revista meramente virtual de crónicas y leyendas mexicanas / tomo 2 de 2

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Dn. Jermán ArguetaConde del Valle de Temascalcingo y Caballero Andante

de los Viejos Polvos y Gozos de esta Noble, Leal y Mefítica Ciudad de México. Noble Marqués de las Aguas Extintas del Lago de Texcoco. Comandante General de

las Tropas de Asalto del Barrio de La Merced. Caballero de la Orden de la Cruz de su Parroquia, Capellán del

Hospital de Bubas del Amor de Dios. Insigne Limosnero Titular de la Catedral Metropolitana. Oidor y Guía Espiritual de las Monjas Magdalenas de Sullivan y

La Merced. Visitador Insigne de la Casa de Mancebía de Las Gallas. Prior del Monasterio Las Glorias de

Mayahuel. Duque de las Chinampas de Xochimilco. Alcalde y Veedor del Pulque y sus Curados de Frutas y Legumbres. Custodio de los Tepalcates Olorosos de la Primera Piñata del Monasterio de San Agustín de Acolman. Sastre Ofi cial de las Calzas y Trajes de sus

Majestades Melchor, Gaspar y Baltasar. Mayordomo Celosísimo de los Desvaríos de Eros y

Tanatos. Gentil Camarero de las Alcobas de las Once Mil Vírgenes. Alcalde Real y Pontifi cio contra los

Impíos Hombres del PRI… mer Pecado Institucional y los que van por el PAN. Astrónomo y Cosmógrafo del Rey Carlos V. Mariscal de los Mares, Lagos, Golfos y

Penínsulas de la Colonia Tacuba. Hermano Tornero de la Casa de Citas de La Bandida. Almirante Admirado por la Flota del Barrio. Catador Etílico y Etéreo de los

Viñedos de Tacubaya y Sepulturero a Perpetuidad del Panteón de San Fernando.

OBRA DIRIGIDA POR

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Editorial foja 6

Contenido

Don Tomás Treviñoy Sobremonte

Auto de fe del año 1649Por Jermán Argueta

foja 8

El Callejón de la Danza Por Francisco Ibarlucea foja 15

Los aguadoresfoja 19

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Documentos y libros PROHIBIDOS por el Tribunal

del Santo Ofi cioPor Armando Ruiz foja 23

Jermán ArguetaDirector General

Directorio

Diseño, collages e intervencionesJ. Araceli Ordaz “El Ánima Sola”

Heroico cuerpo de escritores, antropólogos, historiadores...Francisco Ibarlucéa, José Genis, Josefi na Palacios

Everardo Gordillo EstradaSubdirector

Armando Ruiz AguilarCoordinador Editorial

Corrección de pruebas*David Elías Briseño

[email protected] Tel. 55422899http://www.revistacronicasyleyendasmexicanas.com.mx/

Calle de Las Cruces 36 interior 103, Centro Histórico de la Ciudad de MéxicoREVISTA VIRTUAL / TOMO 2-VI ÉPOCA

*NOTA: Corrección cuando se pueda, y cuando no, la sintaxis y ortografía son responsabilidad del autor.

Litografía Casa de los Azulejos y Plaza de MorelosObra de Casimiro Castro foja 36

Retablo de anécdotas

foja 39

Luna que rueda sobre la Ciudad de México o el extraño caso de la mujer del sombrero Fotografías de Jermán Argueta foja 40

Texto descriptivo foja 38

© Álvaro Jermán Argueta Pérez

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as ciudades son un desprendimiento de los cuerpos que la habitan para

posicionarse de ella. Las ciudades históricas son un libro, un cuerpo

como el del ser amado que se escribe día con día. Andar y desandar por

las calles, casas, plazas emblemáticas y dejar un halo de presencia para

EditorialBienvenidosa Crónicas

y Leyendas Mexicanasy Leyendas Mexicanasy Leyendas Mexicanas

que otros en la ausencia también la imaginen. La ciudad se escribe y se rescribe aún

en la ausencia nuestra. Imaginándola también es escritura o reinvención.

Así, en la escritura y la reinvención, sale este segundo número de Crónicas y

Leyendas Mexicanas para que circule por las redes sociales. Cuando haya plata tam-

bién saldrá con el olor de la tinta y la caricia del papel.

Hoy en este número, nuestra ciudad histórica, habla de los personajes popula-

res como el aguador que ahora nos vende el agua en botellones de plástico de vein-

te litros. Antes el aguador, del siglo XIX que aparece en las litografías, cargaba con

dos odres de barro, el más grande, y que llevaba en la espalda, se llamaba chocho-

col (probablemente venga de la lengua náhuatl). Los aguadores antes, como los de

ahora, son portadores de noticias de las vecindades y que hoy también son de casas

habitación y edifi cios de departamentos.

Estas páginas de nuestra revista virtual también tienen el Auto de fe cuando

quemaron en el año de 1649 a don Tomás Treviño y Sobremonte en el Quemadero

de San Diego, que hoy estaría en el lado poniente de la Alameda Central, junto al

Centro Cultural José Martí. Y lean para que se enteren que este sucedido fue para

L

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llevar al fuego al mismísimo don Tomás Treviño y Sobremonte, su mujer, sus dos

hijos, su suegra y sus cuñados. Y en el fondo del asunto le quitaron todos sus bienes

y su riqueza. Todavía a fi nales del siglo XIX estaba su casa en ruinas, muy bella con

sus ajaracas y dos esculturas de arcángeles que remataban la construcción, allá por

el Cacahuatal, barrio de San Pablo; entre el Metro Pino Suárez y La Merced.

