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Temario Específico ESTT - OEP 2005 Elaborado en 2004 TEMA 67 PSICOPATOLOGÍA Y CONDUCCIÓN: DEPRESIONES, PSICOSIS, CUADROS LÍMITES. DETECCIÓN Y PREVENCIÓN EN EL MARCO INSTITUCIONAL. LA VIOLENCIA EN EL ÁMBITO DEL TRÁFICO: PSICOPATÍA Y CONDUCCIÓN 1.- Psicopatología y Conducción. La conducción constituye una de las actividades humanas que requieren del sujeto un potencial elevado de energía y la puesta a punto de todos sus mecanismos biopsicológicos, debido al incremento y complejidad de dispositivos y circunstancias que rodean a la conducción. El hombre para conducir debe percibir primero lo que ocurre a su alrededor y con ello los cambios experimentados por las características de la vía, de su entorno y del conjunto del tráfico. Una vez percibida la situación debe hacer una correcta evaluación, para ello se requiere una capacidad intelectual al menos normal. Después que la situación ha sido percibida y evaluada, llega el momento de elegir la maniobra correcta en cada situación y, además, que este reconocimiento se manifieste de una manera inmediata. También la capacidad de elección puede verse afectada, además de por un déficit intelectual, por la fatiga, el sueño, etc., por problemas psicopatalógicos. Así el uso o abuso que un individuo haga del vehículo automóvil, va a depender de su capacidad de captar la realidad, de sus disposiciones personales y la de su relación con el ambiente, de tal manera que cualquier alteración en el psiquismo del individuo que afecte a esa captación de la realidad, puede suponer un aumento, más o menos grave, del riesgo en la conducción. Autor: José Vico Sánchez Tema 67. Página 1 de 29

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TEMA 67

PSICOPATOLOGÍA Y CONDUCCIÓN: DEPRESIONES, PSICOSIS, CUADROS LÍMITES. DETECCIÓN Y PREVENCIÓN EN EL MARCO INSTITUCIONAL. LA VIOLENCIA EN EL ÁMBITO DEL TRÁFICO: PSICOPATÍA Y CONDUCCIÓN

1.- Psicopatología y Conducción.

La conducción constituye una de las actividades humanas que requieren del sujeto un potencial elevado de energía y la puesta a punto de todos sus mecanismos biopsicológicos, debido al incremento y complejidad de dispositivos y circunstancias que rodean a la conducción.

El hombre para conducir debe percibir primero lo que ocurre a su alrededor y con ello los cambios experimentados por las características de la vía, de su entorno y del conjunto del tráfico. Una vez percibida la situación debe hacer una correcta evaluación, para ello se requiere una capacidad intelectual al menos normal.

Después que la situación ha sido percibida y evaluada, llega el momento de elegir la maniobra correcta en cada situación y, además, que este reconocimiento se manifieste de una manera inmediata. También la capacidad de elección puede verse afectada, además de por un déficit intelectual, por la fatiga, el sueño, etc., por problemas psicopatalógicos. Así el uso o abuso que un individuo haga del vehículo automóvil, va a depender de su capacidad de captar la realidad, de sus disposiciones personales y la de su relación con el ambiente, de tal manera que cualquier alteración en el psiquismo del individuo que afecte a esa captación de la realidad, puede suponer un aumento, más o menos grave, del riesgo en la conducción.

Diferentes investigadores han señalado la posible relación entre enfermedad mental y accidente de tráfico y más frecuentemente infracciones a las normas de circulación.

Así por ejemplo Elkema y cols. Señalan que los trastornos de personalidad suponen un incremento en el riesgo de accidentes y de infracciones que hay que considerar. Por su parte Crancer y Quiring, observaron en los esquizofrénicos menos incidentes de tráfico que entre otros tipos de enfermos mentales y que, desde luego, las alteraciones emocionales del tipo psicopatías y sociopatías eran las mayores responsables de los accidentes en carretera. Kastrup y cols. informaban en 1978 que el 5,7 % de todos los accidentes de tráfico ocurridos en Dinamarca eran provocados por sujetos con un largo historial de tratamiento psiquiátrico.

Sin embargo hay que llevar mucho cuidado con estas afirmaciones ya que no todas lasa alteraciones del personalidad inciden de igual forma en la facilitación de

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accidentes, debido a la dificultad que supone estudiar el resto de variables que han intervenido en la provocación de un accidente.

2.- Depresión y Conducción.

Todos los trastornos mentales tienen un claro impacto en la persona que maneja un vehículo, tema del que lamentablemente no se suele hablar en las campañas preventivas. En todo caso, de entre todos los desajustes mentales, y a manera de ejemplo, merece una especial atención la depresión, por su especial repercusión sobre la conducción, por la enorme frecuencia con que aparece y la gran cantidad de personas que la padecen. Según la O.M.S., entre un 3 y un 5 % de la población mundial está afectada de manera importante por la depresión. Esto significa que en el mundo puede haber unos 200 millones de depresivos, estimándose que en España, alrededor de 2.000.000 de personas padecen esta enfermedad. Otro datos que nos puede dar un visión clara de la incidencia y gravedad de esta enfermedad es el de que la depresión causa anualmente en el mundo más de medio millón de muertes, siendo el trastorno mental más común con el que se enfrentan los profesionales en el tratamiento de enfermedades mentales (aproximadamente el 50% de sus pacientes son depresivos).

La depresión como estado de tristeza patológica, que disminuye el sentimiento del valor personal, afecta a un buen número de conductores que circulan por nuestras ciudades y carreteras, pudiendo tener este trastorno tan común una incidencia directa negativa muy importante sobre la compleja actividad de conducir.

No obstante es necesario diferenciar la depresión de otros estados de ánimo afines, dado que algunas de las acepciones relacionadas con la depresión se prestan a confusión. Por ello hay que diferenciar claramente entre a depresión como enfermedad y los estados de tristeza o infelicidad. La tristeza es un sentimiento displacentero motivado por alguna adversidad de la vida que todo el mundo ha experimentado alguna vez, en tanto que la depresión está constituida por un cuadro clínico enmarcado en el campo de lo anormal, lo patológico, y lo mórbido. Mientras el sufrimiento del depresivo es profundo y difuso, la persona triste sufre pos un motivo concreto y definido, relacionado con algún acontecimiento penoso de la vida. Por otra parte, frente a la depresión como estado patológico se encuentra la angustia, como una especie de sentimiento (positivo o negativo) que encubre el sentido de aferrarse a la vida y resistirse a la muerte total.

La depresiones tienen una etiología muy variada y pueden dividirse en muchas categorías. Por ejemplo, situaciones externas concretas (exógenas) son capaces de poner en marcha cuadros depresivos de tipo endógeno (interno), del mismo modo que determinadas depresiones endógenas pueden iniciarse espontáneamente a partir de cambios ambientales. Esto no hace sino poner de manifiesto la naturaleza multidimensional de la depresión, en la que los factores endógenos y exógenos están plenamente interrelacionados.

