neuroética las bases neurales del juicio moral

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DEPARTAMENTO DE PSICOLOGÍA BÁSICA II (PROCESOS COGNITIVOS) Neuroética Las bases neurales del juicio moral Lydia Feito Grande TESIS DOCTORAL Director: Dr. Emilio García García Programa de Doctorado: Neurociencia 2015

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Page 1: Neuroética Las bases neurales del juicio moral

DEPARTAMENTO DE PSICOLOGÍA BÁSICA II

(PROCESOS COGNITIVOS)

Neuroética

Las bases neurales del juicio moral Lydia Feito Grande

TESIS DOCTORAL

Director: Dr. Emilio García García

Programa de Doctorado: Neurociencia

2015

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«Hace mucho tiempo, el hombre oía extrañado el sonido de un golpeteo regular dentro de su pecho y no tenía ni idea de su origen. No podía identificarse con algo tan extraño y desconocido como era el cuerpo. El cuerpo era una jaula y dentro de ella había algo que miraba, escuchaba, temía, pensaba y se extrañaba, ese algo, ese resto que quedaba al sustraerle el cuerpo, eso era el alma.

Hoy, por supuesto, el cuerpo no es desconocido: sabemos que lo que golpea dentro del pecho es el corazón y que la nariz es la terminación de una manguera que sobresale del cuerpo para llevar oxígeno a los pulmones. La cara no es más que una especie de tablero de instrumentos en el que desembocan todos los mecanismos del cuerpo: la digestión, la vista, la audición, la respiración, el pensamiento.

Desde que sabemos denominar todas sus partes, el cuerpo desasosiega menos al hombre. Ahora también sabemos que el alma no es más que la actividad de la materia gris del cerebro. La dualidad entre el cuerpo y el alma ha quedado velada por los términos científicos y podemos reírnos alegremente de ella como de un prejuicio pasado de moda.

Pero basta que el hombre se enamore como un loco y tenga que oír al mismo tiempo el sonido de sus tripas. La unidad del cuerpo y el alma, esa ilusión lírica de la era científica, se disipa repentinamente.»

M. KUNDERA: La insoportable levedad del ser. Madrid, Tusquets.

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Índice

Prefacio………………………………………………………………………….

Resumen ………………………………………………………………………….

Summary ………………………………………………………………………..

1. Introducción …………………………………………………………………

2. Objetivos de esta investigación …………………………………………….

3. Aspectos metodológicos …………………………………………………….

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4. La neuroética como campo de estudio …………………………………….

4.1. Ética y neurociencia. Mente y cerebro …………………………..

4.2. Breve historia de la ética de la neurociencia …………………….

4.3. La neuroética como disciplina ……………………………………

5. Ética de la neurociencia …………………………………………………….

5.1. Problemas éticos derivados de las técnicas de neuroimagen …..

5.2. La posibilidad de la mejora y el perfeccionamiento cerebral …..

5.2.1. De lo terapéutico a lo perfectivo ………………………..

5.2.2. La cuestión de la identidad ………………………………

5.2.3. La idea de una naturaleza humana ………………………

5.2.4. Neurociencia cultural ……………………………………

5.2.5. La mejora moral, hacia el binomio biológico-cultural ….

6. La investigación neurocientífica sobre la ética …………………………….

6.1. Neurociencia de la moral: el mapa del cerebro moral …………….

6.1.1. El modelo dual de toma de decisiones morales ………..

6.2. El estudio de las emociones ………………………………………

6.2.1. Anatomía de las emociones ……………………………..

6.2.1.1. El sistema límbico ……………………………..

6.2.1.2. La corteza prefrontal …………………………..

6.2.1.2.1. La hipótesis del marcador somático ….

6.2.1.2.2. Estudios con neuroimagen funcional ….

6.2.1.3. La amígdala ……………………………………..

6.2.1.4. Otras regiones cerebrales implicadas en la

emoción …………………………………………………..

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6.2.2. Asimetrías cerebrales …………………………………….

6.2.2.1. Afecto positivo: aproximación. Afecto negativo:

retirada ……………………………………………………

6.2.2.2. Hipótesis del hemisferio derecho contra hipótesis

de la valencia ……………………………………………..

6.2.2.3. Asimetrías faciales y asimetrías hemisféricas ….

6.2.2.4. Asimetría frontal con EEG y emoción ………..

6.2.3. Diferencias entre géneros ………………………………..

6.3. Neuronas espejo y teoría de la mente ……………………………..

6.3.1. Las neuronas espejo ……………………………………..

6.3.2. Comprender a los otros …………………………………..

6.3.3. Críticas posibles a la teoría de la simulación ……………

6.3.4. Una vía de integración ……………………………………

6.4. El ámbito interpersonal y las diferencias individuales …………..

6.4.1. El cerebro social: la interacción con otras personas ……

6.4.2. Diferencias individuales ………………………………….

6.4.3. Empatía y comprensión de las acciones morales de otros …

7. Neurociencia de la moral: posibilidades y limitaciones …………………….

7.1. Enfoques en la investigación sobre los correlatos neurales de la

moral ……………………………………………………………………..

7.2. Lo que sabemos y no sabemos sobre los correlatos neurales de la

moral ……………………………………………………………………..

7.3. La amenaza del reduccionismo ……………………………………

7.4. La necesidad de contextualización ………………………………..

7.5. La importancia de las teorías éticas ……………………………….

8. Implicaciones filosóficas de la investigación neurocientífica ………………

8.1. La cuestión de la libertad ………………………………………….

8.2. Naturalización ………………………………………………………

8.3. La deducción de normas a partir de la descripción neurocientífica …

8.3.1. El problema del contenido moral ………………………..

8.3.2. De lo descriptivo a lo normativo ………………………..

8.3.3. La imposibilidad de una ética universal con base biológica

9. El cerebro es modificable ……………………………………………………

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9.1. Neuroeducación …………………………………………………….

9.2. Cultivar las emociones ……………………………………………..

9.3. Un reto para el futuro ……………………………………………….

10. Conclusiones ………………………………………………………………..

11. Notas ………………………………………………………………………..

12. Bibliografía ………………………………………………………………….

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Prefacio

Esta investigación forma parte de un proyecto más amplio, en el que se entrelazan

aspectos y disciplinas muy diversos. Conocer cómo son los procesos de aprendizaje, cuáles

son los factores, biológicos o culturales, que determinan la toma de decisiones, y qué

importancia tiene esto para el desarrollo de capacidades –especialmente desde la

educación— y para la asunción de responsabilidades morales, supone trabajar desde la

ética –el ámbito de investigación al que me dedico principalmente—, como rama de un

saber más amplio y omniabarcante como es la filosofía –mi formación básica—, pero

también desde la ciencia, concretamente la neurociencia –en la que comencé a trabajar en

1998 realizando el Master en Neuropsicología Cognitiva y Neurología Conductual, y que

continué posteriormente con el doctorado en Neurociencia, del que forma parte este

trabajo—.

Considero pues que esto es tan sólo una pieza de un conjunto más grande en el que

se ponen en comunicación el análisis de problemas éticos, la toma de decisiones, la

educación en valores, la neurociencia, etc. Adentrarme en el conocimiento de las bases

neurales del juicio moral me ha permitido entender cómo funciona nuestro cerebro y cómo

interactúan los aspectos racionales y emocionales. La diversificación de los estudios en

neurociencia de la ética muestra la amplitud de factores que influyen en la toma de

decisiones morales, y cómo el procesamiento es más integral y complejo de lo que se

pensaba. Todo esto es esencial para comprender mejor la peculiaridad del ser humano, de

ese ser que construye mundos e inventa narraciones e historias para dar sentido a su vida.

Pero también para proponer cómo mejorar las capacidades humanas, como desarrollar el

potencial creativo, intelectual y moral de las personas, principalmente a través de la

educación y la formación en actitudes y valores. Por eso este trabajo, que es autónomo y

que tiene entidad por sí mismo, es sin embargo un conjunto de puertas abiertas para

investigaciones ulteriores.

Como en toda empresa humana, la tarea ha sido posible gracias a las enseñanzas y

el apoyo de otras personas. Quiero expresar mi agradecimiento a mi director de tesis, a

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quienes me han transmitido sus conocimientos, a todas las personas que me han ayudado a

pensar, tanto desde el acuerdo como desde la discrepancia. Y, por supuesto, a quienes con

su cariño y dedicación, me sirven de soporte para mis proyectos, profesionales y

personales, y me dan razones para vivir. Gracias.

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Resumen

Introducción

En este trabajo se da cuenta de las investigaciones en neurociencia relativas a las

bases neurales de la capacidad de tomar decisiones morales.

En primer lugar se describe la neuroética como disciplina, se comentan algunos

datos sobre su desarrollo. Se dedica después un capítulo a la ética de la neurociencia, para

comentar dos aspectos: los problemas éticos suscitados por las investigaciones realizadas

con técnicas de neuroimagen, que es relevante para tratar cuestiones metodológicas de la

investigación en neurociencia, y los desafíos generados por las posibilidades de

intervención y mejora en el cerebro humano, especialmente en lo relativo a la cuestión de

la responsabilidad que tenemos de lograr una mejora moral de la humanidad. Aunque aquí

se insiste en la mejora farmacológica, la reflexión anticipa algunas ideas que se recuperan

al final del trabajo, donde se habla de la posibilidad de una mejora educativa. Se comienza

así con la ética de la neurociencia para dirigirse después a la neurociencia de la ética,

enlazando ambas cuestiones.

El siguiente apartado se dedica, de modo más pormenorizado y extenso, al análisis

crítico de las investigaciones neurocientíficas sobre la moral. Se presentan algunos de los

resultados más notables, organizados conforme a tres aproximaciones conceptuales: (a) el

estudio de las bases neurales de las emociones, (b) las investigaciones de neurociencia

social relativas a la teoría de la mente y las neuronas espejo, y (c) los experimentos que

tratan de establecer cuáles son los correlatos neurales de la moral, estudiando

específicamente dilemas morales abstractos.

Se comentarán en el capítulo siguiente los logros y también las limitaciones de

estas investigaciones, planteando con ello una discusión relativa a la idoneidad y

posibilidades de la neurociencia de la ética. Las críticas que cabe plantear a estos

resultados son: (a) el reduccionismo de los planteamientos, que puede llevar a adoptar

posturas deterministas, (b) la falta de contextualización, que genera investigaciones poco

ecológicas y poco realistas, y (c) la dependencia de las teorías éticas implícitas.

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El penúltimo apartado trata las implicaciones filosóficas de la investigación

neurocientífica. Se comentan aquí algunas de las dificultades generadas por la

neurociencia, al obligar a reconsiderar conceptos filosóficos fundamentales: (a) la idea de

libertad, (b) la epistemología naturalizada, y (c) la imposibilidad de lograr contenidos

normativos a partir de las investigaciones sobre los correlatos neurales de la moral.

Para terminar, se dedica un capítulo a la neuroeducación, partiendo de la notable

característica de la neuroplasticidad. El estudio de las bases neurales aporta datos de gran

importancia para pensar en la ética, y nos plantean el reto de modelar nuestro cerebro.

Objetivos y método

El objetivo fundamental de esta investigación es analizar el campo de la neuroética,

aclarando sus aportaciones y sus características, y explicando algunos de sus resultados

más importantes, para después indagar críticamente en las aportaciones que la neurociencia

puede hacer a la ética, especialmente en lo que se refiere a la posibilidad de ofrecer

explicaciones válidas sobre la elaboración de juicios morales.

Las hipótesis que se proponen son tres: (1) la filosofía –la ética— es pertinente a la

neurociencia y la neurociencia a la ética, ya que ambas se aportan recíprocamente,

resultados y reflexiones que contribuyen a un enriquecimiento mutuo. La

interdisciplinariedad es el único modo de conocimiento acorde con la realidad, en el

ámbito de los temas que atañen a la neuroética.

(2) El diseño de las investigaciones sobre los correlatos neurales de la moral

adolece de la dimensión contextual y cultural que da sentido a tales decisiones, y por otra

parte, la falta de atención a las teorías éticas subyacentes da lugar a interpretaciones

sesgadas de los resultados.

(3) El énfasis en la importancia de los aspectos emocionales en la toma de

decisiones morales, y la neuroplasticidad que exhibe el cerebro, permiten considerar la

educación como una clave para generar un pensamiento moral más elaborado.

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Se ha elaborado una investigación de carácter documental, en la que, a través de la

recopilación, ordenación, selección y análisis de la bibliografía existente, se presenta una

descripción de la investigación en neuroética, para posteriormente valorar la idoneidad de

los enfoques utilizados en los estudios que tratan de encontrar los correlatos neurales de la

moral. Se trata, pues, de un trabajo de revisión, junto con un análisis crítico que trata de

determinar las limitaciones y las posibilidades de la neurociencia de la ética, y aportar

algunas sugerencias relativas a la importancia de estas investigaciones y los retos que

plantea para la ética y la educación.

Conclusiones

1. La neuroética, en sus dos dimensiones, ética de la neurociencia y neurociencia de la

ética, suscita interrogantes relativos a cuestiones que se inscriben dentro del terreno de la

bioética, pero añaden aspectos que repercuten en conceptos fundamentales de la reflexión

filosófica.

2. Es necesario prestar atención a los complejos factores implicados en los problemas

neuroéticos, y a las posibles malas interpretaciones.

3. La cuestión de la mejora cerebral se plantea actualmente a través de técnicas como

los neurofármacos o la estimulación cerebral. Subyace la pregunta acerca de la idoneidad

de la modificación de la naturaleza humana. Los estudios de neurociencia aportan datos

para comprender mejor cómo funciona el cerebro en la toma de decisiones morales, y

hacen evidente su plasticidad. Un enfoque educativo y cultural es el más apropiado para

plantear la posibilidad de una mejora moral.

4. Los estudios de neurociencia de la ética se pueden clasificar en tres grupos, en

función del elemento clave que analizan: los experimentos basados en las emociones y su

influencia en la moral, los que abordan la teoría de la mente y la cognición social, y los que

buscan los correlatos neurales de la toma de decisiones en el razonamiento moral abstracto.

A pesar de identificar áreas cerebrales implicadas en estos procesos, no es posible definir

áreas específicas para lo moral.

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5. Las emociones son esenciales en la cognición moral. Sin embargo, existe un

importante debate en relación al papel de las emociones en la toma de decisiones morales.

6. Existe un peligro de reduccionismo en los planteamientos de la investigación.

7. Las teorías éticas juegan una papel fundamental en el diseño de las investigaciones

sobre ética de la neurociencia y neurociencia de la ética. Explicitarlas y tomar conciencia

de los compromisos que implican es imprescindible para abordar adecuadamente estas

cuestiones.

8. Las dificultades principales de los estudios que tratan de determinar los correlatos

neurales de la moral, especialmente cuando se plantean diseños experimentales con

dilemas hipotéticos, radican en su poca validez ecológica.

9. La mayoría de los estudios existentes se dedica a buscar los sustratos del “cerebro

moral”, tratando de encontrar los elementos comunes, con una activación cerebral

homogénea en todos los individuos, y ajena al contexto. No obstante, se observan también

diferentes tipos de actividad neural y procesamiento, que están influidos por factores

contextuales, culturales y personales.

10. Los contextos sociales y culturales son importantes para la toma de decisiones en el

ámbito de la moral.

11. Los estudios sobre neurociencia de la ética afectan a conceptos filosóficos como la

libertad y la voluntad. Se ha afirmado que el cerebro determina la conducta, y por tanto no

existiría la libertad. Pero es un error considerar que la toma de decisiones no es libre si

existe una causa.

12. Las investigaciones que buscan los correlatos neurales de la moral tienden a

incurrir en un materialismo radical, que ha dado lugar a una nueva versión del naturalismo.

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13. La descripción de la arquitectura y funcionamiento del cerebro no puede generar

normas. Esto supone incurrir en la falacia naturalista, tratando de deducir el deber ser a

partir de lo que es. La neurociencia no puede pretender estipular cuáles son los contenidos

morales correctos, ni prescribir cómo debe ser la toma de decisiones morales.

14. Existe una conexión entre lo cognitivo y lo emocional, y esa relación tiene que ver

principalmente con la evolución del cerebro para optimizar la supervivencia y encontrar

soluciones a las dificultades de la vida en un contexto que es necesariamente social. La

plasticidad cerebral abre el espacio para la educación, como factor determinante de la

modificación cerebral en contextos culturales y en interrelación con otras personas.

15. La filosofía y la ética son pertinentes a la neurociencia, y viceversa. La

interdisciplinariedad y la pluralidad de enfoques y perspectivas en el abordaje de los

correlatos neurales de la toma de decisiones morales es una característica esencial de la

neuroética. El estudio aquí presentado abre muchas puertas para seguir indagando, en

ulteriores investigaciones, sobre las implicaciones que tiene el conocimiento de las bases

neurales del juicio moral en la reflexión sobre la ética, y el modo de lograr una mejora

moral a través de la educación.

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Summary

Introduction

This paper expounds the state-of-the-art in neuroscience research on the neural

basis of the ability to make moral decisions.

Firstly neuroethics is described as a discipline, and some facts about its

development are discussed. A chapter is then devoted to the ethics of neuroscience, to

comment on two aspects: the ethical questions raised by research with neuroimaging

techniques, what it is important to address methodological issues in neuroscience research,

and the challenges posed by the possibilities of intervention and improvement in the

human brain, especially with regard to the question of the responsibility we have to

achieve a moral improvement of humanity. While here the emphasis is on improving

drugs, reflection anticipates some ideas to be recovered afterwards, speaking about the

possibility of educational improvement. It thus begins with the ethics of neuroscience

before heading to the neuroscience of ethics, linking both issues.

The next section is devoted, in a more detailed and comprehensive manner, to the

critical analysis of neuroscientific research on moral. Some of the most remarkable results,

organized according to three conceptual approaches are presented: (a) the study of the

neural basis of emotion, (b) social neuroscience research on theory of mind and mirror

neurons, and (c) experiments trying to establish the neural correlates of morality,

specifically studying abstract moral dilemmas.

The achievements and limitations of these investigations, thereby posing a

discussion on the appropriateness and possibilities of neuroscience of ethics, will be

discussed in the next chapter. The criticisms can be raised to these results are: (a) the

reductionism of the approaches, that can lead to deterministic positions, (b) the lack of

contextualization, that generates unrealistic and not ecological research, and (c) the

dependence of the implicit ethical theories.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

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The penultimate section deals with the philosophical implications of neuroscience

research. Here are discussed some of the difficulties generated by neuroscience, forcing to

reconsider fundamental philosophical concepts: (a) the idea of freedom, (b) the naturalized

epistemology, and (c) the failure to achieve regulatory content from research about the

neural correlates of morality.

Finally, a chapter is devoted to neuroeducation, based on the remarkable

characteristic of neuroplasticity. The study of the neural basis provides data of great

importance to think about ethics, and poses the challenge of shaping our brain.

Objectives and methods

The main objective of this research is to analyze the field of neuroethics, clarifying

their contributions and their features, and explaining some of its most important results,

then critically investigate the contributions that neuroscience can make to ethics, especially

as it refers to the ability to provide valid explanations on the development of moral

judgments.

The proposed hypotheses are three: (1) philosophy -ethics- is relevant to

neuroscience and neuroscience to ethics, as both results and reflections that contribute to

mutual enrichment are provided reciprocally. The interdisciplinary approach is the only

way of knowing according to reality, within the scope of the issues regarding neuroethics.

(2) The design of the research on the neural correlates of moral lacks of contextual

and cultural dimension that gives meaning to such decisions, and on the other hand, lack of

attention to the underlying ethical theories leads to biased interpretations of results.

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(3) The emphasis on the importance of emotional aspects in making moral

decisions, and the neuroplasticity the brain displays, allow to consider education as a key

to generate a more elaborate moral thinking.

It has been developed a documentary research, which, through the collection,

sorting, selection and analysis of the literature, presents a description of the research in

neuroethics, and then evaluates the appropriateness of the approaches used in the studies

attempting to find the neural correlates of morality. It is, therefore, a review paper, along

with a critical analysis that tries to determine the limitations and possibilities of

neuroscience of ethics, and to offer some suggestions on the importance of this research

and the challenges it poses for ethics and education.

Conclusions

1. Neuroethics, in two dimensions: ethics of neuroscience and neuroscience of ethics,

raises questions concerning issues that fall within the field of bioethics, but adds aspects

that affect fundamental concepts of philosophical reflection.

2. It is necessary to pay attention to the complex factors involved in neuroethical problems

and to possible misinterpretations.

3. The issue of brain improvement arises today through techniques such as

neuropharmacology or brain stimulation. Underlying there is the question of the

appropriateness of changing human nature. Neuroscience studies provide data to better

understand how the brain works in making moral decisions, and make clear its plasticity.

An educational and cultural approach is the most appropriate to raise the possibility of a

moral improvement.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

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4. Studies in neuroscience of ethics can be classified into three groups, depending on the

key element discussed: experiments based on emotions and their influence on morals,

those addressing the theory of mind and social cognition, and those looking for the neural

correlates of decision making in the abstract moral reasoning. Despite having identified

brain areas involved in these processes, it is not possible to define specific areas for

morality.

5. Emotions are essential in moral cognition. However, there is considerable debate about

the role of emotions in making moral decisions.

6. There is a danger of reductionism in research approaches.

7. Ethical theories play a fundamental role in the design of research about ethics of

neuroscience and neuroscience of ethics. To explain these theories and to realize the

commitments that imply it is essential to adequately address these issues.

8. The main difficulties of the studies that try to determine the neural correlates of

morality, especially when experimental designs with hypothetical dilemmas arise, lie in its

low ecological validity.

9. Most of the studies is dedicated to find substrates of "moral brain", trying to find the

common elements with a homogeneous cerebral activation in all individuals, and outside

the context. However different types of neural activity and processing, which are

influenced by contextual, cultural and personal factors are also observed.

10. The social and cultural contexts are important for decision-making in the area of

morality.

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11. Studies on neuroscience of ethics affect philosophical concepts such as freedom and

will. It has been asserted that the brain determines behavior, and therefore there would be

no freedom. But it is a mistake to think that the decision is not free if there is a cause.

12. Research seeking the neural correlates of moral tend to incur a radical materialism,

which has resulted in a new version of naturalism.

13. The description of the architecture and functioning of the brain cannot generate moral

norms. This means incurring the naturalistic fallacy, trying to figure out what ought to be

from what is. Neuroscience cannot claim to stipulate what the contents are morally correct,

or to prescribe how should be making moral decisions.

14. There is a connection between the cognitive and the emotional, and that relationship is

primarily with brain evolution to optimize survival and finding solutions to the difficulties

of life in a context that is necessarily social. Brain plasticity opens up space for education

as a determinant of brain change in cultural contexts and in interaction with others.

15. Philosophy and ethics are relevant to neuroscience and viceversa. Interdisciplinarity

and plurality of approaches and perspectives in addressing the neural correlates of moral

decision-making is an essential feature of neuroethics. The study presented here opens

many doors to continue work on further research on the implications of the knowledge of

the neural basis of moral judgment in thinking about ethics, and on how to achieve moral

improvement through education.

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1. Introducción

Neurociencia, neuroética, neurofilosofía, neurocultura… son muchos los campos en

los que las investigaciones neurocientíficas están aportando no sólo nuevos datos, sino

nuevos enfoques y auténticas revoluciones epistemológicas para ciertas disciplinas. La

neuroética es uno de esos campos, en el que algunos no dudan en hablar de un cambio de

paradigma, mientras que otros se cuestionan si estamos ante una disciplina como tal y si

sus aportaciones son novedosas respecto de lo que ya la bioética o la ética de la

investigación están planteando.

Suele considerarse que William Safire, periodista del New York Times y presidente

de la Fundación Charles A. Dana, fue quien acuñó el término “neuroética” en 2003,

definiéndola como «el campo de la filosofía que discute lo correcto y lo incorrecto del

tratamiento o la mejora del cerebro humano».1

Una posible definición de la “neuroética” que suele ser citada frecuentemente es la

siguiente, también de Safire: «el examen de lo que es correcto o no, lo bueno y lo malo

acerca del tratamiento, perfeccionamiento o invasión no deseada y preocupante

manipulación del cerebro humano.»2 También es relevante la definición que ofrece M.

Gazzaniga, si bien resulta excesivamente ambiciosa:3 «la neuroética es algo más que una

bioética del cerebro. (…) En mi opinión, la neuroética debe definirse como el análisis de

cómo queremos abordar los aspectos sociales de la enfemerdad, la normalidad, la

mortalidad, el modo de vida y la filosofía de la vida, desde nuestra comprensión de los

mecanismos cerebrales subyacentes. (…) Es –o debería ser— un intento de proponer una

filosofía de la vida con un fundamento cerebral.»

La neuroética formaría parte así de la bioética, y buscaría respuestas a preguntas

tales como: si logramos disponer de técnicas de mejora del cerebro ¿cómo definiremos y

protegeremos nuestra capacidad de actuar éticamente?; ¿qué reglas habrán de regir el

tratamiento para cambiar el comportamiento criminal?; si una persona tiene una lesión

cerebral que le impide dar consentimiento informado ¿debe participar en un ensayo

clínico?; ¿se debería desarrollar un medicamento para mejorar la memoria o para evitar

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recuerdos dolorosos?; ¿sería justo implantar un chip en el cerebro para un mejor

rendimiento académico?; ¿podría considerarse que las técnicas de neuroimagen aplicadas a

sospechosos de participar en actos terroristas sería una forma de tortura? En general, la

neuroética se refiere a las cuestiones que surgen de la relación entre la ética y las

neurociencias. De ahí la enorme variedad de temas que abarca, y las relaciones que

necesariamente establece con otros campos.

El de la neuroética es un campo en espectacular expansión en este momento.

Ligado a la reflexión sobre problemas éticos en un campo específico de la biomedicina, es,

por tanto, un aspecto de la bioética. De hecho, conviene constatar que el término

“neuroética” (neuroethics) aparece ya como entrada de la Enciclopedia de Bioética en su

tercera edición.4 Pero su enorme desarrollo hace pensar a muchos que se trata más bien de

una disciplina particular que comparte alguna de sus características con la bioética.

Esta misma discusión se produjo con la ingeniería genética, cuando se debatía su

rango de novedad: ¿es un nuevo frente de problemas éticos que podemos abordar con las

herramientas del pasado, o más bien se trata de algo tan novedoso que nos obliga no sólo a

una reconsideración, sino a la construcción de una auténtica disciplina nueva que pueda

hacerse cargo de ella? ¿Es un cambio cuantitativo o cualitativo el que se está produciendo?

En aquella ocasión se estaba gestando la llamada “gen-ética”, que ha cobrado carta de

ciudadanía en el mundo de la ética. Otro tanto viene ahora a ocurrir con la neuroética:

¿temas nuevos para odres viejos, es decir, un nuevo reto para la bioética –y también para la

filosofía o la psicología—? ¿o una auténtica disciplina original? Probablemente nadie más

que el tiempo tiene la posibilidad de responder con certeza a esta pregunta que atañe, nada

menos, que al estatuto epistemológico de la neuroética.5

Sin adentrarnos en tan espinoso tema, se puede no obstante, plantear la pregunta

por su novedad e importancia. La neuroética se referiría, en particular, a las cuestiones

relativas a la ética en las neurociencias. Pero ya aquí se abren dos posibilidades: la ética de

la neurociencia o la neurociencia de la ética. Ambas son campos de la neuroética.6

(a) La ética de la neurociencia se refiere a los problemas éticos suscitados por los

nuevos conocimientos que nos ofrecen las neurociencias acerca de los mecanismos

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cerebrales que están en la base de nuestros comportamientos. A su vez, se divide en dos

subáreas:

(1) las cuestiones éticas relativas al diseño y ejecución de los estudios

neurocientíficos, y

(2) la evaluación de los impactos éticos, legales y sociales derivados de dichos

estudios.

La primera sería una “ética de la práctica”, que tendría una fuerte conexión con la

bioética, en tanto que aplicada a la neurociencia. Así, abordaría problemas comunes con

otras áreas bioéticas, tales como el diseño de los ensayos clínicos, las directrices en el uso

de células madre o tejidos fetales, las cuestiones relativas a la privacidad de los datos

obtenidos en la investigación neurológica, etc. Y también se referiría a elementos más

específicos como el consentimiento informado para participar en ensayos en las personas

con trastornos psiquiátricos.

La segunda tendría más que ver con las implicaciones éticas de la neurociencia. Un

área ciertamente más novedosa y peculiar, en donde sería preciso analizar las

potencialidades, y también los riesgos, de los conocimientos que se van obteniendo sobre

nuestro cerebro, el control del comportamiento, las disfunciones mentales, etc. Cuestiones

tales como el posible reduccionismo de las explicaciones neurofisiológicas para dar cuenta

de las acciones o pensamientos humanos –un tema de índole más filosófica que, sin

embargo, está generando una fuerte controversia—, o las consecuencias legales y éticas

que se derivarían de la supuesta demostración de una lesión cerebral en las personas que

cometen crímenes, o de la disponibilidad de técnicas de neuroimagen que pudieran

demostrar si una persona miente o dice la verdad, son sin duda retos para la reflexión, que

exigen un planteamiento interdisciplinar y que justifican la existencia de un campo

específico de la ética dedicado a la neurociencia.

(b) La neurociencia de la ética aborda otro fascinante terreno: el de los correlatos

neurales de los comportamientos morales. En este caso se trata de analizar si conceptos

propios de la filosofía moral, como el libre albedrío, la intención o la identidad personal se

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

26

pueden examinar a la luz de la función cerebral, buscando áreas o sistemas que puedan dar

cuenta de ellos.

La diferenciación entre ética de la neurociencia y neurociencia de la ética es sin

duda de gran utilidad, y permite ordenar la enorme cantidad de temas, aproximaciones y

estudios que se acogen al título de neuroética, que es una de las tareas más necesarias en

este campo. No obstante es evidente que ambos campos están interrelacionados. Los

problemas éticos asociados con las técnicas de neuroimagen, la mejora cognitiva o la

neurofarmacología se enlazan necesariamente con la investigación sobre la arquitectura

funcional del cerebro, para comprender asuntos tan graves como la identidad personal, la

conciencia, la intencionalidad y la capacidad de elaborar juicios morales. Esta “neuroética

fundamental”, como también ha sido denominada, le proporciona a la neuroética aplicada

marcos teóricos para afrontar los problemas éticos. En mi perspectiva, el terreno de la

neuroética puede clasificarse como sigue:

- Neurociencia de la ética: Investigaciones sobre los sustratos neurales que generan un

reto intelectual para repensar temas y conceptos clásicos en ética, en filosofía y en otras

disciplinas no científicas.

En este caso, la neurociencia aporta información y obliga a repensar algunos

conceptos filosóficos, incluyendo la Ética.

Pero también la ética aporta clarificación para la investigación en neurociencia.

Porque los diseños de los estudios han de ser conscientes de las teorías éticas subyacentes,

deben definir los términos empleados y conocer los factores que influyen en su

comprensión y ejercicio.

- Ética de la neurociencia: Estudio de los problemas éticos generados por la investigación

en neurociencia. Por ejemplo, hallazgos inesperados, problemas de confidencialidad o

cuestiones propias de la ética de la investigación en general. Y también análisis de los

problemas éticos derivados de la aplicación de técnicas neurocientíficas. Por ejemplo, la

mejora cerebral, las posibilidades abiertas por la técnica que suscitan interrogantes sobre

sus impactos sociales, morales, legales, etc.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

27

En uno y otro caso, estas investigaciones se inscriben dentro del campo más amplio

de la Bioética. No existiría una diferencia epistemológica importante respecto del análisis

de otros problemas éticos ligados a la biomedicina, si bien, en algunos de los problemas

analizados, es necesario tomar en consideración la especificidad propia de los mismos.

También dentro de la ética de la neurociencia se incluiría el análisis de los diseños

de investigación en neuroética fundamental (neurociencia de la ética), toda vez que la

selección de un marco conceptual o una metodología de trabajo puede convertirse en un

problema moral. Esto es, cómo analizar los juicios morales, cómo investigar la capacidad

de tomar decisiones morales, puede ser, en sí mismo, un problema ético.

En lo que sigue, se abordarán algunas de estas cuestiones, si bien con diferentes

énfasis. En primer lugar describiremos la neuroética como disciplina, y cómo se ha ido

desarrollando en su corta historia, cobrando un enorme y creciente auge en la actualidad.

Se dedicará después un capítulo a la ética de la neurociencia, específicamente para

comentar dos aspectos de especial importancia: los problemas éticos suscitados por las

investigaciones realizadas con técnicas de neuroimagen, que es relevante para tratar

cuestiones metodológicas de la investigación en neurociencia, y los desafíos generados por

las posibilidades de intervención y mejora en el cerebro humano, especialmente en lo

relativo a la cuestión de la responsabilidad que tenemos de lograr una mejora moral de la

humanidad. Aunque aquí se insistirá en la mejora farmacológica, la reflexión servirá de

base y anticipará algunas ideas que se recuperarán al final del trabajo, donde se hablará de

la posibilidad de una mejora educativa. Pretendemos con ello cerrar el círculo,

comenzando con la ética de la neurociencia para dirigirnos después a la neurociencia de la

ética, enlazando ambas cuestiones.

El siguiente apartado se dedica, de modo más pormenorizado y extenso, al análisis

crítico de las investigaciones neurocientíficas sobre la moral, es decir, la neurociencia de la

ética. Se presentarán algunos de los resultados más notables, organizados conforme a tres

aproximaciones conceptuales, que a pesar de sus diferencias guardan una estrecha relación:

(a) el estudio de las bases neurales de las emociones, (b) las investigaciones de

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

28

neurociencia social relativas a la teoría de la mente y las neuronas espejo, y (c) los

experimentos que tratan de establecer cuáles son los correlatos neurales de la moral,

estudiando específicamente dilemas morales abstractos.

Se comentarán en el capítulo siguiente los logros y también las limitaciones de

estas investigaciones, planteando con ello una discusión relativa a la idoneidad y

posibilidades de la neurociencia de la ética. Tras repasar los enfoques y las conclusiones

más relevantes en la investigación sobre los correlatos neurales de la moral, se comentan

las críticas que cabe plantear a estos resultados: (a) el reduccionismo de los

planteamientos, que puede llevar a adoptar posturas deterministas, (b) la falta de

contextualización, que genera investigaciones poco ecológicas y poco realistas, y (c) la

dependencia, pocas veces puesta de manifiesto, de las teorías éticas implícitas.

Con ello se abre paso al penúltimo apartado, relativo a las implicaciones filosóficas

de la investigación neurocientífica. Se comentan aquí algunas de las dificultades generadas

por la neurociencia, al obligar a reconsiderar conceptos filosóficos fundamentales, como la

idea de libertad, a la luz de esta epistemología naturalizada. Y también la imposibilidad de

lograr contenidos normativos a partir de las investigaciones sobre los correlatos neurales de

la moral. El intento de deducir lo correcto a partir de las observaciones de zonas de

activación cerebral incurre en la falacia naturalista y excede su ámbito de trabajo,

pretendiendo ir más allá de la descripción y la explicación. La fuerte controversia que ello

ha suscitado remite de nuevo a los problemas éticos de la neurociencia, cerrando así el

círculo entre ética de la neurociencia y neurociencia de la ética.

Para terminar, se dedica un capítulo a la neuroeducación, partiendo de la notable

característica de la neuroplasticidad. Los estudios sobre neurociencia de la ética aportan

información muy relevante que debe ser tenida en cuenta y utilizada para una mejora

moral, lograda a través de la educación, entendida no sólo como programas pedagógicos,

sino como cultivo de la mente, fomento de las capacidades que permiten desarrollar

nuestra capacidad moral, para llegar a un nivel de moral postconvencional con un máximo

de madurez en lo cognitivo y en lo afectivo, y, con ello, lanzar un ideal de mejora de la

humanidad, que se convierte en desafío para el futuro.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

29

El estudio de las bases neurales del juicio moral se revela como un apasionante

recorrido en el que se abren innumerables perspectivas. Cada una de ellas enfatiza y

profundiza en un aspecto relacionado con la toma de decisiones, pero todos ellos son

necesarios para ofrecer un panorama de los resultados actuales de las investigaciones.

Estos datos tienen una capital importancia para pensar en la ética, en la capacidad de elegir

en el mundo de los valores, y nos plantean el reto de modelar nuestro cerebro, a través de

la educación, buscando con responsabilidad una mejora moral.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

31

2. Objetivos de esta investigación

El objetivo fundamental de esta investigación es analizar el campo de la neuroética,

aclarando sus aportaciones y sus características, y explicando algunos de sus resultados

más importantes, para después indagar críticamente en las aportaciones que la neurociencia

puede hacer a la ética, especialmente en lo que se refiere a la posibilidad de ofrecer

explicaciones válidas sobre la elaboración de juicios morales.

La primera hipótesis que anima esta investigación se resume en la afirmación de

que, más allá de la mera descripción de la observación de algunos vínculos entre ética y

neurociencia, la filosofía –la ética— es pertinente a la neurociencia y la neurociencia a la

ética –la filosofía--, ya que ambas se aportan recíprocamente, resultados y reflexiones que

contribuyen a un enriquecimiento mutuo, a pesar de las dificultades y controversias

suscitadas. Subsidiariamente, se plantea la hipótesis de que la interdisciplinariedad es el

único modo de conocimiento acorde con la realidad, en el ámbito de los temas que atañen a

la neuroética. De nuevo, no se trata de una mera constatación, en este caso del trabajo que

realizan los investigadores en neuroética, sino del intento de comprobación de la validez de

esta aproximación metodológica.

En relación a la neurociencia de la ética, a la que se dedicará una mayor atención,

se partirá de dos hipótesis complementarias: por una parte, que el diseño de las

investigaciones sobre los correlatos neurales de la moral y otras operaciones mentales

relativas a la toma de decisiones en entornos sociales y valorativos, adolece de la

dimensión contextual y cultural que da sentido a tales decisiones, y por otra parte, que la

falta de atención a las teorías éticas subyacentes da lugar a interpretaciones sesgadas de los

resultados. Esto resulta especialmente importante en las conclusiones que se van

extrayendo sobre el papel que juegan los sustratos neurales en cómo se elaboran los juicios

morales y en qué medida las decisiones éticas de los seres humanos están condicionadas –o

determinadas— por sus condiciones físicas y fisiológicas. Las controversias suscitadas

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

32

obedecen en buena medida a un deficiente análisis y a un todavía escaso debate sobre los

elementos en juego.

Finalmente, en cuanto a las aportaciones de la neurociencia a conceptos

fundamentales de la ética y la filosofía, se pondrá a prueba la hipótesis de que el énfasis en

la importancia de los aspectos emocionales en la toma de decisiones morales, y la

neuroplasticidad que exhibe el cerebro, permiten considerar la educación como una clave

para generar un pensamiento moral más elaborado.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

33

3. Aspectos metodológicos

La investigación en neuroética necesariamente se plantea desde una perspectiva

interdisciplinar. Como se verá más adelante, esto responde, en primer lugar, a la propia

definición de la neuroética: al tratarse de una disciplina en la que se engloba, por un lado la

reflexión ética y, por otro, la neurociencia, obliga a un tratamiento multidisciplinar que, en

sí mismo, es objeto de discusión y análisis. En segundo lugar, y como también se

comentará posteriormente, la interdisciplinariedad se evidencia ante las dimensiones de la

disciplina –la ética de la neurociencia, y la neurociencia de la ética—, que conducen a

aproximaciones diferentes, la primera más afín a los trabajos de la bioética, como ética

aplicada a la biomedicina, y la segunda más cercana a la investigación neurocientífica,

específicamente y de modo muy notable, a la realizada con técnicas de neuroimagen.

Por otro lado, dada la amplitud de los temas que aborda la neuroética, y teniendo

en cuenta que todavía es objeto de discusión el mismo estatuto epistemológico de esta

disciplina, parece lógico que se hagan aproximaciones metodológicas muy diferentes, o

bien que queden englobadas bajo el título de “investigaciones en neuroética”, trabajos y

estudios de muy diversa índole, que abordan cuestiones muy variadas.

Así mismo, en la bibliografía existente revisada se detectan dos importantes

problemas, que son destacados en varios casos por los propios autores: el primero de ellos

es la ausencia de una teoría omniabarcante que pueda englobar las diferentes y variadas

aproximaciones y resultados de la investigación. Este escollo es más patente en las

investigaciones de neurociencia de la ética, y sin duda no es exclusivo de ellas, sino que

atañe a la investigación psicológica en su conjunto. Los diferentes estudios no sólo parten

de supuestos teóricos diferentes, lo que dificulta enormemente su comparación, sino que se

sitúan en perspectivas que pueden ser complementarias, pero en las que escasamente hay

referencias mutuas y sí aparecen, sin embargo, argumentos a favor de la idoneidad de cada

uno de los planteamientos. Parece así que este amplio terreno de investigación adolece de

una vía de comunicación ad intra, que pueda dar cuenta de los fenómenos desde la

complementación.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

34

El segundo problema se refiere a la gran profusión de artículos y ensayos que se

puede encontrar, puesto que éste es un campo en expansión actualmente. De modo general,

se encuentra una enorme variedad de publicaciones que aportan resultados de investigación

sobre diversos aspectos o dimensiones concretas del estudio sobre los sustratos neurales de

lo moral. Esto supone una dificultad, pues son muchos los factores que parecen influir en

la toma de decisiones morales. Se echa en falta una reflexión, que sin duda excede el

objetivo de estas investigaciones, sobre cuáles son los elementos clave del juicio moral.

Por otro lado, muchos artículos constatan esta dificultad, y repasan lo que ya se

conoce, o proponen un planteamiento programático de los numerosos temas a tratar, sin

que se encuentren análisis profundos de dichos temas. En concreto muchos artículos

dedicados sobre todo a los aspectos éticos de la neurociencia, tratan de exponer los

interrogantes y problemas suscitados por este tipo de investigaciones, dedicando sus

esfuerzos a la descripción de los mismos y a la identificación de los puntos álgidos que

sería preciso abordar, sin embargo, escasean los trabajos de fondo en que, más allá de la

mera descripción, se emprendan exploraciones sobre dichos problemas, y se analice la

relación entre unos y otros temas.

En términos generales, y a pesar de que, como se ha comentado, la

interdisciplinariedad es una clave inexcusable de la neuroética en su conjunto, puede

decirse que lo más habitual es que la ética de la neurociencia sea un terreno típicamente

más tratado por los filósofos y por investigadores procedentes de otros ámbitos en los que

se analizan las implicaciones prácticas de los nuevos descubrimientos y aplicaciones de la

neurociencia, como los juristas, los sociólogos o los politólogos. Por su parte la

neurociencia de la ética parecería ser un terreno más eminentemente científico. Sin

embargo, considero que ambos terrenos están interconectados y que se aportan

mutuamente valiosos datos y análisis, de modo que la colaboración puede ser muy

fructífera. Así, la ética de la neurociencia probablemente iluminará buena parte de las

investigaciones neurocientíficas, examinando aspectos éticos que le conciernen y, de modo

mucho más intrínseco a la propia investigación, aportando los marcos teóricos y

conceptuales necesarios para el diseño de la investigación. Igualmente, la neurociencia de

la ética tiene mucho que decirle a la ética, puesto que buena parte de sus afirmaciones y

supuestos se verán afectados por los hallazgos de la investigación. De ahí que, a pesar de la

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

35

diferenciación entre dimensiones de la neuroética, haya una conexión que nos permite

afirmar la existencia de un dominio más amplio.

Tal es la posición que defienden autoras como A. Roskies,7 quien no obstante es

quien propuso la distinción entre las dos dimensiones de la neuroética,8 o como P.S.

Churchland, bien conocida por ser probablemente la autora más relevante del ámbito de la

neurofilosofía,9 una subdisciplina estrechamente vinculada con el tema que nos ocupa. Una

y otra encuentran en los estudios de neurociencia de la ética una fuente de datos para poner

en cuestión ciertos conceptos éticos asumidos como válidos, y, a su vez, a partir de las

conclusiones extraídas de su estudio, orientar e iluminar el trabajo de la ética de la

neurociencia. En esta línea Churchland y Casebeer afirman:10

«Necesitamos una teoría normativa de la moralidad en funcionamiento

antes de poder identificar los correlatos neurales de la cognición moral; pero

por el lado contrario, una ventaja de identificar los correlatos neurales de la

cognición es que puede permitirnos eliminar ciertas teorías morales por ser

psicológica y neurobiológicamente irreales. Sin embargo, esta circularidad

(aunque parezca lo contrario) no es un círculo vicioso: las teorías y sus

dominios co-evolucionan, informándose unos a otros, en muchas áreas de

las ciencias.»

Es esta línea metodológica que siguen las investigaciones de filósofas como P.S.

Churchland o A. Roskies la que se toma como inspiración metodológica en esta

investigación. Para poder analizar hasta qué punto es viable esta interdisciplinariedad entre

neurociencia y ética, y en qué medida está siendo utilizada en los diversos estudios que se

están llevando a cabo, se ha realizado una revisión bibliográfica amplia y una ordenación

de la información aportada por los numerosos estudios. Ello permite determinar cuáles son

las limitaciones y dificultades existentes en estas investigaciones, desde el punto de vista

de su pertinencia en el abordaje de la ética, y también explorar hasta qué punto se

reconocen los problemas en dichas investigaciones, o se asumen presupuestos tácitos o

nombres comunes.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

36

Se ha elaborado una investigación de carácter documental, en la que, a través de la

recopilación, ordenación, selección y análisis de la bibliografía existente, se presenta una

descripción de la investigación en neuroética, sus partes y enfoques más relevantes, para

posteriormente realizar una reflexión crítica acerca de la idoneidad de los enfoques

utilizados en los estudios que tratan de encontrar los correlatos neurales de la moral, y

proponer la pertinencia de una cuidadosa selección de los conceptos y teorías éticas que

sustentan el propio diseño de las investigaciones.