Hay que decir que las ciudades históricas que como la nuestra son de cantera,

tezontle, argamasa, pintura, tezontle, piedra volcánica espuma que lo mismo es de

un rojo tibio que de un color carmesí o sangre muerta; tienen vida, espíritu animado

de todos estos materiales. Así la Ciudad tiene el ritmo de la sangre con la que está

construida, el ritmo de nuestros corazones que late en las noches. Está enhebrada

de palabras y cánticos en el silencio que son un rumor en el oleaje de los charcos

cuando llueve. Las ciudades históricas danzan en su juego de luces, en su respi-

ración y tienen el efecto de provocar ese desprendimiento sensorial tan necesario

para estar en el ritual y en el trance que invade nuestra piel epidermis de la ciudad

que se escribe como un libro. Como un libro que se suma a esa biblioteca que nos

pertenece con sus sucesos, recuentos de la vida y leyendas imaginarias que son tan

nuestras porque nos habitan como patrimonio de lo imaginario.

Nuestra revista da cuenta de los rumores y del andar de todos los que la hemos

vivido y construido con nuestros deseos, olvidos y aventuras. Entren a ella para que

también lean Documentos y libros prohibidos por la Inquisición, El Callejón de la

Danza, nuestro Retablo de anécdotas y vean una bella litografía de Casimiro Castro

que nos habla de la Plaza Guardiola.

Bienvenidos a la casa de Crónicas y Leyendas y sigan nuestros pasos por viejas

calles, casas, callejones, plazas y voces que como un murmullo están tatuadas en

sus muros.

Jermán Argueta

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hí va la procesión, ahí van los reos, setenta y siete con-

denados a la hoguera del quemadero de San Diego.

Entran por la Plaza Mayor y dan vuelta por Plateros y

por la misma calle llegan a Loreto y por la misma calle

llegan a San Francisco. Avanzan. Avanzan lentos ante tanta gente y

protegidos por los guardias reales. El pregonero hincha el pecho y

anuncia con voz al cuello:

—¡Este hombre que vos miráis, Don Tomás Treviño y Sobremonte,

será llevado a la hoguera junto con su mujer María Gómez, su hijo

Rafael y su hija Leonor. Y de los reos que los acompañan, unos serán

quemados y los otros serán azotados por calles y plazas!

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Avanza la procesión y don Tomás Treviño y Sobremonte, montado sobre

una mula, y amordazado, piensa en todos los bienes que le ha confi scado el

Santo Ofi cio. Piensa cómo lo han torturado no sólo a él, también a su familia

y a la familia de su esposa. Le han exigido que confi ese ser un hereje, un cre-

yente en la ley de Moisés, pero él ha dicho siempre que no, ¡que no!... Y hoy

lo único que sabe es que la sentencia está por cumplirse. Es el 11 de abril del

año de 1649.

Y avanza, avanza la procesión de la muerte que acecha en el fuego vivo,

y le viene a la mente el arzobispo inquisidor don Juan de Mañozca, y lo ima-

gina mirando satisfecho el auto de fe, el más importante, hasta ahora, de la

Nueva España.

Avanza la procesión y la gente se asoma por las azoteas, por los balco-

nes; se aglomera en las calles. Ahí están los negros, los indios, los mestizos,

los malandros, los crápulas, los bebedores, las mujeres de la vida galante, los

criollos, los españoles, los nobles. Han llegado de todas partes: Antequera,

Valladolid, Guanajuato, San Miguel El Grande, Tacuba, Xochimilco, Chalco;

de los muchos pueblos, haciendas y Villas de la Nueva España para estar ahí

presentes. Es domingo, día festivo por la quema de reos del 11 de abril del año

de Dios de 1649.

Avanza la procesión…

—¡Este hombre que vos miráis será condenado a la hoguera con toda su

familia!

Ahí van los reos, y entre ellos, los sentenciados vivos, llevan como padri-

nos a dos indígenas de Tlatelolco que van junto a ellos. Otros son cargados en

cajas color gris rata, oscura, porque ya no son ellos, sino sus huesos los que

van ahí camino al quemadero de San Diego, el que está junto a la Alameda;

frente al convento franciscano de San Diego. Y es que los reos que han sido

sentenciados a morir, pero que ya muertos son, siguen sentenciados a morir

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aunque sólo sean sus huesos los que han de calcinarse. Y los otros reos, los

condenados ausentes o prófugos, pues son elaborados en esfi nge o escultura

de pasta de caña, también para ser quemados; ellos marchan, inermes que

están, cargados por indígenas.

Avanzan, avanza la procesión. Y ahí en la Alameda llena de árboles, es-

peran los niños, los jóvenes, la gente que para hacer más corta o fes-

tiva la espera, se acerca a la vendimia y compra agua de chía,

alegrías de amaranto. Los indios, mujeres y hombres, beben

pulque. Los árboles están también atiborrados de jóvenes, quie-

nes desde ahí tienen mejor vista para ubicar a los reos

y mofarse de ellos.

Avanzan…

—¡Estos hombres y mujeres que vos miráis, han sido sentenciados a mo-

rir en la hoguera!

Y por fi n llegan hasta el estrado donde van a ser quemados uno a uno.

Don Tomás Treviño y Sobremonte mira cómo su suegra es amarrada en me-

dio de la leña, y cómo un fraile pide para ella la muerte con garrote para que

no sea quemada viva. El garrote tampoco es una muerte piadosa, es un torni-

llo que da vuelta a espaldas de la víctima y la va asfi xiando lentamente con el

apoyo de una diadema de acero atada al cuello y unas cadenas al pecho.

