el Estado1.

Es esa pertenencia a una unidad de élite, amén de su participaciσn en batallas y campañas en los confines del Imperio durante un cuarto de siglo2, la que le habría otorgado autoridad a la hora de abordar asuntos militares. Sin embargo, no faltan las críticas que le señalan como un teσrico más ligado al cuartel que al frente3, e incluso como un cobarde que no duda en huir cuando las cosas se ponen dema-siado feas4. Esto puede ser cierto, pero también hay que admitir que en determinados episodios de su experiencia marcial Amiano se revela como una fuente fiable y como un testimonio de primera mano: y ése es, precisamente, el caso de su intervención en la guerra oriental5 Apoyándome en tal fiabilidad, analizaré en las páginas que siguen las noticias acerca de bilingüismo militar y movimientos de información táctica en las guerras contra los persas según los datos del antioqueno.

La Persia sasánida es, antes incluso que los bárbaros de los limites renano y danubiano, el gran enemigo de Roma. Como Estado organizado (en algunos aspectos incluso más desarrollado que su rival

PUB.- en Aqvila Legionis 5 (2004), p. 29-43.

1 P. Southern, K. Dixon, The late Roman army, London 1996, p. 14-15. El emperador Diocleciano había formado parte de dicho cuerpo.

2 Ésa es la duración que F. Trombley, “Ammianus Marcellinus and fourth-century warfare: a protector´s approach to historical narrative”, J.W. Drijvers, D. Hunt, eds., The Late Roman World and its Historian. Interpreting Ammianus Marcellinus, London-New York 1999, p. 21, defiende para el servicio activo de Amiano (entre 353-378).

3 N.J.E. Austin, Ammianus on Warfare. An investigation into Ammianus´military knowledge, Bruxelles 1979, p. 162-163.

4 A. Momigliano, “Historiografía pagana y cristiana en el siglo IV”, El conflicto entre el Paganismo y el Cristianismo, Madrid 1989, p. 113, en relación con su huida de la plaza de Amida (19, 8, 5 ss.).

5 A.D. Lee, Information and frontiers. Roman foreign relations in Late Antiquity, Cambridge 1993, p. 107.

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mediterráneo), y en su afán de recuperar los territorios del legado de los Aqueménidas (vid. Dio Cass., LXXX, 4, 1; Herod., VI, 2,2; 4,5; Amm. 17, 5, 5; 25, 4, 24), el enemigo oriental mantuvo un costoso equilibrio de fuerzas con el Imperio Romano que desgastó a ambos y les condicionó en su evolución histórica6. No obstante, la frontera oriental no se configura como un “telón de acero” impermeable a otro tipo de relaciones ajenas a las bélicas, antes al ontrario; guerra y fructíferos intercambios civiles de todo tipo conviven, a distintos niveles según las circunstancias históricas, durante toda la Antigüedad Tardía en forma de comercio e influencias culturales, artísticas y reli-giosas recíprocas. Ello explica que los romanos tuvieran un conoci-miento bastante aceptable del Próximo Oriente, mucho mejor que el que poseían del oscuro mundo del norte de Europa7. Y también nos da razón del cosmopolistimo creciente del reino persa, que hallará su cénit en el siglo VI bajo el reinado de Cosroes I (531-579)8. En oca-siones, tanto persas como romanos introducen contingentes de cauti-vos dentro de los límites de sus respectivos imperios, lo cual refor-zaba el grado de interacción y conocimiento mutuo entre ambos Estados9.

6 Vid. la síntesis de V.L. Bullough, “The Roman Empire vs. Persia, 365-502: a study of successful deterrence”, Journal of Conflict Resolution 7 (1963), p. 55-68.

7 A.D. Lee, op.cit., p. 87; para movimientos de información a través de la frontera norte en el siglo IV, vid. P. Heather, “The Late Roman art of management: imperial defence in the fourth century West”, W. Pohl, I. Wood, H. Reimitz, The transfor-mation of frontiers. From Late Antiquity to the Carolingians, Leiden-Boston-Köln 2001, p. 31 ss.

8 B. Utas, “Byzantium seen from Sassanian Iran”, Aspects of Late Antiquity and Early Byzantium, L. Ryden, J.C. Rosequist, eds., Stockholm 1993, p. 29.

9 A.D. Lee, op.cit., p. 17-18: los cautivos romanos solían constituir la población de nuevas ciudades, en el corazón del Imperio Persa, que las autoridades sasánidas fundaban para un mejor control del territorio. Para las deportaciones sasánidas vid. S.N.C. Lieu, “Captives, refugees and exiles: a study of cross-frontier civilian move-ments and contacts between Rome and Persia from Valerian to Jovian”, The Defence of the Roman and Byzantine East, BAR, Oxford 1986, ed. by P. Freeman and D.

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En un ambiente semejante de coexistencia también debió desarro-llarse un bilingüismo (o incluso un plurilingüismo) en las zonas fron-terizas, práctico tanto para los tiempos de paz como para los sectores relacionados con el ejército y la diplomacia en tiempos de guerra. Y esto lo constatamos en las Res gestae de Amiano: embajadas compues-tas por aristócratas, funcionarios civiles, cargos militares y filósofos (15, 5, 2; 15; 17, 5, 2; 14, 1-2; 21, 6, 7-8; 25, 7, 5 ss.; 27, 12, 15; 30, 2, 2; 4) se dirigen del bando romano al oriental y viceversa con el pro-pósito de mantener el statu quo, ganar tiempo, obtener información o negociar la paz10.

El Estado sasánida constituía un imperio territorial que se extendía desde Mesopotamia a la India, con un amplio perímetro “fronterizo” integrado por un variado panorama de culturas y lenguas11. En lo que concierne al frente del Tigris, allí se mezclaban el persa, el latín y una miríada difícilmente estimable de dialectos correspondientes a otras tantas comunidades. Desde luego, el soldado romano destinado en dicho frente desconocía cualquiera de esas lenguas, porque, de seguro, a duras penas dominaba la oficial del ejército: el latín (vid. Dio Cass. LXXII, 5; LXXV, 2). En general, las fuentes latinas pregonan al unísono un innegable carácter de rusticidad de la soldadesca. En consecuencia, para que un legionario llegase a controlar los rudimen-tos de algún idioma fronterizo oriental, básicamente los que le permitían relacionarse a nivel cotidiano con la población civil, debían transcurrir meses por no hablar de años. Este es, probablemente, el caso de los soldados que Constancio II destaca en la frontera persa tras las últimas agresiones de Sapor: hombres ya curtidos en la guerra contra el oriental (20, 8, 1). Además, si se tiene en cuenta que el ejér-

Kennedy, Vol. II, p. 476 ss. Ejemplos de deportación de persas a territorios roma-nos los hallamos en Pan.Lat., IV/8.2.1, y en Amm., 24, 1, 9.

10 Sobre las mismas, vid. A.D. Lee, “Embassies as evidence for the movement of military inteligence between the Roman and Sassanian Empires”, The Defence..., p. 455 ss.

11 A.D. Lee, Information..., p. 50-51. En 23, 6, 75, Amiano advierte sobre el carácter multicultural y plurilingüista de este Imperio.

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cito romano de la frontera del Este presentaba un fuerte componente multiétnico, es decir, de individuos reclutados entre poblaciones bárbaras, la cuestión se complica aún más.

El Estado sasánida constituía un imperio territorial que se extendía desde Mesopotamia a la India, con un amplio perímetro “fronterizo” integrado por un variado panorama de culturas y lenguas11. En lo que concierne al frente del Tigris, allí se mezclaban el persa, el latín y una miríada difícilmente estimable de dialectos correspondientes a otras tantas comunidades. Desde luego, el soldado romano destinado en dicho frente desconocía cualquiera de esas lenguas, porque, de seguro, a duras penas dominaba la oficial del ejército: el latín (vid. Dio Cass. LXXII, 5; LXXV, 2). En general, las fuentes latinas pregonan al unísono un innegable carácter de rusticidad de la soldadesca12. En consecuencia, para que un legionario llegase a controlar los rudimen-tos de algún idioma fronterizo oriental, básicamente los que le per-mitían relacionarse a nivel cotidiano con la población civil, debían transcurrir meses por no hablar de años13. Este es, probablemente, el caso de los soldados que Constancio II destaca en la frontera persa tras las últimas agresiones de Sapor: hombres ya curtidos en la guerra contra el oriental (20, 8, 1). Además, si se tiene en cuenta que el ejér-cito romano de la frontera del Este presentaba un fuerte componente multiétnico, es decir, de individuos reclutados entre poblaciones bárbaras, la cuestión se complica aún más.

No faltan noticias en Amiano que atestiguen tal componente multiétnico. Es el caso de los comites sagittarii (18, 9, 4) que llegan a Amida para reforzar su defensa antes del fatídico cerco emprendido por Sapor II (309-379) en el año 359: según el antioqueno, de este

12 Vid. J.M. Carrié, “El soldado”, El hombre romano, Giardina, A., et alii, Madrid 1991, p. 150 ss.

13 A menos que admitamos la interesante idea que me sugiere verbalmente el profesor Sabino Perea Yébenes de que en las fronteras se daba una cultura hablada multilingüe, no letrada, sino vulgar, a través de la cual los soldados, duchos por su trabajo en el trato con otras nacionalidades, se expresaban fácil y cómodamente.

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cuerpo formaban parte bárbaros libres que destacaban por su brío y pericia militar14. Igualmente, por el pasaje 20, 4, 2 nos enteramos de la orden de Constancio II (337-361) a Juliano, César en la Galia, para que transfiera sus unidades auxiliares (hérulos, bátavos, celtas y petulantes) a Oriente: ut adesse possint armis primo vere movendis in Parthos. Dichos auxiliares se quejarán de que les envían ad orbis terrarum extrema y Juliano explotará ese temor para sus planes de usurpación. Así, en 20, 8, 8 contesta también por carta al Augusto y le recuerda que ya en el pasado se obligó a los galos a acudir al frente oriental, donde, acostumbrados a un medio más frío, y erradicados de sus ambientes culturales y familiares, quedaron totalmente desubicados. Lo cual no fue óbice para que el futuro Apóstata (361-363) los empleara en su campaña persa (25, 4, 13) e incluso los sacrificara al enemigo (25, 6, 13) para mantener la unidad y la disciplina de su hueste. Éstos son los mismos mercenarios bárbaros que en Antioquía, poco antes de la partida hacia el corazón de Mesopotamia, se paseaban borrachos por la urbe oriental, humillando a los antioquenos al obligarles a que les llevaran sobre a sus espaldas y (probablemente, el texto no lo dice) al insultarles en sus remotas lenguas norteñas.

Los auxiliares del frente renano no son los únicos bárbaros reclu-tados por Juliano para su magna empresa: escitas (léase “godos”, 23, 2, 7) o sarracenos (23, 3, 8) también fueron incorporados a su ejército, con lo que el panorama lingüístico en el escenario de la guerra se hacía más complejo por momentos. Incluso determinadas comunidades tracias (y los tracios son bárbaros entre los bárbaros para Amiano, vid. 26, 7, 5; 27, 4, 4; 4, 9; 4, 11) aportan su granito de arena a tal multiplicidad (es el caso de los ziannes, 25, 1, 19)15.

14 Cuerpo posiblemente integrado por los arqueros zabdiabenos que Amiano men-ciona como defensores de Bezabde frente al persa (20, 7, 1).

15 Recordemos que Maximino el Tracio, emperador romano entre 235-238, era un pastor prácticamente analfabeto e hijo de bárbaros, calificado por Aurelio Víctor como litterarum fere rudis (Caes., XXV, 1).

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Ninguno de estos bárbaros reclutados, en suma, actuaría de otra forma que como soldados especializados (comites sagittarii) o como cuerpos de choque16 que seguían con ciego entusiasmo las directrices de Juliano (por ejemplo, los galos en Amm., 23, 5, 25): nunca como intérpretes militares o espías que se adentran en territorio enemigo.

Resulta curioso que un miles como Amiano, confrontado en numerosas ocasiones con los bárbaros del Norte y con los enemigos del Oriente, sólo mencione un caso donde actúan intérpretes milita-res: se trata del pasaje 19, 11, 5, en que se alude a duobus tribunis cum interpretibus que envía Constancio II entre los sármatas limigantes para averiguar la razón de sus movimientos no autorizados por el Impe-rio17 Otros fragmentos en los que aparece el término interpres se refieren a intérpretes de sueños, prodigios, señales divinas o del futuro (23, 3, 3; 5, 13; 28, 4, 26; 30, 4, 11). Incluso el otro epígrafe en el que se habla de bilingüismo, el recurso de Constantino a Muso-niano para que investigue el problema maniqueo en el Este (15, 13, 2), nada tiene que ver con el ámbito militar. Y sin embargo, tanto por el carácter multiétnico de las fuerzas romanas del que hemos hablado, como por el enfrentamiento con adversarios extranjeros que hablan un idioma distinto del latín, necesariamente debían existir profesio-nales en ese sentido dentro del ejército imperial. Bien es cierto que la institucionalización de cuerpos oficiales de intérpretes no acontece en el ejército romano sino a principios del siglo V, según lo documenta la Notitia Dignitatum (Or., XI, 52; Occ., IX, 35), pero ello no implica la carencia de individuos que ejercieran esas funciones, aunque no fuese

16 Sobre el irreflexivo ansia de combate de las dos legiones galas de Amida vid. Amm., 19, 5, 2-3.

17 En general, según lo ha estudiado H. Gallego Franco, "Intérpretes militares en el limes del Danubio", Aqvila Legionis 4 (2003), p. 27-43, las noticias de intérpretes mili-tares para este limes son muy escasas, ligadas a los officia de los gobernadores provin-ciales y, en la mayoría de los casos, terreno para la conjetura. Para los intérpretes militares al servicio de gobernadores provinciales fronterizos vid. N.J.E. Austin, N.B. Rankov, Exploratio. Political and Military intelligence in the Roman World from the Second Punic War to the Battle of Adrianople, New York 1995, p. 28-29 y 151.

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con exclusividad, en el seno de las tropas romanas. El flujo de infor-mación militar que Amiano documenta en relación con las guerras persas así lo testimonia. Y una posible explicación es la que aporta Austin al afirmar que el antioqueno adapta los detalles técnicos a un lenguaje más literario y acorde al carácter civil de su público, per-diéndose por tanto la minuciosidad en la exposición de los términos18.

El bilingüismo, por ejemplo, era un requisito forzoso para los espías romanos19, entendidos estos como agentes secretos que se introducen en campo enemigo para acceder a información estratégica o táctica20. Sin embargo, para el caso de las guerras orientales relatadas en las Res gestae no nos queda muy claro el uso de los con-ceptos. Así, para designar al “espía”, en un contexto bélico, pueden hallarse en latín diversas voces como explorator, speculator, procursator o emissarius, todos ellos vocablos documentados en Amiano. Pero no es menos cierto que tal vocabulario puede designar otras funciones militares más concretas como la propia de “exploradores” o de “cuerpos expedicionarios de vanguardia”: y ambas no requieren necesariamente el dominio de otra lengua21. Así, “espías” son los que envía el prefecto del pretorio Musoniano para que averigüen los planes de los persas (16, 9, 2, per emissarios; 9,3, qui cum fide concinente speculatorum); los que informan del avance de Sapor sobre Mesopota-mia (18, 6, 8, speculatores; 8, 1, quo certis speculationibus); los que destaca

18 Op.cit., p. 164.

19 F.G. Maier, Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III-VIII, Madrid 1972, p. 233: el espionaje era un elemento decisivo (junto a la diplomacia, el pago de subsidios, la política de rehenes o la acción militar) en la contención del enemigo oriental, a lo largo de toda la Historia romana y en la posterior bizantina.

20 Como por ejemplo los que documenta Procopio (Bell.Pers., I, 21, 11) en los conflictos entre Roma y Persia.

21 Para este tipo de funciones militares claramente tipificadas en las obras de Julio César, vid. A. Ezov, “The "missing dimension" of C. Julius Caesar”, Historia XLII, 3 (1993), p. 64-94; N.J.E. Austin, N.B. Rankov, op.cit., p. 55, constantan que los términos speculator y explorator están relacionados con labores muy similares.

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Ursicino en Amida para que hagan un seguimiento de la amenaza persa (19, 3, 3, exploratores); los que mantienen al día a Constancio II en su tensa espera en Edesa (21, 7, 7, exploratores; 13, 1, exploratorum; 13, 4, speculatores); o los que sirven a Juliano en plena campaña (23, 3, 3, procursatorum adventu)22. Mas no podemos concretar qué sentido específico, individual o colectivo, les otorga el antioqueno en su narración23.

Por el lado persa también aparecen espías24, y sus datos se unen a los de desertores a la hora de mantener informado a Sapor (25, 7, 1: exploratorum perfugarumque). Un caso realmente curioso es el del solda-do galo hallado por el ejército romano en su avance hacia Amida (18, 6, 16), un antiguo desertor (profugus) que huyó a territorio persa para evitar ser castigado25; allí casó con mujer persa, tuvo hijos y actuó como speculator e informador de los orientales. Sin ser detallada la información de Amiano, se deduce que este individuo acostumbraría a cruzar la “frontera” para, valiéndose de su bilingüismo, infiltrarse en las ciudades de la parte romana y tomar buena nota de lo que más tarde transmitiría a las autoridades sasánidas. Además, dadas las

22 Estos infiltrados en campo contrario para proporcionar información estratégica-táctica al ejército en retaguardia manejan códigos cifrados para evitar ser descubier-tos (18, 6, 17; 19). Aunque a veces ni las más extremas precauciones garantizan un resultado satisfactorio, porque espías y desertores ofrecen noticias contradictorias que confunden al alto mando romano (21, 13, 1; 4).

23 Ésta es también la queja de A.D. Lee, Information..., p. 171-172 y de N.J.E. Austin, op.cit., pp. 121 ss.

24 En 18, 7, 9 aparece un explorator persa, sin nacionalidad definida, que informa de las condiciones de cruce del Eúfrates desbordado por el deshielo. Para otra fronte-ra, la del Rin, constatamos otro ejemplo de este comportamiento, en el que un guía (index quidam regionum gnarus), se supone que nativo, indica al ejército de Constancio II, en campaña contra los alamanes, un vado para travesar el río (14, 10, 7).

25 Un caso muy parecido, pero para el frente renano, aparece en Amm., 16, 12, 2: un escudero (Scutarius perfuga), intentando evitar el castigo por un crimen cometido, se pasa al bando germano y transmite al enemigo información militar sobre Juliano.

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evidentes diferencias lingüísticas entre el latín y el pahlevi26, lo más probable era que tanto romanos como persas se valieran de este tipo de tránfugas con experiencia castrense para sus necesidades de espio-naje e interpretación militar. En ese sentido, la escasa formación de los mandos romanos en la lengua del enemigo iraní se advierte en la orden que dicta el emperador bizantino Mauricio (582-602) para que sus generales aprendieran la lengua de los persas27. El propio Amiano, que conocía de primera mano a los súbditos de Sapor II, nos dice de ellos que se caracterizaban por su atropellado, vano y agresivo modo de hablar (23, 6, 80: abundantes inanibus verbis insanumque loquentes et ferum).

También los desertores, por ambos bandos, y los tránsfugas, constituyen una de las más valiosas fuentes tanto de conocimiento acerca del enemigo como de interpretación militar. Es más, en el pasaje 21, 13, 4 Amiano nos dibuja un tipo peculiar de desertor: el persa que ha actuado previamente como espía romano (o sea, en estrecho contacto con el ejército imperial) y que con su cosecha de datos relevantes se pasa definitivamente al bando romano; este tipo se distinguiría del mero prófugo que, sin ningún contacto previo con el adversario, abandona a sus coterráneos y en adelante comunica lo que sabe a los romanos (21, 7, 7; 25, 5, 8; 6, 6; 7, 1)28. También encontramos desertores romanos que informan a Sapor (18, 10, 1, perfugarum indicio; 19, 5, 5, transfuga). A veces no hace falta que el traidor abandone a sus compatriotas: en 20, 7, 7-9, Amiano recoge el rumor de que el obispo de Bezabde (quien deja la ciudad para

26 Según J. Debeq, “Les Parthes et Rome”, Latomus 10 (1951), p. 459-460, este idioma sería el resultado de la mezcla de las lenguas meda y escita, efectuada en los comienzos del reinado parto (mediados del siglo III aC.).

27 Cfr. C. Giuffrida, “Disciplina romanorum. Dall´Epitoma di Vegezio allo Strategycon dello Pseudo Maurizio”, Le trasformazioni della cultura nella Tarda Antichità, Vol. II, Roma 1985, p. 852.

28 A veces con funestas consecuencias, pues la información que transmiten es falsa: así, Juliano ordena quemar su flota basándose precisamente en tales falsedades (24, 7, 5, perfugae).

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convencer al rey de que desista del cerco) revela al enemigo los puntos débiles de la plaza29.

Las deserciones no fueron escasas en las fronteras tardorromanas, y con toda probabilidad se vieron incrementadas a partir del desastre militar protagonizado por Juliano30. Así, nada más subir al trono al año siguiente de dicho fracaso, una de las primeras medidas de Valentiniano I (364-374), siguiendo la tendencia de sus antecesores31, consistió en promulgar una ley contra los desertores (CTh., VII, 18, 1). El fenómeno, progresivamente creciente a lo largo del siglo IV32, pretendía ser atajado con inflexibles castigos consistentes en conde-nas a trabajos en minas y confiscación de bienes, dependiendo del estatus social del traidor33. Las sanciones eran más duras, según Amiano (23, 6, 81), entre los persas, pues no sólo se condenaba a muerte al traidor, sino también a toda su familia. Esto hay que po-nerlo en relación con los problemas que el Estado sasánida solía tener a la hora de reclutar soldados; ya Herodiano (VI, 5, 3) nos recuerda

29 Aunque de seguir a G. Sabbah, La méthode d´Ammien Marcellin. Recherches sur la construction du discours historique dans les Res gestae, Paris 1978, p. 586, que ve en este episodio un ataque de Amiano contra el cristianismo, tendríamos que poner en tela de juicio la veracidad de este rumor.

30 Para el ambiente de derrotismo y los ánimos de deserción en el ejército de Juliano, vid. N.J.E. Austin, op.cit., p. 100 ss.

31 Desde el siglo I la legislación sobre castigos a desertores y otros delitos militares es muy abundante: vid. S. Perea Yébenes, “El soldado romano, la ley militar y las cárceles in castris”, S. Torallas Tovar - I. Pérez Martín (eds.), Castigo y reclusión en el mundo antiguo, Madrid, CSIC 2003, p. 115-152. Sobre la deserción en el Bajo Imperio, ver G. Wesch-Klein, "Hochkonjuntur für Deserture? Fahnenflucht in der Spätantike", en Y. Le Bohec, C. Wolf, (eds.), L'Armée romaine de Dioclètien à Valen-tinien Ier, Lyon 2004, p. 475-487.

32 Obsérvense los numerosos episodios que aparecen en las Res gestae en relación con las operaciones de Adrianópolis: 31, 6, 6; 7, 7; 15, 2; 15, 4; 15, 8; 16, 1.

33 Sobre los terribles castigos aplicados en campaña a desertores y colaboradores romanos con el adversario vid. Amm., 29, 5, 22 ss.; 31; 39; 43 y 49.

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que los persas carecían de ejército profesional al modo romano, y que mujeres y niños eran reclutados sin comedimiento a tal efecto34.

En las Res gestae los tránsfugas que más destacan, en relación con la guerra oriental, son dos notables (habitantes ambos de la ciudad fron-teriza de Nisibis) llamados Antonino y Craugasio. Al primero (18, 5, 1 ss), quidam ex mercatore opulento rationarius apparitor Mesopotamiae ducis, tunc protector, exercitatus et prudens, hay que tipificarlo como alguien con experiencia tanto en la administración civil como en el servicio castrense, y por tanto conocedor de secretos militares; es acusado de desfalco y se pasa al bando persa previa negociación con el general Tamsapor, jefe de las fuerzas en la frontera del Tigris. A Antonino se le honra con el derecho a hablar ante el rey, y él hace uso del mismo para incitarle a tomar la iniciativa contra el Imperio Romano: los cortesanos reales le oyen con admiración y respeto. También se nos cuenta que el trásfuga dominaba ambas lenguas. Para F. Trombley35, Amiano se está refiriendo al latín y griego, pues para un protector se exigía el bilingüismo que permitía la interpretación de los despachos oficiales36. Me inclino por pensar que nuestro “antiguo y próspero mercader”, acostumbrado a participar en ferias en la que coincidían muchos comerciantes extranjeros (vid. Amm., 14, 3, 3; 18, 8, 13), y además vecino de la frontera, bien podría estar familiarizado con la lengua de los persas37. El hecho de que hable en persona con Sapor y 34 Algo que también testimonia Libanio (Or. LIX, 100-101) para las guerras romano-persas de 344.

35 Art. cit., p. 22.

36 Otro antiguo protector, el conde Próspero (14, 11, 14), participa en una embajada de Constancio II a Sapor (17, 5, 15), indudablemente en calidad de funcionario bilingüe.

37 Es decir, que sería trilingüe. Otro caso de trinlingüismo, según J.W. Drijvers, “Ammianus Marcellinus 15.13.1-2: some observations on the career and bilin-gualism of Strategius Musonianus”, CQ 46, 2 (1996), p. 532-537, sería el de Muso-niano, prefecto del pretorio oriental, quien hablaría latín, griego y arameo. Amiano nos dice de él, al igual que de Antonino, que “dominaba ambas lenguas” (15, 13, 1). Recientemente D. Woods, “Strategius and the Manichaeans”, CQ 51,1 (2001), p. 255-264 ha cuestionado el trilingüismo de Musoniano.

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que sus nobles le entiendan subraya esta hipótesis38. En suma, como ha resaltado A. Chauvot, Antonino estaba muy habituado a moverse por el reino persa, relacionándose tanto con sus hombres de Estado (Tamsapor) como con sus negociantes y, por ende, en directo contac-to con su lengua nacional39.

Antonino informará a los persas acerca del mejor modo de avan-zar sobre Mesopotamia (18, 7, 10) y actuará en las refriegas previas a la toma de Amida (18, 8, 5-6), sin duda poniendo sus capacidades lingüísticas al servicio de los iranios.

En lo tocante a Craugasio, del que no obtenemos tantos datos como en el caso anterior (18, 10, 1 y 3; 19, 9, 3 ss.), se pasará al otro bando para reunirse con su mujer y su hija, ambas capturadas por Sapor. El monarca le atrae con el cebo del afecto familiar porque pretendía utilizar sus conocimientos para tomar la ciudad de Nisibis.

Cuando no median espías ni desertores, los prisioneros se convierten en una inestimable fuente de información para los que los capturan40, y en cantera potencial de intérpretes militares. Los persas se valen de ellos para su avance en época de Constancio II (18, 6, 12); y, durante la campaña persa de Juliano, Amiano aplaude de los sarracenos que consiguieran cautivos, destinados sin duda a servir de informadores (24, 1, 10).

Antes hablé de soldados cuya larga experiencia en el frente oriental les había aportado cierto conocimiento de la lengua del enemigo. En el pasaje 16, 9, 3 encontramos un claro ejemplo: el ya citado prefecto pretoriano Musoniano y el curtido dux Mesopotamiae Casiano intentan comunicarse con el general persa Tamsapor para que mediara ante su

38 Aunque bien es cierto que podría hablar en griego, o incluso en latín: vid. más adelante.

39 Opinions romaines face aux barbares au IVe siècle AP. J.-C., Paris 1998, p. 110: “Ammien montre aussi qu´un individu tel qu´Antoninus pouvait passer en Perse sans entrer pour autant dans un univers totalement étranger”.

40 Para lo mismo en el frente renano-danubiano, vid. Amm., 16, 11, 9; 29, 6, 12.

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rey en pro de una paz firmada, y lo hacen recurriendo a soldados des-conocidos (per ignotos milites). Pero en realidad son los altos funciona-rios, los oficiales del ejército y los nobles los verdaderos protagonistas de la comunicación militar en las guerras orientales relatadas por Amiano. Por ejemplo, los “mensajeros prudentes” que Constancio II envía a la sitiada Bezabde para que ofrezcan la rendición a los cercados (20, 11, 7, viris prudentibus missis condicione posita dupla urgebat moenium defensores redire ad suos) han de ser indudablemente tipificados como de ilustre origen: prudentia se configura, junto con fides, officium, constantia, utilitas y diligentia, como uno de los grandes valores-matriz del acervo moral aristocrático desde la época republicana41; es el propio emperador Juliano el que se acerca a las murallas de Anatha para convencer a sus defensores, con promesas y amenazas, de que se entreguen; asimismo, el tribuno Constancio es enviado por el emperador Joviano (363-364) para repartir entre los nobles persas la fortaleza de Nisibis y las tierras adyacentes (25, 9, 12). Y en cuanto a Sapor II, quien pertenece a una cultura por definición aristocrática y arcaizante42, no parece confiar sino en sus cortesanos para las labores más delicadas de comunicación militar. Cuando intenta tomar la fortaleza de Singara despacha a sus nobles para ofrecer la rendición. Ya Amiano nos dice de estos individuos que eran los únicos que conocían los planes del rey, pues al ser leales y callados merecían su confianza (21, 13, 4). Algunos de tales aristócratas y sátrapas debían de dominar el latín, ya fuera por la propia naturaleza de sus funciones palaciegas o militares (caso del sátrapa Adaces, 25, 1, 6), ya por haber estudiado en medios romanos, a veces como rehenes43 (caso del sátrapa de Corduena, 18, 6, 20; vid. también 25, 7, 13). En definitiva,

41 Vid. L.R. Lind, “The idea of the Republic and the foundations of Roman morality”, Studies in Latin Literature and Roman History, vol. 5, C. Deroux ed., Bruxe-lles 1989, p. 5-34.

