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Carlos Orlando Pardo Confesiones sobre su oficio de escritor Entre la ficción y la realidad Edición número 14, 2015

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Revista de Literatura-Dossier CARLOS ORLANDO PARDO.

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Page 1: Revista Pijao Carlos Orlando Pardo

Pijao1

Carlos Orlando

Pardo

Confesiones sobre suoficio de escritor

Entre la ficción y la realidad

Edición número 14, 2015

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Pijao Pijao32

Así lo denominó nuestro premio nobel Gabriel García Márquez cuando en 1981 lo eligió como el ganador del Concurso de minicuento del diario El Tiempo, en el cual también estaban como miembros del jurado, Daniel Samper Pizano, Enrique Santos Calderón y Nicolás Suescún.

Nació en El Líbano, Tolima y desde su edad temprana decide que su camino será la literatura, cumpliendo ahora con una prolífica carrera de más de 40 años en los cuales ha escrito no menos de 40 libros, entre los que se cuentan novelas, ensayos e investigaciones académicas e históricas alrededor del Tolima y de Colombia. Su labor como escritor incluye cinco novelas, Los sueños inútiles (1985) o Lolita Golondrinas (1986), Cartas sobre la mesa (1994), La puerta abierta (1997), publicando en ese mismo año su Obra Literaria 1992-1997. Luego surgen Verónica resucitada (2012 y 2014) y El beso del francés (2013 y 2014). Una de sus novelas, pero en particular sus cuentos, han sido traducidos a otros idiomas y se han convertido en texto de estudio de grupos de investigación en literatura de prestigiosas universidades del mundo.

Como cuentista no es menor su creación. En este género incursionó en el mundo de la literatura al escribir junto con su hermano, el escritor Jorge Eliécer Pardo, Las primeras palabras en el año 1972, para luego dar a conocer sus libros de cuentos: Los lugares comunes (1982), La muchacha del violín (1986), El invisible país de los pigmeos (1996), El último sueño (2004), El día menos pensado (2007), Un cigarrillo al frente (2011), El último vuelo (2011), Mi hija me regaló un fantasma (2015), seleccionando algunos de estos relatos para su antología de Cuentos (2014) junto a otros de dos libros inéditos, Delta me hizo rico y Las noches de la espera.

Nos remitimos sólo a su trabajo literario sin registrar aquí su tarea como investigador o académico, como periodista cultural o autor de numerosos

CarlosOrlando

Pardo

El campeónde las doce líneas

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en el club de la novelística co-lombiana pero sin quedarse en la ciudad de la música ni entre las bragas de Lolita Golondri-nas, esa recurrente presencia que enamora”. De igual forma, Isaías Peña Gutiérrez, en el dia-rio El Tiempo, expresa que “Se trata de una historia de amor con la densidad, el humor y la magnífica escritura que carac-terizan a Pardo”.

La novela, que en su pri-mera edición llegó a vender 60 mil ejemplares y que hoy llega a su sexta edición con Maes-tros contemporáneos, es una creación de juventud sobre la que Pardo refiere: “Tiene como mis primeros libros muchas ingenuidades y no pocas equi-vocaciones, pero muestran a un escritor en proceso, pasio-nal y con perspectivas”, lo cual demuestra a cabalidad con sus posteriores creaciones.

La puerta abierta, nove-la publicada en 1994, que ya cuenta con cuatro ediciones, es una historia, que bien podría adaptarse a estos tiempos con-temporáneos de los amores que se gestan en la virtualidad, pero que en aquella época se gene-raba a través de los románticos buzones de correspondencia. Sorprende el escritor con el tras bambalinas que causó la creación de aquella historia. Reunidos en el apartamento de su hermano Jorge Eliécer Par-do, junto con Benhur Sánchez, Rodrigo Parra y el fallecido es-critor Ignacio Ramírez, quien les propusiera hacer una nove-la por encargo para una agen-cia de matrimonios por correo que funcionaba en Venezuela, llevados por la curiosidad y la emoción del reto, deciden todos asumir el ejercicio de escribir una historia de amor por correspondencia, a partir

de una sinopsis. Lo que vendrá después en el proceso, lo pue-den encontrar en las Intimida-des sobre La puerta abierta en la colección Maestros contem-poráneos.

Sigue Carlos Orlando con su ritmo vertiginoso al narrar y su notable habilidad para auscultar en el espíritu, el sen-timiento y la piel de las muje-res, esta vez con una novela intimista, Cartas sobre la mesa, historia que gira alrededor de las confesiones de una joven estudiante de literatura que se enamora de un hombre ma-yor. Esta creación que en parte se nutre de historias de la vida real, logra sorprender a la ge-nuina protagonista, cuando es-cucha algunos capítulos, y ma-nifiesta que se siente “desnuda por dentro”. Así mismo, Catali-na Ospina, lectora y amiga del autor, expresa a propósito de la

ensayos, al tiempo que la orga-nización de congresos o la de editor, desde la gestión cultural con su editorial y con la cual ha publicado a más de mil doscien-tos autores colombianos. Pijao editores ha sido considerada junto a Caza de Libros, la edi-torial de provincia más impor-tante del país y desde que salió al mundo editorial no ha dejado de hacer esfuerzos por promo-ver a los escritores del país.

En la nueva colección se incluyen cinco novelas suyas y una antología personal de cuentos.

Lolita Golondrinas, o Los sueños inútiles, como se tituló inicialmente su ópera prima, es una intensa historia de amor atravesada por un destino trá-gico, donde Carlos Orlando ya devela su particular estilo en una narración que parece una cascada sin obstáculos y en donde se empieza a adver-tir una onda de la soledad del hombre en la novela al abordar al amor como su principal pro-tagonista sin caer en la banali-zación, sino teniéndolo como telón para develar toda una la cultura. La novela es publi-cada por primera vez en 1985 por la editorial Oveja negra en su colección “Los 100 mejores de todos los tiempos”, sobre lo cual Carlos Orlando expresa, “…estar ahí ha sido el mayor orgullo de mi vida literaria”. Vale la respuesta amplia de la crítica literaria ante esta breve pero impetuosa historia. Allí, Hugo Ruiz Rojas, Gustavo Ál-varez Gardeazábal, Sonia Tru-que, Germán Santamaría, R.H.

Moreno Durán, Fernando Soto Aparicio, entre otros, se dieron a la tarea de comentar y estu-diar la novela.

El fallecido escritor, crítico y periodista Hugo Ruiz Rojas publica al respecto en el diario El Espectador: “¿Acaso para estos tiempos aciagos debe pe-dirse permiso para hablar de amor? Qué tan mal estamos. Pero aquí es otra fábula. ¿Qué milagro de acrobacia logra que una historia semejante pueda mantenerse en un nivel literario más que decoroso? Un lengua-

je nada convencional que debe revestirse de una buena dosis de humor para sortear los pre-visibles escollos”. Así mismo, el periodista y también escritor, Germán Santamaría, en la re-vista Diners que dirigió durante varios años, expresa con asom-bro cómo detrás de esta histo-ria de amor, es asumida como un telón para develar un con-texto político, social y cultural. R.H. Moreno Durán, por su parte afirmó, que: “Es una no-vela tan breve como atractiva e intensa y eso invita a su segunda lectura. Entra Pardo con suerte

Carlos Pardo Viña, Benhur Sánchez, Carlos Orlando Pardo, Héctor Sánchez, Rodrigo Silva y William Ospina./Archivo personal

Dedicatoria de Gabo para Carlos Orlando, 1978.

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Pijao Pijao76novela que “Es sorprendente la forma en que logra penetrar en la psicología de la mujer, con-virtiéndose el narrador, sabia-mente, en el portador sin simu-laciones de sus ilusiones y sus desesperanzas”.

La crítica literaria del país cultural no se hizo esperar, res-pondiendo con numerosas lec-turas alrededor de esta produc-ción, entre las que se cuentan opiniones de Ignacio Ramírez, Hugo Ruiz, Alberto Duque López, Orlando Mora, entre otros, de la cuales se destaca, la que escribiera Julián Serna Arango, bajo el título de “En cartas sobre la mesa: el ritmo como protagonista”, en un dia-rio de Pereira donde expresa que “ha sido una lectura en la que Carlos Orlando aparece al voltear cada página –con esa sonrisa cómplice y festiva y esa ironía con mira telescópica que lo caracteriza-. Pero esa es sólo la primera lectura: La del amigo. De la segunda, el pro-tagonista es el ritmo, a galope tendido las palabras, las frases, los diálogos, las metáforas nos revelan el pathos dionisíaco de la literatura. Es un allegro con brío de una ida que también ha sido eso. Por supuesto hay una tercera lectura, la de la nostal-gia, esa que se insinúa a lo largo de todo el libro, y que además remata de manera magistral en la última página, en el último párrafo, y para ser más exac-tos, en la última frase, cuando la protagonista se refiere a su amante en los siguientes térmi-nos: “es de los que se dedica a contar historias como esta que acabo de contarte”. Uno de mo-

mento no sabe: si es la ficción la que copia de la vida o si es la vida camuflada en la ficción”.

Otra de sus novelas, Veró-nica Resucitada, es quizás una de las más estimadas y con-templadas por sus lectores en la actualidad. Publicada por primera vez en 2012, retrata una increíble historia familiar alrededor del circo, los gitanos, el trapecio y el dilema de una mujer que ha dedicado su vida al mundo circense pero que debe decidir entre su corazón atrapado por el itinerante tra-pecio o el hacer una vida nor-mal al lado de su esposo y sus hijas. Resultan admirables los monólogos interiores y las con-fesiones de esta valerosa mujer que decide seguir sus pasiones y renunciar a sus seres queri-dos. Allí el escritor se mueve perfectamente con la voz de esta mujer, sin jugar a ser juez o dictador, sino dejando fluir el espíritu y el sentir de la misma. Esta historia está directamente ligada al escritor, quien en la vida real, descubre junto con su madre y hermanos, que su abuela, aparentemente muerta desde que diera luz a su última hija, está viva y quiere cono-cerlos para emprender una na-rración de amor y perdón bus-cando morir tranquilamente al lado de los suyos.

Gratificantes resultan las críticas que ha suscitado con juiciosos textos publicados por escritores de la talla de: Fer-nando Soto Aparicio, Benhur Sánchez Suárez, Fabio Martí-nez, Héctor Sánchez, Fernando Ayala Poveda, Cecilia Caicedo,

Con Roberto Fernández Retamar, director Casa de las Américas, Cuba.

Cartas sobre la mesa,1985.

La muchacha del violín, 1979.

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Pijao9Pijao 8Nelson González Ortega, Jorge Guebelly, Esperanza Carvajal y Sonia Truque, entre otros.

De la prolífica crítica que se generó alrededor de esta exci-tante historia familiar, quisie-ra exaltar un aparte del relato poético sobre Verónica, escrito por Esperanza Carvajal: “¡Ve-rónica, Verónica ¡ cuántas ve-ces se negó al arrepentimien-to. Ahora le duele el cuerpo gastado por tantos imposibles fumando la esperanza del per-dón y deambulando a sorbos de cerveza. La escucho, repaso las páginas de sus acciones y no puedo calificar su proceder porque la sentencia está escri-ta en el anverso de su alma, por ahora, estos signos le son vedados. En verdad pensó que las huellas del pasado podían borrarse de un impulso y lue-go reconstruirlas paso a paso con los registros de los diarios que sólo añadieron más nos-talgia a la nostalgia. La obser-vo tendida en el lecho prestado

por la bondad, desprovista de toda presunción donde divaga con tiempos mejores asida a la mano de Inés como niña desva-lida que se aferra a su muñeca. Inquieta la inmovilidad de su cuerpo y de su alma. Quiero reprocharle muchas veces por no haber tenido el valor de sos-tener su ausencia y en silencio sucumbir ante su propia porfía. Su destino no podía ser dife-rente. Vivió con el deseo de ser amada con todo su esplendor y sus miserias iluminada por el faro del perdón entre los suyos. Ahora los lectores ven alzado su nombre en letras de molde y una y otra vez repasan el hilo conductor de sus accio-nes; en cada uno encontrará el desafío de obtener la justa medida del perdón o el de la afrenta. Desde estas páginas sa-ludo su regreso porque aquí se niega a morir definitivamente”.

