sabio pereira - ciudad ccs

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JUEVES 23 DE JULIO DE 2020 / NÚMERO 15 Los grandes y hermosos discursos de las sabidu- rías de las diferentes civilizaciones transitan, con sus diversos matices, por muchos caminos, des- embocaduras y destinos. Pero entre todos esos periplos, ancestrales la inmensa mayoría, actua- les unos pocos, hay un punto en donde se agluti- nan todos: en días de incertidumbre es impres- cindible estar cerca de los mayores de la tribu. Oírlos, verlos, rozarlos, sentirlos. Y leerlos. Cuando la brújula de la humanidad des- varía con su temblorosa flecha y no enseña que el norte es el sur, cuando en las ciudades de los viejos centros del poder mundial, en es- ta pandémica coyuntura, se llora tanto la muerte de las prósperas economías como las de las vidas humanas, cuando los intereses de los grandes capitales se enfrentan entre sí pa- ra ver quién se queda médica y monetaria- mente triunfante ante el Mal virulento, nece- sitamos el aliento de los que más ‘encaneci- damente’ saben en el oficio de vivir. Oír lo que oyen, ver lo que ven, rozar lo que ro- zan, sentir lo que sienten. Y leerlos. En la palabra del mayor están presentes cla- ves, guiños, escondrijos, señas, que son tan úti- les como una caja de herramientas en un taller mecánico, como el instrumental quirúrgico en un quirófano, como los colores del arcoíris cuando la tormenta ya arrasó con la ciudad. En la voz del mayor, ya sea oral o escrita, está el manual de instrucciones para poner a funcio- nar esa parte de uno que no enchufa con el Otro, con los demás. Oírte en lo que oyen, verte en lo que ven, ro- zarte en lo que rozan, sentirte en los que sien- ten. Y leerlos. En la República Bolivariana de Venezuela, en esta gran tribu, uno de esos grandes mayores responde al nombre de Gustavo Pereira. Cami- na entre nosotros y con nosotros. Nos oye, nos ve, nos roza, nos siente. Y nos lee. Este gran sueño nuestro tiene la fortuna de su palabra y su lectura. Seamos agradecidos. Rubén Wisotzki Cuando miro en las etiquetas o solapas los precios que otrora pagué por los libros, me re- sisto a creer en los que ahora, con excepción de los editados y subsidiados por el Estado, po- dría adquirir en las librerías privadas toman- do en cuenta las equivalencias inflaciona- rias y salariales. Se diría que por entonces cualquier mortal del saqueado Tercer Mundo po- día, de proponérselo, armar su modesta biblioteca. Y aunque los libros jamás han estado al alcance de todos en el lla- mado “libre mercado”, la relación precio- salario de antaño permitía que un estu- diante pobre como yo pudiera comprar los suyos en ediciones no lujosas y “de bol- sillo”, sobre todo los publicados en Bar- celona y Buenos Aires, capitales del mundo editorial en lengua castellana. Y hasta las lujosas, entre ellas los libros de arte o aquellas célebres ediciones em- pastadas y en papel biblia, de Aguilar, con la obra completa o selecta de autores pri- mordiales, podían adquirirse por cuotas si nos tropezábamos con vendedores especiali- zados. Así pasa con todos los otros bienes necesarios. Ante su precio, el poder adquisitivo de los asa- lariados parece rodar por una cuesta intermina- ble. Y por si fuera poco, la vida útil de cualquier electrodoméstico o artefacto resulta cada vez más breve bajo la férula de la malhadada obsolescencia, programada por sus fabricantes para incremen- tar las ventas. Algo natural si a ver vamos, por- que el capital no tiene alma y menos, desde lue- go, ética, nefasta palabra inventada por los ton- tos de la antigüedad. En este asunto, como en tantos otros, el pasado representa para muchos (porque es falso para otros que todo pasado fue mejor) un raro, placente- ro y en mala hora desvanecido oasis ante la insaciable voracidad de los amos de la economía y el mercado. Que para consolarnos nos venden la idea de que nuestro presente será el pasado de mañana. Sabio Pereira Presentación

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Page 1: Sabio Pereira - Ciudad CCS

JUEVES 23 DE JULIO DE 2020 / NÚMERO 15

Los grandes y hermosos discursos de las sabidu-rías de las diferentes civilizaciones transitan, con sus diversos matices, por muchos caminos, des-embocaduras y destinos. Pero entre todos esos periplos, ancestrales la inmensa mayoría, actua-les unos pocos, hay un punto en donde se agluti-nan todos: en días de incertidumbre es impres-cindible estar cerca de los mayores de la tribu.

