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189 Rafael Caicedo Espinosa Rafael Caicedo Espinosa Un hombre-símbolo Rafael Caicedo Espinosa. Foto suministrada por su esposa Elena Melendro de Caicedo Por: Augusto Trujillo Muñoz

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Rafael Caicedo Espinosa

Rafael Caicedo EspinosaUn hombre-símbolo

Rafael Caicedo Espinosa. Foto suministrada por su esposa Elena Melendro de Caicedo

Por: Augusto Trujillo Muñoz

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Rafael Caicedo Espinosa

Rafael Caicedo Espinosa

Rafael Caicedo Espinosa nació y murió el mismo día de abril. Orgulloso de su estirpe tolimense, vivió como un hombre “idéntico a sí mismo”. Vio la luz en Ibagué un 28 de abril y en esa misma fecha fue sepultado, precisamente, el día en que cumplía setenta y nueve años. Era un referente de su generación y, en un momento dado, el hombre-símbolo de su patria chica. Como pocos notables de su tierra, se complacía en la sencillez de la vida de su comarca, debatía sus ideas políticas, su visión de la vida y del mundo, con la solvencia de un hombre universal.

Al comenzar el siglo XX, Ibagué es todavía un “lugarón”, según escribe Gonzalo París Lozano en su obra Guerrilleros del Tolima, publicada en 1984 por El Áncora Editores: Calles estrechas, casas de bahareque y murrapo, ve-las de sebo, aguardiente, mentalidad encogida y asustadiza. “Causa admira-ción el aspecto de pobreza que ofrecen los edificios y los habitantes, cuando otra cosa debiera esperarse en vista de la ventajosa situación de la ciudad”. Sus personajes más conspicuos eran hombres de campo o ciudadanos dedi-cados al comercio.

Después de las confrontaciones armadas del siglo XIX, la historia del To-lima dejó de ser guerrera para volverse intelectual. Al amparo de las artes y las letras, de la política y el derecho brotó velozmente una nueva semilla de inteli-gencia que se desdobló en forma de pensamiento. Quizás pueden ser su precur-sores Alberto Castilla Buenaventura y Manuel Antonio Bonilla Rebellón, pero también Fabio Lozano Torrijos y Alfonso López Pumarejo. Castilla y Bonilla no nacieron en tierra tolimense, pero convirtieron a Ibagué en su patria chica. López es hijo de Honda y Lozano de Santana, más tarde bautizado como Falan.

Alrededor de 1920 unos hechos sociales y otros políticos produjeron cambios en el entorno de la ciudad. Un poco antes —incluso desde finales del siglo XIX— vinieron de Antioquia y del viejo Caldas o de algunos mu-nicipios de la cordillera norte tolimense unos hombres de trabajo que se afincaron en Ibagué. Un poco después llegaron de visita unos políticos ilus-tres que durante cinco días atrajeron la mirada nacional hacia la capital del

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Tolima. Los primeros modificaron un poco la fisonomía social de la ciudad. Los últimos cambiaron mucho la historia del país.

Los primeros eran paisas y propiciaron un desarrollo económico en dis-tintos frentes: El comercio, la minería, la agricultura. En el tránsito de los dos siglos se volvieron tolimenses unos nombres y unas familias, no solo porque fueron acogidas con afecto sino porque decidieron hacer de Ibagué su nue-vo hogar y en él se quedaron para siempre. Juan María Arbeláez, Celerino Jiménez, Marco J. Ramírez, Martín Restrepo, Simón Salazar, para citar solo unos pocos nombres, llegaron de diversos sitios, y en momentos distintos, de la vieja Antioquia, cuyo territorio incluía al antiguo Caldas. Enriquecieron la vida de la ciudad con su presencia y trabajo. Aún hoy viven en su seno algunos de sus descendientes.

Los últimos eran políticos de todas partes del país: Una especie de mues-tra selecta del pensamiento del liberalismo colombiano que se congregó en Ibagué para realizar la histórica Convención Nacional Liberal de 1922, bajo la inspiración del general Benjamín Herrera. Al instalarse aquel evento, un rostro bélico surcaba el ambiente. Las heridas de la Guerra de los Mil Días no habían restañado y no pocos convencionistas habían sido combatientes. Algunos de ellos pedían que el liberalismo se preparara para una nueva con-frontación armada. A su juicio, el gobierno conservador impulsó candida-turas oficiales, recrudeció las pasiones homicidas y propició fraudes en los comicios presidenciales. Otros, sin embargo, preferían la contienda demo-crática. Al clausurarse, el liberalismo se afirmó como partido constitucional, acogió el compromiso civil y sepultó el radicalismo de origen decimonónico.

En la Convención de Ibagué tuvieron sus primeros contactos con la actividad política unos jóvenes tolimenses recientemente egresados de las universidades: Darío Echandía y Rafael Parga, Alberto Camacho Angarita y Yezid Melendro Serna. Ellos y otros más conformarían más tarde, bajo la inspiración de Alfonso López Pumarejo, la Escuela del Tolima. La Conven-ción aprobó una plataforma doctrinaria en la cual sobresalían propuestas democráticas como la eliminación de fueros y privilegios, la descentraliza-ción del poder electoral y la elección popular de alcaldes. Esa plataforma le

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sirvió a López para formular la idea de que el liberalismo debía prepararse para la reconquista del poder.