Las reacciones frente a Ve-rónica resucitada siguen sor-prendiendo a su autor, quien en

abril de 2014, viajó a la Florida para reunirse con el Círculo de lectoras de Miami Shores, don-de se encontró con un grupo de mujeres intelectuales que hicieron una juiciosa lectura y crítica sobre la novela, conmo-viendo a Carlos Orlando Pardo con sus juicios y los sentimien-tos que llegó a generar, como por ejemplo, una emocionante historia de perdón entre una de las integrantes del círculo quien buscó a su madre, después de años de distanciamiento, a par-tir de la lectura de Verónica.

En 2013, este maestro con-temporáneo sorprende al pú-blico lector con lo que él asume como una ficcionalización de la historia y no como novela histórica, a través de El beso del francés, un relato que recrea con madurez y profesionalis-mo en el oficio, la fundación de El Líbano, Tolima, pueblo que vio nacer a este escritor y que habita gran parte de su vida y sus recuerdos, y que él mismo

ambienta al inicio de la novela con un epígrafe de su autoría: “Lejos, pero muy lejos del mar, todo comienza en la montaña, en la tierra de nadie, en el rei-no escondido del silencio”.

Esta novela, gracias a los trece años que dedica el es-critor a la investigación, logra con lucidez develar una épo-ca histórica de Colombia en su contexto social, cultural y político. Allí se conjugan “…la persecución y la muerte, las guerras y la lucha por la tierra, los enfrentamientos por las ideas y la búsqueda persisten-te de una paraíso donde viva la paz”, como bien sugiere el autor en sus intimidades sobre el libro, registradas en esta se-gunda edición que conforma la colección Maestros contem-poráneos.

Más adelante, en las inti-midades, Carlos Orlando se refiere a sus protagonistas, que bien vale la pena reseñar: “Una monja que huye del destierro al que la confina el presidente Mosquera, un arquitecto fran-cés que llega a la construcción del Capitolio Nacional huyen-do de las posibles catástrofes después de la caída de Napo-león y un colono que funda pueblos y al que le cobran sus creencias con el asesinato…”.

Más de una veintena de ar-tículos, conforman el compen-dio de críticas y comentarios alrededor de El beso del fran-cés. Consagrados escritores, columnistas, críticos y aca-démicos conforman esta lista.

Entre ellos se destacan: Nelson González Ortega, Jorge Guebelly, Benhur, Sánchez, Rosalba Suárez Rivera, Francisco Sánchez Jimé-nez, Héctor Sánchez, Fabio Martínez, columnista de El Tiempo, Augusto Trujillo, columnista de El Espectador, comentaristas como Hernando Galeano o Carlos Gálvez y científicos como Ya-mel López.

En el ensamblaje con sus planos y voces de los protagonis-tas, se devela una plena madurez, sobre la que Benhur Sánchez, en su columna del diario El Nuevo Día, del 15 de diciembre de 2013, afirmó que: “Son narraciones en diversas formas verbales, ya la primera, segunda o tercera persona, y diferentes tiempos, presente y pasado, en los que se encuentra la esencia de ese pue-blo que comienza a crecer en la montaña. Son tres planos que se suceden en segmentos alternos, correspondientes a los tres perso-najes principales, la monja Mercedes González, el general Isidro Parra y el francés Desirè Angee. Y en sus hombros la historia de la

Aparte de su intenso trabajo

narrativo, ha sido investigador

y académico, periodista, gestor cultural y editor.

Las primeras palabras, 1972. Los lugares comunes, 1982.

Foto de Mauricio Ángel aparecida en la Revista Diners.

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Pijao11Pijao 10

Ricardo TorresCorresponsal diario El Tiempo

¿Qué le significan sus libros en la colección Maestros Contem-poráneos de Pijao Editores?

Es la reunión gozosa de mi oficio literario en el campo de la novela y el cuento tras un trabajo intenso que combiné en una larga travesía con ensayos, biografías, investigaciones y hasta una enciclopedia virtual. Dentro de mi oficio con la pala-bra tengo el amplio viaje soña-do que encuentro en la novela y he logrado terminar tres más que siguen en su proceso de perfeccionamiento, pero esta es una palabra exagerada porque nunca se consigue. Lo cierto es que mis libros ahí están co-rriendo con alguna fortuna.

¿Tu temática sigue siendo el amor? Mis tres primeras novelas

publicadas son, en efecto, una trilogía de historias de amor y queda en la gaveta una más con este tema que es Reloj de arena, pero la he dejado para el final porque no es jubilosa y me trae escenas que por ahora no quiero recordar. Me pro-ducen mucha nostalgia puesto que allí está la muerte desde las vísceras y el amor inconcluso desde el alma. Es un poco au-tobiográfica de mi vida en Bar-celona, con la natural mezcla de ficción y realidad. Inclusive Magil, atraído por parte de la historia que él también vivió, hizo una hermosa novela titu-lada En noche de carnaval, creo que la mejor de su trayectoria, donde la preparación de una

colonización antioqueña en el Estado Soberano del Tolima, hoy departamento del Tolima, y su norte signado por la cultura paisa, aunque tam-bién francesa, alemana, inglesa y boyacense. 164 años después la novela nos trae fresca y humana la vida de los pioneros, esos que la historia ha embalsamado en la rigidez de la grandilocuen-cia o el olvido pero que la magia de la literatura los vuelve a levantar en sus virtudes y defectos, sus triunfos y fracasos, sus amores y sus odios, es decir, seres humanos como nosotros. La no-vela nos demuestra, además, el feliz arribo de Carlos Orlando Pardo a la madurez narrativa, a la sapiencia en el manejo de la prosa y a la sol-vencia en la arquitectura de la historia.”

Por último, en esta colección por parte de Carlos Orlando Pardo, va su cuota narrativa con su Antología de cuentos, una juiciosa selección de 50 relatos publicados en distintos libros a lo largo de su trayectoria como escritor, algunos de los cuales han sido traducidos al inglés, francés y serbocroata. Además, le han significado gratos reconocimientos y destacados premios, entre los cuales se destaca el del diario El Tiempo, donde nuestro premio Nobel, Gabriel García Márquez, lo denominaría “El campeón de las doce líneas”,

para concluir, que este escritor ha sido en esen-cia un contador de historias.

Está incluido en importantes antologías nacionales y extranjeras y su nombre figura en Manuales de literatura colombiana, diccionarios de escritores y otros textos. Ha sido premiado en concursos nacionales. Es licenciado en Espa-ñol de la Universidad Pedagógica Nacional de la cual fue profesor y en 1995 la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla le entregó el doctorado Honoris Causa. Fue codirector del programa cultural Hablemos de… que fuera transmitido por Señal Colombia durante cuatro años y que hizo en compañía de los escritores y periodistas Alberto Duque López y Germán Santamaría.

Infatigables noches y amaneceres, múltiples recuerdos y anécdotas, años de investigación histórica, días dedicados a la observación y con-templación de la vida cotidiana, la voz de la ju-ventud, de la madurez y la experiencia de este escritor, expuestas de forma diáfana en la nueva colección de Pijao editores, Maestros contem-poráneos. P

Carlos Orlando Pardo con su hermano escritor Jorge Eliécer Pardo, su hermano editor de Caza de Libros, Pablo Pardo y su madre.

Carlos Orlando Pardo confiesa intimidades de su oficio como escritor

fiesta termina siendo el ritual que sin pensarlo dispone a sus protagonistas por la muerte, todo luego de una interminable y acelerada trashumancia por calles, barrios y bares, sueños, sentidos y sentimientos, pa-seos y vinos que en medio de un invierno penetrante anun-cian la tragedia. Los personajes de Magil son novelistas que no piensan en el último adiós ni en su mirada, sino en el oficio en el que se gastan sus mejores ilusiones, mientras un joven vigoroso y enamorado campea entre la soledad y los cuchillos y es testigo excepcional de una tertulia interminable que pa-reciera sigue hasta el más allá. Lo mío es la combinación de muchos planos, pero transcu-rre igualmente en ese mundo

.Foto de Jorge Eliécer Pardo.

Page 7: Revista Pijao Carlos Orlando Pardo

Pijao Pijao1312que me expulsa del infierno pero también del paraíso. La madurez, sin embargo, me ha llevado a irme por los caminos de la historia que la vivo como un inmenso presente, sin aban-donar ese fondo de las pasiones que es al fin y al cabo de lo que está hecha toda la literatura y la vida misma. La novela históri-ca parece imponerse en Amé-rica Latina y en muchos otros lugares y le he encontrado una gracia que yo no conocía, mu-cho mas cuando se intensifica la necesidad de demostrar que el escritor es, antes que todo, un investigador. Por ahora trabajo en una novela que es en esen-cia, el retrato íntimo de quienes bajo el mismo apellido tienen destinos y temperamento di-ferentes y por encima de los avatares propios de compartir casa, sangre y circunstancias, están haciéndolo en un país que navega a diario entre la insegu-ridad y las más diversas formas de violencia. Su tiempo es el de hoy sin que no se remita a otros días y a otros años que uno tras

lectiva, recorro sus aventuras donde fuera de enfrentarse a peligros desconocidos, tuvieron a sus espaldas el peso de tanta guerra civil que nos consumió entonces, hago un juego de contrapunto entre los conflic-tos por la tierra y para el caso, el despertado por la presencia de franceses, en particular uno, Desirè Angee, cuyo padre su-pongo peleó al lado de Napo-león que fue su condiscípulo. Si a esto agregamos que él fue a vivir al Líbano con una mon-ja, Mercedes González, de las expulsadas por Mosquera en su gobierno, el panorama entre las ideas, los sentidos y los sen-timientos, adquiere una dimen-sión interesante.

¿Cuál es tu proceso para decidir publicar un libro?

Los originales los lee prime-ro Jackie, mi esposa, que señala Cartas sobre la mesa, primera edición, 1994.

otro han configurado la tem-peratura y el ambiente de una nación en guerra permanente, pero es una novela de amor.

Verónica resucitada ¿qué signi-fica dentro de tu producción li-teraria?

Significa una responsabili-dad plena con mi oficio de es-critor, porque ya no tengo afán por publicar sino por escribir y la presenté con confianza en la seguridad de que iba a gustar, como lo demuestran sus dos ediciones en menos de un año y más de 50 ensayos y notas de registro que estimulan mi tarea. Tengo mucho afecto por la his-toria que es la travesía de una mujer que aparece 60 años des-pués de la noticia de su muerte. Se trataba de mi abuela que na-die sabía que existía, ni siquie-ra mi madre porque le dijeron que había muerto pocos meses después de su nacimiento. La escribí varias veces a lo largo de diversos años y a lo último sen-tí que ya había terminado. En el

Un cirgarrillo al frente y otros cuentos, 2011.

fondo está aquel país donde el mundo artístico que comienza en el circo, sigue en el teatro y continúa entre el cine y la te-levisión en sus comienzos, es el escenario de personajes que se debaten entre su amor por el arte, la lucha por sobrevivir en un mundo poblado por la violencia y los sentimientos de abandono en un desplazamien-to sin fronteras. Aquel país bu-cólico que recibe con asombro el empuje de las nuevas tecno-logías cuando sólo el mundo de los gitanos o el circo rompen la monotonía de viento detenido en la provincia, también cons-truye su imagen bajo las alas de la muerte y el sectarismo que lo recorre con su aire pestilen-te. Pero ese es sólo el fondo de una trama excitante que dosi-fica el universo interior de sus protagonistas perseguidos por los fantasmas del abandono y la traición, los encuentros y las despedidas, las pesadillas y los sueños, la alegría de los aplau-sos y el silencio final por los adioses ya definitivos.