Oírlos, verlos, rozarlos, sentirlos. Y leerlos. Cuando la brújula de la humanidad des-

varía con su temblorosa flecha y no enseña que el norte es el sur, cuando en las ciudades de los viejos centros del poder mundial, en es-ta pandémica coyuntura, se llora tanto la muerte de las prósperas economías como las

de las vidas humanas, cuando los intereses de los grandes capitales se enfrentan entre sí pa-ra ver quién se queda médica y monetaria-mente triunfante ante el Mal virulento, nece-sitamos el aliento de los que más ‘encaneci-damente’ saben en el oficio de vivir.

Oír lo que oyen, ver lo que ven, rozar lo que ro-zan, sentir lo que sienten. Y leerlos.

En la palabra del mayor están presentes cla-ves, guiños, escondrijos, señas, que son tan úti-les como una caja de herramientas en un taller mecánico, como el instrumental quirúrgico en un quirófano, como los colores del arcoíris cuando la tormenta ya arrasó con la ciudad. En la voz del mayor, ya sea oral o escrita, está el

manual de instrucciones para poner a funcio-nar esa parte de uno que no enchufa con el Otro, con los demás.

Oírte en lo que oyen, verte en lo que ven, ro-zarte en lo que rozan, sentirte en los que sien-ten. Y leerlos.

En la República Bolivariana de Venezuela, en esta gran tribu, uno de esos grandes mayores responde al nombre de Gustavo Pereira. Cami-na entre nosotros y con nosotros. Nos oye, nos ve, nos roza, nos siente. Y nos lee.

Este gran sueño nuestro tiene la fortuna de su palabra y su lectura. Seamos agradecidos.

Rubén Wisotzki

Cuando miro en las etiquetas o solapas los precios que otrora pagué por los libros, me re-sisto a creer en los que ahora, con excepción de los editados y subsidiados por el Estado, po-dría adquirir en las librerías privadas toman-do en cuenta las equivalencias inflaciona-rias y salariales.

Se diría que por entonces cualquier mortal del saqueado Tercer Mundo po-día, de proponérselo, armar su modesta biblioteca. Y aunque los libros jamás han estado al alcance de todos en el lla-mado “libre mercado”, la relación precio-salario de antaño permitía que un estu-diante pobre como yo pudiera comprar los suyos en ediciones no lujosas y “de bol-sillo”, sobre todo los publicados en Bar-celona y Buenos Aires, capitales del mundo editorial en lengua castellana. Y hasta las lujosas, entre ellas los libros de arte o aquellas célebres ediciones em-pastadas y en papel biblia, de Aguilar,

con la obra completa o selecta de autores pri-mordiales, podían adquirirse por cuotas si nos tropezábamos con vendedores especiali-

zados.Así pasa con todos los otros bienes necesarios. Ante su precio, el poder adquisitivo de los asa-

lariados parece rodar por una cuesta intermina-ble. Y por si fuera poco, la vida útil de cualquier

electrodoméstico o artefacto resulta cada vez más breve bajo la férula de la malhadada obsolescencia,

programada por sus fabricantes para incremen-tar las ventas. Algo natural si a ver vamos, por-que el capital no tiene alma y menos, desde lue-go, ética, nefasta palabra inventada por los ton-tos de la antigüedad.

En este asunto, como en tantos otros, el pasado representa para muchos (porque es falso para

otros que todo pasado fue mejor) un raro, placente-ro y en mala hora desvanecido oasis ante la insaciable

voracidad de los amos de la economía y el mercado.Que para consolarnos nos venden la idea de que

nuestro presente será el pasado de mañana.

