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131 Soledad Rengifo Guzmán Soledad Rengifo Guzmán Maestra por convicción Por: Martha Myriam Páez Morales

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Soledad Rengifo Guzmán

Soledad Rengifo GuzmánMaestra por convicción

Por: Martha Myriam Páez Morales

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Soledad Rengifo Guzmán

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Jubilosas canciones de gloriaentonad al Liceo Especial

a sus nimbos de clara blancuraa sus claras promesas de aurora

y a su suave reír de cristal.

La anterior es un estrofa del himno del Li-ceo Especial, que conserva claramente en su memoria el abogado Manuel José Álva-rez Didyme-dôme, quien cursó los grados kínder atrasado, kínder adelantado, pri-mero y segundo de primaria en el colegio que Soledad Rengifo creó y dirigió en Iba-gué por más de treinta años. Allí recibie-ron instrucción los niños de las familias más tradicionales de la capital tolimense, y con sus recuerdos se reconstruyó la vida de Soledad Rengifo, los días en sus aulas y su significado para Ibagué.

El Liceo Especial fue un colegio de primaria que funcionó entre los años 1940 y 1994, en La Pola, uno de los ba-rrios más tradicionales de Ibagué. Entre los años 1940 y 1968 fue dirigido por Soledad Rengifo, quien fue su funda-dora y directora.

Soledad Rengifo Guzmán nació en el hogar de Mario Rengifo Mon-tealegre y Aminta Guzmán, el 17 de marzo de 1895. Fue la tercera de seis hermanos. Cuatro hombres: José Vicente, Julio, Jorge y Camilo, y dos mu-jeres: Soledad y Aminta. José Vicente Rengifo Morón, sobrino de Soledad, recuerda que su padre, José Vicente, fue orfebre y se desempeñó como jefe

Soledad Rengifo Guzmán, en su juventud. Fotografía suministrada por José Vicente

Rengifo Morón

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de la Registraduría Municipal en los años cuarenta y cincuenta; Camilo y Jorge también fueron empleados públicos, y Julio ejerció como mecánico; Soledad, por su parte, se dedicó a la docencia y Aminta fue su compañera inseparable en su trasegar por la vida y la enseñanza.

El historiador y exalumno del Liceo Especial, Hernando Bonilla Mesa, aña-de que Soledad era nieta del famoso ibaguereño Claudio Rengifo Hernández, dueño de la hacienda Belén, en parte de cuyos predios se encuentra el barrio del mismo nombre, el Panóptico y algunos terrenos que fueron invadidos. “Fue discípula de mi abuelo, el gramático y rector del Colegio San Simón, Manuel Antonio Bonilla Rebellón. Siempre que llegaba al colegio me preguntaba por él”.

Agrega Hernando Bonilla: “Es una de las grandes educadoras que hubo en los años treinta, cuarenta, cincuenta y sesenta. Hizo parte de una promo-ción de normalistas como Clema Tovar, Pina Muñoz de Trujillo, Margarita Pardo Vargas, Susana González de Castaño, muchas de las cuales establecie-ron un colegio: Soledad fundó el Liceo Especial; Margarita Pardo Vargas, el Gimnasio Femenino, y Cecilia Vargas Rocha, hermana del famoso médico Luis Eduardo Vargas Rocha, creó el Colegio del Perpetuo Socorro. Todas fueron normalistas; era lo máximo a lo que podían aspirar las mujeres en esa época, pues no había acceso para ellas en la universidad”.

Su sobrino José Vicente lo confirma: “Le gustó (la docencia) porque aquí no había otra opción de llegar a hacer alguna profesión diferente (para las mujeres), pero ella siempre tuvo una inclinación por atender a los niños”.

A comienzos e incluso hasta mediados del siglo XX, la educación para las mujeres no se contemplaba entre los planes estatales; en los pocos sec-tores en los que la mujer tenía acceso a la instrucción, esta se orientaba a la enseñanza religiosa, la lectura, la escritura, unas pocas nociones de historia y geografía y todas aquellas actividades que le permitieran cumplir con su rol de madre y esposa, como el bordado, la costura y la economía familiar.

