relatos delirantes de un viejo ermitaño que vivía a la orilla del mar

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1 Relatos delirantes de un viejo ermitaño (que vivía en una cueva a la orilla del mar) (Equinoccio de primavera) VALENTIN LOZOYA GAETE 2015, Santiago de Chile / [email protected]

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Novela chilena en torno a la vida demencial, y a la vez iluminada y sabia de un viejo ermitaño.

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Page 1: Relatos delirantes de un viejo ermitaño que vivía a la orilla del mar

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Relatos delirantes de un viejo ermitaño

(que vivía en una cueva a la orilla del mar)

(Equinoccio de primavera)

VALENTIN LOZOYA GAETE

2015, Santiago de Chile / [email protected]

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Dedicado:

A mis padres… y a todos aquellos espíritus libres que en soledad,

luchan porfiada y heroicamente contra la obstinada estupidez del

ser humano, siendo por ello, injustamente denostados, maldecidos

y perseguidos, por la complaciente y servil grey, que ciega y

cerrilmente sigue a aquellos que dan en llamarse a sí mismos: “los

justos y los buenos”.

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Agradecimientos:

A todos y a nadie.

“Un triste y solitario individuo con hambre de amor por la vida va.

Carga sobre sus espaldas una mochila repleta de sueños e

ilusiones. Sobre sus ojos, una venda oculta su inexorable destino.

Avanza confiado, tranquilo y sereno, aproximándose al borde de

un profundo e insondable abismo, que pacientemente espera el

paso fatal, para devolverlo de un zarpazo a la nada.

“Esto no es un libro, es un juego sin final…”

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Capítulo I

El rescate

Retiré la losa que ocultaba una cavidad oculta en la pared de su

pieza, y me alegré al ver que aún permanecían allí sus escritos.

Estos consistían en un grueso legajo de resecas y amarillentas

hojas, atadas solo por un grueso cordel, lo que no impidió que al

levantarlo se desprendieran algunas de ellas, las que luego de

planear caprichosamente se depositaran suavemente en el suelo.

Una, atrajo particularmente mi atención; estaba escrita en perfecta

letra caligráfica. Pude observar como la tinta había devenido en

violácea producto del paso del tiempo, lo que evocó en mí, un

pasado remoto lleno de encanto y esplendor. De épocas en que el

tiempo transcurría apaciblemente, tal como lo percibía cuando me

encontraba dentro de esa vieja edificación. Esta edificación que

asemejaba un castillo había permanecido abandonada por largos

años, al margen de la actividad y progreso de la ciudad. Como si se

resistiese a desaparecer, eso a pesar de los saqueos que la fueron

despojando de todo lo que hubo alguna vez en su interior, así como

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de la furia de los elementos, que la habían ido deteriorando de

manera implacable y persistente a través del tiempo.

Levanté la hoja del suelo, y leí lo que era una especie de

declaración introductoria:

“Tal vez fuera por pudor, pereza, falta de coraje, o todo ello junto,

no me había atrevido a expresar aquello que pugnaba por salir de

mi interior. Ese mundo subjetivo y personal, que se había ido

convirtiendo en algo tan desgarrado, confuso y contradictorio,

estimé necesario volcarlo en el papel, para acallar así de una vez

los demonios internos que me acechaban. Una vez escrito, tal vez

cobrase sentido para mí, como para quien lo quisiera leer…”

En ese momento, en la lejanía, se escucharon algunos disparos que

interrumpieron mi lectura. A continuación se escuchó el tableteo

sordo de una ametralladora, seguido por el coro lastimero de los

aullidos de los perros. Miré el reloj. Faltaban solo quince minutos

para que se iniciara el toque de queda; así que rápidamente guardé

los escritos en un saco que llevaba, así como otros libros viejos que

encontré allí (por fortuna cupo todo) y me dispuse a salir lo más

pronto de ese viejo castillo abandonado; que fuera el último refugio

de ese singular y solitario ser.

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Solo un rato antes, me había colado por una de las ventanas, la que

permanecía abierta y por la que ingresaba a grandes bocanadas el

intenso viento marino, azotando a veces, fuerte y ruidosamente los

postigos contra el marco. Me acerqué a ella para ver que nadie

pasara por la calle, luego dejé caer el saco por la ventana, y yo

mismo salte a través de ella. Y si bien no era mucha la altura, al

caer, por desgracia me doblé un tobillo. Fue tan intenso el dolor,

que se me llego a nublar la vista. Como pude, recogí el saco, y

apenas apoyándome en un pie recorrí la distancia que me separaba

del muro que daba a la calle. Oculto detrás de él, pude observar

con mayor amplitud el panorama. Sólo esperaba, que nadie me

hubiese visto salir de manera sospechosa de ese lugar. Me quedé

tranquilo al no ver a nadie en los alrededores; ni siquiera en la

terraza que daba acceso a la playa, algo inusual, en un día tan

soleado y primaveral como ése. Aun así, no podía descartar de

pronto que pasara por allí algún vehículo militar. (Aunque en esa

pequeña ciudad costera, fuese menos frecuente que en la capital).

De ser sorprendido, me metería de seguro en problemas. Me senté

en el suelo, para poder frotarme el tobillo esperando a que con eso

disminuyera el dolor, viendo como este lentamente comenzaba a

hincharse. Decidí esperar un rato todavía antes de salir, momento

que aproveche para encender un cigarrillo; lo que me hizo sentir

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más relajado y tranquilo. Ello daría ocasión para que viniesen a mí

mente los hechos ocurridos el día anterior, cuando en el

cementerio conociera a las únicas personas que tuvieron alguna

relación más cercana con ese solitario ser. Era un matrimonio de no

más de treinta años, gente humilde y sencilla (hijos de pescadores

como supe más tarde) y vecinos de larga data en el lugar. El era un

hombre bajo, fornido y moreno, rudo como los pescadores. Ella

menuda, de tez extremadamente pálida. Lucía ojerosa y se veía

afectada por lo ocurrido. Los dos de riguroso luto. Fuera de ellos, el

funcionario encargado del entierro, yo, y nadie más. Yo vestía como

era costumbre por aquella época “blue jeans” y una camisa de

cuadros algo colorida, lo que me tenía particularmente incómodo,

especialmente cuando la pareja me miraba de reojo. No

recordaba haberlos visto antes, ellos al parecer a mí tampoco (esto

de cuando viví en ese lugar con mis padres, unos años atrás).

El día anterior, no más saber de la muerte de Francisco, había

viajado de inmediato desde Santiago para llegar a tiempo a su

entierro. Lo sorpresivo del viaje inquietó a mis padres, pues

temieron me fuese a meter en algún lío, esto, debido a los hechos

alarmantes que ocurrían en el país a raíz del golpe militar.

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Pude notar que el matrimonio se sentía nervioso e incómodo con

mi presencia. Así que no más el funcionario echó las últimas

paladas de tierra sobre el ataúd, se retirarían de inmediato no

mostrando interés alguno por saber quién era. Tuve que correr tras

ellos para preguntarles cómo había muerto Francisco. En un primer

momento me evitaron (pero me pareció natural que no quisieran

hablar con un extraño). La mujer, al ver mi insistencia, se volvió

para preguntarme quién era. Perdón por no presentarme le dije,

soy Juan, un amigo de Francisco y de Iván Torres (un muchacho

muy conocido en el pueblo, además de compañero en la

Universidad). Al escuchar eso, modificó su actitud inicial, y me dijo:

-Sabe, ¿Por qué no pasa uno de estos días por nuestra casa? Allí

podremos conversar con mayor tranquilidad. Ahora estamos muy

cansados por lo ocurrido. ¿Le parece?

Luego agregó:

-Vivimos al lado de la iglesia, pregunte por la señora Marisol.

-Iré sin falta, le respondí.

En ese momento algo detrás de mí me sacó sorpresivamente de los

hechos ocurridos el día anterior. Por un instante, recorrieron como

escalofríos por mí espinazo. Me tranquilicé al ver que solo se

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trataba del húmedo jadear de un amistoso perro labrador a mis

espaldas.

Desde ese momento, el labrador no se apartaría más de mi lado,

eso a pesar, de los intentos por mostrarme indiferente con él.

En un momento que consideré oportuno salir, luego de mirar a

ambos costados de la calle, por si alguien viniera, me eché el saco

al hombro y me puse en camino, evitando cojear. Miré el reloj una

vez más. Faltaban solo un par de minutos para que se cumpliera el

plazo para el libre tránsito, así que debía apurarme. Más atrás el

labrador no se apartaba de mí lado, lo que por una extraña razón,

me hizo sentir más protegido y seguro; quizá fuese porque no

parecía lógico que alguien que fuese a cometer algo ilícito (como

ingresar a una casa) llevase un perro. Y tal vez fue ello, lo que

disuadió a los soldados de detenerme y revisarme, cuando más

adelante me crucé con una patrulla militar.

Al llegar a la plaza del pueblo, quede absolutamente asombrado al

ver cómo esta se encontraba completamente vacía, lo mismo que

su calle principal. Algo impensable en un día normal a esa hora de

la tarde.

Iba por el medio de la calle (tal como se exigía en los bandos

militares) con una vaga sensación de irrealidad, como soñando. De

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repente, pegado a los vidrios de alguna ventana, el rostro curioso

de alguien me miraba pasar. Imaginé estar en un pueblo fantasma

asolado por la peste, tal como recordé, se describía en una novela

donde los pocos sobrevivientes se encerraban en sus casas para

no contagiarse.

Ya por fin de vuelta en casa (la de los padres de Iván y donde me

alojé aquella vez), ya más tranquilo, se me hizo evidente lo

temerario de mi obrar. Cuando la madre de Iván me preguntó por lo

del pie, le conté que la puerta de entrada del castillo estaba con

candado, por lo que tuve que entrar y salir por una ventana. El

candado lo deben haber colocado los militares, dijo ella. Déjame

ver ese pie. Luego de observar un momento el tobillo me

diagnosticó una abertura de carne. Te voy a preparar una salmuera,

eso lo va a deshinchar.

Ya recostado sobre la cama y con el pie en esa tibia y agradable

preparación salina, tenía como sentimientos encontrados. Por una

parte estaba satisfecho de haber rescatado sus escritos, pero a la

vez triste, ya que no habría otra ocasión como para compartir con

ese viejo amigo.

Me pareció curioso que Francisco en tan poco tiempo, pasara de

ser el temible sujeto de mi infancia, al entrañable amigo que

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llegaría a ser más tarde; convirtiéndose a no dudar, en la persona

más importante de mi vida, fuera de mis padres. Por cierto, fue el

quién trajera mis primeras dudas, a ese mundo pletórico de

certezas que vivía en mi juventud. Dudas, que aumentarían con el

paso de los años, pasando así de tener una fe ciega en ciertos

ideales, a una visión cada vez más escéptica y desilusionada de la

vida, como de la gente y el mundo en general.

Las extrañas y misteriosas circunstancias que rodearon la muerte

de Francisco, me permitieron desarrollar una nueva faceta en mí: la

del investigador. Y la que se inició con la visita al matrimonio que

conocí en el cementerio, para luego y de regreso ya en Santiago,

continuar con una acuciosa y detallada investigación de sus

escritos. Tenía la certeza de que la muerte de Francisco estaba

relacionada con el golpe de estado ocurrido días atrás, y si bien en

ese momento no sabía de nadie (al menos conocido) que hubiese

muerto por tal razón, existían numerosos rumores de gente muerta

en enfrentamientos y fusilamientos. Todavía a mi nada de eso me

constaba, salvo lo visto en el palacio de la Moneda a través de la

televisión.

Por lo tanto el ermitaño, al menos para mí, era la primera persona

conocida muerta en extrañas circunstancias.

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¿De qué modo esta se relacionaba con los hechos ocurridos en el

país?

Todavía para mí era un misterio, pues me resultaba inverosímil que

estuviera involucrado en política, ya que me constaba que le era

completamente indiferente. Pero la coincidencia con el

levantamiento militar, lo vinculaba inevitablemente. Fue así como

esclarecer lo ocurrido, se convirtió a partir de ese momento en un

imperativo moral para mí; pues de no ser yo, nadie más estaba en

condiciones de investigar lo ocurrido.

Cuando me despedí de los padres de Iván esa vez, me urgieron

para que convenciera a Iván de que volviese lo más pronto de

Santiago, y no se fuese a meter en algún lío.

Tú sabes lo imprudente que es. Aconséjalo tú. A ti te hace más

caso.

El labrador finalmente se quedó en casa de los padres de Iván. Le

pusimos de nombre “Amigo”. Ya que de algún modo, un amigo me

había acompañado de vuelta a casa aquella vez.

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Capítulo II

Juan

Juan parecía poseer como el don de la invisibilidad, pues tenía la

particularidad de pasar desapercibido fácilmente dentro de un

grupo; era como si no hubiese rasgo alguno que atrajese alguna

mirada. Cosa que le agradaba, pues era algo tímido, y eso le

evitaba ser objeto de mucha atención por parte de los demás. Sin

embargo, cuando se le conocía más de cerca, emergían de su

personalidad rasgos claramente inconfundibles: una desbordante

imaginación, que lo tenía viviendo casi todo el tiempo en las nubes,

al punto de hacerle perder a ratos todo contacto con la realidad; y

lo que le ocasionaría problemas más de alguna vez, incluso al

punto de colocarlo al borde del accidente. A ello añadía una

inagotable curiosidad, como una impenitente necesidad por estar

criticando y cuestionándolo todo.

Juan vivió su infancia, como buena parte de su juventud, por allá

por los años cincuenta y sesenta, en un polvoriento y humilde

barrio del sector poniente de Santiago. Barrio donde era posible

todavía encontrar gente de la más diversa procedencia y condición

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social, en tan solo unas pocas cuadras: gente muy pobre, obreros

de fábrica, empleados, pequeños empresarios, dueños de negocios

(muchos de ellos emigrantes venidos de España, Italia o algún otro

país). Habiendo excepcionalmente por aquí o por allá alguna que

otra casa de personas más ricas y acomodadas. Por eso no era

extraño ver junto a casas de gente de buen pasar, otras casas de la

clase media y ranchos de gente muy pobre todos juntos, así como

también cites y conventillos.

La familia de Juan, no siendo pobre, su vida era tan austera y

sencilla, que visto al día de hoy, esta no distaba mucho de la

pobreza. Sin embargo ello no significó menoscabo en la vida de

Juan, pues su realidad no era diferente, de la que le tocaba vivir a la

mayoría de los niños de su barrio; incluso se podría decir era mejor

que la de muchos otros.

De ese tiempo Juan conservaría en su memoria de manera

inconexa, una serie de hechos y momentos fugaces que a veces

reaparecerían en su vida más tarde; algunos, exhalando cierto aire

de nostalgia, así como otros, algo de angustia y dolor, tales

como:

El canto “en crescendo” de los pájaros, del frente de la casa, al

amanecer.

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Las sirenas de las fábricas llamando a los obreros al inicio de la

jornada laboral.

El vecino girando insistentemente la manivela para arrancar el

motor de su camión, que parecía resistirse a partir.

El wurlitzer del bar del frente de su casa, donde escuchaba

canciones de Estela Raval, Nat King Cole y la orquesta de Pérez

Prado, esto en calurosas tardes de verano, mientras tomaba el

fresco junto a su abuela en la puerta de la calle.

Las casas aún sin rejas y las puertas abiertas casi todo el día.

La gente que pasaba por las tardes pidiendo pan duro, y mi madre

que siempre les daba algo más.

Los perros huyendo despavoridos cuando pasaba la perrera,

intentándolos atrapar con un lazo.

Los canutos cantando con sus guitarras y mandolinas los domingos

al atardecer.

El primer año que fui a la escuela (una de curas y monjas), allá por

los seis años, donde nos enseñaban a temer a Dios, al diablo y el

infierno, y también a odiar a los judíos por haber instigado la

muerte de Cristo.

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La temible hermana Clara a quien le tenía pavor, pues me tiraba de

las patillas y nos obligaba a estar arrodillados en la misa (no logro

recordar todavía el motivo de tales castigos).

Mauricio, un bravucón del curso que gustaba de darnos cachetadas,

coscorrones y pegarnos con un elástico en la cara; y que fue lo que

motivó que no quisiera regresar por el colegio, el primer año.

Los sábados, cuando íbamos al cine de la plaza con mi padre, un

rotativo donde nos pasábamos la tarde entera viendo películas de

vaqueros, de romanos, o de terror, con las estrellas de ese

momento: Marlon Brando, Charlton Heston, John Wayne y Vicent

Price.

Por la semana yendo a galería, cuando no había mucha plata.

Los tangos de argentino Ledesma y los rock de Bill Halley que

tocaban en los intermedios, y ese fuerte olor a orínes y trementina

que había en los baños.

Los chiflidos y él estruendo que se armaba, cuando se cortaba la

película.

Mi madre, en la máquina de coser Singer, zurciendo y parchando la

ropa, así como tejiendo bufandas, chombas, y gorros de lana para

el invierno.

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Mi padre en el patio, regando o escribiendo en la máquina de

escribir.

La artesa, las escobillas para fregar la ropa, el agua cuba y el jabón

gringo.

Los niños a pata pelada, desnutridos y sucios que vivían debajo del

rio Mapocho.

La media suela o la suela entera.

Las pelotas de trapo que se envolvían en las medias usadas de la

mamá.

La vez que fui con mi madre a “La San Gregorio”, donde le tocaba

preparar las ollas comunes para los pobladores.

Los varillazos que nos daban en la escuela los profesores para

formarnos, nos quedásemos quietos, y cantáramos la canción

nacional los días lunes.

La leche caliente con grumos en jarros de aluminio, y las lentejas y

garbanzos duros y con algunas piedras que les daban a los niños

pobres en la escuela.

Los días de invierno leyendo Corazón de “Edmundo De Amicis”

cuando estaba en cama resfriado.

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La vez que vi a un niño atropellado por un microbús, y conocí por

primera vez el horror, el olor a sangre, y también creo por primera

vez reflexioné acerca del sinsentido de la vida.

Los pupitres del colegio, esos con un agujero circular en una

esquina para colocar el tintero y una ranura arriba para colocar el

lápiz y la goma.

Las calles de tierra regadas de estiércol de caballos, donde alguna

vez encontré una herradura, de esas que se colgaban detrás de la

puerta para la suerte.

Esas polvorientas calles de tierra donde jugábamos pichangas

eternas, las que se extendían hasta el anochecer, apenas

iluminadas por las amarillentas y mortecinas ampolletas del débil

alumbrado de la época.

Esas mismas calles que se convertían en barriales para el invierno.

Esa vieja radio RCA a tubos (esa del perrito y la vitrola) la que

había que esperar a que los filamentos estuvieran encendidos para

escuchar las noticias a la hora de almuerzo, con mis padres.

Las noticias de los desastres ocurridos por el terremoto de Valdivia

y el desborde del Riñihue.

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Los partidos del mundial del 62, el ballet azul y los clásicos

universitarios.

Los crímenes del chacal del Nahueltoro y el día que lo fusilaron.

Las amenazas de guerra nuclear, por la crisis de los misiles en

Cuba.

El asesinato de John Kennedy.

La cumbia “la pollera amarilla”, y las de la Wawancó y la Sonora

Palacios.

Los boleros de Tito Rodríguez y Lucho Barrios.

Las piezas todavía con piso de tierra, en las casas de algunos

amigos.

Los patios con gallineros.

La chancaca para las sopaipillas pasadas, la chuchoca para las

papas con chuchoca, y el ají color para la sopa de pan y cebolla.

El octavo de aceite y los cinco litros de parafina que se vendían en

tambores.

El azúcar negra o blanca, a granel y envuelta en papel.

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Las bolitas de piedra y las “ojito de gato”; los trompos cucarros y el

volantín chupete.

Los petardos, las viejas y las estrellitas; las piedras japonesas y las

pulguitas.

El dulce de alcayota y camote que hacía mi madre.

Las noches de verano cardando en el patio la lana de los

colchones.

La revista Okey, el LLanero Solitario y Tarzán las que

cambiábamos en un local cerca de la plaza.

Radio Tanda, el Doctor Mortis y la Tercera Oreja.

Las micros, liebres y buses Mitsubishi de la ETCE, así como las

innumerables veces que nos íbamos colgando de la micro por la

mañana al colegio.

Los pozos sépticos, los que había que destapar y limpiar, cuando

se rebalsaban.

El brasero de carbón en el invierno y el maricón para que tirara.

El berlín, la milhojas, y esas bolitas grasientas que vendían a la

salida del colegio en un carrito blanco.

Los Beatles y los Rolling Stones.

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Los blue jeans pata elefante, las camisas a lo Joe Cocker y los

pitos de marihuana en la plaza.

La ópera rock Jesucristo Superstar, Woodstock, Jimmy Hendrix, los

Blops y los Jaivas.

Y así una lista sin fin de momentos, que forman parte de un pasado

irremediablemente, extinguido y olvidado.

La madre de Juan lo llevaría con cierta frecuencia a la iglesia,

intentando acercarlo a Cristo y a Dios. Sin embargo ese lugar no fue

para él, nunca de su agrado, pues percibía algo oscuro y tenebroso

en el. Esos sangrientos cristos crucificados en medio de

penumbras; esa marmórea frialdad y ese silencio casi sepulcral; así

como ese olor a encierro y velas derretidas le evocaban más bien

algo lúgubre y siniestro, que el cielo que su madre le quería

mostrar. En cambio a ella, le abría las puertas a un mundo, tan

puro, trascendente y maravilloso, como lejano y distante era de lo

que parecía ocurrir en la vida miserable sobre esta tierra. Tal piedad

delirante y hasta algo obsesiva, la llevaría a sostener ideas tan

extrañas y curiosas, como por ejemplo: que al igual que las “tres

marías”, en la vida de Cristo existían “tres juanes”: el evangelista, el

Bautista y el de las revelaciones. Decía que mientras Juan Bautista

lo anunció; otro discípulo lo acompañaría en su prédica evangélica y

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finalmente otro le permitiría despedirse de los hombres,

exactamente al final de la Biblia: (-Apocalipsis 22:16).

Es por eso cuando se le reveló, a través de un sueño, que ese hijo

vendría al mundo bajo un designio muy especial, no tuvo dudas de

cuál debía ser su nombre. Tal designio para ella se confirmó cuando

pudo constatar una peculiar marca en el cuerpo del niño al nacer, la

que fue sin duda para ella una señal. Desde ese momento ese hijo

se volvió muy importante y especial en su vida, consintiéndolo en

demasía, lo que haría de Juan con el tiempo un niño excesivamente

conflictivo y rebelde, especialmente en el periodo de su

adolescencia y juventud.

Ahora cumplido los cuarenta años, Juan se encontraba frente a la

pantalla del computador, poseído por la escritura automática,

siéndole imposible detener y contener el flujo de ideas y alucinantes

imágenes que venían a su mente, y que se enlazaban en una larga

cadena de asociaciones que por momentos rozaban con una

epifanía.

Lo idea crucial era la guerra.

En un momento vino a su mente la frase de ese viejo filósofo

Heráclito:

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«La guerra es la madre de todas las cosas»

Esa guerra que siglos más tarde Hegel estimara necesaria dentro

del dialéctico devenir.

Juan la asoció al fuego, al igual que Heráclito, por la destrucción y

negrura que dejaba a su paso, asemejándola al infierno. Vio ese

fuego voraz e inextinguible extenderse por diversos lugares del

mundo, convirtiendo en cenizas los hogares, las gentes, las vidas,

los sueños y esperanzas por los pueblos que pasaba. Vio

angustiado las macabras y espantosas escenas llevando al

paroxismo el sufrimiento y la maldad de los seres humanos.

Comprendió porque el Baghavad Gita, ese libro sagrado indio,

trataba de la guerra y con ello vinieron a su mente algunas palabras

del diálogo entre Indra y Arjuna, cuando ambos se encontraban en

el campo de batalla. Al parecer, la guerra era inevitable, incluso

conveniente, necesaria y deseable, esto sin importar que en ambos

bandos estuviesen aquellos mismos que hasta hace poco, eran

amigos y hermanos.

Si algo pareciera distinguir al ser humano, esa es la guerra. Que

inútiles y pueriles le parecieron aquellos “mea culpa” y “nunca más”

que hacen los hombres sobre los escombros de ciudades

devastadas por las bombas, o las dolidas y arrepentidas víctimas

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en medio de las ruinas, llorando amargamente la muerte de amigos

y hermanos; pues pronto vendrían otras generaciones llamadas por

Dios, o de manera romántica por la Historia, a solucionar del mismo

modo, violento, estúpido y brutal, idénticos problemas que por

miles de años han permanecido sin encontrar una solución,

repitiendo una y otra vez más, los mismos errores de las

generaciones que los precedieron.

¿Es qué acaso hay algo más romántico que la guerra?, recordó

escucharle decir alguna vez por ahí a un joven idealista que solía

escribir en las murallas grafitis con la frase “amor y guerra”.

A Juan la guerra en cambio le parecía la menos romántica de las

cosas y solo demostraba la evidente brutalidad y bestialidad que

aún rige el comportamiento humano. Y la verdad es que aún

seguimos siendo solo animales (solo más sofisticados) capaces, de

las peores atrocidades; pero que engañosamente buscamos

disfrazar de idealismo, heroísmo y bondad; teniendo siempre a

mano, alguna justificación para hacer la guerra.

Que es preferible morir con honor que vivir sin gloria.

Que la lucha da lo que la ley niega.

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Que defender la nación es el deber de todo buen soldado que ama

a Dios y a su Patria.

Que la guerra santa contra el infiel está justificada por Dios.

Que la guerra es el medio que permite liberarnos de la explotación y

esclavitud económica.

Y otras son más sintéticas y lacónicas, pero no por ello menos

arrogantes y soberbias como la guerra misma:

Patria o muerte, venceremos.

Viva la muerte.

Algunas incluso se muestran como soluciones definitivas:

Esta es la madre de las batallas, aquella que acabará para

siempre con todas las guerras.

¿Es que es posible acabar una guerra, con otra guerra?

¿Y será verdad que esta haya solucionado alguna vez un problema

en el mundo?

Su conclusión fue pesimista: la paz era imposible, y menos para

una humanidad como la nuestra, por lo que solo nos restaba

agradecer los momentos de paz que nos tocase vivir en la tierra. Tal

lucha parecía así solo variar en intensidad, siendo a veces más

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franca y directa, y otras, más soterrada, oculta y sutil. El mundo se

me reveló tan solo como un gran escenario para la guerra. Y es que

no era casualidad que tierra rimara con guerra, siendo este último

un nombre tal vez más adecuado para este planeta. Si hasta los

momentos de paz, es una preparación para la guerra, ya que es

solo la ocasión para preparar ejércitos y armas; de tal modo que

cuando esta ocurra, esta pueda ser hecha de la manera más

eficiente, eficaz y letal posible.

“Si vos pacem, para bellum” (“Si quieres paz, prepárate para la

guerra”).

Pero a pesar de todas las evidencias a favor de la guerra Juan no

se desanimó, y siguió en la pretensiosa y peregrina búsqueda de

alguna solución, la que trajese, por fin algún día la paz perpetua a

la tierra, como alguna vez lo soñó Kant.

¿Es que es posible modificar acaso el comportamiento de millones

de seres, que demuestran lo fácil y sencillo que es manejarlos

como rebaños sin conciencia alguna a la guerra? Es como si en

ellos estuviese grabada genéticamente esa atávica necesidad de

violencia.

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¿Sería posible modificar el curso de esa poderosa fuerza que nos

hace permanecer en los estadios más primitivos y bárbaros de la

humanidad?

¿Sería posible que un día el hombre llegase a transitar por el

búdico camino del medio? Ese que pretende armonizar los

contrarios, trayendo la paz y el equilibrio al mundo.

Estaba tan sumergido Juan en tales cavilaciones, que perdió toda

conciencia del tiempo, lo que le impidió percatarse del momento en

que su cuarto se sumergió en las penumbras, quedando totalmente

a oscuras. Restaban solo pocas horas de ese frío, húmedo y gris

día de julio, cuando se levantó de su escritorio para encender la luz

de su pieza. Fue en ese preciso instante que sorpresivamente se

vio envuelto en un estado de extrema lucidez. Por un momento,

todo fue claro y luminoso, revelándose claramente la respuesta que

andaba buscando. Fueron tan solo algunos segundos, nada más.

Luego tal visión nítida prístina y clara, se fue desvaneciendo hasta

desaparecer por completo; regresando a su estado de confusión

inicial. Solo retuvo de esa experiencia, reminiscencias y

sensaciones algo difusas. Al parecer, todo había sido una ilusión, y

aunque luego intentó recordar aquello que había comprendido en

ese estado de quimérica lucidez, todo fue inútil.

Page 28: Relatos delirantes de un viejo ermitaño que vivía a la orilla del mar

28

Los días siguientes, Juan intentó en reiterada ocasiones dar con tal

idea, pues un aura iluminada, lo acompañaba; y tenía la sensación

que en cualquier momento, algo se le podría revelar. De ocurrir

tomaría notas. Y si bien por instantes parecía como si ello fuese a

ocurrir, terminaba por escapársele justo siempre en el momento que

parecía tenerlo más cerca; de manera similar a como se esfuman

los sueños cuando nos despertamos por la mañana. En algún

momento le pareció que era algo relacionado con algo que escuchó

o leyó en alguna parte, pero no supo exactamente dónde. Con el

paso de los días el aura que lo acompañaba se fue disipando, así

como también la inquietud por desentrañar lo que se le había

revelado.

Un día, se encontró casualmente con Alex en la calle, un amigo de

juventud, y que no veía hacía muchísimo tiempo. Enseguida le

contó de su experiencia. Alex se rió de buena gana, de las ridículas

y pretensiosas ideas de Juan.

A tu edad y todavía con tales ideas, baja de las nubes Juan por

favor, le dijo.

Alex era más escéptico, realista y terrenal que Juan, para él la

guerra le parecía algo normal en el ser humano. Daba la impresión

incluso, que le agradase fuese así.

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No digas tonterías. Es lo más ridículo que haya escuchado. Tú

sabes muy bien que los ejércitos y las armas son los que permiten

la paz y el orden en el mundo. Da lo mismo quién gobierne: si los

capitalistas, comunistas, o fascistas. Todos necesitan de las armas

y de la fuerza para poder gobernar. ¿De qué otro modo pretendes

controlar a la gente?

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30

Capítulo III

El Ermitaño

Aún conservo nítidamente en mi memoria los años de mi niñez,

cuando con mis padres nos radicáramos en una pequeña ciudad

costera del sur del país. Cruz de Bilbao por esa época, no debe

haber excedido los cinco mil habitantes, lo cual le permitía a su

gente todavía llevar una vida extremadamente sencilla, apacible,

amable y cordial; viviendo la mayor parte de de ellos, de los frutos

de la tierra y el mar.

La tranquilidad de esa localidad, solo se interrumpía por los

veranos, cuando cientos de veraneantes cargando bultos y maletas,

arribaban a la pequeña estación del pueblo; para luego

desperdigarse en las numerosas residenciales y hoteles del lugar,

originando una inusitada, aunque breve vida al pueblo; la que se

hacía notar durante el día, con una multitud de gente en las playas y

el río, y por las noches, por el bullicio y la música que llegaba de los

salas de baile y quintas de recreo.

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La principal vía de acceso, era un frágil tren de madera que iniciaba

su lenta y cancina marcha, desde una calurosa ciudad del interior

del país, en dirección al más ventoso y fresco litoral; deteniéndose

sin apuro en cada pequeña estación de la ruta, lo que daba ocasión

a los lugareños ofrecer sus productos, voceando: el pan amasado,

los quesos y las humitas a los viajeros. En una parte donde el tren

ascendía la gastada cordillera de la costa, era posible observar

desde la altura el sereno, ancho y profundo río que corría a la par

en dirección al mar. Próximos ya a nuestro destino, el tren cruzaba

el puente sobre el río, permitiendo obtener una única y espectacular

panorámica de su desembocadura en el mar. Nada en mi niñez

recuerdo con más emoción, que ese corto trayecto en tren. Un rato

después bajábamos en la estación de esa solitaria y pequeña

ciudad, la cual se encontraba aislada por sus cuatro costados; por

un lado por el mar, y por los otros por el rio y los cerros cubiertos de

pinos y eucaliptos. No recuerdo otra época, en que me haya sentido

más en paz, tranquilo y sereno, que cuándo por un periodo breve de

tiempo viví en ese lugar. Como añoro la soledad infinita de esas

playas, los fríos y húmedos inviernos, así como ese olor a bosque y

a mar que lo impregnaba todo. La ciudad no era más extensa que

su calle principal (la que no excedía con mucho las doce cuadras).