42 G. Gnoli, “Verso una cultura nazionale iranica”, Le trasformazioni della cultura nella Tarda Antichità, Vol. II. M. Mazza, C. Giufrrida, eds., Roma 1985, p. 593.

43 Al respecto, vid. A.D. Lee, “The role of hostages in Roman diplomacy with Persia”, Historia XL, 3 (1991), p. 366-374.

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son estos notables persas los que llevan mensajes de rendición a las plazas que su señor asedia (19, 1, 3, Amida; 20, 7, 3, Bezabde44; 20, 7, 18, Virta).

Mención aparte la merece el persa Hormisdas, noble sasánida por una parte, pero refugiado romano45 y oficial de caballería de Juliano (24, 1, 2) por otra. Hormisdas dominaba el latín lo suficiente como para dirigirse en persona al emperador Constancio II cuando éste visitó Roma en 357 (16, 10, 16). Ya en plena invasión de Persia bajo el Apóstata, actuará de intérprete y negociador ante los defensores de Anatha (24, 1, 6-8) y de Pirisábora; estos últimos lo reclamaron como tal por ser paisano y de sangre real (24, 2, 11): en un primer acerca-miento los persas le agredieron y tildaron de desleal y traidor, aunque finalmente aceptaron su mediación para rendir la plaza (24, 2, 20). Igualmente, por sus conexiones (posiblemente antiguos partidarios, 24, 2, 4) Hormisdas accede a los planes del ejército de Sapor y llega a evitar una emboscada. Del valor que dicho oficial bilingüe, con ascen-dencia entre sus compatriotas y buen conocimiento del terreno, tenía para Juliano nos da cuenta el siguiente hecho: Nabdates, comandante de Pirisábora, una vez capturado, injurió gravemente a Hormisdas y fue quemado vivo por ello (24, 5, 4)46.

Llegados a este punto, sólo nos queda formular una pregunta: ¿Conocía Amiano Marcelino la lengua del enemigo oriental? Resulta

44 Amiano utiliza el término caduceator, legado, para designar a estos mensajeros. Según su relato, cuando se acercaron a los muros de la plaza los sitiados no les atacaron porque habían traído con ellos a algunos ciudadanos conocidos, cautivos en la toma de Singara: ante la falta de más datos, podría interpretarse que actuarían como escudos humanos, aunque también podría ser que fueran individuos bilingües que sirvieran como intérpretes de unos embajadores no versados en el latín.

45 Hijo del rey sasánida Hormisdas II, perseguido por Sapor II, su hermano, por cuestiones sucesorias, encontró refugio en el Imperio Romano hacia 324. Sirvió como oficial de caballería de Constancio II.

46 Según Libanio (Ep. 1402) Juliano tenía la intención de reponer en el trono sasánida a Hormisdas. Ésta debía ser una importante baza en la propaganda del Apóstata hacia los persas.

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difícil creerlo. Como antioqueno, es decir, nativo de una importante ciudad relativamente cercana a la frontera mesopotámica, los persas debían de resultarle familiares47. Como soldado participante en guerras contra el persa durante los reinados de Constancio II y Juliano es más que presumible que conociera algo de pahlevi. Ciertas noticias puntuales de su narración así lo atestiguan: al llegar la expedición del Apóstata a Zaitha nos dice que el topónimo significa “olivo” (23, 5, 4); igualmente, al describir Persia en su famoso excursus, el sirio renuncia a aportar los nombres de ciertas regiones porque recensere difficile est et superfluvm (23, 6, 14): esto nos aclara también que el idioma enemigo le resultaba complicado de asimilar; en 24, 2, 7, nos aporta el detalle del nombre del curso fluvial que bordeaba Ctesifonte: “Naarmalcha”, que significa “rey de los ríos”. Son, por otra parte, datos eruditos que tanto gustaban a nuestro historiador y que sirven para animar el relato con pinceladas de exotismo lingüístico, nunca el indicio de que Amiano pudiera mantener una conversación en pahlevi (o en cualquier de los dialectos fronterizos).

Más bien, Amiano se habría valido de su lengua vernácula, el griego, para comunicarse militarmente en un mundo, el mesopotá-mico, impregnado de la influencia cultural helénica. No en vano, los partos adoptaron el griego como lengua diplomática con el Imperio Roma48, amén de ciertas costumbres de matriz griega49. Al arreba-tarles el poder, los persas sasánidas se apoyaron más en el sustrato cultural iraní, aunque no por ello pudieron prescindir del todo de un uso bien arraigado en el país entre ríos. Así se manifiesta en las estelas trilingües monumentales persas, en las que el griego suele estar

47 La propia ciudad había sido saqueada duramente por los persas durante el reinado de Galieno vid. Amm., 23, 5, 3; vid. A. Baldini, “Ammiano Marcellino (XXIII, 5, 2-3) e i Persiani ad Antiochia”, R.S.A. 19 (1989), p. 147-155.

48 F. Millar, “Government and diplomacy in the Roman empire during the first three centuries”, The International History Review 10 (1988), p. 364-365.

49 Vid. A. Momigliano, La sabiduría de los bárbaros. Los límites de la helenización, México 1988, p. 218-219.

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presente50. La misma capital persa, tesifonte, tiene un nombre griego (y eso nos lo recuerda el propio Amiano en 23, 6, 23). Además, tenemos referencias documentales sobre intérpretes persas de griego, bien que datan del siglo VI dC.51

Concluyendo, todo lo anterior apunta, como afirmábamos al principio, a que la frontera romano-persa constituía una separación permeable que generó una cultura híbrida en la que el bilingüismo se revelaba como la clave de la coexistencia. Una coexistencia que, cuando la paz deja paso a la guerra, engendraba curiosos casos como los relatados en Amm., 14, 3, 1-4 o en 24, 1, 10: en el primero, el noble persa Nohodares intenta apoderarse de la comarca de Batnae, donde a principios de septiembre se comerciaba con productos llega-dos de todos los rincones del mundo; pero algunos de sus propios hombres le traicionan, atormentados por el crimen que iba a come-terse, y revelan estos planes a la guarnición romana (suorum indicio proditus, qui admissi flagitii metu exagitati ad praesidia descivere Romana); en el segundo pasaje asistimos a la historia de un antiguo soldado romano, casi centenario, abandonado enfermo cuando Galerio atacó a los sasánidas en 296-297: había adoptado las costumbres persas y ahora, rescatado por el ejército del Apóstata, regresaba exultante a suelo romano para morir en paz.

En síntesis, en contextos de guerra, Roma y Persia se valieron de espías, desertores, tránsfugas, prisioneros, rehenes y personas cualifi-cadas (por bilingües, normalmente de alta extracción social), además de la propia experiencia de los soldados largamente acuartelados en el frente, para todo tipo de labores de información e interpretación militares. Y al respecto hay que confiar en la fiabilidad de los datos

50 Es el caso, por ejemplo, de la que contiene las Res gestae divi Saporis (Sapor I), cerca de Persépolis. Vid. A. Mariq, “Res Gestae Divi Saporis”, Syria 35 (1985), p. 295-360, traducción al francés y comentario del texto griego.

51 Enumeradas en A.D. Lee, Information..., p. 51, n. 7. Según Lee, lo más probable es que no fueran persas, sino prisioneros romanos reasentados en Persia. Al respecto vid. nuestra nota 9.

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transmitidos por Amiano Marcelino, testimonio directo sobre todo en lo que concierne a la campaña persa de Juliano52: por más que a veces resulten de difícil comentario a causa de los imperativos literarios propios de una obra, las Res gestae, que no pretendió ser, en ningún momento, un tratado militar.

52 Aunque estoy de acuerdo con la advertencia de Av. Cameron, El Bajo Imperio romano (284-430 dC.), Madrid, 2001, p. 107: "Por lo que se refiere a la expedición persa de Juliano, hemos de recordar que, si bien el relato de Amiano está escrito por un testigo ocular, está redactado con intención retrosprectiva y desde el punto de vista de alguien que contempló como una tragedia el fracaso y la muerte de Juliano". Creo que los detalles técnicos en materia militar contenidos en las Res gestae guardan poca relación directa con la parcialidad o imparcialidad del testimonio del antioqueno.

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“Entre druidas, magos, brahamanes y obispos: el

ideal de sacerdote romano para Amiano Marcelino”.

Amiano Marcelino, casi huelga recordarlo, fue el autor de la gran obra histórica de la Antigüedad Tardía. En palabras del insigne profe-sor S. Mazzarino, escribió “el libro más insigne y meditado que produjo el Bajo Imperio”1. Sin embargo, el esfuerzo meditativo verti-do en las Res gestae no ha servido, visto el paso del tiempo, para aclarar ciertas dudas, ya convertidas en metódicas, que sobre este historiador del siglo IV asaltan al investigador de hoy día. Para empezar, su origen: ¿nuestro literato era sirio, macedonio, egipcio o fenicio?2; ¿su latín sigue los pasos de gigantes como Cicerón o Virgilio o más bien es el latín tosco de un soldado? 3; ¿se trataba de un

PUB.- en J. Alvar, L. Hernández Guerra (eds.), Jerarquías religiosas y control social en el mundo antiguo, Valladolid 2004, p. 571-578.

1 S. Mazzarino, El fin del mundo antiguo, Méjico 1961, p. 46.

2 Ch. Fornara, “Studies in Ammianus Marcellinus I. The letter of Libanius and Ammianus´ connection with Antioch”, Historia XLI, 3 (1992), p. 328-344, defiende un origen griego continental, mientras que según J.F. Matthews, “The origin of Ammianus”, CQ 44 (1994), p. 252-269 y G. Sabbah, “Ammien Marcellin, Libanius, Antioche et la date des derniers livres des Res gestae”, Cassiodorus 3 (1997), p. 97 ss, el autor era antioqueno; G.W. Bowersock, “J.F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus”, J.R.S. 80 (1990), p. 248, opina que Amiano era alejandrino, y reciente-mente T.D. Barnes, Ammianus Marcellinus and the representation of historical reality, Ithaca-London 1998, p. 60 ss. ha postulado un origen fenicio, de Tiro o Sidón.

3 E. Auerbach, “La prisión de Petrus Valvomeres”, en Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, Méjico 1975, p. 60: “Si su latín no fuera tan difícil-mente comprensible y tan intraducible, sería seguramente uno de los escritores más influyentes de la literatura antigua”; Ch.W. Fornara, “Studies in Ammianus Marce-

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discípulo aventajado de Tacíto o guarda más relación con otros autores? 4; ¿es un aguerrido soldado que no teme al peligro o, por el contrario, un gran cobarde que siempre encuentra un caballo para huir del campo de batalla cuando su agudizado “sentido de super-vivencia” se lo indica...?5

Hasta en el dato aparentemente más claro, el de la profesión religiosa de Amiano, el paganismo, nos topamos con interpretaciones variadas que nutren un animado debate: ¿nos encontramos ante un pagano y agresivo?; ¿ante un pagano tolerante?; ¿ante un pagano desconcertante?; ¿o incluso ante alguien que hizo apostasía del cristia-nismo para militar entre las filas paganas?6 Se elija la opción que se elija, lo cierto es que si algo no se puede dudar es la adscripción del antioqueno al programa político y religioso de Juliano7 frente al em-puje “renovador” y agresivo del cristianismo. En resumen, el postula-do de una vuelta a la tradición8 frente a los peligros que el autor, veladamente, advierte en la nueva dinastía teodosiana9.

llinus II. Ammianus´knowledge and use of Greek and Latin literature”, Historia XLI, 4 (1992), p. 438, reacciona contra la idea de la tosquedad literaria de Amiano y atribuye su aparente impericia a los gustos literarios de la época.

4A favor del “magisterio” de Tácito sobre Amiano, vid. P.M. Camus, Ammien Marcellin. Témoin des courants culturels et religieux a la fin du IVe siècle, Paris 1967, p. 72-73; Ch.W. Fornara, “Studies in Ammianus Marcellinus II...”, p. 435 ss; G. Tibullo, “Da Tacito ad Ammiano Marcellino”, AFLN 12 (1969-1970), p. 87-103: “La lezio-ne di Tacito era troppo importante perché Ammiano potesse tranquillamente ignorarla”; D. Flach, “Von Tacitus zu Ammianus”, Historia 21 (1972), p. 333-350, se muestra en contra de considerar a Amiano como continuador de Tácito.

5 Vid. su participación en la defensa de Amida, (XIX, 8); A. Momigliano, “Historio-grafía pagana y cristiana en el siglo IV”, en El conflicto entre el Paganismo y el Cristia-nismo, Madrid 1989, p. 113: “Es simbólico el hecho de que la acción más importante de su carrera militar fuera escapar inadvertido del asedio de Amida”.

6 Según T.D. Barnes, op.cit., p. 82-83.

7 P.M. Camus, op.cit., p. 133 ss.

8 T.D. Barnes, op.cit., p. 167: en cuestiones religiosas, Amiano siempre alude a la tradición, y nunca a lo novedoso o reciente. La traditio era el principal bastión que justificaba los privilegios de la aristocracia senatorial (vid. la Relatio III de Símaco) y

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La religión obtiene un gran protagonismo en la obra de Amiano Marcelino10. Y como pagano convencido, el antioqueno manifestó sus convicciones al respecto. Sin embargo, como ocurre en todos los temas que el historiador aborda en sus páginas, el auditorio romano de Amiano preside en todo momento la orientación de las asevera-ciones y afirmaciones de aquél11. En efecto, nuestro protagonista no fue, que sepamos, un terrateniente ocioso, al modo de un Salustio o un Aurelio Víctor, que se dedicaba a escribir desde la independencia de una posición desahogada, sino que su labor intelectual se dirige hacia la aceptación de su trabajo por un selecto público en Roma, un público variopinto nutrido por rancios aristócratas12, nuevos ricos13,

se fundamentaba en la vuelta al paganismo tradicional como único modo de asegurar el bienestar del Estado. Vid. F. Paschoud, “Réflexions sur l´idéal religieux de Symmaque”, Historia 14 (1965), p. 215-235.

9 Para G. Sabbah, La méthode d´Ammien Marcellin. Recherches sur la construction du discours historique dans les Res gestae, Paris 1978, p. 511, el mayor peligro sería el reclutamiento bárbaro, iniciada por Constantino e imitada por Teodosio.

10 Si bien autores como J.F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus, London 1989, p. 425. R.C. Blockley, Ammianus Marcellinus. A study of his historiography and political thought, Bruxelles 1975, p. 124, han defendido la argumentación “secular” de la obra amianea, también encontramos a otros como T. Harrison, “Templum mundi totius: Ammianus and a religious ideal of Rome”, en J.W. Drijvers, D. Hunt, eds., The Late Roman World and its Historian. Interpreting Ammianus Marcellinus, London and New York 1999, p. 181 o P. Siniscalco, “Le sacré et l´expérience de l´histoire: Ammien Marcellin et Paul Orose”, Bulletin de l´Association Guillaume Budé (1989), p. 357 ss., que defienden el papel central que la religión juega en las Res gestae.

11 P. Siniscalco, art.cit., p. 355: “Il est évident qu´il n´est pas facile, dans le cas d´Ammien de distinguer de la vision de l´auteur celle des personnages ou du milieu dont il parle”.

12 Contrariamente a lo que pensaba A. Momigliano, “The lonely historian Ammia-nus Marcellinus”, en VI Contributo alla storia degli studi Classici e del Mondo Antico, Vol. I, Roma 1980, p. 151-152, de que nuestro historiador no pertenecía a ninguna facción, que se trataba de un “intelectual aislado”. Si nunca hace referencia a su adscripción al círculo de Símaco probablemente sea por cautela política porque éste no era un personaje sobre el que se pudiera hacer un panegírico en época de Teodosio; vid. C.P.T. Naudé, “The date of the later books of Ammianus Marcellinus”, AJAH 9, 1 (1984), p. 78 ss; S.M. Oberhelman, “The provenance of

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posibles mecenas y también enemigos potenciales, paganos y cristia-nos... En cualquier caso, poderosos personajes que podían catapultar-le hacia la fama y el éxito económico, e incluso político, o que podían sepultarle en el fracaso y el olvido14. Por ello, cuando el autor trata cuestiones religiosas en sus lecturas públicas recurre a una especial cautela, midiendo sobremanera sus palabras y calibrando en todo momento la posible reacción de sus oyentes. Hasta tal punto esto es

the style of Ammianus Marcellinus”, Quaderni Urbinati di Cultura Classica 27, 3 (1987), p. 81-82 señala evidentes semejanzas literarias entre Símaco y Amiano; M. Humphreis, “Nec metu nec adulandi foeditate constricta: the image of Valentinian I from Symmachus to Ammianus”, en The Late Roman World..., p. 121 apunta que es probable que los panegíricos de Símaco (369-370) sirvieran a Amiano como fuente para el relato de Valentiniano I; R. Syme, Ammianus and the Historia Augusta, Oxford 1968, p. 146 ss., partió de la llamada de atención de A. Cameron,“The Roman friends of Ammianus”, J.R.S. LIV (1964), p. 15-28, sobre el silencio guardado por Amiano acerca de Símaco para llegar a dos conclusiones: la primera, que fue durante la prefectura urbana de Símaco que el antioqueno fue expulsado de Roma ante la amenaza de una hambruna; la segunda, que el senador era un personaje de difícil acceso para un recien llegado a la Urbe. Nosotros queremos incidir en otro hecho: nuestro historiador no menciona a Símaco porque éste se alineó junto a M. Máximo durante su usurpación y la publicación de su obra se inscribe en una cronología cercana al triunfo de Teodosio sobre el usurpador: con lo cual, como han señalado S. Williams, G. Friell, Theodosius: the Empire at bay, London 1994, p. 131, el senador se mantendría en una posición inadvertida, entablando buenas relaciones con paganos y cristianos y no figuraría en la obra de un pagano conven-cido como Amiano; sobre la relación de Amiano con la aristocracia senatorial romana, vid. A. Alföldi, A conflict of ideas in the Later Roman Empire, Oxford 1979, p. 65 ss; F. Paschoud, Roma Aeterna. Études sur le patriotisme Romain dans l´Occidente latin a l´époque des grandes invasions, Neuchâtel 1967, p. 65-66; sobre la delicada posición de Símaco tras la derrota de Máximo, vid. J.F. Matthews, Western aristocracies and imperial court, AD. 364-425, Oxford 1975, p. 243 ss.

13 H.S. Sivan, “Ammianus at Rome: Exile and redemption?”, Historia XLI, 1 (1997), p. 120-121: hubo homines novi e incluso extranjeros entre los patronos de Amiano; Sexto Rústico Juliano -prefecto de Roma en 387-388- y Aurelio Víctor figurarían entre los primeros; el eunuco Euterio, entre los segundos.

14 Para la promoción social en época tardorromana a través de la labor intelectual, vid. el trabajo de K. Hopkins, “Social mobility in the Later Roman Empire: the evidence of Ausonius”, CQ 11 (1961), p. 238-249.

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así que estamos con G. Sabbah cuando afirma que las abundantes notas eruditas que encontramos en las Res gestae tienen, además de la misión de entretener e ilustrar, el objetivo de forzar una pausa para comprobar dicha reacción15.

Tengamos presente que cuando Amiano lleva a cabo sus lecturas públicas en Roma, Teodosio se encuentra en Milán16, y es seguro que algunos de sus cortesanos de Constantinopla viajan a la Urbs con frecuencia17. Estos personajes eran católicos ultraortodoxos que animaban al emperador a actuar de modo contundente contra heréti-cos y paganos18. Ante esta perspectiva, al antioqueno no le queda más que tener muy presente a su auditorio. Así se explica, por ejemplo, la aprobación de Teodosio que aparece en XXIX, 6, 15, aludiendo a él como “princeps postea perspectissimus”, una pincelada eulógica sospecho-samente exagerada para un admirador de Juliano19; también el padre del emperador recibe alabanzas en las Res gestae (XXIX, 5, 9; 32; 39; 45)20; tales elogios puede entenderse de variadas maneras, pero la más

15 La méthode..., p. 507 ss.

16 A. Cameron “R. Syme, Ammianus and the Historia Augusta, Oxford 1968”, rec., J.R.S. 61 (1971), p. 259 ss.

17 J.F. Matthews, “Ammianus´ historical evolution”, en su Political Life and Culture in Later Roman Society, London 1985, p. 36; B.H. Warmington, “Some Constantinian references in Ammianus”, en The Late Roman World..., p. 173.

18 S. Williams, G. Friell, op.cit., p. 56; J.F. Matthews, “Gallic supportes of Theodosius”, Latomus 30 (1971), p. 1073; Western aristocracies..., p. 146 ss.

19 C.P.T. Naudé, art.cit., p. 76. No hay en Amiano un retrato teodosiano al estilo del de Zósimo: la de un emperador perezoso (IV, 13) que, sin embargo, muestra períodos de frenética actividad entre largas temporadas de entrega a la molicie (IV, 55); vid. F. Paschoud, “La figure de Théodose chez les historiens païens”, en La Hispania de Teodosio, Segovia 1997, vol. I, p.193-200.

20 R. Seager, “Ammianus, Theodosius and Sallust´s Jugurtha”, Histos 1 (1997), p. 1 ha querido ver en estos cumplidos un indicio de que Amiano no fue tan hostil hacia Teodosio como se ha asumido tradicionalmente; Ph. Bartholomew, “Fourth-Cen-tury Saxons”, Britannia XV (1984), p. 179, n. 36, basándose en el pasaje XXVI, 1, 2, opina que el elogio del comes recrea la figura de Juliano. R. Seager, Ammianus Marcellinus. Seven studies in his language and thought, Columbia 1986, p. 9, admite que las

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evidente es la que expone que Amiano tuvo que incluir la figura de Teodosio en su obra por puro tacto político, aunque no por ello renunció a la crítica21.

Teodosio fue, recordémoslo, el soberano que culmina el doble proceso de consolidación de la figura del dominus y de restricción de la tolerancia de los emperadores respecto a la libertad de expresión de los súbditos22, y el que llevó a su máxima expresión al temible cuerpo de agentes in rebus23. En ese sentido, las palabras de Amiano están, en todo momento, medidas para evitar represalias. La prudencia es un ingrediente que hallamos en otras obras tardoantiguas de inspiración

noticias amianeas sobre el padre de Teodosio I resultan ambiguas y sólo super-ficialmente encomiásticas.

21 V. Neri, Ammiano e il Cristianesimo. Religione e politica nelle Res Gestae di Ammiano Marcellino, Bologna 1985, p. 57, observa, en su crítica al arrianismo de Constancio, un homenaje del antioqueno a la ortodoxia del dinasta; para P.M. Camus, op.cit., p. 261-262, el encomio a la tolerancia religiosa de Valentiniano (XXX, 9, 5), un gober-nante tan duramente criticado en las R.G., esconde una pulla contra las duras medi-das de Teodosio contra el paganismo; pese a la crueldad del panonio, su reinado sería recordado con nostalgia por la aristocracia senatorial ante el arrinconamiento de ésta por los emperadores de los años ochenta del siglo IV; vid. M. Humphreis, “Nec metu...”, p. 123-124; V. Neri, “Ammianus´definition of Christianity as absoluta et simplex religio”, en Cognitio Gestorum. The historiographic art of Ammianus Marcellinus, J. Den Boeft, J. Den Hengst, H.C. Teitler, eds., Amsterdam 1991, p. 64-65, admite la crítica de Amiano hacia la política religiosa de Teodosio, pero simplemente la contempla como una afirmación de superioridad moral e intelectual del paganismo, de cara a la parte pagana de su auditorio, y no como un ataque sistemático.

22 J.R. Aja Sanchez, “Vox populi et princeps: el impacto de la opinión pública sobre el comportamiento político de los emperadores romanos”, Latomus 55, 2 (1996), p. 320; en sentido opuesto se manifiesta J.M. Alonso-Núñez, La visión historiográfica de Amiano Marcelino, Valladolid 1975, p. 19: “Ambos autores (Amiano y Tácito) escri-ben durante el reinado de dos grandes príncipes, Trajano y Teodosio, y por lo tanto, las condiciones de libertad y de objetividad quedaban en gran medida garantizadas”.

23 J.A. Arias Bonet, “Los agentes in rebus. Contribución al estudio de la policía en el Bajo Imperio Romano”, A.H.D.E. 27-28 (1957-58), p. 201.

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pagana pero insertas en un Imperio cristiano24. En tales circuns-tancias, es el silencio, más que la reprobación explícita del cristia-nismo, el principal instrumento para abordar la polémica religiosa25. Y, como ha expresado Paschoud, lo realmente pérfido de Amiano son sus silencios26. El mismo silencio que Amiano guarda sobre la naturaleza cristiana del adventus de Constancio a Roma en 357 -reserva justificada si tenemos presente la controversia del Altar de la Victoria-, que esconde la censura sobre el mismo compartida con la del fragmento 68 de Eunapio27. Algo muy similar le sucedió a un autor como Macrobio, quien era un pagano convencido, pero que por vivir también bajo Teodosio no pudo expresar libremente su pensamiento: así, el autor de las “Saturnales” considerará al cristianismo como “la nueva e implacable fuerza ideológica y política imposible de eludir, que sólo se podía refutar silenciosamente, con la dignidad propia del verdadero romano, excluirla de la existencia real del mundo o, por lo menos, de su propia vida espiritual”28. Asimismo, en el silencio abs-oluto que el cristianismo encuentra en los panerigistas oficiales se ha visto una forma de lucha pagana contra el cristianismo en ofensiva, “y posiblemente un tácito llamamiento a la coexistencia pacífica de las dos religiones”29.

Además del silencio, el rodeo y la insinuación se erigen como dos procedimientos sumamente útiles para la cautela de Amiano. De este

24 S.A. Stertz, “Christianity in the Historia Augusta”, Latomus XXXVI, 3 (1977), p. 694-715: es el caso de la Historia Augusta, con numerosas críticas al cristianismo.

25 T.D. Barnes, “Ammianus Marcellinus and his World”, CPh. 88 (1993), p. 68; A. Momigliano, “Historiografía pagana...”, p. 97: “En Occidente, entre los historiado-res latinos, la resistencia al cristianismo se manifestó con una mezcla de silencio y condescendencia; el cristianismo se menciona raramente”.

26 “Valentinien travesti, ou: De la malignité d´Ammien”, en Cognitio Gestorum..., p. 83.

27 D. Woods, “A Persian at Rome: Ammianus and Eunapius´ Frg. 68”, en The Late Roman World..., p. 163-164.

28 M.V. Ukolova, Los últimos romanos y la cultura europea, Moscú 1990, p. 150.

29 Ibidem, p. 108.

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modo, en la visión de los sacerdotes del mundo bárbaro, tan presente en la obra30, podremos observar cuál es el propio ideal de sacerdote para el antioqueno. Ello lo constatamos en las figuras religiosas de los druidas, los brahamanes y los magos persas.

Los druidas, en las sociedades celtas, actuaban no sólo como sacerdotes, sino también en una posición muy cercana al poder político, actuando al mismo tiempo como soporte ideológico y contrapeso institucional del mismo. Poderosos especialistas inte-lectuales31, para algunos investigadores estos personajes encarnaron la oposición religiosa antirromana32, mientras que para otros este aspecto se ha exagerado bastante33, pues el druidismo se hallaba fami-liarizado con las imágenes y conceptos mediterráneos y no suponía una religión tan extraña a los cultos grecolatinos34. Amiano alude a ellos en su excursus gálico (XV, 9, 8), resaltando su amor al conoci-miento, su armonioso contacto con la naturaleza y su desprecio de lo material, aunque silenciando sus prerrogativas políticas. El porqué de esto último puede explicarlo la teoría de R. MacMullen, quien aprecia que Amiano, durante su estancia en la Galia, conoció no a los druidas que conociera Julio César, sino la reaparición del druidismo dentro de un proceso de “renacimiento céltico” en el país35: el antioqueno, por tanto, silenciaría el rol político de estos sacerdotes para ocultar la

30 A. Momigliano, “The lonely historian...”, p. 151-152: la aristocracia senatorial romana, el mundo bárbaro y el cristianismo son los pilares en los que se basa la obra de Amiano.

