relatos delirantes de un viejo ermitaño que vivía a la orilla del mar
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Novela chilena en torno a la vida demencial, y a la vez iluminada y sabia de un viejo ermitaño.TRANSCRIPT
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Relatos delirantes de un viejo ermitaño
(que vivía en una cueva a la orilla del mar)
(Equinoccio de primavera)
VALENTIN LOZOYA GAETE
2015, Santiago de Chile / [email protected]
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Dedicado:
A mis padres… y a todos aquellos espíritus libres que en soledad,
luchan porfiada y heroicamente contra la obstinada estupidez del
ser humano, siendo por ello, injustamente denostados, maldecidos
y perseguidos, por la complaciente y servil grey, que ciega y
cerrilmente sigue a aquellos que dan en llamarse a sí mismos: “los
justos y los buenos”.
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Agradecimientos:
A todos y a nadie.
“Un triste y solitario individuo con hambre de amor por la vida va.
Carga sobre sus espaldas una mochila repleta de sueños e
ilusiones. Sobre sus ojos, una venda oculta su inexorable destino.
Avanza confiado, tranquilo y sereno, aproximándose al borde de
un profundo e insondable abismo, que pacientemente espera el
paso fatal, para devolverlo de un zarpazo a la nada.
“Esto no es un libro, es un juego sin final…”
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Capítulo I
El rescate
Retiré la losa que ocultaba una cavidad oculta en la pared de su
pieza, y me alegré al ver que aún permanecían allí sus escritos.
Estos consistían en un grueso legajo de resecas y amarillentas
hojas, atadas solo por un grueso cordel, lo que no impidió que al
levantarlo se desprendieran algunas de ellas, las que luego de
planear caprichosamente se depositaran suavemente en el suelo.
Una, atrajo particularmente mi atención; estaba escrita en perfecta
letra caligráfica. Pude observar como la tinta había devenido en
violácea producto del paso del tiempo, lo que evocó en mí, un
pasado remoto lleno de encanto y esplendor. De épocas en que el
tiempo transcurría apaciblemente, tal como lo percibía cuando me
encontraba dentro de esa vieja edificación. Esta edificación que
asemejaba un castillo había permanecido abandonada por largos
años, al margen de la actividad y progreso de la ciudad. Como si se
resistiese a desaparecer, eso a pesar de los saqueos que la fueron
despojando de todo lo que hubo alguna vez en su interior, así como
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de la furia de los elementos, que la habían ido deteriorando de
manera implacable y persistente a través del tiempo.
Levanté la hoja del suelo, y leí lo que era una especie de
declaración introductoria:
“Tal vez fuera por pudor, pereza, falta de coraje, o todo ello junto,
no me había atrevido a expresar aquello que pugnaba por salir de
mi interior. Ese mundo subjetivo y personal, que se había ido
convirtiendo en algo tan desgarrado, confuso y contradictorio,
estimé necesario volcarlo en el papel, para acallar así de una vez
los demonios internos que me acechaban. Una vez escrito, tal vez
cobrase sentido para mí, como para quien lo quisiera leer…”
En ese momento, en la lejanía, se escucharon algunos disparos que
interrumpieron mi lectura. A continuación se escuchó el tableteo
sordo de una ametralladora, seguido por el coro lastimero de los
aullidos de los perros. Miré el reloj. Faltaban solo quince minutos
para que se iniciara el toque de queda; así que rápidamente guardé
los escritos en un saco que llevaba, así como otros libros viejos que
encontré allí (por fortuna cupo todo) y me dispuse a salir lo más
pronto de ese viejo castillo abandonado; que fuera el último refugio
de ese singular y solitario ser.
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Solo un rato antes, me había colado por una de las ventanas, la que
permanecía abierta y por la que ingresaba a grandes bocanadas el
intenso viento marino, azotando a veces, fuerte y ruidosamente los
postigos contra el marco. Me acerqué a ella para ver que nadie
pasara por la calle, luego dejé caer el saco por la ventana, y yo
mismo salte a través de ella. Y si bien no era mucha la altura, al
caer, por desgracia me doblé un tobillo. Fue tan intenso el dolor,
que se me llego a nublar la vista. Como pude, recogí el saco, y
apenas apoyándome en un pie recorrí la distancia que me separaba
del muro que daba a la calle. Oculto detrás de él, pude observar
con mayor amplitud el panorama. Sólo esperaba, que nadie me
hubiese visto salir de manera sospechosa de ese lugar. Me quedé
tranquilo al no ver a nadie en los alrededores; ni siquiera en la
terraza que daba acceso a la playa, algo inusual, en un día tan
soleado y primaveral como ése. Aun así, no podía descartar de
pronto que pasara por allí algún vehículo militar. (Aunque en esa
pequeña ciudad costera, fuese menos frecuente que en la capital).
De ser sorprendido, me metería de seguro en problemas. Me senté
en el suelo, para poder frotarme el tobillo esperando a que con eso
disminuyera el dolor, viendo como este lentamente comenzaba a
hincharse. Decidí esperar un rato todavía antes de salir, momento
que aproveche para encender un cigarrillo; lo que me hizo sentir
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más relajado y tranquilo. Ello daría ocasión para que viniesen a mí
mente los hechos ocurridos el día anterior, cuando en el
cementerio conociera a las únicas personas que tuvieron alguna
relación más cercana con ese solitario ser. Era un matrimonio de no
más de treinta años, gente humilde y sencilla (hijos de pescadores
como supe más tarde) y vecinos de larga data en el lugar. El era un
hombre bajo, fornido y moreno, rudo como los pescadores. Ella
menuda, de tez extremadamente pálida. Lucía ojerosa y se veía
afectada por lo ocurrido. Los dos de riguroso luto. Fuera de ellos, el
funcionario encargado del entierro, yo, y nadie más. Yo vestía como
era costumbre por aquella época “blue jeans” y una camisa de
cuadros algo colorida, lo que me tenía particularmente incómodo,
especialmente cuando la pareja me miraba de reojo. No
recordaba haberlos visto antes, ellos al parecer a mí tampoco (esto
de cuando viví en ese lugar con mis padres, unos años atrás).
El día anterior, no más saber de la muerte de Francisco, había
viajado de inmediato desde Santiago para llegar a tiempo a su
entierro. Lo sorpresivo del viaje inquietó a mis padres, pues
temieron me fuese a meter en algún lío, esto, debido a los hechos
alarmantes que ocurrían en el país a raíz del golpe militar.
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Pude notar que el matrimonio se sentía nervioso e incómodo con
mi presencia. Así que no más el funcionario echó las últimas
paladas de tierra sobre el ataúd, se retirarían de inmediato no
mostrando interés alguno por saber quién era. Tuve que correr tras
ellos para preguntarles cómo había muerto Francisco. En un primer
momento me evitaron (pero me pareció natural que no quisieran
hablar con un extraño). La mujer, al ver mi insistencia, se volvió
para preguntarme quién era. Perdón por no presentarme le dije,
soy Juan, un amigo de Francisco y de Iván Torres (un muchacho
muy conocido en el pueblo, además de compañero en la
Universidad). Al escuchar eso, modificó su actitud inicial, y me dijo:
-Sabe, ¿Por qué no pasa uno de estos días por nuestra casa? Allí
podremos conversar con mayor tranquilidad. Ahora estamos muy
cansados por lo ocurrido. ¿Le parece?
Luego agregó:
-Vivimos al lado de la iglesia, pregunte por la señora Marisol.
-Iré sin falta, le respondí.
En ese momento algo detrás de mí me sacó sorpresivamente de los
hechos ocurridos el día anterior. Por un instante, recorrieron como
escalofríos por mí espinazo. Me tranquilicé al ver que solo se
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trataba del húmedo jadear de un amistoso perro labrador a mis
espaldas.
Desde ese momento, el labrador no se apartaría más de mi lado,
eso a pesar, de los intentos por mostrarme indiferente con él.
En un momento que consideré oportuno salir, luego de mirar a
ambos costados de la calle, por si alguien viniera, me eché el saco
al hombro y me puse en camino, evitando cojear. Miré el reloj una
vez más. Faltaban solo un par de minutos para que se cumpliera el
plazo para el libre tránsito, así que debía apurarme. Más atrás el
labrador no se apartaba de mí lado, lo que por una extraña razón,
me hizo sentir más protegido y seguro; quizá fuese porque no
parecía lógico que alguien que fuese a cometer algo ilícito (como
ingresar a una casa) llevase un perro. Y tal vez fue ello, lo que
disuadió a los soldados de detenerme y revisarme, cuando más
adelante me crucé con una patrulla militar.
Al llegar a la plaza del pueblo, quede absolutamente asombrado al
ver cómo esta se encontraba completamente vacía, lo mismo que
su calle principal. Algo impensable en un día normal a esa hora de
la tarde.
Iba por el medio de la calle (tal como se exigía en los bandos
militares) con una vaga sensación de irrealidad, como soñando. De
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repente, pegado a los vidrios de alguna ventana, el rostro curioso
de alguien me miraba pasar. Imaginé estar en un pueblo fantasma
asolado por la peste, tal como recordé, se describía en una novela
donde los pocos sobrevivientes se encerraban en sus casas para
no contagiarse.
Ya por fin de vuelta en casa (la de los padres de Iván y donde me
alojé aquella vez), ya más tranquilo, se me hizo evidente lo
temerario de mi obrar. Cuando la madre de Iván me preguntó por lo
del pie, le conté que la puerta de entrada del castillo estaba con
candado, por lo que tuve que entrar y salir por una ventana. El
candado lo deben haber colocado los militares, dijo ella. Déjame
ver ese pie. Luego de observar un momento el tobillo me
diagnosticó una abertura de carne. Te voy a preparar una salmuera,
eso lo va a deshinchar.
Ya recostado sobre la cama y con el pie en esa tibia y agradable
preparación salina, tenía como sentimientos encontrados. Por una
parte estaba satisfecho de haber rescatado sus escritos, pero a la
vez triste, ya que no habría otra ocasión como para compartir con
ese viejo amigo.
Me pareció curioso que Francisco en tan poco tiempo, pasara de
ser el temible sujeto de mi infancia, al entrañable amigo que
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llegaría a ser más tarde; convirtiéndose a no dudar, en la persona
más importante de mi vida, fuera de mis padres. Por cierto, fue el
quién trajera mis primeras dudas, a ese mundo pletórico de
certezas que vivía en mi juventud. Dudas, que aumentarían con el
paso de los años, pasando así de tener una fe ciega en ciertos
ideales, a una visión cada vez más escéptica y desilusionada de la
vida, como de la gente y el mundo en general.
Las extrañas y misteriosas circunstancias que rodearon la muerte
de Francisco, me permitieron desarrollar una nueva faceta en mí: la
del investigador. Y la que se inició con la visita al matrimonio que
conocí en el cementerio, para luego y de regreso ya en Santiago,
continuar con una acuciosa y detallada investigación de sus
escritos. Tenía la certeza de que la muerte de Francisco estaba
relacionada con el golpe de estado ocurrido días atrás, y si bien en
ese momento no sabía de nadie (al menos conocido) que hubiese
muerto por tal razón, existían numerosos rumores de gente muerta
en enfrentamientos y fusilamientos. Todavía a mi nada de eso me
constaba, salvo lo visto en el palacio de la Moneda a través de la
televisión.
Por lo tanto el ermitaño, al menos para mí, era la primera persona
conocida muerta en extrañas circunstancias.
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¿De qué modo esta se relacionaba con los hechos ocurridos en el
país?
Todavía para mí era un misterio, pues me resultaba inverosímil que
estuviera involucrado en política, ya que me constaba que le era
completamente indiferente. Pero la coincidencia con el
levantamiento militar, lo vinculaba inevitablemente. Fue así como
esclarecer lo ocurrido, se convirtió a partir de ese momento en un
imperativo moral para mí; pues de no ser yo, nadie más estaba en
condiciones de investigar lo ocurrido.
Cuando me despedí de los padres de Iván esa vez, me urgieron
para que convenciera a Iván de que volviese lo más pronto de
Santiago, y no se fuese a meter en algún lío.
Tú sabes lo imprudente que es. Aconséjalo tú. A ti te hace más
caso.
El labrador finalmente se quedó en casa de los padres de Iván. Le
pusimos de nombre “Amigo”. Ya que de algún modo, un amigo me
había acompañado de vuelta a casa aquella vez.
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Capítulo II
Juan
Juan parecía poseer como el don de la invisibilidad, pues tenía la
particularidad de pasar desapercibido fácilmente dentro de un
grupo; era como si no hubiese rasgo alguno que atrajese alguna
mirada. Cosa que le agradaba, pues era algo tímido, y eso le
evitaba ser objeto de mucha atención por parte de los demás. Sin
embargo, cuando se le conocía más de cerca, emergían de su
personalidad rasgos claramente inconfundibles: una desbordante
imaginación, que lo tenía viviendo casi todo el tiempo en las nubes,
al punto de hacerle perder a ratos todo contacto con la realidad; y
lo que le ocasionaría problemas más de alguna vez, incluso al
punto de colocarlo al borde del accidente. A ello añadía una
inagotable curiosidad, como una impenitente necesidad por estar
criticando y cuestionándolo todo.
Juan vivió su infancia, como buena parte de su juventud, por allá
por los años cincuenta y sesenta, en un polvoriento y humilde
barrio del sector poniente de Santiago. Barrio donde era posible
todavía encontrar gente de la más diversa procedencia y condición
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social, en tan solo unas pocas cuadras: gente muy pobre, obreros
de fábrica, empleados, pequeños empresarios, dueños de negocios
(muchos de ellos emigrantes venidos de España, Italia o algún otro
país). Habiendo excepcionalmente por aquí o por allá alguna que
otra casa de personas más ricas y acomodadas. Por eso no era
extraño ver junto a casas de gente de buen pasar, otras casas de la
clase media y ranchos de gente muy pobre todos juntos, así como
también cites y conventillos.
La familia de Juan, no siendo pobre, su vida era tan austera y
sencilla, que visto al día de hoy, esta no distaba mucho de la
pobreza. Sin embargo ello no significó menoscabo en la vida de
Juan, pues su realidad no era diferente, de la que le tocaba vivir a la
mayoría de los niños de su barrio; incluso se podría decir era mejor
que la de muchos otros.
De ese tiempo Juan conservaría en su memoria de manera
inconexa, una serie de hechos y momentos fugaces que a veces
reaparecerían en su vida más tarde; algunos, exhalando cierto aire
de nostalgia, así como otros, algo de angustia y dolor, tales
como:
El canto “en crescendo” de los pájaros, del frente de la casa, al
amanecer.
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Las sirenas de las fábricas llamando a los obreros al inicio de la
jornada laboral.
El vecino girando insistentemente la manivela para arrancar el
motor de su camión, que parecía resistirse a partir.
El wurlitzer del bar del frente de su casa, donde escuchaba
canciones de Estela Raval, Nat King Cole y la orquesta de Pérez
Prado, esto en calurosas tardes de verano, mientras tomaba el
fresco junto a su abuela en la puerta de la calle.
Las casas aún sin rejas y las puertas abiertas casi todo el día.
La gente que pasaba por las tardes pidiendo pan duro, y mi madre
que siempre les daba algo más.
Los perros huyendo despavoridos cuando pasaba la perrera,
intentándolos atrapar con un lazo.
Los canutos cantando con sus guitarras y mandolinas los domingos
al atardecer.
El primer año que fui a la escuela (una de curas y monjas), allá por
los seis años, donde nos enseñaban a temer a Dios, al diablo y el
infierno, y también a odiar a los judíos por haber instigado la
muerte de Cristo.
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La temible hermana Clara a quien le tenía pavor, pues me tiraba de
las patillas y nos obligaba a estar arrodillados en la misa (no logro
recordar todavía el motivo de tales castigos).
Mauricio, un bravucón del curso que gustaba de darnos cachetadas,
coscorrones y pegarnos con un elástico en la cara; y que fue lo que
motivó que no quisiera regresar por el colegio, el primer año.
Los sábados, cuando íbamos al cine de la plaza con mi padre, un
rotativo donde nos pasábamos la tarde entera viendo películas de
vaqueros, de romanos, o de terror, con las estrellas de ese
momento: Marlon Brando, Charlton Heston, John Wayne y Vicent
Price.
Por la semana yendo a galería, cuando no había mucha plata.
Los tangos de argentino Ledesma y los rock de Bill Halley que
tocaban en los intermedios, y ese fuerte olor a orínes y trementina
que había en los baños.
Los chiflidos y él estruendo que se armaba, cuando se cortaba la
película.
Mi madre, en la máquina de coser Singer, zurciendo y parchando la
ropa, así como tejiendo bufandas, chombas, y gorros de lana para
el invierno.
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Mi padre en el patio, regando o escribiendo en la máquina de
escribir.
La artesa, las escobillas para fregar la ropa, el agua cuba y el jabón
gringo.
Los niños a pata pelada, desnutridos y sucios que vivían debajo del
rio Mapocho.
La media suela o la suela entera.
Las pelotas de trapo que se envolvían en las medias usadas de la
mamá.
La vez que fui con mi madre a “La San Gregorio”, donde le tocaba
preparar las ollas comunes para los pobladores.
Los varillazos que nos daban en la escuela los profesores para
formarnos, nos quedásemos quietos, y cantáramos la canción
nacional los días lunes.
La leche caliente con grumos en jarros de aluminio, y las lentejas y
garbanzos duros y con algunas piedras que les daban a los niños
pobres en la escuela.
Los días de invierno leyendo Corazón de “Edmundo De Amicis”
cuando estaba en cama resfriado.
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La vez que vi a un niño atropellado por un microbús, y conocí por
primera vez el horror, el olor a sangre, y también creo por primera
vez reflexioné acerca del sinsentido de la vida.
Los pupitres del colegio, esos con un agujero circular en una
esquina para colocar el tintero y una ranura arriba para colocar el
lápiz y la goma.
Las calles de tierra regadas de estiércol de caballos, donde alguna
vez encontré una herradura, de esas que se colgaban detrás de la
puerta para la suerte.
Esas polvorientas calles de tierra donde jugábamos pichangas
eternas, las que se extendían hasta el anochecer, apenas
iluminadas por las amarillentas y mortecinas ampolletas del débil
alumbrado de la época.
Esas mismas calles que se convertían en barriales para el invierno.
Esa vieja radio RCA a tubos (esa del perrito y la vitrola) la que
había que esperar a que los filamentos estuvieran encendidos para
escuchar las noticias a la hora de almuerzo, con mis padres.
Las noticias de los desastres ocurridos por el terremoto de Valdivia
y el desborde del Riñihue.
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Los partidos del mundial del 62, el ballet azul y los clásicos
universitarios.
Los crímenes del chacal del Nahueltoro y el día que lo fusilaron.
Las amenazas de guerra nuclear, por la crisis de los misiles en
Cuba.
El asesinato de John Kennedy.
La cumbia “la pollera amarilla”, y las de la Wawancó y la Sonora
Palacios.
Los boleros de Tito Rodríguez y Lucho Barrios.
Las piezas todavía con piso de tierra, en las casas de algunos
amigos.
Los patios con gallineros.
La chancaca para las sopaipillas pasadas, la chuchoca para las
papas con chuchoca, y el ají color para la sopa de pan y cebolla.
El octavo de aceite y los cinco litros de parafina que se vendían en
tambores.
El azúcar negra o blanca, a granel y envuelta en papel.
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Las bolitas de piedra y las “ojito de gato”; los trompos cucarros y el
volantín chupete.
Los petardos, las viejas y las estrellitas; las piedras japonesas y las
pulguitas.
El dulce de alcayota y camote que hacía mi madre.
Las noches de verano cardando en el patio la lana de los
colchones.
La revista Okey, el LLanero Solitario y Tarzán las que
cambiábamos en un local cerca de la plaza.
Radio Tanda, el Doctor Mortis y la Tercera Oreja.
Las micros, liebres y buses Mitsubishi de la ETCE, así como las
innumerables veces que nos íbamos colgando de la micro por la
mañana al colegio.
Los pozos sépticos, los que había que destapar y limpiar, cuando
se rebalsaban.
El brasero de carbón en el invierno y el maricón para que tirara.
El berlín, la milhojas, y esas bolitas grasientas que vendían a la
salida del colegio en un carrito blanco.
Los Beatles y los Rolling Stones.
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Los blue jeans pata elefante, las camisas a lo Joe Cocker y los
pitos de marihuana en la plaza.
La ópera rock Jesucristo Superstar, Woodstock, Jimmy Hendrix, los
Blops y los Jaivas.
Y así una lista sin fin de momentos, que forman parte de un pasado
irremediablemente, extinguido y olvidado.
La madre de Juan lo llevaría con cierta frecuencia a la iglesia,
intentando acercarlo a Cristo y a Dios. Sin embargo ese lugar no fue
para él, nunca de su agrado, pues percibía algo oscuro y tenebroso
en el. Esos sangrientos cristos crucificados en medio de
penumbras; esa marmórea frialdad y ese silencio casi sepulcral; así
como ese olor a encierro y velas derretidas le evocaban más bien
algo lúgubre y siniestro, que el cielo que su madre le quería
mostrar. En cambio a ella, le abría las puertas a un mundo, tan
puro, trascendente y maravilloso, como lejano y distante era de lo
que parecía ocurrir en la vida miserable sobre esta tierra. Tal piedad
delirante y hasta algo obsesiva, la llevaría a sostener ideas tan
extrañas y curiosas, como por ejemplo: que al igual que las “tres
marías”, en la vida de Cristo existían “tres juanes”: el evangelista, el
Bautista y el de las revelaciones. Decía que mientras Juan Bautista
lo anunció; otro discípulo lo acompañaría en su prédica evangélica y
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finalmente otro le permitiría despedirse de los hombres,
exactamente al final de la Biblia: (-Apocalipsis 22:16).
Es por eso cuando se le reveló, a través de un sueño, que ese hijo
vendría al mundo bajo un designio muy especial, no tuvo dudas de
cuál debía ser su nombre. Tal designio para ella se confirmó cuando
pudo constatar una peculiar marca en el cuerpo del niño al nacer, la
que fue sin duda para ella una señal. Desde ese momento ese hijo
se volvió muy importante y especial en su vida, consintiéndolo en
demasía, lo que haría de Juan con el tiempo un niño excesivamente
conflictivo y rebelde, especialmente en el periodo de su
adolescencia y juventud.
Ahora cumplido los cuarenta años, Juan se encontraba frente a la
pantalla del computador, poseído por la escritura automática,
siéndole imposible detener y contener el flujo de ideas y alucinantes
imágenes que venían a su mente, y que se enlazaban en una larga
cadena de asociaciones que por momentos rozaban con una
epifanía.
Lo idea crucial era la guerra.
En un momento vino a su mente la frase de ese viejo filósofo
Heráclito:
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«La guerra es la madre de todas las cosas»
Esa guerra que siglos más tarde Hegel estimara necesaria dentro
del dialéctico devenir.
Juan la asoció al fuego, al igual que Heráclito, por la destrucción y
negrura que dejaba a su paso, asemejándola al infierno. Vio ese
fuego voraz e inextinguible extenderse por diversos lugares del
mundo, convirtiendo en cenizas los hogares, las gentes, las vidas,
los sueños y esperanzas por los pueblos que pasaba. Vio
angustiado las macabras y espantosas escenas llevando al
paroxismo el sufrimiento y la maldad de los seres humanos.
Comprendió porque el Baghavad Gita, ese libro sagrado indio,
trataba de la guerra y con ello vinieron a su mente algunas palabras
del diálogo entre Indra y Arjuna, cuando ambos se encontraban en
el campo de batalla. Al parecer, la guerra era inevitable, incluso
conveniente, necesaria y deseable, esto sin importar que en ambos
bandos estuviesen aquellos mismos que hasta hace poco, eran
amigos y hermanos.
Si algo pareciera distinguir al ser humano, esa es la guerra. Que
inútiles y pueriles le parecieron aquellos “mea culpa” y “nunca más”
que hacen los hombres sobre los escombros de ciudades
devastadas por las bombas, o las dolidas y arrepentidas víctimas
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en medio de las ruinas, llorando amargamente la muerte de amigos
y hermanos; pues pronto vendrían otras generaciones llamadas por
Dios, o de manera romántica por la Historia, a solucionar del mismo
modo, violento, estúpido y brutal, idénticos problemas que por
miles de años han permanecido sin encontrar una solución,
repitiendo una y otra vez más, los mismos errores de las
generaciones que los precedieron.
¿Es qué acaso hay algo más romántico que la guerra?, recordó
escucharle decir alguna vez por ahí a un joven idealista que solía
escribir en las murallas grafitis con la frase “amor y guerra”.
A Juan la guerra en cambio le parecía la menos romántica de las
cosas y solo demostraba la evidente brutalidad y bestialidad que
aún rige el comportamiento humano. Y la verdad es que aún
seguimos siendo solo animales (solo más sofisticados) capaces, de
las peores atrocidades; pero que engañosamente buscamos
disfrazar de idealismo, heroísmo y bondad; teniendo siempre a
mano, alguna justificación para hacer la guerra.
Que es preferible morir con honor que vivir sin gloria.
Que la lucha da lo que la ley niega.
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Que defender la nación es el deber de todo buen soldado que ama
a Dios y a su Patria.
Que la guerra santa contra el infiel está justificada por Dios.
Que la guerra es el medio que permite liberarnos de la explotación y
esclavitud económica.
Y otras son más sintéticas y lacónicas, pero no por ello menos
arrogantes y soberbias como la guerra misma:
Patria o muerte, venceremos.
Viva la muerte.
Algunas incluso se muestran como soluciones definitivas:
Esta es la madre de las batallas, aquella que acabará para
siempre con todas las guerras.
¿Es que es posible acabar una guerra, con otra guerra?
¿Y será verdad que esta haya solucionado alguna vez un problema
en el mundo?
Su conclusión fue pesimista: la paz era imposible, y menos para
una humanidad como la nuestra, por lo que solo nos restaba
agradecer los momentos de paz que nos tocase vivir en la tierra. Tal
lucha parecía así solo variar en intensidad, siendo a veces más
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franca y directa, y otras, más soterrada, oculta y sutil. El mundo se
me reveló tan solo como un gran escenario para la guerra. Y es que
no era casualidad que tierra rimara con guerra, siendo este último
un nombre tal vez más adecuado para este planeta. Si hasta los
momentos de paz, es una preparación para la guerra, ya que es
solo la ocasión para preparar ejércitos y armas; de tal modo que
cuando esta ocurra, esta pueda ser hecha de la manera más
eficiente, eficaz y letal posible.
“Si vos pacem, para bellum” (“Si quieres paz, prepárate para la
guerra”).
Pero a pesar de todas las evidencias a favor de la guerra Juan no
se desanimó, y siguió en la pretensiosa y peregrina búsqueda de
alguna solución, la que trajese, por fin algún día la paz perpetua a
la tierra, como alguna vez lo soñó Kant.
¿Es que es posible modificar acaso el comportamiento de millones
de seres, que demuestran lo fácil y sencillo que es manejarlos
como rebaños sin conciencia alguna a la guerra? Es como si en
ellos estuviese grabada genéticamente esa atávica necesidad de
violencia.
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¿Sería posible modificar el curso de esa poderosa fuerza que nos
hace permanecer en los estadios más primitivos y bárbaros de la
humanidad?
¿Sería posible que un día el hombre llegase a transitar por el
búdico camino del medio? Ese que pretende armonizar los
contrarios, trayendo la paz y el equilibrio al mundo.
Estaba tan sumergido Juan en tales cavilaciones, que perdió toda
conciencia del tiempo, lo que le impidió percatarse del momento en
que su cuarto se sumergió en las penumbras, quedando totalmente
a oscuras. Restaban solo pocas horas de ese frío, húmedo y gris
día de julio, cuando se levantó de su escritorio para encender la luz
de su pieza. Fue en ese preciso instante que sorpresivamente se
vio envuelto en un estado de extrema lucidez. Por un momento,
todo fue claro y luminoso, revelándose claramente la respuesta que
andaba buscando. Fueron tan solo algunos segundos, nada más.
Luego tal visión nítida prístina y clara, se fue desvaneciendo hasta
desaparecer por completo; regresando a su estado de confusión
inicial. Solo retuvo de esa experiencia, reminiscencias y
sensaciones algo difusas. Al parecer, todo había sido una ilusión, y
aunque luego intentó recordar aquello que había comprendido en
ese estado de quimérica lucidez, todo fue inútil.
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Los días siguientes, Juan intentó en reiterada ocasiones dar con tal
idea, pues un aura iluminada, lo acompañaba; y tenía la sensación
que en cualquier momento, algo se le podría revelar. De ocurrir
tomaría notas. Y si bien por instantes parecía como si ello fuese a
ocurrir, terminaba por escapársele justo siempre en el momento que
parecía tenerlo más cerca; de manera similar a como se esfuman
los sueños cuando nos despertamos por la mañana. En algún
momento le pareció que era algo relacionado con algo que escuchó
o leyó en alguna parte, pero no supo exactamente dónde. Con el
paso de los días el aura que lo acompañaba se fue disipando, así
como también la inquietud por desentrañar lo que se le había
revelado.
Un día, se encontró casualmente con Alex en la calle, un amigo de
juventud, y que no veía hacía muchísimo tiempo. Enseguida le
contó de su experiencia. Alex se rió de buena gana, de las ridículas
y pretensiosas ideas de Juan.
A tu edad y todavía con tales ideas, baja de las nubes Juan por
favor, le dijo.
Alex era más escéptico, realista y terrenal que Juan, para él la
guerra le parecía algo normal en el ser humano. Daba la impresión
incluso, que le agradase fuese así.
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No digas tonterías. Es lo más ridículo que haya escuchado. Tú
sabes muy bien que los ejércitos y las armas son los que permiten
la paz y el orden en el mundo. Da lo mismo quién gobierne: si los
capitalistas, comunistas, o fascistas. Todos necesitan de las armas
y de la fuerza para poder gobernar. ¿De qué otro modo pretendes
controlar a la gente?
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Capítulo III
El Ermitaño
Aún conservo nítidamente en mi memoria los años de mi niñez,
cuando con mis padres nos radicáramos en una pequeña ciudad
costera del sur del país. Cruz de Bilbao por esa época, no debe
haber excedido los cinco mil habitantes, lo cual le permitía a su
gente todavía llevar una vida extremadamente sencilla, apacible,
amable y cordial; viviendo la mayor parte de de ellos, de los frutos
de la tierra y el mar.
La tranquilidad de esa localidad, solo se interrumpía por los
veranos, cuando cientos de veraneantes cargando bultos y maletas,
arribaban a la pequeña estación del pueblo; para luego
desperdigarse en las numerosas residenciales y hoteles del lugar,
originando una inusitada, aunque breve vida al pueblo; la que se
hacía notar durante el día, con una multitud de gente en las playas y
el río, y por las noches, por el bullicio y la música que llegaba de los
salas de baile y quintas de recreo.
31
La principal vía de acceso, era un frágil tren de madera que iniciaba
su lenta y cancina marcha, desde una calurosa ciudad del interior
del país, en dirección al más ventoso y fresco litoral; deteniéndose
sin apuro en cada pequeña estación de la ruta, lo que daba ocasión
a los lugareños ofrecer sus productos, voceando: el pan amasado,
los quesos y las humitas a los viajeros. En una parte donde el tren
ascendía la gastada cordillera de la costa, era posible observar
desde la altura el sereno, ancho y profundo río que corría a la par
en dirección al mar. Próximos ya a nuestro destino, el tren cruzaba
el puente sobre el río, permitiendo obtener una única y espectacular
panorámica de su desembocadura en el mar. Nada en mi niñez
recuerdo con más emoción, que ese corto trayecto en tren. Un rato
después bajábamos en la estación de esa solitaria y pequeña
ciudad, la cual se encontraba aislada por sus cuatro costados; por
un lado por el mar, y por los otros por el rio y los cerros cubiertos de
pinos y eucaliptos. No recuerdo otra época, en que me haya sentido
más en paz, tranquilo y sereno, que cuándo por un periodo breve de
tiempo viví en ese lugar. Como añoro la soledad infinita de esas
playas, los fríos y húmedos inviernos, así como ese olor a bosque y
a mar que lo impregnaba todo. La ciudad no era más extensa que
su calle principal (la que no excedía con mucho las doce cuadras).