Esta se iniciaba cerca de la estación, para dar por el otro extremo

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32

con el mar. Allí, se conectaba con la ruta serpenteante de la costa,

la que iba bordeando una serie de inmensas y agrestes playas de

arena gris-oscura, castigadas incesantemente por una enormes y

violentas olas, que atronadoramente rompían en la playa, para

llegar a nuestros pies con su fría y espumosa agua, dejando a

nuestro paso algo de la secreta vida del mar como: algas, conchas,

y a veces hasta algún pez o estrella de mar. Todo ello siempre bajo

una fuerte e intensa brisa marina, que nos obligaba a fruncir el

seño, para que la arena no se nos metiera por los ojos,

golpeándonos el rostro como una suave metralla. Y lo cual,

mostraba la enorme magnitud de la fuerza erosiva de la naturaleza

en ese lugar, que quizás por cuánto tiempo había ido socavando los

cerros forjando enormes acantilados y megalíticas esculturas de

piedra a su orilla. Y si bien el mar, particularmente turbulento y de

aguas en extremo gélidas, no parecían muy recomendables para el

baño, era emocionante pasear por sus orillas sintiendo la particular

fuerza, olor y bravura del océano en ese lugar. Cerca de la primera

playa y contra unos cerros boscosos se alzaba una edificación que

todos conocían como el castillo. Esta imitaba esos típicos castillos,

que aparecen en los libros de cuentos; y si bien, no era excesivo

su tamaño, la torre, la convertía en la edificación más alta del lugar.

Según recuerdo por aquel tiempo, a pesar de encontrarse ya por

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33

años en el más absoluto abandono, sus ventanas y puertas aún

permanecían herméticamente cerradas. No lejos de allí, como a un

par de kilómetros, siguiendo la ruta de la costa, y donde el camino

dejaba de estar pavimentado, para ascender tan solo como una

huella de tierra sobre los cerros, se encontraba una especie de

atalaya o mirador (donde era posible obtener una amplia y

formidable vista del mar). A muy poca distancia allí, se situaba la

cueva del ermitaño.

Este personaje, cuya vida había permanecido en el más absoluto

misterio, daría ocasión para que se inventasen las más diversas y

asombrosas historias acerca de su persona. La mayor parte

fantasías producto solo de nuestra pródiga imaginación de niños,

así como del temor reverencial que le guardábamos, siendo motivo

suficiente para que nunca nos atreviésemos a aproximarnos, a ese

lugar, al menos solos, por el miedo a encontrarnos con tal

intimidante y pavoroso ser.

Algunas de las cosas que se contaban, por aquella época: era que

había sido el único sobreviviente de un naufragio ocurrido algunos

años atrás. Otros decían, que era el mismo demonio, por no

conocérsele familia alguna.

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34

La historia que más recuerdo, era aquella que se contaba, de cierto

parroquiano, aficionado más de la cuenta al vino, y que una noche

de verano se durmiera ebrio en la playa. Cuando este se despertó,

esto cerca de la medianoche, vio con estupor y asombro, como el

castillo se encontraba completamente iluminado y engalanado para

una gran fiesta; mientras afuera permanecían estacionados gran

cantidad de lujosos automóviles (modelos antiguos, como de los

años treinta y cuarenta). Pero lo que más lo desconcertó fue ver

bajar de un coche descapotable, muy elegantemente vestido, de

capa, bastón y sombrero, nada menos que al ermitaño. Fue tal la

impresión, que corrió como un bólido al pueblo a avisarles a sus

amigos. Más tarde, cuando estuvo de regreso con los pocos que le

creyeron, quedó absolutamente perplejo al comprobar que todo

aquello se había esfumado. Fueron tantas las burlas que recibió a

raíz de ello, que juró nunca más volver a beber. Y cuando le

preguntan por lo ocurrido aquella noche; jura por Dios y todos los

santos, que lo visto aquella es la pura y santa verdad.

Lo cierto de todo esto, es que el ermitaño habitaba en una gruta en

ese lugar, alimentándose de lo que recogía en la playa, o bien le

daba la gente, en especial los pescadores.

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35

A veces, cuando por las tardes, se oía ladrar los perros, me lanzaba

a la puerta de la calle, al igual que los demás niños, porque era

probable que estuviese pasando por allí el ermitaño. Y si bien lo

temía, nunca llego al extremo de verlo como a un monstruo,

demonio, o cosa parecida; sino solo como a un loco. Lo cual no

dejaba de ser inquietante para mí; pues suponía era lo que le

sucedía a las personas que se habían apartado del camino del

camino del bien. Por lo tanto, al menos para mí, el ermitaño no

dejaba de ser una persona más, solo que distinta; eso a diferencia

de otros niños, que en medio del frenesí colectivo, no se limitaban

solo a gritarle e insultarlo, sino a lanzarle también con lo primero

que tenían a mano, cuando este pasaba. En una ocasión, una

piedra arrojada impactó directamente en su cabeza, originándole

una herida cortante que cubriría parcialmente su rostro de sangre.

Ese hecho produjo una honda impresión en mí, pues era la primera

vez que me tocaba ver una agresión de ese tipo. No sé, si fue ese

hecho, pero desde ese momento nada me pareció más repugnante

que la violencia. Esa vez también vi con asombro, como algunos

niños festejaban tal barbaridad, como si se tratase de una hazaña;

ello añadiría a lo anterior un profundo rechazo y recelo por las

multitudes. El ermitaño si bien resintió el proyectil lanzado aquella

vez; ni esa, ni otra vez que recuerde, se volvería para reprender a

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quienes lo agredían. Parecía estar en otro mundo, absorto en sus

pensamientos y con escasa conciencia de lo que ocurría a su

alrededor.

De modo extraño perros y niños, guardan cierta semejanza para mí,

pues ambos, siendo aparentemente tan inocentes, tiernos,

muestran una faceta de particular violencia y brutalidad, cuando se

encuentran inmersos dentro del grupo, dentro de la manada.

-¿Vive aquí la señora Gloria?, -pregunté a un señor que leía el

diario frente a la puerta de su casa.

-No es al otro lado de la iglesia, me dijo.

Luego de tocar a la puerta y esperar un momento, me recibió la

mujer del otro día. En un primer instante no me reconoció. Le tuve

que recordar que nos conocíamos del cementerio. Cuando se

acordó; me pidió disculpas y me invitó a pasar cordialmente.

- ¿Cómo dijo se llamaba? – me preguntó

-Juan, -le respondí

-¿Juan, -le sirvo té?

-Gracias, si no es molestia, -le contesté.

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37

La casa era pequeña, pero acogedora. Tomé asiento en una

especie de jardincillo interno, el que estaba gratamente perfumado y

adornado por bellas flores, entre las cuales distinguí algunas

orquídeas y cardenales en maceteros que colgaban de la pared y

hechos de ollas viejas.

-Esta casita nos la regaló Francisco, -fue lo primero que me dijo.

-¿Ah sí?

-Así es, Don Francisco tuvo tiempos mejores, -agregó.

Me resultó extraña la forma tan deferente y formal que le prodigaba

al ermitaño; pues siempre me pareció una persona austera, simple

y sencilla, ajena a todo convencionalismo burgués.

-¿Y qué hacía antes?, -le pregunte.

Era algo así como un constructor creo. ¿Creo que era ingeniero?

pero no estoy muy segura.

-¡Ah! ¿Sí?

-Al menos así le escuché decir a mi tía alguna vez. Ella lo conocía

de antes. Desgraciadamente falleció hace dos años. Y lo que nos

dijo: es que no era de su agrado de que hablaran de su vida

privada: para evitar los pelambres de la gente. Así que por respeto,

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nunca nos habló mucho de su vida personal. Lo que nos dijo por

cierto, es que había sido una persona generosa y buena, siendo él

quién nos ayudaría después que murieran nuestros padres, a causa

del maremoto.

-¿Sus padres murieron en el maremoto?

Así es, pero no solo ellos. Muchos murieron esa vez a causa del

maremoto. La mayor parte pescadores. Como sabe, son los que

están siempre más cerca del mar.

-No sé si esta pregunta le resulte molesta, ¿Pero sabe de qué

murió él?

-Tampoco lo sabemos, pues fueron los militares quienes lo

encontraron. A nosotros solo nos entregaron el cajón cerrado, con

la prohibición absoluta de abrirlo, lo cual nos pareció extraño. Pero

viendo como están las cosas, es mejor obedecer ¿no le parece?

-Ciertamente muy extraño -le respondí.

-¿Pero estaba enfermo él?

-No más de lo habitual, aunque solía toser continuamente, esto a

consecuencia de la humedad y el frío al que se expuso tanto tiempo

en esa cueva. A nosotros nos extrañó que pasaran los días y no

viniese. Pero no nos preocupamos, pues había ocurrido antes. No

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venía en semanas, y de repente aparecía. Además como le dije, no

le agradaba mucho que le preguntaran por lo que hacía.

¿Y de que vivía?

Bueno nosotros, nos preocupamos de que nunca le faltase de

comer, así como también vistiera de manera más o menos digna.

Todo en gratitud por lo que hizo por nosotros en otro tiempo,

aunque siempre tuvimos la impresión de que alguien más lo

ayudaba; pero nunca nos habló de ello. La verdad es que no sé

mucho más.

-Señora Gloria, otra cosa, y perdone que le haga tantas preguntas.

-No hay problema, mientras se la pueda responder.

-¿Cómo él pudo el cambiar tanto este último tiempo? Porque no

hace mucho tiempo no hablaba con nadie y andaba por ahí, casi

como un demente.

-Si por supuesto, fue algo completamente inesperado para

nosotros. Lo que nos dijo la tía, fue que un día la sorprendió

pidiéndole cordones para sus zapatos. Al comienzo fueron solo

algunas palabras; luego con el tiempo, fue posible entablar una

conversación más normal con él, tal como usted lo pudo comprobar

recientemente. Por eso que es una verdadera lástima que muriese

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justo ahora, cuando parecía haber recuperado su mente y sentirse

mejor.

-¿Y desde cuánto lo conocen?

Nosotros de toda la vida, desde niños. La tía lo conocía de antes de

que nuestros padres murieran en el maremoto. Al parecer fue en

cierto tiempo una persona de importancia, por supuesto antes que

perdiese la razón.

De regreso en casa, tenía más dudas que respuestas, y solo pude

confirmar mi sospecha de que algo debió ocurrir con los militares;

sino ¿Con que objeto entregar el cajón cerrado?

Ello despertó en mí un particular desasosiego, pues de no ser yo,

nadie más podría develar lo sucedido con él. De momento

albergaba la esperanza de encontrar algo más en sus escritos. Fue

así como los últimos meses de ese año me aboqué a hacer una

investigación acuciosa y detallada en ellos en busca de alguna pista

que permitiera seguir la investigación. Al menos tiempo disponía,

pues las clases en la Universidad habían sido suspendidas hasta el

próximo año.

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El reencuentro

Fue la invitación de Iván, a pasar unos días de vacaciones en la

casa de sus padres en Cruz de Bilbao, lo que me permitió volver a

saber de él.

-¿Qué paso con el ermitaño, ese tipo loco que vivía en esa cueva?

-le pregunté un día a Iván.

Ha tenido una recuperación asombrosa, me dijo, ahora habla con

todo el mundo.

-¿De veras?

-¿Y se puede ir a conversar con él, a la cueva?

-No, ya no vive allí, vive en una de las piezas del castillo

abandonado. Y no es que hablé mucho, ya que por lo general es

poco comunicativo, así que imagino, lo será aun menos con quién

no conoce.

-Qué pena, hubiera sido interesante poder hablar con él para saber

algo más de su vida.

Unos días después de paseo por la playa con Iván, nos topamos

casualmente con él.

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-Mira ahí está, me dijo Iván en voz baja, tocándome con el codo las

costillas.

Se encontraba sobre unas rocas, pescando a la orilla del mar. No lo

hacía con una caña, sino con un simple hilo. Al comienzo no lo

reconocí. Parecía otra persona. Por de pronto se veía más bajo y

delgado de lo que me acordaba. Solo cuando se dio vuelta y vi

completamente su rostro, confirmé que se trataba de él. Por un

instante ese atávico temor que conservaba de mi niñez reapareció.

Pero duro poco, al encontrarme con un ser más digno de lástima,

que de otro tipo de sentimiento. De tez extremadamente pálida,

cabellos abundantes, y completamente blancos, daba la impresión

de albinismo. Las arrugas en su rostro lo mostraban más viejo de lo

que efectivamente era, y quizás, de no vestir ese oscuro y grueso

abrigo que llevaba siempre puesto, (hiciera o no buen tiempo),

hubiera dejado al descubierto un cuerpo aún más esmirriado y

escuálido. Una tos persistente evidenciaba algún tipo de problema

pulmonar. No solo sentí lástima, sino que muy pronto llegue a sentir

una enorme simpatía por él.

Iván se acercó a él, con la intención de iniciar algún tipo de

conversación.

-¿Ha tenido suerte con la pesca?, -le preguntó.

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Pareció no escuchar (o tal vez no querer escuchar).

Iván volvió a preguntarle, esta vez alzando un poco más la voz, por

si no lo hubiese escuchado. El ermitaño volviéndose hacia nosotros,

señaló con un gesto de su mano en dirección a una canasta en el

suelo, la que contenía algunos peces en su interior. Luego agregó:

Creo que es suficiente por hoy, no necesito más, y procedió a

recoger el hilo.

El haber respondido, hizo suponer a Iván, que le interesaría hablar

de pesca, así que se puso a hablarle del tema. El ermitaño

permaneció callado, asintiendo de vez en cuando con la cabeza, y

mostrando escaso interés en el tema. Me pareció por un momento,

que lo estábamos incomodando. Una vez que terminó de recoger

el hilo, y guardarlo junto con los peces en el canasto, se volvió hacia

nosotros, deteniéndose un momento, para observarnos. Me

percaté de lo penetrante y poderosa que era su mirada. Más que

una mirada, parecía como si escudriñase hondamente en el alma

de las personas. Nos preguntó qué hacíamos. Esta vez

anticipándome a Iván, le contesté que éramos estudiantes.

-De filosofía, -agregó Iván.

-Muy interesante, respondió el ermitaño, -ahora me voy a casa.

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¿Hay algún problema si lo acompañamos? -le pregunté

-No, -dijo moviendo su cabeza.

Si bien el ermitaño esa vez no se mostró muy locuaz, tampoco se

mostraría disgustado con nuestra charla, cuando lo acompañamos

de regreso al castillo.

La mayor parte del tiempo se limitó a escuchar, y solo nos dirigía la

palabra para hacernos alguna que otra pregunta, no exentas de

cierta fina ironía.

-¿Y para qué sirve la filosofía? fue una de las primeras cosas que

nos preguntó. Lo que nos dejo mirando uno al otro con Iván,

sorprendidos y sin saber que contestar.

-Bueno, la filosofía nos permite entender lo que es la vida, para así

vivir de mejor modo -le respondí, intentando darle la primera

respuesta que se me vino a la mente.

-¿Cómo es eso? preguntó.

Presumiendo saber del tema: inicié una larga perorata; donde entre

otras cosas, le dije: que el solo conocer del pensamiento de los

filósofos, nos permitía estar en contacto con su sabiduría; lo cual

era muy positivo para nuestras vidas, no tan solo como individuos,

sino también, y lo que me parecía más importante, como

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45

comunidad. De ese modo podemos elevar el nivel de desarrollo de

la humanidad, formando personas más solidarias, humanas, cultas,

bondadosas y civilizadas, entre otras cosas. Hice una larga

exposición, la cual fui matizando de vez en cuando con alguna cita

de un filósofo importante, que me parecía oportuna dentro del

contexto de la argumentación. El ermitaño escuchó con atención,

pero sin pronunciar palabra alguna hasta que hube finalizado.

En ese momento, y con cierta cara que reflejaba incredulidad me

preguntó:

-¿Y tú crees que existan muchas personas a quienes les interesa la

filosofía?

No supe que responder.

Luego prosiguió: -¿No será, que lo que estudian es de escaso valor

e interés para las personas?

Y continuó: -Por lo que yo veo, la gente vive lo suficientemente bien,

sin necesitar saber nada acerca de Sócrates y los demás filósofos

que has mencionado.

Para luego concluir con la siguiente afirmación:

-Parece que la mayoría de la gente vive de manera mucho más

simple y sencilla de lo que ustedes imaginan. Me atrevería a decir

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46

incluso que a la mayoría de las personas les importa a lo sumo,

dos o tres cosas en la vida: contar con los medios suficientes para

comprar las cosas que necesitan o desean para ellos y sus familias;

la segunda, diversión y entretenimiento y la última: que nunca les

llegue a faltar las dos anteriores. Ahora si bien por los sinsabores y

dificultades de la vida, como la enfermedad, la muerte, llegasen a

requerir de algo más, tienen suficiente con alguna religión.

Su respuesta me pareció necia y torpe. La vi como quien hace

defensa de su propia ignorancia. Incluso pensé, que tal vez lo

fuera. Pero finalmente no supe que responderle.

Una vez llegado al castillo, y previo a despedirnos, le pregunté si lo

podíamos visitar al día siguiente. Nos dijo que podíamos venir

cuando quisiéramos. Como pueden ver las puertas están siempre

abiertas aquí; pero no puedo asegurarles que me lleguen a

encontrar siempre. Creí haber escuchado algo semejante en otro

lugar. Pero al menos mañana los voy a estar esperando. Y si no

pueden venir mañana no importa, pueden venir cuando quieran.

Me pareció por la expresión de su cara, que estaba complacido de

que lo visitáramos.

Fue así como se iniciaría una serie de visitas, las cuales se

prolongarían por dos veranos consecutivos. Las conversaciones en

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esas visitas girarían en torno a los más diversos temas: filosofía,

psicología, religión, política, arte; así como también de nuestras

particulares experiencias en la vida. En un principio tuve la

impresión, que no sabía mucho de filosofía; al menos de la

filosofía, como se enseña en la Universidad, y que de tener alguna,

era una muy particular relacionada con sus propias experiencias de

vida. Luego me di cuenta que no era así, que disponía de tales

conocimientos, pero les daba muy poca importancia, incluso parecía

despreciarlos, al menos en sus aspectos meramente académicos e

intelectuales.

Al día siguiente, le llevamos algo para la once, y también una

botella de vino, ignorando que no bebía. Por lo que la terminamos

de beber entre Iván y yo.

La pieza que ocupaba en el castillo era de todas, la única que se

mostraba más habitable y limpia, lo demás mostraba un aspecto

desolador con restos de escombros y basura por todos lados.

El cuarto era amplísimo. Me sorprendió a la altura que estaba el

cielo; en algunas partes, en las cuales no se había desprendido

completamente el yeso, era posible todavía observar algunas

figuras de bellas formas simétricas. En el centro del techo

asomaban restos de cables, de lo que fuese, quizás, las luces de

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una gran araña de cristal. Era también era posible ver el diseño en

el empapelado en las paredes; la mayor parte arrancados, o

hinchados por la humedad, así como decolorados y sucios. Todo

ello mostraba sin duda un pasado de cierta gloria, prosperidad y

riqueza.

La habitación ahora apenas la alumbrada una lámpara de kerosene,

y una vela en una palmatoria sobre la mesa, pues no contaba ni con

luz, ni agua.

El castillo había permanecido deshabitado por largo tiempo rodeado

de un gran misterio acerca de lo que pasó con sus dueños. Los

primeros años, puertas y ventanas habían permanecido

herméticamente cerradas, casi selladas, (tal como se dejan las

casas de veraneo, para el resto del año). Luego y con el paso de los

años: las ventanas irían perdiendo paulatinamente los vidrios, y el

polvo y la basura se arremolinarían a su alrededor. La persistente

lluvia y la humedad habitual en ese lugar harían el resto,

deteriorando progresiva e implacablemente sus sólidos muros,

entregando finalmente una imagen de total ruindad y abandono.

Un día las puertas aparecieron forzadas. Desde ese momento el

saqueo se precipitó. Fue cosa de pocos días o semanas para que la

desvalijaran por completo. Quedaron solo aquellas cosas

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imposibles de remover, como el retrete y la tina de baño, las

cuales no se pudieron llevar solo por encontrarse empotradas al

piso.

Ahora Iván y yo nos encontrábamos junto a una especie de

salamandra, la cual Francisco alimentaba con piñas traídas, de

los bosques de pinos aledaños. Una tetera abollada,

completamente tiznada se encontraba a punto de hervir. A veces

una mariposa nocturna aleteaba cerca de las velas, proyectando

sus fantasmagóricas sombras en las paredes. Afuera el sonido del

romper de las olas, se oía cercano a través de las ventanas

desprovistas de vidrios. Un espejo sobre un mueble en una esquina

nos reflejaba a momentos, junto a él una palangana y una jofaina.

Un antiguo catre de perillas de bronce, una cocinilla, una mesa, un

viejo sillón (donde nos encontrábamos sentados con Iván) además

de otras pocas cosas completaban una escena sencilla y austera;

que tal vez por los efectos del vino, se me antojó enormemente

confortable, grata y bella.

Esa primera vez estuvimos conversando muy hasta tarde, tal como

se volvió habitual ese verano. Y si bien al ermitaño no estaba al

tanto, ni le interesaban mucho los hechos políticos que estaban

ocurriendo en el país en ese momento, se mostraba escéptico de

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las enormes expectativas que nos hacíamos Iván y yo, del gran

cambio social que casi de manera inminente, nos parecía estaba

por ocurrir en el país.

Mientras las personas no cambien, nada cambiará repetía en tono

desesperanzado.

En ese momento, si bien yo no militaba en ningún partido político,

mis preferencias siempre habían estado con la izquierda; Iván en

cambio participaba activamente en un movimiento importante en

esa época, como era el MIR.

Mis lecturas además de las políticas, en ese momento estaban

relacionadas con el existencialismo, por lo que era frecuente que

anduviera siempre trayendo por ahí algún libro de Sartre, o Camus,

o cualquiera otro de esa tendencia, la que por ese tiempo estaban

muy de moda.

Las ideas del ermitaño por supuesto eran muy diferentes a las mías,

y especialmente en un comienzo, no solo me parecieron

conservadoras, sino algo retrógradas, y fascistas incluso a

momentos, sobre todo cuando hablaba con mucho entusiasmo de

un par de filósofos, que yo asociaba a tales ideas como lo eran

Schopenhauer y Nietzsche.

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Esos filósofos, en ese momento eran para mí, estaban

absolutamente pasados de moda, pues no tenían ninguna relación

alguna con lo que ocurría en el mundo en ese momento,

especialmente en el país, como era la revolución y el socialismo.

Debo decir que para una parte importante de los jóvenes de la

vanguardia en esa época además del marxismo, solo parecía

aceptable el positivismo y la ciencia. Incluso hasta el

existencialismo, era visto con reticencia por algunos, pues parecía

dar excesiva importancia a lo individual y subjetivo, alejándose de lo

verdaderamente importante: lo social y colectivo. A algunos incluso

les sonaba como una filosofía propia de la burguesía privilegiada

del primer mundo. El resto de la filosofía para nosotros era inútil,

mero “pajeo mental”.

Una vez le hablé al ermitaño de Sartre, pues supuse fuese de su

interés. Le hablé de los consabidos tópicos del existencialismo: de

la angustia existencial, el sinsentido de la vida, del absurdo, y la

condena de tener constantemente que elegir, entre otros. El

escuchó atento como de costumbre y cuando terminé me dijo:

-Todo eso de lo que hablas, lo conozco, y no es otra cosa que la

consecuencia de lo dicho por Nietzsche acerca “del advenimiento

del nihilismo”.

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En ese momento desconocía el pensamiento de ese filósofo

alemán, salvo las manidas frases que todo el mundo repite. Pero

tampoco tenía interés alguno por conocerlo. Me bastaba con que

fuese catalogado dentro de la lista de los pensadores proscritos, de

acuerdo a la ortodoxia marxista, como para dejarlo de lado. Peor

todavía si se comentaba que había tenido alguna relación con el

nazismo.

-¿Y de qué otra cosa hablan los existencialistas me preguntó el

ermitaño? Cuando le mencione algo de Heidegger me sorprendió

diciéndome de inmediato:

A ese si lo conozco, ¿no es el nazi?

Luego me preguntó:

-¿Pero para ti son creíbles y valederas las opiniones de un nazi?

Algo contrariado, le dije que eso no era lo que importaba, sino lo

que planteaba filosóficamente.

-¿Pero cómo no va a ser importante? -agregó

-¿Es que acaso puedes confiar en alguien que piensa de una

manera y hace otra?

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53

No sabiendo porque estaba haciendo la defensa de un filósofo, el

cual no me era particularmente simpático además, le respondí con

algo de sorna:

-¿Y no fue acaso Nietzsche con su doctrina del superhombre el que

inspiró la ideología nazi?

Me miró sorprendido y respondió:

-Esa es una mentira, que se han encargado de difundir comunistas

y cristianos -me respondió molesto. Luego agregó:

-Por supuesto es natural que digan eso ellos, pues odian a todos

aquellos que pretendan liberar a las ovejas de su rebaño, las cuales

necesitan mantener en el engaño para aprovecharse de ellas.

Y continuó:

-Ya veo, que no sabes nada de Nietzsche, salvo los interesados y

prejuiciados comentarios que hacen sus adversarios y enemigos.

Te puedo decir con seguridad que nunca apoyo el nazismo, por el

contrario, fue uno de sus primeros detractores. Al menos debieras

saber que nunca propició ningún tipo de movimiento o ideología de

masas, como si lo hizo Marx y otros como Mussolini y Hitler. Léelo

seriamente y te darás cuenta de lo que te digo.

Page 54: Relatos delirantes de un viejo ermitaño que vivía a la orilla del mar

54

Por supuesto no lo iba a leer. Para mí era evidente que el ermitaño

se equivocaba, y no quería asumir aquello que todo el mundo

decía. Así que preferí, no contrariarlo. Era una persona mayor, por

lo que era difícil hacerle cambiar de opinión.

Pero a pesar de tales diferencias ocasionales, la mayor parte de las

veces coincidíamos y estábamos de acuerdo, siendo pocas las

veces que tuvimos diferencias tan insalvables.

Así y en la medida que se fueron sucediendo las visitas, fuimos

ganando su confianza, mostrándose cada vez más locuaz y

abierto, Sin duda nuestra compañía parecía hacerle bien. Un día

más animado que de costumbre, nos reveló parte de sus escritos, y

algunos libros viejos que mantenía ocultos en un lugar secreto,

leyéndonos de paso algunas de sus cosas.

Y si bien sus ideas a veces me resultaban absolutamente

sorprendentes, otras me resultaban enormemente chocantes. Nos

daba la impresión a ambos, como si estuviese muy molesto o

resentido con la gente; daba incluso la impresión a veces como si

hasta las odiara. Y esa fue la razón porque una vez Iván le

preguntó:

Page 55: Relatos delirantes de un viejo ermitaño que vivía a la orilla del mar

55

-¿Díganos por qué usted desprecia tanto a la gente común? ¿O es

que espera acaso que toda la gente sea igual de inteligente, como

usted se cree?

Sorprendido por la pregunta, hizo una pausa, respiró profundo y en

un tono más suave que el habitual nos dijo:

-Creo que me han entendido mal… Voy a explicárselos más

claramente:

Yo no soy un político. Ellos se preparan para engañar a la gente, y

servirse de ellas. Como podrán ver los políticos nunca encuentran

defecto alguno en la gente. Por el contrario las ensalzan y les

otorgan virtudes que no poseen, o bien las victimizan, y las adulan,

para poder aprovecharse de ellas. Yo en cambio no soy más que un

solitario. Como dijo alguien una vez: “soy solo una voz que predica

en el desierto”. Y de tener acaso alguna vana pretensión en la vida,

es mostrarles a los demás: cómo efectivamente son, y no como se

imaginan ser.

Dime -¿De qué manera las personas harían siquiera el más mínimo

esfuerzo por cambiar o mejorar algo en sus vidas, si se sienten

conformes y satisfechas consigo mismas, suponiendo siempre que

sus males y desventuras provienen de los demás, y no de ellos

mismos?

Page 56: Relatos delirantes de un viejo ermitaño que vivía a la orilla del mar

56

¿No es justamente esa gente satisfecha de sí misma la que ha

traído siempre los peores horrores y desastres al mundo? ¿O tú

crees que un Hitler, Stalin y todos los esos dictadores horrorosos

que han existido, podrían haber hecho las atrocidades que

cometieron, sino hubiesen contado con el apoyo cómplice de tal tipo

de personas? Claro después de lo ocurrido “los patas de cordero”

(término que habitualmente usaba para referirse despectivamente a

la masa; lo cual me disgustaba enormemente) les basta con apuntar

al dictador o el tirano haciéndolo responsable de sus crímenes,

lavándose miserablemente las manos y la conciencia de los hechos

de los que fueron directamente responsables. Cada alemán y ruso

que renunció a su conciencia individual, integrándose a la manada

bárbara y asesina, son los únicos responsables de los horrores y

crímenes que allí se cometieron. Debo decir, que no solo me

pareció un grave despropósito mostrar al pueblo como responsable

de los hechos ocurridos, sino peor aún, colocar al mismo nivel al

glorioso pueblo ruso, que a esos bárbaros alemanes. Pero al igual

que otras veces, no dije nada.

Iván una vez me dijo: ¿No entiendo porque insistes tanto en ir a

verlo, no vez que se trata de un maldito fascista? ¿Acaso no ves la

manera como se refiere al pueblo?

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57

Por supuesto había cosas en las que no estaba de acuerdo con el

ermitaño, pero respetaba su opinión, Iván en cambio siempre había

sido más radical y extremo, para él no existían términos medios; el

que no comulgaba con sus ideas, era simplemente un fascista.

La última vez que lo visitamos, el ermitaño nos mencionó lo relativo

al “eterno retorno”. En ese momento ignoraba que tal expresión

tuviera relación con Nietzsche, lo que luego me sorprendió, pues

me pareció un tema demasiado esotérico y misterioso, para una

persona como el ermitaño, de la que tenía hasta ese momento la

impresión, de ser un escéptico radical.

Esa última vez los temas fueron de índole más personal. Decía

estar completado un ciclo, y finalizando una etapa en su vida, la

que intuía pronto se volvería a repetir. Todo lo cual lo tenía

inexplicablemente animado. Esa vez lo escuchamos extrañados,

pero con respeto, pues era la primera vez que nos hablaba de algo

tan personal y subjetivo. Era algo que por ser tan subjetivo no

podíamos colocar en duda; aunque no sabíamos exactamente a

qué se refería. Supusimos incluso que podría tener relación con su

demencia anterior. Esa vez nos estuvo hablando acerca de ciertos

símbolos, así como de una especie de cosmogonía, con la que

parecía explicarlo todo, lo cual admito, no entendí mucho. La verdad

Page 58: Relatos delirantes de un viejo ermitaño que vivía a la orilla del mar

58

es que no era algo de mi interés en ese momento, por lo que no le

preste mucha atención. Finalmente nos despedimos aquella vez

con la promesa de volverlo a ver el año siguiente, sin saber, que

sería esa la última vez que lo veríamos con vida. Esa vez también

nos prometió hablarnos más en profundidad acerca del “eterno

retorno”. Lo que en ese momento a mí, me sonó como una especie

de trabalenguas, una especie de juego de palabras.

La investigación

Ya de regreso en Santiago, pude hacer una revisión exhaustiva de

sus escritos, buscando principalmente personas o lugares que

tuvieran relación con él. Pero no encontré referencia personal

alguna, lo que me impidió poder seguir avanzando por un tiempo.

Solo años más tarde, a raíz de un hecho casual surgieron nuevos

antecedentes lo que me permitieron continuar con la investigación.

El último verano, Francisco nos había leído algunos de sus escritos.

Algunos de los cuales me parecieron interesantes, por lo que le

pedí su autorización, como para publicarlos probablemente en la

Universidad. Yo en algún momento le había confesado mis deseos

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59

de ser escritor, y si bien me animó a ello, no me dijo lo mismo con

respecto a publicar.

Los escritos que nos leyó aquella vez tenían relación con un

peculiar análisis que hacía de la religión a partir de la psicología

(algo con cierto aire freudiano, por la manera en que lo relacionaba

con ciertos mitos). Nos contó que alguna vez estuvo a punto de

publicarlos; pero que tal idea luego le iría pareciendo cada vez más

absurda, inútil y descabellada, hasta que la descartó

definitivamente. Esto cuando se percató de lo inquietante que podía

ser quedar expuesto a la opinión pública, de la que no solo

recelaba, sino abominaba y despreciaba profundamente; por lo que

prefirió la paz y tranquilidad que le ofrecía el anonimato, a dejarse

llevar por ese vano empeño en dar a conocer sus ideas a los

demás. Y si bien era consciente de que sus ideas jamás llegasen a

ser muy populares, y fuese muy difícil que estuviera en riesgo su

apreciada privacidad, decía que no podía descartar, que algún

imbécil de pronto, las pusiera de moda. Accedió a mi petición, solo

con la reserva de que no hiciera mención alguna de su persona en

ellos. Esa vez quedó de prepararme algunos de sus escritos para la

próxima vez que viniera, incluso el mismo sugirió un título para

ellos: “Relatos delirantes de un viejo ermitaño que vivía en una

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60

cueva a la orilla del mar”. Título que me pareció innecesariamente

largo, por lo que le sugerí acortarlo. Me respondió de manera

enigmática que no lo había escogido al azar, sino que tenía un

significado especial, que tal vez con el tiempo lo llegara a

comprender.

