san mÁrtín y la vocaciÓn argentina...

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53 Pero esta atinada observación de Alberdi implica al mismo tiempo -y, sin duda, muy lejos de la noble intención del gran tucumano- dos errores fatales. Por una parte, el haber olvidado que, además de la gloria CO) Conferenciaen el Colegiode Escribanosde Córdoba. La observación de Alberdi, por su lado, encierra la gran verdad de que los hombres y los pueblos no pueden vivir solamente de la gloria, porque trabaja en ellos una insoslayable necesidad de bienestar. La poesía de López y Planes canta el sentimiento de grandeza por fuerza del cual el pueblo argentino se erqula en plena estatutara moral para trazar sobre la faz del mundo el perfil neto de "una nueva y gloriosa nación". Pero cuarenta años después, en sus Bases para la organización na- cional, Juan Bautista Alberdi afirmaba: "Ha pasado la época del heroísmo y empieza la era del sentido común. .. a la necesidad de gloria ha suce- dido la necesidad de provecho y de utilidad". En los albores de la nacionalidad independiente, Vicente López y Planes, pregonero del aliento genial de aquella hora, escribiría en nuestro Himno: "Coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir" . La respuesta hay que buscarla en nuestra historia. Pero ¿cómo hemos llegado los argentinos a este dilema y a esta in- definición? ¿o es que nacimos así como nación? He aquí la constatación de un hecho, el más importante en la Argen- tina de hoy: nuestra indefinición entre la mediocridad y la grandeza, nuestro dilema entre frivolidad y profundidad, nuestro ser o no ser. y por el mismo tiempo, un agudo observador escribía: MSinos invi- taran a optar entre una política de grandeza u otra de bienestar, aplaudi- ríamos la primera, pero sin ceder un adarme de la segunda". Hace muy pocos años, un presidente argentino señalaba: "Por enci- ma de tantas querellas banales, el dilema de nuestra cultura es elegir entre la frivolidad y la profundidad". Por Roald Vigano SAN MÁRtíN Y LA VOCACiÓN ARGENTINA GRANDEZA MORAL (*)

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Pero esta atinada observación de Alberdi implica al mismo tiempo-y, sin duda, muy lejos de la noble intención del gran tucumano- doserrores fatales. Por una parte, el haber olvidado que, además de la gloriaCO) Conferenciaen el Colegio de Escribanosde Córdoba.

La observación de Alberdi, por su lado, encierra la gran verdad deque los hombres y los pueblos no pueden vivir solamente de la gloria,porque trabaja en ellos una insoslayable necesidad de bienestar.

La poesía de López y Planes canta el sentimiento de grandeza porfuerza del cual el pueblo argentino se erqula en plena estatutara moralpara trazar sobre la faz del mundo el perfil neto de "una nueva y gloriosanación".

Pero cuarenta años después, en sus Bases para la organización na­cional, Juan Bautista Alberdi afirmaba: "Ha pasado la época del heroísmoy empieza la era del sentido común. .. a la necesidad de gloria ha suce­dido la necesidad de provecho y de utilidad".

En los albores de la nacionalidad independiente, Vicente López yPlanes, pregonero del aliento genial de aquella hora, escribiría en nuestroHimno: "Coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir" .

La respuesta hay que buscarla en nuestra historia.

Pero ¿cómo hemos llegado los argentinos a este dilema y a esta in­definición? ¿o es que nacimos así como nación?

He aquí la constatación de un hecho, el más importante en la Argen­tina de hoy: nuestra indefinición entre la mediocridad y la grandeza,nuestro dilema entre frivolidad y profundidad, nuestro ser o no ser.

y por el mismo tiempo, un agudo observador escribía: MSinos invi­taran a optar entre una política de grandeza u otra de bienestar, aplaudi­ríamos la primera, pero sin ceder un adarme de la segunda".

Hace muy pocos años, un presidente argentino señalaba: "Por enci­ma de tantas querellas banales, el dilema de nuestra cultura es elegirentre la frivolidad y la profundidad".

Por Roald Vigano

SAN MÁRtíN Y LA VOCACiÓN ARGENTINA DÉ GRANDEZA MORAL (*)

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Porque creyó que la laboriosidad de la paz era compatible con el he­roísmo. el cultivo de los campos con la gloria. y el desarrollo de las in­dustrias con la grandezamoral.

Esta es la síntesis conclusiva del itinerario moral de un pueblo queal nacer lanzó la flecha del espíritu hacia los cielos anchos de la grande­za. del heroísmo y de la gloria; que apuntó después a las riquezas de latierra. al provecho y al bienestar; y que han venido a desembocar en unpueblo sin blanco al que apuntar y sin flecha que disparar. acorralado porla angustia de la indefinición.

En este país espiritualmente invertebrado y vacío. surgen entoncestodas las mediocridades argentinas. veladas por expresiones exterioresdel originario sentimiento de grandeza.en progresiva anemia. Por eso ennuestros días José Luis de Imaz ha podido advertir que: Nsi nos invitarana optar entre una política de grandezau otra de bienestar. aplaudiríamosla primera, pero sin ceder un adarme de la segunda"; y por eso tambiénel general Videla pudo señalar con dolorosa severidad que: "por encimade tantas querellas banales. el dilema de nuestra cultura es elegir entrela frivolidad y la profundidadW •

Pocos lustros después de.Alberdl, un pensador clarividente -hoycasi olvidado- señalaba con dolor y con angustia la debilidad interior ysustantiva de un país exteriormente robusto y pujante: "Yo arrojo en tor­no mío la mirada y contemplo el incremento físico que la población, laindustria y el comercio han dado a la república. Veo sus campos cultiva­dos. sus puertos abiertos a todas las banderas.sus ciudades florecientes,en cuyas plazas y calles oigo hablar todas las lenguas del mundo... Perosabéis lo que no veo? - El espíritu argentino plasmando esa masa dehombres y de fuerzas. ni el potente nacionalismo de otros días, ni la fie­reza que puso a la república a la cabeza del continente; ni advierto enlos grandes aniversarios de la Patria aquel unánime gozo que asocia laposteridad a la gloria de sus padres. [Cuánta mudanza.señores! [Y quésombríos principios de decadencia. en medio de tanto progreso industrial;y tan pasmoso incremento de la prosperidad económica! [Perdernos enpatriotismo lo que ganamos en población!".