También, en 1920 nació Rafael Caicedo Espinosa, el único varón de los hijos de Enrique Caicedo Carvajal y Elena Espinosa García. Tuvo dos herma-nas, Virginia e Isabel. Sus abuelos paternos fueron Fernando Caicedo Cuéllar y Virginia Carvajal Casas; los maternos, Roberto Espinosa Ortega y Carmen García Navarro. A muy temprana edad su padre se convirtió en soldado del liberalismo y, como la política se hacía más por la vía de las armas que por la vía de las urnas, en la Guerra de los Mil Días llegó a ser general. Conoció al ge-neral Rafael Uribe Uribe y alternó con sus paisanos, los generales José Joaquín Caicedo Rocha y Tulio Varón Perilla. Su madre, cuya estirpe hunde raíces en conocidas familias del sur del Tolima, creció igualmente en medio del trapo rojo, color insignia del liberalismo. La familia Caicedo Espinosa vivió en una casona solariega situada en la calle 9ª entre carreras 3ª y 4ª de Ibagué.

Rafael Caicedo conservó estrecha cercanía con el municipio de Alvara-do, donde su padre era propietario de la hacienda El Diamante. Por cuenta de su madre mantuvo vínculos con el municipio de Natagaima, de donde era oriunda. Educado en medio de la comodidad propia de una familia adine-rada, Caicedo creció en un ambiente burgués pero impregnado de las ideas transformadoras que trajo consigo la nueva década. Cuando apenas contaba con diez años de edad se produjo el cambio de régimen político de 1930. Su padre es elegido senador por el Tolima y, aunque detrás empujaba la nueva generación, resulta electo de nuevo en 1934. El liberalismo todo respaldó la victoriosa candidatura presidencial de Alfonso López.

A los quince años toma conciencia del proceso de modernización que se está cumpliendo en el país y del inmenso salto hacia adelante que significó la reforma constitucional de 1936. Al año siguiente obtuvo el título de bachi-ller en el Colegio Antonio Nariño de Bogotá y luego ingresó a la Universidad Nacional de Colombia. Su rector en ese momento era el conocido educador Agustín Nieto Caballero y el decano de la Facultad de Derecho, el jurista Jorge Soto del Corral. Tanto entre sus profesores como en sus compañeros hubo varios tolimenses.

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José Joaquín Castro Martínez, Emilio Robledo Uribe, Rodrigo Jiménez Mejía, Víctor Cock, fueron algunos de sus profesores. Pero con ellos también José Joaquín Caicedo Castilla y Antonio Rocha, dos destacados miembros de la Escuela del Tolima. Entre sus compañeros de pupitre estaban Gabriela Peláez Echeverry, tal vez la primera mujer egresada de aquella Facultad de Derecho, y Augusto Espinosa Valderrama, más tarde senador y ministro, con quien Caicedo ejerció la política de su Partido, particularmente, en los tiempos del Frente Nacional.

También fueron sus condiscípulos dos tolimenses amigos suyos: Carlos Vila Escobar, quien se radicó en la capital del país, y Hernando Márquez Arbeláez, autor de un libro sobre Ibagué que recoge textos de Juan Lozano y Lozano, Alberto Castilla, Emilio Rico, Max Grillo y poemas de Manuel Antonio Bonilla y Arturo Camacho Ramírez. En la Universidad Nacional, Caicedo se hizo abogado en 1941. Su primer cargo fue juez civil del Circuito de Ibagué y después concejal tanto de Ibagué como de Alvarado. Desde en-tonces buena parte de la vida de Rafael Caicedo se confunde con la historia política de su región.

Entre la Convención de Ibagué y el advenimiento de la República Libe-ral, el país vivió un complejo proceso de desarrollo económico y de luchas sociales. Con la indemnización que Colombia recibió de los Estados Unidos por el raponazo de Panamá se construyeron algunas obras de infraestructu-ra. Y con el desarrollo empresarial que se asomaba, especialmente en Mede-llín y Bogotá, surgieron las primeras voces obreras y sus expresiones a favor del socialismo. Alfonso López, quien ya había sido elegido representante a la Cámara por el Tolima, comenzó a hablar de una peligrosa prosperidad a debe mientras consolidaba su liderazgo político nacional y formaba un equipo de jóvenes tan idóneo como brillante.

Al comenzar la década de los años treinta, López formuló su proyecto de La revolución en marcha y consolidó, en torno suyo, al equipo político más brillante que conoció la historia colombiana del siglo XX. No todos eran hombres de leyes, pero todos eran hombres de Estado. Bajo la inspiración y guía de López, aquellos jóvenes conformaron una auténtica Escuela de pen-

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samiento. Escuela es, según los diccionarios, la denominación convencio-nal con la que se conoce a un grupo de estudiosos vinculados entre sí por principios y propósitos comunes. En un texto de mi autoría, titulado De la Escuela Republicana a la Escuela del Tolima, publicado en el año 2007 por la Academia Colombiana de Jurisprudencia, escribí lo siguiente:

“En la antigüedad existió la Escuela de Alejandría cuyos miembros eran judíos de la diáspora, influidos por la cultura griega, que se esforzaron en sin-tetizar los pensamientos judaico y helénico. En los albores de la modernidad se conoció la Escuela Española de Jurisprudencia (o Escuela de Salamanca) que, partiendo del pensamiento cristiano y del derecho natural, se interesó en des-virtuar la teoría del derecho divino de los reyes. El siglo XX vio nacer la Escuela de Frankfurt, comprometida en el desarrollo de una reflexión global sobre el proceso de consolidación de la sociedad capitalista burguesa, cuyos análisis indujeron a sus discípulos a formular revisiones al marxismo”.