Sabio Pereira

Presentación

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2|Revelaciones inéditas... JUEVES 23 DE JULIO DE 2020 JUEVES 23 DE JULIO DE 2020 Revelaciones inéditas...|3

on los ya empalideci-dos caracteres de mi vieja máquina de es-cribir, mientras hur-go en papeles y carta-

pacios de otros años en búsqueda de no recuerdo qué nostalgia, hallo el borrador de esta carta fechada en junio de 1976 y dirigida a la abnegada maestra de mi pequeño hijo, en res-puesta a una suya en la que me hacía sa-ber sus pareceres sobre una tarea escolar ante la que yo manifestaba mis reservas pedagógicas aunque no ignoraba que formaban parte del programa oficial:

“Estimada maestra J.: Comprendo bien sus preocupaciones y me con-forta saber que ellas existen. Asoma usted lo cierto: el problema está en todo nuestro sistema educativo. ¿Para qué se enseña en las escuelas, para la vida o pa-ra que los niños aprendan que el conocimiento es un fastidio? Antiguo y delicado asunto este. Los progra-mas de primaria son obligatorios y terribles, es cierto, aunque algo han mejorado. Cuando yo estudiaba las preguntas versaban, por ejemplo, sobre los nombres de los estómagos de las vacas. En líneas generales se pautaba, como ahora, un cúmulo de informaciones que los niños, en esas edades, no podían hacer suyas por la sencilla razón de que para ellos carecían de in-terés

Cuando respondíamos el cuestionario del programa oficial en la tarea asignada, luego de haberle dado algu-nas explicaciones adicionales al niño noté su falta de curiosidad en la misma, o tal vez su temor al fracaso. Percibí qué tipo de asuntos le motivaban, bien distintos no a los planteados allí, sino a la forma en que allí se plantean. Intentando atrapar su aten-ción le dije: “cuando tú reúnes tus metras amarillas y las apartas a un lado, y luego apartas las azules y luego las rojas o las verdes, las estás clasificando por el color, eso es una forma de clasificar. Así puedes clasificar también las plantas por el tamaño, los ani-males por sus patas, las playas por sus arenas”. Lo de las metras lo entendió, claro, pues jugaba a menudo con ellas. Lo de las plan-tas no tanto, excepto que el almendrón que tenemos en casa da buena sombra y el guayabo produce guayabas. A los niños sólo les preocupan los juegos, las alegrías que la vida pueda deparar-les. Para aprender de penas tienen el tiempo y la realidad por de-lante. Sienten debilidad por las dichas del mundo y las personas agradables. Detestan la gravedad, las solemnidades, las compos-turas y las cuestiones obtusas. Son activos, curiosos y emprende-

I

e la antigua acepción griega de utopía como lugar imaginario y paradisíaco, lo utópico, por derivación, pasó a ser lo inalcanzable o irrealizable. La dialéctica del transcurrir humano y las luchas sociales convirtieron lo

imposible en improbable. Y acaso, con el tiempo, harán de lo improbable otro imposible.

De utópico fue adjetivado, entre burla y des-dén, todo proyecto de transformación so-cio-política, en esencia cultural, dispues-to a revertir un orden social inicuo para

instaurar otro afincado en valores verdade-ros, los cuales, en su borrascosa pero in-quebrantable evolución, el homo sa-piens adquirió en respuesta a la ve-sania y la injusticia.

Hoy la palabra utopía forma parte del acervo de los anhelos inaccesi-bles, pero ya menos lejanos. Y esto

refleja en ella una vaga certidum-bre: no pertenecer totalmente a la quimera. Acaso porque en quienes abrigan la esperanza pueda ser en verdad mitad fic-ción, pero también, puesto que

dores. Aman la claridad como temen a la oscuridad. Quieren aprender, pero en la acción lúdica. Cuando nuestros programas educativos contemplen es-to, aprender será también para ellos

una alegría.Si por mí fuera haría lo contrario de

lo que actualmente tenemos en educa-ción primaria. Decretaría cuatro ho-

ras de recreo y una de aula. Por recreo entiendo lo lúdico nu-triente, aquello que contribuye a tener y practicar valores co-mo la fraternidad, el amor a la

naturaleza, el ejercicio de la imaginación y el poder creador.

También a caer y levantarse. Como padre, me preocupo sobre todo en que

mis hijos tengan actitudes claras con res-pecto a la honestidad, la solidaridad, la bon-

dad y el amor. Los inscribí en la escuela pública para que no se hicieran a la idea de privilegios y compartieran con los otros niños del barrio, con los hijos de su y nuestro propio pueblo, los juegos y las responsabilidades. Los niños no son tontos y saben muy bien discernir y to-mar decisiones cuando se les guía con la sa-bia indulgencia de una pedagogía dirigida a formar personas libres, honradas y soli-darias.