Y se escuchan los gritos, los lamentos y el crujir del fuego que toma fuer-

za y crece. Las cajas de los muertos son reducidas a cenizas y el viento espar-

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ce por toda la ciudad el olor a carne quemada de los reos que ya están en la

hoguera. Y don Tomás Treviño y Sobremonte, con el pecho atravesado de do-

lor, mira subir al estrado a sus dos hijos, Rafael y Leonor, y ahí les preguntan

que cómo quieren morir. Ellos imploran que les apliquen la pena de garrote;

no quieren morir vivos mirando cómo el fuego los abraza. El verdugo enton-

ces empieza a darle vuelta al torniquete. Ellos están amarrados a un palo,

las cadenas van aprisionando su cuerpo. Don Tomás Treviño y Sobremonte

mira cómo sus hijos son asfi xiados poco a poco mientras de los ojos desorbi-

tados de ambos salen gruesas lágrimas. Él, ya sin la mordaza, grita y maldice

a los inquisidores.

Don Tomás Treviño es juzgado a las afueras del convento de Porta Coeli, lugar donde los sábados se determinaba la condena para los reos. Las ejecuciones eran los

domingos. A don Tomás Treviño y familia los llevaron al quemadero de San Diego.

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—¡Malditos vosotros que creéis que Dios castiga! Dios no asesina, no es

verdugo, no quema. ¡Malditos! ¡Malditos seáis todos vosotros!

Rafael y Leonor están muertos. Algunos religiosos santiguan desde lejos

a los cuerpos. No pocos mestizos y criollos dejan que el corazón vuelva a su

ritmo, respiran un poco más para saberse vivos. Respiran el aire que han de-

jado de respirar los hijos de don Tomás.

Éste llora por la vida de sus hijos, y llora con la rabia que ya no quiere

ser contenida. Desconsolado, baja los ojos del cielo, después de buscar a ése

su Dios que los ha abandonado, y ahora mira cómo el verdugo acerca la tea

encendida a los cuerpos inermes de sus vástagos y la leña empieza a arder.

Arden los cuerpos inocentes y abandonados también por su Dios.

Ha transcurrido más de una hora y don Tomás Treviño apenas puede

distinguir entre el humo a su mujer, a María, su compañera de la vida y de

las desventuras, del trabajo, la madre de sus hijos. Ella también sufre en el

suplicio del garrote, luego su cuerpo es un mismo cuerpo con el fuego que

también es ofrenda para la muerte. Su cuerpo arde en la mirada cristalina

de no pocos indios, arde en la mirada rojiza de llanto de don Tomás. Arden

los ojos con el humo que oculta las lágrimas verdaderas ante el suplicio y los

extintos gritos de piedad de doña María.

Y don Tomás Treviño vuelve a gritar con furia:

—¡Malditos vosotros, inquisidores! ¡Malditos, hijos del fuego eterno del

maligno!

El aire se ha inundado de olores que expiden las piras de leña, de humo

y de carne quemada de los reos. Ahora es el turno de don Tomás Treviño,

pero cuando un religioso se acerca piadosamente a él para pedirle arrepen-

timiento por “el mal” cometido, el hombre no puede sino mirar la hipocresía

que exhibe el clérigo, y vocifera con un dolor iracundo mirándolo con los ojos

enrojecidos de furia:

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—¡Largaos de aquí, cura del demonio! ¡Largaos! ¡Que no me arrepiento

de creer en Dios y en la ley de Moisés! ¡Sí, soy judío!

Entonces los guardias lo suben a donde están apilados los troncos de

leña y lo amarran en un palo, mientras él no deja de maldecir al arzobispo

inquisidor don Juan de Mañozca, que está frente a sus ojos con una mira-

da de éxtasis ante el suplicio de los reos. Don Tomás lo maldice diez veces,

veinte, maldice a todos los que le condenaron a él y a sus hijos a morir en la

hoguera.

Y ahí, con su sambenito pintado con llamas de fuego, serpientes y es-

corpiones; ahí, con su coroza, su gorro, está don Tomás Treviño y Sobremon-

te ordenándole al verdugo: “¡Apuraos, apuraos! ¡Echadle fuego!” Él sabe que

para su persona la condena es morir vivo en el fuego, él sabe

que sus palabras y su dolor y su ira sí llegan a los ros-

tros duros de los personeros del Santo Ofi cio.

En ese momento, el verdugo se acerca con la

tea encendida, pero la leña, que es verde, apenas

y si levanta un humo que se le mete a don Tomás

por la nariz. Y entonces él, con el coraje desbor-

dado y recordando todos los bienes, toda su ri-

queza que le ha quitado la Santa Inquisición,

grita con una voz potente, estentórea, que

será recordada en toda la época de la Nue-

va España y por los siglos de siglos:

—¡Echad más leña, echad más

leña!.. ¡Echad más leña y fuego, que

mi dinero me cuesta!

para su persona la condena es morir vivo en el fuego, él sabe

que sus palabras y su dolor y su ira sí llegan a los ros-

tros duros de los personeros del Santo Ofi cio.

En ese momento, el verdugo se acerca con la

tea encendida, pero la leña, que es verde, apenas

y si levanta un humo que se le mete a don Tomás

por la nariz. Y entonces él, con el coraje desbor-

dado y recordando todos los bienes, toda su ri-

queza que le ha quitado la Santa Inquisición,

grita con una voz potente, estentórea, que

será recordada en toda la época de la Nue-

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n esta calle de la antigua capital de la Nueva España, si-

tuada junto al primer mercado de La Merced, llamada por

muchos años El Callejón de la Danza o la Cueva de los

Nahuales, resulta que, a mediados del siglo XVIII, causa-

ba gran aversión y mucho miedo a sus habitantes el pasar

o acercarse a él, pues se encontraba muy apartado de la

traza de esta noble y leal ciudad, y en él sucedían cosas

sobrenaturales, que costaban la vida a los atrevidos.