31 M.V. García Quintela, “El sacrificio humano adivinatorio céltico y la religión de los lusitanos”, Polis 3 (1991), p. 25.

32 E. Pitillas Salañer, “Los “nacionalismos” en el Imperio y su resistencia a la asimi-lación romana. Estudio de las fuentes”, H.Ant. XIX (1995), p. 271, para la época de César.

33 S.L. Dyson, “Native revolts in the Roman Empire”, Historia 20 (1971), p. 260; vid. también N. De Witt, “The Druids and Romanization”, TAPhA 69 (1938), p. 319-322.

34 J.J.Hatt, “L´opinion que les Grecs avaient des Celtes”, Ktema 9 (1984), p. 84 ss.

35 “The Celtic Renaissance”, Historia 14 (1965), p. 99-100.

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progresiva degradación de la autoridad romana en la Galia frente al vigoroso rebrote del indigenismo galo.

Si cruzamos a la otra orilla del Rin, es decir, al mundo germano, lo cierto es que no encontramos gran cosa: tampoco en la literatura latina, en general, se abunda en el tema, pues no ocurrió hasta Tácito que los sacerdocios germanos comenzaron a adquirir eco en los auto-res clásicos, de un modo paralelo al desarrollo del antropomorfismo de la religión germana36. En Amiano también escasean las referencias. Para los burgundios (XXVIII, 5, 11 y 14) recuerda la existencia del sinistus, sumo sacerdote, con poderes vitalicios e ilimitados, que intervenía en los asuntos políticos de este pueblo37. En cuanto a los godos, en las Res gestae solo encontramos sacerdotes menores cuyas funciones religiosas se centran en un ámbito a lo sumo tribal limitado a los pagi38. El único personaje de enjundia con funciones religiosas entre los godos parece ser el iudex39: en principio sus obligaciones eran principalmente militares40, aunque carecían de un poder de coer-ción fuerte puesto que este cargo superaba la categoría de ser otro

36 Caes., B.G. VI, 21, 1-2: los germanos, por su parte, carecen de druidas y adoran a las fuerzas de la naturaleza; E.A. Thompson, Una cultura barbarica: I Germani, Roma-Bari 1976 (= The early Germans, Oxford 1965), p. 42 ss: los sacerdocios germanos parecen consistir en cargos electivos, con una especial vinculación de los sacerdotes con los grupos sociales preeminentes.

37 E.A. Thompson, “Early Visigothic Christianity”, Latomus 21 (1962), p. 796, compara el poder de esta figura con la del obispo cristiano que se instala y consoli-da entre los visigodos.

38 E.A. Thompson, The Visigoths in the time of Ulfila, Oxford 1966, p. 55 ss.

39 Sobre esta figura, vid. J. Pampliega, Los germanos en España, Pamplona 1998, p. 23 ss.

40 Para E.A. Thompson, The Visigoths..., p. 43 ss. y H. Wolfram, History of the Goths, University of California Press 1990, p. 94, su papel como líder conferederado sólo se atestigua en momentos críticos y con un carácter no permanente; P. Heather, Heather, Goths and Romans, AD 332-489, Oxford 1991, p. 107 defiende su carácter permanente.

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miembro más del Consejo41; sus únicos poderes sólidos son los religiosos: hasta el punto de que en él se ha querido ver el anteceden-te directo de la monarquía sacra de tiempos medievales42. Pero Amia-no no se detiene en ellos.

Un cierto interés amianeo lo detectamos en los brahamanes (XXIII, 6, 33), ascetas que habitaban las silenciosas selvas de la India, confín del mundo para Estrabón (XI, 5, 5); personajes de tremenda espiritualidad, poseedores de una sabiduría adquirida con esfuerzo ascético, estos personajes fueron especialmente conocidos por la cul-tura clásica desde los tiempos de Alejandro Magno; aunque, incluso así, al tratarse de un territorio legendario y lejano que se prestaba a multitud de mitos y leyendas43, los brahamanes serán confundidos muchas veces con los magos persas; en cualquier caso, estos “sofistas de la India” se convirtieron en punto de referencia frente a la corrup-ción de las costumbres grecorromanas, ya que su estilo de vida, sencillo, acorde a la naturaleza, independiente, actuaba como crítica a las desviaciones de la cultura clásica44. Esto es lo que colegimos de la noticia de Amiano que nos habla de la capacidad brahamánica para levitar (Amm., XXVIII, 1, 13), en directa relación con la figura del corrupto y sanguinario Maximino, prefecto del no menos terrible Valentiniano I.

41 E.A. Thompson, “The Passio San Sabae and early Visigothic Christianity society”, Historia IV, 2-3 (1955), p. 331.

42 J.F. Matthews, The Roman Empire..., p. 313; P. Heather, Goths..., p. 104-105 y “The crossing of the Danube and the Gothic conversion”, G.R.B.S. 27, 3 (1988), p. 316-317: los iudices godos desarrollaron distintas persecuciones contra los cristianos, para conservar pura la identidad de su cultura consuetudinaria y, de paso, esquivar la poderosa influencia política y religiosa del Imperio.

43 Vid. Strab., XV, 1, 69; Plin., N.H., VII, 22 ss; Philost., Vit.Apoll., III, 1-9, 45, 47; Temist., Or., 27, 337 cd; Hier., Ep., 125, 3.

44 Vid. E. Malaspina, “Mitizzazione e demitizzazione dei sapienti indiani nel mondo greco-romano”, Romanobarbarica 6 (1981-1982), p. 189-234; además, los brahamanes suelen estar vinculados a la figura de un monarca en calidad de consejeros.

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Pero es en el caso del excursus sobre los magos, dentro de la digresión sobre los territorios persas (Amm., XXIII, 6, 32 ss), el más significativo para el propósito del presente artículo, pues gracias a él Amiano evidencia sus ideas de lo que ha de ser la religión: una labor conducida por expertos virtuosos y sabios en lo divino, ajenos a la superstición. Los magi persas no tienen nada que ver con los roma-nos45; más bien se revelan como sabios sacerdotes que ejercen sus deberes divinos con celo y disciplina, desarrollando sus ritos no a par-tir de la costumbre, sino sobre la base de la scientia, del conocimiento sistemático. Al escribir sobre ellos, Amiano nos ofrece una visión estereotipada, que pretende establecer una comparación entre persas y romanos, particularmente en el terreno religioso46. En tan breves líneas hallaremos una crítica implícita al cristianismo, a la que habría que añadir otras como por ejemplo: a) Una invectiva contra el escaso interés por el saber que, al decir de Amiano, existía en su época; b) Una alabanza de Juliano, un espíritu cultivado que abordaba la reli-gión desde su sabiduría adquirida, y, por qué no, del mismo Amiano47. Señala el antioqueno, además, la cercanía de estos magos a la figura real y el poder político. En eso no se equivocaba, pues el zoroastrismo, fuertemente asentado en Irán en el cambio de era, ayudó a los partos a reforzarse ideológicamente frente a Roma48. El tema de los magos, además, introduce una nota colorista y tópica en el relato, siguiendo los gustos de su auditorio.

En suma, a través de estos tres ejemplos (druidas, brahamanes y magos) Amiano nos transmite cuál es su ideal de sacerdote: un espe-

45 Sobre delitos de lesa majestad relacionados con la adivinación y la magia, vid. R. MacMullen, Enemies of the Roman order: treason, unrest and alienation in the Roman Empire, Cambridge, Mass. 1967, p. 128-136.

46 J. Den Boeft, “Pure rites: Ammianus Marcellinus on the Magi”, en The Late Roman World..., p. 207 ss.

47 Ibidem, p. 212: “Ammianus leaves out any reference to borrowings from the Magi´s lore by wise men in the Graeco-Roman world”.

48 J. Wolski, “Les Parthes et leur attitude envers le monde gréco-romain”, en Assimilation et résistance à la culture gréco-romaine dan le monde ancien, Paris 1974, p. 462.

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cialista intelectual, poseedor de un conocimiento sistemático, con participación en el poder político, desarrollando un modo de vida basado en la austeridad49, alejado de la corrupción, ajeno a la supers-tición y en conexión permanente con la naturaleza. Lo contrario, según se colige de una lectura entre líneas de las Res gestae, lo encarnan los sacerdotes cristianos, especialmente los obispos, que en la obra de Amiano, y de forma velada, aparecen como prevaricadores50, colabo-radores de los bárbaros51, practicantes de un poder cuasitiránico52, instigadores de tumultos53, destructores de templos paganos54, así

49 R. Seager, Ammianus..., p. 80: la sobriedad es uno de los valores principales de Amiano; P.M. Camus, op.cit., p. 103 ss: el ideal moral de Amiano era el vir sobrius típico del grupo senatorial: un hombre con sano temperamento y enérgico, con voluntad firme y recto carácter.

50 Sobre el derroche episcopal de los recursos públicos, vid. Amm., XXI, 16, 18.

51 Vid. los pasajes Amm., XX, 7, 9; XXIX, 5, 15; XXXI, 12, 8; XXXI, 15, 6; para V. Neri, Ammiano..., p. 61-62, el antioqueno se limita a seguir la tendencia pagana de acusar a los cristianos de no ser buenos ciudadanos.

52 R. Teja, “La cristianización de los modelos clásicos: el obispo”, en Modelos ideales y prácticas de vida en la Antigüedad clásica, E. Falqué, F. Gascó, eds., Sevilla 1993, p. 220: “El trono episcopal se convierte en cliché literario que simboliza la arrogancia del obispo y el ejercicio autoritario del poder”. En Amm., XXII, 11, 3-6 (invectivas contra el tiránico obispo Jorge en Alejandría) observamos un botón de muestra de este pensamiento en un pagano; asimismo, E.D. Hunt, “Ammianus Marcellinus and Christianity”, CQ 35, 1 (1985), p. 190, observa en la referencia amianea a la disputa entre Liberio-Constancio II (XV, 7, 6-10) una llamada de atención sobre el carácter refractario de la autoridad imperial por parte de un obispo.

53 Son los casos de las algaradas causadas por el arresto del auriga cristiano Filo-romo (XV, 7, 1-5), que el praefectus Urbi Leoncio tuvo que sofocar en el 356), o las derivadas de los enfrentamientos entre Dámaso y Ursino por la cátedra pontificia (XXVII, 3, 12 ss.). Sobre el uso que los obispos hacían de la violencia pública, vid. R. Lim, “Religious disputation and social disorder in Late Antiquity”, Historia XLIV, 2 (1995), p. 204-231; J.R. Aja Sánchez, Tumultus et urbanae seditiones: sus causas. Un estudio sobre los conflictos económicos, religiosos y sociales en las ciudades tardorromanas (S. IV), Santander 1998, p. 141 ss.

54 Vid. Amm., XXII, 11, 7-8 y XXII, 13, 2.

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como personajes intelectualmente inferiores55 y, sobre todo -¡ése es su gran pecado!- perturbadores de la tradición56.

En efecto, en el terreno religioso, como en otros, hallamos a un Amiano tremendamente conservador, que se resiste a las innovacio-nes introducidas por Constantino57. Así, la comparación entre Diocle-ciano58 y Juliano que hallamos a comienzos del libro XXIII no persi-gue otro fin que trazar un puente entre dos grandes emperadores paganos, enemigos de los cristianos, que pusieron sus energías y talentos al servicio de la salvación de Roma. También el trato secun-dario que Constantinopla obtiene frente a Roma (Amm., XVI, 10, 6) ha de entenderse en esa línea59. Y en ese sentido ha de comprenderse su presentación de Juliano como un emperador “a la romana” (Amm., XV, 2, 8; 8, 1; XVI, 1, 5; 5, 5), un gobernante que conectaba de forma directa con los intereses de la aristocracia senatorial romana

55 A. Momigliano, “Historiografía pagana...”, p. 98-99: la Biblia no alcanzaba el nivel literario necesario para competir con la literatura pagana; V. Neri, “L´elogio della cultura e l´elogio delle virtù politiche nell´epigrafia latina del IV secolo D.C.”, Epigraphica XLIII (1981), p. 201: los cristianos del siglo IV se centraron en el cono-cimiento de las Sagradas Escrituras antes que en el cultivo de la paideia. No nos cabe duda de que en su definición del cristianismo como absoluta et simplex religio (XXI, 16, 18) Amiano remarca tal inferioridad intelectual.

56 Algo en lo que insistirá Juliano en Ep. XLIV, LXXXIII-IV, CXIV...

57 Amm., XXI, 10, 8: “Tunc et memoriam Constantini, ut novatoris turbatorisque priscarum legum et moris antiquitis recepti (Iulianus) vexavit”. L. Cracco Ruggini, “Arcaismo e conservatorismo, innovazione e rinnovamento (IV-V secolo)”, en La parte migliore del genere humano. Aristocrazie, potere e ideologia nell occidente tardoantico, a cura di S. Roda, Torino 1994, p. 79 ss: la innovación es un rasgo de tiranía imperial en la Antigüedad Tardía. Para Constantino en Amiano, vid. B.H. Warmington, art.cit., p. 166-177.

58 Según T.D. Barnes, Ammianus..., p. 179, el último ejemplo del glorioso pasado de Roma en las Res gestae.

59 Ibidem, p. 93-94.

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pagana, por más que la identificación del Apóstata con la Urbs resultara una afirmación difícil de sustentar60.

Resumiendo: Amiano hace uso de noticias etnográficas sobre distintos sacerdocios de países bárbaros para presentar su esquema de sacerdote ideal, en directo contraste con el sacerdote cristiano, bus-cando:

1) Subrayar la política religiosa de Juliano61, para quien la salvación del Imperio pasaba por retomar las viejas creencias helénicas, rein-terpretadas como un providencialismo neoplatónico convertido en soteriología para el Imperio62.

2) Reivindicar el protagonismo social reclamado por un sector de la rancia aristocracia senatorial pagana de Roma, cuya reacción a fines del siglo IV pretendía rescatar su protagonismo público a través de los rituales paganos; un público que tenía en mente la obra de Juliano como punto de referencia para plantear sus demandas frente a los fanáticos hombres de Estado de Teodosio63.

3) El propio beneficio del antioqueno, que intenta conectar con su poderosa audiencia capitalina no sólo para obtener gloria literaria64, sino también una promoción social65.

60 S. MacCormack, “Roma, Constantinopolis, the emperor and his genius”, CQ 25 (1975), p. 144: pues Juliano era natural de Constantinopla y sentía más apego hacia esta ciudad que hacia Roma.

61 A. Selem, “Considerazioni circa Ammiano ed il Cristianesimo”, RCCM 6 (1964), p. 254..

62 Vid. J.M. Alonso-Núñez, “En torno al Neoplatonismo del emperador Juliano”, H.Ant. III (1973), p. 182-183.

63 Según S.A. Stertz, “Ammianus Marcellinus´attitudes toward earlier emperors”, en Studies in Latin Literature and Roman History, vol. II, Bruxelles 1980, p. 489, 492-493 y 497, para satisfacer a este público Amiano se verá obligado a imitar la tradición biográfica latina del gusto de la aristocracia senatorial.

64 Como defiende E. Cizek, “La poétique de l´Histoire chez Ammien Marcellin”, BStudLat., II (1995), p. 559, al analizar el establecimiento de Amiano en Roma.

65 H.S. Sivan, art.cit., p. 119 identifica al antioqueno con el Ammianus Comes Rerum

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De este modo es que vemos a un Amiano que aborda el tema de la religión con cautela para no ofender a posibles protectores o a ene-migos potenciales66, a un Amiano que encuentra en su aristocrático público pagano su fuente de inspiración67, a un Amiano poco acos-tumbrado a frecuentar los selectos ambientes de los potentes de la Urbs68, aunque inaccesible al desaliento en conseguirlo, a un Amiano que se siente más romano que los propios romanos de Roma69... Recurriendo a los ejemplos de druidas, brahamanes y magos el histo-riador antioqueno no sólo conseguía todo lo anterior sino que, además, lograba aportar esas notas de colorismo exótico que todo auditorio de la época solicitaba esperaba de un relato histórico. Y de paso, mirando hacia los lejanos tiempos de la República, la época en la que se acuñó la tradición, añoraba la vuelta a una Roma gloriosa, “resultado de una alianza entre hombres y dioses, bajo la égida de las magistraturas”70. Aunque, naturalmente, de unas magistraturas en ma-nos de aristócratas paganos... y de sus epígonos, aunque fueran grie-gos y soldados.

Privatarum que aparece en CTh. 11, 30, 41 (383) y que también recuerda Símaco en su Rel., XXXVI: Amiano, pues, habría conseguido un importante cargo político gracias a su labor literaria en pro de la aristocracia senatorial.

66 A. Selem, “A proposito della figura de Giuliano in Ammiano”, Quaderni dell´ Instituto di lingua e letteratura latina della Facoltà di magisterio dell´Università degli Studi di Roma 1 (1979), p. 161; V. Neri, Ammiano..., p. 39-40: la glorificación de Juliano en su obra equivale a una treta de Amiano para poder concentrarse en el ámbito político-militar y evitar así la materia religiosa.

67 G. Sabbah, La méthode..., p. 506.

68 T.D. Barnes, Ammianus..., p. 63. Para la Roma de fines del siglo IV seguía en plena vigencia la máxima de Polibio que rezaba que en ella nadie regalaba nunca nada si lo podía evitar (XXXI, 26, 9).

69 A. Giardina, “El hombre romano”, en El hombre romano, Madrid 1991, p. 18.

70 J. Scheid, “El sacerdote”, en El hombre romano..., p. 90.

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La mujer oriental a través de Amiano Marcelino.

Se cuenta que Amiano Marcelino, el gran historiador del siglo IV,

era oriundo de Antioquía, en Siria. O al menos ésa es la tesis más defendida por la mayoría de los eruditos que se dedican a su estu-dio1. Este sencillo aserto nos conduce inevitablemente a otro: Amia-no conocía bien a los persas. No en balde, su patria chica se encon-traba cerca de la permeable frontera oriental, dentro del radio de acción del poder sasánida2, y no debía de resultar insólito ver a gentes iranias visitando, por distintos motivos, la magnífica urbe del Oriente romano: entre ellas, claro está, mujeres persas. Asimismo, Antioquía se hallaba relativamente cerca de Egipto, tierra que el

historiador dice conocer bien (22,15, 1), y a nosotros no nos que-da otra salida que creerle a razón de su excursus sobre el país del Nilo (22,15-16). Luego, también trabó contacto con mujeres egip-cias. Por último, en la periferia del Creciente Fértil se hallaban las estepas y desiertos sirio-arábigos, hogar de los nómadas sarrace-nos, quienes, de seguro, les resultaban enormemente familiares

PUB.- en G. Bravo, R. González (eds.), Extranjeras en el mundo romano, Gerión Anejos VIII, Madrid 2004, p. 95-99.

1 Así lo defienden dos grandes autoridades amianeas como J.F. Matthews, “The Origin of Ammianus”, CQ 44 (1994), p. 252-269 y G. Sabbah, “Ammien Marcellin, Libanius, Antioche et la date des derniers livres des Res gestae”, Cassiodorus 3 (1997), p. 97 ss.

2 Sobre la amenaza que supone Persia para la ciudad, vid. A. Baldini, “Ammiano Marcellino (XXIII, 5, 2-3) e i Persiani ad Antiochia”, R.S.A.19 (1989), p. 147-155.

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(14, 4, 6) , puesto que Antioquía se encontraba, igualmente, al alcance de tales hordas3. Probablemente Juliano había reclutado a muchos de ellos para su campaña persa (23, 3, 8; 24, 1, 10) y hasta llegó a sospecharse que uno de estos beduinos asesinó al Apóstata, en pleno campo de batalla y a traición (Lib., Or. 24, 6; Phil., H.E. VII, 15). No es de extrañar, pues, que el antioqueno los calificara de natio perniciosa (14, 4, 7). En consecuencia, nuestro protagonista habría contemplado, al menos, a una fémina sarrace-na, aunque fuese por puro azar...

Y sin embargo las noticias sobre mujeres persas, egipcias o sarracenas, orientales en suma, no abundan precisamente en una abultada obra como las Res gestae amianeas. Podríamos buscar la respuesta a este fastidioso problema siguiendo a Fornara cuando escri-bía, hace unos años, que a Amiano no le gustaban los orientales4. ¿Pero a qué literato griego o latino de cualquier época le gustaban? Bien es cierto que Trogo Pompeyo había alabado a los partos creyen-do ver en ellos al pueblo virtuoso que guiaría a todas las naciones del orbe5, pero no es menos verdadero que lo hizo en el contexto de una severa crítica a la decadencia de los valores en Roma. Y el que Herodiano nos cuente que los orientales eran personas de una aguda inteligencia (III, 11, 8) tampoco supone un hermanamiento espiritual entre romanos y próximoasiáticos: si acaso, una excepción que contraviene la norma. En general, los orientales no gozaban de muy buena prensa entre la intelectualidad clásica, constituyendo uno de los grandes tópicos de la etnogratia grecorromana. Así, partiendo del concepto griego clásico, aquéllos estaban dominados por la superbia, por un estilo de vida demasiado apegado al lujo y la molicie (conductas que derivaban hacia el afeminamiento y la luxuria), integrando todo ello un 3 D. Woods, “The Saracen Defenders of Constantinople in 378”, G.R.B.S. 37, 3 (1996), p. 270-271.

4 “Studies in Ammianus Marcellinus L The Letter of Libanius and Ammianus' Connection with Antioch”, Historia XLI, 3 (1992), p. 339.

5 E. Malaspina, “Uno storico filobarbaro: Pompeo Trogo”, Romanobarbarica 1 (1976), p. 148 y 156-157.

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vicio que les definía en una sola palabra: uanitas6. En contraposición con tales desviaciones se situaba la superioridad moral de los occiden-tales, curtidos en la austeridad y el espíritu de sacrificio, dirigidos, por supuesto, por las águilas del Lacio.

Amiano no fue una rara avis en el marco de esta tendencia. No obstante la escasez de noticias sobre mujeres orientales en su obra puede explicarse fácilmente si apuntamos antes que, en general, son las mujeres las que escasean en las Res gestae7. Y, ya que nos centramos en el tema, puede decirse que ocurre lo mismo en toda la literatura latina, ya que ésta es, para más señas, masculina8. Pero revisemos la poca in-formación que al respecto podemos recabar del historiador sirio.

1. MUJERES PERSAS:

Amiano nos narra de los persas que eran propensos a la sensua-lidad (23, 6, 76), recurriendo a un buen número de concubinas para satisfacer dicha inclinación. Intenso erotismo tal vez motivado por la referencia que hallamos en el pasaje 24, 4, 7, la más directa relativa a féminas persas en las Res gestae. Amiano recuerda el episodio de la

6 Algunos testimonios clásicos al respecto son los de Sall., Cat. II; Luc. VIII, 596 ss; Sen., Benef. II, 12, 2, etc. En esta caracterización del oriental opera un factor climá-tico: el calor forjaba unas características físicas (pequeñez, delgadez, piel morena) y morales (indolencia, molicie, hedonismo, astucia, carácter ardiente), bárbaras por oposición a las propias de habitantes de medios templados (Roma); al respecto, vid. E. Malaspina, “Mitizzazione e demitizzazione dei sapienti indiani nel mondo greco-romano”, Romanobarbarica 6 (1981-1982), p. 205 ss.

7 G. Sabbah, “Présences féminines dans l´histoire d´Ammien Marcellin”, en Cognitio Gestorum The historiographic art of Ammianus Marcellinus, J. Den Boeft, J. Den Hengst, H.C. Teitler, eds., Amsterdam 1991, p. 91.

8 Vid. A. Pociña, “Mulier error est. Literatura masculina y mujer en el Imperio Romano. Propuestas metodológicas”, en La mujer en el mundo mediterráneo antiguo, A. Lopez et alii, eds., Granada 1990, p. 200 ss: como significativo exponente, se trae a colación la obra de los Doce Césares de Suetonio, donde aparecen más de 500 varones frente a 96 mujeres.

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captura de doncellas persas por el ejército de Juliano: mujeres bellas, como suelen ser las de tal nación. Bien que tamaña hermo-sura dejó frío al Apóstata, más inclinado a emular a grandes genera-les como Alejandro Magno o Escipión Africano, los cuales reserva-ban sus energías para el campo de batalla9. Se trata, pues, de una noticia exótica más al servicio de la idealización del héroe que a la infor-mación etnográfica fidedigna.

También podemos referimos, en este epígrafe, a la esposa del refugiado persa Hormisdas, huido de la represión política de Sapor II, reclutado por Constancio II para el empleo de comandante de caballería (Zon., 13, 5, 17-33) y oficial en el staff de Juliano durante la campaña oriental. Esta mujer destacaba por su decisión, prudencia y energía, valores que salvaron a su marido de caer en las garras de los soldados del pérfido Valente (26, 8, 12). Sin embargo, queda bien claro que lo que el antioqueno hace es una interpretatio romana que contempla a tan honrosa mujer como matronam opulentom et nobilem, es decir, como el ideal de mujer en la Roma antigua. No se trataría, pues, de una persona típicamente oriental, y antes que pensar en un fenómeno de aculturación qui-zás nos encontramos ante una fémina efectivamente romana 10. Además, seguimos a Sabbah cuando afirma que las cualidades de la media naranja de Hormisdas son tipicamente viriles, con lo que ni siquiera estaríamos hablando de una representante del género femenil11.

9 Vid. Plut., Alex. 21; Aul.Gel. N.A. VII, 8, 1-3 (Alejandro) o Polib. X, 19, 3ss; Liv. XXVI, 50 (Escipión). La castitas de Juliano se advierte claramente en el pasaje Amm., 25, 4, 2.

10 La noticia se da en el contexto de la rebelión de Procopio, por lo que aún queda-ban algunos años, hasta el 370, en que será promulgada la ley recogida en CTh. 3, 14, 1 por la que se prohibía el matrimonio entre romanos y bárbaros. Al respecto, vid. H.S. Sivan, “Why not marry a Barbarian? Marital frontiers in Late Antiquity (The example of CTh. 3.14.1)”, en Shifting frontiers in Late Antiquity, ed. by R.W. Mathisen, H.S. Sivan, Aldershot 1996, p. 136-145.

11 Art.cit., p. 93.

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No aparecen más noticias sobre la mujer persa en la obra, aunque sí algunos datos puntuales, de mujeres en el ámbito per-sa, como son:

Las mujeres chionitas llorando amargamente la muerte de su príncipe, hijo del rey Grumbates, muerto en el asedio de Amida (19, 1, 10-11). Mientras, los hombres celebran ban-quetes en los que se recuerdan y elogian las virtudes del finado. Estos chionitas parecen ser hunos al servicio de Sapor12.

El nombre de un extraño puerto en la región de Gedrosia, en la periferia persa que linda con el Indostán, llamado

Gynaecon limen (23, 6, 93), o sea, “el puerto de las mujeres”. Este dato es de dificil interpretación a menos que sea toma-do como mera noticia exótica para animar la atención del auditorio.

Y nada más. No se encuentran en Amiano referencias a la faceta bélica de las mujeres persas, como se hallan al respecto de poblaciones bárbaras del norte de Europa13. Ya Herodiano (VI, 5, 3) habla apuntado que los persas recurrían a levas, indis-criminadas en cuanto al sexo, a la hora de ir a la guerra14. En cuanto al tratamiento que estos orientales dan a las muje-res cautivas, era el que se esperaba de manos de guerreros ferocísimos y crueles15. Incluso cuando la benignidad hace acto

12 P. Daffina, “Gli Unni e gli altri: le fonti letterarie e le loro interpretazioni moderne”, cn CISAM, Sett.Stud. XXXV, Popoli delle Steppe: Unni, Avari, Ungari, I, Spoleto 1988, p. 19 l..

13 Por ejemplo, las temibles mujeres galas, vid. Amm.Marc., 15, 12, 1; hay noticias similares en Tac., Germ. 7, 2; 8. 1; 46; vid. Strab., III, 4, 17-18, al respecto de las mujeres cántabras.

14 S.N.C. Lieu, “Captives, refugees and exiles: a study of cross-frontier civilian movements and contacts between Rome and Persia from Valerian to Jovian”, en Ph. Freeman, D. Kennedy (eds.), The Defence of the Roman and Byzantine East, Oxford, BAR, 1986, p. 479-480; Sapor reclutó a mujeres y niños para el tercer asedio a Nísibe.

15 Amiano dibuja a los persas como una nación crudelísima, regida por leyes bruta-les (23, 6, 80-81).

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de presencia, oculta otros fines distintos a los del humanitarismo (18, 10, 3-4; 19, 6, 2; 20, 7, 15).

Se convirtió en tópico etnográfico clásico, ya desde las Guerras Médicas, que los persas eran afeminados, y sus reyes, educados en un harem de mujeres y eunucos (vid. Liv., IX, 17 sobre Darío III), marchaban ala cabeza de esta tendencia. Amiano recoge el lugar común (23, 6, 80) y parece más interesado en resaltar este “vicio”, o la querencia real por los emasculados16, que por informar a su auditorio sobre las mujeres persas.

