sergio fernández ramon lopez velarde · shakespeare en venus y adonis; de una sor juana a lo largo...

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Sergio Fernández RAMON LOPEZ VELARDE: historia de un corazón promiscuo Para Orlando, en mi elección de siglos. Si cayera yo en la manía de intentar aprehender sintéticamente la poesía de Ramón López Velarde o, mejor aún, lo humano que le sirve de base, diría que hay dos tónicas que me habrían de llevar de la mano a sus propios terrenos: la carencia y la sinceridad. Se me dirá que todo ser humano es carente; que todo poeta también; que ésa no sería una línea realmente distintiva. Y sin embargo, puesto ya a contestar este diálogo hipotético, responderé que lo es no sólo por el juego que implica (fue, en verdad, un nuevo Tántalo) sino porque lo que no obtuvo no era, en sí, obtenible. Dicho de otro modo, no fue porque la fortuna le volviera la espalda, como a tantos otros que buscan, contrariamente a él, lo que es apresable: dinero, fama, una aventura, tantas cosas más. No. Es la de López Velarde una forma de carencia singular, no humana. Posee un sí es que no de monstruoso que ya habremos de analizar y que mucho se nutre de la esencia del arte, de la verdadera poesía. Mas si tratando de hacer luz en el asunto lo confrontáramos con el caso opuesto, ningún anillo al dedo viene mejor que el ofrecido por Garcilaso de la Vega. Carente, él sí, de situaciones humanas afectivas, nunca tuvo -si hemos de creer en la verdad vital de su poesía, merecedora, casi siempre, de grandes desconfianzas-- lo que ambicionó: el amor correspondido de la mujer amada. Pero tantos hay cotila él, que tendríamos que recurrir a las excepciones para citar casos contrarios entre los que estaría, a no dudarlo, Ramón López Velarde. Porque su carencia no estuvo conformada de la misma pasta que la de Garcilaso o, para ir algo más lejos, como la de ningún otro ser humano, poeta o no. El deseó, deseó tanto que su ambición - ¿debería yo llamarla ontológica? - trascendió el plano de lo femenino concre- to, fue más allá del ideal, también; y una vez allí, frenético, enloquecido, supo que su apetito no puede ser saciado, ya lo dije, porque no es saciable: me refiero a la cópula de amor, en todo su esplendor, con el "eterno femenino", o con ninguna otra suerte de perennidad. Sin embargo, acaso lo privativo en él, lo "velardiano", consistió en un salirse con la suya no en el nivel de la existencia sino en el de la poesía donde, para decirlo a rajatabla ...copuló. La carencia está pues en la vida, ya que sólo en la literatura pueden usufructuarse tales y tan esplendorosas monstruosidades. Pero esta carencia existencial, Ilamémosla así, de algún modo opuesta a la realización poética, es a la que aludo cuando digo que es uno de los puntos de partida para conocer a este ser fatalista, lloriqueante, "feudal", miedoso, amargo, bobalicón en ocasiones, lleno de violencia interna, a su manera casto, cursi algunas veces, aburrido en las cuatro fastidiosas paredes de su amada provincia o triste también, ¡tristísimo!, provocativo, lujurioso, sensual, senti- mental, religioso de agua bendita y de golpe de pecho; rnisteriosísi- mo de corazón y alma, además de obviamente genial. El otro apoyo para conocerlo es la sinceridad. Si en forma nada ociosa me preguntara qué poeta es sincero, o si los hay, diría que cada uno lo es, a su manera. Pero que ésta, no expresada sino a través de la metáfora que es toda palabra, nos pone a leguas de distancia, paradójicamente, de la sinceridad. Todo poeta es, pues, no sincero, por más que lo pretenda; aun cuando lo es por mucho que Jo oculte. Pero es arduo, muy arduo, encontrar, por ejemplo, el meollo de vida de un Góngora en el Polifemo; de un Shakespeare en Venus y Adonis; de una Sor Juana a lo largo de toda su carrera poética. La monja jerónima es, precisamente, el ejemplo atingente de una insincera sinceridad. Yo, después de un meticuloso estudio que me llevó muchas horas de cavilaciones, concluí que de su persona humana sabía menos que antes de empezar a olfateada. Era como si, en venganza, Sor Juana me hubiera restado, de ella misma, cada vez que yo, a través de su poesía, intentaba sumar los trozos que iban apareciendo, aquí y allá, de su ser interior. Ahora, algo más calma nuestra amistad, me conformo con lo que quiere darme que, sin queja ninguna, es bien escaso. López Velarde es lo contrario; su sinceridad (no me refiero a la de la poesía, claro, sino a la que refleja en parte su existencia) se da el lujo de. hilvanar las dos personas -la poética, la humana- en su obra, de modo que sin llegar a la tremenda meta de que en relación de causa a efecto están vida y poesía, bien puedo decir que hay un ser de bulto, casi concreto, en cada verso, en cada situación poética; y que, a no dudarlo, tan franco es, tan decisivamente íntegro, que todo lector está tentado a poner la mano en el fuego por su sinceridad, no importa cuán literaria sea. En este sentido es poco mexicano; poco "barroco". No se traiciona; no se da, a mismo, una pUñalada por la espalda. Sus muchas recámaras interiores están llenas de luz, a fin de que el visitante no tropiece ni caiga. Si nos dice "amo" es la verdad. Si nos dice "mi sufrimiento es como un gravamen de rencor" es la verdad. Si nos advierte "mas en mi pecho siguen germinando las plantas venenosas ... " es la verdad. Y la verdad es cuando nos dice "Mas es un vinagre mi alma, ... " No nos engaña, pues; no nos engaña (como sus congéneres, los grandes mentirosos), justamente con la verdad. Es como si hubiera leído a Dostoievski y de él, sólo de 'él, hubiera sacado la lección, ya que para el novelista, siendo toda verdad inverosímil, necesita el hombre -para que se la crean- añadirle, sin misericordia, la mentira. Es como si lo hubiera leído y para nada estuviera de acuerdo con él. Y sin embargo para Dostoievski tiene razón. Esta verdad.mentira (para ser más verdad) es, quiéralo o no él