Reconozco que mencionarlo pareciera traicionar tal promesa, pero

no lo consideré así, pues esta no contemplaba su sorpresiva

muerte.

De lo que me siento culpable ahora, es otra cosa: de corregir sus

escritos para hacerlos más del gusto de la gente (de hacerlos más

digeribles), cosa, que él sin duda hubiera rechazado de plano; pues

se ufanaba de escribir para muy pocas personas. Como decía:

“solo para esa minoría de sufridos, endurecidos y rudos lectores,

ajenos a toda la superficialidad, banalidad y estupidez en la que

para el solían vivir la mayoría de las personas”. Decía: “No escribir

para la gente común: aquella gente que se siente satisfecha de sí

misma. En este punto debo dejar algo muy en claro: las ideas de

este singular personaje, en algunas cosas, no solo eran diferentes

de las mías, sino opuestas: ya que me parecían excesivamente

arrogantes y soberbias, así como también demasiado individualistas

y elitistas; no obstante lo anterior, reconozco que había en su

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61

personalidad irreverente, escéptica y orgullosa, algo que

inexplicablemente me atraía. Yo en ese tiempo por supuesto me

sentía más cercano a las ideas progresistas de la izquierda,

especialmente las marxistas, y existencialistas; lo que parecía

converger en el filósofo que por esos años, estaba más de moda:

Jean Paul Sartre. Pensamiento al cual yo, como muchos otros

jóvenes de esa época adheríamos superficialmente, sin profundizar

mucho en ello.

Aun así, y aunque me costaba reconocerlo, intuía que algo de

verdad había en lo que el ermitaño decía. Así sin compartir

plenamente sus ideas; estas me parecían particularmente

atrayentes y sugestivas, pues cuestionaban cosas que para la

mayoría de las personas, no solo eran importantes, sino hasta

sagradas. Fue así como sin nada más que hacer, en cuanto a la

investigación, dedique el resto del año, a colocar en orden sus

escritos, preparándolos para una eventual publicación.

Lo primero que advertí en ellos, era las enormes diferencias

existentes en sus escritos. Fue así que me encontré con hojas

absolutamente ilegibles junto a otras pulcramente redactadas. Pero

no solo variaban los contenidos, sino hasta el mismo aspecto de la

letra. En algunas partes esta aparecía simétrica, armoniosa, y

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62

perfecta; en otras eran solo confusos garabatos; significando en

algunos casos una ardua labor poder descifrarla. Había partes con

un gran número de palabras tachadas, lo cual se convirtió en un

reto dar con la palabra borrada. A veces parecía estar escribiendo

en un idioma desconocido. De repente, algún dibujo o bosquejo que

representaba alguna idea. Me llamó particularmente la atención su

obsesivo afán por mostrar una omnipresente dualidad en todo lo

que describía, alternándolo de colores azul y rojo en algunas

partes; o de negro y rojo en otras. Posteriormente comprendí que

tales colores significaban cosas muy importantes para él.

Pude darle finalmente ordenarlos por el hecho de que

habitualmente colocara fecha siempre a sus escritos, lo que me

permitió darles un orden cronológico. Fue en ese momento que

encontré la explicación a tanto desorden y diferencias; esto porque

coincidía claramente con el periodo en que había sufrido un

creciente y progresivo deterioro de sus facultades mentales; lo que

lo llevaría a vivir en un estado de semi-consciencia o semi-

demencia por algunos años. En un primer momento descarté

profundizar más en ese periodo anómalo, pues todo allí era muy

confuso, caótico y delirante. Sin embargo más adelante lo escrito

en ese periodo, me permitiría encontrar aspectos claves en su vida.

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63

Por el momento expresiones tales como: “¡¡Atrás hombre común!!,

este libro no es algo que te concierna”, claramente evidenciaban el

estar atravesando por un periodo de grave alteración de sus

facultades. Así que lo primero que hice fue separar claramente lo

que existía en ese periodo anómalo, quedándome solo con aquello

donde vi existía cierta coherencia y orden. Esto ocurría tanto en sus

escritos iniciales, como en los más recientes. En un comienzo

escogí aquello que me pareció más interesante, o más bien, de mi

parecer; posteriormente reconsideré tal decisión, pues me pareció

estar traicionado su pensamiento, Y es que a decir verdad para mí

en ese tiempo Nietzsche era la misma encarnación del mal.

Literalmente era el anticristo, aunque ni siquiera fuese cristiano; y

como pude luego comprobar, sus escritos estaban plagados de

citas y referencias a su pensamiento: No acertaba a comprender

como una persona tan sencilla, noble y bondadosa como el

ermitaño pudiese admirar a tal filósofo. Así que buscando ser

ecuánime, dejé finalmente al azar los capítulos a publicar. El

resultado fue un cuento corto (escrito recientemente) y dos

ensayos de sus comienzos; estos dos venían de manera misteriosa

vinculados en su parte superior por los números seis y nueve.

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Como se puede ver los ensayos, no así el cuento, han quedado al

final de libro (como apéndices), pues creo no existe una necesaria

relación con la trama de la novela, siendo posible así leerlos o no

libremente en cualquier momento, pero que igual recomiendo, pues

me parece indispensable para comprender su pensamiento. Por

fortuna si bien lo escogido es una ínfima parte de su obra, reflejan

de manera esencial cómo veía el mundo.

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Capítulo IV

La leyenda del buen jardinero. (Cruz de Bilbao, Septiembre de

1969)

¡Bendíceme, por tanto, ojo apacible, tú que puedes ver sin envidia

hasta una felicidad demasiado grande! (Zaratustra dirigiéndose el

sol) en: “Así hablaba Zaratustra”, “F.Nietzsche”

Hubo en tiempo lejano y desconocido país, un humilde y laborioso

jardinero que dedicó su vida entera, a modelar el más

esplendoroso y bello jardín. Fue tanto el amor y entrega que puso

en ello, que este jardín adquirió cualidades curativas milagrosas,

como: sanar dolencias, tanto del cuerpo, alma y corazón a aquellos

que por allí pasaban y lo contemplaban.

Y los mismos que atestiguaron tal maravilla, serian los encargados

de difundir su fama a través del mundo entero, o al menos, el

mundo conocido por aquella época, originando así una masiva y

piadosa peregrinación la que de pronto adquiriría caracteres épicos

y legendarios, con gente, viniendo desde los lugares más apartados

de la tierra, así como condición social. Viejos, jóvenes, mujeres,

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niños, mendigos reyes, todos llegaban allí, esperanzados en sus

males remediar, o al menos, aliviar.

Tales noticias también llegaron a oídos de un célebre rey,

gobernante muy querido por su pueblo, por justo y bondadoso; pero

que en esos momentos, al final de sus días, se encontraba afligido y

agobiado a raíz de la agria disputa que enfrentaba a sus hijos

gemelos por la sucesión del poder. Estos habían convertido a su

reino en bandos irreconciliables, teniéndolo al borde de la guerra.

Los motivos, cuestiones de ideas, pues mientras uno propiciaba la

obediencia absoluta al Rey, el otro defendía la obediencia

absoluta a Dios y a su palabra. Así cuando el rey supo de las

bondades milagrosas de ese prodigioso jardín, viajó de inmediato

a ese lugar con la esperanza de encontrar la solución que pudiera

dar fin a la discordia entre sus hijos, y trajese por fin la paz a su

atribulada nación.

Al llegar allí quedó completamente deslumbrado con lo que vio. El

jardín estaba cubierto con un inmenso y traslúcido domo que

irradiaba un aura de particular fulgor y brillantez. A través de él pudo

distinguir la más hermosa y bella policromía de colores que en un

conjunto de flores jamás vio. El jardín exhalaba además una

delicada y embriagante fragancia, las que se propagaba a varias

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67

millas de distancia. Cuando sobrepasó el etéreo e imperceptible

perímetro del domo que lo rodeaba, pudo sentir una inefable y

arrobadora sensación de paz y felicidad (algo difícil de describir con

palabras).

Asombrado el rey le preguntó al jardinero, por el secreto de tal

alucinante y bello jardín.

El jardinero le respondió; que era dar a cada planta, lo que esta le

pedía.

¿Me dices que puedes hablar con las plantas? Le preguntó el rey.

Así es, ellas me piden lo que necesitan, y yo solo me limito a

cumplir con sus deseos.

Asombrado el Rey le pidió lo siguiente:

¿Tendrías jardinero algún inconveniente, como para que te

acompañe el tiempo necesario para que pueda observar tal

maravilla?

Por supuesto que no, le respondió el jardinero, será muy grato para

mí contar con tu compañía; pero te advierto que deberás tener

mucha paciencia, pues solo depende de ellas cuando quieran

hablar.

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68

Fue así como el rey acompañó a partir de ese día, por varios

meses al jardinero en su fascinante labor diaria en ese

esplendoroso jardín, aguardando pacientemente el momento en que

ocurriese el esperado milagro.

Y a pesar del tiempo transcurrido, el rey no dejaría nunca de

asombrarse con la exultante belleza que a cada instante

encontraba en ese fascinante jardín, siéndole imposible contener

sus alabanzas:

¡¡Que hermosas y fragantes son estas rosas jardinero !! Si

parecieran ser hechas del más finísimo cristal!. Te juro que jamás vi

algo igual.

Un día sin embargo, al levantarse el rey y el jardinero, ambos

quedaron completamente consternados al comprobar que sin

motivo aparente, el jardín había perdido toda su magia, encanto y

fulgor. Ya no lo cubría más el domo de traslúcida brillantez y ahora

tan solo parecía otro jardín más. Algo había roto la magia.

Esa vez, el rey escuchó por primera vez las delicadas voces de las

plantas y flores. Escuchó como nítida y claramente una brizna de

pasto, a un trébol muy molesta le decía:

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69

¿Has visto como todos los que llegan aquí, solo hablan de las

rosas? Como si fuesen ellas las únicas que merecen alabanzas en

este jardín. Pues te diré una cosa trébol: Eso debe cambiar. No me

parece justo que mientras solo algunas sean halagadas, las demás,

seamos ignoradas. Todas debemos ser iguales.

La verdad brizna, eso no me importa, al contrario, me agrada que

sean parte de nuestro jardín, el trébol le respondió. ¿Es que tú no

disfrutas de su belleza y fragancia?

Incluso debemos estar agradecidas de tenerlas en nuestro jardín,

pues lo hacen más bello y fragante.

Allá tu trébol estúpido, indignada la brizna le respondió; yo haré algo

para que esto cambie; y dirigiéndose a las demás plantas y flores

les habló así: creo que no es justo que las rosas sean solo las que

reciban los halagos, mientras el resto seamos ignoradas. Todas

debemos ser iguales.

El jardinero al ver el tumulto que la brizna había ocasionando, triste

y preocupado le dijo: siento mucho que te sientas tan infeliz brizna,

pero no te comprendo, pues a cada una de vosotras las valoro y

aprecio por igual, y he procurado siempre que seáis lo más felices

y dichosas que podáis.

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Pero mírame jardinero, le respondió la brizna. Soy solo pasto

insignificante, en quién nadie se fija; y eso me hace enormemente

infeliz.

Eso no es cierto, dijo el jardinero, los que nos visitan, lo hacen para

ver el jardín entero; y no a alguna de vosotras en particular.

Lo siento jardinero, no pretendas convencerme, no lo vas a

conseguir, no soy feliz así, y no puedo seguir soportando esta

situación de injusta desigualdad.

El jardinero triste, pero consciente de que iba a ser imposible

hacerla cambiar de opinión, le respondió: la verdad no puedo

retenerte, y es mi obligación cumplir con tus deseos; pero antes

creo necesario advertirte algo: si bien existe un lugar donde podrás

ser igual a las demás, creo que cuando lo conozcas no te va a

gustar.

¿Pero cómo no va a agradar un lugar así? Si mi único deseo es ser

igual a las demás, le respondió la brizna. Y si existe ese lugar

donde sea igualmente apreciada y valorada que las demás, quiero

que me lleves pronto allí, pues estoy impaciente por llegar.

Page 71: Relatos delirantes de un viejo ermitaño que vivía a la orilla del mar

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Fue así como el jardinero tomó su pala, la hundió en la tierra y

procedió a sacarla del jardín, llevándola a otro lugar, donde la volvió

a plantar.

Cuando la brizna vio el lugar donde llegaba, con alegría observó

que al igual que ella, y sin diferencia alguna, había millares de

briznas más. Emocionadísima y feliz, les hablo así a sus

compañeras:

Hola amigas… hermanas... ¿Cómo quieren que les diga?

No da lo mismo, una con desgano le contestó.

Bueno, entonces… ¿Cómo están amigas?

De momento bien, luego ya veremos, dijo otra.

Extrañada al comprobar en sus compañeras una actitud de agobio,

desagrado e insatisfacción les preguntó:

¿Pero cómo pueden ustedes sentirse mal aquí, siendo que todas

son iguales, pudiendo crecer todas igual?

¿Ser iguales? ¿Crecer? ja, ja, ja rieron las briznas.

Hacía tiempo que no escuchábamos algo tan gracioso, dijo una de

ellas.

¿Es que acaso no es verdad? respondió la recién llegada.

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No será preciso que te lo digamos, pronto lo sabrás.

Tonterías pensó la brizna, lo que pasa es que no saben apreciar

lo que es vivir en un lugar, donde todas son valoradas por igual.

Que briznas más estúpidas y tontas pensó para sus adentros, no

saben lo que se pierden.

Al otro día, por la mañana la brizna de pasto se despertó en medio

de un gran estruendo, viendo luego como se acercaba una especie

de máquina infernal. El ruido aumentó progresivamente volviéndose

más ensordecedor y amenazante. Al ruido se agregaron luego el

pavoroso crujir como de cuerpos cortados, así como gritos

desgarrados de las briznas, estremeciéndose enormemente. Era

una maquina cortadora de pasto, la que luego de pasar sobre ella la

dejo reducida a la mitad, dejándola eso sí, exactamente del mismo

porte que las demás.

Herida, adolorida y quejumbrosa dijo:

¿Pero por qué nos hacen esto? ¿Por qué no podemos crecer

libremente?

Shsss, no digas eso, que no te vayan a escuchar; aquí nadie se

debe quejar; pues corres el riesgo que te arranquen y te arrojen

quizás en qué lugar.

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Aquí debes tener claro dos cosas: aquí nadie crece, y lo segundo

aquí nadie se queja, sino lo lamentarás.

¿Pero porqué no nos permiten crecer?

Ten paciencia, pronto lo sabrás.

Al otro día le preguntó a sus compañeras, cuando las visitarían las

personas. ¿Personas? ¿Visitarnos a nosotras? ja,ja,ja rieron las

briznas.

Aquí nadie nos visita, al contrario, debemos ocultarnos para que

nadie nos vea, no es bueno que sepan otros cómo estamos.

¿Pero cómo es eso? ¿Entonces, nadie nos vendrá a ver?

No te impacientes, pronto ya lo sabrás.

Y así pasaron los días, con la brizna intrigada por saber que

ocurriría, pero incrédula de las tan pesimistas y desoladoras cosas

que le contaban sus compañeras.

Una mañana el sonar de una trompeta la despertó. Un momento

después, se hicieron escuchar los acordes marciales de una banda,

así como también gritos y vítores de la gente.

La brizna feliz, pensó: Lo sabía, lo sabía, que briznas más

bribonas, casi consiguen engañarme: es la gente que nos viene a

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74

ver. Dicho eso el suelo se puso a temblar. Espantada vio a la

distancia como se acercaban perfectamente alineados y en bloque

un grupo de personas, todas vestidas igual; pisoteando

violentamente el pasto con sus rudas y toscas botas, dejando a la

briznas retorciéndose de dolor a su paso. La rudeza de los

impactos era tal que algunas eran lanzadas de cuajo a lo lejos,

terminando por agonizar luego patética y tristemente a la vera del

camino.

Pronto ella misma sentiría el brutal y doloroso pisoteo de las botas,

el que dejaría un mar de lamentos, sollozos, y gemidos general.

Una vez pasado el destacamento que se había cernido sobre todas

ellas, adolorida y triste preguntó:

¿Pero por qué nos hacen esto?

¿Dónde no encontramos?

Entonces una le respondió: ¿Es que no te lo ha dicho nadie? Este

es un cuartel militar, y agregó luego: aquí lo único digno de admirar

es esa persona que observas en las tribunas de uniforme y cubierta

de medallas. El es el glorioso y divino líder inmortal, el que debe ser

reverenciado y aclamado, tanto por su ejército, como los demás

súbditos, los que siempre deben estar dispuestos a marchar y morir

por él.

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Y matar, agregó otra.

Ahora entiendes porque nadie crece aquí. El pasto largo es

incomodo para que las tropas puedan marchar.

La brizna supo claramente lo que le esperaba de ahora en adelante:

ser sucesivamente cortada y pisoteada, repitiéndose eso siempre

una y otra vez. En ese momento fue que se acordó de su antiguo

jardín y se puso a llorar. Desafortunadamente nadie había allí que la

pudiera consolar, pues no había jardinero que por ellas se

preocupara; por lo que debió aceptar de manera resignada y

callada su pena, dolor y soledad. En un momento la nostalgia la

invadió e incluso la hizo añorar ese maravilloso olor a rosas que

había en su jardín, tan diferente a ese detestable olor a pasto

cortado; lo único que se respiraba en ese lugar.

Fue así como la brizna lloró amargamente, y en un momento de

desesperación a gritos al jardinero llamó.

El jardinero que no lejos estaba, de inmediato acudió.

Qué suerte que sigas con vida le dijo a la brizna. Pero no podía

hacer nada mientras no me lo pidieras.

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Jardinero, te pido perdón por obrar de forma tan necia y torpe,

estoy arrepentida y avergonzada por mi conducta, solo te pido me

saques pronto de este horroroso y horrible lugar.

Rápidamente el jardinero hundió su pala en la tierra, procediendo a

guardarla en una bolsa que traía, para así llevarla de regreso.

De vuelta en el jardín, cuando el jardinero abrió la bolsa, la brizna

pudo ver con emoción y sorpresa la cálida bienvenida que le habían

preparado sus compañeras. De inmediato volvió la magia al jardín.

Esta vez para siempre; porque si bien, años después el jardinero

murió, desde ese momento el jardín quedó en estado de gracia

eternamente.

De regreso a su país el rey por otro lado colocó en práctica lo

aprendido, que era dar a cada cual lo que este le pedía. Fue así que

tomó la decisión salomónica de dividir el reino en dos, entregando

una parte a cada uno de sus hijos. Parecía la solución ideal que

resolvería los problemas, pero no fue así, pues fue ahora el pueblo

el que se rebeló contra sus hijos; ya que estos se sintieron

agobiados por las imposiciones que le colocaron sus ahora nuevos

monarcas. Fue tal el clamor del pueblo, que sobrepasados y

desesperados los hijos acudieron al anciano rey para que pudiera

restablecer el orden. Con su regreso volvió de inmediato la

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tranquilidad y la paz a la nación, desgraciadamente el rey a las

pocas semanas murió. Curiosamente esa vez nadie lo reemplazó,

parecía no necesario, pues la paz y la armonía en esa nación, había

quedado para siempre establecida. Con el tiempo ese reino se

convirtió para el mundo en un modelo de paz, libertad, convivencia

y hermandad.

Así con los años junto con la leyenda del buen jardinero, se difundió

otra leyenda: la de un rey sabio, que regía los destinos de su pueblo

solo con su recuerdo.

Hoy si bien son muy pocos los que creen en la existencia de un rey

y jardinero así, hay quienes dicen contar con pruebas de ello.

Incluso llegaron a sostener que los mismos jardines colgantes de

Babilonia, fueron obra de ese legendario jardinero.

Lo que yo pienso en cambio, es que ese jardín no es otro, que el

mítico jardín del Edén, y que tal reino, no es otro, que el "reino de

los cielos"; ese mismo que un carpintero de Belén, hace dos mil

años atrás, ofreció a quienes volvieran a ser como niños.

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Capítulo V

Ausencia de ambición y resentimiento

Cristián tuvo su infancia y adolescencia en el campo. Y si bien no

conoció a sus padres, gozó del cálido y tierno afecto de los abuelos;

ese que suelen prodigar las personas mayores a los niños, cuando

se encuentran en el ocaso de sus vidas. Siendo para ellos además,

compañía y alegría en su soledad, un motivo para vivir.

Sus abuelos no conocieron otra cosa en sus vidas más que la dura

y esforzada vida del campo: como el sembrar la tierra, criar los

animales y las demás actividades propias del mundo rural.

Vida en extremo austera, simple y sencilla, y que tal vez fuese el

motivo de que Cristián llegase a ser ese tipo de personas, cada día

menos frecuente, carente de toda ambición; bastándole para ser

feliz, con lo que la vida gratuitamente le ofrecía: como los juegos de

la infancia, la compañía de sus abuelos, o simplemente estar en

contacto con la naturaleza. En fin, aquellas pequeñas cosas que lo

permitieron ser inmensamente feliz y dichoso aquellos primeros

años de su niñez.

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Ni siquiera mellaría esa felicidad, no contar con sus padres. Aunque

posteriormente se despertara en él, una melancólica inquietud y

curiosidad por saber de ellos.

Supo por los abuelos: que su madre había fallecido al momento del

parto, junto con lo cual se llevó a la tumba el secreto de quien había

sido su padre.

Aun así, tal orfandad no hubiese significado algo muy importante en

su vida, de no ser por la manera cruel con la que cobró conciencia

de ella. El que fuese algo enclenque y frágil además de rubio (en

un lugar donde era poco frecuente) le significó recibir malos tratos y

burlas de parte de los demás niños, pero tales odiosidades

aumentaron cuando supieron no tenía padres; siendo motejado a

partir de ese momento: como el “huacho rucio”; lo que lo

avergonzaba doblemente, pues añadía al hecho de ser huacho, la

insidia de ser producto de una relación poco santa; entre un patrón

y una empleada; algo bastante frecuente en esos tiempos.

Y esa fue la razón que en su infancia, y por un periodo largo de su

adolescencia, no compartiera casi con niños de su misma edad, ni

llegase tampoco a tener amigo alguno. Así, su vida se desenvolvió

casi exclusivamente en torno a personas mayores. No obstante ello,

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el afecto y cariño que le prodigaron sus abuelos y sus patrones, le

permitieron si bien llevar una niñez algo diferente, feliz.

Así esa época transcurrió entre las fabulosas historias que le

contaban sus abuelos, en días de lluvia junto a la cocina de leña, o

en solitarios juegos acompañados de amigos imaginarios, a falta de

reales.

El predio donde servían sus abuelos, se ubicaba como a un

kilometro de un pequeño poblado denominado “Nueva Estrella”,

lugar donde se detenía él bus (que pasaba solo día por medio)

donde existía además una estafeta postal y un pequeño almacén.

Los dueños del fundo eran Don Jovino y su esposa la señora

Josefina, matrimonio de no más de cincuenta años de edad, los

que vieron en Cristián al hijo que no tuvieron, lo que los

comprometería activamente en su crianza y educación. Ello partiría

siendo ellos sus padrinos de bautizo y además los que eligieran su

nombre.

El fundo, en realidad un minifundio, exiguo tanto en extensión, como

en producción, siempre había sido poco rentable para sus

patrones, no obstante, les permitía a sus dueños y a sus

trabajadores al menos llevar una vida con cierto grado de dignidad y

decoro, eso dentro de un entorno de extrema sencillez y sobriedad,

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algo no menor en esos tiempos; tiempos de enorme pobreza,

miseria y hambre en gran parte del campesinado e inquilinaje del

sur del país.

Así, para lo esencial, no les faltaría nunca nada, pero siendo

excepcional también las veces que les alcanzara para algo más,

como ropa y ese tipo de cosas, especialmente para poder estar

presentables, en algunas festividades religiosas (Semana Santa,

Navidad) ya que sus abuelos, al igual que sus patrones eran

profundamente católicos. Así era habitual, al atardecer, y una vez

finalizada la jornada de trabajo, se reunieran patrones e inquilinos

a rezar juntos El Rosario.

Don Jovino y su esposa habían mantenido siempre una estrecha y

generosa relación con sus inquilinos, apoyándolos en lo que más

podían, y así pudiesen sobrellevar sus vidas sin ningún tipo de

necesidades y zozobra; aunque ello significase a veces endeudarse

más de la cuenta. Aun así, y a pesar de la estrechez en la que

vivían, nunca faltó el pedazo de pan o el plato de comida para el

forastero o el pobre que por allí pasara, y lo necesitaran.

Alrededor de los trece años de edad Cristian presenció un hecho

que tendría repercusiones posteriores. Se había hecho habitual que

fuera él quien recibiera el salario de sus abuelos. Eso ocurría a fin

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de mes, cuando Don Jovino luego de cobrar por la venta de sus

productos en una feria cercana, pasaba por el banco a sencillar,

para luego regresar al fundo a pagar a sus trabajadores. Esto

ocurría habitualmente al atardecer, cuando los inquilinos

regresaban de sus labores. Don Jovino entonces volcaba el dinero

sobre una mesa, y luego de proceder a contarlo, lo repartía entre

sus trabajadores, anotando las partidas en su libro de cuentas.

Esa vez, cuando estaba llegando a la casa patronal Cristian se

percató de la llegada de un extraño a caballo. Don Jovino en ese

instante estaba concentrado contando el dinero sobre la mesa.

Cristián se inquietó al ver que el sujeto que se bajó del caballo,

llevaba un arma al cinto.

¿Buen hombre que necesitas? -le preguntó Don Jovino apenas

percatarse de su presencia, levantando la vista de la mesa, para

luego continuar contando el dinero.

-Disculpe patrón, pero usted sabe lo mal que han estado las cosas.

Llevo varios meses sin encontrar trabajo, por lo que no tengo dinero

para llevar el pan a la familia.

No te aflijas hombre, te entiendo, -le respondió Don Jovino, y

agregó ¿cuánto necesitas?

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Lo suficiente para aguantar el mes, -le dijo el forastero.

Don Jovino procedió a apartar una parte del dinero de la mesa y le

preguntó ¿Es suficiente con eso buen hombre?

Si patrón.

El extraño luego de acercarse a la mesa, y recoger lo apartado, le

dio las gracias, y luego procedió a marcharse deseándole suerte.

-No hay problema, espero que encuentres pronto trabajo, y que

Dios te acompañe, -agregó Don Jovino.

-Gracias patrón, lo mismo espero yo, contestó él forastero, a la vez

que se colocaba el sombrero, el que respetuosamente se había

quitado al llegar. Luego subió al caballo, y al galope marchó.

Cristian pudo ver en medio de la polvareda, como dos jinetes que

un poco más allá lo aguardaban se le agregaron.

Don Jovino siguió contando el dinero, como si nada hubiera pasado

entregándole a Cristian la parte de sus abuelos, y luego al resto de

los inquilinos. Ni ese día, ni otro, su patrón haría comentario

alguno de lo ocurrido aquella vez. Como si lo sucedido fuese algo

tan intrascendente o normal, que no valía la pena más referirse a

ello.

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Con los años Cristian se fue haciendo un adolescente fornido y de

saludable de grata apariencia, dejando atrás esa fragilidad que lo

había caracterizado durante la niñez, pasando a reemplazar a sus

abuelos en las labores más duras y pesadas en el fundo, lo cual lo

haría siempre con agrado y voluntad. Aunque en ocasiones la vida

se le tornase algo aburrida y rutinaria.

Una vez llegó un muchacho al fundo, se llamaba Manuel, era algo

mayor que Cristian, el que recién, había cumplido los dieciocho

años. Muy pronto se hicieron amigos, siendo la persona que lo

guiaría en cosas propias de la juventud, como: fijarse en las

jovencitas o salir de fiestas. Intentaría también pero sin éxito,

iniciarlo en el tabaco y la bebida (cosas que los abuelos le tenían

terminantemente prohibido). El que Cristian fuese un muchacho de

buena apariencia, le resultaba muy conveniente a su amigo como

para tenerlo de “yunta”, y poder salir con chicas, además de ser el

confidente de sus aventuras y hazañas amorosas. Y fue Manuel

quien también lo invitó a su primera fiesta para adultos, y que tuvo

ocasión en unas ramadas para un dieciocho de septiembre. Era el

tipo de fiestas que los abuelos hasta el momento le habían

prohibido, por ser demasiado desvergonzadas, relajadas y regadas

de mucho vino; las que solían prolongarse hasta altas horas de la

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madrugada. En fin, algo poco recomendable para un joven católico

y sano como él.

Esa vez Manuel lo entusiasmó, diciéndole que tal fiesta era un lugar

propicio para conocer algunas amigas. Le hizo ver que ya era

mayor de edad, por lo que no había ningún impedimento para que

asistiera.

Cristián de todos modos pidió permiso a sus abuelos, los que luego

de una serie de tiras y aflojas, como luego una serie de consejos y

recomendaciones, finalmente se lo dieron. El abuelo fue el que más

se opuso, pero la abuela finalmente lo convenció. Ella intuía que

Cristián sabría conducirse. Y además él mismo debía darse cuenta,

de que ese tipo de fiestas no eran para él. A regañadientes el

abuelo aceptó a condición de que no llegase a beber, ni a fumar,

aunque le ofrecieran tales cosas.

-Por último prueba un poco, solo para no parecer descortés.

Fue así como un día particularmente caluroso de primavera, al

atardecer se dirigieron a la fiesta. La música que llegaba desde la

ramada los recibiría a mitad del camino. Al escucharla el corazón

de Cristian dio un vuelco de emoción, presintiendo que algo

especial sería esa noche para él. Se encontraba muy excitado, pues

todo eso era nuevo para él.

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Al llegar a la ramada, guitarristas y cantoras cantaban

animadamente, mientras algunas parejas bailaban. En el lugar

había muchos jóvenes, aunque solo reconoció a muy pocos

(algunos inquilinos que trabajaban en el fundo) no así Manuel, que

a cada momento le presentaba a alguien más.

Cristián se contagió de inmediato con el espíritu festivo y alegre del

lugar, donde las empanadas, la chicha y el vino no faltaban. Los

chistes y bromas, la mayor parte picantes y subidos de tono, le

hicieron reír como nunca lo había hecho antes. Estaba además

gratamente sorprendido por lo atractivas, y sugestivas que lucían

todas las mujeres, todas muy arregladas y pintadas para la

ocasión.

Manuel qué hizo de anfitrión, lo invitó pronto al primer vaso de vino,

el cual rechazó de inmediato. Estaba pasándolo bien, no veía razón

alguna para beber.

Pero Manuel insistiría majaderamente una y otra vez.

-Para ser un hombre de verdad, debes beber, -le decía.

Otras veces apelando a la cortesía insistía: por último, no me dejes

con la mano estirada, prueba al menos un poco.

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Fue tanta la insistencia, que Cristian terminaría finalmente por

aceptar el vaso que Manuel reiteradamente le alargaba; Con eso

esperaba acabar con la cargosa insistencia del amigo, y no seguir

apareciendo antipático ante los demás. Pensó que si solo probaba

un poco no habría problema. Desafortunadamente la falta de

costumbre le pasó rápidamente la cuenta. De inmediato cambio su

humor sintiéndose enormemente risueño, alegre y feliz. Y es que

además de ser la primera vez bebía, también era la primera vez que

compartía con otros jóvenes.

Manuel volvería nuevamente a la carga, ofreciéndole una y otra vez,

más vino; y si bien Cristian comenzaba siempre rechazándolo,

finalmente terminaba por aceptarlo ante la majadera insistencia del

amigo.

-¿El último? le decía Manuel.

Fue así como no supo en qué momento perdió el control de la

situación, dejándose llevar por la música, el baile, las risas, los

amigos, y las bellas mujeres, que parecían girar entorno de él, como

si estuviera en medio de un carrusel.

Solo al despertar, al otro día, y ver junto a su cama a la abuela

que le preguntaba cómo se sentía, recién recordó algo de esa

experiencia grata y maravillosa, que de pronto se tornó

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desagradable, violenta y confusa. Le dolía muchísimo la cabeza

producto de la resaca, y tenía un pómulo de la cara tan hinchado,

que apenas le permitía abrir uno de sus ojos. El abuelo con rostro

severo más allá lo miraba con una clara expresión en su rostro

como queriéndole decir: ¿No te lo dije?