2. MUJERES EGIPCIAS:

No encontramos una sola referencia genérica a la mujer del país del Nilo en las Res gestae. En 22, 16, 23, en el contexto de una digresión, se describe a los egipcios como individuos more-nos de tez oscura, aspecto triste, delgados, secos, apasionados, controvertidos y renuentes a pagar impuestos, así como, en el caso de los ladrones, resistentes a la tortura. Aunque no consta que tal descripción se dirija sino al mundo masculino. Sí alude Amiano, sin embargo, a la legendaria Cleopatra VII en dos oca-siones (22, 16, 9-I l; 24; 28, 4, 9): lo hace fugazmente, para recordar o bien su astucia o bien su belleza, además de una refe-rencia a su derrota conjunta con M. Antonio a manos de Octavio. Cleopatra es perfilada en la linea tradicional desde el siglo I aC.17; típico exponente de la mujer del Este (con su belle-za arrebatadora, su desbordada sensualidad, su avidez y deprava-ción, vid., Herod., 1, 3, 3, su malicia y su usurpación de la condi-ción divina), en ella se funden tres elementos bárbaros preemi-

16 Ahí tenemos el caso del tránsfuga Cylax, eunuco refugiado en Persia y protegido por Sapor II (Amm., 27, 12, 5-6).

17 Hor., Carm. 1, 37; Luc., 10, 53 ss.

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nentes: orientalidad, femineidad y realeza18. En 28, 4, 9, dentro de su crítica a parte de la nobleza romana, Amiano la coloca al lado de otras legendarias reinas como Semiramis (vid. Val. Max., 9, 3), Artemisa o Zenobia (vid. SHA, Aurel., 27, 1 ss), todas ellas tam-bién claros ejemplos de barbarie femenina oriental 19. Amiano, pues, no se despega del tópico y lo aplica según sus intereses literarios o morales.

3. MUJERES SARRACENAS:

Aparecen dentro del arquetipico retrato del nómada amianeo, que oscila entre lo específico y lo difuso20. En 14, 4, 4, se nos habla de las relaciones maritales: ella lleva como única dote una lanza, que entrega a su pareja, y una tienda (vid. Tac., Germ., 18, 2) en la que se arrojarán al goce sexual desenfrenado. Asimismo, en 14, 4, 5 se nos cuenta que estas féminas se ven tiranizadas por su modo de vida errante, de modo que se casan en un lugar, procrean a sus hijos en otro y los educan lejos de allí. Y ya no encontramos más información al respecto. Pues dentro de la negativa visión de los nómadas del antioqueno, estereotipada para más señas, no parece haber elementos que diferencien a las mujeres sarracenas de las hunas o alanas. No menciona Amiano, sin embargo, a la reina Mavia, gobernante de esta nación esteparia, cuyas fuerzas ocasionaron severos daños a esta parte del Oriente a finales de los años setema del siglo

18 Y.A. Dauge, Le Barbare. Recherches sur la conception romaine de la barbarie et de la civilisation, Bruxelles 1981, p. 577.

19 Semíramis, la legendaria esposa del rey Nino, aparece en Amm., 14, 6, 17 como la infausta inventora de la castración. Faltaría en este conjunto la cartaginesa Dido, que en la literatura clásica representó la tentación del amor, del placer inmediato, el orgullo, la pasión destructiva y la femineidad maléfica, todo ello dentro de las coordenadas del pernicioso exotismo de Cartago.

20 A. Emmet, “Introductions and conclusions to disgressions in Ammianus Marce-llinus”, MphL V (1981), p. 17-18.

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IV21, y que podría encuadrarse perfectamente en el grupo de reinas bárbaras orientales tan denostadas por la literatura clásica22.

En síntesis: las noticias que sobre la mujer oriental hallamos en Amiano Marcelino son contadas y escuetas, desligadas de un discurso sistemático, generalmente con una finalidad didáctica, moral o propa-gandística, no considerando a las féminas como objetivos literarios en sí mismas, tópicas y ejemplificadas; a veces en las legendarias (y abominables por bárbaras) reinas orientales. Esto hay que compren-derlo dentro del sentido de la obra de Amiano, una Historia del Imperio Romano protagonizada por hombres, contradiciendo la ten-dencia de una época, la Antigüedad Tardía, en que la literatura presta a la mujer una atención con una intensidad difícil de imaginar en época clásica23. La creación, en suma, de un vir sobrius24 no interesado inte-lectualmente en las mujeres si no le sirven para apuntalar, de modo tangencial, sus demoledoras criticas (corrupta aristocracia senatorial romana, nómadas, bárbaros en general) o sus apasionadas defensas (Juliano), o simplemente para cumplir con el imperativo antiguo de introducir noticias exóticas que animen el relato de cara al audito-rio25

21 J.F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus, London 1989, p. 349: en la época en que escribe Amiano, los sarracenos gozaban de una gran autonomía de movimiento en los desiertos que bordean la franja sirio-palestina, entre otros moti-vos por la decadencia de antaño poderosas ciudad como Palmira o Hatra.

22 Según D. Woods, “Maurus, Mavia and Ammianus”, Mnemosyne LI, 3 (1998), p. 334, es la estancia de Amiano en Siria-Palestina, durante la revuelta de Mavia, la que condiciona su visión sobre los sarracenos.

23 Av. Cameron, El mundo mediterráneo en la Antigüedad Tardía, 300-600, Barcelona 1998, p. 161 ss.

24 P.M. Camus, Ammien Marcellin. Témoin des courants culturels et religieux a la fin du IV e siècle, Paris 1967, p. 103 ss. J. Den Boeft, “Axel Brandt, Moralische Werte in den Res gestae des Ammianus Marcellinus, Göttingen 1999”, rec. en Bryn Mawr Classical Review, 21-9-1999, p. 3: la terminología “amorosa” no existe en la obra de Amiano.

25 Vid. Nuestro trabajo titulado “Un tópico no inocente de la etnografía clásica: la mujer bárbara (a través de Amiano Marcelino)”, en T. Sauret Guerrero, A. Quíles Faz (eds.), Lucha de géneros a través de la Historia, Málaga 2001, vol. I, p. 405-417.

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Amiano Marcelino e Hispania: reconsideraciones.

Amiano ha sido considerado como el último gran historiador de

Roma, punta de lanza de la historiografía pagana en tiempos del renacimiento teodosiano1, además de autor de amplia capacidad para formular juicios consistentes sobre política y moral2, lo que le convierte en un estudioso del Estado en declive3. Su metodología pretende abordar temas verdaderamente importantes en su obra

PUB.- en L. A. García Moreno y S. Rascón Marqués (eds.), Guerra y rebelión en la Antigüedad tardía. El siglo VII en España y su contexto mediterráneo, Alcalá de Henares 2005, p. 7-30.

1 M. Martínez Pastor, “Amiano Marcelino, escritor romano del siglo IV. Perfil literario”, Estudios Clásicos 34, 102 (1994), p. 91-92; L. Cracco Ruggini, “La storio-grafía latina da Ammiano Marcellino a Cassiodoro (e anchi piè in là): documenti, relitti e fantasmi reinterpretati”, Cassiodorus 3 (1997), p. 177: “L´ultimo pilastro della storiografia tardoantica in lingua latina nel solco della tradizione”.

2 Según R.C. Blockley, Ammianus Marcellinus. A study of his historiography and political thought, Bruxelles 1975, p. 27-28, Amiano introduce en su obra sus preconcepciones morales, al estilo de todos los historiadores romanos importantes, aunque su aproximación resulte diferente: “History´s function was to enshrine the good and evil actions of the past as examples for posteriority and to provide a reward for the good and a punishment for the bad (vid. p. 162-163), lo que, básicamente, significa que son los hombres y su carácter cuentan en la Historia, no los sistemas políticos o las fuerzas económicas; en cuanto que se trata de juicios morales basados sobre principios generales, esto suele deriva en la producción de tipos (“black-and-white caricatures of virtue and vice”, p. 27), algo que Amiano tiende a reforzar por su tendencia, en ocasiones, a generalizar a partir de una idea dominante.

3 R.C. Blockley, op.cit., p. 137; P.M. Camus, Ammien Marcellin. Témoin des courants culturels et religieux a la fin du IVe siècle, Paris 1967, p. 7.

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histórica, evitar la extensión en los detalles insignificantes (minutiae, XXVI, 1, 1) en la más pura línea de Tácito4.

Asimismo, a las Res gestae se las ha considerado como una Historia militar5, con una estructura narrativa en la que constantemente se reconoce el peso específico del ejército6, aunque sin por ello obviar el protagonismo de los problemas civiles7. Amiano muestra un interés particular por el ejército, en cuanto determinante de la legitimidad imperial, en multitud de ocasiones; él vivió en un mundo en el que la elección civil ya no revestia importancia alguna8.

A lo largo del Bajo Imperio no faltaron, en la producción literaria de esta época, tratados militares9 que intentasen ayudar con sus consejos al depauperado ejército romano: aunque los generales, por norma, los consideraban inútiles y preferían la experiencia de perso-

4 R.C. Blockley, op.cit., p. 100; Ibidem, “Tacitean influence upon Ammianus Marce-llinus”, Latomus XXXII, 1 (1973), p. 73.

5 N. Santos, “Recensión a la obra de G.A. Crump, Ammianus Marcellinus as a military historian”, Wiesbaden 1975, p. 406: “Puesto que Amiano Marcelino se desenvolvió como un oficial del estado mayor, desarrolla un conocimiento práctico al describir los factores que contribuyeron a la concepción y ejecución de la estra-tegia: dicho ingenio se encuentra, no obstante, parcialmente obscurecido por su celo hacia una elegancia literaria, pese a lo cual los detalles de su narración forman una visión instructiva de los problemas estratégicos en el siglo IV dC”.

6 V. Neri, “Ammiano Marcellino e l´elezione di Valentiniano”, R.S.A. 15 (1985), p. 178.

7 R.C. Blockley, op.cit., p. 13 y 18.

8 S.A. Stertz, “Ammianus Marcellinus´attitudes toward earlier emperors”, en Studies in Latin Literature and Roman History, vol. II, Bruxelles 1980, p. 489; R.C. Blockley, op.cit., p. 57.

9 Los dos más famosos son el De re militari de Vegecio y el anónimo De rebus bellicis. Según W. Goffart, “The date and purpose of Vegetius´De re militari”, en Rome´s fall and after, London 1989, p. 45-80 (= Traditio 33 (1977), p. 65-100), p. 48, la principal diferencia entre ambos es que el primero tiene un carácter más divulgativo, mien-tras que el segundo va dirigido a la burocracia palaciega.

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najes curtidos en la realidad de la guerra10. No podemos considerar las Res gestae de Amiano como uno de esos tratados, pero sin duda alguna de la información militar de nuestro autor resulta patente, dada su experiencia personal en ese campo y su cercanía a los puestos de mando durante su carrera como soldado11. Sus conocimientos milita-res pueden observarse a través de significativos pasajes de la obra12.

10 J. Arce, “Estrabón sobre la Bética”, en Estudios sobre Urso, Colonia Iulia Genetiva, Sevilla 1989, p. 221.

11 G.A. Crump, “Ammianus and the late Roman army”, Historia XXII, 1 (1973), p. 92 y 101; A.D. Lee, Information and frontiers. Roman foreign relations in Late Antiquity, Cambridge 1993, p. 7-9. N.J.E. Austin, Ammianus on Warfare. An investigation into Ammianus´military knowledge, Bruxelles 1979, p. 164-165, presenta las siguientes observaciones generales sobre los conocimientos militares de Amiano: A) Las Res gestae constituyen un trabajo literario, no pretende ser un tratado técnico en conoci-mientos militares: Amiano sacrifica el vocabulario técnico a las convenciones litera-rias y retóricas para adecuar su texto al auditorio. B) Aunque la obra no es un trata-do técnico, contiene considerable información específica, particularmente en las facetas de inteligencia y cuarteles generales, tanto en la táctica como, sobre todo, en la estrategia. Amiano, sin embargo, no puede compararse en este terreno a otros autores como César. C) El punto de vista de la narración de la historia militar en el antioqueno es la de un miembro del cuartel general antes que la de un oficial de campo, con lo cual muestra una tendencia a describir las líneas generales antes que el detalle; casi no hace mención a sus actuaciones en combate. D) Sus fuentes de información suelen ser individuos con destinos similares al suyo, a excepción de las campañas africanas de Teodosio senior, donde su informante es un civil. E) Por todo lo anteriormente dicho, las Res gestae se convierten en una de las fuentes más importantes para la comprensión del siglo IV.

12 Por ejemplo, la descripción de la batalla de Argentoratum (XVI, 12, 1-66); descrip-ción del sitio y toma de Amida (XVIII, 9-10; XIX, 1-9); disgresión sobre máquinas de guerra (XXIII, 4, 1-15), en el contexto de la campaña persa de Juliano; informa-ción sobre la defensa de Valentiniano de la orilla gala del Rin (XXVIII, 2, 1-4); descripción de la batalla de Adrianópolis (XXXI, 12-13); descripción del sitio de Adrianópolis por los godos (XXXI, 15, 1-15); N.J.E. Austin, op.cit., p. 19-20, apunta que, además de las mencionadas, Amiano participaría de alguna forma en la repre-sión de las incursiones isaurias (353) y contra las razzias de Nohodares (354). Para lo militar en Amiano vid. E. Nischer, “Das Römische Heer und Seine Generale Nach Ammianus Marcellinus”, Hermes 63 (1928), p. 430-456.

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Por todo lo anteriormente dicho, no podemos estar de acuerdo con la tesis sobre el escaso interés aparente de Amiano13 (y de otros autores tardorromanos14) por la Península Ibérica que ha elaborado, no hace mucho tiempo, el profesor Alonso-Núñez en algunos artícu-los publicados en la revista Latomus. Todos ellos apuntan hacia la ausencia de conflictos militares en el solar hispano durante el siglo IV y la atracción, por motivos bélicos, que otras regiones del orbe romano suscita en los intelectuales de la época15, como las causas que elevan a la Hispania tardoantigua a la categoría de “gran ausente” de las fuentes bajoimperiales.

Se ha escrito, aún más recientemente, que Teodosio estableció una jerarquía entre las regiones que él consideraba vitales para el

13 J.M. Alonso-Núñez, “Ammien Marcellin et la Péninsule Iberique”, Latomus 39 (1979), p. 188-192.

14 De ellos no nos ocuparemos en este trabajo por la evidente falta de espacio. Serán objeto de estudio en otro trabajo aparte.

15 J.M. Alonso-Núñez, “Festus et la Péninsule Ibérique”, Latomus 39, 1 (1980), p. 161-164: Festo sólo dedica dos pasajes a Hispania en su “Breviario”: el III, relativo a la conquista de la Península por Roma y, sin mencionar ningún hecho histórico entre su época y la de Augusto, el V, donde se citan las provincias hispanas tras la reorganización administrativa de Diocleciano. A juicio de Alonso-Núñez, Festo estaría más interesado por la administración del Oriente y, como Amiano, reflejaría la ausencia de hechos importantes en Hispania; “Eutrope et la Péninsule Ibérique”, Latomus, 40 (1981), p. 384-387: Eutropio escribe un breviario dirigido a los niveles administrativos que exigen objetividad y patriotismo sin fisuras, interesándose sobre todo por Roma y obviando los particularismos de las distintas provincias del Impe-rio; “Aurelius Victor et la Péninsule Iberique”, Latomus 41, 2 (1982), p. 362-364: no varía un ápice en sus apreciaciones, aunque la información sobre la Península es más abundante en el autor del Liber de Caesaribus que en Festo y Amiano; en “Orosius on contemporary Spain”, en Studies in Latin Literature and Roman History V , Bruxelles 1989, p. 439-507, destaca el hispanismo del autor y su adhesión a la dinastía teodosiana, considerando el período que va desde mediados del siglo III a principios del V como un período de paz; vid. también “Aspectos de la Hispania romana del siglo IV. Límites cronológicos y consideraciones sobre las fuentes para su reconstrucción histórica”, SHHA VIII (1990), p. 7-10.

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Imperio y aquéllas que tenían un carácter secundario (Hispania16, Galia, Britania...): entre las primeras figuraban Italia (por su prestigio histórico y sus bases militares), África (cereales), los Balcanes (bisagra entre Occidente y Oriente), Asia Menor y Siria (por sus buenas comunicaciones y sus ricas ciudades) y Egipto (la cesta del pan de Constantinopla)17; sin embargo, una zona como Britania, cuyo control se pierde definitivamente a principios del siglo V, que no resultaba decisiva en modo alguno para el Imperio18, recibe una exagerada atención de Amiano Marcelino19. Además, hemos de tener en cuenta que el antioqueno hace gala de un gran patriotismo20 a través de dos rasgos de su obra: la utilización del latín21 (aunque su

16 J.M. Alonso-Núñez, “Aspectos de la Hispania romana...”, p. 8 ss: en el siglo IV la Península Ibérica comienza a aislarse del resto del mundo romano occidental, con unas estructuras económicas en declive, una polarización social y una crisis demográfica evidente.

17 G. Williams, S. Friell, Theodosius: the Empire at bay, London 1994, p. 72 y 114.

18 A.D. Lee, op.cit., p. 4.

19 N. Santos, “Amiano Marcelino y las Islas Británicas”, M.H.A. XI-XII (1990-1991), p. 317-336. N.J.E. Austin, op.cit., p. 42, afirma todo lo contrario: Amiano dedica poco espacio a Britania, en comparación con otras zonas, tal vez porque no dispone de una buena fuente de información.

20 Vid. F. Paschoud, Roma Aeterna. Études sur le patriotisme Romain dans l´Occident latin a l´époque des grandes invasions, Neuchâtel 1967, p. 33-70.

21 S.A. Stertz, art.cit., p. 497, hace notar que Amiano nombra a los historiadores no griegos del Imperio Romano, con lo que se alinea más con los biógrafos imperiales latinos; vid. R.C. Blockley, op.cit., p. 13 ss y 28 ss. El latín, lengua administrativa del Imperio, convivía con muchas otros entre las que destacaba el griego. Av. Cameron, El mundo mediterráneo en la Antigüedad Tardía, Barcelona 1998, p. 15-16 opina que tal galimatías lingüístico no supuso un obstáculo para que la Administración funcionara de forma aceptable y que (p. 152) hasta mediados del siglo VI, el latín continuó siendo la lengua del Derecho, la administración y el ejército, y su uso se hallaba bastante generalizado en ciudades de lengua griega como Constantinopla; W. Goffart, art.cit., p. 62: Vegecio, que con su obra se dirige a Teodosio II, escribe su texto en latín, pues también los emperadores de Oriente la dominaban; A. Cameron, “The Roman friends of Ammianus”, J.R.S. LIV, (1964), p. 28, opina que el uso del latín por un autor griego como Amiano se debería a lo que el antioqueno expresa en pasajes como XIV, 6, 2 o XXII, 9, 7: voluntad de

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lengua materna fuera el griego) y la atención preferente a la Urbe, dejando al Oriente griego y a su gran ciudad, Constantinopla, en un segundo plano22. Si a ello añadimos que “la diócesis hispánica ocupa-ba un lugar nada despreciable dentro del conjunto de los importantes gobiernos regionales de las pars Occidentis, solo superada claramente a su igual nivel por la propia Italia, meta para la mayoría de los desta-cados senadores de Roma que en esta época abandonaban su otium por una carrera administrativa”23, entonces tendremos que revisar la postura de nuestro historiador hacia el territorio hispano. De igual modo, el peso económico de Hispania durante el Bajo Imperio resul-ta considerable: se ha recuperado de la crisis a partir del tercer cuarto del siglo III24 y, en 383, ya puede incluso suministrar grano a Roma durante una hambruna25.

Las noticias hispanas que aparecen en Amiano son las siguientes:

narrar desde el punto de vista romano; o tal vez podría explicarse si encuadramos a Amiano en la tendencia de autores latinos occidentales, como Sidonio Apolinar, que afirman con su obra literaria en tal idioma el estatus del hombre privilegiado en un contexto de progresiva barbarización del Imperio: vid. J.d. Harries, “Sidonius Apollinaris and the frontier of Romanitas”, en Shifting Frontiers in Late Antiquity, Aldershot 1996, p. 34-35.

22 M. Martínez Pastor, art.cit., p. 112.

23 L.A. García Moreno, “España y el Imperio en época teodosiana. A la espera del bárbaro”, en I Congreso Caesaraugustano, ed. G. Fatas, Zaragoza 1981, p. 41; sin embargo, el mismo autor se contradice cuando afirma, en p. 30-3, que la diócesis hispánica es una zona marginal en el siglo IV por su crisis económica y a causa de la debilidad de los grupos dirigentes, lo que justifica la escasez de datos en las fuentes históricas, sobre todo en Amiano.

24 J.F. Rodríguez Neila, “Aspectos del siglo III dC. en Hispania”, H.Ant. II (1972), p. 185-186 señala, sin embargo, algunos sectores económicos como el comercio o la ganadería que se mantuvieron pujantes a lo largo de la centuria.

25 J.M. Blázquez, “La Bética en el Bajo Imperio”, Latomus 37, 2 (1978), p. 472 ss; Symm., Rel. XXXVII, 310, 4 ss; Claud,. In Eutr., I, 407, nos dice que cuando Gildón cortó el suministro de grano norteafricano a Roma, Hispania abastece a la Urbe; SHA,Vit.Aur. 48, 1: testimonia el aprovisionamiento de aceite hispano a la plebe romana.

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- XIV, 5, 6: en el contexto de la represión de los partidarios de Magnencio, se cita al temible notario Paulo Catena26, oriundo de Hispania27.

- XIV, 11, 33: explicando las causas de la caída de Galo, Amiano hace alusión a Viriato, dentro de una lista de personajes que, partien-do de un origen humilde, llegan a las más altas cotas de poder por mero capricho de la fortuna.

- XV, 9, 6: alusión al mito de Gerión, a la hora de explicar el ori-gen de los galos según los griegos.

- XV, 10, 2: la Galia limita por el Oeste con el océano y los Pirineos28.

- XV, 10, 10-11: Publio Cornelio Escipión intenta parar a Aníbal en su ataque a Italia y envía a su hermano Cneo, con una flota, a Hispania para luchar contra Asdrúbal. Alusión a Sagunto

- XVI, 8, 9: un agens in rebus acusa sin fundamento, en Hispania, a una ilustre familia de conspirar contra el emperador29.

- XX, 8, 13: tras ser proclamado augusto por el ejército, Juliano informa a Constancio que está dispuesto a enviarle caballos de tiro hispanos y jóvenes laeti de la orilla izquierda del Rin, así como germa-

26 Documentado en otros pasajes de las Res gestae, siempre como delator, instigador y perseguidor: XV, 3, 4; XV, 6,1; XIX, 12, 1. Juzgado en los procesos de Calcedonia (361-362), fue quemado vivo.

27 Tal vez, incluso, de la propia Gallaecia, patria chica de Teodosio (vid. J.M. Alonso-Núñez, “Ammien Marcellin et la Péninsule…”, p. 191): si esto fuera así, no podríamos resistirnos a la tentación de ver en el notario un velado reflejo de la dureza y de la perfidia del emperador hispano.

28 J.M. Alonso-Núñez, “Ammien Marcellin et la Péninsule…”, p. 188: este dato lo extrae Amiano de Ptolomeo, y demuestra que el antioqueno no tenía una idea muy exacta de la geografía peninsular.

29 J.M. Alonso-Núñez, “Ammien Marcellin et la Péninsule…”, p. 191: interpreta en este pasaje que los funcionarios imperiales tenían un gran poder en la Península y actuaban de forma arbitraria.

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nos transrenanos que se presten a ser reclutados, como tropas auxi-liares.

- XXI, 4, 6: el rey alamán Vadomario, capturado por Juliano, es confinado en Hispania.

- XXIII, 1, 4: Juliano recibe en Antioquía a una legación de varo-nes ilustres de Roma. A uno de ellos, Volusio Venusto, le encomien-da el vicariado de Hispania.

- XXIII, 5, 20: alusión a la destrucción de Numancia por Escipión (en el contexto de la campaña persa de Juliano): ejemplo de un ene-migo de Roma que requiere de grandes esfuerzos para ser derrotado. Citada antes en XVII, 11, 330.

- XXIII, 6, 21: al describir Persia, Amiano dice que al igual que Iberia recibe su nombre del río Hiberus, y la Bética del Betis, lo mismo ocurre con otras regiones como India, Eufratense, Adiabene, etc.

- XXV, 9, 10: a Escipión se le niega el triunfo cuando arrebató Hispania a los cartagineses.

- XXVIII, 1, 26: Falangio, consular de la Bética, procesa y ejecuta al joven Loliano, hijo del exprefecto del pretorio galo Lampadio, por copiar un libro de fórmulas mágicas.

- XXXI, 4, 9-10: la catástrofe de Adrianópolis requería a hombres capaces y no a los peor reputados como Lupicino y Máximo. Este último, hispano (aunque Amiano no dice nada al respecto), es descri-to como un “duque funesto”, de una gran avidez por el dinero31.

30 J.M. Alonso-Núñez, “Ammien Marcellin et la Péninsule…”, p. 190: de todos los episodios de la conquista de la Península, Amiano tiene como fuente a Polibio; las noticias amianeas al respecto, pues, no tienen un valor histórico de fuente, pero nos muestran las lecturas históricas del antioqueno

31 No mencionada en J.M. Alonso-Núñez, 1979; según Williams, S., Friell, G., op.cit., p. 37, Máximo, apoyo en la entronización de Teodosio, un dato que el auditorio pagano de Amiano debía conocer bien.

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- XXXI, 13, 17: C. Cornelio Escipión Calvo muere en Hispania, contra los cartagineses en un incendio provocado por el enemigo, al igual que Valente en Adrianópolis.

La abrumadora mayoría de estas noticias hispanas tienen un carác-ter negativo o luctuoso. Si examinamos, por otra parte, las referencias a los emperadores hispanos, Trajano y Adriano, éstos son tratados con indiferencia32 (caso de Trajano en las 15 referencias existentes) o incluso con dureza (Adriano, con 7 referencias, es acusado de envi-dioso en XXX, 8, 10) por el antioqueno33. El primero de ellos recibe en la Historia Augusta un total de 31 referencias; el segundo es men-cionado en la misma obra en 17 ocasiones. Pese a que en XXX, 9, 1 Juliano, el héroe de nuestro autor34 es comparado a Trajano y a Marco Aurelio, dos ejemplos de príncipes ideales en el mundo roma-no, y que en XXIV, 3, 9 se vuelve a comparar a Trajano con el Após-tata, en XXVII, 3, 7 se compara a Trajano con Valentiniano I, lo cual no dice mucho a favor del primero de los emperadores de Itálica35; Valentiniano: colérico, cruel, envidioso, cobarde, salvaje en todos sus

32 M. Martínez Pastor, art.cit., p. 112: en cuanto a Adriano, el mayor interés de este emperador por Oriente (siendo Occidente la parte del Imperio que más atención tiene de Amiano, puede constituir una razón por la que no reciba tanto protago-nismo como en la Historia Augusta (vid. S.A. Stertz, art.cit., p. 504).

33 Al respecto vid. S.A. Stertz, art.cit., p. 500-501.

34 Juliano es para Amiano la antítesis de Constancio II, el genio militar, visto desde la perspectiva de un protector domesticus, que ofrece la mejor garantía de un gobierno presidido por los valores morales, algo muy distanto de lo que había sido el reinado de su primo. Vid. C. Di Spigno, “Studi su Ammiano Marcellino. Il regno di Cons-tanzo II”, Helikon II (1962), p. 457-458.

35 Valentiniano es un emperador con muy mala prensa en Amiano: R.C. Blockley, op.cit., p. 52, ha visto en el salvajismo de este emperador, una crítica a la brutalidad de Teodosio por episodios como la matanza de Tesalónica; vid. también R. Syme, Ammianus and the Historia Augusta, Oxford 1968, p. 13-14 y E.A. Thompson, The historical work of Ammianus Marcellinus, Gröningen 1969 [1947], p. 116.