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Page 1: Sergio Fernández RAMON LOPEZ VELARDE · Shakespeare en Venus y Adonis; de una Sor Juana a lo largo de toda su carrera poética. La monja jerónima es, precisamente, el ejemplo atingente

Sergio Fernández

RAMON LOPEZVELARDE:

historia de un corazón promiscuoPara Orlando, en mi

elección de siglos.

Si cayera yo en la manía de intentar aprehender sintéticamente lapoesía de Ramón López Velarde o, mejor aún, lo humano que lesirve de base, diría que hay dos tónicas que me habrían de llevarde la mano a sus propios terrenos: la carencia y la sinceridad. Seme dirá que todo ser humano es carente; que todo poeta también;que ésa no sería una línea realmente distintiva. Y sin embargo,puesto ya a contestar este diálogo hipotético, responderé que lo esno sólo por el juego que implica (fue, en verdad, un nuevoTántalo) sino porque lo que no obtuvo no era, en sí, obtenible.Dicho de otro modo, no fue porque la fortuna le volviera laespalda, como a tantos otros que buscan, contrariamente a él, loque sí es apresable: dinero, fama, una aventura, tantas cosas más.No. Es la de López Velarde una forma de carencia singular, nohumana. Posee un sí es que no de monstruoso que ya habremosde analizar y que mucho se nutre de la esencia del arte, de laverdadera poesía. Mas si tratando de hacer luz en el asunto loconfrontáramos con el caso opuesto, ningún anillo al dedo vienemejor que el ofrecido por Garcilaso de la Vega. Carente, él sí, desituaciones humanas afectivas, nunca tuvo -si hemos de creer en laverdad vital de su poesía, merecedora, casi siempre, de grandesdesconfianzas-- lo que ambicionó: el amor correspondido de lamujer amada. Pero tantos hay cotila él, que tendríamos querecurrir a las excepciones para citar casos contrarios entre los queestaría, a no dudarlo, Ramón López Velarde. Porque su carenciano estuvo conformada de la misma pasta que la de Garcilaso o,para ir algo más lejos, como la de ningún otro ser humano, poetao no. El deseó, deseó tanto que su ambición - ¿debería yollamarla ontológica? - trascendió el plano de lo femenino concre­to, fue más allá del ideal, también; y una vez allí, frenético,enloquecido, supo que su apetito no puede ser saciado, ya lo dije,porque no es saciable: me refiero a la cópula de amor, en todo suesplendor, con el "eterno femenino", o con ninguna otra suerte deperennidad. Sin embargo, acaso lo privativo en él, lo "velardiano",consistió en un salirse con la suya no en el nivel de la existenciasino en el de la poesía donde, para decirlo a rajatabla...copuló.

La carencia está pues en la vida, ya que sólo en la literaturapueden usufructuarse tales y tan esplendorosas monstruosidades.Pero esta carencia existencial, Ilamémosla así, de algún modoopuesta a la realización poética, es a la que aludo cuando digo quees uno de los puntos de partida para conocer a este ser fatalista,lloriqueante, "feudal", miedoso, amargo, bobalicón en ocasiones,lleno de violencia interna, a su manera casto, cursi algunas veces,aburrido en las cuatro fastidiosas paredes de su amada provincia otriste también, ¡tristísimo!, provocativo, lujurioso, sensual, senti­mental, religioso de agua bendita y de golpe de pecho; rnisteriosísi­mo de corazón y alma, además de obviamente genial.