Los serios y casi siempre regañones fun-cionarios, directores y supervisores que planifican y encausan nuestras escuelas suelen olvidarse de estas

cosas y obligan a los maestros y maestras a “pasar” programas, a “torturar” con ellos a nuestros niños y a cargarles un horario inclemente de clases y tareas. Que nuestros niños aprendan los conocimientos elementales, que aprendan, sobre todo, a leer y escribir bien. Que las bibliotecas de aula se con-viertan en encantamientos y los recreos en lecciones de fraterni-dad creadora. Que la lectura, la poesía, el teatro, las artes plás-ticas y las artes aplicadas se conviertan en sus juegos más pre-ciados. Ya tendrán tiempo para abordar cuestiones más seve-ras y, al paso que crezcan, también para ponerse tristes y gra-ves en ocasiones, como nosotros.

Dispénseme estas sinceras palabras, pero su observación me pareció tan ajustada y propicia que las mismas no desean sino ser un modesto tributo a su abnegada dedicación.

Afectuosamente,Gustavo Pereira”

existe, mitad voluntad de realizarla. Cuando la acción común convierte la utopía en

parcialmente tangible o visible, la más eterna de las facultades humanas, la insatisfacción, la tornará invisible. Una nueva meta la ha acicateado en el camino, a sabiendas de que en verdad solo lo pasado es inmutable.

IIDado el primer paso y dejadas atrás las luchas y pe-nurias que este significó, los pasos que siguen co-rrerán igual suerte, pues sabremos que el saldo final no será la llegada, sino el avance. El eterno avance hacia el quién sabe.

Más allá de los naturales anhelos o desilusiones que se tengan en la marcha emprendida, el hecho de que toda obra humana sea imperfecta, fallida o impugnada por las inconformidades, permitirá seguir soñando, andando. Seguir errando, caer y levantarse, y seguir intentándolo de nuevo entre aciertos y topetazos.

Porque lo imposible no puede con-quistarse sin lograr primero lo factible. Aunque en el fondo sepamos que lo im-posible sigue y seguirá allí, impávido y eterno también, como la fe.

ecino al mar como he sido desde siempre y embargado desde niño por la fascinación de su sola presencia, pienso en los aún no develados enigmas de muchos de los seres asombrosos que lo habitan y me pregunto

qué secreto impulso instintivo o qué lenguaje indescifra-ble transmitido a la velocidad del pensamiento permite, por caso, a los cardúmenes de sardinas y otros pequeños peces cambiar cual relámpagos su curso, impulsados por un repentino resorte biológico, para eludir la cierta o su-puesta amenaza, a veces ni siquiera visible, que perciben.

Recuerdo haber leído a mediados de los ochenta, en re-vista científica que aún conservo entre las publicadas en la antigua Unión Soviética, un texto que trataba justa-mente sobre ello. Al encontrarlo veo que está firmado por V(ladimir) Mezentsev y en él hace referencia a un lenguaje todavía arcano e incomprensible para noso-tros, el de las ondas electromagnéticas, objetos de estu-dio de un neurólogo italiano que a comienzos del siglo XX, mediante la hipnosis, había logrado detectarlas en el cerebro humano en los diapasones centimétrico y métri-co, es decir, en forma de ondas hertzianas. El mundo científico de entonces, al no existir evidencias concretas e incontrovertibles, puso en duda los resultados del ex-perimento, pero las impulsiones electromagnéticas ge-neradas por los organismos vivos se comprobarían años después cuando se logró construir instrumentos ultra-sensibles capaces de detectarlas.

Uno de estos aparatos, creado por el científico P. Ga-liaév en la Universidad de Leningrado, pudo captar tales biocampos. Conectado a un altavoz electrodinámico me-

diante un amplificador, dejó oír los sonidos emiti-dos por los mismos.

Se supo así que el lenguaje del corazón se escuchaba como el de un viejo reloj de pared, que las corrientes bio-lógicas de los músculos en actividad son como ráfagas de ametralladoras, del mismo modo que cobraron soni-do las voces magnéticas de los abejorros y los escaraba-jos y hasta de los mosquitos y las mariposas.