Eso hicieron López y los miembros de su más cercano equipo intelec-tual y político: Al comprometerse con principios intelectuales, valores es-pirituales y propósitos doctrinarios comunes, conformaron una Escuela de pensamiento, de la cual surgió una nueva concepción del Derecho y el Esta-do. La estudiaron, estructuraron y desarrollaron desde el Gobierno y la si-guieron defendiendo en adelante, individual y colectivamente. Su Escuela se convirtió en precursora del Estado Social de Derecho en Colombia. Dado el origen de sus miembros, la hemos denominado: Escuela del Tolima. Carlos Lozano y Lozano, José Joaquín Caicedo Castilla, Antonio Rocha Alvira, Ra-fael Parga Cortés, Alberto Camacho Angarita, Gonzalo París Lozano, Carlos Peláez Trujillo fueron, entre otros, sus protagonistas. Su gran líder fue Al-fonso López, nacido en Honda, y su mejor figura Darío Echandía, nacido en Chaparral. Rafael Caicedo Espinosa fue un auténtico heredero intelectual y político de la Escuela del Tolima y, de seguro, el discípulo amado del maestro Echandía.

Hubo, por supuesto, otros discípulos: Alfonso Palacio Rudas, Guiller-mo González Charry, Felipe Salazar Santos, Alfonso Jaramillo Salazar, Jaime Vidal Perdomo, Fabio Lozano Simonelli, José Ignacio Narváez, Miguel Án-

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gel García, Néstor Hernando Parra, Eduardo Santa, Alberto Rocha, en fin, un amplio listado de tolimenses que, desde el derecho o la política, contri-buyeron a abrir la puerta del país hacia escenarios más democráticos. Pero también fueron sus discípulos otros hombres de ideas, no necesariamente de origen tolimense, pero comprometidos con la misma línea de pensamiento. De ellos han de incluirse a Alfonso López Michelsen, Hernando Agudelo Villa, Otto Morales Benítez, Luis Villar Borda, entre otros, cuya presencia dejó impronta intelectual en la historia de su tiempo.

En ese ambiente se movió Rafael Caicedo Espinosa. Su casa albergó reu niones de dirigentes liberales que, en apoyo a las políticas del presidente López, impulsaron el trámite de la reforma constitucional de 1936. Darío Echandía, ministro de Gobierno, convertido en la conciencia jurídica del ré-gimen, tuvo a su cargo esa responsabilidad ante el Congreso. Sus compa-triotas comenzaron a llamarlo “el Maestro”. Y Caicedo empezó a admirar a Echandía y a seguir sus luces desde las propias aulas del bachillerato. Man-tuvo esa admiración para siempre. Años más tarde se consolidó entre ambos una sincera y cercana amistad.

Caicedo gustaba de las charlas informales con reducido número de in-terlocutores políticos. Cuando ellas se producían transmitía recuerdos de su juventud o el análisis del suceso político del presente o ambas cosas. Solía recordar, a propósito de la reforma del 36, que Echandía, como presidente de la Dirección Nacional Liberal, involucró a los liberales de todo el país en las consultas del Partido sobre las materias que debían de ser objeto de reforma por parte del nuevo gobierno. Eran tiempos en que funcionaban los partidos y la democracia representativa servía para interpretar la voluntad popular, no para suplantarla.

Al responder las consultas, algunos directorios liberales solicitaron la convocatoria de una Asamblea Constituyente, con el argumento de que los instrumentos vigentes para modificar la Constitución eran pesados y dificul-taban unas reformas como las que exigían los tiempos. El propio Echandía fue partidario de tal procedimiento que, por cierto, encontró en Jorge Eliécer Gaitán uno de sus grandes defensores. López se abstuvo de dar curso a esa

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solicitud, pero le subrayó el carácter constituyente al Congreso nacional en su mensaje del 20 de julio de 1935.

Aprobada el 5 de agosto del año siguiente, dicha reforma fue sancionada por el presidente López y firmada también por sus ministros Alberto Lleras, Darío Echandía, Jorge Soto del Corral, Plinio Mendoza Neira, César García Álvarez y demás miembros del gabinete. Pero también fue suscrita por el pre-sidente del Congreso Eduardo Santos y por todos los miembros del mismo, entre quienes destaco a los elegidos por el departamento del Tolima: Enrique Caicedo Carvajal, José Joaquín Caicedo Castilla, Yezid Melendro Serna, Pedro Lozano y Lozano, Luis Bustamante, Gustavo Gordillo, Roberto Londoño C., Jorge Vargas Lara y Luis A. Ferreira. Esta reforma es la boleta de referencia del pensamiento político, jurídico y social de la Escuela del Tolima.

Por esas calendas, Caicedo es estudiante de bachillerato. No sin timide-ces alterna con dirigentes liberales tanto del Tolima como de otros departa-mentos. Para las elecciones de 1942, su padre, considerado una especie de jefe natural del liberalismo tolimense, se abstiene de respaldar la candidatura de López para un segundo período presidencial. Su postura antirreeleccio-nista se evidenció desde la campaña electoral de mitaca de 1941. Poco tiem-po después fue surgiendo un sector amigo de la candidatura de Santos, desde el cual se inspiró la fundación del periódico Independiente, que seguía las orientaciones del general Caicedo.

Por su parte, los amigos de López intentaron neutralizar la influencia del general a través del coronel Mauricio Jaramillo, otro veterano de la Gue-rra de los Mil Días. Fidel Peláez Trujillo, un hombre culto y brillante, exce-lente orador y gran organizador, fundó el periódico Frente Liberal y vinculó a él a figuras como Antonio Rocha, Alejandro Bernate, Rafael Parga Cortés y Alberto Camacho Angarita. Peláez jugó con mucha inteligencia, entre el respaldo regional, al presidente Eduardo Santos y a su gobernador Mariano Melendro, mientras, simultáneamente, impulsaba la candidatura de López.