¿Y El beso del francés? Me costó mucho trabajo

pero también mucho placer. Es mi primera incursión a lo que sería ficcionalizar lo histórico o por lo menos con ese tinte, basada en algunos hechos que realmente ocurrieron y los que imagino pudieron suceder en el proceso. Trata sobre la coloni-zación antioqueña que produjo en el Siglo XIX la fundación de no menos de cien poblaciones colombianas, en el Tolima unas diez, entre ellas mi tierra natal, El Líbano. Frente a ese hecho que constituye una hazaña co-

Con sus hijas María José, Paula y su esposa Jackeline Pachón. /Archivo personal

problemas de lenguaje. Ella es mi cómplice permanente y una entusiasta de mi trabajo, profe-sora de literatura y especializa-da en estos temas. Luego van a mi hijo mayor que es escritor y periodista y me ofrece alterna-tivas a la historia o a la estruc-tura y por último a mi herma-no escritor, Jorge Eliécer, que los destruye sin piedad como si cayera sobre las páginas un tsunami. Acepto o no pero cada postura enriquece el libro. También, en este caso de Veró-nica, la leyeron en su primera versión entrañables amigos es-critores como Benhur y Héctor Sánchez, Álvaro Hernández, Flaminio Rivera y otros com-pañeros como Yamel López, Félix Llano, Ernesto Montoya, Hernando Galeano, Catica Os-pina y su hermano Nelson, en fin, como veinte personas para mí muy especiales a quienes

“En Maestros Contemporáneos

está la reunión gozosa de mi

oficio literario en el campo

de la novela y el cuento, tras un trabajo que

combiné en una larga travesía con ensayos,

biografías, investigaciones

y hasta una enciclopedia

virtual que hice con mi hijo”.

Page 8: Revista Pijao Carlos Orlando Pardo

Pijao Pijao1514entregué la novela. Cada quien me ofreció su criterio siempre útil y tras todas las maquilladas y los cambios, al fin quedó la niña lista para el baile. La lectu-ra que más me apasionó fue la de mi madre porque ahí estaba su primera familia en un retrato de cuerpo entero, pero no tanto con el desarrollo simple de una historia, sino el tiempo subjeti-vo como una doble articulación del relato con memorias de ins-tantes de enlace que son decisi-vos en la eficacia simbólica. De alguna manera ella es coautora porque me dictó el libro en no pocos apartes, escribió muchas páginas que tomé prestadas de su memoria de familia y que publicó mi hermano en edi-ción restringida dentro de un volumen grandote donde todos nos confesamos, desde el más grande hasta el más pequeño. Sus aportes temáticos fueron definitivos. Muchas veces llo-riqueamos los dos descubrien-do la realidad de aquel mundo hasta entonces secreto para ella y para todos nosotros. Pero me olvidaba de la colaboración te-mática y vivencial de mi primo Carlitos Moreno, músico y tea-trero, actor de televisión, que igualmente vivió desde niño parte del proceso y supe por él historias que no conocía y me estremecieron. Ya muertos mis tíos artistas, personajes igual-mente de la novela, él ha esta-do al frente de la Academia de Arte del Sur don Eloy, que este año cumple sus primeros cin-cuenta y dos años y donde mis hermanos Jorge Eliécer, Clara y yo empezamos de niños en el oficio.

Por qué te decidiste después de quince años a publicar novela?

Creo estar en mi mejor mo-mento: el de la madurez, el de la memoria y la plena respon-sabilidad con el lenguaje que es un arma de doble filo. Te mata si lo haces mal y te salva si es al contrario. Uno lo hace cuando ya se siente preparado para desfilar hacia el streptea-se con el público, luego de un extenso pleito contigo mismo, con las palabras, con la ficción que has montado. Realmente, como dijera con razón Alejan-dro Dumas, la historia es sólo el marco y la escritura es la sus-tancia externa, lo que envuelve el alma y los comportamientos, no la que copia la realidad y sus apariencias, sino el senti-do y el sentimiento íntimo de las cosas a las que es necesario darles fuerza expresiva como si el pensamiento estuviera en las imágenes. Es el de buscar crear un mundo flotante del que hablara Ortega y Gasset y darle acústica a los materiales que uno encuentra para hacer la obra. Para referir a mi ami-go Augusto Trujillo, es como nombrar lo inefable. Enton-ces, cuando ya has cumplido la tarea de enhebrar todas las perlas en un collar, al decir de Flaubert, cuando se ha tenido esa paciencia de artesano y la supuesta del artista, uno sabe cuándo el largo camino tiene su final. Simplemente dices, ahí quedó el espejo de esas vidas y quieres salir de la atmosfera en que viviste tanto tiempo y es necesario terminar el goce, salir del juego que tiene la li-teratura, del éxtasis en que has

permanecido y has pagado tu precio. El resto ya tiene que ver con el esmero en la edición, el mercado, los lectores, los dere-chos, en fin, pero la obra debe conocerse porque también para eso fue escrita y decides su pu-blicación.

Si ya veías terminado el proceso con tu nueva novela, Verónica resucitada, ¿por qué no la en-viaste a un concurso?

Lo pensé varias veces, pero ese es un impulso legítimo de la juventud y ya no es tiempo de comprar lotería ni creer en los golpes de suerte sino en la se-guridad de la obra. Llevo más de treinta años sin participar en concursos y haber sido pre-miado por García Márquez, la última vez que lo hice, es una condecoración suficiente. Toda mi generación empezó por ahí y gané varios premios naciona-les y fui finalista de ellos, pero juzgo mejor los que se reciben después de publicado un libro. El más importante premio es que te lean y no dejes indiferen-te a tus lectores.

“Estoy en el momento de

la madurez, la memoria y la plena

responsabilidad con el lenguaje

que es un arma de doble filo: Te mata

si lo haces mal y te salva si es al

contrario”.

Page 9: Revista Pijao Carlos Orlando Pardo

Pijao Pijao1716

Pero un premio es un premio y ayuda mucho a un libro.Desde luego, pero conozco buenos escritores que al no ganar

se frustran y hasta dejaron de escribir porque han querido ser figuras como los actores famosos o los cantantes o los futbolistas y hasta millonarios de los que aparecen como otros entre los más vendidos de la revista Forbes. La literatura no es para figurar sino para ser, para encontrar la esencia de lo que somos realmente. Si llega la notoriedad qué bueno, pero como una consecuencia anexa y no como un fin para engordar la vanidad o los bolsillos. Escribir no es un apostolado pero sí una tarea noble y digna, lejos del pragmatismo de la economía y de las esperas del azar. El ca-mino de un libro es lento y si vale la pena finalmente se impone.

¿Qué opinas hoy de tus primeros libros, de tus primeras novelas?Mis primeros libros tienen muchas ingenuidades y no pocas

equivocaciones, pero muestran a un escritor en proceso. Sin em-bargo se siguen vendiendo y editando. Lolita Golondrinas ya va por las seis ediciones, fuera de las reimpresiones y fue publicada hace mas de treinta años. Despierta aún entusiasmos, comenta-rios benévolos de los sectores académicos universitarios, de la juventud que se acerca a ellas. El amor no pasa de moda. Jacques Gilard, por ejemplo, el traductor al francés de García Márquez y de mi hermano Jorge la estaba vertiendo a su idioma, pero para

Ignacio Ramírez, Isaías Peña, Fernando Ayala Poveda, Ben-hur Sánchez, Cecilia Caicedo, Eduardo Santa, en fin, la lista es extensa y estimulante. Mu-chos suspicaces las ven como un acto de amistad y es así, pero no van a comprometer su nombre ni su prestigio dicien-do cosas en las que no creen.

¿Quiénes han publicado tus libros?

Siempre fui afortunado con las editoriales. Plaza y Ja-nés, Oveja Negra, el Colom-bo-Americano, Círculo de lectores, Caza de libros, por ejemplo, han publicado mis obras. Incluso si quiero hacerlo con ellos y otras editoriales no es sino decirlo porque son mis amigos y saben de mi trabajo, pero tengo mi firma Pijao que cumple sus primeros cuarenta y dos años y más de 400 títulos. Creo en ella, aunque tenemos dificultades con la distribución y si tengo cama propia para qué busco la de la vecindad. En un comienzo me llegaron las ofer-tas y me emocioné mucho. En general eso no ocurre porque conozco muchos casos de co-legas que inútilmente pasean sus libros por editoriales, sien-do muy buenos, y se tropiezan con la negativa. Es como si el trabajo hubiera sido inútil o no valiera la pena. Jorge Villegas, el gran investigador de proble-mas sociales que ya murió, me dijo una tarde cuando iba para la Biblioteca Nacional que qué estaba haciendo. Cuando le res-pondí que investigaba para una novela me desanimó. No hagas eso que uno tiene que investi-gar, escribir, corregir, pagar la

Con Álvaro Mutis y Augusto Trujillo en Irvine, California.

edición, regalársela a los amigos porque no lo compran y se ponen bravos si uno no se los regala. Pero lo peor no es eso. Hay que contarles de qué se trata porque tampoco lo leen. Son parte de los avatares del oficio. Ahora existen editores que no saben de litera-tura y es grave porque rechazan muchas veces autores que pueden ser valiosos. En otros casos, sólo se dedican a publicar sus amigos y montan roscas fuera de la cual no hay salvación en apariencia. Y claro que eso se ha dado a lo largo de la historia. Son proverbiales y abundantes los casos de autores rechazados en algún momento. Pudiera mencionar a Proust o al mismo García Márquez.

¿Cuál ha sido tu figuración en la literatura colombiana?Primero en los concursos como empezamos los de mi ge-

neración, la inclusión en antologías, la aceptación de libros en editoriales destacadas, algunas traducciones y estudios sobre mi trabajo que figuran en manuales de literatura y libros de crítica. Después veo que se venden y se leen. No se es famoso pero se tiene algún prestigio. Buena parte de los escritores colombianos permanecemos rezagados a un segundo o tercer plano. Si uno no sale en los grandes medios no existe y ahí está una de las salidas principales. Llegar a ellos es difícil si no se pertenece a las roscas y a sus amistades, si no se está en los grandes sellos editoriales, si

mi desfortuna murió sin ter-minarla. Las críticas son bue-nas para aquellos libros que con defectos y todo los quiero mucho como a mis primeros amores. Ahí están por ejemplo las bendiciones de no menos de 300 críticos y comentaris-tas de peso diciendo algo de mi trabajo, a veces con ensayos de extensión. Parten de frases consagratorias para mí, escri-tas por el mismo García Már-quez, Carlos Fuentes, Antonio Skármeta, Mario Benedetti, Manuel Zapata Olivella, Daniel Samper, Gustavo Álvarez Gar-deazábal, Pedro Gómez Valde-rrama, Germán Vargas, Eduar-do Pachón Padilla, Fernando Soto Aparicio, Hugo Ruiz, José Luis Díaz Granados, Alberto Duque López, David Sánchez Juliao, Germán Santamaría,

Jairo Restrepo, Óscar Godoy, Álvaro Hernández, Carlos Orlando Pardo, Álvaro Medina, Benhur Sánchez, Magil, Carlos Pardo Viña, José Luis Díaz-Granados, Flaminio Rivera, Jorge Eliécer Pardo, Héctor Sánchez, Hugo López, Fabio Martínez y Fernando Soto Aparicio. Bibioteca Darío Echandía, Ibagué, mayo 17 y 18 de 2008. Novelistas publicados por Pijao Editores y Caza de Libros en su colección.

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Pijao19Pijao 18

no se cumplen las venias y se asiste a la cotidianidad de sus cocteles. Cuando se alcanzan algunos amigos por allí, se tienen momentos fugaces de aparición, entrevistas, reportajes, comentarios, fo-tografías de gran tamaño, en fin, pero eso dura poco porque otras noticias tapan las de ayer y uno regresa a la despreocupación, pero la gente sabe que has publicado. Un libro debe cacarearse como hacen las gallinas con sus huevos. El trabajo es lento y de persistencia y te vas fijando en la memoria de la gente. Viven muchos escritores valiosos que no se leen o no han leído o no saben que existen y es una gran pena que se pierdan de ese placer y para ellos que no logren salir. Por cada mil escritores sólo alcanzan a subirse al carro transportador del triunfo sólo unos treinta. Unos cien alcanzan a ser reconocidos, otro centenar tienen esa distinción en el mundo de los escritores, pero los demás se pierden en el callejón del olvido y el de la indiferencia, en el mundo familiar y en el estrecho marco de los amigos. Para mi caso, por lo menos siempre tengo quienes me leen. Al fin y al cabo, como dijo García Márquez, uno escribe para que lo quieran más los amigos.