Pero, en cualquier caso, la depresión (aunque de forma diferente según el tipo de que se trate) suele afectar a algunas actividades fisiológicas del organismo y también altera muchas dimensiones del comportamiento de los individuos,

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mermando la actividad mental, psicomotora y orgánica de los seres humanos, en muy diferentes áreas, incluida obviamente la conducción.

Entre las alteraciones somáticas y síntomas físicos que produce la depresión se encuentran algunos como los siguientes, que pueden ayudar en un primer momento a reconocer la presencia de este estado: insomnio de distintos tipos, alteraciones sexuales, trastornos genitourinarios, alteración de las funciones digestivas, sequedad de boca, anorexia muy acentuada con pérdida de peso, cansancio físico elevado, fatigabilidad muscular y enlentecimiento motor, cefaleas y dolores diversos, alteraciones sensorioperceptivas, ligera hipotensión, etc.

AFECTIVIDAD LENGUAJE ACTIVIDAD

Tristeza Falta de ilusión Deseos de morir Escepticismo Susceptibilidad Hipersensibilidad

Incomunicación Hermetismo Inhibición Conversación difícil. Negatividad Dudoso.

Inhibición psicomotriz Disminución del

rendimiento La tarea pierde sentido Acaticia Gestos invariables

PENSAMIENTO SALUD FISICA PERCEPCION

Obsesivo Hipocondríaco Paranoias Circularidad Delirios Temor

Estreñimiento Bradocardia Taquicardia Hipertensión Hipertensión al ruido Opresión

Alucinaciones visuales, auditivas y táctiles

Falsas interpretaciones Ensimismamiento Vivencia rápida del

tiempo

Cuadro 1 ( Alteraciones psicosomáticas de la depresión).

Los trastornos graves cuya frecuencia aumenta entre los depresivos son múltiples: cardiocirculatorios (trombosis cerebral, hipertensión arterial, afección coronaria, etc.), digestivos (colitis o vómitos, desnutrición, etc.) y metabólicos (descompensación de la diabetes y otros), así como una serie de procesos infecciosos y tumorales (afecciones oportunistas que se aprovechan del descenso inmunológico que se da normalmente en la depresión). Varios estudios han comprobado que la depresión podía impedir que una persona se recuperara de un ataque al corazón, es más, la depresión, incluidos algunos de sus síntomas característicos como la baja autoestima y la poca motivación, puede incluso aumentar de manera considerable las posibilidades de sufrir un infarto.

Watts y Kerr, ha descubierto que los tumores malignos se desarrollan entre los sujetos depresivos con una frecuencia superior a la esperada para la población general. Muchos argumentos de índole inmunobiológica, metabólica y endocrina explican esta sobreincidencia del cáncer entre los depresivos. En estos casos, se invierte la dinámica causal, apareciendo la depresión como síntoma del proceso canceroso.

Por otras parte, entre las manifestaciones psíquicas y comportamentales a que da lugar la depresión cabe destacar las siguientes: pérdida de la autoestima, llanto tristeza, dificultades de concentración y atención, problemas para pensar con claridad y elaborar información adecuadamente, lentitud de evocación de la

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memoria, disminución de la seguridad en sí mismo, ansiedad e irritabilidad injustificada, percepción de la realidad alterada, tendencia a la culpabilidad y al suicidio, etc.

2.1.- Implicaciones de la depresión en la conducción.

Algunos de los síntomas y alteraciones que hemos comentado anteriormente no tienen una clara repercusión en la conducción. Sin embargo, hay otras que directa o indirectamente desencadenan procesos que pueden afectar de diversas maneras la conducta al volante. Entre ellas podemos citar:

La disminución de la atención.- La atención, cuya importancia en la conducción es palmaria, se encuentra muy deteriorada en el depresivo. La intensa problemática que caracteriza la vida interior del que padece esta enfermedad, unida a la fatiga propia de la depresión o la acción de los medicamentos que ingiere, hace que el conductor reduzca muy considerablemente la capacidad de concentración y la atención hacia estímulos externos (señales, semáforos, etc.). En el depresivo, muy preocupado por su agitado mundo interior, pueden ser también bastante frecuente las distracciones, con el consiguiente riesgo que de ello se derive.

La tendencia al suicidio.- En casi todo paciente depresivo está presente de alguna manera el deseo de morir. Todos los investigadores, con independencia de su orientación teórica, coinciden en señalar que el suicidio es una de las amenazas más graves para el depresivo. La mayoría de estos enfermos han pensado en la posibilidad de quitarse la vida y de hecho aproximadamente el 15 % de los depresivos profundos acaban suicidándose. El depresivo siente “dolor por vivir”, que se refleja en un distanciamiento de la vida, una pérdida absoluta de la autoestima, y una carencia de proyecto de futuro. Aunque no se tienen datos exactos al respecto, se sabe que algunas de muertes y accidentes de tráfico son debidos al desprecio que el depresivo tiene por la vida, y que le conducen, bien a no evitar el riesgo o bien involucrarse premeditadamente en situaciones de peligro.

Las campañas preventivas deben insistir a este respecto en la existencia de un patrón de comportamiento semejante en casi todos los sujetos depresivos: suelen avisar del suicidio con una anticipación de horas, días o semanas, y siempre a algún familiar, amigo o persona más o menos cercana.

Las alteraciones en el sueño .- A los importante déficit provocados ya de por sí por la depresión hay que añadir el derivado del insomnio que normalmente aqueja al depresivo. El insomnio, junto con la mala calidad del sueño originada por el acortamiento de la fase MOR, suelen ser característicos en este tipo de sujetos.

El no dormir durante largos períodos de tiempo se va a convertir en una causa directa de la aparición de fatiga, disminución en la reactividad, cambios importantes en el estado de ánimo, pérdida de exactitud, precisión y velocidad en la ejecución de determinados movimientos al volante, o puede ser motivo

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de alteraciones de la percepción de la realidad, pudiéndose llegar incluso a la aparición de ilusiones o alucinaciones, si el período de deprivación del sueño es elevado.

Por ejemplo se ha demostrado que los sujetos depresivos que sufren durante la noche alteraciones del sueño paradójico presentan luego una gran propensión al mismo, que puede manifestarse en pequeños sueños por la mañana y por la tarde. Todo ello da una idea clara de las graves implicaciones para la conducción.

Las alteraciones en la percepción y el funcionamiento sensoriomotor.- Todos los estímulos que rodean al conductor son señales importantes que, una vez interpretadas, regulan sus movimientos y decisiones. La rapidez en la captación de los estímulos y la correcta interpretación de los mismos son vitales para evitar los accidentes. El enlentecimiento en el funcionamiento sensoriomotor, junto con la alteración en la percepción de la realidad (que varia en su grado de importancia en función de tipo de depresión que se trate), hacen al depresivo especialmente vulnerable al accidente, sobre todo en aquellas situaciones en donde hay una gran cantidad de estímulos a interpretar (determinados tramos de carretera o situaciones de tráfico intenso en la ciudad).