Se trata, pues, de un trabajo de revisión, que no pretende ser exhaustivo, pero que

ofrece un panorama general de lo que actualmente se conoce sobre las bases neurales de la

toma de decisiones morales, y de la inscripción de estas investigaciones en el contexto más

amplio de la neuroética. Además, se ha realizado un análisis crítico de esta información,

tratando de comprobar si las hipótesis apuntadas eran adecuadas, esto es, determinar si son

válidas las conclusiones relativas a los correlatos neurales de la capacidad de tomar

decisiones morales.

Puede considerarse que estas son también las limitaciones de este trabajo: al no ser

exhaustivo, no puede ofrecer una pormenorizada relación de todos los resultados de

investigación en este campo. Sin embargo, esto se justifica porque el propio avance de los

estudios ha ido ampliando y diversificando la extensión del terreno de exploración en lo

concerniente a los fundamentos cerebrales de la toma de decisiones morales. Hemos creído

más conveniente ofrecer una revisión general del estado de la cuestión, enfatizando

algunos aspectos, que trata de ser completa, si bien, como se ha indicado, no exhaustiva.

Por otro lado, al ser una revisión, no aporta resultados empíricos novedosos, pero sí ofrece

un análisis crítico que trata de determinar las limitaciones y las posibilidades de la

neurociencia de la ética, y aportar algunas sugerencias relativas a la importancia de estas

investigaciones y los retos que plantea para la ética y la educación.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

37

4. La neuroética como campo de estudio

4.1. Ética y neurociencia. Mente y cerebro

Reflexionar sobre la relación entre los aspectos éticos y el cerebro es una tarea que

puede considerarse antigua, tomada en un sentido amplio, ya que la cuestión acerca del

significado de la mente y su imbricación en un sustrato material ha sido uno de los grandes

temas de la historia del pensamiento. Planteado en sus términos clásicos, como el debate

entre alma y cuerpo, o en una nomenclatura más cercana, mente y cerebro, ha estado

presente desde hace siglos en la historia de la filosofía y ha sido objeto de análisis por obra

de pensadores como Platón, Aristóteles, Descartes, Spinoza, Zubiri y muchos otros.

Muchas de las teorías propuestas por los filósofos anticiparon respuestas a

preguntas que después han podido ser elucidadas, o al menos comprendidas con más datos,

por medio del trabajo de las neurociencias. A la altura de nuestro tiempo, es evidente que

las neurociencias están obligando a la filosofía a reflexionar sobre sus propios conceptos, a

la luz de los resultados aportados por las investigaciones científicas sobre el cerebro. En el

fondo se trata de una vieja y querida pregunta para la filosofía: ¿qué podemos conocer? y,

en última instancia, ¿quiénes somos?

El ser humano se comprende a sí mismo como un conjunto de pensamientos,

sentimientos, capacidades, motivaciones, etc. que le permiten desarrollar unas acciones, un

comportamiento, y que son dependientes de una determinada configuración físico-

biológica. Pero, para poder dar una explicación de esos elementos que lo constituyen,

necesita describir no sólo los componentes biológicos, sino también los elementos socio-

culturales que, en interacción con los primeros origina y configura su peculiar

especificidad.

«El cerebro del hombre adulto puede considerarse como resultado de

al menos cuatro evoluciones ensambladas y sujetas cada una a la

variabilidad aleatoria: la evolución de las especies durante los tiempos

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

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paleontológicos y sus consecuencias sobre nuestra constitución genética; la

evolución individual por la epigénesis de las conexiones neuronales que

concurren en el desarrollo del individuo; la evolución cultural, también

epigenética, extracerebral, que comprende desde la temporalidad

psicológica hasta la memoria milenaria; y, por último, la evolución del

pensamiento personal, igualmente epigenética, que se produce en la

temporalidad psicológica y moviliza la memoria individual y cultural,

cognitiva y emocional.»11

A la altura de nuestro tiempo, y estando la controversia aún abierta, el debate entre

mente y cerebro parece haberse decantado por una perspectiva monista, en la que, a pesar

de las diferencias entre unos autores y otros, se acepta de modo bastante generalizado un

sustrato material, el cerebro, como origen de todos los procesos mentales. Y si a algo han

contribuido las neurociencias es a poner en entredicho todas las posiciones idealistas o

espiritualistas que pretendían explicar la conciencia o la identidad humana como fruto de

algo inmaterial, quizá para salvar una dignidad que percibían amenazada por la crudeza de

las explicaciones científicas.

La neurociencia –de la que ciertamente no podemos hablar en singular pues abarca

enfoques muy diferentes— se inscribe dentro de las llamadas ciencias cognitivas. El

“hexágono cognitivo” muestra las seis disciplinas que, interrelacionadas entre sí, enfocan los

temas relacionados con el conocimiento humano.12 La filosofía, como filosofía de la mente,

reflexión sobre las teorías de la mente y también como epistemología (teoría del

conocimiento). La antropología en cuanto explicación del ser humano, su desarrollo

filogenético y ontogenético, las influencias socio-culturales en su aprendizaje y constitución.

La psicología por su explicación de los procesos psíquicos relacionados con el conocimiento

y la conciencia, específicamente el campo de la neuropsicología, que estudia la relación

cerebro-conciencia-conducta a través de estudios empíricos y analizando las lesiones

cerebrales. La lingüística que estudia el lenguaje, tanto a nivel sintáctico como semántico, y

la formación de conceptos. La inteligencia artificial, que aporta modelos que permiten

entender el procesamiento cerebral y reproducirlo artificialmente. Y las neurociencias

(neurofisiología, neurobiología, neuroanatomía, etc.) que aportan datos fundamentales sobre

la estructura y funcionamiento del cerebro.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

39

Filosofía

Psicología Antropología

Lingüística Inteligencia artificial

Neurociencias

La multidisciplinariedad de las ciencias cognitivas, en sí misma, muestra una

interesante dimensión en el estudio de la relación mente-cerebro: la necesidad de una

visión compleja y diversa, con enfoques variados y modos de explicación conceptualmente

diferentes. Y éste es su mayor valor: al estudiar el conocimiento humano de modo

interdisciplinar, las diferentes aproximaciones dialogan a la búsqueda de una teoría más o

menos global que pueda explicar y dar respuesta a preguntas que la filosofía ha venido

planteando desde antaño y a los nuevos interrogantes que se han ido suscitando. Una

integración o modelo, probablemente no exento de dificultades, que pueda dar cuenta de

los distintos fenómenos sin entrar en claras contradicciones, y que es muy necesario a la

vista de la diversidad existente.

Obviamente, todas estas cuestiones incluyen importantes problemas éticos,

principalmente derivados de los conceptos de libertad, conciencia, responsabilidad,

identidad, etc. que se construyan. Así, a modo de ejemplo, en la historia de la filosofía, y

específicamente desde la Modernidad, por obra de I. Kant, se ha insistido en que la

dimensión racional del ser humano es lo que le confiere una peculiaridad tan notable que

genera un estatuto especial, el de la dignidad. Tal condición es la base de la afirmación de

la libertad, pues el ser humano es capaz de darse a sí mismo leyes morales, y también de la

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

40

responsabilidad, pues la posibilidad de elegir remite inmediatamente a la necesidad de

justificar la opción elegida. Tal es la condición moral del ser humano. Y, aún más, por

tener dignidad el ser humano, es sujeto de la obligación moral, no sólo como agente de la

acción, a lo que se ha hecho referencia, sino como receptor pasivo del respeto. Esto quiere

decir que no todo está permitido en las acciones que llevamos a cabo sobre los seres

humanos.

De aquí se derivan dos importantes consecuencias para el tema que nos ocupa: por

una parte, los descubrimientos generados por la investigación neurocientífica pueden

obligarnos a repensar conceptos que tienen una larga tradición en la historia del

pensamiento y que son el soporte, por ejemplo, del sistema jurídico-legal en el que se

mueven las sociedades occidentales. El tema, como puede observarse, dista de ser banal. Si

la afirmación, por ejemplo, de la existencia de ciertos patrones generales de activación

cerebral ante ciertos dilemas morales, pudiera dar como resultado algún cambio en nuestro

concepto de responsabilidad –tema éste que es objeto de discusión, como se verá más

adelante—, será preciso analizar qué consecuencias tendría esto desde un punto de vista

social, político y cultural.

Por otra parte, la misma investigación neurocientífica, sus métodos y posibilidades,

y las aplicaciones futuras que puedan preverse, como por ejemplo la mejora cerebral,

generan importantes interrogantes éticos, algunos de los cuales no distan demasiado de

reflexiones y análisis que ya se han elaborado previamente para otras cuestiones similares

–por ejemplo, en ética de la investigación con seres humanos—, quedando así emplazados

dentro de la tarea bioética en la que se inscribe buena parte del trabajo de la neuroética. Sin

embargo, para otros problemas tendremos que arbitrar nuevas estructuras de análisis,

puesto que su novedad e implicaciones exceden los territorios ya explorados. De este

modo, la propia neurociencia se convierte en objeto de examen ético.

Los conceptos y teorías que se están manejando en la investigación neurocientífica,

y que condicionan tanto el diseño de los experimentos como la interpretación de los

resultados, afectando por tanto a su validez, son cuestionables. Obligan a analizar en

profundidad las teorías filosóficas subyacentes, las definiciones de “lo moral” o “lo ético”

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

41

que se están empleando y, sobre todo, exigen un cuidadoso análisis de cuáles son los

elementos que se observan.

La historia de la ética sigue aportando una información y unos resultados

interesantes y valiosos, por más que seamos conscientes de que es deudora de los

conocimientos científicos y de los contextos ideológicos que en cada época han estado

vigentes y se han aceptado como paradigmas válidos. La historia del pensamiento no es un

mero cúmulo de “opiniones antiguas” que sirven para las charlas de café. La filosofía es

una disciplina con más de veinticinco siglos de historia intentando aportar luz acerca de los

fenómenos de lo humano. No es aceptable una “sustitución” de la filosofía por la ciencia,

sencillamente porque esto supone, no sólo un profundo desconocimiento de la filosofía, su

método y sus aportaciones, sino también un profundo desconocimiento de la propia

ciencia, que no ostenta la pretendida objetividad de la que algunos quieren hacer gala.13

Más aún, cada vez más se va haciendo patente que buena parte de las afirmaciones

que la neurociencia puede hacer, aportando evidencias científicas, coincide con lo que los

filósofos han venido explicando desde hace siglos con otro lenguaje y otros métodos de

análisis. No parece prudente desdeñar todo este trabajo teórico.

Por otro lado, la neuroética depende de la investigación en neurociencia, y no es

ajena a la elección sobre el modelo teórico que se esté utilizando para explicar el

comportamiento humano. Los modelos más frecuentes en neurociencia tienden a ser

reduccionistas e ingenuos, postulando que si elementos tales como la conciencia o la toma

de decisiones son productos de la actividad neural del cerebro, una explicación científica

rigurosa y bien elaborada del mismo será suficiente para dar cuenta de ellas.

Establecer la conexión entre la mente y el cerebro no resulta sorprendente en

nuestros días. Sin embargo, afirmar que el cerebro es el sustrato necesario no significa que

seamos capaces de explicar todos los pensamientos, juicios, capacidades y

comportamientos humanos. Y menos aún que exista una predeterminación de los mismos,

evidenciable al observar el funcionamiento del cerebro.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

42

Con todo, no se trata de defender a toda costa la pertinencia de la filosofía, sino de

situar la reflexión y la investigación neurocientífica en el entorno complejo,

multidisciplinar e incierto en que necesariamente ha de moverse. Al contender con los

asuntos de lo humano no es posible hallar verdades incuestionables, la filosofía ha

aprendido esto a lo largo de su historia. Pero también la ciencia está sometida a paradigmas

vigentes y a marcos teóricos aceptados, y es consciente de que la validez de sus premisas

es sólo provisional. Los presupuestos verificacionistas hace mucho tiempo que fueron

cuestionados y relativizados por una concepción más abierta y falsacionista. Es necesario

comprender que las investigaciones sobre los sustratos neurales de lo moral asumen, de

modo explícito o tácito, ciertos presupuestos y teorías, desde las que interpretan sus

hallazgos. Y sus resultados son expresiones de verdades parciales sobre el cerebro y el ser

humano, siempre sometidas a revisión. Y esto no es fruto de nuestro desconocimiento, sino

de cómo es la propia realidad. «La investigación es inacabable no sólo porque el hombre

no puede agotar la riqueza de la realidad, sino que es inacabable radicalmente, a saber,

porque la realidad en cuanto tal es desde sí misma constitutivamente abierta.»14

Comentarios como algunos de los que hace M. Gazzaniga,15 indicando que es

evidente que hay una naturaleza humana única que nos determina de modo claro,

existiendo por tanto una ética universal subyacente, y afirmando que «los encarnizados

debates seculares sobre la naturaleza de las decisiones morales y su similitud o diferencia

se resuelven ahora de manera rápida y clara con la moderna imagen cerebral»,16 no son

afortunados a la altura de nuestro tiempo, pues confunde religión y filosofía, prescinde de

las críticas al positivismo y parece adoptar ingenuamente una perspectiva de la ciencia

como salvadora de nuestras incertidumbres y nuestros males –una visión de la historia de

la humanidad que proponía A. Comte en el siglo XIX y que ha sido desechada—, y

defiende la posibilidad de una ética universal sin atender a lo cultural, y sin analizar qué

significa “ética universal”.

Un debate más fructífero entre la ética –la filosofía— y la neurociencia se

encuentra, por ejemplo, en la conversación entre J.P. Changeux y P. Ricoeur, en la que se

manifiestan las notables diferencias entre disciplinas pero, al mismo tiempo, desde un

enfoque comprehensivo y deliberativo, se subrayan las aportaciones mutuas e incluso la

posibilidad de resolver el problema como ya lo hiciera Descartes –al que sin embargo

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

43

tantas acusaciones de dualismo le han sido dirigidas—: con una “tercera sustancia”, el ser

humano, diferente de lo material y lo mental.

«la cuestión es saber en qué medida los conocimientos que tenemos

sobre nuestro cerebro nos dan una nueva concepción, una representación

diferente de lo que somos, de lo que son nuestras ideas, nuestros

pensamientos, las disposiciones que intervienen en nuestro juicio. Y,

efectivamente, en el plano de la cuestión moral es algo fundamental.

(Changeux)

No creo exagerado decir que la distancia semántica es tan grande entre las

ciencias cognitivas y la filosofía como entre las ciencias neuronales y la

filosofía. Esa distancia entre vivencia fenomenológica y dato objetivo

recorre toda la línea de división entre las dos aproximaciones al fenómeno

humano. Pero ese dualismo semántico (…) no puede ser más que una

posición de partida. La experiencia múltiple, amplia y completa está

compuesta de tal modo que ambos discursos no dejan de ser correlativos en

numerosos puntos de intersección. (Ricoeur)»17

En este sentido una autora como K. Evers propone el concepto de “materialismo

informado” para oponerse al dualismo y al reduccionismo ingenuo que exhiben algunos

planteamientos en neurociencia.18 Esta propuesta asume que es posible explicar los

procesos cerebrales, y que es adecuada una perspectiva evolutiva en la que la conciencia, la

moral y otros rasgos de lo humano pueden comprenderse como fruto de una actividad

neural que cumple una función biológica. Pero, junto a ello, se incluyen otros elementos de

la experiencia subjetiva que son relevantes para dar cuenta de quiénes somos. Se trataría

así de desarrollar una concepción neurocultural no disociativa y dinámica de la experiencia

humana.

En resumen, las investigaciones sobre los sustratos neurales de lo moral aportan

interesantes resultados para la explicación de lo que ocurre en nuestro cerebro cuando

elegimos, tomamos decisiones, evaluamos y actuamos. Sin embargo son visiones por ahora

incompletas y parciales de un fenómeno complejo como la moralidad, y están muy lejos de

poder ofrecer una explicación válida. La neurociencia no puede prescindir de lo social, lo

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

44

cultural, lo motivacional, etc. y todos éstos son campos que remiten a otras disciplinas y

aproximaciones. Como mostraremos más adelante, no es posible dar cuenta de lo moral sin

una perspectiva compleja, dinámica, interdisciplinar, con un fuerte apoyo en la reflexión

filosófica.

4.2. Breve historia de la ética de la neurociencia

El origen de esta aproximación a la ética de la neurociencia suele situarse en el

frecuentemente citado hito de la investigación realizada durante la Segunda Guerra

Mundial por parte de los médicos de la Alemania nazi, y en la preocupación que generó,

dando lugar a los primeros documentos y acuerdos internacionales en materia de ética de la

investigación con seres humanos. El Código de Nüremberg, resultado de los juicios

posteriores a la guerra, o la Declaración de Helskinki de la Asociación Médica Mundial,

son algunos de esos resultados, que han marcado un hito en la determinación de las

obligaciones éticas relativas a la investigación con humanos, y que han servido para

sensibilizar ante los riesgos y abusos que, en ocasiones de modo intencionado y en otros

casos movidos por un grave desconocimiento y un excesivo celo en el ansia de saber más,

han llevado a muchos investigadores a cometer tropelías éticamente inaceptables.

Años más tarde, en 1978, el Informe Belmont –elaborado para determinar los

principios que deberían regir la investigación con seres humanos, tras el desvelamiento del

lamentablemente famoso estudio de la sífilis de Tuskegee— se convirtió en la clave de la

moderna bioética. Con ello hemos podido llegar a la situación actual, en la que se afirma

de modo generalizado que los criterios éticos no son en modo alguno un mero ornamento o

añadidura prescindible, sino que, antes bien, son un requisito imprescindible para poder

considerar que una investigación es técnicamente correcta.

En relación a la investigación específicamente relacionada con el cerebro, también

hay un evento importante que suscita la preocupación ética, en este caso, la popularización

de la psicocirugía para el tratamiento de los pacientes con enfermedad mental. Al final del

siglo XIX se plantearon las correlaciones entre cerebro, pensamiento y conducta, que

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

45

llevaron a que durante la primera mitad del siglo XX se realizasen operaciones quirúrgicas

en lóbulo prefrontal para intentar aliviar el sufrimiento de los pacientes cuya enfermedad

era resistente a los tratamientos. Las consecuencias nefastas desde el punto de vista de los

cambios de personalidad de los pacientes, suscitaron una gran preocupación acerca de la

eficacia e idoneidad de esta terapia. No obstante siguieron empleándose. Esto, unido al

incremento de investigaciones relativas a la relación entre cerebro y comportamiento, llevó

al establecimiento, por parte de la UNESCO, de la Organización Internacional para la

Investigación Cerebral (International Brain Research Organization).

En Estados Unidos, la Sociedad de Neurociencia (Society for Neuroscience, SfN)

creó en 1972 un Comité sobre Responsabilidad Social, con el propósito de informar a los

investigadores y al público sobre las implicaciones sociales de la investigación en

neurociencia. Esta preocupación se ha mantenido hasta la actualidad: en 2003 la SfN inició

una conferencia anual sobre neuroética, y en 2005 una serie titulada “Diálogos entre

Neurociencia y Sociedad”, que mantiene hasta nuestros días.19

En los primeros años de la década de 1980, la Oficina de Evaluación de Tecnología

(Office of Technology Assessment, OTA) encargó un estudio sobre el impacto potencial de

la neurociencia como parte de un proyecto relativo a las implicaciones de la tecnología

para el envejecimiento.20 En este informe se destacaron los beneficios médicos de la

investigación neurocientífica y se examinaron los impactos de la neurociencia en el

trabajo, el sistema judicial y la educación.

En 1995 el Comité Internacional de Bioética de la UNESCO desarrolló un estudio

similar para explorar la ética y las neurociencias.21 El informe subrayaba los retos de la

investigación del comportamiento, especialmente el engaño y la manipulación, y los

problemas derivados de la utilización de sujetos humanos. Y también destacó la dificultad

de informar al público de los hallazgos de la neurociencia, por su posibilidad de ser

malinterpretados.

Por otro lado, los avances en biología molecular, la puesta en marcha del Proyecto

Genoma, y las posibilidades futuras de aplicar los conocimientos genéticos, generaron una

notable preocupación, que dio como resultado la decisión de dedicar una parte de los

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

46

fondos para la investigación al estudio de los aspectos éticos, legales y sociales –lo que se

denominó ELSI, Ethical, Legal and Social Issues—. Un hecho sin precedentes en la

historia de la investigación que ha influido notablemente en el planteamiento posterior de

las implicaciones éticas de la investigación en neurociencia. De hecho, las interrelaciones

entre genética y neurociencia son destacadas por numerosos investigadores, y, del mismo

modo, desde el punto de vista ético, así como la genética originó una subdisciplina, la

GenÉtica, la neurociencia ha propiciado la NeuroÉtica.22

4.3. La neuroética como disciplina

Las primeras alusiones a la “neuroética” aparecen a finales del siglo XX. Según J.

Illes y T. Raffin23, la primera referencia a este término y al nuevo campo que se abre es la

de R.E. Cranford, en 1989, que habla del papel que debe jugar el neurólogo en cuanto

experto que se enfrenta con el cuidado del paciente y con decisiones al final de la vida,

donde el componente ético es esencial.24 No mucho después, desde el terreno de la

filosofía –o, para ser más precisos, desde la neurofilosofía, campo éste también de gran

novedad e interés, que tiene su figura más representativa en P.S. Churchland25—, se

comienza a indagar la implicación del estudio del cerebro en el concepto de la identidad

personal y el yo. Y también comienza a analizarse la influencia de la neurofisiología y la

neuropsicología en la educación, como muestra el trabajo de A. Pontius.26

Con todo, el punto de arranque oficial de esta nueva disciplina puede situarse en

2002. Ese año la revista Neuron y la AAAS organizaron un simposio interdisciplinar

titulado “Comprender las bases neurales de los comportamientos complejos: las

implicaciones para la ciencia y la sociedad”. También en 2002, la Royal Institution

organizó en Londres un evento titulado “El futuro de la neurociencia” para analizar la

neurociencia y sus implicaciones sociales. En 2002 algunos autores empezaron a publicar

artículos en los que planteaban problemas éticos de las neurociencias.27 Y, sobre todo, tuvo

lugar la primera conferencia mundial sobre neuroética, celebrada en mayo de 2002 en San

Francisco (California, Estados Unidos), auspiciada por la Fundación Dana y organizada

por las Universidades de Stanford y California. Esta reunión, que convocó a

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

47

neurocientíficos, bioeticistas, abogados, políticos, etc. por su necesario carácter

interdisciplinar, tenía por objeto delimitar la disciplina y plantear las líneas maestras de su

futuro. El resultado de ese trabajo puede apreciarse en la publicación a que dio lugar.28 Son

cinco los bloques en que se plantea el estudio de la neuroética: el problema del yo, la

identidad; las implicaciones sociales y legales; la investigación y las aplicaciones en

farmacología, clínica y cibernética; la recepción pública de la cuestión; y el futuro de esta

nueva disciplina.

El sumario de conclusiones de esta reunión nos ofrece un amplio listado de

afirmaciones, cada una de las cuales remite a un campo de investigación y una red de

interrelaciones que convendría indagar:

- Los comportamientos éticos y emocionales están conectados. De hecho, emoción y

razón pueden ser parte de un continuo neural.

- Sea lo que sea a lo que llamamos libre albedrío (o voluntad libre), el cerebro opera

para elegir entre varios deseos o elecciones con que se presenta. En este sentido

existe una autodeterminación (o al menos el cerebro está dispuesto conscientemente

a dar crédito al trabajo que hace).

- Para comprender realmente el cerebro necesitamos nuevos paradigmas. Los nuevos

datos nos obligan a abandonar los viejos modelos. Pero nuestra mayor comprensión

no disminuye la libertad. “Menos magia no es menos interesante”.

- Los descubrimientos de la neurociencia no sólo cubren el espectro que va desde el

comportamiento hasta los circuitos, células y moléculas, sino que se extiende al

dominio de la física.

- Antes de utilizar las nuevas tecnologías de la neurociencia (aplicaciones) sería

importante definir “normal” y “anormal”. En todo caso, la neurociencia es una

disciplina aún muy joven, por lo que se necesitaría mucha más investigación para

poder llegar al punto de predecir correctamente comportamientos o definir

características.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

48

- No es sin embargo demasiado pronto para empezar a pensar cómo se debería

evaluar la aplicabilidad de ciertos criterios de investigación, o establecer directrices

al respecto para llevarlas a la práctica.

- La neuroética debe introducirse en todas las disciplinas implicadas. Es importante,

como primer objetivo, desarrollar un léxico común.

- Sería importante asegurar la financiación pública y privada para la investigación en

neuroética. Los frutos de la investigación neurocientífica serán los conductores de

la agenda neuroética.

- Es vital desarrollar nuevos y efectivos tratamientos para los desórdenes

neurológicos y psiquiátricos. Tal es una de las metas más importantes de la

investigación neurocientífica. El acercamiento a la clínica genera nuevos y difíciles

problemas para la neuroética (protección de la privacidad, consentimiento

informado, etc.). La neuroética podría ayudar a regular el uso de los nuevos

tratamientos en la clínica.

- El incremento de la capacidad de intervenir en la función cerebral irá haciendo cada

vez más difícil distinguir tratamiento de mejora. La neuroética tiene que jugar aquí

un papel en la definición de lo que puede ser dañino para el individuo o para la

sociedad.

Con todo ello, queda patente que éste es un campo interdisciplinar cuya potencialidad

es enorme y cuyo ámbito de reflexión es “transversal” por cuanto afecta a todas las áreas

relativas a la neurociencia. De ahí, que, como reconocen J. Illes y T. Raffin, exista una

irrenunciable responsabilidad, no sólo de conocer más, sino de analizar ese conocimiento:

«Nuestra responsabilidad en la persecución de nuevo conocimiento es un mandato

histórico; más allá de la neurociencia, sin embargo, con capacidades sin precedente para

ahondar más profundamente en el pensamiento humano en salud y en enfermedad, nuestras

responsabilidades éticas han alcanzado un amplio nuevo nivel.»29

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

49

La Comisión Europea, consciente también de la importancia de esta cuestión, lanzó

en 2004, en colaboración con la Fundación King Baudouin de Bélgica y otras

organizaciones, el proyecto titulado “Encuentro de mentes: deliberación de ciudadanos

europeos sobre la ciencia del cerebro” (Meeting of Minds), en el que 126 ciudadanos

europeos evalúan y discuten aspectos éticos, legales y sociales derivados de las

neurociencias. Sus recomendaciones han sido publicadas en 2006.30

Son también relevantes los proyectos que últimamente se han puesto en marcha

para incentivar y promover la investigación en neurociencia. Entre ellos, por ejemplo,

podemos mencionar dos: En 2013, el presidente de EEUU B. Obama, decretó la creación

de la Presidential Commission for the Study of Bioethical Issues, como parte de la

Iniciativa BRAIN (Brain Research through Advancing Innovative Neurotechnologies),31

un proyecto financiado con 100 millones de dólares, similar en importancia para la

neurociencia a la que tuvo el Proyecto Genoma para la genética. El objetivo es impulsar la

investigación sobre el cerebro, para afrontar enfermedades como el Alzheimer, el

Parkinson o las lesiones producidas por los traumatismos cráneo-encefálicos.

Por su parte, en ese mismo año, la unión europea puso en marcha el Proyecto

Cerebro Humano Human Brain Project)32 con la intención de desarrollar tecnologías de

computación y nuevos tratamientos para el cerebro. Para ello se han diseñado seis

plataformas dedicadas a la neuroinformática, la simulación cerebral, la computación de

alto rendimiento, la informática médica, la computación neuromórfica y la neurorobótica.

En ambos proyectos se incluye un apartado de análisis de los problemas éticos, para

identificar las dificultades, promover el diálogo con los agentes sociales y formular

recomendaciones.

El campo de la neuroética está gozando de un espectacular avance, tanto en los

proyectos de investigación que, ligados a la neurociencia, se están desarrollando, como en

la existencia de centros dedicados a esta disciplina (International Neuroethics Society, The

Oxford Centre for Neuroethics en Reino Unido, Center for Neuroscience & Society de la

Universidad de Penssylvania, el programa de Neuroética del Satnford Center for

Biomedical Ethics, o el National Core for Neuroethics en la Universidad de British

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

50

Columbia, en Vancouver, por citar sólo algunos de los más activos), o en la profusión de

publicaciones que se pueden encontrar (existen ya revistas dedicadas exclusivamente a este

campo, como Neuroethics, o American Journal of Bioethics Neuroscience), desarrollando

líneas de trabajo tan diferentes como la cognición moral, la voluntad y la libertad, la

neuroantropología, la modificación y mejora del cerebro, la responsabilidad legal, las

interfaces cerebro-computador, la neurocirugía, el neuromarketing, etc.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

51

5. Ética de la neurociencia

Comparando sin ambages la neuroética con la ética de la ingeniería genética, M.

Farah33 afirmaba en 2005 que se le ha concedido poca importancia a la neuroética hasta el

momento, pero que, al igual que ocurrió con la gen-ética, será un campo de enorme

desarrollo. Diez años más tarde, el desarrollo de la neuroética es espectacular, tanto por el

número de estudios que se han publicado al respecto, como por la influencia que la

perspectiva neurocientífica está teniendo en todos los campos.

No obstante, Farah también afirmaba que la novedad es relativa, pues muchos de

los problemas éticos a que hemos de enfrentarnos no son exclusivos de las neurociencias.

Buena parte de los problemas éticos suscitados por la neurociencia son similares a

otros problemas bioéticos que han ido surgiendo previamente en la biomedicina, como la

seguridad de los métodos de investigación y tratamiento, la limitación en las expectativas

generadas por las nuevas terapias, la disponibilidad de pruebas predictivas para

enfermedades futuras que no tienen curación (como el Alzheimer o la enfermedad de

Huntington), o la amenaza a la confidencialidad y la privacidad.

Sin embargo, hay otras cuestiones neuroéticas que son específicas y únicas de la

neurociencia, por razón de la peculiar materia de la que trata este campo. El cerebro, como

órgano de la mente, es el lugar en donde reside el sentido de nuestra identidad. Por ello, las

intervenciones en el cerebro tienen implicaciones éticas distintas a las realizadas en otros

órganos. Además, el conocimiento creciente que vamos adquiriendo sobre las relaciones

entre mente y cerebro afecta a las definiciones de capacidad, salud o enfermedad mental, e

incluso de muerte. Igualmente, en la medida en que cambie nuestra comprensión de los

mecanismos que subyacen a los comportamientos, pueden verse afectados conceptos que

no sólo tienen implicaciones éticas sino también legales, como la responsabilidad.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

52

La mayor parte de los problemas éticos en la neurociencia resultan de dos

desarrollos:

(1) la capacidad de visualizar la función cerebral en los seres humanos vivos, con

una resolución espacial y temporal suficiente como para captar fluctuaciones de actividad

con significación. Esto está llevando a la posibilidad de explicar procesos cognitivos o

comportamientos en función de las activaciones cerebrales, en ocasiones con un

planteamiento excesivamente simplificador.

La neuroética ha de enfrentarse a las implicaciones prácticas que las

neurotecnologías tienen para los individuos y para la sociedad. Especialmente las nuevas

posibilidades de monitorizar y manipular la mente humana a través de la neuroimagen,

abren la posibilidad de transgredir el derecho a la privacidad de los individuos, accediendo

no sólo a sus comportamientos, sino también a sus pensamientos, lo que puede tener

consecuencias de gran calibre.

Y (2) la capacidad de alterar la actividad cerebral por medios físicos o químicos, de

modo selectivo, para inducir cambios funcionales específicos. Este segundo aspecto

conduce a las posibilidades de mejora, esto es, de modificación de rasgos y capacidades, de

modo permanente o temporal, que puede suponer una alteración de nuestra identidad y,

quizá, de nuestra misma naturaleza humana. Esta alteración de las funciones cerebrales en

los humanos normales –es decir, los que no presentan rasgos que puedan considerarse

patológicos—, con la finalidad de mejorarlas, comienza a ser una posibilidad real y otro

frente de preocupación.

Todos estos avances en las neurociencias están iluminando también la cuestión

acerca de la relación entre mente y cerebro. Aquí se abre una importante cuestión

filosófica, relativa a las implicaciones que las razones por las cuales la gente muestra un

determinado comportamiento, tienen en nuestras leyes, costumbres y normas morales.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

53

5.1. Problemas éticos derivados de las técnicas de neuroimagen

La historia de la neuroimagen moderna comienza en los años 70 del siglo XX con

la Tomografía Axial Computarizada (TAC), rápidamente se desarrollan otras técnicas

radiológicas como la Tomografía por Emisión de Positrones (PET) y la Tomografía por

Emisión de Fotón Único (SPECT), que utilizan radiación en marcadores que permiten

obtener la imagen de la función cerebral, y la Resonancia Magnética (MRI), que trabaja

con campos magnéticos, y que puede ser estructural –obteniendo una imagen anatómica—

o funcional –obteniendo una imagen de activación cerebral—. Todas estas técnicas se han

utilizado en la investigación de la cognición y la emoción, PET y SPECT desde los años

80, y MRI desde los 90, que es la alternativa no invasiva, y por tanto la que resulta de

preferencia en los estudios actuales. También otras técnicas como la electroencefalografía

(EEG) y los potenciales evocados (ERP), han encontrado nuevas posibilidades en este tipo

de estudios. Y se siguen desarrollando técnicas de neuroimagen no invasivas, como la

magnetoencefalografía (MEG) o la espectroscopia con infrarrojos (NIRS), que pretenden

medir la actividad cerebral localizada.

Haciendo una comparación entre ventajas e inconvenientes del uso de las

tecnologías más frecuentemente utilizadas en la investigación, Illes y Racine34 proponen

los siguientes:

Técnica Ventajas Limitaciones

EEG No-invasiva, bien tolerada, bajo coste,

resolución temporal por debajo del segundo

Resolución espacial limitada en

comparación con otras técnicas

MEG No-invasiva, bien tolerada, buena resolución

temporal

Alto coste, mercado y disponibilidad

extremadamente limitados

PET Muy desarrollado para la detección de cáncer y

para medir la función cognitiva, en desarrollo

como herramienta de predicción de enfermedad

que implique neurocognición (como en

Alzheimer)

Requiere inyección o inhalación de

contraste, demora de más de 30 min.

entre estimulación y adquisición de

datos, disponibilidad limitada, alto coste

SPECT Usos para cartografiar enfermedad psiquiátrica y Requiere inyección intravenosa de

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

54

neurológica, incluyendo traumas craneales,

demencia, desórdenes anímicos, derrames,

impacto de abuso de drogas en función cerebral

y comportamiento agresivo atípico o

irresponsable

contraste, alto coste

fMRI No-invasivo, repetibilidad del estudio, sin

riesgos conocidos. Nuevas aplicaciones de la

resonancia en mapas de difusión (difusión tensor

maps, DTI) muestran buena correlación con

inteligencia, capacidad lectora, personalidad y

otras medidas de rasgos

Alto coste del equipo, necesidad de

experiencia para utilizar y mantener los

sistemas

Todas estas técnicas generan una serie de problemas éticos,35 y muchos de ellos no

son nuevos, como los riesgos que puede conllevar su uso, la necesidad de obtener un

consentimiento informado válido (y las dificultades que esto comporta cuando se trata de

pacientes con enfermedades mentales), o la posibilidad de encontrar hallazgos inesperados

de anormalidades cerebrales y la duda acerca de su revelación.36

Pero también hay problemas éticos nuevos que exigen un cuidadoso análisis.

Evidentemente, las nuevas técnicas de neuroimagen permiten, cada vez más, inferir rasgos

y estados psicológicos de los individuos, y en muchos casos esto puede hacerse sin

cooperación ni consentimiento de las personas, con lo que se convierte en una peligrosa

arma de “lectura de la mente”.37 Haber encontrado rasgos en el cerebro de enfermedades

como la depresión o la esquizofrenia, abre la posibilidad de que la historia o el futuro

psiquiátrico de una persona puede inferirse a partir de la neuroimagen, con las

implicaciones sociales y personales que eso puede conllevar.

Algo parecido ocurre con los correlatos neurales de la personalidad. Rasgos como

la extroversión/introversión, el neuroticismo, la búsqueda de novedad, la evitación del

daño, o la dependencia del premio se estudian con técnicas de neuroimagen, si bien

obteniendo resultados muy variados, algunos convergentes y otros divergentes.38 Algunos

de estos estudios pueden tener consecuencias notablemente complejas, por ejemplo los que

se refieren a actitudes raciales.39 Pero lo mismo probablemente cabría decir de las

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

55

diferencias en la resolución o valoración de dilemas morales, o en la determinación de las

preferencias.40 Todo esto puede tener importantes repercusiones sobre la privacidad de las

personas, y genera una duda acerca de la posibilidad de que los empleadores, abogados o

compañías de seguros pudieran tener acceso a esta información –tema que, por otro lado,

no es exclusivo de estas técnicas, y que se ha planteado con enorme interés en la

investigación genética—.

Por supuesto, tanto estas cuestiones como las que se mencionarán a continuación,

parten de la base de una confianza excesiva en la posibilidad de hacer interpretaciones y

predicciones psicológicas certeras y objetivas de las medidas de activación cerebral

obtenidas por neuroimagen, lo cual es, cuando menos, cuestionable. El problema reside en

que se tiende a ver los datos de la neuroimagen como algo más preciso, correcto y objetivo,

de lo que realmente es.41 Una buena dosis de escepticismo parece, en este caso,

recomendable.

En esta lectura de los pensamientos, se busca también la discriminación de la

verdad y la mentira, o de la mentira intencionada, e incluso algo relacionado, de

significación legal notable: la diferenciación entre la memoria falsa –es decir, un error en

el recuerdo que se produce cuando una persona cree equivocadamente que recuerda un

acontecimiento que no ha tenido lugar—, y la memoria verídica.42

Algunos autores hablan ya de las “huellas digitales del cerebro” (brain

fingerprinting), un método que ya se ha aceptado como evidencia en los juicios y que se

defiende como modo de cribado para la detección de terroristas. Se trata de una técnica

basada en los potenciales evocados que presume poder ayudar a discriminar criminales de

inocentes.43

Esto apunta hacia la capacidad de conocer las actitudes y pensamientos de una

persona para predecir sus acciones, algo que sería de especial utilidad en la justicia u otro

tipo de sistemas sociales donde la detección de la mentira sería un interesante objetivo.

También algunas aplicaciones de la neuroimagen funcional se refieren a esta cuestión.

Incluso se piensa en la posibilidad de predecir futuros crímenes violentos.44 Así se propuso

una legislación en la Britain’s Mental Health Act,45 en la que se permitía la detención de

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

56

individuos que todavía no habían cometido un crimen, pero que se estimaba que eran una

potencial amenaza para la seguridad pública. Esos individuos se diagnosticarían como

“Grave desorden de personalidad peligrosa”, un término que no tenía definición médica ni

legal.46

Todo esto puede conducir no sólo a nuevas posibilidades y riesgos en el ámbito

jurídico-legal, o a nuevas técnicas que permitan una aproximación diferente, sino también

a un cambio en la concepción de la responsabilidad y la culpa. La capacidad de hacer

previsiones de futuro, elecciones responsables y prudentes, o adoptar el punto de vista

ajeno, también tiene un correlato neural.47 Esto tiene importantes repercusiones desde el

punto de vista de una neurociencia de la ética, como se comentará más adelante. Pero

también genera la duda acerca de si estos resultados afectarán a nuestro modo de

comprender la responsabilidad legal y moral.48

5.2. La posibilidad de la mejora y el perfeccionamiento cerebral

Otro de los frentes de preocupación, como se ha mencionado, es la posibilidad de la

mejora. Entre las muchas posibilidades de modificación de la actividad cerebral, se

encuentran las técnicas de mejora neurocognitiva, esto es, la utilización de drogas y otras

intervenciones no farmacológicas en el cerebro (psicocirugía, estimulación cerebral

profunda, etc.) para mejorar a las personas en cuanto a sus capacidades mentales.

Existen técnicas no farmacéuticas que pueden alterar la función cerebral y que, por

tanto, también se convierten en herramientas de mejora. Las más importantes son la

estimulación magnética transcraneal (TMS), la estimulación del nervio vago, o la

estimulación cerebral profunda. Estos métodos se han utilizado ya para mejorar la función

mental o el ánimo en pacientes con enfermedades neuropsiquiátricas médicamente

intratables.49

La investigación relativa a los efectos de estos métodos no farmacéuticos en la

función cerebral de individuos normales se ha limitado a la TMS, la técnica menos

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

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invasiva, y ha generado el interrogante acerca de la idoneidad de la mejora de las

capacidades cerebrales. Por ahora el perfeccionamiento de la cognición a través de la

alteración directa de la función cerebral se refiere a dos tipos de función: la atención y la

memoria. La atención se ha estudiado a partir del Déficit de Atención con Hiperactividad

(TDAH), en que se ven afectadas la memoria de trabajo, las funciones ejecutivas y el auto-

control cognitivo. Sin embargo, rápidamente se han comenzado a emplear los hallazgos

para una mejora de la atención en sujetos normales.

La mejora de la memoria es un objetivo que sin duda tendría bastante aceptación

social. Esta modificación perfectiva podría tener resultados beneficiosos: permitiría evitar

la consolidación de ciertos recuerdos en los trastornos de estrés postraumático, y podría

servir para evitar recuerdos dolorosos en cualquier persona. No obstante, hay datos que

muestran que una memoria prodigiosa está ligada a dificultades en el pensamiento y

resolución de problemas.50

En muchos casos, estas nuevas posibilidades generan preocupación e interrogantes

éticos. Se discute sobre los objetivos de las transformaciones, sobre los fines que

persiguen. Pero también, obviamente, sobre los medios para lograrlos. Por ejemplo, es muy

posible encontrar un acuerdo mayoritario en considerar que tener más memoria es algo

mejor que conformarse con la capacidad actual y sus olvidos. Sin embargo, no hay tal

acuerdo en la utilización de neurofármacos o chips integrados en el cerebro para lograrlo.

La novedad del planteamiento actual reside en la disponibilidad de una serie de

tecnologías que abren espacios de mejora antes inimaginables. En algunos casos se trata de

cambios realmente espectaculares, pero en otros, los que probablemente se van

incorporando con más facilidad y rapidez en la sociedad, son simplemente aplicaciones

nuevas de cosas conocidas, o nuevos desarrollos que van más allá de lo inicialmente

buscado.

La pregunta por la deseabilidad o idoneidad moral de la mejora dista de tener una

fácil respuesta.51 De nuevo, éste no es un tema exclusivo de la neurociencia, pues se

plantea también con la cirugía estética, la utilización de la hormona de crecimiento en

niños sanos, o la ingeniería genética. En el ámbito de la neurociencia, las dudas provienen

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

58

sobre todo del uso de psicofármacos u otras técnicas neurocientíficas, donde, en primer

lugar, existe una gran preocupación por la seguridad, los efectos colaterales y las

consecuencias no deseadas. En segundo lugar, también hay una fuerte inquietud respecto a

las influencias sociales que estas técnicas de mejora cerebral pudieran tener: cómo

afectarían a nuestro modo de vivir, si se introducirían nuevas formas de discriminación, si

habría una fuerte presión social, o coacción, a favor de la mejora que influyera en la

competitividad y desarrollo académico o profesional, etc.

Pero, sobre todo, en tercer lugar, se plantea un conjunto de dificultades relativas a

la implicación que estas técnicas de mejora pueden tener en la misma concepción de la

persona, de la salud, de la búsqueda del sentido de la vida. Los cambios en el cerebro

producen cambios en la persona, y aunque comprendamos que somos seres dinámicos y

que el cambio es parte sustancial de nuestra vida, surge el interrogante acerca de la

valoración de las técnicas que mejoran nuestras capacidades, modificando así nuestra

personalidad y nuestro modo de vivir.52 Ésta es una cuestión de índole filosófica que

enlaza con el otro enfoque de la neuroética que abordaremos a continuación, la

neurociencia de la ética.

5.2.1. De lo terapéutico a lo perfectivo

El debate más relevante en torno al tema del perfeccionamiento cerebral tiene que

ver con los psicofármacos. La psicofarmacología ha ido desarrollándose y mejorando sobre

todo en los problemas derivados de los efectos secundarios. Sin embargo, los

medicamentos cuya intención era terapéutica, afectan a la función cerebral también en la

gente sana, lo que genera la posibilidad de su utilización para la mejora de las funciones

normales –no patológicas o disfuncionales—. Este potencial de mejora no es, ciertamente,

nada nuevo, ni exclusivo de los medicamentos psicotrópicos. El uso de sustancias químicas

para alterar los rasgos afectivos o cognitivos normales es habitual (por ejemplo, el

consumo de alcohol), y en la medida en que los efectos secundarios puedan ser más

tolerables, su uso puede hacerse más atractivo.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

59

Fármacos que se habían desarrollado originalmente para tratar enfermedades como

la narcolepsia o el déficit de atención con hiperactividad (TDAH) –por tanto, con un

objetivo claramente terapéutico—, se utilizan ahora, fuera de la indicación inicial, para

incrementar la memoria, el período de atención, o la capacidad para concentrarse en tareas

cognitivas.53 Incluso, algunos de estos fármacos pueden mejorar las funciones ejecutivas, o

la capacidad de resolver problemas,54 lo cual, sin duda es algo atrayente para multitud de

personas. De hecho, existen estudios que muestran cómo uno de estos medicamentos para

el TDAH, el Ritalin (metilfenidato), es el más utilizado, para rendir mejor en los exámenes,

entre los estudiantes universitarios (dependiendo de los estudios, se estima entre un 10% en

Europa, y casi un 20% en Estados Unidos).55

Muchas personas valoran este tipo de usos de los fármacos, por una parte, como

algo preocupante que tiene que ver con el problema, más global, del uso de las drogas, y,

por otra parte, como una forma de engaño o falsificación, pues los logros obtenidos de este

modo no serían fruto del esfuerzo personal, sino de una ayuda química.56

Buena parte de los problemas éticos generados por esta posibilidad son similares a

los que se han planteado ante otras posibilidades de mejoras físicas, como el dopaje en el

deporte para lograr marcas o ganar competiciones, o la utilización de la hormona del

crecimiento para mejorar la altura de los niños. Pero también hay algunos problemas éticos

nuevos que surgen en relación a la mejora cerebral, pues estos cambios afectan al modo de

pensar y sentir de la gente, lo que genera nuevas preocupaciones en relación a lo que se ha

dado en llamar “libertad cognitiva”.