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actos, pesadilla de la aristocracia senatorial36, la única virtud que nuestro historiador señala de él con cierta constancia (su capacidad para el mando militar) no parece dulcificar la visión de un auténtico desequilibrado37. En XXV, 8, 5 se compara a Trajano con Septimio Severo, emperador éste que en Amiano recibe un homenaje por su talento militar, su frugalidad y su prudencia, omiténdose su hostilidad hacia el Senado38. Un autor como Aurelio Víctor, por ejemplo, siente simpatía por los emperadores de origen provincial (puesto que él mismo era norteafricano por ascendencia) y en De Caes., XIII, 1 8 alaba a Trajano, mientras que en XIII, 11 hace lo propio con Adriano39. El antioqueno no escapa a la costumbre de clasificar a los

36 Valentiniano I prefería, aprovechando el pozo artesiano de talento que constituía el ejército en su época (vid. P. Brown, El mundo en la Antigüedad Tardía: de Marco Aurelio a Mahoma, Madrid 1989, p. 35), la profesionalidad de sus oficiales panonios al rancio abolengo de la aristocracia senatorial (vid. J.F. Matthews, Western aristocracies and imperial court AD 364-425, Oxford 1975, p. 39-40). Su odio hacia la nobilitas fue famoso entre todos los autores que escribieron sobre este emperador, principalmente Amiano Marcelino, quien documenta que llegó a promulgar una ley que permitía torturar a los senadores acusados de maiestas (Amm. XXVIII, 1), ley que derogó su hijo Graciano (C.Th., 9, 35, 3; Aus., Grat.act., I, 3; véase también R. Etiénne, et alii, Ausone, humaniste aquitain, Bordeaux 1968, p. 50: “Après la nuit tragique du regne de Valentinien, un nouvel âge d´or debute: la felicitas revient”), puesto que necesitaba todo el apoyo posible en los difíciles comienzos de su reinado (H.G. Sivan, Ausonius of Bourdeaux: genesis of a Gallic aristocracy, London 1993: “An emperor like Gratian whose sole claim to the throne was a dinastic right and who still had to demonstrate military and administrative ability, needed all the support he could get, especially from the rich senators of Rome”. Igualmente, Zos., IV, 1, 1 nos recuerda el colérico carácter del dinasta, rasgo que, recordemos, le llevará a la tumba. Para un planteamiento general del enfrentamiento entre Valenti-niano y la aristocracia senatorial, puede consultarse A. Alföldi, A conflict of ideas in the Roman Empire, Oxford 1952, especialmente el capítulo V y P. Hamblenne, “Une “conjuration sous Valentinien?”, Byzantion L, 1 (1980), p. 198-225.

37 Sobre el retrato de Valentiniano en las Res gestae vid. R.C. Blockley, op.cit., p. 41-47. A. Alföldi, op.cit., p. 25-27, hace hincapié en la injusticia de este retrato.

38 S.A. Stertz, art.cit., p. 506. Este retrato de S. Severo también lo hallamos en Epit.de Caes., XX, 5.

39 Esto lo admite J.M. Alonso-Núñez, “Aurelius Victor…”, p. 363.

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emperadores en buenos y malos, tan boga en el siglo IV como en el I, aunque aquél se distancia de la norma en lo que a la consideración de los Antoninos se refiere40. Trajano y Adriano, ejemplos de buenos príncipes en la mayor parte de las obra de la Antigüedad Tardía, son tratados en las R.G. con un elevado grado de premeditada frialdad. Recordemos que en el momento en que Amiano escribe, se halla en el trono un hispano.

J.M. Alonso-Núñez afirmaba el desinterés de Amiano sobre la Península en la tranquilidad que reinaba en la misma durante el siglo IV41. Por su parte, F.A. Muñoz ha definido a la Hispania del período entre Augusto y el 409 como un territorio sumido en una “paz imperfecta”. Consistiría ésta en la existencia de un cierto grado de violencia paralelo a determinadas circunstancias positivas: ausencia de conflictos armados, ciertos niveles de estabilidad y valores positivos de libertad, cooperación, creatividad, etc., todo favorecido por una geografía que aisla a la Península y por su alejamiento del centro del Mediterráneo42. Si bien las fuentes no nos hablan, para el siglo IV, de invasiones de extraliminares, deberíamos tener en cuenta que “la Hispania teodosiana no parecía poder esperar a otros bárbaros que no fuesen los interiores, los no cristianos y escasamente romanizados

40 S.A. Stertz, art.cit., p. 491-492 y 504. Por ejemplo, Antonino Pío aparece única-mente referenciado en 2 ocasiones en Amiano (por 13 en la Historia Augusta), ya que era un emperador con el que su héroe, Juliano, simpatizaba poco (Iul., Caes., 311, c-d; también desfavorecido en Aur.Vict., Caes., 16). Sin embargo, Marco Aure-lio, con 20 referencias, permanece en su rol de gobernante con éxito militar y sabiduría erudita, punto de referencia continuo del Apóstata (XXII, 5, 4-5; XXV, 4, 17); vid. también P-M. Camus, op.cit., p. 114-115; S.A. Stertz, art.cit., p. 508, ha apuntado que, sin embargo, frente a un emperador con mala fama como Galieno en la historiografía prosenatorial, nuestro autor utiliza un tratamiento más bien positivo: Esta apreciación positiva vendría motivada por el filohelenismo del hijo de Valeriano.

41 J.M. Alonso-Núñez, “Ammien Marcellin et la Péninsule…”, passim.

42 F.A. Muñoz, “Del odio a la paz de los indígenas: guerra y resistencia en la Hispania meridional”, en La Bética en su problemática histórica, Granada 1991, p. 205.

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a la vez”43. Entre estos bárbaros interiores destaca la bagauda, fruto de una sociedad que se mantenía opresiva y explotadora aún al precio de su propio hundimiento44. Siguiendo la tendencia general de la literatura del siglo IV, no hallamos ningún testimonio directo del fenómeno de la bagauda en Amiano Marcelino. Sin embargo, en XXVII, 2, 11, el autor, que está hablando del reinado de Valentiniano I, hace alusión a ciertos problemas de orden público en algunas regio-nes de la Galia y declina profundizar en el tema argumentando que otros episodios de guerra en las fronteras resultan de mayor interés, mientras que tales episodios sólo aportarían un matiz ignominioso a su obra. ¿Por qué esta actitud? ¿Ocurre, como se ha apuntado, que el dinasta tuvo que afrontar serias rebeliones de campesinos sin conse-

43 L.A. García Moreno, art.cit., p. 63; Prud., Perist., I, 94 ss., califica a los vascones de bárbaros: “iamne credis, bruta quondam Vasconum gentilitas/, quam sacrum crudelis error inmolarit sanguinem?”; al respecto vid. J. Fontaine, “Romanité et hispanité dans la litterature hispano-romaine des IV-V siècles”, en Assimilation et résistance à la culture gréco-romaine dan le monde ancien, Paris 1974, p. 308 ss.

44 J. Sánchez León, Los bagaudas: rebeldes, demonios, mártires. Revueltas campesinas en Galia e Hispania durante el Bajo Imperio, Jaén 1996, p. 34 ss: el bagaudismo surge en aquella regiones periféricas menos romanizadas y con mayor grado de indigenismo; también en zonas de bandolerismo tradicional; p. 49-50: “El horizonte cultural de los bagaudas debió consistir en el sincretismo entre romanidad e indigenismo que se puede encontrar en los medios rurales de Armórica y Vasconia, las regiones de Galia e Hispania con menor grado de romanización y mayor nivel de indigenismo... Si existiera “conciencia nacional” en el Bajo Imperio, los bagaudas serían revueltas nativas fieles a un pasado prerromano, el antirromanismo que aparece en las revuel-tas no es político (nacionalismo), sino cultural (indigenismo, de-romanización). Oros., VII, 41, 7: muchos provinciales hispanos preferían la libertad en pobres condiciones entre los bárbaros, a pagar tributo entre los romanos. La situación de las clases bajas no mejoraría con los germanos en el poder A.M. González-Cobos Dávila, “Las clases sociales hispano-romanas y sus relaciones dentro de la sociedad visigótica”, M.H.A. X (1989), p. 177-180.: los grupos sociales bajo y medio de la sociedad latinohablante recibieron de los nuevos señores germánicos un trato tan opresivo o más que el que recibían de los honestiores romanos; en ese sentido se produjo un desenraizamiento de las clases bajas en relación con la identidad religio-sa y política del Estado, como ocurriría en la Hispania goda.

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guir resultados concluyentes?45 ¿O quizás el antioqueno se niega a recordar a su selecto auditorio, miembros del orden senatorial y terra-teniente, un peligro existente en la época que les atañe de forma directa? 46 Algo parecido hizo Idacio, quien “en ningún momento utiliza la palabra “bagauda” para definir este tipo de movimientos sociales47. A veces negar un problema (o en todo caso omitirlo) se revela como la mejor solución para el mismo, sobre todo cuando no se dispone de una solución concluyente para el mismo y, además, no es el único que existe. Y para las élites de la Antigüedad Tardía, los bagaudas aparecen como “demonios, simbolismo de las potencialida-des negativas del adversario político, enemigo impío de la legalidad y de los dioses”48. En otras palabras: bárbaros dentro de los límites del Imperio. Los calificativos utilizados para describirles en las fuentes bajoimperiales así lo confirman49. De la inseguridad reinante en la

45 G.E.M. De Ste. Croix, La lucha de clases en el mundo griego antiguo, Barcelona 1988, p. 557.

46 E.A. Thompson, “Revueltas campesinas en la Galia e Hispania tardorromanas”, en Estudios sobre Historia Antigua, M. Finley (ed.), Madrid 1981, p. 334: “Cuando se le amenaza peligrosamente, una clase propietaria frecuentemente ocultará (si puede), e incluso negará, la existencia real de aquéllos que pretenden su destrucción”; p. 335: “Esta costumbre de omitir a los bacaudae se repite en un historiador, por otra parte, escrupuloso, del siglo cuarto que nunca se cansaba de asegurar a sus lectores que falsificar la historia no es menos criminal que omitir mencionar los hechos más importantes”; N. Santos, “Movimientos sociales en la España del Bajo Imperio”, Hispania 145 (1980), p. 238: “Este silencio de las fuentes antiguas obedecía al hecho de que los testimonios y noticias a ellos referentes fueron redactados por individuos vinculados a los propietarios de tierras del Imperio y, como consecuen-cia de ello, contaban con razones suficientes para temer al grupo constituido por los bagaudas”.

47 J.C. Sánchez León, “Sobre el final del bagaudismo en Galia e Hispania”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Hª Antigua, t. 3 (1990), p. 253

48 J.C. Sánchez León, op.cit., p. 16.

49 J.C. Sánchez León, op.cit., p. 41 ss, 85 ss: términos como agrestes ac latrones, agrestes homines, rustici, hostes, rebelles, perditos, criminosi, crudelles, saevi, vastatores, pernitiosi, furor, temeritas, malum, ausus, perfidia, pravi, nos presentan a un colectiva que por sus accio-nes antirromanas se convierten en bárbaros netos.

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diocesis, así como de la falta de una autoridad estatal, da cuenta el hecho de que los ejércitos privados se convierten en los grandes protagonistas de la vida bélica hispana desde el último cuarto del siglo IV50.

La referencia al confinamiento de Vadomario51en Hispania ha sido interpretada como una señal de la tranquilidad que reinaba en el territorio52. El líder alamán aparece caracterizado, en otros pasajes de las Res gestae, como el típico bárbaro pérfido, que devasta las zonas fronterizas (XIV, 10, 1), rompe los tratados de paz con Roma (XVI, 12, 17) y posee una extraordinaria capacidad para urdir intrigas (XXI, 3, 5). ¿Hay aquí una alusión a los riesgos que entrañaba la política gótica de Teodosio?53 ¿Tal vez debamos pensar en los posibles asen-tamientos de bárbaros en el Valle del Duero, durante la Tetrarquía, asentados en tierras baldías y con funciones militares frente a proble-mas de orden interno?54 Asimismo, quizás sea hora de reivindicar el

50 R. Sanz, “Aproximación al estudio de los ejércitos privados en Hispania durante la Antigüedad Tardía”, Gerión 4 (1986), p. 225-264; para los efectivos militares en la Hispania de los siglos IV-V, vid. A. Balil, De Marco Aurelio a Constantino: una introducción a la España del Bajo Imperio, Hispania 27 (1967), p. 308 ss.

51 H.W. Elton, “Defining Romans, Barbarians and the Roman frontier”, en Shifting Frontiers in Late Antiquity, Aldershot 1996, p. 128-129, defiende que este líder alamán era un personaje que, a pesar de su origen bárbaro, no habría sido muy diferente de un romano: vid. Amm. XXI, 3, 5, XXVI, 8, 2; XXIX, 1, 2.

52 J.M. Alonso-Núñez, “Ammien Marcellin et la Péninsule…”, p. 191.

53 Vid. M. Pavan, La politica gotica di Teodosio nella pubblicistica del suo tempo Roma, 1964.

54 A. Balil, art.cit., p. 309; “Aspectos sociales del Bajo Imperio”, Latomus XXIV, 4 (1965), p. 903-904; F. Pérez Rodríguez-Aragón, “Elementos de tipo bárbaro oriental y danubiano de época bajoimperial en Hispania”, en La Hispania de Teodosio, Segovia 1997, p. 629-647, analiza una serie de vestigios arqueológicos de tipo bárba-ro, “elementos característicos de un particular estilo de indumentaria desarrollada en la zona del Danubio medio entre finales del siglo IV y mediados del siglo V d.n.e. a partir de ingredientes diversos (germánicos, alano-sármatas, hunos y greor-romanos) por la aristocracia sedentaria, en buena medida germánica, sometida a los nómadas hunos” (p. 629); concluye afirmado (p. 641), que “la mayoría, especial-mente los objetos masculinos de “tipo huno”, debieron ser traidos por soldados

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concepto de limes hispanicus que tan desprestigiado se halla última-mente55.

Continuando en la línea de señalar un panorama turbulento, en la Hispania del Bajo Imperio constatamos la existencia, en mayor o menor grado, de las principales herejías tardoantiguas: origenismo, arrianismo, pelagianismo y, claro está, priscilianismo56. Asimismo, “es durante el siglo IV cuando tiene lugar el progresivo afianzamiento del cristianismo en la Península Ibérica”57.

Creo que ya podemos lanzar una primera afirmación: Hispania se constituyó en un país que, aún sin hallarse en la periferia del mundo romano, vivía un ambiente de “barbarie” en la mayor parte de su territorio58 en época bajoimperial: desde el siglo III, coexisten en el

romanos de origen oriental o que habían adoptado la moda danubiana”.

55 J.M. Roldán, “Un factor de romanización de la España romana imperial: el ejército hispánico”, en La Romanización de Occidente, J.M. Blázquez, J. Alvar, eds., Madrid 1996, p. 122; respecto al limes godo en la franja del Cantábrico y el Galicia (vid. L.A. García Moreno, “Estudios sobre la organización administrativa del reino visigodo de Toledo”, A.H.D.E. 44 (1974), p. 5-155; Ibidem, Historia de España Visigoda, Madrid 1989, p. 331-332) frente a suevos, astures, cántabros y vascones (para la descripción de este limes vid. M.R. Lovelle, J.L. Quiroga, “De los suevos a los visigodos en Galicia (573-711): nuevas hipótesis sobre el proceso de integración del noroeste de la Península Ibérica en el reino visigodo de Toledo”, Romanobar-barica 14 (1996-1997), p. 269 ss.), ha sido discutido recientemente por la fragilidad de las pruebas arqueológicas (M.R. Lovelle, J.L. Quiroga, art.cit., p. 275 ss); sobre las operaciones militares de los godos contra los pueblos de la franja cantábrica vid. Ibidem, p. 283-284.

56 S. Bodelón, “Orosio: una filosofía de la Historia”, M.H.A. XVIII (1997), p. 64-66.

57 J.M. Alonso-Núñez, “Aspectos de la Hispania romana...”, p. 8.

58 J.M. Blázquez, “Rechazo y asimilación de la cultura romana en Hispania (siglos IV y V)”, Assimilation et résistance à la culture gréco-romaine dan le monde ancien, Paris 1974, p. 86: “El resultado del movimiento bagáudico, como las continuas luchas, saqueos y destrucciones de suevos, vándalos y alanos hasta el definitivo asentamien-to de los visigodos, fue la barbarización de Hispania”.

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solar hispano invasiones externas, movimiento bagáudico59, bandi-daje, revueltas locales, piratería e incluso apoyo manifiesto a usurpa-dores60, cuando no usurpación directa61. Fenómenos, la mayor parte de ellos, que se repetirán a lo largo de la España visigoda62. En su provincia más desarrollada, la Bética, muchas ciudades aparecían fortificadas tras las invasiones mauritanas del siglo II63. Se ha defen-dido la existencia de indicios de crisis en Hispania ya desde el periódo de los Antoninos64. Las invasiones de francos y alamanes en 262 y 270-277 tuvieron un impacto socioeconómico enorme en la Penín-sula Ibérica65: “Comienza entonces la ruralización en gran escala de Hispania y la crisis de la vida urbana”66, cuya consecuencia más grave

59 A. Balil, “Hispania en los años 260 a 300 dC.”, Emerita 27 (1959), p. 288; N. Santos, “Movimientos sociales... ”, p. 258 ss.

60 J.F. Rodríguez Neila, art.cit., p. 191 ss. Incluso un usurpador, Bonoso, era de origen hispano (SHA, Vit.Bon., 14, 1)

61 Es el caso de Máximo, elevado a la púrpura en Hispania por Geroncio en 409-410, y más tarde por los vándalos en 419; vid. A. Balil, “Un emperador en la Hispa-nia del siglo V”, A.E.Arq. 37 (1964), p. 183-191.

62 H.J. Diesner, “Bandas de criminales, bandidos y usurpadores en la España visigoda”, H.Ant. VIII (1978), p. 129-142.

63 A. Balil, “De Marco Aurelio…”, p. 251; sobre tales invasiones, vid. N. Santos, “Las invasiones de moros en la Bética del siglo II d.n.e.”, Gades 5 (1980), p. 51-62; R. Thouvenot, “Les incursions des Maures en Bétique sous le règne de Marc-Aurele” , R.E.A. XLI (1939), p. 20-28.

64 J.M. Blázquez, “Hispania desde el año 138 al 235”, Hispania 35 (1975), p. 5-87.

65 J.F. Rodríguez Neila, art.cit., p. 181: “Es indudable que la población hispana de este siglo, sobre todo en su segunda mitad, sufrió toda una serie de avatares que provocaron su inquietud. Generalmente todo lugar habitable que ha sido excavado nos ha dado en los estratos correspondientes a este momento pruebas fehacientes de destrucción y ruina. Y es tan común y disperso el fenómeno, y alcanza tales consecuencias, que salta pronto a la vista la ineluctable necesidad de no considerar-lo producto de una invasión, sino más bien de un estado de inquietud general entre la población hispana como consecuencia de la mediocre defensa y la crisis del centralismo gubernativo que se traduciría en revueltas locales y en un estado casi anárquico”.

66 E. Sáez, “La dominación germanica en Hispania. Perfil histórico y bibliografía”,

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será una polarización social, acompañada del consiguiente deterioro de vida del pueblo67. En conclusión, la Hispania del Bajo Imperio asistirá a una serie de cambios estructurales que trasformarán los esquemas tradicionales del orden romano y darán lugar a una situa-ción nueva donde la Iglesia tiene mucho que decir68.

Parece que claro que las motivaciones que tuvo Amiano para su “aparente” desinterés (o podríamos decir “hostilidad”) por lo hispano radica en la época en que publicó su obra: la de Teodosio69, un gober-nantes bastante denostado en las obras de los autores paganos70.

en Passaggio dal Mondo Antico al Medio Evo, da Teodosio a San Gregorio Magno. Atti dei Convegni Lincei. Accademia Nazionale dei Lincei. Roma 1980, p. 257; apoyan esta línea argumental J.M. Blázquez, “La crisis del siglo III en Hispania y Mauritania Tingitana”, Hispania 28 (1968), p. 5 ss; “La Bética...”, p. 470 ss; M. Tarradell, “Sobre las invasiones germánicas del siglo III dC. en la Península Ibérica”, Estudios Clásicos 3 (1955), p. 95 ss; J.F. Rodríguez Neila, art.cit., p. 199 ss; F.J. García de Castro, art.cit., p. 329 ss; en la línea contraria, J. Arce, “La crisis del siglo III dC. en Hispa-nia y las invasiones bárbaras”, H.Ant. VIII (1978), p. 257-269: ni las fuentes escri-tas, que tratan la figura de Galieno desde una óptica prosenatorial, ni la evidencia arqueológica (estudio de devastaciones, tesorillos, etc.) confirman que las invasiones germanas del siglo III llevaran a la Península Ibérica a la crisis: “La invasión catas-trófica y apocalíptica que han creado los historiadores para la Península Ibérica en el siglo III, dista mucho de estar demostrada y evidenciada científica y rigurosamen-te... Reducida a justo medio y proporción, la invasión franca de mediados del siglo III y la crisis de ese mismo siglo en Hispania parecen tener poca conexión entre sí”. Para la ciudad hispanorromana en los siglos IV-V, vid. A. Fuentes Domínguez, “Aproximación a la ciudad hispana de los siglos IV-V dC”, en La Hispania de Teodosio…, p. 477-497.

67 F.J. García de Castro, art.cit., p. 337.

68 Ibidem, p. 345 ss.

69 En cuanto a la fecha de publicación, no se ha especulado poco al respecto. R.C. Blockley, op.cit., p. 5-16, piensa que el libro XXI parece haberse publicado antes del año 391 (año en que se destruye el Serapeum de Alejandría y se menciona la prefec-tura urbana de Aurelio Víctor); R. Syme, op.cit., p. 10 ss., expone que nadie pudo haber ignorado la destrucción del Serapeum: por lo tanto, la datación del libro XXII se fijaría antes del verano del 391, mientras que el libro XXI sería escrito antes del 388/389. El autor debió haber terminado el libro XXV en el 392. Amiano recitó los libros XV-XXV en el 393. A raíz de las comparaciones entre la disgresión

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amianea sobre los hunos y los datos que en esa línea aporta Jerónimo, se ha estable-cido que Amiano concluyó el libro XXXI en el inverno del 392-393. Amiano escri-be bajo el reinado de Honorio, y se muestra cauto sobre temas religiosos y prudente a la hora de elogiar a Teodosio; por lo tanto, el libro XXV aparece antes o durante el 392. Tras la muerte de Valentiniano II, último de los emperadores panonios, Amiano decide escribir sobre esta dinastía; los libros XXVI a XXXI no se sabe si fueron publicados durante el reinado de Eugenio (392-395); al canadiense le cuesta creer que el antioqueno publicara efusivas alabanzas al padre de Teodosio estando Eugenio vivo; J.M. Alonso-Núñez, J.M. Alonso-Núñez, La visión historiográfica de Amiano Marcelino, Valladolid 1975, p. 53, señala que en la alabanza que Amiano dedica a Teodosio (princeps postea perfecctissimus, XXIX, 6, 15) parece poco probable inferir que el emperador estuviera vivo, ya que el antioqueno estaba expresando, por asociación, su satisfacción ante el reinado de Teodosio. Por lo que el año del óbito del emperador, el 395, constituiría un término post quem para datar el libro XXIX. Ya analizamos, en el capítulo VI, el sentido de tales alabanzas, por lo que consideramos erróneo la hipótesis del profesor Alonso-Núñez: Teodosio estaba vivito y coleando cuando nuestro historiador lee sus “Historias” en Roma; así que sería tras la batalla del río Frígido o en el reinado de los descendientes de Teodosio. En todo caso, ya fuera en el reinado de Eugenio, Teodosio u Honorio, R.C. Blockley, op.cit., p. 94, afirma: “And on the whole he successfully avoids these limitations in his last six books, except when he deals with matters of concern to the house of Theodosius”; vid. Amm. XXVII, 8, 6-10; XXVIII, 3; XXIX, 5; E.A. Thompson, op.cit., p. 93 ss; se defiende, pues, que Amiano escribió sin las limitacio-nes de la amenaza de represalias y sin necesidad de caer en la lisonja panegírica, manteniendo incluso un tono crítico. Por su parte, E.A. Thompson, op.cit., p. 18-19, opina que la obra comienza a publicarse en el 392 y que entre los años 394-397 el historiador procedería a su conclusión, así como a la revisión de los primeros libros. También O.J. Maenchen-Helfen, “The date of Ammianus Marcellinus´last books”, AJPh. 76 (1955), p. 384-399, ha apuntado que Amiano termina su obra en el invierno del 392-393.

70 La visión que nos ofrece Zósimo sobre Teodosio es la de un gobernante entre-gado a la pereza (IV, 13), que sin embargo muestra períodos de frenética actividad entre largas temporadas de entrega a la molicie (IV, 55). Sin embargo, el emperador había conseguido reconstruir el debilitado ejército de los años de Adrianópolis, había asimilado con éxito a los bárbaros en el ejército y la administración, había rechazado la invasión de los greuzungos del 386 y había logrado la unificación del Imperio y de la Iglesia. S. Williams, G. Friell, op.cit., p. 72; L.A. García Moreno, “España y el Imperio...”, p. 29: “La época de Teodosio representó un momento decisivo en la constitución de elementos políticos y culturales típicos de la Spätan-tike mediterránea. Tales serían: el inicio de una nueva política bárbara basada en la

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La política religiosa de Teodosio le convirtió en el ideal del modelo de gobernante cristiano, por encima incluso de Constantino71, aunque él seguía la evolución religiosa de su época para sus propios fines políticos72. Los partidarios hispanos de Teodosio73, que ocupa-ron altos cargos en Constantinopla, eran católicos fervientes y espera-ban que el emperador interviniera de forma contundente contra heré-ticos y paganos74. A medida que avanzamos hacia la figura del dominus,

colaboración por vía de foedera de graduación diversa con varias estirpes germánicas y, en primer lugar, los visigodos; la implantación definitiva del gobierno de la Pars Orientis en Constantinopla, a la muerte del gran emperador, la final división de facto del Imperio en sus dos mitades, dotadas de gobiernos cada vez más autonómos y diferenciados al enfrentarse con problemas diversos; y la plena estabilización del Imperium Romanum Christianum”.

71 W. Goffart, “An empire unmade: Rome, AD 300-600”, p. 33-44, en en Rome´s fall..., p. 36.

72 P. Brown, op.cit., p. 126; S. Williams, G. Friell, op.cit., p. 52: los emperadores cristianos, aunque probablemente sinceros en su fe, no olvidaban que ante todo eran gobernantes romanos y por ello utilizaron a la Iglesia en función de sus intere-ses: generalmente se bautizan en su lecho de muerte o eligen aquella facción del mundo cristiano (arrianismo de Valente, por ejemplo) que consideran más fácil de manejar.

73 L.A. García Moreno, “España y el Imperio...”, p. 47: lo único que es posible distinguir entre la aristocracia peninsular a fines del siglo IV es el desarrollo de un cierto particularismo hispánico, mantenido siempre en el seno de una impecable fidelidad a la Roma Aeterna. No se documentan senadores béticos en el Bajo Impe-rio: J.M. Blázquez, “La Bética...”, p. 481; según J.F. Rodríguez Neila, art.cit., p. 183, ésta es una tendencia que se origina en el siglo III, en un período histórico en el que el orden ecuestre va copando los puestos de la administración hispana73. F.J. García de Castro, “La trayectoria histórica de Hispania Romana durante el siglo IV dC.”, H.Ant. XIX (1995), p. 341: en torno a la familia teodosiana, surge, en Gallaecia, un grupo de senadores cuyo rasgo común es el de ser homines novi. Estos advenedizos son muy criticados por Amiano, en cuanto rivales de la aristocracia tradicional.

74 S. Williams, G. Friell, op.cit., p. 56; L.A. García Moreno, “España y el Imperio...”, p. 57: la religiosidad cristiana de las aristocracias occidentales en época teodosiana se manifestaba en el desarrollo del culto a los mártires, la aparición de movimientos ascéticos, intensa actividad caritativa, peregrinaciones, simbiosis creciente entre jerarquías eclesiásticas y laicas, asalto progresivo de la primera a la élite senatorial, y voluntad de acabar con el paganismo; L.A. García Moreno, “Corrientes cristianas

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la tolerancia de los emperadores respecto a la libertad de expresión de los súbditos se va limitando75. Amiano alude a Teodosio como princeps postea perspectissimus (XXIX, 6, 15): es una alabanza sospechosamente exagerada76. Y califica a su padre, Teodosio senior, como el general más prudente en el terreno militar (XXIX, 5, 9; 32; 39; 45)77. Hay quien ha pensado que en el panegírico del comes, Amiano recrea la figura de Juliano78. Y también quien ha visto en el elogio a la toleran-cia religiosa de Valentiniano (XXX, 9, 5), un gobernante tan vitupera-do en las Res gestae, una crítica a las duras medidas de Teodosio contra el paganismo79. En la obra de un pagano convencido como es Amia-no80 no podían faltar alusiones a la peligrosidad de los cristianos81, aunque camufladas por puros motivos de supervivencia82.

aportadas al mundo griego por la aristocracia occidental de Teodosio el Grande”, Kolaios 4 (1995), p. 496: “El estudio de las actitudes y política religiosas de los cola-boradores occidentales de Teodosio muestra que las aficiones y creencias de éstos tuvieron decisiva influencia en el ritmo y en la forma que asumió la cristianización de las provincias orientales en aquellos decisivos años”.