Por otra parte, se ha confirmado que en los depresivos se da una sobreestimación del tiempo. Ello se traduce entre otras cosas en una percepción demasiado lenta del paso del tiempo, con los consiguientes errores de temporalidad.

En resumen, el notable enlentecimiento en el funcionamiento sensoriomotor, junto con las alteraciones perceptivas, hacen del depresivo un sujeto especialmente vulnerable al accidente, sobre todo en aquellas situaciones en las que hay que interpretar una gran cantidad de estímulos.

El aumento de la ansiedad y la irritabilidad.- En muchos sujetos depresivos suelen aparecer también rasgos de ansiedad e irritabilidad, posiblemente causados por su impotencia y falta de control ante la enfermedad, o lo que es lo mismo, una respuesta de rebeldía e intolerancia ante su estado. La ansiedad multiplica en ellos la posibilidad de aparición de la fatiga y puede conducirles a la toma de decisiones arriesgadas, que en parte están motivadas por su desprecio, consciente o inconsciente, del peligro,.A su vez, la irritabilidad, que también caracteriza a algunos trastornos depresivos, hace que el sujeto responda intensamente ante estímulos poco importantes, pudiendo ser causa directa de generación de algunas respuestas violentas o peligrosas al volante.

Aumento de la fatiga.- El depresivo suele fatigarse con mucha más frecuencia de lo que es habitual. La pérdida del apetito, que trae como consecuencia una alimentación inadecuada, unida a la propia dinámica del trastorno y a veces al efecto de la medicación, la falta de sueño, etc., hacen del depresivo sea especialmente proclive a la fatiga.

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Subjetivamente, el que padece este trastorno suele experimentar un profundo agotamiento general con una intensa pérdida de energía. Dicha pérdida se refleja en estados de adinamia (falta de ganas de moverse) y astenia (fatigabilidad precoz).

En este sentido, el sujeto depresivo suele fatigarse conduciendo con mucha más facilidad de lo que es habitual. Tampoco puede conducir durante períodos largos porque pierde precisión al volante, suponiéndole generalmente un gran esfuerzo al realizar muchas de las maniobras habituales.

Merma en la capacidad de decisión.- La toma de decisiones ajustadas y precisas es fundamental para conducir correctamente y evitar los accidentes,. Para ello se requiere un adecuado funcionamiento de todas las funciones físicas y psíquicas del organismo. El depresivo se encuentra también aquí con un doble handicap:

Por una parte, todo el amplio conjunto de discapacidades ya mencionadas (de las que el depresivo puede ser consciente) y que limitan sensiblemente sus habilidades para conducir, influyendo considerable y negativamente sobre el correcto control del vehículo.

Por otra parte, la acción de los sentimientos negativos hacia sí mismo y sus capacidades, que hacen que en mucha s ocasiones las dudas y las inseguridades presidan buena pare de las decisiones del depresivo (adelantar o no, salir de un stop o quedarse parado, frenar o acelerar, etc.), indecisiones que tienen, como es bien sabido, un efecto muy peligroso en el comportamiento del conductor y en definitiva en la seguridad vial.

Las alteraciones sensoriales.- Numerosas investigaciones demuestran que la depresión puede producir algunas alteraciones en el funcionamiento de los órganos sensoriales, sobre todo en las fases agudas del trastorno. Esto es especialmente preocupante si se tiene en cuenta que los sentidos son vitales para la captación de estímulos por parte del conductor. De entre todos los receptores sensoriales, la vista es posiblemente el órgano que más información nos da del exterior cuando conducimos. Pues bien, algunos depresivos en determinados momentos sufren importantes desajustes en la visión, reduciéndose notablemente su campo visual, hasta alcanzar cotas de verdadero peligro en el caso de los depresivos en fase aguda.

El déficit de comunicación sensoria, suscitado por la hipoestesia, es otro de los trastornos sensoriales (visuales o auditivos) característicos en las personas depresivas. Subjetivamente, los individuos tienen la impresión de que las imágenes se han alejado o que los mensajes son otros. Las alucinaciones visuales suelen ser más frecuentes que las auditivas, aunque obviamente se trata de casos extremos.

Todos estos trastornos y alteraciones físicas y psíquicas (que muestran claramente cómo la depresión puede afectar de manera importante a la conducción)

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no necesariamente tienen porqué estar presentes en la misma medida en todas las depresiones ni en todos los depresivos. Factores como el tipo de depresión de que se trate, el sexo, la época del año (la primavera y el otoño son especialmente propicios para la aparición de la depresión), la hora del día, los factores genéticos y ambientales, la edad del enfermo, el tipo de medicación que se toma, el estado físico general el individuo, las carencias orgánicas, etc., pueden incidir de manera directa en la gravedad de las alteraciones y efectos provocados por la depresión.

La depresión, que como hemos dicho es uno de los trastornos más comunes de nuestra civilización, ha encontrado en los últimos años importantes remedios, tanto desde las terapias no farmacológicas como desde los productos farmacéuticos. El extraordinario avance en el descubrimiento de las causas de la depresión, junto a los adelantos en el campo de los antidepresivos, permite afirmar que las depresiones tienen, en el momento actual, altas probabilidades de curación. Sin embargo, lamentablemente se sabe que tan sólo un 25 % de aquellos que padecen depresión acuden a un especialista para someterse a tratamiento.

2.2 Precisiones y matizaciones.

En lo que se refiere a los conductores, y a la luz de todo lo expuesto, es necesario hacer algunas precisiones y matizaciones de interés, que puedan ayudar a evitar riesgos cuando se maneja un vehículo, por causa de los efectos de esta extendida enfermedad.

Si se tiene depresión y es conductor habitual debe de acudir a un especialista, que aparte de aplicarle algún tipo de terapia, le aclare si el tipo de depresión, la fase y circunstancias de la misma le impiden conducir o qué medidas es necesario tomar en caso de hacerlo.

Si se está bajo los efectos de alguna terapia farmacológica (normalmente con antidepresivos y/o ansiolíticos ) debe tenerse en cuenta que estos fármacos pueden producir, en determinados momentos, alteraciones que afectan de manera importante a las habilidades necesarias para desarrollar una conducción sin riesgos.

El depresivo no debe automedicarse ni utilizar el alcohol u otras drogas como remedio contra la depresión, algo por cierto bastante extendido en nuestro medio ambiente. Con ello se pueden potenciar los riesgos y efectos de esta enfermedad y consiguientemente aumentar también las conductas peligrosas al volante.