De la gran verdad encerrada en esa filosofía surgió el gran país ga­nadero. agricultor e industrial que llamó la atención de los pueblos y quemereció. en su hora. el nombre de granero del mundo. Pero de los doserrores que esta filosofía incuba brotaron -muy lejos de las aspiracionesde su propulsor- todas las mediocridades argentinas que constituyenhoy el más grave problema que la nación debe enfrentar.

exterior. sonorosa y brillante de las guerras -a la cual se refería- haytambién una gloria interior. sin brillo y sin ruido. de las luchas morales.y. por olvidarlo, haber creído que el advenimiento del sentido del prove­cho. de la utilidad y del bienestar suponía obligadamente el fin del espí­ritu de gloria. de grandeza y heroísmo.

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Esta es la verdadera esencia moral de la historia argentina y lamás íntima explicación de la multiforme y polícroma variedad de susmil y una peripecias. La esencia profunda de nuestra historia es un con­flicto íntimo entre dos fuerzas omnicomprensivas: la revolución y lacontrarrevolución, según la precoz y clarividente percepción de Lópezy Planes y San Martín; y este conflicto profundo del que toda nuestrahistoria emana no es de índole política, ni social. ni económica, ni si­quiera cultural, síno moral, y a nivel no sólo de conducta sino de prin­cipios. La explicación última de todos nuestros avatares históricos noestá en el choque entre conquistadores y aborígenes ni entre españolesy americanos, ni entre saavedristas y morenistas o entre porteños o pro­vincianos, entre federales y unitarios ni entre gauchos y puebleros niobreros y patrones, ni siguiera entre católicos, marxistas y liberales,sino en última instancia, entre grandeza y estrechez de almas, entrequienes no tienen más horizonte que la inmediatez de la tierra que al­canzan sus ojos y quienes han aprendido a levantar los ojos al cielo, ycomo Martín Fierro, miran de cara el so! sin que les queme la frente,entre aquellos que profesan la filosofía de Vizcacha, y quienes viven lafilosofía de Martín Fierro:

¿A qué llamó el padre de la patria ..revolución y contrarrevolu­ción"? Es el propio López y Planes quien había establecido el signifi­cado del concepto en su carta al Libertador: "Muchas veces -dice­me he puesto a meditar en las causas del incremnto que han tomadonuestras discordias, y voy a poner a usted mi juicio francamente... Yono veo en todo este fenómeno más que revolución y contrarrevolu­ción. .. La revolución consagró el principio: patriotismo sobre todo; lacontrarrevolución, sin atreverse a excluir este principio, de hecho lomiró con malojo y dijo solamente: habilidad y riqueza".

Pero mucho antes de que nuestra historia desembocara en esta do­lorosa realidad de fin del siglo XX sobre el primer cuarto del siglo XIXera ya claramente comprendida en sus términos sustanciales por doshombres de aquellos que fundaron la nueva Nación. En 1830 el generalJosé de San Martín contestaba desde Francia una carta de Vicente Lópezy Planes, y le decía: "Convenqo con usted en que el incremento que hantomado las discordias en Buenos Aires tiene su base en la revolución yla contrarrevoluclón".

El drama argentino es haber dejado que en nuestra balanza de va­lores, el platillo de la grandeza, del heroísmo y de la gloria haya llegadoa pesar menos que el de la utilidad y el bienestar. Nuestra profunda cri­sis moral de hoy se debe a que el sentido de gloria que con la cruz -tam­bién con la espada- trajeron los primeros colonizadores europeos, haperdido terreno frente al sentido pragmático que con el arado difundieronlos pobladores posteriores. Llegamos así a ser granero del mundo, perodejamos de ser libertadores de pueblos.

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Hacia el fin. se le acerca con paso vacilante pero con voluntad de­cidida una viejecita vestida pobremente. y le entrega una pequeña mo­neda de medio real. Es todo lo que da. porque es todo lo que tiene. Elgeneral, conmovido. le estrecha sentidamente las rugosas manos. y dice:Dondequiera se evoque esta gesta, será recordado vuestro nombre. Jo-

Urgido por la necesidad de reunir fondos con que pagar los ingen­tes gastos del Ejército que preparaba para trasponer los Andes viaja aSan Juan. y en la sala capitular del convento de los frailes dominicos-con el apoyo de fray Justo- recibe en sencillo pero emocionanteacto la donación que las damas sanjuaninas le hacen de sus joyas.

La marcha de los acontecimientos lleva a San Martín a la Intenden­cia de Cuyo en 1815, donde comenzará la historia de su grandeza. ycomo toda auténtica grandeza nace al calor tibio pero profundo de lahumildad.

Las cuartillas que siguen quisreran despertar en los jóvenes cora­zones argentinos. ese espíritu argentino de grandeza. encarnado en lafigura a la vez admirable y accesible de José de San Martín.

La renovación de este aliento sustantivo y primero en los corazo­nes argentinos de hoy puede hacer surgir en estas tierras una eclosiónde grandes hombres capaces de ser apóstoles de una nueva y más no­ble Humanidad, aspirando a cumplir en dimensión trascendente la vo­cación de libertadores que señalara San Martín, para hacer manifiestoal mundo que, como dijera Sarmiento, "el supremo objeto de la civili­zación es mostrar que el hombre ha sido creado a imagen y semejanzade Dios".

No hay por qué abominar del progreso y de las ventajas materiales,pero si queremos ser lo que hay que ser debemos devolver el timón dela nave al espíritu de heroísmo, de grandeza y de gloria moral con quenacimos, y con que a diario juramos vivir, o morir, cuando entonamos elhimno nacional.

"Soy gaucho, y entiéndanlocomo mi lengua lo explica:para mí la tierra es chicay pudiera ser mayor;ni la víbora me picani quema mi frente el sol".

enseña Vizcacha, mientras Martín Fierro dice:

"Lo que más precisa el hombre ...es la memoria del burro,que nunca olvida ande come ...el cerdo vive tan gordoy se come hasta los hijos!".