Cuentan que en el lugar, alrededor de una hoguera, a mitad de la calle,

se llevaba a cabo una danza infernal. Ésta era practicada por nahuales quie-

nes cubiertos con plumas y haciendo gestos diabólicos, armaban una gritería

que causaba terror a todos los vecinos, los cuales se encerraban a cal y canto,

temblando de miedo, en la oscuridad de sus aposentos.

Dicen que la situación se complicaba pues estos espectros entraban en

las casas a robar niños y mujeres, de mal y buen ver. ¡Qué llanto el de las

madres y de los desgraciados que habían perdido a sus hermanas, esposas,

hijas!

Los habitantes del barrio, naturales de estas tierras en su mayoría, supli-

caban protección y justicia. Pero la protección y la justicia a los indios, desde

entonces, fallaba, a pesar de la insistencia. El terror en ese callejón hacía más

largas y angustiosas las noches de sus habitantes.

Hasta que el tiempo pasó y sumo años, fue entonces que un mozuela de

Dedicado a mi musa huitzilopochca: Yarenita Guerrero

Sucedido en los rumbos de la Plaza de la Aguilita, donde hoy se encuentra el Café Bagdad

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veinte años, miembro del cuerpo de arcabuceros del virrey, decidió investi-

gar, intrigado por la historia y por la advertencia que escuchó decir al párroco

de la iglesia de la Santísima Trinidad, una mañana de domingo: “¡Queridos

hermanos, por nada del mundo os acerquéis a esa callejuela, no será a Dios

ni a sus discípulos a los que se encuentren a su paso, sino a sus maléfi cos ene-

migos!”

Impresionado, don Simón de Esnaurrízar, nuestro valeroso joven, cierta

noche se envolvió en su capote, colocándose dos pistolas al cinto, con el arca-

buz en mano y sin encomendarse a Dios ni al Diablo, y se encaminó a dicho

callejón. Y para que su ánimo no fl aqueara, se echó dos alipuses entre pecho

y espalda.

Cauteloso, deslizándose por los muros de las casas contiguas al callejón,

se acercó al lugar y vio que la danza estaba en pleno apogeo: hombres y muje-

res en pelotas, pintarrajeados y con plumas pegadas a la piel, gemían al tiempo

que saltaban alrededor de la lumbre.

Armándose de valor, Simón penetró

de un salto en el centro del dantesco

aquelarre dando tremendo arcabuza-

zo aqueste danzante; a otro le desce-

rrajó un tiro, y a otro más lo atravesó

con su toledana. Y mientras daba su

propia lucha con los presuntos hijos

de Satanás, don Simón de Esnaurrízar

arremetía además con su palabra:

— ¡A mí, arcabuceros del Virrey!

¡A mí, corchetes!

Y este don Simón, que contaba

con buena fortuna, casi de inmediato Cauteloso, deslizándose por los muros de las casas contiguas al callejón, se acercó al lugar...

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recibió la ayuda de los soldados de una

ronda que, cercanos al lugar, acudieron

al callejón al escuchar sus gritos y no sólo

eso, sino que hasta los asustados vecinos

del barrio, al enterarse que aquello que

los asustaba tanto estaba lejos de ser un

aquelarre, salieron prestos a brindar su

puño y aguerrida ayuda contra los pre-

suntos nahuales, quienes pronto ingre-

saron en el calabozo del Santo Ofi cio.

Con la excitación que el enfrenta-

miento habría provocado, los soldados

decidieron efectuar un minucioso regis-

tro de las casuchas habitadas por estos

zánganos. No faltó quien denunciara que tal casa era habitada por un mal

viviente. Al poco rato de husmear y buscar, encontraron a los infelices niños

desaparecidos y a las mujeres de buen y mal ver —que en realidad todas esta-

ban de muy mal ver, por lo enfl aquecidas—, envueltas en sus harapos.

A los chamacos, se supo, los “nahuales” los enseñaban a pedir limosna

en las plazas. Las madres, los esposos y hermanos de los niños y mujeres ul-

trajados, estaban felices de reencontrarse con la querencia familiar después

de tanto tiempo de ausencia, angustia, temor, impotencia y, sobre todo, de

lucubraciones en tomo de presuntos nahuales y seres infernales.

Por tal motivo, por muchos años esta calle, que hoy es República del Sal-

vador y Talavera, se le conoció como el Callejón de la Danza.

Recibió la ayuda de los soldados de una ronda que, cercanos al lugar, acudieron al callejón al escuchar sus gritos.

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no de los personajes más impresionantes ante los ojos extran-

jeros: apenas se concibe cómo para llevar 50 libras de agua,

no se haya encontrado otro medio que meterla en una olla de

barro casi tan pesada como su contenido, cuya forma esferoi-

de concentra su peso en un solo punto.

Esta vasija, que no es sufi ciente para las necesidades de una

familia, y un peso tan incómodo que no puede aumentarse,

hacen necesaria una pequeña reserva suplementaria contenida en un cánta-

ro... El aguador, amordazado así o encerrado en sus dobles correas, marcha

erguido, sin poder permitirse el menor movimiento de cabeza y lleva el líquido

a su cliente.

Claudio Linati. Civils, Militaires et Réligieux de Mexique dessinés d’après Nature, Bruxeles, 1828.

El aguador. Miguel Mata y Reyes, 1854. Col. Museo Nacional de Historia.