El otro apoyo para conocerlo es la sinceridad. Si en forma nadaociosa me preguntara qué poeta es sincero, o si los hay, diría que

cada uno lo es, a su manera. Pero que ésta, no expresada sino através de la metáfora que es toda palabra, nos pone a leguas dedistancia, paradójicamente, de la sinceridad. Todo poeta es, pues,no sincero, por más que lo pretenda; aun cuando sí lo es pormucho que Jo oculte. Pero es arduo, muy arduo, encontrar, porejemplo, el meollo de vida de un Góngora en el Polifemo; de unShakespeare en Venus y Adonis; de una Sor Juana a lo largo detoda su carrera poética. La monja jerónima es, precisamente, elejemplo atingente de una insincera sinceridad. Yo, después de unmeticuloso estudio que me llevó muchas horas de cavilaciones,concluí que de su persona humana sabía menos que antes deempezar a olfateada. Era como si, en venganza, Sor Juana mehubiera restado, de ella misma, cada vez que yo, a través de supoesía, intentaba sumar los trozos que iban apareciendo, aquí yallá, de su ser interior. Ahora, algo más calma nuestra amistad, meconformo con lo que quiere darme que, sin queja ninguna, es bienescaso.

López Velarde es lo contrario; su sinceridad (no me refiero a lade la poesía, claro, sino a la que refleja en parte su existencia) seda el lujo de. hilvanar las dos personas -la poética, la humana- ensu obra, de modo que sin llegar a la tremenda meta de que enrelación de causa a efecto están vida y poesía, bien puedo decirque hay un ser de bulto, casi concreto, en cada verso, en cadasituación poética; y que, a no dudarlo, tan franco es, tandecisivamente íntegro, que todo lector está tentado a poner lamano en el fuego por su sinceridad, no importa cuán literaria sea.En este sentido es poco mexicano; poco "barroco". No setraiciona; no se da, a sí mismo, una pUñalada por la espalda. Susmuchas recámaras interiores están llenas de luz, a fin de que elvisitante no tropiece ni caiga. Si nos dice "amo" es la verdad. Sinos dice

"mi sufrimiento es como un gravamen de rencor"es la verdad. Si nos advierte"mas en mi pecho siguen germinandolas plantas venenosas..."

es la verdad. Y la verdad es cuando nos dice"Mas es un vinagremi alma,..."

No nos engaña, pues; no nos engaña (como sus congéneres, losgrandes mentirosos), justamente con la verdad. Es como si hubieraleído a Dostoievski y de él, sólo de 'él, hubiera sacado la lección,ya que para el novelista, siendo toda verdad inverosímil, necesita elhombre -para que se la crean- añadirle, sin misericordia, lamentira. Es como si lo hubiera leído y para nada estuviera deacuerdo con él. Y sin embargo para mí Dostoievski tiene razón.Esta verdad.mentira (para ser más verdad) es, quiéralo o no él

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I•1

Son tres los grandes intereses del poeta consciente: el catolicismo,la provincia (que incluiría la patria) y, ya lo dije, el eros femenino.Todo, absolutamente todo lo que resta de su pequeño mundo(pequeño, a fe mía, de ser sincero) se subordina a tal y tanrecalcitrante trilogía: la infancia, el hogar, la naturaleza "exterior",los objetos, el aplomo de su sensualidad y aun las más misteriosaszonas de la vida, así sean el amor, el sueño y la muerte. Desde susprimeros y dulzones poemas, plagados de cursilería, de lugarescomunes, de obviedad, hasta "Zozobra" y "El son del corazón",llenos de intrepidez, enigmáticos, con el alcance de toda altísimapoesía, no hace sino hilvanar sobre estos temas. Un poema seríanpues todos los poemas si uno se atuviera a este arbitrario enfoque,no exento de una brizna de maldad. Bien sabe el lector, sinembargo, que no es así: si los temas no son sino uno, la palabrapoética (en sí misma la realidad del mito de la caja de Pandora)los pulveriza, los desintegra, los hace tan distintos de poema apoema que (fuera de aquéllos que son obviamente muy malos) lahermandad temática que los une acabaría, definitivamente, por noreconocerse o, al menos, por no importar la semejanza. Es más: laimpertérrita trilogía, terca en su aparecer, da lugar a que el poetateja, por así decirlo, blanco sobre blanco sin que el lectorequivoque los tonos de un blanco y otro blanco. Pero no sólo elbloque persiste sino que la idea sobre él, a lo largo de todos suslibros, mutatis mutandis, no varía. Son integrales su provincia, sucatolicismo, su amor por la mujer. Es como si nunca hubierasabido, ni aun de oídas, quién fue Heráclito; como si nunca sehubiera enterado que allá, en la para nosotros China confusa deLao-Tse, se dio por sentado que el ser humano es cambios; que susola forma de esencialidad consiste en lo transitorio, en lo fugitivo,en lo mudable de la existencia. No todo, sin embargo, es conscien·te en él. Y es por ello que López Velarde casi sin pretenderloempieza a ampliar la trilogía para convertirla en una especie deabanico, en una geometría que se abre o se cierra a voluntad, sipor voluntad en este caso entiendo la entrada de lo imaginativo, loliterario lo inconsciente. En esta forma los temas consabidos pasana ser i~orados, sorprendentes, "velardianos". Sí, a pesar, quizás,de sí mismo, de lo "feudal" de su ser, de lo romo de su idea de laprovincia; de lo parco y en principio maniqueo de su concepciónde la moral; de lo reducido de sus miras como viandante por elmundo, atalayas -las miras- tan bajas que, a no ser por la palabraque las expresa, nadie sería capaz de detenerse a contemplarlas.