Esta se iniciaba cerca de la estación, para dar por el otro extremo
32
con el mar. Allí, se conectaba con la ruta serpenteante de la costa,
la que iba bordeando una serie de inmensas y agrestes playas de
arena gris-oscura, castigadas incesantemente por una enormes y
violentas olas, que atronadoramente rompían en la playa, para
llegar a nuestros pies con su fría y espumosa agua, dejando a
nuestro paso algo de la secreta vida del mar como: algas, conchas,
y a veces hasta algún pez o estrella de mar. Todo ello siempre bajo
una fuerte e intensa brisa marina, que nos obligaba a fruncir el
seño, para que la arena no se nos metiera por los ojos,
golpeándonos el rostro como una suave metralla. Y lo cual,
mostraba la enorme magnitud de la fuerza erosiva de la naturaleza
en ese lugar, que quizás por cuánto tiempo había ido socavando los
cerros forjando enormes acantilados y megalíticas esculturas de
piedra a su orilla. Y si bien el mar, particularmente turbulento y de
aguas en extremo gélidas, no parecían muy recomendables para el
baño, era emocionante pasear por sus orillas sintiendo la particular
fuerza, olor y bravura del océano en ese lugar. Cerca de la primera
playa y contra unos cerros boscosos se alzaba una edificación que
todos conocían como el castillo. Esta imitaba esos típicos castillos,
que aparecen en los libros de cuentos; y si bien, no era excesivo
su tamaño, la torre, la convertía en la edificación más alta del lugar.
Según recuerdo por aquel tiempo, a pesar de encontrarse ya por
33
años en el más absoluto abandono, sus ventanas y puertas aún
permanecían herméticamente cerradas. No lejos de allí, como a un
par de kilómetros, siguiendo la ruta de la costa, y donde el camino
dejaba de estar pavimentado, para ascender tan solo como una
huella de tierra sobre los cerros, se encontraba una especie de
atalaya o mirador (donde era posible obtener una amplia y
formidable vista del mar). A muy poca distancia allí, se situaba la
cueva del ermitaño.
Este personaje, cuya vida había permanecido en el más absoluto
misterio, daría ocasión para que se inventasen las más diversas y
asombrosas historias acerca de su persona. La mayor parte
fantasías producto solo de nuestra pródiga imaginación de niños,
así como del temor reverencial que le guardábamos, siendo motivo
suficiente para que nunca nos atreviésemos a aproximarnos, a ese
lugar, al menos solos, por el miedo a encontrarnos con tal
intimidante y pavoroso ser.
Algunas de las cosas que se contaban, por aquella época: era que
había sido el único sobreviviente de un naufragio ocurrido algunos
años atrás. Otros decían, que era el mismo demonio, por no
conocérsele familia alguna.
34
La historia que más recuerdo, era aquella que se contaba, de cierto
parroquiano, aficionado más de la cuenta al vino, y que una noche
de verano se durmiera ebrio en la playa. Cuando este se despertó,
esto cerca de la medianoche, vio con estupor y asombro, como el
castillo se encontraba completamente iluminado y engalanado para
una gran fiesta; mientras afuera permanecían estacionados gran
cantidad de lujosos automóviles (modelos antiguos, como de los
años treinta y cuarenta). Pero lo que más lo desconcertó fue ver
bajar de un coche descapotable, muy elegantemente vestido, de
capa, bastón y sombrero, nada menos que al ermitaño. Fue tal la
impresión, que corrió como un bólido al pueblo a avisarles a sus
amigos. Más tarde, cuando estuvo de regreso con los pocos que le
creyeron, quedó absolutamente perplejo al comprobar que todo
aquello se había esfumado. Fueron tantas las burlas que recibió a
raíz de ello, que juró nunca más volver a beber. Y cuando le
preguntan por lo ocurrido aquella noche; jura por Dios y todos los
santos, que lo visto aquella es la pura y santa verdad.
Lo cierto de todo esto, es que el ermitaño habitaba en una gruta en
ese lugar, alimentándose de lo que recogía en la playa, o bien le
daba la gente, en especial los pescadores.
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A veces, cuando por las tardes, se oía ladrar los perros, me lanzaba
a la puerta de la calle, al igual que los demás niños, porque era
probable que estuviese pasando por allí el ermitaño. Y si bien lo
temía, nunca llego al extremo de verlo como a un monstruo,
demonio, o cosa parecida; sino solo como a un loco. Lo cual no
dejaba de ser inquietante para mí; pues suponía era lo que le
sucedía a las personas que se habían apartado del camino del
camino del bien. Por lo tanto, al menos para mí, el ermitaño no
dejaba de ser una persona más, solo que distinta; eso a diferencia
de otros niños, que en medio del frenesí colectivo, no se limitaban
solo a gritarle e insultarlo, sino a lanzarle también con lo primero
que tenían a mano, cuando este pasaba. En una ocasión, una
piedra arrojada impactó directamente en su cabeza, originándole
una herida cortante que cubriría parcialmente su rostro de sangre.
Ese hecho produjo una honda impresión en mí, pues era la primera
vez que me tocaba ver una agresión de ese tipo. No sé, si fue ese
hecho, pero desde ese momento nada me pareció más repugnante
que la violencia. Esa vez también vi con asombro, como algunos
niños festejaban tal barbaridad, como si se tratase de una hazaña;
ello añadiría a lo anterior un profundo rechazo y recelo por las
multitudes. El ermitaño si bien resintió el proyectil lanzado aquella
vez; ni esa, ni otra vez que recuerde, se volvería para reprender a
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quienes lo agredían. Parecía estar en otro mundo, absorto en sus
pensamientos y con escasa conciencia de lo que ocurría a su
alrededor.
De modo extraño perros y niños, guardan cierta semejanza para mí,
pues ambos, siendo aparentemente tan inocentes, tiernos,
muestran una faceta de particular violencia y brutalidad, cuando se
encuentran inmersos dentro del grupo, dentro de la manada.
-¿Vive aquí la señora Gloria?, -pregunté a un señor que leía el
diario frente a la puerta de su casa.
-No es al otro lado de la iglesia, me dijo.
Luego de tocar a la puerta y esperar un momento, me recibió la
mujer del otro día. En un primer instante no me reconoció. Le tuve
que recordar que nos conocíamos del cementerio. Cuando se
acordó; me pidió disculpas y me invitó a pasar cordialmente.
- ¿Cómo dijo se llamaba? – me preguntó
-Juan, -le respondí
-¿Juan, -le sirvo té?
-Gracias, si no es molestia, -le contesté.
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La casa era pequeña, pero acogedora. Tomé asiento en una
especie de jardincillo interno, el que estaba gratamente perfumado y
adornado por bellas flores, entre las cuales distinguí algunas
orquídeas y cardenales en maceteros que colgaban de la pared y
hechos de ollas viejas.
-Esta casita nos la regaló Francisco, -fue lo primero que me dijo.
-¿Ah sí?
-Así es, Don Francisco tuvo tiempos mejores, -agregó.
Me resultó extraña la forma tan deferente y formal que le prodigaba
al ermitaño; pues siempre me pareció una persona austera, simple
y sencilla, ajena a todo convencionalismo burgués.
-¿Y qué hacía antes?, -le pregunte.
Era algo así como un constructor creo. ¿Creo que era ingeniero?
pero no estoy muy segura.
-¡Ah! ¿Sí?
-Al menos así le escuché decir a mi tía alguna vez. Ella lo conocía
de antes. Desgraciadamente falleció hace dos años. Y lo que nos
dijo: es que no era de su agrado de que hablaran de su vida
privada: para evitar los pelambres de la gente. Así que por respeto,
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nunca nos habló mucho de su vida personal. Lo que nos dijo por
cierto, es que había sido una persona generosa y buena, siendo él
quién nos ayudaría después que murieran nuestros padres, a causa
del maremoto.
-¿Sus padres murieron en el maremoto?
Así es, pero no solo ellos. Muchos murieron esa vez a causa del
maremoto. La mayor parte pescadores. Como sabe, son los que
están siempre más cerca del mar.
-No sé si esta pregunta le resulte molesta, ¿Pero sabe de qué
murió él?
-Tampoco lo sabemos, pues fueron los militares quienes lo
encontraron. A nosotros solo nos entregaron el cajón cerrado, con
la prohibición absoluta de abrirlo, lo cual nos pareció extraño. Pero
viendo como están las cosas, es mejor obedecer ¿no le parece?
-Ciertamente muy extraño -le respondí.
-¿Pero estaba enfermo él?
-No más de lo habitual, aunque solía toser continuamente, esto a
consecuencia de la humedad y el frío al que se expuso tanto tiempo
en esa cueva. A nosotros nos extrañó que pasaran los días y no
viniese. Pero no nos preocupamos, pues había ocurrido antes. No
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venía en semanas, y de repente aparecía. Además como le dije, no
le agradaba mucho que le preguntaran por lo que hacía.
¿Y de que vivía?
Bueno nosotros, nos preocupamos de que nunca le faltase de
comer, así como también vistiera de manera más o menos digna.
Todo en gratitud por lo que hizo por nosotros en otro tiempo,
aunque siempre tuvimos la impresión de que alguien más lo
ayudaba; pero nunca nos habló de ello. La verdad es que no sé
mucho más.
-Señora Gloria, otra cosa, y perdone que le haga tantas preguntas.
-No hay problema, mientras se la pueda responder.
-¿Cómo él pudo el cambiar tanto este último tiempo? Porque no
hace mucho tiempo no hablaba con nadie y andaba por ahí, casi
como un demente.
-Si por supuesto, fue algo completamente inesperado para
nosotros. Lo que nos dijo la tía, fue que un día la sorprendió
pidiéndole cordones para sus zapatos. Al comienzo fueron solo
algunas palabras; luego con el tiempo, fue posible entablar una
conversación más normal con él, tal como usted lo pudo comprobar
recientemente. Por eso que es una verdadera lástima que muriese
40
justo ahora, cuando parecía haber recuperado su mente y sentirse
mejor.
-¿Y desde cuánto lo conocen?
Nosotros de toda la vida, desde niños. La tía lo conocía de antes de
que nuestros padres murieran en el maremoto. Al parecer fue en
cierto tiempo una persona de importancia, por supuesto antes que
perdiese la razón.
De regreso en casa, tenía más dudas que respuestas, y solo pude
confirmar mi sospecha de que algo debió ocurrir con los militares;
sino ¿Con que objeto entregar el cajón cerrado?
Ello despertó en mí un particular desasosiego, pues de no ser yo,
nadie más podría develar lo sucedido con él. De momento
albergaba la esperanza de encontrar algo más en sus escritos. Fue
así como los últimos meses de ese año me aboqué a hacer una
investigación acuciosa y detallada en ellos en busca de alguna pista
que permitiera seguir la investigación. Al menos tiempo disponía,
pues las clases en la Universidad habían sido suspendidas hasta el
próximo año.
41
El reencuentro
Fue la invitación de Iván, a pasar unos días de vacaciones en la
casa de sus padres en Cruz de Bilbao, lo que me permitió volver a
saber de él.
-¿Qué paso con el ermitaño, ese tipo loco que vivía en esa cueva?
-le pregunté un día a Iván.
Ha tenido una recuperación asombrosa, me dijo, ahora habla con
todo el mundo.
-¿De veras?
-¿Y se puede ir a conversar con él, a la cueva?
-No, ya no vive allí, vive en una de las piezas del castillo
abandonado. Y no es que hablé mucho, ya que por lo general es
poco comunicativo, así que imagino, lo será aun menos con quién
no conoce.
-Qué pena, hubiera sido interesante poder hablar con él para saber
algo más de su vida.
Unos días después de paseo por la playa con Iván, nos topamos
casualmente con él.
42
-Mira ahí está, me dijo Iván en voz baja, tocándome con el codo las
costillas.
Se encontraba sobre unas rocas, pescando a la orilla del mar. No lo
hacía con una caña, sino con un simple hilo. Al comienzo no lo
reconocí. Parecía otra persona. Por de pronto se veía más bajo y
delgado de lo que me acordaba. Solo cuando se dio vuelta y vi
completamente su rostro, confirmé que se trataba de él. Por un
instante ese atávico temor que conservaba de mi niñez reapareció.
Pero duro poco, al encontrarme con un ser más digno de lástima,
que de otro tipo de sentimiento. De tez extremadamente pálida,
cabellos abundantes, y completamente blancos, daba la impresión
de albinismo. Las arrugas en su rostro lo mostraban más viejo de lo
que efectivamente era, y quizás, de no vestir ese oscuro y grueso
abrigo que llevaba siempre puesto, (hiciera o no buen tiempo),
hubiera dejado al descubierto un cuerpo aún más esmirriado y
escuálido. Una tos persistente evidenciaba algún tipo de problema
pulmonar. No solo sentí lástima, sino que muy pronto llegue a sentir
una enorme simpatía por él.
Iván se acercó a él, con la intención de iniciar algún tipo de
conversación.
-¿Ha tenido suerte con la pesca?, -le preguntó.
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Pareció no escuchar (o tal vez no querer escuchar).
Iván volvió a preguntarle, esta vez alzando un poco más la voz, por
si no lo hubiese escuchado. El ermitaño volviéndose hacia nosotros,
señaló con un gesto de su mano en dirección a una canasta en el
suelo, la que contenía algunos peces en su interior. Luego agregó:
Creo que es suficiente por hoy, no necesito más, y procedió a
recoger el hilo.
El haber respondido, hizo suponer a Iván, que le interesaría hablar
de pesca, así que se puso a hablarle del tema. El ermitaño
permaneció callado, asintiendo de vez en cuando con la cabeza, y
mostrando escaso interés en el tema. Me pareció por un momento,
que lo estábamos incomodando. Una vez que terminó de recoger
el hilo, y guardarlo junto con los peces en el canasto, se volvió hacia
nosotros, deteniéndose un momento, para observarnos. Me
percaté de lo penetrante y poderosa que era su mirada. Más que
una mirada, parecía como si escudriñase hondamente en el alma
de las personas. Nos preguntó qué hacíamos. Esta vez
anticipándome a Iván, le contesté que éramos estudiantes.
-De filosofía, -agregó Iván.
-Muy interesante, respondió el ermitaño, -ahora me voy a casa.
44
¿Hay algún problema si lo acompañamos? -le pregunté
-No, -dijo moviendo su cabeza.
Si bien el ermitaño esa vez no se mostró muy locuaz, tampoco se
mostraría disgustado con nuestra charla, cuando lo acompañamos
de regreso al castillo.
La mayor parte del tiempo se limitó a escuchar, y solo nos dirigía la
palabra para hacernos alguna que otra pregunta, no exentas de
cierta fina ironía.
-¿Y para qué sirve la filosofía? fue una de las primeras cosas que
nos preguntó. Lo que nos dejo mirando uno al otro con Iván,
sorprendidos y sin saber que contestar.
-Bueno, la filosofía nos permite entender lo que es la vida, para así
vivir de mejor modo -le respondí, intentando darle la primera
respuesta que se me vino a la mente.
-¿Cómo es eso? preguntó.
Presumiendo saber del tema: inicié una larga perorata; donde entre
otras cosas, le dije: que el solo conocer del pensamiento de los
filósofos, nos permitía estar en contacto con su sabiduría; lo cual
era muy positivo para nuestras vidas, no tan solo como individuos,
sino también, y lo que me parecía más importante, como
45
comunidad. De ese modo podemos elevar el nivel de desarrollo de
la humanidad, formando personas más solidarias, humanas, cultas,
bondadosas y civilizadas, entre otras cosas. Hice una larga
exposición, la cual fui matizando de vez en cuando con alguna cita
de un filósofo importante, que me parecía oportuna dentro del
contexto de la argumentación. El ermitaño escuchó con atención,
pero sin pronunciar palabra alguna hasta que hube finalizado.
En ese momento, y con cierta cara que reflejaba incredulidad me
preguntó:
-¿Y tú crees que existan muchas personas a quienes les interesa la
filosofía?
No supe que responder.
Luego prosiguió: -¿No será, que lo que estudian es de escaso valor
e interés para las personas?
Y continuó: -Por lo que yo veo, la gente vive lo suficientemente bien,
sin necesitar saber nada acerca de Sócrates y los demás filósofos
que has mencionado.
Para luego concluir con la siguiente afirmación:
-Parece que la mayoría de la gente vive de manera mucho más
simple y sencilla de lo que ustedes imaginan. Me atrevería a decir
46
incluso que a la mayoría de las personas les importa a lo sumo,
dos o tres cosas en la vida: contar con los medios suficientes para
comprar las cosas que necesitan o desean para ellos y sus familias;
la segunda, diversión y entretenimiento y la última: que nunca les
llegue a faltar las dos anteriores. Ahora si bien por los sinsabores y
dificultades de la vida, como la enfermedad, la muerte, llegasen a
requerir de algo más, tienen suficiente con alguna religión.
Su respuesta me pareció necia y torpe. La vi como quien hace
defensa de su propia ignorancia. Incluso pensé, que tal vez lo
fuera. Pero finalmente no supe que responderle.
Una vez llegado al castillo, y previo a despedirnos, le pregunté si lo
podíamos visitar al día siguiente. Nos dijo que podíamos venir
cuando quisiéramos. Como pueden ver las puertas están siempre
abiertas aquí; pero no puedo asegurarles que me lleguen a
encontrar siempre. Creí haber escuchado algo semejante en otro
lugar. Pero al menos mañana los voy a estar esperando. Y si no
pueden venir mañana no importa, pueden venir cuando quieran.
Me pareció por la expresión de su cara, que estaba complacido de
que lo visitáramos.
Fue así como se iniciaría una serie de visitas, las cuales se
prolongarían por dos veranos consecutivos. Las conversaciones en
47
esas visitas girarían en torno a los más diversos temas: filosofía,
psicología, religión, política, arte; así como también de nuestras
particulares experiencias en la vida. En un principio tuve la
impresión, que no sabía mucho de filosofía; al menos de la
filosofía, como se enseña en la Universidad, y que de tener alguna,
era una muy particular relacionada con sus propias experiencias de
vida. Luego me di cuenta que no era así, que disponía de tales
conocimientos, pero les daba muy poca importancia, incluso parecía
despreciarlos, al menos en sus aspectos meramente académicos e
intelectuales.
Al día siguiente, le llevamos algo para la once, y también una
botella de vino, ignorando que no bebía. Por lo que la terminamos
de beber entre Iván y yo.
La pieza que ocupaba en el castillo era de todas, la única que se
mostraba más habitable y limpia, lo demás mostraba un aspecto
desolador con restos de escombros y basura por todos lados.
El cuarto era amplísimo. Me sorprendió a la altura que estaba el
cielo; en algunas partes, en las cuales no se había desprendido
completamente el yeso, era posible todavía observar algunas
figuras de bellas formas simétricas. En el centro del techo
asomaban restos de cables, de lo que fuese, quizás, las luces de
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una gran araña de cristal. Era también era posible ver el diseño en
el empapelado en las paredes; la mayor parte arrancados, o
hinchados por la humedad, así como decolorados y sucios. Todo
ello mostraba sin duda un pasado de cierta gloria, prosperidad y
riqueza.
La habitación ahora apenas la alumbrada una lámpara de kerosene,
y una vela en una palmatoria sobre la mesa, pues no contaba ni con
luz, ni agua.
El castillo había permanecido deshabitado por largo tiempo rodeado
de un gran misterio acerca de lo que pasó con sus dueños. Los
primeros años, puertas y ventanas habían permanecido
herméticamente cerradas, casi selladas, (tal como se dejan las
casas de veraneo, para el resto del año). Luego y con el paso de los
años: las ventanas irían perdiendo paulatinamente los vidrios, y el
polvo y la basura se arremolinarían a su alrededor. La persistente
lluvia y la humedad habitual en ese lugar harían el resto,
deteriorando progresiva e implacablemente sus sólidos muros,
entregando finalmente una imagen de total ruindad y abandono.
Un día las puertas aparecieron forzadas. Desde ese momento el
saqueo se precipitó. Fue cosa de pocos días o semanas para que la
desvalijaran por completo. Quedaron solo aquellas cosas
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imposibles de remover, como el retrete y la tina de baño, las
cuales no se pudieron llevar solo por encontrarse empotradas al
piso.
Ahora Iván y yo nos encontrábamos junto a una especie de
salamandra, la cual Francisco alimentaba con piñas traídas, de
los bosques de pinos aledaños. Una tetera abollada,
completamente tiznada se encontraba a punto de hervir. A veces
una mariposa nocturna aleteaba cerca de las velas, proyectando
sus fantasmagóricas sombras en las paredes. Afuera el sonido del
romper de las olas, se oía cercano a través de las ventanas
desprovistas de vidrios. Un espejo sobre un mueble en una esquina
nos reflejaba a momentos, junto a él una palangana y una jofaina.
Un antiguo catre de perillas de bronce, una cocinilla, una mesa, un
viejo sillón (donde nos encontrábamos sentados con Iván) además
de otras pocas cosas completaban una escena sencilla y austera;
que tal vez por los efectos del vino, se me antojó enormemente
confortable, grata y bella.
Esa primera vez estuvimos conversando muy hasta tarde, tal como
se volvió habitual ese verano. Y si bien al ermitaño no estaba al
tanto, ni le interesaban mucho los hechos políticos que estaban
ocurriendo en el país en ese momento, se mostraba escéptico de
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las enormes expectativas que nos hacíamos Iván y yo, del gran
cambio social que casi de manera inminente, nos parecía estaba
por ocurrir en el país.
Mientras las personas no cambien, nada cambiará repetía en tono
desesperanzado.
En ese momento, si bien yo no militaba en ningún partido político,
mis preferencias siempre habían estado con la izquierda; Iván en
cambio participaba activamente en un movimiento importante en
esa época, como era el MIR.
Mis lecturas además de las políticas, en ese momento estaban
relacionadas con el existencialismo, por lo que era frecuente que
anduviera siempre trayendo por ahí algún libro de Sartre, o Camus,
o cualquiera otro de esa tendencia, la que por ese tiempo estaban
muy de moda.
Las ideas del ermitaño por supuesto eran muy diferentes a las mías,
y especialmente en un comienzo, no solo me parecieron
conservadoras, sino algo retrógradas, y fascistas incluso a
momentos, sobre todo cuando hablaba con mucho entusiasmo de
un par de filósofos, que yo asociaba a tales ideas como lo eran
Schopenhauer y Nietzsche.
51
Esos filósofos, en ese momento eran para mí, estaban
absolutamente pasados de moda, pues no tenían ninguna relación
alguna con lo que ocurría en el mundo en ese momento,
especialmente en el país, como era la revolución y el socialismo.
Debo decir que para una parte importante de los jóvenes de la
vanguardia en esa época además del marxismo, solo parecía
aceptable el positivismo y la ciencia. Incluso hasta el
existencialismo, era visto con reticencia por algunos, pues parecía
dar excesiva importancia a lo individual y subjetivo, alejándose de lo
verdaderamente importante: lo social y colectivo. A algunos incluso
les sonaba como una filosofía propia de la burguesía privilegiada
del primer mundo. El resto de la filosofía para nosotros era inútil,
mero “pajeo mental”.
Una vez le hablé al ermitaño de Sartre, pues supuse fuese de su
interés. Le hablé de los consabidos tópicos del existencialismo: de
la angustia existencial, el sinsentido de la vida, del absurdo, y la
condena de tener constantemente que elegir, entre otros. El
escuchó atento como de costumbre y cuando terminé me dijo:
-Todo eso de lo que hablas, lo conozco, y no es otra cosa que la
consecuencia de lo dicho por Nietzsche acerca “del advenimiento
del nihilismo”.
52
En ese momento desconocía el pensamiento de ese filósofo
alemán, salvo las manidas frases que todo el mundo repite. Pero
tampoco tenía interés alguno por conocerlo. Me bastaba con que
fuese catalogado dentro de la lista de los pensadores proscritos, de
acuerdo a la ortodoxia marxista, como para dejarlo de lado. Peor
todavía si se comentaba que había tenido alguna relación con el
nazismo.
-¿Y de qué otra cosa hablan los existencialistas me preguntó el
ermitaño? Cuando le mencione algo de Heidegger me sorprendió
diciéndome de inmediato:
A ese si lo conozco, ¿no es el nazi?
Luego me preguntó:
-¿Pero para ti son creíbles y valederas las opiniones de un nazi?
Algo contrariado, le dije que eso no era lo que importaba, sino lo
que planteaba filosóficamente.
-¿Pero cómo no va a ser importante? -agregó
-¿Es que acaso puedes confiar en alguien que piensa de una
manera y hace otra?
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No sabiendo porque estaba haciendo la defensa de un filósofo, el
cual no me era particularmente simpático además, le respondí con
algo de sorna:
-¿Y no fue acaso Nietzsche con su doctrina del superhombre el que
inspiró la ideología nazi?
Me miró sorprendido y respondió:
-Esa es una mentira, que se han encargado de difundir comunistas
y cristianos -me respondió molesto. Luego agregó:
-Por supuesto es natural que digan eso ellos, pues odian a todos
aquellos que pretendan liberar a las ovejas de su rebaño, las cuales
necesitan mantener en el engaño para aprovecharse de ellas.
Y continuó:
-Ya veo, que no sabes nada de Nietzsche, salvo los interesados y
prejuiciados comentarios que hacen sus adversarios y enemigos.
Te puedo decir con seguridad que nunca apoyo el nazismo, por el
contrario, fue uno de sus primeros detractores. Al menos debieras
saber que nunca propició ningún tipo de movimiento o ideología de
masas, como si lo hizo Marx y otros como Mussolini y Hitler. Léelo
seriamente y te darás cuenta de lo que te digo.
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Por supuesto no lo iba a leer. Para mí era evidente que el ermitaño
se equivocaba, y no quería asumir aquello que todo el mundo
decía. Así que preferí, no contrariarlo. Era una persona mayor, por
lo que era difícil hacerle cambiar de opinión.
Pero a pesar de tales diferencias ocasionales, la mayor parte de las
veces coincidíamos y estábamos de acuerdo, siendo pocas las
veces que tuvimos diferencias tan insalvables.
Así y en la medida que se fueron sucediendo las visitas, fuimos
ganando su confianza, mostrándose cada vez más locuaz y
abierto, Sin duda nuestra compañía parecía hacerle bien. Un día
más animado que de costumbre, nos reveló parte de sus escritos, y
algunos libros viejos que mantenía ocultos en un lugar secreto,
leyéndonos de paso algunas de sus cosas.
Y si bien sus ideas a veces me resultaban absolutamente
sorprendentes, otras me resultaban enormemente chocantes. Nos
daba la impresión a ambos, como si estuviese muy molesto o
resentido con la gente; daba incluso la impresión a veces como si
hasta las odiara. Y esa fue la razón porque una vez Iván le
preguntó:
55
-¿Díganos por qué usted desprecia tanto a la gente común? ¿O es
que espera acaso que toda la gente sea igual de inteligente, como
usted se cree?
Sorprendido por la pregunta, hizo una pausa, respiró profundo y en
un tono más suave que el habitual nos dijo:
-Creo que me han entendido mal… Voy a explicárselos más
claramente:
Yo no soy un político. Ellos se preparan para engañar a la gente, y
servirse de ellas. Como podrán ver los políticos nunca encuentran
defecto alguno en la gente. Por el contrario las ensalzan y les
otorgan virtudes que no poseen, o bien las victimizan, y las adulan,
para poder aprovecharse de ellas. Yo en cambio no soy más que un
solitario. Como dijo alguien una vez: “soy solo una voz que predica
en el desierto”. Y de tener acaso alguna vana pretensión en la vida,
es mostrarles a los demás: cómo efectivamente son, y no como se
imaginan ser.
Dime -¿De qué manera las personas harían siquiera el más mínimo
esfuerzo por cambiar o mejorar algo en sus vidas, si se sienten
conformes y satisfechas consigo mismas, suponiendo siempre que
sus males y desventuras provienen de los demás, y no de ellos
mismos?
56
¿No es justamente esa gente satisfecha de sí misma la que ha
traído siempre los peores horrores y desastres al mundo? ¿O tú
crees que un Hitler, Stalin y todos los esos dictadores horrorosos
que han existido, podrían haber hecho las atrocidades que
cometieron, sino hubiesen contado con el apoyo cómplice de tal tipo
de personas? Claro después de lo ocurrido “los patas de cordero”
(término que habitualmente usaba para referirse despectivamente a
la masa; lo cual me disgustaba enormemente) les basta con apuntar
al dictador o el tirano haciéndolo responsable de sus crímenes,
lavándose miserablemente las manos y la conciencia de los hechos
de los que fueron directamente responsables. Cada alemán y ruso
que renunció a su conciencia individual, integrándose a la manada
bárbara y asesina, son los únicos responsables de los horrores y
crímenes que allí se cometieron. Debo decir, que no solo me
pareció un grave despropósito mostrar al pueblo como responsable
de los hechos ocurridos, sino peor aún, colocar al mismo nivel al
glorioso pueblo ruso, que a esos bárbaros alemanes. Pero al igual
que otras veces, no dije nada.
Iván una vez me dijo: ¿No entiendo porque insistes tanto en ir a
verlo, no vez que se trata de un maldito fascista? ¿Acaso no ves la
manera como se refiere al pueblo?
57
Por supuesto había cosas en las que no estaba de acuerdo con el
ermitaño, pero respetaba su opinión, Iván en cambio siempre había
sido más radical y extremo, para él no existían términos medios; el
que no comulgaba con sus ideas, era simplemente un fascista.
La última vez que lo visitamos, el ermitaño nos mencionó lo relativo
al “eterno retorno”. En ese momento ignoraba que tal expresión
tuviera relación con Nietzsche, lo que luego me sorprendió, pues
me pareció un tema demasiado esotérico y misterioso, para una
persona como el ermitaño, de la que tenía hasta ese momento la
impresión, de ser un escéptico radical.
Esa última vez los temas fueron de índole más personal. Decía
estar completado un ciclo, y finalizando una etapa en su vida, la
que intuía pronto se volvería a repetir. Todo lo cual lo tenía
inexplicablemente animado. Esa vez lo escuchamos extrañados,
pero con respeto, pues era la primera vez que nos hablaba de algo
tan personal y subjetivo. Era algo que por ser tan subjetivo no
podíamos colocar en duda; aunque no sabíamos exactamente a
qué se refería. Supusimos incluso que podría tener relación con su
demencia anterior. Esa vez nos estuvo hablando acerca de ciertos
símbolos, así como de una especie de cosmogonía, con la que
parecía explicarlo todo, lo cual admito, no entendí mucho. La verdad
58
es que no era algo de mi interés en ese momento, por lo que no le
preste mucha atención. Finalmente nos despedimos aquella vez
con la promesa de volverlo a ver el año siguiente, sin saber, que
sería esa la última vez que lo veríamos con vida. Esa vez también
nos prometió hablarnos más en profundidad acerca del “eterno
retorno”. Lo que en ese momento a mí, me sonó como una especie
de trabalenguas, una especie de juego de palabras.
La investigación
Ya de regreso en Santiago, pude hacer una revisión exhaustiva de
sus escritos, buscando principalmente personas o lugares que
tuvieran relación con él. Pero no encontré referencia personal
alguna, lo que me impidió poder seguir avanzando por un tiempo.
Solo años más tarde, a raíz de un hecho casual surgieron nuevos
antecedentes lo que me permitieron continuar con la investigación.
El último verano, Francisco nos había leído algunos de sus escritos.
Algunos de los cuales me parecieron interesantes, por lo que le
pedí su autorización, como para publicarlos probablemente en la
Universidad. Yo en algún momento le había confesado mis deseos
59
de ser escritor, y si bien me animó a ello, no me dijo lo mismo con
respecto a publicar.
Los escritos que nos leyó aquella vez tenían relación con un
peculiar análisis que hacía de la religión a partir de la psicología
(algo con cierto aire freudiano, por la manera en que lo relacionaba
con ciertos mitos). Nos contó que alguna vez estuvo a punto de
publicarlos; pero que tal idea luego le iría pareciendo cada vez más
absurda, inútil y descabellada, hasta que la descartó
definitivamente. Esto cuando se percató de lo inquietante que podía
ser quedar expuesto a la opinión pública, de la que no solo
recelaba, sino abominaba y despreciaba profundamente; por lo que
prefirió la paz y tranquilidad que le ofrecía el anonimato, a dejarse
llevar por ese vano empeño en dar a conocer sus ideas a los
demás. Y si bien era consciente de que sus ideas jamás llegasen a
ser muy populares, y fuese muy difícil que estuviera en riesgo su
apreciada privacidad, decía que no podía descartar, que algún
imbécil de pronto, las pusiera de moda. Accedió a mi petición, solo
con la reserva de que no hiciera mención alguna de su persona en
ellos. Esa vez quedó de prepararme algunos de sus escritos para la
próxima vez que viniera, incluso el mismo sugirió un título para
ellos: “Relatos delirantes de un viejo ermitaño que vivía en una
60
cueva a la orilla del mar”. Título que me pareció innecesariamente
largo, por lo que le sugerí acortarlo. Me respondió de manera
enigmática que no lo había escogido al azar, sino que tenía un
significado especial, que tal vez con el tiempo lo llegara a
comprender.
Reconozco que mencionarlo pareciera traicionar tal promesa, pero
no lo consideré así, pues esta no contemplaba su sorpresiva
muerte.