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y así fue como los Andes vieron asombrados trepar por sus riscosy atravesar sus nieves a aquel ejército de locos de la libertad, comanda­dos por la voluntad de un hombre más fuerte que sus rocas, que enfer­mo venció sus asperezas y postrado doblegó sus cumbres, todos apoya­dos desde la distancia por el bizarro pudor de mujeres que habían sabidodar lo más precioso que tenían, sus hombres.

El Domador del pánico y el caos

Los argentinos que hoy necesitamos de ese quijotismo lleno de no­ble bravura que acabe con la chatura y la mediocridad -que es nuestramás grave enfermedad-. Necesitamos de ese pudor femenino, sin elcual las mujeres pierden su mayor grado y los varones su mayor apoyo.y necesitamos de ese dominio superior de sentimientos y emocionesque eleva a los hombres a la altura de un luminoso magisterio moral yde una conducción histórica de gloria.

Tres cosas exalta este episodio. La varonilidad recia, casi loca, deaquellos varones que cimentaron la patria, capaces de castrar un torobravo a puro coraje... La patria necesita de estos locos" -acotaba porentonces San Martín-. El femenino pudor de doña Remedios, la mujerque por ser plena y delicadamente mujer le dio a la patria el más grandede sus héroes militares y el más integro de sus hombres públicos. y lahombría compacta y disciplinada de hombres como José de San Martín,en quienes la claridad de la razón y la firmeza de la voluntad rigen laspasiones y gobiernan los entusiasmos.

Por la tarde de aquel mismo día hubo una fiesta de toros en la plaza,a la que San Martín asistió con su esposa. En una de las corridas, un ofi­cial joven de impresionante fuerza volteó un toro en la arena, lo capó acuchillo y corrió a ofrecerle la achura a doña Remedios, como una hidal­ga ofrenda de caballero. La joven esposa de San Martín -que a la sazóncontaba escasos veinte años- quedó perpleja ante el gesto del oficial,sin saber qué hacer. Pero el general, que estaba a su lado, le dijo que laaceptara...

Al cabo de dos años de intensos trabajos todo estaba listo para tras­poner la cordillera más alta del globo, y San Martín quiso poner a lospreparativos un toque final digno de la magna empresa. Vistió de galaa su ejército, salió del campo del Plumerilla y entró en la ciudad de Men­daza con pompa y esplendor. Entonces, rodeado el pueblo, proclamó ala Virgen del Carmen Patrona del Ejército de los Andes. Luego todos sussoldados juraros defender su bandera hasta morir.

Todos somos capaces de advertir las cosas grandes, pero solamentelos grandes hombres saben percibir la grandeza de las cosas pequeñas.Toros en Mendoza

sefa Rodríguez.

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El día de gloria prometido fue el 5 de Abril de 1818. Hacia la media

Los abrazos de Maipú

Diez días después -escasamente diez días después- San Martíndecidía el destino de América del Sud con el triunfo de Maipú, que haquedado en la historia militar como una pieza maestra del arte de la gue­rra. Pero Maipú fue una victoria clave en las guerras de la independenciay la América fue libre no tanto por la maestría estratégica y táctica delgeneral, cuanto por la fuerza moral del hombre que supo dominar el pá­nico y el caos, que pudo transformar el desaliento y el egoísmo de unpueblo aterrorizado en la generosidad y en la fe de mujeres como doñaPaula de Jara, y en diez días escasos reorganizar un ejército vencido ydesbandado, y convertirlo en una máquina de guerra incontenible.

San Martín agradeció la hospitalidad y la oferta de aquella mujer ysiguió su camino. Entró a Santiago y allí, desde su caballo, habló a lamuchedumbre desesperada que al verle llegar había salido corriendo arecibirlo con renovada esperanza, para escuchar de su boca el relatode los hechos: Chilenos, -les dijo el general argentino-- uno de esosazares de la suerte que no es dable al hombre evitar hizo sufrir a nues­tro ejército un contraste. Era natural que este golpe y la incertidumbreos hicieran vacilar. Pero ya es hora de volver sobre vosotros mismos,porque los recursos del patriotismo son inagotables. La patria existe, ytriunfará. Y yo empeño mi palabra de honor de dar en breve un día degloria a la América del Sud.

Pero San Martín no había muerto, y el jueves 25 de Marzo de 1818volvía a Santigo. Al llegar a una tinca ya cercana a la ciudad pidió per­miso para quitarse el polvo del camino y lavarse la cara. y fue allí dondela dueña, Doña Paula de Jara, rodeándolo con sus hijos y sus peones ledijo: General. disponga usted de mis bienes, de mis hijos y de mis ser­vidores. Tengo cincuenta hombres para su ejército.

La alarma primero, luego la desesperación, y por fin el pánico y elcaos cundieron en Santiago. Llegó a decirse que OWHiggins había desa­parecido y que San Martín se había suicidado. Nadie pensaba en la pa­tria; cada uno pensaba en sí mismo; y muchos se apresuraron a abando­nar la capital chilena llevándose cuanto podían.

Pero un descuido tal vez, o un revés de la suerte, o una maniobrainteligente de Ordoñez, o todo ello junto, desembocaron en la sorpresade Cancha Rayada. Las fuerzas argentino-chilenas que comandaban SanMartín y O "Hiqqlns fueron imprevistamente atacadas en la noche y dis­persadas.

La cuesta de Chacabuco los vio bajar incontenibles como torrentesen primavera y arrollar al enemigo, estupefacto ante la audacia increíblede su empresa. Santiago cayó, y el estandarte de la libertad flameó ensus calles desquiciadas de alegría.

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Vencido en Maipú, el general Osario había huido tan precipitada­mente del campo de batalla dejando al bravo Ordoñez el honor de unaderrota heroica, que en su prisa perdió por el camino la valija en la quellevaba su correspondencia secreta. Esta valija cayó en poder del coro­nel O"Brien, quien la entregó a San Martín.