Supo recién exactamente lo ocurrido, cuando más tarde algunos

inquilinos del fundo, que lo habían traído en andas y en estado

semiinconsciente esa noche de regreso a casa, le contaron lo

sucedido: Manuel se había excedido con una señorita, que estaba

comprometida; lo que derivó en una trifulca y riña fenomenal,

apareciendo los cuchillos. Cristian trató de separarlos inútilmente,

recibiendo un fuerte puñetazo que lo dejó tendido en el suelo, y

perdiendo el sentido. A Manuel lo llevaron de urgencia al que

oficiaba de médico en el pueblo, pues una estocada en el vientre

amenazaba con desangrarlo; felizmente nada grave, por lo que sé

repondría bien más tarde.

Cristian no atinaba a comprender como algo tan agradable, alegre y

cordial hubiese terminado tan mal. Por supuesto, sería la primera y

última vez que asistió a una fiesta de ese tipo, prometiéndoles

encarecidamente a sus abuelos, que no lo haría más.

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Eso significó que la vida de Cristian volviese al camino tranquilo y

apacible, aunque también rutinario y aburrido discurrir, donde lo

extraordinario estaba completamente ausente de su vida. Eso,

hasta que un hecho casual lo cambiaría todo.

En Nueva estrella por los veranos, era habitual que llegaran por allí

familiares de los lugareños, así como también (aunque no muy a

menudo) algunos veraneantes. Lo que permitía a ese solitario y

melancólico lugar, salir brevemente de esa lánguida y monótona

tranquilidad.

Un verano, persuadidos por las recomendaciones recibidas de los

hermosos parajes existentes en ese lugar, llegaron por allí unos

conspicuos visitantes. Era una familia de fortuna y alcurnia de la

capital, la que solía pasar sus vacaciones en el cercano balneario

de Cruz de Bilbao. La constituían: el padre, abogado de cierto

prestigio y renombre en la capital, la madre, y sus dos hijos

adolescentes: Alex y Javiera.

La familia se alojó en el único lugar que se ofrecía ocasionalmente

dando alojamiento a los escasos forasteros que por allí acercaban.

Los dos hermanos, apenas llegar, y sin deshacer siquiera las

maletas se internaron de inmediato a un bosque cercano; el que los

cautivó desde el mismo momento que llegaron. Extasiados por su

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virginal y agreste belleza (esa que aprecian con mayor intensidad

solo aquellos que por largo tiempo han estado alejados de la

naturaleza) verían internarse en el bosque maravillándose con todo

lo que encontraban a su paso: pájaros, flores, insectos…

recolectando lo que más le llamase la atención. De pronto, una

liebre que se cruzó en su camino capturó su atención. Esta luego

de quedarse quieta por un instante, huyó rápidamente.

Entusiasmados corrieron tras ella. Esta luego de dejarse ver un par

de veces más desapareció a su vista definitivamente. Los hermanos

que estaban muy excitados y emocionados aun continuarían con

su búsqueda hasta darla por fin como perdida. Tal actitud impulsiva

y desaprensiva había significado internarse temerariamente y

despreocupadamente en el bosque, sin reparar en lo fácil que era

extraviarse en un lugar así. Solo cuando se disponían a regresar,

se dieron cuenta que estaban perdidos. La confusión se apoderó de

ellos en ese momento, comenzando a buscar con desesperación,

más que con cierta lógica el lugar de salida, siendo al cabo de un

rato todos sus intentos vanos. Así, estuvieron caminando sin

dirección precisa por un largo rato, sin saber si se acercaban o

alejaban de la salida. En un momento incluso gritaron por si alguien

los pudiera escuchar; pero nada ocurrió. Era un lugar apartado y

solitario, por lo que era poco frecuente que las personas por allí

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transitaran. Luego de dar numerosas vueltas en lo que se volviendo

una cada vez más ansiosa y frenética búsqueda, enormemente

preocupados y angustiados se sentaron por un momento en el

tronco de un árbol caído a descansar. Querían pensar con algo más

de tranquilidad que podían hacer. Parecía que lo más razonable era

esperar a que los vinieran a buscar. El problema es que eso

ocurriría solo cuando se dieran cuenta de que no regresaban

(probablemente recién al anochecer). No solo estaban cansados,

sino sedientos de tanto caminar, y no cesaban de recriminarse el

uno al otro, por haber obrado tan torpemente. Alex miró su reloj.

Eran las cuatro de la tarde. Recordó que habían llegado por ahí

como a las dos. En un momento en que guardaron un tenso y

angustioso silencio Javiera pudo percibir el apenas audible rumor

de aguas corriendo, proveniente de tal vez algún arroyo cercano.

Escuchas lo mismo que yo, dijo.

Al instante se levantaron, y aguzando sus oídos, se encaminaron al

lugar desde donde el murmullo parecía provenir. El sonido se fue

haciendo más audible, lo que los animó a seguir más rápidamente

en la dirección tomada. Además de saciar la sed, les permitiría

tener un punto de referencia pensó Alex. De pronto apareció ante

ellos un hermoso arroyo de aguas cristalinas y de poca profundidad,

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el que transparentaba nítidamente su lecho arenoso. No debía tener

más de veinte metros de anchura y su moderado caudal, y escasa

profundidad permitían cruzarlo sin riesgo de ser llevados por la

corriente. Luego de refrescarse y beber de sus frescas aguas, se

decidieron a continuar por una de las orillas, en la dirección que les

pareció más probable. Esta vez dejaron una rumba de piedras y

otros objetos, señalizando claramente el lugar de partida. Luego de

caminar por un rato, y cuando el desánimo parecía retornar a sus

espíritus se encontraron sorpresiva e inesperadamente con alguien.

Se encontraba de espaldas a ellos. Era un muchacho joven, el que

en ese momento se encontraba pintando sobre una tela, en un atril.

Al notar su presencia, este se volvió sorprendido, para saludarlos, y

preguntarles que estaban haciendo por allí.

-Nos hemos perdido, le respondió Alex todavía angustiado.

¿Perdidos?,

-Sí le replicaron los dos casi al unísono.

-No sabemos cómo regresar al pueblo, -continuó Alex.

-Si siguen la misma orilla del río, en la dirección que vienen, se van

a encontrar con el camino que lleva al pueblo.

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-La verdad, es la primera vez que venimos por aquí, no conocemos

nada, -le respondió Alex.

Luego viendo que no se habían presentado dijo:

-Yo soy Alex, y ella mi hermana Javiera.

-Yo Cristián, replicó el muchacho, y si me esperan mientras

desarmo el caballete; los encaminó yo mismo al pueblo.

-Sería estupendo le dijo Alex.

¿Qué te parece Cristian si te invitamos donde estamos alojamos, a

conocer a nuestros padres? Mejor aun… ¿Por qué mejor no vienes

a tomar once, con nosotros? Es lo menos que podemos hacer por

tu valiosa ayuda.

-No hay problema respondió Cristián; pero podré estar allí solo un

momento, pues debo hacer algunas cosas antes de que oscurezca.

-No hay problema le dijo Alex, un momento será suficiente.

-¿Qué dibujas?, le preguntó Javiera.

-El río, respondió.

-Es muy bonito ¿estudiaste pintura en algún lugar?

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-No, lo hago solo porque me gusta. A decir verdad, mis padrinos me

alentaron hacerlo. Ellos me regalaron el atril, las telas y las pinturas

para que lo hiciera.

-Qué bien, dijo Javiera.

-También tengo algunas figuras talladas en madera, y si están por

aquí se las puedo mostrar uno de estos días.

-Por supuesto, nos va a gustar mucho, -le respondió Javiera.

Cristian quedó prendado de inmediato del rostro dulce y los bellos

ojos verdes de Javiera, de modo, que le costaba mucho quitarle los

ojos de encima; sintiendo un grato cosquilleo por el cuerpo, cada

vez que ella lo miraba. Nunca había sentido algo igual, lo cual lo

tenía muy emocionado y feliz.

De regreso al pueblo Cristian continuó conversando animadamente

con sus nuevos amigos, como si los hubiese conocido desde

siempre. ¿Con quién vives y que haces Cristián? Le preguntó Alex.

Vivo con mis abuelos, ayudándoles a trabajar el campo.

¿Pero vas a algún colegio?

-No, aquí no hay tiempo para eso, debo trabajar, además el colegio

más cercano está en Cruz de Bilbao.

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-¿Y cómo lo has hecho para aprender a leer, y esas cosas que se

aprenden en la escuela? ¿Si es que sabes leer?

-Sé leer, pero eso lo aprendí con mis padrinos, ellos me enseñaron.

¿Y quiénes son tus padrinos?

-Mis patrones, -le contestó.

-¿Tus patrones? ¿Ellos te enseñaron a leer?

-Así es, le dijo Cristián.

-¿Y tus padres?

-Bueno mi madre falleció, mi padre creo también, aunque no estoy

seguro de ello y mis abuelos nunca aprendieron a leer.

-Qué lástima le respondió Alex.

-¿Y te gusta leer?, por supuesto; pero aquí no hay mucho que leer,

pues no hay muchos libros, diarios o revistas.

Si quieres te puedo pasar algunos ¿te parece?, -le propuso Alex.

A Alex el rostro de Cristian le recordó a alguien, pero no supo

exactamente a quien.

Los días siguientes, se iniciaría una linda amistad entre Cristián y

sus nuevos amigos, la que se fue haciendo cada vez más estrecha

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e intensa; volviéndose casi inseparables ese verano. Cristian las

oficiaría de guía, mostrándoles los lugares más hermosos y

entretenidos del lugar, mientras ellos le irían develando ese mundo

para el completamente novedoso de la ciudad-capital. De los

lugares que le mostró ese verano Cristian a sus amigos, uno sin

duda adquirió un carácter muy especial para ellos, incluso mágico y

sagrado: fue ese donde ocurrió su primer encuentro. Cristian lo

había elegido para pintarlo precisamente por su particular belleza.

Era un claro en medio de sauces y eucaliptos, al borde del río,

donde caprichosamente en la orilla se arremolinaba el agua

originando una especie de remanso; ideal para bañarse. El sitio

contaba con esa salvaje, agreste y virginal atmosfera, de los

lugares escasamente frecuentados. Finalmente Cristian dejaría la

pintura sin concluir ese verano, porque otro afán, más estimulante

había concitado su interés: compartir con sus nuevos amigos.

Una vez reunidos alrededor de una fogata en tan simbólico lugar,

Alex bajo el influjo de cierto espíritu poético habló del rio como si se

tratase de la representación de la vida misma; en un eterno fluir, y

en constante cambio, y donde nada era igual a lo de antes. A veces

la vida tal como ese rio iba más de prisa, otra veces más lenta,

igual como ocurría en el remanso a la orilla; pero finalmente todo

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debía terminar cuando el río se abismara en esa inmensidad que

era el mar. Lo dijo inspirado en una lectura reciente del libro de

“Hermann Hesse” : “El Siddharta”.

Alex les leyó la parte final del libro, donde el barquero Vasudeva le

pide a Siddartha que escuché el río. Lo leyó con especial énfasis y

emoción y una vez que lo hubo terminado de leer, Javiera dijo:

-No creo que deba todo cambiar. Algunas cosas deben permanecer

para siempre.

Cristian mostrando su acuerdo, agregó:

-Por ejemplo, nuestra amistad. No debiera terminar.

Alex más dubitativo, pero no queriendo desentonar en lo que

parecía ser un mágico momento de espíritu fraternal, terminaría

también por mostrar su acuerdo.

Y a modo de refrendar eso, les propuso lo siguiente:

Hoy 21 de febrero, realicemos la siguiente promesa: que en este

mismo lugar, nos volvamos a encontrar el mismo día y hora, pero

solo que en exactamente cuarenta años más. Entusiasmados con la

idea, se tomaron de las manos alrededor del fuego, y a instancias

de Alex hicieron el siguiente solemne juramento:

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Juramos los presentes, que sin importar que nos pueda ocurrir en

nuestras vidas, nos volveremos a juntar aquí el día 21 de febrero

del año 2009.

Así ese día, al anochecer cuando regresaban a casa, los encontró

hermanados y abrazados, seguros de que tal amistad, era

indestructible. A Cristian le fascinó tanto lo que esa vez leyó Alex,

que este último terminó por regalarle el libro.

Así cuando los hermanos, al final de las vacaciones se aprestaban

a regresar a la capital, hubo una emotiva despedida. Los hermanos

prometieron a Cristian volver sin falta el próximo año; lo que

parecía así solo colocar un breve paréntesis a esa maravillosa

relación surgida ese mágico verano de 1969.

Cristián regaló a Javiera, una de sus figuras de madera preferidas:

una sirena posada sobre su cola en unos riscos a la orilla del mar:

“La Pincoya”; figura que imaginó a partir de esa leyenda contada

alguna vez por sus abuelos.

Javiera y Cristián esa vez se abrazaron por última vez. Ambos

profundamente enamorados, pero ya sin tiempo, ni valor para

confesárselo el uno al otro; pero con la cierta y secreta esperanza

de encontrarse muy pronto.

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Esa relación veraniega transformaría radicalmente la vida de

Cristian, pues le permitió descubrir un fascinante mundo nuevo;

completamente diferente al suyo. Un mundo donde existían libros,

música, y conversaciones acerca de temas entretenidos y

apasionantes; y que venían de la mano de personas, que habían

traído una enorme felicidad y dicha a su vida.

El siguiente año, poco antes de comenzar la temporada veraniega,

Cristian recibió carta de Alex. En ella se disculpaban por no estar

por allí ese verano; pues sus padres habían optado por ir de

vacaciones al norte del país. La promesa sin embargo la mantenían,

pero esta vez sin falta para el próximo año, pues ya que sus padres

se lo habían prometido.

Aunque ese año la espera resultó más larga y triste, Cristian

confiaba ciegamente en la palabra de sus amigos; y ya no se

imaginaba sin volverlos a ver. Especialmente a ella, de quien

recibía cartas con menos frecuencia. La verdad es que tampoco

sabía mucho que escribirle, salvo saludarla y decirle lo mucho que

la extrañaba. Así, la distancia, y esa espera interminable en vez

apagar su amor lo hizo más intenso.. Contaría con ansias los días y

meses para la llegada del verano. Y no habría día en que no

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recordara con nostalgia los gratos momentos vividos ese

inolvidable verano; el cual parecía cada día estar más lejano.

El año siguiente se renovaron sus temores, esto al no recibir carta

alguna de ellos. Fue en la estafeta postal, cuando iba en busca del

correo, que sorpresivamente se encontró con Alex, Este acaba de

llegar. Así que luego de un caluroso y efusivo abrazo, muy

emocionado de inmediato le preguntó por Javiera. Alex le dijo que

se había quedado todavía unos días con sus padres en Cruz de

Bilbao; pero que vendría el fin de semana. Sintió como si el corazón

se le fuese a salir del pecho, no obstante lo disimuló

convenientemente ante su amigo.

Alex ese año había cursado el primer año en la Universidad, donde

se contagió con la atmósfera predominante por aquellos días, de

enorme efervescencia social y política. Así a lugar donde fuese con

su amigo, no perdía ocasión de hablarle de lo que estaba

sucediendo en el país.

Cristián pudo notar por la vehemencia con que Alex le hablaba de

tales cosas, lo seriamente que se estaba tomando todo aquello,

especialmente por las apasionadas peroratas, que su amigo le daba

acerca del socialismo y la revolución. Esa vez Alex trajo un

tocadiscos, uno de aquellos portátiles (pick up) y que llevaba a

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todas partes, haciéndolo escuchar los mismos discos, una y otra

vez. Algunos de ellos rayados ya de tanto tocarlos. Era música

protesta, del Quilapayún, Víctor Jara e Inti Illimani, y donde la

palabra “revolución” se repetía como si se tratase de un mantra

sagrado. Pero Alex también escuchaba otro tipo de música; muy

diferente a la anterior. Era música rock: de Jimmy Hendrix, Doors y

Janis Joplin. Era música norteamericana y por lo tanto, como decían

algunos por aquella época: música yanqui, promovida por el

capitalismo para alienar a la juventud.

Y si bien su amigo citadino estaba profundamente excitado y

conmocionado con todo ello, lo que lo motivaba a expresarse de

manera particularmente apasionada, el no estaba muy de acuerdo

con tales opiniones, y solo las escuchaba por la estima que le tenía.

Le parecía mal que para cambiar las cosas, como decía Alex,

hubiera necesidad de recurrir a la violencia. Como católico y

cristiano, para él la violencia siempre estaba mal, y tomaba las

palabras de su amigo, más como alardes que otra cosa, pues no lo

imaginaba portando armas, ni menos disparándole a la gente. Pero

confiaba en que su amigo se diese cuenta en algún momento, que

significaba realmente eso. Era probable que fueran ideas que el

mismo desecharía muy pronto, porque intuía que su amigo no era

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capaz de tal tipo acciones. Por lo que ni siquiera se molestó en

contradecirlo.

-Ha llegado el momento en que los trabajadores se levanten por fin

y acaben de una vez con sus explotadores patrones, le decía Alex,

y luego continuaba: y una vez que eso ocurra los ricos serán

obligados a tener que repartir sus riquezas, terminando así de una

vez con la pobreza. Naturalmente primero hay que prepararse para

luchar contra la burguesía; porque no van aceptar nunca por las

buenas, compartir voluntariamente lo que tienen. Por lo que había

que prepararse para ese momento histórico cuando llegara (el cual

parecía estar muy cercano) y la revolución liberara al pueblo para

siempre de la opresión de los ricos y poderosos.

-¿Es que acaso no está demostrado que los países donde el

comunismo había triunfado, lo había hecho mediante la lucha

armada? dijo, a modo de demostrar lo fundada de su afirmación, y

dando a entender que desgraciadamente era la única forma de

cambiar las cosas. Ello en todo caso sería un costo bastante menor

a pagar, en comparación con los enormes beneficios que el

pueblo obtendrá a partir de ese momento glorioso para siempre.

Y si bien era cierto que Cristián había vivido siempre muy

austeramente, casi pobremente, y en condiciones sin duda mucho

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103

más paupérrimas que las de Alex; y que su vida en cuanto a lo

material no fuese exactamente la misma, que sus patrones, todo lo

cual podría justificar por lo tanto algún tipo de odiosidad y

resentimiento, Cristián no le veía de ese modo. Él estaba

conforme con lo que tenía, como la vida que llevaba; ni menos

envidiaba lo que otros poseían. Por el contrario sentía gran aprecio

y cariño por sus patrones; los que se habían portado siempre de

manera generosa y cordial con ellos; no abandonándolos a su

suerte, y apoyándolos cada vez que lo necesitaban. No obstante lo

anterior, Cristián no ignoraba la pobreza y marginalidad en la que

vivían otras personas, pero pensaba que aquello se solucionaría en

la medida que el país progresara, tal como lo había venido haciendo

el último tiempo, y no por alguna revolución.

Para Cristian la vida era simple y sencilla, y aunque si bien para los

afuerinos el trabajo realizado por la gente de campo podía

resultarles muy duro y esforzado, el estaba acostumbrado. Es más,

los días que le daba por holgazanear, finalmente terminaban por

aburrirlo enormemente. Así para él no había cosa que lo hiciera

sentir más feliz y satisfecho, que volver al atardecer del campo, con

la satisfacción de la labor cumplida.

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104

Y si bien estimaba como buenas las intenciones de Alex, al menos

en esos temas, prefería seguir los consejos de sus abuelos; los

que le habían enseñado siempre a ser siempre agradecidos con sus

patrones, aceptando con religiosa humildad y resignación, la

situación que les tocaba vivir.

Cristian era feliz así, y si había algo que le hubiese podido

perturbar, era tal vez, no haber conocido a sus padres. Pero ese no

era un asunto que la revolución de la que hablaba su amigo, iba a

poder resolver.

El libro regalado el verano anterior por Alex: “El Siddharta” de

Hermann Hesse, había causando un gran impactó en él; las

experiencias narradas ahí calarían profundamente en su corazón,

llegando a tener ese libro casi como una guía espiritual; eso a pesar

de no tener relación alguna con la fe católica que profesaba, ni

saber mucho donde ocurrían los hechos, ni menos quién era su

autor.

-Si quieres que hablemos de algo, háblame acerca de la vida esos

monjes del Oriente, le contestó Cristián.

-¿Pero a quién le puede importar esas cosas en este momento

Cristián? Lo importante es lo que está ocurriendo ahora en el país,

-le respondió Alex.

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105

Alex se molestó por la indiferencia que exhibía Cristián frente a lo

que le decía, y que para el eran de la mayor importancia; pues se

había tomado muy en serio el concientizarlo.

En algún momento incluso le dijo que se parecía al Tío Tom.

-¿Qué es un Tío Tom? Le preguntó Cristián.

Tom era un negro de un cuento, que aceptaba con resignación lo

mandaran, así como lo explotasen los blancos.

-¿Pero quién me explota a mí? La respondió Cristián.

-Pareces estar ciego, o no querer ver, pues tus patrones. ¿O acaso

no ves que ellos tienen más y mejores cosas que tú? Su vida es

más fácil sencilla y cómoda, mientras tú en cambio, debes trabajar

todos los días como un burro.

-No creo que sea así, le dijo Cristián.

La vida de ellos, como yo la veo, no es nada de fácil y sencilla

como tú dices. Yo veo como todos los días ellos están

constantemente preocupados por las cosas que hay que hacer,

muchas veces sin siquiera disfrutar de lo que tienen. Andan por

ahí todo el tiempo apurados, en trámites y diligencias. Preocupados

de cómo vender los productos; que nos los engañen en los

negocios; que no les roben las personas que tienen a cargo y

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106

hagan las cosas que le piden. En fin, una serie de problemas de

nunca acabar. En cambio mi vida es simple, me levanto, hago mi

trabajo, tengo donde vivir, tengo para vestir y comer. Disfruto

pintando y tallando, como de la naturaleza. Créeme soy muy feliz,

en cambio cuando los veo a ellos, me dan mucha pena, pues los

veo siempre preocupados y atareados por todas las cosas que

tienen que hacer. Muchas veces incluso amargados y tristes por los

problemas que a cada momento deben solucionar.

¿Por qué habría de envidiar vivir como ellos?

Veo que no hay caso contigo, le respondió Alex, pero pronto verás

lo que te digo, porque el comunismo y la revolución son inevitables,

y cuando llegue, lo deberás aceptar, estés o no estés de acuerdo

con ello.

Está bien, le contestó Cristian. Cuando llegue ese momento

veremos que tan bueno es lo que dices, buscando con ello terminar

una conversación que a momentos se volvía algo incomoda, siendo

que su único interés de verdad en ese instante: era Javiera y el

momento en que se volvieran a reencontrar.

-¿Es seguro que Javiera llega hoy por la tarde? Le preguntó

Cristián.

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-Sí, y es probable que también mañana vayamos por el río.

-¿Entonces nos encontramos en el cruce como de costumbre?

Volvió a preguntar Cristian

-Si, estaremos por allí sin falta, dijo Alex, y se despidió de su

amigo.

Esa noche Cristián casi no durmió pensando en lo que le diría a

Javiera cuando se encontrara con ella al otro día. Dos años eran

mucho tiempo, y quizás hubiese cambiado mucho y todo fuese muy

diferente a la última vez.

¿Qué cosas le podrían interesar ahora?

¿De qué hablaría con sus amigos en Santiago?

Así agobiado por las dudas pasó toda la noche. Pero lo que más lo

angustiaba ¿Era saber si ella lo seguiría queriendo como la última

vez?

Al otro día, nada más acabar con las faenas matinales, sin tomar

desayuno siquiera, se encaminó al lugar de encuentro. Le palpitaba

el corazón a mil por hora, y su dicha solo era contenida por cierto

grado de temor. Así que no más distinguió con claridad su figura a

la distancia, el cuerpo y las piernas le comenzaron a temblar sin

poderlas controlar. Estaba sola, y cuando ella se percató de su

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108

presencia se apresuró a recibirlo con un cariñoso y afectuoso

abrazo, dándole un beso en la mejilla. Suspiró aliviado, era la de

siempre.

Se separaron para poder verse los rostros. A él le pareció que lucía

más radiante y bella que nunca, como si un mágico nimbo la

envolviera. No hubo palabras por un momento. Luego ella bajando

un poco su cabeza le dijo: he venido sola, porque Juan me dijo

que estabas esperándome; pero tengo otros planes.

No importa dijo Cristián, veremos salir otro día. Me imagino

vendrás cansada por lo del viaje añadió.

-No te voy a mentir Cristian, tampoco será posible otro día.

Cristian presintió una eminente desgracia.

Javiera continuó:

-Lo que pasa es que vengo con mi novio, y él es muy celoso. Ni

siquiera sabe que he venido hasta acá.

Cristián comprobó que bastaba solo un segundo para bajar del cielo

al infierno. Quedo paralizado, incapaz de articular palabra,

resistiéndose a dar crédito a lo escuchado; y pese al enorme

esfuerzo que hizo para no revelar lo que le estaba sucediendo; el

brusco empalidecer de su semblante le mostró de inmediato a

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Javiera lo que le ocurría. Javiera soltó delicadamente sus manos, y

finalmente le dijo: -Lo siento Cristián, así son las cosas. Adiós y

cuídate mucho.

Luego se dio media vuelta, y se alejó rápidamente.

Cristián paralizado, vio como se alejaba. Solo cuando desapareció

a su vista, al igual como un autómata se dio medio vuelta, sin volver

a mirar atrás, regresando por donde había venido. Cada vez más de

prisa; temblando desde los pies a la cabeza, y sintiendo una

confusa e inexplicable sucesión de sentimientos, donde se

mezclaban un intenso dolor y vacío; además de una enorme

vergüenza y humillación. Y aunque no lloró, sentía la enorme

necesidad de encontrar un lugar donde poder ocultarse de todos.

En su mente la imagen del rostro de Javiera no se apartaba,

repitiéndosele una y otra vez, haciendo más intensa y profunda su

angustia. Por su mente paso la insoportable idea de que tal vez no

la volviese a ver jamás. Como un fantasma entró a la casa,

dirigiéndose directamente a su pieza, para que no lo vieran sus

abuelos. Adentro y no despertar sospechas, colocó el primer disco

que encontró a mano en el tocadiscos (el que Alex le había dejado)

y no preocupar a los viejos, haciéndoles creer que solo se había

encerrado a escuchar música. Luego se sentó en una mesita junto

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a la ventana, donde permanecían todavía esparcidos algunos

dibujos y otros objetos de Javiera, lo que trajo a su mente los bellos

momentos vivido tiempo atrás. A través de la ventana pudo ver el

follaje de un árbol que a lo lejos el viento agitaba, fijó en él su

mirada, sintiendo como su soledad y pena se hacía cada vez más

profundas e intensas. La música sonaba baja, la letra era en inglés,

por lo que no sabía, pero tampoco le importaba lo que decía.

Comenzaba con una notas de un bajo que melancólicamente daba

paso a un estribillo que repetía, una y otra vez, “you’re lost little

girl”, canción de un disco que a fuerza de oírlo tantas veces ese

día, se fue identificando cada vez más con su dolor y tristeza.

Solo cuando ya atardecía y sintió los golpes en la puerta de su

habitación, salió de su total ensimismamiento.

-¿No saliste con tus amigos hijo? preguntó desde afuera la abuela.

-No, hubo cambio de planes, me sentí mal de repente abuela.

Déjame descansar un poco, pronto ya veré darle de comer a los

animales.

-No es necesario que te levantes hijo. Deja que esta vez lo hago yo.

Baja eso si más tarde a comer algo, pues ni siquiera tomaste

desayuno esta mañana.

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-No se preocupe abuela, lo haré.

Ese día no saldría de su cuarto y solo se levantaría para colocar el

mismo disco una y otra vez. Llegó la noche y el frío; pero era tal la

necesidad de permanecer inmóvil, que ni siquiera se animó a cerrar

la ventana. Esa noche apenas durmió, solo unas pestañadas al

amanecer producto del enorme cansancio que traía.

La abuela al verlo por la mañana tan callado, triste y ojeroso le

preguntó que le pasaba.

-¿No va a ser mejor que vayas al médico?, -le preguntó.

No, no es nada abuela, solo he tenido un disgusto, pero pronto se

me pasará.

-¿Algún problema con tus amigos?

Cristian no respondió.

La abuela intuyó casi de inmediato había algo pasado con ellos, y

le aconsejó: no le des importancia a esas personas hijo, tú sabes

cómo son esos capitalinos, no se puede confiar mucho en ellos.

Cristián sin embargo continuó sin decir palabra. Los días siguientes,

si bien Cristian volvería a su rutina de trabajo habitual, sus

movimientos parecían los de un autómata. Hablaba lo mínimo,

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112

respondiendo la mayoría de las veces con monosílabos. Sus

abuelos cada vez más preocupados, le preguntaron una y otra vez

que le pasaba, pero se refugiaba en sí mismo, sin decir nada.

Finalmente los abuelos decidieron a hablar con Don Jovino, para

ver si podía hacer algo por él.

Don Jovino, Cristián está muy enfermo, come poco, y duerme poco.

Por favor pregúntele que le pasa. Creemos que tuvo algún

problema con sus amigos, pero no nos dice nada, le dijo el abuelo.

-No se preocupen, veré de inmediato hablar con él.

-Gracias patrón.

Cuando Jovino lo mandó a llamar y se presentó ante él, le dijo:

-Cristián tus abuelos están muy preocupados por lo que te pasa.

¿Por qué no me cuentas qué te ocurre? A lo mejor te puedo ayudar

con tu problema.

-No es nada patrón.

-¿Cómo que no es nada? Si puedo ver lo delgado, demacrado y

ojeroso que estás.

¿No te das cuenta de que tienes preocupados a tus abuelos?

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113

-Ellos están muy afectados por lo que te pasa.

Dime de qué te pasa, y luego veremos si puedo hacer algo para

ayudarte a solucionarlo.

-Es como si de pronto la vida ya no tuviera sentido, -respondió

finalmente Cristian en voz baja.

-Pero porque dices eso, si apenas tienes veinte años.

¡Ah ya veo! y luego agregó: te has enamorado de alguien ¿No es

cierto?

-Sí, respondió Cristian

-Y quién es esa joven, ¿la conozco?

-No sé, es de Santiago, solo viene por los veranos.

-Pero hijo, no te preocupes por eso, ya verás como pronto la

olvidas. Eso nos pasa a todos; con el tiempo te darás cuenta que no

tenía ninguna importancia.

Cristian con una seguridad pasmosa, la que sorprendería a Don

Jovino le respondió: Eso no va a ocurrir jamás. Nunca la olvidaré.

Don Jovino se dio cuenta que iba a ser difícil de convencer a

Cristian de lo contrario, por lo que prefirió darle una vuelta al asunto

y optó por proponerle algo diferente.

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-¿A ver, dime porque dices que la perdiste? -le preguntó.

-Lo que pasa es que ahora tiene un novio, contestó.

-Ah, ya veo.

¿Pero solo por eso piensas que la perdiste ya?

Cristian sorprendido por la pregunta le contestó -¿Por qué?

-¿No será acaso que te diste por vencido demasiado pronto?

-¿Cómo es eso? replicó Cristián.

A ver, yo cuando joven me ocurrió lo mismo. Me enamoré de una

joven que salía con otro muchacho. Pero en vez de resignarme y

lamentarme me propuse ver como conquistar su amor, eso a pesar

de no ser de su gusto y ni siquiera me podía ver.

-¿Y finalmente que pasó Don Jovino?

-Pues debes saber que ella es mi actual esposa Josefina.

-No me diga, respondió Cristian.

-Así es. Por lo que no veo razón alguna para que te desalientes tan

pronto echando todo por la borda. Mira, ambos son muy jóvenes

todavía, y tenéis una vida entera por delante; además la vida da

muchas vueltas, por lo que si realmente la quieres, y eres fiel y

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115

constante en tu empeño, no me cabe la menor duda que

conseguirás su amor.

Arriba ese ánimo, tu vida recién comienza, no tienes derecho a

echarte a morir tan pronto; preocupándonos con ello a todos. Te

necesitamos bien.

Las palabras Don Jovino fueron un verdadero bálsamo para

Cristian, devolviéndole literalmente al alma al cuerpo. Una nube que

en ese momento pasaba por el cielo dejó pasar unos rayos de sol,

como presagio de que la vida nuevamente era bella; lo que lo

inundó de una poderosa y renovada energía cuando iba de regresó

a casa.

Esa noche durmió profunda y plácidamente, como no lo hacía

varios días, y se despertó de un magnifico y bello sueño, en el cual

se veía compartiendo momentos de alegría con sus amigos. Tomó

el libro de cabecera que tenía sobre su velador (Siddharta de

Hesse), y busco en él algo que recordó: eran esas tres cosas que le

permitirían conseguirlo todo: “pensar, esperar y ayunar”. Eso era lo

que debía hacer: pensar que hacer cuando ese momento llegara,

luego de esperar con paciencia y fe; el día en que Dios dispusiera

tal reencuentro.