Si todo poeta -se dice- es taumaturgo, López Velarde nosasombra justamente porque la realidad de la que parte para hacerjuegos de venenosa alquimia es densa, aburrida, seráfica; es monó­tona, poco inteligente, rasa. ¿Qué piensa, en efecto, de su propiatrilogía? Si a cada una de sus individualidades, por separado,hiciéramos mención, diríamos en principio que el catolicismo es suúnico recurso "metafísico". El mundo, en efecto, está hecho por

JUNIO

DE

1931

Edición Especial

A

LOPEZ

CRISOLREVISTA DE CRITICA

H VO EM LE AN RA DJ EE

mismo, la suya, la de López Velarde: base con que alimenta suvida y nuestro espíritu, pero, ya lo dije, sin que el proceso lindecon el engaño porque tampoco es - ¡ni siquiera eso! - unamáscara de cartón. .

Verdad por autenticidad humana; mentira por poesía ...o alrevés. Da igual. Pero ¿qué más, qué menos, al mismo tiempo,podemos desear para entenderlo? Carencia y sinceridad. He aquí,ya dije, el punto de partida, sí, pero ¿de qué?, ¿de qué enconcret01 ¿Acaso me sería dable intentar decir qué es lo privativode Ramón López Velarde, por mucho que lo haya anticipado ya?¿Acaso, como si se tratara de un personaje literario -Don Quijote,la Bovary- podría decir: esto es lo velardiano como puedo alegar:el bovarismo es utilizar los sentimientos; el quijotismo es escupir alcielo y tener la frente bañada de saliva?

Quizás no; quizás, por mucho que lo intente, no lo podréexplicar. Tal vez se deba a que el corazón del hombre, como lapalabra del hombre son, en sí, una metáfora; tal vez por eso, digo,resulta imposible saber cordialmente, los contenidos. Pero ¿quéimportancia puede tener? No llegar a la meta quizás sea unaforma de la crítica, si no la más acertada sí la más sincera, para irde acuerdo, a priori, con el ritmo interior de Ramón LópezVelarde. Veamos, pues, a qué nos conduce la monstruosa carenciadel poeta; veamos, también, a dónde su escueta, implacablesinceridad.

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un Dios de perdón, que si bien no interviene gran cosa en supoesía, sí en cambio la llenan otras figuras de allí derivadas: laVirgen, el Niño Dios, los ángeles, los santos y toda la suntuosidadde un rito que cubre, con palabras, la concepción religiosa delpoeta: ¿dónde no encontrar las misas solemnes, las casullas, lasmitras, el vino de consagrar, el pan de hostias? ; ¿dónde no a lasmonjas teresianas, los misales, el altar, lo blblico, lo episcopal, laCuaresma, lo ecuménico, el incienso y qué sé yo qué tantas cosasmás? El lector tropieza lo mismo con Jesucristo e Ignacio deLoyola que con San Lucas, San Pedro e Isaías. Pero también conla Santa Patrona, con Nuestra Señora de la Soledad, con la Virgenasí, a secas, amén de otras matronas santas e importantes. Aquí,insertadas, están una Patria y una provincia católicas a las quevenera con tal celo que hablará de ellas y por ellas, como si elmundo, para él, quedara reducido a Zacatecas, a Jerez y a la PlazaMayor. Sensorialmente, sensualmente, afectivamente, fantasiosa­mente, topográficamente nada existe más allá. Sólo alguna men­ción indirecta a los Estados Unidos, por cuya presencia y serhistóricos vemos, hoy, de la p~tria un

"mutilado territorio",y nada más. Nunca nada de Francia la bienamada de latinoaméri­ca como no sea a través de sus escritores y poetas; y sólo algunamención de la malquista y andrajosa España a quien tanto y tantodebe su poesía.