Humo en el viento: Las Cartas de Osorio

Los grandes hombres, aún en el fragor de la guerra, no pierden sugrandeza, por el contrario, se agigantan: O"Higgins exalta la gloria deSan Martín, que podía haber sido suya; San Martín olvida su gloria yexalta el sacrificio de O"Higgins; Las Heras salva a los últimos realis­tas indefensos: y San Martín y Ordoñez se abrazan por encima del cho­que de sus causas.

Entre tanto Las Heras ha frenado el furor de los chilenos y argen­tinos que, ciegos de sangre, estaban a punto de masacrar a los últimosy heroicos realistas que todavía peleaban en los corrales de Espejo.

Al verse, Ordoñez y San Martín se reconocen: han sido camaradascuando jóvenes. Los ojos se miran profundamente, los brazos se abren,y los dos pechos se confunden en emocionado abrazo.

En ésto llega el general Las Heras con Ordóñez, el vencido jefe es­pañol que había asumido valerosamente el mando de las tropas rea­listas al huir Osario hacia la costa, donde lo esperaba un navío paraponerlo vergonzosamente a salvo.

y San Martín, abriéndole los suyos y estrechándolo calurosamentele contesta: General: Chile no olvidará jamás su sacrificio. al presen­tarse en el campo de batalla con su gloriosa herida todavía abierta.

Al ver entonces a San Martín, extendiéndole generosamente subrazo sano, O"Higgins, exclama: -iGloria al salvador de Chile!-.

Pero O"Higgins no ha podido aguardar en la ciudad el resultado dela acción. Al tener las primeras noticias de que la batalla se ha iniciado,deja Santiago y al galope de su caballo llega al campo de la lucha cuan­do, para decepción de su ánimo heroico. se desempeñan ya los últimoschoques entre los hombres de uno y otro bando.

tarde la suerte estaba echada en los campos de Maipú. Entrando en unmolino de la vecindad donde en ese momento un cirujano amputaba unapierna a un oficial patriota, San Martín toma del suelo un papel man­chado en sangre de libres, y escribe en él su lacónico parte de guerraanunciando la victoria a O"Higgins que. herido seriamente en un brazoen la noche aciaga de Cancha Rayada, ha quedado en Santiago para de­fender la capital en eso de que la suerte sea adversa a las armas de lalibertad.

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Algunas semanas después, nimbado por la gloria del triunfo deMaipú, San Martín viajaba desde Santiago a Buenos Aires con el fin deobtener del gobierno porteño el apoyo y la ayuda necesarias para armarel ejército y equipar la flota que debían llevar la libertad a los pueblosdel Perú. Fue hacia la mitad de este viaje que recibió una carta del Di­rector Supremo Pueyrredón, que desde Buenos Aires le escribía: Espreciso se conforme usted a recibir de este pueblo de Buenos Aires lasdemostraciones de amistad que está preparando. Si yo quisiera evitar­las -como ~s su deseo- haría un insulto al más noble sentimiento,ni puede usted tampoco resistirse sin ofender la delicadeza de toda esta

~ -

Oropeles y austeridad

Dos lecciones que exigen meditación: el claro sentido de la prio­ridad de los valores del espíritu sobre los bienes materiales, al seña­lar que el desarrollo económico depende menos de factores específica­mente económicos cuanto del desarrollo y crecimiento de los valoresespirituales. Y el claro sentido de la prioridad de las letras sobre lasarmas y de la razón sobre la fuerza.

Dos años después, como Protector del Perú, fundará la BibliotecaNacional, y en el acto de inauguración, al tiempo que donaba todos losvolúmenes de su biblioteca personal, decía: Los libros son más pode­rosos que las armas para sostener la libertad.

Estando en Chile, y debiendo viajar desde Santiago a Buenos Aires,el gobierno trasandino dispuso una partida de 10 mil pesos fuertes parasus gastos. San Martín rehusó aquél dinero y lo destinó para la crea­ción de una biblioteca pública, diciendo: La ilustración es la llave maes­tra que abre las puertas de la abundancia y hace felices a los pueblos.

Las armas y las letras

Cuando aquella maleta llegó a sus manos San Martín pudo haberlaabierto al momento para conocer los nombres de quienes en Santiagole daban voz de amigo y lo traicionaban; pero el gran capitán dejó aque­lla maleta cerrada en un arcón, y sólo siete días después de la batallase fue una tarde con el fiel O"Brien a un rancho en las afueras de San­tiago, allí mandó encender un fuego, y solo, sin más testigo que la in­mensidad del cielo, abrió aquella valija y, lentamente, fue leyendo yarrojando al fuego una a una todas aquellas cartas... y el viento sellevó en el humo los nombres de aquellos que tuvieron, así, en sus pro­pias conciencias, el castigo más doloroso: el perdón de un gran hombre.

En estos episodios que llevan el sello de Maipú, el capitán de losAndes encarna la diferencia que hay entre un hombre superior y loshombres inferiores. Propias del mediocre son la debilidad y la cobardíaen la adversidad, el envanecimiento y la mezquindad en el triunfo, y lasaña con los vencidos. El hombre superior, en cambio, es fuerte en laadversidad, sencillo y generoso en la victoria, y clemente hasta el per­dón y el olvido de quienes lo traicionan.

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Así fue como mientras tantos argentinos de pasiones fuertes rega­ban las tierras de la patria con sangre derramada en luchas fraticidas,el argentino de la gran pasión, heraldo y peregrino infatigable de la li­bertad continental. desembarcaba sus soldados en las costas del Perú,y les dirigía una proclama cuyas· palabras alumbran nuestra historia ynuestro porvenir: Vuestro deber es consolar a la América. No venís arealizar conquistas sino a libertad pueblos. El tiempo de la fuerza y laopresión ha pasado: yo he venido a poner término a esa época de hu­millación y dolor. Yo soy un instrumento de la justicia. y la causa quedefiendo es la causa del género humano.