La libertad cognitiva es la libertad de tener el control soberano sobre la propia

conciencia. Es una extensión de los conceptos de libertad de pensamiento y autoposesión.

El “Centro para la libertad cognitiva y la ética” –un centro americano, sin ánimo de lucro,

fundado y dirigido por el neuroeticista Wrye Sententia y el teórico legal Richard Glen

Boire—, define la libertad cognitiva como “el derecho de cada individuo a pensar

independiente y autónomamente, para utilizar todo el espectro de su pensamiento, e

implicarse en múltiples modos de pensamiento.”57

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

60

Un individuo que disfruta de libertad cognitiva es libre para alterar el estado de su

conciencia utilizando cualquier método de su elección, incluyendo elementos tan variados

como la medicación, el yoga, las drogas psicoactivas, la oración, etc. Tal individuo nunca

sería forzado a cambiar su conciencia contra su voluntad. Así, por ejemplo, un niño que es

obligado a consumir Ritalin como prerrequisito para ir a la escuela pública, no disfruta de

libertad cognitiva, y tampoco un individuo que fuera forzado a tomar anti-psicóticos para

poder ir a juicio.

El papel creciente de la psicofarmacología en la vida cotidiana suscita también

problemas éticos, como la influencia del mercado farmacéutico en nuestras concepciones

de la salud mental y la normalidad, y el sentido crecientemente maleable de identidad

personal que resulta de lo que Peter Kramer llamó “psicofarmacología cosmética”, 58 esto

es, el uso de drogas para mejorar la cognición de los individuos normales y sanos.

La mejora de los estados de ánimo es, probablemente, uno de los aspectos que más

dudas suscitan, en la medida en que parecen no sólo propiciar un cambio adaptativo,

posibilitando que ciertas capacidades puedan desarrollarse mejor, sino que parecen influir

y modificar aspectos que tienen que ver con la identidad de los individuos.

El ejemplo más conocido es el uso de los ISRS (inhibidores selectivos de la

recaptación de serotonina), como el Prozac (fluoxetina), una clase de compuestos

típicamente usados en el tratamiento de cuadros depresivos, trastornos de ansiedad, y

algunos trastornos de personalidad. Son los antidepresivos más prescritos en muchos

países.

Algunos casos relacionados con el Prozac, indicaban que los pacientes parecían

“mejor que bien”, y los autores lanzaron la hipótesis de que este efecto se podría observar

también en individuos sin ningún trastorno psiquiátrico. A partir de ese momento, el uso de

la llamada “píldora de la felicidad” se ha extendido de un modo vertiginoso. Sin embargo,

sigue siendo controvertido este uso de un fármaco en situaciones no patológicas, que

refleja de modo visible cómo nuestras sociedades desarrolladas amplían progresivamente

sus demandas de salud hacia la búsqueda incesante del bienestar. Por otro lado, es también

objeto de debate la veracidad de las promesas y expectativas generadas por estos fármacos

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

61

y, en general, la idoneidad del uso cosmético de estos antidepresivos. Los opositores a la

farmacología cosmética creen que el uso de estos fármacos es la manifestación de un

consumismo propiciado por el mercado y, por tanto, sometido a intereses económicos.59

Sin embargo, sus defensores, como A. Caplan, consideran que los individuos tienen

derecho a determinar si quieren usar esos fármacos o no, y por tanto es un ejercicio de la

autonomía individual.60

La pregunta abierta es si estas técnicas de mejora son adecuadas. Por una parte,

como apunta Caplan, parece que los individuos deberían tener la posibilidad de elegir

cómo quieren vivir y lograr sus objetivos. Así, al disponer de técnicas que puedan

favorecer el desarrollo de las capacidades, sería una cuestión de libertad elegir su uso o no.

Este es el planteamiento de Julian Savulescu quien, partiendo de la constatación de que

todos buscamos mejorarnos, esto es, ser más inteligentes, estar más sanos, tener más

fuerza, estar más atractivos, etc., afirma que, en el caso de que dispusiéramos de una

técnica biomédica que nos permitiera hacer mejoras, no sólo no sería inmoral utilizarla,

sino que sería obligatorio.61

Savulescu considera que si pudiéramos hacer que nuestros hijos tuvieran más

posibilidades, desde el punto de vista biológico, sería legítimo ofrecérselas. No habría

razón para aceptar las mejoras ambientales y no las biológicas, éstas también deben ser

utilizadas, pues pueden ser igual de determinantes y/o posibilitadoras. En buena medida, su

argumentación trata de buscar la coherencia: si aceptamos tratar enfermedades, debemos

aceptar la mejora, pues hay una difícil distinción entre enfermedad o discapacidad –que

justifica la terapia— y malestar –que abre paso a la mejora—, teniendo en cuenta la

pluralidad en la definición de salud.

Más aún, Savulescu formula un “Principio de beneficencia procreativa” 62 según el

cual las parejas, o personas individuales, deben seleccionar al niño, de entre los hijos

posibles que podrían tener, del que se pueda esperar que va a tener la mejor vida, o al

menos una vida mejor que los otros, basándose en la información relevante disponible.

La “mejor vida” se define como aquella que pueda disfrutar de mayor bienestar. Y

la legitimidad de su persecución radica en el hecho de que los padres siempre buscan ese

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

62

objetivo, aunque por medios ambientales (por ejemplo, eligiendo el momento de tener a su

hijo cuando su situación económica sea favorable). La novedad está en la aceptación de

medios biológicos para lograrlo.

Por ello Savulescu considera que la selección de genes, patológicos o no, la

selección de sexo, la selección de embriones, o la mejora son una obligación moral. En su

opinión, no sólo se puede, sino que se debe seleccionar y buscar la mejora. No hacerlo,

disponiendo de los medios, sería inmoral.

Evidentemente, esto implica la posibilidad de que las mejoras hagan, de dichos

individuos o de sus descendientes, posthumanos.63 La razón fundamental que justifica esta

postura es que, el hecho de que algunas personas pudieran hacer malas elecciones, dando

lugar a un subhumano, más que a un posthumano (como pronostican las antiutopías), no es

razón suficiente para rescindir el derecho a elegir de las personas. No al menos en una

democracia liberal. De ahí que, más que medidas restrictivas, sea necesario promover

contramedidas adecuadas como la educación, la persuasión, y una reforma social y

cultural.

Sin embargo, por otro lado, las modificaciones biológicas introducen de modo muy

palpable una cuestión importante: el cambio de la identidad de los individuos. Conviene

tener en cuenta que esto no es exclusivo de las intervenciones farmacológicas, ni de las

técnicas de mejora biológica. También los cambios educativos, culturales, ambientales, son

determinantes para la vida de los individuos, los configuran y les dotan de unas

capacidades y posibilidades, a costa de perder otras. Y sus cambios pueden ser tan

irreversibles e impuestos como los biológicos. No obstante, permanece una convicción,

quizá irracional, de que sólo –o mayormente— lo biológico es lo que puede cambiar

“nuestra naturaleza” y, por tanto, puede hacernos perder nuestra misma humanidad.

A ello cabe añadir que nuestra cultura ve con buenos ojos el esfuerzo, la constancia,

el empeño en ser mejor, como virtudes que muestran un afán de superación y un cultivo y

desarrollo de nuestras capacidades. Pero siempre por medios ambientales y culturales. De

hecho, en relación al mencionado fármaco Prozac, se hizo famoso hace años un libro

titulado Más Platón y menos Prozac en el que Lou Marinoff64 se planteaba la necesidad de

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

63

no confiar tanto en los fármacos, y dedicar más atención al cultivo de una reflexión serena

sobre uno mismo, de un análisis racional de las propias emociones y del modo de afrontar

los conflictos y, en definitiva, de promover y favorecer un crecimiento y maduración

personal, antes de abandonarse a las bondades de un fármaco en el que depositamos todas

nuestras esperanzas de recuperación y, quizá, de logro de la felicidad.

Pero, cabe preguntarse por qué confiamos tanto en estos cambios culturales, y

sospechamos de las modificaciones biológicas. Por qué concedemos tanta importancia a

nuestras capacidades intelectuales y afectivas, y sin embargo, creemos que es mejor

cultivarlas con esfuerzo en lugar de mejorarlas desde su sustrato material. O incluso, por

qué pensamos que podríamos perder nuestra humanidad, nuestra identidad, por modificar

nuestra condición biológica. Parecería que nos genera una gran preocupación la posibilidad

de “no ser nosotros mismos” si utilizamos psicofármacos –u otras técnicas— para

incrementar nuestras capacidades, a pesar de que un “yo mejorado” no sería,

necesariamente, menos yo que el “natural”. De hecho, no está claro que exista realmente

un “yo natural” no modificado, teniendo en cuenta que somos realidades dinámicas en

permanente cambio, influidos por factores de muy diversa índole. Posiblemente, incluso,

podría afirmarse que un yo que pudiera desarrollar al máximo sus capacidades, actualizar

sus potencialidades, sería la realización plena, y por tanto “más yo”.

5.2.2. La cuestión de la identidad

Estas preguntas son las que conducen al debate acerca de la identidad, y las claves

de la continuidad del yo. David DeGrazia65 distingue entre dos sentidos diferentes de

identidad: la identidad numérica y la identidad narrativa. Algunas tradiciones filosóficas se

han centrado en la identidad numérica, entendida como la relación que tiene una entidad

consigo misma, como siendo una y la misma a lo largo del tiempo. Los cambios que se van

produciendo a lo largo de los años son accidentales, de modo que la persona puede

asumirlos, aunque sean enormes, sin perder la noción de que dichos cambios le ocurren a

él o ella. Esta continuidad psicológica, y también biológica –pues, según las diferentes

teorías, se enfatiza una u otra—, incorpora también una concepción de un sustrato esencial

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

64

de la persona, que sirve de soporte para sus características. Los debates se centran en cuál

es ese elemento subyacente, una entidad autoconsciente, o un organismo vivo.

La identidad narrativa, por su parte, se refiere a la autoconcepción que tiene el

individuo de sí mismo: sus valores, su biografía, sus experiencias vividas, los roles que lo

definen, etc. De modo que lo importante está en el relato que puede hacer, que en algunos

momentos puede encontrar un punto de inflexión, una crisis de identidad, que obliga a su

protagonista a reconfigurar la lógica de esa autobiografía.

Esta interesante distinción había sido ya propuesta, de modo más profundo y

elaborado, por P. Ricoeur.66 Los conceptos que maneja el pensador francés son el de

identidad como “mismidad” y como “ipseidad”, lo que le sirve para denunciar no sólo su

posible confusión, sino el fracaso de cualquier reflexión sobre la identidad personal que

ignore la dimensión narrativa.

La mismidad hace referencia a la permanencia en el tiempo –equivaldría a lo que

DeGrazia denomina identidad numérica—, tiene que ver con el hecho de que algo sea una

sola y la misma cosa, lo cual supone unicidad y también identificación o reconocimiento

de lo mismo consigo mismo. Pero puede ir más allá, introduciendo una dimensión más

cualitativa, que toma en consideración el factor tiempo. En este caso se busca una

continuidad, por similitud, entre los estadios de desarrollo de un individuo, y por tanto, una

permanencia en el tiempo.

Evidentemente, este planteamiento conduce a la pregunta sobre la existencia de un

sustrato, que sea el soporte de esa permanencia y continuidad. En este punto es donde

Ricoeur introduce el concepto de ipseidad, al afirmar que la constitución de la identidad

supone la mismidad pero no se agota en ella. Dicho de otro modo, la ipseidad “recubre” la

mismidad, como una segunda naturaleza que, sin embargo, es lo esencial, es lo que

determina el yo, en el que se reconoce una persona, el rasgo distintivo de su identidad. Por

eso, para pensar la persona y su identidad es imprescindible recurrir a esta identidad

narrativa, porque es la que puede decirnos “quién” es ese sujeto humano. No es sólo un

“qué”, es una identidad, un conjunto de posibilidades que se han configurado a lo largo del

tiempo, en el movimiento de una narración, generando una historia.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

65

El tema, obvia decirlo, es complejo y muy interesante, pero excede los objetivos

que aquí pretendemos. Baste decir que, desde el punto de vista de la posible modificación

de la identidad, los dos tipos suponen aproximaciones diferentes. La preocupación por los

criterios que determinan si alguien sigue siendo el mismo en diferentes tiempos, a pesar del

cambio, conciernen a la identidad numérica, a la mismidad, mientras que la pregunta

acerca de qué es lo nuclear en la autoconcepción de una persona, y por tanto, qué sería

necesario preservar para que siga siendo la misma,67 concierne a la identidad narrativa.

Teniendo esto en cuenta, la posibilidad de una mejora que cambiara ciertas

características del individuo, no afectaría a la identidad numérica, según DeGrazia, pues,

en su sentido biológico, los cambios mentales de una persona no generarían otro organismo

humano, sino el mismo. Más cuestionable es su afirmación de que, en su sentido

psicológico, no se perdería la continuidad, en la medida en que la persona mejorada

mantendría el recuerdo de quién era antes de la intervención. Según DeGrazia, el criterio

de identidad como persistencia de una y la misma “vida mental” no se vería afectado,

porque existirían conexiones psicológicas a lo largo del tiempo (por ejemplo, recuerdos de

experiencias previas) o continuación de capacidades mentales, aunque éstas hayan sido

mejoradas o modificadas en sus rasgos. No obstante, es posible pensar en modificaciones

que afecten a la memoria (por ejemplo, eliminación de recuerdos dolorosos o traumáticos),

en cuyo caso sí se podría producir una alteración de esa continuidad psicológica.

Según DeGrazia, el error común, al no diferenciar estos dos tipos de identidad, es

considerar que las mejoras en las características mentales pueden afectar la identidad de la

persona en su conjunto, haciendo que sea otra y distinta de la anterior. Sin embargo, hay

continuidad, al menos parcial, por la persistencia del organismo. El cambio se daría en

cuanto a la identidad narrativa, y puede suponer una clara modificación de la biografía y la

historia de un individuo. Pero, además, las intervenciones de mejora afectan la identidad

narrativa en la medida en que influyen en la autoconcepción que el sujeto tiene de sí

mismo. Alguien que adquiere nuevas capacidades, posiblemente se percibe a sí mismo de

modo diferente y esto, sin duda, cambiar su modo de ser y afrontar su relación con el

mundo.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

66

Así, la crítica a la mejora insiste en la posibilidad de cambiar algunos aspectos

nucleares de la identidad narrativa, de modo que el resultado sea una persona diferente. Es

lo que plantea, por ejemplo, el President’s Council on Bioethics.68 Pero esto exige

determinar cuáles son esos aspectos nucleares, que definen la identidad, y que, o bien son

específicos de cada sujeto, o de modo más general, son comunes a todos los individuos y,

por tanto, equivaldrían a definir una naturaleza humana dada. Teniendo en cuenta que nos

situamos dentro del terreno de la identidad narrativa, y no de la identidad numérica, hablar

de una “esencia” humana resulta, cuando menos complejo. Sólo sería posible hablar de

unas capacidades básicas que se modulan de modo diferente en cada individuo (por

ejemplo, pensar, proyectar, comunicarse, etc.), dando como resultado un núcleo de rasgos

que el propio sujeto considera básicos y definitorios de su persona y modo de ser (por

ejemplo, alguien considerará que su capacidad de comunicación lo define y caracteriza, por

ser éste un factor determinante en su biografía, sin el cual no podría entenderse ni ser él

mismo o ella misma).

Con todo, el problema sigue abierto, pues la pregunta acerca de la bondad de una

modificación que pretende mejorar estos rasgos no se puede responder de modo

simplificador afirmando que ese núcleo de identidad es inviolable. De hecho, las

modificaciones que todos experimentamos a lo largo de nuestro tiempo vital, y que

configuran nuestra biografía, son en ocasiones casuales e inesperadas (por ejemplo, un

accidente que deje secuelas físicas o psíquicas en una persona), pero también, en otros

casos, buscadas deliberadamente (por ejemplo, alguien que se realice algunos cambios

quirúrgicos en su cuerpo, para sentirse mejor y más seguro). Por supuesto, la valoración

que se pueda hacer acerca de la seriedad o frivolidad de las razones para el cambio, no

afecta a la valoración moral sobre su corrección, en la medida en que fuera voluntario y

libremente elegido, y salvando las situaciones en que se pudiera detectar una alteración en

la interpretación de la realidad, susceptible de ser abordada desde otra perspectiva (por

ejemplo, que la elección de una cirugía transformadora fuera fruto de un evento traumático

que hubiera generado una depresión en la persona).

Por tanto, que las personas elijan cambios que alguien pueda considerar absurdos,

no es un argumento sólido para afirmar que la mejora pueda ser incorrecta moralmente. El

problema se sitúa en el rechazo a una modificación de rasgos, considerados nucleares, que

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67

parecerían inviolables por su posibilidad de hacer perder la identidad de las personas, de

hacer perder la misma humanidad.

Resulta evidente que definir estos rasgos resulta complejo, quizá imposible, y no es

nuestro objetivo aquí, pero sí es necesario subrayar que, sean cuales sean, y aun

suponiendo que pudiéramos acordar universalmente cuáles son, no son resultado exclusivo

de la biología, no están determinados de modo absoluto por lo orgánico, sino que son el

resultado de una interacción entre la naturaleza y el medio, entre lo biológico y lo cultural.

Y por ello, insistir en la objeción a la modificación biológica puede ser un planteamiento

parcial y una visión reduccionista del problema.

5.2.3. La idea de una naturaleza humana

Los debates filosóficos propiciados por la neurociencia retoman en buena medida

viejas discusiones. La posibilidad de realizar cambios en los seres humanos nos conduce,

como se ha visto, a una pregunta acerca de ese núcleo que nos define como seres humanos

y, por ello, se plantea, una vez más, la cuestión acerca de la existencia de una naturaleza

humana.

Uno de los autores que ha abordado esta cuestión desde la ciencia actual es S.

Pinker, quien afirma que existen diferencias innatas de comportamiento que resultan

significativas entre los individuos. Este tipo de planteamientos ha reabierto un viejo debate

relativo a la influencia de lo biológico-genético y lo ambiental-cultural en la configuración

de los sujetos. Es la clásica distinción entre naturaleza y cultura, que vuelve a resurgir al

enfatizarse los aspectos neurofisiológicos y genéticos del ser humano y considerarlos

determinantes.

Según Pinker,69 el miedo a afirmar una naturaleza humana, con raíz en la genética,

responde a cuatro temores básicos: en primer lugar, la desigualdad, ya que si las personas

tuvieran, por naturaleza, facultades mentales diferentes, esto significaría una mejor

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

68

dotación para ciertas actividades, lo cual podría dar lugar a discriminaciones o a una nueva

forma de eugenesia.

En segundo lugar, la imperfección, pues si la gente tiene ciertos sentimientos de

modo innato, todo afán socio-político por crear un mundo más justo es una pérdida de

tiempo. El cambio social sólo puede tener lugar si hay espacio para la transformación.

En tercer lugar, el determinismo, es decir, la imposibilidad de atribuir

responsabilidad a los agentes, pues ellos estarían siempre actuando conforme al patrón que

marca su cerebro, sus genes o su evolución.

En último lugar, el nihilismo, en tanto que si los motivos y los valores humanos son

productos de la fisiología cerebral, forzados por la propia evolución, en realidad no

existirían, tan sólo serían resultados explicables biológicamente.

En su opinión, todos estos miedos obedecen a concepciones erróneas y no se siguen

necesariamente de la afirmación de una naturaleza humana. Por ello, considera que es

compatible la afirmación de la libertad, de la toma de decisiones o del perfeccionamiento

por medio de factores ambientales, aun asumiendo la existencia de una naturaleza

dependiente de factores genéticos. Por ello critica tres afirmaciones frecuentes, que

responden a ideas bastante clásicas: en nuestro mundo contemporáneo se habría instalado,

según su diagnóstico, una convicción acerca de que la mente es una tabla rasa, de modo

que no existen capacidades o temperamentos innatos, sino que todos son generados por el

aprendizaje, la cultura y la sociedad. También, al afirmar esta condición, el ser humano

sería bueno por naturaleza, el mito del buen salvaje que no tiene maldad inherente, sino

generada por una corrupción externa propiciada por la sociedad. Y, finalmente, en la

medida en que lo más importante de nosotros mismos es de alguna manera independiente

de nuestra biología, nuestras posibilidades de experiencias y decisiones no pueden

explicarse por razones fisiológicas ni evolutivas. Estas son las ideas que se ven

comprometidas por los datos de las ciencias actuales, especialmente la genética y la

neurofisiología. No obstante, la evidencia empírica se interpreta como una amenaza y, por

ello, se combate en nombre de la defensa del ser humano.

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69

Pinker no tiene reparos en afirmar, a partir de los datos científicos, que existen

diferencias biológicas –genéticas, neurológicas, etc.— entre los individuos, y que éstas son

determinantes. En este sentido, los seres humanos no serían tablas rasas, sino que

dispondrían de una serie de posibilidades o limitaciones innatas, que, no obstante, pueden

ser, al menos parcialmente, modificadas. Enfatizar estos elementos frente a la fuerza de las

explicaciones socioculturales no es, en su opinión, incompatible con la defensa de los más

vulnerables, con la lucha por la igualdad, o con la búsqueda de la justicia. Por ejemplo, en

relación a las diferencias entre varones y mujeres, Pinker subraya la importancia capital

que tiene distinguir entre la proposición moral de que las personas no deben ser

discriminadas por motivo de sexo, que él considera el núcleo del feminismo, y la

proposición empírica de que hombres y mujeres son biológicamente indistinguibles.70 Para

él, resulta evidente que son dos cosas diferentes, y que la distinción entre sexos no obsta a

la lucha contra la discriminación, antes bien, considera que es esencial, precisamente para

proteger ese núcleo del feminismo.71

Su compromiso sociopolítico puede ser correcto, pero en el ámbito de la

explicación de lo humano se le ha criticado a Pinker –al enfatizar demasiado el aspecto

biológico—, por incurrir en ese tipo de reduccionismo que resulta tan frecuente en nuestros

días, al pretender que las ciencias serán capaces de ofrecer una explicación completa del

ser humano.

Esta cuestión –expuesta aquí de un modo muy resumido—, la idea de una

naturaleza humana, está sin duda en la línea de las preocupaciones de otros pensadores que

también han tenido en cuenta los datos de la ciencia de su época, para llegar a conclusiones

interesantes. Así, por ejemplo, X. Zubiri asume que el ser humano parece irreductible a su

naturaleza, pero que sin duda es naturaleza, pues su condición física y biológica son

inexcusables y condicionan o posibilitan su mismo modo de ser. Pero al mismo tiempo,

algo de razón tenía J. Ortega y Gasset al afirmar que el ser humano tiene historia y que, por

tanto, es algo más o diferente, propio de las personas que están en un espacio construido,

propio, habitado y posibilitante que es el mundo.72

El ser humano, según Zubiri, se encuentra en una situación radicalmente distinta

con respecto al resto de los seres vivos, puesto que se encuentra arraigado en su naturaleza

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

70

y conjugándola con su libertad. La implantación en la realidad forma una unión indisoluble

con la libertad que el ser humano va haciendo, por apropiación, conformando de este modo

su vida.

Además, como animal de realidades, el ser humano tiene que realizar el modo de

realidad que le es propio: el ser persona. Esa peculiaridad es la que le permite que su modo

de ser real sea la autoposesión, es decir, estar sobre sí, ser “suyo”, y esto es lo que le

confiere su “personeidad”, su ser persona. La forma de realidad humana, la personeidad,

adquiere después modulaciones concretas que son su personalidad. Cuando hablamos de

persona, por tanto, entendemos por tal la unidad concreta de la personeidad según la

personalidad. Esto quiere decir que hay un cierto elemento “constructivo” en la

configuración de la personalidad, dependiente en parte de las posibilidades biológicas que

ese sujeto concreto tiene, y en parte de las posibilidades ambientales, temporales, históricas

y culturales que se le abren en su mundo. Por eso, dice Zubiri “el hombre tiene naturaleza e

historia; y en el marco de su naturaleza, el hombre inscribe su existencia personal. De

manera que una persona determinada es lo que en su historia y en su vida le pertenece;

porque "no todo lo que pasa en mí o conmigo es mío".73

Puede interpretarse que la dimensión de personalidad abre ese espacio histórico y

cultural, sin el cual la vida humana no sería realmente humana. El ser humano es agente y

autor de su propia vida, constructor de su biografía. Y esa vida que la persona ejecuta

también está condicionada por una determinada época, un determinado contexto socio-

cultural, unas determinadas peculiaridades individuales, etc., lo que conforma todo un

contexto que ya le viene dado a la hora de ejecutar sus acciones.74

El ser humano se encuentra en un espacio de posibilidades, abierto a la realidad

misma por la inteligencia. Esta capacidad es la que permite que las acciones ejecutadas lo

sean en vista a la propia realidad del sujeto en tanto que realidad. Es decir, el ser humano

se “va haciendo” en su fluir en la realidad. Y las acciones realizadas van configurando una

figura del yo. La conciencia así no es tan sólo una transición entre estados de cosas, como

si sólo fuera un espectador de lo que ocurre, sino que proyecta la propia realidad. El

recorrido de la vida humana alcanza su unidad interna completándose y configurándose en

la realidad, pues cada acción revierte sobre la realidad del mismo ser humano. Por eso

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71

Zubiri, al enfatizar este aspecto constructivo, fluyente e inacabado, se apoya en la realidad

física y en el ámbito o campo de posibilidades dadas, pero explica al ser humano como una

interacción que deviene, cambia, se constituye y da como resultado una nueva realidad.

Probablemente, considerar que el ser humano puede describirse por su naturaleza,

es decir por su condición genética, por sus rasgos biológicos –lo que configura su

personeidad—, y por su apropiación de posibilidades, la forma de personalidad que va

adquiriendo, que es dinámica, abierta, cambiante, e inconclusa, es una visión compleja y

acorde con los datos científicos. De esta manera, los avances en la neurociencia actual le

proporcionarían a Zubiri nuevas bases en las que sustentar su descripción de la naturaleza

humana, pero su planteamiento podría recibir críticas similares a las vertidas contra Pinker,

pues enfatizar el arraigo biológico del ser humano es precisamente lo que hace este autor.

Le salva a Zubiri el no haber prescindido de la situación del ser humano como

realidad que tiene un mundo, como modo propio de ser. Sin embargo, a la altura de nuestro

tiempo, parecería necesario quizá ampliar la descripción, para dar cabida al impacto de lo

cultural como auténtico elemento configurador de la identidad. Que los aprendizajes

recibidos son capaces de modificar físicamente nuestro cerebro –generando, por ejemplo,

nuevas conexiones neuronales— es algo ahora bien sabido, que sin duda llevaría a afirmar

la interacción entre lo biológico y lo cultural. Que existen diferencias cerebrales

correlativas a las diferencias de costumbres, de género, de lenguaje, etc. también permitiría

matizar algunas cuestiones. Que nuestras capacidades tecnológicas tienden a permitir la

modificación cerebral y con ello lograr efectos como la mejora de la memoria o la

atención, supone también un ámbito de reflexión que obligaría a revisar y completar buena

parte de las afirmaciones pues, si los recuerdos forman parte de la identidad de la persona,

al quedar como el sustrato de las acciones pasadas y las experiencias vividas, poder

intervenir en la memoria, además de una esperanza para los enfermos de Alzheimer, puede

constituir una inquietante forma de reconfiguración de la personalidad sobre la que es

preciso reflexionar.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

72

5.2.4. Neurociencia cultural

Según lo visto, a menos que se insista en que sólo se puede hablar de naturaleza

humana desde una perspectiva formal, enfatizando la existencia de unas capacidades que

son posibilidades que pueden desarrollarse o no, el debate acaba por dar la razón a quienes

buscan un sustrato material para todo lo que somos y, con los datos de la neurociencia, ese

sustrato es básicamente el cerebro y sus procesos. Pero, como se ha indicado, conviene

completar y matizar esta perspectiva con una dimensión más ambiental y cultural. Todos

los seres humanos están sujetos a interacciones ambientales, culturales y sociales. Y las

diferencias en esas experiencias determinan también distintos estilos cognitivos. Cada vez

más, los estudios en neurociencia sugieren que esas diferencias ligadas a la cultura tienen

una importancia capital. Así, por ejemplo, algunos estudios muestran cómo los

occidentales tienden a procesar los datos con una perspectiva más analítica, mientras que

los asiáticos tienden a prestar más atención a la información contextual.75

Este es el campo que viene desarrollando la llamada “neurociencia cultural”,

investigando las variaciones culturales en los procesos psicológicos, neurales y genómicos,

como modo de comprender la relación bidireccional que existe entre estos procesos y sus

propiedades emergentes. Chiao la describe como “un campo interdisciplinar que tiende un

puente entre la psicología cultural, las neurociencias y la neurogenética para explicar cómo

los procesos neurobiológicos, como la expresión genética y la función cerebral, dan lugar a

valores, prácticas y creencias culturales, además de cómo la cultura moldea los procesos

neurobiológicos a escala macro y micro temporal”.76 Esto es, la neurociencia cultural trata

de analizar cómo los rasgos culturales modulan y configuran la neurobiología y el

comportamiento, y en sentido inverso, cómo los mecanismos neurobiológicos facilitan la

emergencia y transmisión de los rasgos culturales.77

La importancia de estos estudios sobre las influencias de lo cultural y lo genético en

la función cerebral descansa en la evidencia creciente de que la cultura influye en los

procesos psicológicos y en el comportamiento. En la medida en que el comportamiento es

resultado de la actividad neuronal, la variación cultural en el comportamiento es el

resultado de la variación cultural en los mecanismos neurales subyacentes.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

73

Como se comentará más adelante, los estudios realizados se han centrado

principalmente en cómo estas variaciones culturales repercuten en cómo las personas se

perciben a sí mismas en relación a los otros (individualismo frente a colectivismo), el

reconocimiento de las emociones, la empatía, o la teoría de la mente.78

Los hallazgos de la neurociencia cultural tienen importantes implicaciones: por un

lado revelan la naturaleza sensible a las diferencias culturales del cerebro humano, lo que

nos permite comprender que este órgano, a nivel biológico, puede ser modulado y

configurado por los contextos socioculturales. Estos contextos tienen que ver con espacios

de interacción social, en los que puede darse la cooperación o la lucha, y en los que el

cerebro humano podrá desarrollar procesos neurocognitivos que ayuden al individuo a

funcionar y adaptarse a un ambiente sociocultural específico. Esto puede ayudarnos a

pensar sobre los conflictos y malentendidos que surgen entre personas procedentes de

diferentes grupos culturales. Y nos obliga a volver sobre la cuestión de la universalidad y

la peculiaridad cultural en los mecanismos neuronales que subyacen a la cognición y el

comportamiento humano.79

La influencia bidireccional de lo cultural y lo biológico reabre también el viejo

debate de lo natural y lo cultural, de “lo nacido” y “lo hecho”, para establecer un enlace

entre ambos elementos. El cerebro se muestra como un órgano relacional que es capaz de

vincular el mundo biológico del organismo con el mundo social y cultural del ambiente. En

medio de una fuerte influencia de los planteamientos más biologicistas y materialistas, que

parecen querer reducir todo lo que somos a un sistema causa-efecto aparentemente

determinado, esta perspectiva viene a subrayar cómo muchos aspectos de nuestros patrones

de pensamiento y comportamiento, o más aún, nuestra misma biología, son configurados

por el ambiente en el que nos desarrollamos. Y este ambiente, donde están las personas,

sus ideas, sus valores, y sus acciones, son tan reales como cualquier otro elemento del

mundo físico.80

Y, por otro lado, al permitirnos entender las diferencias culturales en los

comportamientos humanos, nos obliga a repensar cuánto y cómo podemos determinar las

acciones de los individuos, en la medida en que la cognición y el comportamiento se

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

74

adhieren a un cierto ambiente cultural, resultando en una suerte de “imprinting” cultural

del cerebro. Sin duda, esto tiene importantes consecuencias para la educación, y de hecho,

una de las cuestiones que suscita la neurociencia cultural es qué clase de experiencias,

durante el desarrollo, pueden facilitar la capacidad de los cerebros de los individuos para

encajar dentro de una cultura específica y para interactuar con personas de otras culturas

diferentes. Este nexo entre la naturaleza y la cultura supone también asumir que no somos

receptores pasivos, sino que constantemente estamos creando condiciones nuevas para

nuestro pensamiento y nuestras acciones. Volveremos sobre ello más adelante.

5.2.5. La mejora moral, hacia el binomio biológico-cultural

Regresando ahora al tema de la mejora de las capacidades por medio de

neurofármacos, la investigación en neurociencia cultural también puede aportar luz, por

ejemplo, a la determinación de cómo ciertas sustancias bioquímicas o neurotransmisores

podrían ser sensibles a las experiencias culturales. Esto abre una puerta a la posibilidad de

mejorar rasgos de los individuos que sean socialmente valiosos. Es lo que se ha dado en

llamar “mejora moral”, esto es, la mejora de rasgos y comportamientos considerados

promotores de valores fundamentales, que tradicionalmente hemos cultivado a través de la

cultura y la educación, como la justicia o la solidaridad.

Autores como Savulescu consideran que, dada la peligrosa tendencia de los seres

humanos a la autodestrucción, sería justificable buscar una mejora moral que disminuyera

la maldad, contribuyera al desarrollo de actitudes más benevolentes, más amables, más

altruistas, etc. Si, como apuntan los resultados de las investigaciones neurocientíficas,

nuestras disposiciones morales están basadas en nuestra biología, sería razonable modificar

nuestros comportamientos a través de un cambio biológico, que podría ser tan sencillo

como la introducción de determinadas sustancias químicas en el agua que bebemos.81 Y

esto, como en otras ocasiones, se plantea no sólo como una posibilidad aceptable, sino

como un imperativo moral: si podemos mejorar la vida y la convivencia humana, tenemos

obligación de hacerlo.82

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

75

Así las cosas, si tenemos en nuestras manos la posibilidad de hacer que el mundo

sea más humano, que la justicia se vea desarrollada y completada por la solidaridad, sin

que otros intereses se antepongan ante el florecimiento de las personas. Si estamos

desarrollando fármacos que, una vez probada su seguridad, puedan ofrecernos la

posibilidad de ser más comunicativos, más abiertos, tener mayor atención y memoria,

pensar mejor y más rápido, eliminar recuerdos que nos disturban o nos duelen, estar más

alegres y plenos de energía. Si todo esto nos permite ser más y desarrollar al máximo

nuestras posibilidades, hacer que podamos elegir con mayor libertad, dando lo mejor de

nosotros mismos. Si todo esto es posible, y el ejemplo de los neurofármacos apunta en esta

dirección, queda planteada la pregunta acerca de qué es lo que resulta tan perturbador y

alarmante.

La respuesta, tras el breve análisis realizado, se sitúa en la necesidad de enfatizar el

aspecto cultural y, por tanto, la educación. Por supuesto que no podemos desdeñar ni

prescindir del arraigo biológico del que somos deudores. Y posiblemente no sea

descabellado introducir algunas modificaciones, pues el afán de mejora es lícito, y si

aceptamos las modificaciones ambientales, también deberíamos ser capaces de diseñar

racionalmente, con prudencia y responsabilidad, cómo introducir algunas modificaciones

biológicas. Pero, precisamente por esa doble interacción entre lo biológico y lo cultural, de

la que somos resultado, conviene evitar la ingenuidad de pensar que las técnicas de mejora

cerebral harán todo sencillo y evidente. Difícilmente podremos crear un mundo más justo o

podremos ser mejores personas, si no tomamos en consideración que los seres humanos

somos un conjunto articulado y dinámico de elementos biológicos y elementos culturales,

que construimos nuestras vidas en un espacio de interacción y convivencia en el que vamos

generando nuevas posibilidades continuamente –como ésta, de la mejora, que requiere

seguir pensando a fondo—, y en el que dotamos de sentido nuestra identidad y nuestra

existencia narrativamente, haciendo nuestra historia.

Darnos cuenta de esa interacción entre lo biológico y lo cultural es una clave

esencial para evitar los reduccionismos en los que puede incurrir la investigación

neurocientífica actual. Pero además, nos obliga a prestar atención a la otra dimensión de la

neuroética: la neurociencia de la moral, esto es, los elementos neurales subyacentes a la

toma de decisiones, a la elección de valores, y a la construcción de una identidad moral. Si

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

76

lo biológico condiciona nuestro comportamiento, pero puede ser alterado, y además es

susceptible de influencia cultural, no sólo se hace imprescindible reflexionar sobre la

idoneidad ética de cualquier posible modificación, sino que para comprender la raíz misma

de nuestros comportamientos morales, tendremos que atender a los elementos subyacentes

que operan en nuestro cerebro y nos llevan a la acción. Este es el núcleo de nuestra

investigación y a ello dedicaremos los siguientes apartados.

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77

6. La investigación neurocientífica sobre la ética

La neurociencia de la ética atañe a la segunda de las aproximaciones al campo de la

neuroética: la búsqueda de los correlatos neurales de la moral. Desde el siglo XIX se

vienen haciendo observaciones sobre los cambios en la conducta moral de los individuos

tras sufrir lesiones cerebrales. Buena parte de los estudios de neurociencia actuales parten

del mismo punto, preguntándose que partes del cerebro son las responsables de los

sentimientos, el razonamiento, el conocimiento o las conductas.

Puede afirmarse que la característica más sobresaliente de los estudios actuales es

que, a pesar de la profusión de investigaciones que tratan de desvelar cuáles son las áreas

encargadas de ciertos procesos, ese afán aparentemente localizacionista se conjuga con la

afirmación, cada vez más frecuente, de que los procesos complejos, como la toma de

decisiones morales, es resultado de la integración de la actividad de varias áreas, y que lo

que tradicionalmente se consideraron sistemas separados: la parte cognitiva y la parte

emocional, trabajan en realidad juntos, de modo que la cognición moral no puede ser

separada de la cognición social, y este factor interpersonal, mediado por lo emocional, es

determinante para lo que denominamos juicios morales.

No deja de sorprender la cantidad de esfuerzos destinados a encontrar el “lugar

cerebral de la moral” y los muchos estudios que han ido encontrando algunas respuestas.

Especialmente a partir de la “revolución afectiva” de los años 90 del siglo XX, se han

propuesto modelos de explicación del modo en que el cerebro resuelve problemas. Por

ejemplo, el modelo social intuicionista sugiere que el juicio moral es como un juicio

estético, ya que una acción produce un sentimiento de aprobación o desaprobación

instantáneo, como una suerte de intuición.83

Sin duda, el estudio de lesiones sigue siendo capital en este tipo de aproximaciones,

pero a ello se ha unido un creciente énfasis en las bases neurales afectivas de los juicios

sociales. Los estudios de A. Damasio84 en relación con pacientes con daños en porciones

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

78

ventrales y mediales del lóbulo frontal revelan, como se comentará más adelante, que esas

lesiones producen déficits emocionales e incapacidad para generar y utilizar los llamados

“marcadores somáticos”, representaciones neurales de estados corporales que imbuyen de

significación afectiva las opciones de comportamiento, guiando así en la toma de

decisiones. Sin embargo, no hay afectación de la función cognitiva, lo que parece apoyar la

hipótesis de que la toma de decisiones tiene más que ver con los aspectos emocionales de

lo que se creía.

En esta línea se han realizado estudios dirigidos a analizar aspectos tales como la

tendencia a la agresividad y la violencia en las personas con lesiones en estas áreas,85 o las

diferencias entre pacientes que han sufrido la lesión en la infancia y los que eran adultos en

ese momento.86 Y también a indagar en los interrogantes que suscita este tipo de

cuestiones,87 por ejemplo, la incapacidad de los pacientes con daño en la zona órbitofrontal

para planear adecuadamente las acciones con una cierta previsión de futuro,88 o la posible

asimetría hemisférica en las lesiones –que parece apuntar una interesante conclusión: que

el procesamiento de comportamientos de aproximación y emociones positivas se asocia

con la corteza prefrontal izquierda, mientras que el procesamiento de los comportamientos

de evitación y las emociones negativas están ligadas a la corteza prefrontal derecha—.89

La investigación sobre los correlatos neurales de las conductas y de las emociones

se ha acercado también al campo de la neurociencia cognitiva social. De hecho, R.

Adolphs considera que la neurociencia ofrece una vía de conciliación entre las

aproximaciones biológicas y psicológicas al comportamiento social.90 La cognición social,

desde esta perspectiva neurocientífica, se mueve en los mismos terrenos mencionados:

apunta a las emociones, a las formas de percepción de las normas sociales –por ejemplo, se

estudia la capacidad de reconocimiento de expresiones faciales—,91 también estudia la

teoría de la mente (mentalización) como clave de la interacción social,92 el proceso de

toma de decisiones y procesamiento de la información social,93 así como los problemas

morales, y los aspectos neuropsiquiátricos.94

En lo que sigue se expondrá el estado de la cuestión en lo referente a la búsqueda

de los correlatos neurales de la moral. Prestaremos atención a los estudios sobre las

emociones y sus bases neurales, para conocer más a fondo cómo se han enfocado, de qué

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

79

supuestos parten y qué resultados ofrecen. En la medida en que se han planteado también

diferencias entre hemisferios en estos trabajos, dedicaremos atención específicamente a las

asimetrías en los patrones de activación de determinadas áreas del cerebro en relación a las

emociones positivas y negativas. Nos acercaremos a las diferencias existentes también en

relación al género y al proceso de desarrollo del cerebro. Y finalmente comentaremos la

dimensión social, las bases neurales de la teoría de la mente como clave para la interacción

con otras personas.

6.1. Neurociencia de la moral: el mapa del cerebro moral

Buena parte de los estudios en este campo de la neurociencia de la ética han tratado

de elaborar una suerte de “mapa del cerebro moral”. El énfasis ha estado en localizar las

áreas cerebrales implicadas en determinados procesos, presuntamente relacionados con el

juicio moral (pensamientos y comportamientos morales).

J. Greene y J. Haidt aportan una interesante tabla-resumen en donde reflejan los

resultados relevantes en la neuroanatomía del juicio moral:95

1. Giro medial frontal (Brodmann 9 y 10): se asocia con los juicios morales personales,

también con los impersonales.96 Con la visión de imágenes con contenido moral y con los

juicios relativos al perdón. Lo cual implica que su lesión produciría un empobrecimiento

en la capacidad de juzgar, ciertas reacciones agresivas y ausencia de empatía.

2. Cíngulo posterior y corteza retroesplénica (Brodmann 31 y 7): se asocia también los

juicios morales, de modo semejante al anterior. Su lesión produce incapacidad para el

reconocimiento de caras.

3. Surco temporal superior, lóbulo parietal inferior (Brodmann 39): está relacionado con

los juicios morales personales. Su lesión origina incapacidad para el juicio.

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80

4. Corteza órbitofrontal y ventromedial (Brodmann 10 y 11): asociada con los juicios

morales simples y con las imágenes con contenido moral. Su lesión produce juicios

prácticos empobrecidos, reacciones agresivas, empatía y conocimiento social disminuidos,

y dificultad para las tareas relativas a la mentalización (atribución de mente, ToM).

5. Polo temporal (Brodmann 38): tiene relevancia en los juicios morales simples. Y su

lesión afecta a la memoria autobiográfica.

6. Amígdala: implicada en el reconocimiento de imágenes con contenido moral. Su

lesión da lugar a juicios sociales pobres, tanto a partir de caras como de acciones.

7. Corteza prefrontal dorsolateral (Brodmann 9, 10 y 46) y lóbulo parietal (Brodmann 7 y

40): asociada a los juicios morales impersonales.

A estas áreas puede también añadirse el hipocampo, implicado en procesos de

memoria que afectan a la comprensión de las emociones de otras personas.97

Los estudios orientados a la localización del “cerebro moral” trataban de buscar

áreas que pudieran ser utilizadas sólo para la cognición moral, diferenciándose de otras

clases de cognición. Para ello se utilizó principalmente la resonancia magnética funcional

(fMRI) contrastando estímulos presuntamente morales con otros no morales. En algunos

estudios esos estímulos eran sentencias o frases, expresando contenidos morales, por

ejemplo, “Disparó a su víctima produciéndole la muerte”, o expresando contenidos

neutros, por ejemplo, “Da un paseo”. La comparación entre las activaciones cerebrales en

uno y otro caso mostró una mayor actividad de la corteza prefrontal ventromedial en

relación a las frases con contenido moral.98

Otros estudios utilizaron estímulos visuales, mostrando a los sujetos de

experimentación escenas con contenido moral (por ejemplo, agresiones físicas de una

persona a otra) y no moral (por ejemplo, animales peligrosos).99 En este caso se analizaban

también dimensiones relativas a la relevancia emocional y el contenido social de los

estímulos. Y las activaciones aparecieron mayormente de nuevo en regiones de la corteza

prefrontal ventromedial.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

81

En muchos de estos estudios se han ido mostrando activaciones relacionadas con

procesos que están relacionados con la toma de decisiones morales, como el sentimiento de

aversión, la atención, etc. Hay mecanismos y procesos —como la percepción de la

implicación de los actores, o la comprensión de lo anterior y lo posterior en una

situación— que son comunes en la toma de decisiones, sean morales o no. Juegan un papel

en lo moral, pero también en otros ámbitos. Sin embargo, que estos elementos estén

implicados en los juicios morales, no significa que sean específicos de lo moral. Así, se ha

ido haciendo evidente que lo emocional y lo social es determinante, si bien no exclusivo,

del “cerebro moral”.