El Frente Liberal nació en medio de un proceso de agitación intelec-tual y política intenso pero civilizado. Ibagué vive también un interesante período de actividad cultural y de interés cívico, recogido en los diversos

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periódicos de la época. En 1931, el periodista Luis Carlos Echandía funda el periódico El Avance y en 1934 el abogado Juan María Arbeláez da vida a El Derecho. En 1935, Alberto Camacho Angarita y Carlos Peláez Trujillo fundan la revista jurídica Ecos del Foro, y durante la administración Santos aparecen: Acción, dirigido por Octavio Laserna Villegas y Tolima, de Carlos Antonio Lis.

En 1944 se produce el primer cabildo abierto que recuerde la historia ibaguereña del siglo XX. Convocado a instancias del personero local Lino Franco, designa como su presidente a Alfonso Vélez Botero y luego a una Junta Cívica que orientan Camacho Angarita y Celerino Jiménez. La Junta decretó un paro general, como protesta por la decisión del Ministerio de Guerra en el sentido de suspender de manera indefinida la construcción de los cuarteles de La Esmeralda y el Campo de Aviación de Picaleña.

Mientras se producía este torrente de sucesos, Rafael Caicedo cursaba su bachillerato y sus estudios universitarios. En cualquier caso, no podía escapar a su contexto. Cuando estalló el paro cívico se desempeñaba como juez de la República. Quizás por eso su nombre no se registra en ninguno de tales acon-tecimientos. Aparece, por primera vez, cuando el periodista Floro Saavedra, en la edición del periódico El Derecho, Nº 482 de agosto 18 de 1945, pidió a los partidos políticos olvidarse de sus figuras más sectarias para comprometer con el futuro de la ciudad a quienes hayan probado su afecto con ella y demos-trado su capacidad de servicio. En esa lista, que encabezan Marco J. Ramírez, Delio Suárez, Juan María Arbeláez, Félix Restrepo Isaza, Abel Jiménez, Emilio Perdomo y Adolfo Pardo, se lee también el nombre de Rafael Caicedo.

En ese momento Caicedo abre su oficina de abogado en compañía de su colega y amigo Felipe Salazar Santos, e intenta definir su aspiración a los concejos de Ibagué y Alvarado. En 1946 el liberalismo se divide entre las candidaturas presidenciales de Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán, y Cai-cedo se inclina por un tercer nombre: El del maestro Darío Echandía. Este, sin embargo, declina todo ofrecimiento, con el argumento de que no va a di-vidir por tres lo que ya está dividido por dos. Caicedo es elegido concejal: Ha dado comienzo a una carrera política a la cual dedicará el resto de su vida.

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En las elecciones de 1946 resulta victorioso el candidato conservador Mariano Ospina Pérez, quien gobierna con la fórmula de la Unión Nacional. Sin embargo, los sectores más radicales de su partido muestran afán por monopolizar el poder, mientras los liberales se niegan a perderlo. El Gobier-no, sin mayoría parlamentaria, insiste en tomar decisiones políticas que el Congreso neutraliza, de manera que surge un clima de hostilidad sostenida y creciente entre los dos partidos. La Unión Nacional se rompe, el país se polariza y, en los sectores rurales, los campesinos son objeto de abusos por parte de la fuerza pública. El director del liberalismo, Jorge Eliécer Gaitán, organiza una marcha por la paz, el 7 de febrero de 1948. La violencia se agu-diza. El 9 de abril, Gaitán es asesinado.

En medio de la revuelta, el liberalismo colaboró con el gobierno conser-vador “en un acto de desprendimiento político que es casi incomprensible”, según palabras del dirigente liberal Germán Zea Hernández. Echandía fue nombrado ministro de Gobierno y Rafael Caicedo secretario de Gobierno del Tolima por decisión del gobernador Hernando Herrera Galindo. Dura muy poco el acuerdo porque la persecución en los campos no cesa, hasta el punto de que los campesinos tienen que organizar grupos de autodefensa, particularmente en el sur del Departamento. El 9 de noviembre de 1949, el Gobierno clausura el Congreso y se inicia una década de dictaduras.

La Violencia del medio siglo cobra una dinámica verdaderamente dra-mática. En Ibagué se llegó a extremos tales que el cabildo local alcanzó a anunciar que se preparaba para decretar la resistencia civil. La polarización se irradió hasta el seno de los hogares y afectó las relaciones personales y familiares. Preocupadas por la dinámica de la confrontación, las mujeres de Ibagué, con el respaldo de la Diócesis, convocaron a una jornada por la paz que se realizó el 17 de mayo de 1952, la que tuvo una amplia difusión en la prensa nacional.

La Violencia del medio siglo alcanzó altísimos niveles de barbarie y, al menos para algunos, fue una especie de guerra civil no declarada. Caicedo se convirtió en un defensor de sus copartidarios perseguidos injustamente. El más connotado jefe liberal del Tolima en ese momento era Rafael Parga Cor-

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tés, quien hizo de Caicedo su mano derecha. El fenómeno llegó a un punto en el cual, como dice James Henderson en su libro Cuando Colombia se desangró, editado por El Áncora en 1984, morían tantos campesinos de ambos partidos que los nexos políticos de cada uno tendrían solamente interés estadístico.

Actitud similar a la antes referida jornada de 1952 se repitió en 1956, bajo el gobierno militar. Por presión ciudadana, el teniente coronel Roberto Torres Quintero, gobernador del Departamento, y su secretario de Gobier-no, Eduardo Alzate García, convocaron a las fuerzas vivas de la comunidad tolimense para suscribir una alianza de paz, según rezaba la convocatoria. Sin descuidar su trabajo a favor de los perseguidos políticos y de las víctimas de la violencia, Rafael Caicedo trabajó arduamente por el éxito de la mencio-nada alianza. En ello lo acompañaron otros miembros del Directorio Liberal como el médico Alberto Rocha Alvira y el abogado Germán Torres Barreto. Los municipios más liberales del Tolima les expresaron su respaldo. Del mu-nicipio del Líbano llegó un mensaje del médico Alfonso Jaramillo Salazar, más tarde gobernador y ministro, y de Chaparral otro del abogado Samuel Osorio Vanegas, más tarde senador de la República.