Si se está en una fase aguda de la depresión debe evitarse el uso del vehículo, sobre todo en aquellas situaciones de tráfico que requieran una especial atención o habilidad, ya que las posibilidades de sufrir un accidente son realmente altas.

No se trata, en definitiva, de tener como norma el renunciar al uso del vehículo cuando se está deprimido. No todos los casos son iguales; son muchos los tipos de depresiones y muy diferentes las circunstancias individuales de cada una de las personas que padecen esta enfermedad. Además, la gravedad de las alteraciones varía según el tipo de depresión de que se trate y las circunstancias de la misma.En todo caso, deben de tenerse muy en cuenta las alteraciones descritas y

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sus negativos efectos sobre la conducción. Ello puede evitar riesgos innecesarios. Entre los miles de muertos y lesionados en accidentes en nuestras ciudades y carreteras, posiblemente se encontraban muchos conductores aquejados por la depresión, que no fueron avisados de los riesgos de esta enfermedad cuando conducían un vehículo.

3. Psicosis.-

En la terminología psiquiátrica la psicosis es un término clasificativo y descriptivo que se refiere a una variedad específica de enfermedades y síntomas; las primeras son aquellas en las que se pone en duda la capacidad básica de la persona, y los síntomas son aquellos que parecen indicar un gran desorden de percepción y pensamiento (como las alucinaciones y los delirios).

Podemos distinguir entre las llamadas psicosis orgánicas, que son el resultado de alteraciones degenerativas en el cerebro, y las llamadas psicosis funcionales, entre las que podemos mencionar: la esquizofrenia, la psicosis maníaco-depresivas, la melancolía involutiva y la paranoia, en las que los síntomas son más dramáticos, y de las que aún la investigación en el mundo de la salud mental no ha descubierto, hasta ahora, ninguna causa convincente ni plausible para ellas.

Las psicosis afectivas.

Las psicosis afectivas suponen una ruptura con la realidad a nivel de los afectos, de los sentimientos. Su curso se caracteriza por ser fásico, ya que tras la alteración de la vida psíquica queda restablecida la personalidad anterior. Existen dos formas: la depresión y la manía.

La depresión se caracteriza por una pérdida de energía vital, por una inhibición de la acción proyectada hacia el futuro, por falta de interés, de gusto por la vida y porque nada consigue atraer afectivamente al sujeto que la padece.

En su relación con el tráfico podemos señalar las siguiente implicaciones: Por un lado la falta de interés por lo que suceda puede acentuar defectos sensoriales preexistentes, con el consiguiente riesgo que esto conlleva al disminuir la capacidad perceptiva del sujeto.

También es de vital importancia la falta de gusto por la vida que caracteriza estos enfermos, ya que puede suponer el deseo de morir, la tendencia al suicidio. Se ha señalado como muchos depresivos han elegido como forma de suicidio el choque violento del automóvil contra un obstáculo (lo que puede suponer un grave riesgo para el resto de los conductores), o arrojarse con el coche por un precipicio, o bien, de forma menos directa, ponerse en peligro de muerte pero sin responsabilizarse de la última decisión, por lo que realiza todas las temeridades posibles, colocándose en las máximas probabilidades de que finalice su vida. En este caso no solo pone en

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peligro su vida sino la de los demás. Algunos autores consideran que alrededor de 1,7 % de los accidentes mortales y 1% del resto son suicidios o intentos de suicidio.

Otro aspecto importante que supone un riesgo en el depresivo es el que se deriva de su inhibición. Su aprestamiento está mermado y disminuida su atención. Por tanto se ralentiza la velocidad de respuesta y queda reducido su campo visual, lo que dificulta la realización de cualquier maniobra. Además las alteraciones en el ritmo de sueño-vigilia provoca en ocasiones la aparición de micro sueños que duran fracciones de segundo pero que pueden provocar un grave accidente.

La manía por el contrario se caracteriza por una exaltación de la vitalidad, por el querer imponer a los demás su forma de ser y de sentir, por el sentimiento de una supercapacitación.

Quizá sea, a nivel de conducción, más peligroso el maníaco que el depresivo. El maníaco se siente muy bien, ágil, fuerte y potente lo que favorece que no tenga conciencia de enfermedad. Suele tener una confianza excesiva en si mismo que puede llevarle a realizar las más peligrosas imprudencias. Además al creerse poseedor de extraordinarias facultades e invadido de cientos de ocurrencias puede llegar a transformar el vehículo en algo muy peligroso. Es frecuente que piensen que a ellos no les puede ocurrir nada gracias a su “tremenda pericia” en la conducción, por lo que pueden circular a velocidades vertiginosas sin atención en los adelantamientos y sin detenerse a descansar.

Otro aspecto que puede resultar un factor de riesgo en la conducción son las frecuentes paratimias coléricas que presentan los maníacos, las cuales suponen además, en ocasiones, la aparición de peleas entre conductores o de otros incidentes desagradables.

Las psicosis epilépticas.

Todas las afecciones neurológicas que se acompañan de un déficit motor, sensorial o intelectual son susceptibles de provocar accidentes de tráfico. Esto es más evidente cuando el déficit es imprevisible, como es el caso de la epilepsia.

Dentro de la sintomatología epiléptica se encuentran, como fenómenos característicos, los accesos o crisis que irrumpen en la vida de la persona haciendo trepidar su estructura biopsiquíca. Estos accesos se pueden dividir en neurológicos y psicopatológicos. Los neurológicos incluirían: las crisis generalizadas y las crisis parciales elementales pueden. Las primeras se caracterizan por la pérdida total de la consciencia y en E.E.G. (electro encefalograma) con descargas bilaterales y sincrónicas. Mientras que las crisis parciales elementales pueden presentar o no alteraciones de la conciencia y las descargas que se aprecian en el EEG, están localizadas sobre una zona.

Por su parte los accesos psicopatológicos se caracterizan también por una alteración mayor o menor de la conciencia y descargas focales de origen cortical. Sin embargo sus manifestaciones son psíquicas, pudiendo afectar cualquier nivel de la vida psíquica del individuo, por lo que puede originar diversos cuadros

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psicopatológicos que se caracterizan por su aparición y desaparición brusca y su duración breve.

Desde un punto de vista neurológico la epilepsia puede afectar muy gravemente a la conducción. Así por ejemplo en las crisis generalizadas donde el sujeto pierde la conciencia, es evidente la consecuencia lógica que puede suponer si el acceso ocurre cuando el sujeto va conduciendo. El vehículo quedará sin conductor en el instante en que este pierda la conciencia. Esto es especialmente grave en las epilepsias generalizadas fotosensibles, donde las ausencias y las mioclonias (contracciones musculares bruscas, rápidas, a veces rítmicas, incoordinadas y violentas) son fácilmente provocadas por las interrupción intermitente dela luz solar a través de los árboles de una carretera.