“El derecho a la educación estaba restringido en las mujeres. Las pocas que accedían a ella tenían que cursar estudios femeninos que las prepara-ban para continuar ejerciendo las labores domésticas y la educación de los hijos. Otras podían estudiar Magisterio, profesión típicamente femenina y

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aceptada socialmente, en cuanto es extensión de las tareas de socialización del niño. No podían acceder a la educación técnica ni universitaria, porque no se les permitía ingresar al bachillerato que las preparaba para aspirar a la universidad. Solo en el año 1933 un decreto del presidente de la República permitió el estudio del bachillerato por la mujer y el ingreso a la universidad. En 1968, se abolió la diferencia entre educación masculina y femenina, al menos desde el punto de vista normativo”, señala la historiadora Magdala Velásquez Toro, en el artículo Sí, tenemos derechos, pero... La condición jurí-dica y real de la mujer en Colombia, publicado en la revista Nueva Sociedad. Nº 78, julio-agosto de 1985.

Este fue el entorno en el que creció y estudió Soledad Rengifo. Ibagué era una pequeña ciudad de paso, que en los años treinta escasamente supe-raba los sesenta mil habitantes. La ciudad creció alrededor de la Plaza de Bolívar y los barrios no se extendían hacia el Occidente más allá de La Pola y de Belén; hacia el Oriente sus calles llegaban hasta la 21, donde estaba loca-lizado el camposanto y hoy es la sede de la Policía Nacional.

Los primeros añosLa señorita Soledad, como siempre se le llamó, realizó sus estudios de bachi-llerato en la Escuela Normal de Institutoras de Ibagué y obtuvo su título de Maestra. Recién egresada laboró en algunas escuelas de la ciudad y fue direc-tora de la Escuela Municipal (que por aquella época era la mayor de Ibagué), la cual estaba ubicada en la Carrera 3ª entre calles 7ª y 8ª. Posteriormente, surgió en Soledad el interés de formar su propio colegio; fue así como en el año de 1940 fundó el Liceo Especial, que funcionó en la Carrera 2ª, número 7-22, con los grados desde kínder hasta quinto de primaria.

La casa paterna fue la sede del Liceo Especial hasta el final de sus días. Con sus propios recursos, Soledad Rengifo adquirió los implementos nece-sarios y cada vez que viajaba a Bogotá visitaba colegios y compraba libros y material para que el Liceo se mantuviera actualizado. A medida que creció el número de estudiantes, compró propiedades vecinas hasta conseguir un área de 1.500 metros cuadrados, señaló su sobrino Vicente.

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Escuela Normal de Institutoras, donde estudiaron las normalistas de Ibagué; estaba localizada en la Calle 10, entre carreras 4ª y 5ª. Foto tomada de la página de Facebook: Fotografías antiguas y personajes del Tolima

Esta versión la corrobora Stella Merino: “Al comienzo era una casa muy pequeña y ella fue comprando casas vecinas. Cuando estudié ahí, en el año 41, en la esquina había otra casa pequeña que era de un señor Zoilo Izquier-do, que vivía con una hermana; Soledad la compró y fue ampliando el cole-gio. Dejó una parte para vivir con su hermana y luego se pasaron a vivir a la Calle 8ª entre 2ª y 3ª y dejaron todo para el colegio”.

Manuel José Álvarez recuerda que la sede del Liceo Especial era una casa con dos patios centrales. En uno había una gruta de piedra con una Virgen, donde los estudiantes y sus familias posaban para tomarse las foto-grafías de la Primera Comunión. En el patio posterior había una arboleda y un cafeto. “Ahí conocí el café”, indicó Álvarez.

Por su parte, María Victoria Bonilla, otra estudiante del Liceo, recuerda: “El colegio tenía solar, era cómodo, tenía un patio atrás donde estaba la gruta

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y ahí empezaban los salones, en cada salón cabían unos 30 niños, había dos patios donde salían a recreo”.

En La Pola, las familias vieron con buenos ojos la creación del cole-gio y matricularon allí a sus hijos. Es así como personajes como el senador Guillermo Angulo Gómez, pasaron por las aulas del Liceo Especial. Angulo Gómez, que también fue ministro de Educación, en homenaje a esta gran maestra, en el año de 1980, le dio el nombre de Soledad Rengifo a la Bibliote-ca Pública de Ibagué. La biblioteca está localizada en la Calle 10 con Carrera 5ª, en un costado del parque Centenario, en pleno centro de la ciudad.