75J.R. Aja Sánchez, “Vox populi et princeps: el impacto de la opinión pública sobre el comportamiento político de los emperadores romanos”, Latomus 55, 2 (1996), p. 320; contrario a J.M. Alonso-Núñez, op.cit., p. 19: “Ambos autores (Amiano y Tácito) escriben durante el reinado de dos grandes príncipes, Trajano y Teodosio, y por lo tanto, las condiciones de libertad y de objetividad quedaban en gran medida garantizadas”.

76 R. Syme, op.cit., p. 142; G. Sabbah, La méthode d´Ammien Marcellin. Recherches sur la construction du discours historique dans les Res gestae, Paris 1978, p. 557: hay una conexión entre el restablecimiento de la fortuna romana gracias a las acciones de Teodosio (XXIX, 6, 15-16) y la restauración del pórtico de Eventus Bonus por los cuidados del prefecto Claudio en Roma (XXIX, 6, 19).

77 R. Seager, Ammianus Marcellinus. Seven studies in his language and thought, Columbia 1986, p. 80.

78 Ph. Bartholomew, “Fourth-Century Saxons”, Britannia XV (1984), p. 179, n. 36, basándose en el pasaje XXVI, 1, 2.

79 P-M. Camus, op. cit., p. 261-262. Para la supresión de cultos paganos por Teodo-sio, vid. A. Piganiol, L´Empire Chrétien, Paris 1972, p. 285 ss.

80 P-M. Camus, op.cit., p. 133 ss: este politeísmo jerarquizado, junto a un marcado henoteísmo, está constituido por la confluencia de variadas corrientes religiosas y

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Igualmente, se ha escrito que Amiano es uno de los autores del siglo IV que mostró mayor hostilidad contra los gobernantes ilegí-timos83. También alguna pluma ha esbozado la posibilidad de que el

filosóficas, utilizando el historiador una terminología neutra, imprecisa (vive bajo el reinado de Teodosio), intentando no chocar ni contra paganos ni contra cristianos.

81 Vid. Amm. XXII, 5, 4, preludio a los sangrientos enfrentamientos entre los partidarios de Dámaso y Ursino: “quod agebat ideo obstinate, ut dissensiones augente licentia non timeret unanimantem postea pleben, nullas infestas hominibus bestias ut sibi feralibus plerisque Christianorum expertus”. R.C. Blockley, op.cit., p. 125, apunta que no necesa-riamente una motivación religiosa ha de presidir estas palabras). En XV, 7, 1-5 Amiano nos relata el tumulto que el praefectus Urbi Leoncio tuvo que afrontar en el 356: tras el arresto del auriga Filoromo, personaje tan famoso como camorrista, una horda de devotos seguidores del deportista causó algaradas callejeras, reprimidas con mano firme por el magistrado. Pero más que a la pasión de los aficionados a las carreras, el motín se debió a que Filoromo era cristiano, y que cristianos eran, también, los que pretendían liberarle a través de la violencia colectiva (cfr. J.R. Aja Sánchez, Tumultus et urbanae seditiones: sus causas. Un estudio sobre los conflictos económicos, religiosos y sociales en las ciudades tardorromanas (S. IV), Santander 1998, p. 113-114).

82 Pese a ciertas manifestaciones iniciales de tolerancia por Teodosio, su actitud cambiaría a partir del ascenso político de sus partidarios occidentales; S. Williams, G. Friell, op.cit., p. 64: Teodosio no tomó represalias tras su triunfo contra Máximo. Téngase en cuenta, sin embargo, que el poder (parcialmente excluida de la política, aunque con una pujanza económica notable) de la aristocracia senatorial en la parte occidental del Imperio aún no podía ser desafiado por la autoridad imperial (vid. S. Williams, G. Friell, op.cit., p. 107); según A. Cameron, “Theodosius the Great and the regency of Stilicho”, HSCPh. 73 (1969), p. 250-252: a pesar de su hostilidad hacia el Senado pagano de Roma, algunos de cuyos miembros había apoyado a Máximo, Teodosio se comportó de una manera conciliadora.

83 R.C. Blockley, op.cit., p. 86 ss; S.A. Stertz, art.cit., p. 490; N. Santos, “Crisis antigua y mundo actual”, Estudios Clásicos XXXIII, 99 (1991), p. 22; P-M. Camus, op.cit., p. 110-111; en p. 239 ss., Camus incide en que, para Amiano, el emperador participa de un carácter divino, destinado a la eternidad celestial, y la divinidad le ampara desde su entronización hasta su muerte. Su defensa de la autoridad legítima llega hasta el punto de justificar la tortura frente al acto más grave de la usurpación; vid. L. Angliviel de la Beaumelle, “La torture dans les Res gestae d´Ammien Marce-llin”, en Institutions, société et vie politique dans l´Empire Romain au IVe siècle AP. J.-C., Perugia 1992, p. 113; vid. Amm. XXVI, 10, 13. Según R. Seager, op.cit., p. 119-120: la utilización de palabras como tyrannus, rebellis, perduellis, para designarlos muestra la dureza del tratamiento a que los somete.

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mismo Teodosio fuese un usurpador84. Si aceptamos estas ideas, encontraremos otro posible punto de hostilidad de Amiano hacia el dinasta que podría haber incidido en su desinterés por Hispania.

Resumiendo: nuestro historiador, pues, se mueve entre un relato transparente y otro opaco según conviene a sus intereses (o a su segu-ridad, podríamos decir): “Dans un monde devenu, pour les païens convaincus, dangereux et même hostile, le recours à la forme symbo-lique présentait des avantages”85. En una época como es la de Teodo-sio, en la que asistimos a la consolidación de los agentes in rebus86, había que mostrarse precavido. Por otra parte, la constante obsesión por la verdad87 que hallamos en nuestro autor88 no garantiza, ni mucho me-nos, su objetividad ni su veracidad89: como buen emulador de autores

84 H. Sivan, “Was Theodosius I an usurper?”, Klio 78, 1 (1996), p. 198-211; R. Malcolm Errington, “The accession of Theodosius I”, Klio 78 (1996), p. 438-453, explica la entronización de Teodosio a través de varios factores: pujanza de su clan tras el final de la persecución particular a que había sido sometido por individuos como el prefecto Maximino hasta el 376, talento militar y buena prensa de Teodo-sio, ausencia de posibles rivales aceptables, poca capacidad de Graciano como gobernante, coyuntura del desastre de Adrianópolis, etc.

85 G. Sabbah, op.cit., p. 564.

86 J.A. Arias Bonet, “Los agentes in rebus. Contribución al estudio de la policía en el Bajo Imperio Romano”, A.H.D.E. 27-28 (1957-58), p. 201.

87 C. Di Spigno, art.cit., p. 461: “La validità della storiografia ammianea in questo dilemma cruciale tra fazioso psicologismo e genuina ricostruzione riesce validamen-te confermata, come quella che ha la sua prima e sola radice nella valutazione logica dei fatti”.

88 Amm. XV, 2, 9; XVI, 8, 6; XXI, 16, 1; XXXI, 5, 10; 14, 1. Quizás Amiano siga la tendencia de Tácito, quien se quejaba (Ann. I, 1, 4) sobre las limitaciones en la expresión de la verdad en una obra histórica, expresión que podía conllevar un ries-go para la seguridad del autor. Al respecto vid. J.R. Aja Sánchez, art.cit., p. 296 ss.

89 M.A. Marié, “Deux sanglants épisodes de l´accenssion au pouvoir d´une nouvelle classe politique: les grands procès de Rome et d´Antioche chez Ammien Marcellin Res Gestae XXVIII, 1; XXIX, 1 et 2”, en De Tertullien aux Mozarabes”, Vol. I Antiquité Tardive et Christianisme Ancien (IIIe-Vie siècles). Mélanges offerts à Jacques Fontaine. Paris 1992, p. 352: para describir los procesos judiciales, Amiano debió de consultar los archivos públicos, y al hacerlo probablemente se encontró actas judiciales “desa-

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como Salustio y Tácito, nuestro Amiano se inclina más por la viveza y el dramatismo en el relato que por la lógica90, dentro de una estética, que es la que gobierna el siglo IV, caracterizada por un especial gusto por lo teatral, por lo ceremonioso, por un peculiar expresionismo91. En todo caso, la verdad que defiende es la creencia en una tradición política cuestionada por diversos grupos sociales y diferentes amena-zas en la época en la que él escribe: la defensa de los intereses de la aristocracia senatorial pagana, la misma que le protege en Roma, la pars melior generi humani (Symm., Ep. I, 52). En esta línea, Hispania apenas aparece reflejada en sus R.G., por los siguientes motivos: 1) Es la patria del emperador que asesta el golpe de gracia a los privilegios de la aristocracia tradicional pagana en Occidente. En conexión con esto, 2) La pujanza del Cristianismo hispano tiene mucho que ver en la política religiosa de Teodosio92; es la aristocracia hispana (pensé-mos en un Olibrio) la que gobierna el Imperio desde Constantinopla, imponiendo sus ideas religiosas; 3) El territorio hispano es la prueba de que la barbarie (disidencia religiosa, bagauda, grandes islotes de pervivencia de la cultura indígena) no sólo existía más allá del limes, sino que campeaba por sus respetos en un territorio provincial deca-no de entre las posesiones del Imperio, con la amenaza para los inte-reses de la aristocracia senatorial que ello suponía: Amiano omite deliberadamente este hecho porque él escribe su obra por y para

parecidas” o, en todo caso, manipuladas; además, en XXVI, 1, 1 el mismo Amiano expresa su voluntad de diluir la verdad para evitar los peligros que la misma acarrea, y ve mal a los autores que se deshacen en detalles de lo que narran (XXVI, 5, 15).

90 G. Sabbah, “Ammien Marcellin 24,7: l´incende de la flotte. Histoire et tragedie”, en De Tertullien aux Mozarabes..., p. 633.

91 J. Arce, “El historiador Amiano Marcelino y la pena de muerte”, H.Ant. IV (1974), p. 321.

92 El nombramiento de Volusio Venusto como vicarius de Hispania por Juliano, documentado en Amm. XXIII, 1, 4, es una noticia que nos habla de la pujanza del cristianismo hispano: Venusto fue un destacado miembro de la reacción pagana, citado por Amiano junto a Pretextato; vid. A. Balil, “Los gobernadores de Hispania en el Bajo Imperio”, A.E.Arq. 37 (1964), p. 193; vid. también S. Bodelón, “Nom-bres para la historia hispana del siglo IV dC.”, M.H.A. 18 (1997), p. 304;

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dicha aristocracia93. 4) Aunque todavía está por dilucidar, Teodosio podría haber llegado al poder mediante la usurpación, algo por lo que nuestro autor muestra un profundo rechazo.

93 J.M. Alonso-Núñez, op.cit., p. 191: “La actitud política de Amiano es un conser-vadurismo que pone su mirada en las tradiciones del Estado, es la actitud de los círculos aristocráticos romanos del Bajo Imperio los cuales condicionan la obra historiográfica de Amiano”; el antioqueno se hallaba dominado por una resistencia a ultranza frente a las innovaciones que se demuestra en su apreciación de la nueva política de Constantin: L. Cracco Ruggini, “Arcaismo e conservatorismo, innova-zione e rinnovamento (IV-V secolo)”, en La parte migliore del genere humano. Aristocra-zie, potere e ideologia nell occidente tardoantico, a cura di S. Roda, Torino 1994, p. 79 ss, defiende que en la mentalidad de los autores latinos, desde Cicerón, domina la idea de que la innovación es un rasgo de los tiranos y una característica del mal príncipe en la Antigüedad Tardía; J.L. Murga, La moda bárbara en la decadencia romana del siglo IV, Pamplona 1973, p. 72; sobre Constantino en Amiano vid., S.A. Stertz, art.cit., p. 512. Otro autor tardoantiguo que escribió en esta línea fue Zósimo, vid. Goffart, W., “Zosimus, the first historian of Rome´s fall”, en Rome´s fall..., (= AHR, 76, 1971, p. 412-441), p. 92-93; así, en XXI, 10, 8 leemos: “Tunc et memoriam Constantini, ut novatoris turbatorisque priscarum legum et moris antiquitis recepti (Iulianus) vexavit”. Es una clara defensa de la vuelta al paganismo de Juliano, pero también podemos interpretarlo como uno de los principales postulados amianeos: la apología de la tradición, el desideratum de que los cánones que justificaban la preeminencia de un grupo social determinado (aristocracia senatorial pagana) se mantuvieran, frente a los peligros que Amiano, veladamente, advierte en la nueva dinastía teodosiana.

Sabbah, G., op.cit., p. 511: el mayor peligro vendría, de la idéntica aceptación de los bárbaros por ambos emperadores; porque, al fin y al cabo, existió una cierta sintonía entre distintos niveles jerárquicos privilegiados de la sociedad romana del siglo IV; aristocracia senatorial y grupo curial compartían ideas similares en cuanto a política y moral tradicional que apuntaban hacia la consolidación de sus intereses en sus respectivos ámbitos de poder R.C. Blockley, op.cit., p. 12; P.M. Camus, op.cit., p. 56 ss; J.M. Alonso-Núñez, op.cit., p. 92: “No deja de percibirse una cierta tendencia aristocratizante en la obra histórica de Amiano Marcelino”. Asimismo, la clase curial era uno de los grupos sociales de mayor fluidez social ascendente: los curiales pretendían, constantemente, escapar a las cargas de su orden e ingresar en el orden senatorial (P. Anderson, Transiciones de la Antigüedad al Feudalismo, Madrid 1980, p. 90) a veces por procedimientos fraudulentos como la falsificación de codi-cilos M. Reinhold, “Usurpation of status and status symbols in the Roman Em-pire”, Historia 20 (1971), p. 299 ss. un caso evidente fue el del curial Valeriano, de Emesa, quien en 444 usurpó la dignidad senatorial a través de codicilos honorarios

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La visión del Cristianismo por parte de Amiano no es otra cosa que una manifestación de su defensa de quienes han de detentar el poder. Aquéllos que se oponen a los legítimos dirigentes de la sociedad romana94 pecan de algún comportamiento bárbaro, ya se

fraudulentos; respaldado por una escolta bárbara, entró a saco en el palacio del gobernador y se hizo cargo de la administración de la provincia (Nov.Theod., XV, 2); el castigo que recibió, sin embargo, fue muy leve: simplemente se le despojó de su espuria dignidad senatorial.

94 A la aristocracia senatorial de Occidente la caracterizará, en el Bajo Imperio, el concepto de potentia; D. Pérez Sánchez, “Esclavitud y dependencia en la Galia del s. V”, Cassiodorus 3 (1997), p. 260, define este concepto de la siguiente manera: “Sirve para designar a la masa indiferenciada de población campesina que es ajena en su conjunto al ideal de libertad, patrimonio este exclusivo de la aristocracia fundiaria, en la que la propiedad se transmite junto con la conciencia de una enorme reputa-ción, heredera de toda una tradición política”; en virtud de este atributo, sus miembros evitaban por todos los medios ceder parte de su influencia a sus enemig-os, potenciales o reales, y atacaban a todo aquello que pueda poner en peligro su preeminencia, ya se tratase de bárbaros o de magos y adivinos (sobre la magia como problema de Estado vid. R. MacMullen, Enemies of the Roman order: treason, unrest and alienation in the Roman Empire, Cambridge, Mass. 1967, p. 121-127). Así, la sociedad del Bajo Imperio se caracteriza por una inmovilidad heredada de la superación, durante la Tetrarquia, de la crisis del siglo III; al respecto, vid. R. MacMullen, “Social mobility and the Theodosian Code”, J.R.S. 44 (1964), p. 49; A. Balil, “Aspectos sociales...”, p. 896; P. Charanis, “On the social structure of the Later Roman Empire”, Byzantion XVII (1944-1945), p. 39: las causas de este nuevo sistema social, quizás no tan nuevo respecto al del Alto Imperio, eran las cargas económicas de la defensa del limes, la crisis demográfica y las crecientes necesidades financieras del Estado; también por una simplificación (el estatus de ciudadano ya carece de impor-tancia) de sus elementos y una polarización social en dos grupos, determinados por su poder económico (en virtud del cual obtienen el poder político), antagónicos: honestiores y humiliores; , R. Teja, “Honestiores y humiliores en el Bajo Imperio: hacia la configuración en clases sociales de una división jurídica”, M.H.A. I (1977), p. 117: “Los humiliores son los trabajadores que desempeñan el papel de productores principales de bienes materiales. A su vez, los honestiores, además de detentadores de la riqueza por la apropiación del sobreproducto engendrado por el trabajo de los primeros, constituyen la clase dirigente en cuanto detentadores de los cargos políticos. Podemos definirlos pues como clase trabajadora y como clase dominante política y económicamente, con un claro antagonismo y contraposición mutua de intereses”. Pero incluso dentro de los

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traten de godos o sarracenos, de usurpadores o, por qué no, de obis-pos cristianos. Se cumpliría, así, aquello de que “las clases dirigentes, los poseedores, los explotadores han catalogado como bárbaros a las masas ascendentes del interior de su propia civilización que intenta arrebatarles –o al menos compartir con ellos- la posesión de la rique-za, del poder y de la cultura o la dirección política y económica de la sociedad”95.

Amiano, pues, mostraría un rechazo hacia todo lo que sonara a hispano, por las razones antes explicadas, aunque la diócesis ofreciera motivos suficientes para acaparar la atención de los autores tardo-antiguos. Se trata de un desdén que también hallamos en otros auto-es, aunque por motivos diferentes, como es el caso de Ausonio96.

grupos de poder, se establecerán distinciones patentes: por ejemplo, el Senado de Roma, de rancio abolengo, se situará frente al de Constantinopla, compuesto por homines novi (Av. Cameron, El mundo mediterráneo..., p. 103), aunque con una pujanza que iba desplazando por momentos al de la Urbe. Parte de estos homines novi la forman los commendabiles, provinciales vinculados al ejército, inicialmente patrocina-dos por miembros del orden senatorial, quienes ostentan el control del Imperio a partir del 364 (R.I. Frank, “Commendabiles in Ammianus”, AJPh. 88,3 (1967), p. 309-318; R. MacMullen, art.cit., p. 50 señala que, pese a las progresivas restricciones a la movilidad social, los casos más espectaculares se dan en el siglo IV), , con la llegada al poder de Valentiniano I, Claro ejemplo de gobernante cuya entronización evidencia el peso del ejército en la sociedad romana de la época: sobre los intereses creados en su elección; vid. V. Neri, art.cit., p. 169 ss. Según A. Alföldi, op.cit., p. 51-52; 105-106; R.I. Frank, art.cit., p. 317-318. Pan.Lat., III (11), 21, 2; Symm. Or. I, 9, el conflicto entre ambas élites nos llegará a través de los peyorativos comentarios de personajes pertenecientes a la aristocracia senatorial, como Símaco.

95 C. Alonso del Real, Esperando a los bárbaros, Madrid 1972, p. 114.

96 J.L Riesta Rodríguez, “Décimo Magno Ausonio: referencias hispanas de manipu-lación erudita y utilitarismo geográfico”, S.H.H.A. IX (1991), p. 129-137.

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El “historiador cautivo”: Amiano Marcelino frente a su auditorio senatorial romano.

Hay muchos aspectos de la vida del historiador Amiano Marcelino que se nos escapan. De hecho, podríamos afirmar que sólo conoce-mos lo que él nos cuenta de sí mismo1. Entre tales lagunas destaca poderosamente la que abarca los últimos años de su existencia, cuando se establece en Roma y publica las Res gestae. Estamos hablan-do de los años ochenta y de principios de los noventa del siglo IV. El antioqueño podría rondar los sesenta años (esto es una conjetura, también desconocemos una fecha de nacimiento siquiera aproxima-da)2, ya no guardaba ninguna relación con el ejército y acudía a la Urbs para probar fortuna en la complicada arena literaria de la antigua capital del Imperio. Ésa es la razón fundamental por la que escribió en latín, y no en su lengua vernácula que era el griego3.

Se puede especular mucho acerca del éxito que alcanzó la obra de Amiano en Roma. Si nos guiamos por la epístola 1063 de Libanio,

PUB.- en Habis 37 (2006), p. 427-438.

1 G.A. Crump, Ammianus Marcellinus as a military historian, Wiesbaden 1975, p. 4, considera que Amiano y Julio César son los dos historiadores latinos que más noti-cias autobiográficas incluyen en sus respectivas obras.

2 En 16, 10, 21, Amiano nos informa de que estaba al servicio de Ursicino y era adulescens (hacia 357).

3 Haciéndose acreedor, por parte de algún autor moderno, de duras críticas. E. Auerbach, “La prisión de Petrus Valvomeres”, Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, Méjico 1975, p. 60: “Si su latín no fuera tan difícilmente comprensible y tan intraducible, sería seguramente uno de los escritores más influ-yentes de la literatura antigua”.

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dirigida a un tal Marcellinos que residía allí, obtuvo un éxito notable a principios de los años noventa del siglo IV (hacia 392). No queda del todo claro que el destinatario del célebre retor se identifique con nuestro Amiano. En cualquier caso, si triunfó no fue sino después de ciertos desagradables episodios frente al grupo social que determina-ba quién merecía el reconocimiento literario y quién no: la aristocracia senatorial romana.

El primero de estos trances ocurrió en el invierno de 383-384, cuando la Urbs padeció una severa hambruna. El prestigioso senador Símaco era, a la sazón, prefecto urbano, y su primera medida consis-tió en expulsar de la misma a todos los extranjeros para así poder garantizar el abastecimiento4. Amiano figuraba entre ellos, y por ello mostró su acritud (14, 6, 19) al comprobar que, pese a la escasez, a 3.000 bailarinas y a numerosos integrantes del mundo de la farándula se les permitía permanecer en la ciudad. Éste será el basamento de su primer ataque a ciertos sectores aristocráticos: la vergonzosa prefe-rencia de éstos por las diversiones antes que por el estudio y la eru-dición (14, 6, 18).

Amiano comenzaba con mal pie sus andanzas por la Urbs. Como griego, y gran lector de autores griegos5, el antioqueno debía de conocer la queja que expresara Polibio cinco siglos antes (XXXI, 26, 9): que en Roma nadie regalaba nada si podía evitarlo. Lamentable-mente también desconocemos cuál era la situación financiera del historiador por estos años, ni cuál su reputación entre los círculos acomodados de la capital. Con toda probabilidad ambas condiciones no debían de ser muy boyantes. No creo que T.D. Barnes6 se equi-voque al defender que Amiano era, por esta época, un hombre resentido y frustrado, estigmatizado por su antiguo seguimiento del paganísimo Juliano en un mundo en el que el cristianismo ya se

4 Sobre el fenómeno, vid. J.R. Palanque, “Famines à Rome à la fin du IVe siècle”, R.E.L. (1931), p. 346-356.

5 Vid. I. Lana, “Ammiano Marcellino e la sua conoscenza degli autori greci”, Politica, cultura e religione nell Impero Romano (secoli IV-VI) tra Oriente e Occidente, Napoli 1993, p. 23-40.

6 Ammianus Marcellinus and the representation of historical reality, Ithaca-London 1998, p. 63.

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advertía como imparable, apartado del patrocinio de los influyentes senadores capitolinos...

De todos modos, su obra se publicó, lo que equivale a decir que finalmente encontró “patrocinadores”. Y no cualesquiera patrocina-dores. De sus páginas se colige con facilidad los valores que Amiano defiende: los de la clase senatorial7. La defensa a ultranza de la roma-nidad antigua, la que generaba grandeza gracias a la perfecta conjun-ción entre Virtus y Fortuna (14, 6, 3), y de la cual era depositaria la aristocracia romana, es el principal mensaje de sus Res gestae. Y de aquí se deriva el principio rector de su prosa: no contradecir nunca, antes al contrario, los intereses de su selecto auditorio8. Más adelante examinaremos quiénes forman parte de este público.

No obstante, habremos de precisar el destinatario de las lecturas públicas de Amiano, porque si bien todos son senadores, no son todos los senadores. A la gloria que acompaña al cuerpo social (14, 6, 6) el historiador contrapone la conducta impropia de un pequeño sector del mismo (14, 6, 7 ss.). Luego no es el Senado como tal el cír-culo al que el antioqueno destina su obra. Como pensó S.A. Stertz, a nuestro autor le interesaron más los asuntos militares y las vidas de los emperadores9. Desde luego, Amiano no fue Aurelio Víctor ni Rutilio Namaciano, para quienes la noble asamblea constituía el punto de referencia básico a la hora de examinar la política romana.

El siglo IV se muestra como una centuria peculiar a la hora de abordar el estudio del medio senatorial. Por una parte asistimos, desde el reinado de Constantino, a la recuperación del peso específico del Senado frente al poderoso avance del ejército y del orden ecuestre acontecido en el siglo III; por otra nos encontramos con su división en dos Curias, la de Roma y la emergente de Constantinopla, así

7 A. Selem, “A proposito della figura de Giuliano in Ammiano”, Quaderni dell´ Instituto di lingua e letteratura latina della Facoltà di magisterio dell´Università degli Studi di Roma 1 (1979), p. 161.

8 G. Sabbah, La méthode d´Ammien Marcellin. Recherches sur la construction du discours historique dans les Res gestae, Paris 1978, p. 506.

9 “Ammianus Marcellinus´attitudes toward earlier emperors”, Studies in Latin Literature and Roman History, Bruxelles 1980, p. 489; 505.

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como una progresiva barbarización de la oficialidad militar10 y un aumento del autoritarismo de los emperadores. Para el testimonio de Amiano, V. Neri apuntó hace unos años que la figura imperial y sus relaciones con el ejército desplazan en las Res gestae a la tradicional contraposición entre emperador y Senado11. Estaríamos hablando, pues, de un estadio de crisis en lo que respecta al poder de facto de los senadores durante el siglo IV.

Si esto ocurrió así, surge la siguiente pregunta: ¿Por qué, entonces, la epigrafía y la literatura de esta centuria insiste machaconamente en la pujanza de valores aristocráticos? El mismo V. Neri había contes-tado al interrogante con un trabajo anterior: tal insistencia es el indicio más patente del declive12. Como nos ha recordado reciente-mente Av. Cameron, la aristocracia del siglo IV lo era ante todo de servicio respecto de la casa imperial, y, en muchas ocasiones, el rancio abolengo que proclamaba a los cuatro vientos tenía más de motivo propagandístico que de realidad13. Los senadores tuvieron que desple-gar todas sus recursos para conservar la tradicional ostentación de magistraturas, con los onerosos gravámenes que ello implicaba, como único medio de no ver debilitada su capacidad de presión política14. Traditio es la palabra clave en todo este proceso, es decir, el acervo cultural, social y político de una elite que conectaba con los ilustres tiempos de la República en un desesperado intento de no verse arro-llada por otras fuerzas de su época.

Amiano se valió de esta necesidad para hacerse un hueco en los salones nobiliarios de fines del siglo IV. Como señaló G.E.M. Ste. Croix, su disciplinado carácter de antiguo soldado le facilita defender

10 Para el fenómeno de la barbarización según Amiano, vid. mi trabajo “Las externae gentes bajo los estandartes de Roma: asentamiento y reclutamiento bárbaros en las Res gestae de Amiano Marcelino”, Romanobarbarica 17 (2000-2002), p. 87-115.

11 “Ammiano Marcellino e l´elezione di Valentiniano”, R.S.A. 15 (1988), p. 181.

12 “L´elogio della cultura e l´elogio delle virtù politiche nell´epigrafia latina del IV secolo D.C.”, Epigraphica XLIII (1981), p. 184.

13 El Bajo Imperio Romano: 284-430 dC., Madrid 2001, p. 114-115; 129.

14 A. Marcone, “L´allestimento dei giochi annuali a Roma nel IV secolo d.C.: aspetti economici e ideologici”, La parte migliore del genere humano. Aristocrazie, potere e ideologia nell occidente tardoantico, Torino 1994, p. 298.

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la rígida estratificación de la sociedad tradicional romana15, haciendo alarde de un extremo conservadurismo que reacciona contra todo lo que huela a innovación. Esto lo detectamos en su juicio sobre el emperador Constantino en 21, 10, 8: en este pasaje recoge el topos literario latino, presente desde época tardorrepublicana, que tipifica la innovación como la tarjeta de visita de los tiranos16.

Amiano no se cansa de añorar los tiempos de la República y sus exempla nos pasean por la Roma de la guerra contra Aníbal, de Catón el Censor, de los Escipiones o de los grandes generales del siglo I aC., subrayando su veneración del mos maoirum como síntesis de la virtud senatorial y compendio de los valores que justificaban la preeminen-cia política del Senado17. En esa línea, el recurso a fuentes documen-tales manifiestamente prosenatoriales no hacían sino acentuar tal letanía18. El mecanismo básico de este fenómeno es sencillo de expli-car: la superación de la decadencia se busca a través del retorno al or-den antiguo, libre por definición, articulando una actitud que S. Mazzarino, en un trabajo ya clásico, llamó el “síndrome de Uruka-gina”19.