En las crisis parciales elementales, incluso en aquellas que no se da pérdida de conciencia, el peligro en la conducción también es grande. Así por ejemplo, en la epilepsia autónoma de Fulton, la gran ansiedad y pánico que acompañan a la crisis de disnea aguda, puede suponer un aumento en el riesgo de accidente elevadísimo. Se estima que cerca del 80 % de los accidentes de los epilépticos son debidos a las epilepsias parciales, sobre todo a las epilepsias del lóbulo temporal.

En el caso de los accesos psicopatológicos la peligrosidad es también grande. Son especialmente graves los “estados crepusculares”, donde se produce un trastorno de la conciencia, junto a una gran exaltación, que da lugar a una gran agresividad, de forma que el sujeto comete un gran cantidad de actos en cortacircuito, siempre violentos. Si esto se produce mientras está conduciendo puede ocurrir que arremeta con el vehículo contra otro vehículo o contra un peatón.

Ahora bien, todas las variedades de la epilepsia no son responsables por igual de los accidentes de tráfico, por lo que no debe considerarse al sujeto epiléptico como “incapaz” para conducir. De hecho el número de accidentes de tráfico de los que son responsables los epilépticos es menor y, sobre todo, menos graves que los provocados por la deficiencias visuales y por el abuso de bebidas alcohólicas.

Las psicosis esquizofrénicas.

En este grupo de psicosis la ruptura con la realidad es más llamativa. Sus síntomas, a diferencia de lo que ocurre con las psicosis afectivas, no son solo cuantitativamente distintos a vivencias que nosotros tenemos, sino también cualitativamente. Por ello no podemos ponernos en su lugar y comprenderlos, cosa que si es posible en las psicosis afectivas. El curso se caracteriza por ser procesual, es decir, que se presenta algo nuevo a partir de lo cual queda afectada la persona en su vida psíquica de forma duradera. De tal manera que aunque el sujeto mejore quedará un defecto. Por otra parte, lo nuclear de este síndrome es la hipotonía de la conciencia, es decir la falta de integración y organización de nuestro sistema vivencial. De esta forma es imposible la diferenciación entre lo que es del yo y lo que no es del yo, confundiéndose el mundo exterior con lo subjetivo y siendo, por tanto, imposible deslindar entre lo imaginado y lo percibido.

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Para el esquizofrénico, el mundo es extraño, mágico. Sus significaciones son anormales. El aislamiento y la incapacidad de comunicarse con el mundo que le rodea es característico de su modo de existencia.

La psicopatología de la esquizofrenia es muy variada pudiéndose encontrar alterados la percepción, la memoria, el pensamiento, la inteligencia, los afectos y emociones y la conducta.

Según que las manifestaciones patológicas aparezcan preferentemente en alguno de estos planos pueden clasificarse las formas clínicas de presentación.

Por lo que respecta a la conducción es evidente que estas psicosis suponen una gran peligrosidad por el alejamiento de la realidad que conllevan. Veamos algunas de las más importantes.

Las esquizofrenias paranoides.- En esta forma está afectado principalmente el contenido del pensamiento. Tiene una gran riqueza sintomatológica.

Este tipo de esquizofrenias pueden, en algunos casos, suponer un grave riesgo en la conducción por la frecuencia de delirios de significación y de referencia que presentan. Así por ejemplo, se ha descrito casos en que un conductor “creyendo” que corría un grave peligro había provocado un accidente para salvarse.

La esquizofrenia simple.- En este tipo de esquizofrenia existe un cambio brusco en la biografía de la persona, un cambio en la personalidad del sujeto que se refleja claramente en su conducta. Existen con frecuencia pseudo alucinaciones acústicas e intervención del pensamiento. También pueden aparecer ideas delirantes de significación alusiva que si ocurren durante la conducción pueden suponer un grave riesgo de accidente de tráfico.

Este tipo de esquizofrenia suele aparecer en edades juveniles y el deterioro suele ser importante.

La Hebefrenia.- La afectación recae preferentemente sobre la afectividad. Suele aparecer también en edades tempranas por lo que es muy probable que estos enfermos no hayan legado a obtener el permiso de conducción. No obstante en el caso de que si lo hayan hecho pueden representar un peligro para la circulación, especialmente por la grave alteración de sus afectos. En la hebefrenia apática pueden aparecer fuertes impulsos agresivos en medio de la insensibilidad general que padecen. También es un importante factor de riesgo la falta de consideración que acompaña el comienzo de esta enfermedad.

Las formas catatónicas.- Se afecta preferentemente la vida activa, sobre todo la psicomotricidad. Puede aparecer desde el estupor absoluto hasta la agitación salvaje.

La subforma que presenta más peligro en la conducción es la catatonia negativista ya que estos pacientes pueden presentar accesos agitados impulsivos y agresivos parecidos a los de los estados crepusculares impulsivos.

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4.- Cuadros límites.

Dentro de los trastornos mentales que pueden afectar gravemente a la seguridad vial se encuentran aquellas que suponen una pérdida prácticamente total de la realidad objetiva, con un gran deterioro cognoscitivo. Entre ellos podemos mencionar:

El delirium.- que es un trastorno de la función cerebral caracterizado por agitación, habla incoherente y alucinaciones. Por regla general es de origen tóxico y el profano lo conoce mejor por su relación con el delirium tremens, un estado derivado del alcoholismo crónico. Sin embargo, también puede deberse a una gran variedad de estados febriles, o de drogas, tales como la mescalina, el cáñamo índico, la cocaína y el bromuro.

La demencia.- constituye un deterioro global adquirido del intelecto, la memoria y la personalidad, pero sin menoscabo de la consciencia. Las demencias progresivas se diagnostican con más frecuencia en las personas mayores bajo el epígrafe de demencia senil del tipo Alzheimer y demencia multi-infarto.

Algo característico de la persona demente es que tenga poca idea de sus defectos, la incapacidad para enfrentarse a su entorno puede provocarle una intensa perplejidad o ser la causa inmediata de una situación descrita por Kurt Goldstein y a la que llamó “la reacción catastrófica”. El individuo de vuelve lloroso e iracundo, puede repetir movimientos estereotipados no adaptativos de un modo repetitivo o empezar a sudar y a agitarse.

La amnesia.- es la pérdida de memoria, la persona no tiene ni idea de cuál es su nombre, de dónde viene o, por supuesto nada de su pasado. La forma de amnesia que se ha estudiado más extensamente es la que resulta dela lesión del sistema límbico del cerebro. Esta lesión puede presentarse en personas que padecen el síndrome de Korsakoff, que se produce después de un período prolongado de beber mucho alcohol y tomas pocos alimentos, lo que conduce a una deficiencia de tiamina (vitamina B).