Con tan limitados espacios morales y vitales López Velardequeda a sus anchas, victorioso de su ingenuidad, de su falta deinterés por el mundo, de su recalcitrante amor por lo propio, porlo estrictamente nativo. Y es aquí, en ellos, donde su granfascinación, el eros femenino, va a sentar reales. Donde surgirá unamujer (una sola por muchas que fueren) provocativamente abstrac­ta aun cuando se manifiesta a veces y a veces de sublimadasexualidad. ¿Quién es, en efecto, Fuensanta? ¿Quién es María, laprima Agueda, Sara, una novicia? ¿Quiénes las tías, las aldeanas,la paisaná, la novia, aquellas antepasadas suyas que van

"Del teatro a la VelaPerpetua, ya muy lisas y muy arrebujadasen la negrura de sus mantos"?

~Quién. si no el absoluto, Eros en su forma más ambiciosa y, enult~a mstancia, Afrodita, la diosa nacida de la espuma del mar enel sJgn.o de Piscis? ¿No es por ello -por quererlas a todas- quese queja de no tener alguna

"Que me sea totaly parcialperiférica y central"?

Ama tanto a la mujer, tanto la sublima, que émulo de Dante,dirá de ella cosas tan altas que ningún otro poeta intentaráexpresar. Basta lograr un inventario de sus voces idiomáticas para aeste respecto sacar, en volumen, el ideal: la mujer es lo blanco, lopulcro, lo diáfano, lo ingrávido; lo manso, lo piadoso, lo perseve­rante, lo limpio; significa la virginidad, es lo perenne y al mismotiempo lo inalcanzable. ¿Qué caballero medieval se asemeja aRamón? Esposa o hija, novia o amante, hay a macha martillo,una necesidad consciente y obligada de santificar a la mujer, deelevarla a tal solio que naturalmente ningún esfuerzo del varón,por grande que fuera, logrará alcanzarlo. No en vano escribirá, ensus primeros años de poeta, aquella irritante cuarteta:

"y así podré llamarte esposa,y haremos juntos la dichosaruta evangélica del bienhasta la eterna gloria".

Almidonada, provinciana, pacata, esta renovada Beatriz no es unamujer de carne y hueso, como tampoco lo es la de la Vida nueva.Se trata de una presencia femenina en la mente de un hombre, deuna representación abstracta, mítica, que' claramente obliga a queel hombre enamorado languidezca y se marchite. Y nosotros con élporque a esta concepción de la vida le faltan moviniíentos, garra;

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en que bdibue mi audo er6nieo;ai ae &laDa 1& honaip j

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TWI bombr~ IOn bUtDOI pvann UUlto eopiOlO y lQ.udo..

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le falta (no sólo a la mujer, sino a la trilogía ya señalada),maleabilidad, malicia, agresividad erótica: sabor. Le sobran, encambio, espontaneidad, atroz fidelidad, cursilería. Por eso elcorazón del poeta, al referirse a Fuensanta

"Está en diciembre, pero con su cánticotendrá las rosas de un abril romántico".

Ya la cacofonía de la rima aclara por sí misma todo aquello en loque yo no abundaré. Sí en cambio, recordando lo anterior, quieroinsistir una vez más en que la realidad de la que parte es un ívocay, en ese sentido, monótona. Y en esta nada notable concepciónde la vida se nos dice que el bien, lo bueno, la virtud son, enprincipio, la provincia, la religión católica, la mujer. Todo elloescapado, para usar sus propios términos mentales, de un Lavallemexicano mezcla de un Carreña olvidado en el mueble de una salaparticular. Pero la vida penetra con los años y, al abrir la caja dePandora lo transformará en algo tan distinto que la trilogía,movida desde su propio centro por un mecanismo natural, mezclade bien y mal, será al mismo tiempo ella y un sin fin de figuras,todas distintas entre sí. Figuras que van, desde los triángulos quese ensamblan, que se sobreponen en distintos niveles hasta lacircunferencia producto de la vertiginosa velocidad al propiotriángulo, a la propia trilogía imprimida. Es entonces cuando secumple el Ethos; cuando el lector, estremecido, comprende queLópez Velarde está entre los pocos grandes poetas que ha dado lapoesía mexicana a través de su historia. Próximo está el demonio aaparecer.

Los grandes intereses conscientes del poeta se transformarán, através de los medros poéticos. O mejor aún: al caer sobre unarealidad menos maniquea, se estrellan en un pavimento moral paradamos cristales de insospechadas vibraciones que acaso, sin que éllo advierta, nos ponen en contacto con una distinta personalidad.Por decirlo de un modo algo más evidente, López Velarde se viertesobre la vida y derrama su ser más allá del minúsculo territorioelegido por voluntad consciente. Quedan atrás las nefastas influen­cias de Bécquer, Lugones o Daría. Atrás un romanticismo quenunca le vino bien del todo y un modernismo al que asimilará paradar paso a eso que alela a la posteridad: el porte de un estilo. Nose trata de que necesariamente temas y subtemas desaparezcan, no.De hecho todo permanece: religión y hogar; amor e infancia.También la provincia en su pendular constante de carencia ysinceridad. Una biografía espiritual intensa, fruto de tales temas, sedeja tocar para indicamos que el hombre no se esconde en losversos. Su entrega, por el contrario, nos habla de un ser debatido,escindido en los gemelos de su propio Zodíaco. Y si día con díaCástor muere para que Pólux nazca, o viceversa; si el ser géminis