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Dios estaba seguro de que su amor era genuino y sincero. Así cada

día luego de arrodillarse junto al crucifijo que colgaba a la cabecera

de la cama, le pedía a Cristo estar lo más pronto a su lado,

prometiéndole serle fiel hasta la muerte.

Lo prudente por el momento era no hacer nada que pudiese

incomodarla. Habría que darle tiempo al tiempo, y cuando las cosas

cambiaran, y ello ocurriese, el estaría ahí esperándola.

Era tal la seguridad que llego a tener: que pensó que tal vez el

próximo verano ello llegase a ocurrir. Quien estuviese a su lado al

final no le iba a ser tan fiel, ni la amaría, como él la amaba. Y

cuando se ella se diera cuenta de lo sincero, profundo y verdadero

que era su amor, sin duda regresaría con él.

Así con la esperanza, retornó también la alegría de vivir; y cuando

al final del día regresaba del campo al final del día, luego de orar a

Dios en su cuarto, colocaba el mismo disco; del que desconocía la

letra, pero que misteriosamente sintonizaba con ese melancólico

sentimiento que albergaba en su corazón aquellos días.

Así fueron transcurriendo los meses, hasta que llegó por fin el

verano nuevamente, y si bien esa vez tampoco hubo carta de sus

amigos, esperaba con fe que ocurriera el milagro. Hasta que un día

yendo a recoger a correspondencia en la estafeta postal del pueblo,

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de manera idéntica al anterior verano (lo cual lo hizo pensar, que tal

vez, estuviese soñando, o presa de un “deja vu”) se encontró con

Alex. Recién llegaba por allí, y luego de abrazarse fraternal y

afectuosamente, al igual como el año anterior, le preguntó de

inmediato por Javiera.

Capítulo VI

Jaime

No es natural que a tan temprana edad un niño tenga un propósito

tan definido en la vida, pero un hecho traumático en su infancia

haría que Jaime (alrededor de los ocho años) lo tuviera.

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Cuando con la primavera llegaba el buen tiempo, era habitual los

días sábados, después del almuerzo, que Jaime, su madre visitaran

unos parientes en el sector de Macul; sector todavía con chacras de

la capital. Allí había una quinta frutal donde podían jugar y divertirse

junto a sus primos.

Uno de esos sábados Jaime prefirió quedarse en casa. Estaba

entusiasmado con unos libros de cuentos que había recibido como

regalo para su último cumpleaños. En el momento que leía unos de

los libros en su cuarto, escuchó como risas que provenían del lugar

donde tenían sus cuartos las empleadas, lo que despertó su

curiosidad. Sigilosamente se dirigió a hasta allí para ver qué

pasaba. Como la puerta estaba algo entreabierta, se acercó

silenciosamente para observar lo que ocurría en su interior. Lo que

vio esa vez lo dejó completamente consternado: estaba su padre

semidesnudo sobre la empleada teniendo relaciones sexuales. Esa

situación incomprensible y enormemente perturbadora para él, lo

dejaría profundamente choqueado, y avergonzado, dejándolo

marcado para siempre. Ello originó un fuerte rechazo hacia su

padre, el que aumentaría al sumarse otros eventos, como algunos

escándalos, cuando este llegaba borracho al hogar. Jaime vio como

todo aquello había convertido en un verdadero infierno la vida de su

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querida madre, la que veía soportaba aquello con resignación y

dignidad, haciendo gala de una particular discreción y reserva

ante los demás, especialmente los hijos. A Jaime le

apesadumbraba especialmente el desenfado de la empleada; la que

parecía ufanarse a veces de contar con los favores del patrón. Tal

situación bochornosa y humillante la mantuvo por mucho tiempo

en absoluto secreto, no atreviéndose a mencionar nada de aquello

a su madre; ni siquiera cuando ya fue mayor. Al comienzo por

pudor; luego por considerar innecesario agregar otra situación

dolorosa a la vida de su amada progenitora. Solo le se lo contó a su

hermano Pablo, años después.

Eso significó que para Jaime existiese una enorme diferencia entre

su padre y madre. Mientras veía en ella a una persona digna,

recatada, y noble, en él en cambio vería a un ser grosero,

prepotente y desvergonzado. El hecho de que su progenitor hubiese

amasado una gran fortuna, a través de su esfuerzo y trabajo, como

solía jactarse, para Jaime carecía absolutamente de valor, por no ir

acompañado de una vida decente. Ello significó que desde

temprano existiera una fría y distante relación entre el padre y los

hijos mayores, manifestándole escaso o nulo aprecio a su

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120

progenitor. Para ellos, no era un modelo a seguir, como lo era su

madre, una piadosa y devota católica.

Aun así, no dejaban de ser la típica familia acomodada de

comienzos del siglo XX, en un país extremadamente clasista y

conservador; donde si bien era habitual ocurriesen tales

situaciones, se ocultaran “bajo la alfombra”; pues lo más importante

era guardar las apariencias, sobre todo tratándose de la familia del

presidente de la república.

El padre, hábil empresario, había hecho su fortuna en la minería en

el norte del país. Y si bien era una persona de maneras poco

elegantes, y no muy del gusto de la aristocracia de aquella época;

no era menos cierto, que poseía un particular carisma y simpatía, lo

que lo haría cercano a todo tipo de personas.

Y serían su fortuna y carisma, las que le permitirían escalar a los

más altos cargos de la nación, en una época, donde el dinero era

indispensable y además suficiente para acceder a la política con

cierto grado de éxito. Sin embargo, el añadiría algo nunca antes

visto en su país: ganarse el fervor del pueblo, el cual hasta ese

momento, había sido ignorado completamente por los políticos;

siendo quizás el primero que se dirigiera al pueblo con encendidos

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y vibrantes discursos, cargados de promesas de justicia,

prosperidad, así como de mayor igualdad.

Con el tiempo, las diferencias con su padre se acentuarían,

especialmente en cuanto a su pensamiento político, hasta volverse

simplemente antagónicas. Así mientras el padre se mostraba como

una persona, moderna, liberal y progresista Jaime en cambio

simpatizaba con las posturas más conservadoras de la iglesia, y era

su sueño el ingresar al seminario una vez terminado sus estudios

secundarios. Tal aspiración sin embargo, la frustraría su padre,

quien le impondría estudiar derecho; pues para él era

responsabilidad del hijo mayor velar por los bienes patrimoniales

de la familia, y para ello, nada más conveniente: que conocer de

leyes. Fue así como Jaime tuvo que dejar de lado su vocación

religiosa, para asumir otros asuntos de carácter más terrenal. Tal

aspiración religiosa sin embargo la cumpliría su hermano menor

Pablo; siendo este su confidente, cómplice y fiel seguidor durante

toda su vida.

La familia se completaría con el tardío intento de sus padres por

contar con una niña, y si bien ese anhelo nuevamente se frustraría,

ese nuevo hijo colmaría ampliamente las expectativas del padre; al

ser de un temperamento más cercano y afín. La diferencia de edad

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122

con sus hermanos mayores lo alejaría de su influencia, lo que le

permitió hacer un juicio menos severo de la conducta del padre; el

cual lo convertiría pronto en su hijo predilecto, buscando compartir

el mayor tiempo con él; incluso lo llevaría a reuniones y actos de

gobierno impensables para un niño, lo que le permitiría al hijo

conocer tempranamente las actividades del poder.

Y si bien Jaime nunca se entendió con su padre, respetó y cumplió

escrupulosamente sus deseos. El padre, era el padre, y era un

deber religioso obedecer escrupulosamente sus decisiones, aunque

estas pudieran parecer duras e incomprensibles para los hijos. Solo

una vez Jaime osó contradecirlo. Fue una vez cuando hizo un

comentario acerca de ciertos amigos del padre, diciendo: “que

eran tan solo unos arribistas y ambiciosos”.

El padre le respondió molesto esa vez:

¿Es que acaso no ves que esa es la gente que necesita el país?

¿O qué prefieres? ¿A esa aristocracia refinada y mojigata, que con

los curas mantienen en el atraso y la miseria a la gente?

Jaime si bien era prudente con lo que decía, esa vez no sopesó las

consecuencias de sus palabras.

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123

¿Y dónde queda la decencia y la moral de las personas?, le

respondió.

¿Me tratas de inmoral? respondió indignado el padre; al mismo

tiempo que le propinaba una bofetada.

Jaime soportó estoicamente el golpe recibido, y procedió de

inmediato a disculparse, mostrándose hondamente arrepentido por

lo dicho. Esa vez el padre lo conminó, a que jamás se atreviese a

insinuarle una cosa así otra vez.

Desde aquel incidente, Jaime jamás contradeciría al padre,

cuidándose de no opinar nada, que no fuese de su parecer. Por lo

que la relación se fue limitándo estrictamente a lo profesional: a los

negocios, el control legal de las propiedades, así como los diversos

litigios en los que frecuentemente se veía envuelto el gobernante

con sus adversarios políticos.

La muerte sorpresiva del padre, siendo aún presidente del país, lo

colocaría impensadamente a Jaime a cargo, no solo de los

negocios de la familia, sino también algunos de carácter político,

los que Jaime, como era habitual en él, los asumiría con gran

sentido del deber y responsabilidad, aunque no fueran de su gusto;

ya que la política le parecía una actividad absolutamente

detestable, odiosa y repugnante. Años después modificaría tal

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124

opinión, cuando conociera de la obra de Escrivá de Balaguer; solo

en ese momento tal oficio recobró importancia para él, pues vio que

la política también podía ser utilizada con una finalidad moralmente

superior: la de preservar los valores cristianos. Incluso llego a creer

que la misma divina providencia le estaba colocado en el camino

tan ineludible misión. Por supuesto, no para gobernar de manera

“populista” como lo había hecho su padre, sino para velar por la

protección de los valores religiosos y morales y de la iglesia

católica; que él veía con preocupación, estaban siendo

amenazados de manera creciente en el mundo entero.

Y fue ese el motivo que años después aceptara ser candidato de

consenso a la presidencia de su país, uniendo a dos partidos

históricamente adversarios por primera vez: liberales y

conservadores. Esto en un mundo donde se evidenciaba cada vez

más un avance arrollador de las ideas marxistas, socialistas y

comunistas en el mundo.

A diferencia del padre, un progresista y liberal, al estilo de los

gobernantes norteamericanos de aquella época, Jaime se sintió

más próximo a los gobiernos de corte fascista, que con inusitada

fuerza se alzaban por toda Europa.

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125

Pensaba que la democracia, había traído solo el descontrol de las

masas, como el libertinaje; cuestión grave, y a la que había que

colocar pronto freno para impedir la debacle y el caos. Ideas

similares compartía con el gobernante argentino por esa época

Juan Domingo Perón, al igual que él, gran admirador de Mussolini

en Italia y de Franco en España. Ambos también verían con

enorme simpatía, el rápido ascenso de Hitler en Alemania.

Jaime estaba convencido de que el fascismo era el único sistema

que permitiría preservar los valores católicos y cristianos. Valores

que entendía se debían impartir al pueblo, a través de un estado

fuerte de carácter militar que garantizara una educación religiosa y

sana al pueblo, transmitiéndole valores como los de la disciplina, el

amor al trabajo, a Dios y la Patria, o sea, todo aquello que él había

visto se había ido debilitando como consecuencia de la democracia

liberal y el progreso. Lo sintió como una auténtica cruzada contra el

mal, el cual estaba medrando en todos aquellos lugares donde la

democracia corrupta y libertina decía traer el progreso y la

modernidad. Las ominosas predicciones de Fátima, eran sin duda

una advertencia clara de los inminentes peligros que se avecinaban

en el mundo. Por lo que había necesidad de obrar de manera

drástica y firme, sin vacilaciones, antes que el mal terminara por

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126

adueñarse del mundo. En su círculo más íntimo, no públicamente,

no disimulaba los elogios y la buena opinión que tenía de “Hitler”; y

pensaba al igual que él: que la responsabilidad de los problemas

que estaban ocurriendo en el mundo eran tan solo responsabilidad

de los judíos. Fuesen estos, judíos americanos, ávidos de dinero, o

de judíos bolcheviques, ávidos de poder. Ellos eran los

responsables de haber comenzado una conflagración, que

inevitablemente deberían pagar. Y a pesar de que Jaime en ese

momento estar distante de las posturas de la nación del norte, tenía

la secreta esperanza de que algunos personajes prominentes de

ese país cambiasen el rumbo de las cosas; entre ellos Henry Ford,

el aviador y héroe nacional Charles Lindbergh; pero especialmente,

con el que tenía más cercanía en ese momento, tanto por su

catolicismo, como por su recalcitrante antisemitismo, Joseph

Kennedy, y que además en esos momentos asomaba como el más

seguro próximo presidente de los E.E.U.U. Su simpatía aumentó,

después de las declaraciones hechas por el magnate a su regreso a

E.E.U.U., cuando este fue obligado a renunciar a su cargo como

embajador en Inglaterra por Roosevelt. Esa vez cuando los

periodistas le preguntaron: “cómo es que se le había ocurrido

recomendarle al gobierno inglés apoyar al régimen de Hitler,

sabiendo de las persecuciones a las cuales estaba sometiendo a

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los judíos en ese país”, él respondió con un lacónico “Pero si ellos

se lo buscaron”. Joseph Kennedy comprendería luego más tarde lo

desafortunadas que habían sido sus declaraciones, las que

terminaron por alejarlo definitivamente de su segura nominación a

la presidencia del país, pero luego vería cumplida a través de su

hijo John Kennedy cuando fue presidente.

Jaime estaba convencido de que una vez contenidas las perversas

tendencias capitalistas y marxistas en el mundo, se podría

restablecer nuevamente ese idílico mundo ultraconservador,

religioso y medieval, que se había ido debilitando hacía mucho

tiempo. Quizás, desde el renacimiento; luego con la revolución

francesa, así como con la proliferación de la ciencia, y con él

anticristo, que para él eran Lutero y los judíos. En fin todo aquello

que trajo la modernidad, llevándonos a un mundo cada vez más

secular y pagano, sin respeto por Dios, la moral y la decencia;

donde lo único que parecía importar era el progreso económico, la

tecnología, y el dinero. Y que había llegado de la mano de una

especie de politeísmo pagano promovido por judíos, plutócratas,

masones y marxistas.

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Capítulo VII

En la universidad

Mario fue siempre más de acción, que de palabras. Y el día que vio

las fotos del Che Guevara muerto Bolivia en los periódicos del

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129

quiosco de la esquina en su barrio, quedó inmediatamente

absolutamente fascinado.

Años después, como estudiante universitario, asistiría junto a Alex a

una conferencia que ofrecía la facultad de filosofía y letras en su

casa de estudios. El tema: un movimiento, del cual si bien había

escuchado innumerables veces, nunca tuvo claro en qué consistía.

Hasta el momento, las opiniones recibidas, coincidían en ser

negativas; lo que despertó su curiosidad aun más.

El anarquismo no es como se dice un movimiento que pretenda

llevar al caos y a la anarquía a los países a través de sembrar la

violencia, el terror, y el caos. Con estas palabras introdujo el tema

el expositor. A Mario sin embargo le pareció haber dado la

definición exacta, que tenía de tal movimiento hasta ese momento,

que por lo demás, no le parecía algo incorrecto, ni condenable.

Y para que no queden dudas al respecto, el conferenciante

continuó: voy a mostrar algunas personalidades, que se definieron

ellos mismos como anarquistas, y que como verán ninguno de ellos

apeló a la violencia, agresión y menos al terror como medio de

lucha; por el contrario, la rechazaron absolutamente. Menciono al

escritor ruso y anarco-pacifista cristiano Tolstoi, el también cristiano

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Miguel de Unamuno, el pintor surrealista Salvador Dalí, y el escritor

argentino Jorge Luis Borges, entre otros.

Y si la violencia no lo es, entonces …

¿Qué caracteriza a los anarquistas?

Es una actitud crítica frente a todo tipo de ideologías, creencias y

dogmas, que nos quieran imponer. Para el anarquismo lo central es

el individuo, no las masas, y menos los líderes, que las suelen

manipular y manejar a su antojo para su propia conveniencia y

provecho.

El anarquista obedece tan solo a una autoridad: su propia

conciencia.

Solo aquellos que son capaces de no seguir ciega y servilmente

otros, sino seguirse a sí mismos, son verdaderamente anarquistas.

Pues para ellos la conciencia individual, es la único que puede

asegurar seres humanos auténticamente libres; los que podrán

asociarse para colaborar de manera fraterna y solidaria, en un plano

de igualdad, pero manteniendo tanto su independencia como

individualidad, y siendo responsables cada uno de sus actos. Y

que no solo toleran sino que promueven la más amplia diversidad

de opinión y pensamiento.

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131

Desafortunadamente, hoy en día se los que se denominan

anarquistas son los menos representativos y consecuentes con

tales principios; pues su comportamiento parece más propio de

masas irracionales, que de individuos inteligentes y conscientes.

Al contrario de lo que la mayoría piensa, la justificación de la

violencia para los anarquistas es excepcional, solo en casos

extremos, de regímenes autoritarios y opresivos; pues a diferencia

de otras doctrinas totalitarias como el marxismo o el fascismo, la

violencia no es un medio para la consecución del poder, pues

saben que eso siempre termina con una nueva clase dictatorial y

opresora. Y si algo no tolera el anarquista es ningún tipo de

dictadura o tiranía, sea del tipo que sea, esto aunque los autócratas

procuren disfrazarlas de democráticas y populares.

Por ello el anarquismo, es el movimiento más amplio y transversal

que existe, permitiendo la más amplia gama de opiniones y

pensamientos: Desde anarco-socialistas como Bakunin a anarco-

capitalistas como Ayn Rand; de anarco-cristianos como Unamuno y

Tolstoi, a anarco-individualistas como Max Stirner. Siendo la mayor

ni siquiera susceptibles de alguna clasificación, como ocurre con

artistas como Dalí, Borges o Nicanor Parra. Lo que distingue a

cada uno de ellos, es su valorización del individuo, por sobre lo

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colectivo, así como rechazo a todo tipo de ideologías y creencias

totalitarias sean estas políticas, religiosas o nacionalistas; en

consecuencia, no aceptan ningún tipo liderazgo autocrático y

mesiánico que signifiquen entregar un poder desmesurado a líderes

que luego asumen actitudes megalómanas, ególatras y hasta

psicopáticas, manejando a la multitud a través de la propaganda, la

uniformización, el adoctrinamiento político, el fanatismo y el terror.

El anarquista no busca seguidores, solo colaborar con seres

humano libres, en un plano de estricta igualdad. Por lo tanto su

conducta es consciente y responsable, y por lo tanto nunca hará

responsable a otros de sus errores.

Eso se parece mucho al marxismo, esto cuando llegue la sociedad

sin clases, dije casi involuntariamente en voz alta.

En lo absoluto, contestó el conferencista. El marxismo no alienta

una conciencia crítica por parte de sus partidarios. Lo que pretende

es el adoctrinamiento dogmático, que termina irremediablemente

en el fanatismo. Proceso que denominan eufemísticamente como

“concientización”; pero que no diferente a otras doctrinas

irracionales de masas, como las religiosas, donde no cabe la

posibilidad de disentir, sino aceptar de manera crédula y obediente

lo que digan y le pidan sus líderes; esto de acuerdo a su particular

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133

fe o dogma, que por lo general, se haya establecido en algún libro

sagrado, sea esta La Biblia, Mi Lucha, El manifiesto comunista, El

capital, o El Corán.

Pero el marxismo pretende crear una conciencia de clase para que

el trabajador, deje de ser engañado y explotado por el capitalismo le

respondí.

No dijo, lo que se denomina consciencia de clase, es una forma

dogmática, acrítica y uniformada de pensar, que se limita al

seguimiento ciego y crédulo finalmente de algún autócrata, el cual

goza de una autoridad y verdad infalible de acuerdo al dogma. Esa

verdad revelada, luego se internaliza a través de la repetición de

máximas y slogans, al igual como lo hacen las religiones con las

oraciones, rezos y mantras; y su fin no es otro que llevar al

fanatismo a sus partidarios.

Como la verdad ya fue revelada por su profeta y guía iluminado, en

este caso Carlos Marx y su discípulo avanzado Lenin, estos

adquieren las características de semidioses omniscientes e

infalibles; por lo que no cabe colocar en duda lo que dicen, sin caer

bajo sospecha de desviacionismo, revisionismo y traición.

Por ejemplo, se habla de «la dictadura del proletariado» como un

paso previo y necesario para la llegada del comunismo, y esa

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134

verdad para un marxista-leninista no es sable colocar en duda, al

igual como los católicos lo hacen con el credo. Eso aun cuando las

evidencias demuestren que tal “dictadura del proletariado”, nunca

ha dado paso al “comunismo” en ningún lugar del mundo, o sea esa

sociedad sin clases que prometen; y lo único que se a verificado

una y otra vez, es una máxima concentración del poder de manera

permanente y absoluta en una elite o casta de dirigentes, los que

terminan siendo los únicos que finalmente disfrutan de los

privilegios del poder; la mayor parte de las veces al amparo de un

dictador autoritario. Incluso se ha llegado al absurdo de que el

poder termine en manos sus propios familiares, lo que es una

vuelta evidente a la monarquía. Por supuesto no una monarquía

tradicional, sino una monarquía particularmente déspota, represiva,

y opresora, que busca justificarse siempre, a través de la existencia

de un enemigo externo.

¿Y de qué otra forma pueden los trabajadores entonces

organizarse para luchar contra el sistema? Le pregunte.

Solo a través de su propia liberación consciente, no hay otra forma

agregó.

¿Pero es suficiente con eso?

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No solo es suficiente, es lo único que puede asegurar un cambio

efectivo en la sociedad y las personas.

Solo cuando las personas sean capaces de guiarse a sí mismas

libremente estarán en condiciones de poder convivir de manera

libre, responsable y consciente, de otra manera estarán siempre

condenadas a hacerlo como lo han hecho siempre: bajo una

autoridad que sea la que rija por ellos sus destinos. Donde los que

detentan el poder buscaran siempre sacar provecho de las ventajas

y privilegios obtenidos. A los seres humanos se les ha enseñado a

obedecer siempre a alguna autoridad, nunca a pensar y a guiarse

por sí mismos, y eso es aun más ostensible, en las dictaduras

comunistas; por lo que diferencias entre gobiernos autoritarios de

derechas o de izquierdas son inexistentes, ya que son lo mismo,

siendo lo importante en todo esos casos, obedecer a algún dictador

de manera servil y obsecuente: sea este comunista, fascista, o

fundamentalista religioso. Todos son lo mismo.

El anarquista en cambio procura la cooperación entre iguales de

manera libre y voluntaria.

A Mario comenzó a no agradarle mucho tal idea, pues cuando

comenzó a sonarle todo ello como demasiado intelectual y utópico,

para que fuese efectivo. La verdad, esperaba algo diferente: algo

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que tuviera que ver más con acciones, algo más directo, algo más

épico y emocionante; algo revolucionario. Hubiese preferido

quedarse con la primera definición que dio del movimiento él

conferenciante.

¿Para qué pensar tanto? ¿Para qué complicarse tanto? Se

preguntaba.

Un anarquista obtiene su propia visión del mundo a partir de su

experiencia individual y personal; la podrá compartir, pero nunca

imponer; y repudian las doctrinas de masas, pues solo tienen

como objetivo promover el odio, la división, el rencor y la violencia

entre los seres humanos. Con esas palabras dio por terminada la

conferencia, ofreciendo la palabra a quienes quisieran preguntar.

Son puras huevadas, le dijo Alex, sacándolo de sus pensamientos,

e invitándolo a irse de inmediato de allí y a no seguir perdiendo el

tiempo.

No ves que esos idiotas anarquistas, carecen de organización y

disciplina. No tienen idea de cómo manejar al pueblo.

Alex, era de los pocos amigos de Mario que residía en el barrio más

acomodado de la capital; lo había conocido en la Universidad. Los

demás compañeros eran en su mayoría eran de clase media, y

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algunos pocos de barrios populares y pobres como él. El padre de

Alex era un importante abogado, que pertenecía a un círculo de

profesionales, artistas e intelectuales, todos conspicuos marxistas

de la clase media alta. Todos ellos gozando de una confortable

situación económica, permitiéndoles llevar una cómoda vida

burguesa. Así era habitual que frecuentasen cafés, galerías de arte

y otro tipo de actividades culturales, como el teatro. Y si bien Mario

compartía su ideario marxista, le desagradaba profundamente las

maneras y modales jactanciosos y arrogantes en su forma de

expresarse; esas tan propias de la gente acomodada del barrio

alto, y tan alejadas del mundo popular y humilde del cual Mario

provenía. En tales valorizaciones Mario naturalmente destilaba una

profunda odiosidad y resentimiento hacía los más ricos. Y es que

su vida no había sido fácil, pues debió empeñarse en condiciones

particularmente adversas para poder llegar a la Universidad, lo cual

era poco frecuente en esa época para un joven de su condición

social. Ello le demandó enormes esfuerzos y sacrificios, tanto por

precaria situación económica, como tampoco por ser muy dotado

para la actividad intelectual. Pero era un muchacho particularmente

disciplinado, esforzado y tenaz, el que desde muy joven había

tomado la decisión de llegar a convertirse algún día en un líder

político, partiendo por ser primero un líder estudiantil. Por lo que

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más que aspirar a sacar una carrera, lo veía como un medio que le

permitiera arribar exitosamente en la política.

Además del Che, admiraba especialmente a Stalin, pues daba la

coincidencia de ser al igual que él, hijo de un humilde zapatero

borracho. Su mentor era su tío, un viejo sindicalista comunista del

rubro textil, quien lo alentaría e instruiría para que hiciera carrera

política. Para Mario Stalin era uno de los escasos líderes que

representaban auténticamente al proletariado teniéndolo como

ejemplo, porque siendo de una familia extremadamente pobre al

igual que él, llegaría a convertirse en el líder más importante de la

revolución rusa, desplazando a otros líderes de condición burguesa

como Trosky, Bucharin y Zinoviev; de los cuales había siempre que

desconfiar, por no ser provenir del proletariado, sino de la arribista y

traicionera clase media. Es por eso que siempre le resultó odiosa la

forma ambigua y despectiva con que se expresaban del pueblo, el

círculo de los amigos del padre de Alex; así mientras hablaban del

pueblo como sufrido, noble y sabio en su condición de pobreza, eso

a diferencia de los idiotas de los ricos; por otro lado, los trataban

como imbéciles por ser engañados por la religión y la propaganda

capitalista.

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El discurso que veía se reiteraba en ellos era que la educación

permitiría (al igual como ocurría en los países comunistas y

socialistas) que los niños sin distinción social pudieran acceder al

arte y la cultura, permitiéndoles así apreciar la música, la pintura, el

teatro, y la literatura tal como ellos estimaban ocurría en la Unión

Soviética y no como en Chile, y demás países latinoamericanos,

donde era exclusividad solo de los más ricos. En los países

socialistas efectivamente valoraban el arte y la cultura, y la hacían

extensiva al pueblo y además tenían una especial consideración por

los artistas comprometidos y de vanguardia, aquellos que al igual

que ellos habían colocado el arte al servicio del socialismo. Ellos en

cambio veían en la mayor parte de los capitalistas ricos, a unos

brutos e ignorantes, solo preocupados de los negocios, y de cómo

ganar dinero, importándoles muy poco o nada tales cosas, y mucho

menos algún interés por entregarle tales cosas al pueblo. Un

gobierno socialista en cambio sacaría indudablemente de la

barbarie cultural al pueblo, presa de gustos groseros, promovidos

por el capitalismo, los que los limitaba a escuchar música vulgar,

comercial y alienante, ver teleseries, ir al fútbol, emborracharse en

las cantinas. Toda basura idiotizante, siendo ese el principal

impedimento para sacarlos de su paupérrima condición cultural y

social. Mario que disfrutaba de varias de aquellas cosas que ellos

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llamaban basura idiotizante, veía en tales nobles aspiraciones, solo

a un grupo de snobs, de “artistas incomprendidos”; bastante

egocéntricos; ansiosos de éxito o de reconocimiento; pues le

llamaba poderosamente la atención, que siendo tan críticos del

mundo burgués, sus gustos fuesen los mismos de quienes

criticaban, y que el encontraba como excesivamente sofisticados y

refinados. En realidad no creía que ellos buscasen realmente una

sociedad más justa e igualitaria, sin diferencias y privilegios de

ninguna especie, sino una sociedad donde ellos contaran con

especiales consideraciones y privilegios, y no como ahora donde

eran completamente ninguneados, por la clase rica de los

empresarios y capitalistas. Tal conocimiento en cambio si lo

obtendrían en un país socialista o comunista, donde ellos pensaban

que el estado se preocupaba que efectivamente la cultura estuviese

al alcance del pueblo.

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Capítulo VIII

La pérdida de la inocencia

“No hay cacería como la cacería humana y aquellos que han

cazado hombres armados durante bastante tiempo y han

disfrutado, no vuelve a importarles nada más”. -Ernest

Hemingway.

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Apretó el cuello del indefenso animal, hasta dejar de sentir el

desesperado estremecimiento de su cuerpo en sus manos. Era un

gatito recién nacido que su madre le pidió fuese a dejar a la puerta

de algún vecino, pues no había lugar en la casa para otra mascota.

Quitarle la vida a ese indefenso animal no solo le parecía normal

a José, sino emocionante. Y si bien no era la primera vez que lo

había hecho no recordaba exactamente el momento había

comenzado con ese cruel proceder.

Tales actos, que a cualquier niño pudiera haberle parecido no solo

terrible y espantoso, sino hasta traumático, José los realizaba con

placer y agrado. Actos que con el paso de los años haría que se

sintiera alguien especial y diferente, sobre todo cuando pudo

comprobar que eran pocos los que se atrevían a obrar de ese

modo. A tal conducta José agregaría con el tiempo, un enorme

desprecio por los que le parecían más débiles y temerosos,

considerando la cobardía como lo más despreciable en el ser

humano. Tal tipo de personas para él, eran algo así como

subhumanos, no merecían vivir, eran como habitualmente decía:

“maricones”.

Curiosamente, esa actitud en la vida, en vez de ocasionarle

problemas le permitió sobre todo en su adolescencia, gozar de

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enorme respeto y ascendencia entre sus pares; los que a esa edad

habitualmente andan en busca de demostrar su hombría a través

de peleas y riñas callejeras.

Tal actitud violenta y en extremo agresiva, increíblemente pasaría

inadvertida en su propio hogar, donde como hijo único vivía con su

viuda madre, así como también, para sus familiares y vecinos, pues

siempre se cuidó, de que sus tropelías ocurriesen lejos de su

barrio.

José así en el hogar se mostraba como una persona común y

normal: tranquilo, servicial y hasta amable, sin embargo, ocultaba

una doble-vida, en la que existía un obsesivo afán por estar

probándose a través de actos cada vez más osados, atrevidos y

violentos, los que parecía instintivamente buscar, disfrutando el

encontrarse al filo de la navaja. Otros asuntos para él carecían de

toda importancia, y lo terminaban por aburrir enormemente.

Y si bien José era consciente de sus impulsos, siempre para él

hubo una justificación moral de ellos. Por lo que no estimó nunca

que su proceder fuese cruel o malvado. Sus valores eran

simplemente otros. Lo vergonzoso y lo inmoral era ser alguien

temeroso, un cobarde, un maricón.

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Así cuando su madre le preguntó esa vez: dónde había dejado el

gatito, casi sin inmutarse, le contestó que lo había matado. Se

justificó ante la sorprendida madre, diciendo que había preferido

hacer eso, a dejarlo abandonado sufriendo. Su madre esa vez

terminaría celebrando la decisión del hijo, viendo en ello una actitud

además de decidida y valiente, curiosamente una actitud

compasiva. Venga mi niño, pronto será el hombre de la casa, le dijo

mientras lo abrazaba.

Iván lo conoció al comenzar la secundaria. Su banco no estaba

lejos del suyo. El primer día de clases le pareció un alumno más, y

no se imaginó el temor que luego le inspiraría. Al comienzo le

pareció tan solo algo más reservado que los demás. Pero eso duró

poco, eso hasta que un día, uno de esos típicos alumnos, que

aprovechándose de su mayor envergadura y corpulencia gustan

mofarse y abusar otros, lo motejó de “enano orejón”. El curso entero

rió al unísono. José no se inmutó, sino que tranquila y

parsimoniosamente, tomó un estuche de lápices, y se lo arrojó a la

cara violenta y certeramente. De no cubrirse el rostro de manera

oportuna le hubiera dado de lleno. Todos quedamos mudos. El

grandulón sorprendido e indignado se abalanzó sobre él, en el

momento preciso que el profesor entraba a la sala, no quedándole

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más remedio que desafiarlo a la salida del colegio. Iván escuchó por

lo bajo como José le replicó burlonamente: ahí vas a ver lo que te

espera.

A la salida todos apostaban al grandulón, pues eran manifiestas las

diferencias físicas, entre uno y otro. Lo único que destacaba de

José, eran unas poderosas y enormes manos que al igual que sus

orejas, parecían más propias de un cuerpo de mayor envergadura.