En la página virtual Blogs de la Biblioteca Nacional de Colombia, se in-dica que en 1980 “por medio del acuerdo 047, es entregado un terreno en la calle 10 con Carrera 5° al Instituto de Construcciones Escolares (icce), lote en el cual se construye un edificio que consta de cuatro niveles y al termi-narlo es entregado a la Administración Municipal para funcionamiento de la Biblioteca pública Municipal de Ibagué”. El mismo texto añade que se le cambió el nombre a la biblioteca, por solicitud el entonces ministro de Edu-cación, Guillermo Angulo Gómez, y se le denominó Soledad Rengifo.

Biblioteca Pública Soledad Rengifo, ubicada en la Calle 10 con Carrera 5ª de Ibagué. Fotografía: Martha Myriam Páez.

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El equipo humanoSoledad Rengifo conformó un cuerpo de profesores importante, aunque había pocos maestros, entre ellos, el músico Darío Garzón, integrante del afamado dueto Garzón y Collazos, y el profesor Jorge Quevedo que dictaba la clase de matemáticas. Los estudiantes recuerdan con afecto los nombres de las pro-fesoras Trinidad Silva Cabrera, Dálila Jiménez, Cecilia Cristancho, Rosa Tu-lia Morales, Leopoldina Peralta, Rita Góngora de Ospina, Cecilia Calle, Ligia Cardoso y Josefina Álvarez, quien ejerció como secretaria en los últimos años.

Hernando Bonilla refiere: “Cada vez que paso por ahí (la Carrera 2ª con Calle 7ª) me acuerdo del Liceo Especial y de los jalones de orejas de Inés Colla-zos, que fue la que más o menos me enseñó a leer. Vivo muy agradecido con ella”.

El colegio era mixto, una novedad en aquella época, pues los niños y las niñas estudiaban en colegios separados. Manuel José Álvarez recuerda que una directriz del Ministerio de Educación no permitía las instituciones mixtas; por ello, relata cómo en una ocasión las profesoras debieron escon-der a los niños en un baño mientras se practicó una vista ordenada por el Ministerio de Educación para verificar si el colegio infringía la disposición e impartía educación a niños y niñas.

En la fila superior, la tercera de izquierda a derecha es la profesora Inés Collazos. Fotografía tomada de la página de Facebook Egresados del Liceo Especial

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Los mejores recuerdosLas personas consultadas y que pasaron por las aulas del Liceo Espacial, evo-can con especial cariño las clausuras del año escolar. Al finalizar el año, se realizaba una sesión solemne muy llamativa, cuenta José Vicente Rengifo, en la que cobraba un papel protagónico la señorita Aminta, hermana de Sole-dad. Aminta se esmeraba en la preparación de estas ceremonias: Organizaba comedias, hacía coreografías y preparaba a los niños en sus presentaciones. “A ella le gustaban las comedias; eran bonitas y muy organizadas”, dice su sobrino y exalumno del Liceo Especial, Jorge Rengifo Santofimio.

Aminta, además, escribía versos, junto con la profesora Trinidad Silva Cabrera, en los que describía a cada uno de los estudiantes. Esta era la opor-tunidad para dar a conocer los versos y uno de los estudiantes encargados de leerlos fue Leonel de La Pava, según recuerda Stella Merino.

Las sesiones solemnes se aprovechaban, así mismo, para evaluar los co-nocimientos adquiridos por los estudiantes a lo largo del año y aunque los niños temían equivocarse, también se llenaban de orgullo si sus respuestas eran acertadas.

Cuando llegaban al grado quinto de primaria, las niñas se graduaban de vestido rosado, si habían ingresado desde kínder atrasado, y las demás, con vestido azul. El uniforme de diario para las niñas era un delantal blanco con una randa de color rojo en el cuello y con zapatos cocacolos (blanco con rojo). Las profesoras se preocupaban por la buena presentación y el aseo de los estudiantes; por eso cada lunes les revisaban el uniforme y las manos y, con menor frecuencia, la cabeza para ver si tenían piojos, caso en el cual les informaban a los padres de familia.

En una época del año, en agosto o septiembre cuando la temperatu-ra aumenta considerablemente en la ciudad, la señorita Soledad compraba helados y se paraba en la entrada de la Rectoría con Aminta y la secretaria Josefina y a cada niño le entregaban un helado.