Página anterior:Aguador. Porteur d’eau. Claudio Linati, 1828.

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En 1890 había sólo en la ciudad de México alrededor de 1,500 aguadores. Censo General de la República Mexicana, 1900.

Th e Alameda. City of Mexico. Postal. Finales del siglo XIX.

Fountain and Santo Domingo square, Mexico. Postal. Finales del siglo XIX.

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Mexican aguadores. Postal. Finales del siglo XIX.

Las correas que se cruzan sobre su cabeza le impiden llevar sombrero, por ello el aguador es el único ser en México que lleva gorra.

Claudio Linati. Civils, Militaires et Réligieux de Mexique dessinés d’après Nature, Bruxeles, 1828.

... el aguador, que me contaría que hoy no aguanta el espinazo porque al no encontrar agua en la Fuente de Salto del Agua tuvo que ir a la de Tlaxpana para llenar su chochocol. Elena Poniatowska. El último guajolote. Cultura, SEP, 1982.

Fuente de Salto del Agua. Casimiro Castro, 1855.

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... el aguador, que me contaría que hoy no aguanta el espinazo porque al no encontrar agua en la Fuente de Salto del Agua tuvo que ir a la de Tlaxpana para llenar su chochocol. Elena Poniatowska.

Fuente de Salto del Agua. Casimiro Castro, 1855.

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Documentos y libros prohibidos por el Tribunal

del Santo Oficio

Por el Documentalista

Armando Ruiz Aguilar [email protected]

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El Tribunal del Santo Ofi cio se constituyó en 1231 con los estatutos Ex-

communicamus del Papa Gregorio IX para reducir la responsabilidad de los

obispos en materia de ortodoxia y para someter a los inquisidores a la juris-

dicción del pontifi cado. Al poner bajo dirección pontifi cia la persecución de

los herejes, Gregorio IX actuó movido por el miedo a que Federico II, empe-

rador del Sacro Imperio Romano, tomara la iniciativa y la utilizara con fi nes

políticos.

Tribunal del Santo Ofi cio fue el nombre ofi cial de una institución judicial

creada con el objetivo de localizar, procesar y sentenciar a las personas culpa-

Orígenes de la Inquisición

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foja 25foja 25

bles de herejía. Aunque popularmente se la llamaba Inquisición, la gente lo

hacía en alusión no a una organización, sino a una técnica judicial que bien

pudiera ser interpretada como “pregunta” o “investigación”.

En la Iglesia cristiana primitiva la pena habitual por herejía era la exco-

munión, y la meta del inquisidor no era castigar al culpable, sino identifi car-

lo para que confesara sus pecados, se arrepintiera de ellos y restablecerlo al

camino del Señor. Se estima que sólo 10% o menos de los casos acabaron en

ejecución, un castigo reservado más bien para los herejes obstinados (ésos

que no se arrepentían de sus pecados).

Por cierto, vale comentar que en 1965, en atención a innumerables que-

jas, el Papa Paulo VI reorganizó el Santo Ofi cio bajo un nuevo nombre: Con-

gregación para la Doctrina de la Fe, cuya titularidad corrió cargo del entonces

cardenal Joseph Alois Ratzinger, el ahora Papa Benedicto XVI.

A diferencia de la Inquisición medieval, la Inquisición española se fundó

a propuesta del rey Fernando V y de la reina Isabel la Católica, y sólo con la

aprobación papal (1478). Su principal quehacer fue ocuparse del problema

de los llamados marranos o judíos conversos, de los adeptos al Islam, y des-

de 1520 de los sospechosos de apoyar al protestantismo. Conformada por el

gran inquisidor y su tribunal, esta entidad tenía jurisdicción sobre los tribu-

La Inquisición en España

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nales locales de virreinatos como el de México y Perú, donde predominaron

los casos de bigamia y hechicería sobre los de herejía.

Por otra parte, a fi nales del siglo XV, al alcanzar la imprenta un gran de-

sarrollo en España, particularmente en Sevilla, esta ciudad se constituyó en

el centro de comercio del libro hispano; por lo que en 1480 el Estado inició el

control sobre las obras impresas al otorgar permisos de impresión. A partir

del año 1500, por decreto Real se debía expresar el título y el contenido de

cada texto, para impedir el paso de las obras prohibidas.

En 1502 se estableció la censura y se ordenó a libreros, impresores, mer-

caderes y autores presentar sus libros ante las autoridades para su revisión,

bajo pena de confi scación de bienes y destierro a quien no lo hiciese. Se ex-

ceptuaban las obras litúrgicas y gramaticales, y dicha orden se extendía a bi-

bliotecas de conventos, universidades, así como a colecciones particulares.

No fue sino hasta 1558 que Felipe II modifi có la ley prohibiendo publicar li-

bros de poco interés y/ o contrarios a la religión y las buenas costumbres.

En 1559 el examen de los libros religiosos fue más riguroso, para no per-

mitir el contrabando. Fernando de Valdés, quien era el inquisidor general,

promulgó entonces el Catálogus Librorum qui prohibentur que se revisaba

periódicamente en Roma y España, el cual era una lista de textos prohibidos

o un índice. Por tanto los libreros tenían una copia de este catálogo, con el fi n

de no introducir en las colonias las obras que en él se marcaban.

El Tribunal del Santo Ofi cio dio estrictas instrucciones a los Comisarios

que se encontraban en los puertos de mayor actividad comercial con España,

para que procedieran a inspeccionar con minuciosidad los libros que llega-

ban, siguiendo cuidadosamente sus índices a efectos de confi scar aquéllos

que ahí aparecían registrados. A pesar de tales empeños, el libro se introdujo

sistemáticamente en América. Así, junto con la evangelización llegó la hete-

rodoxia religiosa o científi ca.