Tampoco amainó la violencia después de aquel suceso. En 1957 cayó asesinado el director del diario Tribuna, Héctor Echeverry Cárdenas, al salir de su oficina. A menudo el periódico aparecía con una nota grande en pri-mera página que decía: “Edición censurada por el Gobierno”. Tribuna había sido fundado diez años atrás para respaldar la candidatura de Jorge Eliécer Gaitán y seguía siendo un diario altamente crítico. En el sepelio de Echeve-rry, Rafael Caicedo pronunció un célebre discurso de impecable talante libe-ral —reivindicatorio en su contenido, razonado en su secuencia argumental y prudente en su tono— que lo catapultó hacia la dirección política del li-beralismo tolimense. Nunca supe que fuera publicado en medio de comu-nicación alguno, pero conocí los comentarios de sus más cercanos amigos. Alguna vez, con algunos de ellos, escuché parte del discurso en la propia voz de Caicedo, quien recordaba de memoria fragmentos de este.

En ese mismo año, el general Gustavo Rojas Pinilla abandona el poder y la Junta Militar que lo sucede abre la puerta hacia la restauración democrática.

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Mientras tanto, las conversaciones que venían sosteniendo Alberto Lleras y Laureano Gómez en España permitieron avizorar la suscripción de un pacto de paz. Caicedo se comprometió con la idea de inmediato y empezó a actuar en esa misma dirección entre los tolimenses. Por entonces pronunció una fra-se llena de voluntad política y sentido solidario: “Vamos a declararle la paz al Tolima”. Un año después se inicia el sistema de gobierno que se conoció como Frente Nacional. Rafael Caicedo fue un protagonista de todo ese proceso y, por lo mismo, se ganó un sitial de privilegio en la historia del Tolima.

Rafael Caicedo Espinosa y su esposa, Elena Melendro, el día de su matrimonio (abril de 1955). Foto suministrada por su esposa Elena Melendro de Caicedo

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En 1955 —y también en abril— Rafael Caicedo contrae matrimonio con Elena Melendro Castilla, hija de Mariano Melendro Serna y Esther Cas-tilla Ramírez. Residieron durante años en el marco de la Plaza de Bolívar de Ibagué, en medio de una vida social intensa y austera al mismo tiempo. Pero viajaron por el mundo, sin dejar de mirar hacia su solar nativo y sin olvidar sus aires musicales impregnados por la brisa fresca del Combeima que, al decir del poeta ibaguereño Juan Lozano y Lozano, es “un río dulce a trechos y a trechos turbulento”.

Rafael Caicedo comenzaba a ser un hombre-símbolo de su patria chi-ca. Escuché por primera vez ese calificativo —décadas más tarde, en casa del médico Eduardo De León— de los labios de otro intelectual ibaguereño, el poeta Arturo Camacho Ramírez. Creo que así lo consideraron aquellos que lo conocieron más de cerca, como Echandía y Parga, quienes eran los gerontes del liberalismo tolimense. Pero también otros más próximos a su generación, con quienes mantuvo amistad entrañable.

Trascribo enseguida unos nombres que salieron de una charla que sostu-ve con su esposa, Elena Melendro, en su casa de Ibagué, en presencia de Olga Restrepo de Melendro y dos hijas suyas, María Consuelo y María del Rosario, cuyo amabilísimo concurso hizo posible buena parte de esta crónica. Aquellos nombres fueron parte de la más inmediata semejanza de Rafael Caicedo y, su sola mención, dibuja una época, un paisaje humano y un talante del Ibagué que él simbolizó: Alfonso Caicedo Buenaventura, Felipe Salazar Santos, Al-berto Rocha Alvira, Jorge Melendro Castilla, Alberto Santofimio Caicedo, los hermanos Peláez Trujillo, los Mejía Caicedo, los Vila Londoño, los Restrepo Caicedo, los Martínez Ruiz, Julio Galofre Caicedo, Miguel Sánchez París, Luis Eduardo Vargas Rocha, Miguel Ángel García, Manuel Ignacio González.

Esos amigos —y otros más, por supuesto, que no alcanzo a mencionar aquí— declaraban sin reservas su admiración intelectual por el tolimense ilustre y su afecto personal por el amigo de siempre. Era muy grato oír tanto a sus amigos como a sus adversarios políticos expresarse no solo con respeto sino con satisfacción sobre las cualidades de alguien en quien, de alguna ma-nera, se reconocían ellos mismos. Exactamente eso le oí decir, cualquier día,

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a Jaime Arbeláez Jiménez: “Rafael Caicedo se parece al Tolima”. Era un poco tímido, lo cual proyectaba en principio una imagen distante. Sin embargo, él sabía prodigarse gratamente en el ámbito de la amistad y del compañerismo. Se movilizaba a base de sentimientos.

En una nota escrita con motivo de su muerte, Luis Eduardo Vargas Rocha destaca en Caicedo su condición de miembro del grupo de Los Tri-dentes. Era un grupo de amigos que solían reunirse a oír música, hablar de historia o debatir sobre política. A veces se encontraban en el Café Madrid de propiedad de Servando Parra, pero generalmente en la casa de cualquiera de los tridentinos. Lo llamaban El Infierno y su símbolo era, precisamente, un tridente. Nos reuníamos —dice Vargas— con Luis Ernesto Bonilla, con Félix Martínez, con Miguel Ángel García y otros entrañables amigos: “Nos reunía-mos habitualmente en casa de Félix o de Luis Ernesto, donde recibíamos las lecciones de música selecta que este último oficiaba”.