La apología de la romanidad tradicional marca la pauta de la obra histórica de Amiano. Las alusiones a la grandeza de la ciudad del Lacio abundan por doquier en sus páginas20. Y sin que se perciba en el antioqueno la fobia que otros autores (Eutropio, Aurelio Víctor, Símaco) manifiestan hacia la nova Roma21, Constantinopla, hasta el

15 La lucha de clases en el mundo griego antiguo, Barcelona 1988, p. 313.

16 L. Cracco Ruggini, “Arcaismo e conservatorismo, innovazione e rinnovamento (IV-V secolo)”, La parte migliore... p. 79 ss.

17 Según definición de M.R. Salzman, “Reflections on Symmachus´idea of tradi-tion”, Historia 38, 3 (1989), p. 352-353.

18 A. Momigliano, “Ammiano Marcellino e la Historia Augusta”, Quinto Contributo alla Storia degli Studi Classici e del mondo antico, Roma 1975, p. 99.

19 El fin del mundo antiguo, Méjico 1961, p. 19; 127.

20Roma mater (14, 6, 5); regina et ubique patrum reuerenda (14, 6, 6); Urbem aeternam (15, 7, 1); Imperii virtutumque omnium lar (16, 10, 13); augustissima omnium sedes (16, 10, 20); templum totius mundi (17, 4, 13); Urbs venerabilis (22, 16, 12); Urbs sacratissima (27, 3, 3)...

21 Apelativo que, dicho sea de paso, Amiano nunca utiliza.

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extremo de nunca citarla por su nombre, sí que podemos detectar cierta comparación a favor de la capital más antigua en pasajes como 17, 4, 1 ss.22. Nuestro historiador recrea, en definitiva, la Roma esplenderosa y monumental23 que recuerda las viejas glorias de anta-ño, a la par que rezuma un rabioso patriotismo que nos presenta a la Urbs como símbolo de todos los valores honrosos24. Sus esfuerzos por mantenerla en el lugar central de las Res gestae resultan patentes.

Otra expresión de su deseo por agradar a su público aristocrático es el retrato que nos ofrece de Juliano, presentado como un gober-nante “a la romana” (vid. 16, 1, 5; 5, 5). En esta empresa Amiano tuvo que apurar sus recursos eulógicos, pues si por algo destacaría el llama-do “Apóstata”, aparte de por no poner en su vida un pie en Roma, fue por su apego a Constantinopla, a la que por cierto concedió los mismos privilegios que disfrutaba aquélla25. Además, Juliano se halla-ba en plena comunión con la cultura griega, quedando la latina en segundo término26. Sin embargo Amiano se aferra a otras facetas del emperador que podían identificarle mejor con la aristocracia romana: su marcado carácter filosenatorial27 por una parte y su defensa del paganismo tradicional por otra.

El paganismo era, para determinados sectores del Senado en la Roma de fines del siglo IV, el estandarte de la traditio. Así lo argumen-tará Símaco en su Relatio III, cifrando la suerte del Imperio en la

22 Así lo piensa B. Warmington, “Some Constantinian references in Ammianus”, The Late Roman World and its Historian. Interpreting Ammianus Marcellinus, London-New York 1999, p. 169; el episodio se refiere al obelisco egipcio que Constantino llevó a Constantinopla, y que su hijo Constancio II decidiría, finalmente, erigir en Roma, en detrimento de su “rival” de Oriente.

23 Según G. Sabbah, op.cit., p. 509, con la exhaustiva descripción topográfica de Roma Amiano busca la comunión espiritual con su auditorio.

24 P.M. Camus, Ammien Marcellin. Témoin des courants culturels et religieux a la fin du IVe

siècle, Paris 1967, p. 124 ss.

25 S. MacCormack, “Roma, Constantinopolis, the emperor and his genius”, CQ 25 (1975), p. 144.

26 De hecho, sus soldados, en rebelión tras la batalla de Estrasburgo, le insultaban con los apelativos de Asiaticus y Graeculum (17, 9, 3).

27 L. Polverini, “Storiografia e propaganda. La crisi del III secolo nella storiografia latina del IV”, I Canali della Propaganda nel mondo antico, Milano 1976, p. 268.

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preservación de la religio ancestral28. Y Amiano, que nunca se aleja del referente de la tradición en temas religiosos, explota el filón de las inquietudes de los senadores paganos. A esto mismo responde la comparación entre Juliano y otro campeón del paganismo: Diocle-ciano (23, 1, 1). Ambos emperadores, con nulo éxito el primero y con relativos resultados el segundo, ejercieron su poder en calidad de restauradores del orden antiguo. Y ambos, también, eran vistos como el remedio contra la corrupción que definía a los emperadores cristia-nos. Juliano amenaza, en palabras del antioqueno, de forma tajante a los cristianos: “Audite me, quem Alamanni audierunt et Franci” (22, 5, 4). La advertencia no puede resultar más clara: les vencerá, de la misma manera que venció a los germanos en el Rin.

Sin embargo, no podría defenderse un abierto mensaje anticristia-no en las Res gestae. Tengamos en cuenta que, por las fechas en que Amiano publica su obra, Teodosio se establece en Milán después de haber derrotado a Magno Máximo. Con lo que Roma estaba al alcan-ce de su mano: es más, probablemente la controlaba a través de algu-nos de sus funcionarios católicos, de una ortodoxia cuasi (utilizando un término muy actual) integrista, ante cuya poderosa presencia se abrían todas las puertas, incluso las de los salones literarios paganos. Amiano, pues, debió de medir sus palabras, e incluso incluir alguna alabanza tanto al dinasta cristiano29 como al autor de sus días, el comes Teodosio (29, 5, 9; 32; 39; 45)30, distanciándose de la peyorativa descripción que del gobernante hispano nos transmitirá Zósimo (IV, 13; 55). En cuanto a Constantino, la valoración es distinta. Éste aparece dibujado como el turbador de la tradición, en claro contraste con Juliano31, como el gobernante que orquestó la barbarización del

28 Vid. F. Paschoud, “Réflexions sur l´idéal religieux de Symmaque”, Historia 14 (1965), p. 215-235.

29 Amm., 29, 6, 15: “princeps postea perspectissimus”.

30 R. Seager, “Ammianus, Theodosius and Sallust´s Jugurtha”, Histos 1 (1997), 1 cree sinceros estos elogios; A.R. Birley, “Further Echoes of Ammianus in the Historia Augusta”, Historia Augustae, Colloquium Parisinum, Paris 1991, p. 54, cree que la figura del padre de Teodosio, tras una década de gobierno de éste, constituía un tema de vivo interés para el público del antioqueno.

31 21, 10, 8: “Tunc et memoriam Constantini, ut novatoris turbatorisque priscarum legum et moris antiquitis recepti (Iulianus) vexavit”.

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ejército32 o que embarcó al Imperio en una guerra innecesaria contra la Persia sasánida (25, 4, 23)33. A fin de cuentas, de Constantino bien podía hablar mal, pues a la lejanía temporal de su muerte, acontecida hacía más de medio siglo (su linaje se agota con el propio Juliano), se unía el hecho de que él no había sido un emperador declaradamente cristiano.

¿Y qué ocurre con los demás césares, entre Constantino y Teodosio, éstos si genuinamente cristianos? De la visión sobre Constancio II (337-361) en las Res gestae C. Di Spigno publicó hace más de cuarenta años que es el polo opuesto de la persona de Julia-no34. G. Sabbah hiló más fino en la comparación: el primero es, para Amiano, el ideal del princeps civilis; el segundo, el arquetipo de autó-crata cristiano35. Seguimos aquí a T.D. Barnes cuando afirma que la objetividad amianea sobre Constancio II brilla por su ausencia36, entre otros motivos porque el hijo de Constantino había tratado de perjudicar seriamente a dos de los personajes más queridos por el antioqueno: Juliano y Ursicino. En represalia, Amiano carga las tintas sobre su semejanza con pésimos principes del pasado (Calígula, Domiciano, Cómodo, 21, 16, 8) o sobre su arbitrariedad a la hora de impartir justicia (15, 6, 4; 16, 8, 5); y subraya el gran número de dela-ciones bajo su reinado37, así como su escasa capacidad para vencer a

32 A través de su foedus con los godos (332), tratado que fue duramente atacado por Juliano (Caes., 328d-329d) y que Amiano rechaza veladamente al aplaudir las matan-zas de godos (31, 16, 8).

33 Vid. B.H. Warmington, “Ammianus Marcellinus and the lies of Metrodorus”, CQ 31, II (1981), p. 464-468.

34 “Studi su Ammiano Marcellino. Il regno di Constanzo II”, Helikon II (1962), p. 457-458.

35 G. Sabbah, op.cit., 552; bien que G.W. Bowersock, Julian the Apostate, London 1978, p. 77 ss., subrayó el fanatismo religioso de Juliano.

36 Op.cit., p. 133 ss.

37 J.A. Arias Bonet, “Los agentes in rebus. Contribución al estudio de la policía en el Bajo Imperio Romano”, A.H.D.E. 27-28 (1957-58), p. 200-201. En 21, 16, 10 es comparado con Galieno (260-268), gobernante muy denostado en la literatura filosenatorial como ejemplo de tirano.

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bárbaros del norte38 y a persas (14, 10, 6; 20, 11, 32; 25, 9, 3), dejando claro que su único talento militar lo desplegaba para vencer a los rivales por el trono (21, 1, 1 y 16, 15).

No obstante, el retrato de Constancio en las Res gestae no es el de Constantino39, también extraemos de él opiniones muy favorables: su acertada gestión administrativa (21, 16, 3), su austeridad y castidad (21, 16, 5), su habilidad en el manejo de las armas (21, 16, 5), sus éxi-tos contra los sármatas (17, 13, 33) o su contención de los Sasánidas en la frontera oriental (25, 9, 3). Tengamos presente que la figura de Constancio II había dejado un buen recuerdo entre la aristocracia romana conservaba un buen recuerdo de este emperador tolerante en materia de religión y filosenatorial en política (16, 10, 5); no en vano aquélla se había puesto de su lado cuando estalla la guerra civil entre Constancio y Juliano (21. 10, 7) 40.

En síntesis, el Constancio II que encontramos en las Res gestae no es el emperador que observamos en otras fuentes tardorromanas41, sino el producto de la fusión entre la fobia de Amiano y su cautela ante lo que el medio senatorial romano pensaba del hijo de Constan-tino, resultando la imagen de un gobernante cualificado si bien constreñido por las circunstancias. El historiador antioqueno incluyó sus prejuicios siempre que pudo (las tres décadas que la separaban de

38 Autores como N.J.E. Austin, Ammianus on Warfare. An investigation into Ammianus´military knowledge, Bruxelles 1979, p. 48 ss., o T.D. Barnes, op.cit., p. 135 ss., han contemplado en una luz muy distinta las acciones de Constancio en los limites norteños.

39 Aunque B. Warmington, “Some Constantinian references...”, p. 168, piensa que la crítica de Constancio II llega a través de los ataques vertidos contra Constantino: su padre.

40 Vid. R.O.Jr. Edbrooke, “The visit of Constantius II to Rome in 357 and its effect on the pagan Roman senatorial aristocracy”, AJPh 97, 1 (1976), p. 40-61.

41 Sobre la visión que otros autores nos legaron acerca de Constancio vid. H.C. Teitler, “Ammianus and Constantius. Image and reality”, Cognitio Gestorum. The historiographic art of Ammianus Marcellinus, Amsterdam 1991, p. 117-122; M. Dimaio, “The Antiochene Connection: Zonaras, Ammianus Marcellinus and John of Antioch on the reigns of the emperors Constantius II and Julian”, Byzantion L, 1 (1980), p. 158-185.

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la muerte de Constancio se lo permitían)42, pero permanentemente condicionado por las expectativas de su auditorio.

El siguiente gobernante cristiano sería Joviano (363-364). Oficial en el ejército de Juliano durante la campaña persa, se convertirá en el que inicie el desmantelamiento de la obra del Apóstata, y por ello se hace acreedor a durísimas pullas por parte de Amiano: no sólo apare-ce como un atolondrado incompetente por haber cedido estratégicos distritos a Shapur II en Mesopotamia (25, 7, 11), sino que hasta su elevación a la púrpura se ve manchada por la sombra de la ilegitimi-dad43: su nombramiento no se fundamentaba en méritos acreditados (25, 9, 7), ni en derechos dinásticos, ni había surgido tras el consenso de las autoridades civiles y militares pertinentes, sino que fue el fruto de la impaciencia de unos pocos (25, 5, 4 ss.). Ni que decir tiene que el antioqueno se ampara en el efímero reinado de este personaje para lanzar contra él invectivas que, en cualquier caso, nunca abandonan el ámbito de la política. En lo que toca a la religión, Amiano se retrae, de idéntica manera a como se contiene a la hora de hablar de Teodosio. Si bien, como ha señalado P. Heather44, tampoco una crítica religiosa tendría mucho sentido en el caso de un príncipe que, aunque cristiano ortodoxo, desplegó una política de tolerancia frente a heterodoxos y paganos. Amiano, por supuesto, silencia este dato, y transmite a sus nobles oyentes únicamente lo que él deseaba que captasen.

No ocurre lo mismo con Valentiniano I (364-374), de quien Amia-no encomia su tolerancia religiosa (30, 9, 5). Transmitir información acerca de este emperador de origen panonio debió de resultar una tarea muy delicada para nuestro antioqueno. El pasaje 28, 1, 2 así lo testimonia, pues el historiador sirio apela a la moderación de su tiem-po para referir la vida del gobernante más hóstil al orden senatorial del siglo IV. No en vano Valentiniano, de orígenes humildes (30, 7, 2), no sólo sustituyó a los senadores, en los principales empleos

42 M. Whitby, “Images of Constantius”, The Late Roman World..., p. 85.

43 En 25, 10, 14 Amiano apunta que debido a su elevada estatura no encontraba una vestimenta regia que le viniese bien: esto ha de entenderse como una crítica soterrada a su ilegitimidad en el mando.

44 “Ammianus on Jovian: history and literature”, The Late Roman World..., p. 106 ss

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administrativos y militares, por oficiales panonios45, rústicos aunque eficientes, sino que incluso llegó a decretar, en contra de la tradición, que se les aplicara la tortura en caso de delitos de lesa majestad (28, 1, 11; C.Th., IX, 35, 3). Ante estas credenciales, resulta comprensible que Amiano le defina con calificativos del estilo de sagax bestia (30, 5, 10), del total agrado de su público. No voy a detenerme en el minu-cioso análisis de todas sus atrocidades, refljadas en las Res gestae46. Son de mayor interés los aspectos positivos que Amiano resalta: energía en la frontera contra los bárbaros (29, 4, 1; 30, 7, 5-11) y las virtudes personales, ya como particular ya como hombre de Estado, que se relatan en el capítulo 30, 9. Estas luces no se deben única y exclusiva-mente a la costumbre literaria latina, a la hora de biografiar empera-dores, de dar una de cal y otra de arena. Probablemente M. Hum-phreis acierta cuando afirma que, pese a la ferocidad derrochada contra la aristocracia, los senadores romanos le recordaban con cierta nostalgia por su tolerancia religiosa47. En otras palabras: el Teodosio de principios de los noventa del siglo IV había hecho bueno al peor de los emperadores posibles. En el retrato de Valentiniano I, en fin, vuelven a mezclarse los odios personales de Amiano48 y los intereses del círculo senatorial pagano.

Graciano (374-383) es el siguiente en la lista, y aquí de nuevo se impone la prudencia. Estamos hablando de un fervoroso cristiano, títere en manos del enérgico obispo Ambrosio de Milán49 y pieza clave en la “cruzada” pronicena y antipagana de éste50. Las alusiones amianeas a Graciano llevan siempre un mensaje velado de hostilidad 45 J.F. Matthews, Western aristocracies and imperial court, AD. 364-425, Oxford 1975, p. 39-40.

46 Mejor vid. R.C. Blockley, Ammianus Marcellinus. A study of his historiography and political thought, Bruxelles 1975, p. 41-47.

47 “Nec metu nec adulandi foeditate constricta: the image of Valentinian I from Symmachus to Ammianus”, The Late Roman World..., p. 123-124.

48 Valentiniano había cometido abusos contra la clase curial, a la que Amiano pertenecía (27, 7, 6-7).

49 R. Rémondon, La crisis del Imperio Romano: de Marco Aurelio a Mahoma, Barcelona 1979, p. 96-97.

50 Vid. A. Piganiol, L´Empire Chrétien, Paris 1972, p. 227 ss; N. McLynn, Ambrose of Milan. Church and Court in a Christian Capital, Berkeley 1994, p. 79 ss.

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de difícil interpretación. Su comparación con Cómodo (31, 10, 18-19), princeps terribilis para la memoria senatorial, se conjuga con la visión de un gobernante virtuoso aunque muy influenciable (27, 6, 15); su honorable política de suprimir a los rapaces funcionarios de su padre, que habían hecho la vida imposible a la aristocracia senatorial, toma de la mano al juicio amianeo sobre la dudosa legalidad de su elevación al trono (27, 6, 16). De nuevo los miedos personales de Amiano (a Ambrosio, quien desde su púlpito de Milán fustiga a sus enemigos; a Teodosio, que le secunda) han de amoldarse a la presen-tación de un césar que por una parte alivió políticamente a los sena-dores y por otra los perjudicó en lo que religión se refiere51.

Y por fin llegamos a Valente (364-378), sin lugar a dudas el emperador romano más duramente vituperado en las Res gestae. En la raíz de los ataques de Amiano contra este personaje puede detectarse, como defiende J.F. Drinkwater52, su cercano parentesco con Valen-tiniano I. De hecho comparte con su hermano ciertos vicios de carác-ter: crueldad (31, 14, 5), arbitrariedad (26, 10, 11 ss), inconsciencia a la hora de designar a sus altos funcionarios (30, 4, 1), codicia (29, 1, 19)... Asimismo, el antioqueno no deja de recordar a su auditorio, de un modo muy sutil, sus oscuros orígenes, su estigma de panonio y su carencia de derechos dinásticos (26, 7, 16)53. Sin embargo, la base de la inflexibilidad de Amiano hay que buscarla en una razón más simple: resultaba muy fácil para el antioqueno ensañarse con la figura de un gobernante que había regido la parte oriental del Imperio, al cual nada debía la elite senatorial romana. Además, como cristiano, su difamación se prestaba a la complacencia de los senadores paganos; y como arriano, a la de los senadores cristianos ortodoxos; la injuria se completaba con la imagen de un emperador sometido a la energía de su hermano (26, 4, 3; 5, 1 ss; 27, 4, 1)54 y que permitiría la entrada en 51 Vid. A. Cameron, “Gratian´s repudiation of the pontifical robe”, J.R.S. LVIII (1968), p. 96-102.

52 “Ammianus, Valentinian and the Rhine Germans”, The Late Roman World..., p. 132.

53 Amiano pone estas acusaciones en boca del usurpador Procopio.

54 L.A. Tritle, “Whose tool? Ammianus Marcellinus on the Emperor Valens I”, A.H.B. 8, 4 (1994), p. 141-153, cuestiona tal subordinación y nos presenta a un Valente más capaz de lo que Amiano nos quiere hacer creer.

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el Imperio a los mismos godos (31, 4, 1 ss) que terminarán vencién-dole en Adrianópolis y arrancándole la vida55. Y es precisamente esta derrota la que aprovecha el antioqueno para limpiar la imagen de Juliano de su gran fracaso: su campaña persa. De paso, Amiano des-liza una indirecta para justificar el programa religioso de Juliano: es un príncipe cristiano, Valente, el que abre las puertas a los godos y pro-voca, así, la ruina del mundo romano (31, 4, 6).

Como puede advertirse, Amiano tiene muy presente el peso político de sus oyentes cristianos en Roma; y ello condiciona la re-dacción de su obra. Pues al colocar a Juliano como el protagonista indiscutible de las Res gestae, se situaba en el punto de mira tanto de los altos funcionarios de Teodosio como, y eso era lo peor, de los obispos de esta parte del mundo romano. Para el sector pagano de su auditorio esto no era un problema: a fin de cuentas el Apóstata se había convertido en uno de los estandartes de su resistencia frente a la agresividad creciente del cristianismo56. No obstante, el antioqueno ha sabido calibrar las perspectivas de futuro de la que habría de convertirse en la única religión del Estado romano. En ese sentido, V. Neri57 pensó que el papel axial que Juliano desempeña en las Res gestae permitió a nuestro historiador poder concentrarse en los avatares políticos y militares y así poder esquivar el espinoso tema de la con-frontación religiosa. Lo que no impidió, por otra parte, que introduje-ra ciertas críticas veladas al cristianismo. Por ejemplo, P.C. Camus creyó ver en el elogio a la tolerancia religiosa de Valentiniano (30, 9, 5) un ataque encubierto contra el acoso al que Teodosio estaba sometiendo al paganismo58. Amiano, de todas formas, actúa con pru-dencia. Y esta cautela la apreciamos en su inescrutable posición respecto a la reapertura de los templos paganos por Juliano (22, 5, 2). Recordemos que no falta mucho para que el Serapeum de Alejandría,

55 Sobre la política gótica de Valente vid. P. Heather, Goths and Romans, AD 332-489, Oxford 1991, p. 115 ss.

56 M. Meulder, “Julien l´Apostat contre les Parthes: un guerrier impie”, Byzantion 61, 2 (1991), p. 487.

57 Ammiano e il Cristianesimo. Religione e politica nelle Res Gestae di Ammiano Marcellino, Bologna 1985, p. 39-40.

58 Op.cit., p. 261-262.

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que el antioqueno documenta aún en pie (22, 16, 12), sea demolido por una horda de cristianos exaltados.

En síntesis, en Amiano Marcelino encontramos a un historiador cautivo, subordinado por completo a su público aristocrático en un intento por satisfacer sus aspiraciones, ahora legitimando la causa de los senadores paganos, ahora no irritando a los cristianos. Y dicha subordinación no se advierte sólo en el fondo: también aparece en la forma. Sus fuentes son mayoritariamente prosenatoriales, y observa-mos una clara tendencia a imitar el género historiográfico latino, muy del agrado de los círculos senatoriales59. Así, Amiano nunca pierde de vista a su público, como destacó G. Sabbah60, hasta el punto de poner en práctica un curioso mecanismo de defensa: las abundantes digre-siones que orlan su narración no sólo tienen el fin de ilustrarla con detalles curiosos, o de introducir una nota de suspense, sino que sirven para que el antioqueno pueda hacer una pausa y de este modo controlar la reacción de su público ante lo que ha contado.

Este proceder, por último, lo dicta la mera supervivencia en unos años turbulentos por definición, y a la par unos intereses muy con-cretos y prácticos. A fines del siglo IV, el orden senatorial, estando en declive el ecuestre, se erige como la única aristocracia verdadera del mundo romano, pero se trata de una elite carente de unidad61. Las tensiones entre paganos y cristianos, o incluso dentro de cada una de estas facciones, por el poder no sólo se dirimían en la arena política: la batalla continuaba en los salones literarios, con la elaboración de una propaganda oficial que justificara la preeminencia del grupo patrocinador en cuestión. Amiano, que por esta época no debía de encontrarse en la mejor situación, pagano convencido en un mundo progresivamente cristiano, se puso al servicio de cierto sector del paganismo aristocrático senatorial, el que con más insistencia se pro-clamaba defensor de la tradición, con la esperanza de alcanzar gloria

59 S.A. Stertz, art.cit., p. 489, 492-493 y 497.

60 Op.cit., p. 507-539.

61 P. Wormald, “The decline of the Western Empire and the survival of its aristo-cracy”, J.R.S. 66 (1976), p. 218.

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literaria y, por qué no, quizás hasta un cargo que le permitiera mejorar su nivel de vida62.

No en balde, el siglo IV se destacó por su elevada movilidad social, sobre todo de aquellos personajes que destacaban en su for-mación erudita63. En un principio la formación académica exigida había sido pagana, pero a principios del siglo V los estudiosos paga-nos van siendo sustituidos por cristianos, igualmente conocedores de los clásicos pero imbuidos del nuevo credo64. Amiano aprovechó, pues, la última oportunidad que le brindaba la coyuntura histórica para medrar. De lo lejos que llegó, desgraciadamente, no sabemos absolutamente nada.

No quiero terminar este trabajo sin recoger una duda razonable que surge al respecto de lo que aquí trato: ¿Por qué no encontramos en las Res gestae ni una sola referencia a la adscripción de Amiano al círculo de Símaco, sin duda alguna el cogollo del bando tradicional pagano?65 La respuesta adecuada se encuentra en el apoyo que este prestigioso senador había prestado a Magno Máximo, con lo que la derrota del usurpador por Teodosio le colocó en una situación más que delicada66, y por tanto también peligrosa para Amiano. El mismo Símaco hubo de pasar inadvertido durante una temporada, hasta que las aguas se calmaron, tratando de mantener buenas relaciones con los poderes fácticos imperantes67. Además, está demostrado que el antioqueno fue literariamente tributario de Símaco68. J.F. Matthews,

62 H. Sivan, “Ammianus at Rome: Exile and redemption?”, Historia 41, 1 (1997), p. 119, identifica al antioqueno con el Ammianus Comes Rerum Privatarum que aparece en CTh. 11, 30, 41 (383); también documentado por Símaco (Rel. 36).

63 K. Hopkins, “Social mobility in the Later Roman Empire: the evidence of Ausonius”, CQ 11 (1961), p. 238-249.

64 W.H.C. Frend, “Paulinus of Nola and the last century of the Western Empire”, J.R.S. 59 (1969), p. 7.

65 Problema planteado por A. Cameron, “The Roman friends of Ammianus”, J.R.S. 54 (1964), p. 15 ss.

66 Vid. J.F. Matthews, op.cit., p. 243 ss.

67 S. Williams, G. Friell, Theodosius: the Empire at bay, London 1994, p. 131.

68 S.M. Oberhelman, “The provenance of the style of Ammianus Marcellinus”, Quaderni Urbinati di Cultura Classica 27, 3 (1987), p. 81-82; M. Humphreis, art.cit., p.

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en fin, no muestra ningún empacho en ampliar la identificación a intereses más prácticos que los estrictamente textuales69.

Amiano no fue un intelectual aislado, como quiso creer A. Momi-gliano70, sino uno de esos últimos romanos de los que nos habla V. Ukolova, empeñados en combatir la regresión socio-cultural y reli-giosa de su tiempo frente a “la nueva e implacable fuerza ideológica y política imposible de eludir, que sólo se podía refutar silenciosamente, con la dignidad propia del verdadero romano”71: el cristianismo. Un último romano y, además, un historiador cautivo del público al que quiso agradar, o no desagradar, en beneficio propio.

121.

69 J.F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus, London 1989, p. 466.

70 “The lonely historian Ammianus Marcellinus Marcellinus”, VI Contributo alla storia degli studi Classici e del Mondo Antico, Roma 1980, p. 151-152: “He does not take sides between St. Ambrose and Symmachus, between the anti-Germanic Libanius and the pro-German Themistius, and has none of the senatorial nostalgias of the S.H.A.”.

71 Los últimos romanos y la cultura europea, Moscú 1990, p. 105; 150.

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“El mundo visto desde las pirámides: tres visiones literarias del siglo IV después de Cristo sobre

Egipto”.

Heródoto, la gran inspiración de tantos autores geográficos y paradoxográficos del mundo clásico, amén de un punto de referencia importante para toda la intelectualidad del mundo clásico, estableció que:

“Paréceme acerca de las partes extremas del conti-nente, que con una especie de terreno muy diferente de los otros, y como encierran unos géneros que son tenidos acá por los mejores, se nos figura también que allí son todo preciosidades”1.

Egipto fue, en ese mundo clásico, uno de tales territorios perifé-

ricos que delimitaban el orbe y que se caracterizaban por albergar gentes, parajes, costumbres (Hrdt. II, 35) y prodigios que no podían hallarse en ningún otro rincón de las tierras conocidas por el hombre mediterráneo. Incluso cuando fue asimilado políticamente por Roma, la imaginación de los intelectuales continuó cultivando una pintura que situaba en el País del Nilo a los animales más extraños, los ritua-les más sorprendentes, las construcciones más majestuosas…2 En no PUB.- en J. Abellán Pérez, M. Lazarich González, V. Castañeda Fernández (eds.), Homenaje al profesor Antonio Caro Bellido, vol II. Estudios históricos de Andalucía, Univer-sidad de Cádiz, 2011, págs. 225-236.

1 Hdt, III, 116. Tr. P. Bartolomé Pou, Ed. Aguilar, Madrid, 1969, p. 683.

2 No deja de emocionarnos, en ese sentido, las sensaciones de Germánico, descritas por Tácito (Ann., II, 61), cuando descubre las maravillas arquitectónicas y las obras de ingeniería hidráulica de Egipto.

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pocas ocasiones, este relato estereotipado hallaba su origen en la costumbre de recurrir a los tópoi etnográficos que siempre eran de agrado del público. En otras se debía al desconocimiento personal de lo que se describía. Y por si eso no fuera suficiente, siempre planeaba sobre el autor de turno (sobre todo si era griego) el peso específico del legado de Heródoto3.