Bueno, ¿pero eres un autor aceptado…?Debo reiterarte que por lo menos entre los amigos y los conocidos que por fortuna son numero-

sos y entre quienes sin serlo, son curiosos para acercarse a alguien de quien han oído. La aceptación consiste no en que lean tus libros sino que los hayan vivido. Los últimos días de Armero, por ejemplo, el primer libro que apareció en el mundo después de la tragedia hace 30 años y ya con muchas edi-ciones, aún despierta lágrimas. Fue, según El Tiempo, el segundo más leído en Colombia después del Amor en los tiempos del cólera de García Márquez en aquel ya lejano 1985. Lo de algún pasajero reconocimiento trae consigo el estímulo a una larga tarea y es como un tanque de oxígeno para em-prender de nuevo el camino. Lolita Golondrinas iba a ser llevada a telenovela por Julio César Luna que se enamoró de la historia, con guión de Marta Bossio y sería protagonizada por Amparo Grisa-les que tocaba guitarra y era muy joven. Luna peleó con Caracol y el proyecto quedó muerto. De ese libro que salió inicialmente por Oveja Negra se vendieron 60 mil ejemplares, pero no por mí sino por la colección que la gente quería porque llevaba los mejores 100 escritores colombianos de todos los tiempos y mi hermano y yo éramos los más jóvenes entre verdaderas figuras de la literatura.

Cada paso de estos que los me-dios registraron en su momen-to van dejando una huella. Un buen amigo mío, dueño de un motel, me invitó una tarde a la inauguración de una suite que bautizaría como Lolita Golon-drinas porque el personaje iba allá. Se sintió feliz y fue tanto su entusiasmo que compró quinientos ejemplares para regarlos a las primeras pare-jas que fueran “hasta agotar existencias”. Son curiosidades, como la foto que tomó un día mi hermano en Cartagena donde estaba la novela a dos pesos en un remate callejero. Después de publicados los li-bros parecieran dejar de inte-resarme. No vuelvo a releerlos y olvido muchas cosas de ellos que algún lector me recuerda para mi asombro entusiasma-do y son como un trofeo para mi egoteca.

¿Por qué te metiste a escritor?Es un cuento largo. Pero

lo importante es saber cuán-do me sentí un contador de

Con Fernando Ayala Poveda y Germán Santanaría.Obra literaria, 1997.

historias. Lo descubrí cuando muy jóvenes y pobres nos re-uníamos en el parque con la certeza de no poder ir a cine porque no nos alcanzaba el di-nero para la boleta, pero entre todos, con las pocas monedas, sí nos era posible que uno asis-tiera para que otros, esperando a que terminara la película, nos fuera contada. Cuando el turno me correspondió, duré tres horas dando los detalles del filme con tanto dramatis-mo, que de ahí en adelante, cada día, fui a cine por cuen-ta de mis condiscípulos y supe que ahí había nacido mi condi-ción de narrador. Sin embargo, desde cuando estaba muy pe-queño, el oficio que quise tener para siempre fue el de mago. Y estuve a punto de conseguirlo si no fuera por la fatalidad, por cuanto la muerte súbita de mi profesor nigromante me impi-dió convertirme en un adivino recorriendo el mundo como encantador y agorero salido de las entrañas del Tolima. Evo-co aquellos tiempos juveniles

cuando llegué como maestro de la escuela Nicanor Velás-quez Ortiz en Ambalema car-gado de la suficiencia que me daba el ser un profesor cuan-do ni siquiera había sido buen alumno, tres mudas de ropa, dos libros de Vargas Vila y una pequeña caja donde guardaba mis trucos comprados en la ca-rrera séptima de Bogotá, poco antes de venir a instalarme en Ibagué. El profesor Galindo, a quien todos llamábamos ca-riñosamente hermano Tigre, sonreía socarronamente al ver lo elemental de mis magias y me ofreció con su generosi-dad de siempre y su sonrisa de dientes anchos de trompetista retirado de la banda, la opor-tunidad de conocer a un mago de verdad. Era nada menos que Lember, pensionado de la Asociación Mundial de Magos con sede en Londres y que de pequeño se fue de Ambalema en un barco y ahora ya viejo regresaba. Era su amigo y pude verlo tras una semana de espe-ra. Finalmente quiso que si yo

Con Dàrtagnan, Jorge Valencia Jaramillo, Antonio Skármeta, Germán Santamaría y Carlos Pardo Viña.

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Pijao21Pijao 20

aprendía con disciplina debía llamarme el hijo de Lember. Lo soñé todas las noches luego de verlo destapar sus viejos baúles con los trucos. Sin embargo, y antes de darme la primera clase que debía ser quince días después mientras él mataba su nostalgia, los vecinos advirtieron de su muerte súbita por el olor a muerto que salía de su casa. Cuando no pude serlo, me metí a escritor que es otra manera de ser mago.

¿Qué sientes cuando escribes?Escribir no es tanto como hacer el amor, al decir de Onetti, pero si es un acto amoroso, así sea

con el odio, porque alguna vez me confesó Héctor Sánchez que él escribía para devolver bofetadas. Cuando empiezas un libro, como afirma Lobo Antúnez, eres como una casa con un fantasma aden-tro. Converso de mis personajes como si fueran de mi familia y llego a creer que de verdad existen. Uno es como un médium y ese instante privilegiado es fascinante y enviciador. Nos alejamos del mundo llamado real y nos metemos en el ficticio. Benhur Sánchez afirma que cuando se cansa de uno se mete al otro y así la vida no es tan aburrida. Mi amigo Humberto Tafur, vendedor de libros y novelista, dijo en un reportaje que él cuando vendía sus textos era Clark Kent, pero cuando escribía era Supermán. En esencia es un estado de gracia, como han dicho algunos y es una aventura donde no pocas veces nos sentimos frágiles y desamparados. Se requiere de un gran esfuerzo porque como afirmó Faulkner, la inspiración es el 10% apenas y el resto es transpiración. Pero vale la pena para uno porque te estás jugando a fondo en un desafío que tú mismo te hiciste. Y es una magia. Vargas Llosa escribió que el escritor es un deicida porque puede matar a Dios o a un personaje en la página diez y resucitarlo en la quince. Se trata de un juego inusitado. Claro que en el fondo, como escribió

Darío Ruiz, escribir ha sido siempre una lucha contra el olvido, una pelea para que no se muera lo que amaste, para darle varias vidas, para com-pletar verdades y encontrar respuestas, es como aprender a diario sobre la vida y la muerte, se-ñalar crímenes, despertar sensibilidades, es una manera de ser libre, aventurero, jugador, reflexi-vo. Oscar Wilde declaró una vez que se la pasó toda la mañana corrigiendo las pruebas de uno de sus poemas y le quitó una coma, pero por la tarde volvió a ponerla. Y claro, es renunciar mu-cho a otra parte de la vida, pero se ensaya el arte de la paciencia, el caminar entre las tinieblas, es-tar entre túneles y desazones, en el recogimien-to, en medio de las batallas donde las balas no te matan aunque si existen los adioses te lastiman y es volver a besar en las palabras los amores que un día te apresaron, mirar la otra imagen que se esconde detrás del espejo, pensar en lo que ha-rías o no harías, reflexionar y ser otro.

En la colección de los 100 mejores de la literatura colombiana de Oveja Negra.

Con el escritor Carlos Fuentes en Costa Rica.

Cuentos, Antología personal, 2014

¿Cuál es el puente que tú trazas entre la realidad y la ficción?

Terminan confundiéndose, pero les pasa a casi todos los escritores e inclusive a la gente que los lee o los escucha. Una noche de bohemia en Ibagué, en mi casa, mi admirado amigo y exce-lente escritor antioqueño Manuel Mejía Vallejo me contó que una tarde, cuando bajaba hacia el atardecer a la fonda cerca de la finca de Mede-llín donde vivía, por decir algo les contó a los que estaban que se le había aparecido un fantas-ma y les dio la descripción pormenorizada del espanto. Su sorpresa fue al otro día cuando va-rios le detallaron que se les había aparecido. ¿Es superior la realidad a la ficción? Pero eso no es nada. A mi entrañable compañero Darío Ortiz Vidales le dijeron en un coctel que conocían a los descendientes del protagonista en su novela, Antonio Iscaria y que con gusto se los presenta-ban para ver qué ocurría con su familia. Lo cu-rioso es que Iscaria nunca existió, fue producto

“Escribir no es tanto como hacer el amor, al decir de Onetti, pero si es un acto amoroso, así sea con el odio, porque alguna vez me confesó Héctor Sánchez que él escribía para devolver bofetadas. Cuando empiezas un libro, como afirma Lobo Antúnez, eres como una casa con un fantasma adentro. Converso de mis personajes como si fueran de mi familia y llego a creer que de verdad existen. Uno es como un médium y ese instante privilegiado es fascinante y enviciador”

“Al escribir nos alejamos del mundo llamado real y nos metemos en el ficticio.

Benhur Sánchez afirma que cuando se cansa de uno se

mete al otro y así la vida no es tan aburrida. Mi amigo Humberto Tafur, vendedor

de libros y novelista, dijo en un reportaje que él cuando vendía sus textos era Clark Kent, pero cuando escribía

era Supermán. En esencia es un estado de gracia, como han dicho algunos y es una aventura donde no pocas

veces nos sentimos frágiles y desamparados”.

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Pijao Pijao2322de su imaginación. Aquí vemos que la literatura es una mentira pero no una falsedad, como dijo Juan Rulfo. Mi madre me contó, por ejemplo, que cuando tenía dos años, hice mi primer tra-bajo como espantador de duendes. Una prima de mi padre a la que esos espíritus la subían a un árbol, el cura le dijo que el remedio era cargar a un niño primerizo y recién bautizado y yo lo era. En literatura todo hay que creerlo si el autor nos convence. Yo creo en la ascensión de Reme-dios La Bella en Cien años de soledad porque se vuelve creíble y así la vieron sin pensar que sig-nificaba la disculpa de su abuela para esconder su fuga con un camionero. Y creo en toda la ma-gia que leí de pequeño en las Mil y una noche, en sus alfombras voladoras, el genio que surge de la lámpara de Aladino, las palabras que abren una montaña como en Alí Babá. Se vuelven ver-dades las ficciones. En la realidad ocurren cosas que no son creíbles. Me levanté entre la lectura de los comics, los superhéroes y la violencia, las películas de vaqueros y las historias del pueblo, una combinación entre realidades y ficciones antes de abrirme al mundo gracias a Bogotá y a mis tíos, a la lectura de libros diferentes, a la racionalización menos pintoresca y aldeana, al conocimiento.

La realidad real te da satisfacciones y sorpre-sas. En mi pueblo hermoso del Líbano, una vez fui a hacer una charla invitado por profesoras de literatura donde iban hasta padres de familia. Uno de ellos se acercó preguntándome si yo era hijo del escritor Pardo. No, le respondí, mi hijo escribe y se llama lo mismo pero soy yo. No pue-de ser, gran mal nacido, dijo. Yo creí que usted estaba muerto porque vengo leyéndolo desde chiquito. Otros amigos de la infancia me recla-man porque no los he nombrado o por qué no conté tal escena sin entender que se me olvidó o no me interesaba. Una noche se me presentó uno de ellos. Soy Abacú, me dijo y no tenía la menor idea. Me explicó que iba a llegar a rom-per todos mis libros porque no era justo que él se acordara de todo y yo no y entonces para qué era escritor si ese oficio se hace a base de me-moria, que seguramente yo lo desconocía y me las daba de mucho porque ya no vivía en Tres esquinas o en el barrio La Moka.

Son curiosidades como la que hace poco me ocurrió con la empleada del servicio en mi casa. Acababa de terminar un capítulo donde muere un personaje y tuve que salir corriendo porque debía hacer una diligencia en el centro. Como el personaje había muerto haciendo el amor, cuan-do bajé del estudio iba cantando con alegría y me preguntó por qué estaba tan contento. Por-que acabo de electrocutar a un extranjero que murió de amor. Nunca habíamos hablado de mi oficio y ella abrió los ojos extrañada. Le reco-miendo que no se vaya a asustar cuando suba a organizar el estudio si siente un olor extraño, un olor a muerto, porque no tuve tiempo de ente-rrarlo. Ella pidió permiso de inmediato.

El comienzo real cómo fue, ya concretando el pro-ceso de la escritura.