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El Santo Ofi cio se estableció en la Nueva España hacia el año de 1571,

pero la presencia de instancias inquisitoriales se remonta a los días que siguie-

ron a la Conquista, cuando en 1520 Hernán Cortés promulgó sus Ordenanzas

contra blasfemos. En un principio se implementó una inquisición monástica

(1522 a 1533) llevada a cabo por los frailes evangelizadores y extirpadores de

idolatrías; posteriormente una inquisición episcopal (1535-1571), hasta que

se creó el Santo Ofi cio. En 1530 Nuño Beltrán de Guzmán inició el proceso

por idolatría contra el señor de los tarascos, Caltzontzin.

Con la llegada de los franciscanos se comisionó al fraile Martín de Va-

lencia para que usara sus poderes inquisitoriales en la Nueva España hasta

la llegada de los prelados dominicos, quienes arribaron en 1526, pasando el

cargo a fray Tomás Ortiz, y luego, al año siguiente, a fray Domingo de Betan-

zos, quien presidió el Tribunal del Santo Ofi cio de mayo de 1527 a septiembre

de 1528. Después siguió fray Vicente de Santa María, quien realizaría el pri-

mer auto de fe en la Nueva España en octubre de 1528, al ser quemados por

herejes Hernando Alonso y Gonzalo de Morales.

Más tarde, el 30 de noviembre de 1539, el obispo franciscano fray Juan de

Zumárraga mandó quemar vivo a don Carlos Chichimecatecuhtli, cacique de

Texcoco y descendiente en línea directa de Nezahualcóyotl.

En 1571 el Tribunal del Santo Ofi cio se estableció en terrenos del monas-

terio de Santo Domingo. El primer auto de fe ofi cial se llevó a cabo en sep-

tiembre de 1569, al “dar por libre” a don Pedro Juárez de Toledo, acusado de

herejía en Guatemala; siendo también “relajados en persona” (condenados a

muerte) cinco ingleses.

El sexto auto de fe se realizó el 24 de febrero de 1590, siendo víctimas

varios miembros de la familia de don Luis de Carvajal El Viejo (gobernador

La Inquisición en México

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Ilustración de las Crónicas de Nuremberg, Hartmann Schedel (1440-1514).

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de Nuevo León), condenados por ju-

daizantes. Años más tarde, en fecha

8 de diciembre de 1596 se efectuó el

auto de fe más notable del siglo XVI

en México al quemarse a nueve reos

(cinco de ellos de esa familia Carva-

jal) de un total de 49 procesados.

Esos actos tuvieron un macabro

rasgo de festividad popular, ya que

mucha gente acudía para presenciar

la procesión de los “relajados”, peni-

tenciados que salían con sogas y co-

rozas de llamas de fuego (pintadas) y

una cruz verde en las manos, acom-

pañados cada uno de un religioso

para que los exhortase a bien morir, y

un familiar de guarda.

Para las autoridades religiosas y

civiles esos actos tenían la fi nalidad de

emitir un mensaje subliminal a la po-

blación expectante de lo que le podía

pasar en caso de que cayera en tenta-

ciones heréticas o prácticas de biga-

Se castigaba la lectura, posesión y difusión de los libros pro-

hibidos que desestabilizaban a la Iglesia y a la Corona por con-

tener temáticas judías, o protestantes en general. Así, mientras

mia o hechicería, que eran los casos

más sonados en esa sociedad novo-

hispana. Además existió la obligación

de conciencia de denunciar incluso a

los padres o a los hijos, lo que provo-

có un terror social que repercutió en

el comportamiento cotidiano.

Ante el Tribunal del Santo Ofi -

cio se castigaban los casos de herejía,

inclusive los existentes entre mon-

jas y sacerdotes, las faltas a la moral

y sexual (bigamia, poligamia, sodo-

mía), a los eclesiásticos que hacían

proposiciones deshonestas, a los que

ejercían prácticas mágicas y hechi-

cerías, a los que cometían delitos re-

ligiosos menores (blasfemias, renie-

gos, acciones escandalosas).

Así era el panorama virreinal in-

quisitorial hasta las primeras décadas

del siglo XIX, cuando fueron enjuicia-

dos Miguel Hidalgo y Costilla y José

María Morelos.

hibidos que desestabilizaban a la Iglesia y a la Corona por con-

tener temáticas judías, o protestantes en general.

LIBROS Y PROHIBICIONES EN EUROPA

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la Inquisición medieval se había centrado en las herejías que ocasionaban

desórdenes públicos, el Santo Ofi cio se preocupó de la ortodoxia de índole

más académica y, sobre todo, la que aparecía en los escritos de teólogos y

eclesiásticos destacados.

Por este motivo el Papa Pablo IV en 1555 encargó la elaboración de una

lista de libros atentatorios contra la fe o la moral y así, en 1559 aprobó y publi-

có el primer Índice de Libros Prohibidos.

LOS ARCHIVOS DEL VATICANOEn 1998 el entonces cardenal alemán Joseph Ratzinger (hoy

Papa Benedicto XV), fue el prefecto de la Congregación para la

Doctrina de la Fe (ex Santo Ofi cio) y formalizó la apertura parcial

de los archivos pontifi cios para la consulta del periodo de 1542 a 1903 para be-

neplácito de los investigadores de religión y de historia de las mentalidades.