De lo que me siento culpable ahora, es otra cosa: de corregir sus
escritos para hacerlos más del gusto de la gente (de hacerlos más
digeribles), cosa, que él sin duda hubiera rechazado de plano; pues
se ufanaba de escribir para muy pocas personas. Como decía:
“solo para esa minoría de sufridos, endurecidos y rudos lectores,
ajenos a toda la superficialidad, banalidad y estupidez en la que
para el solían vivir la mayoría de las personas”. Decía: “No escribir
para la gente común: aquella gente que se siente satisfecha de sí
misma. En este punto debo dejar algo muy en claro: las ideas de
este singular personaje, en algunas cosas, no solo eran diferentes
de las mías, sino opuestas: ya que me parecían excesivamente
arrogantes y soberbias, así como también demasiado individualistas
y elitistas; no obstante lo anterior, reconozco que había en su
61
personalidad irreverente, escéptica y orgullosa, algo que
inexplicablemente me atraía. Yo en ese tiempo por supuesto me
sentía más cercano a las ideas progresistas de la izquierda,
especialmente las marxistas, y existencialistas; lo que parecía
converger en el filósofo que por esos años, estaba más de moda:
Jean Paul Sartre. Pensamiento al cual yo, como muchos otros
jóvenes de esa época adheríamos superficialmente, sin profundizar
mucho en ello.
Aun así, y aunque me costaba reconocerlo, intuía que algo de
verdad había en lo que el ermitaño decía. Así sin compartir
plenamente sus ideas; estas me parecían particularmente
atrayentes y sugestivas, pues cuestionaban cosas que para la
mayoría de las personas, no solo eran importantes, sino hasta
sagradas. Fue así como sin nada más que hacer, en cuanto a la
investigación, dedique el resto del año, a colocar en orden sus
escritos, preparándolos para una eventual publicación.
Lo primero que advertí en ellos, era las enormes diferencias
existentes en sus escritos. Fue así que me encontré con hojas
absolutamente ilegibles junto a otras pulcramente redactadas. Pero
no solo variaban los contenidos, sino hasta el mismo aspecto de la
letra. En algunas partes esta aparecía simétrica, armoniosa, y
62
perfecta; en otras eran solo confusos garabatos; significando en
algunos casos una ardua labor poder descifrarla. Había partes con
un gran número de palabras tachadas, lo cual se convirtió en un
reto dar con la palabra borrada. A veces parecía estar escribiendo
en un idioma desconocido. De repente, algún dibujo o bosquejo que
representaba alguna idea. Me llamó particularmente la atención su
obsesivo afán por mostrar una omnipresente dualidad en todo lo
que describía, alternándolo de colores azul y rojo en algunas
partes; o de negro y rojo en otras. Posteriormente comprendí que
tales colores significaban cosas muy importantes para él.
Pude darle finalmente ordenarlos por el hecho de que
habitualmente colocara fecha siempre a sus escritos, lo que me
permitió darles un orden cronológico. Fue en ese momento que
encontré la explicación a tanto desorden y diferencias; esto porque
coincidía claramente con el periodo en que había sufrido un
creciente y progresivo deterioro de sus facultades mentales; lo que
lo llevaría a vivir en un estado de semi-consciencia o semi-
demencia por algunos años. En un primer momento descarté
profundizar más en ese periodo anómalo, pues todo allí era muy
confuso, caótico y delirante. Sin embargo más adelante lo escrito
en ese periodo, me permitiría encontrar aspectos claves en su vida.
63
Por el momento expresiones tales como: “¡¡Atrás hombre común!!,
este libro no es algo que te concierna”, claramente evidenciaban el
estar atravesando por un periodo de grave alteración de sus
facultades. Así que lo primero que hice fue separar claramente lo
que existía en ese periodo anómalo, quedándome solo con aquello
donde vi existía cierta coherencia y orden. Esto ocurría tanto en sus
escritos iniciales, como en los más recientes. En un comienzo
escogí aquello que me pareció más interesante, o más bien, de mi
parecer; posteriormente reconsideré tal decisión, pues me pareció
estar traicionado su pensamiento, Y es que a decir verdad para mí
en ese tiempo Nietzsche era la misma encarnación del mal.
Literalmente era el anticristo, aunque ni siquiera fuese cristiano; y
como pude luego comprobar, sus escritos estaban plagados de
citas y referencias a su pensamiento: No acertaba a comprender
como una persona tan sencilla, noble y bondadosa como el
ermitaño pudiese admirar a tal filósofo. Así que buscando ser
ecuánime, dejé finalmente al azar los capítulos a publicar. El
resultado fue un cuento corto (escrito recientemente) y dos
ensayos de sus comienzos; estos dos venían de manera misteriosa
vinculados en su parte superior por los números seis y nueve.
64
Como se puede ver los ensayos, no así el cuento, han quedado al
final de libro (como apéndices), pues creo no existe una necesaria
relación con la trama de la novela, siendo posible así leerlos o no
libremente en cualquier momento, pero que igual recomiendo, pues
me parece indispensable para comprender su pensamiento. Por
fortuna si bien lo escogido es una ínfima parte de su obra, reflejan
de manera esencial cómo veía el mundo.
65
Capítulo IV
La leyenda del buen jardinero. (Cruz de Bilbao, Septiembre de
1969)
¡Bendíceme, por tanto, ojo apacible, tú que puedes ver sin envidia
hasta una felicidad demasiado grande! (Zaratustra dirigiéndose el
sol) en: “Así hablaba Zaratustra”, “F.Nietzsche”
Hubo en tiempo lejano y desconocido país, un humilde y laborioso
jardinero que dedicó su vida entera, a modelar el más
esplendoroso y bello jardín. Fue tanto el amor y entrega que puso
en ello, que este jardín adquirió cualidades curativas milagrosas,
como: sanar dolencias, tanto del cuerpo, alma y corazón a aquellos
que por allí pasaban y lo contemplaban.
Y los mismos que atestiguaron tal maravilla, serian los encargados
de difundir su fama a través del mundo entero, o al menos, el
mundo conocido por aquella época, originando así una masiva y
piadosa peregrinación la que de pronto adquiriría caracteres épicos
y legendarios, con gente, viniendo desde los lugares más apartados
de la tierra, así como condición social. Viejos, jóvenes, mujeres,
66
niños, mendigos reyes, todos llegaban allí, esperanzados en sus
males remediar, o al menos, aliviar.
Tales noticias también llegaron a oídos de un célebre rey,
gobernante muy querido por su pueblo, por justo y bondadoso; pero
que en esos momentos, al final de sus días, se encontraba afligido y
agobiado a raíz de la agria disputa que enfrentaba a sus hijos
gemelos por la sucesión del poder. Estos habían convertido a su
reino en bandos irreconciliables, teniéndolo al borde de la guerra.
Los motivos, cuestiones de ideas, pues mientras uno propiciaba la
obediencia absoluta al Rey, el otro defendía la obediencia
absoluta a Dios y a su palabra. Así cuando el rey supo de las
bondades milagrosas de ese prodigioso jardín, viajó de inmediato
a ese lugar con la esperanza de encontrar la solución que pudiera
dar fin a la discordia entre sus hijos, y trajese por fin la paz a su
atribulada nación.
Al llegar allí quedó completamente deslumbrado con lo que vio. El
jardín estaba cubierto con un inmenso y traslúcido domo que
irradiaba un aura de particular fulgor y brillantez. A través de él pudo
distinguir la más hermosa y bella policromía de colores que en un
conjunto de flores jamás vio. El jardín exhalaba además una
delicada y embriagante fragancia, las que se propagaba a varias
67
millas de distancia. Cuando sobrepasó el etéreo e imperceptible
perímetro del domo que lo rodeaba, pudo sentir una inefable y
arrobadora sensación de paz y felicidad (algo difícil de describir con
palabras).
Asombrado el rey le preguntó al jardinero, por el secreto de tal
alucinante y bello jardín.
El jardinero le respondió; que era dar a cada planta, lo que esta le
pedía.
¿Me dices que puedes hablar con las plantas? Le preguntó el rey.
Así es, ellas me piden lo que necesitan, y yo solo me limito a
cumplir con sus deseos.
Asombrado el Rey le pidió lo siguiente:
¿Tendrías jardinero algún inconveniente, como para que te
acompañe el tiempo necesario para que pueda observar tal
maravilla?
Por supuesto que no, le respondió el jardinero, será muy grato para
mí contar con tu compañía; pero te advierto que deberás tener
mucha paciencia, pues solo depende de ellas cuando quieran
hablar.
68
Fue así como el rey acompañó a partir de ese día, por varios
meses al jardinero en su fascinante labor diaria en ese
esplendoroso jardín, aguardando pacientemente el momento en que
ocurriese el esperado milagro.
Y a pesar del tiempo transcurrido, el rey no dejaría nunca de
asombrarse con la exultante belleza que a cada instante
encontraba en ese fascinante jardín, siéndole imposible contener
sus alabanzas:
¡¡Que hermosas y fragantes son estas rosas jardinero !! Si
parecieran ser hechas del más finísimo cristal!. Te juro que jamás vi
algo igual.
Un día sin embargo, al levantarse el rey y el jardinero, ambos
quedaron completamente consternados al comprobar que sin
motivo aparente, el jardín había perdido toda su magia, encanto y
fulgor. Ya no lo cubría más el domo de traslúcida brillantez y ahora
tan solo parecía otro jardín más. Algo había roto la magia.
Esa vez, el rey escuchó por primera vez las delicadas voces de las
plantas y flores. Escuchó como nítida y claramente una brizna de
pasto, a un trébol muy molesta le decía:
69
¿Has visto como todos los que llegan aquí, solo hablan de las
rosas? Como si fuesen ellas las únicas que merecen alabanzas en
este jardín. Pues te diré una cosa trébol: Eso debe cambiar. No me
parece justo que mientras solo algunas sean halagadas, las demás,
seamos ignoradas. Todas debemos ser iguales.
La verdad brizna, eso no me importa, al contrario, me agrada que
sean parte de nuestro jardín, el trébol le respondió. ¿Es que tú no
disfrutas de su belleza y fragancia?
Incluso debemos estar agradecidas de tenerlas en nuestro jardín,
pues lo hacen más bello y fragante.
Allá tu trébol estúpido, indignada la brizna le respondió; yo haré algo
para que esto cambie; y dirigiéndose a las demás plantas y flores
les habló así: creo que no es justo que las rosas sean solo las que
reciban los halagos, mientras el resto seamos ignoradas. Todas
debemos ser iguales.
El jardinero al ver el tumulto que la brizna había ocasionando, triste
y preocupado le dijo: siento mucho que te sientas tan infeliz brizna,
pero no te comprendo, pues a cada una de vosotras las valoro y
aprecio por igual, y he procurado siempre que seáis lo más felices
y dichosas que podáis.
70
Pero mírame jardinero, le respondió la brizna. Soy solo pasto
insignificante, en quién nadie se fija; y eso me hace enormemente
infeliz.
Eso no es cierto, dijo el jardinero, los que nos visitan, lo hacen para
ver el jardín entero; y no a alguna de vosotras en particular.
Lo siento jardinero, no pretendas convencerme, no lo vas a
conseguir, no soy feliz así, y no puedo seguir soportando esta
situación de injusta desigualdad.
El jardinero triste, pero consciente de que iba a ser imposible
hacerla cambiar de opinión, le respondió: la verdad no puedo
retenerte, y es mi obligación cumplir con tus deseos; pero antes
creo necesario advertirte algo: si bien existe un lugar donde podrás
ser igual a las demás, creo que cuando lo conozcas no te va a
gustar.
¿Pero cómo no va a agradar un lugar así? Si mi único deseo es ser
igual a las demás, le respondió la brizna. Y si existe ese lugar
donde sea igualmente apreciada y valorada que las demás, quiero
que me lleves pronto allí, pues estoy impaciente por llegar.
71
Fue así como el jardinero tomó su pala, la hundió en la tierra y
procedió a sacarla del jardín, llevándola a otro lugar, donde la volvió
a plantar.
Cuando la brizna vio el lugar donde llegaba, con alegría observó
que al igual que ella, y sin diferencia alguna, había millares de
briznas más. Emocionadísima y feliz, les hablo así a sus
compañeras:
Hola amigas… hermanas... ¿Cómo quieren que les diga?
No da lo mismo, una con desgano le contestó.
Bueno, entonces… ¿Cómo están amigas?
De momento bien, luego ya veremos, dijo otra.
Extrañada al comprobar en sus compañeras una actitud de agobio,
desagrado e insatisfacción les preguntó:
¿Pero cómo pueden ustedes sentirse mal aquí, siendo que todas
son iguales, pudiendo crecer todas igual?
¿Ser iguales? ¿Crecer? ja, ja, ja rieron las briznas.
Hacía tiempo que no escuchábamos algo tan gracioso, dijo una de
ellas.
¿Es que acaso no es verdad? respondió la recién llegada.
72
No será preciso que te lo digamos, pronto lo sabrás.
Tonterías pensó la brizna, lo que pasa es que no saben apreciar
lo que es vivir en un lugar, donde todas son valoradas por igual.
Que briznas más estúpidas y tontas pensó para sus adentros, no
saben lo que se pierden.
Al otro día, por la mañana la brizna de pasto se despertó en medio
de un gran estruendo, viendo luego como se acercaba una especie
de máquina infernal. El ruido aumentó progresivamente volviéndose
más ensordecedor y amenazante. Al ruido se agregaron luego el
pavoroso crujir como de cuerpos cortados, así como gritos
desgarrados de las briznas, estremeciéndose enormemente. Era
una maquina cortadora de pasto, la que luego de pasar sobre ella la
dejo reducida a la mitad, dejándola eso sí, exactamente del mismo
porte que las demás.
Herida, adolorida y quejumbrosa dijo:
¿Pero por qué nos hacen esto? ¿Por qué no podemos crecer
libremente?
Shsss, no digas eso, que no te vayan a escuchar; aquí nadie se
debe quejar; pues corres el riesgo que te arranquen y te arrojen
quizás en qué lugar.
73
Aquí debes tener claro dos cosas: aquí nadie crece, y lo segundo
aquí nadie se queja, sino lo lamentarás.
¿Pero porqué no nos permiten crecer?
Ten paciencia, pronto lo sabrás.
Al otro día le preguntó a sus compañeras, cuando las visitarían las
personas. ¿Personas? ¿Visitarnos a nosotras? ja,ja,ja rieron las
briznas.
Aquí nadie nos visita, al contrario, debemos ocultarnos para que
nadie nos vea, no es bueno que sepan otros cómo estamos.
¿Pero cómo es eso? ¿Entonces, nadie nos vendrá a ver?
No te impacientes, pronto ya lo sabrás.
Y así pasaron los días, con la brizna intrigada por saber que
ocurriría, pero incrédula de las tan pesimistas y desoladoras cosas
que le contaban sus compañeras.
Una mañana el sonar de una trompeta la despertó. Un momento
después, se hicieron escuchar los acordes marciales de una banda,
así como también gritos y vítores de la gente.
La brizna feliz, pensó: Lo sabía, lo sabía, que briznas más
bribonas, casi consiguen engañarme: es la gente que nos viene a
74
ver. Dicho eso el suelo se puso a temblar. Espantada vio a la
distancia como se acercaban perfectamente alineados y en bloque
un grupo de personas, todas vestidas igual; pisoteando
violentamente el pasto con sus rudas y toscas botas, dejando a la
briznas retorciéndose de dolor a su paso. La rudeza de los
impactos era tal que algunas eran lanzadas de cuajo a lo lejos,
terminando por agonizar luego patética y tristemente a la vera del
camino.
Pronto ella misma sentiría el brutal y doloroso pisoteo de las botas,
el que dejaría un mar de lamentos, sollozos, y gemidos general.
Una vez pasado el destacamento que se había cernido sobre todas
ellas, adolorida y triste preguntó:
¿Pero por qué nos hacen esto?
¿Dónde no encontramos?
Entonces una le respondió: ¿Es que no te lo ha dicho nadie? Este
es un cuartel militar, y agregó luego: aquí lo único digno de admirar
es esa persona que observas en las tribunas de uniforme y cubierta
de medallas. El es el glorioso y divino líder inmortal, el que debe ser
reverenciado y aclamado, tanto por su ejército, como los demás
súbditos, los que siempre deben estar dispuestos a marchar y morir
por él.
75
Y matar, agregó otra.
Ahora entiendes porque nadie crece aquí. El pasto largo es
incomodo para que las tropas puedan marchar.
La brizna supo claramente lo que le esperaba de ahora en adelante:
ser sucesivamente cortada y pisoteada, repitiéndose eso siempre
una y otra vez. En ese momento fue que se acordó de su antiguo
jardín y se puso a llorar. Desafortunadamente nadie había allí que la
pudiera consolar, pues no había jardinero que por ellas se
preocupara; por lo que debió aceptar de manera resignada y
callada su pena, dolor y soledad. En un momento la nostalgia la
invadió e incluso la hizo añorar ese maravilloso olor a rosas que
había en su jardín, tan diferente a ese detestable olor a pasto
cortado; lo único que se respiraba en ese lugar.
Fue así como la brizna lloró amargamente, y en un momento de
desesperación a gritos al jardinero llamó.
El jardinero que no lejos estaba, de inmediato acudió.
Qué suerte que sigas con vida le dijo a la brizna. Pero no podía
hacer nada mientras no me lo pidieras.
76
Jardinero, te pido perdón por obrar de forma tan necia y torpe,
estoy arrepentida y avergonzada por mi conducta, solo te pido me
saques pronto de este horroroso y horrible lugar.
Rápidamente el jardinero hundió su pala en la tierra, procediendo a
guardarla en una bolsa que traía, para así llevarla de regreso.
De vuelta en el jardín, cuando el jardinero abrió la bolsa, la brizna
pudo ver con emoción y sorpresa la cálida bienvenida que le habían
preparado sus compañeras. De inmediato volvió la magia al jardín.
Esta vez para siempre; porque si bien, años después el jardinero
murió, desde ese momento el jardín quedó en estado de gracia
eternamente.
De regreso a su país el rey por otro lado colocó en práctica lo
aprendido, que era dar a cada cual lo que este le pedía. Fue así que
tomó la decisión salomónica de dividir el reino en dos, entregando
una parte a cada uno de sus hijos. Parecía la solución ideal que
resolvería los problemas, pero no fue así, pues fue ahora el pueblo
el que se rebeló contra sus hijos; ya que estos se sintieron
agobiados por las imposiciones que le colocaron sus ahora nuevos
monarcas. Fue tal el clamor del pueblo, que sobrepasados y
desesperados los hijos acudieron al anciano rey para que pudiera
restablecer el orden. Con su regreso volvió de inmediato la
77
tranquilidad y la paz a la nación, desgraciadamente el rey a las
pocas semanas murió. Curiosamente esa vez nadie lo reemplazó,
parecía no necesario, pues la paz y la armonía en esa nación, había
quedado para siempre establecida. Con el tiempo ese reino se
convirtió para el mundo en un modelo de paz, libertad, convivencia
y hermandad.
Así con los años junto con la leyenda del buen jardinero, se difundió
otra leyenda: la de un rey sabio, que regía los destinos de su pueblo
solo con su recuerdo.
Hoy si bien son muy pocos los que creen en la existencia de un rey
y jardinero así, hay quienes dicen contar con pruebas de ello.
Incluso llegaron a sostener que los mismos jardines colgantes de
Babilonia, fueron obra de ese legendario jardinero.
Lo que yo pienso en cambio, es que ese jardín no es otro, que el
mítico jardín del Edén, y que tal reino, no es otro, que el "reino de
los cielos"; ese mismo que un carpintero de Belén, hace dos mil
años atrás, ofreció a quienes volvieran a ser como niños.
78
Capítulo V
Ausencia de ambición y resentimiento
Cristián tuvo su infancia y adolescencia en el campo. Y si bien no
conoció a sus padres, gozó del cálido y tierno afecto de los abuelos;
ese que suelen prodigar las personas mayores a los niños, cuando
se encuentran en el ocaso de sus vidas. Siendo para ellos además,
compañía y alegría en su soledad, un motivo para vivir.
Sus abuelos no conocieron otra cosa en sus vidas más que la dura
y esforzada vida del campo: como el sembrar la tierra, criar los
animales y las demás actividades propias del mundo rural.
Vida en extremo austera, simple y sencilla, y que tal vez fuese el
motivo de que Cristián llegase a ser ese tipo de personas, cada día
menos frecuente, carente de toda ambición; bastándole para ser
feliz, con lo que la vida gratuitamente le ofrecía: como los juegos de
la infancia, la compañía de sus abuelos, o simplemente estar en
contacto con la naturaleza. En fin, aquellas pequeñas cosas que lo
permitieron ser inmensamente feliz y dichoso aquellos primeros
años de su niñez.
79
Ni siquiera mellaría esa felicidad, no contar con sus padres. Aunque
posteriormente se despertara en él, una melancólica inquietud y
curiosidad por saber de ellos.
Supo por los abuelos: que su madre había fallecido al momento del
parto, junto con lo cual se llevó a la tumba el secreto de quien había
sido su padre.
Aun así, tal orfandad no hubiese significado algo muy importante en
su vida, de no ser por la manera cruel con la que cobró conciencia
de ella. El que fuese algo enclenque y frágil además de rubio (en
un lugar donde era poco frecuente) le significó recibir malos tratos y
burlas de parte de los demás niños, pero tales odiosidades
aumentaron cuando supieron no tenía padres; siendo motejado a
partir de ese momento: como el “huacho rucio”; lo que lo
avergonzaba doblemente, pues añadía al hecho de ser huacho, la
insidia de ser producto de una relación poco santa; entre un patrón
y una empleada; algo bastante frecuente en esos tiempos.
Y esa fue la razón que en su infancia, y por un periodo largo de su
adolescencia, no compartiera casi con niños de su misma edad, ni
llegase tampoco a tener amigo alguno. Así, su vida se desenvolvió
casi exclusivamente en torno a personas mayores. No obstante ello,
80
el afecto y cariño que le prodigaron sus abuelos y sus patrones, le
permitieron si bien llevar una niñez algo diferente, feliz.
Así esa época transcurrió entre las fabulosas historias que le
contaban sus abuelos, en días de lluvia junto a la cocina de leña, o
en solitarios juegos acompañados de amigos imaginarios, a falta de
reales.
El predio donde servían sus abuelos, se ubicaba como a un
kilometro de un pequeño poblado denominado “Nueva Estrella”,
lugar donde se detenía él bus (que pasaba solo día por medio)
donde existía además una estafeta postal y un pequeño almacén.
Los dueños del fundo eran Don Jovino y su esposa la señora
Josefina, matrimonio de no más de cincuenta años de edad, los
que vieron en Cristián al hijo que no tuvieron, lo que los
comprometería activamente en su crianza y educación. Ello partiría
siendo ellos sus padrinos de bautizo y además los que eligieran su
nombre.
El fundo, en realidad un minifundio, exiguo tanto en extensión, como
en producción, siempre había sido poco rentable para sus
patrones, no obstante, les permitía a sus dueños y a sus
trabajadores al menos llevar una vida con cierto grado de dignidad y
decoro, eso dentro de un entorno de extrema sencillez y sobriedad,
81
algo no menor en esos tiempos; tiempos de enorme pobreza,
miseria y hambre en gran parte del campesinado e inquilinaje del
sur del país.
Así, para lo esencial, no les faltaría nunca nada, pero siendo
excepcional también las veces que les alcanzara para algo más,
como ropa y ese tipo de cosas, especialmente para poder estar
presentables, en algunas festividades religiosas (Semana Santa,
Navidad) ya que sus abuelos, al igual que sus patrones eran
profundamente católicos. Así era habitual, al atardecer, y una vez
finalizada la jornada de trabajo, se reunieran patrones e inquilinos
a rezar juntos El Rosario.
Don Jovino y su esposa habían mantenido siempre una estrecha y
generosa relación con sus inquilinos, apoyándolos en lo que más
podían, y así pudiesen sobrellevar sus vidas sin ningún tipo de
necesidades y zozobra; aunque ello significase a veces endeudarse
más de la cuenta. Aun así, y a pesar de la estrechez en la que
vivían, nunca faltó el pedazo de pan o el plato de comida para el
forastero o el pobre que por allí pasara, y lo necesitaran.
Alrededor de los trece años de edad Cristian presenció un hecho
que tendría repercusiones posteriores. Se había hecho habitual que
fuera él quien recibiera el salario de sus abuelos. Eso ocurría a fin
82
de mes, cuando Don Jovino luego de cobrar por la venta de sus
productos en una feria cercana, pasaba por el banco a sencillar,
para luego regresar al fundo a pagar a sus trabajadores. Esto
ocurría habitualmente al atardecer, cuando los inquilinos
regresaban de sus labores. Don Jovino entonces volcaba el dinero
sobre una mesa, y luego de proceder a contarlo, lo repartía entre
sus trabajadores, anotando las partidas en su libro de cuentas.
Esa vez, cuando estaba llegando a la casa patronal Cristian se
percató de la llegada de un extraño a caballo. Don Jovino en ese
instante estaba concentrado contando el dinero sobre la mesa.
Cristián se inquietó al ver que el sujeto que se bajó del caballo,
llevaba un arma al cinto.
¿Buen hombre que necesitas? -le preguntó Don Jovino apenas
percatarse de su presencia, levantando la vista de la mesa, para
luego continuar contando el dinero.
-Disculpe patrón, pero usted sabe lo mal que han estado las cosas.
Llevo varios meses sin encontrar trabajo, por lo que no tengo dinero
para llevar el pan a la familia.
No te aflijas hombre, te entiendo, -le respondió Don Jovino, y
agregó ¿cuánto necesitas?
83
Lo suficiente para aguantar el mes, -le dijo el forastero.
Don Jovino procedió a apartar una parte del dinero de la mesa y le
preguntó ¿Es suficiente con eso buen hombre?
Si patrón.
El extraño luego de acercarse a la mesa, y recoger lo apartado, le
dio las gracias, y luego procedió a marcharse deseándole suerte.
-No hay problema, espero que encuentres pronto trabajo, y que
Dios te acompañe, -agregó Don Jovino.
-Gracias patrón, lo mismo espero yo, contestó él forastero, a la vez
que se colocaba el sombrero, el que respetuosamente se había
quitado al llegar. Luego subió al caballo, y al galope marchó.
Cristian pudo ver en medio de la polvareda, como dos jinetes que
un poco más allá lo aguardaban se le agregaron.
Don Jovino siguió contando el dinero, como si nada hubiera pasado
entregándole a Cristian la parte de sus abuelos, y luego al resto de
los inquilinos. Ni ese día, ni otro, su patrón haría comentario
alguno de lo ocurrido aquella vez. Como si lo sucedido fuese algo
tan intrascendente o normal, que no valía la pena más referirse a
ello.
84
Con los años Cristian se fue haciendo un adolescente fornido y de
saludable de grata apariencia, dejando atrás esa fragilidad que lo
había caracterizado durante la niñez, pasando a reemplazar a sus
abuelos en las labores más duras y pesadas en el fundo, lo cual lo
haría siempre con agrado y voluntad. Aunque en ocasiones la vida
se le tornase algo aburrida y rutinaria.
Una vez llegó un muchacho al fundo, se llamaba Manuel, era algo
mayor que Cristian, el que recién, había cumplido los dieciocho
años. Muy pronto se hicieron amigos, siendo la persona que lo
guiaría en cosas propias de la juventud, como: fijarse en las
jovencitas o salir de fiestas. Intentaría también pero sin éxito,
iniciarlo en el tabaco y la bebida (cosas que los abuelos le tenían
terminantemente prohibido). El que Cristian fuese un muchacho de
buena apariencia, le resultaba muy conveniente a su amigo como
para tenerlo de “yunta”, y poder salir con chicas, además de ser el
confidente de sus aventuras y hazañas amorosas. Y fue Manuel
quien también lo invitó a su primera fiesta para adultos, y que tuvo
ocasión en unas ramadas para un dieciocho de septiembre. Era el
tipo de fiestas que los abuelos hasta el momento le habían
prohibido, por ser demasiado desvergonzadas, relajadas y regadas
de mucho vino; las que solían prolongarse hasta altas horas de la
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madrugada. En fin, algo poco recomendable para un joven católico
y sano como él.
Esa vez Manuel lo entusiasmó, diciéndole que tal fiesta era un lugar
propicio para conocer algunas amigas. Le hizo ver que ya era
mayor de edad, por lo que no había ningún impedimento para que
asistiera.
Cristián de todos modos pidió permiso a sus abuelos, los que luego
de una serie de tiras y aflojas, como luego una serie de consejos y
recomendaciones, finalmente se lo dieron. El abuelo fue el que más
se opuso, pero la abuela finalmente lo convenció. Ella intuía que
Cristián sabría conducirse. Y además él mismo debía darse cuenta,
de que ese tipo de fiestas no eran para él. A regañadientes el
abuelo aceptó a condición de que no llegase a beber, ni a fumar,
aunque le ofrecieran tales cosas.
-Por último prueba un poco, solo para no parecer descortés.
Fue así como un día particularmente caluroso de primavera, al
atardecer se dirigieron a la fiesta. La música que llegaba desde la
ramada los recibiría a mitad del camino. Al escucharla el corazón
de Cristian dio un vuelco de emoción, presintiendo que algo
especial sería esa noche para él. Se encontraba muy excitado, pues
todo eso era nuevo para él.
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Al llegar a la ramada, guitarristas y cantoras cantaban
animadamente, mientras algunas parejas bailaban. En el lugar
había muchos jóvenes, aunque solo reconoció a muy pocos
(algunos inquilinos que trabajaban en el fundo) no así Manuel, que
a cada momento le presentaba a alguien más.
Cristián se contagió de inmediato con el espíritu festivo y alegre del
lugar, donde las empanadas, la chicha y el vino no faltaban. Los
chistes y bromas, la mayor parte picantes y subidos de tono, le
hicieron reír como nunca lo había hecho antes. Estaba además
gratamente sorprendido por lo atractivas, y sugestivas que lucían
todas las mujeres, todas muy arregladas y pintadas para la
ocasión.
Manuel qué hizo de anfitrión, lo invitó pronto al primer vaso de vino,
el cual rechazó de inmediato. Estaba pasándolo bien, no veía razón
alguna para beber.
Pero Manuel insistiría majaderamente una y otra vez.
-Para ser un hombre de verdad, debes beber, -le decía.
Otras veces apelando a la cortesía insistía: por último, no me dejes
con la mano estirada, prueba al menos un poco.
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Fue tanta la insistencia, que Cristian terminaría finalmente por
aceptar el vaso que Manuel reiteradamente le alargaba; Con eso
esperaba acabar con la cargosa insistencia del amigo, y no seguir
apareciendo antipático ante los demás. Pensó que si solo probaba
un poco no habría problema. Desafortunadamente la falta de
costumbre le pasó rápidamente la cuenta. De inmediato cambio su
humor sintiéndose enormemente risueño, alegre y feliz. Y es que
además de ser la primera vez bebía, también era la primera vez que
compartía con otros jóvenes.
Manuel volvería nuevamente a la carga, ofreciéndole una y otra vez,
más vino; y si bien Cristian comenzaba siempre rechazándolo,
finalmente terminaba por aceptarlo ante la majadera insistencia del
amigo.
-¿El último? le decía Manuel.
Fue así como no supo en qué momento perdió el control de la
situación, dejándose llevar por la música, el baile, las risas, los
amigos, y las bellas mujeres, que parecían girar entorno de él, como
si estuviera en medio de un carrusel.
Solo al despertar, al otro día, y ver junto a su cama a la abuela
que le preguntaba cómo se sentía, recién recordó algo de esa
experiencia grata y maravillosa, que de pronto se tornó
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desagradable, violenta y confusa. Le dolía muchísimo la cabeza
producto de la resaca, y tenía un pómulo de la cara tan hinchado,
que apenas le permitía abrir uno de sus ojos. El abuelo con rostro
severo más allá lo miraba con una clara expresión en su rostro
como queriéndole decir: ¿No te lo dije?
Supo recién exactamente lo ocurrido, cuando más tarde algunos
inquilinos del fundo, que lo habían traído en andas y en estado
semiinconsciente esa noche de regreso a casa, le contaron lo
sucedido: Manuel se había excedido con una señorita, que estaba
comprometida; lo que derivó en una trifulca y riña fenomenal,
apareciendo los cuchillos. Cristian trató de separarlos inútilmente,
recibiendo un fuerte puñetazo que lo dejó tendido en el suelo, y
perdiendo el sentido. A Manuel lo llevaron de urgencia al que
oficiaba de médico en el pueblo, pues una estocada en el vientre
amenazaba con desangrarlo; felizmente nada grave, por lo que sé
repondría bien más tarde.