En 1820, y días antes de partir hacia el Perú, se despedía de sushermanos argentinos con estas palabras: Compatriotas: se acerca elmomento en que yo debo seguir al destino que me llama. Voy a em­prender la gran obra de dar la libertad al Perú. Mas antes de mi partidaquiero deciros algunas verdades ... Yo os dejo con el profundo dolorque me causa la perspectiva de vuestras inminentes desgracias, des­pués de diez años de libertad lograda con tantos sacrificios, esos sa­crificios sirven hoy de trofeo a la anarquía que os despedaza. .. Voso­tros me culpáis porque no he querido embanderarme en ninguno devuestros partidos. pero sabed que si me he negado a hacerlo ha sidopara no aumentar con mi participación las desdichas de la guerra civil.En caso de haber escuchado vuestros reclamos hubiese debido renun­ciar a la empresa de dar la libertad al Perú, y suponiendo que la suertede las armas me hubiese sido favorable en la guerra civil, yo habríatenido que llorar la victoria con los mismos vencidos ...

Sin duda Pueyrredón tenía razón, pero más razón tenía San Martín;porque la grandeza de los pueblos no se hace con vítores sino con vic­torias y, sobre todo en los momentos de crisis, la suprema victoria quelos pueblos necesitan es la de cada nombre sobre sí mismo.

A pesar de estas peticiones del Director y amigo, La Gaceta deBuenos Aires comentaba días después: El general San Martín se halla­ba el sábado a sesenta leguas de Buenos Aires y se esperaba que noharía su entrada hasta el martes por la tarde. Pero el señor San Martínno suele hacer las cosas como se esperan: el lunes, a las seis de lamañana, estaba en su casa escapando a las demostraciones que desdehacía mucho días le preparaba el reconocido público. Esta sobriedad noes menos admirable que sus victorias, y es muy oportuno que nadieignore que no cabe la pequeñez de solicitar los honores del triunfo enquien ha tenido la gloria de conquistarlos.

ciudad que prepara su entrada con arcos y adornos para el héroe de Maipú.Es, pues, de absoluta necesidad que usted mida sus jornadas a fin deentrar de día y que me avise usted a tiempo para que salga a recibirloel Estado Mayor en Flores, donde hay ya emplazada una división deartillería. Por último, mi amigo, hay ciertos sacrificios que es necesariosufrir en favor de la sociedad en que se vive y del puesto que se ocupa.

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V no se piense que el gran capitán propiciaba blanduras por astuciamilitar o especulación política. y mueho menos por cobardía. Todo lotenía a su favor y no tenía motivo para diluir su fuerza y su energía. Susrazones eran de una elevada filosofía humanista encarnadaen una varo­nil sensibilidad: -Hasta aquí -dice en un manifiesto en el que aclarasu postura en Miraflores- no me ha sido contraria la suerte de las ar­mas; pero los males de la guerra han afligido siempre mi corazón.

V tres años antes, después de Chacabuco,ya había escrito a Pezuelaproponiéndole un humanitario canje de prisioneros: -la guerra bajocualquier aspecto es un mal que se agrava por la rigidez de los que des­graciadamente se ven estrechados a hacerla, y si V. E. quiere contribuir,como lo creo. a consolar a las familias a las que pertenecen aquellosdesgraciados -los prlsloneros-> yo tendré placer por mi parte en co­rresponder a las disposiciones ~e V. E.

Pero al conocer la guerra de represalias que se hacía contra loscriollos. escribe a Pezuela exhortándolo. con resuelta determinación:-Hagamos la guerra con humanidadya que hasta aquí no hemos podidohacer la paz.

V más adelante, agregó como respondiendo a un desafío moral: -Haré ver que es posible hacer la guerra con humanidad.

Lamentablemente, la paz no se dio ni con Pezuelani con La Serna,pero la guerra se hizo -en cuanto es posible- con hidalguía y huma­nidad. Al romperse las negociaciones de Miraflores San Martín dijo, aPezuela:-Si se ha de hacer la guerra y cabe en ello alguna satisfacción,será ciertamente con la confianza que Ud. me inspira de que disminuiráen cuanto esté de su parte las desgracias de esa fatalidad, y le aseguroque por la mía nada excusará al mismo fin.

La paz, en efecto, no la guerra, fue la suprema vocacron de SanMartín; quizás él admitiera que la paz fue su gran amor. V, por cierto,ésta paz, molida con justicia, libertad y solidaridad. Así lo demostró enla prontitud con que tanto en Miraflores como en Puchuca -iniciadas yacon éxito las operaciones militares del Perú- abordó las tratativas quebuscaban el término de la guerra, sin poner más condición a este divinodon que la única que no podía excluirse porque era la razón dá ser detoda la epopeya: la aceptación por Españade la independencia de Amé­rica.

El guerrero enamorado de la paz

Hay algo de sagrado en esta afirmación de la vocación de grandezagenerosa y ecuménica con que se presentó a la faz del mundo la na­ción de los argentinos. En la intuición luminosa del gran capitán, la na­ción argentina ha nacido con una misión sagrada que comprende, en unsolo abrazo, los tres valores supremos de la convivencia humana: lasolidaridad, la libertad y la justicia, pilares de la paz.

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Lima, así, se le entregó no como virqen violada por la fuerza sinocomo una novia que de largo tiempo espera con ansias a su amado.Proeza de paz de un guerrero que jamás amó la guerra.

y después de la frustación de las negociaciones de Punchauca, ce­rrado ya el cerco sobre Lima, muchos se preguntaban por qué no entrabatriunfante por las armas en la ciudad de los reyes, puesto que todo lefavorecía. Una delegación de limeños le visitó en su campamento y leexhortó a hacerlo, por la fuerza si preciso fuera; pero el general contes­tó: -¿Qué haría yo en Lima si sus habitantes me fuesen contrarios?¿Qué ventaja sacaría la causa de la independencia en que ocupase mi­litarmente a Lima, y aún todo el país? -Señores -les explicó- mi planes diferente: deseo ante todo que los hombres se conviertan a mis ideas,y no quiero dar un paso más allá de donde vaya la opinión pública.

y por eso nada más lejos de su corazón que el ejercicio de las ar­mas como instrumento de ambición o el campo de batalla como palestradeportiva: -Prefiero la gloria de la paz a los honores de la guerra -ledice al general Canterac, a fines de 1821, instándolo a la conclusión dela guerra.