Pese a la satisfacción generalizada por la apertura del archivo inquisitorial

pontifi cio, se ha encontrado que faltan muchas hojas en los expedientes, sobre

todo en lo relacionado a la descripción de los métodos utilizados para «quitar

el demonio» del cuerpo de los acusados a través de la tortura y la mutilación.

Incluso se sabe que están incompletos los expedientes de los procesos contra

Galileo Galilei y contra el dominico Giordano Bruno, quemado en la hoguera

por herejía (por cierto, la Iglesia sólo rehabilitó a Galileo Galilei hasta 1992).

Al propio expurgo documental para destrucción consentida se dieron

otros acontecimientos ajenos a la Iglesia católica, como el sucedido en 1559,

cuando una muchedumbre que exaltada festejaba la muerte del Papa Pablo

IV asaltó el Vaticano quemando vandálicamente gran número de documen-

tos; al igual que durante la invasión napoleónica a los Estados Pontifi cios,

cuando al trasladar algunos de esos archivos pontifi cios a París, parte se per-

dió y otra se dispersó por bibliotecas de distintos países europeos.

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No obstante, a partir de ahora los expertos podrán consultar también el

famoso Índice de Libros Prohibidos, en donde hay constancia de que en esa lis-

ta alguna vez fi guró ¡la propia Biblia!, y que al igual que otros textos que eran

incautados, miles de ejemplares de ésta terminaron en la hoguera porque la

Iglesia, que utilizaba como lengua ofi cial el latín, no estaba de acuerdo con fa-

cilitar el acceso a los textos sacros sin una autorización eclesiástica expresa.

La prohibición de una consulta pública documental generalizada hasta

1903 impide en la actualidad, dados los criterios de políticas administrativo-

archivísticas, la consulta del papel del Vaticano y el modernismo surgido a

partir de 1902, donde hay innumerables casos de teólogos y obispos italianos,

franceses y alemanes; y hasta los más recientes y espinosos casos de compor-

tamientos de la Iglesia frente al fascismo, el franquismo y el nazismo, particu-

larmente en el período del Papa Pío XII.

El Índice de Libros Prohibidos se publicó por primera vez en

España en 1551 y ya para 1621 estaban vetadas las obras de Eras-

mo, y otras que hoy en día nos parecerían francamente inofen-

LA CENSURA Y EL MIEDO EN LOS LIBROS PROHIBIDOS

sivas como El Lazarillo de Tormes, que no pudo ser leído en la península

ibérica sino hasta 1559, a pesar de haber aparecido la versión expurgada de

1573 y con algunos capítulos como los IV y el V, que no reaparecerían hasta

la supresión del Santo Ofi cio en 1834.

Por tanto la delación y el miedo fueron instrumento de control social, y

así todos los fi eles estaban obligados a delatar cualquier expresión de herejía,

brujería y toda acción que atentase contra los cánones de la época, ya fuesen

parientes, aun padres o hijos. Los grandes literatos de la propia España no

escaparon al ojo clínico de la Inquisición y así la lectura, posesión y difusión

de las ideas vertidas en libros también operaba bajo esa disposición.

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En los documentos del Archivo de la Inquisición novohispana

se puede apreciar la vida social e intelectual del pueblo, su men-

talidad en cualquier momento dado. Una sociedad se conoce por

se puede apreciar la vida social e intelectual del pueblo, su men-

talidad en cualquier momento dado. Una sociedad se conoce por

LOS ARCHIVOS Y LIBROS DE LA INQUISICIÓN

sus herejes y sus disidentes. “La manera como las instituciones sociales reac-

cionan ante el rebelde, el inconforme, el que discute y el individuo intelec-

tualmente combativo, produce todo tipo de datos sobre la herejía, la traición,

la reacción ante esto ayuda a medir el cambio social o ideológico.”

Así, el estudio de la documentación del Tribunal del Santo Ofi cio res-

guardada en el Archivo General de la Nación (AGN) apunta a esa idea. Ésta es

una de las más ricas y completas colecciones documentales en Latinoaméri-

ca, ya que resguarda 1555 volúmenes (106.5 metros lineales) abarcando sus

asuntos el período de 1522 a 1819.

Los volúmenes 1 a 252 se refi eren al siglo XVI, los correspondientes 253 a

681 al siglo XVII, los volúmenes 682 a 1396 son los respectivos del siglo XVIII,

los numerados del 1397 al 1469 devienen al siglo XIX. Los volúmenes 1470 a

1544 corresponden al lote Riva Palacio y el volumen 1545 es un índice de la

época del lote Riva Palacio

Los casos más descriptivos de este acervo son: herejía, apostasía hechi-

cería, solicitantes, supersticiones, simonía, fornicación, blasfemia, idolatría,

judaísmo, curanderismo, brujería, quiromancia, bigamia, poligamia, mance-

bía, incesto, piratería, luteranismo, palabras malsonantes y heréticas. Tam-

bién hay memorias, edictos y autos por introducción, posesión, lectura y di-

fusión de libros prohibidos. Otras directrices de investigación complemen-

tarias para entender al Tribunal del Santo Ofi cio en sus fuentes originales es

el estudio de las series documentales del mismo AGN: arzobispos y obispos,

bienes nacionales, concurso de Peñaloza, edictos de Inquisición, Judicial,

Real Fisco de la Inquisición e Historia.

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Hubo una gran penetración clandestina de biblias protestan-

tes, obras de autores luteranos, escritos de humanistas del Rena-

cimiento, libros de historia clasifi cados como ortodoxos, libros de

tes, obras de autores luteranos, escritos de humanistas del Rena-

cimiento, libros de historia clasifi cados como ortodoxos, libros de

LIBROS PROHIBIDOS EN LA NUEVA ESPAÑA

caballería, además de obras de medicina y cosmografía; a pesar de que en el

Concilio Provincial Mexicano de 1555 en su Capítulo LXXIV insistía sobre el

peligro que imprimir y difundir libros considerados dañinos.