Cristian no atinaba a comprender como algo tan agradable, alegre y
cordial hubiese terminado tan mal. Por supuesto, sería la primera y
última vez que asistió a una fiesta de ese tipo, prometiéndoles
encarecidamente a sus abuelos, que no lo haría más.
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Eso significó que la vida de Cristian volviese al camino tranquilo y
apacible, aunque también rutinario y aburrido discurrir, donde lo
extraordinario estaba completamente ausente de su vida. Eso,
hasta que un hecho casual lo cambiaría todo.
En Nueva estrella por los veranos, era habitual que llegaran por allí
familiares de los lugareños, así como también (aunque no muy a
menudo) algunos veraneantes. Lo que permitía a ese solitario y
melancólico lugar, salir brevemente de esa lánguida y monótona
tranquilidad.
Un verano, persuadidos por las recomendaciones recibidas de los
hermosos parajes existentes en ese lugar, llegaron por allí unos
conspicuos visitantes. Era una familia de fortuna y alcurnia de la
capital, la que solía pasar sus vacaciones en el cercano balneario
de Cruz de Bilbao. La constituían: el padre, abogado de cierto
prestigio y renombre en la capital, la madre, y sus dos hijos
adolescentes: Alex y Javiera.
La familia se alojó en el único lugar que se ofrecía ocasionalmente
dando alojamiento a los escasos forasteros que por allí acercaban.
Los dos hermanos, apenas llegar, y sin deshacer siquiera las
maletas se internaron de inmediato a un bosque cercano; el que los
cautivó desde el mismo momento que llegaron. Extasiados por su
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virginal y agreste belleza (esa que aprecian con mayor intensidad
solo aquellos que por largo tiempo han estado alejados de la
naturaleza) verían internarse en el bosque maravillándose con todo
lo que encontraban a su paso: pájaros, flores, insectos…
recolectando lo que más le llamase la atención. De pronto, una
liebre que se cruzó en su camino capturó su atención. Esta luego
de quedarse quieta por un instante, huyó rápidamente.
Entusiasmados corrieron tras ella. Esta luego de dejarse ver un par
de veces más desapareció a su vista definitivamente. Los hermanos
que estaban muy excitados y emocionados aun continuarían con
su búsqueda hasta darla por fin como perdida. Tal actitud impulsiva
y desaprensiva había significado internarse temerariamente y
despreocupadamente en el bosque, sin reparar en lo fácil que era
extraviarse en un lugar así. Solo cuando se disponían a regresar,
se dieron cuenta que estaban perdidos. La confusión se apoderó de
ellos en ese momento, comenzando a buscar con desesperación,
más que con cierta lógica el lugar de salida, siendo al cabo de un
rato todos sus intentos vanos. Así, estuvieron caminando sin
dirección precisa por un largo rato, sin saber si se acercaban o
alejaban de la salida. En un momento incluso gritaron por si alguien
los pudiera escuchar; pero nada ocurrió. Era un lugar apartado y
solitario, por lo que era poco frecuente que las personas por allí
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transitaran. Luego de dar numerosas vueltas en lo que se volviendo
una cada vez más ansiosa y frenética búsqueda, enormemente
preocupados y angustiados se sentaron por un momento en el
tronco de un árbol caído a descansar. Querían pensar con algo más
de tranquilidad que podían hacer. Parecía que lo más razonable era
esperar a que los vinieran a buscar. El problema es que eso
ocurriría solo cuando se dieran cuenta de que no regresaban
(probablemente recién al anochecer). No solo estaban cansados,
sino sedientos de tanto caminar, y no cesaban de recriminarse el
uno al otro, por haber obrado tan torpemente. Alex miró su reloj.
Eran las cuatro de la tarde. Recordó que habían llegado por ahí
como a las dos. En un momento en que guardaron un tenso y
angustioso silencio Javiera pudo percibir el apenas audible rumor
de aguas corriendo, proveniente de tal vez algún arroyo cercano.
Escuchas lo mismo que yo, dijo.
Al instante se levantaron, y aguzando sus oídos, se encaminaron al
lugar desde donde el murmullo parecía provenir. El sonido se fue
haciendo más audible, lo que los animó a seguir más rápidamente
en la dirección tomada. Además de saciar la sed, les permitiría
tener un punto de referencia pensó Alex. De pronto apareció ante
ellos un hermoso arroyo de aguas cristalinas y de poca profundidad,
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el que transparentaba nítidamente su lecho arenoso. No debía tener
más de veinte metros de anchura y su moderado caudal, y escasa
profundidad permitían cruzarlo sin riesgo de ser llevados por la
corriente. Luego de refrescarse y beber de sus frescas aguas, se
decidieron a continuar por una de las orillas, en la dirección que les
pareció más probable. Esta vez dejaron una rumba de piedras y
otros objetos, señalizando claramente el lugar de partida. Luego de
caminar por un rato, y cuando el desánimo parecía retornar a sus
espíritus se encontraron sorpresiva e inesperadamente con alguien.
Se encontraba de espaldas a ellos. Era un muchacho joven, el que
en ese momento se encontraba pintando sobre una tela, en un atril.
Al notar su presencia, este se volvió sorprendido, para saludarlos, y
preguntarles que estaban haciendo por allí.
-Nos hemos perdido, le respondió Alex todavía angustiado.
¿Perdidos?,
-Sí le replicaron los dos casi al unísono.
-No sabemos cómo regresar al pueblo, -continuó Alex.
-Si siguen la misma orilla del río, en la dirección que vienen, se van
a encontrar con el camino que lleva al pueblo.
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-La verdad, es la primera vez que venimos por aquí, no conocemos
nada, -le respondió Alex.
Luego viendo que no se habían presentado dijo:
-Yo soy Alex, y ella mi hermana Javiera.
-Yo Cristián, replicó el muchacho, y si me esperan mientras
desarmo el caballete; los encaminó yo mismo al pueblo.
-Sería estupendo le dijo Alex.
¿Qué te parece Cristian si te invitamos donde estamos alojamos, a
conocer a nuestros padres? Mejor aun… ¿Por qué mejor no vienes
a tomar once, con nosotros? Es lo menos que podemos hacer por
tu valiosa ayuda.
-No hay problema respondió Cristián; pero podré estar allí solo un
momento, pues debo hacer algunas cosas antes de que oscurezca.
-No hay problema le dijo Alex, un momento será suficiente.
-¿Qué dibujas?, le preguntó Javiera.
-El río, respondió.
-Es muy bonito ¿estudiaste pintura en algún lugar?
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-No, lo hago solo porque me gusta. A decir verdad, mis padrinos me
alentaron hacerlo. Ellos me regalaron el atril, las telas y las pinturas
para que lo hiciera.
-Qué bien, dijo Javiera.
-También tengo algunas figuras talladas en madera, y si están por
aquí se las puedo mostrar uno de estos días.
-Por supuesto, nos va a gustar mucho, -le respondió Javiera.
Cristian quedó prendado de inmediato del rostro dulce y los bellos
ojos verdes de Javiera, de modo, que le costaba mucho quitarle los
ojos de encima; sintiendo un grato cosquilleo por el cuerpo, cada
vez que ella lo miraba. Nunca había sentido algo igual, lo cual lo
tenía muy emocionado y feliz.
De regreso al pueblo Cristian continuó conversando animadamente
con sus nuevos amigos, como si los hubiese conocido desde
siempre. ¿Con quién vives y que haces Cristián? Le preguntó Alex.
Vivo con mis abuelos, ayudándoles a trabajar el campo.
¿Pero vas a algún colegio?
-No, aquí no hay tiempo para eso, debo trabajar, además el colegio
más cercano está en Cruz de Bilbao.
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-¿Y cómo lo has hecho para aprender a leer, y esas cosas que se
aprenden en la escuela? ¿Si es que sabes leer?
-Sé leer, pero eso lo aprendí con mis padrinos, ellos me enseñaron.
¿Y quiénes son tus padrinos?
-Mis patrones, -le contestó.
-¿Tus patrones? ¿Ellos te enseñaron a leer?
-Así es, le dijo Cristián.
-¿Y tus padres?
-Bueno mi madre falleció, mi padre creo también, aunque no estoy
seguro de ello y mis abuelos nunca aprendieron a leer.
-Qué lástima le respondió Alex.
-¿Y te gusta leer?, por supuesto; pero aquí no hay mucho que leer,
pues no hay muchos libros, diarios o revistas.
Si quieres te puedo pasar algunos ¿te parece?, -le propuso Alex.
A Alex el rostro de Cristian le recordó a alguien, pero no supo
exactamente a quien.
Los días siguientes, se iniciaría una linda amistad entre Cristián y
sus nuevos amigos, la que se fue haciendo cada vez más estrecha
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e intensa; volviéndose casi inseparables ese verano. Cristian las
oficiaría de guía, mostrándoles los lugares más hermosos y
entretenidos del lugar, mientras ellos le irían develando ese mundo
para el completamente novedoso de la ciudad-capital. De los
lugares que le mostró ese verano Cristian a sus amigos, uno sin
duda adquirió un carácter muy especial para ellos, incluso mágico y
sagrado: fue ese donde ocurrió su primer encuentro. Cristian lo
había elegido para pintarlo precisamente por su particular belleza.
Era un claro en medio de sauces y eucaliptos, al borde del río,
donde caprichosamente en la orilla se arremolinaba el agua
originando una especie de remanso; ideal para bañarse. El sitio
contaba con esa salvaje, agreste y virginal atmosfera, de los
lugares escasamente frecuentados. Finalmente Cristian dejaría la
pintura sin concluir ese verano, porque otro afán, más estimulante
había concitado su interés: compartir con sus nuevos amigos.
Una vez reunidos alrededor de una fogata en tan simbólico lugar,
Alex bajo el influjo de cierto espíritu poético habló del rio como si se
tratase de la representación de la vida misma; en un eterno fluir, y
en constante cambio, y donde nada era igual a lo de antes. A veces
la vida tal como ese rio iba más de prisa, otra veces más lenta,
igual como ocurría en el remanso a la orilla; pero finalmente todo
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debía terminar cuando el río se abismara en esa inmensidad que
era el mar. Lo dijo inspirado en una lectura reciente del libro de
“Hermann Hesse” : “El Siddharta”.
Alex les leyó la parte final del libro, donde el barquero Vasudeva le
pide a Siddartha que escuché el río. Lo leyó con especial énfasis y
emoción y una vez que lo hubo terminado de leer, Javiera dijo:
-No creo que deba todo cambiar. Algunas cosas deben permanecer
para siempre.
Cristian mostrando su acuerdo, agregó:
-Por ejemplo, nuestra amistad. No debiera terminar.
Alex más dubitativo, pero no queriendo desentonar en lo que
parecía ser un mágico momento de espíritu fraternal, terminaría
también por mostrar su acuerdo.
Y a modo de refrendar eso, les propuso lo siguiente:
Hoy 21 de febrero, realicemos la siguiente promesa: que en este
mismo lugar, nos volvamos a encontrar el mismo día y hora, pero
solo que en exactamente cuarenta años más. Entusiasmados con la
idea, se tomaron de las manos alrededor del fuego, y a instancias
de Alex hicieron el siguiente solemne juramento:
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Juramos los presentes, que sin importar que nos pueda ocurrir en
nuestras vidas, nos volveremos a juntar aquí el día 21 de febrero
del año 2009.
Así ese día, al anochecer cuando regresaban a casa, los encontró
hermanados y abrazados, seguros de que tal amistad, era
indestructible. A Cristian le fascinó tanto lo que esa vez leyó Alex,
que este último terminó por regalarle el libro.
Así cuando los hermanos, al final de las vacaciones se aprestaban
a regresar a la capital, hubo una emotiva despedida. Los hermanos
prometieron a Cristian volver sin falta el próximo año; lo que
parecía así solo colocar un breve paréntesis a esa maravillosa
relación surgida ese mágico verano de 1969.
Cristián regaló a Javiera, una de sus figuras de madera preferidas:
una sirena posada sobre su cola en unos riscos a la orilla del mar:
“La Pincoya”; figura que imaginó a partir de esa leyenda contada
alguna vez por sus abuelos.
Javiera y Cristián esa vez se abrazaron por última vez. Ambos
profundamente enamorados, pero ya sin tiempo, ni valor para
confesárselo el uno al otro; pero con la cierta y secreta esperanza
de encontrarse muy pronto.
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Esa relación veraniega transformaría radicalmente la vida de
Cristian, pues le permitió descubrir un fascinante mundo nuevo;
completamente diferente al suyo. Un mundo donde existían libros,
música, y conversaciones acerca de temas entretenidos y
apasionantes; y que venían de la mano de personas, que habían
traído una enorme felicidad y dicha a su vida.
El siguiente año, poco antes de comenzar la temporada veraniega,
Cristian recibió carta de Alex. En ella se disculpaban por no estar
por allí ese verano; pues sus padres habían optado por ir de
vacaciones al norte del país. La promesa sin embargo la mantenían,
pero esta vez sin falta para el próximo año, pues ya que sus padres
se lo habían prometido.
Aunque ese año la espera resultó más larga y triste, Cristian
confiaba ciegamente en la palabra de sus amigos; y ya no se
imaginaba sin volverlos a ver. Especialmente a ella, de quien
recibía cartas con menos frecuencia. La verdad es que tampoco
sabía mucho que escribirle, salvo saludarla y decirle lo mucho que
la extrañaba. Así, la distancia, y esa espera interminable en vez
apagar su amor lo hizo más intenso.. Contaría con ansias los días y
meses para la llegada del verano. Y no habría día en que no
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recordara con nostalgia los gratos momentos vividos ese
inolvidable verano; el cual parecía cada día estar más lejano.
El año siguiente se renovaron sus temores, esto al no recibir carta
alguna de ellos. Fue en la estafeta postal, cuando iba en busca del
correo, que sorpresivamente se encontró con Alex, Este acaba de
llegar. Así que luego de un caluroso y efusivo abrazo, muy
emocionado de inmediato le preguntó por Javiera. Alex le dijo que
se había quedado todavía unos días con sus padres en Cruz de
Bilbao; pero que vendría el fin de semana. Sintió como si el corazón
se le fuese a salir del pecho, no obstante lo disimuló
convenientemente ante su amigo.
Alex ese año había cursado el primer año en la Universidad, donde
se contagió con la atmósfera predominante por aquellos días, de
enorme efervescencia social y política. Así a lugar donde fuese con
su amigo, no perdía ocasión de hablarle de lo que estaba
sucediendo en el país.
Cristián pudo notar por la vehemencia con que Alex le hablaba de
tales cosas, lo seriamente que se estaba tomando todo aquello,
especialmente por las apasionadas peroratas, que su amigo le daba
acerca del socialismo y la revolución. Esa vez Alex trajo un
tocadiscos, uno de aquellos portátiles (pick up) y que llevaba a
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todas partes, haciéndolo escuchar los mismos discos, una y otra
vez. Algunos de ellos rayados ya de tanto tocarlos. Era música
protesta, del Quilapayún, Víctor Jara e Inti Illimani, y donde la
palabra “revolución” se repetía como si se tratase de un mantra
sagrado. Pero Alex también escuchaba otro tipo de música; muy
diferente a la anterior. Era música rock: de Jimmy Hendrix, Doors y
Janis Joplin. Era música norteamericana y por lo tanto, como decían
algunos por aquella época: música yanqui, promovida por el
capitalismo para alienar a la juventud.
Y si bien su amigo citadino estaba profundamente excitado y
conmocionado con todo ello, lo que lo motivaba a expresarse de
manera particularmente apasionada, el no estaba muy de acuerdo
con tales opiniones, y solo las escuchaba por la estima que le tenía.
Le parecía mal que para cambiar las cosas, como decía Alex,
hubiera necesidad de recurrir a la violencia. Como católico y
cristiano, para él la violencia siempre estaba mal, y tomaba las
palabras de su amigo, más como alardes que otra cosa, pues no lo
imaginaba portando armas, ni menos disparándole a la gente. Pero
confiaba en que su amigo se diese cuenta en algún momento, que
significaba realmente eso. Era probable que fueran ideas que el
mismo desecharía muy pronto, porque intuía que su amigo no era
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capaz de tal tipo acciones. Por lo que ni siquiera se molestó en
contradecirlo.
-Ha llegado el momento en que los trabajadores se levanten por fin
y acaben de una vez con sus explotadores patrones, le decía Alex,
y luego continuaba: y una vez que eso ocurra los ricos serán
obligados a tener que repartir sus riquezas, terminando así de una
vez con la pobreza. Naturalmente primero hay que prepararse para
luchar contra la burguesía; porque no van aceptar nunca por las
buenas, compartir voluntariamente lo que tienen. Por lo que había
que prepararse para ese momento histórico cuando llegara (el cual
parecía estar muy cercano) y la revolución liberara al pueblo para
siempre de la opresión de los ricos y poderosos.
-¿Es que acaso no está demostrado que los países donde el
comunismo había triunfado, lo había hecho mediante la lucha
armada? dijo, a modo de demostrar lo fundada de su afirmación, y
dando a entender que desgraciadamente era la única forma de
cambiar las cosas. Ello en todo caso sería un costo bastante menor
a pagar, en comparación con los enormes beneficios que el
pueblo obtendrá a partir de ese momento glorioso para siempre.
Y si bien era cierto que Cristián había vivido siempre muy
austeramente, casi pobremente, y en condiciones sin duda mucho
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más paupérrimas que las de Alex; y que su vida en cuanto a lo
material no fuese exactamente la misma, que sus patrones, todo lo
cual podría justificar por lo tanto algún tipo de odiosidad y
resentimiento, Cristián no le veía de ese modo. Él estaba
conforme con lo que tenía, como la vida que llevaba; ni menos
envidiaba lo que otros poseían. Por el contrario sentía gran aprecio
y cariño por sus patrones; los que se habían portado siempre de
manera generosa y cordial con ellos; no abandonándolos a su
suerte, y apoyándolos cada vez que lo necesitaban. No obstante lo
anterior, Cristián no ignoraba la pobreza y marginalidad en la que
vivían otras personas, pero pensaba que aquello se solucionaría en
la medida que el país progresara, tal como lo había venido haciendo
el último tiempo, y no por alguna revolución.
Para Cristian la vida era simple y sencilla, y aunque si bien para los
afuerinos el trabajo realizado por la gente de campo podía
resultarles muy duro y esforzado, el estaba acostumbrado. Es más,
los días que le daba por holgazanear, finalmente terminaban por
aburrirlo enormemente. Así para él no había cosa que lo hiciera
sentir más feliz y satisfecho, que volver al atardecer del campo, con
la satisfacción de la labor cumplida.
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Y si bien estimaba como buenas las intenciones de Alex, al menos
en esos temas, prefería seguir los consejos de sus abuelos; los
que le habían enseñado siempre a ser siempre agradecidos con sus
patrones, aceptando con religiosa humildad y resignación, la
situación que les tocaba vivir.
Cristian era feliz así, y si había algo que le hubiese podido
perturbar, era tal vez, no haber conocido a sus padres. Pero ese no
era un asunto que la revolución de la que hablaba su amigo, iba a
poder resolver.
El libro regalado el verano anterior por Alex: “El Siddharta” de
Hermann Hesse, había causando un gran impactó en él; las
experiencias narradas ahí calarían profundamente en su corazón,
llegando a tener ese libro casi como una guía espiritual; eso a pesar
de no tener relación alguna con la fe católica que profesaba, ni
saber mucho donde ocurrían los hechos, ni menos quién era su
autor.
-Si quieres que hablemos de algo, háblame acerca de la vida esos
monjes del Oriente, le contestó Cristián.
-¿Pero a quién le puede importar esas cosas en este momento
Cristián? Lo importante es lo que está ocurriendo ahora en el país,
-le respondió Alex.
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Alex se molestó por la indiferencia que exhibía Cristián frente a lo
que le decía, y que para el eran de la mayor importancia; pues se
había tomado muy en serio el concientizarlo.
En algún momento incluso le dijo que se parecía al Tío Tom.
-¿Qué es un Tío Tom? Le preguntó Cristián.
Tom era un negro de un cuento, que aceptaba con resignación lo
mandaran, así como lo explotasen los blancos.
-¿Pero quién me explota a mí? La respondió Cristián.
-Pareces estar ciego, o no querer ver, pues tus patrones. ¿O acaso
no ves que ellos tienen más y mejores cosas que tú? Su vida es
más fácil sencilla y cómoda, mientras tú en cambio, debes trabajar
todos los días como un burro.
-No creo que sea así, le dijo Cristián.
La vida de ellos, como yo la veo, no es nada de fácil y sencilla
como tú dices. Yo veo como todos los días ellos están
constantemente preocupados por las cosas que hay que hacer,
muchas veces sin siquiera disfrutar de lo que tienen. Andan por
ahí todo el tiempo apurados, en trámites y diligencias. Preocupados
de cómo vender los productos; que nos los engañen en los
negocios; que no les roben las personas que tienen a cargo y
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hagan las cosas que le piden. En fin, una serie de problemas de
nunca acabar. En cambio mi vida es simple, me levanto, hago mi
trabajo, tengo donde vivir, tengo para vestir y comer. Disfruto
pintando y tallando, como de la naturaleza. Créeme soy muy feliz,
en cambio cuando los veo a ellos, me dan mucha pena, pues los
veo siempre preocupados y atareados por todas las cosas que
tienen que hacer. Muchas veces incluso amargados y tristes por los
problemas que a cada momento deben solucionar.
¿Por qué habría de envidiar vivir como ellos?
Veo que no hay caso contigo, le respondió Alex, pero pronto verás
lo que te digo, porque el comunismo y la revolución son inevitables,
y cuando llegue, lo deberás aceptar, estés o no estés de acuerdo
con ello.
Está bien, le contestó Cristian. Cuando llegue ese momento
veremos que tan bueno es lo que dices, buscando con ello terminar
una conversación que a momentos se volvía algo incomoda, siendo
que su único interés de verdad en ese instante: era Javiera y el
momento en que se volvieran a reencontrar.
-¿Es seguro que Javiera llega hoy por la tarde? Le preguntó
Cristián.
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-Sí, y es probable que también mañana vayamos por el río.
-¿Entonces nos encontramos en el cruce como de costumbre?
Volvió a preguntar Cristian
-Si, estaremos por allí sin falta, dijo Alex, y se despidió de su
amigo.
Esa noche Cristián casi no durmió pensando en lo que le diría a
Javiera cuando se encontrara con ella al otro día. Dos años eran
mucho tiempo, y quizás hubiese cambiado mucho y todo fuese muy
diferente a la última vez.
¿Qué cosas le podrían interesar ahora?
¿De qué hablaría con sus amigos en Santiago?
Así agobiado por las dudas pasó toda la noche. Pero lo que más lo
angustiaba ¿Era saber si ella lo seguiría queriendo como la última
vez?
Al otro día, nada más acabar con las faenas matinales, sin tomar
desayuno siquiera, se encaminó al lugar de encuentro. Le palpitaba
el corazón a mil por hora, y su dicha solo era contenida por cierto
grado de temor. Así que no más distinguió con claridad su figura a
la distancia, el cuerpo y las piernas le comenzaron a temblar sin
poderlas controlar. Estaba sola, y cuando ella se percató de su
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presencia se apresuró a recibirlo con un cariñoso y afectuoso
abrazo, dándole un beso en la mejilla. Suspiró aliviado, era la de
siempre.
Se separaron para poder verse los rostros. A él le pareció que lucía
más radiante y bella que nunca, como si un mágico nimbo la
envolviera. No hubo palabras por un momento. Luego ella bajando
un poco su cabeza le dijo: he venido sola, porque Juan me dijo
que estabas esperándome; pero tengo otros planes.
No importa dijo Cristián, veremos salir otro día. Me imagino
vendrás cansada por lo del viaje añadió.
-No te voy a mentir Cristian, tampoco será posible otro día.
Cristian presintió una eminente desgracia.
Javiera continuó:
-Lo que pasa es que vengo con mi novio, y él es muy celoso. Ni
siquiera sabe que he venido hasta acá.
Cristián comprobó que bastaba solo un segundo para bajar del cielo
al infierno. Quedo paralizado, incapaz de articular palabra,
resistiéndose a dar crédito a lo escuchado; y pese al enorme
esfuerzo que hizo para no revelar lo que le estaba sucediendo; el
brusco empalidecer de su semblante le mostró de inmediato a
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Javiera lo que le ocurría. Javiera soltó delicadamente sus manos, y
finalmente le dijo: -Lo siento Cristián, así son las cosas. Adiós y
cuídate mucho.
Luego se dio media vuelta, y se alejó rápidamente.
Cristián paralizado, vio como se alejaba. Solo cuando desapareció
a su vista, al igual como un autómata se dio medio vuelta, sin volver
a mirar atrás, regresando por donde había venido. Cada vez más de
prisa; temblando desde los pies a la cabeza, y sintiendo una
confusa e inexplicable sucesión de sentimientos, donde se
mezclaban un intenso dolor y vacío; además de una enorme
vergüenza y humillación. Y aunque no lloró, sentía la enorme
necesidad de encontrar un lugar donde poder ocultarse de todos.
En su mente la imagen del rostro de Javiera no se apartaba,
repitiéndosele una y otra vez, haciendo más intensa y profunda su
angustia. Por su mente paso la insoportable idea de que tal vez no
la volviese a ver jamás. Como un fantasma entró a la casa,
dirigiéndose directamente a su pieza, para que no lo vieran sus
abuelos. Adentro y no despertar sospechas, colocó el primer disco
que encontró a mano en el tocadiscos (el que Alex le había dejado)
y no preocupar a los viejos, haciéndoles creer que solo se había
encerrado a escuchar música. Luego se sentó en una mesita junto
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a la ventana, donde permanecían todavía esparcidos algunos
dibujos y otros objetos de Javiera, lo que trajo a su mente los bellos
momentos vivido tiempo atrás. A través de la ventana pudo ver el
follaje de un árbol que a lo lejos el viento agitaba, fijó en él su
mirada, sintiendo como su soledad y pena se hacía cada vez más
profundas e intensas. La música sonaba baja, la letra era en inglés,
por lo que no sabía, pero tampoco le importaba lo que decía.
Comenzaba con una notas de un bajo que melancólicamente daba
paso a un estribillo que repetía, una y otra vez, “you’re lost little
girl”, canción de un disco que a fuerza de oírlo tantas veces ese
día, se fue identificando cada vez más con su dolor y tristeza.
Solo cuando ya atardecía y sintió los golpes en la puerta de su
habitación, salió de su total ensimismamiento.
-¿No saliste con tus amigos hijo? preguntó desde afuera la abuela.
-No, hubo cambio de planes, me sentí mal de repente abuela.
Déjame descansar un poco, pronto ya veré darle de comer a los
animales.
-No es necesario que te levantes hijo. Deja que esta vez lo hago yo.
Baja eso si más tarde a comer algo, pues ni siquiera tomaste
desayuno esta mañana.
111
-No se preocupe abuela, lo haré.
Ese día no saldría de su cuarto y solo se levantaría para colocar el
mismo disco una y otra vez. Llegó la noche y el frío; pero era tal la
necesidad de permanecer inmóvil, que ni siquiera se animó a cerrar
la ventana. Esa noche apenas durmió, solo unas pestañadas al
amanecer producto del enorme cansancio que traía.
La abuela al verlo por la mañana tan callado, triste y ojeroso le
preguntó que le pasaba.
-¿No va a ser mejor que vayas al médico?, -le preguntó.
No, no es nada abuela, solo he tenido un disgusto, pero pronto se
me pasará.
-¿Algún problema con tus amigos?
Cristian no respondió.
La abuela intuyó casi de inmediato había algo pasado con ellos, y
le aconsejó: no le des importancia a esas personas hijo, tú sabes
cómo son esos capitalinos, no se puede confiar mucho en ellos.
Cristián sin embargo continuó sin decir palabra. Los días siguientes,
si bien Cristian volvería a su rutina de trabajo habitual, sus
movimientos parecían los de un autómata. Hablaba lo mínimo,
112
respondiendo la mayoría de las veces con monosílabos. Sus
abuelos cada vez más preocupados, le preguntaron una y otra vez
que le pasaba, pero se refugiaba en sí mismo, sin decir nada.
Finalmente los abuelos decidieron a hablar con Don Jovino, para
ver si podía hacer algo por él.
Don Jovino, Cristián está muy enfermo, come poco, y duerme poco.
Por favor pregúntele que le pasa. Creemos que tuvo algún
problema con sus amigos, pero no nos dice nada, le dijo el abuelo.
-No se preocupen, veré de inmediato hablar con él.
-Gracias patrón.
Cuando Jovino lo mandó a llamar y se presentó ante él, le dijo:
-Cristián tus abuelos están muy preocupados por lo que te pasa.
¿Por qué no me cuentas qué te ocurre? A lo mejor te puedo ayudar
con tu problema.
-No es nada patrón.
-¿Cómo que no es nada? Si puedo ver lo delgado, demacrado y
ojeroso que estás.
¿No te das cuenta de que tienes preocupados a tus abuelos?
113
-Ellos están muy afectados por lo que te pasa.
Dime de qué te pasa, y luego veremos si puedo hacer algo para
ayudarte a solucionarlo.
-Es como si de pronto la vida ya no tuviera sentido, -respondió
finalmente Cristian en voz baja.
-Pero porque dices eso, si apenas tienes veinte años.
¡Ah ya veo! y luego agregó: te has enamorado de alguien ¿No es
cierto?
-Sí, respondió Cristian
-Y quién es esa joven, ¿la conozco?
-No sé, es de Santiago, solo viene por los veranos.
-Pero hijo, no te preocupes por eso, ya verás como pronto la
olvidas. Eso nos pasa a todos; con el tiempo te darás cuenta que no
tenía ninguna importancia.
Cristian con una seguridad pasmosa, la que sorprendería a Don
Jovino le respondió: Eso no va a ocurrir jamás. Nunca la olvidaré.
Don Jovino se dio cuenta que iba a ser difícil de convencer a
Cristian de lo contrario, por lo que prefirió darle una vuelta al asunto
y optó por proponerle algo diferente.
114
-¿A ver, dime porque dices que la perdiste? -le preguntó.
-Lo que pasa es que ahora tiene un novio, contestó.
-Ah, ya veo.
¿Pero solo por eso piensas que la perdiste ya?
Cristian sorprendido por la pregunta le contestó -¿Por qué?
-¿No será acaso que te diste por vencido demasiado pronto?
-¿Cómo es eso? replicó Cristián.
A ver, yo cuando joven me ocurrió lo mismo. Me enamoré de una
joven que salía con otro muchacho. Pero en vez de resignarme y
lamentarme me propuse ver como conquistar su amor, eso a pesar
de no ser de su gusto y ni siquiera me podía ver.
-¿Y finalmente que pasó Don Jovino?
-Pues debes saber que ella es mi actual esposa Josefina.
-No me diga, respondió Cristian.
-Así es. Por lo que no veo razón alguna para que te desalientes tan
pronto echando todo por la borda. Mira, ambos son muy jóvenes
todavía, y tenéis una vida entera por delante; además la vida da
muchas vueltas, por lo que si realmente la quieres, y eres fiel y
115
constante en tu empeño, no me cabe la menor duda que
conseguirás su amor.
Arriba ese ánimo, tu vida recién comienza, no tienes derecho a
echarte a morir tan pronto; preocupándonos con ello a todos. Te
necesitamos bien.
Las palabras Don Jovino fueron un verdadero bálsamo para
Cristian, devolviéndole literalmente al alma al cuerpo. Una nube que
en ese momento pasaba por el cielo dejó pasar unos rayos de sol,
como presagio de que la vida nuevamente era bella; lo que lo
inundó de una poderosa y renovada energía cuando iba de regresó
a casa.
Esa noche durmió profunda y plácidamente, como no lo hacía
varios días, y se despertó de un magnifico y bello sueño, en el cual
se veía compartiendo momentos de alegría con sus amigos. Tomó
el libro de cabecera que tenía sobre su velador (Siddharta de
Hesse), y busco en él algo que recordó: eran esas tres cosas que le
permitirían conseguirlo todo: “pensar, esperar y ayunar”. Eso era lo
que debía hacer: pensar que hacer cuando ese momento llegara,
luego de esperar con paciencia y fe; el día en que Dios dispusiera
tal reencuentro.
116
Dios estaba seguro de que su amor era genuino y sincero. Así cada
día luego de arrodillarse junto al crucifijo que colgaba a la cabecera
de la cama, le pedía a Cristo estar lo más pronto a su lado,
prometiéndole serle fiel hasta la muerte.
Lo prudente por el momento era no hacer nada que pudiese
incomodarla. Habría que darle tiempo al tiempo, y cuando las cosas
cambiaran, y ello ocurriese, el estaría ahí esperándola.