Como se comentará más adelante, el estudio del “cerebro moral” está

necesariamente vinculado al compromiso emocional y el procesamiento social (teoría de la

mente). Las investigaciones más conocidas son las de Greene y cols, y su abordaje se ha

realizado principalmente a través de dilemas morales. Frente a las dos aproximaciones

metodológicas anteriores (frases y estímulos visuales con contenido moral/no moral), se

trata ahora de buscar una mayor complejidad en la toma de decisiones. Por ello se

presentan dilemas personales (es decir, con implicación personal emocional) e

impersonales (donde hay menos compromiso emocional).100 En este caso también se

observa activación de la corteza prefrontal ventromedial.

Algunos resultados muy interesantes apuntan que la activación cerebral para las

respuestas emocionales en dilemas morales (básicamente la zona mencionada de la corteza

prefrontal ventromedial) difiere de la que se produce cuando hay un razonamiento

abstracto y se trabaja con principios morales, que tendría lugar principalmente en la corteza

prefrontal dorsolateral.101 Esto parece apoyar la hipótesis de que parte del procesamiento

moral tiene que ver con lo emocional, si bien es una tarea más distribuida por otras áreas

cerebrales.

También son relevantes los estudios realizados en pacientes con déficits en el

procesamiento moral. Por ejemplo, se ha estudiado la demencia frontotemporal,102 que

provoca una empatía disminuida y una emoción mitigada. Estos pacientes muestran ser

más proclives a aceptar dañar a otros. Un mandato moral (“no dañar a otros”) que se ha

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

82

evidenciado habitualmente en los estudios como respuesta emocional más básica y

frecuente.

Del mismo modo, las lesiones focales en la corteza prefrontal ventromedial

disminuyen la empatía y la emoción,103 pero dejan incólumes las funciones cognitivas,

intelectuales. Estos pacientes parecen incapaces de generar respuestas emocionales

apropiadas ante la información sobre intención de dañar, por lo que desarrollan sus juicios

morales apoyándose en los resultados neutrales (como el hecho de que exista una regla

conocida que diga que un comportamiento determinado —por ejemplo, producir daño a

otro— es una falta, por lo que no debería llevarse a cabo). De este modo se puede apreciar

con claridad que el juicio moral está influido por lo emocional de modo muy radical. La

información abstracta se asocia a respuestas emocionales generadas por la corteza

prefrontal ventromedial.104

La cognición moral también parece relacionada con lo que podríamos denominar

“cerebro social”, esto es, un conjunto de capacidades cognitivas sociales que tienen que ver

con la comprensión de las intenciones (la mente de otros agentes), la evaluación de sus

acciones, o la valoración de la culpabilidad. Más adelante se explicará la importancia de la

teoría de la mente. Por ahora baste decir que el cerebro social implica una serie de regiones

cerebrales implicadas en el razonamiento sobre otras mentes, otros agentes, sobre sus

creencias e intenciones, lo que supone la posibilidad de elaborar juicios morales.

En este caso, las investigaciones apuntan que la región cerebral que es

particularmente selectiva para la representación de estados mentales vinculados al juicio

moral es la unión temporoparietal.105 En estudios que utilizaron estimulación magnética

transcraneal para interrumpir de modo pasajero la actividad de la unión temporo-parietal

durante la elaboración de juicios morales, se observó una reducción del papel que jugaban

las intenciones en dichos juicios, incrementándose, por el contrario, el rol de los resultados

esperados.106 No obstante, existe un debate abierto acerca de si esta región cerebral es

específica para el razonamiento sobre estados mentales.107

Todos estos hallazgos han llevado a plantear que los seres humanos poseen

capacidades y sensibilidad para responder a los estímulos, aprender del ambiente y de los

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

83

otros, esto es, habilidades que actuarían como un terreno proto-moral que permitiría

adquirir posteriormente conceptos morales como “lo bueno” o “lo correcto” (como se verá

más adelante, esto tiene importantes repercusiones desde el punto de vista educativo).

Estos patrones de activación cerebral ligados a lo moral se muestran vinculados a factores

diferenciales como la edad,108 el sexo,109 la influencia del grupo,110 las perspectivas en

primera o tercera persona,111 o los resultados esperados.112

El intento de buscar una mayor precisión para encontrar zonas de activación que

fueran únicas para la moral se ha revelado infructuoso. El cerebro moral está relacionado

con el cerebro emocional y con el cerebro social, y sin duda son otras muchas regiones

cerebrales las que sustentan las capacidades cognitivas necesarias para la elaboración de

juicios morales (evaluación, causación, razonamiento, agencia, control cognitivo, etc.).

Capacidades que, por su parte, exhiben su funcionamiento en otros ámbitos no

relacionados con la cognición moral. A ello cabe añadir que se observan diferencias en

función de los contextos, culturas e individuos.

Todo esto hace pensar que no existen sistemas, regiones o substratos cerebrales

específicos para la moral. Aunque existen zonas del cerebro que con mucha frecuencia

aparecen activadas durante la toma de decisiones morales. Más bien el cerebro moral

descansa sobre procesos multimodales, se apoya en muchas partes del cerebro y, por tanto,

se podría decir que la moralidad está “en todo el cerebro”.113

6.1.1. El modelo dual de toma de decisiones morales

Como puede apreciarse, la complejidad creciente de los estudios sobre los

correlatos neurales de la moral ha supuesto modificaciones en la metodología y

aproximaciones de los estudios, tratando de encontrar cuáles serían las regiones cerebrales

implicadas en el juicio moral. La vinculación con lo emocional se ha manifestado como un

factor innegable. No obstante, el papel que se les atribuye a las emociones en la toma de

decisiones morales —si los patrones de activación que se observan son causa o efecto de

los juicios morales que se generan, si los dos procesos se activan simultáneamente, si

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

84

existe algún control racional sobre las emociones, etc.— puede interpretarse de modos

diferentes. La relación entre lo emocional y lo cognitivo es afirmada por todos, pero el

modo de darse esa relación difiere según las investigaciones.

Algunos estudios han defendido un sistema dual en el que razonamiento

(básicamente sólo cognición) y emoción tienen sistemas anatómicamente diferentes, que

incluso pueden entrar en conflicto en situaciones de toma de decisiones morales

difíciles.114 Desde esta teoría dual se afirma que en algunas decisiones las áreas cerebrales

cognitivas son capaces de suprimir la influencia de las emocionales. Una suerte de control

cognitivo que permitiría que la “elección racional” predominara sobre la “elección

emocional”.115

Este es el tipo de estudios que desarrollaron investigadores como J. Greene,

utilizando para ello dilemas éticos. Como se ha comentado, esta aproximación es más

compleja que los estudios basados en patrones de activación ligados a frases o imágenes

con contenido moral. En este caso se plantean escenarios morales en los que es preciso

tomar una decisión. El objetivo es determinar si las áreas relacionadas con la emoción se

activan durante las respuestas a dichos dilemas, y si existe diferencia entre los llamados

escenarios “personales” e “impersonales”. Las transgresiones morales “personales”

estarían ligadas, según Greene, al daño a un individuo como consecuencia de la acción

realizada por un agente.116 En el caso de los dilemas impersonales, el agente no es quien

produce el daño directamente.

Los dilemas empleados son algunos de los clásicos dilemas morales empleados en

filosofía, como el del tranvía. Este ejemplo fue propuesto hace algunas décadas por

Philippa Foot en el contexto del debate sobre el aborto,117 para diferenciar entre las

acciones de matar y dejar morir, y desde entonces se ha utilizado profusamente para tratar

cuestiones relativas a la decisión moral, y ha sido analizado como modelo de

exploración.118

El dilema del tranvía propone una situación en la que una persona se encuentra ante

una vía en la que están cinco personas, cuando observa que se dirige hacia ellas un tranvía

a gran velocidad que, con toda seguridad, las arrollará. Esa persona se haya en disposición

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

85

de activar un cambio de agujas, de modo que el tranvía se desviaría hacia otra vía

divergente, en la que hay una sola persona. La pregunta que se plantea es si el sujeto en

cuestión activaría o no el cambio de agujas, matando a una persona pero salvando a cinco.

Una segunda versión de este dilema es el de la pasarela. En este caso, el

protagonista se encuentra en una pasarela que pasa por encima de la vía por la que, como

en el caso anterior, circula un tranvía que va a matar a cinco personas. A su lado hay un

desconocido, una persona de gran tamaño. La pregunta en este caso es si empujaría al

desconocido de modo que, al caer, pudiera parar el tranvía, muriendo, pero salvando la

vida de las otras cinco personas.

Estos dilemas se han utilizado en otros muchos estudios. En todos ellos se pide a

los participantes elegir si la solución propuesta es apropiada o no. Y al parecer la respuesta

mayoritaria es que sería aceptable hacer el cambio de agujas para salvar a cinco personas, a

costa de la vida de una (en el dilema del tranvía), mientras que no sería adecuado empujar

al desconocido (en el dilema de la pasarela) a pesar de que ello tuviera como consecuencia

que murieran cinco personas. La explicación que se aporta para esta diferencia reside en el

distinto compromiso emocional en uno y otro caso.

Greene y cols. propusieron que la respuesta mayoritaria de los sujetos era una

respuesta emocional de aversión a un acto dañino, que conducía a rechazar dicho acto. Se

genera así una respuesta que puede calificarse como “utilitarista” en la medida en que se

realiza un cálculo (cinco vidas frente a una vida) que justifica racionalmente una acción

inmoral. La respuesta utilitarista sería así una incongruencia emocional, una predominancia

de lo cognitivo. Los sujetos tienen que superar su aversión emocional al acto dañino,

comprometiéndose con un razonamiento cognitivo. Por eso hablan Greene y cols. del

control cognitivo y del conflicto entre las emociones y la razón, apoyándose en la

evidencia de una mayor activación de las áreas cerebrales asociadas con el conflicto

cognitivo y el razonamiento abstracto (corteza cingular anterior y corteza prefrontal

dorsolateral).119

En un estudio similar120 se propuso el mismo dilema del tranvía, pero se hizo una

doble presentación: en primera persona, es decir, el sujeto de experimentación era el actor,

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

86

comprometido activamente en tomar la decisión de desviar o no el tranvía, y en ejecutar

dicha acción; y en tercera persona, esto es, el sujeto era una observador de la situación. En

este caso, con la presentación en primera persona, el 65% de los participantes encontraron

que la acción de desviar el tranvía era aceptable, mientras que siendo meros observadores,

este porcentaje ascendía al 90%.

En la presentación en tercera persona existía una mayor activación lateral (de la

corteza prefrontal dorsolateral y de la unión temporoparietal). Sin embargo, se observó

también una activación común en la corteza medial prefrontal y en la corteza cingular

posterior. Esto se ha interpretado como una diferencia debida a que la condición de

observador supone una comprensión de la mente del actor, lo que tiene que ver con la

teoría de la mente.121 Volveremos más adelante sobre ello.

Según estos estudios se plantea el interrogante acerca de si el juicio impersonal (es

decir, con menos compromiso emocional) es utilitarista, y el juicio personal (con mayor

influencia de lo afectivo) es “deontológico”. Así se ha planteado en algunos foros, lo que

unido al hecho de que la respuesta mayoritaria parece ser la utilitarista (y esto es aún más

acusado en las presentaciones en tercera persona), hace pensar que los juicios

deontológicos serían irracionales o, al menos, más emocionales. Greene se apresura a

responder que su hipótesis es que el juicio deontológico es afectivo en su núcleo, mientras

que el juicio consecuencialista es ineludiblemente racional.122

El asunto dista de ser baladí. Tradicionalmente los juicios deontológicos se han

considerado tremendamente exigentes porque se basan en la observancia de principios

morales, que se pretenden universales, y que generan una obligación absoluta, sin tomar en

consideración las consecuencias que se deriven de ellos, tanto para el agente como para

cualquier otra persona. Parecen, pues, muy racionales, pues no obedecen a los deseos o

necesidades de quien los ejecuta, sino a la realización de un deber.

Greene plantea que ese modo de tomar decisiones morales no es la forma natural de

proceder. Más bien está basado en un componente emocional (por ejemplo, una

repugnancia a dañar a un ser humano), que no aparece en los juicios utilitaristas, pues éstos

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

87

sólo pueden elaborarse a partir de un cálculo de costes y beneficios que, aunque tenga

algún componente afectivo, es eminentemente un análisis racional.

Como se comentará posteriormente, el grave error en el que incurren este tipo de

especulaciones es que van mucho más lejos de lo que se obtiene en los estudios, tratando

de ofrecer respuestas sobre los contenidos morales, no sólo sobre los fundamentos neurales

de los modos de tomar decisiones morales.

6.2. El estudio de las emociones

El estudio de las emociones es uno de los temas más apasionantes a los que se

enfrenta la neurociencia. De hecho, como se ha comentado, a lo largo de la última década

del siglo XX, se produjo una “revolución afectiva” ligada al desarrollo de explicaciones

sobre el modo en que el cerebro afronta la resolución de problemas.

La investigación sobre los sustratos neurales de la toma de decisiones, en entornos

en los que se plantea una interacción con seres humanos es una línea de trabajo de

creciente interés. La profusión de publicaciones sobre estas cuestiones es muy llamativa.

Una parte de estos estudios tienen que ver con lo que se denomina “neurociencia social

cognitiva”, que trata de desentrañar el procesamiento cerebral en lo relativo a las

interacciones sociales, a la toma de decisiones, a los juicios morales o a la llamada “teoría

de la mente” (atribución de estados mentales a las personas). Todo ello desde una

perspectiva cognitiva que apunta con más énfasis los elementos “racionales” o de

pensamiento, pero que ha ido abriendo paso al estudio de los aspectos emocionales.

Esta aproximación recibe el nombre de “neurociencia afectiva”123 y busca

explicaciones desde las emociones o los estados mentales de agrado/desagrado o

acercamiento/alejamiento. Todo ello parte de la convicción de que estos elementos son

tanto o más importantes que los estrictamente cognitivos en la explicación del ánimo, de la

toma de decisiones, o de las conductas de los individuos. Las emociones, así, se consideran

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

88

esenciales, en su interacción con otros procesos cognitivos, como fundamento del

comportamiento, y también como elemento básico adaptativo.

Este tipo de investigaciones que se están desarrollando en la actualidad han de

contender, como se ha comentado, con la enorme dificultad de establecer resultados

convincentes, ya que hay muchas aproximaciones experimentales diferentes, cuya validez

es también distinta y donde la replicación y la repetición no siempre son posibles, y sin que

exista por tanto aún acuerdo general sobre los resultados.

Con todo, hay algunos aspectos en los que es posible apuntar algunas afirmaciones,

que son las hipótesis más sólidas en la investigación: el primero de ellos es que ciertas

formas de emociones positivas y negativas muestran diferentes patrones de asimetría

cerebral funcional, especialmente en los territorios corticales prefrontales.124 Así, parece

que el procesamiento de comportamientos de aproximación y emociones positivas se

asocia con la corteza prefrontal izquierda, mientras que el procesamiento de los

comportamientos de evitación y las emociones negativas están ligados a la corteza

prefrontal derecha.125

También se destaca la importancia de las diferencias individuales, y se apunta la

posibilidad de que las diferencias en patrones asimétricos de activación en estas zonas

prefrontales puedan ser, al menos parcialmente, predictores de rasgos de reacción afectiva

de los sujetos, incluso predisposiciones a padecer ciertas psicopatologías.126

Otro de los puntos generalmente admitidos, y que, como se ha mencionado, tiene

un especial interés para el tema que nos ocupa, es el papel de las emociones en la toma de

decisiones y cómo los juicios y las valoraciones, o las determinaciones de la acción, están

fuertemente imbricadas con los elementos afectivos. Este tipo de teorías, como se ha

explicado anteriormente, se han puesto a prueba a través de estudios de neuroimagen,127 y

también por medio de estudios de lesiones, como en las relevantes aportaciones de A.

Damasio128 en relación con pacientes con daños en porciones ventrales y mediales del

lóbulo frontal. Desde el punto de vista de las asimetrías cerebrales, el estudio de las

lesiones apunta a la necesidad de una afectación bilateral para que se produzcan esas

dificultades en las funciones ejecutivas. Sin embargo, en relación con las diferencias

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

89

hemisféricas apuntadas, también se investigan los distintos resultados de las lesiones en

cada hemisferio.

Puede afirmarse que los estudios actuales rechazan la separación entre lo emocional

y lo racional. Más bien apuntan a una relación, de modo que el razonamiento moral se

muestra como algo que no es dependiente exclusivamente de regiones corticales, y las

emociones no parecen surgir de modo aislado de la actividad límbica. El sistema es

complejo y no todos los investigadores aceptan la teoría dual propuesta por Greene. Para

muchos, a pesar de la especialización existente, no existirían límites tan claros ni

competición entre emoción y cognición. En realidad las distintas opciones posibles se

evidencian cuando las elecciones racionales están dotadas de un rasgo emocional

sobresaliente.129

Se plantea así una teoría de integración entre lo cognitivo y lo emocional, que

considera que en las decisiones morales no puede distinguirse entre ambos procesos, no al

menos para determinar cuál de ellos actúa causalmente en la toma de decisiones. Y además

en contextos complejos se plantean enormes dificultades para la decisión, siendo la

articulación de ambos procesos lo que genera un comportamiento.

En cualquiera de las aproximaciones se afirma, sin embargo, que el papel de las

emociones es crucial para la toma de decisiones morales. Como se ha indicado, la mayor

parte de los estudios actuales asumen que los juicios y decisiones morales tienen que ver

con las emociones. Y también, como se dirá más adelante, con la comprensión de ciertas

normas sociales, cuya observancia permite asumir que la acción es moralmente válida.

Dada la relevancia de estas investigaciones, en lo que sigue, se completará la exposición

del panorama de investigaciones sobre los elementos que influyen en la toma de decisiones

morales.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

90

6.2.1. Anatomía de las emociones

6.2.1.1. El sistema límbico

El estudio de las emociones tiene una larga historia. Desde las teorías de Darwin o

Freud sobre el papel que el cerebro jugaba en la expresión de las mismas, pasando por las

teorías de James-Lange (1884) y Cannon-Bard (1927), entre otros, hasta los estudios de la

neurociencia actual, han sido muchos los intentos por explicar la conexión entre las

emociones y los sentimientos, que tan importantes son en nuestra vida, y el cerebro. Las

bases neurales de las experiencias emocionales son objeto de estudio y, como se ha

comentado, con un interés renovado en los últimos años.

Se puede decir que la primera aproximación a la localización cerebral de las

emociones tiene que ver con la definición del lóbulo límbico, por parte de Paul Broca

(1878). Este autor observó unas áreas corticales diferentes de la corteza circundante,

formando un anillo alrededor del tronco cerebral, incluyendo la corteza alrededor del

cuerpo calloso –principalmente la circunvolución cingular—, y la corteza de la superficie

medial del lóbulo temporal con el hipocampo. Broca no dijo nada acerca del papel del

lóbulo límbico en las emociones, sin embargo, posteriormente sus estructuras han sido

asociadas con ellas.

La primera de esas asociaciones vino de la mano de James Papez, quien, en la

década de los años treinta del siglo XX, propuso un “sistema de las emociones”, un

circuito en el que había conexión entre áreas corticales y corteza cingular –que sería la que

produciría la experiencia de las emociones—. El hipotálamo gobernaría la expresión

conductual de las emociones.130 La correlación entre el circuito de Papez y el lóbulo

límbico de Broca hizo que, de modo general, se hable de “sistema límbico” para referirse a

las estructuras responsables de la sensación y expresión de las emociones. La expresión fue

popularizada por Paul MacLean en 1952 –quien consideraba que las estructuras límbicas

serían una de las tres divisiones funcionales del cerebro: cerebro de reptiles, cerebro

antiguo de mamíferos, cerebro nuevo de mamíferos. El sistema límbico correspondería al

cerebro antiguo de los mamíferos, y su evolución habría permitido que aparecieran las

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

91

emociones, así como la evolución de la neocorteza habría dado lugar al pensamiento

racional en los animales superiores—.

Los estudios posteriores han ido descubriendo que, a pesar de la existencia de las

conexiones que Papez establecía en su circuito, los elementos implicados en él

efectivamente participan en las emociones, pero no hay evidencia de que formen un

sistema como el descrito. Con todo, el concepto de un sistema límbico unificado es un

modo abreviado, aunque conveniente, de explicar los circuitos neurales implicados en la

experiencia y expresión emocional.131 Las teorías de Papez y MacLean han tenido una

importantísima influencia en las investigaciones posteriores sobre la emoción.

6.2.1.2. La corteza prefrontal

La mayor parte de los investigadores en la actualidad coinciden en conceder un

papel relevante en las emociones a la corteza prefrontal. Esta idea viene avalada por

muchos datos obtenidos a partir de estudios de lesiones, neuroimagen y electrofisiología.

La corteza prefrontal está implicada en funciones ejecutivas, sin embargo hay una relación

consistente entre estas funciones y el procesamiento afectivo. No en vano son muchos los

estudios que encuentran que procesos tales como la toma de decisiones o la elaboración de

juicios morales, están muy relacionados con aspectos emocionales, y por tanto, parece

lógico que sean las mismas estructuras las que estén implicadas.

Basándose en estudios anatómicos y neurofisiológicos con primates no humanos,

hallazgos de neuroimagen en humanos y modelización computarizada, Miller y Cohen132

han propuesto una teoría comprehensiva de la función prefrontal, en la que sostienen que la

corteza prefrontal mantiene la representación de metas y los medios para lograrlas.

Especialmente en las situaciones ambiguas, la corteza prefrontal envía señales a otras áreas

del cerebro para facilitar la expresión de respuestas apropiadas a la tarea, ante la

competencia de otras alternativas potencialmente más fuertes. Así en el terreno de la

emoción, hay situaciones de control, por ejemplo, la disponibilidad de un premio

inmediato puede ser una alternativa de respuesta muy potente que puede no ser la mejor

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

92

para las metas generales de la persona. En tal caso, se requiere que la corteza prefrontal

produzca una señal de tendencia a otras áreas del cerebro que guíen el comportamiento

hacia la adquisición de una meta más adaptativa, que en este caso supondría retrasar la

gratificación.

La planificación y la anticipación parecen influidas claramente por aspectos

afectivos, en la medida en que hay una experiencia emocional asociada cuyo resultado

pronosticado sirve como clave para la toma de decisiones. Muchos estudios han trabajado

con pacientes con lesiones en ciertas zonas de la corteza prefrontal, particularmente en la

zona ventromedial, observando profundas mermas en la capacidad de tomar decisiones.

Este tipo de estudios tuvo su origen en el famoso caso de Phineas Gage,133 quien sufrió un

accidente en el que una barrena atravesó su cráneo y su cerebro por la zona orbitofrontal.

Aunque sobrevivió, su comportamiento afectivo y su personalidad cambiaron

drásticamente, de modo que exhibía una conducta impulsiva e inestable.

Utilizando el cráneo de Gage, que ha sido conservado, Damasio y cols.

reconstruyeron el volumen cerebral y el recorrido de la barra, demostrando que el daño se

produjo primariamente en la corteza prefrontal órbitofrontal/ventromedial.134 El estudio de

lesiones en este área se ha convertido en uno de los más fructíferos, de modo que se ha

mostrado que los pacientes con lesiones bilaterales de la corteza prefrontal ventromedial

tienen dificultades para anticipar consecuencias futuras, tanto positivas como negativas, lo

que influye en una toma de decisiones inadecuada.135 Sin embargo, estos daños no afectan

a la respuesta del individuo a premios o castigos inmediatos, sólo a la interpretación de

claves que anticipen lo que ocurrirá en el futuro.

Este tipo de estudios136 permite afirmar que hay sistemas cerebrales que captan la

asociación entre diferentes decisiones y sus consecuencias afectivas, antes de que el sujeto

alcance un conocimiento explícito de las contingencias vigentes y, por otro lado, parece

que el conocimiento implícito contribuye a la realización deliberada de decisiones

adaptativas.137 Esto guarda relación con la importante teoría propuesta por Antonio

Damasio, denominada “teoría del marcador somático”.138

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

93

6.2.1.2.1. La hipótesis del marcador somático

Hay coincidencia en subrayar el papel de la corteza prefrontal en la toma de

decisiones morales. Algunos de los primeros estudios realizados con resonancia magnética

funcional mostraron activación de la corteza prefrontal dorsolateral cuando se realizaban

juicios morales.139 Otros explicaron el proceso de toma de decisiones como un sistema “de

arriba abajo” implicando la corteza prefrontal dorsolateral hacia la corteza prefrontal

ventromedial y algunas estructuras límbicas subcorticales. Y en relación al papel de la

corteza prefrontal ventromedial, son muchas las investigaciones que han mostrado su

importancia en el procesamiento de las emociones. En este sentido son relevantes los

estudios que han mostrado –en el contexto de las respuestas a los dilemas morales

planteados por Greene y otros— que los pacientes que sufren daño en esta área cortical

tienden a exhibir respuestas más utilitaristas, esto es, consideran que es aceptable matar a

una persona para salvar a cinco.140

Estos estudios de lesiones prefrontales han aportado mucha información en relación

a los componentes emocionales implicados en los juicios morales. El modelo más

interesante de éstos es la “hipótesis del marcador somático” propuesta por A. Damasio.141

La corteza prefrontal ventromedial es una zona de integración que recibe información

multisensorial y emocional, y que atribuye valor positivo o negativo generando lo que

estos autores denominan un “marcador somático”, esto es, un conjunto de respuestas

somáticas asociadas a la valencia del estímulo y generadas a partir de la experiencia previa.

Por ejemplo, si un estímulo tiene una valencia negativa (insultar a alguien puede provocar

una agresión), cuando se plantea la posibilidad de realizar esa acción —o incluso sólo

pensarla— se genera un conjunto de respuestas somáticas negativas, que sirven de alerta y

permiten “avisar” anticipadamente al sistema cognitivo de que la acción es inadecuada.

Con este marcador somático las personas pueden tomar decisiones, basándose en sus

experiencias previas.

Esta hipótesis trata de explicar la relación entre las emociones y los procesos de

razonamiento y toma de decisiones. Afirma que el “feed-back” somático que proporciona

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

94

la activación orgánica de origen emocional también contribuye al proceso de decisión

consciente, actuando como una “marca” negativa para las opciones del pasado asociadas

con consecuencias negativas –y viceversa—. Es decir, el sujeto se vería inclinado a optar

por las decisiones más adaptativas, en función de una inclinación producida por una “señal

somática”. Esta teoría es consistente con los hallazgos comentados en relación a la

imposibilidad de tomar decisiones racionalmente adecuadas por parte de los pacientes con

lesión prefrontal: los déficits que muestran son resultado de una disfunción en los sistemas

de codificación de conocimiento implícito acerca de consecuencias afectivas asociadas a

estímulos o conductas.

La adquisición de señales de marcador somático se hallan en la corteza prefrontal

porque su posición neuroanatómica lo favorece, ya que recibe señales procedentes de todas

las regiones sensoriales, de varios sectores biorreguladores del cerebro –como los núcleos

neurotransmisores del tallo cerebral, la amígdala, el cingulado anterior y el hipotálamo—,

y las zonas de convergencia de la corteza prefrontal son depósito, así, de representaciones

disposicionales, por la categorización de situaciones en que el organismo se ha visto

implicado.

Según Tirapu-Ustárroz, Muñoz-Céspedes y Pelegrín-Valero,142 para aceptar esta

hipótesis es preciso asumir: que el razonamiento y la toma de decisiones dependen de

operaciones mentales que se sustentan en la actividad coordinada de áreas corticales

primarias; que todas las operaciones mentales dependen de algunos procesos básicos como

la atención y la memoria de trabajo; que el razonamiento depende del conocimiento acerca

de las situaciones y opciones de acción –almacenado en corteza cerebral y núcleos

subcorticales en forma de disposiciones— y que este conocimiento –innato y adquirido

sobre estados corporales y procesos de biorregulación, y conocimiento acerca de hechos y

acciones— refleja la experiencia individual y su categorización otorga la capacidad de

razonamiento –categorización soportada por mecanismos de atención y de memoria

funcional básica, sin los que sería imposible—.

Una de las críticas que se han vertido contra la hipótesis del marcador somático es

que los marcadores no son realmente necesarios para la toma de decisiones, ya que es el

conocimiento previo lo que puede guiar para tomar decisiones ventajosas.143 Para defender

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

95

su hipótesis frente a esta crítica, y para subrayar el papel de las emociones en la toma de

decisiones morales, y su intrínseca relación con los procesos racionales, Reimann y

Bechara144 se apoyan en otras dos aproximaciones complementarias que enfatizan este rol

de lo afectivo: el “afecto anticipatorio” y “la red de fuerza de respuesta emocional”.

El afecto anticipatorio se define como los estados emocionales que se experimentan

mientras se anticipan resultados significativos relativos a la decisión a tomar. Este afecto

anticipatorio sería similar al marcador somático. Los estudios que trabajan con este

concepto confirman la existencia de estados emocionales que permiten anticipar

resultados, proporcionando soporte empírico a la afirmación de que este componente

emocional es determinante en la toma de decisiones.145

Por su parte, la red de fuerza de respuesta emocional es un concepto desarrollado en

el contexto de la explicación de las respuestas y elecciones de los consumidores.146 Se

refiere al hecho de que cuando se les ofrece a los sujetos diferentes marcas y se les pide

que valoren qué sentimientos les producen, utilizando una lista de sentimientos positivos y

negativos, se obtiene un número de factores positivos y negativos para cada marca. La

diferencia entre las dos valencias constituye la red de fuerza de la respuesta emocional.

Esta red sirve para predecir si los individuos elegirán esa marca o no. De nuevo, este

concepto es consistente con la hipótesis del marcador somático en la medida que se reduce

la elección a una competición entre respuestas emocionales positivas y negativas, lo que

permite afirmar que juegan un papel clave en la elección.

6.2.1.2.2. Estudios con neuroimagen funcional

Estos resultados, obtenidos en la investigación a partir de lesiones, también se han

estudiado con técnicas de neuroimagen funcional, si bien en este caso la evidencia es más

confusa y las hipótesis muy variadas.147 Dos regiones de especial interés son la ínsula, que

parece implicada en la representación de información propioceptiva y sería, por tanto, el

sustrato de los sentimientos conscientes,148 y la corteza cingular anterior, que tendría que

ver con la detección de errores y la monitorización de la respuesta. Estas dos zonas parecen

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

96

verse activadas por situaciones de interacción social, como el rechazo por parte de otros

individuos, o por la empatía por el sufrimiento de otros.149

A todo lo dicho cabe añadir que, según Rolls,150 la corteza prefrontal también

tendría una función de mantenimiento de las asociaciones de refuerzo, de modo que se

producirían unas modificaciones sinápticas en la zona orbitofrontal que permitirían al

organismo retener el valor de recompensa de un gran número de estímulos. Estas

asociaciones se almacenarían durante largos períodos de tiempo y se recurriría a ellas

siempre que se encuentre de nuevo en el futuro un estímulo aprendido. Este concepto de

memoria de trabajo afectiva es diferente del que defienden Davidson, Jackson y Kalin,151

quienes consideran que se trata más bien del mantenimiento de la emoción actual durante

periodos en que el estímulo emocional ya no está presente, proceso que jugaría un

importante papel en la dirección del comportamiento en ausencia de incentivos

inmediatamente disponibles.

Por otro lado, también hay diferencias funcionales en los sectores dorsolateral y

ventromedial de la corteza prefrontal: este último estaría implicado mayormente en la

representación de estados afectivos elementales, tanto positivos como negativos, en

ausencia de incentivos inmediatamente presentes, mientras que el dorsolateral estaría más

directamente relacionado con la representación de metas hacia las que están dirigidos esos

estados elementales.152

Esto también implica que hay varias subdivisiones importantes de la corteza

prefrontal que son especialmente relevantes en el procesamiento afectivo. La primera de

esas divisiones, como se ha podido apreciar en los comentarios previos, es la que se refiere

a las zonas dorsolateral, ventromedial y orbitofrontal, y la segunda es la distinción entre

sectores derecho e izquierdo en cada una de estas regiones, que se tratará más adelante con

mayor detalle.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

97

6.2.1.3. La amígdala

La amígdala se encuentra situada en el polo del lóbulo temporal, por debajo de la

corteza en el lado medial. Es un complejo de núcleos al que llegan aferencias desde la

neocorteza de todos los lóbulos del cerebro, y desde las circunvoluciones hipocámpica y

cingular. Es interesante tener en cuenta que se transmite hasta la amígdala la información a

partir de todos los sistemas sensoriales.

La relación de la actividad de la amígdala con el afecto negativo está muy presente

en la bibliografía, particularmente en lo que se refiere a la respuesta a estímulos adversos

externos.153 Aunque sigue siendo objeto de controversia si la amígdala es necesaria para la

expresión del temor condicionado por el aprendizaje, o si es el lugar donde se almacena la

información aprendida.154 Tampoco queda claro hasta qué punto participa la amígdala en el

aprendizaje de asociaciones con estímulos, tanto negativos como positivos, ni si existen

diferencias funcionales entre la amígdala derecha e izquierda.155

Uno de los puntos en que la amígdala parece tener un papel primordial, y que está

generando un enorme número y variedad de estudios, es el reconocimiento de emociones

en los rostros. Por ejemplo, Adolphs y cols.,156 Calder y cols.,157 y Broks y cols.158

muestran que el reconocimiento de signos faciales de temor estaba dañado en pacientes

con lesión bilateral de la amígdala, mientras que el reconocimiento de otras expresiones

faciales estaba intacto.

En general, los estudios de pacientes con lesión amigdalar sugieren que esta

estructura juega un importante papel tanto en la percepción como en la producción de

ciertas formas de emoción negativa. Sin embargo, no se ha respondido a la pregunta por el

papel que pueda tener en las emociones positivas. De hecho, es importante que estos

estudios de lesiones se complementen con otros de neuroimagen funcional en sujetos

intactos. Los que se han realizado hasta ahora con resonancia magnética funcional (fMRI)

y tomografía por emisión de positrones (PET) sólo han permitido comprobar que se

producen cambios en la amígdala en respuesta a estímulos emocionales, lo cual deja

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

98

abierta la pregunta acerca de si la amígdala está implicada en todas las emociones, a pesar

de la relevancia que parece tener en los afectos negativos.

Otra cuestión que queda abierta es la que se refiere a la existencia de asimetrías

funcionales en esta región. Algunos investigadores han encontrado cambios en la

activación de la amígdala izquierda cuando se ha experimentado la excitación (arousal) de

afectos negativos, mientras que otros han encontrado cambios en la derecha, y otros

bilaterales. Por tanto, puede que haya importantes diferencias entre derecha e izquierda,

pero no es posible por el momento determinar de modo preciso cuáles son.159

Davidson utiliza el término “estilo afectivo” para referirse al amplio rango de

diferencias individuales en los distintos componentes de la reactividad afectiva y el ánimo

o disposición.160 Por ejemplo, el tiempo necesario para recobrarse de un estímulo negativo,

es decir, para volver al estado basal, es un mecanismo que gobierna las diferencias

individuales en el afecto negativo. El estilo afectivo consistiría en una serie de rasgos

específicos de la reactividad emocional y afectiva que se pueden medir de modo objetivo

conforme a los siguientes parámetros: el umbral de respuesta; la magnitud de la respuesta;

el tiempo de subida hasta el grado máximo de respuesta; la función de recuperación de la

respuesta; y la duración de la respuesta.

Los estudios que tratan estas diferencias en la activación de la amígdala y el estilo

afectivo se pueden agrupar en dos conjuntos: el primero de ellos es el representado por

análisis como el de Drevets y cols.,161 que trataban de examinar la relación entre las

medidas de flujo sanguíneo con PET en reposo y la gravedad de la depresión en un grupo

de pacientes depresivos. El resultado fue que los pacientes con un flujo basal incrementado

en la amígdala tenían rangos de depresión más grave. El segundo tipo de estudios es el que

examina la relación entre las diferencias individuales en la reactividad del flujo sanguíneo

o metabolismo de la amígdala ante un cambio emocional y otros índices comportamentales

o de autoinforme de reactividad emocional. Un ejemplo es el estudio de Cahill y cols.162

que encontraba que los sujetos con una tasa metabólica mayor en la amígdala en respuesta

a películas emocionalmente negativas que se les mostraban, tenían un mejor recuerdo libre

de esas películas tres semanas después de haberlas visto.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

99

Los estudios de Davidson y su equipo sobre esta cuestión han permitido afirmar

que la activación frontal extremadamente derecha o extremadamente izquierda

correlaciona con diferencias sistemáticas en la disposición al afecto positivo o negativo.

Del mismo modo, sostienen que otras medidas de asimetría prefrontal podrían predecir la

reactividad ante elementos experimentales que provoquen emoción. Y así lo muestran los

resultados de sus estudios: aquellos individuos con activación basal prefrontal izquierda

mostraron afectos más positivos ante estímulos positivos –películas—, y aquellos con

activación prefrontal más derecha mostraron más afecto negativo ante estímulos negativos.

Estos hallazgos les permiten apoyar la idea de que las diferencias individuales en las

medidas electrofisiológicas de la asimetría en la activación prefrontal marcan algún

aspecto de la vulnerabilidad a los elementos que provocan emociones negativas y

positivas. Todo ello supone una vía de estudio de los componentes del estilo afectivo,

algunos de los cuales tienen más que ver con la activación prefrontal, mientras que otros,

como la regulación de la emoción o su duración, tienen que ver también con la amígdala, y

obligan a estudiar la posible relación con la asimetría en la activación. Además, las

diferencias individuales en la asimetría prefrontal tienen que ver con el tiempo de

recuperación ante un estímulo emocional importante, lo que puede tener repercusiones en

algunas patologías, como la depresión o la ansiedad, y también con ello se abre la puerta a

inquietantes preguntas acerca de la relevancia del estilo afectivo en los comportamientos

con interacción social. 163

6.2.1.4. Otras regiones cerebrales implicadas en la emoción

Aunque la corteza prefrontal y la amígdala son los componentes más importantes

del circuito implicado en el procesamiento de la emoción, también hay estudios que

evidencian que hay otras regiones cerebrales que participan en la respuesta afectiva. Entre

ellas, conviene mencionar la parte posterior del hemisferio derecho, que, a partir de

estudios comportamentales, estudios de lesiones y obteniendo datos electrofisiológicos,

muestra estar implicada tanto en la percepción de la información emocional, como en el

componente excitador (arousal) de la emoción.164

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

100

Otras tres regiones que se conoce que están implicadas en el procesamiento

emocional a través de estudios de neuroimagen son el striatum ventral, la corteza cingular

anterior, y la corteza insular. 165

La primera de ellas, el striatum ventral, tiene que ver con el afecto positivo. Esta

región está muy inervada por neuronas dopaminérgicas y algunos estudios con PET han

encontrado incrementos de dopamina en esta región durante el disfrute de un videojuego.

El sistema de dopamina mesolímbica está implicado en la motivación por incentivo o

premio, y parece que juega un importante papel en lo que Davidson166 denomina “afecto

positivo de motivación de logro pre-meta”, una forma de afecto positivo que surge cuando

alguien se acerca progresivamente hacia una meta deseada.

Se observa activación de la corteza cingular anterior en la mayoría de los estudios

de la emoción con neuroimagen, cuando se compara una condición emocional con una

condición neutral control. Esta región podría tener importancia en la mediación de los

efectos atencionales de la excitación (arousal) afectiva. Por su parte, la activación de la

corteza insular durante la emoción probablemente está asociada a los cambios autonómicos

que se producen cuando se evoca la emoción.

6.2.2. Asimetrías cerebrales

Como ya se ha comentado anteriormente, son muchos los estudios dedicados a

observar las posibles diferencias interhemisféricas relativas al procesamiento emocional.

Algunas de ellas ya se han destacado, al hacer referencia al “estilo afectivo” en relación a

la amígdala, y hemos dejado para abordar en este momento las asimetrías que han sido

estudiadas con mayor profusión, las relativas a la corteza prefrontal.

Algunos estudios tempranos evaluaron el ánimo subsiguiente al daño cerebral,

encontrando que los pacientes con lesión en el hemisferio izquierdo, particularmente en la

corteza prefrontal, tenían más propensión a desarrollar síntomas depresivos, en

comparación con los pacientes que tenían lesiones en regiones homólogas del hemisferio

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

101

derecho.167 En estos estudios, la mayoría de las lesiones incluyen más de un sector de la

corteza prefrontal, pero la mayoría de los pacientes tienen afectada la zona dorsolateral.

También se ha encontrado una correlación entre la lesión de la corteza prefrontal

dorsolateral izquierda y los síntomas depresivos, lo que se interpreta como demostración

del papel que juega este área en el afecto positivo que, al verse afectada, incrementa la

posibilidad de sintomatología depresiva. Aunque no todos los estudios actuales son

consistentes con estos resultados, la mayoría vienen a apoyar la idea de que el daño en

corteza prefrontal izquierda tiene relación con el ánimo deprimido.168

La diferente implicación de la corteza prefrontal izquierda y derecha en ciertas

formas de emoción positiva y negativa se apoya en medidas electrofisiológicas de

activación regional en sujetos normales expuestos a estímulos que provocan la emoción.

En estos estudios se ha encontrado un incremento de la activación anterior izquierda

durante el afecto positivo, y un incremento de la activación anterior derecha durante el

afecto negativo.169

Sin embargo, este tipo de estudios muestra dificultades en cuanto a la replicación,

debido a limitaciones metodológicas.170 De hecho, hay pocos estudios de neuroimagen

para estudiar las asimetrías prefrontales en procesos afectivos. Algunos de estos problemas

tienen que ver con la complejidad derivada de la asimetría de la anatomía estructural,

particularmente en el tejido cortical, lo que hace extremadamente difícil extraer regiones

homólogas para análisis de asimetrías. El tamaño de las regiones puede diferir en los dos

lados del cerebro, el homólogo anatómico puede no estar exactamente en la misma

localización en cada hemisferio, y la forma del territorio cortical en cada lado del cerebro

también es diferente con frecuencia. Este tipo de obstáculos son los que hacen que la

neuroimagen se encuentre con grandes problemas para hacer inferencias sobre patrones de

activación asimétrica.171

Con todo, se han encontrado diferencias de activación, por medio de fMRI, en

regiones de la corteza prefrontal, que predijeron una disposición a una emoción negativa.

Los individuos con mayor cambio de señal en el lado derecho –comparado con cambio en

la señal del lado izquierdo— en respuesta a imágenes negativas, comparadas con imágenes

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

102

neutrales, mostraban mayor disposición a afecto negativo. Resultado que es consistente

con los hallazgos obtenidos mediante medidas de actividad eléctrica del cerebro.

Como se ha comentado anteriormente, los estudios revelan que los individuos con

mayor activación basal prefrontal relativa en el lado izquierdo tienen mayor capacidad de

recuperación del estado inicial tras un estímulo negativo, lo cual hace pensar que las

diferencias individuales en la activación prefrontal asimétrica tienen que ver con el tiempo

de la respuesta emocional, y que los individuos con mayor activación izquierda se

recuperan más rápidamente de los afectos negativos o del estrés, que los que tienen mayor

activación derecha. El mecanismo que puede estar subyacente a este resultado lo

explicaron LeDoux y sus colaboradores:172 existe un camino descendente entre la corteza

prefrontal medial y la amígdala, que es inhibidor y que, por tanto, representa un

componente de extinción. En ausencia de este input inhibitorio normal, la amígdala

continúa activada.

6.2.2.1. Afecto positivo: aproximación. Afecto negativo: retirada

Por otro lado, conviene tener en cuenta que varios autores coinciden en distinguir

dos formas principales de motivación y emoción, representadas en circuitos neurales

diferentes. Un primer sistema es el de aproximación, que facilita el comportamiento

apetitivo y genera ciertas formas de afecto positivo. El segundo es el sistema de retirada,

que facilita la separación de un organismo de las fuentes de estimulación aversiva y genera

ciertas formas de afecto negativo. Las regiones que sustentan estos sistemas son las ya

mencionadas anteriormente. Algunas de ellas participan en ambos circuitos, mientras que

otras están implicadas mayormente en uno de los sistemas que en el otro. Por ejemplo, el

nucleus accumbens tiene que ver con el sistema de aproximación, mientras que la amígdala

está implicada en el sistema de retirada.

Existiría también una valencia en algunos, pero no todos, los componentes de estos

circuitos, de tal modo que hay interacciones complejas entre las estructuras dentro de un

circuito con influencias excitadoras e inhibidoras. Y el comportamiento emocional puede

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

103

ser generado sin la activación de todos los componentes del circuito. También hay

interacciones entre ambos sistemas, pero parecen diferenciados. En particular, se ha

mostrado la importancia de examinar los niveles de activación en los componentes de estos

circuitos separadamente en los hemisferios derecho e izquierdo, ya que algunas formas de

psicopatología o estilo afectivo implican diferencias bilaterales en estos sistemas. Por

ejemplo, como se ha mencionado, la disminución de la activación en la región prefrontal

izquierda y derecha se muestra asociada con déficits tanto en el sistema de aproximación

como en el de retirada, respectivamente, y como tal, está asociada con síntomas como la

anhedonia.

Aunque conviene mencionar que, a pesar de que las diferencias individuales en

algunos aspectos del estilo afectivo están influidas por los niveles de activación de los

componentes de los circuitos, y en relación con la asimetría de la activación prefrontal,

esas diferencias son sólo causas que contribuyen a un estilo afectivo y, como tales, no son

suficientes ni necesarias para la producción de un tipo de estilo afectivo o psicopatología.