Para intentar remediar el problema de los libros prohibidos se excomul-

gaba y se imponían multas de 50 pesos para obras impías. En el 2º Concilio

Provincial (1565) se prohibió que los indios tuvieran biblias y sermonarios.

En el 3er. Concilio (1585), el capítulo dedicado a la impresión y elección de

libros, se sancionaba con la excomunión a los infractores que imprimieran o

comerciaran con libros que antes no hubieran sido examinados.

Se prohibió imprimir, circular, comprar, vender, y tener libros que no

hubiesen sido examinados y aprobados por el ordinario que se basaba en

el Index Librorum Prohibitorum por ser el catálogo más completo de libros

heréticos, de versiones no autorizadas de la Biblia, de libros de ciencia hete-

rodoxos y de obras de adivinaciones, sortilegios y magia.

Otro Manual, el Qualifi catorum Sanctae lnquisitionis, enumeraba los li-

bros sujetos a expurgación o bien propuestos a ser quemados. Con esas dos

obras se justifi có la censura libresca inquisitorial novohispana hasta los ini-

cios del siglo XIX. Es de decir que aunque hubo muchos intentos de prohibir

muchos textos heterodoxos, nunca dejaron de circular.

De manera periódica se inspeccionaban bibliotecas y librerías que, casi

siempre, en forma sorpresiva, sacaban a la luz pública las obras prohibidas

que sus poseedores leían, y que para nosotros resultan un adecuado índice

para conocer tanto el estado de la cultura en la Nueva España como las diver-

sas características que adoptó la represión libresca a lo largo del siglo XVI.

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Pasaban clandestinamente a la Nueva España y por ende pesaba su pro-

hibición, las obras de Erasmo, biblias heterodoxas (1531, 1532, 1542, 1546,

1549, 1551), las obras clásicas de Homero, Plutarco, Virgilio, Cicerón, Ovidio,

Marco Aurelio, Lucano, Terencio, Petrarca, Camoens. También se prohibie-

ron varios de los clásicos hispanos, poetas, dramaturgos, novelistas y místicos

como Jorge de Manrique, Quevedo, Juan de Mena, Garcilazo, Ercilla, Lope de

Vega, Francisco de Rojas, Mateo Alemán, Espinel, Cervantes y los dos Luises,

el de Granada y de León. Libros de caballería como Amadis de Gaula, El ca-

ballero de Febo, D. Oliveros de Castilla, Palmerín, Los dos caballeros, Celidón

y el Determinado, D. Olivante de Laura, D. Belianis, Roncesualles, Roldán, etc.

Obras históricas, geográfi cas, tratados de ciencia y jurisprudencia y para el

período de la Independencia se consignaron las obras Misión de Mahoma;

Proclama de José Napoleón, primer rey de España y del continente de América

Santo Domingo de Guzmán en una quema de libros, detalle, por Pedro Berruguete.

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dirigida al clero americano y Avisos y exhortaciones de un criollo español a

sus conciudadanos de América, bajo la imputación de persuadir la indepen-

dencia de estos dominios o por aconsejar su sujeción a la intrusa dinastía de

Napoleón, o para evitar la lectura de “proclamas sediciosas que inducen a la

insurrección”, según consta en el archivo de la Inquisición

A pesar de la vigilancia y control ejercidos por las autoridades civiles y

eclesiásticas, existía un intenso contrabando de libros. La técnica seguida era

pasarlos en barricas de vino, toneles de fruta seca o en cajas de doble fondo,

ya que eran mercancías pagadas a muy buen precio y valía la pena el riesgo.

Esta breve exposición pretende dar un panorama general de las vicisi-

tudes de ese patrimonio cultural que son los documentos de archivo y los

libros ante la administración institucional y los límites de la intolerancia.

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La litografía que sus ojos miraron en las

páginas 36-37, es un testimonio de Casi-

miro Castro que nos muestra la casa del

Marqués de Santa Fe Guardiola, después

sería residencia de la rica familia Escan-

dón y hoy es parte del Banco de México

(lo podemos ver a la izquierda en el afi-

che de Goodyear-Oxo, de 1945).

Regresemos a la imagen de la página an-

terior: ahí podemos ver una escultura del

Generalísimo Morelos que mandó hacer

Maximiliano de Habsburgo. Esta escultu-

ra después fue ubicada en la Plaza de la Santa Veracruz (¿recuerda usted el Hospital

Morelos que atendía a las damas de la caricia?) y hoy adorna una de las avenidas de

la colonia Morelos donde por cierto, le robaron la espada.

Ahí donde está el letrero del “Gran Circo Chino” estuvo una botica de la empren-

dedora familia Autrey, en lo que fuera parte del convento grande de San Francisco.

También podemos apreciar, aparte de la gente de clases sociales muy bien diferen-

ciadas, la Casa de los Azulejos, que fue reconstruida en 1735; hoy la podemos admi-

rar siendo el restaurante Sanborns, que luego clonó otros restaurantes.

Plaza de GuardiolaPlaza de Morelos

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tomó la luna por un instante demasiado largo, endulzó aquel bocado como

uando la mujer

burbuja y encargo.Y del sombrero germinó una ciudad que en el ombligo tenía otra luna. Y era la bruma sombra luminosa de una ninfa que abre sus piernas como mariposa.

Jermán Argueta, 2012.

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foja 44foja 44Jermán Argueta, 2012.

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