Trastornos disociativos.- grupo de fenómenos que tienen en común que el individuo mantiene una línea o curso de acción., durante un largo período de tiempo, en el cual parece no haber actuado mediante su yo habitual, o, alternativamente, su yo habitual parece no tener acceso a los recuerdos más recientes que normalmente se esperaría tuviera. La psiquiatría contemporánea califica tales fenómenos como “disociaciones histéricas”, de los cuales los más conocidos son caminar dormido, los trances, las sugestiones posthipnóticas, las fugas (en las cuales el individuo vaga errante, sin saber quién es y dónde está), y la personalidad dividida, dual, o múltiple, en la que el sujeto parece cambiar de una persona a otra, aunque si bien este último trastorno es bastante raro.

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5.- Detección y prevención en el marco institucional.

Distintas revisiones de la literatura científica sobre el tema permiten señalar un grupo de características de personalidad habitualmente presentes en los conductores con tendencia a sufrir accidentes y a cometer infracciones. Entre estas características se encuentran las siguientes: inestabilidad emocional, irritabilidad, impulsividad, búsqueda de sensaciones y emociones nuevas o intensas, manifestación abierta o encubierta de hostilidad o agresión, baja tolerancia a la frustración, ansiedad o estrés, bajo nivel de autoeficacia o sentimiento de inadecuación personal, bajo nivel de asertividad o ser fácilmente influido o intimidado por los demás, baja capacidad individual de afrontamiento de situaciones nuevas, así como todas aquellas alteraciones de personalidad provocadas, bien por desajustes (neurosis, psicosis, etc.), bien por la ingestión de sustancias tóxicas (alcohol, drogas, psicofármacos, etc.).

El conocimiento de estas características es lo que determina la selección de pruebas psicológicas adecuadas para “evaluar aquellos rasgos de personalidad que puedan tener una especial incidencia en la seguridad vial”.

Cuando en la entrevista o durante la ejecución de las pruebas se detectan rasgos o síntomas que apuntan a alteraciones graves de la personalidad, se recurre tanto a pruebas proyectivas, de orientación clínica, como cuestionarios o inventarios, de orientación psicométrica. Entre ellos: el test de Bobertag, el test de psicodiagnóstico de Rorschach, el test del pueblo imaginario de R. Muchielli, el PSY o cuestionario de investigación psicológica de Bermont, Dumont, Laurent y Philonenko, el EPI o el EPQ de Eysenck, el CEP de Pinillos, El STAI de Spielberger , el test de Roter, el TAT, el MMPI, etc.

A fin de poder detectar los trastornos mencionados el Reglamento de Conductores aprobado por Real Decreto 772/1997, de 30 de mayo, en su artículo 14, establece que, entre otros requisitos, para obtener un permiso o licencia de conducción se requerirá reunir las aptitudes psicofísicas, que conforme a lo previsto en el artículo 44.2 apartado j) se realizarán las pruebas encaminadas a comprobar que no existe alguna enfermedad o deficiencia que pueda suponer incapacidad conducir asociada con trastornos mentales y de conducta, recogiéndose en el Anexo IV de dicho Reglamento la aptitudes psicofísicas requeridas para obtener o prorrogar el permiso o la licencia de conducción,. En concreto en el apartado 10 bajo el título “trastornos mentales y de conducta” se detallan los aspectos sobre los que deberá llevarse a cabo la exploración correspondiente. Entre otros dicha exploración valorará lo trastornos del estado de ánimo, trastornos disociativos, trastornos del sueño de origen no respiratorio, delirium, demencia, trastornos amnésicos, etc.

Para llevar a cabo las exploraciones necesarias a fin de determinar si se reúnen las aptitudes psicofísicas, el Real Decreto 2272/1985/, de 4 de diciembre, regula los centros de reconocimiento destinados a verificarlas, debiendo disponer dicho centro, conforme a lo previsto en el artículo 2º de la Orden de 22 de septiembre 1892 por la que se desarrolla el Real Decreto 1467/1982, de 28 de mayo (no derogado por el R.D. 2272/1985 en este aspecto), entre otros facultativos, de un psicólogo colegiado.

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6.-La violencia en el ámbito del tráfico: psicopatía y conducción.

La Psicopatía.- El término psicópata es algo ambiguo y discutido por encontrarse en los linderos entre normalidad y anormalidad. Pero si consideramos algunas de sus características deficitarias comprenderemos inmediatamente las implicaciones que la psicopatía puede tener en la conducción.

Los estudios psicométricos existentes confirman las descripciones clínicas del psicópata como un individuo caracterizado por la impulsividad, la necesidad de nuevas y variadas sensaciones, la falta de empatía u los déficit en el desarrollo moral.

La CIE-10 (Clasificación Internacional de la Enfermedades de la OMS), que se ha elaborado sobre la base de estudios de campo realizados en 40 países, recoge la psicopatía en la categoría diagnóstica de “trastornos específicos de la personalidad”, en concreto como trastorno disocial de la personalidad, y las características que lo definen son:

1.- Cruel despreocupación por los sentimientos de los demás y falta de capacidad de empatía.

2.- Actitud marcada y persistente de irresponsabilidad y despreocupación por las normas, reglas y obligaciones sociales.

3.- Incapacidad para mantener relaciones personales durables.

4.- Muy baja tolerancia a la frustración o bajo umbral para descargar la agresividad, dando incluso lugar a un comportamiento violento.

5.- Incapacidad para sentir culpa y para aprender de la experiencia, en particular del castigo.

6.- Marcada predisposición a culpar a los demás o a ofrecer racionalizaciones verosímiles del comportamiento conflictivo.

7.- Irritabilidad persistente.

Como vemos el psicópata se va a caracterizar por un desajuste con el sistema de su mundo. Todo ser humano tiene cierto gado de inconformidad con el sistema externo al que pertenece, lo cual es positivo para el desarrollo y la evolución cultural en la mayor parte de los casos. Sin embargo ese inconformismo puede ser patológico cuando el individuo quiere hacer infracción de las normas del sistema, como es el caso de la delincuencia o cuando el desajuste es consecuencia de una incapacidad psicológica para adaptarse al sistema, que es el caso de la psicopatía. El psicópata exige que el mundo sea el que se adapte a él y, a diferencia del neurótico, no tiene ningún proyecto vital ni lo echa en falta, vive al día.

A veces algunas crisis de juventud pueden confundirse con un modelo psicopático por el desajuste con el medio que conllevan, pero hay diferencias entre los auténticos psicópatas y estos jóvenes desadaptados.

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En el caso de las auténticas psicopatías algunas de sus variedades pueden suponer graves consecuencias en la conducta de conducción. Tal es el caso de los “explosivos”, que presentan distimias (alteración por exageración o depresión de la afectividad) coléricas repentinas sin motivación alguna o paratimías coléricas por motivaciones fútiles. Además disfrutan con la violencia para lo cual pueden utilizar el vehículo como instrumento.

De igual forma pueden ser peligrosos los psicópatas desalmados. Carecen de todo principio ético. A este grupo pertenecen gran número de asesinos fríos. El vehículo puede ser, también, un instrumentos de agresión.