Por ejemplo, cuando un individuo con hipoactivación prefrontal izquierda es expuesto a los

eventos negativos de la vida durante un período prolongado de tiempo, podemos predecir

que hay un incremento de la probabilidad de desarrollar la depresión. Pero, como causa

que contribuye, no deberíamos esperar que todos los sujetos con relativa activación

anterior derecha estuvieran deprimidos, ni deberíamos esperar que todos los sujetos

deprimidos muestren activación anterior derecha, ya que los mecanismos son más

complejos.173

6.2.2.2. Hipótesis del hemisferio derecho contra hipótesis de la

valencia

Todos estos estudios han dado lugar a dos teorías que se refieren a la diferenciación

en la especialización hemisférica del procesamiento de la emoción: una de ellas es la

“hipótesis del hemisferio derecho” que sugiere que el hemisferio derecho está

especializado únicamente en el procesamiento de la emoción y que el hemisferio izquierdo

tiene, como mucho, un papel de apoyo en la percepción emocional.174 Por su parte, la

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

104

“hipótesis de la valencia” sugiere que el hemisferio derecho está especializado en la

percepción y generación de emociones negativas o de evitación, mientras que el hemisferio

izquierdo está especializado en la percepción y generación de emociones positivas o de

aproximación.175 Evidentemente, cada teoría conducirá a diferentes predicciones respecto

a la percepción de información positiva, pero ambas predicen que el hemisferio derecho es

superior al izquierdo en el procesamiento de la información negativa.

Teniendo en cuenta este planteamiento, Smith y Bulman-Fleming176 se preguntan si

las diferencias en las capacidades perceptivas de los hemisferios cerebrales ante los

estímulos conscientemente percibidos, se establecen también en la percepción

inconsciente. Los estudios previos relativos a percepción inconsciente mostraban una

ventaja del hemisferio derecho en la discriminación del afecto.177 Y los estudios de

neuroimagen parecen apoyar esta hipótesis, así, Whalen y cols.178 hallaron que la amígdala

derecha no sólo era sensible a los estímulos emocionales percibidos inconscientemente,

sino que podía diferenciar entre emociones positivas y negativas que se percibían sin

conciencia. Específicamente, la amígdala derecha mostraba incremento de activación ante

la presencia de estímulos de temor, e índices menores de activación cuando se presentaban

estímulos de felicidad. Por tanto, hay evidencia de que el hemisferio derecho es sensible a

la percepción inconsciente de la emoción, y lo que se plantean estos autores es estudiar

más a fondo estos patrones de activación ante la percepción consciente e inconsciente. Su

conclusión será que cuando se utilizan estímulos emocionales negativos –en este caso,

palabras—, las asimetrías hemisféricas que se observan cuando se trata de percepción

consciente, no aparecen en la percepción inconsciente. Además, la ventaja hemisférica

lleva a un mayor grado de percepción consciente y a un grado reducido de percepción

inconsciente.

Queda abierta la pregunta de si utilizando estímulos positivos se obtendrían los

mismos resultados, lo que daría apoyo a la hipótesis del hemisferio derecho, o si habría una

ventaja para el hemisferio izquierdo en la percepción consciente, lo que apoyaría la

hipótesis de la valencia.

Un estudio posterior de estos mismos autores179 ratifica la ventaja del hemisferio

derecho para la percepción consciente y su déficit para la percepción inconsciente, pero

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

105

apunta un dato más que resuelve el interrogante: la ausencia de diferencias hemisféricas

para la percepción de las emociones positivas, lo que proporciona evidencia en contra de la

hipótesis del hemisferio derecho. Esto significa que esta hipótesis tiene sus limitaciones

cuando se aplica a sujetos neurológicamente intactos, en estudios de comportamiento, lo

cual puede implicar que es la hipótesis de la valencia la que resulta válida, o bien que es

posible pensar en una hipótesis que combine ambas.

6.2.2.3. Asimetrías faciales y asimetrías hemisféricas

Como se ha podido apreciar, buena parte de estos estudios se apoyan en las

asimetrías de la expresión facial. Conviene comentar la razón que sustenta este interés. Los

estudios neuropsicológicos muestran que la expresión emocional se expone

predominantemente en el lado izquierdo de la cara. Algunos autores defienden una

“hipótesis de dirección motórica”, según la cual, mientras que las emociones negativas se

exponen predominantemente en el lado izquierdo de la cara, las emociones positivas

(entendiendo por tales las no neutrales o controladas) se expresan preferentemente en el

lado derecho de la cara. Una posible explicación es la teoría de la valencia que hemos

comentado: que el hemisferio derecho regula el comportamiento de retirada, mientras que

el hemisferio izquierdo regula el comportamiento de aproximación. A ello cabe añadir que

sólo los dos tercios inferiores de la cara están inervados predominantemente de modo

contralateral.

La mayoría de las investigaciones realizadas con elctroencefalograma (EEG) están

de acuerdo con esta distinción hemisférica-morfológica. En un curioso estudio que trata de

relacionar los resultados de la investigación en el campo de la estética y en el campo de la

neuropsicología, se analizan los retratos realizados por Rembrandt, en los que se observa

que las mujeres muestran el lado izquierdo de la cara, mientras que los hombres muestran

el lado derecho. La hipótesis de trabajo es que el pintor eligió pintar el lado izquierdo de

las mujeres para captar sus cualidades íntimas, que pueden haber enfatizado

inadvertidamente sus emociones negativas. Los modelos masculinos, por su parte,

exponían su lado derecho para revelar sus cualidades de extroversión, que podrían estar

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

106

enfatizando sus emociones positivas. Más aún, el estudio se plantea la posibilidad de que

una asimetría hemisférica pudiera afectar a los juicios del espectador ante la obra de

Rembrandt. Es decir, que las diferencias hemisféricas fueran más perceptivas que

expresivas.180

Éste es un modelo que han utilizado también otros autores, presentando rostros

felices o tristes, frente a rostros neutros, en el campo visual derecho o izquierdo, y

observando que los tiempos de reacción son más rápidos al juzgar las presentaciones en el

lado derecho, cuando la expresión era feliz (es decir, estaba siendo juzgada por el

hemisferio izquierdo del observador), y viceversa cuando era triste.181 Esto sugiere que

cada hemisferio estaría especializado en juzgar, además de producir, exposiciones

emocionales positivas y negativas.

Si esto es así, los retratos que muestran el lado izquierdo de la cara serían

procesados mayormente por el hemisferio derecho, que es más sensible a las emociones

negativas. Por tanto, aparecerían como menos agradables, ya sea porque son vistos más

directamente por el hemisferio derecho del observador, o porque el hemisferio derecho del

modelo expresa emociones más negativas en el lado izquierdo de su cara. Esta idea se

apoyaría en la investigación sobre belleza facial, que sugiere que es la fisonomía de

composiciones derecha-derecha e izquierda-izquierda lo que determina que un rostro sea

atractivo, y no los procesos perceptivos asimétricos que puede generar una imagen

invertida en espejo. 182

En una línea semejante, hay estudios que tratan las asimetrías en el movimiento

facial que acompaña a la expresión facial de las emociones. De nuevo estamos ante

investigaciones que plantean la existencia de asimetrías en patrones de activación de

regiones específicas del cerebro, en respuesta a ciertos tipos de emociones negativas o

positivas. Y de nuevo la organización asimétrica del afecto en los dos hemisferios

cerebrales sirve de base conceptual para investigar cómo la emoción actúa de modo

asimétrico en los dos lados de la cara. Según lo dicho anteriormente, se podría esperar,

especialmente en la zona inferior de la cara, que las expresiones emocionales se mostraran

mayormente en el lado izquierdo, y que las emociones negativas también aparecieran más

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

107

en el lado izquierdo, debido al papel de las regiones prefrontales derechas en el afecto

negativo.183 Tal es el resultado del estudio de Nicholls y cols.184

La explicación basada en los sistemas de aproximación-retirada sería la que

cobraría aquí relevancia, al permitir dar una razón de la especialización de ciertas regiones

prefrontales: los territorios prefrontales dorsolaterales izquierdos tienen que ver con la

emoción positiva, especialmente en las formas que implican afecto que lleva a la

implementación de metas agradables, los mecanismos de aproximación; por su parte los

territorios prefrontales laterales derechos serían los que tendrían relación con el afecto

negativo y la retirada, especialmente en lo que se refiere a la vigilancia ante pistas de

amenaza en el ambiente. La separación de estas funciones en hemisferios diferentes podría

minimizar la interacción competitiva entre ambos sistemas, facilitando la respuesta

adaptativa a los estímulos de premio y castigo.

6.2.2.4. Asimetría frontal con EEG y emoción

Últimamente los estudios de la emoción con EEG han observado un importante

desarrollo. El electroencefalograma (EEG) de actividad alfa asimétrica en las regiones

anteriores del cuero cabelludo ofrece una gran variedad de medidas que resultan muy

interesantes para los investigadores de las emociones. Este es un campo muy prometedor

en el que las variables asociadas con la técnica (asimetría frontal EEG) son muchas, por

ejemplo, el temperamento de los niños, los auto-informes como medidas de afecto y

personalidad, la timidez y la ansiedad social, la función inmune, la memoria de material

narrativo triste, etc.185

Uno de los fundamentos teóricos más sólidos y admitidos de modo más general es

el de Davidson que, como se ha comentado, se refiere a los dos sistemas aproximación-

retirada en relación con la actividad frontal izquierda y derecha. Harmon-Jones186 afirma

que este modelo incluye componentes de motivación y de valencia. Así, identifica un

“modelo de valencia” de asimetría EEG en el que los niveles relativos más altos de

activación frontal izquierda están asociados con la expresión y experiencia de las

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

108

emociones positivas, y los niveles altos relativos de actividad frontal derecha se asocian

con la experiencia y expresión de emociones negativas; y también un “modelo

motivacional” en el que los niveles altos de actividad relativa frontal izquierda se

relacionan con la expresión de emociones de aproximación, y los niveles altos de actividad

relativa frontal derecha se relacionen con la expresión de emociones de retirada. Existiría

además un “modelo de motivación con valencia” –donde se sitúa Davidson—, que sería

una combinación de los dos anteriores, al asociar los afectos positivos con la

aproximación, y los afectos negativos con la separación. Y éste es el que toman como

base la mayor parte de los estudios con EEG.

Los estudios de asimetría EEG y emoción pueden clasificarse en cuatro

categorías:187 investigación sobre los rasgos de la EEG de asimetría frontal y otras

medidas de rasgos; estudios sobre la asimetría frontal como predictor de cambios de estado

dependientes; investigaciones sobre EEG de asimetría frontal y medidas de psicopatología;

y estudios de activación de EEG de asimetría frontal como medida de estado. Esto

significa que la asimetría no es, por sí misma, un mecanismo, sino un marcador para

algunos procesos neurales subyacentes. De hecho, Coan y Allen se plantean si la asimetría

EEG puede considerarse un mediador, un moderador o una correlación en los estudios en

que se emplea. Hay toda una discusión abierta acerca de la idoneidad metodológica de esta

técnica, y sobre sus dificultades, especialmente para establecer asociaciones entre las

asimetrías observadas con EEG, los mecanismos neurales responsables de tales asimetrías,

y los resultados de comportamiento u otros (que pueden tomar la asimetría como una

variable independiente).

También conviene tener en cuenta que los propios investigadores destacan la

necesidad de utilizar mecanismos más fiables y objetivos para el estudio de las emociones

que los autoinformes. Y que existen algunas limitaciones de la técnica, como el hecho de

que el EEG frontal sólo pueda registrar medidas de las áreas dorsolaterales de la corteza

prefrontal; las diferencias en las localizaciones de los electrodos de referencia; la

posibilidad de que se estudien otras bandas de frecuencia diferentes de alfa; la

inobservancia de las variaciones bilaterales por un exceso de interés en las asimetrías; o la

necesidad de una investigación comparativa entre animales y humanos.188

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

109

Este tipo de “llamadas de atención” resultan de gran importancia, ante los avances

de estos estudios. Así, Davidson, como ya se comentó anteriormente, alerta respecto a la

bibliografía existente sobre la asimetría en EEG frontal, insistiendo en el hecho de que la

corteza prefrontal –o los sectores particulares de la corteza prefrontal que son objeto de los

estudios con EEG— representa sólo una pequeña porción del circuito de la emoción. De

modo que, para ciertos tipos de procesos emocionales, la presencia de un patrón particular

de asimetría prefrontal funcional puede ser necesario, pero no suficiente, para el estado

emocional en cuestión, o puede ser simplemente una causa que contribuye al estado

emocional.

6.2.3. Diferencias entre géneros

Todos percibimos diferencias entre hombres y mujeres, sin embargo cabe

preguntarse hasta qué punto la descripción de esos elementos se basa en realidades, o es

meramente un conjunto de tópicos malintencionados. Las bromas y los análisis,

presuntamente fiables, acerca de lo que distingue a uno y otro sexo, han llenado páginas

interminables en nuestra cultura. Desde los símbolos del escudo y la lanza de Marte, que

representa a los varones, y el espejo de Venus, que representa a la mujer, hasta las mil y

una diferencias que comentamos sobre costumbres, sensibilidades o reacciones típicas de

unos y otros, lo cierto es que resulta arriesgado tratar esta cuestión.

Los viejos debates han estado centrados en dos distinciones que resultan útiles y

que van cobrando nuevas dimensiones. La primera de ellas es la separación y diferencia

entre el sexo y el género. Al hablar del sexo se hace referencia a los aspectos biológicos del

dimorfismo sexual. Por tanto, están aquí contenidos elementos de genética, endocrinología,

anatomía, fisiología, neurología, etc. que describen las diferencias observables. Por su

parte, el género se refiere a los aspectos psicológicos, sociales y culturales. Es decir, a

elementos que contribuyen y construyen una cierta identidad, y que por tanto se estudian

desde la psicología, la sociología, la antropología, etc.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

110

La segunda distinción es también antigua y tiene una larga tradición en el

pensamiento: la diferente relevancia entre la naturaleza y la cultura (nature/nurture) para la

configuración de una personalidad individual. Al hablar de la naturaleza estamos más

anclados en la biología, en la existencia de elementos innatos que conforman cada sexo y

lo configuran. Al hablar de la cultura subrayamos los elementos aprendidos, dependientes

de la sociedad, el ambiente, el medio en que vive el individuo.

El debate ha estado centrado en buena medida en la diferente relevancia que se le

ha concedido a uno y otro elemento. Como se ha comentado, para algunos, lo que somos

depende principalmente de elementos “naturales”, biológicos, no elegidos, que determinan

nuestros comportamientos y nos hacen ser de un cierto modo, irrenunciable y condicionado

previamente. Mientras que para otros, la clave de nuestra identidad está en lo que el medio

ha hecho con nosotros, lo que el aprendizaje, los condicionantes socioculturales o las

tradiciones han querido ir configurando.

No cabe duda de que cualquiera de estas dos posiciones, mantenida de modo

radical, puede llevar a un determinismo radical que sería inaceptable. En ambos casos

podríamos estar afirmando una cierta prefiguración, en la que los cambios serían

accidentales y superficiales, en donde no tiene espacio ninguna forma de libertad, pues

existiría un condicionante previo inapelable. Sin embargo, probablemente ambas tienen

parte de razón en sus presupuestos y probablemente hay elementos tanto biológicos como

culturales que explican nuestra identidad como personas.

La novedad actual reside en que las nuevas investigaciones aportan alguna luz y

datos relevantes a esta vieja cuestión, reabriendo el debate y suscitando una y provocadora

cuestión: ¿podríamos hablar de racionalidades, modelos de pensamiento, o sistemas de

toma de decisiones, diferentes en hombres y en mujeres?

En los años 90 del siglo XX, al comienzo de la famosa década del cerebro, la

medicina abandonó la idea de que las mujeres son “hombres pequeños” para comenzar

investigaciones específicas sobre la cuestión de género. Desde entonces los datos

científicos han ido incrementándose y generando nuevos planteamientos.189

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

111

Se describieron las evidentes diferencias existentes, por ejemplo diferencias

anatómicas (que clásicamente se habían explicado por observación de estructuras

diferentes y que ahora se completan con la observación de funcionamientos diferentes por

medio de técnicas de neuroimagen funcional); diferencias hormonales; diferencias de

aprendizaje (que cambian el cerebro en su misma estructura); o diferencias de capacidades:

como el lenguaje y otras.

Se apuntaron algunos datos que son relevantes para la posible distinción entre los

cerebros de hombres y mujeres.190 Sólo por citar algunos ejemplos: que los hombres tienen

un 4% más de neuronas que las mujeres, aunque las mujeres tienen más conexiones

neuronales. También que las mujeres tienen un cuerpo calloso mayor, lo que significa

mayor conexión interhemisférica y a más velocidad. Los estudios muestran también que el

lenguaje suele estar situado en el hemisferio dominante (izquierdo mayormente) en los

hombres, mientras que en las mujeres parece haber actividad en ambos hemisferios. O que

el sistema límbico es mayor en las mujeres (lo que se interpreta como una mayor capacidad

para la comprensión de sentimientos, también un olfato más desarrollado, y una mayor

tendencia a la depresión. Mientras que los hombres mostrarían una mayor tendencia a los

comportamientos violentos y menor empatía).

Sin duda, los datos no son suficientes y la interpretación y significado de los

mismos es lo más relevante, y está teñido de intereses, presupuestos, teorías e ideologías

subyacentes. De hecho, si se observan los comentarios y estudios (más o menos

científicos) que se han ido desarrollando, se puede apreciar cómo el contexto político-

cultural de cada época ha ido marcando los significados. Afirmaciones que consideraban

inferiores a las mujeres por su condición biológica, y estudios con carácter sexista son

impensables en nuestra época, acostumbrados a la reivindicación de los derechos de las

mujeres. De hecho, la defensa de la igualdad de las mujeres dio como resultado, en este

debate, la preeminencia de lo cultural frente a lo biológico por rechazo de la opresión y el

exceso de simplificación de las explicaciones sexistas. Se ha insistido en que cualquier

planteamiento acerca de las diferencias entre hombres y mujeres puede suponer cuestionar

la capacidad intelectual de las mujeres y por tanto justificar su discriminación (esto es, la

desigualdad en derechos).191

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

112

Se evidencia así la clara influencia de lo socio-político en las teorías científicas,

especialmente en temas polémicos, en donde intervienen con facilidad presupuestos de

experiencia y prejuicios, no siempre salvables ni explícitos.

Sin embargo, actualmente se cuestiona con fuerza el reduccionismo, tanto cultural

como biológico, y se afirma que tampoco es deseable, ni probablemente correcto, un

planteamiento estrictamente culturalista, desechando la parte biológica. La postura más

razonable y completa parece ser un continuo combinado de biología y cultura, en el que el

peso relativo de una y otra parte está por determinar.

Uno de los estudios que han reabierto este debate es M. Hines quien, en una

conocida investigación,192 trataba de buscar una posible correlación entre los sexos y las

preferencias ante los juguetes presuntamente masculinos (balón y coche), los

presuntamente femeninos (muñeca y sartén) y los presuntamente neutros (perro de peluche

y libro de colores). Sus resultados apuntan a que ellos pasan casi el doble de tiempo que

ellas con el coche y la pelota, y viceversa, mientras que apenas hay diferencias en los

juguetes neutros. Lo que parece corroborar una experiencia que muchos calificarían de

claramente aprendida. Sin embargo, lo más interesante de este estudio, es que la

explicación es biológica, no cultural, porque los sujetos de experimentación eran monos.

Hines, consciente de la polémica que pueden suscitar este tipo de investigaciones,

comentaba que la medición de diferencias psicológicas entre sexos es compleja, no sólo

porque en su mayoría son características que no pueden observarse ni medirse de modo

directo y cuantitativo, sino también porque los instrumentos de medición carecen del

acuerdo metodológico y teórico suficiente como para hacer dicha investigación.

Si a ello unimos que todos los individuos tienen sus propias opiniones sobre esta

cuestión de las diferencias entre sexos, y que, al ser una cuestión de valores, hay que tener

un exquisito cuidado en no proyectar las convicciones personales en la interpretación de

los resultados, es claro que dista mucho de ser un tema neutro. Más bien, en muchos casos,

en las investigaciones sobre este tema nos encontramos afirmaciones subjetivas, relativas a

los roles de hombres y mujeres. Y también se constata que la mayor parte de los

investigadores buscan diferencias entre sexos, siendo mucho más minoritaria la

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

113

publicación de hallazgos de semejanzas, lo cual induce a sospechar de un notable sesgo en

el planteamiento de las investigaciones.

Otro autor que conviene mencionar y que goza de un enorme prestigio en la

comunidad científica por sus estudios sobre el autismo es S. Baron-Cohen.193El autismo se

define últimamente como un déficit de desarrollo de una teoría de la mente. Según este

autor, el autismo sería una forma extrema de cerebro masculino. En sus estudios encuentra

una interesante conexión entre el trastorno autista y la mayor influencia de la testosterona

en el desarrollo prenatal. De ahí que plantee una teoría relativa a las diferencias entre los

cerebros masculinos, que responderían a lo que él denomina una “mente de sistemas”, y los

cerebros femeninos, que se caracterizarían por una “mente de relaciones”.

La sistematización, que sería la característica más típica del cerebro masculino,

consiste en el impulso de analizar un sistema, del tipo que sea: un sistema mecánico como

una máquina o un ordenador; un sistema natural como el clima, en el que intentamos

descubrir normas o leyes que rijan dicho sistema; un sistema abstracto como las

matemáticas o la música; o un sistema que se pueda coleccionar, como una biblioteca o

una colección filatélica.

Cabe destacar que un sistema tiene normas, o leyes, y que se puede esclarecer cómo

funciona el sistema mediante la comprensión de las leyes. Parece que a los hombres les

interesan más los sistemas y su funcionamiento.

Por su parte, el cerebro femenino estaría más capacitado para la empatía, esto es, la

capacidad de reconocer las emociones y pensamientos de otra persona, pero también de

responder emocionalmente a los pensamientos y sentimientos de esa persona. Esto se ha

comprobado en otros estudios posteriores194 mostrando cómo las mujeres muestran una

mayor activación en la corteza prefrontal derecha y en el surco temporal que los hombres,

en tareas de reconocimiento de expresiones faciales. Esto lleva a pensar que en las mujeres

se activan más las áreas de neuronas espejo en las interacciones cara a cara, lo que puede

suponer una mayor capacidad de “contagio emocional” y, por ende, mayor empatía.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

114

Las investigaciones en relación a las diferencias de género en cuanto al juicio moral

han insistido en que la sensibilidad moral de las mujeres está asociada con la actividad

neural relacionada con la empatía. Esto probablemente se explica por una mayor actividad

de la ínsula, región que juega un importante papel en la empatía.195

También se ha apuntado que las mujeres muestran una mayor activación del

cíngulo posterior durante la evaluación de dilemas morales relativos al cuidado, frente a los

dilemas relativos a la justicia.196 Esto coincidiría con la conocida propuesta de C.

Gilligan,197 corrigiendo la teoría del desarrollo moral de L. Kohlberg198 en lo relativo a las

aproximaciones más propias de las mujeres.

El cíngulo posterior parece relacionado con el procesamiento emocional y auto-

reflexivo199 y podría participar en los procesos de memoria y representación emocional en

el contexto de los juicios morales.200 Por ello es posible que la respuesta emocional de las

mujeres esté asociada con su diferente sensibilidad moral.

Por su parte, los hombres tendrían una activación mayor en el surco temporal

superior, que parece estar implicado en el juicio de dilemas personales complicados.201 Se

sugiere que esto significaría que los hombres utilizan más recursos cognitivos para obtener

información contextual y evaluar los aspectos de violación moral en los estímulos

presentados. Mientras que las mujeres se centrarían más en la percepción del individuo que

sufre la transgresión moral, donde hay un componente emocional más acusado.202

Coincidiendo con este tipo de resultados, Fumagalli y cols.203 encontraron

diferencias entre géneros en la respuesta a dilemas morales, atribuibles a una diferente

activación de los circuitos emocionales. Los hombres harían elecciones más “pragmáticas”

sin tener en cuenta el potencial daño para otras personas, lo cual se asocia con un

planteamiento más utilitarista, que contrasta con las elecciones de las mujeres, más

cercanas a una ética del cuidado.

Sin embargo, estos autores subrayan la imposibilidad de determinar si estas

diferencias en el juicio moral –razonamiento femenino orientado a la evitación del daño

para otros, la preocupación por las relaciones sociales y el cumplimiento de las

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

115

expectativas de otros, y razonamiento masculino orientado a los principios más abstractos

de la justicia y a una perspectiva individualista— son debidas a efectos culturales o reflejan

diferencias innatas.

En su perspectiva, la respuesta a este interrogante es más compleja que la

tradicional distinción entre lo cultural y lo biológico (nurture/nature), ya que en su estudio

no encuentran diferencias debidas a factores culturales como la educación y las creencias

religiosas.

Una buena aproximación es la de Jerome Bruner, quien habla de dos modos de

pensamiento: lógico-científico y narrativo. Se trataría de dos modalidades de

funcionamiento cognitivo.204 El pensamiento paradigmático o lógico-científico hace

referencia al ideal de un sistema matemático, formal, de descripción y explicación. La

clave de esta modalidad es la categorización y la existencia de operaciones para establecer

categorías y para relacionarlas entre sí a fin de constituir un sistema. En este modo de

pensamiento se busca la verdad empírica y el lenguaje, principalmente busca la coherencia

y la no contradicción. De ahí que se pueda afirmar que estamos en el terreno de los

argumentos.

La segunda modalidad es el pensamiento narrativo, mucho más preocupado por las

intenciones y acciones humanas, por las vicisitudes y las consecuencias de su transcurso.

Explica una experiencia situada en el tiempo y en el espacio. Por ello, lo más peculiar de

este modo cognitivo es la producción de relatos y obras dramáticas. Busca lo particular, se

preocupa por la condición humana. Al hablar de relatos, se habla de historias, de

experiencias vividas, donde la coherencia no es tan importante como la búsqueda de

sentido y la creación de mundos posibles.

Ni uno ni otro modo de pensar es necesariamente excluyente. Es posible que haya

tipos de racionalidad diferentes, y también es posible que existan diferencias entre sexos.

Algunas de ellas probablemente derivadas de nuestra condición biológica, que en cierto

modo nos determina y limita, pero también posibilita. Otras, quizá las más importantes,

afincadas en nuestros aprendizajes, en las tradiciones y valores que hemos ido asumiendo,

en la cultura en la que nos inscribimos y desde la que cobra sentido lo que somos. A esto es

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

116

a lo que llamamos identidad, y es también la biografía, la historia que narra a cada uno de

nosotros como persona. Eso nos diferencia y distingue, haciéndonos únicos, pero también

nos iguala en la condición humana y en la vida.

Es importante conocer los modos de ser distintos, las raíces de nuestras

desigualdades, principalmente porque la diversidad es enriquecedora y probablemente las

racionalidades discrepantes pueden ser también fuente de crecimiento, complementariedad

y creatividad. Pero sobre todo, porque son experiencias de ser humano, y de ellas siempre

se aprende.

6.3. Neuronas espejo y teoría de la mente

Como acabamos de ver, la investigación sobre los correlatos neurales de las

conductas y de las emociones es un campo de investigación en alza, que se acerca también

al campo de la neurociencia cognitiva social. De hecho, R. Adolphs considera que la

neurociencia ofrece una vía de conciliación entre las aproximaciones biológicas y

psicológicas al comportamiento social.205 La cognición social, desde esta perspectiva

neurocientífica, se define como la capacidad para construir representaciones de las

relaciones entre uno mismo y los otros, y para usar estas representaciones de modo flexible

para guiar el comportamiento social. Apunta, por tanto, como se ha indicado, no sólo a los

elementos “racionales” sino también, y de modo creciente, a las emociones, a las formas de

percepción de las normas sociales –por ejemplo, como se ha visto, se analiza la capacidad

de reconocimiento de expresiones faciales—,206 y también estudia la teoría de la mente

(mentalización) como clave de la interacción social.207 La teoría de la mente (ToM, theory

of mind) o “mentalización” se refiere a los correlatos neurales de la capacidad de explicar y

predecir el comportamiento de otras personas, atribuyéndoles estados mentales

independientes.

Los estudios de neuroimagen han ido mostrando la existencia de un sistema neural

distribuido que subyace a ToM. Dicho sistema implica varias áreas cerebrales:

principalmente el surco temporal superior –que sería responsable de la detección del agente

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

117

que actúa y de los estímulos provenientes del movimiento biológico de otra persona—, los

polos temporales –que están asociados con procesos mnemónicos, aportando un contexto

semántico y episódico a los estímulos que se están procesando— y la corteza prefrontal

medial –que analiza los estímulos y produce una representación de los estados mentales

propios y ajenos—. De modo menos importante también parecen estar implicadas la

amígdala y la corteza órbitofrontal. No obstante, las investigaciones relacionadas con las

llamadas “neuronas espejo” (MNS, mirror neuron system) van aportando, día a día, nuevos

datos que obligan a revisar y ampliar estas descripciones. Las neuronas espejo son un tipo

especial de neuronas que se activan cuando un individuo realiza una acción y también

cuando observa una acción similar llevada a cabo por otro individuo.

Todas estas investigaciones neurocientíficas dan lugar a otro frente de reflexión de

enorme importancia por sus implicaciones filosóficas: cómo se alteran conceptos tales

como la voluntad, la libertad o la identidad, al encontrar los sustratos neurales de nuestras

conductas e incluso de nuestros pensamientos, y cómo se modulan en la interacción social.

Está presente aquí, de nuevo, el riesgo de un cierto determinismo reduccionista en la

explicación del ser humano, por un excesivo apego a los datos científicos.208

Será necesario, y cada vez más, analizar las implicaciones que tiene el hecho de que

la neuroimagen, más que cualquier otra técnica de investigación cerebral, indique, como

afirma M.J. Farah, que «importantes aspectos de nuestra individualidad, incluyendo

algunos de los rasgos psicológicos que nos importan a la mayoría como personas, tienen

correlatos físicos en la función cerebral.»209 Esto tiene que ver, por ejemplo, con la

investigación sobre los correlatos neurales de la conciencia,210 o con la más polémica

relación entre experiencia religiosa y cerebro, establecida a partir de los estudios con

pacientes que padecían epilepsia del lóbulo temporal, y que en ocasiones mostraban

intensos sentimientos religiosos durante las crisis.211

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

118

6.3.1. Las neuronas espejo

Hasta hace poco tiempo, la atribución de significado a las acciones observadas en

otros individuos se explicaba a partir de complejos mecanismos relacionados con la

memoria, las experiencias previas y los procesos de razonamiento. Sin embargo, con el

descubrimiento de las denominadas “neuronas espejo”, es posible explicar de un modo más

sencillo esa situación tan habitual para todos de comprender inmediatamente lo que otro

individuo está haciendo. Entender las acciones y las intenciones es una tarea que, aunque

en ocasiones requiera de procesos más elaborados, se realiza de modo más directo y simple

por medio de las neuronas espejo.

Estas neuronas fueron descubiertas por el equipo de G. Rizzolatti en la década de

los años noventa del siglo XX.212 Observaron cómo ciertas neuronas del cerebro del mono

(macaco) se activaban no sólo cuando el individuo realizaba acciones motoras dirigidas a

una meta, sino, sorprendentemente, también cuando dicho individuo meramente observaba

cómo alguien (otro mono, o un humano) realizaba la misma acción. En la medida en que

este conjunto de células parecía “reflejar” las acciones de otro en el cerebro del

observador, recibieron el nombre de neuronas espejo. Este descubrimiento que, como en

tantas ocasiones en la historia de la ciencia, fue por azar, se ratificó posteriormente con

experimentos específicamente diseñados para observar si las neuronas espejo se activaban

ante la observación de acciones (y no sólo durante su ejecución), y si estaban implicadas en

la comprensión de las acciones (activándose cuando el mono no podía ver la acción

realmente, pero tenía suficientes datos para producir una representación mental de la

misma, es decir, cuando podía imaginarla).

La confirmación de esta actividad de las neuronas espejo llevó a preguntarse si este

mismo sistema existía también en los seres humanos, lo cual se ha demostrado a partir de

numerosos experimentos en los que han sido de incalculable ayuda las técnicas de

neuroimagen.

Los conjuntos de neuronas espejo parecen codificar plantillas para acciones

específicas, lo cual permite a un individuo no sólo llevar a cabo acciones motoras sin

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

119

pensar en ellas, sino también comprender las acciones observadas, sin necesidad de

razonamiento alguno.

Dicho de modo más sencillo: si hasta ahora considerábamos que el movimiento, por

ejemplo de una mano, era el resultado de un proceso mental en el que, analizadas por el

cerebro las percepciones y datos sensoriales, se emitía una respuesta adecuada (que, en el

caso de acciones intencionales complejas, requeriría de unas capacidades cognitivas

realizadas por regiones especializadas para ello), y que la zona motora del cerebro era la

encargada de ejecutar dicha respuesta en forma de movimiento, ahora parece ser que el

sistema motor es mucho más complejo, y puede ser el sustrato neural de procesos

atribuidos al sistema cognitivo.

Esto tiene dos importantes consecuencias: por una parte, obliga a revisar lo que

hasta este momento se ha venido afirmando respecto a las regiones motoras del cerebro (el

sistema motor no puede ser ya concebido como un mero “ejecutor pasivo” de órdenes

emitidas por otra región cerebral, parece tratarse más bien de un complejo entramado de

zonas corticales diferenciadas, capaces de realizar las funciones sensoriomotoras que

parecerían propias de un sistema cognitivo superior) y por otro lado, supone un importante

reto para nuestras convicciones filosóficas acerca de la importancia de la comprensión

consciente de los actos humanos.

El propio Rizzolatti reconoce que las neuronas espejo nos permiten entender la

mente de los demás, no sólo a través de un razonamiento conceptual sino mediante la

simulación directa. Sintiendo, no pensando. Y ello porque somos criaturas sociales, y

nuestra supervivencia depende de entender las acciones, intenciones y emociones de los

demás.

La importancia de estos descubrimientos es de tal categoría que un prestigioso

investigador como V.S. Ramachandran no tuvo ningún reparo en afirmar que «las neuronas

espejo harán por la psicología lo que el ADN hizo por la biología: proporcionarán un

marco unificador y ayudarán a explicar una multitud de capacidades mentales que hasta

ahora han permanecido misteriosas e inaccesibles a los experimentos».213

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

120

6.3.2. Comprender a los otros

Las investigaciones de G. Rizzolatti, V. Gallasse, M. Iacoboni, L.M. Oberman, V.S.

Ramachandran y otros muchos permiten afirmar que existe un vínculo entre la

organización motora de las acciones intencionales y la capacidad de comprender las

intenciones de otros. Esto supone la disolución de la barrera entre uno mismo y los otros, y

es fácil comprender la ventaja que implica desde el punto de vista de la supervivencia. La

comprensión de las intenciones y las emociones de otros es esencial para la vida social y el

fundamento de los comportamientos morales.

Ramachandran llama a las neuronas espejo “neuronas de la empatía” por ser las

implicadas en la comprensión de las emociones de los otros. De algún modo, si la

observación de una acción llevada a cabo por otro individuo activa las neuronas que

permitirían al observador realizar la misma acción, estaríamos ante una suerte de “lectura

de la mente”. Las neuronas espejo del observador actúan como un sistema que permite la

comprensión de las acciones y por tanto la empatía, la imitación, y la teoría de la mente.

Incluso se ha sugerido que el sistema de neuronas espejo sería el mecanismo neural básico

para el desarrollo del lenguaje.214 Rasgos todos ellos de capacidades relevantes para la

hominización, desde un punto de vista evolutivo.

Un elemento esencial de todas estas hipótesis radica en la introducción de la

intención en la comprensión de la acción. Los primeros estudios planteaban la función de

las neuronas espejo para entender la acción (el “qué” de la acción), sin embargo, lo más

interesante está en la comprensión de la intención de dicha acción (el “por qué”) sin la cual

no sería más que un mero reflejo, como el nombre venía a indicar (neuronas espejo).

Determinar por qué se ejecuta una acción es básico para su comprensión real, y tiene que

ver con detectar la meta u objetivo de dicha acción. Para estudiar este tipo de cuestiones se

han llevado a cabo estudios con resonancia magnética funcional,215 analizando las

respuestas de los observadores a acciones con y sin contexto que les diera sentido. Los

resultados muestran la activación de ciertos grupos de neuronas sólo cuando los actos

motores se incrustan en acciones que tienden a una meta. V. Gallese216 habla de un

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

121

“mecanismo de simulación incorporado” cuya activación da lugar a la adscripción de

intenciones, proceso que se daría siempre por defecto. La predicción de la acción y la

adscripción de intenciones serían así fenómenos relacionados, con un mismo mecanismo

funcional (la simulación incorporada).

Cada investigador utiliza terminología diferente, lo cual complica un tanto la

comprensión de estos estudios. Sin embargo, hay un acuerdo bastante generalizado acerca

de que la comprensión de las acciones humanas tiene que ver con la capacidad de simular

las acciones observadas en otros (es decir, que el observador represente los estados

internos de otros individuos con su propio sistema motor, cognitivo y emocional). Esta

simulación posibilita una comprensión de los otros humanos que permite percibirlos como

semejantes, una “multiplicidad compartida de intersubjetividad” como lo llama V.

Gallese,217 esto es, permite la atribución de una mente.

La atribución de pensamientos e intenciones a otros, lo que se denomina teoría de la

mente, ha sido objeto de estudio conforme a dos hipótesis en pugna: (1) la teoría-teoría,

que, apoyándose en estudios de comportamiento, propone que los individuos desarrollan

una ToM en los primeros años de vida probando reglas dadas relativas a las funciones de

los objetos y organismos con los que interactúan, y generando cognitivamente una teoría

acerca de lo que los otros piensan. (2) Y la teoría de la simulación que, como se ha

señalado, propone que la ToM es un desarrollo de la capacidad de interpretar las acciones

de otros a través de la simulación (o representación). Esta segunda hipótesis parece más

sólida, en la medida en que los estudios van mostrando que las neuronas espejo están

implicadas en esta comprensión de las intenciones, en la imitación, en la empatía, y, por

tanto, son la clave del comportamiento social de los individuos.

Buena parte de las investigaciones afirman, en la misma línea, que una deficiencia

en ToM y en la capacidad de empatía sería la explicación más plausible para el autismo.

Hace tiempo que se sabe que existe un componente del electroencefalograma (EEG), la

onda mu, que se bloquea cuando una persona hace un movimiento muscular voluntario.

Este componente también se bloquea cuando una persona ve a alguien realizar la misma

acción, lo cual ha dado lugar a que Ramachandran y Altschuler sugieran que la supresión

de la onda mu serviría para disponer de una prueba sencilla y no invasiva para monitorizar

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

122

la actividad de las neuronas espejo. En los niños con autismo se observa que la supresión

de la onda mu sí se produce cuando realizan un movimiento voluntario, pero no cuando

observan a alguien realizar la acción, de lo cual se deduce que el sistema motor está

intacto, pero no así el sistema de neuronas espejo. Estos hallazgos se han comprobado

también con otras técnicas como la magnetoencefalografía, la resonancia magnética

funcional o la estimulación magnética transcraneal. En todos los casos se muestra que en el

autismo existe una disfunción de las neuronas espejo. Esto explicaría la mayoría de los

síntomas del trastorno autista: falta de habilidades sociales, ausencia de empatía, déficits de

lenguaje, imitación pobre, dificultad para comprender las metáforas, etc.

Todo esto nos hace pensar que las neuronas espejo son el mecanismo esencial para

comprender las intenciones de otros, para desarrollar una teoría de la mente y, por ende,

para capacitarnos para la vida social. Como indicaba V.S. Ramachandran, las neuronas

espejo suponen la disolución de la barrera entre yo y los otros. La capacidad de adoptar el

punto de vista de otro supone, entre otras cosas, la posibilidad de una imitación intencional

y, por tanto, de un aprendizaje basado en la imitación. Este elemento tiene importantes

consecuencias desde el punto de vista evolutivo, lo cual, además, según este autor, permite

afirmar que el sistema de las neuronas espejo marca un antes y un después en el debate

entre naturaleza y cultura. La naturaleza humana depende de modo crucial de la capacidad

de aprendizaje facilitada, al menos parcialmente, por este sistema. Gracias a él el cerebro

humano se especializó para la cultura y se convirtió en el órgano por excelencia de la

diversidad cultural. O, lo que es lo mismo, es lo que nos permite ser esencialmente

humanos.

«Incluso el rasgo que constituye la quintaesencia de lo humano,

nuestra propensión a la metáfora, puede estar basada parcialmente en la

clase de cruces de dominios de abstracción que median las neuronas espejo;

(…) Esto explicaría por qué cualquier mono podría alcanzar el cacahuete,

pero sólo un humano, con un sistema de neuronas espejo adecuadamente

desarrollado, puede alcanzar las estrellas.»218

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

123

6.3.3. Críticas posibles a la teoría de la simulación

A pesar de la solidez de la teoría de la simulación y de su amplia aceptación, desde

la teoría-teoría se plantean algunas críticas que han generado una interesante controversia

con implicaciones filosóficas.

Desde la teoría-teoría se plantea la duda acerca de si es posible sostener que la

teoría de la mente ha de estar basada, primordial o exclusivamente, en experiencias propias

previas. Aunque es evidente que la experiencia tiene un papel importante, cuestionan que

su grado de importancia sea tan decisivo. Cabría preguntarse hasta qué punto las

experiencias propias contribuyen a que el mecanismo de activación de las neuronas espejo

funcione adecuadamente. Es decir, de hecho se observa que las neuronas espejo son la

clave para la empatía de los estados emocionales, por ejemplo para sentir asco o dolor.

También hay evidencias de que la activación de las neuronas espejo depende del grado de

familiaridad con la acción y su contexto. Pero podría pensarse asimismo que las teorías, lo

aprendido cognitivamente, puede modificar dichas experiencias. Hay experimentos con

bailarines, cuyo grado de activación de las neuronas espejo está relacionado con sus

competencias motoras. Sin embargo, no hay estudios que analicen qué ocurriría con otro

tipo de competencias no motoras, como el pensamiento.

Quizá este experimento sería complejo, ya que el modo de exploración del

pensamiento obligaría probablemente a un abordaje a través del lenguaje, lo que supondría

una actividad motora. Pero si pudiéramos imaginar cómo explorarlo, tendríamos que

plantearnos la hipótesis de que las teorías y los conceptos utilizados para las actividades

cognitivas también tuvieran algún mecanismo “reflejo” (de neuronas espejo). Nótese que

no se trata aquí de comprender las intenciones, sino las ideas de los otros. Los elementos

subyacentes a su acción intencional, las razones o convicciones de sus mismas intenciones.

Parece posible pensar que las teorías pudieran estar jugando un papel determinante en la

interpretación de las experiencias propias y que después se “proyectaran” para la

comprensión de las acciones de otros.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

124

En tal caso, quedarían como cuestiones abiertas si el hecho de no tener la

experiencia previa imposibilitaría completamente la comprensión, si se produciría

activación de las neuronas espejo, y si podría darse el caso de que se activaran pero

produciendo como resultado una interpretación errónea o simplemente diferente de las

intenciones de los otros. Por supuesto, la interpretación de los datos sería aquí mucho más

confusa, y dependiente, a su vez, de la teoría que sustentaran los investigadores.

La importancia que todo esto puede tener desde el punto de vista de las relaciones

entre personas pertenecientes a grupos culturales diferentes es enorme. Si las experiencias

previas son determinantes para la activación de las neuronas espejo, este mecanismo será

un elemento de importancia indiscutible para la socialización y la interacción con otros

humanos en un entorno de sentido homogéneo, pero no posibilitará, o al menos no

facilitará, la interacción social con individuos procedentes de otro entorno de sentido

diferente. Se producirá continuamente lo que, por otra parte, es una constante en nuestro

modo de interpretar la realidad: un intento de comprensión sometiéndolo a nuestras

experiencias previas. Pero probablemente esto no es exclusivo de una teoría de la

simulación, pues otro tanto ocurriría con las teorías que utilizamos, como patrones

explicativos previos, según la teoría-teoría.

6.3.4. Una vía de integración

Quizá pudiera pensarse en la posibilidad de que ambas hipótesis tengan razón: las

neuronas espejo estarían mostrando un mecanismo de activación que tiene que ver con las

experiencias previas, que propician una simulación o representación por parte del

observador, posibilitando la comprensión de las intenciones, y que, dependiendo de las

circunstancias y la acción en cuestión, también se ve modulado por teorías o reglas

mentales. En este sentido, las teorías actuarían a modo de esquemas producidos por las

propias experiencias, pero modificados por elementos no experienciales.

Pero también, inversamente, las experiencias se verían modificadas por las teorías.

De modo que la construcción de unas bases psicológicas para la vida cotidiana, de un

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

125

“sentido común”, no sería un producto de la teoría, como se suele entender, sino un

resultado de ambas: experiencias y teorías. Habría una mutua influencia entre experiencias

y teorías.

Desde el punto de vista de la teoría de la mente parece que la utilización de teorías

es un elemento esencial. El desarrollo de la mente pasa, según muestran los estudios, por

etapas en las que se van generando patrones de comprensión, posibilitados por capacidades

que quizá podamos considerar universales. La teoría de la mente no sólo es capaz de

comprender las intenciones, y también el engaño, sino que aprende a utilizarlo. Esto nos da

otra pista para la reflexión: la teoría de la mente podría ser también un mecanismo de

autocomprensión. Y en él, sin duda, influirían las teorías, como patrones que sirven no sólo

para comprender las intenciones de otros, sino para dotar de sentido a las propias. La

posibilidad de la simulación estaría propiciada por la teoría. Dicho de otro modo, la

constitución de la mente propia es deudora del aprendizaje de patrones de conducta de

otros. Y esto supondría un mecanismo de habituación que, además de afirmar la

importancia de las teorías, y colocarlas incluso como previas a la posibilidad de la

simulación, subrayaría aún más el comentado problema de la comprensión intercultural.