María Victoria Bonilla trae a su memoria un episodio inolvidable para muchos colombianos, el terremoto del 9 de febrero de 1967. Este fenómeno

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natural ocurrió a las 10:24 de la mañana. María Victoria cuenta que cuando tocaban la campana para regresar a los salones después del recreo, los niños se debían quedar como “estatuas” (este era un juego en el que uno de los participantes pronunciaba la palabra estatua y los demás debían quedarse en su lugar, inmóviles). En ese preciso momento se presentó el terremoto, que fue de 7,2 grados y que afectó principalmente el departamento del Huila. El fuerte sismo deterioró algunas edificaciones de Ibagué, entre ellas la ca-tedral. En el Liceo Especial, un muro se desplomó y una de las niñas, Lucía Vargas, hija de Luis Eduardo Vargas Rocha, resultó levemente lesionada.

Era un colegio católico. En mayo, el mes de la Virgen, se organizaban actos religiosos. Los estudiantes más destacados eran escogidos para decla-mar poesías y hacer lecturas en honor a la Virgen. “Me encantaban las horas de los rosarios; nos llevaban a rezar y cada una de las niñas debía rezar una décima. Eran épocas maravillosas”, recuerda Solange Páramo, quien reside hoy en Montería, pero no pierde el contacto con su natal Ibagué.

Como la mayor parte de los estudiantes residían en La Pola, las ma-dres se acercaban al colegio en las horas de recreo, les llevaban la lonchera y compartían con sus hijos estos momentos. El horario de clases era de ocho de la mañana a doce del mediodía y de dos a cuatro de la tarde. Además, en

Las niñas del Liceo Especial con su uniforme de diario. Fotografía tomada de la página de Facebook Egresados del Liceo Especial

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los salones había peceras, que lo mismos niños debían lavar. Esta labor se asignaba por filas; cada una era responsable del acuario una vez por semana y también se encargaban de alimentar los peces.

El orden y la disciplina constituyeron una parte esencial en el Liceo Especial. Al finalizar la semana había que dejar los salones organizados; esta tarea era atendida por grupos de estudiantes. Los pupitres, en los que se guardaban libros, útiles y cuadernos, debían permanecer ordenados; así mismo, los alumnos debían enumerar las hojas de los cuadernos, para que no las arrancaran, dibujarles márgenes y mantenerlos forrados; cada grado utilizaba un color de forro diferente: Rojo para Primero, azul para Segundo, verde para Tercero y así sucesivamente; de tal manera que cuando alguien dejaba un cuaderno olvidado, las profesores sabían a qué curso pertenecía.

Algunos de quienes pasaron por las aulas del Liceo Especial, aún conservan sus cuadernos. Fotografía toma de la página de Facebook Egresados del Liceo Especial

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La señorita Soledad, aunque no impartía clases, pasaba con regularidad por los salones con una bolsa de dulces y les formulaba preguntas a los ni-ños. Quienes respondían correctamente, se hacían merecedores de un dulce. En algunas de esas ocasiones, las preguntas llevaban implícitos errores, que le permitían medir el grado de concentración de los niños y si ellos no se daban cuenta les reprendía con dulzura y, por supuesto, ninguno recibía el anhelado premio. Una vez, por ejemplo, llegó al grado tercero y preguntó con qué arma mató Abel a Caín; después de múltiples respuestas, todas equivocadas, les dijo que Abel no pudo matar a Caín porque en realidad la Biblia narra que Caín fue el que dio muerte a su hermano. Ese día no hubo dulces en el salón.

Cuando la ciudad creció y se construyó el barrio Santa Helena, muchos de los residentes en La Pola se trasladaron a esta nueva urbanización, que fue una de las primeras construidas por el Banco Central Hipotecario en Ibagué, para familias de clase media. Por esta razón, en el colegio se vio la necesidad de contratar un bus que recogía y traía a los niños. “El conductor era muy querido y siempre iba una de las profesoras en el recorrido”, relata María Victoria Bonilla.