constituye cargar en las espaldas del espíritu el cadáver del otro,deduciremos que López Velarde es la mitad de un hombre vivo yque el resto -lo muerto, no lo moribundo- viciosamente alimenta­ría, con su propia carroña, al yo existente. No en balde, dignocontemporáneo de Posada, gusta del esqueleto como parte delEros: lo esculpe, lo acaricia, lo mima, lo viste; le da el espaldarazopara ponerlo al alcance de su propia emoción: lo mismo da quesea su esqueleto o el de la amada. Lo mismo da. O aún más, quesea la configuración de su alma, de la de él, del poeta que dice:

"Por darme el santo y seña, la viajerase ata debajo de la calaveralas bridas de un sombrero de pastora".

Ronda pues la muerte; ronda. Pero dejándola de lado, he deconvenir conmigo mismo en que la trilogía se despedaza en ellamisma a partir de su propio sentido del bien. En Dante nada haymás alto que Beatriz, excepto la Virgen. En López Velarde existela trasmutación: la mujer amada es la Virgen. En cuanto a él, esun látrico, un nuevo Calixto perteneciente a la secta de losadoradores de la mujer en general, ya sea que esté personificada enFuensanta, en Sara o en cualquier provinciana fugaz que le permitacambiar cobre por oro:

"Y adoro en la Mujer al misterio encamado".

De este nivel a un plano en donde existe la fusión erotismo-religio­sidad no dista nada. A cada paso el lenguaje del catolicismo (queno el catolicismo) expresa a la mujer, y viceversa. Malas, mejores,buenas, óptimas y por lo general supremas, las metáforas se nutrende estos peculiares vasos comunicantes. Así entonces la carne

"religiosa, frenética y descalza"

se mezcla con toda la suntuosidad de la Iglesia para ir hacia unclaro del bosque donde el lector puede acechar, ya sin la tinieblade la enramada, el notable punto de conjunción:

"Su corazón de niebla y teologíaabrochado a mi rojo corazón,traslada, en una música estelar,el Sacramento de la Eucaristía"

nos dice de una de ellas, de una de las muchas mujeres que amó.Pero los ejemplos caen por todos lados:

"y apurar en un besola comunión de fértiles veranos"

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Yo querría gustar del ealdo de habas.mas en la infinidad de mi d""se sUlpenden lu aílfidea que veo,eomo en la COD.8ervera 1.. guayabal.

La piedra pómez .fuera mi amuleto,pero mi humilde sÍDo le' coutrútaporque mi boca le instala en secretoen la feminidad del esqueletocomo UD. escrúpulo de diamantista.

tr::intayfr!r

La edad del Criato azul. se meacoD2oja

porque )(ahoma nOI aigue tiñendoYerde el espíritu y la earne roja.y lQl talla al beduino y a la huríeomo una esmeralda en un rubí.

"Cuando se cansa de probar am~rmi carne, en torno de la carne viva,y cuando me aniquilo de estuporal Vf'r el surco que dejó en la arenami sexo,..."

E implicada"tardes en que envejece una doncellaante el brasero exhausto de su casaesperando a un galán que le lleve una brása".

Afluye l. J)&rábola y flamea,. l'a8to mis talentos en la .Iuchade 1. Arabia feliz eon Galilea.

:D,{e aalixia en uua dualidad funestaLigia, la mártir de pestaña enhiesta,y d.e Zor_ida 1. grupa bisiest..

Plenitud de cabeza y corazón;oro en los dedo! y en las sienes rolU;y el profeta de cabras se perfilamás fuerte que lo. diOles .,. las woau.

j Oh, plenitud cordial y reflexiva,regateas eon Cristo las merced.de fruto y flor, y ni siquiera puede&tu cadáver colgar en la impolutaatmÓlfera imantada de 1Ul8. gruta!

"yen pago de tan grande beneficiote canonizo en estosendecasI1abos sentimentales"

"Las monedas excomulgadasde nuestro adulto corazóncaen al vacío,..."

"déjalas caminar camino de tu bocaa que apuren los viáticos del sanguinario fruto".