Por eso, en el mismo documento, proclama: -No busco el campode batalla sino cuando es preciso pasar por él para llegar al templo dela paz.

La guerra, pués, para San Martín es un recurso extremo y siempredesgraciado, a cuyos desastres los pueblos se ven arrastrados por losque desconocen y atropellan a la razón: -Cuando la necesidad pone lasarmas en las manos de los que sólo desean el bien público -dice des­pués en Miraflores- la fuerza sólo se emplea como último recurso paraobligar a los que la razón no ha podido persuadir.

Por eso su gran anhelo, su sublime obsesión, es la Independenciasin sangre: -Yo espero lleno de confianza -dice al marchar a Guaya­quil a entrevistarse con Bolívar- que harerr _..:: el primer experimentofeliz de formar y consolidar un gobierno inrjependiente sin que cuestelágrimas a la humanidad.

y a Monseñor Las Heras, arzobispo de Lima, le escribía en diciembrede 1820: -Usted ve cuál ha sido hasta aquí el progreso de mis armasy la poca fortuna que ha tenido el virrey así por mar como por tierra ...por eso yo quisiera a toda costa que se tomase una decisión que pusiesetérmino a las desgracias públicas y precaviese el desorden que las vici­situdes de la guerra causan familiarizando a los pueblos con la venganzay la ferocidad. -Yo no soy sino un instrumento del destino -agrega­y para cumplirlo de un modo digno quisiera poder evitar toda efusión desangre. Y concluye con esta observación, tan sensible como aguda: -En una guerra en que la opinión vale más que la fuerza, las armas sólopueden aumentar las desgracias.

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Dos días después de la entrevista, San Martín escribía al libertadordel norte: -Excmo. Señor Libertador de Colombia: don Simón Bolívar:... Ios resultados de nuestra entrevista no han sido los que yo me pro­metía para la pronta terminación de la guerra; desgraciadamente estoy

Sacrificio y silencio

En aquel histórico brindis las almas de los dos hombres públicosmás grandes de la América del Sud quedaron desnudas para todas lasposteridades. Con ellas se descubren y definen para siempre la grandezadel héroe y la grandezadel apóstol. En Bolívar la superioridad de un al­ma que eleva a un hombre por encima de los otros; en San Martín lasuperioridad de un alma que eleva a un hombre por encima de sí mismo.

Y sin ser notado dejó aquella fiesta de risas y luces, y encaminosus pasos en la sombra y el silencio de la noche rumbo al silencio y alas sombras de su más grande victoria.

Luego se inició el baile, que sobre el filo de la media noche alcanzóun color algo subido. Fue entonces que San Martín dijo a su secretario:-No puedo soportar este bullicio. Vámonos.

A lo que San Martín respondió brindando así: -Por la pronta termi­nación de la guerra; por la organización de las diferentes repúblicas delcontinente; y por la salud del libertador de Colombia.

A las cinco de la tarde del 27, concluídas ya las conversaciones,Bolívar ofreció un magnífico banquete para despedir al general argentinoque esa misma noche regresaba a Lima. Y a la hora de los postres elgran venezolano levantó su copa y brindó diciendo: -Por los dos hom­bres más grandes de la América del Sud, el general San Martín y yo.

En la tarde del 26 de Julio de 1822se inició la célebre entrevista, yBolívar supo encontrar la forma de condicionar el sueño del libertadordel Sur a su alejamiento del teatro de la guerra. (Y este fue el resultadoinmediato del histórico encuentro que mantuvieron los dos libertadoresen Guayaquil, en los últimos días de Julio de 1822).

El héroe y el apóstol

Proeza de un guerrero enamorado de la paz.

Finalmente forzó la rendición de los bravos que a las órdenes delgeneral La Mar defendían la fortaleza del Callao con una estrategia maes­tra: la guerra sin sangre, sin muertes, sin sables ni fusiles, la guerramoral que culminó con la incorporación entusiasta del propio La Mar ala causa de América, vencido en su corazón por aquel hombre que ver­daderamente era "un instrumento de la justicia", y cuya causa era "lacausa del género humano".

6S

Antes de marcharse definitivamente al ostracismo, aquella mismatarde del 20 de Septiembre de 1922, San Martín se fue a una quinta enlas afueras de Lima en compañía del general Tomás Guido. Este amigoentrañable le exhortó entonces, con razón y con pasión, a que no aban­donara el teatro de la guerra y del gobierno, donde su presencia era tannecesaria todavía. Pero el noble guerrero le contestó con la emoción dequien se desgarra el pecho: -tenga usted por cierto, amigo mío, que por

"Me falta valor. , . "

.Este es el alto magisterio moral que hace de San Martín, hombre, ellibertador espiritual de los americanos.

y dos años antes de morir, José de San Martín escribía al generalRamónCastilla, presidente del Perú: -Si alqún servicio tiene que agra­decerme la América es el de mi retirada de Lima. .. Pero este sacrificio,y el no pequeño de haber guardado silencio absoluto de los motivos queme obliaaron a dar ese paso, son esfuerzos que no está al alcance detodos el poderlos apreciar .

Esta carta -que sepamos- no tuvo jamás respuesta, y su autor ladió a conocer recién veintidos años después de escrita, diez y ocho des­pués de la muerte del destinatario y veinte después de asegurada enAyacucho la libertad de América.

José de San Martín.

Con estos sentimientos, y con los de desearle sea Ud. quien tengala gloria de terminar la guerra de la independencia de la América delSud, se repite su afectísimo servidor,

He hablado a Ud. con franqueza, general, pero los sentimientos queexpresa esta quedarán sepultados en el más profundo silencio. Si setrasluciesen, los enemigos de nuestra libertad podrían utilizarlos paraperjudicarla, y los intrigantes y ambicioso para soplar la discordia.

Para mí hubiera sido el colmo de la felicidad poder terminar la gue­rra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien la Amé­rica del Sud le debe su libertad: el destino lo dispone de otro modo y espreciso conformarse.

convencido de que Ud. no ha creído sincero mi ofrecimiento de servirbajo sus órdenes, o de que mi persona le es embarazosa. Mi partido (porconsiguiente) está tomado irrevocablemente: para el 20 del mes entran­te he convocado el primer Congreso del Perú, y al día siguiente de suinstalación me embarcaré para Chile, convencido de que mi presencia esel único obstáculo que le impide a Ud. venir al Perú con el ejército de sumando.