Otro aspecto a tener en cuenta de este modelo psicopático es que es un factor disposicional para la toxicofilia, la cual tiene fuertes implicaciones en el aumento del riesgo de accidentes de tráfico.

Agresividad y conducción.

Cada vez son más los conductores que manifiestan su ira en el ámbito de la conducción. Durante años, los estudiosos e investigadores de la seguridad vial, y en especial del factor humano, se han centrado en investigar aspectos tales como el uso del cinturón de seguridad, el consumo de alcohol y drogas entre los conductores, el exceso de velocidad, etc. Sin embargo, hoy en día debemos añadir la conducción agresiva a esta lista de factores de riesgo que contribuyen al problema de la accidentalidad en la carretera.

En términos generales podríamos definir la agresión como cualquier forma de conducta que se realiza con la que se intenta perjudicar o infringir daño (físico, moral, psíquico o social) a otro u otros. Si trasladamos ésta al ámbito de la conducción, «la conducción agresiva» es definida como el Comportamiento de un conductor encolerizado o impaciente, que pone en peligro intencionalmente la vida de otro conductor, pasajero o peatón, en respuesta a un altercado, disputa o agravio de tráfico. En la mayoría de los casos, las situaciones en las que aparecen conductas agresivas son las típicas de las condiciones normales del tráfico actual, lo que convierte a esta conducta en una cuestión muy grave para la seguridad vial.

Pero la conducta violenta o agresiva que se observa en muchas de las personas que conducen, no están siempre relacionadas con un rasgo de personalidad psicopático, en la mayoría de los casos las personas que manifiestan en determinadas ocasiones un tipo de conducta agresiva son personas que podemos calificar de “normales”, con un comportamiento adaptado en su vida ordinaria, que no obstante cuando se enfrentan a la tarea de conducir manifiestan una respuesta agresiva antes ciertas circunstancias del tráfico.

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Los determinantes de la agresividad en la conducción.- En principio, podría pensarse que los propios vehículos son la causa directa de la aparición de conductas agresivas, cuando en realidad éstos no son más que el instrumento de su manifestación. Sin embargo, los comportamientos agresivos de los conductores tienen orígenes mucho más profundos de lo que en principio pudiera pensarse.

En definitiva, se podría decir que las causas de la conducción agresiva son muy complejas. A la hora de explicar el origen de las conductas agresivas generales y las que se manifiestan en la conducción, los científicos han distinguido entre:

las causas endógenas propias de la persona, causas de profunda raíz personal como trastornos del estrés que pueda llevar a un juicio sesgado, y

las exógenas, procedentes del ambiente, la situación y la sociedad.

Influencias ambientales de la agresión.- Es ampliamente aceptado que existen numerosas variables ambientales que pueden, bajo ciertas circunstancias, bien provocar agresión, bien incrementar la probabilidad de su ocurrencia. El ambiente físico en el que se encuentra inmerso el conductor (ruido, hacinamiento, calor, retenciones, etc.) puede influir notablemente sobre el estado fisiológico, sobre la calidad del desempeño en la conducción, sobre los juicios y deseos, y en definitiva, sobre nuestro modo de relacionamos con los demás cuando conducimos.

Entre algunos de los elementos externos que pueden propiciar la aparición de comportamientos agresivos estarían los siguientes:

La temperatura ambiental. La incidencia de delitos violentos ha sido ampliamente señalado que se incrementa durante los meses de verano. Si el ambiente es caluroso y húmedo, el conductor es más proclive a sentirse frustrado o colérico, llevándole a adoptar conductas agresivas.

El ruido. Varios estudios demuestran que un ruido estrepitoso o irritante crea altos niveles de agresión. Otros estudios indican, curiosamente, que el ruido repercute en la intensidad de la agresión latente o que ya ha sido provocada, más que añadirse a otras variables que podrían conjuntamente culminar en agresión.

La probabilidad de encontrar cualquier relación casual entre el ruido y la presencia o intensidad de la agresión parece residir en el nivel de control que el sujeto tiene sobre el ruido. Si el sujeto no posee control sobre el volumen o duración de un ruido irritante, el nivel de agresión provocado por cualquier otra cosa es probable que surja con más facilidad.

Se debe señalar respecto de estos dos factores ambientales comentados, la temperatura y el ruido, la importancia que tiene la falta de confortabilidad física que estos producen. Una persona que físicamente se encuentra cómoda es más tolerante con los demás y suele tener menos conductas agresivas.

La congestión en el tráfico. La congestión en el tráfico es una de las condiciones asociadas más frecuentemente con la conducción agresiva. Sin embargo los efectos de la congestión sobre la agresión son difíciles de calibrar o predecir, principalmente porque, a diferencia del ruido y la temperatura, la

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congestión es una característica ambiental totalmente subjetiva (por ejemplo, en función de la prisa que se tenga o el tipo de ciudad en que se vive).

Influencias personales en la agresión

El estado emocional y personalidad del conductor.- Los expertos apuntan que las conductas agresivas en la conducción son desencadenadas por una gran variedad de estímulos. Algunas son provocadas por las acciones de otros conductores; otras por la propia congestión y situación del tráfico. Pero la mayoría de conductas agresivas en la conducción son causa del propio humor y reacciones del conductor cuando se encuentra al volante de un automóvil.

Se podría decir en definitiva que un importante determinante de la aparición de conductas agresivas es el propio estado emocional del conductor. Por ejemplo, un conductor triste, frustrado, colérico o preocupado podría ser más sensible a la conducta amenazante de otro conductor.

aprendizaje observacional de las conductas agresivas.- Aparte de la irritabilidad y la susceptibilidad emocional del conductor, otro rasgo personal que podría contribuir a la manifestación de la agresividad en la conducción podría ser la capacidad observacional e imitativa del sujeto. Si observamos que una persona se mueve con fluidez entre la congestión del tráfico cerrando a otros, uno puede verse inclinado a imitar esa conducta con el fin de alcanzar su destino más rápidamente.

Tal como señala el aprendizaje observacional, podemos considerar la conducción agresiva como una norma de nuestra cultura que adquirimos desde la infancia como pasajeros en los vehículos de nuestros padres y que más tarde es reforzada por los medios de comunicación.

Así, un buen número de comportamientos agresivos de los conductores, especialmente en los jóvenes, tienen como raíz la observación de modelos violentos en la televisión, el cine, etc. Recordemos, por ejemplo, la enorme cantidad de héroes de televisión que utilizan el automóvil como un instrumento de agresividad. Resulta evidente, pues, que la actividad de conducción se ve muy influida por las normas prevalentes entre los miembros del grupo social en el que vive el conductor, por las películas, series televisivas, retransmisiones deportivas en las que hay violencia, etc., y desde luego, por el cotidiano ejemplo ofrecido por muchos usuarios de las vías públicas, sobre todo si tenemos en cuenta que muchas de estas conductas agresivas no son nunca sancionadas ni recriminadas socialmente.