No es necesario insistir más. Es fácil advertir que el poeta sepresta a sí mismo un catolicismo exterior, lujoso, francamenteverbal, que nada tiene que ver con la verdadera religiosidad. Se lopresta, digo, para adornar su religión -la mujer- hasta esemomento despojada de toda vestidura digna de semejante adora­dor. Ya una vez conseguida esta fusión, a la superficie del poemasale una peculiar Afrodita, no sólo emergida de las ondas del mar,sino de un océano "católico" en donde la transmutación de lamujer en la Virgen da lugar a otros muchos matices. ¿Cómo noatisbar, entonces, en la sexualidad que proviene de semejantealquimia? En López Velarde es de dos clases: manifiesta, clara­mente expresada:

La situación directa y el simbolismo' son de una avasallantesensualidad en la que inte¡yienen, muy especialmente, el agua, yaen lágrimas, ya en mares jamás sondeados en forma conveniente. Yallí, en ese revuelo de ondas, peces y espuma hay una ternurainsistente, amarga, feroz; pero arriba, en la cimera, existe unasuerte de erotismo trascendido, es decir, convertido en metáfora.Es ahora cuando la poesía -si cabe el disparate- es verdaderamen·te poesía. Los símbolos se dejan tocar ~l contacto de lo plásticode la expresión: la almendra, la ciruela, serán la representación delsexo femenino; el pez espada o - ¡asombrémonos! - un baróme­tro, lo serán del falo:

"mi virtud de sentir se acoge a la divisadel barómetro lúbrico, que en su enagua violetalos volubles matices de los climas sujetacon una probidad instantánea y precisa".

¿Quién ha dicho que le falta calor, lujuria explícita a la poesíamexicana después de leer esta cuarteta? No sólo representa lacópula: están aquí los elementos del copular: un "clima" vaginal,el prepucio; lo magnífico del acto del amor que es lo "probo".

No contento con ello (lo cual amerita estudio aparte), LópezVelarde se escapa de su propia pasión para agudizada: es elcoqueteo, la veleidad sabrosa de la fuga. Como los grandes de lapoesía española, como fray Luis de León

("el amor amorosode los parajes pares")

como el propio San Juan

("Si en el nardo canónicoo en el mirto me ofusco,Ella adivinarála flor que busco;")

López Velarde juega con un erotismo cambiado, florecido enmetáfora. Es aquí, cuando, siguiendo la tradición de mostrar la"fineza" al ser amado el poeta se roba su propia presencia:

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"Tú no sabes la dicha refmadaque hay en huírte ..."

No es ésta, empero, la meta, pues ¿la hay? Se trata de verter,en una redoma conveniente, religión y amor. Lo mismo da pues,ya que en toda religión intervien~ el demonio, exaltar a la mujer oagredirla; lo mismo eso que referirse.

"a mi experiencia licenciosa y fúnebre"

como si la amada fuera un cadáver violado. A esta concepción delamor se agrega esa especie de desesperación, de grito cósmico queproporciona el eros no correspondido:

"¿En qué comulgatorio secreto hay que llorar? "

nos dice, convertido su llanto en piedra. Nada hay aquí de latranquilidad inicial, de la calma chicha de un mar sofisticado yartificial; tampoco de la ÍÍoñería de provincia que expresa intimida­des femeninas de neoclásicas estatuas de yeso. No; junto a su ángelde la guardia aparece -bien lo sabe él- un demonio

" ...estrafalariodesgranando granadas fieles, siguen mi pistaen las vicisitudes de la bermeja listaque marca en tierra firme y en mar, mi itinerario".

y entonces yo pregunto: este catolicismo que adora a la mujer,cuyo verbo encarnado es ella: ¿resulta verdadero? ¿O huele porventura a espléndida herejía? El poeta oscila de la religión que alhombre le ha dado cuna -de pretexto para escribir sin él saberlo­hasta una especie de panteísmo donde en cada objeto se ve lapresencia de ese Creador Femenino que convierte al mundo en unfaro de incandescente sexualidad. Pero no es eso todo. RamónLópez Velarde, desgarrado al final de su vida; amargo, trunco defe, falto de esperanza, incapaz de ninguna caridad consigo mismo,se vuelve un poeta existencial:

"Uno es mi fruto:vivir en el cogollode cada minuto".

Es ahora cuando la trilogía se desfigura más y más. Cuando, parano hundirse él mismo en el caos, el téntaculo del "eternofemenino" se apodera de todo. No es posible dejar de notar, porello, que una tarde -una tarde cualquiera- no es una tarde más,sino la representación de la mujer. Y lo mismo es la tarde que laPlaza Mayor, que una ciudad determinada, no en balde femenina:Zacatecas. 0, en planos ya más altos, es la Provincia una mujer yuna mujer la Patria. La obra entera del poeta parece encaminada alograr fusión tal; tal idiosincracia. La mujer es el mundo; el mundo esla mujer. En este sentido se podría afirmar que pocas obsesionestan pleonásticamente obsesivas se dan entre hombres que escribenpoesía. López Velarde es un nuevo Midas al que todo se leconvierte en femenino. En este cazo se cuece, ¿a qué dudarlo?una forma de promiscuidad donde la Virgen, la Patria, la provincia,la tarde, la mar, la novia, la amante, la hermana, la esposa, lamadre son una y la misma. Por eso los labios del poeta besan-diría yo- una piel universalmente femenina igual en sus represen­taciones humana, ideal, concreta, simbólica, abstracta o real.