Esa vez Iván, al igual que sus compañeros participando de ese

espíritu borreguil y gregario tan propio de los jóvenes a esa edad,

iría al lugar donde los contendores arreglarían cuentas: un sitio

baldío no lejos del colegio. El más corpulento llegó primero, luego

lo haría José. El grandulón lo aguardaba con las manos en la

cintura en actitud de desafío y le dijo que se acercara mofándose

de él: Vamos “enano orejón” acércate acá, no te vayas a arrancar.

José se veía tranquilo y sereno, para nuestra sorpresa. En un

momento en que se acercó al grandulón, le pidió que como buenos

contendores se dieran primero la mano, haciendo el ademán de

saludo correspondiente. Cuando su contendor desaprensivamente

alargó su mano, José aprovecho justo ese momento para darle

sorpresivamente un fuerte punta pie en los testículos. El muchachón

se dobló por el dolor, lo cual aprovecho José para darle un violento

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rodillazo en pleno rostro, quedando en el suelo, con el rostro

cubierto de sangre. A continuación y ante nuestro estupor, José fría

y sistemáticamente comenzaría a darle de patadas, en las partes

más sensibles, como estómago, cabeza y espaldas. En un

momento abrumado por los golpes, los que no cesaban y con el

rostro bañado en sangre, le pidió por favor que lo dejara de golpear.

Todos quedamos mudos, nadie había imaginado algo así. Lo

habitual en ese tipo de rencillas, era que luego de un par de golpes,

la mayor parte de las veces sin destino, terminaran la pelea sin

hacerse más daño, reconociendo pronto alguno su derrota. Esto

era diferente, era una disposición a utilizar todos los medios para

acabar con el rival a como diera lugar. El muchacho corpulento

luego de ello no regresaría más por el colegio, probablemente

abrumado por la vergüenza por lo ocurrido.

Ese hecho dio de inmediato fama y respeto a José, él que a partir

de ese momento, contaría con una serie de incondicionales que le

festinaban sus groseras y pesadas bromas, que solía hacer a

quienes que estimaba un blanco adecuado.

A Iván, tenerlo cerca le incomodaba, pero no tenía opción. Era

mejor in-visibilizarse dentro del grupo a tener algún encontrón con

ese rudo personaje. A modo de entretener a su séquito, José no

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encontraría nada mejor que en los recreos ensañarse con un

muchacho de otro curso, el que evidenciaba actitudes algo

amaneradas (probablemente fuera gay). Eso comenzó un día que la

desafiaría a pelear, tratándolo de gallina y de maricón. El

muchacho intimidado, no respondió a sus provocaciones, buscando

evitarlo; pero solo consiguió que José volviera a insistir, una y otra

vez, humillándolo y avergonzándolo ante los demás, los cuales

cómo una cacle cruel y cobarde lo secundaba. Era evidente que el

muchacho de apariencia frágil despertaba los impulsos sádicos de

(**)José y al no obtener respuesta fue pasando de las palabras a

los hechos: tocándole el trasero y haciéndole simulaciones

sexuales, además de tirarle del pelo y darles golpes cuando se le

ocurría. Ello terminaría convirtiéndose en una rutina. El muchacho

en tanto no atinaba a nada, y su rostro reflejaba además de

vergüenza, un enorme espanto. Unas enormes ojeras revelarían

con los días que el muchacho casi no dormía. Todo eso concluyó

un día, cuando el muchacho no regresó más por clases. Se dijo que

estaba enfermo o algo parecido. Algunos años después Iván supo

que se había ahorcado. Nunca dijo nada de lo ocurrido a sus

padres por vergüenza.

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Qué José quedara sin víctima propiciatoria para su ensañamiento,

dejaba abierta la posibilidad a partir de ese momento, que la víctima

fuese cualquiera otra, por lo que, quien más o quién menos, todos

buscaban congraciarse con él, mostrándose servil a sus pareceres

y exigencias.

Iván no fue la excepción, y no estimó nada más conveniente que

ganarse su simpatía, dándose aires de revolucionario (algo de

moda por ese tiempo). Así Iván comenzó a usar una boina al estilo

del Che Guevara a modo de darse aires e impresionarlo hablándole

de la revolución cubana, pensando que con ello se ganaría su

confianza. De manera sorprendente José simpatizó de inmediato

con él, pues le parecieron interesantes las cosas que le contaba

acerca de los guerrilleros, por lo que terminaría prodigándole

incluso un trato especial.

Fue así como impensadamente Iván se vio envuelto en una

estrecha e insospechada, aunque algo incómoda amistad con José.

Esto nada más por la enorme pasión con que Iván le hablaba de la

revolución, el Che Guevara y esas cosas.

José que nunca entendió mucho de política, y menos de marxismo,

le bastaba que Iván le hablase con tanta convicción y vehemencia

de ello, para concederle el más absoluto crédito a lo que decía.

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Y de verdad a José la revolución le interesó de inmediato. Le

pareció algo de más nivel, que la mera actividad delictual, de la cual

curiosamente, no tenía una buena opinión, pues veía estaba

motivada solo por la necesidad y la pobreza, más que por auténtica

osadía y valentía de las personas. La revolución en cambio tenía

más clase, además de contar con la legalidad de procurar la justicia

social.

Por supuesto sus aspiraciones nunca habían tenido que ver con lo

social, pero vio en ello claramente un medio de arribar, de ser

alguien importante en la vida y de esa manera también disponer de

aquellas cosas que envidiaba de los más ricos. Tales cosas por

supuesto no esperaba conseguirlas como la demás personas, a

través del trabajo, pues consideraba que la mayor parte de la gente

era estúpida y cobarde, simplemente despreciable, y solía referirse

a ellos despectivamente, en eso al igual como los delincuentes,

como “los giles”.

A Iván si bien contar con la simpatía de José, le evitó no tener

encontrones con él, no imaginó nuca las consecuencias que ello le

traería, viéndose de pronto atrapado en un engorroso compromiso

cuando José lo invitó a pasar las vacaciones del verano a

“mochilear” por el sur del país. Iván si bien hubiera podido

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rechazar tal invitación, corría el serio peligro de que ello fuera visto

como un desaire por José, teniendo, quizás que consecuencias

desagradables. Así que aceptó, colocando solo como condición el

que el viaje fuese solo unos pocos días, no más de tres; aduciendo

que el resto del tiempo lo había ya comprometido en vacaciones

con su familia. Fue así como Iván involuntariamente se vio envuelto

en una inusual aventura veraniega, que los encontraría a ambos en

un momento caminando por un polvoriento y solitario camino de

campo del sur del país (donde era posible divisar una que otra casa,

muy de vez en cuando). En un momento José se percató de un

huerto de duraznos, y no dudo en ingresar para ver sacar algunos.

Era evidente por el alambrado y los carteles que se trataba de

propiedad privada, por lo que Iván le pareció poco tranquilizador

llegar y entrar así no más, pero José le aseguro que no pasaría

nada. A decir verdad a José le importaban muy poco las

aprensiones de Iván. Así, una vez dentro, se encaramó a un árbol, y

a modo de juego comenzó a lanzarle duraznos. Tal actitud se

volvió cada vez más escandalosa y atrevida, gritando y agitando

las ramas del árbol fuertemente para que la fruta cayera a raudales.

Nada mejor qué robarle a los ricos, y hacer justicia social como tú

dices. Iván cada vez más preocupado por su actitud le dijo: no será

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mejor que tengas más cuidado, para que no nos vayan a escuchar.

¿Qué pasa si llegan los dueños? Le dijo. José rió a carcajadas.

Por un momento Iván pensó que estaba exagerando. Hasta que de

pronto se quebró estrepitosamente la gruesa rama en la que José

se sostenía, sosteniéndose como pudo de otra. El ruido debió

escucharse a lo lejos, pues en ese mismo instante se comenzaron a

escuchar los ladridos de un perro. Estos luego se harían escuchar

cada vez con más fuerza a medida que este se acercaba. Iván

trepó rápidamente al árbol más próximo, mientras regañaba a José

por lo ocurrido. No hay problema Iván, verás cómo arreglo esto, le

dijo en tono muy tranquilo y sereno José. Así luego de soltarse de la

rama en que había quedado colgando, se acercó a su mochila y de

ella extrajo rápidamente una pistola, apuntando al animal, que en

ese preciso momento llegaba. Dos certeros balazos lo dejaron

estremeciéndose y quejándose lastimeramente en el suelo. Iván no

podía creer lo que estaba viendo. Pero no sería eso lo que más lo

consternó, sino vio como José se acercó al can que yacía en el

suelo aún con estertores, y apuntando nuevamente al animal le

descerrajó un tiro en la cabeza, el que literalmente hizo estallar la

caja craneal del animal, desfigurándolo por completo, quedando a

partir de ese momento completamente inerte e inmóvil en medio de

un charco de sangre.

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Choqueado y aturdido por lo que había visto, Iván perdió la

conciencia, por un instante. En su mente, se repetía la imagen del

disparo haciendo explotar el cráneo del animal, arrojando trozos de

carne y sangre por doquier, una y otra vez. Unas bofetadas lo

hicieron recuperar el sentido. Era José que lo miraba extrañado.

Sentía un fuerte dolor de cabeza, producto de haberse golpeado al

caer. Pero en la mente a Iván lo único que se repetía una y otra vez

era la brutal escena del disparo.

¿Qué te pasa? le preguntó José.

Nada, le respondió Iván.

El olor a sangre que quedo en el ambiente, así como la camisa

salpicada de su amigo, le produjeron náuseas y una profunda

repulsión, estando a punto de vomitar. ¿Pero qué te pasa?, insistió

José.

¿No me digas que no puedes ver sangre?

Avergonzado por tal reacción, y aparentando estar en control de la

situación frente al amigo, Iván le respondió que no sabía que pudo

haberle ocurrido.

Luego de recoger algunos duraznos, salieron del lugar,

internándose en un bosque cercano alejándose rápidamente de allí.

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Iván se sentía avergonzado por haber demostrado debilidad,

colocando en duda la credibilidad que José había puesto en él. En

un momento se arrepintió de haber presumido diciendo cosas, de

las cuales no era capaz; quedando atrapado en sus propias

palabras. Había hablado con ligereza de la revolución, de usar

armas, y todo lo demás, como si todo ellos fuese para él algo

normal.

José que captó la debilidad de Iván, lo comenzaría a probar.

¿Qué te pareció mi puntería? le preguntó José haciendo alardes de

su hazaña.

Y sacando la pistola agregó: hay que estar preparado para cuando

llegue la revolución. ¿No piensas lo mismo?

Al menos yo estoy listo, otros parece que todavía no.

Qué te parece la pistola y le alargó el arma, la que aún olía a

pólvora quemada.

¿De dónde sacaste esa arma? Le preguntó Iván.

Veo que te pones muy nervioso y te preocupas demasiado por

tonterías, le contestó.

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Es que si nos llegan a encontrar con eso, nos pueden llevar preso,

le dijo Iván.

¿Y cuál es el problema? si viene alguien la tiro por ahí, y luego

regreso a buscarla simplemente.

Pero José la policía no es tonta.

¿Pero de qué policía me hablas en estos lugares?

¿Pero alguien debe haber escuchado los disparos?

¿Y eso qué? Aquí salir de caza, es algo normal.

Las respuestas de Iván le fueron confirmando a José que su amigo

no era lo que el imaginaba. El tembloroso cuerpo de Iván y la

palidez de su rostro revelaban claramente la conmoción por lo

sucedido. Por lo que le preguntó otra vez:

¿De verdad no tienes miedo?

Iván aparentando extrañeza por la pregunta, le respondió que no.

Entonces toma la pistola y dispara.

Iván se rehusría, argumentando no saber usarla.

¿Pero qué te pasa? No seas cobarde. Si es algo muy sencillo,

basta apuntar y apretar el gatillo; y disparo dos veces a un árbol.

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Iván se estremeció. Ambos luego aprovecharían de lavar la ropa y

bañarse en un riachuelo cerca de allí. Pero ya no habría mucha

conversación entre ellos. Iván cambiaría de tema hablando de otras

cosas, evitando referirse a lo ocurrido, o reiterando, una y otra vez,

excusas por su comportamiento; las cuales por repetidas, se

fueron haciendo cada vez menos creíbles para José.

José había captado la debilidad de su amigo, y le agradó la idea de

jugar un rato con él. Así a momentos lo apuntaba con el arma y

medio en serio y en broma le decía.

¿Sabes? No sé porque no te mato ahora mismo; si hasta eres

capaz de denunciarme. En un cobarde nunca se debe confiar.

Iván aterrado no sabía si hablaba en broma o en serio. De él podía

esperar cualquier cosa. Así que prefirió permanecer callado y apuró

el paso, la idea era llegar cuanto antes al pueblo, y luego desde allí

volver lo más pronto a Santiago.

Una vez en el pueblo, en la pieza que habían arrendado, Iván

aprovechó un momento en que José fue de compras al almacén,

para ver tomar sus cosas y largarse. En la estación tomaría lo

primero que lo trajese de vuelta a Santiago. Incluso temió que José

fuera tras él, aunque parecía no tener mucho sentido. En la estación

esperó el próximo tren en dirección a Santiago, el cual le dijeron

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pasaría por allí dentro de media hora; así que aguardó la llegada

del tren en un lugar estratégico donde podía observar la entrada de

la estación sin ser visto. Allí aún nervioso esperó hasta que el tren

por fin llegó. De José por fortuna no hubo señales. Una vez arriba

del carro recién pudo suspirar aliviado.

Al comenzar las clases el año siguiente Iván evitaría encontrarse

con José en el colegio; algo difícil en compañeros de un mismo

curso, pero partiría por cambiarse al banco más alejado de su ex-

amigo. Pero por más que buscaba alejarse de él, José no perdía

ocasión de burlarse y avergonzarlo frente a los demás compañeros,

con lo ocurrido aquella vez. Además de cobarde, mentiroso, se

mofaba de él. Afortunadamente para Iván la llegada de un nuevo

alumno, lo libró en un comienzo de tal inconfortable situación. Este

venía expulsado de un colegio del sector alto, lo que era evidente

por su vestimenta (las que si bien aparentaba descuido y suciedad,

eran ropas de marcas exclusivas y finas). Era un muchacho

taciturno y mal agestado que tenía una forma peculiar manera de

andar y pararse como desafiante y agazapada, similar a la de un

felino. Poses y actitudes, que José imitaría casi de manera calcada,

cuando se hicieron amigos. Tal amistad evitaría a Iván encontrarse

más a menudo con José; ya que desde ese momento, los dos, se

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volvieron inseparables, despreocupándose casi por completo de

todo lo demás en el colegio. Desde ese momento fueron frecuentes

las veces que faltaran a clases o estando en ellas se ausentaran.

Una vez unos detectives llegaron al colegio haciendo preguntas al

director, y a los profesores. Se rumoreaba que los perros de

algunos vecinos habían sido envenenados en el barrio, teniendo

sospechas de que algunos estudiantes de ese colegio fueran los

autores de tales fechorías. Esto, porque testigos aseguraban haber

visto a un par de jóvenes de uniforme merodeando por esos

lugares, el día de los hechos.

Para Iván y sus compañeros, no hubo duda que se trataba de ellos,

pero nadie se atrevió a decir nada. Lo que se pudo ver es que los

padres del nuevo al parecer tenían importantes influencias, eso

porque a pesar de las graves irregularidades en los estudios, y las

faltas a clases, nunca se tomaron medidas disciplinarias contra

ellos. Lo curioso es que tal tipo de licencias se hicieron

extensivas incluso a José.

Para Iván, ese fue un periodo de gran aflicción en su vida, el que

finalizaría por fortuna poco tiempo después; cuando por razones de

trabajo sus padres se radicaran en Cruz de Bilbao una pequeña

ciudad costera del sur del país.

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158

Para Iván eso fue simplemente un milagro, pues no sabía cuánto

tiempo más podría soportar alguna proximidad con su ex-amigo. De

José y del nuevo, no tuvo noticias por mucho tiempo; pero eso en

ese momento no le preocupaba. Tal hecho afortunado para Iván

significó literalmente volver a vivir, aunque lo ocurrido por aquella

época angustiosa quedaría grabado indeleblemente en su

memoria, siendo material posteriormente de más de alguna

pesadilla.

Tales hechos terminarían abruptamente la visión ingenua que Iván

conservaba aún de su niñez. Su vida desde ese momento no sería

ya la misma; esa en la que daba por sentada la bondad de las

personas, como la del mundo que le rodeaba. Ahora se impondría

la desconfianza y el temor, dejando atrás definitivamente el periodo

feliz y despreocupado de la infancia, cobrando conciencia plena de

la brutalidad, sufrimiento, y crueldad que existe en el mundo, y que

lo motivaría a redoblar sus intentos por superar su falta de coraje,

pues era algo imprescindible si quería ser consecuente con sus

ideales. Y si en algo tenía razón José, era que la revolución social

exigía hombres rudos, valerosos y violentos.

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Capítulo IX

El viaje

Era de noche y me encontraba en la ladera de un cerro o montaña.

La oscuridad era absoluta, sin embargo un haz de luz proveniente

de la cima que a intervalos regulares (al igual que un faro)

iluminaba el lugar, dejaba al descubierto escenas de guerra

difíciles de describir. Gritos desgarradores y explosiones se

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escuchaban de tanto en tanto. Era evidente que me encontraba

medio de una batalla, así que lo primero que atine fue a ocultarme

rápidamente detrás de unos arbustos. Una vez oculto pude ver el

feroz combate que se libraba a mí alrededor. Era lucha cuerpo a

cuerpo entre aquellos que subían, y otros que parecían defender

algo más arriba. Las escenas eran espantosas, y a la vez

grotescas. Vi como de pronto los de más arriba tomaron de rehenes

a algunos que subían, luego de arrancarles los ojos, los dejaron a la

deriva. Estos a tientas y alargando desesperada y penosamente sus

manos, fueron posteriormente atravesados por las bayonetas de

aquellos que venían desde más abajo. Era una guerra de todos

contra todos, y donde lo primordial era que cada uno protegiera tan

solo su propia vida. Vio consternado como estas atroces

situaciones se repetían a través de toda la montaña. Algo arriba

irresistiblemente los atraía. En un momento de tregua, me levante,

para ver qué que había en la cima de la montaña. Pude distinguir

algo semejante a un enorme diamante, que giraba lentamente, y

que al igual como las piedras preciosas, lanzaba sus destellos

luminosos sobre la montaña. Era la única luz que alumbraba ese

sórdido y sombrío lugar, solo para dejar a la vista solo las horribles

escenas del encarnizado combate. Arriba, un cielo desprovisto de

estrellas, se mostraba como una bóveda oscura y ominosa.

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Angustiado, y temeroso de que me fuesen a descubrir, me oculte

nuevamente de aquellos que subían amenazantes, con los rostros

desencajados por el odio, y bayoneta en mano. De pronto alguien

detrás de mí, me sujeto por el brazo. Al voltearme, un anciano con

su índice en la boca, me indicaba que guardara silencio. Luego en

voz baja, dice que me quede tranquilo, que no me hará daño. En

ese momento, en un grupo que subía, reconocí a un amigo. Quise

levantarme para hablarle, pero el anciano me lo impidió diciéndome

que no lo hiciera por ningún motivo, sino lo lamentaría. Es preciso

que veas algo antes me dijo. Así en un momento, en que se produjo

un cese en el combate, me condujo a una especie de caverna

oculta, la que se abismaba por dentro de la montaña.

Al entrar, me preguntó:

¿Quieres saber lo que hay arriba? Y sin esperar respuesta agregó:

te lo voy a mostrar.

Ascendimos a través de oscuras e inmundas galerías, apenas

alumbradas por el fuego mortecino de algunas antorchas con fuego

en las paredes. Todo era suciedad y telarañas y a momentos

sentía como pasaban sobre mis pies unas sorprendentes ratas

gordas, alimentadas probablemente por los abundantes restos

humanos que por allí había. Cuando salimos de la caverna, nos

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encontrábamos estábamos la cima, exactamente debajo del gran

diamante. Este se encontraba en una enorme meseta, donde

permanecían atrincherados los que defendían ferozmente tal lugar

arriba. Algunos de sus rostros me eran familiares, (eran de

personajes importantes). Empuñaban unas guadañas, las que

usaban con una sorprendente habilidad y maestría, cortándole el

cuello a quienes intentaba subir, haciendo gala de una precisión

simplemente asombrosa.

Caminé por una superficie blanda y fangosa, que con asco y algo

de nauseas, vi que se trataba de una mezcla de barro y sangre

acumulada en el suelo. Por donde miraba las escenas más

escabrosas y macabras, en el suelo abundaban cuerpos humanos

desmembrados y mutilados.

Claramente la hipnótica luz del diamante ejercía sobre todos ellos

una poderosa atracción, haciéndolos perder absolutamente la

razón. En medio de la gran planicie se alzaba un enorme templo, y

flotando sobre él, giraba el enorme diamante lanzando sus potentes

destellos sobre la montaña.

El anciano me guió hacia el templo. Pude advertir que nadie

reparaba en nosotros, como si fuésemos invisibles. Al traspasar la

enorme y lujuriosa puerta de oro macizo y piedras preciosas, nos

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163

encontramos de pronto dentro de una enorme catedral. Adentro

como un altar, había una mesa de mármol, de la que subían como

humos o vapores. Nos acercamos a ella, y vi a través de su grueso

vidrio que la cubría, como aparecían rostros fantasmagóricos en

medio del humo y las llamas, las que parecían provenir del centro

de la tierra. Eran de personajes recientes y del pasado. Sus rostros

arrogantes, rígidos, fríos, y soberbios de pronto se volvían de

piedra, como si se convirtiesen en estatuas. Un halo de

grandiosidad, como de malignidad había en ellos. Sin duda eran

estatuas.

Mi acompañante me dijo ¿lo viste ya?

¿Las estatuas? Le respondí.

No, el papel sobre la mesa.

En ese momento me percaté que había un pequeño trozo de papel

adosado al vidrio, y en él, algo escrito. Me acerque un poco más y

apenas pude distinguir la palabra "NADA".

¿Supiste lo que hay arriba? Me preguntó el anciano.

Si le dije.

Vámonos, pronto de aquí ya nada más hay que hacer.

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Regresamos por la misma caverna, y descendimos de la montaña,

ocultándonos a veces de aquellos que subían y que a cada

momento parecían aumentar en número, incrementándose con ello

el fragor de la batalla, así como las atrocidades.

La situación abajo, era algo más tranquila.

Mi guía me preguntó:

¿Te fijaste en las piernas de los que subían?

No, conteste.

¿No notaste algo extraño? Me volvió a preguntar

Creí recordar haber visto algunos con patas de cordero, y se lo dije.

Por cierto, me respondió: todos tienen patas de cordero.

¿Todos?

Si todos, de otra manera no habrían subido.

Agradece haberte encontrado conmigo, sino los patas de cordero te

hubiesen pisoteado.

¿Y quién eres tú? le pregunte.

Escuche claramente su nombre, pero este se volvió cada vez más

extraño, incomprensible y lejano, hasta que de pronto desperté.

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Yacía en mí cama. Estaba en mi pieza y si bien la ventana estaba

cerrada, arriba de ella, por el tragaluz, penetraba la luz del sol como

si fuera mediodía. No recordaba nada de lo ocurrido anteriormente,

aunque albergaba la opresiva sensación de angustia y vacío

producto de tan deprimente sueño. Parecía no tener nada sentido,

y por un momento vi claramente la futilidad de vivir. Todo era

absurdo, superficial y vano. Aletargado, y sin ganas casi de

moverme, pude ver el lento arremolinarse del finísimo polvo en

suspensión, que la luz del sol, ingresando a través del tragaluz,

transparentaba, yendo a dar a los pies de mi cama. De improviso,

todo se oscureció, como si bruscamente se hiciera de noche. Sentí

pavor y luché intensamente por despertar, pues aún me encontraba

dormido; lo cual me resultó enormemente difícil, pues sentía mi

cuerpo completamente paralizado y entumecido, de manera similar

a cuando se nos duerme una pierna. Era incapaz de cualquier

movimiento, mientras una sensación de hormigueo recorría todo mi

cuerpo. Luche desesperadamente por abrir los ojos, pero el sopor

era tan intenso, que me volvía una y otra vez a dormir. Cuando

logré mantener los ojos abiertos, vi que me encontraba

nuevamente en mi cuarto. Era de noche. Con enorme dificultad

moví mi mano procurando encontrar el interruptor de la lámpara

sobre él velador. Curiosamente mis manos se dirigieron al lugar

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equivocado. Algo dentro de mí, parecía querer impedir a toda costa,

que despertara. Finalmente logré encender la luz, aún así el sueño

continuaba siendo intenso. Me erguí sobre la cama, y me senté

sobre ella. Aún así, el entumecimiento y el hormigueo continuaba

por todo mi cuerpo. Así que me levanté y me pasee un rato por la

pieza. La atrapante sensación parecía estar cediendo lentamente.

Me senté en el borde de la cama, y encendí un cigarrillo. Luego de

un rato, creyendo y una vez que creí estar en control de la situación,

apague el cigarrillo y me recosté sobre la cama. La sensación

opresiva retornó con fuerza nuevamente. Debí luchar intensamente

para volverme a levantar. Decidido a terminar de una vez con ello,

fui al baño y me di una ducha fría. El agua alejaría definitivamente

esa opresiva sensación. De regreso a la pieza, y temiendo todavía

regresara ese agobio, no me quise acostar de inmediato. En cambio

tomé la Biblia que tenía sobre el velador y la abrí al azar. Me

encontré con el pasaje donde Jacob relata cómo este luchó durante

toda una noche con un ángel, hasta que este finalmente lo bendijo.

Media hora después, más relajado, me recosté nuevamente sobre

la cama y no supe en qué momento me volví a dormir. El sueño

pareció proseguir. Me encontraba nuevamente junto al anciano

guía, e iba de noche a través de una llanura desértica. En el

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horizonte se podía observar como una leve luminosidad

crepuscular. Atrás, podía ver cómo la montaña resplandecía a raíz

de las explosiones, tiñendo de tonalidades rojizas y amarillas la

oscuridad de la noche.

De pronto, aparece de la nada una carroza tirada por caballos

negros viniendo al galope, frenándose justo a nuestro lado. El

cochero dice: ¡arriba! Mi guía me insta a subir. Una vez arriba el

cochero con un látigo fustiga los caballos, los que parten

raudamente a galope tendido. Puedo observar a través de las

ventanas del carruaje, como en la semioscuridad de la noche, pasa

por pueblos deshabitados y fantasmales (parecido a pueblos

mineros abandonados). La carroza se detiene finalmente frente a

una vieja iglesia en ruinas. Bajamos, nos despedimos del cochero,

partiendo el carruaje nuevamente de manera rauda perdiéndose a

nuestra vista en la oscuridad de la noche. Dentro de la iglesia, veo

como figuras fantasmales orando en medio de las ruinas, las que

parecen no notar nuestra presencia. Mi guía me lleva a un cuarto

detrás de un altar cubierto de escombros. Dentro hay un viejo

escritorio, y detrás un funcionario que oficia de recepcionista

dormita sobre un enorme libro. Mi guía lo despierta y le dice mi

nombre. Procede a buscarlo en el libro. Cuando lo encuentra nos

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indica una puerta. El anciano guía me advierte: que no me

despegue de él, pues esta es mi última prueba. Me inquieta saber

que estoy siendo sometido a algún tipo de prueba. Entramos a una

pieza vacía, y tomamos asiento en una especie de banca

empotrada en una pared. El anciano me dice: ahora nos resta solo

esperar. ¿Esperar qué? Le pregunto. En ese instante todo se torna

sorpresivamente luminoso y brillante, con colores

extraordinariamente vivos e intensos, lo cual contrasta

abrumadoramente con esos tonos grises y oscuros que nos habían

acompañado en esa ya larga y opresiva jornada, y lo cual había

inundado mi espíritu de deprimentes emociones. De pronto estoy

en un enorme salón muy bello de ostentosos y finos mobiliarios.

Sus paredes están cubiertas de terciopelo rojo y de espejos los que

parecen multiplicar al infinito ese lujurioso y sofisticado lugar.

Cómodos sofás y sillones parecen invitar a relajarse. Una orquesta

tocaba suavemente una versión orquestada de la marcha alemana,

“Lily Marlene”, en lo que parece ser una fulgurante y espléndida

fiesta. Cautivado por lo embriagador ambiente, aceptó la invitación

a sentarme en un confortable sofá que me hacen unas amables

personas. Mi guía me lo impide, y me insta a que lo siga. En ese

momento aparece ante mí Angélica, bella y radiante, tal como la

última vez que la vi. Por años la había buscado infructuosamente y

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de manera sorpresiva e inesperada ahora la tenía frente a mí. No

pude contener las lágrimas. La abrazó y le preguntó, qué se había

hecho. De pronto su cuerpo se torna frío y rígido, comprobando con

desilusión, que se trata solo de un maniquí. Siento la voz lejana de

mi guía que me grita que lo siga, y no haga caso de las

alucinaciones. El maniquí adquiere vida nuevamente, atrapándome

en su irresistible ilusión. No la mires, es una bruja dice él anciano.

En ese momento sus cabellos se transforman en cientos de

pequeñas serpientes, al igual como la medusa de la leyenda. Un

tirón violento me hace caer de bruces, rodando por el suelo. Mi

percepción se vuelve inmanejable. Desaparece de la pieza todo,

excepto los espejos, los que veo distorsionan mi apariencia, y me

impiden toda orientación. Estoy como dentro de un enorme

caleidoscopio. A cada movimiento, mi cuerpo se proyecta en

diversos sentidos a la vez. Siento náuseas y mareo. De pronto todo

comienza a girar alrededor de mí. Primero, lentamente, para luego

progresivamente volverse cada vez más vertiginoso, como si

estuviera dentro de una gran batidora. Pasan por mi mente una

gran cantidad de imágenes y recuerdos de situaciones vividas, me

parecen absurdas y carentes de sentido. ¿Qué vale la vida si esta

acaba en cualquier momento? Finalmente siento como si estuviese

siendo tragado por un gran agujero negro que lo absorbe todo en

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dirección a la nada. Escucho risas. Me parece absurdo reír. De

pronto estoy nuevamente frente al anciano guía, el que me dice

algo que no acierto a comprender. Me pide que me sujete a un

cordel blanco atado a su cintura, y que no lo suelte. Solo en ese

instante reparó que viste un oscuro hábito marrón, parecido al de

los monjes capuchinos. Agárralo firme y no lo vayas a soltar me

dice y también mantén los ojos cerrados y no los abras hasta que te

avise, sino te volverás a perder. Me agarro firme del cordel,

dejándome llevar. Luego de caminar a tientas por un rato, me dice

que ya puedo abrir los ojos. Enfrente de mí, una estrecha abertura

circular en una pared. Mi guía me insta a que ingrese por ella.

Accedo gateando. Es una especie de túnel angosto; el cual permite

el paso de una persona a la vez. Mi guía ingresa detrás de mí. Ya

adentro dice: Nos encontramos “en el camino angosto”. Lo dice

como si supiera a que se refiere, luego misteriosamente agrega:

“por el camino angosto, solitario se va...”. A tientas, y en la más

absoluta oscuridad, me arrastro un buen rato, hasta que por fin

puedo vislumbrar la esperada luz al final del túnel.

Al salir la luz me enceguece. Cuando esta se hace tolerable, se

presenta ante mí un hermoso y bello paisaje. Estamos en un valle,

a los pies de una imponente montaña. Grandes manchas verde-

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oscuras de arboles boscosos, la cubren casi completamente. Veo

sobre el algunas escarpadas y rocosas laderas cubiertas de nieve.

Una atmosfera prístina y transparente, nos permite respirar a pleno

pulmón su aire puro y fresco. En la cumbre de la montaña un tibio y

amable sol comienza recién a despuntar. Cerca el murmullo de un

arroyo de cristalinas aguas, el que transparenta un lecho de

piedras y musgo verde. Frente a nosotros un sendero en medio de

flores y plantas, el que se extiende en dirección a la montaña. No

se ve nadie, y salvo el susurró leve de la brisa, y el canto ocasional

de algún pájaro, nada parece romper el abismante silencio que

impera allí. Me siento completamente en paz y sereno, aunque se

apodera de mí a momentos un sentimiento de honda melancolía y

soledad.

Mi compañero pregunta: ¿Deseas subirla?

¿Adónde lleva le pregunto?

No lo sé. Si lo quieres saber, deberás descubrirlo por ti mismo,

nadie te lo dirá.

Luego continúa: Aquí nadie te impedirá subirla, pero la exigencia es

solo una: que a partir de este momento vivas en la más absoluta

soledad. Y lo que hayas de encontrar de ahora en adelante es

totalmente incierto. Nada más te puedo decir.