En los comienzos del Frente Nacional, el presidente Alberto Lleras nombra gobernador del Tolima al maestro Echandía y este, a su vez, de-signa como su secretario de Hacienda a Rafael Caicedo Espinosa. Corría el año 1958. Echandía se comprometió tan seriamente con la paz que el ya co-nocido guerrillero, apodado “Tirofijo”, se desmovilizó por casi un año para desempeñarse como inspector de la carretera Planadas-Neiva. Es evidente que el Frente Nacional funcionó como pacto de paz, pues logró superar la violencia política que enfrentó a los dos partidos tradicionales.

En 1962 nace en Ibagué el diario El Cronista, periódico que tuvo una primera época entre los años diez y veinte, para luego desaparecer. En dicho año, sus directores fueron Rafael Caicedo Espinosa y Pablo Casas Santofi-mio. Estos se comprometieron con la defensa del Frente Nacional y con el apoyo a la gestión del expresidente Darío Echandía, que había sido designa-do director único del liberalismo colombiano. En el mismo año, Caicedo fue elegido senador de la República, en compañía de Alfonso Palacio Rudas, en una lista encabezada por el maestro Echandía.

Al iniciarse ese período parlamentario, Palacio Rudas invitó a dos co-legas suyos a un almuerzo en el Restaurante Temel de Bogotá. El objeto de

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Palacio era estimular el ejercicio del libre examen en el Congreso y asumir cabalmente la función parlamentaria del control político. Ese es el origen de la célebre Cofradía de los que no tragan entero, que le valió a Palacio la denominación de Cofrade para el resto de su vida. Desde aquel almuerzo, el Cofrade acuñó una frase que solía repetir cuando lo consideraba necesario: “El Frente Nacional es un pacto de paz, no de silencio”. Los dos colegas que acompañaron a Palacio en el almuerzo que dio origen a la Cofradía fueron Rafael Caicedo Espinosa y Raúl Vásquez Vélez.

El día de su posesión como Gobernador del Tolima (1964), junto con su esposa, Elena, entrando al edificio de la Gobernación, acompañado de una comisión de la Asamblea, encabezada por el diputado Miguel Sánchez París

—en el extremo izquierdo— quien además fue uno de sus grandes amigos. Foto suministrada por la familia Caicedo Melendro

En 1964 Caicedo es nombrado gobernador del Tolima, cargo al cual re-gresa en 1970. En este último año fui elegido concejal de Ibagué y luego presi-dente de la Corporación, por lo cual estuve relativamente cerca de su gobierno. Caicedo designó en su gabinete a un listado valioso de tolimenses: Jaime Po-lanco Urueña, Diego Castilla Durán, Guillermo Angulo Gómez, Héctor Vidal Perdomo, Luis Eduardo Vargas Rocha, Juan José Arteaga Arellano y Darío Or-tiz Vidales. Así lo recuerda Luis Eduardo Vargas en la referida nota de su auto-

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ría, en la cual extiende la memoria hacia tiempos anteriores: “En su compañía, con Nicanor Velásquez (Timoleón) y Alejandro Ramírez (Timochenko) cuán-tas veces compartimos y libamos en ‘El Diamante’; cuántos retozos juveniles en el inicio de nuestras actividades profesionales y políticas”.

Entre los dos ejercicios como gobernador del Tolima alternó la política con la vida social y su actividad empresarial. Fue presidente del Círculo de Ibagué y como propietario de la hacienda El Diamante, se convirtió en uno de los más importantes productores de arroz en el país. De hecho, la meseta de Ibagué y sus zonas aledañas registran, históricamente, los más altos nive-les de productividad arrocera en el mundo. En tal condición, fue miembro de la Federación Nacional de Arroceros y presidente de su Junta Directiva, mientras Jorge Ruiz Quiroga fungía como gerente general del gremio. Luego se hizo también empresario de la industria molinera. En unión de Jorge Ruiz, César Payán Castro, Alfonso Fonnegra Villar, Guillermo Laserna Pinzón y Luis Felipe Ramos Ramírez fundó, en 1965, la Unión Arrocera del Tolima.

En ejercicio de su actividad política promovió, en 1967, la unión del li-beralismo tolimense. Estaba dividido en tres fracciones, una encabezada por él mismo y las otras dos por Alfonso Palacio Rudas y por Alfonso Jaramillo Salazar. A mediados del año se convocó una Convención departamental que eligió a los tres dirigentes mencionados como directores conjuntos del Par-tido. Aquella dirección se conoció como El Triunvirato, que dinamizó la ac-tividad política de la región en términos útiles para consolidar las mayorías liberales del Tolima, en medio del pacto del Frente Nacional.

En 1969 se reunió en Ibagué el conocido Grupo de La Ceja, integrado por liberales críticos de distinto origen geográfico. Hernando Agudelo Vi-lla, Luis Villar Borda, Fabio Lozano Simonelli, entre otros, pertenecían a su estamento directivo. En su condición de dirigente máximo del liberalismo tolimense, Caicedo presentó un saludo a los asistentes, que sesionaban en el Teatro Tolima de Ibagué, y en medio de un entusiasta discurso se adelantó a todos los acontecimientos políticos nacionales: Lanzó la candidatura pre-sidencial de Misael Pastrana Borrero, para suceder a Carlos Lleras Restrepo, presidente en ejercicio.