Tengo fija en mi mente el hambre que tenía por las palabras cuando era un niño muy peque-ño y quería hablar porque supuestamente enten-día lo que conversaban y no me salían las frases.

Los adelantados, 2011. El día menos pensado y otros cuentos, 2007.

Es una imagen recurrente. Ya más grande, pri-mero tuve mucha vergüenza de escribir porque me fue muy mal cuando lo hice consciente por encima de las tareas en quinto de primaria. Una vez escribí todos mis pecados para que no se me olvidara ninguno y si me moría o me ma-taban porque era tiempo de violencia, pudiera ir al infierno como me dijo el cura. El papel se me quedó y sufrí toda la noche creyendo que se burlarían de mi por una lista ingenua, pero por fortuna nadie había esculcado mi pupitre. Ahí entendí la responsabilidad de la palabra escrita, pero la necesidad de la escritura sólo nació en la adolescencia para decirle cosas bonitas a la novia, mucho más cuando antes dependíamos de lo que nos dictara en una tienda Carlos Mi-sas, un bohemio inteligente y culto de mi pueblo que lo hacía pidiendo como pago aguardiente. Luego de cada coma o punto aparte, en frases no muy largas, se quedaba en silencio hasta que no regresara un nuevo trago. Hicimos el esfuer-zo porque el dinero era poco, pero hubo crisis

Con Jackie, su esposa.

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Pijao25Pijao 24cuando las novias se mostraron las cartas entre sí y nos descubrieron burlándose sin piedad. El ridículo me obligó a pensar con urgencia en va-lerme por mí mismo, pero como no tenía mu-cha confianza empecé copiando frases de un cancionero que compré en la plaza de mercado y más tarde, inicié con expresiones propias y me tomé confianza, hasta el punto en que mis compañeros me contrataban para que les hiciera los mensajes de amor. Me sentí muy poderoso y encontré otra razón para querer las palabras, para entender el poder del lenguaje. Sin embar-go, en el proceso, porque para entonces tenía una novia en quinto de bachillerato, lo que hoy llaman décimo y yo apenas estaba en tercero, le hice una carta con palabras rebuscadas cuyo lugar estaba bien por su sentido de acuerdo al diccionario, pero al encontrármela, inicialmente me dijo que estaba hermosa, me preguntó por el significado de algunas y yo lo había olvidado. A partir de ahí, para mi vida práctica, porque aún el escritor estaba profundo e inconsciente, me di a la tarea de estudiarlo y jamás jugar a lo que no dominaba en ese sentido. Finalmente, debo aclarar, que lo primero que hubo fue el impe- diferente al de lo cotidiano,

me atraía como un imán. Era la magia de decir lo mismo de otra manera. Después, en las clases de literatura en el bachi-llerato con el profesor Antonio Echeverry, empezamos a des-cubrir un gusto mayor por las palabras y su significado y la importancia del lenguaje para representar el mundo y las ideas. He sabido, con el tiempo y con júbilo, que la literatura es la vida vuelta lenguaje. El lugar adecuado de la palabra en una frase, por ejemplo, te obliga a jugar como con plastilina. Es un oficio delirante y la materia prima con la que trabajas.

¿Dónde has hecho tu carrera? Mi vida de escritor la he

cumplido en Ibagué. Luego de tres desplazamientos forzados desde El Líbano a Bogotá por

rativo y la sed por leer que no he abandonado. Por aquellos tiempos cuando empecé a tomar-me confianza, alguna vez hice unos versos y mi papá me sorprendió preguntándome qué hacía. Le entregué con timidez el papel como si tam-bién fuera pecado y él me tomó de la mano para escoltarme a la calle y me dijo que no era ese un buen camino. Llegamos y me mostró borracho, casi dormido sobre un bulto de café en una can-tinucha llena de olor a tabaco y alcohol al poeta Alberto Machado, de quien después fui amigo hasta su muerte, y me dijo que eso era un poe-ta, que no me fuera a poner con esas tonterías. Pero los impulsos iban por dentro y nadie iba a controlarlos. Empecé con un diario que alimen-taba todos los días de manera religiosa y lo asu-mí como un bello secreto. Me gustó siempre el lenguaje de la poesía por su música y la encon-traba en el Parnaso colombiano, en las palabras de las historias de amor que descubrí más tarde en algunos libros de Vargas Vila que eran pro-hibidos, en las expresiones de las radio-novelas que escuchaban mis tías como El derecho de na-cer. Decían cosas que no eran del común y aquel lenguaje, seguramente retórico y rimbombante, razones de la violencia política de mitad del siglo pasado, llegamos

aquí cuando mamá tenía tan sólo treinta y cuatro, mi padre unos diez más y yo atravesaba lo ardiente de mis diecinueve. De eso hace ya cuarenta y nueve largos años, ininterrumpidos apenas por mi estadía en Barcelona y esos continuos viajes donde a veces de-moro los dos meses. De resto, bajo este clima húmedo, los vientos de agosto, las calles con los ocobos florecidos, las noches de luna llena y el costal repleto de utopías. Nos fuimos abriendo espacio. Junto a mi gran hermano Jorge Eliécer, nos parábamos en la ca-rrera tercera durante días enteros a ver si pasaba alguien del Líba-no para tener a quién dar un saludo porque aquí nadie sabía de nosotros. Entonces fueron brotando como del desierto los nuevos amigos, que a partir de aquellos días solitarios comenzaron a ser recurrentes en la conversación y en las ideas. Y desde luego apare-ció el amor estremeciéndome, precisamente entre los ojos adoles-centes de una colegiala que terminaba la Normal e iba camino a la docencia y con quien tuve la fortuna de casarme por primera vez, de conocer el mundo, de viajar por la vida y de prender los prime-ros fuegos de mis libros y mis sueños con su complicidad. Al final de un bien recordado tránsito de veinte años quedaron como fru-to Adriana y Carlos, mis dos hijos mayores, hoy ya profesionales destacados. Aquí también me casé por segunda vez y llegaron dos hijas, Paula, que estudió su maestría en Francia y abre su camino y la pequeña María José que es mi última devoción y mi última obra en este campo. Ibagué le dio una buena vida a mis palabras Con Gabriel García Márquez en Ibagué.

Con sus hijos María José, Adriana, Paula y Carlos.

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Pijao27Pijao 26y espacio a mis zapatos y a mis sueños. Aquí he publicado casi todos mis libros que son más de cuarenta. Durante todos esos años, he logrado alcanzar cuatro docenas y media de hijos. Cua-renta y tres de papel donde se encuentra y hasta en otros idiomas, el esfuerzo de mi oficio como investigador y arquitecto gozoso de ficciones, sin contar con otros tres que son los de la músi-ca, perdidos en mi propia emoción y la de entra-ñables amigas y amigos que se saben sus letras y sus ritmos con pasmosa memoria.

¿Y el inicial?Fueron Las primeras palabras con ocho

cuentos ganadores y finalistas de concursos lite-rarios nacionales de mi hermano y míos, cuatro cuentos de cada uno. Ahí nació nuestra editorial Pijao en 1972. Fue recibido con entusiasmo se-gún los registros de la prensa nacional en notas que conservamos como una reliquia. Me metí a escribir primero historias de amor porque que-ría trazar distancia con la violencia vivida. El amor, así termine en un pérdida porque sólo es eterno mientras dura, fortifica pero no amarga tanto como los pasajes de la muerte. Pasadas muchas décadas de aquel tiempo, he regresado a esos años sin miedo y sin pasiones a contar

como actores de teatro, inclu-sive hacíamos desde la escuela la representación de Emeterio y Felipe, Los tolimenses, fui-mos compañeros como maes-tros de primaria y secundaria y estudiantes de la universidad en la misma carrera, permuta-mos libros, nos sugerimos au-tores y por fortuna seguimos así, mucho más cuando esta-mos envejeciendo. Nos damos apoyo mutuo y no por eso de-jamos de ejercernos la crítica impiadosa, nuestra empresa es conjunta y salvo diferencias de criterio muchísimas veces con lejanía abismal en algunos te-mas, no por eso disgustamos o nos dividimos. Existe el respe-to y la tolerancia. Es placente-ro tener un gran compañero de camino jugando con la misma camiseta, acariciando los mis-mos sueños, compartiendo las tribulaciones cuando surgen. Siempre lo he recibido como una bendición y una fortuna. Tenemos temperamentos dife-rentes, maneras de ser desigua-les, así como estilos literarios no uniformes. Coincidimos en algunos temas para hacer literatura pero cada quien le da su tratamiento y su manejo. Lo admiro y lo quiero profunda-mente, encontrando en su obra una literatura más penetrante y depurada que la mía, puesto que yo he hecho muchas cosas y él sólo una, como debe ser.

Pero ahora tienes otro compa-ñero en estas lides

Se trata de mi hijo Carlos Pardo Viña y es con quien de alguna manera cumplo en Iba-gué lo que hago con mi herma-no. Él es periodista y escritor

aquellas historias tristes y aleccionadoras. La distancia con los hechos fue importante. Odio todo tipo de violencia porque soy hijo legítimo de esa atmósfera en mi pueblo. No conocía la muerte y se me presentó de manera terrible. Trato de olvidarla en la vida real pero las escenas se vienen cuando escribo. Pero nada supera la emoción del primer libro dijo alguna vez Tols-toi. Para este librito inicial, mi tía Sofía, escritora y actriz, fue muy importante como estímulo. In-clusive nos presentó al pintor John de Gregg que hizo la carátula y la tía nos llevó a los periódicos nacionales donde tenía sus amigos que hicieron el registro. Éramos maestros y estudiantes en la facultad de educación de la Universidad del To-lima y no sobrepasábamos los 25 años.

Junto a tu hermano Jorge Eliécer han hecho uste-des un equipo, un gran equipo, cuéntame de esta relación.

Somos diez hermanos y es con él desde pe-queños, por razones generacionales y por haber escogido el camino de la literatura con quien más coincidimos, nos hablamos todos los días varias veces, comentamos libros, intercambiamos ori-ginales, nos contamos los proyectos, hacemos planes juntos. Contemporáneos a nosotros esta-ban los hermanos Jairo y José Ramón Mercado, Roberto y Hugo Ruiz, por ejemplo, pero salvo José Ramón, ya están todos muertos, desafortu-nadamente. Iniciamos Pijao con nuestro primer libro conjunto, pero desde antes íbamos en pa-reja, para la primera comunión, para la música,

y llevamos muchos años trabajando juntos, hasta somos socios en proyectos culturales. Fue desde pequeño un lector empedernido de literatura viendo el ejemplo de sus padres, que éramos educa-dores, leyendo y preparando clases. Con él he trabajado la investi-gación y escritura de buena parte de los libros que sobre el Tolima he publicado, que no son pocos y bajo su dirección hicimos la enciclopedia multimedia Tolima Total que ha sido un éxito total. En él veo la prolongación de mis sueños y soy feliz en su compañía. De pronto sale un par de años a dirigir una multinacional como Star Media y vuelve y aquí estoy yo en el mismo lugar y con la mis-ma gente y escribiendo. O se va otro par de años a hacer televisión como lo hizo con mi hermano al producir el magazín Babelia para Señal Colombia y vuelve y aquí estoy yo escribiendo. O se va por ejemplo a dirigir el semanario Tolima 7 días del diario El Tiempo que después fue diario y dirigió y vuelve y aquí me encuentra es-cribiendo. O sale a ser director de medios en una administración municipal y seguro vuelve y yo sigo escribiendo. Por ahora está como asesor en comunicación y tecnologías, pero sacamos tiempo para proyectos editoriales y de investigación conjuntos. Tengo fe en

Con el crítico norteamericano Raymound Williams.Con el escritor portugués, Antonio Lobo Antúnez.

Oscar Collazos, Álvaro Hernández, Carlos Orlando Pardo, Jota Mario Arbeláez, Álvaro Medina, Jorge Eliécer Pardo y Hugo López.

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Pijao Pijao2928su primera novela, Bohemian Rhapsody, que es la visión de un joven sumido en el mundo de la multimedia y la aldea global.

¿Tus amigos son siempre escri-tores?