Era tal la seguridad que llego a tener: que pensó que tal vez el
próximo verano ello llegase a ocurrir. Quien estuviese a su lado al
final no le iba a ser tan fiel, ni la amaría, como él la amaba. Y
cuando se ella se diera cuenta de lo sincero, profundo y verdadero
que era su amor, sin duda regresaría con él.
Así con la esperanza, retornó también la alegría de vivir; y cuando
al final del día regresaba del campo al final del día, luego de orar a
Dios en su cuarto, colocaba el mismo disco; del que desconocía la
letra, pero que misteriosamente sintonizaba con ese melancólico
sentimiento que albergaba en su corazón aquellos días.
Así fueron transcurriendo los meses, hasta que llegó por fin el
verano nuevamente, y si bien esa vez tampoco hubo carta de sus
amigos, esperaba con fe que ocurriera el milagro. Hasta que un día
yendo a recoger a correspondencia en la estafeta postal del pueblo,
117
de manera idéntica al anterior verano (lo cual lo hizo pensar, que tal
vez, estuviese soñando, o presa de un “deja vu”) se encontró con
Alex. Recién llegaba por allí, y luego de abrazarse fraternal y
afectuosamente, al igual como el año anterior, le preguntó de
inmediato por Javiera.
Capítulo VI
Jaime
No es natural que a tan temprana edad un niño tenga un propósito
tan definido en la vida, pero un hecho traumático en su infancia
haría que Jaime (alrededor de los ocho años) lo tuviera.
118
Cuando con la primavera llegaba el buen tiempo, era habitual los
días sábados, después del almuerzo, que Jaime, su madre visitaran
unos parientes en el sector de Macul; sector todavía con chacras de
la capital. Allí había una quinta frutal donde podían jugar y divertirse
junto a sus primos.
Uno de esos sábados Jaime prefirió quedarse en casa. Estaba
entusiasmado con unos libros de cuentos que había recibido como
regalo para su último cumpleaños. En el momento que leía unos de
los libros en su cuarto, escuchó como risas que provenían del lugar
donde tenían sus cuartos las empleadas, lo que despertó su
curiosidad. Sigilosamente se dirigió a hasta allí para ver qué
pasaba. Como la puerta estaba algo entreabierta, se acercó
silenciosamente para observar lo que ocurría en su interior. Lo que
vio esa vez lo dejó completamente consternado: estaba su padre
semidesnudo sobre la empleada teniendo relaciones sexuales. Esa
situación incomprensible y enormemente perturbadora para él, lo
dejaría profundamente choqueado, y avergonzado, dejándolo
marcado para siempre. Ello originó un fuerte rechazo hacia su
padre, el que aumentaría al sumarse otros eventos, como algunos
escándalos, cuando este llegaba borracho al hogar. Jaime vio como
todo aquello había convertido en un verdadero infierno la vida de su
119
querida madre, la que veía soportaba aquello con resignación y
dignidad, haciendo gala de una particular discreción y reserva
ante los demás, especialmente los hijos. A Jaime le
apesadumbraba especialmente el desenfado de la empleada; la que
parecía ufanarse a veces de contar con los favores del patrón. Tal
situación bochornosa y humillante la mantuvo por mucho tiempo
en absoluto secreto, no atreviéndose a mencionar nada de aquello
a su madre; ni siquiera cuando ya fue mayor. Al comienzo por
pudor; luego por considerar innecesario agregar otra situación
dolorosa a la vida de su amada progenitora. Solo le se lo contó a su
hermano Pablo, años después.
Eso significó que para Jaime existiese una enorme diferencia entre
su padre y madre. Mientras veía en ella a una persona digna,
recatada, y noble, en él en cambio vería a un ser grosero,
prepotente y desvergonzado. El hecho de que su progenitor hubiese
amasado una gran fortuna, a través de su esfuerzo y trabajo, como
solía jactarse, para Jaime carecía absolutamente de valor, por no ir
acompañado de una vida decente. Ello significó que desde
temprano existiera una fría y distante relación entre el padre y los
hijos mayores, manifestándole escaso o nulo aprecio a su
120
progenitor. Para ellos, no era un modelo a seguir, como lo era su
madre, una piadosa y devota católica.
Aun así, no dejaban de ser la típica familia acomodada de
comienzos del siglo XX, en un país extremadamente clasista y
conservador; donde si bien era habitual ocurriesen tales
situaciones, se ocultaran “bajo la alfombra”; pues lo más importante
era guardar las apariencias, sobre todo tratándose de la familia del
presidente de la república.
El padre, hábil empresario, había hecho su fortuna en la minería en
el norte del país. Y si bien era una persona de maneras poco
elegantes, y no muy del gusto de la aristocracia de aquella época;
no era menos cierto, que poseía un particular carisma y simpatía, lo
que lo haría cercano a todo tipo de personas.
Y serían su fortuna y carisma, las que le permitirían escalar a los
más altos cargos de la nación, en una época, donde el dinero era
indispensable y además suficiente para acceder a la política con
cierto grado de éxito. Sin embargo, el añadiría algo nunca antes
visto en su país: ganarse el fervor del pueblo, el cual hasta ese
momento, había sido ignorado completamente por los políticos;
siendo quizás el primero que se dirigiera al pueblo con encendidos
121
y vibrantes discursos, cargados de promesas de justicia,
prosperidad, así como de mayor igualdad.
Con el tiempo, las diferencias con su padre se acentuarían,
especialmente en cuanto a su pensamiento político, hasta volverse
simplemente antagónicas. Así mientras el padre se mostraba como
una persona, moderna, liberal y progresista Jaime en cambio
simpatizaba con las posturas más conservadoras de la iglesia, y era
su sueño el ingresar al seminario una vez terminado sus estudios
secundarios. Tal aspiración sin embargo, la frustraría su padre,
quien le impondría estudiar derecho; pues para él era
responsabilidad del hijo mayor velar por los bienes patrimoniales
de la familia, y para ello, nada más conveniente: que conocer de
leyes. Fue así como Jaime tuvo que dejar de lado su vocación
religiosa, para asumir otros asuntos de carácter más terrenal. Tal
aspiración religiosa sin embargo la cumpliría su hermano menor
Pablo; siendo este su confidente, cómplice y fiel seguidor durante
toda su vida.
La familia se completaría con el tardío intento de sus padres por
contar con una niña, y si bien ese anhelo nuevamente se frustraría,
ese nuevo hijo colmaría ampliamente las expectativas del padre; al
ser de un temperamento más cercano y afín. La diferencia de edad
122
con sus hermanos mayores lo alejaría de su influencia, lo que le
permitió hacer un juicio menos severo de la conducta del padre; el
cual lo convertiría pronto en su hijo predilecto, buscando compartir
el mayor tiempo con él; incluso lo llevaría a reuniones y actos de
gobierno impensables para un niño, lo que le permitiría al hijo
conocer tempranamente las actividades del poder.
Y si bien Jaime nunca se entendió con su padre, respetó y cumplió
escrupulosamente sus deseos. El padre, era el padre, y era un
deber religioso obedecer escrupulosamente sus decisiones, aunque
estas pudieran parecer duras e incomprensibles para los hijos. Solo
una vez Jaime osó contradecirlo. Fue una vez cuando hizo un
comentario acerca de ciertos amigos del padre, diciendo: “que
eran tan solo unos arribistas y ambiciosos”.
El padre le respondió molesto esa vez:
¿Es que acaso no ves que esa es la gente que necesita el país?
¿O qué prefieres? ¿A esa aristocracia refinada y mojigata, que con
los curas mantienen en el atraso y la miseria a la gente?
Jaime si bien era prudente con lo que decía, esa vez no sopesó las
consecuencias de sus palabras.
123
¿Y dónde queda la decencia y la moral de las personas?, le
respondió.
¿Me tratas de inmoral? respondió indignado el padre; al mismo
tiempo que le propinaba una bofetada.
Jaime soportó estoicamente el golpe recibido, y procedió de
inmediato a disculparse, mostrándose hondamente arrepentido por
lo dicho. Esa vez el padre lo conminó, a que jamás se atreviese a
insinuarle una cosa así otra vez.
Desde aquel incidente, Jaime jamás contradeciría al padre,
cuidándose de no opinar nada, que no fuese de su parecer. Por lo
que la relación se fue limitándo estrictamente a lo profesional: a los
negocios, el control legal de las propiedades, así como los diversos
litigios en los que frecuentemente se veía envuelto el gobernante
con sus adversarios políticos.
La muerte sorpresiva del padre, siendo aún presidente del país, lo
colocaría impensadamente a Jaime a cargo, no solo de los
negocios de la familia, sino también algunos de carácter político,
los que Jaime, como era habitual en él, los asumiría con gran
sentido del deber y responsabilidad, aunque no fueran de su gusto;
ya que la política le parecía una actividad absolutamente
detestable, odiosa y repugnante. Años después modificaría tal
124
opinión, cuando conociera de la obra de Escrivá de Balaguer; solo
en ese momento tal oficio recobró importancia para él, pues vio que
la política también podía ser utilizada con una finalidad moralmente
superior: la de preservar los valores cristianos. Incluso llego a creer
que la misma divina providencia le estaba colocado en el camino
tan ineludible misión. Por supuesto, no para gobernar de manera
“populista” como lo había hecho su padre, sino para velar por la
protección de los valores religiosos y morales y de la iglesia
católica; que él veía con preocupación, estaban siendo
amenazados de manera creciente en el mundo entero.
Y fue ese el motivo que años después aceptara ser candidato de
consenso a la presidencia de su país, uniendo a dos partidos
históricamente adversarios por primera vez: liberales y
conservadores. Esto en un mundo donde se evidenciaba cada vez
más un avance arrollador de las ideas marxistas, socialistas y
comunistas en el mundo.
A diferencia del padre, un progresista y liberal, al estilo de los
gobernantes norteamericanos de aquella época, Jaime se sintió
más próximo a los gobiernos de corte fascista, que con inusitada
fuerza se alzaban por toda Europa.
125
Pensaba que la democracia, había traído solo el descontrol de las
masas, como el libertinaje; cuestión grave, y a la que había que
colocar pronto freno para impedir la debacle y el caos. Ideas
similares compartía con el gobernante argentino por esa época
Juan Domingo Perón, al igual que él, gran admirador de Mussolini
en Italia y de Franco en España. Ambos también verían con
enorme simpatía, el rápido ascenso de Hitler en Alemania.
Jaime estaba convencido de que el fascismo era el único sistema
que permitiría preservar los valores católicos y cristianos. Valores
que entendía se debían impartir al pueblo, a través de un estado
fuerte de carácter militar que garantizara una educación religiosa y
sana al pueblo, transmitiéndole valores como los de la disciplina, el
amor al trabajo, a Dios y la Patria, o sea, todo aquello que él había
visto se había ido debilitando como consecuencia de la democracia
liberal y el progreso. Lo sintió como una auténtica cruzada contra el
mal, el cual estaba medrando en todos aquellos lugares donde la
democracia corrupta y libertina decía traer el progreso y la
modernidad. Las ominosas predicciones de Fátima, eran sin duda
una advertencia clara de los inminentes peligros que se avecinaban
en el mundo. Por lo que había necesidad de obrar de manera
drástica y firme, sin vacilaciones, antes que el mal terminara por
126
adueñarse del mundo. En su círculo más íntimo, no públicamente,
no disimulaba los elogios y la buena opinión que tenía de “Hitler”; y
pensaba al igual que él: que la responsabilidad de los problemas
que estaban ocurriendo en el mundo eran tan solo responsabilidad
de los judíos. Fuesen estos, judíos americanos, ávidos de dinero, o
de judíos bolcheviques, ávidos de poder. Ellos eran los
responsables de haber comenzado una conflagración, que
inevitablemente deberían pagar. Y a pesar de que Jaime en ese
momento estar distante de las posturas de la nación del norte, tenía
la secreta esperanza de que algunos personajes prominentes de
ese país cambiasen el rumbo de las cosas; entre ellos Henry Ford,
el aviador y héroe nacional Charles Lindbergh; pero especialmente,
con el que tenía más cercanía en ese momento, tanto por su
catolicismo, como por su recalcitrante antisemitismo, Joseph
Kennedy, y que además en esos momentos asomaba como el más
seguro próximo presidente de los E.E.U.U. Su simpatía aumentó,
después de las declaraciones hechas por el magnate a su regreso a
E.E.U.U., cuando este fue obligado a renunciar a su cargo como
embajador en Inglaterra por Roosevelt. Esa vez cuando los
periodistas le preguntaron: “cómo es que se le había ocurrido
recomendarle al gobierno inglés apoyar al régimen de Hitler,
sabiendo de las persecuciones a las cuales estaba sometiendo a
127
los judíos en ese país”, él respondió con un lacónico “Pero si ellos
se lo buscaron”. Joseph Kennedy comprendería luego más tarde lo
desafortunadas que habían sido sus declaraciones, las que
terminaron por alejarlo definitivamente de su segura nominación a
la presidencia del país, pero luego vería cumplida a través de su
hijo John Kennedy cuando fue presidente.
Jaime estaba convencido de que una vez contenidas las perversas
tendencias capitalistas y marxistas en el mundo, se podría
restablecer nuevamente ese idílico mundo ultraconservador,
religioso y medieval, que se había ido debilitando hacía mucho
tiempo. Quizás, desde el renacimiento; luego con la revolución
francesa, así como con la proliferación de la ciencia, y con él
anticristo, que para él eran Lutero y los judíos. En fin todo aquello
que trajo la modernidad, llevándonos a un mundo cada vez más
secular y pagano, sin respeto por Dios, la moral y la decencia;
donde lo único que parecía importar era el progreso económico, la
tecnología, y el dinero. Y que había llegado de la mano de una
especie de politeísmo pagano promovido por judíos, plutócratas,
masones y marxistas.
128
Capítulo VII
En la universidad
Mario fue siempre más de acción, que de palabras. Y el día que vio
las fotos del Che Guevara muerto Bolivia en los periódicos del
129
quiosco de la esquina en su barrio, quedó inmediatamente
absolutamente fascinado.
Años después, como estudiante universitario, asistiría junto a Alex a
una conferencia que ofrecía la facultad de filosofía y letras en su
casa de estudios. El tema: un movimiento, del cual si bien había
escuchado innumerables veces, nunca tuvo claro en qué consistía.
Hasta el momento, las opiniones recibidas, coincidían en ser
negativas; lo que despertó su curiosidad aun más.
El anarquismo no es como se dice un movimiento que pretenda
llevar al caos y a la anarquía a los países a través de sembrar la
violencia, el terror, y el caos. Con estas palabras introdujo el tema
el expositor. A Mario sin embargo le pareció haber dado la
definición exacta, que tenía de tal movimiento hasta ese momento,
que por lo demás, no le parecía algo incorrecto, ni condenable.
Y para que no queden dudas al respecto, el conferenciante
continuó: voy a mostrar algunas personalidades, que se definieron
ellos mismos como anarquistas, y que como verán ninguno de ellos
apeló a la violencia, agresión y menos al terror como medio de
lucha; por el contrario, la rechazaron absolutamente. Menciono al
escritor ruso y anarco-pacifista cristiano Tolstoi, el también cristiano
130
Miguel de Unamuno, el pintor surrealista Salvador Dalí, y el escritor
argentino Jorge Luis Borges, entre otros.
Y si la violencia no lo es, entonces …
¿Qué caracteriza a los anarquistas?
Es una actitud crítica frente a todo tipo de ideologías, creencias y
dogmas, que nos quieran imponer. Para el anarquismo lo central es
el individuo, no las masas, y menos los líderes, que las suelen
manipular y manejar a su antojo para su propia conveniencia y
provecho.
El anarquista obedece tan solo a una autoridad: su propia
conciencia.
Solo aquellos que son capaces de no seguir ciega y servilmente
otros, sino seguirse a sí mismos, son verdaderamente anarquistas.
Pues para ellos la conciencia individual, es la único que puede
asegurar seres humanos auténticamente libres; los que podrán
asociarse para colaborar de manera fraterna y solidaria, en un plano
de igualdad, pero manteniendo tanto su independencia como
individualidad, y siendo responsables cada uno de sus actos. Y
que no solo toleran sino que promueven la más amplia diversidad
de opinión y pensamiento.
131
Desafortunadamente, hoy en día se los que se denominan
anarquistas son los menos representativos y consecuentes con
tales principios; pues su comportamiento parece más propio de
masas irracionales, que de individuos inteligentes y conscientes.
Al contrario de lo que la mayoría piensa, la justificación de la
violencia para los anarquistas es excepcional, solo en casos
extremos, de regímenes autoritarios y opresivos; pues a diferencia
de otras doctrinas totalitarias como el marxismo o el fascismo, la
violencia no es un medio para la consecución del poder, pues
saben que eso siempre termina con una nueva clase dictatorial y
opresora. Y si algo no tolera el anarquista es ningún tipo de
dictadura o tiranía, sea del tipo que sea, esto aunque los autócratas
procuren disfrazarlas de democráticas y populares.
Por ello el anarquismo, es el movimiento más amplio y transversal
que existe, permitiendo la más amplia gama de opiniones y
pensamientos: Desde anarco-socialistas como Bakunin a anarco-
capitalistas como Ayn Rand; de anarco-cristianos como Unamuno y
Tolstoi, a anarco-individualistas como Max Stirner. Siendo la mayor
ni siquiera susceptibles de alguna clasificación, como ocurre con
artistas como Dalí, Borges o Nicanor Parra. Lo que distingue a
cada uno de ellos, es su valorización del individuo, por sobre lo
132
colectivo, así como rechazo a todo tipo de ideologías y creencias
totalitarias sean estas políticas, religiosas o nacionalistas; en
consecuencia, no aceptan ningún tipo liderazgo autocrático y
mesiánico que signifiquen entregar un poder desmesurado a líderes
que luego asumen actitudes megalómanas, ególatras y hasta
psicopáticas, manejando a la multitud a través de la propaganda, la
uniformización, el adoctrinamiento político, el fanatismo y el terror.
El anarquista no busca seguidores, solo colaborar con seres
humano libres, en un plano de estricta igualdad. Por lo tanto su
conducta es consciente y responsable, y por lo tanto nunca hará
responsable a otros de sus errores.
Eso se parece mucho al marxismo, esto cuando llegue la sociedad
sin clases, dije casi involuntariamente en voz alta.
En lo absoluto, contestó el conferencista. El marxismo no alienta
una conciencia crítica por parte de sus partidarios. Lo que pretende
es el adoctrinamiento dogmático, que termina irremediablemente
en el fanatismo. Proceso que denominan eufemísticamente como
“concientización”; pero que no diferente a otras doctrinas
irracionales de masas, como las religiosas, donde no cabe la
posibilidad de disentir, sino aceptar de manera crédula y obediente
lo que digan y le pidan sus líderes; esto de acuerdo a su particular
133
fe o dogma, que por lo general, se haya establecido en algún libro
sagrado, sea esta La Biblia, Mi Lucha, El manifiesto comunista, El
capital, o El Corán.
Pero el marxismo pretende crear una conciencia de clase para que
el trabajador, deje de ser engañado y explotado por el capitalismo le
respondí.
No dijo, lo que se denomina consciencia de clase, es una forma
dogmática, acrítica y uniformada de pensar, que se limita al
seguimiento ciego y crédulo finalmente de algún autócrata, el cual
goza de una autoridad y verdad infalible de acuerdo al dogma. Esa
verdad revelada, luego se internaliza a través de la repetición de
máximas y slogans, al igual como lo hacen las religiones con las
oraciones, rezos y mantras; y su fin no es otro que llevar al
fanatismo a sus partidarios.
Como la verdad ya fue revelada por su profeta y guía iluminado, en
este caso Carlos Marx y su discípulo avanzado Lenin, estos
adquieren las características de semidioses omniscientes e
infalibles; por lo que no cabe colocar en duda lo que dicen, sin caer
bajo sospecha de desviacionismo, revisionismo y traición.
Por ejemplo, se habla de «la dictadura del proletariado» como un
paso previo y necesario para la llegada del comunismo, y esa
134
verdad para un marxista-leninista no es sable colocar en duda, al
igual como los católicos lo hacen con el credo. Eso aun cuando las
evidencias demuestren que tal “dictadura del proletariado”, nunca
ha dado paso al “comunismo” en ningún lugar del mundo, o sea esa
sociedad sin clases que prometen; y lo único que se a verificado
una y otra vez, es una máxima concentración del poder de manera
permanente y absoluta en una elite o casta de dirigentes, los que
terminan siendo los únicos que finalmente disfrutan de los
privilegios del poder; la mayor parte de las veces al amparo de un
dictador autoritario. Incluso se ha llegado al absurdo de que el
poder termine en manos sus propios familiares, lo que es una
vuelta evidente a la monarquía. Por supuesto no una monarquía
tradicional, sino una monarquía particularmente déspota, represiva,
y opresora, que busca justificarse siempre, a través de la existencia
de un enemigo externo.
¿Y de qué otra forma pueden los trabajadores entonces
organizarse para luchar contra el sistema? Le pregunte.
Solo a través de su propia liberación consciente, no hay otra forma
agregó.
¿Pero es suficiente con eso?
135
No solo es suficiente, es lo único que puede asegurar un cambio
efectivo en la sociedad y las personas.
Solo cuando las personas sean capaces de guiarse a sí mismas
libremente estarán en condiciones de poder convivir de manera
libre, responsable y consciente, de otra manera estarán siempre
condenadas a hacerlo como lo han hecho siempre: bajo una
autoridad que sea la que rija por ellos sus destinos. Donde los que
detentan el poder buscaran siempre sacar provecho de las ventajas
y privilegios obtenidos. A los seres humanos se les ha enseñado a
obedecer siempre a alguna autoridad, nunca a pensar y a guiarse
por sí mismos, y eso es aun más ostensible, en las dictaduras
comunistas; por lo que diferencias entre gobiernos autoritarios de
derechas o de izquierdas son inexistentes, ya que son lo mismo,
siendo lo importante en todo esos casos, obedecer a algún dictador
de manera servil y obsecuente: sea este comunista, fascista, o
fundamentalista religioso. Todos son lo mismo.
El anarquista en cambio procura la cooperación entre iguales de
manera libre y voluntaria.
A Mario comenzó a no agradarle mucho tal idea, pues cuando
comenzó a sonarle todo ello como demasiado intelectual y utópico,
para que fuese efectivo. La verdad, esperaba algo diferente: algo
136
que tuviera que ver más con acciones, algo más directo, algo más
épico y emocionante; algo revolucionario. Hubiese preferido
quedarse con la primera definición que dio del movimiento él
conferenciante.
¿Para qué pensar tanto? ¿Para qué complicarse tanto? Se
preguntaba.
Un anarquista obtiene su propia visión del mundo a partir de su
experiencia individual y personal; la podrá compartir, pero nunca
imponer; y repudian las doctrinas de masas, pues solo tienen
como objetivo promover el odio, la división, el rencor y la violencia
entre los seres humanos. Con esas palabras dio por terminada la
conferencia, ofreciendo la palabra a quienes quisieran preguntar.
Son puras huevadas, le dijo Alex, sacándolo de sus pensamientos,
e invitándolo a irse de inmediato de allí y a no seguir perdiendo el
tiempo.
No ves que esos idiotas anarquistas, carecen de organización y
disciplina. No tienen idea de cómo manejar al pueblo.
Alex, era de los pocos amigos de Mario que residía en el barrio más
acomodado de la capital; lo había conocido en la Universidad. Los
demás compañeros eran en su mayoría eran de clase media, y
137
algunos pocos de barrios populares y pobres como él. El padre de
Alex era un importante abogado, que pertenecía a un círculo de
profesionales, artistas e intelectuales, todos conspicuos marxistas
de la clase media alta. Todos ellos gozando de una confortable
situación económica, permitiéndoles llevar una cómoda vida
burguesa. Así era habitual que frecuentasen cafés, galerías de arte
y otro tipo de actividades culturales, como el teatro. Y si bien Mario
compartía su ideario marxista, le desagradaba profundamente las
maneras y modales jactanciosos y arrogantes en su forma de
expresarse; esas tan propias de la gente acomodada del barrio
alto, y tan alejadas del mundo popular y humilde del cual Mario
provenía. En tales valorizaciones Mario naturalmente destilaba una
profunda odiosidad y resentimiento hacía los más ricos. Y es que
su vida no había sido fácil, pues debió empeñarse en condiciones
particularmente adversas para poder llegar a la Universidad, lo cual
era poco frecuente en esa época para un joven de su condición
social. Ello le demandó enormes esfuerzos y sacrificios, tanto por
precaria situación económica, como tampoco por ser muy dotado
para la actividad intelectual. Pero era un muchacho particularmente
disciplinado, esforzado y tenaz, el que desde muy joven había
tomado la decisión de llegar a convertirse algún día en un líder
político, partiendo por ser primero un líder estudiantil. Por lo que
138
más que aspirar a sacar una carrera, lo veía como un medio que le
permitiera arribar exitosamente en la política.
Además del Che, admiraba especialmente a Stalin, pues daba la
coincidencia de ser al igual que él, hijo de un humilde zapatero
borracho. Su mentor era su tío, un viejo sindicalista comunista del
rubro textil, quien lo alentaría e instruiría para que hiciera carrera
política. Para Mario Stalin era uno de los escasos líderes que
representaban auténticamente al proletariado teniéndolo como
ejemplo, porque siendo de una familia extremadamente pobre al
igual que él, llegaría a convertirse en el líder más importante de la
revolución rusa, desplazando a otros líderes de condición burguesa
como Trosky, Bucharin y Zinoviev; de los cuales había siempre que
desconfiar, por no ser provenir del proletariado, sino de la arribista y
traicionera clase media. Es por eso que siempre le resultó odiosa la
forma ambigua y despectiva con que se expresaban del pueblo, el
círculo de los amigos del padre de Alex; así mientras hablaban del
pueblo como sufrido, noble y sabio en su condición de pobreza, eso
a diferencia de los idiotas de los ricos; por otro lado, los trataban
como imbéciles por ser engañados por la religión y la propaganda
capitalista.
139
El discurso que veía se reiteraba en ellos era que la educación
permitiría (al igual como ocurría en los países comunistas y
socialistas) que los niños sin distinción social pudieran acceder al
arte y la cultura, permitiéndoles así apreciar la música, la pintura, el
teatro, y la literatura tal como ellos estimaban ocurría en la Unión
Soviética y no como en Chile, y demás países latinoamericanos,
donde era exclusividad solo de los más ricos. En los países
socialistas efectivamente valoraban el arte y la cultura, y la hacían
extensiva al pueblo y además tenían una especial consideración por
los artistas comprometidos y de vanguardia, aquellos que al igual
que ellos habían colocado el arte al servicio del socialismo. Ellos en
cambio veían en la mayor parte de los capitalistas ricos, a unos
brutos e ignorantes, solo preocupados de los negocios, y de cómo
ganar dinero, importándoles muy poco o nada tales cosas, y mucho
menos algún interés por entregarle tales cosas al pueblo. Un
gobierno socialista en cambio sacaría indudablemente de la
barbarie cultural al pueblo, presa de gustos groseros, promovidos
por el capitalismo, los que los limitaba a escuchar música vulgar,
comercial y alienante, ver teleseries, ir al fútbol, emborracharse en
las cantinas. Toda basura idiotizante, siendo ese el principal
impedimento para sacarlos de su paupérrima condición cultural y
social. Mario que disfrutaba de varias de aquellas cosas que ellos
140
llamaban basura idiotizante, veía en tales nobles aspiraciones, solo
a un grupo de snobs, de “artistas incomprendidos”; bastante
egocéntricos; ansiosos de éxito o de reconocimiento; pues le
llamaba poderosamente la atención, que siendo tan críticos del
mundo burgués, sus gustos fuesen los mismos de quienes
criticaban, y que el encontraba como excesivamente sofisticados y
refinados. En realidad no creía que ellos buscasen realmente una
sociedad más justa e igualitaria, sin diferencias y privilegios de
ninguna especie, sino una sociedad donde ellos contaran con
especiales consideraciones y privilegios, y no como ahora donde
eran completamente ninguneados, por la clase rica de los
empresarios y capitalistas. Tal conocimiento en cambio si lo
obtendrían en un país socialista o comunista, donde ellos pensaban
que el estado se preocupaba que efectivamente la cultura estuviese
al alcance del pueblo.
141
Capítulo VIII
La pérdida de la inocencia
“No hay cacería como la cacería humana y aquellos que han
cazado hombres armados durante bastante tiempo y han
disfrutado, no vuelve a importarles nada más”. -Ernest
Hemingway.
142
Apretó el cuello del indefenso animal, hasta dejar de sentir el
desesperado estremecimiento de su cuerpo en sus manos. Era un
gatito recién nacido que su madre le pidió fuese a dejar a la puerta
de algún vecino, pues no había lugar en la casa para otra mascota.
Quitarle la vida a ese indefenso animal no solo le parecía normal
a José, sino emocionante. Y si bien no era la primera vez que lo
había hecho no recordaba exactamente el momento había
comenzado con ese cruel proceder.
Tales actos, que a cualquier niño pudiera haberle parecido no solo
terrible y espantoso, sino hasta traumático, José los realizaba con
placer y agrado. Actos que con el paso de los años haría que se
sintiera alguien especial y diferente, sobre todo cuando pudo
comprobar que eran pocos los que se atrevían a obrar de ese
modo. A tal conducta José agregaría con el tiempo, un enorme
desprecio por los que le parecían más débiles y temerosos,
considerando la cobardía como lo más despreciable en el ser
humano. Tal tipo de personas para él, eran algo así como
subhumanos, no merecían vivir, eran como habitualmente decía:
“maricones”.
Curiosamente, esa actitud en la vida, en vez de ocasionarle
problemas le permitió sobre todo en su adolescencia, gozar de
143
enorme respeto y ascendencia entre sus pares; los que a esa edad
habitualmente andan en busca de demostrar su hombría a través
de peleas y riñas callejeras.
Tal actitud violenta y en extremo agresiva, increíblemente pasaría
inadvertida en su propio hogar, donde como hijo único vivía con su
viuda madre, así como también, para sus familiares y vecinos, pues
siempre se cuidó, de que sus tropelías ocurriesen lejos de su
barrio.
José así en el hogar se mostraba como una persona común y
normal: tranquilo, servicial y hasta amable, sin embargo, ocultaba
una doble-vida, en la que existía un obsesivo afán por estar
probándose a través de actos cada vez más osados, atrevidos y
violentos, los que parecía instintivamente buscar, disfrutando el
encontrarse al filo de la navaja. Otros asuntos para él carecían de
toda importancia, y lo terminaban por aburrir enormemente.
Y si bien José era consciente de sus impulsos, siempre para él
hubo una justificación moral de ellos. Por lo que no estimó nunca
que su proceder fuese cruel o malvado. Sus valores eran
simplemente otros. Lo vergonzoso y lo inmoral era ser alguien
temeroso, un cobarde, un maricón.
144
Así cuando su madre le preguntó esa vez: dónde había dejado el
gatito, casi sin inmutarse, le contestó que lo había matado. Se
justificó ante la sorprendida madre, diciendo que había preferido
hacer eso, a dejarlo abandonado sufriendo. Su madre esa vez
terminaría celebrando la decisión del hijo, viendo en ello una actitud
además de decidida y valiente, curiosamente una actitud
compasiva. Venga mi niño, pronto será el hombre de la casa, le dijo
mientras lo abrazaba.
Iván lo conoció al comenzar la secundaria. Su banco no estaba
lejos del suyo. El primer día de clases le pareció un alumno más, y
no se imaginó el temor que luego le inspiraría. Al comienzo le
pareció tan solo algo más reservado que los demás. Pero eso duró
poco, eso hasta que un día, uno de esos típicos alumnos, que
aprovechándose de su mayor envergadura y corpulencia gustan
mofarse y abusar otros, lo motejó de “enano orejón”. El curso entero
rió al unísono. José no se inmutó, sino que tranquila y
parsimoniosamente, tomó un estuche de lápices, y se lo arrojó a la
cara violenta y certeramente. De no cubrirse el rostro de manera
oportuna le hubiera dado de lleno. Todos quedamos mudos. El
grandulón sorprendido e indignado se abalanzó sobre él, en el
momento preciso que el profesor entraba a la sala, no quedándole
145
más remedio que desafiarlo a la salida del colegio. Iván escuchó por
lo bajo como José le replicó burlonamente: ahí vas a ver lo que te
espera.
A la salida todos apostaban al grandulón, pues eran manifiestas las
diferencias físicas, entre uno y otro. Lo único que destacaba de
José, eran unas poderosas y enormes manos que al igual que sus
orejas, parecían más propias de un cuerpo de mayor envergadura.