También es verdad que no todos los autores que defienden la teoría-teoría están de

acuerdo con esta afirmación de que el proceso de enculturación sea tan relevante. Los que

mantienen que los conocimientos o reglas (teorías) se obtienen por teorización o

enculturación, proponen también una analogía entre el modo en que el científico cambia

sus teorías, y el modo en que el niño va cambiando sus patrones o reglas. Otros, sin

embargo, sostienen que la teoría está en un módulo de la mente, innato y prefigurado, que

se desarrollará, independientemente de las experiencias que el sujeto tenga, o siendo estas

experiencias un mero desencadenante del desarrollo de dicha teoría.

Como se puede apreciar, uno de los problemas adicionales es la propia definición

de teoría. Si por “teoría” se entiende un sistema interpretativo, se podría decir que, al

hablar de la teoría de la mente nos referiríamos a conceptos, conocimientos y esquemas

explicativos que subyacen a los comportamientos propios y que posibilitan la comprensión

de los ajenos. Pero desde la teoría de la simulación se apunta a un mecanismo

aparentemente mucho menos “construido” y más experiencial e incontrolable de un modo

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

126

consciente. En tal caso tendríamos que pensar que la mayor virtud de las neuronas espejo

es también su mayor defecto: posibilitar la comprensión de las intenciones de un modo

unívoco y condicionado. Nos abre la vía de la comunicación con otros de un modo muy

radical y definitivo, pero también nos incapacita para una comprensión alternativa o

discordante. Necesitaríamos recurrir a la teoría (conceptos, conocimientos) para salvar esta

situación.

Quedan abiertos muchos interrogantes en este tema, algunos de ellos serían, por

ejemplo, si se podría cambiar el patrón de activación de las neuronas espejo por medio del

aprendizaje de teorías, si sería posible pensar en “cambiar de mente”, cómo se modifican

los patrones de activación de las neuronas espejo en función de experiencias y teorías, y

acercándonos a las aplicaciones y, por tanto, al campo de la ética de la neurociencia, qué

implicaciones tiene todo esto para la educación. La investigación aún tiene mucho que

hacer, por ejemplo para explicar si es posible esta interacción entre simulación y teoría, y

si dicha interacción es igual en las diferentes etapas del desarrollo, o en los niños y en los

adultos, y también para encontrar una explicación plausible de la teoría de la mente y su

relación con las neuronas espejo, o para responder a la pregunta acerca del módulo

intérprete y su sustrato neural.

Puede que Ramachandran exagere al afirmar que las neuronas espejo serán a la

psicología lo que el ADN a la biología,219 pero, en cualquier caso probablemente estamos

ante uno de los puntos de inflexión de este interesantísimo campo de conocimiento.

6.4. El ámbito interpersonal y las diferencias individuales

6.4.1. El cerebro social: la interacción con otras personas

Hablar de la comprensión de la mente de los otros supone considerar que la toma de

decisiones morales implica adentrarse en el terreno de lo interpersonal y la interacción

social. Hay toda una gama de estudios que abordan esta cuestión, como otra de las claves

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

127

fundamentales para la comprensión del funcionamiento cerebral en el proceso de toma de

decisiones morales.

Buena parte de estos estudios intentan resolver interrogantes abiertos como por

ejemplo si existen diferencias entre las perspectivas planteadas en primera persona y en

tercera persona. Habitualmente las investigaciones que plantean dilemas morales se

presentan en primera persona, esto es, el sujeto es el actor que ha de realizar la acción,

mientras que los estudios que analizan la reacción de los individuos se presentan en tercera

persona, como un observador. Esto genera un importante problema metodológico: el

debate sobre la relación entre lo racional y lo emocional en la cognición y el juicio moral

está influido por una diferente aproximación en los estudios. Los protocolos más

“racionalistas” usan los dilemas morales para estudiar los juicios morales, y lo hacen con

una perspectiva en primera persona. Por su parte, los protocolos más “emocionalistas”

emplean sentencias o imágenes con valor emocional, presentadas en tercera persona, para

evaluar las reacciones morales. Esto supone estar introduciendo otras variables, que

interactúan y modifican los resultados sobre los mecanismos neurales de la moral.

Son bastantes los estudios que han encontrado diferencias entre las dos

perspectivas. Se observa, por ejemplo, una mayor activación en la corteza prefrontal

medial dorsal y en la unión temporoparietal (ambas consideradas partes de la red ToM) en

las presentaciones en tercera persona.220 También hay estudios que muestran mayor

activación en la corteza prefrontal medial y la corteza cingulada posterior en las

presentaciones en primera persona.221

Hay estudios que han mostrado que las situaciones negativas hacen visible una

tendencia a atribuir las acciones propias (en primera persona) a causas externas, mientras

que los comportamientos de otros individuos (tercera persona) se imputan a causas

internas. Es lo que se ha llamado “sesgo actor-observador”.222 El estudio de Nadelhoffer y

Feltz muestra, utilizando el famoso dilema del tranvía, que si dicho dilema se plantea en

primera persona (esto es, el sujeto es actor, comprometido activamente en ser quien tiene

que cambiar la aguja del tranvía), el 65% de los participantes encuentran que la acción de

cambiar la aguja (y por tanto matar a una persona para salvar a cinco) es moralmente

aceptable, mientras que cuando el dilema se plantea en tercera persona (es decir, el sujeto

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

128

es un observador) ese porcentaje asciende al 90%. Por tanto son diferentes procesos los

que están operando en esas dos perspectivas.

Y, como se ha indicado, hay activación diferencial de redes neurales distintas en las

presentaciones en primera y tercera persona. Aparentemente, el observador, que tiende a

atribuir los comportamientos a causas internas, está haciendo un intento de comprensión de

las intenciones del actor, por tanto está trabajando la red de ToM, que es importante para

estas evaluaciones morales de las acciones de otros.

Avram, M. et al. encuentran también estas diferencias.223 Muestran que la corteza

prefrontal ventromedial juega un papel importante en la relevancia emocional, mientras

que la corteza prefrontal antero-medial contribuye a sintetizar la información moral,

permitiendo estrategias apropiadas para la toma de decisiones.

También afirman que el hipocampo está implicado en los juicios morales en tercera

persona. Esto es compatible con hallazgos de otros estudios que han relacionado la

actividad del hipocampo en la comprensión de las emociones y comportamientos de

otros.224 La activación del hipocampo estaría relacionada con la inducción y

mantenimiento de las reacciones emocionales, y también sugiere una relación con el papel

que juegan los recuerdos y la proyección de la conciencia de uno mismo en la elaboración

de juicios sobre otras personas.

Con todo, parece haber evidencia tanto para una diferenciación en los patrones de

activación neural como para patrones comunes. La interpretación de Avram et al. es que

las diferencias tienen que ver con el “sesgo actor-observador”. Las presentaciones en

primera persona se evalúan en función de la situación. Si los sujetos no pueden controlarla,

se distancian del estímulo a pesar de tener una fuerte reacción emocional. Las

presentaciones en tercera persona generan una evaluación que considera las características

internas de los actores. Para ello recogen información relevante y se internan en procesos

ToM.

Es interesante también pensar cómo la emoción social que se puede producir en un

individuo ante la observación del comportamiento de otro, actúa como motor de cambio de

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

129

su propio comportamiento. Algunos estudios apuntan que tras intentar entender la

información sobre los protagonistas de una historia y generar una respuesta emocional los

sujetos cambian su perspectiva espontáneamente hacia dentro para juzgarse a sí mismos, y

sugieren que las emociones sociales implican regiones neurales implicadas en el

sentimiento del yo, y en un alto nivel de conciencia.225 Sin embargo, quedan muchas

preguntas abiertas acerca de los sustratos neurales que expliquen cómo las evaluaciones

relativas a los comportamientos de otras personas pueden incitarnos a examinar nuestra

propia conducta, y a intentar mejorarla.

Todo esto debería ser tenido en cuenta en los estudios sobre decisiones morales. De

hecho, lo más interesante son las conclusiones que se pueden extraer: en primer lugar, es

imprescindible ser cuidadoso en la interpretación de los estudios de neuroimagen sobre los

sustratos neurales de la moralidad, ya que la misma elección de los estímulos que se

propone a los sujetos que participan en las investigaciones puede ser determinante, dando

lugar a activaciones neurales diferentes.

En segundo lugar, a pesar de que la mayoría de los estudios existentes se ha

dedicado a buscar los sustratos del “cerebro moral” como algo que fuera común, con una

activación homogénea en todos los individuos, y ajena al contexto, parece que los

diferentes tipos de estímulos que se ofrecen a los sujetos experimentales implican también

diferentes tipos de actividad neural y procesamiento, están influidos por factores

contextuales, con sesgos en función del papel a desempeñar y, sin duda, condicionados por

diferencias culturales.

Así, aunque puedan existir elementos comunes en ese sustrato neural de las

decisiones morales, también se evidencian diferencias en función de la situación y las

circunstancias del individuo, lo que nos conduce a la necesidad de atender a esas

peculiaridades particulares.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

130

6.4.2. Diferencias individuales

Aunque parece evidente que no existe un “cerebro moral”, esto es, una región

cerebral específica para el razonamiento y el juicio moral, sino que más bien son muchas

las áreas implicadas, también es cierto que, como se ha expuesto anteriormente, hay

algunas zonas especialmente relevantes en el procesamiento del juicio moral. Entre esas

áreas sin duda tiene notable preeminencia la corteza prefrontal. Las investigaciones han

demostrado que se producen cambios funcionales en los circuitos neurales que soportan la

cognición moral, específicamente en la corteza prefrontal ventromedial. Más aún, se ha

mostrado que la capacidad de elaborar juicios morales superiores está ligada con una

actividad reducida en la corteza prefrontal dorsolateral y el surco temporal superior.226 E

incluso se han encontrado diferencias en valores morales ligadas con el volumen de

materia gris.227

Basándose en estos datos, Prehn y cols.228 han hallado diferencias entre los sujetos

que alcanzan un nivel postconvencional de razonamiento moral y los que tienen un

desarrollo moral inferior. Comparando los estilos de razonamiento moral, las personas que

se sitúan en el nivel postconvencional mostraban un mayor volumen de materia gris en la

corteza prefrontal ventromedial. Además observaban en estos sujetos mayor apertura a las

experiencias nuevas y menor neuroticismo.

Este hallazgo relacionado con un nivel más sofisticado de razonamiento moral

supone afirmar que existen diferencias entre los individuos, que pueden ser atribuidas a los

rasgos de personalidad. Los datos aportados revelan que esas diferencias individuales en el

razonamiento moral tienen que ver con el desarrollo afectivo y socio-cognitivo en aspectos

tales como la estabilidad emocional, el procesamiento cognitivo más elaborado utilizando

principios abstractos, o la perspectiva que toma en consideración las necesidades de otras

personas.

Algunos estudios sugieren también que las diferencias de personalidad en lo

relativo a la sensibilidad ante la justicia –es decir, la preocupación que tiene un individuo

por la justicia— pueden actuar como predictor de los juicios relacionados con este

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

131

concepto, como la alabanza y la culpa. E incluso pueden modular la respuesta neural y la

conectividad funcional cuando los sujetos evalúan acciones realizadas por otros.229 La

evaluación de acciones malas (por ejemplo, dañar a otros) se produce de un modo más

rápido y con mayor asignación de culpa, en los individuos con más sensibilidad ante la

justicia, y la zona de activación son primariamente el surco temporal superior, mientras

que la evaluación de las acciones buenas (por ejemplo, ayudar a otra persona) recluta

sistemas prefrontales (dorsolaterales y mediales), y también el estriado dorsal que tiene

conexión con esas áreas.

De nuevo aquí se plantea la existencia de un “perfil emocional” –como lo denomina

Davidson230— propio de cada individuo, regido por circuitos cerebrales específicos e

identificables. Ese perfil está configurado por seis dimensiones: la resistencia (rapidez o

lentitud con la que alguien se recupera de los eventos adversos), actitud (tiempo que el

sujeto es capaz de mantener una emoción positiva), intuición social (pericia para captar e

interpretar las señales que ofrecen las demás personas en las interacciones sociales),

autoconciencia (comprensión de uno mismo y conciencia de las propias emociones y de las

señales corporales, conocimiento de las razones que están operando en sus decisiones y

comportamientos), sensibilidad al contexto (regulación de las respuestas emocionales

teniendo en cuenta el contexto situacional en el que se encuentra la persona), y atención

(concentración, capacidad de filtrar las distracciones y centrarse en una tarea, receptividad

ante los estímulos).231

Como se comentó anteriormente, ese perfil emocional no sólo determina nuestra

identidad como sujetos, sino que afecta a cómo cada persona se siente frente a su entorno y

cómo se comporta, o cuán susceptible es al estrés o a determinados trastornos

psiquiátricos.

El perfil emocional es bastante estable en el tiempo, forma parte de las

características de una persona. Pero no es inmodificable. Puede ser alterado tanto por las

experiencias vividas casuales, como por un esfuerzo intencional y consciente de modificar

alguno de los rasgos de ese perfil. Para ello es necesario un cultivo deliberado de

cualidades mentales específicas. Esto quiere decir que se puede cambiar el cerebro –sus

patrones de actividad y su misma estructura— con la actividad de la mente.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

132

El perfil emocional sufre cambios en el desarrollo, como demuestran los

experimentos en los que se ha observado que los rasgos de timidez o extraversión

manifestados en la primera infancia, se modificaban posteriormente como resultado de

nuevas circunstancias en el entorno.232 Experiencias como la muerte de un familiar, por

ejemplo, pueden cambiar radicalmente el carácter y el perfil emocional de una persona. Lo

que hace pensar que la modificación del entorno puede ser un factor determinante para

producir cambios en el cerebro.

También es posible cambiar la estructura y función del cerebro por medio del

aprendizaje, el hábito y el entrenamiento. Por ejemplo, los taxistas que necesitan aprender

las calles y los recorridos en una gran ciudad, muestran un crecimiento significativo del

hipocampo, región que se asocia con la memoria espacial.233

Y lo que resulta más interesante es que el cambio también puede producirse por

medio de los pensamientos, con la mera actividad mental. El estudio de Pascual-Leone es

un buen ejemplo:234 tomando un grupo de voluntarios, a la mitad de ellos se les enseñó a

tocar con la mano derecha una pieza de piano para cinco dedos. Por medio de técnicas de

neuroimagen determinaron qué parte de la corteza motora estaba implicada en mover esos

dedos, y observaron una expansión de dicha zona. A la otra mitad del grupo de voluntarios

se les indicó que debían imaginar que tocaban las notas (sin tocar las teclas), y las

imágenes mostraron que también se había incrementado la corteza motora en estos sujetos.

El pensamiento, pues, había cambiado la corteza motora.

Estos datos permiten apoyar la noción de “neuroplasticidad dependiente del uso”

que afirma que el tamaño de una región cerebral es influido por su uso. Una mayor

conectividad sináptica y arborización dendrítica puede incrementar el volumen de materia

gris, que se observa en estos estudios.235 Pero sobre todo llevan a pensar cuán importante

es la formación, la educación, teniendo en cuenta la posibilidad de alterar y modificar

nuestro cerebro.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

133

6.4.3. Empatía y comprensión de las acciones morales de otros

Los estudios sobre la empatía están alcanzando un enorme desarrollo últimamente.

Relacionada con la teoría de la mente y la capacidad de comprender las intenciones de

otros, la empatía parece reclutar redes neurales similares a las que se activan en la

experiencia directa de la emoción acerca de la que se siente empatía.236 Esta similitud entre

las activaciones neurales para las emociones propias y de otros ha hecho pensar que las

representaciones mentales que subyacen a las experiencias de emoción son el mecanismo

que permite la empatía y la resonancia afectiva, esto es, serían lo que nos capacita para

entender y compartir las emociones de otras personas.

Dejando de lado las diferentes definiciones y estudios sobre la empatía,237 conviene

centrarse en el interrogante que abre esta posibilidad de “sentir lo que sienten otros”. En

muchos casos, se insiste en la necesidad de promover la empatía como modo de combatir

los comportamientos antisociales, los conflictos o agresiones, y como vía para potenciar la

solidaridad, el altruismo o la ayuda humanitaria. Se concibe así la empatía como uno de los

factores que podrían promover una “mejora moral” reduciendo el egoísmo.

Sin embargo, bastantes estudios muestran que la empatía está ligada al sesgo del

grupo, 238 de modo que los comportamientos altruistas se dirigen hacia las personas o

grupos que se perciben como similares o más cercanos a uno mismo. Así, por ejemplo, será

más fácil sentir empatía con personas de la misma etnia,239 o con aquellos con los que no

exista una relación competitiva sino cooperativa — por ejemplo, se siente más empatía con

el dolor de los jugadores del equipo de quien uno es fan, que con los del equipo

contrario—.240

El comportamiento prosocial se puede inducir también a través de sutiles

manipulaciones de la percepción y conexión interpersonal. Por ejemplo, el mero hecho de

pensar sobre los estados mentales de otra persona influye en las decisiones que se tomen en

los dilemas morales planteados en una investigación como las que aquí hemos ido

comentando.241 Una mayor “humanización” y conexión tiene que ver con una mayor

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

134

activación de las estructuras cerebrales relacionadas con la empatía y la mentalización,

pero no necesariamente implica una decisión compatible con las normas morales

existentes.242 Es decir, los sentimientos de empatía pueden suscitar una menor tendencia a

hacer daño a otras personas, pero, dependiendo de las circunstancias, pueden conducir a

decisiones que inflijan un daño “colateral” a otros individuos, o que no sean acordes con la

moral socialmente aceptada. Por eso no puede decirse que un incremento de empatía nos

haga comportarnos mejor moralmente.

Esto implica varias cosas importantes: en primer lugar, las investigaciones deberían

diferenciar los niveles de observación de la activación neural de las descripciones más

conceptuales relativas a la empatía, para no establecer relaciones causales erróneas.243

En segundo lugar, la empatía está implicada en la capacidad de sentir el dolor de

otros, pero puede ser reforzada o debilitada por variables personales, actitudes implícitas o

preferencias del grupo. La motivación para cuidar de otros está así ligada al vínculo que

establezcamos. Y ese enlace está basado en nuestra biología, pero es tan flexible como para

permitir que la empatía se establezca con un amplio rango de “otros” —personas, pero

también animales, e incluso objetos inanimados que se perciben como vulnerables—. Todo

ello hace pensar que sería más adecuado utilizar conceptos precisos como preocupación,

perspectiva afectiva o emociones compartidas, en lugar de hablar, en general, de

empatía.244

En tercer lugar, dada la complejidad de la relación entre empatía y moralidad, y las

múltiples variables que pueden estar en juego, los intentos de mejorar moralmente deberían

ir dirigidos más bien a la promoción de una sociedad más imparcial, donde las actitudes a

favor de otras personas no dependan de los vínculos emocionales que se puedan sentir.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

135

7. Neurociencia de la moral: posibilidades y limitaciones

La neurociencia moral intenta elucidar los mecanismos cognitivos y afectivos que

subyacen al comportamiento moral. Los estudios anteriormente señalados –algunos

planteados específicamente para analizar el fenómeno moral, otros para investigar aspectos

relacionados— han realizado aproximaciones a la cuestión desde las lesiones y su

influencia en los comportamientos, o buscando directamente los correlatos neurales de las

emociones y los juicios morales, y en todos ellos hay un notable acuerdo entre los datos de

la neuroimagen funcional y la evidencia anatomo-clínica. Sin embargo, y a pesar de que

hay patrones de activación consistentes entre los estudios, también hay hallazgos

diferenciales.

Por otro lado, existen algunas limitaciones en la investigación neurocientífica sobre

la moral, que son comunes a buena parte de los estudios analizados. En lo que sigue

comentaremos los puntos de acuerdo y de divergencia en el estudio de la neurociencia

moral, y también algunas de sus limitaciones.

7.1. Enfoques en la investigación sobre los correlatos neurales de la

moral

Los enfoques en la investigación y las teorías que subyacen detrás de ellos, difieren

notablemente, de modo que puede afirmarse que los marcos de referencia utilizados tienen

implicaciones directas en la comprensión de las bases neurales de la cognición moral,

algunas fructíferas, otras que limitan seriamente sus posibilidades. Según lo expuesto, entre

las perspectivas de investigación más relevantes pueden citarse las siguientes:245

- Control cognitivo en el juicio moral. Ésta es la apuesta de Greene y cols.246 Su hipótesis

se deriva en parte del estudio de Millar y Cohen247 sobre la función dla corteza prefrontal,

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

136

en el que se asume que la corteza prefrontal está implicada específicamente en el

“procesamiento controlado”. La perspectiva de procesamiento jerárquico de Greene supone

que los procesos de control cognitivo que llevan a cabo la corteza prefrontal lateral y el

córtex cingular anterior predominan sobre las respuestas emocionales (que se atribuyen al

corteza prefrontal medial, el córtex cingular posterior y el surco temporal superior)

produciendo respuestas utilitaristas a los dilemas morales. Por el contrario, las áreas

emocionales favorecerían los juicios morales “personales”. La teoría propone unos roles de

cognición y emoción que compiten mutuamente en el juicio moral.

- Hipótesis del marcador somático. A partir de las observaciones de pacientes con lesión

en corteza prefrontal ventromedial, que no podían tomar decisiones apropiadas en la vida

real, a pesar de comprender las implicaciones de las situaciones sociales,248 Damasio y

cols. trabajan con la hipótesis del marcador somático, según la cual estos pacientes no son

capaces de “marcar” esas implicaciones con una señal que automáticamente distinga las

acciones ventajosas de las perniciosas. Bechara y cols.249 mostraron que los individuos

normales desarrollaban respuestas galvánicas en la piel anticipatorias cuando

contemplaban una elección arriesgada, y comenzaban a elegir de modo ventajoso aún antes

de ser conscientes de la mejor estrategia. Los pacientes con lesión en corteza prefrontal

ventromedial no desarrollan respuestas autonómicas anticipatorias y se comportan como si

fueran insensibles a las consecuencias futuras, sean positivas o negativas, guiándose

primariamente por previsiones inmediatas que al final les llevan a una pérdida neta.

- Modelo de respuesta-marcha atrás social. Lo propusieron Blair y Cipolotti250 para

explicar las deficiencias de comportamiento social de pacientes con daño en córtex

órbitofrontal, y estaba influido por el trabajo de Rolls y cols.251 quienes mostraron que los

pacientes con este tipo de lesiones tenían déficit en la extinción y en las tareas de respuesta

y marcha atrás. La sociopatía de estos pacientes era el resultado de una dificultad para

modificar las respuestas de comportamiento, especialmente cuando van seguidas de

resultados negativos. Blair y Cipolotti proponen un mecanismo social de respuesta-marcha

atrás, un sistema inhibitorio dependiente del adecuado funcionamiento del córtex

órbitofrontal que normalmente se activa al percibir o al esperar la ira de otras personas.

Blair252 sugiere también que habría un mecanismo inhibitorio diferente, el mecanismo de

inhibición de la violencia, que en la psicopatía daría lugar a la agresión.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

137

- Sociopatía como fallo de una teoría de la mente (ToM). Lough y cols.253 proponen que es

una disociación entre la deficiencia en los mecanismos de ToM y la ejecución normal lo

que subyace a los cambios de personalidad observados en algunos casos de demencia

frontotemporal, y consideran que esto es compatible con una cognición moral anormal

como la que se observa en el autismo y en el síndrome de Asperger, que típicamente se

asocian con deficiencias en ToM.254

- Marco de referencia de evento-complejo-estructurado (SEC). Supone que las funciones

ejecutivas realizadas por la corteza prefrontal están basadas en el conocimiento de una

secuencia de eventos almacenada. Las representaciones SEC son memorias a largo plazo

de secuencias de eventos que guían la percepción y ejecución de actividades orientadas a

una meta. La representación SEC incluye conocimiento situacional extraído de los eventos

y una organización temporal de los mismos. Esto implica un enlace entre representaciones

de objetos, acciones y mapas especiales almacenados en regiones posteriores del cerebro.

Esta hipótesis predice que las diferentes subdivisiones de la corteza prefrontal almacenan

diferentes tipos de contenidos o dominios de conocimiento de eventos,255 lo que parece

estar apoyado por la evidencia clínica y de neuroimagen. Esto subrayaría la importancia de

la corteza prefrontal para las actividades orientadas a una meta, y tiene consecuencias para

la cognición moral.

- Hipótesis de la sensibilidad moral. En este caso se parte de que la observación de

imágenes que muestran violaciones morales activan específicamente la corteza prefrontal

anterior, el córtex órbitofrontal medial, el surco temporal superior, el tronco cerebral y

estructuras límbicas. La corteza prefrontal parece estar más ligada a la predicción de los

resultados sociales futuros, y el córtex órbito frontal con las asociaciones automáticas

sociales y emocionales. Esto parece ser consistente con la hipótesis de que existe una red

que implica todas estas áreas y que representa los eventos sociales y emocionales ligados a

la “sensibilidad moral”, que se define como un etiquetado de eventos sociales con valores

morales.256

- Modelo del intuicionismo social, de J. Haidt.257 Considera que hay una primacía de la

intuición moral, entendida como los procesos rápidos, automáticos y habitualmente

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

138

cargados de emociones, en los que aparece un sentimiento evaluativo de bueno/malo o

gusto/disgusto. Esta intuición es anterior a todo razonamiento, y tiene primacía frente al

razonamiento moral, menos afectivo y más controlado. Su planteamiento se apoya en una

serie de estudios que indican que las personas muestran reacciones casi instantáneas ante

las escenas o las historias relativas a violaciones morales. En algunos casos ni siquiera

saben explicar por qué consideran que una acción es incorrecta, pero sienten que lo es. Y

estas reacciones afectivas son buenos predictores de los juicios y los comportamientos

morales, de modo que suele haber coincidencia entre la intuición primera y la conducta y el

razonamiento justificativo posteriores. Esta aproximación asume que las reacciones

afectivas son un punto de arranque con mucha fuerza, si bien no ejercen una determinación

absoluta. El razonamiento moral, producto de la evolución cultural, puede corregir y

modificar las intuiciones que emanan de esos elementos básicos, de modo que las

decisiones finales pueden ir en contra de la primera intuición, por ejemplo si es

considerada un impulso egoísta. Y esa evaluación depende de un conjunto de normas

establecido por una comunidad, en la que viven los individuos.

Como se puede apreciar, las investigaciones son deudoras de las teorías

subyacentes que actúan como supuestos o marcos de referencia para el diseño de los

experimentos y la interpretación de los resultados. En algunos casos dichas teorías apuntan

a mecanismos específicos que permiten una mejor predicción en los resultados, pero en su

mayoría tienen grandes problemas para explicar aspectos clave del juicio moral.

7.2. Lo que sabemos y no sabemos sobre los correlatos neurales de

la moral

Probablemente todo esto supone una limitación de la propia neurociencia de la ética

y está en la base de la afirmación de que los procesamientos cerebrales implicados en lo

moral son más amplios y dependen de la coordinación de muchas áreas. Ésta parece ser la

conclusión principal a la que se puede llegar, después de los estudios realizados, y aun

siendo conscientes de lo mucho que queda por saber. Así Casebeer y Churchland258

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

139

afirman que la hipótesis más aceptable es que la cognición moral es un acontecimiento

cerebral a gran escala, dependiente de una coordinación apropiada de muchas áreas. El

organismo que mejor se desenvuelva con las normas será el que utilice señales

multimodales, unidas a sistemas ejecutivos con claves apropiadas, que comparta ricas

conexiones con estructuras cerebrales afectivas, que recurra a memorias condicionadas y

que pueda atisbar en las mentes de otros, como para pensar y actuar con un

comportamiento que permita desarrollar una función lo mejor que pueda. Todas estas

capacidades tienen correlatos neurales, pero estarán basados en relaciones funcionales, de

modo que la localización de funciones es un objetivo desviado. Aunque hay regiones

especializadas para funciones concretas, las funciones complejas son más globales.

Por su parte, Damasio259 resume las aportaciones de los estudios de lesiones

cerebrales en las siguientes afirmaciones: la lesión de un conjunto de regiones cerebrales

limitadas puede comprometer el aprendizaje y desarrollo del comportamiento moral

aunque permita la mayoría de las otras funciones cerebrales importantes. El conjunto de

regiones cerebrales identificadas por estos correlatos patológicos también están implicadas

en las decisiones que no pertenecen específicamente a las normas éticas. Estas regiones

parecen ser parte de un sistema implicado en la toma de decisiones en general, y en las

decisiones referentes al comportamiento social.

Por otra parte, el hecho de que las regiones críticas estén implicadas también en el

procesamiento de las emociones, especialmente de las emociones con componente social,

hace que sea razonable sugerir que los sistemas cerebrales que soportan la toma de

decisiones –general, social y moral—, y los que soportan la emoción, se solapan en los

territorios de la corteza prefrontal, en la que la lesión produce el síndrome de sociopatía

adquirida. El sector ventromedial de la corteza prefrontal, dada su posición anatomo-

funcional, parece adecuado para controlar la conexión entre decisión-opción y acción,

además del resultado de la opción/acción, tanto de hecho como en términos emocionales.

Ese control está basado en las experiencias acumuladas, en el sistema de premios y

castigos, que tiene valor emocional, y en la especificación sociocultural del desarrollo del

individuo.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

140

El grado de “sabiduría” de la decisión, basado en este control del sector

ventromedial de la corteza prefrontal260 tiene que ver con la categorización y

sedimentación de experiencias pasadas. Además, el hecho de que los mismos sistemas

neurales se activen tanto si el asunto es una cuestión moral o un problema económico,

apoya la noción de que el comportamiento moral hace uso de un sistema cerebral

organizado alrededor de un propósito más amplio. El conocimiento moral y la toma de

decisiones morales son, por tanto, casos especiales de conocimiento social y toma de

decisiones sociales, las cuales, por su parte, son casos especiales del conocimiento general

y la toma de decisiones general. Damasio afirma no sólo que no hay “centros morales” en

el cerebro, sino que no hay siquiera un “sistema moral” diferente. Más bien opina que hay

sistemas de conocimiento y toma de decisiones que manejan el comportamiento moral y

social como parte de su actividad. Los componentes del sistema –como el área

ventromedial de la corteza prefrontal— no trabajarían en solitario para producir un cierto

comportamiento, sino que funcionarían junto con otros elementos de modo concertado para

producir ciertos resultados.

7.3. La amenaza del reduccionismo

El panorama de investigaciones neurocientíficas sobre la emoción y su papel en la

toma de decisiones es enorme. Lo mostrado aquí no es sino un resumen incompleto de

algunos de sus resultados. Conviene no perder de vista que cualquier investigación que

pretenda afirmar algo con precisión en este tema, requiere un conocimiento riguroso de los

aspectos científicos, so pena de incurrir en errores lamentables. Del mismo modo, buena

parte del rechazo que ha producido, en algunos casos, este espectacular desarrollo de las

neurociencias no deriva de los datos que aporta, sino de las conclusiones gratuitas,

apresuradas, atrevidas e ignorantes que se han querido obtener de ellos.

No es aceptable hacer especulaciones o pretender haber resuelto graves problemas

filosóficos tan sólo por haber obtenido algunas evidencias empíricas. Como tampoco es

admisible que se hagan reflexiones sobre los comportamientos o los razonamientos

humanos sin atender a los datos que aporta la neurociencia. Por eso, el diálogo ponderado,

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

141

riguroso y serio, entre neurociencia y filosofía es el único camino válido para no caer en la

trivialidad, ni en la descalificación fácil y mutua.

En este tipo de estudios es de especial relevancia la insistencia en evitar los

enfoques muy reduccionistas, que podrían conducirnos a una suerte de “nueva frenología”

con un afán localizacionista que dista mucho de la complejidad de los sistemas neurales.

En este sentido, los frecuentes comentarios de autores como Davidson subrayando la

importancia de las interacciones, y la limitación de los resultados, son útiles y

convenientes. Este mismo autor comenta lo que denomina “siete pecados en el estudio de

la emoción” que habrían de ser superados:261

(1) “El afecto y la cognición son sustentados por circuitos neurales separados e

independientes.” Además de que los circuitos del procesamiento cognitivo y afectivo se

solapan, como se ha comentado, parece claro que la emoción tiene que ver con muchos y

diferentes subcomponentes y que se comprende mejor como un conjunto en una red

distribuida de circuitos corticales y subcorticales.

(2) “El afecto es subcortical.” Algunos autores sostienen esta idea. Sin embargo, en

los estudios con humanos se muestra que el afecto es cortical y subcortical, y que depende

de cuál es el proceso afectivo específico que se está estudiando. La amígdala es requerida

para el aprendizaje inicial de los estilos afectivos, pero no se necesita una vez que esas

tendencias han sido aprendidas. Los resultados son, pues, complejos, y exigen una gran

cautela antes de sacar conclusiones.

(3) “Las emociones están en la cabeza.” En realidad la emoción implica también

componentes periféricos y viscerales, que son cruciales para entenderla. La hipótesis del

marcador somático de Damasio probablemente también está en esta línea de interacción

entre lo somático-corporal y lo mental-cerebral.

(4) “Las emociones pueden estudiarse desde una perspectiva puramente

psicológica.” Obvia decir que la neurociencia aporta datos, por ejemplo anatómicos, que

son fundamentales para las teorías psicológicas.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

142

(5) “Las emociones son similares en su estructura a lo largo de las edades, y entre

especies.” La tendencia a considerar que los procesos emocionales básicos son siempre los

mismos resulta difícil de sostener, ya que hay importantes cambios madurativos e

inducidos por la experiencia en los circuitos que soportan la emoción y su regulación. Los

cambios de desarrollo que ocurren en la función cognitiva, también influyen en la

emoción. Y, en cuanto a la posibilidad de trasponer los resultados obtenidos en animales a

los humanos, parece claro que hay diferencias que no es posible dejar de lado y que exigen

cautela a la hora de establecer analogías.

(6) “Emociones específicas se sustentan en localizaciones concretas del cerebro.”

Más bien parece haber bastantes datos que apuntan a que el afecto está representado en

sistemas neurales distribuidos. El reto del estudio de la emoción es igual que el de la

cognición: la descomposición de los fenómenos complejos en sus constituyentes más

elementales. Y es importante establecer relaciones entre procesos y localizaciones. Sin

embargo, cada uno de los subcomponentes es implementado en circuitos diferentes, pero

que se solapan y que están interconectados.

(7) “Las emociones son estados de sentimientos conscientes.” Aunque el lado

experiencial consciente de la emoción tiene un papel incuestionable en los mecanismos

adaptativos, muchos estudios apuntan a que al menos una parte del afecto que generamos

es inconsciente.

En una línea semejante, Cacioppo y cols.262 apuntan cuatro principios que, en su

opinión, deben tenerse en mente al investigar en el tema de la neurociencia social:

(1) La cognición social, la emoción y el comportamiento tienen bases neurales, pero

la interpretación de los resultados observados no es directa ni simple.

(2) La localización funcional de los procesos o representaciones de componente

social no es una búsqueda de los “centros”, es decir, una localización de funciones

sensoriales o motoras no prueba que el procesamiento complejo integrador del cerebro esté

compartimentado de un modo similar.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

143

(3) Los cambios localizados en la activación cerebral, en relación a una función,

muestran un sustrato neural. Pero hay que tomar con cautela estos resultados. Se trata de

no aceptar sin más que la observación de una activación cerebral diferencial durante una

operación signifique que esa región cerebral sea el sustrato neural del procesamiento de esa

operación, e igualmente que una región cerebral no sea un sustrato neural de una operación

en el caso de zonas no activadas.

(4) La belleza de una imagen cerebral no dice nada acerca de la significación

psicológica de la imagen. La especificación de las relaciones entre comportamiento y

cerebro no puede venir exclusivamente de los estudios de neuroimagen, sino que depende

de múltiples métodos en los que la región cerebral puede ser una variable dependiente y

también una variable independiente. Además, la interpretación de las imágenes depende de

las condiciones en que se obtienen dichas imágenes y para establecer una comparación será

necesario articular una hipótesis acerca de la secuencia de eventos que se produce entre el

estímulo y la respuesta. Todas estas orientaciones, perfectamente asumibles en la

neurociencia afectiva, insisten de nuevo en la necesidad de abandonar presupuestos

reduccionistas y simplistas, y en destacar la enorme importancia de un enfoque

multidisciplinar.

Sin embargo, continuamente aparecen publicaciones en las que se exhiben sin

pudor conclusiones simplificadoras y reduccionistas sobre la relación entre cerebro y

conducta. Un ejemplo es el artículo publicado en el Wall Street Journal (27/28 de Abril,

2013) por el psiquiatra y neurocientífico Adrian Raine, en el que afirmaba que sería

posible “identificar qué genes específicos promueven el comportamiento criminal”,

apoyándose en resultados como el enlace existente entre niveles bajos de actividad en las

regiones prefrontales del cerebro y la psicopatía.

Es importante mantener la alerta y la precaución ante estas afirmaciones. Otra

filósofa preocupada por la neurociencia, P. Churchland, refiriéndose a la posibilidad de

prevenir los comportamientos criminales, comenta que sin duda existen genes

determinantes para la microestructura del cerebro, enlazada a su vez a varios rasgos de

personalidad y en consecuencia al comportamiento. La conexión entre el genoma y el

comportamiento se ha demostrado más de una vez en estudios con gemelos, como también

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

144

apunta Raine. Sin embargo, establecer una relación causal es extraordinariamente difícil,

incluso en animales menos complejos que el ser humano, y para conductas conservadas y

controladas por el cerebro como los ciclos de sueño. La relación entre genes y conducta es

menos clara, sencilla y directa de lo que se nos quiere hacer creer. Los genes son parte de

redes, y hay interacciones entre elementos de la red y su ambiente.

Por eso, según afirma Churchland,263 la relación causal entre un gen y ciertas

estructuras del cerebro implicadas en el comportamiento agresivo es una vasta y elaborada

red de elementos interactivos. Más aún, algunas de estas estructuras del cerebro responden

al sistema de recompensas, el cual modula la probabilidad de que se dé un comportamiento

agresivo hacia otros humanos en función de la sensibilidad a normas culturales. Además, la

conexión puede entenderse no como un enlace al comportamiento criminal como tal, sino

como un rasgo más general, tal como la susceptibilidad a la impulsividad en contextos que

implican miedo o rabia.

En este sentido, son pertinentes las palabras de Brodmann, un pionero en el estudio

de la organización del cerebro humano que, allá por 1909, mucho antes de disponer de las

modernas técnicas de neuroimagen u otras aproximaciones metodológicas

contemporáneas, afirmaba:

«Realmente, las teorías recientemente han abundado, como la

frenología, en el intento de localizar las actividades mentales complejas

tales como la memoria, la voluntad, la fantasía, la inteligencia o las

cualidades espaciales como la apreciación de la forma y la posición, a zonas

corticales circunscritas (…) Estas facultades mentales son nociones

utilizadas para designar complejos extraordinariamente implicados de

funciones mentales (…) Uno no puede pensar que tengan lugar de otro

modo que a través de una interacción infinitamente compleja e implicada y

de la cooperación de numerosas actividades elementales (…) En cada caso

particular [estos] supuestos lugares elementales funcionales están activos en

diferente número, en diferente grado y en diferente combinación (…) Tales

actividades son siempre el resultado (…) de la función de un gran número

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

145

de subróganos distribuidos más o menos ampliamente sobre la corteza

cerebral.»264

Aunque Brodmann probablemente hubiera revisado algunas de sus afirmaciones si

pudiera tener los datos de que disponemos en la actualidad, su intuición de la complejidad

es de una rabiosa actualidad, ya que conecta con ese enfoque que trata de comprender sin

simplificar, atendiendo a las relaciones y a las interacciones.

7.4. La necesidad de contextualización

Los estudios que se realizan para comprender la actividad cerebral en relación a la

toma de decisiones morales son poco ecológicos, esto es, aunque puedan ser acertados en

medir determinados procesos, no guardan relación con lo que sería un proceso de toma de

decisiones en la realidad.265 En muchos casos, dada la complejidad de lo que se trata de

conocer, es preciso descomponerlo en partes, analizando cada uno de esos elementos

desligado de su contexto. Sin embargo, este recurso experimental es poco adecuado para

comprender cómo toma decisiones una persona.

En relación con este problema señalado, hay algunas limitaciones que comparten

todas estas aproximaciones y que se pueden considerar dificultades propias del estudio de

los correlatos neurales de la moral:

En primer lugar, no tienen, en general, validez ecológica. En los estudios sobre la

cognición moral, la validez ecológica es esencial, porque los juicios morales dependen

fuertemente de los contextos situacionales y culturales.266 Las limitaciones del método

experimental impuestas por los estudios de neuroimagen pueden tener un impacto notable

en la realización de las tareas relativas a la cognición moral.267 Aparte de las condiciones

materiales de los estudios, que no reproducen la realidad y someten a los sujetos de

investigación a una situación incómoda y quizá con poca confianza para exponer sus

verdaderas opiniones, las personas pueden ofrecer respuestas basadas en valores diferentes,

derivados de opiniones, culturas o creencias subyacentes que no suelen hacerse explícitas y

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

146

que son difíciles de estudiar. Los juicios morales en casos hipotéticos, que suelen ser

extremos y que definen situaciones irreales, pueden probar algunos puntos de vista, pero se

alejan notablemente del razonamiento moral tal como se ejecuta en la vida real. Las

opciones suelen ser dicotómicas, los casos son extremos e improbables, no hay modo de

matizar, comentar o hacer excepciones, no se explican las razones de las decisiones

tomadas, y no se analizan los factores de familiaridad con la situación o de contextos

culturales o valorativos que pudieran estar condicionando la respuesta. De ahí que todo

resulte meramente “aproximativo”.

Estos problemas pueden ser el resultado de un diseño experimental que no tenga en

cuenta las características específicas de la cognición moral, que la convierten en algo tan

difícil de analizar con las técnicas de neuroimagen habituales. Casebeer268 resume dichos

rasgos:

(a) La cognición moral es “caliente”, es decir, los estados afectivos son parte del

juicio moral, de modo que una persona que considere que una acción es inmoral, tenderá a

enfadarse ante quienes la ejecuten. Este componente emocional es difícil de identificar

como tal en los experimentos.

(b) También es social. Los juicios morales no se hacen en el vacío, sino que forman

parte de un marco social en el que hay normas, valores, derechos, obligaciones. Este

contexto es esencial en el análisis de cualquier problema moral, pero es difícilmente

reproducible en un entorno experimental. Una propuesta que trata de salvar esta dificultad

es la de Montague y cols.269 que realizan resonancias magnéticas funcionales

simultáneamente a varios individuos mientras éstos realizan una interacción social.

(c) La cognición moral es distribuida, lo que significa que es parte de una red más

amplia que se ve modificada por las interacciones con el mundo. El comportamiento social

y moral tiene su base fisiológica en el eje tronco cerebral-sistema límbico-corteza

prefrontal, y tiene conexiones con la corteza sensorial y multimodal. Esto significa que

buena parte del cerebro está implicada en estos procesos. Las condiciones limitadas y

reducidas del entorno experimental no son las más adecuadas para evaluar la capacidad

neural para la moral.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

147

(d) Así mismo, la cognición moral es orgánica, esto es, los juicios morales son

dependientes del contexto, de modo que, en función de las circunstancias, una misma

acción puede ser valorada positiva o negativamente. Obviamente, en los experimentos es

necesario tener en cuenta este contexto, pero puede ser difícil plantearlo sin comprometer

otros aspectos a analizar.

Los dilemas que se utilizan en la investigación sobre los correlatos neurales del

juicio moral proceden del ámbito de la ética, donde se analizan de un modo más complejo.

Tal como se plantean en los estudios aquí comentados cabría objetar, desde este mismo

planteamiento “orgánico”, que el dilema sigue siendo dependiente del contexto. Los

valores morales de los individuos diferirán notablemente dependiendo de lo que hayan

aprendido en su contexto social, de sus creencias o de otros factores también emocionales

que puedan ser relevantes. De ahí que sus respuestas ante un dilema abstracto sean muy

diferentes de lo que serían en la vida real. Por ejemplo, las personas que aparecen en los

casos no tienen rostros, ni nombres, ni género, ni edad, ni etnia, ni vínculos con el sujeto

que toma la decisión. Nada de esto es real. Difícilmente pueden analizarse los elementos

emocionales, con validez ecológica, en un caso hipotético de estas características.

(e) Los juicios morales son genuinos, en el sentido de que las emociones, las

razones y las acciones van unidas. Muy en relación con lo que se acaba de comentar, las

fuerzas que operan en el comportamiento real no aparecen en los planteamientos

hipotéticos. Los experimentos son pensamiento “a secas” sobre problemas morales. Sin

embargo, en la vida real existen cosas tales como la motivación, o la ausencia de la misma,

que no son fácilmente reproducibles en las investigaciones.

(f) Finalmente, la cognición moral es dirigida hacia algo, hacia un objetivo. Un

juicio moral adecuado tiene una función social, de desarrollo y supervivencia, en un

sentido amplio. De modo que los juicios sirven como guías para la acción. Al aislar el

componente cognitivo en un entorno experimental se pierde la direccionalidad y la

intencionalidad del juicio moral (en el sentido de que no es preciso que guíe la acción), lo

cual puede distorsionar las respuestas.

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148

En segundo lugar y en relación con los componentes contextuales o culturales, otra

limitación de los estudios es que la inferencia de mecanismos cognitivos y neurales a partir

de los comportamientos o los juicios morales puede ser equivocada, especialmente porque

dichos comportamientos o juicios pueden estar mediados por factores culturales y

situacionales. Por ejemplo, hay diferencias en las estrategias de categorización entre los

sujetos occidentales y los asiáticos, y los valores morales o las preferencias sociales están

determinados por la cultura.270 Las tareas que ejecuta la corteza prefrontal tienen que ver

con valores culturales y experiencias sociales aprendidas, con información contextual que

se ha ido integrando a lo largo del desarrollo,271 y por ello es difícil interpretar los

resultados de las respuestas “correctas/incorrectas” en sujetos normales y con lesiones en

ese área, a menos que dispongamos de información sobre los valores del sujeto previos a la

lesión, el contexto valorativo y cultural en el que se inserta y del que proviene, y las

diferencias de juicio entre sus iguales.