Las primeras comuniones

Desfile de Primera Comunión de los niños del Liceo Especial. La foto fue tomada en la Carrera 2ª entre calles 9ª y 10ª. Foto: Página de Facebook Egresados del Liceo Especial

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Las primeras comuniones también fueron memorables, no solamente para los niños del Liceo Especial. En el mes de junio, según recuerda José Vicente Rengifo, se cumplía esta celebración y era un acontecimiento en la ciudad porque los niños desfilaban desde el colegio hasta la catedral. Abría el desfile un grupo de niñas vestidas de ángeles y los niños portaban una azuce-na. Las niñas vestían de blanco y los niños llevaban vestido de marinero; en medio de cánticos a la Virgen y una misa solemne se cumplía la ceremonia, a la que también asistían los padres de familia, ataviados con sus mejores galas. La señorita Soledad exigía que todo el profesorado fuera con vestido azul oscuro o negro en estas ocasiones especiales. Los vestidos de la Primera Comunión para las niñas los elaboraban las señoritas Molano, que vivían en la Carrera 2ª con Calle 6ª, y la preparación se llevaba a cabo en la catedral.

Este hecho revela también la cercanía de Soledad Rengifo con la iglesia católica y todos los entrevistados coinciden en afirmar que era una mujer profundamente religiosa. “Era un colegio católico; obviamente, siempre es-taba presente el obispo de Ibagué Pedro María Rodríguez y Andrade”, señala el historiador Hernando Bonilla. Posteriormente, monseñor Luis Felipe Jaú-regui acompañaba los eventos del Liceo.

La señorita Soledad Rengifo con monseñor Luis Felipe Jáuregui. Foto: Página de Facebook Egresados del Liceo Especial

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La música no podía faltar en el Liceo Especial. Por eso, uno de los pro-fesores que participó en la formación de los niños fue el maestro Darío Gar-zón, integrante del dueto Garzón y Collazos, que durante muchos años fue insignia del Tolima Grande y dio a conocer la música del Departamento, incluso más allá de las fronteras. El maestro Garzón enseñaba música y a tocar instrumentos al que tenía disposición para aprender. “El le enseñó a tocar el tiple a mi hermana Elvira Leonor”, rememora Manuel José Álvarez.

La disciplinaEn aquellos años, cuando los niños no cumplían sus deberes o cometían actos de indisciplina, los profesores tenían la potestad para imponerles cas-tigos, que iban desde no permitirles salir al recreo, escribir planas, permane-cer de rodillas o sostener un ladrillo en las manos por largo tiempo.

Cuando los llamaban a Rectoría, porque habían cometido una falta, los niños sentían mucho miedo, pues la señorita Soledad los reprendía con severidad y firmeza, pero sin elevar la voz y sin groserías. “No recuer-do que nos diera un regaño, pero le teníamos un gran respeto”, asegura Stella Merino.

José Vicente Rengifo no olvida la manera de disciplinar a los alumnos. “Según ella, yo era inquieto y una vez me castigó; en esa época se usaba ponerlo a uno en el piso arrodillado o hacer planas y planas; a mí una vez me puso en el patio a cargar un ladrillo en las manos porque estaba moles-tando en el recreo”.

Muchos de los niños que pasaron por las aulas se convirtieron en desta-cados personajes de la ciudad y del Departamento. Entre ellos se encuentran, Ariel Armel, exgobernador del Tolima, creador y presidente, por más de cua-renta años, de la Confederación Colombiana de Consumidores, y Guillermo Angulo Gómez, senador de la República, presidente del Congreso y ministro de Educación. “Ariel Armel estudió con nosotros. Era bastante necio, todos dábamos quejas de él”, recuerda Stella Merino.

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Su carácter y sus creenciasPara su sobrino José Vicente, la señorita Soledad era jovial y cordial, pero muy severa dentro del colegio. Si ocurría algún acto de indisciplina, hacía formar a todos los estudiantes y “les decía sus palabras”. No daba clases, ni tenía un grupo asignado, aunque hubo un año en que dictó matemáticas. Visitaba los salones y daba charlas sobre valores morales y espirituales. “Era muy sociable, tenía muchas amigas y las madres de las alumnas la visitaban con frecuencia. Como lectora apasionada, poseía una gran bi-blioteca, también coleccionaba porcelanas y exhibía pinturas originales de reconocidos artistas”.

“Fue una persona estricta. Así como era de buena educadora, así fue de exigente y rigurosa; con ella no había términos medios, o lo uno o lo otro”, señala Hernando Bonilla.