Esa vez Iván, al igual que sus compañeros participando de ese
espíritu borreguil y gregario tan propio de los jóvenes a esa edad,
iría al lugar donde los contendores arreglarían cuentas: un sitio
baldío no lejos del colegio. El más corpulento llegó primero, luego
lo haría José. El grandulón lo aguardaba con las manos en la
cintura en actitud de desafío y le dijo que se acercara mofándose
de él: Vamos “enano orejón” acércate acá, no te vayas a arrancar.
José se veía tranquilo y sereno, para nuestra sorpresa. En un
momento en que se acercó al grandulón, le pidió que como buenos
contendores se dieran primero la mano, haciendo el ademán de
saludo correspondiente. Cuando su contendor desaprensivamente
alargó su mano, José aprovecho justo ese momento para darle
sorpresivamente un fuerte punta pie en los testículos. El muchachón
se dobló por el dolor, lo cual aprovecho José para darle un violento
146
rodillazo en pleno rostro, quedando en el suelo, con el rostro
cubierto de sangre. A continuación y ante nuestro estupor, José fría
y sistemáticamente comenzaría a darle de patadas, en las partes
más sensibles, como estómago, cabeza y espaldas. En un
momento abrumado por los golpes, los que no cesaban y con el
rostro bañado en sangre, le pidió por favor que lo dejara de golpear.
Todos quedamos mudos, nadie había imaginado algo así. Lo
habitual en ese tipo de rencillas, era que luego de un par de golpes,
la mayor parte de las veces sin destino, terminaran la pelea sin
hacerse más daño, reconociendo pronto alguno su derrota. Esto
era diferente, era una disposición a utilizar todos los medios para
acabar con el rival a como diera lugar. El muchacho corpulento
luego de ello no regresaría más por el colegio, probablemente
abrumado por la vergüenza por lo ocurrido.
Ese hecho dio de inmediato fama y respeto a José, él que a partir
de ese momento, contaría con una serie de incondicionales que le
festinaban sus groseras y pesadas bromas, que solía hacer a
quienes que estimaba un blanco adecuado.
A Iván, tenerlo cerca le incomodaba, pero no tenía opción. Era
mejor in-visibilizarse dentro del grupo a tener algún encontrón con
ese rudo personaje. A modo de entretener a su séquito, José no
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encontraría nada mejor que en los recreos ensañarse con un
muchacho de otro curso, el que evidenciaba actitudes algo
amaneradas (probablemente fuera gay). Eso comenzó un día que la
desafiaría a pelear, tratándolo de gallina y de maricón. El
muchacho intimidado, no respondió a sus provocaciones, buscando
evitarlo; pero solo consiguió que José volviera a insistir, una y otra
vez, humillándolo y avergonzándolo ante los demás, los cuales
cómo una cacle cruel y cobarde lo secundaba. Era evidente que el
muchacho de apariencia frágil despertaba los impulsos sádicos de
(**)José y al no obtener respuesta fue pasando de las palabras a
los hechos: tocándole el trasero y haciéndole simulaciones
sexuales, además de tirarle del pelo y darles golpes cuando se le
ocurría. Ello terminaría convirtiéndose en una rutina. El muchacho
en tanto no atinaba a nada, y su rostro reflejaba además de
vergüenza, un enorme espanto. Unas enormes ojeras revelarían
con los días que el muchacho casi no dormía. Todo eso concluyó
un día, cuando el muchacho no regresó más por clases. Se dijo que
estaba enfermo o algo parecido. Algunos años después Iván supo
que se había ahorcado. Nunca dijo nada de lo ocurrido a sus
padres por vergüenza.
148
Qué José quedara sin víctima propiciatoria para su ensañamiento,
dejaba abierta la posibilidad a partir de ese momento, que la víctima
fuese cualquiera otra, por lo que, quien más o quién menos, todos
buscaban congraciarse con él, mostrándose servil a sus pareceres
y exigencias.
Iván no fue la excepción, y no estimó nada más conveniente que
ganarse su simpatía, dándose aires de revolucionario (algo de
moda por ese tiempo). Así Iván comenzó a usar una boina al estilo
del Che Guevara a modo de darse aires e impresionarlo hablándole
de la revolución cubana, pensando que con ello se ganaría su
confianza. De manera sorprendente José simpatizó de inmediato
con él, pues le parecieron interesantes las cosas que le contaba
acerca de los guerrilleros, por lo que terminaría prodigándole
incluso un trato especial.
Fue así como impensadamente Iván se vio envuelto en una
estrecha e insospechada, aunque algo incómoda amistad con José.
Esto nada más por la enorme pasión con que Iván le hablaba de la
revolución, el Che Guevara y esas cosas.
José que nunca entendió mucho de política, y menos de marxismo,
le bastaba que Iván le hablase con tanta convicción y vehemencia
de ello, para concederle el más absoluto crédito a lo que decía.
149
Y de verdad a José la revolución le interesó de inmediato. Le
pareció algo de más nivel, que la mera actividad delictual, de la cual
curiosamente, no tenía una buena opinión, pues veía estaba
motivada solo por la necesidad y la pobreza, más que por auténtica
osadía y valentía de las personas. La revolución en cambio tenía
más clase, además de contar con la legalidad de procurar la justicia
social.
Por supuesto sus aspiraciones nunca habían tenido que ver con lo
social, pero vio en ello claramente un medio de arribar, de ser
alguien importante en la vida y de esa manera también disponer de
aquellas cosas que envidiaba de los más ricos. Tales cosas por
supuesto no esperaba conseguirlas como la demás personas, a
través del trabajo, pues consideraba que la mayor parte de la gente
era estúpida y cobarde, simplemente despreciable, y solía referirse
a ellos despectivamente, en eso al igual como los delincuentes,
como “los giles”.
A Iván si bien contar con la simpatía de José, le evitó no tener
encontrones con él, no imaginó nuca las consecuencias que ello le
traería, viéndose de pronto atrapado en un engorroso compromiso
cuando José lo invitó a pasar las vacaciones del verano a
“mochilear” por el sur del país. Iván si bien hubiera podido
150
rechazar tal invitación, corría el serio peligro de que ello fuera visto
como un desaire por José, teniendo, quizás que consecuencias
desagradables. Así que aceptó, colocando solo como condición el
que el viaje fuese solo unos pocos días, no más de tres; aduciendo
que el resto del tiempo lo había ya comprometido en vacaciones
con su familia. Fue así como Iván involuntariamente se vio envuelto
en una inusual aventura veraniega, que los encontraría a ambos en
un momento caminando por un polvoriento y solitario camino de
campo del sur del país (donde era posible divisar una que otra casa,
muy de vez en cuando). En un momento José se percató de un
huerto de duraznos, y no dudo en ingresar para ver sacar algunos.
Era evidente por el alambrado y los carteles que se trataba de
propiedad privada, por lo que Iván le pareció poco tranquilizador
llegar y entrar así no más, pero José le aseguro que no pasaría
nada. A decir verdad a José le importaban muy poco las
aprensiones de Iván. Así, una vez dentro, se encaramó a un árbol, y
a modo de juego comenzó a lanzarle duraznos. Tal actitud se
volvió cada vez más escandalosa y atrevida, gritando y agitando
las ramas del árbol fuertemente para que la fruta cayera a raudales.
Nada mejor qué robarle a los ricos, y hacer justicia social como tú
dices. Iván cada vez más preocupado por su actitud le dijo: no será
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mejor que tengas más cuidado, para que no nos vayan a escuchar.
¿Qué pasa si llegan los dueños? Le dijo. José rió a carcajadas.
Por un momento Iván pensó que estaba exagerando. Hasta que de
pronto se quebró estrepitosamente la gruesa rama en la que José
se sostenía, sosteniéndose como pudo de otra. El ruido debió
escucharse a lo lejos, pues en ese mismo instante se comenzaron a
escuchar los ladridos de un perro. Estos luego se harían escuchar
cada vez con más fuerza a medida que este se acercaba. Iván
trepó rápidamente al árbol más próximo, mientras regañaba a José
por lo ocurrido. No hay problema Iván, verás cómo arreglo esto, le
dijo en tono muy tranquilo y sereno José. Así luego de soltarse de la
rama en que había quedado colgando, se acercó a su mochila y de
ella extrajo rápidamente una pistola, apuntando al animal, que en
ese preciso momento llegaba. Dos certeros balazos lo dejaron
estremeciéndose y quejándose lastimeramente en el suelo. Iván no
podía creer lo que estaba viendo. Pero no sería eso lo que más lo
consternó, sino vio como José se acercó al can que yacía en el
suelo aún con estertores, y apuntando nuevamente al animal le
descerrajó un tiro en la cabeza, el que literalmente hizo estallar la
caja craneal del animal, desfigurándolo por completo, quedando a
partir de ese momento completamente inerte e inmóvil en medio de
un charco de sangre.
152
Choqueado y aturdido por lo que había visto, Iván perdió la
conciencia, por un instante. En su mente, se repetía la imagen del
disparo haciendo explotar el cráneo del animal, arrojando trozos de
carne y sangre por doquier, una y otra vez. Unas bofetadas lo
hicieron recuperar el sentido. Era José que lo miraba extrañado.
Sentía un fuerte dolor de cabeza, producto de haberse golpeado al
caer. Pero en la mente a Iván lo único que se repetía una y otra vez
era la brutal escena del disparo.
¿Qué te pasa? le preguntó José.
Nada, le respondió Iván.
El olor a sangre que quedo en el ambiente, así como la camisa
salpicada de su amigo, le produjeron náuseas y una profunda
repulsión, estando a punto de vomitar. ¿Pero qué te pasa?, insistió
José.
¿No me digas que no puedes ver sangre?
Avergonzado por tal reacción, y aparentando estar en control de la
situación frente al amigo, Iván le respondió que no sabía que pudo
haberle ocurrido.
Luego de recoger algunos duraznos, salieron del lugar,
internándose en un bosque cercano alejándose rápidamente de allí.
153
Iván se sentía avergonzado por haber demostrado debilidad,
colocando en duda la credibilidad que José había puesto en él. En
un momento se arrepintió de haber presumido diciendo cosas, de
las cuales no era capaz; quedando atrapado en sus propias
palabras. Había hablado con ligereza de la revolución, de usar
armas, y todo lo demás, como si todo ellos fuese para él algo
normal.
José que captó la debilidad de Iván, lo comenzaría a probar.
¿Qué te pareció mi puntería? le preguntó José haciendo alardes de
su hazaña.
Y sacando la pistola agregó: hay que estar preparado para cuando
llegue la revolución. ¿No piensas lo mismo?
Al menos yo estoy listo, otros parece que todavía no.
Qué te parece la pistola y le alargó el arma, la que aún olía a
pólvora quemada.
¿De dónde sacaste esa arma? Le preguntó Iván.
Veo que te pones muy nervioso y te preocupas demasiado por
tonterías, le contestó.
154
Es que si nos llegan a encontrar con eso, nos pueden llevar preso,
le dijo Iván.
¿Y cuál es el problema? si viene alguien la tiro por ahí, y luego
regreso a buscarla simplemente.
Pero José la policía no es tonta.
¿Pero de qué policía me hablas en estos lugares?
¿Pero alguien debe haber escuchado los disparos?
¿Y eso qué? Aquí salir de caza, es algo normal.
Las respuestas de Iván le fueron confirmando a José que su amigo
no era lo que el imaginaba. El tembloroso cuerpo de Iván y la
palidez de su rostro revelaban claramente la conmoción por lo
sucedido. Por lo que le preguntó otra vez:
¿De verdad no tienes miedo?
Iván aparentando extrañeza por la pregunta, le respondió que no.
Entonces toma la pistola y dispara.
Iván se rehusría, argumentando no saber usarla.
¿Pero qué te pasa? No seas cobarde. Si es algo muy sencillo,
basta apuntar y apretar el gatillo; y disparo dos veces a un árbol.
155
Iván se estremeció. Ambos luego aprovecharían de lavar la ropa y
bañarse en un riachuelo cerca de allí. Pero ya no habría mucha
conversación entre ellos. Iván cambiaría de tema hablando de otras
cosas, evitando referirse a lo ocurrido, o reiterando, una y otra vez,
excusas por su comportamiento; las cuales por repetidas, se
fueron haciendo cada vez menos creíbles para José.
José había captado la debilidad de su amigo, y le agradó la idea de
jugar un rato con él. Así a momentos lo apuntaba con el arma y
medio en serio y en broma le decía.
¿Sabes? No sé porque no te mato ahora mismo; si hasta eres
capaz de denunciarme. En un cobarde nunca se debe confiar.
Iván aterrado no sabía si hablaba en broma o en serio. De él podía
esperar cualquier cosa. Así que prefirió permanecer callado y apuró
el paso, la idea era llegar cuanto antes al pueblo, y luego desde allí
volver lo más pronto a Santiago.
Una vez en el pueblo, en la pieza que habían arrendado, Iván
aprovechó un momento en que José fue de compras al almacén,
para ver tomar sus cosas y largarse. En la estación tomaría lo
primero que lo trajese de vuelta a Santiago. Incluso temió que José
fuera tras él, aunque parecía no tener mucho sentido. En la estación
esperó el próximo tren en dirección a Santiago, el cual le dijeron
156
pasaría por allí dentro de media hora; así que aguardó la llegada
del tren en un lugar estratégico donde podía observar la entrada de
la estación sin ser visto. Allí aún nervioso esperó hasta que el tren
por fin llegó. De José por fortuna no hubo señales. Una vez arriba
del carro recién pudo suspirar aliviado.
Al comenzar las clases el año siguiente Iván evitaría encontrarse
con José en el colegio; algo difícil en compañeros de un mismo
curso, pero partiría por cambiarse al banco más alejado de su ex-
amigo. Pero por más que buscaba alejarse de él, José no perdía
ocasión de burlarse y avergonzarlo frente a los demás compañeros,
con lo ocurrido aquella vez. Además de cobarde, mentiroso, se
mofaba de él. Afortunadamente para Iván la llegada de un nuevo
alumno, lo libró en un comienzo de tal inconfortable situación. Este
venía expulsado de un colegio del sector alto, lo que era evidente
por su vestimenta (las que si bien aparentaba descuido y suciedad,
eran ropas de marcas exclusivas y finas). Era un muchacho
taciturno y mal agestado que tenía una forma peculiar manera de
andar y pararse como desafiante y agazapada, similar a la de un
felino. Poses y actitudes, que José imitaría casi de manera calcada,
cuando se hicieron amigos. Tal amistad evitaría a Iván encontrarse
más a menudo con José; ya que desde ese momento, los dos, se
157
volvieron inseparables, despreocupándose casi por completo de
todo lo demás en el colegio. Desde ese momento fueron frecuentes
las veces que faltaran a clases o estando en ellas se ausentaran.
Una vez unos detectives llegaron al colegio haciendo preguntas al
director, y a los profesores. Se rumoreaba que los perros de
algunos vecinos habían sido envenenados en el barrio, teniendo
sospechas de que algunos estudiantes de ese colegio fueran los
autores de tales fechorías. Esto, porque testigos aseguraban haber
visto a un par de jóvenes de uniforme merodeando por esos
lugares, el día de los hechos.
Para Iván y sus compañeros, no hubo duda que se trataba de ellos,
pero nadie se atrevió a decir nada. Lo que se pudo ver es que los
padres del nuevo al parecer tenían importantes influencias, eso
porque a pesar de las graves irregularidades en los estudios, y las
faltas a clases, nunca se tomaron medidas disciplinarias contra
ellos. Lo curioso es que tal tipo de licencias se hicieron
extensivas incluso a José.
Para Iván, ese fue un periodo de gran aflicción en su vida, el que
finalizaría por fortuna poco tiempo después; cuando por razones de
trabajo sus padres se radicaran en Cruz de Bilbao una pequeña
ciudad costera del sur del país.
158
Para Iván eso fue simplemente un milagro, pues no sabía cuánto
tiempo más podría soportar alguna proximidad con su ex-amigo. De
José y del nuevo, no tuvo noticias por mucho tiempo; pero eso en
ese momento no le preocupaba. Tal hecho afortunado para Iván
significó literalmente volver a vivir, aunque lo ocurrido por aquella
época angustiosa quedaría grabado indeleblemente en su
memoria, siendo material posteriormente de más de alguna
pesadilla.
Tales hechos terminarían abruptamente la visión ingenua que Iván
conservaba aún de su niñez. Su vida desde ese momento no sería
ya la misma; esa en la que daba por sentada la bondad de las
personas, como la del mundo que le rodeaba. Ahora se impondría
la desconfianza y el temor, dejando atrás definitivamente el periodo
feliz y despreocupado de la infancia, cobrando conciencia plena de
la brutalidad, sufrimiento, y crueldad que existe en el mundo, y que
lo motivaría a redoblar sus intentos por superar su falta de coraje,
pues era algo imprescindible si quería ser consecuente con sus
ideales. Y si en algo tenía razón José, era que la revolución social
exigía hombres rudos, valerosos y violentos.
159
Capítulo IX
El viaje
Era de noche y me encontraba en la ladera de un cerro o montaña.
La oscuridad era absoluta, sin embargo un haz de luz proveniente
de la cima que a intervalos regulares (al igual que un faro)
iluminaba el lugar, dejaba al descubierto escenas de guerra
difíciles de describir. Gritos desgarradores y explosiones se
160
escuchaban de tanto en tanto. Era evidente que me encontraba
medio de una batalla, así que lo primero que atine fue a ocultarme
rápidamente detrás de unos arbustos. Una vez oculto pude ver el
feroz combate que se libraba a mí alrededor. Era lucha cuerpo a
cuerpo entre aquellos que subían, y otros que parecían defender
algo más arriba. Las escenas eran espantosas, y a la vez
grotescas. Vi como de pronto los de más arriba tomaron de rehenes
a algunos que subían, luego de arrancarles los ojos, los dejaron a la
deriva. Estos a tientas y alargando desesperada y penosamente sus
manos, fueron posteriormente atravesados por las bayonetas de
aquellos que venían desde más abajo. Era una guerra de todos
contra todos, y donde lo primordial era que cada uno protegiera tan
solo su propia vida. Vio consternado como estas atroces
situaciones se repetían a través de toda la montaña. Algo arriba
irresistiblemente los atraía. En un momento de tregua, me levante,
para ver qué que había en la cima de la montaña. Pude distinguir
algo semejante a un enorme diamante, que giraba lentamente, y
que al igual como las piedras preciosas, lanzaba sus destellos
luminosos sobre la montaña. Era la única luz que alumbraba ese
sórdido y sombrío lugar, solo para dejar a la vista solo las horribles
escenas del encarnizado combate. Arriba, un cielo desprovisto de
estrellas, se mostraba como una bóveda oscura y ominosa.
161
Angustiado, y temeroso de que me fuesen a descubrir, me oculte
nuevamente de aquellos que subían amenazantes, con los rostros
desencajados por el odio, y bayoneta en mano. De pronto alguien
detrás de mí, me sujeto por el brazo. Al voltearme, un anciano con
su índice en la boca, me indicaba que guardara silencio. Luego en
voz baja, dice que me quede tranquilo, que no me hará daño. En
ese momento, en un grupo que subía, reconocí a un amigo. Quise
levantarme para hablarle, pero el anciano me lo impidió diciéndome
que no lo hiciera por ningún motivo, sino lo lamentaría. Es preciso
que veas algo antes me dijo. Así en un momento, en que se produjo
un cese en el combate, me condujo a una especie de caverna
oculta, la que se abismaba por dentro de la montaña.
Al entrar, me preguntó:
¿Quieres saber lo que hay arriba? Y sin esperar respuesta agregó:
te lo voy a mostrar.
Ascendimos a través de oscuras e inmundas galerías, apenas
alumbradas por el fuego mortecino de algunas antorchas con fuego
en las paredes. Todo era suciedad y telarañas y a momentos
sentía como pasaban sobre mis pies unas sorprendentes ratas
gordas, alimentadas probablemente por los abundantes restos
humanos que por allí había. Cuando salimos de la caverna, nos
162
encontrábamos estábamos la cima, exactamente debajo del gran
diamante. Este se encontraba en una enorme meseta, donde
permanecían atrincherados los que defendían ferozmente tal lugar
arriba. Algunos de sus rostros me eran familiares, (eran de
personajes importantes). Empuñaban unas guadañas, las que
usaban con una sorprendente habilidad y maestría, cortándole el
cuello a quienes intentaba subir, haciendo gala de una precisión
simplemente asombrosa.
Caminé por una superficie blanda y fangosa, que con asco y algo
de nauseas, vi que se trataba de una mezcla de barro y sangre
acumulada en el suelo. Por donde miraba las escenas más
escabrosas y macabras, en el suelo abundaban cuerpos humanos
desmembrados y mutilados.
Claramente la hipnótica luz del diamante ejercía sobre todos ellos
una poderosa atracción, haciéndolos perder absolutamente la
razón. En medio de la gran planicie se alzaba un enorme templo, y
flotando sobre él, giraba el enorme diamante lanzando sus potentes
destellos sobre la montaña.
El anciano me guió hacia el templo. Pude advertir que nadie
reparaba en nosotros, como si fuésemos invisibles. Al traspasar la
enorme y lujuriosa puerta de oro macizo y piedras preciosas, nos
163
encontramos de pronto dentro de una enorme catedral. Adentro
como un altar, había una mesa de mármol, de la que subían como
humos o vapores. Nos acercamos a ella, y vi a través de su grueso
vidrio que la cubría, como aparecían rostros fantasmagóricos en
medio del humo y las llamas, las que parecían provenir del centro
de la tierra. Eran de personajes recientes y del pasado. Sus rostros
arrogantes, rígidos, fríos, y soberbios de pronto se volvían de
piedra, como si se convirtiesen en estatuas. Un halo de
grandiosidad, como de malignidad había en ellos. Sin duda eran
estatuas.
Mi acompañante me dijo ¿lo viste ya?
¿Las estatuas? Le respondí.
No, el papel sobre la mesa.
En ese momento me percaté que había un pequeño trozo de papel
adosado al vidrio, y en él, algo escrito. Me acerque un poco más y
apenas pude distinguir la palabra "NADA".
¿Supiste lo que hay arriba? Me preguntó el anciano.
Si le dije.
Vámonos, pronto de aquí ya nada más hay que hacer.
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Regresamos por la misma caverna, y descendimos de la montaña,
ocultándonos a veces de aquellos que subían y que a cada
momento parecían aumentar en número, incrementándose con ello
el fragor de la batalla, así como las atrocidades.
La situación abajo, era algo más tranquila.
Mi guía me preguntó:
¿Te fijaste en las piernas de los que subían?
No, conteste.
¿No notaste algo extraño? Me volvió a preguntar
Creí recordar haber visto algunos con patas de cordero, y se lo dije.
Por cierto, me respondió: todos tienen patas de cordero.
¿Todos?
Si todos, de otra manera no habrían subido.
Agradece haberte encontrado conmigo, sino los patas de cordero te
hubiesen pisoteado.
¿Y quién eres tú? le pregunte.
Escuche claramente su nombre, pero este se volvió cada vez más
extraño, incomprensible y lejano, hasta que de pronto desperté.
165
Yacía en mí cama. Estaba en mi pieza y si bien la ventana estaba
cerrada, arriba de ella, por el tragaluz, penetraba la luz del sol como
si fuera mediodía. No recordaba nada de lo ocurrido anteriormente,
aunque albergaba la opresiva sensación de angustia y vacío
producto de tan deprimente sueño. Parecía no tener nada sentido,
y por un momento vi claramente la futilidad de vivir. Todo era
absurdo, superficial y vano. Aletargado, y sin ganas casi de
moverme, pude ver el lento arremolinarse del finísimo polvo en
suspensión, que la luz del sol, ingresando a través del tragaluz,
transparentaba, yendo a dar a los pies de mi cama. De improviso,
todo se oscureció, como si bruscamente se hiciera de noche. Sentí
pavor y luché intensamente por despertar, pues aún me encontraba
dormido; lo cual me resultó enormemente difícil, pues sentía mi
cuerpo completamente paralizado y entumecido, de manera similar
a cuando se nos duerme una pierna. Era incapaz de cualquier
movimiento, mientras una sensación de hormigueo recorría todo mi
cuerpo. Luche desesperadamente por abrir los ojos, pero el sopor
era tan intenso, que me volvía una y otra vez a dormir. Cuando
logré mantener los ojos abiertos, vi que me encontraba
nuevamente en mi cuarto. Era de noche. Con enorme dificultad
moví mi mano procurando encontrar el interruptor de la lámpara
sobre él velador. Curiosamente mis manos se dirigieron al lugar
166
equivocado. Algo dentro de mí, parecía querer impedir a toda costa,
que despertara. Finalmente logré encender la luz, aún así el sueño
continuaba siendo intenso. Me erguí sobre la cama, y me senté
sobre ella. Aún así, el entumecimiento y el hormigueo continuaba
por todo mi cuerpo. Así que me levanté y me pasee un rato por la
pieza. La atrapante sensación parecía estar cediendo lentamente.
Me senté en el borde de la cama, y encendí un cigarrillo. Luego de
un rato, creyendo y una vez que creí estar en control de la situación,
apague el cigarrillo y me recosté sobre la cama. La sensación
opresiva retornó con fuerza nuevamente. Debí luchar intensamente
para volverme a levantar. Decidido a terminar de una vez con ello,
fui al baño y me di una ducha fría. El agua alejaría definitivamente
esa opresiva sensación. De regreso a la pieza, y temiendo todavía
regresara ese agobio, no me quise acostar de inmediato. En cambio
tomé la Biblia que tenía sobre el velador y la abrí al azar. Me
encontré con el pasaje donde Jacob relata cómo este luchó durante
toda una noche con un ángel, hasta que este finalmente lo bendijo.
Media hora después, más relajado, me recosté nuevamente sobre
la cama y no supe en qué momento me volví a dormir. El sueño
pareció proseguir. Me encontraba nuevamente junto al anciano
guía, e iba de noche a través de una llanura desértica. En el
167
horizonte se podía observar como una leve luminosidad
crepuscular. Atrás, podía ver cómo la montaña resplandecía a raíz
de las explosiones, tiñendo de tonalidades rojizas y amarillas la
oscuridad de la noche.
De pronto, aparece de la nada una carroza tirada por caballos
negros viniendo al galope, frenándose justo a nuestro lado. El
cochero dice: ¡arriba! Mi guía me insta a subir. Una vez arriba el
cochero con un látigo fustiga los caballos, los que parten
raudamente a galope tendido. Puedo observar a través de las
ventanas del carruaje, como en la semioscuridad de la noche, pasa
por pueblos deshabitados y fantasmales (parecido a pueblos
mineros abandonados). La carroza se detiene finalmente frente a
una vieja iglesia en ruinas. Bajamos, nos despedimos del cochero,
partiendo el carruaje nuevamente de manera rauda perdiéndose a
nuestra vista en la oscuridad de la noche. Dentro de la iglesia, veo
como figuras fantasmales orando en medio de las ruinas, las que
parecen no notar nuestra presencia. Mi guía me lleva a un cuarto
detrás de un altar cubierto de escombros. Dentro hay un viejo
escritorio, y detrás un funcionario que oficia de recepcionista
dormita sobre un enorme libro. Mi guía lo despierta y le dice mi
nombre. Procede a buscarlo en el libro. Cuando lo encuentra nos
168
indica una puerta. El anciano guía me advierte: que no me
despegue de él, pues esta es mi última prueba. Me inquieta saber
que estoy siendo sometido a algún tipo de prueba. Entramos a una
pieza vacía, y tomamos asiento en una especie de banca
empotrada en una pared. El anciano me dice: ahora nos resta solo
esperar. ¿Esperar qué? Le pregunto. En ese instante todo se torna
sorpresivamente luminoso y brillante, con colores
extraordinariamente vivos e intensos, lo cual contrasta
abrumadoramente con esos tonos grises y oscuros que nos habían
acompañado en esa ya larga y opresiva jornada, y lo cual había
inundado mi espíritu de deprimentes emociones. De pronto estoy
en un enorme salón muy bello de ostentosos y finos mobiliarios.
Sus paredes están cubiertas de terciopelo rojo y de espejos los que
parecen multiplicar al infinito ese lujurioso y sofisticado lugar.
Cómodos sofás y sillones parecen invitar a relajarse. Una orquesta
tocaba suavemente una versión orquestada de la marcha alemana,
“Lily Marlene”, en lo que parece ser una fulgurante y espléndida
fiesta. Cautivado por lo embriagador ambiente, aceptó la invitación
a sentarme en un confortable sofá que me hacen unas amables
personas. Mi guía me lo impide, y me insta a que lo siga. En ese
momento aparece ante mí Angélica, bella y radiante, tal como la
última vez que la vi. Por años la había buscado infructuosamente y
169
de manera sorpresiva e inesperada ahora la tenía frente a mí. No
pude contener las lágrimas. La abrazó y le preguntó, qué se había
hecho. De pronto su cuerpo se torna frío y rígido, comprobando con
desilusión, que se trata solo de un maniquí. Siento la voz lejana de
mi guía que me grita que lo siga, y no haga caso de las
alucinaciones. El maniquí adquiere vida nuevamente, atrapándome
en su irresistible ilusión. No la mires, es una bruja dice él anciano.
En ese momento sus cabellos se transforman en cientos de
pequeñas serpientes, al igual como la medusa de la leyenda. Un
tirón violento me hace caer de bruces, rodando por el suelo. Mi
percepción se vuelve inmanejable. Desaparece de la pieza todo,
excepto los espejos, los que veo distorsionan mi apariencia, y me
impiden toda orientación. Estoy como dentro de un enorme
caleidoscopio. A cada movimiento, mi cuerpo se proyecta en
diversos sentidos a la vez. Siento náuseas y mareo. De pronto todo
comienza a girar alrededor de mí. Primero, lentamente, para luego
progresivamente volverse cada vez más vertiginoso, como si
estuviera dentro de una gran batidora. Pasan por mi mente una
gran cantidad de imágenes y recuerdos de situaciones vividas, me
parecen absurdas y carentes de sentido. ¿Qué vale la vida si esta
acaba en cualquier momento? Finalmente siento como si estuviese
siendo tragado por un gran agujero negro que lo absorbe todo en
170
dirección a la nada. Escucho risas. Me parece absurdo reír. De
pronto estoy nuevamente frente al anciano guía, el que me dice
algo que no acierto a comprender. Me pide que me sujete a un
cordel blanco atado a su cintura, y que no lo suelte. Solo en ese
instante reparó que viste un oscuro hábito marrón, parecido al de
los monjes capuchinos. Agárralo firme y no lo vayas a soltar me
dice y también mantén los ojos cerrados y no los abras hasta que te
avise, sino te volverás a perder. Me agarro firme del cordel,
dejándome llevar. Luego de caminar a tientas por un rato, me dice
que ya puedo abrir los ojos. Enfrente de mí, una estrecha abertura
circular en una pared. Mi guía me insta a que ingrese por ella.
Accedo gateando. Es una especie de túnel angosto; el cual permite
el paso de una persona a la vez. Mi guía ingresa detrás de mí. Ya
adentro dice: Nos encontramos “en el camino angosto”. Lo dice
como si supiera a que se refiere, luego misteriosamente agrega:
“por el camino angosto, solitario se va...”. A tientas, y en la más
absoluta oscuridad, me arrastro un buen rato, hasta que por fin
puedo vislumbrar la esperada luz al final del túnel.
Al salir la luz me enceguece. Cuando esta se hace tolerable, se
presenta ante mí un hermoso y bello paisaje. Estamos en un valle,
a los pies de una imponente montaña. Grandes manchas verde-
171
oscuras de arboles boscosos, la cubren casi completamente. Veo
sobre el algunas escarpadas y rocosas laderas cubiertas de nieve.
Una atmosfera prístina y transparente, nos permite respirar a pleno
pulmón su aire puro y fresco. En la cumbre de la montaña un tibio y
amable sol comienza recién a despuntar. Cerca el murmullo de un
arroyo de cristalinas aguas, el que transparenta un lecho de
piedras y musgo verde. Frente a nosotros un sendero en medio de
flores y plantas, el que se extiende en dirección a la montaña. No
se ve nadie, y salvo el susurró leve de la brisa, y el canto ocasional
de algún pájaro, nada parece romper el abismante silencio que
impera allí. Me siento completamente en paz y sereno, aunque se
apodera de mí a momentos un sentimiento de honda melancolía y
soledad.
Mi compañero pregunta: ¿Deseas subirla?
¿Adónde lleva le pregunto?
No lo sé. Si lo quieres saber, deberás descubrirlo por ti mismo,
nadie te lo dirá.
Luego continúa: Aquí nadie te impedirá subirla, pero la exigencia es
solo una: que a partir de este momento vivas en la más absoluta
soledad. Y lo que hayas de encontrar de ahora en adelante es
totalmente incierto. Nada más te puedo decir.
172
¿Qué te parece? ¿Qué dices? ¿Te atreves a subir o prefieres
regresar adonde nos encontramos por primera vez?