En tercer lugar, y también en relación a las lesiones de la corteza prefrontal, Moll

et al.272 apuntan que no se hacen predicciones específicas sobre los efectos de estas

lesiones en el comportamiento moral. La función de la corteza prefrontal se ha descrito

mediante la aproximación “procesual”, que sostiene que la función cognitiva de la corteza

prefrontal se puede explicar en términos de actuación sin especificar una representación, lo

que significa que la corteza prefrontal sería un almacén sin contenido de módulos de

procesamiento, y la aproximación “representacional”, que trata de establecer cuál es el tipo

de información almacenada en la corteza prefrontal. La primera, procesual, predice que las

lesiones cerebrales producirán disociaciones dependientes de la tarea, mientras que la

segunda, representacional, considera que serán dependientes del contenido.273

El enfoque procesual tiene dificultades para aportar evidencias de que la lesión en

la corteza prefrontal conduzca a deficiencias universales en estos procesos, y según Moll et

al. no se ve cómo esa disfunción puede dar lugar a cambios complejos emocionales y de

personalidad. Parecería, pues, que la perspectiva representacional explicaría mejor el rol de

la corteza prefrontal en la cognición moral, al dar cuenta del hallazgo de que las tareas de

razonamiento moral dependen de modo crucial del contenido de la información a

evaluar.274 Pero entonces, de nuevo, nos encontraremos con el problema cultural-

contextual antes apuntado, y no será posible hacer predicciones.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

149

7.5. La importancia de las teorías éticas

A todo esto cabe añadir que las teorías éticas juegan un importante papel en el

diseño e interpretación de los estudios. Este es, probablemente, un punto crucial de las

limitaciones de estas investigaciones. Como se apuntó anteriormente, parece claro que las

teorías éticas que sean aceptadas o rechazadas por los investigadores, determinarán el

modo en que se plantearán los estudios, y también el modo en que se explicarán los

hallazgos de los experimentos. Desde un punto de vista taxonómico –y ciertamente

simplificador— se podría decir que es relevante ser kantiano y defender un enfoque basado

en la obligación moral y en el cumplimiento de los mandatos morales, o ser utilitarista y

componer la toma de decisiones a partir de un cálculo de consecuencias, o ser aristotélico y

entender la moral como una vía de realización del ideal de vida buena. Cualquiera de las

teorías éticas en la que se apoye la investigación, introducirá un marco de referencia

interpretativo.

Y en muchos casos no se analiza o explicita cuál es ese marco, ni se justifica su

idoneidad. Las diferentes propuestas relativas al papel que juegan las emociones en el

juicio moral están teñidas de teorías que no siempre se explicitan, pero que resultan

determinantes para las conclusiones que se proponen.

Así, por ejemplo, la teoría dual propuesta por Greene y cols. parte de los datos

obtenidos en una investigación en la que se presume que los sujetos toman decisiones

morales basándose en una suerte de control racional de las emociones. El hecho de que la

mayor parte de las personas decida que es aceptable sacrificar a un individuo para salvar a

cinco se interpreta como un resultado de ese control que, sin embargo, fracasa cuando el

componente emocional es excesivamente impactante. Y, lógicamente, cuando el dilema se

presenta en tercera persona, y el sujeto de experimentación es un mero observador, se

incrementan las respuestas etiquetadas como “utilitaristas”, puesto que, sin ser el ejecutor

de la acción, es mucho más sencillo controlar la parte afectiva. Esto incluso le permite a

Greene concluir que las decisiones “deontológicas” serían realmente las más emocionales,

puesto que son las que no se someten al control racional.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

150

Esta teoría está basada en la afirmación de una separación entre los procesos

racionales y los afectivos, en donde se produce un conflicto que es necesario resolver. Y la

solución del control racional es favorable a las decisiones utilitaristas. Esto presupone que

“lo más correcto” es un cálculo de consecuencias típico del planteamiento utilitarista, y

este punto evidencia una deuda con un marco teórico determinado. En el contexto

anglosajón –y de modo creciente en otros contextos culturales—, esta teoría ética tiene un

fuerte arraigo, frente a los modelos más deontológicos y basados en principios, que tienen

más vigencia en el continente europeo, y por ello no sorprende su apuesta.

Sin embargo, desde otra perspectiva teórica, se podrían extraer conclusiones muy

diferentes. El modelo deontológico afirma que las leyes morales que los seres humanos se

dan a sí mismos son de obligado cumplimiento, sean cuales sean las consecuencias que se

deriven de ello. Lo que otorga moralidad a la acción es la observancia de un principio

moral, la salvaguarda de un valor fundamental, que no se negocia, ni cede ante ninguna

consecuencia. De ahí que la afirmación del valor de la vida no sea objeto de posible

cuestionamiento. Alguien formado en este modelo y que asume sus compromisos teóricos,

considerará que el dilema planteado no tiene más que una salida posible: no hacer nada.

Porque el principio moral que obliga a defender el valor de la vida es un principio

absoluto, sin excepciones. Aunque las consecuencias sean dramáticas, el mandato es claro

y contundente: no matar. El sujeto no puede asumir la responsabilidad de ser el ejecutor de

una acción de matar. Incluso aunque sepa que las consecuencias son desastrosas y terribles

para otros. En este caso, no parece extraño que la lucha interna del sujeto de

experimentación dispare el factor emocional. Sin embargo, el control racional parece

evidente. Y ese control, que ejercen ciertas áreas del cerebro sobre otras, es, sin duda,

aprendido, y fruto de la aceptación de una cierta teoría moral. Esto supone que las

conclusiones extraídas pueden interpretarse de diferentes modos, según los presupuestos

teóricos que se admitan.

Este ejemplo sirve para ilustrar el problema del marco teórico, esto es, que en las

investigaciones se observa una importante carencia en el análisis de los presupuestos

teóricos que subyacen al diseño experimental y que van a jugar un papel determinante en la

interpretación de los resultados y en las conclusiones que se obtengan. Los resultados de

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151

las investigaciones neurocientíficas deberían ser cuidadosamente evaluados, teniendo en

cuenta los marcos teóricos que muchas veces operan de modo implícito.

Esto, que puede parecer un mero problema teórico, tiene implicaciones evidentes en

la investigación sobre los correlatos neurales de la moral. En el ejemplo del tranvía y la

pasarela, el hecho de utilizar estos dilemas supone ya una cierta toma de posición en ética,

ya que, en primer lugar, se aborda una perspectiva dicotómica, en la que caben sólo dos

opciones, que son opuestas y que admiten una única posibilidad correcta, en segundo lugar

se plantea la necesidad de decidir, pero sin tener que exponer las razones de la decisión

tomada, y en tercer lugar, no se evalúan las diferencias posibles entre personas procedentes

de entornos culturales y valorativos distintos.

Todo esto supone asumir un determinado concepto de la ética, en el que los

interrogantes se plantean en forma de dilemas, con dos opciones posibles, una de las cuales

tiene que ser necesariamente incorrecta. Es un modelo decisionista que se apoya en la

teoría de la elección racional, donde la evaluación de la acción más adecuada depende de

una técnica que, estratégicamente, busca la opción que optimice el resultado. Sin embargo,

otros modelos éticos más deliberativos,275 plantean las cuestiones como problemas, como

situaciones de conflicto entre valores, donde las respuestas no son dicotómicas, sino

plurales y abiertas. En esta perspectiva no tiene cabida una decisión que no admita matices,

que no pueda ponderar todos los valores, aproximaciones y perspectivas posibles, y que

finalmente elija una opción sin tratar de salvar la otra. Este modelo es más afín a un

concepto dinámico de la ética, que la considera terreno de las decisiones prudentes en

situaciones de incertidumbre. Un planteamiento descontextualizado y simplificador, como

el de los dilemas morales no puede reflejar esta riqueza y, por tanto, sus aportaciones son

sólo datos relevantes que exigen ulterior investigación y que no permiten extraer

conclusiones generales.

Los resultados de estas investigaciones son, por otra parte, bastante previsibles,

pero no nos dicen gran cosa acerca de cuáles son los elementos que están jugando un papel

en la toma de decisiones. Quiere esto decir que estamos ante una aproximación claramente

decisionista. Es cierto que se justifica por razones metodológicas, para llevar a cabo un

estudio cuya pretensión es, exclusivamente, determinar si hay activación en zonas

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

152

cerebrales implicadas en la emoción, cuando los sujetos han de tomar una decisión moral.

Pero, de hecho, se ha tomado partido por una teoría ética.

De hecho, en un estudio posterior276 se puso a prueba esa aparente correlación entre

los juicios utilitaristas asociados con tiempos más largos de respuesta y con una mayor

activación de la corteza prefrontal dorsolateral y el lóbulo parietal, y los juicios

deontológicos asociados con una mayor activación en áreas relacionadas con la emoción,

como la corteza prefrontal ventromedial, el surco temporal superior y la amídgala. Las

diferencias en la activación neural se han interpretado como reflejo de distintos

subsistemas neurales que subyacerían a los juicios morales utilitaristas y deontológicos de

modo general (no sólo en el caso de dilemas tan extremos como los que propone Greene).

Sin embargo, estos autores consideran que esa propuesta teórica no está avalada por los

datos, y requiere mayor investigación.

Su propuesta alternativa es una ilustración de la crítica que aquí planteamos a la

invisibilidad de las teorías subyacentes a las investigaciones. Kahane y cols. afirman que

resulta más determinante el carácter “intuitivo” o “contraintuitivo” de los dilemas

presentados, que el contenido de las decisiones. Así, por ejemplo, muchas personas

estarían dispuestas a aceptar la mentira como modo de evitar un gran daño a otros seres

humanos. Esa situación promueve una elección utilitarista, porque la maximización del

bienestar es lo más intuitivo, lo que permite una respuesta moral casi inmediata, sin

reflexión. Lo decisivo en cuanto a las activaciones cerebrales es ese carácter intuitivo, que

exige menos procesos de control, menos deliberación, y resulta más sencillo.

Desde esta perspectiva no se puede afirmar una asociación general entre zonas de

activación y juicios utilitaristas o deontológicos. Más bien es necesario tener en cuenta la

disposición previa de los sujetos, si los dilemas les resultan intuitivos o no. Y por ello

encuentran también que los juicios morales de las personas que no son filósofos no están

basados en teorías morales explícitas (como el utilitarismo o el deontologismo), sino que

tienen que ver con los casos particulares.277 Esto subraya la importancia de tener en cuenta

los múltiples factores que pueden influir en la toma de decisiones, y la necesidad de que

los enfoques de investigación incluyan esa complejidad para poder ofrecer una explicación

mínimamente completa del fenómeno de la moralidad.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

153

La pretendida “limpieza” de los casos es también su limitación, si lo enfocamos

desde una perspectiva no decisionista. Lo importante, desde este otro enfoque, no es si los

sujetos dicen que lo correcto es empujar al extraño o no hacerlo, sino las razones que

justifican su decisión. La información acerca de cuáles son las áreas cerebrales que se

activan en la decisión moral no nos dice nada acerca del auténtico proceso de razonamiento

y toma de decisiones. Lo cual, enlazando con otras limitaciones comentadas, puede ser una

cuestión a tener en cuenta acerca de la posibilidad de incurrir en peligrosos reduccionismos

al intentar simplificar lo moral.

De fondo subyace el problema de definir qué es lo moral. El concepto de moral que

se adopte determina notablemente lo que se va a estudiar. Éste debería ser el primer paso

para la investigación: precisar qué entendemos por moral. Esta es una grave y compleja

cuestión —que no pretendemos resolver aquí— que ha ocupado a muchos filósofos y que

no tiene una respuesta única válida. En muchos de los estudios neurocientíficos y

psicológicos se tiende a dar definiciones simples, en las que se enfatiza la idea del

cumplimiento de normas socialmente válidas, la evitación del daño, y las acciones

altruistas, aparentemente anti-evolutivas, que realizan los individuos. En tal caso, las

investigaciones analizan situaciones de conflicto personal, presuntamente con contenido

moral, en las que el sujeto se ve obligado a elegir una acción, o a determinar si la acción es

válida.

Sin embargo, el tema dista de poder zanjarse fácilmente. En la historia de la ética se

han sucedido propuestas teóricas muy variadas que han considerado la moral de muchos

modos diferentes. Desde quienes han afirmado, como el tantas veces citado David Hume,

que el origen de los comportamientos morales está en los sentimientos y que, por tanto, los

juicios morales dependen de un factor emocional más que de razones, como quería el

intelectualismo moral. Hasta quienes afirman, como Paul Ricoeur, que la moral tiene que

ver con actuar bien, con otras personas, en marcos sociales e institucionales. Pasando por

Inmanuel Kant que consideraba que la clave de lo moral está en el deber, y en el

cumplimiento de ciertos mandatos considerados universales. O por Aristóteles, que

hablaba de una vida buena, desarrollando ciertas virtudes para llegar a ser lo mejor que

podemos ser.

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154

Cada una de estas teorías, cada corriente y escuela filosófica que ha hablado de los

comportamientos morales ha tenido que enfrentarse a la pregunta acerca de la clave

fundamental, el núcleo de lo que permite decir de un ser humano que tiene un

comportamiento moralmente válido. Todas ellas aportan una visión sobre la moralidad,

pero un estudio que pretende hablar de la cognición moral, de la toma de decisiones

morales en el ser humano, no puede comprometerse con un contenido específico y,

seguramente, tiene que poder dar cuenta de todos ellos.

Teniendo en cuenta esta dificultad, una perspectiva más valiosa y coherente es

asumir que lo más que podemos llegar a afirmar es que la moral es una capacidad, una

posibilidad de actuar, resultado de nuestra libertad, esto es, poder elegir entre un abanico

de opciones, conforme a un objetivo, una norma, o una preferencia, y hacernos,

necesariamente, responsables de las consecuencias de dicha acción. Esa capacidad de

elegir, ese compromiso con unos valores o unas normas, y esa conciencia de las

consecuencias, son los elementos que subyacen a toda decisión moral y, por tanto, los que

pueden servir para definir de qué estamos hablando cuando nos referimos a los juicios

morales.

Los juicios morales tienen que ver con la elección entre unos determinados valores,

que pueden promover algo considerado bueno o generar algo considerado malo. Y al

hablar de lo bueno y lo malo estamos ya excediendo el marco planteado, pues la capacidad

moral se refiere a la posibilidad de elegir, no al contenido de la elección.

Esta distinción, que propusiera J.L.L. Aranguren, entre una moral como estructura y

una moral como contenido,278 se revela como algo tremendamente útil. En los estudios de

neurociencia se analiza la estructura moral de las personas, es decir, los sustratos neurales

subyacentes a esa capacidad de realizar juicios morales, de elegir y de actuar en

consecuencia. Por otro lado, también han sido objeto de análisis los contenidos de las

decisiones, de modo que se ha establecido, por ejemplo, cuál es la respuesta más frecuente

ante un dilema moral. E incluso se ha querido llegar más allá, sobrepasando las

competencias y posibilidades de los estudios, determinando si la respuesta era o no

“correcta”, o podía etiquetarse dentro de un modelo ético. Sin embargo, a pesar de que

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155

algunos han querido llegar más lejos, la descripción del dato empírico de la frecuencia de

los contenidos elegidos no dice nada sobre la validez de la decisión, sobre su corrección o

bondad, ni sobre cuáles son las causas de que los sujetos elijan dicho contenido.

Precisamente ésta es una de las críticas que se le puede plantear a algunos estudios

de neurociencia de la moral: que exceden su campo, establecen relaciones causales, y

tratan de extraer conclusiones normativas de lo que es meramente una descripción. Se

plantea incluso la posibilidad de establecer una suerte de ética universal con base cerebral.

Volveremos sobre ello más adelante.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

157

8. Implicaciones filosóficas de la investigación neurocientífica

Todas estas investigaciones neurocientíficas dan lugar a otro frente de reflexión de

enorme importancia por sus implicaciones filosóficas: cómo se alteran conceptos tales

como la voluntad, la libertad o la identidad, al encontrar los sustratos neurales de nuestras

conductas e incluso de nuestros pensamientos. Esta cuestión remite a la clásica discusión

sobre mente-cerebro, si bien con un planteamiento basado en las neurociencias, que aporta

una luz novedosa y que nos obliga a matizar muchas afirmaciones hechas en el pasado. El

riesgo de un cierto determinismo reduccionista en la explicación del ser humano, por un

excesivo apego a los datos científicos, está en la mente de muchos.279

Será necesario analizar las implicaciones que tiene el hecho de que la neuroimagen,

más que cualquier otra técnica de investigación cerebral, indique que «importantes

aspectos de nuestra individualidad, incluyendo algunos de los rasgos psicológicos que nos

importan a la mayoría como personas, tienen correlatos físicos en la función cerebral.»280

Esto tiene que ver, por ejemplo, con la investigación sobre los correlatos neurales de la

conciencia,281 o con la más polémica relación entre experiencia religiosa y cerebro,

establecida a partir de los estudios con pacientes que padecían epilepsia del lóbulo

temporal, y que en ocasiones mostraban intensos sentimientos religiosos durante las

crisis.282

Este tipo de planteamientos “cierran el círculo” entre ética de la neurociencia y

neurociencia de la ética, ya que, a pesar de situarse en el mismo sector de interés de hallar

los correlatos neurales de los estados mentales con contenido moral, acaba por plantear

serios interrogantes éticos y filosóficos sobre la propia neurociencia, sus posibilidades, sus

límites y su capacidad para generar un nuevo modelo de ser humano.

Así, por ejemplo, para dar cuenta de por qué los seres humanos tenemos creencias y

formamos “narraciones con sentido” acerca de la realidad que nos rodea, M. Gazzaniga

propone la hipótesis del “intérprete del hemisferio izquierdo”. Como se ha comentado, el

cerebro no es una estructura unitaria, sino que parece funcionar de manera modular,

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

158

especializándose las distintas áreas en funciones concretas. La interrelación y coordinación

entre los distintos módulos daría como resultado la experiencia consciente. Sin embargo,

para poder dar sentido a las informaciones diferentes recibidas, y para lograr una

interpretación coherente que posibilite la identidad personal, es preciso que exista un

“módulo intérprete”. A partir de sus estudios en pacientes que habían sufrido una

comisurotomía, como solución extrema en el tratamiento de la epilepsia, Gazzaniga283

llega a la conclusión de que en el hemisferio izquierdo existe una zona de interpretación,

cuya función principal es la coherencia: los datos recibidos tienen que hacerse

comprensibles para el sujeto que, además, ha de compatibilizarlos con sus experiencias

previas, sus respuestas habituales, o, como gusta decir Gazzaniga, sus creencias. Esto es

aplicable a la situación de un paciente que, por una lesión cerebral, no puede mover un

miembro, y que “inventa” una explicación para la ausencia de movimiento –como en la

anosognosia con hemiplejia—, pero también, en la vida cotidiana, a la necesidad de

mantener las convicciones personales ante las evidencias que pudieran amenazarlas.

Evidentemente, este tipo de planteamientos pueden tener una considerable

influencia en el modo en que comprendemos la intencionalidad de nuestros actos o la

identidad personal y los sistemas de creencias. Algunos autores consideran que esto supone

una auténtica amenaza al modo como la filosofía ha tratado las cuestiones y desconfían,

como Searle, de las explicaciones que incurren en un materialismo acrítico.284 Otros

consideran que es un desafío interesante para los filósofos morales y para los

neurocientíficos, obligando a una perspectiva interdisciplinar que sea capaz de desarrollar

aproximaciones, tanto teóricas como experimentales, para comprender el mundo real.285 En

la perspectiva de Churchland,286 ciertos presupuestos de la filosofía moral necesitan ser

recalibrados ante la emergencia de un nuevo paradigma en ética: una “ética naturalizada” o

neuroética. Desde esta aproximación, en la que, como se ha indicado anteriormente, han de

conciliarse las aportaciones de la filosofía, el derecho, la psicología, la neurociencia y otras

disciplinas, se pondrán a prueba buena parte de los conceptos tradicionales.

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159

8.1. La cuestión de la libertad

Uno de esos conceptos es, por ejemplo, el de libertad o voluntad libre. Uno de los

descubrimientos que más discusión han generado es el de Libet. Este investigador midió, a

través de potenciales evocados, la actividad cerebral de los sujetos de estudio al realizar

movimientos voluntarios con las manos, llegando a la conclusión de que existía una

activación cerebral anterior al momento en que los sujetos eran conscientes de su decisión

voluntaria de mover la mano. Ese “potencial de preparación” previo hace pensar que el

cerebro “decide” antes de que seamos conscientes de ello. Muchas personas han

considerado que este resultado suponía una negación de la libertad, en la medida en que el

cerebro toma decisiones antes de que seamos conscientes de ellas, lo cual significaría una

determinación involuntaria.

Sin embargo, hay dos elementos importantes que conviene tener en cuenta: en

primer lugar, el propio Libet afirma que el tiempo de antelación (potencial de preparación)

es entre 500 y 1000 milisegundos anterior al movimiento de la mano, lo cual significa que

en algún punto dentro de ese intervalo se toma la decisión consciente. Dado que la señal

neural para que se produzca el movimiento tarda entre 50 y 100 milisegundos en viajar

desde el cerebro hasta la mano, resta un tiempo en el que la parte consciente puede decidir

si sigue adelante con el movimiento o lo detiene. El libre albedrío se sitúa entonces en este

“poder de veto”.287

En segundo lugar, sería necesario precisar mucho más en el concepto de libertad

y/o libre albedrío para poder afirmar que este descubrimiento lo pone en cuestión y en qué

medida. De nuevo las teorías éticas y filosóficas resultarán de gran ayuda, y también de

gran complejidad, para explicar qué es exactamente lo que la neurociencia está

condicionando. No se pretende aquí resolver fácilmente esta cuestión que requeriría un

análisis mucho más detallado, sin embargo conviene mencionar que parece claro que no

podemos desprender la idea de libertad de sus sustratos neurales, en la medida en que las

acciones libres son acciones intencionales de sujetos conscientes dentro de un contexto de

valores, y por tanto están mediadas por lo que sucede en su cerebro, por su configuración

personal, sus recuerdos y experiencias. Desde esta perspectiva, afirmar que “el cerebro

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decide antes que yo” supone una suerte de dualismo que parece querer salvaguardar un

reducto del individuo al margen de sus procesos cerebrales. Pero el procesamiento también

es parte de la identidad de la persona, por más que no seamos conscientes de ello ni

podamos controlarlo del todo.

Es el cerebro quien decide, pero el cerebro soy yo. Churchland288 afirma que la

hipótesis más plausible de cuantas ahora se están manejando es que el cerebro es quien

hace elecciones y decide sobre las acciones. Más aún, estos eventos serían el resultado de

unos procesos causales extremadamente complejos. Sin embargo, la idea de causalidad

requiere un cuidadoso tratamiento. Que un acontecimiento sea causado por factores

antecedentes no significa necesariamente que dicho acontecimiento sea predecible. En los

sistemas complejos, pequeños cambios momentáneos pueden amplificarse en el tiempo

dando como resultado grandes diferencias que, además, son resultado de interacciones

múltiples, impredecibles.

Por otro lado, una opinión frecuente es que los actos voluntarios no son causados,

de modo que la libertad radica en la ausencia de causa. Las razones podrían justificar elegir

una opción, pero no afectarían causalmente a la voluntad, de suerte tal que la voluntad

actuaría en un “vacío causal”. Recurriendo a las clásicas teorías de D. Hume, Churchland

afirma que las elecciones no pueden ser independientes de factores tales como los hábitos,

las creencias o los deseos. Las decisiones libres lo son, no porque no estén causadas, sino

precisamente por lo contrario: porque son causadas y exigen un acto de voluntad. Dicho de

otro modo, la voluntad libre consiste en el control que el agente tiene de sus actos,

deliberadamente, con conocimiento e intención. La libertad tiene que ver con la posibilidad

de controlar las acciones y decisiones, no con el hecho de que tengan una causa. Desde el

punto de vista de la responsabilidad esto es esencial: las personas pueden actuar porque

hay elementos –causas— que han propiciado una elección o una acción. Si esas causas

han impedido una decisión voluntaria, es decir, han sido determinantes, el agente será

menos responsable que si pudo decidir voluntariamente. De ahí que la clave resida en el

control que la persona puede ejercer sobre las causas que influyen en sus acciones.

Las regiones o sistemas cerebrales que son importantes para el mantenimiento del

control son las que se han mencionado: corticalmente, las áreas órbitofrontal, ventromedial

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frontal, dorsolateral frontal y el córtex cingular. Subcorticalmente, todas las áreas que

tienen un papel en las emociones y las motivaciones, y que pertenecen al sistema límbico,

como la amígdala, el hipotálamo, etc. Y, además de todo ello, sistemas de enlace entre

estas regiones cerebrales, los llamados sistemas de proyección de neurotransmisores no-

específicos, que se identifican a través del neurotransmisor secretado en la terminación

axonal: serotonina, dopamina, norepinefrina, epinefrina, histamina y acetilcolina, y que se

consideran “no-específicos” porque tienen un efecto general en su función de modulación

de la actividad neuronal.

El tema es de indudable interés porque nos obliga a preguntarnos si la preocupación

ante estas “amenazas” a la libertad se deriva de una visión mecanicista y determinista del

cerebro, o si procede de las implicaciones que tal planteamiento podría tener para la

cuestión de la responsabilidad moral. En este sentido, Roskies289 afirma que los problemas

del análisis de la libertad residen en otra parte y no son exclusivos ni dependientes de los

conocimientos neurocientíficos. La incomodidad deriva no tanto de la posible

determinación del cerebro, sino del posible reduccionismo de las descripciones que se

hagan de la toma de decisiones, del comportamiento y, por tanto, de la responsabilidad,

como estados causados por una cierta configuración cerebral.290 De ahí la importancia de

un problema propio de la ética de la neurociencia: analizar cómo los resultados de la

neurociencia son interpretados y transmitidos al público, para evitar informaciones

sesgadas, interpretaciones que no sean capaces de poner a prueba los presupuestos sobre

los que se asientan, o conclusiones simplificadoras que lleven a una comprensión

inadecuada –por ejemplo de la idea de responsabilidad moral, y legal— y puedan generar

miedos o expectativas infundados, o, peor aún, decisiones sociales basadas en conceptos

reduccionistas, cuyas consecuencias podrían ser muy negativas.

8.2. Naturalización

Muchos autores hablan de una filosofía naturalizada como característica propia de

esta aproximación en la que los datos científicos son tan relevantes. Desde esta

perspectiva, deudora de la propuesta de epistemología naturalizada que hiciera W.V. Quine

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en los años 60 del siglo XX,291 se asume que el modo de revelar cómo podemos conocer la

realidad se deriva de una explicación biológica sobre el funcionamiento del cerebro

humano.292 Esto supone asumir varias afirmaciones, de las cuales la primera y más

importante es que el cerebro es fruto de la evolución, lo que nos asemeja a otras especies

en la medida en que se den capacidades derivadas de desarrollos similares del sistema

nervioso. Esa dimensión evolutiva también nos permite comprender que la cognición no

puede separarse del “nicho ecológico” que la sustenta, la estructura corporal. Es decir, que

lejos de entender el cerebro como un mera computadora capaz de realizar operaciones

generales –como quizá en su día defendió la metáfora fuerte del ordenador para explicar el

funcionamiento del cerebro—, más bien es preciso observar el cerebro como una

herramienta para la supervivencia del individuo. Así, un mayor control sensoriomotor y

una mayor velocidad de procesamiento le dan al sujeto más posibilidades de sobrevivir.

En la comprensión de ese cerebro, es esencial el estudio de los correlatos neurales

de la mente y sus procesos. Se trataría de aislar los correlatos neuronales mínimos

suficientes para tipos específicos de contenidos fenoménicos, como la moral. Esto supone

necesariamente que dichos correlatos serán relativos a un sistema, y que están influidos por

condiciones internas y externas, pero debería ser posible describir un conjunto mínimo

suficiente para activar ciertos contenidos conscientes en la mente del sujeto.

El problema reside en los posibles malentendidos y reduccionismos, pues es

evidente que mostrar empíricamente la existencia de una correlación no es lo mismo que

lograr una explicación. Se van definiendo en los diversos estudios correlaciones entre

estados o procesos cerebrales y estados de conciencia, pero no queda claro si hay una

relación causal entre ellos. De hecho, las interpretaciones podrían ser muy variadas: desde

el monismo materialista más extendido que entendería que el estado mental y el estado

cerebral son idénticos, son la misma cosa, si bien vista desde el lado del sujeto o desde el

dato objetivo; hasta una posición dualista, que considerase el estado mental como algo

completamente diferente del proceso cerebral; o un resultado suyo, en la interpretación

epifenomenalista. Con ello se pone de manifiesto, una vez más, que el papel de las teorías

es esencial para poder dar sentido a los datos obtenidos en la investigación empírica, y que

ninguna afirmación o hipótesis está exenta de valores y conceptos propios del paradigma

vigente en el que se inscribe.

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163

Con este tipo de respuestas se pretende resolver el clásico problema mente-cerebro.

Es un notable ejemplo de cómo todas estas investigaciones están poniendo en cuestión la

propia labor de la filosofía,293 cuya validez y necesidad son puestas en duda por quienes

consideran que sus problemas serán resueltos ahora por las neurociencias, en una suerte de

renovado positivismo que, a pesar de estar superado, tiene, sin embargo, una insospechada

fuerza.

Algunos autores consideran que el exceso de énfasis en los logros de la

neurociencia para dar respuesta a los problemas filosóficos da lugar a un reduccionismo

simplificador y materialista en las explicaciones o, lo que es peor, a un absurdo que

Maxwell Bennet y Daniel Hacker denominan “falacia mereológica”.294 Según estos

autores, las descripciones neurocientíficas atribuyen toda clase de funciones al cerebro,

convirtiéndose éste así en el agente de dichas acciones. Es decir, se le asignan al cerebro

poderes y actividades que corresponden a un sujeto sintiente, lo que supone un grave error,

al tomar la parte por el todo.

En la misma línea se sitúa Alva Noë al afirmar que «el sujeto que experimenta no

es una parte del cuerpo. No somos nuestro cerebro, sino que el cerebro es una parte de lo

que somos.» Y por ello, para entender fenómenos complejos, como la conciencia, la

capacidad de pensar, sentir y comprender el mundo, «debemos considerar un sistema más

amplio, del que el cerebro no es sino un elemento más. (…) La conciencia requiere la

operación conjunta del cerebro, el cuerpo y el mundo.»295 No se trata de que la mente sea

sustituida por el cerebro, como parecen defender en ocasiones autores como P.

Churchland,296 y que, por tanto, las explicaciones teóricas puedan suplirse con

explicaciones empíricas, sino de que el cerebro es el sustrato material de la mente, pero

ésta es propia de los sujetos, no del cerebro por sí mismo. Los cerebros no tienen mente,

las personas sí.

Cuando A. Damasio nos indica: «el amor, el odio y la angustia, las cualidades de

bondad y crueldad, la solución planeada de un problema científico o la creación de un

nuevo artefacto, todos se basan en acontecimientos neurales en el interior de un cerebro, a

condición de que el cerebro haya estado y esté ahora interactuando con su cuerpo. El alma

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respira a través del cuerpo, y el sufrimiento, ya empiece en la piel o en una imagen mental,

tiene lugar en la carne»297, apunta que Descartes se equivocaba al separar mente de cuerpo

y al establecer una disociación entre sentimientos y razón.298

Quizá haya que hacer algunas relecturas de Descartes para hilar más fino en esta

crítica, pues si bien es cierto que considera que mente y cuerpo son dos entidades

separadas, también es verdad que su referencia al “pensar” dista mucho de ser ajena al

sentir. Así, en la Segunda Meditación define la “res cogitans” como una cosa «que duda,

que comprende, que concibe, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que

imagina también, y que siente.»

Pero sobre todo, sin desmerecer el trabajo de Damasio, conviene recordar que

frente a ese “pienso, luego existo” que parece tan excesivamente racionalista, ya había

quienes, contemporáneos de Descartes, buscaban las razones del corazón, como B. Pascal,

o trataban de analizar la relación entre la sensibilidad y la intelección, como Malebranche

o, posteriormente, Maine de Biran; también había ya reaccionado M. De Unamuno con su

encendido “Siento, luego existo”, y ya había pensadores que buscaban relaciones, por otro

lado lógicas, entre emociones y pensamiento. Baste mencionar a P. Laín Entralgo, cuya

teoría respecto a cuerpo y alma está sólidamente fundamentada en un autor como X.

Zubiri, con su “inteligencia sentiente”. Aunque Laín llega a una posición emergentista con

matices quizá algo diferentes de los que apunta Damasio, lo cierto es que su posición se

asemeja mucho a la de este autor: «La compleja estructura del cerebro sólo puede ser

correctamente entendida viéndola como una subunidad, todo lo eminente que se quiera, en

la total estructura del cuerpo. El hombre no es un cerebro que gobierna la actividad del

resto del cuerpo, como el capitán la del navío a sus órdenes; el hombre es un cuerpo

viviente cuya vida en el mundo –vida personal, vida humana— requiere la existencia de un

órgano perceptor del mundo y rector de la acción personal sobre él: el cerebro.»299 Véase

también este otro texto lleno de referencias que nos recuerdan la “razón vital” de J. Ortega

y Gasset: «en toda estructura física, y el cerebro lo es, el todo es más que la suma de sus

partes; más que ellas y antes que ellas. Y, regida por el cerebro, la estructura del cuerpo

entero. Certeramente lo vio y supo decirlo Miguel de Unamuno: “Yo, el yo que piensa,

quiere y siente, es inmediatamente mi cuerpo vivo, con los estados de conciencia que

soporta (y crea, añado yo). Es mi cuerpo vivo el que piensa, quiere y siente.”300 “Se piensa

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

165

con la vida”, ha escrito Julián Marías. Sí; con la vida, en tanto que realizada y operante

como actividad cerebral.»301

Puede que la neuroética sea una oportunidad más de aprender a escucharnos desde

las distintas disciplinas, de comprender que no puede hacerse filosofía sin ciencia, ni

ciencia sin filosofía, de entender que para poder saber algo es preciso querer seguir

sabiendo.

A la altura de nuestro tiempo sería ingenuo pensar que la ciencia está exenta de

valores. Como la filosofía de la ciencia se ha encargado de poner de manifiesto, cualquier

investigación científica —como cualquier empresa humana— está teñida de intereses,

compromisos epistemológicos y valores. De ahí que los métodos de investigación deban

ser también puestos a prueba, por su dependencia de los marcos teóricos y valorativos que

los sustentan. Esto es relevante para el tema que nos ocupa porque la “naturalización”

supone afirmar que la neurociencia puede ofrecernos datos esenciales para explicar por qué

tomamos ciertas decisiones morales, ya que describe lo que de hecho se da en la realidad.

Esos hechos descriptivos se presumen independientes del contexto, y se exponen como

datos válidos, sin dependencia de una cierta interpretación. Y, lo que es peor, se incurre en

una falacia, al intentar extraer proposiciones normativas de los que es meramente una

descripción.

8.3. La deducción de normas a partir de la descripción

neurocientífica

8.3.1. El problema del contenido moral

Como se ha comentado con anterioridad, en muchas de las investigaciones sobre

los correlatos neurales de la moral se utilizan dilemas con contenido moral. Aunque la

investigación pretenda tan sólo determinar cuáles son las zonas de activación para la

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

166

elaboración de este tipo de juicios, parece claro que elegir unos u otros contenidos resulta

extremadamente relevante. En buena medida, la diferente activación puede obedecer al

tipo de dilema planteado, a los contenidos de la decisión, pero también al bagaje cultural

del individuo, a las expectativas que tenga, a sus experiencias previas y a las influencias

que todo esto pueda tener en la elección del contenido concreto.

Las críticas al reduccionismo, la simplificación y la falta de contexto que muestran

estos estudios ya han sido expuestas con anterioridad. La necesidad de un abordaje

metodológico simplificado para un fenómeno tan complejo como la moralidad puede ser

también una grave limitación e introducir sesgos en los resultados. Así, por ejemplo, al

seleccionar la evitación del daño a otras personas como un rasgo fundamental y

aparentemente general de la experiencia moral, se está afirmando que ese contenido en

concreto forma parte de una serie de elementos clave de la capacidad moral de los seres

humanos, que es universal, transversal a todas las culturas y tradiciones, intemporal y

permanente. Esto supone que sería posible definir un conjunto de opciones morales básicas

que serían comunes a todas las personas. La investigación sobre esos contenidos básicos

permitiría obtener una descripción del fenómeno moral, aunque fuera parcial.

Sin embargo, no existe tal acuerdo en esos contenidos morales básicos. Propuestas

como la del intuicionismo social de Haidt,302 que trata de establecer un núcleo de

intuiciones morales básicas, son fuertemente criticadas desde otras posiciones más

constructivistas que consideran que no existe un conjunto básico de contenidos morales

sino que, más bien, esos contenidos se van definiendo en función de los valores que una

cultura va considerando irrenunciables. De este modo, a pesar de los esfuerzos por lograr

un cierto “sentido común moral”, se pone de manifiesto la enorme diversidad de opciones

morales, y la imposibilidad de reducir el fenómeno moral a un conjunto mínimo básico.

Desde esta perspectiva, lo que compartimos todos los seres humanos es la capacidad de

elaborar juicios morales, pero no así los contenidos de las decisiones. La investigación

sobre los correlatos neurales de lo moral debería quedar restringida a esa dimensión

estructural (la capacidad de hacer juicios morales), so pena de incurrir en un sesgo cultural.

Evidentemente, el acceso a lo estructural no puede hacerse más que a través de los

contenidos, por tanto ésta es una dificultad insalvable de las investigaciones en la

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

167

neurociencia de la moral. No obstante, una vez que se ha tomado conciencia de este

problema, sirve como elemento crítico para valorar los resultados de los estudios.

En este sentido, Young y Koenigs303 comentan que los estudios realizados han ido

iluminando aspectos de la cognición moral normal, en sujetos sanos, y cómo se altera en

situaciones patológicas. De este modo, la emoción parece jugar un papel integral y quienes

padecen un déficit en el procesamiento emocional, exhiben también, sistemáticamente, un

“juicio moral anormal”. En realidad, “normal” hace referencia a lo que es más frecuente.

No tiene un valor normativo, no establece lo que es correcto, tan sólo indica que, en ciertas

circunstancias, con ciertas variables, es lo que aparece en un mayor número de casos. Por

eso, afirmar que un juicio moral es “anormal” tan sólo indica que es infrecuente.

Sin embargo, el deslizamiento hacia la posibilidad de que los términos

normal/anormal pudieran incluir un juicio sobre la validez o corrección de la elección es

bastante visible.

8.3.2. De lo descriptivo a lo normativo

La investigación empírica no puede determinar qué es lo correcto. El ámbito de los

estudios en neurociencia de la moral es el de la descripción y explicación de lo que ocurre

en nuestro cerebro cuando tomamos decisiones morales. Este es su objetivo, y los métodos

científicos empleados, en el mejor de los casos, permiten describir los fenómenos

estudiados con precisión y rigor. Exceder ese ámbito y tratar de ofrecer una propuesta de

contenidos a partir de lo que se observa es incurrir en una falacia, tratando de deducir lo

que sería correcto a partir de lo que de hecho ocurre. Así, si la mayoría de los sujetos toma

una decisión determinada ante un cierto dilema moral, podría deducirse, erróneamente, que

esa es la decisión correcta, por ser la que resulta más frecuente, en la que parecen estar de

acuerdo casi todos los seres humanos.

Este tipo de planteamientos, sin embargo, es bastante frecuente. La evidencia

empírica se invoca para alcanzar conclusiones en el ámbito de los contenidos morales. Esta

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

168

es una forma naturalista de realismo moral, esto es, la convicción de que existen verdades

morales, hechos morales, que son objetivos y que pueden descubrirse en la realidad. Y este

naturalismo moral rechaza la distinción entre hechos y valores, entre los datos y las

normas. Así, las observaciones de la actividad cerebral subyacente a los juicios morales

lleva a extraer conclusiones normativas sobre lo correcto.

No obstante, estos estudios no pueden determinar qué es lo moralmente correcto. El

salto de lo que se describe como “normal” hacia lo normativo es incorrecto. El hecho de

que la mayor parte de los individuos consideren que es mejor dañar a una persona para

salvar a muchas tan sólo nos indica lo que es más frecuente, pero no nos asegura que sea lo

más correcto. El propio J. Greene explica que los hechos relativos a cómo la gente, de

hecho, piensa o actúa, no implican —al menos no de modo directo— ningún dato sobre

cómo deben actuar o pensar las personas.304

Sin embargo, también afirma que la neurociencia tiene el potencial de ayudarnos a

comprender nuestras “concepciones de sentido común sobre la moralidad”. Supone que

existen realmente cosas correctas e incorrectas –objetivamente buenas o malas—,

independientemente de lo que una persona o un grupo pueda pensar sobre ello. En su

opinión —que expresa la convicción básica del naturalismo moral que no diferencia entre

lo que es y lo que debe ser— esa valoración moral es inherente a los actos percibidos, y

existe con independencia de las creencias y valores personales o culturales. Por eso, si la

neurociencia nos ayuda a comprender cómo hacemos juicios morales, también nos

permitirá determinar si nuestros juicios son percepciones de verdades externas o

proyecciones de actitudes internas.

La justificación para su convicción reside en los mecanismos evolutivos: la

selección natural nos ha equipado con mecanismos para hacer juicios morales intuitivos,

basados en la emoción. Por tanto, la verdad moral es una suerte de producto de procesos

cognitivos eficientes que utilizamos para tomar decisiones morales.

Este naturalismo moral incurre en una grave falacia, denunciada en el siglo XVIII

por D. Hume, y denominada “falacia naturalista” por G.E. Moore en el siglo XX. Esa

falacia consiste en establecer conclusiones morales, relativas al ámbito del “deber ser”, a

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

169

partir de afirmaciones descriptivas, de hechos, relativas al “ser” de las cosas. Pasar de los

hechos a los valores es una inferencia errónea. Lo normativo no puede derivarse de lo

descriptivo, sencillamente porque pertenecen a esferas diferentes.

Esta es una grave controversia filosófica que ahora se hace patente en los estudios

sobre neurociencia de la moral. Afirmar que, de hecho, las personas toman con mayor

frecuencia ciertas decisiones morales, o que se activan ciertas áreas cerebrales al procesar

los estímulos con contenido moral, no puede convertirse en una proposición normativa que

establezca que esas decisiones son las correctas, o que ese es el modo adecuado de tomar

decisiones.

Más aún, no se ha estudiado cuál es la razón de que la mayor parte de las personas

decidan de ese modo. Asumir que existe una base biológica para un determinado contenido

de los juicios morales es una afirmación excesivamente arriesgada. Es muy posible que

exista un aprendizaje previo que explique por qué se elige una determinada acción

considerada correcta, y que, por tanto, independientemente de que el área cerebral

implicada para tomar la decisión se pueda identificar, haya sido un factor cultural y externo

el que haya generado esa respuesta que, una vez aprendida, se repite y ratifica, fortificando

las conexiones neuronales que la posibilitan.

Un interesante estudio de Molenberghs y cols.305 muestra que las áreas cerebrales

implicadas en la toma de decisiones relacionadas con dañar a otros, esto es la corteza

órbitofrontal lateral, están menos activas cuando los individuos consideran que la violencia

contra un grupo determinado está justificado, como en el caso de los soldados en una

guerra. Evidentemente esto implica que la sensación de culpa tiene que ver con marco

teórico, dentro del cual el juicio moral cobra sentido, lo cual induce a una cierta acción,

considerada aceptable. Sin duda esto introduce un factor cultural que explica el marco

teórico en que se inscribe el sujeto. Y también nos muestra que los individuos, otrora

pacíficos, que asumen que matar a las personas es algo inaceptable y que no tienen

intención de dañar, pueden convertirse en asesinos, si consideran que la acción está

justificada. A pesar de que pudiera pensarse que el cerebro tiene una innata tendencia a

rechazar el daño, y que está diseñado para sentir empatía y no infligir daño, parece

perfectamente posible que individuos normales y sanos elijan comportamientos

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

170

inaceptables, cuando existen razones, culturalmente válidas, para justificar esas acciones y

exonerarles de la culpa.

En la interpretación de los resultados obtenidos en la investigación neurocientífica

no puede dejar de tenerse en cuenta los contextos sociales y políticos en que se plantean las

preguntas y los dilemas. Las convicciones de carácter normativo no pueden ser puntos de

referencia innegociables, toda vez que los contenidos morales exigen una justificación que

no puede obtenerse de la mera descripción observacional. Lo que Wagner y Northoff

denominan “neuronalización”,306 esto es, la reducción de los conceptos éticos a hechos

descriptivos de la neurociencia es un peligro grave, porque se asume que las descripciones

son independientes del contexto, lo que puede tener consecuencias desastrosas,

especialmente en las cuestiones aplicadas de la neuroética (lo que anteriormente incluimos

bajo la denominación de ética de la neurociencia).

No obstante, estos autores comentan que, dada la importancia de los datos

empíricos para la elaboración de propuestas normativas, y también la relevancia de estas

construcciones valorativas para el trabajo de la neurociencia, sería necesario introducir de

alguna manera un método de influencia mutua que denominan “enlace norma-hecho”. Esta

noción asume que la interfaz entre lo descriptivo y lo normativo permite desarrollar mejor

la relación entre estas dos esferas, evitando la falacia naturalista. El enlace consistiría en un

movimiento de ida y vuelta entre los conceptos normativos y los hallazgos de la

neurociencia. Pero también sería necesario, añaden, una aproximación metodológica nueva

que pueda dar cuenta de esa dinámica de influencia mutua entre hechos y normas. Es

precisa una reflexión sobre el propio método de investigación en la neurociencia de la

moral.