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Los grandes hombres sufren siempre el acecho baboso y rastrerode los mediocres y canallas llenos de bajas ambiciones. Son la pruebade fuego de la autenticidad de su grandeza.

Los verdaderamente grandes acaban con ellos con la santa ira conque San Martín fulminó a Riva Agüero. salvan su grandezay salvan a lospueblos. Los otros, los que caen en las telarañas de los enanos del espí­ritu, pierden a los pueblos y opacan para siempre el brillo de sus glorias.

Fue por aquel tiempo que el general recibió desde el Perú una cartade Riva Agüero -mezcla de aventurero y patriota- que lo llamaba paraque se pusiera al frente del ejército revolucionario levantado contra elCongreso Nacional que el propio San Martín había dejado constituído.Indignadode que alguien pudiera creer que podía sublevarse contra auto­ridades legítimas y manchar su sable con sangre de hermanos. contestó:-Al ponerme usted semejante comunicación sin duda olvidó que escri­bía a un general que lleva el título de Fundador de la Libertad del paísque Ud., sí, sólo Usted, ha sumido en la desgracia. Ciertamente al partirde ese amado país yo ofrecí mis servicios para el caso de que algunavez el Perú los necesitara para salvar su libertad ¿pero cómo pudo Ud.creer que el general San Martín podría ofrecer sus servicios a su des­preciable persona y para emplear mi sable en una guerra civil? ¿no sabeUd. que jamás se ha teñido en sangre americana? ¿y cómo espera Ud.que haya un solo oficial capaz de luchar contra su patria. y más que todoa las órdenes de un canalla como Ud.? Y basta -corta y concluye sinsaludo- que un pícaro como Ud. no debe llamar por más tiempo la aten­ción de un hombre honrado.

Tal como Guido lo previera, el Perú estaba convulsionado por fuertesconflictos que por diferencias de opinión en unos y por ambiciones en­contradas en otros enfrentaban entre sí a los patriotas hasta ayer unidos,sumiendo al país en el caos de la anarquía y poniéndolo en peligro devolver a caer en manos de los realistas, que nuevamente amenazabanlacapital.

Un año después, cumpliendo su palabra y su destino, inmolado porsu América, José de San Martín vivía retirado en su chacra de Los Ba­rriales, en Mendoza.

Réplica a un pícaro

Guido se quedó sin palabras.

Estaba en la cumbre de la grandeza.

muchos motivos no puedo ya quedarme .:.. Pero voy a decírselo: uno deesos motivos es la inexcusable necesidad a que me han estrechado, sihe de sostener el honor y la disciplina del ejército, de fusilar algunos je­fes ... y me falta valor para hacerlo con compañeros de armas que mehan seguido en los días prósperos y en los adversos ...

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Sin embargo declinó el ofrecimiento que se le hacía: -Si solamentemirase mi interés personal -contestó- nada podría interesarme tantocomo el honroso cargo a que se me destina: un clima que es el que máspuede convenir a mi salud; la satisfacción de volver a un país cuyos ha­bitantes me han dado tantas pruebas de desinteresado afecto; y la posi­bilidad, estando allí, de cobrar las crecidas sumas que el gobierno delPerú me adeuda. He aquí las ventajas que me resultarían de aceptar lamisión con que se me honra. Pero faltaría a mi deber si no manifestaseigualmente que, enrolado en la carrera militar desde los 12 años, ni mieducación, ni mi instrucción las creo adecuadas para desempeñar conacierto un cargo del que puede depender la paz de nuestra patria. Si la

El viejo general estaba enfermo y necesitaba un clima apropiadopara su salud, estaba pobre y necesitaba dinero, estaba lejos de su Amé­rica y aún deseaba volver, porque la amaba -según su confesión a To­más Guido- a pesar de que ella lo había calificado de tirano y ladrón.

De regreso, pues, en Francia, sufriendo en su alma la anarquía quedespedazabaa su país, recibió algunos años después un oficio del go­bierno de Buenos Aires que -en una hora diplomáticamente difícil- leofrecía el alto cargo de embajador plenipotenciario en el Perú.

[Oué lección la de este hombre singular que una vez más vence lastentaciones del poder y de la gloria, y aún del legítimo desquite, paraentregarse a la tarea oscura y silenciosa de la educación de su hija, unaniña de apenas siete años! - Sin duda era conciente de que la paterni­dad es la más alta función humana y la única que no admite sustitutos.

Pero lo más notable de aquella respuesta es el renglón final en elque dice que escribe y firma la nota "con el coche a la puerta listo paramarchar a Buenos Aires en busca de mi hija".

El gran capitán respondió aquella carta diciéndoles a los peruanosque lo que necesitaban no era un hombre providencial sino renunciar alas ambiciones de partidos que los dividía y unirse hasta que se rindierael último español.

Poco después, un grupo de civiles y militares, desesperados ya, pu­sieron en el Libertador su última esperanza, y a fines de aquel mismoaño le enviaban a Mendoza una carta que le entregó en propia mano elcapitán Carlos Postigo. El general abrió el pliego, y leyó: -El Perú, quedebe a Ud. las esperanzas de su independencia, hoy reclama el regresodel fundador de su libertad. Vuelva Ud. con nosotros; su presencia des­truirá la esperanza de todos los ambiciosos y hará desvanacer todos lospartidos que dividen y enfrentan al Perú. El pueblo volverá con entusias­mo a ver al héroe que rompió sus cadenas.

"En busca de mi hija"

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José de San Martín

París, 23 de enero de 1844,escrito de mi puño y letra.

No quiero que se me haga nlnquna clase de funeral. Desde el lugardonde falleciere se me conducirá directamente al cementerio, sin pompaalguna; pero sí desearía que mi corazón fuese deposttado en el de Bue­nos Aires ...

Declaro no deber ni haber debido jamás nada a nadie.