Su sobrino Jorge Rengifo Santofimio, la define como una mujer culta, trabajadora, “extraordinaria tía”, severa con los alumnos: “Todos le teníamos que cumplir bien”.

Soledad se caracterizó por ser bondadosa y amorosa con los niños, pero inspiraba gran respeto e incluso temor, según la evoca Ligia Sofía Cardoso, docente del Liceo Especial y que en la actualidad es una de las propietarias del Nuevo Liceo, un colegio que fundaron algunas de las profesoras que tra-bajaron al lado de la señorita Soledad y que decidieron continuar su legado. “Quería que los niños fueran de buenas costumbres, amantes de la Virgen y educados, que aprendieran ortografía y que leyeran bien”.

Luz Teresa Zamora, otra de las ibaguereñas que pasó sus primeros años de enseñanza en esta institución, trae al presente sus recuerdos: “Yo entré al colegio desde kínder atrasado y allí hice la Primera Comunión. Recuerdo a Soledad como una persona estricta, pero pienso que fue la mejor educadora. Vestía de gris, azul oscuro o negro. Calzaba 34; lo sé porque mi mamá via-jaba y ella le encargaba zapatos de plataforma de colores negro, azul o gris; siempre usaba medias veladas, se pintaba las uñas de rosado, llevaba el pelo corto y usaba labial rosado”.

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“La llevo en mi memoria como una persona elegante; vestía de negro con blanco, toda abotonada”, agregó María Victoria Bonilla. Otra de sus alumnas, Solange Páramo, recuerda así a la señorita Soledad: “Era blanca, gordita, usaba siempre media velada y sastre negro, era muy elegante”.

Se interesaba en que los estudiantes aprendieran a leer bien. Promovía concursos de lectura y premiaba a los que mejor leyeran en público; con ello buscaba que le tomaran afecto a la lectura y a los libros.

Soledad Rengifo tenía especial cariño por su familia. “A mí enseñó muchas virtudes y me hizo amar la Medicina, porque varios tíos de ella fueron médicos, Plinio y Claudio Rengifo; entonces me hablaba de ellos con cariño; me decía ‘mijo, usted tiene que estudiar como sus tíos’. Seguramente eso me caló un poco y quizá por eso seguí la carrera de Medicina”, afirmó José Vicente Rengifo.

Un trabajo valoradoCuando se retiró de sus actividades, llevaba una vida más sosegada, dijo José Vicente Rengifo. Recibió reconocimientos, pero básicamente lo que hizo fue educar y ganarse el aprecio de todos los niños y de las familias ibaguereñas.

El diario tolimense, El Nuevo Día, en su edición del 28 de febrero de 1999 evoca a esta gran educadora y hace un recuento de algunos de los re-conocimientos con los que fue exaltada: “El tesón con el que trabajó y la bondad que no le permitía desamparar a los niños de escasos recursos, fue valorado en 1951 cuando se le condecoró con el Libro de Oro del Tolima. Además, la distinción Martín Pomala, otorgada por el Concejo de Ibagué, años más tarde, también engalanó su labor, al igual que la construcción de la Biblioteca Soledad Rengifo, por parte de la administración municipal, para mantener vivo su legado”.

Su retiroDespués de un poco más de treinta años dedicados en cuerpo y alma al Liceo Especial, hacia el año de 1968, la señorita Soledad Rengifo decidió retirarse.

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Y fue precisamente una de sus primeras alumnas, Stella Merino de Bernoske, quien siguió con la labor que había iniciado Soledad Rengifo en 1940.

Vicente Rengifo expresa que su tía “decidió vender el colegio porque estaba cansada y luego de una labor de 40 años o más quiso tener una vida más sosegada. Terminó su labor como profesora, se quedó descansando con su hermana, un perro y un gato”.