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Convertido en jefe del Estado, Pastrana lo designó ministro de Minas en 1971. Allí vinculó a dos tolimenses a su staff más próximo: El abogado Rómulo Salazar Quiñones y el politólogo Jorge Eduardo Girón Barrios. En tal condición, y en unión de los ministros de Minas y Energía de Ecuador y Venezuela, fue fundador de la Organización Latinoamericana de Energía (olade), nacida en el contexto de la crisis energética internacional de los años setenta, como mecanismo de cooperación entre los países de la Amé-rica Ibérica para desarrollar sus recursos energéticos y contribuir a su desa-rrollo económico y social.

Rafael Caicedo, con Darío Echandía y su esposa Emilia Arciniegas, en el acto de posesión a la Gobernación (1964). En la parte de atrás, su esposa, Elena de Caicedo.

Foto suministrada por la familia Caicedo Melendro

En su condición de ministro, Caicedo promovió y realizó en Ibagué un gran evento cívico que se conoció con el nombre de Encuentro Tolimense. Este se ejecutó con el apoyo técnico de la Asociación para el Desarrollo del Tolima (adt), cuyo director ejecutivo, Augusto Vidal Perdomo, tuvo el en-cargo de presentar el documento oficial del Encuentro. Una comisión de la

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adt, integrada por Alberto Lozano Simonelli y por Diego Castilla Durán, invitó al expresidente Darío Echandía y al exministro Rafael Parga Cortés al importante acontecimiento.

Su preocupación central fue el desarrollo económico y social de la re-gión y, dentro de él, el proyecto de irrigación denominado Triángulo del Sur. El evento tuvo lugar durante los días 24 y 25 de marzo de 1973 y a él asistió todo el gabinete del presidente Pastrana. No dudo en afirmar que fue la pri-mera vez, en la historia local, que se reunió en Ibagué el gabinete ministerial en pleno. Solo volvió a ocurrir suceso igual en 1985, cuando el consejo de ministros sesionó en Ibagué, presidido por el propio jefe del Estado, Belisa-rio Betancur Cuartas, con motivo de la tragedia de Armero. Quien escribe estas líneas lo recuerda bien, porque presentó la posición regional ante el alto Gobierno.

Caicedo Espinosa firma como Gobernador del Tolima en 1970. Foto suministrada por la familia Caicedo Melendro

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Siempre presente en la actividad pública, Caicedo fue elegido nueva-mente senador en 1974. Ocupó entonces la presidencia de la Comisión Pri-mera de la Cámara Alta y, en un momento dado, su nombre se mencionó entre los posibles candidatos que el Congreso podría considerar para esco-ger, de entre ellos, el designado a la Presidencia de la República. Tal posición es análoga a la del actual vicepresidente. El elegido fue, finalmente, el his-toriador Indalecio Liévano Aguirre. En 1986 Caicedo fue designado emba-jador de Colombia en Quito y en 1993 fue condecorado por el gobernador Ramiro Lozano con la medalla Cacique Calarcá, la más alta distinción que el Tolima ofrece a sus mejores hijos. Durante todo ese tiempo su vida pública estuvo directamente entrelazada con la historia regional.

Caicedo fue sepultado en Ibagué el 28 de abril de 1999. Con motivo de su fallecimiento escribí una nota periodística en el diario El Nuevo Día de Ibagué, que quiero recoger en algunos apartes, porque con su muerte desa-pareció toda una era de la política tolimense. Una era que inauguró el maes-tro Echandía a través del ejercicio de una política con predominio de ideas, respetable y decente. La controversia era bienvenida, por supuesto, incluso buscada reiteradamente, pero no para vencer al enemigo sino para contra-rrestar al adversario y persuadir al indiferente. El objetivo final de la política era el poder, pero no para el abuso sino para el servicio de los ciudadanos.

La política es el sustituto de la guerra. Alguien dijo que la guerra es un lugar donde jóvenes soldados que no se conocen y no se odian, se matan entre sí por decisión de generales viejos que se conocen y se odian, pero no se matan. La política, en cambio es el arte de la convergencia. Su sentido es buscar acuerdos de mínimos con los adversarios. Nada conspira más contra el sentido de la política que una confrontación armada. Caicedo fue básica-mente un hombre de paz y, quizás por eso, tan profundamente lúcido para analizar la política.

La paz fue una gran enseñanza que dejó a los colombianos el Frente Nacional, a pesar de que se desvirtuó con el paso del tiempo. Rafael Caicedo se formó en la República Liberal y se tuvo que enfrentar, desde muy joven, a unas formas de poder que no tenían control alguno. La Violencia fue causa y

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consecuencia de una serie de abusos que hizo colapsar el Estado de Derecho. Pero este fue el primero en dar el paso hacia la convivencia, precisamente en la región que más heridas sufrió en medio del enfrentamiento armado del medio siglo XX y de sus múltiples secuelas, algunas de las cuales aún subsis-ten.

Es cierto: El Frente Nacional terminó cerrándose sobre sí mismo y no logró consolidar factores estabilizantes para la paz. Ello coincidió con el de-clive, natural por razones etarias, de la generación a la cual perteneció Rafael Caicedo y con el advenimiento malhadado del narcotráfico como fenómeno omnipresente, que contaminó a las instituciones y a casi toda la vida colom-biana. El país terminó invadido por una cultura de los antivalores, de la cual no ha podido reponerse. Por eso, a veces, se siente nostalgia del viejo país. El de Echandía, el de los Lleras, el de Galán. El mismo país de Rafael Caicedo, quien mantuvo encendida en el Tolima una luz de dignidad, democracia y ética política, mientras sobre su geografía avanzaba la amenaza creciente de los malos hábitos públicos.