Usualmente me muevo en-tre novelistas y poetas, pintores y dramaturgos, directores de cine y actores, editores y pe-riodistas, músicos intérpretes y compositores, profesores y críticos, fotógrafos y colum-nistas, pensionados y jóvenes estudiantes, jugadoras de pó-ker y galleros, pero me gusta la gente del común, la que no tie-ne nada que ver en apariencia con mi mundo y lo alimentan. Tengo varios amigos de tertulia que nunca se han leído un libro mío y no me importa porque son divertidos y me dicen, es curioso, que me quieren y res-petan porque entre otras cosas soy escritor. Me divierto mucho con ellos. Tengo hermanos que son como mis amigos y amigos que son como mis hermanos. Sin embargo, buena parte de mis mejores compañeros están

Cuentos, Antología personal, 2014. Verónica resucitada, 2012.

muertos y publiqué un libro ti-tulado Los adelantados que son notas periodísticas y literarias sobre su vida, sobre la amistad y la partida. Ocurre no sólo porque siempre fui partidario de tener amigos mayores con los que aprendí mucho de la supervivencia y el oficio, sino porque varios de mi generación anticiparon su viaje y se me fueron demasiado pronto. Uno no termina de extrañarlos y los siente muchas veces por dentro sin creer en el dogma cristiano que dice que la muerte es pia-dosa porque es acostarse entre los hombres y despertarse entre los ángeles. Uno se dice que no puede ser así o si no por qué los dioses son inmortales. No es fácil la resignación, pero los amigos siguen viviendo en no-sotros. Alguna noche llamé in-sistente al teléfono de mi amigo Darío Ortiz Vidales sabiendo que estaba muerto y nadie iba a responderme, significando una manera de no perder la costum-bre y sentirlo cerca. Amo mis amigos y fui diseñado para que-rerlos mucho, para compartir

y crecer con ellos, siempre con una actitud abierta y sin som-bras, para que ellos o yo tenga-mos interlocutores y los valoro en grande. Para caer en el lugar común, pero no por eso falto de verdad, un amigo es un tesoro y no tenerlos, como dicen, es vi-vir en la mitad de un desierto. Para mantenerlos hay que ser-lo y son hermanos o hermanas que nos regaló la vida. Ya poco salgo porque realmente no vivo en Ibagué sino en mi casa, al de-cir de Héctor Sánchez y casi no asisto a cocteles ni a lanzamien-tos ni a exposiciones, como lo hice siempre, salvo que sean de alguien especial. Sin embargo, me produce alegría inmensa re-cibirlos en mi estudio, tertuliar hasta el amanecer como en los viejos tiempos. Apenas visito con rigor a Catica Ospina, mi mejor amiga en Ibagué, donde voy a leer textos, a conversar, a descansar de mi jornada, a to-mar un buen café y a esperar a Jackie mientras sale del colegio. No falto tampoco adonde Ro-drigo Silva, el de Silva y Villalba, extraordinariamente divertido,

“Usualmente me muevo entre

escritores, directores de cine, poetas y dramaturgos,

músicos y profesores, editores

y pensionados, jóvenes estudiantes y columnistas, pero

me gusta la gente del común”.

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Pijao31Pijao 30mano Pablo, que es notable con Caza de libros, la editorial que fundara y tiene mucho éxito. Ya casi sobrepasa a Pijao y cuenta con distribución y autores na-cionales y extranjeros presti-giosos. Lo admiro y prolongará con lujo la tarea que Jorge y yo empezamos y de la cual nos re-tiraremos al completar pronto los 50 años.

¿Ha influido tu familia en tu ca-rrera como escritor?

Han sido definitivos. Papá era una especie de poeta que nunca escribió un verso y en-carnaba en esencia a un juglar, una versión masculina de She-rezada y de un gran tempera-mento forjado en el ardor de la violencia partidista y en el amor por el trabajo y su familia. Con él me fasciné inicialmente por las historias. Lo sigo admiran-do cada día más y aunque ten-go diez años más que él cuando murió, lo siento respirando en mi corazón, palpitante en mi memoria y en la categoría de los inmortales. Me ha dictado varios libros desde la otra orilla. Sin embargo, mi madre fue la definitiva y su hermana escrito-ra, la tía Sofía. Cuando tuvimos nuestro primer desplazamiento a Bogotá, por causa de la violen-cia, ella, si hacíamos algo mal, nos encerraba en su enorme

biblioteca que era también de mi abuelo mater-no, un artesano de izquierda que estuvo entre los fundadores del Partido Comunista y nos dejaba como castigo aprendernos por ejemplo la prime-ra página de El Quijote. Como Jorge y yo éramos medio atropellados, supimos con el tiempo que era una reprimenda deliciosa y nos pasábamos allá. Luego nos pedía un informe de lectura. Así empezamos él y yo realmente a encariñarnos con los libros y el mundo de la cultura, y más cuan-do allá llegaban músicos, actores, poetas y pe-riodistas, el mundo en que definitivamente nos quedamos. Mamá de niños nos enseñaba poesía y nos contaba historias no tanto con la sensibili-dad propia de una mamá sino de una artista, ella

agradable, inteligente y una glo-ria de la música colombiana. Es reconfortante su voz y su pala-bra, sus cuentos y su compañía de la que me siento orgulloso. Otras amigas dilectas son por ejemplo María Inés Guzmán y Olga Walkiria, la maravillosa cantante y compositora. A otro amigo entrañable que visito es

Lolita golondrinas, 2014.

al gran Héctor Sánchez, nove-lista ejemplar y con desbordada imaginación. Es un hermano a quien admiro. Aprendo mucho del oficio con él, de la amistad y de la vida, al igual que de Benhur Sánchez, otro inmejo-rable compañero de sueños y de oficio. En los últimos años comparto mucho con mi her-

lo había sido con la tía en un dueto que se llamó Las alondras del Llano y había crecido en aquel ambiente gracias a mi abuelo, amigo de Luis Vi-dales y León de Greiff. Mi abuelo materno fue muy importante porque tenía ternura, un aire de misterio porque de revolucionario se volvió Rosacrucista y mostraba una historia apasionan-te. El paterno fue distante y poco hablaba desde que perdió en la Guerra de los Mil días donde se le acabaron las palabras. Las otras tías eran habladoras, locuaces y sabían detallar relatos de manera agradable. Todo aquel ambiente familiar me sirvió mucho, pero esencialmente el estímu-lo continuo de mamá escuchando con atención amorosa mis primeros escritos. En los últimos

“Mi familia y sobre todo mi madre ha sido definitiva en mi vida de escritor. Mis hermanos y hermanas son luchadores incansables

y el ritual con ellos es el festejo de la alegría. Tengo tres sobrinos periodistas, una nieta música y la otra estudia literatura. Respiro

con ellos en mi corazón”.

“Esta enciclopedia multimedia que

hicimos con mi hijo escritor y periodista,

tiene más de cinco mil páginas entrelazadas, dos

mil fotografías, 1.400 biografías, 800 archivos de audio y video y

150 mapas, todo sobre el Tolima. Producto de mis investigaciones

de más de 40 años sobre esta tierra que amo y que construimos

también con mi hijo, es una herencia grande para la

región”.

Page 17: Revista Pijao Carlos Orlando Pardo

Pijao33Pijao 3227 años he contado con el es-tímulo de mi segunda espo-sa, con su persuasión para no permitir que desfallezca, con su complicidad luminosa, con su amor y su permanente e in-comparable compañía. Y el re-gocijo de todos mis hermanos y las hermanas que son seis, to-das profesionales y luchadoras incansables, la de los muchos sobrinos donde hay cuatro periodistas. Ellos me festejan cada nuevo libro y el ritual con mi familia, que es muy unida y grandota, me ofrece de frente la cara de la alegría. Es lo últi-mo que siempre queda. De los críticos ¿qué me dice?

Comparto la apreciación del comentarista de la revis-ta Semana, el poeta Fernando Afanador, cuando dice que si la literatura no sirve para ayu-darnos a vivir, no sirve para nada. Cada vez me alejo más de una visión académica, for-mal, teórica, dice y me acerco a una personal, concreta, vi-tal. Creo sinceramente que los académicos no piensan por sí mismos sino a través de otros para darse razón y asumir im-portancia con planteamien-tos prestados. No dicen qué piensan ellos sino qué piensan otros. Pretenden lucir y des-crestar con sus teorías y ter-minan siendo empalagosos los ensayos académicos. Yo mis-mo los he escrito y me siento con un traje prestado porque pierdo espontaneidad. No son auténticos y diseccionan una obra como si fueran médicos legistas o patólogos y con eso le quitan a la literatura el encan-

nos y al gato lo llaman gato sin eufemismos como decía Sartre. Pero cumplen un papel de importancia, porque como dijo William Ospina, la lite-ratura colombiana no ha sido mala sino mal leída y hay más de un tesoro por descubrir. Ellos, en el caso de la región, destacan errores pero también virtudes, y ahí está el ejem-plo estimulante del Grupo de investigación de la Universi-dad del Tolima que encabeza el también narrador Libardo Vargas Celemín.

Tú has hecho periodismo toda la vida…

Sí, pero periodismo cul-tural, sin que en diferentes ocasiones no haya hecho del otro. Se me hace apasionante y me hace falta hacerlo, mucho más cuando llevo ya numero-sos años con esta maravillosa costumbre. Tengo pasión por el periodismo narrativo donde uno puede practicar la litera-tura de urgencia. Por desgra-cia ya ha desaparecido de los medios y llega más al libro y como dice Daniel Samper, el reportaje moderno es hijo de la entrevista y de la crónica con la influencia catalizado-ra del cine. Casos como el de García Márquez, Pedro Claver Téllez, Germán Castro Caice-do, Germán Santamaría e Iván Beltrán son aleccionadores porque tienen por su lenguaje, por su técnica y sus puntos de vista una profunda vecindad con la literatura. Allí está la pa-sión de contar a veces en mun-dos novelescos de no ficción y porque informan y describen

En Quito con el escritor Raúl Pérez Torres.

Con Mario Vargas Llosa en Cali, 1973.

Con Helena Araújo en Laussana, Suiza.

to y la vida. La literatura no es una simple materia en el pen-sum y se presta para especu-laciones y muchos hacen abs-tracción de ella, algunos para vivir su sortilegio, otros para plantear su trabajo peyorati-vamente como una ciencia. Lo grato, en medio de todo, es que no son lectores pasivos así le den prioridad a lo intelectual, a la lógica preconceptuada y a lo sistemático, manteniéndose lejos de las emociones por-que los distorsiona del crite-rio puesto que desde antes ya saben adónde quieren llegar, a verla como legislable, escribió el profesor Castagnino. Cuan-do estos textos están saturados de terminología sobre cro-notopos, narradores diegéticos o extradiegéticos y otras espe-cies sin que tengan el encanto de los papeles de Melquíades, por ejemplo, uno empieza a caminar por vías lejanas al encanto. Yo no quiero que me expliquen qué es un beso sino sentirlo. Desde luego asumen su oficio como una tarea para iluminar, pero son aburridos y no pocas veces ilegibles. Como diría Vargas Vila, incapaces de tener alas se dedican a cri-ticar el vuelo. No niego por eso que existen unos más que lúcidos y los he encontrado en Sanín Cano, Hernando Té-llez, Ernesto Volkening, Cobo Borda, Hugo Ruiz, Luis Fer-nando Afanador, Jaime Mejía Duque, Jorge Iván Parra, Isaías Peña, Luz Mary Giraldo, Ceci-lia Caicedo, en fin, que tienen solvencia académica y títulos, pero son vitales y dicen cosas significativas sin tantos ador-

y además interpretan esos tes-timonios y esas vivencias que eligen con un estilo propio que refleja una documentación seria, un conocimiento y un dominio de la historia. A una estructura narrativa le agregan mucha responsabilidad. No pocos escritores en el mundo han sido primero periodistas como Hemingway, Truman Capote, Gay Talese, Tom Wol-fe o Norman Mailer, que hasta forjaron una escuela que lla-maron nuevo periodismo. Hoy los periodistas no tienen tiem-po de reflexionar porque están obsesionados por la primicia y su lenguaje escrito muestra mucha pobreza y poca imagi-nación, puesto que son escasas sus lecturas, aunque muchos, sabiéndolo hacer con talento y audacia, deben someterse al criterio de la ligereza que orde-nan los directores.