Stella Merino señala: “Ingresé al Liceo Especial en el año 41. Éramos pocos alumnos. Ellas (Soledad y Aminta) vivían en la misma casa donde funcionaba el colegio. Recuerdo a las profesoras Trinidad Silva Cabrera e Inés Collazos. La señorita Aminta, la hermana mayor de la señorita Soledad, programaba las clausuras del colegio con coplas. En esa época los alumnos de quinto de primaria eran Leonel de la Pava, Vicente Rengifo, Roberto Isaacs, Lía Rengifo. Yo estudié allí unos tres o cuatro años y luego me fui a estudiar a Bogotá. Más tarde viajé a Canadá y al regresar, en el año 65, llevé a mis hijas a estudiar allá. En 1968, la señorita Soledad me comentó que estaba cansada y que iba a cerrar el colegio. Me acuerdo que le dije: ‘Me vine de Bogotá para educar a mis hijas donde usted me educó a mí y ahora usted lo va a cerrar’. Aquel día me propuso que le comprara el colegio, pues además, sabía que mi esposo era profesor de la Universidad (del Tolima) y que nos fascinaban los niños. Se hicieron unos trámites muy rápidos”.

Con la nueva dirección se presentaron algunos cambios y se conser-varon tradiciones. “Cuando compré el colegio, las profesoras se dividieron, unas no se querían quedar y fundaron un nuevo colegio, el Nuevo Liceo, que todavía existe. Las profesoras Rosa Tulia Morales, Leopoldina Peralta y Rita Góngora de Ospina permanecieron en el Liceo”, agrega Stella Merino.

El número de estudiantes por salón también se modificó, refiere Stella Merino: “Había aproximadamente 300 alumnos, nosotros fuimos dismi-nuyendo el personal; nunca tuvimos grupos de más de veinte alumnos, con el propósito de conocer a los niños, sus problemas, sus cualidades, su ambiente y de dónde venían, y escogíamos la entrada de los alumnos que íbamos a recibir, no basados en los ingresos económicos, sino en los valores familiares. Allí estudiaron hijos y hasta nietos de exalumnos; era

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una convivencia entre padres, alumnos y profesores y así fue hasta cuando cerré el colegio en el año de 1994”.

Stella Merino añade: “Ella me vendió el colegio con la condición de que el día en que me cansara no lo iba a vender ni a ceder, sino que lo cerrara, porque no fue creado con la intención de tener un negocio para ganar plata; sencillamente tenía por objeto forjar valores y educar con bases dentro del catolicismo y la moralidad. Quise conservar la tradición de un colegio sin compromisos, donde cada alumno era un individuo, conocíamos a los estu-diantes y a sus papás. Se conservó la costumbre de que a la hora del recreo de la mañana las mamás traían el mecato a los estudiantes y en el patio principal había unas mesitas, donde ellas compartían con sus hijos. Los primeros tres años, Soledad iba cada mes cuando hacíamos las izadas de bandera, para estar presente. Les infundí a los alumnos el respeto por ella; en las festivida-des como el día de la madre y en la celebración de las primeras comuniones también nos acompañaba”.

Hacia el año de 1970, las señoritas Soledad y Aminta dejaron la casa que habitaban en la Calle 8ª, entre carreras 2ª y 3ª, y regresaron al pequeño apar-tamento que habían construido en la parte delantera del Liceo Especial, en busca de un lugar más pequeño y cómodo para ellas. Construyeron un muro en el patio de adelante para darles mayor independencia y allí vivieron hasta el día que murieron. “Cada vez que cerraba el colegio por las tardes pasaba a saludarlas”, recuerda Stella Merino.

“Tiempo después de arrendar el colegio, le dio un derrame a mi tía So-ledad, se paralizó y se fue acabando poco a poco. Yo las acompañé por un tiempo y luego su hermano Camilo, que vivía en Bogotá, regresó y se quedó ahí con ellas”, relató Jorge Rengifo. Finalmente, el 2 de julio de 1977, a la edad de 82 años, Soledad Rengifo falleció y al poco tiempo la siguió su hermana Aminta. Culminó así una vida dedicada por completo al servicio de la docen-cia y cuyo legado se extiende hasta nuestros días. Una vez murieron Soledad y luego su hermana Aminta, hubo una sucesión. Se vendió la casa que por más de treinta años ocupó el Liceo Especial y una de sus sobrinas, residente en Bogotá, se llevó todos sus recuerdos: Fotografías, libros y demás pertenencias.

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En este lugar, Carrera 2ª, número 7-22, funcionó el Liceo Especial. Hoy es un edificio de apartamentos. Fotografía: Martha Myriam Páez

Una de las alumnas de la señorita Soledad, María Victoria Bonilla, no permitió que se olvidaran sus años en el Liceo Especial y creó una página en Facebook (Egresados del Liceo Especial), en la que se publican fotografías de aquellos años que marcaron el rumbo de cientos de ibaguereños que pasaron por las firmes pero afectuosas manos de la señorita Soledad.