Ahí por supuesto, podrás encontrarte nuevamente con tu amigo.
La idea de vivir para siempre solo era enorme desoladora y triste.
Recordé los momentos inolvidables vividos junto a tantas y tan
entrañables personas en mi vida. Finalmente me quedé con el
recuerdo de mis padres y de Angélica, y no pude aguantar las
lágrimas.
Eres afortunado, me dijo el anciano guía; puedes elegir, otros
ignoran lo que has visto, o mejor dicho, se niegan a verlo.
Vamos ¿Qué dices? Que se nos acaba el tiempo.
Parecía no tener alternativa, la otra opción era volver a un
inframundo oscuro y horroroso.
Subiré, le contesté.
Apena hube dicho eso, desapareció, lo que me provocó un enorme
pánico. Solo comparable con la que sentí alguna vez en mi niñez.
Cuando tuve por primera vez consciencia de la soledad. Mi madre
esa vez había salido a comprar a una tienda cercana mientras
jugaba en el patio, fue solo un momento, no más de cinco minutos;
pero al darme cuenta que me encontraba completamente solo, una
173
enorme angustia se apoderó de mí. Ahora tenía la misma
sensación, y lo más grave es que sería para siempre. Era la más
absoluta soledad, la que si bien me tendía su mano amable y
sincera, esta era fría como el hielo. Sentí, como si de pronto todos
aquellos que alguna vez pasaron por mi vida, hubiesen sido
arrancados para siempre en tan solo un instante. Angustiado, grite
para que mi acompañante volviera. Pero ya era tarde; la decisión
había sido y no había vuelta atrás.
Sin nada más hacer, inicié el ascenso, lenta y tristemente por ese
estrecho sendero, que fue mostrándose más amable de lo que
originalmente parecía. Pero ni la época más oscura de mi vida fue
comparable con la infinita soledad de aquellos días. Incluso creí a
momentos haber equivocado mi decisión. Ese otro mundo no podía
ser tan malvado y perverso, si permitía el contacto humano. Hasta
imaginé conversar en ese instante con ese amigo, (ese que no le
pude hablar). Pero al final, sabía que era autoengaño, tan solo un
intento por auto-convencerme de que aquello fuese preferible a la
soledad. Qué miserable me pareció la vida del hombre, siempre
mendigando calor, cariño y compañía de los demás, aunque estos
pudiesen llegar a ser tus peores enemigos.
¿Es que existe realmente amistad en el mundo?
174
O sea tan improbable cómo el amor. Por supuesto, amor y amistad
verdadera; no las venales pasiones sexuales, filiales o gregarias.
Por supuesto la vida social parece tener ventajas, principalmente
disfrutar el autoengaño de la cálida y grata compañía de los demás,
así como la vana ilusión de sentirnos protegidos, y apreciados. El
costo a pagar eso si es enorme: pues debes sacrificar tu propia
conciencia individual; pues para vivir en ese mundo y no haya
fricciones, deberás adecuarte a su aceptada, estandarizada
superficial manera de ser y obrar. Si no es capaz que te vean como
un inadaptado, un individualista, o lo peor, un egoísta, un
misántropo. Eso por no soportar la farsa de llevarse bien con los
demás, debiendo bailar la tonada que te quieran imponer, cuando
ellos quieran, a su ritmo y compás. Deberás ajustarte a su uniforme
parecer, el que de manera clara y escrupulosa te dirá a quien
obedecer, amar, odiar e incluso asesinar (si es necesario). En ese
caso no solo serás aprobado, aceptado y apreciado, sino incluso
aclamado, glorificado, y tal vez hasta santificado; negarte por el
contrario, significará ser estigmatizado, excluido, perseguido, y por
último digno de ser olvidado, tal como Judas un traidor. Tal era el
encarnizado dialogo que agitó mi alma aquellos primeros días, sin
duda acicateado por la soledad, la angustia, el despecho y el dolor.
175
A fin de evitar ese martirio interior, me obsesioné por llegar a la
cumbre lo antes posible. Necesitaba una esperanza a la cual
aferrarme, y pensé que si tal vez me apuraba, tal vez algo
encontrase pronto. Así cada día me levantaba con la ilusión y fe de
que ese día finalmente llegaría a la cima.
Un leve cosquilleo en el brazo me despertó un día casi al amanecer.
Pensé de inmediato que se trataba de alguien. Así que muy
animado me levante y busque en los alrededores, confirmando al
cabo de un rato que continuaba solo. Todavía no abandonaba la
esperanza de que fuese una persona la que me despertó, cuando
de pronto vi aparecer un pequeño conejo blanco de entre medio de
los arbustos. Ello me motivaría a apurar aun más el tranco ese día,
pues ese pequeña esperanza había dado paso al desaliento y la
rabia. Luego de un día de frenético ascenso, me detuve un
momento a beber agua, y a descansar un poco. Sentado a la vera
del camino observé como apareció nuevamente al pequeño conejo
blanco. Me acerqué para ver si podía tomarlo, huyendo
rápidamente. Me volví a sentar, pensando que iba a ser inútil tratar
de atraparlo, por lo que me quede mirándolo. Sentí pena de mi
mismo, pues parecía que ni siquiera ese pequeño conejo quería
hacerme compañía. En ese momento algo asombrado pude ver
176
como este se lentamente se fue acercando, hasta no quedar a más
de un metro. Me quede quieto, para no espantarlo. En un momento
ladeó su cabeza para mirarme de reojo, mientras movía
nerviosamente su nariz. En el momento que me levante arrancó
nuevamente, hasta desaparecer a mi vista entre los arbustos. Lo
anduve buscando un rato, hasta que lo di por perdido. Esa noche
cuando me hube acostado, y estaba por dormirme, sentí como algo
se acurrucaba a mis pies. Presentí que se trataba del conejo
blanco, el cual parecía buscar el calor de mis pies. Esa noche evite
moverme para que así no huyese.
Al otro día, continuaba allí, pero cuando trate de tomarlo
nuevamente arrancó. Así que me olvide de él, y me dispuse a
continuar con mi afanada tarea por llegar a la cima.
Pude notar que ocurría algo curioso, pues si bien al terminar el día,
siempre tenía la impresión de encontrarme ya muy próximo a la
cumbre, al levantarme al otro día esta parecía alejarse más. Y fue
así como fueron pasaron días, meses y tal vez varios años, en
que terminaba la jornada cansado, rendido y desalentado de no
haber otro día más, conseguido el objetivo.
No recuerdo exactamente cuando ese ímpetu y ansias por llegar a
la cima, lentamente fue cediendo y disminuyendo hasta
177
desaparecer. Tal vez fue cuando pensé que tal vez no existiera
ningún lugar al cual llegar. Fue así, casi sin darme cuenta, como
fueron paulatinamente quedando atrás: deseos, impaciencias, y
aprensiones. Y si bien mantuve firme y constante mi disposición a
subir, esta se fue volviendo más tranquila y serena. Ayudo por
supuesto a ello también la fiel compañía de mi diminuto y blanco
amigo, del que me fue encariñando cada día más, y el que ahora
no necesitaba correr tan de prisa tras de mí, para darme alcance.
Observé como mi percepción se había ido modificando,
contemplaba con más detenimiento e interés cosas que antes
habían pasado casi desapercibidas. Era como si de pronto cosas
tan simples y sencillas como: los árboles, los pájaros, las flores, el
aire, el sol, y hasta el agua, cobrasen una inusitada belleza y valor
revelándome aspectos insospechados los que habían permanecido
prácticamente ocultas hasta ese momento. Fue así como de pronto
una grata, profunda, y grata sensación que espontáneamente
brotaba de mí ser, me fuese envolviendo. Nada me impacientaba.
Podía pasar varios días sin alimento, ni agua, y mi ánimo sin
embargo no decaía. Y cuando estas cosas luego aparecían, era aun
más grato y placentero poder disfrutarlas. Comprendí que tan solo
se era pobre, cuando se era incapaz de disfrutar de aquellas cosas
178
simples e inadvertidas. Desde ese momento y cómo demonios en
fuga, se alejaron temores y angustias. Disfrutaba de cada instante
de ese intenso ascenso, sintiendo como cada paso era uno más
hacia una más plena libertad. Libertad que me permitió ir siendo
feliz, con lo que gratuitamente la vida me daba y sin nunca quedar
encadenado a nada.
No recuerdo cuando perdí la cuenta del tiempo que había
transcurrido, desde que comencé en esa solitaria peregrinación, en
la que cada nuevo día, era una nueva invitación al desafío, el juego
y la aventura, tal como era cuando niño; para así, al final del día
acostarme con mi espíritu tranquilo y sereno. De cara al cielo,
mirando la infinitud de estrellas y con los pulmones completamente
henchidos de ese límpido aire fresco de la montaña, junto a la fiel
compañía de mi diminuto y frágil amigo, sintiendo su calor y agitado
corazón latir cerca de mí.
Quedó así atrás todo afán por llegar a la cumbre. El viaje era un fin
en sí mismo. Y a veces cuando me detenía a mirar a lo lejos, me
daba cuenta a la gran altura que había llegado. Recordé cuando
recién comencé, esa vez solo podía ver el valle donde había
partido; luego paulatinamente fueron apareciendo en el horizonte,
cerros y cordilleras; para tras ellos aparecer la costa y el mar; y
179
luego, islas en el mar. No sabía a la altura que me encontraba, pues
la percepción de las distancias no me parecía la normal, pues
aunque el mar estuviese, a lo mejor a cientos de kilómetros,
igualmente podía distinguir con claridad y nitidez las embarcaciones
que lo surcaban. Así como de vez en cuando también el imponente
emerger de enormes ballenas en el mar. Mi dicha en ese momento
hubiese sido completa, si la hubiera podido compartir con alguien.
Un día, al amanecer la algarabía y graznidos de una multitud de
pájaros que paso aleteando estruendosamente sobre mí cabeza
gratamente me despertaron. Ello alegró particularmente mi corazón
ese día, motivándome a cantar a todo pulmón, como desde quizás
de joven no lo hacía. Presentía que algo especial ese día, me
traería.
Al atardecer, en un momento que había reanudado mi ascenso, me
encontré con una extensa explanada de enormes y milenarios
alerces (de cincuenta metros o más de altura), los que parecían
tocar el cielo con sus ramas. Por un momento pensé que tal vez,
había llegado a la cima; curiosamente, ello no motivó una especial
alegría; por el contrario, sentí cierta nostalgia y pena; pues parecía
que ello daba término a un periodo de enorme dicha y ventura en
mi vida.
180
Luego de internarme entre los alerces, pude llegar a un claro en
medio del bosque, de forma perfectamente circular, lo que daba la
impresión de encontrarse dentro de un castillo amurallado por esos
gigantescos arboles, y donde solo muy arriba era posible ver el
cielo. Lo imponente del panorama me impidió en un primer
momento darme cuenta lo que había en medio del claro. Me
estremecí profundamente al percatarme de ello. Alrededor de una
mesa, varias personas conversaban plácida, pero animadamente.
Tal fue mi conmoción, qué lloré de alegría. Una emoción tan grande
no la recuerdo desde niño. Sentí a esos desconocidos, como si
fueran mis propios hermanos.
Uno de ellos, que hará de anfitrión, y tenía la costumbre de reír
cada vez que decía algo, fue el primero en saludarme:
Somos los solitarios del mundo, bienvenido a nuestra comunidad, y
a de inmediato rió.
Era tal la emoción, que atolondradamente intenté decir un serie de
cosas; logrando solo magullar una serie de incoherencias
sinsentido. El tiempo sin hablar, había atrofiado mí habla, y no
lograba coordinar lo que pensaba, con lo que decía. Mi anfitrión,
rió, y me dijo no había prisa, pues habría todo el tiempo como para
escuchar lo que les quisiera contar, y nuevamente rió.
181
La suya no era una risa burlona, ni molesta, aunque tenía un
finísimo toque de ironía, con la que quitaba toda gravedad a lo que
decía, Diría que era como la risa de un niño, musical y contagiosa.
Junto a él, un sujeto aparentemente más viejo, delgado, de mirada
dulce y amable. Ambos vestían a la usanza del siglo XIX. Mi
anfitrión, como de unos cuarenta años, lucía enormes mostachos,
el otro como de unos sesenta años usaba unos delgadísimos lentes
redondos, sobre su nariz afilada, y los que transparentaban unos
sinceros ojos claros. Con ellos una mujer de unos treinta años de
edad, de abundante y larga cabellera suelta y oscura, la que caía
sobre espaldas, contrastando con su larga túnica blanca. Algo atrajo
mi atención en ella, era algo en sus manos. Era un extraño artilugio
que giraba constantemente. Eran como dos pececillos
persiguiéndose por la cola, muy parecido al signo piscis del zodiaco.
Los demás no más de doce o trece, lucían atuendos sencillos pero
de épocas pasadas. Me parecieron muy dignos, calmos y serenos,
siendo la expresión más auténtica de cordialidad y sencillez que
haya visto.
No te quedes parado allí, toma asiento, dijo uno de ellos.
182
Debes venir cansado del viaje, y señalo una rústica pero
extrañamente cómoda silla de piedra recubierta por la piel de algún
animal.
¿Y ahora qué piensas de tu elección? dijo mi risueño anfitrión, para
luego como de costumbre, reír.
Creo fue la correcta, contesté.
Pero este no es el camino que la gente prefiera usualmente
respondió, riendo de manera algo intermitente, lo que me pareció
aun más gracioso.
Luego agregó: así son las cosas, solo llegan cuando menos las
esperas, dijo en tono misterioso, y volvió a reír.
Pero cuéntanos algo de ese mundo que provienes, el que por
fortuna nosotros hemos olvidado ya.
Dinos: ¿De qué conversan? ¿Qué hacen? preguntó.
De guerras y negocios, le dije.
De de lo que tienen, o desean tener tales como: bienes, dinero,
éxito, ser poderosos, y famosos, o bien tener familias numerosas;
lo demás para ellos es perder el tiempo.
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¿Y es que posible ganar el tiempo? Preguntó extrañado mi
interlocutor.
Esta vez, todos rieron.
Cobré conciencia, que si bien siempre había utilizado tal expresión,
nunca me había preguntado realmente que significaba; y me di
cuenta que claramente parecía no tener ningún sentido.
¿Ganar o perder el tiempo?
Y además de ganar el tiempo que más hacen, continuó.
Viven por lo general una vida muy triste, pero ni siquiera lo saben.
En ese momento sus rostros reflejaron una auténtica pena y pesar.
Es verdad pero nada se puede hacer, es su elección respondió uno
de ellos.
Por algo nos alejamos de allí, dijo otro.
De pronto algo en la mesa me llamó la atención.
Al darse cuenta de mi curiosidad, uno de ellos dijo: acércate para
que lo puedas ver.
Dije, que me parecía haber visto una mesa similar en otra parte.
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¿Similar? Contestaron sorprendidos, y luego rieron casi al
unísono.
La mesa era de alguna madera noble, tal vez, roble o nogal, pero
esta labrada de manera rústica, y estaba asentada sobre una base
de piedra. El cristal que la cubría, transparentaba algo proveniente
de más abajo. Me acerque, pero solo vi algo como una nebulosa.
¿Que viste? me preguntó.
Nada, contesté.
Fíjate bien, insistió.
Miré y de nuevo no pude distinguir nada especial; hasta que de
pronto algo se comenzó a insinuar, muy poco a poco sobre la
superficie del vidrio. Al comienzo era una figura tenue y difusa. Esta
luego se fue haciendo cada vez más clara y nítida, hasta adquirir
contornos precisos. Pude ver claramente se trataba de un rostro. El
rostro era de un niño. Vi que me miraba a los ojos y se sonreía. El
rostro por alguna razón me era particularmente familiar, pero en un
primer momento no lo reconocí. Me sorprendí luego de no haberlo
reconocido de inmediato, porque era mi propio rostro, el rostro de
cuando era niño.
¿Que viste? Me preguntó.
185
A mí mismo, contesté.
En ese momento todos rieron y yo también reí con ellos. La risa se
volvió tremendamente contagiosa, y amenazó con prolongarse
indefinidamente. Mientras reía escuché claramente una voz que
decía: “¿es el fin del viaje?”. A la vez que otra voz respondía: “el fin
es el viaje”. Como si fuera un eco esta se repitió varias veces…
hasta que de pronto desperté riendo.
No amanecía aun, pues pasó todavía un rato antes que el bullicio
de los pájaros se hiciera sentir en los árboles enfrente de la casa.
Estaba muy tranquilo y sentía una grata mezcla de sentimientos, en
la cual predominaban una inefable y arrobadora sensación de paz,
felicidad y armonía
Esa vez y en una misma noche estuve en el cielo y en el infierno, y
que pude comprobar que ambos lugares, solo se hallan dentro de
uno mismo.
186
Capítulo X
Equinoccio de Primavera (Explicación al margen)
Creo que todo libro debe una explicación.
Pero este creo, la debe con mayor razón.
Diré a modo de orientar al lector, que este libro consta de cuatro
partes.
Y esta, la primera parte, tiene relación directa con la primavera, esto
por ser la primera: (la prima – el primer – vera – verdor).
187
Espero en un futuro si los astros me son propicios (como solía decir
Borges), que la muerte no me impida su conclusión.
La cosmogonía de Francisco
Cuando la rueda de la existencia, se echa a rodar, la muerte no
existe. La vida parece infinita, y nos entregamos a ella con
despreocupado optimismo. En esa época, todo nos resulta
novedoso, apasionante y entretenido, eso a pesar de lo terrible,
cruel y espantosa, que la vida pueda llegar a ser para algunos. Pero
en esos momentos las ganas de vivir son enormes, por lo que
queda todo de lado, salvo disfrutar en plenitud de la vida. Se vive
intensamente, especialmente los momentos gratos y placenteros.
La muerte no es algo que nos ataña; es algo que le ocurre a otros,
188
generalmente, a los más viejos, y no se nos pasa por la mente, que
esta algún día nos vaya a alcanzar. En esos momentos, podemos
decir con justa razón: que somos inmortales y eternos.
A tal periodo de nuestra existencia, donde se inicia la vida,
asociarla a la primavera parece lo más lógico, ya que es la estación
donde todo comienza o vuelve a recomenzar; y las cosas,
parecieran expresarse con mayor plenitud fuerza y vigor,
ofreciéndonos un mundo grato, bello y lleno de colorido a nuestros
sentidos, así, como un futuro pletórico de esperanza, optimismo y
fe; indispensable en el inicio de cualquiera obra humana.
Esperanza, optimismo y fe que espero también se traspase, así
como inspire esta obra.
Obra, que abordé muy tardíamente, solo cuando comprendí a
cabalidad la enigmática y sorprendente cosmogonía en que se
fundaba el pensamiento de Francisco y me creí capaz de ser un
fiel transmisor, además de su afortunado receptor.
Tal honor y privilegio me ha impuesto una deuda que
probablemente nunca esté en condiciones de pagar, y que siento
me obliga a cumplir de manera especialmente fiel y rigurosa con lo
que era su deseo original: poder plasmar, no en un ensayo, sino a
través de una novela sus ideas. Y si bien me pareció ello algo
189
extraño, pues lo razonable era expresarlas a través de un ensayo,
más tarde comprendí el motivo de su deseo. Esto era porque decía:
que el pensamiento en todos nosotros, no era posible desligar de la
propia vida personal; de las experiencias vividas; de la época
vivida, con quienes compartió; en resumen, solo era posible de
comprender cuando se tomaba como un todo.
Y es por ello, que esta novela no sea tal vez como se concibe una
novela habitualmente: solo como una historia entretenida, sino que
además incorpore convenientemente su pensamiento. No hacerlo,
privaría a este relato de la parte más sustancial de su vida: esta
cuando en soledad y el silencio reflexionaba acerca del mundo, de
la gente y su propia existencia.
Reflexiones y pensamientos que quedaron por fortuna registrados
de manera suficiente en sus escritos, y que voy a intentar además
queden reflejados en el texto. No hacerlo significaría mostrar solo la
cáscara de su vida, perdiéndose gran parte del complejo mundo de
este enigmático ser, dentro de lo cual, especialmente se encontraba
una muy singular cosmogonía.
Cosmogonía, que en un comienzo no me pareció diferente, a la de
otros grupos místicos o esotéricos: esto en cuanto a la
interpretación de ciertos símbolos, y que tienen su origen, por lo
190
general, en diversas antiguas culturas. Símbolos en la actualidad
reconocibles casi por todo el mundo, pero a los cuales Francisco no
solo les daba una particular interpretación, sino que además
mostraba la forma en cómo estos operaban a través de la historia.
Tal cosmovisión eso sí, nunca la asoció a fuerza o entidad externa,
fuese de carácter divino, o extraterrestre o sobrenatural, tal como se
ha puesto de moda hoy en día, sino vio en ello algo muy propio y
distintivo del ser humano, y que finalmente tenía relación con el
misterio mismo de la vida.
Al comienzo no le di mucha importancia pues parecía no diferir
mucho de lo que otras doctrinas habían ya formulado antes, pero
luego esto fue variando, cada vez más significativa y notoriamente,
en la medida que fue profundizando en ellos, revelándole aspectos
absolutamente originales e insospechados. Algo que tal vez el
extrajo de su propio inconsciente colectivo, de manera similar a
como C.G. Jung lo hacía con los arquetipos.
Juan B. Lobos
Los arquetipos.
191
Pareciera que las cosas importantes en la vida de las personas
tienen su origen en el azar y la casualidad. Es como si estuviesen
aguardando el momento propicio para desviarnos de la senda
siempre segura por la que discurren de manera rutinaria nuestros
quehaceres diarios. Y eso es lo que ocurrió, para que los símbolos
de pronto cobrasen una inusitada importancia dentro de mi vida;
pues, si algo era lejano y distante en ella hasta ese momento, era
todo lo que tuviese relación con aquellas cosas denominadas
“espirituales” o “esotéricas”. Mi educación había sido estrictamente
racional, lógica y científica, como también luego lo sería mi
formación profesional; lo cual me había entregado una concepción
absolutamente realista y objetiva del mundo, la que descartaba de
plano cualquier otro tipo de conocimiento, especialmente, aquellos
denominados “espirituales”. Y no era tan solo porque descreyera de
tales cosas, sino porque las estimaba incluso dañinas para el ser
humano. Esa forma de pensar me parecía campo fértil para la
superstición y el fanatismo irracional, lo que permitía que la gente
fuese presa fácil del engaño y aprovechamiento por parte de
inescrupulosos; pero aun era más grave e inquietante: era que a
través de tal irracionalidad, pudiera ser conducida fácilmente y a la
violencia y a la guerra.
192
Tal concepción realista y racional de la vida, muy “russeliana”, sin
embargo cambió unos años atrás, cuando un amigo historiador me
contó una leyenda mapuche. El quiso mostrarme la similitud
existente entre esa leyenda mapuche, y el diluvio que se narra en
la Biblia, con lo que explicaba que eventos absolutamente
naturales, como maremotos o tsunamis, fuesen interpretados de
manera fabulosa y mítica, por pueblos tan diferentes y distantes
como el judío y el mapuche.
Lo que dijo mi amigo aquella vez no fue lo que más llamó mi
atención, pues parecía algo casi obvio; sino que esta se centró en
los elementos mismos de la leyenda. Esta relataba la mítica lucha
entre dos deidades o demonios; tren-tren la serpiente de la tierra; y
cai-cai la serpiente del mar. La imagen de dos serpientes luchando
entrelazadas, me quedaría dando vueltas en la cabeza, pues algo
semejante me parecía haberlo visto en algún otro lugar.
Posteriormente, indagando en algunos libros de simbología antigua
vi que se trataba de un antiguo símbolo griego: “el caduceo”, dos
serpientes que suben entrelazadas por una vara, rematando en su
parte superior en dos alas extendidas. Desde ese momento no
pararía en mi búsqueda de analogías y semejanzas, las que
incluyeron todo tipo de confrontaciones, batallas, guerras y
193
enfrentamientos (tanto reales, como ficticios) (de seres humanos, o
dioses; o simples fuerzas de la naturaleza). Vi que ello partía
incluso con la bíblica y mítica confrontación entre Caín y Abel, y
también la entregada por el mazdeísmo, entre ahura mazda y
arhiman y la batalla narrada en el Baghavad Gita. Por supuesto que
es demasiado obvio ver un patrón dualista en los conflictos; pero
tal dicotomía parecía abarcar los más diversos ámbitos de la
existencia. Cuando años más tarde estudié filosofía, vi que ello
tenía relación directa con la dialéctica; la que partía ya en Grecia
con Heráclito, y llegaba con Hegel y Marx hasta nuestros días. Esa
dualidad o dicotomía pude ver también era recurrente además en
los símbolos de las más diversas civilizaciones de la antigüedad.
La vi en los signos duales de piscis y géminis del zodiaco persa,
en el símbolo del ying y el yang del taoísmo chino, en las
denominadas columnas del templo masónico así como en varias
otras culturas y civilizaciones. Pero no solo me quedé con tal
dualidad en esa leyenda, sino también con el animal que la
representaba (la serpiente). Cuestión, que daría origen a una
nueva investigación, permitiéndome comprobar una insospechada
y enorme cantidad de relaciones y significados que este animal a
simbolizado en los más diversos pueblos de la antigüedad. A veces,
con similitudes simplemente sorprendentes y asombrosas.
194
La serpiente, parecía representar casi en todas las culturas de
manera similar fuerzas de carácter natural, en sus más variadas
manifestaciones (telúricas, acuíferas, aéreas e ígneas). Fuerzas a
las que se solía asociar una suerte de inteligencia (pre-humana)
primordial e instintiva, que podría caracterizarse: como de prudente
y astuta (relacionada básicamente con la sobrevivencia). Su
fundamento era lo femenino, lo sensorial, lo empírico, lo instintivo, lo
materno; en resumen lo natural en la más diversa multiplicidad de
manifestaciones. Una definición tan amplia, dejaba tan solo afuera
su complemento, su opuesto o contrario: lo abstracto, lo ideal, lo
espiritual, lo divino, lo no manifestado; el cielo trascendente de las
ideas platónicas (las que para Platón eran más reales y concretas
que sus propias manos). El caduceo parecía representar así una
lucha constante de dos fuerzas de carácter natural, pero que de
manera ascendente subía hasta resolverse a través de la
sublimación de lo instintivo, de lo animal simbolizado por las dos
alas en la parte superior, expresión de lo espiritual (¿paloma?)
superación de lo terrestre); y que tenían evidentes analogías tanto
en el Kundalini Yoga, como el árbol de la vida de la cábala judía,
entre otras representaciones.
195
En todos, la energía fluía desde abajo, desde planos físicos,
materiales, más densos y groseros a otros más etéreos, sutiles y
espirituales.
La serpiente está presente en diversas culturas de la antigüedad, y
vi expresaban la particular forma que cada una tiene de
relacionarse con la naturaleza. Significando a veces cosas
completamente diferentes, incluso opuestas. Así mientras en el
Occidente monoteísta esta presenta características negativas, y
hasta demoníacas (la serpiente del paraíso), y que es congruente
con una mirada negativa de lo instintivo y natural (el sexo y demás
placeres sensoriales) en cambio en Oriente esta es valorada
positivamente, siendo expresión de sabiduría.
También parecía evidente la relación existente entre la serpiente y
ese animal fabuloso el dragón, el que añadía otras cualidades a la
primera, como: arrojar fuego por su boca, volar, caminar, y nadar
bajo el agua, mostrando así una relación directa con los cuatro
elementos primordiales de la naturaleza en la antigüedad: el fuego,
el aire, la tierra y el agua.
A partir de ese momento hablar de la naturaleza, de la serpiente, y
el dragón, me parecía lo mismo, eran sinónimos, términos
completamente equivalentes y análogos.
196
Una de las representaciones, de la serpiente y dragón, que llamó
más mi atención fue la del "auroboros": la serpiente que se devora a
sí misma por su propia cola; la que vi mostraba de manera sencilla
y clara el proceso cíclico y auto-fagocitante de la naturaleza,
además de la noción del tiempo, en ese proceso circular y iterativo
de la vida, el que una y otra vez, a modo de una suerte de "eterno
retorno", tal naturaleza se alimenta de su propia sustancia dando
paso a nuevas creaciones, en un constante proceso de “prueba y
error”; trayendo seres al mundo, cada vez más sofisticados y
complejos, (aparentemente) y quizás, con que enigmático propósito
(si es que algún propósito llegara a existir). Siendo el motivo de que
para que adviniese al mundo algo nuevo, se requiriese de la
destrucción necesaria de algo previamente existente. Nacer y morir
así, están indisolublemente unidos; y por más que el hombre
intente detener el avance inexorable e implacable de la rueda de la
vida, intentándola al menos retrasar (a través de los avances de la
ciencia médica, por ejemplo), esta siempre lo alcanza finalmente,
lo tritura y lo termina por engullir, al igual que a los demás seres que
alguna vez tuvieron vida. Fuese este hombre, planta, hormiga;
hombre o mujer; haya sido feliz o no; amado o no; tuviese
conciencia o no; sin importar en lo absoluto sus sueños, penas y
197
alegrías como individuos, así como cualquiera otra cosa de valor en
sus vidas.
No terminó mi búsqueda allí, pues aparecieron otros símbolos muy
pronto, también relacionados con el pueblo mapuche. Pueblo que
me era cercano, por ser el de mi país. Los símbolos esta vez
provenían de su instrumento ceremonial: “el kultrun”, en el que se
despliega una cosmovisión completa del universo, de manera muy
simple y sencilla. Lo primero que saltaba a la vista era el círculo que
enmarcaba la totalidad del universo (el ser), de manera análoga al
“ouroboros” el círculo expresa también el devenir (el tiempo), el
cual claramente está subdividido en cuatro estaciones, y que por
otro lado se relaciona con los cuatro puntos cardinales (el espacio).
Cuaternas que tienen relación también con los cuatro elementos de
la antigüedad (el agua, la tierra, el aire y el fuego) y que son
parecidas, aunque no exactas con las del zodíaco chino, (pues este
último define cinco: agua, fuego, tierra, metal y madera).
Relacionado de manera directa con las cuaternas anteriores estaba
también el símbolo de la cruz (que permite la división el círculo
precisamente en cuatro regiones). Por último, podemos ver ese
símbolo infaltable: la estrella.
198
El hecho de que tales símbolos, se pudiesen relacionar
secuencialmente (de manera análoga al tarot), y que claramente se
hace más evidente en ciertas figuras geométricas, hizo que las
colocara en una progresión numérica.
Así a partir de recoger información de diversos escritos relativos al
tema, pero principalmente dejándome llevar por mi propia intuición,
intenté una primera secuencia aproximada, la que comenzaba con
el círculo como el número cero, luego el punto como él número uno,
dos barras paralelas y verticales (o él número once) como él dos, él
triángulo evidentemente era el tres, la cruz y el cuadrado también,
como él cuatro, la estrella de cincos puntas, o la pirámide, como él
cinco, finalizando la serie por esta vez, con la estrella de seis
puntas(o estrella de David) como él seis. Eran por supuesto
relaciones muy antojadizas, que no pretendían en modo alguno
calzar con algún orden estructurado riguroso y preciso como el de
las matemáticas por ejemplo. Solo era una primera aproximación en
la búsqueda de ciertos patrones que pudiesen entregar algún
significado y sentido que pudiese existir detrás de tales símbolos.
Posteriormente y en la medida que fui agregando nuevos elementos
a la serie, vi que tales elementos simbólicos primordiales, no
entregaban solo una completa cosmovisión del universo, sino que
199
además eran un medio muy efectivo para comprender los procesos
que regían el mundo, así como al ser humano (historia natural y
humana). Esto a partir de una especie de aritmética simbólica, que
operaba de manera similar a las matemáticas. Esto de manera
similar a otros lenguajes, que utiliza el ser humano (todos, meras
convenciones o invenciones humanas) pero que tienen la misteriosa
peculiaridad de poder obrar objetiva y concretamente sobre la
realidad objetiva y sensible. Sócrates sostenía que las matemáticas
eran un conocimiento preestablecido en la mente de los hombres
(teoría de la reminiscencias) y por ese motivo les era permitido
poder aprenderlas, o más bien recordarlas (o sea era un saber
potencial, latente, aunque olvidado, el que había que volver a
recordar). De la misma manera este lenguaje simbólico y la forma
de operar con él, parecía un conocimiento olvidado, por lo que
estaba impedido de mostrarse claramente a la mente humana,
aunque a veces las personas intuyesen vagamente de ello.
Ello explicaría además porque pueblos tan apartados y alejados
(tanto espacial y temporalmente) como los mapuches en Chile,
manejasen símbolos semejantes al de otras culturas de la
antigüedad, como China, Egipto y Persia. Pues en algún momento,
200
en el origen de todos estos pueblos se compartió un mapa
cosmológico común.