Pardo sigue ahí en su trabajo literario combinándolo con el de editor y columnista, pero en esencia dedicado a redondear libros con los que sueña y siem-pre convierte en realidad. P

Carlos Orlando Pardo en biblioteca.

“Como dijo William Ospina,

la literatura colombiana no ha sido mala sino mal

leída y hay más de un tesoro por

descubrir. Creo que existen magníficos

escritores desde la provincia

colombiana que son ignorados por el centralismo”.

Page 18: Revista Pijao Carlos Orlando Pardo

Pijao Pijao3534

Sobre sus cuentos:

Gabriel García Márquez: Car-los Orlando Pardo es el cam-peón de las doce líneas.

Daniel Samper Pizano: El autor es una espléndida revelación microcuentística.

Germán Vargas Cantillo: Con temas difíciles por lo peligro-so de caer en lo obvio y hasta en lo cursi, son manejados con destreza y calidad por Carlos Orlando Pardo.

Eduardo Pachón Padilla: Con una órbita universal, experi-menta, con acierto, el estricto cuento corto de dimensiones concisas, ínfimo diálogo y en un máximo aproximado de seis páginas va encontrándose en su limitado marco los esen-

ciales elementos de la buena narrativa. En pocos trazos se crea una atmósfera, reflejando una situación espiritual, un es-tado de ánimo o un momento feliz o aciago.

Fernando Ayala Poveda: Con un lenguaje de coloquio, casi conversacional, Pardo logra la magia de llegar a lo definitiva-mente literario.

Policarpo Varón: El tema del primer libro de Pardo es la vio-lencia. No sólo la violencia po-lítica, sino la violencia en sus manifestaciones más aterrado-ras, en lo que tiene de cruenta y desoladora en los diversos ámbitos de la cotidianidad co-lombiana. Contados con un lenguaje sencillo pero eficaz, violento, coloquial a veces o casi oral, describe la miseria y

la abyección moral y material en que se debaten personajes generalmente jóvenes y trau-matizados, revelando la actitud característica de la más reciente y mejor narrativa de Colombia en este momento.

Carlos Uribe: No queda más remedio que sentirse atrapado desde un comienzo por la efi-cacia de su lenguaje y la atina-da selección de los temas.

Alcira Calderón: Vale decir que lo excepcional en los cuentos de Pardo no es que acontez-ca nada singular sino que nos hace sentir que ha acontecido algo singular.

María Luisa Penagos: Juega con la información creando un universo que denota inmenso conocimiento de la condición humana.

Algunos conceptos alrededor de su obra Félix Ramiro Losada: El autor, es a la vez narrador incansa-ble y por lo mismo, desde las primeras páginas sentimos, palpamos un estilo, una es-trategia, una manera de decir, de ver las cosas, de percibir los seres humanos, sus am-biciones, mezquindades, las opulencias o la miseria en su basto territorio filtrado por escorias mundanas que lo ex-citan y lo llevan finalmente al momento proverbial y culmi-nante del inmenso monólogo en el que deja su yo, su suerte y sus sentidos inmiscuidos en una lucha frenética por arrojar la autosatisfacción de la última colilla de cigarrillo, motivado por contradictorios impulsos.

Revista El transeúnte: La de Carlos Orlando Pardo es una prosa vigorosa y eficaz; no en vano García Márquez lo ha lla-mado «el campeón de las 12 líneas» por su capacidad para resolver una historia en tan breve superficie de palabras, pero, también, en el cuento extenso encontramos un na-rrador experimentado que se gana a su lector a punta de lu-cidez, de ironía y de posturas narrativas originales.

A sus personajes les obse-siona llevar diarios, hacer pes-quisas meticulosas, obsesio-

narse con algo como la muerte, el más allá, o su trasunto, la en-fermedad, la vida misma. Uno está tentado a pensar en aque-llos extravagantes del Papini de Gog, pero no, los suyos surgen de la cotidianidad; eso sí, de esa cotidianidad hiperbólica que poseemos, donde todo, ab-solutamente todo, es posible e incluso impunemente-posible.

Sobre su novelaLolita Golondrinas:

Germán Santamaría dice: Par-do irrumpe con una novela urbana que por fuera se puede ver como una historia de amor pero que enmascara una reali-dad polìtica, social y cultural, constituyendo, por ejemplo, Lolita Golondrinas, un per-sonaje para recordar y siendo una novela entretenida, ligera y bien escrita.

Germán Vargas Cantillo: Es una narración directa y clara, con un acertado manejo idio-mático que hace de Los sueños inútiles una lectura gratísima, con un dominio pleno de am-biente, situaciones y personajes a lo largo de sus 126 páginas.

Isaías Peña Gutiérrez: Se trata de una historia de amor con la

densidad, el humor y la magní-fica escritura que caracterizan a Pardo.

José Luis Díaz Granados: Es una bella alegoría de la violen-cia y la locura. La narración es impecable pero nos llama poderosamente la atención el sorprendente dominio del diá-logo a través de toda la novela.

Fernando Soto Aparicio: Una obra total, bien escrita, donde el amor está tratado con mano conocedora. Todos los lectores del libro acabamos enamora-dos de esa Lolita Golondrinas que de todas maneras es como un viento sensual y cálido, como un soplo de vida y de pa-sión que sacude las páginas de su obra.

Gustavo Álvarez Gardeazábal: Esta novela sorprende por el ritmo vertiginoso, la brillantez de la anécdota y la capacidad cuentística que posee el autor.

Rafael Humberto Moreno Du-rán: Es una novela tan breve como atractiva e intensa y eso invita a su segunda lectura. Entra Pardo con suerte en el club de la novelística colom-biana pero sin quedarse en la ciudad de la música ni entre las

Carlos Orlando Pardo, junto a su hermano Jorge Eliécer, el día de la presentación de Las primeras palabras, su primer libro de cuentos, 1972.

Con Eduardo Santa en El LíbanoJorge Pardo, Pedro Alejo Gómez, director casa de poesía José Asunción Silva,

Carlos Orlando Pardo y Oscar Collazos.

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Pijao Pijao3736bragas de Lolita Golondrinas, esa recurrente presencia que enamora.

Helena Araujo: El humor, la ironía y el absurdo de la nove-la la salvan de una reiteración y la caracterización femenina da peso y valor a un relato-ro-mance que alude y a la vez consiente en una versión vo-luntarista de lo cursi.

Rodrigo Parra Sandoval: La novela es un viaje apasionan-te hacia el siempre confuso intento de esclarecer la condi-ción humana, el inexplicable azar de estar vivos y el nece-sario caminar hacia la muerte, esa esencial tensión en que se debate el hombre…

Hugo Ruiz: ¿Qué milagro de acrobacia logra que una his-toria semejante pueda mante-nerse en un nivel literario más que decoroso? Un lenguaje nada convencional que debe revestirse de una buena dosis

de humor para sortear los pre-visibles escollos.

Benhur Sánchez: Curiosamente los pequeños dramas cotidia-nos son los que se convierten en grandes temas en la literatura. Pardo se apodera del hombre común y corriente, el del oficio discreto para desarrollar con él una historia cuyo lenguaje es rico y sugerente, preñado de conflictos humanos, subte-rráneos y de grandes imágenes poéticas. Es una gran novela.

Héctor Sánchez: Sin duda el lector hallará en sus páginas un tratado del regocijo, de la inti-midad desamparada del hom-bre de hoy en el recuadro atroz de nuestra latente violencia.

Sonia Truque: Resulta oportu-na en un momento como el ac-tual de abierta negación a cual-quier noción de placer, donde hoy se ha puesto al hombre contemporáneo-como un ente disgregario-a mirar el mundo desde su más austera soledad.

Hipólito Rivera: La violencia deja a sus personajes como desarraigados sin más patria ni geografía que la nostalgia, sin más remedio que los recuerdos y la tenacidad trágica de con-vertir el futuro en un resultado caprichoso del pasado, en ha-cer de él una obsesión y no una liberación. Pardo ha hecho del amor un sentimiento inusual que rescata legítimamente y sin hipocresías ni vergüenzas como uno de los factores esen-ciales de la vida cotidiana.

Libardo Vargas: Con un ritmo vertiginoso en los aconteci-mientos, sin truculentas his-torias, armada con economía anecdótica, la novela crea una atmósfera que se vuelve un pe-queño tratado del amor, el ol-vido y la nostalgia.

Fabio Barragán: Lolita Go-londrinas puede considerarse como un personaje inolvidable de la literatura colombiana.

Sobre su novelaCartas sobre la mesa:

Ignacio Ramírez: Tiene una coherente e interesante narrativa a partir de un monólogo que finalmente no sólo se convierte en carta sino en novela. Si bien es cierto que la narrativa corre en plan de soliloquio y que muchas veces inserta el recurso del diá-logo, creo que ha corrido con suerte porque logra que el lector no se salga del hilo.

Álvaro Pineda Botero: Toda la problemática que alcanza a plantear la novela con destacados logros técnicos, es un reto complejo y tentador para un escritor que logra afrontarlo con un texto vero-símil, un lenguaje llano, acariciador, de fresca sensibilidad.

Julián Serna Arango: En Cartas sobre la mesa el protagonista es el ritmo, van las palabras a galope tendido. Las frases, los diálogos y las metáforas nos revelan el Pathos dionisíaco. Es un allegro con

brío de una vida que también ha sido eso.

José Luis Díaz Granados: Car-tas sobre la mesa forma parte de un cuarteto de historias de amor con el cual Carlos Orlan-do Pardo elabora un apasio-nante ciclo de su producción narrativa.

Camilo Pérez: A través del usado recurso de la carta para contar la historia, Pardo logra penetrar con certeza en la sico-logía de una mujer, desvestirla por dentro y mostrarnos inde-cisiones y paradojas, pasiones y vergüenzas, miedo y coraje.

Ricardo Torres: Aquí la me-moria florece y se extingue, desafía y vence al olvido para recuperar el itinerario inocen-te y hermoso de los primeros años de una joven tranquila que, de pronto, en su camino, se enamora de lo que llama un hombre ajeno.

Liliana Martínez: Con lenguaje directo y eficaz, Pardo acumu-la una tensión que no se rompe ni en la última página.

Catalina Ospina: Es sorpren-dente la forma en que logra pe-netrar en la psicología de la mu-jer, convirtiéndose el narrador, sabiamente, en el portador sin simulaciones de sus ilusiones y sus desesperanzas.

Orlando Mora: Si alguno duda de la buena salud de la narrativa colombiana, basta que lea esta novela, escrita por un profesio-nal con largos años en este ofi-cio. No hay nada más difícil que

Cartas sobre la mesa, 2014.

Con Manuel Mejía Vallejo.

Page 20: Revista Pijao Carlos Orlando Pardo

Pijao Pijao3938escribir sobre el amor, porque el autor busca tenderle tram-pas sentimentales al lector, volverlo su cómplice, apelar a sus cuerdas más débiles para embarcarlo en una aventura literaria. En el caso de Pardo, sorprenden la mesura, el pu-dor y sobre todo, el conoci-miento tan profundo que tie-ne de las mujeres para contar historias suyas, sin presiones al lector, dejando que éste lea la carta, la voltee al derecho y al revés, y sorprenda el deseo, la amargura, la soledad, el desen-canto, las ilusiones de ese per-sonaje que abre el corazón y sin pudor alguno, permite que desconocidos hurguen en su memoria y sus sentimientos. El resultado es un libro cálido, maduro, bien escrito, rebosan-te de amor y despecho, lleno de ese tono cotidiano y domésti-co que sólo se logra después de haber vivido y amado y escrito tantas veces.

Héctor Escobar: Esa historia que termina seduciendo no sólo por la anécdota sino por el torrencial ritmo de su lengua-je, no exento de tono poético, jalona un renacer de una obra de personaje. Ahora con Car-tas sobre la mesa, por ejemplo, el escritor Julián Serna Arango y yo, estamos plenamente de acuerdo en reconocer las ex-celentes calidades de narrador, el mesurado tratamiento del lenguaje y la constante e irre-vocable vocación de escritor que siempre ha caracterizado al sobresaliente tolimense.