Su legadoPara Stella Merino, todo Ibagué le debe gratitud. Muchas familias de la ciu-dad pasaron por allí, “no solamente los Rengifo, que fueron los sobrinos de ella, sino también los Isaacs, los Vélez, los Montealegre, los Álvarez”.

“El legado que dejó Soledad Rengifo es el de una educación de primera calidad, que cada día se está viendo menos, y de ciertas normas morales y éticas, que inculcaron desde esa época. De pronto, si yo no he hecho tantas cosas indebidas en la vida fue por la formación que tuve allá y luego en el co-legio de los hermanos maristas”, sostiene con convicción Hernando Bonilla.

Para María Victoria Bonilla, su huella se plasmó en el “amor incondi-cional por los niños, la lealtad y la disciplina”. Por su parte, Vicente Rengifo

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Tolimenses que dejan huella

exalta la dedicación de Soledad a la enseñanza, para formar en valores a los niños y estimular su aprecio por el conocimiento.

Testimonios de gratitud“La señorita Soledad fue muy especial conmigo, tal vez porque le tenía afecto a mi padre, Manuel Antonio Bonilla Ramírez. Nunca vi a Soledad brava, era una persona muy cálida, al igual que el grupo de profesoras”: María Victoria Bonilla.

“Soledad y Aminta fueron extraordinarias tías. Cuando las visitaba en su casa me llenaban de atenciones; viví con ellas cuando estaban enfermas, pues ya no se podían valer por sí mismas, estaban muy viejitas”: Jorge Rengifo.

Soledad Rengifo. Fotografía tomada del libro Facetas Ibaguereñas,

editado por el periódico El Nuevo Día en el año 2000

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Soledad Rengifo Guzmán

“Ingresé al colegio desde kínder atrasado y allí hice la Primera Comu-nión. Soledad era una mujer muy estricta, pero pienso que fue la mejor edu-cadora. Gracias a ella tengo bases morales. Fue una disciplina fácil, bonita, aprendimos a ser organizados, disciplinados, responsables”: Luz Teresa Za-mora.

Cada año los niños del colegio posaban para una fotografía en las escalinatas de la iglesia del barrio Belén. Esta corresponde al año de 1958. Fotografía: Página de Facebook Egresados del Liceo Especial

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Tolimenses que dejan huella

Guía complementariaLas siguientes son preguntas sugeridas para desarrollar en el aula. Se reco-mienda complementarlas a criterio de docentes y estudiantes.

1. Escriba una reseña de no más de diez líneas para presentar el personaje a alguien que no ha leído el texto; destaque en su escrito los rasgos que a su juicio son más relevantes porque definen mejor al personaje y cons-tituyen un buen ejemplo para los jóvenes.

2. Para Soledad Rengifo no fue impedimento para salir adelante, el crecer en una sociedad en la que el papel de la mujer estaba limitado a pocas actividades. ¿Qué actividades desempeñaban? ¿Consulte en qué época fue permitido que las mujeres ingresaran a las universidades y en qué época les fue permitido votar? ¿Qué piensa al respecto?

3. ¿Por qué cree usted que la biblioteca pública municipal de la calle 10 con carrera quinta, lleva el nombre de Soledad Rengifo? Consulte cuán-do fue fundada y qué tipo de servicios presta. ¿Qué otras bibliotecas existen en la ciudad de Ibagué? ¿Cuáles conoce? ¿Por qué son impor-tantes las bibliotecas?

4. De acuerdo con aquellas personas que la conocieron ¿cuáles fueron las motivaciones que hicieron que la profesora Soledad Rengifo dedicara su vida a la formación de los niños y las niñas de Ibagué? ¿Cómo des-criben su personalidad? ¿Es importante la disciplina en la formación de los más jóvenes?

5. Todos los relatos sobre la profesora Soledad Rengifo hablan de la im-portancia que tenía para ella la formación en valores. ¿Qué son los va-lores? Busque ejemplos. ¿Cree que es importante que se fomenten? ¿En qué lugares se deben fomentar?