Los procesos atribucionales.- La agresividad está, en muchas ocasiones relacionada, muy modulada e influida por la interpretación subjetiva que realizamos de la intencionalidad que atribuimos a las conductas de los otros conductores.

La naturaleza humana al volante.- En nuestras sociedades hay una tendencia generalizada a considerar el coche como un territorio privado sobre la calzada, una especie de hogar con ruedas, que se desplaza con uno mismo y cuya integridad hay que mantener a toda costa. En este sentido, parece justificable

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señalar que el impulso agresivo puede representar sentimientos innatos de derechos territoriales, sirviendo de base a gran cantidad de conductas peligrosas y desconsideradas en las carreteras. Desde esta posición, algunos investigadores intentan explicar la conducta supuestamente más agresiva de los varones en términos del papel tradicional del macho como proveedor y defensor del territorio propio, y la todavía más agresiva conducta de los conductores más jóvenes en términos de que llegan a considerar el coche como su única y más importante posesión personal, concentrando por ello en él o todos sus «instintos territoriales».

Otros investigadores han demostrado también la instrumentalidad de la agresión para restaurar el poder o la autoestima, sugiriendo que algunos comportamientos agresivos, con determinado tipo de vehículos, tienen como objetivo el reforzar la imagen del individuo ( ego y autoestima) pudiendo dar lugar a conductas altamente arriesgadas. Al respecto, se ha encontrado una relación entre el tipo de vehículo y la agresividad al volante, por ejemplo entre coches de conducción dura (como los deportivos y todo-terrenos), coches de conducción suave (económicos y familiares) y coches de conducción especial (coches de lujo, furgonetas, etc.), En este sentido, se ha constatado que en general los varones son más agresivos que las mujeres cuando le conducen coches deportivos y todo-terrenos, mientras que las mujeres son más agresivas cuando conducen coches de lujo.

A estos factores habría que añadir finalmente otros muchos, como la excesiva proximidad de los vehículos que se convierten así en una «amenaza» , la activación que provoca la prisa, e incluso la propia actividad de conducir, las tensiones constantes y sobre todo el anonimato de la gran ciudad y del propio vehículo, junto con la impunidad con que se ejecutan los actos agresivos al volante, facilitada por la rápida posibilidad de huida que permiten los vehículos.

Perfil del conductor agresivo.- Podríamos afirmar que no existe un perfil único del denominado «conductor agresivo». Aunque la mayoría de las conductas agresivas se suelen dar en conductores que tienen entre 18 y 26 años, podemos encontrar un buen porcentaje de casos en los que el generador de estas conductas tiene entre 26 y 50 años, y casos, aunque en menor proporción, en que el conductor agresivo tenía entre 50 y 75 años (Mizell Inc., 1996). En todo caso, sabemos por las estadísticas que la mayoría de conductores altamente agresivos son relativamente jóvenes, varones de escasa educación, con antecedentes penales, historias de violencia, y problemas con el alcohol y las drogas. Muchos de estos sujetos han padecido recientemente un fuerte contratiempo emocional o profesional, como la pérdida del empleo o una pérdida sentimental, han atravesado un divorcio, o han sufrido un daño o accidente.

Desde otra perspectiva, las investigaciones ofrecen precisas descripciones del prototipo de conductor peligroso. Sería aquel individuo que manifiesta tendencias antisociales y violentas, desajustado e incontrolado en sus comportamientos, con un escaso nivel de eficacia y de control personal, y que, en consecuencia, es incapaz de reaccionar adecuadamente frente al estrés emocional intenso. Estas personas buscan encontrar formas alternativas, pero inadecuadas, de responder a sus sentimientos hostiles subyacentes, recurriendo al alcohol o al automóvil, con la expectativa de reducir su ansiedad, intentando incrementar así su sentimiento de eficacia y su superioridad frente a los demás. Todo ello les lleva a aumentar su nivel

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habitual de agresividad, dando lugar a estilos de conducción violenta, competitiva, arriesgada, temeraria, que busca sensaciones nuevas e intensas y que por tanto les convierte en individuos de alto riesgo.

Altruismo y conducción

Los comportamientos negativos de los conductores también tienen su contrapartida en las conductas de ayuda o altruistas, aunque lamentablemente éstas sean mucho menos frecuentes. En general, se entiende por conducta altruista aquel comporta- miento de ayuda que cumpla, al menos, estos tres requisitos:

que no sea impuesto; es decir, que se realice de forma voluntaria, .

que sea desinteresado; es decir, que no se realice con la esperanza de obtener algún tipo de recompensa extrínseca por parte de la víctima o de la sociedad,

y .que tenga como finalidad propia ayudar o socorrer a otro u otros que se encuentran en apuros o en peligro.

Rushton ( 1981) señala las principales características que parecen motivar a una persona a comportarse de forma altruista. Serían aquellos conductores que han interiorizado muchas reglas universales de justicia y responsabilidad social; han desarrollado adecuadas formas de conocimiento, razonamiento y juicio moral; son más empáticos a los sentimientos y sufrimientos de los demás y capaces de experimentar su mundo afectivo. Estas personas, además, tienden a comportarse con mayor honestidad, consistencia, persistencia y autocontrol que las habitual- mente no altruistas. Por último, es fácil que estas personas posean una personalidad armónica y bien integrada, fuertes sentimientos de eficacia personal y de integridad, teniendo un buen auto concepto y, correlativamente, una elevada autoimagen. El comportamiento altruista, como apuntan Montoro, Carbonell, Tortosa y Sanmartín (1996), responde a unas curiosas reglas. Para estudiarlas, se realizaron distintos experimentos en los que se simulaba una avería o pequeño accidente, con el fin de observar cuál era el comportamiento de ayuda de los conductores. Se comprobaron reacciones tan curiosas como las siguientes:

En las pequeñas ciudades, el altruismo es significativamente mayor que en las grandes urbes.

.Las conductas de socorro son generalmente más acusadas en las carreteras secundarias y en los caminos vecinales que en las autopistas y vías de alto tráfico.

.Los hombres mayores despiertan más comportamiento altruista que las personas jóvenes.

.Los aspectos externos, como la climatología, la vestimenta, la raza o el tipo de coche también afectan de manera importante a las ofertas de ayuda del resto de los conductores.

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En definitiva, el altruismo con los demás usuarios de las vías, aparte de ser necesario, es símbolo, en general, de personalidad ajustada, equilibrada y con una clara conciencia de la solidaridad social. Lamentablemente también existen muchos conductores que lejos de ser altruistas, desarrollan comportamientos de ayuda erróneos e inexplicables, como por ejemplo avisar a los demás con las luces de la presencia de la policía y no de la presencia de un obstáculo peligroso en la calzada.

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