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172

¿Qué te parece? ¿Qué dices? ¿Te atreves a subir o prefieres

regresar adonde nos encontramos por primera vez?

Ahí por supuesto, podrás encontrarte nuevamente con tu amigo.

La idea de vivir para siempre solo era enorme desoladora y triste.

Recordé los momentos inolvidables vividos junto a tantas y tan

entrañables personas en mi vida. Finalmente me quedé con el

recuerdo de mis padres y de Angélica, y no pude aguantar las

lágrimas.

Eres afortunado, me dijo el anciano guía; puedes elegir, otros

ignoran lo que has visto, o mejor dicho, se niegan a verlo.

Vamos ¿Qué dices? Que se nos acaba el tiempo.

Parecía no tener alternativa, la otra opción era volver a un

inframundo oscuro y horroroso.

Subiré, le contesté.

Apena hube dicho eso, desapareció, lo que me provocó un enorme

pánico. Solo comparable con la que sentí alguna vez en mi niñez.

Cuando tuve por primera vez consciencia de la soledad. Mi madre

esa vez había salido a comprar a una tienda cercana mientras

jugaba en el patio, fue solo un momento, no más de cinco minutos;

pero al darme cuenta que me encontraba completamente solo, una

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173

enorme angustia se apoderó de mí. Ahora tenía la misma

sensación, y lo más grave es que sería para siempre. Era la más

absoluta soledad, la que si bien me tendía su mano amable y

sincera, esta era fría como el hielo. Sentí, como si de pronto todos

aquellos que alguna vez pasaron por mi vida, hubiesen sido

arrancados para siempre en tan solo un instante. Angustiado, grite

para que mi acompañante volviera. Pero ya era tarde; la decisión

había sido y no había vuelta atrás.

Sin nada más hacer, inicié el ascenso, lenta y tristemente por ese

estrecho sendero, que fue mostrándose más amable de lo que

originalmente parecía. Pero ni la época más oscura de mi vida fue

comparable con la infinita soledad de aquellos días. Incluso creí a

momentos haber equivocado mi decisión. Ese otro mundo no podía

ser tan malvado y perverso, si permitía el contacto humano. Hasta

imaginé conversar en ese instante con ese amigo, (ese que no le

pude hablar). Pero al final, sabía que era autoengaño, tan solo un

intento por auto-convencerme de que aquello fuese preferible a la

soledad. Qué miserable me pareció la vida del hombre, siempre

mendigando calor, cariño y compañía de los demás, aunque estos

pudiesen llegar a ser tus peores enemigos.

¿Es que existe realmente amistad en el mundo?

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174

O sea tan improbable cómo el amor. Por supuesto, amor y amistad

verdadera; no las venales pasiones sexuales, filiales o gregarias.

Por supuesto la vida social parece tener ventajas, principalmente

disfrutar el autoengaño de la cálida y grata compañía de los demás,

así como la vana ilusión de sentirnos protegidos, y apreciados. El

costo a pagar eso si es enorme: pues debes sacrificar tu propia

conciencia individual; pues para vivir en ese mundo y no haya

fricciones, deberás adecuarte a su aceptada, estandarizada

superficial manera de ser y obrar. Si no es capaz que te vean como

un inadaptado, un individualista, o lo peor, un egoísta, un

misántropo. Eso por no soportar la farsa de llevarse bien con los

demás, debiendo bailar la tonada que te quieran imponer, cuando

ellos quieran, a su ritmo y compás. Deberás ajustarte a su uniforme

parecer, el que de manera clara y escrupulosa te dirá a quien

obedecer, amar, odiar e incluso asesinar (si es necesario). En ese

caso no solo serás aprobado, aceptado y apreciado, sino incluso

aclamado, glorificado, y tal vez hasta santificado; negarte por el

contrario, significará ser estigmatizado, excluido, perseguido, y por

último digno de ser olvidado, tal como Judas un traidor. Tal era el

encarnizado dialogo que agitó mi alma aquellos primeros días, sin

duda acicateado por la soledad, la angustia, el despecho y el dolor.

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175

A fin de evitar ese martirio interior, me obsesioné por llegar a la

cumbre lo antes posible. Necesitaba una esperanza a la cual

aferrarme, y pensé que si tal vez me apuraba, tal vez algo

encontrase pronto. Así cada día me levantaba con la ilusión y fe de

que ese día finalmente llegaría a la cima.

Un leve cosquilleo en el brazo me despertó un día casi al amanecer.

Pensé de inmediato que se trataba de alguien. Así que muy

animado me levante y busque en los alrededores, confirmando al

cabo de un rato que continuaba solo. Todavía no abandonaba la

esperanza de que fuese una persona la que me despertó, cuando

de pronto vi aparecer un pequeño conejo blanco de entre medio de

los arbustos. Ello me motivaría a apurar aun más el tranco ese día,

pues ese pequeña esperanza había dado paso al desaliento y la

rabia. Luego de un día de frenético ascenso, me detuve un

momento a beber agua, y a descansar un poco. Sentado a la vera

del camino observé como apareció nuevamente al pequeño conejo

blanco. Me acerqué para ver si podía tomarlo, huyendo

rápidamente. Me volví a sentar, pensando que iba a ser inútil tratar

de atraparlo, por lo que me quede mirándolo. Sentí pena de mi

mismo, pues parecía que ni siquiera ese pequeño conejo quería

hacerme compañía. En ese momento algo asombrado pude ver

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176

como este se lentamente se fue acercando, hasta no quedar a más

de un metro. Me quede quieto, para no espantarlo. En un momento

ladeó su cabeza para mirarme de reojo, mientras movía

nerviosamente su nariz. En el momento que me levante arrancó

nuevamente, hasta desaparecer a mi vista entre los arbustos. Lo

anduve buscando un rato, hasta que lo di por perdido. Esa noche

cuando me hube acostado, y estaba por dormirme, sentí como algo

se acurrucaba a mis pies. Presentí que se trataba del conejo

blanco, el cual parecía buscar el calor de mis pies. Esa noche evite

moverme para que así no huyese.

Al otro día, continuaba allí, pero cuando trate de tomarlo

nuevamente arrancó. Así que me olvide de él, y me dispuse a

continuar con mi afanada tarea por llegar a la cima.

Pude notar que ocurría algo curioso, pues si bien al terminar el día,

siempre tenía la impresión de encontrarme ya muy próximo a la

cumbre, al levantarme al otro día esta parecía alejarse más. Y fue

así como fueron pasaron días, meses y tal vez varios años, en

que terminaba la jornada cansado, rendido y desalentado de no

haber otro día más, conseguido el objetivo.

No recuerdo exactamente cuando ese ímpetu y ansias por llegar a

la cima, lentamente fue cediendo y disminuyendo hasta

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177

desaparecer. Tal vez fue cuando pensé que tal vez no existiera

ningún lugar al cual llegar. Fue así, casi sin darme cuenta, como

fueron paulatinamente quedando atrás: deseos, impaciencias, y

aprensiones. Y si bien mantuve firme y constante mi disposición a

subir, esta se fue volviendo más tranquila y serena. Ayudo por

supuesto a ello también la fiel compañía de mi diminuto y blanco

amigo, del que me fue encariñando cada día más, y el que ahora

no necesitaba correr tan de prisa tras de mí, para darme alcance.

Observé como mi percepción se había ido modificando,

contemplaba con más detenimiento e interés cosas que antes

habían pasado casi desapercibidas. Era como si de pronto cosas

tan simples y sencillas como: los árboles, los pájaros, las flores, el

aire, el sol, y hasta el agua, cobrasen una inusitada belleza y valor

revelándome aspectos insospechados los que habían permanecido

prácticamente ocultas hasta ese momento. Fue así como de pronto

una grata, profunda, y grata sensación que espontáneamente

brotaba de mí ser, me fuese envolviendo. Nada me impacientaba.

Podía pasar varios días sin alimento, ni agua, y mi ánimo sin

embargo no decaía. Y cuando estas cosas luego aparecían, era aun

más grato y placentero poder disfrutarlas. Comprendí que tan solo

se era pobre, cuando se era incapaz de disfrutar de aquellas cosas

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178

simples e inadvertidas. Desde ese momento y cómo demonios en

fuga, se alejaron temores y angustias. Disfrutaba de cada instante

de ese intenso ascenso, sintiendo como cada paso era uno más

hacia una más plena libertad. Libertad que me permitió ir siendo

feliz, con lo que gratuitamente la vida me daba y sin nunca quedar

encadenado a nada.

No recuerdo cuando perdí la cuenta del tiempo que había

transcurrido, desde que comencé en esa solitaria peregrinación, en

la que cada nuevo día, era una nueva invitación al desafío, el juego

y la aventura, tal como era cuando niño; para así, al final del día

acostarme con mi espíritu tranquilo y sereno. De cara al cielo,

mirando la infinitud de estrellas y con los pulmones completamente

henchidos de ese límpido aire fresco de la montaña, junto a la fiel

compañía de mi diminuto y frágil amigo, sintiendo su calor y agitado

corazón latir cerca de mí.

Quedó así atrás todo afán por llegar a la cumbre. El viaje era un fin

en sí mismo. Y a veces cuando me detenía a mirar a lo lejos, me

daba cuenta a la gran altura que había llegado. Recordé cuando

recién comencé, esa vez solo podía ver el valle donde había

partido; luego paulatinamente fueron apareciendo en el horizonte,

cerros y cordilleras; para tras ellos aparecer la costa y el mar; y

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179

luego, islas en el mar. No sabía a la altura que me encontraba, pues

la percepción de las distancias no me parecía la normal, pues

aunque el mar estuviese, a lo mejor a cientos de kilómetros,

igualmente podía distinguir con claridad y nitidez las embarcaciones

que lo surcaban. Así como de vez en cuando también el imponente

emerger de enormes ballenas en el mar. Mi dicha en ese momento

hubiese sido completa, si la hubiera podido compartir con alguien.

Un día, al amanecer la algarabía y graznidos de una multitud de

pájaros que paso aleteando estruendosamente sobre mí cabeza

gratamente me despertaron. Ello alegró particularmente mi corazón

ese día, motivándome a cantar a todo pulmón, como desde quizás

de joven no lo hacía. Presentía que algo especial ese día, me

traería.

Al atardecer, en un momento que había reanudado mi ascenso, me

encontré con una extensa explanada de enormes y milenarios

alerces (de cincuenta metros o más de altura), los que parecían

tocar el cielo con sus ramas. Por un momento pensé que tal vez,

había llegado a la cima; curiosamente, ello no motivó una especial

alegría; por el contrario, sentí cierta nostalgia y pena; pues parecía

que ello daba término a un periodo de enorme dicha y ventura en

mi vida.

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180

Luego de internarme entre los alerces, pude llegar a un claro en

medio del bosque, de forma perfectamente circular, lo que daba la

impresión de encontrarse dentro de un castillo amurallado por esos

gigantescos arboles, y donde solo muy arriba era posible ver el

cielo. Lo imponente del panorama me impidió en un primer

momento darme cuenta lo que había en medio del claro. Me

estremecí profundamente al percatarme de ello. Alrededor de una

mesa, varias personas conversaban plácida, pero animadamente.

Tal fue mi conmoción, qué lloré de alegría. Una emoción tan grande

no la recuerdo desde niño. Sentí a esos desconocidos, como si

fueran mis propios hermanos.

Uno de ellos, que hará de anfitrión, y tenía la costumbre de reír

cada vez que decía algo, fue el primero en saludarme:

Somos los solitarios del mundo, bienvenido a nuestra comunidad, y

a de inmediato rió.

Era tal la emoción, que atolondradamente intenté decir un serie de

cosas; logrando solo magullar una serie de incoherencias

sinsentido. El tiempo sin hablar, había atrofiado mí habla, y no

lograba coordinar lo que pensaba, con lo que decía. Mi anfitrión,

rió, y me dijo no había prisa, pues habría todo el tiempo como para

escuchar lo que les quisiera contar, y nuevamente rió.

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181

La suya no era una risa burlona, ni molesta, aunque tenía un

finísimo toque de ironía, con la que quitaba toda gravedad a lo que

decía, Diría que era como la risa de un niño, musical y contagiosa.

Junto a él, un sujeto aparentemente más viejo, delgado, de mirada

dulce y amable. Ambos vestían a la usanza del siglo XIX. Mi

anfitrión, como de unos cuarenta años, lucía enormes mostachos,

el otro como de unos sesenta años usaba unos delgadísimos lentes

redondos, sobre su nariz afilada, y los que transparentaban unos

sinceros ojos claros. Con ellos una mujer de unos treinta años de

edad, de abundante y larga cabellera suelta y oscura, la que caía

sobre espaldas, contrastando con su larga túnica blanca. Algo atrajo

mi atención en ella, era algo en sus manos. Era un extraño artilugio

que giraba constantemente. Eran como dos pececillos

persiguiéndose por la cola, muy parecido al signo piscis del zodiaco.

Los demás no más de doce o trece, lucían atuendos sencillos pero

de épocas pasadas. Me parecieron muy dignos, calmos y serenos,

siendo la expresión más auténtica de cordialidad y sencillez que

haya visto.

No te quedes parado allí, toma asiento, dijo uno de ellos.

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182

Debes venir cansado del viaje, y señalo una rústica pero

extrañamente cómoda silla de piedra recubierta por la piel de algún

animal.

¿Y ahora qué piensas de tu elección? dijo mi risueño anfitrión, para

luego como de costumbre, reír.

Creo fue la correcta, contesté.

Pero este no es el camino que la gente prefiera usualmente

respondió, riendo de manera algo intermitente, lo que me pareció

aun más gracioso.

Luego agregó: así son las cosas, solo llegan cuando menos las

esperas, dijo en tono misterioso, y volvió a reír.

Pero cuéntanos algo de ese mundo que provienes, el que por

fortuna nosotros hemos olvidado ya.

Dinos: ¿De qué conversan? ¿Qué hacen? preguntó.

De guerras y negocios, le dije.

De de lo que tienen, o desean tener tales como: bienes, dinero,

éxito, ser poderosos, y famosos, o bien tener familias numerosas;

lo demás para ellos es perder el tiempo.

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183

¿Y es que posible ganar el tiempo? Preguntó extrañado mi

interlocutor.

Esta vez, todos rieron.

Cobré conciencia, que si bien siempre había utilizado tal expresión,

nunca me había preguntado realmente que significaba; y me di

cuenta que claramente parecía no tener ningún sentido.

¿Ganar o perder el tiempo?

Y además de ganar el tiempo que más hacen, continuó.

Viven por lo general una vida muy triste, pero ni siquiera lo saben.

En ese momento sus rostros reflejaron una auténtica pena y pesar.

Es verdad pero nada se puede hacer, es su elección respondió uno

de ellos.

Por algo nos alejamos de allí, dijo otro.

De pronto algo en la mesa me llamó la atención.

Al darse cuenta de mi curiosidad, uno de ellos dijo: acércate para

que lo puedas ver.

Dije, que me parecía haber visto una mesa similar en otra parte.

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184

¿Similar? Contestaron sorprendidos, y luego rieron casi al

unísono.

La mesa era de alguna madera noble, tal vez, roble o nogal, pero

esta labrada de manera rústica, y estaba asentada sobre una base

de piedra. El cristal que la cubría, transparentaba algo proveniente

de más abajo. Me acerque, pero solo vi algo como una nebulosa.

¿Que viste? me preguntó.

Nada, contesté.

Fíjate bien, insistió.

Miré y de nuevo no pude distinguir nada especial; hasta que de

pronto algo se comenzó a insinuar, muy poco a poco sobre la

superficie del vidrio. Al comienzo era una figura tenue y difusa. Esta

luego se fue haciendo cada vez más clara y nítida, hasta adquirir

contornos precisos. Pude ver claramente se trataba de un rostro. El

rostro era de un niño. Vi que me miraba a los ojos y se sonreía. El

rostro por alguna razón me era particularmente familiar, pero en un

primer momento no lo reconocí. Me sorprendí luego de no haberlo

reconocido de inmediato, porque era mi propio rostro, el rostro de

cuando era niño.

¿Que viste? Me preguntó.

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A mí mismo, contesté.

En ese momento todos rieron y yo también reí con ellos. La risa se

volvió tremendamente contagiosa, y amenazó con prolongarse

indefinidamente. Mientras reía escuché claramente una voz que

decía: “¿es el fin del viaje?”. A la vez que otra voz respondía: “el fin

es el viaje”. Como si fuera un eco esta se repitió varias veces…

hasta que de pronto desperté riendo.

No amanecía aun, pues pasó todavía un rato antes que el bullicio

de los pájaros se hiciera sentir en los árboles enfrente de la casa.

Estaba muy tranquilo y sentía una grata mezcla de sentimientos, en

la cual predominaban una inefable y arrobadora sensación de paz,

felicidad y armonía

Esa vez y en una misma noche estuve en el cielo y en el infierno, y

que pude comprobar que ambos lugares, solo se hallan dentro de

uno mismo.

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Capítulo X

Equinoccio de Primavera (Explicación al margen)

Creo que todo libro debe una explicación.

Pero este creo, la debe con mayor razón.

Diré a modo de orientar al lector, que este libro consta de cuatro

partes.

Y esta, la primera parte, tiene relación directa con la primavera, esto

por ser la primera: (la prima – el primer – vera – verdor).

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187

Espero en un futuro si los astros me son propicios (como solía decir

Borges), que la muerte no me impida su conclusión.

La cosmogonía de Francisco

Cuando la rueda de la existencia, se echa a rodar, la muerte no

existe. La vida parece infinita, y nos entregamos a ella con

despreocupado optimismo. En esa época, todo nos resulta

novedoso, apasionante y entretenido, eso a pesar de lo terrible,

cruel y espantosa, que la vida pueda llegar a ser para algunos. Pero

en esos momentos las ganas de vivir son enormes, por lo que

queda todo de lado, salvo disfrutar en plenitud de la vida. Se vive

intensamente, especialmente los momentos gratos y placenteros.

La muerte no es algo que nos ataña; es algo que le ocurre a otros,

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188

generalmente, a los más viejos, y no se nos pasa por la mente, que

esta algún día nos vaya a alcanzar. En esos momentos, podemos

decir con justa razón: que somos inmortales y eternos.

A tal periodo de nuestra existencia, donde se inicia la vida,

asociarla a la primavera parece lo más lógico, ya que es la estación

donde todo comienza o vuelve a recomenzar; y las cosas,

parecieran expresarse con mayor plenitud fuerza y vigor,

ofreciéndonos un mundo grato, bello y lleno de colorido a nuestros

sentidos, así, como un futuro pletórico de esperanza, optimismo y

fe; indispensable en el inicio de cualquiera obra humana.

Esperanza, optimismo y fe que espero también se traspase, así

como inspire esta obra.

Obra, que abordé muy tardíamente, solo cuando comprendí a

cabalidad la enigmática y sorprendente cosmogonía en que se

fundaba el pensamiento de Francisco y me creí capaz de ser un

fiel transmisor, además de su afortunado receptor.

Tal honor y privilegio me ha impuesto una deuda que

probablemente nunca esté en condiciones de pagar, y que siento

me obliga a cumplir de manera especialmente fiel y rigurosa con lo

que era su deseo original: poder plasmar, no en un ensayo, sino a

través de una novela sus ideas. Y si bien me pareció ello algo

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189

extraño, pues lo razonable era expresarlas a través de un ensayo,

más tarde comprendí el motivo de su deseo. Esto era porque decía:

que el pensamiento en todos nosotros, no era posible desligar de la

propia vida personal; de las experiencias vividas; de la época

vivida, con quienes compartió; en resumen, solo era posible de

comprender cuando se tomaba como un todo.

Y es por ello, que esta novela no sea tal vez como se concibe una

novela habitualmente: solo como una historia entretenida, sino que

además incorpore convenientemente su pensamiento. No hacerlo,

privaría a este relato de la parte más sustancial de su vida: esta

cuando en soledad y el silencio reflexionaba acerca del mundo, de

la gente y su propia existencia.

Reflexiones y pensamientos que quedaron por fortuna registrados

de manera suficiente en sus escritos, y que voy a intentar además

queden reflejados en el texto. No hacerlo significaría mostrar solo la

cáscara de su vida, perdiéndose gran parte del complejo mundo de

este enigmático ser, dentro de lo cual, especialmente se encontraba

una muy singular cosmogonía.

Cosmogonía, que en un comienzo no me pareció diferente, a la de

otros grupos místicos o esotéricos: esto en cuanto a la

interpretación de ciertos símbolos, y que tienen su origen, por lo

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190

general, en diversas antiguas culturas. Símbolos en la actualidad

reconocibles casi por todo el mundo, pero a los cuales Francisco no

solo les daba una particular interpretación, sino que además

mostraba la forma en cómo estos operaban a través de la historia.

Tal cosmovisión eso sí, nunca la asoció a fuerza o entidad externa,

fuese de carácter divino, o extraterrestre o sobrenatural, tal como se

ha puesto de moda hoy en día, sino vio en ello algo muy propio y

distintivo del ser humano, y que finalmente tenía relación con el

misterio mismo de la vida.

Al comienzo no le di mucha importancia pues parecía no diferir

mucho de lo que otras doctrinas habían ya formulado antes, pero

luego esto fue variando, cada vez más significativa y notoriamente,

en la medida que fue profundizando en ellos, revelándole aspectos

absolutamente originales e insospechados. Algo que tal vez el

extrajo de su propio inconsciente colectivo, de manera similar a

como C.G. Jung lo hacía con los arquetipos.

Juan B. Lobos

Los arquetipos.

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191

Pareciera que las cosas importantes en la vida de las personas

tienen su origen en el azar y la casualidad. Es como si estuviesen

aguardando el momento propicio para desviarnos de la senda

siempre segura por la que discurren de manera rutinaria nuestros

quehaceres diarios. Y eso es lo que ocurrió, para que los símbolos

de pronto cobrasen una inusitada importancia dentro de mi vida;

pues, si algo era lejano y distante en ella hasta ese momento, era

todo lo que tuviese relación con aquellas cosas denominadas

“espirituales” o “esotéricas”. Mi educación había sido estrictamente

racional, lógica y científica, como también luego lo sería mi

formación profesional; lo cual me había entregado una concepción

absolutamente realista y objetiva del mundo, la que descartaba de

plano cualquier otro tipo de conocimiento, especialmente, aquellos

denominados “espirituales”. Y no era tan solo porque descreyera de

tales cosas, sino porque las estimaba incluso dañinas para el ser

humano. Esa forma de pensar me parecía campo fértil para la

superstición y el fanatismo irracional, lo que permitía que la gente

fuese presa fácil del engaño y aprovechamiento por parte de

inescrupulosos; pero aun era más grave e inquietante: era que a

través de tal irracionalidad, pudiera ser conducida fácilmente y a la

violencia y a la guerra.

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Tal concepción realista y racional de la vida, muy “russeliana”, sin

embargo cambió unos años atrás, cuando un amigo historiador me

contó una leyenda mapuche. El quiso mostrarme la similitud

existente entre esa leyenda mapuche, y el diluvio que se narra en

la Biblia, con lo que explicaba que eventos absolutamente

naturales, como maremotos o tsunamis, fuesen interpretados de

manera fabulosa y mítica, por pueblos tan diferentes y distantes

como el judío y el mapuche.

Lo que dijo mi amigo aquella vez no fue lo que más llamó mi

atención, pues parecía algo casi obvio; sino que esta se centró en

los elementos mismos de la leyenda. Esta relataba la mítica lucha

entre dos deidades o demonios; tren-tren la serpiente de la tierra; y

cai-cai la serpiente del mar. La imagen de dos serpientes luchando

entrelazadas, me quedaría dando vueltas en la cabeza, pues algo

semejante me parecía haberlo visto en algún otro lugar.

Posteriormente, indagando en algunos libros de simbología antigua

vi que se trataba de un antiguo símbolo griego: “el caduceo”, dos

serpientes que suben entrelazadas por una vara, rematando en su

parte superior en dos alas extendidas. Desde ese momento no

pararía en mi búsqueda de analogías y semejanzas, las que

incluyeron todo tipo de confrontaciones, batallas, guerras y

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193

enfrentamientos (tanto reales, como ficticios) (de seres humanos, o

dioses; o simples fuerzas de la naturaleza). Vi que ello partía

incluso con la bíblica y mítica confrontación entre Caín y Abel, y

también la entregada por el mazdeísmo, entre ahura mazda y

arhiman y la batalla narrada en el Baghavad Gita. Por supuesto que

es demasiado obvio ver un patrón dualista en los conflictos; pero

tal dicotomía parecía abarcar los más diversos ámbitos de la

existencia. Cuando años más tarde estudié filosofía, vi que ello

tenía relación directa con la dialéctica; la que partía ya en Grecia

con Heráclito, y llegaba con Hegel y Marx hasta nuestros días. Esa

dualidad o dicotomía pude ver también era recurrente además en

los símbolos de las más diversas civilizaciones de la antigüedad.

La vi en los signos duales de piscis y géminis del zodiaco persa,

en el símbolo del ying y el yang del taoísmo chino, en las

denominadas columnas del templo masónico así como en varias

otras culturas y civilizaciones. Pero no solo me quedé con tal

dualidad en esa leyenda, sino también con el animal que la

representaba (la serpiente). Cuestión, que daría origen a una

nueva investigación, permitiéndome comprobar una insospechada

y enorme cantidad de relaciones y significados que este animal a

simbolizado en los más diversos pueblos de la antigüedad. A veces,

con similitudes simplemente sorprendentes y asombrosas.

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La serpiente, parecía representar casi en todas las culturas de

manera similar fuerzas de carácter natural, en sus más variadas

manifestaciones (telúricas, acuíferas, aéreas e ígneas). Fuerzas a

las que se solía asociar una suerte de inteligencia (pre-humana)

primordial e instintiva, que podría caracterizarse: como de prudente

y astuta (relacionada básicamente con la sobrevivencia). Su

fundamento era lo femenino, lo sensorial, lo empírico, lo instintivo, lo

materno; en resumen lo natural en la más diversa multiplicidad de

manifestaciones. Una definición tan amplia, dejaba tan solo afuera

su complemento, su opuesto o contrario: lo abstracto, lo ideal, lo

espiritual, lo divino, lo no manifestado; el cielo trascendente de las

ideas platónicas (las que para Platón eran más reales y concretas

que sus propias manos). El caduceo parecía representar así una

lucha constante de dos fuerzas de carácter natural, pero que de

manera ascendente subía hasta resolverse a través de la

sublimación de lo instintivo, de lo animal simbolizado por las dos

alas en la parte superior, expresión de lo espiritual (¿paloma?)

superación de lo terrestre); y que tenían evidentes analogías tanto

en el Kundalini Yoga, como el árbol de la vida de la cábala judía,

entre otras representaciones.

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En todos, la energía fluía desde abajo, desde planos físicos,

materiales, más densos y groseros a otros más etéreos, sutiles y

espirituales.

La serpiente está presente en diversas culturas de la antigüedad, y

vi expresaban la particular forma que cada una tiene de

relacionarse con la naturaleza. Significando a veces cosas

completamente diferentes, incluso opuestas. Así mientras en el

Occidente monoteísta esta presenta características negativas, y

hasta demoníacas (la serpiente del paraíso), y que es congruente

con una mirada negativa de lo instintivo y natural (el sexo y demás

placeres sensoriales) en cambio en Oriente esta es valorada

positivamente, siendo expresión de sabiduría.

También parecía evidente la relación existente entre la serpiente y

ese animal fabuloso el dragón, el que añadía otras cualidades a la

primera, como: arrojar fuego por su boca, volar, caminar, y nadar

bajo el agua, mostrando así una relación directa con los cuatro

elementos primordiales de la naturaleza en la antigüedad: el fuego,

el aire, la tierra y el agua.

A partir de ese momento hablar de la naturaleza, de la serpiente, y

el dragón, me parecía lo mismo, eran sinónimos, términos

completamente equivalentes y análogos.

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Una de las representaciones, de la serpiente y dragón, que llamó

más mi atención fue la del "auroboros": la serpiente que se devora a

sí misma por su propia cola; la que vi mostraba de manera sencilla

y clara el proceso cíclico y auto-fagocitante de la naturaleza,

además de la noción del tiempo, en ese proceso circular y iterativo

de la vida, el que una y otra vez, a modo de una suerte de "eterno

retorno", tal naturaleza se alimenta de su propia sustancia dando

paso a nuevas creaciones, en un constante proceso de “prueba y

error”; trayendo seres al mundo, cada vez más sofisticados y

complejos, (aparentemente) y quizás, con que enigmático propósito

(si es que algún propósito llegara a existir). Siendo el motivo de que

para que adviniese al mundo algo nuevo, se requiriese de la

destrucción necesaria de algo previamente existente. Nacer y morir

así, están indisolublemente unidos; y por más que el hombre

intente detener el avance inexorable e implacable de la rueda de la

vida, intentándola al menos retrasar (a través de los avances de la

ciencia médica, por ejemplo), esta siempre lo alcanza finalmente,

lo tritura y lo termina por engullir, al igual que a los demás seres que

alguna vez tuvieron vida. Fuese este hombre, planta, hormiga;

hombre o mujer; haya sido feliz o no; amado o no; tuviese

conciencia o no; sin importar en lo absoluto sus sueños, penas y

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197

alegrías como individuos, así como cualquiera otra cosa de valor en

sus vidas.

No terminó mi búsqueda allí, pues aparecieron otros símbolos muy

pronto, también relacionados con el pueblo mapuche. Pueblo que

me era cercano, por ser el de mi país. Los símbolos esta vez

provenían de su instrumento ceremonial: “el kultrun”, en el que se

despliega una cosmovisión completa del universo, de manera muy

simple y sencilla. Lo primero que saltaba a la vista era el círculo que

enmarcaba la totalidad del universo (el ser), de manera análoga al

“ouroboros” el círculo expresa también el devenir (el tiempo), el

cual claramente está subdividido en cuatro estaciones, y que por

otro lado se relaciona con los cuatro puntos cardinales (el espacio).

Cuaternas que tienen relación también con los cuatro elementos de

la antigüedad (el agua, la tierra, el aire y el fuego) y que son

parecidas, aunque no exactas con las del zodíaco chino, (pues este

último define cinco: agua, fuego, tierra, metal y madera).

Relacionado de manera directa con las cuaternas anteriores estaba

también el símbolo de la cruz (que permite la división el círculo

precisamente en cuatro regiones). Por último, podemos ver ese

símbolo infaltable: la estrella.

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198

El hecho de que tales símbolos, se pudiesen relacionar

secuencialmente (de manera análoga al tarot), y que claramente se

hace más evidente en ciertas figuras geométricas, hizo que las

colocara en una progresión numérica.

Así a partir de recoger información de diversos escritos relativos al

tema, pero principalmente dejándome llevar por mi propia intuición,

intenté una primera secuencia aproximada, la que comenzaba con

el círculo como el número cero, luego el punto como él número uno,

dos barras paralelas y verticales (o él número once) como él dos, él

triángulo evidentemente era el tres, la cruz y el cuadrado también,

como él cuatro, la estrella de cincos puntas, o la pirámide, como él

cinco, finalizando la serie por esta vez, con la estrella de seis

puntas(o estrella de David) como él seis. Eran por supuesto

relaciones muy antojadizas, que no pretendían en modo alguno

calzar con algún orden estructurado riguroso y preciso como el de

las matemáticas por ejemplo. Solo era una primera aproximación en

la búsqueda de ciertos patrones que pudiesen entregar algún

significado y sentido que pudiese existir detrás de tales símbolos.

Posteriormente y en la medida que fui agregando nuevos elementos

a la serie, vi que tales elementos simbólicos primordiales, no

entregaban solo una completa cosmovisión del universo, sino que

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199

además eran un medio muy efectivo para comprender los procesos

que regían el mundo, así como al ser humano (historia natural y

humana). Esto a partir de una especie de aritmética simbólica, que

operaba de manera similar a las matemáticas. Esto de manera

similar a otros lenguajes, que utiliza el ser humano (todos, meras

convenciones o invenciones humanas) pero que tienen la misteriosa

peculiaridad de poder obrar objetiva y concretamente sobre la

realidad objetiva y sensible. Sócrates sostenía que las matemáticas

eran un conocimiento preestablecido en la mente de los hombres

(teoría de la reminiscencias) y por ese motivo les era permitido

poder aprenderlas, o más bien recordarlas (o sea era un saber

potencial, latente, aunque olvidado, el que había que volver a

recordar). De la misma manera este lenguaje simbólico y la forma

de operar con él, parecía un conocimiento olvidado, por lo que

estaba impedido de mostrarse claramente a la mente humana,

aunque a veces las personas intuyesen vagamente de ello.

Ello explicaría además porque pueblos tan apartados y alejados

(tanto espacial y temporalmente) como los mapuches en Chile,

manejasen símbolos semejantes al de otras culturas de la

antigüedad, como China, Egipto y Persia. Pues en algún momento,

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200

en el origen de todos estos pueblos se compartió un mapa

cosmológico común.