Caicedo acompaña a Luis Carlos Galán en un acto en plaza pública en Ibagué, durante la campaña por la presidencia de 1982. Foto suministrada por la familia Melendro Restrepo

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Rafael Caicedo era como una especie de aristócrata con formación de-mocrática que prodigaba, con infinita facilidad, su riqueza espiritual en el ambiente propicio de una charla informal, de la bohemia culta o del círculo de sus más cercanos amigos. Yo no fui uno de ellos, pero cuando estuve cer-ca de él, en múltiples ocasiones, logré percibir los más nobles rasgos de su valiosa personalidad y las mejores características de su dimensión humana. Además, me siento producto de una época durante la cual Rafael Caicedo era aquel hombre símbolo que ya he mencionado, bajo cuyo alero muchos tolimenses aprendieron lecciones de democracia y liberalismo.

Como dirigente alternó la actividad pública y la empresarial en térmi-nos ejemplares para su comunidad. Dejó un rastro claro de ética política. Con infinita discreción prestó ayuda a quienes la necesitaron, sin pedir nada a cambio. Lo recuerdo comprometiendo sus propios recursos en beneficio de uno de sus copartidarios del sur del Tolima y en el apoyo a la familia de un dirigente nacional asesinado por el narcotráfico. Despertaba tanta confianza entre sus más cercanos amigos personales y políticos, que Gilberto Varón, un conocido empresario de su tiempo, oriundo de Mariquita, en un momen-to dado le entregó su chequera y le dijo: “Doctor Caicedo, llene el cheque por la cifra con la cual usted considere que debo comprometerme para ayudar a la tranquilidad de esa familia”.

Fue un hombre generoso, discreto, solidario. Como en la frase bíblica, prefería que su mano izquierda no supiera qué hacía su mano derecha. Tam-bién era un hombre auténtico y valeroso. Privilegiaba las ideas pero, cuando era necesario, no dudaba en arriesgar su propia seguridad. Tenía un hondo sentido de la historia, el cual reforzaba con su devoción por las biografías de los grandes líderes de la humanidad. Sus dos principales admiraciones eran el maestro Echandía y el Che Guevara. Aquel era la filosofía del derecho y este el idealismo en la política. Desde su propia orilla, situada lejos de la de Guevara, entendía el sentido de su lucha contumaz e impenitente. Una lámi-na de cobre con el rostro del Che aún adorna hoy las paredes de su estudio.

Lo escribí bajo el impacto de la noticia de su fallecimiento y suelo repe-tirlo cuando es preciso: Con la muerte de Rafael Caicedo desaparecieron un

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estilo para hacer la política y una época en que la actividad pública estaba más referida a los valores que a los intereses. El estilo era sobrio y la actividad era grata. Aquel solía ser moderado y esta se parecía más a los cuentos que a las cuentas. Pero además, con Caicedo falleció un tolimense puro: De inteligencia fina, de estirpe libérrima, de rostro moreno, de pausado dejo al expresarse.

Le vi por última vez unos tres o cuatro meses antes de su muerte, acom-pañado por Elena, su esposa, en casa de unos parientes suyos. Con su primo

Fotografía tomada de El Nuevo Día

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hermano Álvaro Mejía Caicedo y su ahijado Mauricio Vila Mejía comentamos sobre su salud deteriorada y su ánimo decaído, pero también sobre su infinita lucidez para analizar al complejo suceso político del país y del mundo. Tam-bién lo escribí el día de su muerte: No tenía ya el penacho del jefe político de otros días, pero portaba la serena grandeza del patricio que no le debe nada a la vida. Alberto Lleras lo dijo sobre Darío Echandía, y resulta predicable de Rafael Caicedo: “Era un hombre idéntico a sí mismo”. La frase es hermosa aunque guarda cierto sabor enigmático. Sin embargo, los hombres de honda sensibilidad espiritual saben que un enigma se resuelve con otro enigma. Tal vez eso explique por qué Rafael Caicedo nació y murió el mismo día de abril.

Nota de la sección Cosas del Día del diario El Tiempo, publicada el 30 de noviembre de 1999, con motivo del fallecimiento de Rafael Caicedo

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Guía complementariaLas siguientes son preguntas sugeridas para estimular el diálogo en el aula. Se recomienda complementarlas a criterio de docentes y estudiantes.

1. El doctor Rafael Caicedo, oriundo de Ibagué, crecerá en medio de transcendentales transformaciones políticas y sociales hacia la tercera década del siglo XX. Consulte ¿qué fue la Convención de Ibagué y por qué fue significativa para el futuro de Colombia? ¿A qué periodo del siglo XX hace referencia la República Liberal?

2. En las elecciones de 1946, el doctor Rafael Caicedo es nombrado Con-cejal del partido Liberal, y así comienza su vida política en medio de la tensión bipartidista. Mencione algunos eventos que profundizaron a partir de esta época, la tensión existente entre el partido Liberal y el partido Conservador.

3. El doctor Rafael Caicedo, como abogado, defendió los derechos y las libertades de sus copartidarios perseguidos y apoyó sin dudar otras cau-sas pacifistas como La Alianza de paz, organizada en el departamento del Tolima en 1957. ¿Qué fue esta alianza?

4. Más tarde, en 1958, se instaura un experimento político llamado Frente Nacional, para dar fin con la violencia bipartidista que se extendía por casi todo el país. El doctor Rafael Caicedo será fundamental para lograr estos propósitos en el Tolima. ¿Por qué? Consulte sobre el Frente Nacio-nal, ¿Qué fue? ¿Qué ventajas y desventajas trajo para Colombia? ¿Qué piensa al respecto?

5. El doctor Rafael Caicedo ejerció una brillante vida política a lo largo de su vida. Mencione algunos de los cargos que desempeñó su vida públi-ca. ¿Cuáles considera usted que fueron los mayores aportes que le dejó al departamento del Tolima?