Ricardo Rendón: “Cartas sobre la mesa”, que no es otra cosa

que el ultimátum que una joven universitaria coloca al hombre ajeno del que se ha enamorado. Un libro sencillo, ágil y para leer de un solo “tirón”, en una noche de estas septembrinas y muy a propósito. Personajes como Katherine, Hernando, Gloria Susana y la madre, integran este salpicón de amor, ternura y una buena dosis de erotismo.

SobreVerónica resucitada:

Benhur Sánchez: “…a pesar de ser una tragedia acumulada, so-brellevada por distintas ausencias y abandonos, o la narración del desarrollo de una familia acompañada por lo trágico, es, sin embargo, una novela optimista, de victoria frente a la adversidad, con la cual su autor nos entrega la dimensión de sus conceptos so-bre la vida a través de unos seres nacidos para el arte, que hicieron

Carlos Orlando Pardo, Consuelo Triviño, Jorge Pardo, Carlos Perozzo,al fondo Pablo Pardo y Cecilia Caicedo.

lo que querían o lo que tenían qué hacer para copar sus días y noches de creación, a pesar de los obvios despeñaderos de las dudas, las equivocaciones y la culpa o la resurrección anhe-lada en el perdón. Escrita con el lenguaje cálido, preciso de las remembranzas y de la sen-cillez, lo más difícil de lograr para un escritor, y a través de varios planos narrativos que se entrecruzan”.

Héctor Sánchez: “Hay dos for-mas de abordar un drama familiar semejante, median-te la revancha infamatoria y la blasfemia, a la manera de George Bataille, de Jean Genet, de Frank Kafka o como lo ha hecho Carlos Orlando Pardo, con la piel del alma en la punta de sus dedos, desde una digna distancia, sin arpegios sobran-tes, con adjetivos reducidos a los esenciales, con mano firme para conducir la narración a través de las tempestades re-feridas, sin el fácil y temido recurso del sentimentalismo que banaliza el arte de narrar, sin los ripios y muletillas que a veces asoman en libros me-nores. No suelo regalar el elo-gio, porque éste y el éxito son muy difíciles de manejar y casi nunca se merecen, pero en este caso me limito a confirmar la emoción que me ha dejado la gratificante lectura de esta no-vela. Una novela que como ocurre con las de buena factu-ra, es triste pero bella”.

Fabio Martínez: “Escrita en un tono realista, Verónica resuci-tada es la novela más ambicio-sa de Carlos Orlando Pardo,

Verónica resucitada, 2014.

que a través de la memoria de una mujer liberada para su época, logra capturar más de cincuenta años de historia. Es, así mismo, una obra que hace parte de las sagas familiares que se han escrito en Hispanoamérica, como La familia de Pascual Duarte de Cami-lo José Cela y Todas las familias felices de Carlos Fuentes. Con la diferencia de que mientras en la obra de Cela se cuenta las vidas y desgracias de Pascual en el sur de España y en la novela del recientemente fallecido Fuentes, se narra el grado de deterioro social que vive México en la actualidad, en la novela de Pardo se cuenta la historia de una familia de artistas, que siempre ha vivido entre fugas, amores, encuentros y desencuentros”.

Nelson González Ortega: “…Cada relato se interconecta con los otros formando un rompecabezas de episodios que al final de la lectura se integran en una unidad narrativa significante y cohe-rente… Esta crónica familiar a-cronológica se funde con la cróni-ca histórica, política y cultural de la nación y del mundo, a través de la mención de los inventos científicos y los eventos históricos culturales y políticos más emblemáticos ocurridos durante las dos terceras partes del siglo pasado. En suma, se puede afirmar que la novela Verónica Resucitada del autor tolimense Carlos Orlando Pardo --por su estilo diáfano y a la vez culto y coloquial, por el uso de una prosa poética en la autobiografía de la protagonista y por narrar la historia de una mujer que, a principios del siglo XX, decide liberarse de su esposo y sus hijas pequeñas, no por odio, no por amor a otro, ni siquiera por enfermedad, sino por querer correr detrás de su libertad y de la realización plena de su talento físico como trapecista-- resulta intrigante e innovadora, a principios del siglo XXI y, por eso, entra, por derecho propio, en la inmemorial tradición del antiguo arte de contar, de escuchar, y de leer, sólo por “divertimento”, las historias de un país, cuyos

Page 21: Revista Pijao Carlos Orlando Pardo

Pijao41Pijao 40SobreEl beso del francés:

Benhur Sánchez: “Son las ideas, antes que las acciones, son los sentimientos por encima de la descripción de las crueldades, los que configuran el devenir de esa que fuera aldea y pue-blo y hoy es ciudad pujante. Estoy hablando de la novela de la reflexión y de las senten-cias. Los diálogos en ella son distintos pues los personajes opinan desde el interior, no del exterior, y profundizan para expresar sólo la contundencia de una certeza. También es la novela de los opuestos: el odio y el amor, el bien y el mal, la mentira y la verdad, lo super-fluo y lo importante, lo urgente y lo trascendental… La novela nos demuestra, además, el fe-liz arribo de Carlos Orlando Pardo a la madurez narrativa, a la sapiencia en el manejo de la prosa y a la solvencia en la arquitectura de la historia”

Jorge Guebelly: “Conlleva tam-bién la más bella de todas las paradojas: las guerras políticas sólo sirven para alimentar el chimpancé interior, contrarias a las del amor que construyen liberaciones del cuerpo y alma. Razón tenía Marx al leer la historia en las obras literarias. Sólo allí podía ver la evolución de la conciencia, la verdadera revolución humana”.

Hernando Galeano: “No se tra-ta de una novela histórica sino de una ficcionalización de la historia donde el movimiento entre la aventura, el romance,

la guerra y la muerte tienen su escenario. A través de un len-guaje ágil y melódico como ha sido característico en la prosa de Pardo, de tres planos defini-dos que ofrecen variabilidad a la trama y de inmensa riqueza en la ambientación de la at-mósfera en que se mueven sus personajes, el autor logra sin duda convertir en imán cada página que nos lleva atrapa-dos de comienzo a fin sin que asome el cansancio sino la sor-presa por los variados aconte-cimientos que narra con sol-vencia”

Yamel López: “El beso del fran-cés tiene reminiscencias de los narradores orales de las Mil y una noches o de los viejos na-rradores de cuentos de nues-tras épocas. Es la historia de la búsqueda del paraíso por Desiré desde las orillas del Sena luego de la desilusión de la revolución francesa hasta la ilusión de los nevados vistos desde el piedemonte de Mon-serrate y la quinta de Bolívar, una pieza digna de los mejo-res narradores arrieros en las largas y frías noches que los acompañaron a su paso por la

habitantes, por vivir en medio de la violencia diaria, merecen obtener la “diversión” de un buen relato para no perder la esperanza de experimentar en el futuro un amanecer pacífico en su tierra”.

Cecilia Caicedo: “…¿Qué es Ve-rónica resucitada? No es novela de amor o desamor, ni de trai-ciones y quimeras rotas, es eso y mucho más. Yo la asumo como un texto que con 52 capítulos y en considerables 295 páginas su autor resuelve entrar en los huesos formadores de sus pro-pios recuerdos, con nombres propios y ciertos….“Esta nove-la tiene el arrojo de descubrir el alma femenina en una Colom-bia en la cual no era pensable la independencia ni la autono-mía de la mujer. Supeditada al varón según la costumbre, o more social, romper los lazos de dependencia sin duda no sólo era tarea titánica, sino casi imposible… Verónica el que seduce, sin que ello signifique el ahogamiento de los otros personajes que la acompañan en su recorrido vital. Pero es la fuerza de su gesto el que le da curso a la novela que Pardo la resuelve en la nostalgia de lo perdido y el deseo de regresar, como lo afirma Kundera en su novela “la ignorancia”

Sonia Truque: En la novela Verónica resucitada de Car-los Orlando Pardo, se percibe un dinámico desenvolvimien-to del lenguaje, una aparente levedad en su manejo, como proponía para este milenio Ítalo Calvino, y también leve-dad en la construcción de los

absuelve a Verónica…“Veróni-ca resucitada” es, vale la pena repetirlo, una novela mayor. Es un aporte notable a la na-rrativa continental. Y es una muestra de que con el paso del tiempo un escritor va logrando manejar su trabajo con manos y visión de orfebre”.

Fernando Ayala Poveda: ““La saga familiar siglo XX de Par-do se transforma en estos tiempos postmodernos en Co-meta Verónica y en sinfonía de la escritura en contrapunto, con un sistema narrativo lec-tor de dos agujas: aguja lector de la memoria familiar y agu-ja lector de la conciencia de la protagonista. El narrador es un maestro de la garlopa y el cepi-llo porque con su silbo pule la madera de la historia. Verónica resucitada es una saga autobio-gráfica, biográfica, histórica, fabulada al fin y al cabo, lírico narrativa, en diálogo entre los monólogos interiores y el co-lectivo que parece a momen-tos un ojo que filma con des-tellos objetivos y críticos, con distanciamiento… Su novela global es una apuesta a la me-moria y conciencia de un país y un continente de colores en búsqueda de su propia liber-tad. Cada página melodiosa se interna en una Colombia nun-ca narrada. Su saga es un tour de forcé del corazón y la razón poética. Cometa Verónica y sus antihéroes y héroes inolvi-dables, es la cumbre narrativa de Carlos Orlando Pardo, un escritor imperecedero en diá-logo con Juan Carlos Onetti, Gustavo Álvarez Gardeazábal, y Juan Marsé”.

personajes que en el afortuna-do manejo del lenguaje llegan fácilmente al lector…“Por otro lado Carlos Orlando Pardo, carpintero audaz de la palabra, logra que las voces narrativas que en perfecta simbiosis van del presente al pasado se cuen-ten con claridad sin que el lec-tor pierda el hilo y en el cual sus criaturas tienen autono-mía. No hay manipulación ni deliberación, fluyen y entran y salen sin que el lector se pier-da. La obra de Carlos Orlando Pardo se confirma con esta no-vela, que llena de sorpresas, lo afirma en su oficio de escribir, al que ha dedicado su vida con grandes virtudes.

Fernando Soto Aparicio: “Ve-rónica resucitada”, la más re-ciente novela de Carlos Orlan-do Pardo, es una obra mayor, de gran aliento, con unos per-sonajes inolvidables y unas si-tuaciones que marcan una saga familiar, y que en la misma medida señalan el desarrollo de una sociedad y de un país, el nuestro, con sus altibajos, sus equivocaciones y sus esperan-zas… El hecho de que 60 años después de muerta Verónica reaparezca, le da a la narración un suspenso muy bien mane-jado. Y el tiempo perdido (que no es aquí el del olvido sino el del recuerdo) lo va recupe-rando el lector en la medida en que avanza por las páginas de la novela, que no deja que la abandonen, sino que tiene que ser devorada con un inte-rés sostenido y creciente. Y ese lector se ve obligado a acep-tar el papel de juez, y ya será él quien resuelva si condena o

El beso del francés, 2014.

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Pijao Pijao4342región al nevado del Ruiz. Es una prosa coloquial que llena y atrapa hasta no querer que se acaben sus páginas como pasa con las buenas historias”.

Rosalba Suárez: “La novela deja un sabor de nostalgia y de no saber qué hacer con toda esta historia triste en la que subyuga cierta revuelta soledad con un cierto aire de violencia definitivamente bien tratado”.

Francisco Sánchez: “La novela histórica es la destinataria del quehacer narrativo contemporáneo, puesto que en verdad los colombianos hemos sufrido y soportado la historia oficial que, además de mentirosa, es un tanto inepta cuando no propagandística del establecimiento”.

Augusto Trujillo: “La actual creación literaria de los tolimenses muestra clara tendencia hacia la no-vela histórica. Inaugurada por Darío Ortiz Vidales al comenzar este siglo, se fortaleció primero con las obras de Jorge Eliecer Pardo y William Ospina, y luego con las de Carlos Flaminio Rivera y Ben-hur Sánchez. Ahora dicha tendencia se fortalece con El beso del francés de Carlos Orlando Pardo, cuya obra, además, se extiende al ámbito de la no ficción: recoge la memoria histórica de la región y de sus protagonistas, en múltiples áreas de la actividad intelectual”.

Carlos orlando Pardo entre libros.

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Pijao 44