Era apenas un comienzo, pero un comienzo incontestable.

Probar experimentalmente que los seres vivos irra-dian ondas electromagnéticas que de algún modo pro-crean relaciones trans-sensoriales con el medio ambien-te, llevó a pensar que la información percibida por los sentidos se graba en nuestro interior del mismo modo que los sonidos en una cinta magnetofónica.

Podríamos hablar en consecuencia, y esto es lo mara-villoso del espíritu creador acicateado por la duda ante lo desconocido, de dos tipos de transmisiones de infor-mación en todo organismo vivo y en el humano en parti-cular: el que se genera por las vías nerviosa y psíquica, y la “radiocomunicación” molecular y celular que permi-tiría relacionarse a distancia, extrasensorialmente, co-mo tal vez hagan los pequeños peces que en la placidez del mar nos asombran cuando en rápido centelleo bur-lan al supuesto depredador.

O como tal vez sucedió y sucede con los amantes que sin haberse visto nunca antes saben desde el instan-te en que se ven por vez primera que el misterioso hálito que de repente los acercó, puede vencer el tiempo, y al igual que el cardumen de pececillos, la distancia.

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w w w . c i u d a d c c s . i n f o4|Revelaciones inéditas... JUEVES 23 DE JULIO DE 2020

ivas ut possis, quando nec quis ut velis.

Si no eres capaz de vivir como quieres, vive, pues, como puedas.

He oído las cambiantes versiones caste-llanas de esta sentencia latina en no po-

cas ocasiones y casi siempre en conversaciones entre gente de pensamiento afín en el no siempre homogé-neo conglomerado de la izquierda.

Se ha traducido y empleado a lo largo del tiempo de mil modos, aunque más como reproche que de con-suelo. Por lo general señala a quien abandonando o abjurando ideales y principios procura acomodarse en lo que otrora reconvino o condenó. Fue atribuida a Publius Papinius Statius, conocido en nuestro idioma como Publio Papinio Estacio, o simplemente Estacio, nacido en Nápoli en el siglo I de nuestra era, celebra-do en su tiempo como poeta épico y cortesano y recor-dado en el medioevo menos por su condición de poe-ta imitador de Virgilio que por su talento de versifica-dor. No poco mérito debió causar lo primero a ojos de Dante, quien en el Canto XII de su célebre poema se hace acompañar por él en su entrada al Paraíso.

Quién sabe qué otros atributos sensibles poseía Estacio para merecer, aparte de ello, el afecto pro-digado por sus contemporáneos, pero sea como fuere, el autor de la frase no fue él sino Caecilius Statius, el dramaturgo latino de origen galo e in-fluencia estoica a quien la historia del teatro co-noce como Cecilio.

Había nacido este en el último tercio del si-glo IV a.C. y pese al notable influjo de los clá-sicos griegos en su obra, a él debe la historia del teatro primigenias páginas innovadoras y para su época precursoras del pensamien-to humanístico avanzado. Saepe est etiam sub pallialo sordido sapientia (A menudo la sabi-duría se esconde bajo un manto sórdido) reza otra máxima suya. Homo homini deus est, si suum officium sciat (El hombre es un dios para el hombre si conoce su deber) escribe también a diferencia de su contemporáneo Plauto que expresaba: Lupus est homo hominis, non homo quom qualis sit non novit (Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre cuando desconoce quién es el otro).

Siglos después, como suele ocurrir en tantos casos, la sentencia de Plauto será tomada y divulgada proli-jamente pero mutilada en su peor sentido (El hombre es lobo del hombre) por uno de los fundadores de la fi-losofía política y moral del naciente capitalismo, Tho-mas Hobbes (y posteriormente por sus discípulos) pa-ra defender la monarquía y el absolutismo en su ale-gato contra la “bestial, inmanente e incorregible con-dición humana”.

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DIRECTORA MERCEDES CHACÍN COORDINADORA TERESA OVALLES MÁRQUEZ ILUSTRADOR JAVIER VÉLIZ DISEÑO GRÁFICO FREDDY LA ROSA FOTO PORTADA ENRIQUE HERNÁNDEZ D’JESÚS