Pero fuera del mundo que es mujer, de la mujer que es mundo,está él, el poeta. Aquel "Anywhere but out of the world" deBaudelaire trasmutado, mejorado, superado en "Mi corazón seamerita en la sombra" no es sino el crear y el adorar el eternofemenino para saber que él, en cuanto hombre y en cuanto poeta,posee un ser distinto y que por ello su soledad es radical: no esRamón López Velarde la mujer; no es él -quiero decir- su propiameta sentimental. Y es que el aturdido Calixto no es, por másque lo declare, Melibea, como tampoco Romeo es Julieta o elMagistral Ana de Ozores. No somos, no encarnamos jamás lautopía personal. Es esa su tragedia, nuestra tragedia: la tragedia detodos. Es por ello que él exclama:

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"Aunque toca al poetarcierse los codosvivo la fonnidablevida de todas y de todos".

Sí, la vive en la poesía; no en cuanto realidad existencial.Pero ¿sabemos quién es, quién fue Ramón López Velarde? A

este ser de tan ambicioso, de tan promiscuo corazón ¿le es dableentregarse verso a verso, poema a poema?

En principo es sólo un beato de pueblo: el hogar, la infancia, eltoque de campanas, la misa, el coqueteo con la muchacha vecina,asomada a la reja. Luego, a medida que pasa la lectura, nosparece un lujurioso beato de pueblo, cuya sensualidad e imagina­ción le dictan el camino de la feminidad. No "atina" sin ella yeso,afirma, se lo debe a Dios, identidad que ya no nos es desconocidapuesto que el misterio encarnado es la mujer. En esta serpienteque se muerde la cola no hay otro dogma que el del corazón. Porello, a fin de condimentar platillo tan poco doméstico a sí mismose ofrece -como fruto apetecido- el de la castidad que, a juzgarpor la poesía, queda cumplida para luego, en aras de una dichainmediata, borrarse con la carne. Tal ritmo, o arritmo, es no sóloafectivo sino penetrado de una vibratilidad que indica otrosniveles:

"efímeras y agudas son mis pasiones"

nos dice con una especie de furor, de profusa y grave sinceridad. Yes el amor -o la pasión de amor- la que de manera casiinstantánea (recordemos su prematura muerte) logra la alquimia debien por bien y mal; de ángel, por ángel y demonio:

"Trasmútase mi alma en tu presencia".

y sufre, sufre con una intensidad sólo comparable a la de losgrandes tristes, a la de los elegidos de la soledad. Sufre comoGarcilaso de la Vega, como Schubert, como Novalis; sufre bárbara-

mente, como Van Gogh. Es entonces cuando lo sorprendemos ensu fatalista "gravamen de rencor", casi ya envenenado. Pero ¿porqué no? ¿Por qué no si el alma romántica ya ha muerto, si laredención no la entrega el amor? De balde que él sea la Iglesiapara "canonizar" sus propios endecasüabos sentimentales; de bal·de, también, el resultado amplísimo de su taumaturgia. Pues yapuro, o malvado, ya como "mendigo cósmico", o como Cristoredivivo; o como ánima en pena o como luz; ya como franciscanoasceta o lascivo polígamo, Ramón López Velarde es ''un enfermode lo absoluto". Mas ¿cómo no serlo, cómo no, si estamos aquí enel mundo? ¿Cómo no, si somos relativos? Por eso aúlla, más quegrita, reconociéndose en el elemento:

" ¡Oh Tierra ingrata, poseídaa toda hora, de la vida! "

Una "mística gula" ha asaltado, por siempre, a este promiscuoser, lleno de todas y de nada. Su "sed constante" (por ello y enese sentido "mística") lo es por los ''veneros femeninos" y,además, por sí mismo, parte integral del misterio del infmito.Como material para aprehender semejante horizonte están, ya lovimos, su sensualidad manifiesta, su entrelineada sexualidad, laimaginación que añade, a esta locura de vivir, la metáfora misma:el idioma.

Es esta, para mí, la VlSlon velardiana del mundo, ejemplo, sinpar, de codicia cósmica correlativa al lujo de desear en un terrenodonde todo, o casi, es imposible de obtener. Donde Tántalo hapuesto una huella que no se deshace, como la de Keats, sobre elagua. y ahora acaso podemos entender también, por lo sincero dela confidencia, el problema de su carente ser que ya casi asfIxiadonos grita sin pedir el más mínimo apoyo:

"estoy colgado· en la infinitaagilidad del éter, comode un hilo escuálido de seda".