Fue así, y a partir de la observación de algunos símbolos simples y

sencillos, aparentemente sin ninguna importancia, derivó una cada

vez más elaborada y particular teoría, y que se llegaría a convertir

para mí en una apasionada, emocionante y sagrada obsesión.

Algunas de estas cosas me ha resultado incluso difícil poder

explicarlas con palabras... y es que los símbolos parecen estar más

allá incluso de las palabras.

“Para engañar al mundo, parécete al mundo, lleva la bienvenida en

los ojos, las manos, la lengua. Parécete a la cándida flor, pero sé la

serpiente que hay debajo."

("Macbeth" - William Shakespeare)

Génesis 3:1 Pero la serpiente era astuta, más que todos los

animales del campo que Jehová Dios había hecho…

Mateo 10:16 He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de

lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como

palomas.

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201

FIN PRIMERA PARTE

(EQUINOCCIO DE PRIMAVERA)

Apéndice I

Mater Natura (“6“)

Creo no equivocarme al afirmar que no existe cosa en el mundo que

concite el más amplio acuerdo en la gente, que la positiva

valoración que hacen de la naturaleza. Siendo difícil encontrar

alguien que no haya sido cautivado por su virginal belleza.

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202

Incluso algunos han visto en ella una especie de deidad amorosa y

bondadosa que cuida de sus criaturas, al igual como lo hace una

madre.

Yo, cuando niño, sentía una particular fascinación por la

naturaleza. Confieso incluso haber experimentado algo parecido a

un éxtasis místico, encontrándome alguna vez en la montaña.

Pero pronto aprendí que detrás de esa idílica impresión, también

existe algo oscuro, cruel y violento, (relacionado con esa

encarnizada lucha por la sobrevivencia y el poder que existe entre

los variados seres en la naturaleza) y que no es dable desligar de la

idílica visión anterior.

La vida es dura, y para algunos puede ser el infierno mismo;

especialmente para seres más vulnerables, delicados y sensibles,

los que suelen vivir con mucha mayor intensidad, el dolor y

sufrimiento que la naturaleza pareciera infringirles de manera

particularmente cruel, indiferente y brutal.

¿De dónde obtuvo el hombre la imagen de Dios, como la de un ser

todopoderoso temible y autoritario, sino del comportamiento

aterrador e imprevisible de la naturaleza con todo tipo de peligros,

amenazas y desastres?

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203

Schopenhauer definiría la: “voluntad de la naturaleza” como una

fuerza que subyace oculta, pero que es la que rige finalmente el

comportamiento de todos los seres.

Schopenhauer vería claramente ese lado oscuro de la naturaleza y

utilizaría todos los medios a su alcance, a objeto de demostrar lo

cruel, engañoso y hasta repugnante que era ese mundo natural;

que nos seduce y engaña a través de los sentidos, solo con el

propósito de cumplir sus objetivos de supervivencia y reproducción

de la especie.

Se cuenta incluso que mostraba a sus alumnos los cadáveres

abiertos de mujeres para que vieran como estas eran

efectivamente por dentro. Las mismas por la que los jóvenes

sentían una poderosa atracción sexual.

Tales ideas provienen de su conocimiento de las religiones del

Oriente, especialmente el budismo y el hinduismo, donde se dice

que la naturaleza (lo sensorial o “maya”) es aquello que seduce a

los seres humanos a través de bellas apariencias, para manejarlos

como marionetas carentes de voluntad propia, a través de los

instintos y pasiones, con la finalidad de cumplir con la sobrevivencia

de la especie.

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204

Vio también que esa voluntad natural, tenía muy poco que ver con

aquellas nobles aspiraciones (demasiadas humanas) que hablan de

justicia, bondad, igualdad, fraternidad … Ideas, que el hombre se ha

inventado a modo de hacer soportable precisamente esa inherente

violencia, brutalidad y crueldad existente en la naturaleza, donde tal

vez conceptos como: amor y paz sean los más artificiales y contra

natura que el hombre haya creado.

Nietzsche, como consecuencia de las amargas y dolorosas

experiencias vividas en su niñez entre las cuales se encuentra la

cruel agonía de su padre y la muerte de su hermano, y luego el

mismo padecer posteriormente una lacerante enfermedad adquirida

en su juventud, y que lo acompañaría el resto de su vida, terminó

por desilusionarse definitivamente del cristianismo, y por cierto

tiempo haría de ese viejo filósofo ateo y pesimista de la vida que

era Schopenhauer, su referente intelectual.

A diferencia de Schopenhauer, Nietzsche concibió su filosofía

siendo aún relativamente joven, lo que impidió, racional y

emocionalmente, hacer suya una filosofía tan negativa y decadente

de la vida; negándose a ver en la naturaleza ese lugar sórdido,

sombrío y brutal que Schopenhauer pretendía mostrar. Y es que

Nietzsche, que padecía una tortuosa enfermedad, por una cuestión

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205

de sobrevivencia no se podía permitir una filosofía tan decadente y

pesimista de la vida, y apostaría en cambio, por todo lo contrario:

por la realidad sensible, corpórea y sensual; por lo terrenal y

corporal; siendo tal voluntad de la naturaleza no solo la base

instintiva de los seres humanos, sino además el fundamento

cultural y también la posibilidad de un probable ulterior desarrollo,

superación y plenitud del ser humano, que para él se expresaba

especialmente a través de esa mágica ebriedad de la música, la

poesía, la alegría y el baile: lo dionisiaco.

Nietzsche comprobó que la decante y pesimista filosofía de

Schopenhauer, no era diferente de las religiones monoteístas

provenientes del judaísmo, que reniegan de lo corporal y sensual

adoptando una actitud masoquista, de auto-sacrificio cruel y

culposa como en el cristianismo; religión en la que había sido

educado por su padre, un piadoso pastor protestante.

Todo eso le pareció algo excesivamente deprimente, sombrío y

decadente; producto tan solo de la falta de vitalidad de seres al

final de sus vidas, los que pretendían imponer una moral que

negaba a los hombres y mujeres, especialmente a los jóvenes,

disfrutar de sus vidas, y poder ser así más felices y plenos;

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206

condenándolos a la mala consciencia de considerar como maldad o

pecado cualquiera felicidad o gozo que pudiera existir en sus vidas.

Y por el contrario vería en esa energía vital natural el vehículo que

le iba a permitir al ser humano superar tal condición animal. El

resultado así sería un ser humano distinto, con otro código de

valores, y que definió como una frágil y delicada criatura de fácil

extinción, a la que denominó paradojalmente como

«superhombre».

Ese superhombre, era un hombre normal, pero en posesión plena

de sus potencialidades, lo que le permitiría controlar sus impulsos

animales que aun lo dominan por completo; pero sin la necesidad

de ocultarlos o reprimirlos de manera hipócrita, aparentando un

falso comportamiento civilizado y moral.

“Al hombre se le pusieron muchas cadenas, a fin de que olvidase

comportarse como un animal: y verdaderamente él se ha vuelto

más apacible, espiritual, alegre y sensato que todos los animales.

Pero ahora sufre por el hecho de haber llevado cadenas tanto

tiempo, y por haberle faltado por tanto tiempo el aire sano y el libre

movimiento; pero estas cadenas son, lo repetiré una vez más, los

errores graves y a la vez sensatos de las ideas morales, religiosas y

metafísicas. Sólo cuando la enfermedad de las cadenas sea

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207

superada, la primera gran meta será alcanzada verdaderamente: la

separación del hombre de los animales”. Nietzsche.

Así este hombre sería capaz de transmutar las fuerzas irracionales

e instintivas que lo gobiernan, en actos más propiamente humanos,

tales como lo son la risa, la música, el amor, la poesía, el arte, la

filosofía, la ciencia, permitiéndole dejar atrás esa naturaleza

exclusivamente animal que lo gobierna a través de los instintos y las

pasiones.

Tal cambio es imposible a través de la represión, y el auto-castigo,

como lo enseña la religión o la moral; la que ha visto en tales

instintos, el pecado y el mal, debiendo no solo avergonzarnos de

ellos, sino reprimirlos de la manera más violenta, severa y brutal.

-«...Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y

échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y

no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha

te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que

se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado

al infierno.» -Mateo 5:27.

Así en vez de luchar contra tales fuerzas enormemente poderosas,

era mejor conocerlas abierta, honesta y profundamente, sin por ello

desconocer la evidente brutalidad que subyace en ellas,

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208

convirtiéndolas en nuestras aliadas, y permitiéndoles ocupar el lugar

adecuado en nuestras vidas, dando fin así a un conflicto moral

absurdo. Eso permitiría al ser humano recuperar su equilibrio

interno, para seguir evolucionando, y poder así emprender otro

tipo de tareas más elevadas y nobles. Tareas hasta el momento,

carentes absolutamente de valor, e importancia para la mayoría de

las personas.

El resultado: un ser humano íntegro, capaz de amar de manera

autentica y transparente, no hipócritamente, ni necesitado de

esconderse detrás de una máscara de falsa moralidad.

Ello permitiría unir a ese ser escindido, que por un lado aspira a la

santidad y por otro lado se muestra incapaz de dominar la bestia, al

animal. Viendo en lo primero el bien, y en lo segundo el mal.

Al hombre le ocurre lo mismo que al árbol. Cuanto más quiere

elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente

tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo

profundo — hacia el mal.

Nietzsche.

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209

¿Pero sobre qué base construir ese nuevo código moral, el que

debe trascender esa sempiterna y maniquea lucha entre el bien y

el mal?

Nietzsche coincide en lo esencial con en el cristianismo, al afirmar

que es el amor.

“Todo aquello que se hace por amor está más allá del bien y del

mal.” “Nietzsche”.

Así una nueva trinidad moral, sustituiría al viejo Dios autoritario y

castigador, por el amor. Transmuta temor por amor.

Al trinario: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo

como a ti mismo” impuesto como un frio deber u obligación (deber

impersonal y abstracto kantiano) él le opone aquello que nace de

manera positiva, auténtica y espontánea del corazón en las

personas: “el amor esta por sobre el bien y el mal”.

Solo el amor supera la división, la guerra, el odio, al bien y el mal y

también al viejo, anquilosado, y caduco Dios autoritario.

Ama y todo estará bien parece decirnos. Ya no es necesario que

continúes siendo ese triste, patético, gris e hipócrita autómata del

deber moral.

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210

En este nuevo código, el pecado es no amar, pero ni siquiera es

pecado, es una lástima, una pena, una estupidez, un desperdicio.

Paradojalmente la conclusión implícita es que es la naturaleza

animal (en su expresión más brutal) es la que se disfraza de

moralidad, y es esa naturaleza animal finalmente la que continúa

rigiendo efectivamente el comportamiento humano como decía

Schopenhauer y los sigue moviendo como marionetas carente de

voluntad propia, y que oculta de manera soterrada esa franca lucha

fratricida por la supervivencia, la reproducción y el poder, todo de

manera absolutamente egoísta, de manera similar a como ocurre

con los demás animales.

¿Qué es amor?,

¿Qué es estrella?

Sé pregunta el último hombre; donde no es posible observar rasgo

humano que lo diferencie de los demás animales. Ha dejado de

caminar erguido, por lo fatigoso que esto le resultaba; alejándose

así de cualquier cosa que lo pueda engrandecer, como pensar,

trabajar, amar, y soñar. Todo eso era una carga excesivamente

abrumadora y pesada y al igual como otro simio más, corre de

vuelta a la naturaleza. Esa moral así estaba al servicio de la

regresión animal y finalmente a la aniquilación de la vida humana.

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211

La naturaleza descrita hasta aquí, por supuesto no es la que se ha

idealizado y sacralizado convirtiéndose en una nueva religión.

Religión, donde los acólitos ven con simpatía un posible retorno del

hombre a la naturaleza, en vez de forjar para el ser humano un

camino de superación propio, que debiera precisamente

liberarnos de ese poderoso condicionamiento animal, de esa

inercia instintiva que nos mantiene en esa lucha despiadada por la

supervivencia y el poder. Esa guerra no declarada, pero que se

hace evidente en todos los actos de los hombres.

Y de existir algo que pueda llevar a la humanidad a su

autodestrucción, no será otra cosa, que ese mecánico

determinismo instintivo animal que rige de manera soberana sobre

todos nosotros.

Hay ecologistas que apuestan a que la vida era mejor cuando

vivíamos de manera primitiva y tribal, cerrando los ojos a las

atrocidades y miserias en que aún viven aquellos que se

encuentran en tal situación. Por supuesto ellos solo se fijan en el

lado positivo, fascinante y cautivante de la naturaleza, viendo por el

contrario todo lo perverso y malvado en lo hecho por el ser

humano. Lo curioso es que tales apreciaciones las hacen como

personas civilizadas, refinadas y sofisticadas, tan lejos de esa

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212

naturaleza que dicen defender, y a la que suponen el hombre

debiera volver para ser mejor.

El amor, la solidaridad, la amistad, la bondad no nos fue legado

por la naturaleza; nada de eso rige para ella, por el contrario en ella

no solo no existe consideración por los más débiles; pues si hay

algo consustancial a ella, es la lucha por la supervivencia; la que

ordena imperativamente: “que sobreviva el más fuerte”. En la

naturaleza no existe amor, ni compasión solo existe

competencia y selección.

Y si bien es verdad que por momentos, resulta más sencillo amar a

la naturaleza, y considerar incluso preferible la compañía de los

animales, que la de los hombres, por ser estos más predecibles,

leales y cariñosos.

“Mientras más conozco al hombre, más quiero a mi perro”

-Schopenhauer.

A pesar de todas sus debilidades, vicios y defectos, el humano, es

aquel ser más digno de nuestro amor; pues es el único capaz de

amar la belleza, la verdad, al hombre, la naturaleza, a los animales,

y querer la eternidad de todas las cosas.

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213

Por lo tanto no es regresando a la naturaleza que permitirá seres

más evolucionados, plenos y mejores, sino por el contrario,

persistiendo en nuestra humanidad; en aquello que le es más propio

al ser humano, y por lo tanto más artificial y alejado de la

naturaleza.

El ser humano debe profundizar en su humanidad y por ningún

motivo regresar a la naturaleza y a la animalidad como pretenden

los primitivistas.

¿Es que existe cosa más importante en la voluntad de los hombres,

que la búsqueda natural del poder?

La que se ha traduce siempre en una lucha y competencia cada vez

más despiadada y la que suele terminar siempre en las más

pavorosas, terribles y horrorosas guerras.

Por supuesto en las guerras se suelen esgrimir hipócritamente

nobles causas e ideales, los que han permitido justificar las peores

atrocidades y genocidios, pero que al final todas tienen siempre un

solo objetivo: la obtención del anhelado poder y que está grabado

genéticamente en los seres humanos.

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214

¿Es que podemos considerarnos mejores, diferentes, o superiores

a las hormigas, o cualquiera otra especie animal insignificante,

cuando hacemos la guerra?

La búsqueda del poder, es lo que impone la naturaleza a los

hombres; y ello se ha llegado hasta santificar en la figura sagrada

de un Dios, el que sería depositario del poder más absoluto.

Por lo tanto es la naturaleza, la que ha sido más poderosa que el

ser humano, mostrándose este todavía completamente incapaz de

sustraerse a su poderosa y ominosa voluntad, la cual ordena la

supervivencia de la especie como un imperativo por sobre la

voluntad de los hombres, los que viven en el autoengaño de creer

que son ellos quienes toman las decisiones en sus vidas,

imaginándose libres.

Y tal situación probablemente continuará mientras el ser humano no

comprenda y acepte que se encuentra bajo tal esclavitud natural, la

que le impide superar tal comportamiento esencialmente animal.

Que puede importarle a la naturaleza la felicidad de los seres

humanos, ello es algo «demasiado humano». Lo que a la naturaleza

pareciera importarle (si a la naturaleza le pudiera importar algo) es

la supervivencia de la especie dentro de su inconsciente, mecánica

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215

e inhumana necesidad, donde la vida de los seres humanos, vale lo

mismo para ella que la de una ameba.

A la naturaleza solo pareciera buscar asegurar la supervivencia de

las especies, a través de una constante selección, donde la ley que

prevalece en ella, es la del más fuerte, decidiendo de manera

implacable, indiferente y fría quienes sobrevivirán, quienes

mandarán, quienes obedecerán, y quienes desaparecerán. Todo lo

demás es antinatural, anti-ecológico, sería ir contra esa supuesta

armonía y equilibrio que bucólicamente creen los ecologistas existe

en la naturaleza. Es más, sería atentar contra la madre tierra, los

que algunos llaman con respeto religioso, Gaia o La Pachamama.

Que sobreviva el más fuerte y desaparezca el más débil, es lo que

ordena esa brutal deidad, que quizás no esté mejor representada

que por la Diosa Kali, o sea una deidad que devora a sus hijos, y

se complace de sacrificios humanos, comenzando por los más

débiles.

Es por ello que no ha existido una ideología más afín y proclive a

esa visión natural y ecologista como lo fue el nazismo. Y también se

comprende porque tal ideología haya sido la pionera en leyes de

defensa de la naturaleza, al mismo tiempo que exterminaba a

aquellos que consideraba los más débiles o inferiores.

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216

Apéndice II

Pater Deus (“9“)

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217

Al parecer el origen de las primeras deidades tiene su origen y

causa en el temor de nuestros primitivos ancestros ante los

portentosos, impredecibles e incontrolables desastres naturales,

así como el tener que vivir constantemente acosado, en

permanente en peligro en un medio adverso, cruel y hostil; luchando

dura y penosamente por el alimento para poder sobrevivir.

También es el temor, el que explique porque esos dioses cuando

adquirieron apariencia humana, su comportamiento fuese similar al

de la naturaleza: o sea incierto, caprichoso y a veces violento.

Y que finalmente cuando apareciera el Dios único su

comportamiento fuese el de un monarca enormemente poderoso,

depositario del poder más absoluto. Esa similitud de Dios con la de

un monarca explica que la conducta de los seres humanos frente a

Dios, sea similar a la que tiene frente a reyes y demás hombres

poderosos, a quienes se teme, reverencia y obedece. Actitud no

diferente tampoco a la que exhibe el perro, cuando este mete su

cola entre las piernas, en demostración de sumisión ante el macho

alfa de la manada; y es así porque reyes y monarcas no son más

que una versión solo más sofisticada del macho dominante o macho

alfa en algunas manadas animales, o en las tribus humanas

primitivas. No es de extrañar entonces que ese Dios antropomorfo

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218

tenga los mismos vicios, defectos y debilidades de cualquier ser

humano, cuando este dispone de mucho poder: por lo que se

vuelve arrogante, prepotente y egocéntrico, siendo susceptible

fácilmente al halago y la vanidad. Su estado de ánimo es

cambiante e imprevisible; a veces es bondadoso y misericordioso,

otras irascible, soberbio y violento; pudiendo llegar a cometer las

peores atrocidades y genocidios con aquellos que no le obedecen,

o peor aún, si amenazan su poder. Es así como Dios se convierte

en el prototipo de aquellos que disponiendo de mucho poder,

necesita de secuaces o seguidores que lo estén constantemente

adulando, halagando, y adorando, obligados a una total lealtad y

sumisión, rayando a veces en el servilismo más absoluto; y que se

expresa a través de genuflexiones, loas de adoración,

arrodillamientos, autoflagelaciones, imploraciones, oraciones y

rezos. En fin todo aquello que cree le permitirá ganar la confianza, y

simpatía de ese poderoso ser; que de estar en buenos términos

con él, impida se vaya a enojar, molestar o enfurecer, para que

así no los castigue o simplemente los haga desaparecer de una

sola plumada, dado el enorme poder que dispone.

En el libro de Job (en el antiguo testamento) se muestra como Dios

se conduce como un hombre ordinario y movido por una enorme

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219

arrogancia y vanidad hace alardes de la fidelidad y entrega

absoluta de su siervo Job; al cual luego no duda en martirizarlo

sometiéndolo a todo tipo de vejámenes y torturas, inducido lo que

es más sorprendente, por su más enconado adversario: Satanás.

Dios no solo se muestra vano, arrogante e influenciable, sino

indiferente, cruel e indolente con quién ha sido un fiel y leal

servidor. Tal actitud pareciera la habitual en este Dios, pues se

repite con Jesús, de acuerdo y donde Dios raya en el sadismo al no

impedir el sufrimiento de su propio hijo.

¿Será tal proceder cruel y sádico, la manera en que Dios expresa

su amor por nosotros?

Y si bien sus adherentes hablan de él, como un padre, este parece

incapaz de amar a sus hijos, incluso, de la manera imperfecta

como lo haría cualquier padre mortal.

¿Qué padre se sentiría complacido de ver a su hijo arrodillándose

ante él una y otra vez? ¿O reverenciándolo constantemente para

sentirse agradado y satisfecho?

Más aún ¿Qué padre se sentiría feliz de ver a su hijo auto-

flagelándose y sufriendo ante él?

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220

Tal vez un padre sádico y déspota. Cualidades incluso difíciles de

encontrar en los seres humanos, con todas sus imperfecciones,

fallas y defectos.

Dios así expresa una soberbia y arrogancia solo propia de déspotas

y tiranos los que se imponen a través del la fuerza, la violencia y el

temor. ¡Y vaya qué grado de violencia nos ofrece este poderoso

ser!; la máxima concebible, y donde las acciones de los peores

criminales y asesinos en la historia del la humanidad, quedan a su

lado reducidas a juego de niños; pues este magno ser nos ofrece

nada más ni nada menos, que el “infierno”, un lugar donde pretende

torturar de manera horrible y por la eternidad a aquellos, que

siendo sus hijos, su propia creación, no le hayan obedecido.

Por ello es que Dios no escapa a la forma en que el poder ha sido

concebido por los seres humanos, y que tienen su expresión a

través del temor.

Nunca el amor.

-“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”. -Salmos libro V

111.10.

¿Por qué Dios debe envilecer a los hombres en los términos más

atroces y brutales, llevándolos a la guerra para que destruya a otros

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221

hombres; los que son además sus propios hermanos creados por el

mismo Dios?

¿Lo hará Dios para sentirse halagado de su propio poderío,

prestigio y orgullo ante los hombres?

-“Y los hijos de Israel tomaron para sí todo el botín y las bestias de

aquellas ciudades; mas a todos los hombres hirieron a filo de

espada hasta destruirlos, sin dejar alguno con vida. De la manera

que Jehová lo había mandado a Moisés su siervo, así Moisés lo

mandó a Josué; y así Josué lo hizo, sin quitar palabra de todo lo

que Jehová había mandado a Moisés”. -Josué 11:14.

¿Qué quiere hacer de nosotros un Dios que con el enorme poder

que dispone, no es capaz el mismo de acabar con el inicuo, y le

encarga esa infame y horrible tarea a los hombres?

¿O será que a ese Dios no le agrada ensuciarse las manos con la

sangre de sus propios hijos?

Entre tanto otros han visto en la naturaleza la cara de Dios, ya que

nadie lo ha visto, y solo llegamos a saber de él a través de lo que

nos cuentan otros. Si fuese así, nos revelaría un comportamiento

indiferente, errático y arbitrario; absolutamente incapaz de

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222

dispensar justicia con aquellos que cumplen sus preceptos en la

tierra.

Todo lo anterior no hace más que ratificar lo que ya concluimos en

el capítulo anterior, y es que la naturaleza es la que rige el

comportamiento humano.

Manadas, machos dominantes, y jerarquías son categorías que

existen en gran parte de las sociedades del reino animal,

especialmente los de vida gregaria. Machos dominantes no son

diferentes a los jefes guerreros que gobernaba tribus ancestrales de

homínidos, y que en la actualidad no son muy diferentes a los

mandatarios que gobiernan países y naciones. Siendo al parecer

la forma más habitual de convivencia entre los seres humanos, en

las más diversas épocas y culturas.

El macho dominante se impone sobre la manada a través de la

fuerza, el temor y la violencia que puede llegar a ejercer sobre los

demás. Este a cambio ofrece una protección a la manada, no muy

diferente a lo que hacían los “gánsteres” en tiempos de la mafia

en E.E.U.U. La manada a su vez le retribuye con los privilegios que

otorga el poder: o sea disponer de lo mejor de todas las cosas, la

propiedad, el honor y la gloria. O sea todo aquello que infla el ego

de los seres humanos; llegando en algunos casos incluso ser el

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223

reproductor privilegiado, como ocurre con algunos animales, en que

el más fuerte solo tiene derecho a dejar descendencia dentro de la

manada, con la cual el hombre ha contrariado a la naturaleza al

permitir la reproducción de los más débiles, y que al decir de

algunos explicaría el debilitamiento y degeneración de la raza. Esa

también sería la razón, que debido a ciertos atavismos genéticos

de carácter natural, los pueblos más fuertes busquen preservar de

manera instintiva y xenófoba, a los de su propia especie, siendo

ello el origen del nacionalismo y el racismo.

-Y haré a tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno

puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será

contada. -Génesis 13:17.

Por eso no es de extrañar que Hitler buscara lo mismo, preservar la

descendencia de la que consideraba la raza superior, por supuesto

la propia raza, la raza dominante, la raza aria; y nosotros no

tenemos porque no suponer que este macho dominante es el

mismo que existe desde tiempos prehistóricos, no siendo diferente

a líderes más actuales como Hitler, Napoleón, Stalin, Castro o

Franco. Características similares las comparten gánsteres del tipo

Al Capone, revolucionarios como el Che Guevara, o de líderes

heroicos como Lawrence de Arabia o Lord Byron.

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224

La aventura, la búsqueda del poder y la gloria es algo que parece

está en la misma genética de los hombres. En especial de los

menos evolucionados, (pues suele no ir acompañado de otras

capacidades espirituales e intelectuales superiores en tales

líderes).

Lo importante así es la obtención del poder, y su conservación a

través de un respeto absoluto a la autoridad, y para ello se requiere

restringir al máximo la libertad.

Las religiones monoteístas ejercen tal autoridad a través de su

casta sacerdotal, representantes del poder de Dios en la tierra.

Sea cual sea el tipo de autoridad todo pensamiento libre, crítico,

científico siempre es peligroso, pues coloca en riesgo el dogma y

doctrina que los guía. La ciencia fue vista como herejía y sacrilegio,

pues desafiaba al poder de los representantes de Dios en la tierra.

Algo similar ocurre con los fieles de la nueva religión “la ecología”

quienes han hecho de la naturaleza su nueva deidad, y por ende

una nueva autoridad. Y en todas las estructuras autoritarias, el

desobedecer tiene consecuencias desastrosas y apocalípticas. Así

cuando el hombre no obedece las leyes de Dios, la consecuencia

es “Sodoma y Gomorra”, o bien desastres ecológicos si el

hombre osa entrometerse de manera imprudente con la santa

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225

madre naturaleza, o el libertinaje, la explotación y la decadencia

capitalista en al caso de las doctrinas fascistas y comunistas. Los

profetas del marxismo (que buscan la inmortalidad a través de

quedar para siempre en la Historia) ellos también esperan

mesiánicamente la llegada del juicio final. Para ellos eso ocurrirá

cuando advenga el reino socialista, y acabe por fin y para siempre

con los “inicuos capitalistas”.

Esto demuestra que tales doctrinas son lo mismo, doctrinas

autoritarias y moralistas; que unánimemente ven con enorme

peligro la libertad del hombre.

Así como la casta sacerdotal goza de una autoridad similar, a la

de Dios, aunque más limitada, lo mismo observamos en una serie

de dictadores, caudillos y tiranos que emulan el comportamiento de

dioses, sintiéndose providencialmente colocados allí por la Historia,

y a los cuales las masas les suelen otorgan la calidad de héroes o

de líderes preclaros e iluminados. La actitud correcta que debe

exhibir el pueblo frente a ellos es la misma, la del temor, incluso el

terror, pero nunca el amor.

«… es mucho más seguro el ser temido a amado».- Maquiavelo

Estos (dictadores y autócratas) usualmente suelen ofrecer una

mínima y segura seguridad material (el plato de lentejas) esto a

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226

cambio de libertad) y además cumplen con entregar certezas

absolutas al rebaño, no debiendo el pueblo por ello nada que

temer, pues el siempre dispone de lo necesario para proteger a su

pueblo; tanto la fuerza, que le permite aniquilar a sus enemigos; así

como tampoco es necesario que el pueblo deba pensar algo

diferente de lo que el líder les diga, pues el posee la verdad

absoluta acerca de los más variados temas; lo que le permite dirigir

de manera sabia las almas, mentes y destinos de sus pueblos.

Lealtad, obediencia, sumisión, y gratitud es lo que se exige, lo

demás es ingratitud y traición y se paga duramente.

El líder encarna «La Verdad», una verdad única e inmutable que

brota natural, cuando se produce esa relación pasional entre el líder

y las masas, especialmente cuando este se dirige a las multitudes,

desde el balcón del palacio de gobierno.

El autócrata (macho dominante), como un “chamán” induce un

trance orgásmico a la multitud que vocifera de placer al escuchar

sus histriónicas y altisonantes palabras. Un líder, un pueblo, una

verdad y un enemigo al cual odiar: son las cuatro patas de la mesa

en que se sostiene la autoridad y poder absoluto del gobernante

que al igual que un Dios los dirige desde las alturas.

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El enemigo es crucial, pues entrega un objetivo claro donde el

pueblo pueda volcar todo su odio, permitiendo así justificar las

penurias y frustraciones que les toca vivir, y ocultar la corrupción o

el mal gobierno de sus autoridades. El odio al enemigo es

fundamental, pues permite la unidad del pueblo, y lo dispone a la

guerra, así como a soportar los peores sufrimientos y privaciones de

manera resignada, estoica y servil. Dividir el mundo en amigos y

enemigos es la base de toda moral. Es por eso que lucha debe ser

constante contra el enemigo, pues es el motivo del mal en el

mundo: Tal enemigo malvado y perverso, incluso adquiere

características satánicas y demoníacas. Por lo que no solo es lícito

exterminarlo, sino que se constituye en un deber moral.

El mundo sería perfecto y maravilloso si no fuera por tales

enemigos malvados. Por ello se hace necesario exterminarlos,

purgarlos, extirparlos, progromizarlos; en resumen, realizar una

“limpieza”, dar una solución final.

Y si bien son innumerables las guerras que se han librado

enarbolando tan nobles propósitos, pareciera que esos sempiternos

enemigos no terminaran nunca por desaparecer, pues pronto

aparecen otros, que los vienen a reemplazar.

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La tortura y las muerte, realizadas de manera piadosa, por el bien

de las víctimas, como se estilaba en la inquisición, no son solo

válidas y necesarias, sino expresión del más profundo amor al

prójimo.

Porque «Dios aprieta, pero no mata» como dice un refrán, principio

que los torturadores conocen muy bien, y la regla de oro de su

oficio.

El enemigo visto desde un punto de vista más favorable, es la de

un ser que padece una enfermedad peligrosamente contagiosa e

incurable, para el resto de los demás. Es la manzana podrida a

desechar, para que evite pudra a las demás.

Por lo tanto tal reinado de paz y de moralidad se debe sustentar en

una total limitación de la libertad, pues ella inevitablemente nos

conduce al «libertinaje», lo que es enormemente grave, pues de

ahí al caos y a la anarquía solo hay un paso.

La libertad da rienda suelta al individualismo, que se traduce en

egoísmo y hedonismo; por lo tanto la libertad debe ser sacrificada

en procura del bienestar colectivo, el que debe ser el noble

propósito de todo líder que se aprecie: o sea un líder que “Dios” o la

“Historia” colocó allí providencialmente, y que cuenta por lo tanto

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con las características sobrehumanas, omnisapientes, y

todopoderosas de un semidiós.

Para ello hay que educar al pueblo, que en rigor, no debe

entenderse como otra cosa que adoctrinar y uniformar. El

comportamiento del pueblo debe ser uniforme, ojalá militar.

Solo debe existir una doctrina, una sola forma de pensar,

alejándolos paternalmente de los desvaríos de los intelectuales,

individualistas, y excéntricos de todo tipo.

Solo existe una verdad, y quienes no están de acuerdo, para ellos

existe la cárcel, el manicomio, o el paredón. Un líder, un pueblo,

una verdad, y un enemigo al que odiar, todo lo demás viene del mal.

Esto no impide que muchas veces los pueblos hartos y cansados de

las arbitrariedades del tirano, en un acto de suprema ingratitud con

aquel que ha hecho tanto por ellos, finalmente se rebelen y lo

terminen linchando, no siendo que hasta hace poco, lo aclamaban y

adoraban. Eso no cambia mucho las cosas, pues mientras el tirano

cuelga de la horca en la plaza, se unge como líder a un nuevo

“macho dominante”. Lo único que cambiara para el pueblo, es que

ahora deberá aprender a odiar a otros enemigos.

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FIN APÉNDICE

(EQUINOCCIO DE PRIMAVERA)