Egipto fue, para los griegos, también para algunos romanos, ese “arsenal de sabiduría extraña” del que hablaba Arnaldo Momigliano4, ese país poblado por una raza sensible según Polibio (XXXIV, 14) y que tanto había enseñado a los helenos (Hrdt. II, 81) en tantos cam-pos del saber. Aparte estaba su valor estratégico como granero del Imperio5, lo que hizo que los emperadores, desde su conquistador, Octavio, no lo consideraran como una provincia más, sino como una propiedad particular a la que no podían acceder los personajes más insignes de la pirámide social romana, senadores y equites más acauda-lados, salvo con el permiso del gobernante (Tac., Ann., II, 59, 3).

Para los romanos, sin embargo, carentes de la larga tradición de contacto de los griegos con Egipto, lo que percibían de esta zona les movía a la extrañeza, a la desconfianza y, en no pocas ocasiones, al escándalo. Es por ello que la mayor parte de los autores latinos nos dejaron una imagen distinta, desde los cálamos, por ejemplo, de Juvenal (Sat. XV, 33 ss.)6 o Tácito (su obra Historiae está trufada de

3 Sobre estas cuestiones, vid. A. Pérez Largacha, “Heródoto y la Arqueología egip-cia”, Boletín de la Asociación Española de Orientalistas XL (2004), pp. 111 ss; J.L. Myers, “Erodoto geografo”, Geografia e geografi nel mondo antico, P. Prontera, ed., Bari (1983), pp. 126 ss.

4 La sabiduría de los bárbaros. Los límites de la helenización, México, 1988, p. 15.

5 Sobre la dependencia cerealística de Roma respecto de Egipto, vid. Tac., Ann., XII, 43, 2.

6 Juvenal, según su propio testimonio, conocía Egipto de primera mano (XV, 45). En XV, 10; 27 ss., 80 ss., incluso llegará a hablar de la práctica canibalismo en el país. Ésta era una acusación muy seria, pues la antropofagia era considerada, en la mentalidad grecolatina, como una de las grandes aberraciones en las que podía caer el hombre y signo de barbarie absoluta. El comportamiento era propio de poblacio-nes que habitaban en la periferia del mundo conocido, y así lo testimonia, por ejemplo, Estrabón (IV, 5, 4) cuando se refiere a Irlanda. M. Balasch, M. Dolç, Juvenal-Persio. Satiras, Introducción general, Madrid, 1991, p. 39: “Y Egipto es el pais

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referencias al respecto), donde a la incómoda extrañeza de sus cos-tumbres se sumaban la violencia, el fanatismo y la rebeldía de sus habitantes. Siglos más tarde, Orosio (VII, 33, 2 ss.) situará en el duro desierto egipcios el refugio de aquellos monjes que pretendían evadir-se de las cargas del Estado. En suma, para los autores más alejados de la tradición griega Egipto era un país peculiarmente bárbaro al que convenía contemplar con precaución7.

A continuación vamos a comparar los contenidos egipcios de tres obras literarias de la segunda mitad del siglo IV dC., cada una de naturaleza distinta, para conocer qué alcance tuvo en el tiempo lo escrito más arriba: la Expositio totius mundi et gentium, la Collectanea de Solino y las Res gestae de Amiano Marcelino. En ese curioso compen-dio geográfico que es la Expositio…, escrita posiblemente en griego por un autor oriental anónimo a mediados del siglo IV dC.8, el País del Nilo es dividido en tres partes (34-37): Egipto, Alejandría y la Tebaida (entendiendo ésta como la región de Tebas, parte sudoriental del territorio). Nos ayudaremos de este sencillo y peculiar esquema para la comparación.

El primer rasgo que destaca el autor de la Expositio es el Nilo como eje vertebral del país y la fecundidad que le aporta a éste (34) tanto en productos agrícolas como en hombres de buena condición y piadosos9. Era un requisito indispensable expresar esta idea, por otro lado cierta, acerca de una de las regiones más feraces del orbe roma-

que en las satiras de Juvenal sale peor. Ante todo, la satira XV integra, escrita ya en edad muy avanzada del poeta, es la expresion de una repugnancia feroz frente a este pueblo. Es, sin duda, el fruto de un mal recuerdo”.

7 Juvenal, de nuevo, sintetizará este pensamiento de forma lapidaria: “Los egipcios son unos salvajes, de ello no hay la menor duda” (Sat., XV, 44; tr. M. Balasch, op.cit., p. 440).

8 Vid. el comentario de su traductor al castellano, A. García-Toraño Martínez, Ed. Gredos, Madrid, 2002, p. 238.

9 Solino (I, 51), aludiendo a Trogo Pompeyo, menciona que en Egipto nacen 7 hijos de un mismo embarazo a causa de las aguas del Nilo, que fecundan de igual modo a tierras y a hombres. Vid. F.J. Fernández Nieto, Ed. Gredos, Madrid, 2001, p. 414, n. 913. En 1, 51, califica al Nilo como el mayor productor de galactitas, “piedras de leche” que estimulan los pechos de las parturientas, en exclusividad con el río Aqueloo de la Grecia continental.

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no. También Solino, oscuro (por el palmario desconocimiento bio-gráfico que tenemos de él) autor del tránsito del siglo III al IV10, hace referencia a algunos de esos cultivos al hablarnos de la “higuera” (sicomoro) y de la palmera egipcias, siempre intentando destacar aquellos datos más extraordinarios o, directamente, paradoxográfi-cos11. Y sobre todo se centra en las consecuencias que las crecidas del río tienen sobre el grado de prosperidad agrícola del país (32, 9-15)12. Al respecto, el texto de Amiano (22, 15, 5-7) casi aporta un calco del anterior, en cuanto que ambos coinciden en las teorías sobre la influencia de los vientos etesios a la hora de explicar los desbor-damientos. Solino habla además (32, 11) de la autoridad del movi-miento de las estrellas, mientras que el antioqueno recoge la opinión de algunos (que él no cree cierta) de que son las lluvias caídas en tierras de etíopes las que engrosan el caudal nilótico (22, 15, 6). Esta falta de certeza provenía del desconocimiento de las fuentes del Nilo, aspecto en el que ambos vuelven a “coincidir”13. Solino (32, 1-8) esta-blece el nacimiento del río en una montaña de Mauritania14, para formar a continuación el lago Nilida del que parte el Nilo. A partir de aquí su recorrido es subterráneo en ocasiones, hasta que reaparece definitivamente a la altura de Etiopía para discurrir hacia su desem-bocadura en el Mediterráneo, circundando en su camino islas de gran tamaño. Amiano (22, 15, 8-12) no se desvía un ápice de este relato, aunque aporte algún dato nuevo con claros deseos de lograr efectos-

10 Vid. los comentarios de su traductor al castellano, F.J. Fernández Nieto, op.cit., pp 13 ss; p. 27: “Guiándome por todos los indicios anteriormente reseñados, por la lengua y por el espíritu que resuma la obra, sospecho que Solino pudo escribir entre el final del siglo III y la primera mitad del IV (290-350), sin que esté a nuestro alcance precisar más”.

11 Del sicómoro (32, 34-35) dirá que es capaz de dar fruto 7 veces al año, y no sólo a través de las ramas, sino incluso desde el tronco; además su madera se hunde en el agua, y sólo llega a flotar si se la mantiene en remojo por un tiempo: al contrario que otras, es la humedad la que la seca. De la palmera (32, 36) destacará su fruto, el dátil, que calma la sed si se toma antes de madurar, pero que si se ingiere ya maduro produce los efectos de una borrachera.

12 Tomado de Plinio, N.H., V, 58; vid. Amm., 22, 15, 13. Solino comparará este fenómeno con lo que les ocurre al Eúfrates (37, 2-3) y al Gánges (52, 6).

13 Parece más que claro que Amiano ha leído a Solino.

14 Siguiendo textos de origen púnico: vid. F.J. Fernández Nieto, op.cit., p. 429, n. 960.

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mo en su auditorio15. Ambos coinciden en la originalidad del río en un punto: para Solino es el único del mundo que no genera olores (32, 15); para Amiano es el único que no provoca brisas (22, 15, 13).

Las deficiencias del conocimiento geográfico antiguo16 no parecen constituir un impedimento para estos autores a la hora de seguir hablando de Egipto. A veces los relatos, sin abandonar la evidente matriz documental de la que se nutren, ofrecen más o menos infor-mación e incluso desde diferentes ópticas, pero la aparición de nuevas y acusadas similitudes nos confirma en el convencimiento de que, al tratarse de este territorio tan especial, los dos debían incluir una serie de noticias que refrescarían lo ya aprendido antes, desde el tópos, por cado uno de los integrantes del auditorio correspondiente. La descrip-ción de la fauna nilótica, por ejemplo, atiende a ese propósito. El cocodrilo, sin ir más lejos, es el mismo en ambos17, con la única diferencia de la curiosa tregua que los fieros reptiles parecen pactar con los sacerdotes durante una semana al año, en la que no atacarán a nadie: para Solino (22, 21) esto tiene que ver con la celebración del cumpleaños del buey Apis; para Amiano, acontece con la celebración del nacimiento del Nilo (22, 15, 17). Cuando le llega el turno al hipopótamo el resultado es, otra vez, la repetición, presuntamente ejecutada por Amiano (aunque Solino también bebería de otra fuente, por ejemplo de Plin. N.H. VIII, 95), que resulta casi literal (Sol., 32, 30-31; Amm., 22, 15, 21-24)18.

15 Es el caso de la anécdota de los atos, pueblo que vivía a la altura de las cataratas y que tuvo que migrar a causa de la estridencia brutal de los saltos de agua. Esta comunidad no es mencionada en ninguna otra fuente.

16 Vid. P. Arnaud, “Pouvoir des mots et limites de la cartographie dans la geogra-phie grecque et romaine”, D.H.A. 15, 1 (1989), pp. 9-29; C. Jacob, “Carte greche”, en Geografia e geografi…, pp. 47-68.

17 Solino (32, 22): bestia dañina de 4 patas, con el mismo vigor en tierra que en agua, que carece de lengua, sólo mueve la mandíbula superior, que acopla sus temi-bles dientes como un peine, con una piel acorazada y un tamaño de hasta 20 codos (casi 9 metros), y que pone huevos igual que la oca; cobarde ante quien le planta cara y que guarda ayuno durante el invierno. El testimonio de Amiano es el mismo (22, 15, 15-17). Los dos coinciden también en otro animal, el delfín del Nilo, que con su aleta dorsal en forma de sierra mata a los cocodrilos atacándolos por el vientre (Sol., 32, 26-27; Amm., 22, 15, 8), o en el caso del pequeño carnívoro que

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Continuando con la Expositio, la religión, otro de los grandes tópicos tradicionales desde la sistematización etnográfica de Heró-doto, ocupa un lugar importante en sus escasas líneas, destacándose la importancia de los dioses y cultos egipcios y la devoción de los naturales hacia ellos (34)19. Concretando más, Solino (32, 17-21) y Amiano se refieren al culto al buey Apis en términos de absoluta concomitancia (22, 14, 6-8), algunos matices sin apenas importancia aparte20. Amiano, más interesado en temas religiosos por la delicada situación de los cultos paganos en la época en que él publica su obra, y escribiendo siempre en función de un círculo senatorial pagano21, se alarga algo más al respecto (22, 16, 19-22) al recordar que Egipto es tierra especialmente apta para el conocimiento de lo divino y, por ende, para la revelación de misterios y secretos trascendentales para los hombres22. Así, si la Expositio continúa con una breve reseña de lo que supone la ciudad de Alejandría (34), en la que abundan los

penetra en sus entrañas cuando los pájaros limpian la dentadura de la bestia, royén-dole desde allí (Sol., 32, 25; Amm., 22, 15, 19).

18 Otro ejemplo de fauna es el ibis (Sol., 32, 32-33; Amm., 22, 15, 25-26), que mantienen a raya a las ponzoñosas serpientes al devorar sus huevos y al atacar a las bandadas de ofidios alados que llegan desde Arabia. Solino apuntará, además, que estas aves ponen sus huevos por la boca; Amiano, por su parte, nos recordará su carácter sagrado entre los egipcios.

19 Idea que continuará en el epígrafe 36: “Tienen toda clase de santuarios y templos dotados de todo; abundan allí, en efecto, porteros, sacerdotes, servidores del culto, arúspices, adoradores y excelentes adivinos, y se hace todo con arreglo al rito; así, encontraréis siempre sus aras resplandeciendo del fuego de los sacrificios y colma-das de incienso, y las cintas, así como los incensarios colmados de perfumes y exha-lando un aroma divino” (tr. Alfonso García-Toraño Martínez, op.cit., p. 257). Sobre la burla de Juvenal sobre las creencias del hombre egipcio, vid. Sat., XV, 1 ss.

20 Los dos repiten, por ejemplo, el funesto augurio que aconteció cuando el buey sagrado no quiso comer de la mano de Germánico (vid. Plinio VIII, 186) en el año 19.

21 Vid. mi trabajo, “El historiador cautivo: Amiano Marcelino frente a su auditorio senatorial romano”, Habis 37 (2006), pp. 427-438.

22 Amm., 22, 16, 19: “Si alguien quisiera investigar en profundidad acerca de las múltiples manifestaciones de la investigación de lo divino, y sobre el origen de la adivinación, descubrirá que este tipo de conocimiento se ha extendido por todo el mundo partiendo desde Egipto” (tr. M.L. Harto Trujillo, Akal, Madrid 2002, pp. 504-505).

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hombres sabios, los filósofos (37), las doctrinas y el cultivo de las letras, del mismo modo que la especialización en una determinada disciplina académica23, Amiano no se olvidará de encomiar el Serapeum (22, 16, 12), joya de la ciudad que sólo es superado por el Capitolio romano en fastuosidad24. La monumentalidad de Egipto es otro punto en común entre Solino y Amiano. Por ejemplo, al mencionar los estandartes de la cultura egipcia, las pirámides, ambos (32, 44 y 22, 15, 28-29 respectivamente) las definen como torres puntiagudas tan altas que no dan sombra25. Amiano vuelve a extenderse un poco más, al respecto, al hablar del sentido etimológico de la palabra (del griego pir, fuego)26.

No falta un nombre cuando se trata de Egipto en la literatura antigua: Cleopatra, la astuta reina que, según Amiano27, planeó la 23 Amm., 22, 16, 13 alaba sus dos bibliotecas, con los 700.000 volúmenes allí depositados por los monarcas Ptolemaicos (que quedaron incinerados a causa del saqueo de la ciudad en tiempos de César). Además destaca (22, 16, 16) algunos nombres de eruditos alejandrinos que brillaron en gramática, ciencia, letras, etc., así como los logros conseguidos en geometría, música, astronomía, matemáticas, adivinación (22, 16, 17), sin olvidar a su prestigiosa Escuela de Medicina (22, 16, 18), famosa en todo el Imperio. Vid. J. Scarborough, “Ammianus Marcellinus XXII, 16, 18: Alexandria´s medical reputation in the Fourth Century”, Clio Medica 1969, 4, p. 141-142; V. Nutton, “Ammianus and Alexandria”, Clio Medica 7, 3 (1972), p. 165-176. En la Expositio se menciona el particular en 37.

24 También recordado por la Expositio, 35, emparejado con el Museo como los dos grandes distintivos de la ciudad ante el mundo. Esto no es mencionado por Solino, quien al describir Alejandría (32, 41-42) simplemente destaca “la grandeza de su fábrica” y su vinculación a Alejandro Magno, así como recuerda el nombre de su arquitecto: Dinócrates. Se referirá además, como realidad aparte, a la isla de Faro (32, 43), con su famosa luz para guiar la navegación y su conexiones con la magna ciudad (vid. Amm., 22, 16, 9).

25 Al antioqueno parece interesarle la cuestión, o tal vez la halla divertida para su auditorio: vid. 22, 15, 3, sobre curiosidades sobre las luces y las sombras en Siene (Assuán) en el solsticio de verano.

26 Según M.L. Harto Trujillo, op.cit., p. 499, n. 109, de forma errónea. Amiano aporta, además, un excursus sobre los obeliscos (17, 4, 1-7) y además traduce los jeroglíficos del que el emperador Constancio II ordenó colocar en Roma a fines de los años 50 del siglo IV (17, 4, 18-23).

27 Sobre el tratamiento de Cleopatra en Amiano, vid. mi trabajo “La mujer oriental a través de Amiano Marcelino”, en G. Bravo Castañeda, R. González Salinero (eds.), Extranjeras en el Mundo Romano, Gerión Anejos VIII, Madrid, 2004, pp. 95-99.

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creación del famoso faro (22, 16, 9) y ordenó la construcción del “heptstadio”, dique que unía a la isla homónima con el país (22, 16, 10). No aparece en la Expositio, donde los nombres propios de celebridades históricas escasean, sacrificados al colorismo de la descripción geo-etnográfica y económica. Y Solino sólo la menciona al hablar de la “serpiente hipnal”, la variedad de áspid que “mata por el sueño… como bien atestigua Cleopatra” (2, 7).

Pero hablar de Egipto equivale también a hablar de Alejandría, pues casi en todos los autores ambos nombres vienen a constituir una metonimia, en la que continente se toma por contenido y viceversa. La sexta ciudad del Imperio Romano según la singular lista del Ordo Urbium Nobilium de Ausonio28, dejó su registro en la literatura clásica como una urbe turbulenta, en la que el pasatiempo favorito de sus habitantes consistía en enredarse en tumultos que no era raro que desembocaran en ejecuciones29. Así, se convierte en otro tópos (esta vez esquivado por Solino) al mencionar maravillas de ella30 para a renglón seguido hacer alusión al carácter atrabiliario de los alejandri-nos. En eso va a consistir el ejercicio tanto del autor de la Expositio como de Amiano. El primero (35-36) alaba su riqueza en alimentos31, especialmente bendecida por la fertilidad del Nilo32; también la variedad de mercancías que llegan del extranjero (sobre todo de la exótica India) y, particularmente, su lucrativo negocio de exportación de papiro33, gracias al cual pueden funcionar la Administración y las

28 “…vertex omnium est civitatum”, que escribirá Amm., 22, 16, 7.

29 Vid. Amm. 19, 12, 12; 22, 11, 2 ss.

30 Para su relevancia en el Bajo Imperio, vid. la síntesis de Av. Cameron, El mundo mediterráneo en la Antigüedad Tardía, Barcelona, 1998, pp. 145 ss.

31 Expos., 35: “Come, en efecto, tres clases de pescado, de río, de lago y de mar, cosa que no tiene otra provincia” (tr. Alfonso García-Toraño Martínez, op.cit., p. 255).

32 Lo que le permite abastecer de alimento a otras provincias del Imperio y al ejército que lucha en el frente persa (36); Amiano (22, 16, 7) nos refiere una curiosa anécdota sobre su arquitecto, Dinócrates, quién faltándole cal para las murallas las embadurnó de harina, lo cual fue un buen augurio para la prosperidad alimenticia de la ciudad.

33 Mencionado por Solino (37, 2) como el material con el que se construyen las embarcaciones que permiten arribar antes a la India desde Egipto.

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transacciones comerciales. Pero luego llega la otra cara de la moneda, la fuerza de la turba, instigada por el antirromanismo de las elites griegas, frente al poder invasor:

“Además encontrarás que esta ciudad manda en sus gobernadores: el pueblo de Alejandría es único en inclinarse con facilidad a la rebe-lión; los gobernadores, en efecto, entran en ella con miedo y tem-blando, temerosos de la justicia del pueblo, pues no se han esperar los levantamientos de teas y piedras contra los gobernadores que yerran”34.

Es la obstinación de ese gentío de tez oscura y cuerpo enjuto35, del populacho alejandrino, contra el que los instrumentos de tortura no causan efecto si se trata de pagar impuestos (22, 6, 1; 16, 23), la que termina germinando en furia. Poder destructivo que llega, incluso, a modificar la fisonomía de lo urbano al decir del historiador antio-queno (22, 16, 15). Solino, por su parte, más interesado en otros menesteres, pasa por alto el lugar común.

Después de Alejandría sólo Tebas, “célebre por su número de puertas“, consigue atraer algo de atención en Solino (32, 40), quien también menciona la ciudades de Abidos, con su palacio de Memnón y su templo de Osiris36, Canopo, comienzo de Egipto desde el Oeste, (31, 1) y Pelusio, bisagra entre Egipto y Arabia y donde se ubicaba el sepulcro de Pompeyo el Grande37.

Vamos a ir recapitulando: hasta aquí, nos hemos referido a tres obras literarias del siglo IV para constatar si la imagen tradicional (de cuño griego) de Egipto tiene continuidad en el tiempo, hasta bien entrada la tardorromanidad. Y lo hemos constatado afirmativamente. Pero no todas las creaciones literarias clásicas atienden a los mismos propósitos, y esa diferencia podemos advertirla, en nuestros tres

34 Expos., 37 (tr. Alfonso García-Toraño Martínez, op.cit., p. 257). Vid. Amm., 28, 5, 14.

35 Amiano es de los pocos autores antiguos que nos transmiten una descripción física de los egipcios.

36 Sobre ambos vid F.J. Fernández Nieto, op.cit, p. 449, n. 1024.

37 33, 23-24; 32, 34 (único paraje de Egipto donde crían las ibis negras); Pelusio aparece en Amm., 22, 16, 3 con tintes similares.

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ejemplos, recurriendo a los detalles y los matices. Para empezar, se nota claramente cuál de los tres autores no puso un pie en el País del Nilo. Amiano deja bien claro que él ha estado en Egipto y ha contemplado lo que describe (22, 15, 1)38. Así lo lo sabemos cuando habla de Alejandría39, con su cielo siempre despejado y su brisa agra-dable (22, 16, 8), o de Canopo (22, 16, 14), donde, por los mismos motivos, “cualquiera de nosotros creería que allí está viviendo fuera de este mundo”: desde luego da la impresión de que Amiano ha disfrutado de tales bondades climáticas40. También el autor de la Expositio hace constar su testimonio presencial (34) e incide en el mismo punto que el antioqueno (37). No es el caso de Solino, cuya descripción parece más bien trazada en el gabinete.

Sea quien sea el autor de un relato sobre Egipto en el mundo grecorromano, necesariamente habrá de remontarse a Heródoto41, Diodoro de Sicilia, Estrabón, Mela, Plinio el Viejo42, por citar a los más relevantes43. Pero sería absurdo, por otra parte, negar una pince-lada personal de cada escritor a lo que crea, y esa originalidad siempre iría en función de lo que cada uno persigue con sus ideas. En el caso

38 De él, incluso, G.W. Bowersock, “J.F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus”, J.R.S. 80 (1990), p. 248, ha defendido que provenía de Alejandría (frente a la tesis tradicional de su origen antioqueno).

39 F. Trombley, “Ammianus Marcellinus and fourth-century warfare: a protector´s approach to historical narrative”, en J.W. Drijvers, D. Hunt (eds.), The Late Roman World and its Historian. Interpreting Ammianus Marcellinus, London-New Cork, 1999, p. 17, lo sitúa actuando en Egipto, en la inspección de barcos egipcios, dentro del servicio annonario, desde su calidad de protector.

40 Lo mismo observamos en su anotación sobre los moratones en los cuerpos de los egipcios que han sido maltratados por resistirse a tributar (22, 16, 23).

41 Algo que P.M. Camus, Ammien Marcellin. Témoin des courants culturels et religieux a la fin du IVe siècle, Paris, 1967, p. 39, detecta claramente en Amiano. Para las fuentes griegas que Amiano maneja en su digresión egipcia, vid. I. Lana, “Ammiano Marcellino e la sua conoscenza degli autori greci”, Politica, cultura e religione nell Impero Romano (secoli IV-VI) tra Oriente e Occidente, Napoli 1993, pp. 2 y 39.

42 Para L.A. García Moreno, “Etnografía y paradoxografía en la historiografía latina de la República tardía y época augustea”, Polis 6 (1994), p. 76, estos dos últimos son los verdaderos forjadores de la geografía latina.

43 Para las fuentes de Solino, vid. el completísimo análisis de F.J. Fernández Nieto, op.cit., pp. 33 ss.

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del autor de la Expositio se advierte el deseo de escribir un breviario sobre la ecúmene, no exento de ciertas referencias al paganismo44 que son muy sospechosas: en un mundo que se va convirtiendo al cristia-nismo, al menos entre las esferas de poder (los emperadores ya son cristianos), Egipto simbolizaba el reducto de los cultos politeístas tra-dicionales. Esto se advierte de forma categórica en Amiano45. Solino, sin embargo, lo que pretende es escribir “una chorographia comparada, una descripción de los lugares, de las tierras y de los pueblos del orbe salpicada de datos sobre fenómenos curiosos y extraordinarios de los reinos vegetal, mineral y animal, veteada con los prodigios y paradojas que más habían sorprendido la credulidad de los antiguos”46. Su aspiración es bastante más erudita y “científica” que en los dos otros dos autores47, sin renunciar, por ello, a compartir algunas tendencias con ellos: beber de la tradición etnográfica y flirtear con la tradición paradoxográfica. De ese modo, los tres pretenden agradar a sus res-pectivos lectores con noticias exóticas y curiosas, propias de este último género. A ello responden las referidas por Solino en 15, 12, cuando escribe: “Los perros egipcios nunca beben en el Nilo sino mientras corren, a fin de evitar las asechanzas de los cocodrilos”48; o que el ave Fénix voló a Egipto49, desde tierras árabes, a fines de la República, y que fue capturada y llevada a Roma durante el reinado de Claudio (33, 14); o bien que los blemmyes, los legendarios y fero-ces vecinos del sur, tenían la boca y los ojos en el pecho (31, 5). En esa línea se comporta también Amiano (22, 15, 14; 31, amén de lo ya citado)50, y en menor medida el autor de la Expositio.

44 Alfonso García-Toraño Martínez, op.cit., p. 236.

45 Ya lo he defendido en Romanos y bárbaros en las fronteras del Imperio romano según el testimonio de Amiano Marcelino, Madrid 2006, p. 185.

46 F.J. Fernández Nieto, op.cit., p. 29.

47 Se percibe su obsesión al hablar de Egipto, por las delimitaciones y las fronteras: para él, Egipto es uno de los límites del Mediterráneo (23, 15), límite familiar en la navegación por el Atlántico (56, 6) y llave de paso hacia la India (37, 2; 52, 3).

48 Tr. F.J. Fernández Nieto, op.cit., pp. 305-306.

49 Vid. al respecto la breve y exótica digresión de Tácito (Ann., VI, 28).

50 Y también una obra contemporánea: la Historia Augusta; vid. R. Syme, Ammianus and the Historia Augusta, Oxford, 1968, pp. 25 ss.

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Nadie podía obviar Egipto si pretendía describir el mundo conocido, o crear una obra literaria con perspectivas de éxito: por su carácter estratégico, de paso entre dos continentes, por su peso específico en la economía del Mediterráneo y, particularmente, porque, en la Antigüedad Tardía, uno de cada ocho habitantes del Imperio vivirá allí51. Si a ello le sumamos el más que evidente exotis-mo del país, y el carácter extraordinario de algunos de sus atributos según la tradición etnográfica que arranca desde Heródoto, el orbe había que contemplarlo desde las cúspides de las pirámides egipcias si se quería poseer un ingrediente importante para el triunfo en los círculos literarios. Si además se podía conseguir algo más, tanto mejor.

51 F.G. Maier, Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III-VIII, Madrid, 1972, p. 18.

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ÍNDICE

Introducción…………………………………………….. 5 Ammianus adversus externae gentes: la geografía de lo Barbaricum en Amiano Marcelino ……………………...… 9 El mundo de la medicina antigua en Amiano Marcelino … 23 In vino civilitas: los bárbaros y el vino en Amiano ………… 35 Los hunos: la gran invención de Amiano Marcelino …….. 55 La cultura y romanidad en las Res gestae de Amiano Marcelino ……………………………………………….. 95 Las externae gentes bajo los estandartes de Roma: asentamientos y reclutamiento bárbaros en las Res gestae de Amiano Marcelino …………………………………… 109 Un ejemplo de “comodín histórico”: la figura de Silvano en las Res gestae de Amiano Marcelino …………… 145 El último enigma de Amiano Marcelino: Ut miles quondam et Graecus (XXXI, 16, 9) …………………………………. 163 La figura de Cornelio Galo en las Res gestae de Amiano Marcelino ……………………………………… 185 Intérpretes militares y movimientos de información táctica en el frente oriental según Amiano Marcelino …… 201 “Entre druidas, magos, brahamanes y obispos: el ideal de sacerdote romano para Amiano Marcelino” …………. 219

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La mujer oriental a través de Amiano Marcelino ………... 235 Amiano Marcelino e Hispania: reconsideraciones ………. 243 El “historiador cautivo”: Amiano Marcelino frente a su auditorio senatorial romano ………………………... 269 “El mundo visto desde las pirámides: tres visiones literarias del siglo IV después de Cristo sobre Egipto” ….. 285