39 El sable que me ha acompañadoen toda la guerra de la indepen­dencia. .. le será entregado al general Juan Manuel Rosas, como unaprueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmezacon que ha sostenido el honor de la República contra las injustas preten­siones de los extranjeros que trataban de humlllarla .

29 Es mi expresa voluntad que mi hija proporcione a mi hermana Ma­ría Helena una pensión anual de 1000 francos para atender a su subsis­tencia y a la de su hija Petronila...

19 Que dejo por única heredera de mis bienes a mi hija Mercedesde San Martín ...

Era el invierno de 1844. Una noche cruda de frío intenso. Cerca dela chimenea de la casa, donde ardía el fuego tibio del hogar, había unamesa. Ante ella se sentó el anciano general. tomó el papel y pluma y,serenamente, con pausada reflexión, escribió: -En el nombre de DiosTodopoderoso, a quien reconozco como Hacedor del Universo, yo, Joséde San Martín, generalísimo de la República del Perú, Capitán Generalde la de Chile y Brigadier General de la Confederación Argentina, vistoel mal estado de mi salud, declaro por el presente testamento lo si­quiente:

No siempre los hombres lúcidos son honestos ni siempre los ho­nestos son lúcidos, por eso hay tantos delincuentes admirables y tantosidiotas útiles en el mundo, y por eso el mundo encuentra tan dificultosa­mente su camino. Pero la historia corre hacia la grandeza cuando la lu­cidez y la honestidad -como en San Martín- se abraza en la generosi­dad del sacrificio.

buena voluntad, un sincero deseo de hacer las cosas bien y la lealtadmás pura fuesen bastantes para el desempeño de tan honrosa misión, yopodría ofrecerlos para servir a la república; pero su Excelencia sabe me­jor que yo -concluye su respuesta a Rosas- que estos buenos deseosno son suficientes.

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Esta carta fue leída en el Parlamento de Francia, y fue tal la impre­sión que produjo y eran tan claras y reales sus razones que el gobiernode París levantó el bloqueo de Buenos Aires y la guerra concluyó.

Os escribo -termina la carta- desde mi cama. donde me hallorendido por crueles padecimientos...

San Martín, imposieilitado de escribir, dictó La carta. Esta fue supalabra: El diario "La Presse" acaba de publicar una carta que hace cua­tro años escribía a un amigo inglés sobre la intervene.ión de Inglaterray Francia en el Río de la Plata, en la cual le decía que ni Francia niInglaterra conseguirían sus propósitos, señalándole: "Bien sabida es lafirmeza de carácter del jefe que preside a la República Argentina. Nadieignora el apoyo que tiene en la campaña y en las demás provincias delinterior, y aunque se que en la capital tiene un buen número de enemi­gos personales, estoy convencido de que todos se le unirán para com­batir al extranjero. Por otra parte... yo no dudo que las dos potenciascon más o menos pérdidas y gastos se puedan adueñar de BuenosAires,pero estoy igualmente convencido de que no podrían sostenerse muchotiempo en tal situación. Pues, como es sabido, el principal alimento, porno decir el único, del pueblo argentino es la carne, y se sabe con cuántafacilidad se pueden retirar todos los ganados en muy pocos días y amuchas leguas de la capital, formando un dilatado desierto en torno ala ciudad, imposible de ser atravesada por tropas europeas... de modoque siete u ocho mil hombres de caballería y unas pocas piezas de ar­tillería son suficientes para que el general Rosas mantenga un cerradobloqueo por tierra de la ciudad de Buenos Aires y pueda impedir quelas tropas europeas salgan de ella sin quedar expuestas a la más com­pleta ruina por falta de alimentos y recursos... ",

Hay, sin embargo, otro testamento todavía, aunque no de su puñoy letra. En 1849.cuando el anciano rozaba ya los setenta años, Inglaterrahabía por fin levantado el bloqueo del puerto de Buenos Aires. que con­juntamente con Francia había mantenido por casi una década. Francia,empero, continuaba, en terca soledad, su intento de quebrar la todavíamás terca resistencia del gobierno argentino, que no había cedido unpalmo en su defensa del suelo y del honor naci.onal.Esta situación teníaa Francia embretada en la angustia de teter que irse, vencida, o tenerque quedarse, estérilmente, para salvar el amor propio. Desesperado,el primer ministro Bineau, en París, necesitaba un argumento decisivopara poder fin a una guerra que se hacía cada vez más pesada y másinútil. Recurre entonces al viejo general americano que reside en Bou­logne sur Mer, donde está postrado en su lecho, aquejado por forttst­mos dolores. Bineau acude al anciano y le pide que por escrito le desu opinión firmada sobre la guerra en el Río de la Plata, esperando conella convencer a los ciegos que todavía creían posible la rendicJón delos argentinos a las exigencias de los franceses.

El último servicio:

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Qui era Dios que nosotros sepamos elegir como él eligió!.

José de San Martín enfrentó la misma alternativa.

Todos los argentinos, y cada uno, estamos hoy ante esta alterna­tiva, y cada uno y todos debemos elegir.

y todo pueblo, lo mismo que todo hombre, que elige la grandeza,enfrentará una segunda opción de prioridad: o el oropel de las grande­zas políticas, económicas, tecnológicas y bélicas, o el oro puro de lagrandeza de espíritu.

Todo pueblo, lo mismo que todo hombre, tiene ante si la alterna­tiva de un destino de grandeza o de mediocridad. La opción está en susmanos.

Pocos meses después, José de San Martín moría, para dejar a suscompatriotas, más allá de sus hazañas militares y de sus conquistaspolíticas, una herencia espiritual que es a la vez una vocación, un man­dato y un desafío; el desafío, la vocación y el mandato de ser, antesque una potencia bélica, económica o política, un mensaje viviente deelevados ideales y un evangelio vivo de grandeza moral, para gloria dela Argentina, consuelo de América y esperanza del mundo.

Mensajeros de grandeza

Así, desde el lecho de su última enfermedad, con sus mimos inca­paces ya de manejar no sólo el sable sino aún la pluma, José de SanMartín, por la sola fuerza de su espíritu, era una vez más el libertadorde su patria.