Fue así, y a partir de la observación de algunos símbolos simples y
sencillos, aparentemente sin ninguna importancia, derivó una cada
vez más elaborada y particular teoría, y que se llegaría a convertir
para mí en una apasionada, emocionante y sagrada obsesión.
Algunas de estas cosas me ha resultado incluso difícil poder
explicarlas con palabras... y es que los símbolos parecen estar más
allá incluso de las palabras.
“Para engañar al mundo, parécete al mundo, lleva la bienvenida en
los ojos, las manos, la lengua. Parécete a la cándida flor, pero sé la
serpiente que hay debajo."
("Macbeth" - William Shakespeare)
Génesis 3:1 Pero la serpiente era astuta, más que todos los
animales del campo que Jehová Dios había hecho…
Mateo 10:16 He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de
lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como
palomas.
201
FIN PRIMERA PARTE
(EQUINOCCIO DE PRIMAVERA)
Apéndice I
Mater Natura (“6“)
Creo no equivocarme al afirmar que no existe cosa en el mundo que
concite el más amplio acuerdo en la gente, que la positiva
valoración que hacen de la naturaleza. Siendo difícil encontrar
alguien que no haya sido cautivado por su virginal belleza.
202
Incluso algunos han visto en ella una especie de deidad amorosa y
bondadosa que cuida de sus criaturas, al igual como lo hace una
madre.
Yo, cuando niño, sentía una particular fascinación por la
naturaleza. Confieso incluso haber experimentado algo parecido a
un éxtasis místico, encontrándome alguna vez en la montaña.
Pero pronto aprendí que detrás de esa idílica impresión, también
existe algo oscuro, cruel y violento, (relacionado con esa
encarnizada lucha por la sobrevivencia y el poder que existe entre
los variados seres en la naturaleza) y que no es dable desligar de la
idílica visión anterior.
La vida es dura, y para algunos puede ser el infierno mismo;
especialmente para seres más vulnerables, delicados y sensibles,
los que suelen vivir con mucha mayor intensidad, el dolor y
sufrimiento que la naturaleza pareciera infringirles de manera
particularmente cruel, indiferente y brutal.
¿De dónde obtuvo el hombre la imagen de Dios, como la de un ser
todopoderoso temible y autoritario, sino del comportamiento
aterrador e imprevisible de la naturaleza con todo tipo de peligros,
amenazas y desastres?
203
Schopenhauer definiría la: “voluntad de la naturaleza” como una
fuerza que subyace oculta, pero que es la que rige finalmente el
comportamiento de todos los seres.
Schopenhauer vería claramente ese lado oscuro de la naturaleza y
utilizaría todos los medios a su alcance, a objeto de demostrar lo
cruel, engañoso y hasta repugnante que era ese mundo natural;
que nos seduce y engaña a través de los sentidos, solo con el
propósito de cumplir sus objetivos de supervivencia y reproducción
de la especie.
Se cuenta incluso que mostraba a sus alumnos los cadáveres
abiertos de mujeres para que vieran como estas eran
efectivamente por dentro. Las mismas por la que los jóvenes
sentían una poderosa atracción sexual.
Tales ideas provienen de su conocimiento de las religiones del
Oriente, especialmente el budismo y el hinduismo, donde se dice
que la naturaleza (lo sensorial o “maya”) es aquello que seduce a
los seres humanos a través de bellas apariencias, para manejarlos
como marionetas carentes de voluntad propia, a través de los
instintos y pasiones, con la finalidad de cumplir con la sobrevivencia
de la especie.
204
Vio también que esa voluntad natural, tenía muy poco que ver con
aquellas nobles aspiraciones (demasiadas humanas) que hablan de
justicia, bondad, igualdad, fraternidad … Ideas, que el hombre se ha
inventado a modo de hacer soportable precisamente esa inherente
violencia, brutalidad y crueldad existente en la naturaleza, donde tal
vez conceptos como: amor y paz sean los más artificiales y contra
natura que el hombre haya creado.
Nietzsche, como consecuencia de las amargas y dolorosas
experiencias vividas en su niñez entre las cuales se encuentra la
cruel agonía de su padre y la muerte de su hermano, y luego el
mismo padecer posteriormente una lacerante enfermedad adquirida
en su juventud, y que lo acompañaría el resto de su vida, terminó
por desilusionarse definitivamente del cristianismo, y por cierto
tiempo haría de ese viejo filósofo ateo y pesimista de la vida que
era Schopenhauer, su referente intelectual.
A diferencia de Schopenhauer, Nietzsche concibió su filosofía
siendo aún relativamente joven, lo que impidió, racional y
emocionalmente, hacer suya una filosofía tan negativa y decadente
de la vida; negándose a ver en la naturaleza ese lugar sórdido,
sombrío y brutal que Schopenhauer pretendía mostrar. Y es que
Nietzsche, que padecía una tortuosa enfermedad, por una cuestión
205
de sobrevivencia no se podía permitir una filosofía tan decadente y
pesimista de la vida, y apostaría en cambio, por todo lo contrario:
por la realidad sensible, corpórea y sensual; por lo terrenal y
corporal; siendo tal voluntad de la naturaleza no solo la base
instintiva de los seres humanos, sino además el fundamento
cultural y también la posibilidad de un probable ulterior desarrollo,
superación y plenitud del ser humano, que para él se expresaba
especialmente a través de esa mágica ebriedad de la música, la
poesía, la alegría y el baile: lo dionisiaco.
Nietzsche comprobó que la decante y pesimista filosofía de
Schopenhauer, no era diferente de las religiones monoteístas
provenientes del judaísmo, que reniegan de lo corporal y sensual
adoptando una actitud masoquista, de auto-sacrificio cruel y
culposa como en el cristianismo; religión en la que había sido
educado por su padre, un piadoso pastor protestante.
Todo eso le pareció algo excesivamente deprimente, sombrío y
decadente; producto tan solo de la falta de vitalidad de seres al
final de sus vidas, los que pretendían imponer una moral que
negaba a los hombres y mujeres, especialmente a los jóvenes,
disfrutar de sus vidas, y poder ser así más felices y plenos;
206
condenándolos a la mala consciencia de considerar como maldad o
pecado cualquiera felicidad o gozo que pudiera existir en sus vidas.
Y por el contrario vería en esa energía vital natural el vehículo que
le iba a permitir al ser humano superar tal condición animal. El
resultado así sería un ser humano distinto, con otro código de
valores, y que definió como una frágil y delicada criatura de fácil
extinción, a la que denominó paradojalmente como
«superhombre».
Ese superhombre, era un hombre normal, pero en posesión plena
de sus potencialidades, lo que le permitiría controlar sus impulsos
animales que aun lo dominan por completo; pero sin la necesidad
de ocultarlos o reprimirlos de manera hipócrita, aparentando un
falso comportamiento civilizado y moral.
“Al hombre se le pusieron muchas cadenas, a fin de que olvidase
comportarse como un animal: y verdaderamente él se ha vuelto
más apacible, espiritual, alegre y sensato que todos los animales.
Pero ahora sufre por el hecho de haber llevado cadenas tanto
tiempo, y por haberle faltado por tanto tiempo el aire sano y el libre
movimiento; pero estas cadenas son, lo repetiré una vez más, los
errores graves y a la vez sensatos de las ideas morales, religiosas y
metafísicas. Sólo cuando la enfermedad de las cadenas sea
207
superada, la primera gran meta será alcanzada verdaderamente: la
separación del hombre de los animales”. Nietzsche.
Así este hombre sería capaz de transmutar las fuerzas irracionales
e instintivas que lo gobiernan, en actos más propiamente humanos,
tales como lo son la risa, la música, el amor, la poesía, el arte, la
filosofía, la ciencia, permitiéndole dejar atrás esa naturaleza
exclusivamente animal que lo gobierna a través de los instintos y las
pasiones.
Tal cambio es imposible a través de la represión, y el auto-castigo,
como lo enseña la religión o la moral; la que ha visto en tales
instintos, el pecado y el mal, debiendo no solo avergonzarnos de
ellos, sino reprimirlos de la manera más violenta, severa y brutal.
-«...Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y
échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y
no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha
te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que
se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado
al infierno.» -Mateo 5:27.
Así en vez de luchar contra tales fuerzas enormemente poderosas,
era mejor conocerlas abierta, honesta y profundamente, sin por ello
desconocer la evidente brutalidad que subyace en ellas,
208
convirtiéndolas en nuestras aliadas, y permitiéndoles ocupar el lugar
adecuado en nuestras vidas, dando fin así a un conflicto moral
absurdo. Eso permitiría al ser humano recuperar su equilibrio
interno, para seguir evolucionando, y poder así emprender otro
tipo de tareas más elevadas y nobles. Tareas hasta el momento,
carentes absolutamente de valor, e importancia para la mayoría de
las personas.
El resultado: un ser humano íntegro, capaz de amar de manera
autentica y transparente, no hipócritamente, ni necesitado de
esconderse detrás de una máscara de falsa moralidad.
Ello permitiría unir a ese ser escindido, que por un lado aspira a la
santidad y por otro lado se muestra incapaz de dominar la bestia, al
animal. Viendo en lo primero el bien, y en lo segundo el mal.
Al hombre le ocurre lo mismo que al árbol. Cuanto más quiere
elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente
tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo
profundo — hacia el mal.
Nietzsche.
209
¿Pero sobre qué base construir ese nuevo código moral, el que
debe trascender esa sempiterna y maniquea lucha entre el bien y
el mal?
Nietzsche coincide en lo esencial con en el cristianismo, al afirmar
que es el amor.
“Todo aquello que se hace por amor está más allá del bien y del
mal.” “Nietzsche”.
Así una nueva trinidad moral, sustituiría al viejo Dios autoritario y
castigador, por el amor. Transmuta temor por amor.
Al trinario: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo
como a ti mismo” impuesto como un frio deber u obligación (deber
impersonal y abstracto kantiano) él le opone aquello que nace de
manera positiva, auténtica y espontánea del corazón en las
personas: “el amor esta por sobre el bien y el mal”.
Solo el amor supera la división, la guerra, el odio, al bien y el mal y
también al viejo, anquilosado, y caduco Dios autoritario.
Ama y todo estará bien parece decirnos. Ya no es necesario que
continúes siendo ese triste, patético, gris e hipócrita autómata del
deber moral.
210
En este nuevo código, el pecado es no amar, pero ni siquiera es
pecado, es una lástima, una pena, una estupidez, un desperdicio.
Paradojalmente la conclusión implícita es que es la naturaleza
animal (en su expresión más brutal) es la que se disfraza de
moralidad, y es esa naturaleza animal finalmente la que continúa
rigiendo efectivamente el comportamiento humano como decía
Schopenhauer y los sigue moviendo como marionetas carente de
voluntad propia, y que oculta de manera soterrada esa franca lucha
fratricida por la supervivencia, la reproducción y el poder, todo de
manera absolutamente egoísta, de manera similar a como ocurre
con los demás animales.
¿Qué es amor?,
¿Qué es estrella?
Sé pregunta el último hombre; donde no es posible observar rasgo
humano que lo diferencie de los demás animales. Ha dejado de
caminar erguido, por lo fatigoso que esto le resultaba; alejándose
así de cualquier cosa que lo pueda engrandecer, como pensar,
trabajar, amar, y soñar. Todo eso era una carga excesivamente
abrumadora y pesada y al igual como otro simio más, corre de
vuelta a la naturaleza. Esa moral así estaba al servicio de la
regresión animal y finalmente a la aniquilación de la vida humana.
211
La naturaleza descrita hasta aquí, por supuesto no es la que se ha
idealizado y sacralizado convirtiéndose en una nueva religión.
Religión, donde los acólitos ven con simpatía un posible retorno del
hombre a la naturaleza, en vez de forjar para el ser humano un
camino de superación propio, que debiera precisamente
liberarnos de ese poderoso condicionamiento animal, de esa
inercia instintiva que nos mantiene en esa lucha despiadada por la
supervivencia y el poder. Esa guerra no declarada, pero que se
hace evidente en todos los actos de los hombres.
Y de existir algo que pueda llevar a la humanidad a su
autodestrucción, no será otra cosa, que ese mecánico
determinismo instintivo animal que rige de manera soberana sobre
todos nosotros.
Hay ecologistas que apuestan a que la vida era mejor cuando
vivíamos de manera primitiva y tribal, cerrando los ojos a las
atrocidades y miserias en que aún viven aquellos que se
encuentran en tal situación. Por supuesto ellos solo se fijan en el
lado positivo, fascinante y cautivante de la naturaleza, viendo por el
contrario todo lo perverso y malvado en lo hecho por el ser
humano. Lo curioso es que tales apreciaciones las hacen como
personas civilizadas, refinadas y sofisticadas, tan lejos de esa
212
naturaleza que dicen defender, y a la que suponen el hombre
debiera volver para ser mejor.
El amor, la solidaridad, la amistad, la bondad no nos fue legado
por la naturaleza; nada de eso rige para ella, por el contrario en ella
no solo no existe consideración por los más débiles; pues si hay
algo consustancial a ella, es la lucha por la supervivencia; la que
ordena imperativamente: “que sobreviva el más fuerte”. En la
naturaleza no existe amor, ni compasión solo existe
competencia y selección.
Y si bien es verdad que por momentos, resulta más sencillo amar a
la naturaleza, y considerar incluso preferible la compañía de los
animales, que la de los hombres, por ser estos más predecibles,
leales y cariñosos.
“Mientras más conozco al hombre, más quiero a mi perro”
-Schopenhauer.
A pesar de todas sus debilidades, vicios y defectos, el humano, es
aquel ser más digno de nuestro amor; pues es el único capaz de
amar la belleza, la verdad, al hombre, la naturaleza, a los animales,
y querer la eternidad de todas las cosas.
213
Por lo tanto no es regresando a la naturaleza que permitirá seres
más evolucionados, plenos y mejores, sino por el contrario,
persistiendo en nuestra humanidad; en aquello que le es más propio
al ser humano, y por lo tanto más artificial y alejado de la
naturaleza.
El ser humano debe profundizar en su humanidad y por ningún
motivo regresar a la naturaleza y a la animalidad como pretenden
los primitivistas.
¿Es que existe cosa más importante en la voluntad de los hombres,
que la búsqueda natural del poder?
La que se ha traduce siempre en una lucha y competencia cada vez
más despiadada y la que suele terminar siempre en las más
pavorosas, terribles y horrorosas guerras.
Por supuesto en las guerras se suelen esgrimir hipócritamente
nobles causas e ideales, los que han permitido justificar las peores
atrocidades y genocidios, pero que al final todas tienen siempre un
solo objetivo: la obtención del anhelado poder y que está grabado
genéticamente en los seres humanos.
214
¿Es que podemos considerarnos mejores, diferentes, o superiores
a las hormigas, o cualquiera otra especie animal insignificante,
cuando hacemos la guerra?
La búsqueda del poder, es lo que impone la naturaleza a los
hombres; y ello se ha llegado hasta santificar en la figura sagrada
de un Dios, el que sería depositario del poder más absoluto.
Por lo tanto es la naturaleza, la que ha sido más poderosa que el
ser humano, mostrándose este todavía completamente incapaz de
sustraerse a su poderosa y ominosa voluntad, la cual ordena la
supervivencia de la especie como un imperativo por sobre la
voluntad de los hombres, los que viven en el autoengaño de creer
que son ellos quienes toman las decisiones en sus vidas,
imaginándose libres.
Y tal situación probablemente continuará mientras el ser humano no
comprenda y acepte que se encuentra bajo tal esclavitud natural, la
que le impide superar tal comportamiento esencialmente animal.
Que puede importarle a la naturaleza la felicidad de los seres
humanos, ello es algo «demasiado humano». Lo que a la naturaleza
pareciera importarle (si a la naturaleza le pudiera importar algo) es
la supervivencia de la especie dentro de su inconsciente, mecánica
215
e inhumana necesidad, donde la vida de los seres humanos, vale lo
mismo para ella que la de una ameba.
A la naturaleza solo pareciera buscar asegurar la supervivencia de
las especies, a través de una constante selección, donde la ley que
prevalece en ella, es la del más fuerte, decidiendo de manera
implacable, indiferente y fría quienes sobrevivirán, quienes
mandarán, quienes obedecerán, y quienes desaparecerán. Todo lo
demás es antinatural, anti-ecológico, sería ir contra esa supuesta
armonía y equilibrio que bucólicamente creen los ecologistas existe
en la naturaleza. Es más, sería atentar contra la madre tierra, los
que algunos llaman con respeto religioso, Gaia o La Pachamama.
Que sobreviva el más fuerte y desaparezca el más débil, es lo que
ordena esa brutal deidad, que quizás no esté mejor representada
que por la Diosa Kali, o sea una deidad que devora a sus hijos, y
se complace de sacrificios humanos, comenzando por los más
débiles.
Es por ello que no ha existido una ideología más afín y proclive a
esa visión natural y ecologista como lo fue el nazismo. Y también se
comprende porque tal ideología haya sido la pionera en leyes de
defensa de la naturaleza, al mismo tiempo que exterminaba a
aquellos que consideraba los más débiles o inferiores.
216
Apéndice II
Pater Deus (“9“)
217
Al parecer el origen de las primeras deidades tiene su origen y
causa en el temor de nuestros primitivos ancestros ante los
portentosos, impredecibles e incontrolables desastres naturales,
así como el tener que vivir constantemente acosado, en
permanente en peligro en un medio adverso, cruel y hostil; luchando
dura y penosamente por el alimento para poder sobrevivir.
También es el temor, el que explique porque esos dioses cuando
adquirieron apariencia humana, su comportamiento fuese similar al
de la naturaleza: o sea incierto, caprichoso y a veces violento.
Y que finalmente cuando apareciera el Dios único su
comportamiento fuese el de un monarca enormemente poderoso,
depositario del poder más absoluto. Esa similitud de Dios con la de
un monarca explica que la conducta de los seres humanos frente a
Dios, sea similar a la que tiene frente a reyes y demás hombres
poderosos, a quienes se teme, reverencia y obedece. Actitud no
diferente tampoco a la que exhibe el perro, cuando este mete su
cola entre las piernas, en demostración de sumisión ante el macho
alfa de la manada; y es así porque reyes y monarcas no son más
que una versión solo más sofisticada del macho dominante o macho
alfa en algunas manadas animales, o en las tribus humanas
primitivas. No es de extrañar entonces que ese Dios antropomorfo
218
tenga los mismos vicios, defectos y debilidades de cualquier ser
humano, cuando este dispone de mucho poder: por lo que se
vuelve arrogante, prepotente y egocéntrico, siendo susceptible
fácilmente al halago y la vanidad. Su estado de ánimo es
cambiante e imprevisible; a veces es bondadoso y misericordioso,
otras irascible, soberbio y violento; pudiendo llegar a cometer las
peores atrocidades y genocidios con aquellos que no le obedecen,
o peor aún, si amenazan su poder. Es así como Dios se convierte
en el prototipo de aquellos que disponiendo de mucho poder,
necesita de secuaces o seguidores que lo estén constantemente
adulando, halagando, y adorando, obligados a una total lealtad y
sumisión, rayando a veces en el servilismo más absoluto; y que se
expresa a través de genuflexiones, loas de adoración,
arrodillamientos, autoflagelaciones, imploraciones, oraciones y
rezos. En fin todo aquello que cree le permitirá ganar la confianza, y
simpatía de ese poderoso ser; que de estar en buenos términos
con él, impida se vaya a enojar, molestar o enfurecer, para que
así no los castigue o simplemente los haga desaparecer de una
sola plumada, dado el enorme poder que dispone.
En el libro de Job (en el antiguo testamento) se muestra como Dios
se conduce como un hombre ordinario y movido por una enorme
219
arrogancia y vanidad hace alardes de la fidelidad y entrega
absoluta de su siervo Job; al cual luego no duda en martirizarlo
sometiéndolo a todo tipo de vejámenes y torturas, inducido lo que
es más sorprendente, por su más enconado adversario: Satanás.
Dios no solo se muestra vano, arrogante e influenciable, sino
indiferente, cruel e indolente con quién ha sido un fiel y leal
servidor. Tal actitud pareciera la habitual en este Dios, pues se
repite con Jesús, de acuerdo y donde Dios raya en el sadismo al no
impedir el sufrimiento de su propio hijo.
¿Será tal proceder cruel y sádico, la manera en que Dios expresa
su amor por nosotros?
Y si bien sus adherentes hablan de él, como un padre, este parece
incapaz de amar a sus hijos, incluso, de la manera imperfecta
como lo haría cualquier padre mortal.
¿Qué padre se sentiría complacido de ver a su hijo arrodillándose
ante él una y otra vez? ¿O reverenciándolo constantemente para
sentirse agradado y satisfecho?
Más aún ¿Qué padre se sentiría feliz de ver a su hijo auto-
flagelándose y sufriendo ante él?
220
Tal vez un padre sádico y déspota. Cualidades incluso difíciles de
encontrar en los seres humanos, con todas sus imperfecciones,
fallas y defectos.
Dios así expresa una soberbia y arrogancia solo propia de déspotas
y tiranos los que se imponen a través del la fuerza, la violencia y el
temor. ¡Y vaya qué grado de violencia nos ofrece este poderoso
ser!; la máxima concebible, y donde las acciones de los peores
criminales y asesinos en la historia del la humanidad, quedan a su
lado reducidas a juego de niños; pues este magno ser nos ofrece
nada más ni nada menos, que el “infierno”, un lugar donde pretende
torturar de manera horrible y por la eternidad a aquellos, que
siendo sus hijos, su propia creación, no le hayan obedecido.
Por ello es que Dios no escapa a la forma en que el poder ha sido
concebido por los seres humanos, y que tienen su expresión a
través del temor.
Nunca el amor.
-“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”. -Salmos libro V
111.10.
¿Por qué Dios debe envilecer a los hombres en los términos más
atroces y brutales, llevándolos a la guerra para que destruya a otros
221
hombres; los que son además sus propios hermanos creados por el
mismo Dios?
¿Lo hará Dios para sentirse halagado de su propio poderío,
prestigio y orgullo ante los hombres?
-“Y los hijos de Israel tomaron para sí todo el botín y las bestias de
aquellas ciudades; mas a todos los hombres hirieron a filo de
espada hasta destruirlos, sin dejar alguno con vida. De la manera
que Jehová lo había mandado a Moisés su siervo, así Moisés lo
mandó a Josué; y así Josué lo hizo, sin quitar palabra de todo lo
que Jehová había mandado a Moisés”. -Josué 11:14.
¿Qué quiere hacer de nosotros un Dios que con el enorme poder
que dispone, no es capaz el mismo de acabar con el inicuo, y le
encarga esa infame y horrible tarea a los hombres?
¿O será que a ese Dios no le agrada ensuciarse las manos con la
sangre de sus propios hijos?
Entre tanto otros han visto en la naturaleza la cara de Dios, ya que
nadie lo ha visto, y solo llegamos a saber de él a través de lo que
nos cuentan otros. Si fuese así, nos revelaría un comportamiento
indiferente, errático y arbitrario; absolutamente incapaz de
222
dispensar justicia con aquellos que cumplen sus preceptos en la
tierra.
Todo lo anterior no hace más que ratificar lo que ya concluimos en
el capítulo anterior, y es que la naturaleza es la que rige el
comportamiento humano.
Manadas, machos dominantes, y jerarquías son categorías que
existen en gran parte de las sociedades del reino animal,
especialmente los de vida gregaria. Machos dominantes no son
diferentes a los jefes guerreros que gobernaba tribus ancestrales de
homínidos, y que en la actualidad no son muy diferentes a los
mandatarios que gobiernan países y naciones. Siendo al parecer
la forma más habitual de convivencia entre los seres humanos, en
las más diversas épocas y culturas.
El macho dominante se impone sobre la manada a través de la
fuerza, el temor y la violencia que puede llegar a ejercer sobre los
demás. Este a cambio ofrece una protección a la manada, no muy
diferente a lo que hacían los “gánsteres” en tiempos de la mafia
en E.E.U.U. La manada a su vez le retribuye con los privilegios que
otorga el poder: o sea disponer de lo mejor de todas las cosas, la
propiedad, el honor y la gloria. O sea todo aquello que infla el ego
de los seres humanos; llegando en algunos casos incluso ser el
223
reproductor privilegiado, como ocurre con algunos animales, en que
el más fuerte solo tiene derecho a dejar descendencia dentro de la
manada, con la cual el hombre ha contrariado a la naturaleza al
permitir la reproducción de los más débiles, y que al decir de
algunos explicaría el debilitamiento y degeneración de la raza. Esa
también sería la razón, que debido a ciertos atavismos genéticos
de carácter natural, los pueblos más fuertes busquen preservar de
manera instintiva y xenófoba, a los de su propia especie, siendo
ello el origen del nacionalismo y el racismo.
-Y haré a tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno
puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será
contada. -Génesis 13:17.
Por eso no es de extrañar que Hitler buscara lo mismo, preservar la
descendencia de la que consideraba la raza superior, por supuesto
la propia raza, la raza dominante, la raza aria; y nosotros no
tenemos porque no suponer que este macho dominante es el
mismo que existe desde tiempos prehistóricos, no siendo diferente
a líderes más actuales como Hitler, Napoleón, Stalin, Castro o
Franco. Características similares las comparten gánsteres del tipo
Al Capone, revolucionarios como el Che Guevara, o de líderes
heroicos como Lawrence de Arabia o Lord Byron.
224
La aventura, la búsqueda del poder y la gloria es algo que parece
está en la misma genética de los hombres. En especial de los
menos evolucionados, (pues suele no ir acompañado de otras
capacidades espirituales e intelectuales superiores en tales
líderes).
Lo importante así es la obtención del poder, y su conservación a
través de un respeto absoluto a la autoridad, y para ello se requiere
restringir al máximo la libertad.
Las religiones monoteístas ejercen tal autoridad a través de su
casta sacerdotal, representantes del poder de Dios en la tierra.
Sea cual sea el tipo de autoridad todo pensamiento libre, crítico,
científico siempre es peligroso, pues coloca en riesgo el dogma y
doctrina que los guía. La ciencia fue vista como herejía y sacrilegio,
pues desafiaba al poder de los representantes de Dios en la tierra.
Algo similar ocurre con los fieles de la nueva religión “la ecología”
quienes han hecho de la naturaleza su nueva deidad, y por ende
una nueva autoridad. Y en todas las estructuras autoritarias, el
desobedecer tiene consecuencias desastrosas y apocalípticas. Así
cuando el hombre no obedece las leyes de Dios, la consecuencia
es “Sodoma y Gomorra”, o bien desastres ecológicos si el
hombre osa entrometerse de manera imprudente con la santa
225
madre naturaleza, o el libertinaje, la explotación y la decadencia
capitalista en al caso de las doctrinas fascistas y comunistas. Los
profetas del marxismo (que buscan la inmortalidad a través de
quedar para siempre en la Historia) ellos también esperan
mesiánicamente la llegada del juicio final. Para ellos eso ocurrirá
cuando advenga el reino socialista, y acabe por fin y para siempre
con los “inicuos capitalistas”.
Esto demuestra que tales doctrinas son lo mismo, doctrinas
autoritarias y moralistas; que unánimemente ven con enorme
peligro la libertad del hombre.
Así como la casta sacerdotal goza de una autoridad similar, a la
de Dios, aunque más limitada, lo mismo observamos en una serie
de dictadores, caudillos y tiranos que emulan el comportamiento de
dioses, sintiéndose providencialmente colocados allí por la Historia,
y a los cuales las masas les suelen otorgan la calidad de héroes o
de líderes preclaros e iluminados. La actitud correcta que debe
exhibir el pueblo frente a ellos es la misma, la del temor, incluso el
terror, pero nunca el amor.
«… es mucho más seguro el ser temido a amado».- Maquiavelo
Estos (dictadores y autócratas) usualmente suelen ofrecer una
mínima y segura seguridad material (el plato de lentejas) esto a
226
cambio de libertad) y además cumplen con entregar certezas
absolutas al rebaño, no debiendo el pueblo por ello nada que
temer, pues el siempre dispone de lo necesario para proteger a su
pueblo; tanto la fuerza, que le permite aniquilar a sus enemigos; así
como tampoco es necesario que el pueblo deba pensar algo
diferente de lo que el líder les diga, pues el posee la verdad
absoluta acerca de los más variados temas; lo que le permite dirigir
de manera sabia las almas, mentes y destinos de sus pueblos.
Lealtad, obediencia, sumisión, y gratitud es lo que se exige, lo
demás es ingratitud y traición y se paga duramente.
El líder encarna «La Verdad», una verdad única e inmutable que
brota natural, cuando se produce esa relación pasional entre el líder
y las masas, especialmente cuando este se dirige a las multitudes,
desde el balcón del palacio de gobierno.
El autócrata (macho dominante), como un “chamán” induce un
trance orgásmico a la multitud que vocifera de placer al escuchar
sus histriónicas y altisonantes palabras. Un líder, un pueblo, una
verdad y un enemigo al cual odiar: son las cuatro patas de la mesa
en que se sostiene la autoridad y poder absoluto del gobernante
que al igual que un Dios los dirige desde las alturas.
227
El enemigo es crucial, pues entrega un objetivo claro donde el
pueblo pueda volcar todo su odio, permitiendo así justificar las
penurias y frustraciones que les toca vivir, y ocultar la corrupción o
el mal gobierno de sus autoridades. El odio al enemigo es
fundamental, pues permite la unidad del pueblo, y lo dispone a la
guerra, así como a soportar los peores sufrimientos y privaciones de
manera resignada, estoica y servil. Dividir el mundo en amigos y
enemigos es la base de toda moral. Es por eso que lucha debe ser
constante contra el enemigo, pues es el motivo del mal en el
mundo: Tal enemigo malvado y perverso, incluso adquiere
características satánicas y demoníacas. Por lo que no solo es lícito
exterminarlo, sino que se constituye en un deber moral.
El mundo sería perfecto y maravilloso si no fuera por tales
enemigos malvados. Por ello se hace necesario exterminarlos,
purgarlos, extirparlos, progromizarlos; en resumen, realizar una
“limpieza”, dar una solución final.
Y si bien son innumerables las guerras que se han librado
enarbolando tan nobles propósitos, pareciera que esos sempiternos
enemigos no terminaran nunca por desaparecer, pues pronto
aparecen otros, que los vienen a reemplazar.
228
La tortura y las muerte, realizadas de manera piadosa, por el bien
de las víctimas, como se estilaba en la inquisición, no son solo
válidas y necesarias, sino expresión del más profundo amor al
prójimo.
Porque «Dios aprieta, pero no mata» como dice un refrán, principio
que los torturadores conocen muy bien, y la regla de oro de su
oficio.
El enemigo visto desde un punto de vista más favorable, es la de
un ser que padece una enfermedad peligrosamente contagiosa e
incurable, para el resto de los demás. Es la manzana podrida a
desechar, para que evite pudra a las demás.
Por lo tanto tal reinado de paz y de moralidad se debe sustentar en
una total limitación de la libertad, pues ella inevitablemente nos
conduce al «libertinaje», lo que es enormemente grave, pues de
ahí al caos y a la anarquía solo hay un paso.
La libertad da rienda suelta al individualismo, que se traduce en
egoísmo y hedonismo; por lo tanto la libertad debe ser sacrificada
en procura del bienestar colectivo, el que debe ser el noble
propósito de todo líder que se aprecie: o sea un líder que “Dios” o la
“Historia” colocó allí providencialmente, y que cuenta por lo tanto
229
con las características sobrehumanas, omnisapientes, y
todopoderosas de un semidiós.
Para ello hay que educar al pueblo, que en rigor, no debe
entenderse como otra cosa que adoctrinar y uniformar. El
comportamiento del pueblo debe ser uniforme, ojalá militar.
Solo debe existir una doctrina, una sola forma de pensar,
alejándolos paternalmente de los desvaríos de los intelectuales,
individualistas, y excéntricos de todo tipo.
Solo existe una verdad, y quienes no están de acuerdo, para ellos
existe la cárcel, el manicomio, o el paredón. Un líder, un pueblo,
una verdad, y un enemigo al que odiar, todo lo demás viene del mal.
Esto no impide que muchas veces los pueblos hartos y cansados de
las arbitrariedades del tirano, en un acto de suprema ingratitud con
aquel que ha hecho tanto por ellos, finalmente se rebelen y lo
terminen linchando, no siendo que hasta hace poco, lo aclamaban y
adoraban. Eso no cambia mucho las cosas, pues mientras el tirano
cuelga de la horca en la plaza, se unge como líder a un nuevo
“macho dominante”. Lo único que cambiara para el pueblo, es que
ahora deberá aprender a odiar a otros enemigos.
230
FIN APÉNDICE
(EQUINOCCIO DE PRIMAVERA)