8.3.3. La imposibilidad de una ética universal con base biológica

Las propuestas del naturalismo moral en neurociencia han abierto el camino para un

proyecto aún más ambicioso: la búsqueda de un patrón universal para el juicio moral. A.

Cortina307 lo resume del siguiente modo: si se pudieran descubrir en el cerebro algunos

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

171

códigos acuñados por la evolución, que pudieran explicar nuestro modo moral de conocer

y obrar, entonces estos códigos permitirían fundamentar un tipo de ética que sería común a

todos los seres humanos, precisamente por estar inscrita en el cerebro. Encontraríamos así

una ética universal.

La propuesta es tentadora y ambiciosa, pero probablemente ingenua, desorientada y

errónea. Especialmente en aquellos autores que, con presupuestos positivistas y naturalistas

como los ya explicados, considerarían que con una ética universal basada en la

neurociencia, se podría dar al traste con las teorías éticas filosóficas o con las morales

religiosas. Otros autores, más afinados, también buscan una ética universal desde las

neurociencias, pero no consideran que puedan hallar sus contenidos, sino tan sólo la

estructura moral universal que se modularía de forma diferente en cada cultura. Son

propuestas mejor fundamentadas.

En este contexto se sitúa la hipótesis de la “gramática moral universal” propuesta

por M. Hauser y otros.308 Basándose en los enfoques de N. Chomsky y J. Rawls, la

hipótesis afirma que el sentido de la justicia es innato en los seres humanos, del mismo

modo que el lenguaje. Ambos están determinados por procesos cerebrales y pueden

concebirse como disposiciones para adquirir una lengua o un sentido de la justicia,

partiendo de un conjunto de principios y reglas dados biológicamente y que guían la acción

humana de modo inconsciente. Existiría así una moral innata, que actuaría como una

gramática universal. Los seres humanos tendríamos capacidades lingüísticas y morales

innatas, que formarían parte de nuestra naturaleza, y que serían resultado de un proceso

evolutivo. Esas capacidades son previas a la cultura, que puede posteriormente moldearlas

y dirigirlas.

Esta “gramática moral” no dispondría de unos contenidos concretos, sino que se

define como una estructura que hace posible aprender el lenguaje moral y, por tanto, nos

capacita para aprender a formular contenidos. Será a través de la educación y la cultura

como se vayan guiando los contenidos, lo que explicaría la pluralidad de valores.

Sin embargo, esas predisposiciones formarían ese conjunto básico de capacidades

morales que, como comentamos anteriormente, es necesario para orientar las

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

172

investigaciones en neurociencia de la moral. Pero la existencia de estas predisposiciones no

podría implicar la exigencia de responder a ellas, no puede establecer un juicio

universalmente válido sobre su idoneidad, pues entonces estaríamos incurriendo de nuevo

en la falacia naturalista. La descripción de los mecanismos cerebrales y evolutivos no

genera normas morales.

Sin duda tenemos una estructura moral compartida, que se evidencia en la

capacidad para elegir entre las posibilidades que se nos ofrecen, y tomar decisiones.

Posiblemente se pueda plantear un conjunto mínimo de capacidades comunes a todos los

seres humanos, con base en mecanismos neurales, como la empatía y la posibilidad de

entender la mente de los otros seres humanos. Sin embargo, desde la neurociencia no se

puede llegar más lejos. Y esto no es una ética universal, sino tan sólo su condición de

posibilidad.

Por eso es esencial la educación. De hecho, las normas vigentes en una sociedad,

los valores que se promuevan, tienen influencia real en el curso de los acontecimientos.

Cambian a las personas y las sociedades. Porque normas y valores no sólo prescriben las

acciones, sino que las promueven o contribuyen a que se den. Educar con razones

vinculadas a emociones es, pues, algo que puede contribuir a que lo biológicamente

adaptativo se convierta en lo deseable, o a que convenga cuestionarlo.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

173

9. El cerebro es modificable

9.1. Neuroeducación

La plasticidad cerebral abre el espacio para la educación, como factor determinante

de la modificación cerebral en contextos culturales y en interrelación con otras personas.

La neurociencia actual muestra incontables evidencias de que existe una conexión entre lo

cognitivo y lo emocional, y que esa relación tiene que ver principalmente con la evolución

del cerebro para optimizar la supervivencia y encontrar soluciones a las dificultades de la

vida en un contexto que es necesariamente social.

«La razón de que el hombre sea un animal social más que cualquier abeja y

que cualquier otro animal gregario, es clara. La naturaleza no hace nada en vano.

Sólo el hombre, entre los animales, pose la palabra. La voz es una indicación del

dolor y del placer; por eso la tienen también los otros animales. (Ya que por su

naturaleza han alcanzado hasta tener sensación del dolor y del placer e indicarse

estas sensaciones unos a otros). En cambio, la palabra existe para manifestar lo

conveniente y o dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de los

humanos frente a los demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo

bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y las demás apreciaciones. La participación

comunitaria de ésas funda la casa familiar y la ciudad.»309

La cita es de Aristóteles, en la Política. La neurociencia viene a mostrar lo que la

filosofía viene afirmando desde el siglo V a.C.: que el ser humano es constitutivamente un

ser social, que su vida no es sólo biológica (bios) sino que es vida humana cuando se

realiza entre otros, en el marco de la comunidad, de lo político (zoé), y que esto es

posibilitado por su capacidad de pensar y sentir, y de expresarlo a través de palabras. No

hay posiblemente mejor expresión de lo que el ser humano es, y de lo que ahora describen

los diferentes estudios de neurociencia.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

174

Los estudios con lesiones en el área prefrontal nos han mostrado que, sin un

adecuado control emocional, no es posible tomar decisiones adecuadas, de modo que el

pensamiento racional se ve comprometido, por más que las áreas cerebrales que lo

controlan permanezcan indemnes. Esto significa que existen procesos emocionales

relacionados y subyacentes a nuestro proceso de toma de decisiones y también,

necesariamente, a nuestro aprendizaje. Por eso las implicaciones educativas de estos

hallazgos son importantes.

Immordino-Yang y Damasio310 ofrecen dos hipótesis en relación a esta cuestión: en

primer lugar, los procesos emocionales son requisitos necesarios para que las habilidades y

conocimientos adquiridos en la escuela puedan ser transferidos a nuevas situaciones y a la

vida real. En segundo lugar, es una ruta emocional la que permite que las influencias

sociales de la cultura modelen el aprendizaje, el pensamiento y el comportamiento.

Apoyan sus hipótesis en las investigaciones realizadas, no sólo con pacientes

adultos que han sufrido un daño cerebral prefrontal, y que muestran una alteración en el

procesamiento de las emociones, con la consiguiente incapacidad para tomar decisiones

socialmente válidas, sino en los niños con daño cerebral, que muestran que, a pesar de

tener una inteligencia normal, nunca llegan a aprender las reglas que gobiernan el

comportamiento social y moral, a diferencia de los adultos que sí las aprendieron y

muestran conocerlas, aunque sean incapaces de utilizarlas para guiar su conducta.

Aparentemente los niños no llegaron a aprender qué es lo correcto y lo incorrecto,

cuáles son las reglas de la conducta social, o las normas éticas. Esto significa que los

pacientes con un daño prefrontal temprano sufren lo que estos autores denominan “pérdida

del timón emocional”. No tienen la capacidad de señalar las situaciones como positivas o

negativas desde el punto de vista afectivo, y por tanto fracasan en el aprendizaje del

comportamiento social normal. Son insensibles a las respuestas de otras personas a sus

acciones, por ello no responden a los intentos de enseñarles normas de comportamiento.

Sin embargo, sus dificultades se restringen al ámbito social o moral, no afecta a la

realización de tareas cognitivas.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

175

Los datos obtenidos de estas investigaciones les permiten afirmar que carecer de

ese “timón emocional” supone un problema aún más grave en la medida en que no pueden

guiar su vida diaria. Sin el acceso a ese conocimiento social y cultural, estos niños no

pueden utilizar su conocimiento. Los sistemas neurobiológicos que soportan el

funcionamiento emocional en las interacciones sociales y la conducta moral son también

los que soportan la toma de decisiones en general. Esto es, el comportamiento social es un

caso particular de la toma de decisiones, y la moralidad es un caso particular de

comportamiento social.

Su interesante planteamiento afirma que existe un solapamiento entre cognición y

emoción, al que denominan “pensamiento emocional”. Este pensamiento emocional abarca

procesos de aprendizaje, memoria y toma de decisiones, tanto en contextos sociales como

no sociales. Dentro del dominio del pensamiento emocional juega un papel esencial la

creatividad, permitiendo el reconocimiento de problemas y situaciones complejos y

generando respuestas flexibles e innovadoras. La razón y el pensamiento racional

contribuirían a este proceso, de modo que se produce un camino de ida y vuelta en el que

el pensamiento racional informa lo emocional y viceversa. Por supuesto, no olvidan que

existen aspectos corporales de la emoción. Sensaciones que contribuyen a los sentimientos

y que pueden influir en los pensamientos. También aquí hay un camino de ida y vuelta,

pues los pensamientos pueden disparar las emociones, con una manifestación corporal.

La cuestión tiene enorme importancia para la educación. Las emociones permiten la

toma de decisiones, ofrecen un repertorio de acciones adecuadas para responder a

diferentes situaciones. Si el objetivo de la educación es conseguir que los niños desarrollen

estrategias cognitivas y de comportamiento, reconozcan la complejidad de las situaciones y

puedan responder a ellas de modos cada vez más sofisticados, flexibles y creativos, es

claro que resulta esencial cultivar las emociones.

Más aún, los mismos procesos son necesarios para las respuestas morales, lo que

hace pensar que el juicio moral, las respuestas creativas a los problemas morales, y el

pensamiento social necesario para afrontarlos, tiene que fomentarse con una educación que

tenga en cuenta los aspectos emocionales. La creatividad es esencial para la supervivencia

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

176

biológica y evolutiva, pero también para la supervivencia en un contexto social y cultural,

donde se plantea el más difícil de los retos: la toma de decisiones morales.

Desde el punto de vista educativo esto implica que no sólo será necesario promover

el aprendizaje del pensamiento racional y el razonamiento lógico, sino que también será

necesario cultivar las emociones, como mecanismo para utilizar esas capacidades en el

mundo real.

Immordino-Yang y Faeth311 proponen tres estrategias para integrar las emociones

en el aprendizaje:

(1) establecer conexiones emocionales relevantes con lo que se está aprendiendo,

como clave fundamental para poder recordar esa información. Establecer conexiones

emocionales implica diseñar experiencias educativas que fomenten ese vínculo emocional

con lo que estudian. Pueden comenzar con permitir algún grado de elección en la selección

del tema a explorar por parte de los estudiantes. Esa participación infunde una sensación de

apropiación y autoría que supone una mayor motivación, una mayor implicación

emocional y un aprendizaje más significativo. Enfrentarse a problemas abiertos también

contribuye a ese mayor grado de conexión, promoviendo la creatividad y el interés.

(2) Desarrollar intuiciones académicas inteligentes, es decir, se debe enseñar a los

estudiantes a comprender sus respuestas emocionales a su propio aprendizaje y cómo

aprovecharlas. Los profesores deberían animar a los estudiantes a utilizar sus propias

intuiciones, lo cual supone incorporar señales emocionales no conscientes en la adquisición

de conocimientos. Con ello se logra un mayor recuerdo de los contenidos y una mejor

aplicación de los mismos a situaciones nuevas.

3) Los profesores deberían ser más conscientes de cómo manejar activamente el

clima social y emocional de la clase. Es esencial generar emociones positivas en el aula,

para ello se debe incentivar una cohesión social entre los estudiantes, para que se sientan

en un entorno seguro, donde podrán expresar y aprender de sus errores.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

177

Con estrategias como éstas se busca desarrollar esa conexión entre lo emocional y

lo racional, asumiendo que el ser humano opera como un sistema integrado en el que no

pueden disociarse ambos factores.

A pesar del enorme desarrollo que está teniendo la neuroeducación,312 hasta ahora,

buena parte de las propuestas existentes se han centrado en la utilización de los datos de las

neurociencias para mejorar el rendimiento en funciones cognitivas, atención, lenguaje,

memoria o cálculo matemático.313 Todos estos aspectos son esenciales, y el rol de la

estimulación cognitiva o la motivación para potenciarlos es muy útil. Sin embargo, es

preciso ir más allá logrando mejorar procesos complejos con la toma de decisiones,

específicamente en el campo de la moral. Esto implica no sólo fortalecer procesos básicos,

como la memoria o la atención, sino optimizar los procesos de integración pues, como se

ha visto, los mecanismos subyacentes al juicio moral son distribuidos e interrelacionados.

Un pensamiento complejo como la ponderación de las circunstancias de un problema

moral en la vida real, exige desarrollar y perfeccionar ese “cerebro moral” en su doble

dimensión cognitiva y emocional.

Por ejemplo, las diferencias en las respuestas de los sujetos de investigación ante

las presentaciones en primera persona y en tercera persona, que se mencionaron

anteriormente, son una clave a tener en cuenta para esa mejora del cerebro moral. Buena

parte de la ética atañe a la capacidad de comprender el punto de vista de otras personas,

como modo de promover el respeto mutuo, la tolerancia, y buscar una resolución pacífica

de los conflictos. Esto implica el desarrollo de una teoría de la mente, pero también exige

tomar conciencia sobre las diferencias de perspectiva cuando se elabora un juicio sobre la

conducta ajena, y cuando se toma una decisión sobre una acción personal.

Las emociones juegan un papel crítico en el comportamiento y sirven de guía para

el desarrollo de las capacidades morales.314 Pero, junto a ellas, la determinación de si una

acción es moral, el juicio que se elabora sobre una conducta, no descansa exclusivamente

en lo afectivo. Requieren también la capacidad de integrar una representación de los

estados mentales de otras personas –y también de los propios, como desarrollo de la

autoconciencia moral—, y un análisis de las consecuencias de las acciones.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

178

Ser actor supone, como se ha comentado, una mayor exigencia de ponderación de

los elementos en juego y las consecuencias previsibles. Este dato puede ser esencial para

una buena aproximación educativa. La formación ética debería servir para elaborar juicios

morales más sofisticados y complejos. Por ello, las aproximaciones en primera/tercera

persona ofrecen una oportunidad para promover un análisis de las emociones y los juicios

morales en la evaluación de la acción ajena, comparándolo con el juicio y las emociones en

la evaluación de la acción propia. A la vista de esta perspectiva, se podría regresar de

nuevo a la acción del otro y revisar el juicio elaborado, potenciando una mayor finura en la

evaluación. Los datos que aporta la neurociencia son, así, relevantes para el diseño de

estrategias de formación.

9.2. Cultivar las emociones

El “estilo afectivo” del que habla Davidson hace pensar en las motivaciones de los

individuos, en las capacidades, talentos y talantes, actitudes y aptitudes, que distinguen a

identifican a los individuos. En buena medida, la identidad moral está determinada por

esos estilos afectivos, por un “carácter” que tiene, qué duda cabe, un anclaje biológico. Sin

embargo, ese talante o carácter, es también construido, en la medida en que es el resultado

de lo aprendido, de las experiencias, de la influencia cultural, del lenguaje, y de las

posibilidades y situaciones a las que el individuo ha tenido que enfrentarse. De hecho,

también los estudios neurocientíficos apoyan la idea de que el cerebro muestra una gran

plasticidad y mecanismos reguladores para la adaptación al medio. Es un sistema

dinámico, en constante interacción con el ambiente, modificado por lo interno y lo externo.

Por ello es difícil pensar que la cultura –en tanto que estímulos generados por la acción

humana— no pueda tener un papel muy relevante en su configuración, si bien no exclusivo

ni absoluto.

De este modo, es posible cultivar, potenciar y desarrollar ciertas capacidades a

través de influencias externas, no sólo aprendizajes y educación, o factores del medio

como la cultura y el ambiente, sino también técnicas con una función de modificación,

como la meditación. Resulta sorprendente cómo estas técnicas han recibido una enorme

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

179

atención en los últimos tiempos. Más allá de la moda pasajera, la meditación es ahora

utilizada para tratar a los pacientes con trastorno obsesivo-compulsivo, depresión y

trastornos de ansiedad, cáncer, dolor crónico, etc.315 En todos los casos parecen obtenerse

resultados muy positivos. Y la neurociencia analiza estos resultados, desde el conocimiento

de que el cerebro puede cambiar como respuesta a la actividad mental.316 Investigadores

bien conocidos como Davidson y Goleman llevan décadas estudiando esta cuestión,317

promoviendo cambios en las actitudes y en los valores (por ejemplo la compasión),

poniendo en comunicación la cultura oriental y occidental –a través de su relación con el

Dalai Lama— y buscando un modo de mejorar a las personas y el mundo que las rodea. El

potencial del cerebro es enorme para lograrlo.

Este dinamismo propio de la inteligencia humana y acorde con los datos de las

neurociencias, ya fue visto por un filósofo como X. Zubiri, para quien el cerebro

condiciona, posibilita, adapta y permite la creación:

«a pesar de que inteligencia y sensibilidad, sean irreductibles, sin embargo

constituyen una estructura profundamente unitaria. No hay cesura ninguna

en la serie biológica. En el hombre, todo lo biológico es mental, y todo lo

mental es biológico.»318

Las dimensiones del “pensar” y el “sentir” no están disociadas, sino que forman

parte del modo propio de ser inteligente y tomar decisiones el ser humano. Sin embargo,

las emociones han sido consideradas tradicionalmente “sospechosas” en el ámbito del

juicio moral. La toma de decisiones tenía que recaer necesariamente en lo racional, pues

son los argumentos y razonamientos los que pueden determinar lo correcto, los que pueden

aspirar a universalizarse. Y en ese espacio, las emociones parecen distorsionar el juicio y

llevar a un subjetivismo. Es lo que se ha dado en llamar el “intelectualismo moral”.

En el mismo marco conceptual, otro tanto cabe decir de la neurociencia, en la que

el papel de las emociones en la toma de decisiones ha sido, y sigue siengo objeto de

debate. Algunas interpretaciones pensaron que la determinación de las conductas a partir

de los mecanismos de activación de los circuitos emocionales en el cerebro supondría una

cierta “pasividad” del sujeto, que quedaría sometido a un tipo de procesamiento no

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

180

voluntario, capaz incluso de generar decisiones racionalmente inadecuadas. Desde este

punto de vista, las funciones ejecutivas se verían “distorsionadas” o “favorecidas” por los

elementos emocionales, siendo éstos entonces moduladores de los aspectos más cognitivos.

Así, el ser humano sería, principalmente, un “producto” de las pulsiones o fuerzas

emocionales que lo arrastran irremediablemente hacia un tipo de acción que, a pesar de ser

consciente, está determinada por factores no controlables por el sujeto. O desde una

perspectiva dualista se establecería una suerte de división entre el “yo emocional” y el “yo

racional”, de modo que las emociones serían siempre sospechosas por irrumpir en el

ámbito del pensamiento ordenado y lógico de la parte racional, de ahí que, aunque se vean

como irrenunciables (y el sujeto sea pasivo por imposibilidad material de tener unas

emociones distintas de las que espontáneamente surjan), sea necesario educar a los

individuos en el control, dominio y, en muchos casos, desatención y menosprecio de las

emociones.

En buena medida, esta última aproximación es acorde con lo que el intelectualismo

moral ha intentado defender durante siglos: la capacidad de pensar con criterios racionales

supone el mejor y más cualificado modo de tomar decisiones. De ahí que todo lo que

pueda ser calificado de “irracional” deba ser relegado a un espacio de menor relevancia.

Sin embargo, ni lo irracional tiene una dimensión tan paupérrima en la toma de

decisiones de los seres humanos, ni la perspectiva dualista y pasiva es sostenible a partir de

los datos de la neurociencia. Las emociones son parte del procesamiento y de la toma de

decisiones. La activación emocional no sería más que una parte del procesamiento

cognitivo, de modo que estos dos procesos actuarían de modo conjunto e indisoluble,

dando como resultado un tipo de razonamiento que unifica lo emocional y lo racional en la

toma de decisiones. Lo emocional no sería, desde esta perspectiva, un factor de distorsión,

sino una parte esencial del modo humano de pensar.

La filosofía ha ido dando cabida a las emociones en los últimos tiempos, generando

enfoques que concilian y articulan ambas dimensiones. Así, la razón vital de J. Ortega y

Gasset, o la inteligencia sentiente de X. Zubiri, abren un espacio para esta integración. Los

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estudios de la neurociencia contribuyen a dotar de datos empíricos esta perspectiva,

proporcionando la explicación del sustrato material de las funciones mentales.

No se puede “pensar sin sentir”, entre otras cosas porque en la dimensión práctica,

que es la que atañe a la ética, no es posible tomar decisiones sin valorar, y en la valoración,

además de los elementos racionales que pudiéramos utilizar como justificación explicativa,

hay sin duda emociones. Qué es lo importante para el ser humano depende, en buena

medida, de su idoneidad para la supervivencia, y por tanto tiene sentido entender que el

cerebro se caracteriza por su capacidad de adaptación evolutiva. Sin embargo, el modo

humano de sobrevivir en un entorno que ha sido modificado culturalmente es radicalmente

diferente de la mera supervivencia física, y la posibilidad de valorar influye y es influida

mutuamente por la cultura. El ser humano es un animal cultural, interpretativo, creador, su

cerebro le dota con herramientas para este privilegiado y único modo de vivir:

interactuando con el medio para convertirlo en un mundo con sentido, y en esa tarea se

encuentran y compenetran las funciones cognitivas y las emocionales. La ética es, como

dice P. Ricoeur, el ideal de vida buena, vivida para y con los demás en instituciones

justas,319 el papel de las emociones en la toma de decisiones relativas a la vida buena es

esencial, y esta empresa es la específicamente humana.

9.3. Un reto para el futuro

A la altura de nuestro tiempo, ninguna investigación científica puede pretenderse

independiente y aislada de los contextos sociales que les dotan de sentido y legitimidad. Es

necesario comprender estas interacciones y aprovecharlas para un trabajo interdisciplinar.

La neurociencia no puede prescindir de la filosofía, ni de otras muchas disciplinas que

hablan de lo humano. Del mismo modo que esos otros saberes deben conocer y apoyarse

en los datos que aporta la neurociencia. No es posible sostener una pretendida neutralidad

axiológica de los investigadores, pues tienen compromisos con la humanidad y su

promoción; y tampoco es posible admitir que, desde la descripción y explicación

científicas, se pueda agotar el campo de la comprensión de los fenómenos humanos, ni que

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se excedan los límites del campo de la neurociencia para hacer afirmaciones que pretenden

mostrar cómo quedan obsoletas e inútiles otras disciplinas como la filosofía.

La neurociencia debe trabajar, junto con otros saberes, ampliando nuestro

conocimiento sobre lo humano, y asumiendo un reto práctico: la construcción de un mundo

mejor. La neurociencia tiene ante sí un desafío formidable: además de describir y explicar

cómo funciona nuestro cerebro, debe asumir la responsabilidad de promover y orientar en

la “modelación” del cerebro, ofreciendo sugerencias sobre cómo potenciar el desarrollo

moral para lograr juicios más elaborados, propios del nivel postconvencional, sobre cómo

generar emociones compatibles con valores como la tolerancia, la compasión, la

solidaridad o la justicia, o sobre cómo incrementar la creatividad y la capacidad de

innovación para encontrar respuestas novedosas a los problemas éticos.

La apuesta por la mejora humana cobra así un nuevo sentido, innegable y necesario:

un mayor conocimiento exige un compromiso para hacer que los seres humanos puedan

desarrollar al máximo sus capacidades, cognitivas y afectivas. Puede ser discutible si esa

mejora debe realizarse sólo mediante la educación, la formación y el entrenamiento mental,

o si adicionalmente pueden emplearse modificaciones biológicas como los neurofármacos

o la implantación de dispositivos electrónicos, pero sin duda, es imprescindible lograr una

humanidad mejor, que no busque su destrucción sino su florecimiento.

Esta mejora debería darse en varios ámbitos. Tomando como base la propuesta de

D. DeGrazia,320 se puede afirmar que la mejora ha de realizarse en tres niveles: (a) la

mejora motivacional, esto es, promover motivaciones y rasgos de personalidad que inviten

a hacer lo correcto. Este es el campo de las emociones, que deberían ser educadas hacia

decisiones que impulsen la justicia y la compasión. Esto debe ir acompañado –pues

irremediablemente, como hemos visto, lo emocional y lo racional caminan unidos— de (b)

una mejora de la introspección y el autoconocimiento, una mejor comprensión, al nivel

más cognitivo y racional, de lo que implican las acciones y las decisiones, de lo que resulta

más correcto. Y todo ello que conduce a (c) una mejora del comportamiento, más

conforme con las normas morales y con la promoción de valores.

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183

Sin duda, que existan normas morales y que deba realizarse “lo correcto”, promover

“lo justo” y buscar “el bien”, dista de aclarar cuáles son las conductas más adecuadas en

cada situación. El hecho de que podamos promover, principalmente a través de la

educación y el entrenamiento, actitudes y compromisos morales, no implica que vayamos a

lograr un acuerdo sobre lo que es correcto, o que vayamos a determinar de una vez por

todas cuál es la decisión más indicada en cada caso. Por eso el nivel de los contenidos

morales no puede estar predeterminado, y todos los esfuerzos que se hagan en intentar

deducir un elemento normativo de lo que ocurre, o traten de encontrar contenidos morales

específicos e innatos en nuestro cerebro, están abocados al fracaso. La multiplicidad de

modos de lo moral es enorme, y cada sistema de valores es deudor de los aprendizajes y

experiencias, de la cultura, las tradiciones y creencias, del lenguaje, e incluso de una

realidad histórica determinada.

Pero, además, es que la ética, por definición, es un saber de lo práctico. Tiene que

ver con la decisión y la acción humana adecuada a cada situación, en cada circunstancia,

valorando lo que está en juego en cada caso, y exigiendo, por tanto deliberación y

prudencia. Y como ya nos advirtiera Aristóteles, no existen verdades absolutas, es

necesario ponderar todo lo que está en juego. Para ello, nada mejor que un cerebro

entrenado, que tenga la capacidad de elaborar juicios morales complejos:

«deliberamos sobre las cosas que dependen de nosotros, y que no

son siempre invariablemente de una sola y misma manera; por ejemplo, se

delibera sobre las cosas de medicina, sobre las especulaciones de comercio y

sobre los negocios. Se delibera sobre el arte de la navegación más que sobre

el arte de la gimnástica, en la proporción que la primera de estas artes es

menos precisa que la segunda. Lo mismo sucede en todo lo demás; y se

delibera más sobre las artes que sobre las ciencias, porque aquellas

presentan más materia a la incertidumbre y al disentimiento.»321

Podemos, y debemos, promover valores, actitudes y responsabilidad para tomar

decisiones en favor de sociedades que sean posibilitadoras de la convivencia, y

generadoras de nuevas ideas para seguir construyendo el futuro. La neurociencia nos da

claves fundamentales para saber cómo modular y modificar nuestro cerebro para lograrlo.

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Esto significa que tenemos un compromiso por posibilitar el desarrollo de capacidades, de

mejorar lo que somos, para que, deliberando lo que conviene en cada situación, seamos

capaces de lograr, juntos, un mundo mejor. Ese es el reto que se le plantea a la

neurociencia para el futuro, y esa es su responsabilidad.

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10. Conclusiones

1. La neuroética, en sus dos dimensiones, ética de la neurociencia y neurociencia de la

ética, es un campo en expansión que suscita importantes interrogantes relativos a

cuestiones que se inscriben dentro del terreno de la bioética, tanto en el ámbito de

la investigación como en el de la aplicación. Incorporan sin embargo una notable

novedad al tratar aspectos que dependen de y repercuten en conceptos

fundamentales de la reflexión filosófica, que constituyen, en buena medida las

bases de nuestra cultura.

2. Es esencial abordar los problemas neuroéticos, tanto por sus consecuencias sociales

y legales, como por sus influencias para tales conceptos fundamentales. Sin

embargo, es necesaria una exquisita atención a los muchos y complejos factores

implicados, y a las posibles malas interpretaciones que pudieran generar falsas

creencias, expectativas o miedos en el público.

3. La cuestión de la mejora cerebral se plantea actualmente a través de técnicas como

los neurofármacos o la estimulación cerebral. De fondo subyace la pregunta acerca

de la idoneidad de la modificación de la naturaleza humana. Los estudios de

neurociencia aportan datos de incuestionable valor para comprender mejor cómo

funciona el cerebro en la toma de decisiones morales, y hacen evidente su

plasticidad. Un enfoque educativo y cultural es el más apropiado para plantear la

posibilidad de una mejora moral.

4. Los estudios de neurociencia de la ética se pueden clasificar en tres grupos, en

función del elemento clave que analizan: los experimentos basados en las

emociones y su influencia en la moral, los que abordan la teoría de la mente y la

cognición social, y los que buscan los correlatos neurales de la toma de decisiones

en el razonamiento moral abstracto. Las investigaciones han puesto de manifiesto la

relevancia de la corteza prefrontal y otras áreas como la amígdala, el surco

temporal superior y otras en la elaboración de los juicios morales. Los circuitos

empleados en la emoción y en las funciones ejecutivas juegan un importante papel

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186

en las decisiones morales. Sin embargo, no es posible definir áreas específicas para

lo moral, no existe el “lugar de la moral”, se podría decir que la moral está en todo

el cerebro.

5. Las emociones son esenciales en la cognición moral. Hay acuerdo en que son la

clave de la motivación, tienen que ver con los valores del grupo, y determinan las

decisiones morales. Sin embargo, existe un importante debate en relación al papel

de las emociones en la toma de decisiones morales. El modelo dual afirma que

existe un control cognitivo sobre las emociones. Sin embargo, otras aproximaciones

hablan de un intuicionismo moral que parece regido por las emociones. No hay

acuerdo sobre el papel de causa o consecuente de las emociones en el juicio moral.

6. Existe un peligro de reduccionismo en los planteamientos, que es preciso evitar a

toda costa. No es posible pensar que la descripción de los correlatos neurales del

juicio moral y la explicación del proceso de toma de decisiones en el cerebro

agoten la comprensión de un fenómeno complejo como la moralidad. En buena

medida en las investigaciones se evidencia un problema metodológico, tratando de

buscar patrones que predeterminen los comportamientos. La complejidad del tema

obliga a una escrupulosa tarea de análisis.

7. Las teorías éticas juegan una papel fundamental en el diseño de las investigaciones

sobre ética de la neurociencia y neurociencia de la ética. Explicitarlas y tomar

conciencia de los compromisos que implican es imprescindible para abordar

adecuadamente estas cuestiones. No son adecuados los planteamientos simplistas

que califican las decisiones de los sujetos de experimentación como opciones

utilitaristas o deontológicas, sin analizar lo que implica asumir estas teorías, los

conceptos subyacentes, y la influencia en la interpretación de los resultados.

8. Las dificultades principales de los estudios que tratan de determinar los correlatos

neurales de la moral, especialmente cuando se plantean diseños experimentales con

dilemas hipotéticos, radican en su poca validez ecológica. Son poco realistas y, por

tanto, inadecuados para el estudio de la moral, que es un fenómeno complejo. Las

decisiones morales están influidas por multitud de variables que no pueden ser

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

187

incluidas en los estudios, por razones de limitación metodológica. Por ello, las

investigaciones sólo pueden aportar descripciones parciales que, en ningún caso,

explican la complejidad del juicio moral real.

9. La mayoría de los estudios existentes se dedica a buscar los sustratos del “cerebro

moral”, tratando de encontrar los elementos comunes, con una activación

homogénea en todos los individuos, y ajena al contexto. A pesar de que pueda

existir ese elemento común, se observan también diferentes tipos de actividad

neural y procesamiento, que están influidos por factores contextuales, con sesgos

en función de cómo se presentan los estímulos a los sujetos de experimentación y,

sin duda, condicionados por diferencias culturales y también por características

personales como el estilo afectivo o las experiencias vividas.

10. Los contextos sociales y culturales son importantes para la toma de decisiones en el

ámbito de la moral. Cada vez se van presentando más estudios que analizan estos

factores. No obstante, los experimentos aportan datos respecto a zonas de

activación cerebral implicadas en los procesos de juicio moral, pero no abordan los

razonamientos, quedando una “zona oscura” en la investigación, que es sin

embargo de enorme interés. La experiencia subjetiva y el dato objetivo no pueden

ser analizados del mismo modo y es difícil establecer una correlación entre ellos.

11. Los estudios sobre neurociencia de la ética afectan a conceptos filosóficos como la

libertad y la voluntad. Se ha afirmado que el cerebro determina la conducta, y por

tanto no existiría la libertad. Pero es un error considerar que la toma de decisiones

no es libre si existe una causa. La voluntad libre consiste en el control que el agente

tiene de sus actos, deliberadamente, con conocimiento e intención. La libertad tiene

que ver con la posibilidad de controlar las acciones y decisiones, no con el hecho de

que tengan una causa.

12. Las investigaciones que buscan los correlatos neurales de la moral tienden a

incurrir en un materialismo radical, que ha dado lugar a una nueva versión del

naturalismo. Esta perspectiva trata de reducir todos los procesos mentales a sus

bases biológicas, de modo que la “naturalización” supone afirmar que la

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188

neurociencia puede ofrecernos datos esenciales para explicar por qué tomamos

ciertas decisiones morales, ya que describe lo que de hecho se da en la realidad. El

problema de la naturalización reside en simplificar y reducir la realidad a lo

biológico, y en tratar de determinar lo correcto a partir de lo natural.

13. La descripción de la arquitectura y funcionamiento del cerebro no puede generar

normas. Esto supone incurrir en la falacia naturalista, tratando de deducir el deber

ser a partir de lo que es. La neurociencia no puede pretender estipular cuáles son los

contenidos morales correctos, ni prescribir cómo debe ser la toma de decisiones

morales. La neurociencia de la ética puede aportar información sobre la estructura

moral de las personas, pero en ningún caso sobre los contenidos morales. Por ello

es ingenua y errónea la pretensión de encontrar una ética universal con base

biológica.

14. La neurociencia de la ética aporta evidencias de que existe una conexión entre lo

cognitivo y lo emocional, y que esa relación tiene que ver principalmente con la

evolución del cerebro para optimizar la supervivencia y encontrar soluciones a las

dificultades de la vida en un contexto que es necesariamente social. La plasticidad

cerebral abre el espacio para la educación, como factor determinante de la

modificación cerebral en contextos culturales y en interrelación con otras personas.

Los conocimientos que aporta la neurociencia pueden orientar en la “modelación”

del cerebro, ofreciendo sugerencias sobre cómo potenciar el desarrollo moral para

lograr juicios más elaborados, propios del nivel postconvencional, sobre cómo

generar emociones compatibles con valores como la tolerancia, la compasión, la

solidaridad o la justicia, o sobre cómo incrementar la creatividad y la capacidad de

innovación para encontrar respuestas novedosas a los problemas éticos. Lograr este

desarrollo de las capacidades humanas es la apuesta por la mejora humana que se

convierte en reto para el futuro.

15. El papel de los componentes emocional y racional en la vida moral ha sido

destacado por numerosos autores en la historia de la filosofía. La filosofía y la ética

son pertinentes a la neurociencia, y viceversa. La aportación de los resultados de las

investigaciones neurocientíficas sobre esta cuestión es una oportunidad para

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189

desarrollar un fructífero debate interdisciplinar, cuyo objetivo ha de ser lograr una

descripción completa y compleja del fenómeno de la moral. La

interdisciplinariedad y la pluralidad de enfoques y perspectivas en el abordaje de

los correlatos neurales de la toma de decisiones morales es una característica

esencial de la neuroética. A pesar de lo mucho que han avanzado nuestros

conocimientos, lo más apasionante de la investigación sobre el cerebro es lo mucho

que nos queda por saber. El estudio aquí presentado abre muchas puertas para

seguir indagando, en ulteriores investigaciones, sobre las implicaciones que tiene el

conocimiento de las bases neurales del juicio moral en la reflexión sobre la ética, y

el modo de lograr una mejora moral a través de la educación.

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

190

11. Notas

1 Safire, W. (2003).

2 Safire, W. (2002) p.5.

3 Gazzaniga, M.S. (2006) pp.14-15.

4 Wolpe, P.R. (2004a).

5 Parens, E. & Johnston, J. (2007). Wilfons, B.S. & Ravitsky, V. (2005).

6 Roskies, A. (2002).

7 Roskies, A. (2006b).

8 Roskies, A. (2002).

9 Churchland, P.S. (1986). Churchland, P.S. (2002b).

10 Casebeer, W.D. & Churchland, P.S. (2003) p.171.

11 Changeux, J.P. y P. Ricoeur (1999).

12 A estas seis añaden también, algunos autores, otras dos disciplinas, más matizadamente: distinguen entre psicología cognitiva y neuropsicología (siendo dos, por tanto, y no sólo una, psicología) por una parte, y entre filosofía de la mente y epistemología evolucionista (en lugar de filosofía). Cf. E. García (2001).

13 Aunque dista mucho de ser favorable a los filósofos, M. Bunge también se manifiesta a favor de un encuentro entre filosofía, psicología y neurociencias, ya que comparten algunos conceptos y principios, y están necesariamente imbricadas. M. Bunge (1994).

14 X. Zubiri «Sentido de la vida intelectual». En: J.A. Nicolás & O. Barroso (eds.) Balance y perspectivas de la filosofía de X. Zubiri. Comares. Granada, 2004. p.7.

15 Gazzaniga, M. (2006).

16 Gazzaniga, M. (2006) p.170.

17 Changeux, J.-P. & Ricoeur, P. (1999) p.32.

18 Evers, K. (2007). Evers, K. (2010).

19 http://www.sfn.org

20 Office of Technology Assessment (1984)

21 International Bioethics Committee UNESCO (1995)

22 Roskies, A.L. (2007).

23 Illes, J. & Raffin, T.A. (2002).

24 Cranford, R.E. (1989).

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

191

25 En concreto, Illes, J. y Raffin, T.A. se refieren a la contribución de P.S. Churchland en: Roy, D.J., Wynne, B.E. & Old, R.W. (eds.) (1991).

26 Pontius, A.A. (1993).

27 Canli, T. & Amin, Z. (2002). Farah, M. (2002). Illes, J. & Raffin, T.A. (2002). Roskies, A. (2002). Rose, S.P.R. (2002).

28 S. Marcus (ed.) (2002).

29 Illes, J. & Raffin, T.A. (2002) p.344.

30 Meeting of Minds European Citizens’ Panel (2006).

31 http://braininitiative.nih.gov

32 http://www.humanbrainproject.eu

33 Farah, M. (2005). Recoge aquí, de modo actualizado, lo que exponía en otro artículo anterior: M. Farah (2002).

34 Illes, J. & Racine, E. (2005a). Esta es una versión simplificada de la tabla más completa que ellos presentan.

35 Ethics and Humanities Subcommittee of the American Academy of Neurology (1998). Illes, J. (2004a). Illes, J. (2003). Kulynych, J. (2002). Desmond, J.E. & Annabel Chen, S.H. (2002). Stevenson, D.K., & Goldworth, A. (2002). Hinton, V. (2002). Rosen, A.C., Bokde, A.L.W., Pearl, A. & Yesavage, J.A. (2002).

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37 Farah, M. & Wolpe, P.R. (2004).

38 Fischer, H., Wik, G. & Fredrikson, M. (1997). Johnson, D.L. ,Wiebe, J.S., Gold, S.M. et al. (1999). Sugiura, M., Kawashima, R., Nakagawa, M. et al. (2000). Canli, T. & Amin, Z. (2002). Canli, T., Zhao, Z., Desmond, J.E. et al. (2001).

39 Phelps, E.A., O’Connor, K.J., Cunningham, W.A., et al. (2000). Hart, A.J., Whalen, P.J., Shin, L.M., et al. (2000). Phelps, E.A. (2001).

40 Greene, J., Sommerville, R.B., Nystrom, L.E., et al. (2001). Phan, K.L., Wager, T., Taylor, S.F. & Liberzon, I. (2002).

41 Dumit, J. (2004).

42 Langleben D., Schroeder, L., Maldjian, J.A. et al. (2002). Lee, T.M., Liu, H.L., Tan, L.H. et al. (2002). Cabeza, R., Rao, S.M., Wagner, A.D. et al. (2001).

43 Farwell, L.A. & Smith, S.S. (2001). Farah, M. (2005).

44 Abbot, A. (2001). Blair R.J. (2001). Raine, A. et al. (1998). Brower M.C. and Price B.H. (2001).

45 Home Office and Department of Health (1999).

46 Canli, T. & Armin, Z. (2002). Buchanan, A. & Leese, M. (2001).

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

192

47 Bechara, A., Damasio, A.R., et al. (1994). Fellows, L.K. & Farah, M.J. (2004). Manes, F. et al. (2002). Krawczyk, D.C. (2002).

48 Denno, D. (2003). Garland, B., (Ed.) (2004).

49 Mahli, G.S. & Sachdev, P. (2002).

50 Luria, A.R. (1968).

51 Root Wolpe, P. (2002). Farah, M., Illes, J., Cook-Degan, et al. (2004).

52 Farah, M. & Root Wolpe, P. (2004). Kass, L. (2003). Fukuyama, F. (2002).

53 Butcher, J. (2003). Greely, H., Sahakian, B., Harris, J. et al. (2008).

54 Mehlman, M.J. (2004).

55 http://www.ritalinabusehelp.com/current-issues-in-ritalin-use. Acceso: 20 Abril 2013.

56 President's Council on Bioethics (2003).

57 "FAQ - Center for Cognitive Liberty & Ethics (CCLE)". General Info. Center for Cognitive Liberty and Ethics. Actualizado: 2003-09-15. http://www.cognitiveliberty.org/faqs/faq_general.htm. Acceso: 3 Noviembre 2014.

58 Kramer, P. (1994).

59 Healy, D (2000).

60 Caplan, A. (2003).

61 Savulescu, J. (2012).

62 Savulescu, J. (2002).

63 Cfr. Feito, L. (2013) El debate ético sobre la mejora humana. Diálogo Filosófico 86, 267-90.

64 Marinoff, L. (2010).

65 DeGrazia, D. (2005a). DeGrazia, D. (2000). DeGrazia, D. (2005b).

66 Ricoeur, P. (1996).

67 X. Zubiri afirma que el hombre (el ser humano) siempre es el mismo, pero nunca es lo mismo. En este caso se habla de unos rasgos de realidad humana como persona (“personeidad”) y de una concreción por apropiación de posibilidades en forma de “personalidad”. Zubiri, X. (1994) Zubiri, X. (1986).

68 President’s Council on Bioethics (2003).

69 Pinker, S. (1995). Pinker, S. (2001). Pinker, S. (2003).

70 Cfr. Feito, L. (2008) «Cerebros de mujeres y cerebros de hombres ¿Conflicto de racionalidades?» En: L. Feito (ed.) El conflicto de racionalidades. Madrid: Universidad P. Comillas. pp.205-215.

71 Pinker, S. (2005) Debate "The Gender of Gender and Science“ Universidad de Harvard. Recuperado de: http://edge.org/3rd_culture/debate05/debate05_index.html

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

193

72 Ortega y Gasset, J. (2004) “Historia como sistema”. Obras Completas VI. Madrid, Taurus.

73 Zubiri, X. (2002) Sobre el problema de la filosofía y otros escritos (1932-1944). Madrid. Alianza. Pp.297-8. 74 Zubiri, X. (1984) El hombre y Dios. Madrid. Alianza.

75 Goh, J.O.S., et al. (2010). Goh, J.O.S., et al. (2011).

76 Chiao, J.Y. (2010).

77 Chiao, J.Y., Bebko, G.M. (2011).

78 Adolphs R (2009). Chiao JY, et al. (2009). X u X, Zuo X, Wang X, Han S (2009). Zhu Y, Zhang L, Fan J, Han S (2007). Kobayashi C, Glover G, Temple E (2006).

79 Han, S. Et al. (2013).

80 Roepstorff, A. (2013).

81 Savulescu, J. (2012).

82 Savulescu, J., Persson, I. (2012).

83 Haidt, J. (2001).

84 A.R. Damasio. (1994). Damasio, H., Grabowski, T., Frank, R., Galaburda, A.M. & Damasio, A.R. (1994). Bechara, A., Damasio, H., Tranel, D. & Damasio, A.R. (1997). Christen, Y., Damasio, A. & Damasio, H. (eds.) (1995).

85 Grattan, L.M. & Eslinger, P.J. (1992).

86 Grafman, J. et al. (1996).

87 Bechara, A. (2004).

88 Bechara, A., Damasio, H. & Damasio, A.R. (2000).

89 Granel, D., Bechara, A. & Denburg, N.L. (2002). Davidson, R.J. & Irrwin, W. (1999). Davidson, R.J., Jackson, D.C. & Kalin, N.H. (2000).

90 Adolphs, R. (2003).

91 Edwards, K. (1998).

92 Blakemore, S.J. & Decety, J. (2001). Gallagher, H. et al (2000). Fine, C., Lumsden, J. & Blair, R.J.R. (2001).

93 Rilling, J.K. et al. (2002). Kahn, I. et al. (2002).

94 Baron-Cohen, S. (1995). Frith, U. (2001). St. George, M. & Bellugi, U. (eds.) (2000). Mitchell, D., Colledge, E., Leonard, A. & Blair, R. (2002).

95 Greene, J. & Haidt, J. (2002).

96 La diferencia entre juicios morales personales e impersonales hace referencia a la diferencia entre aquellas violaciones morales que cumplen los siguientes requisitos: pueden causar daño serio a una persona en

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Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

194

particular, de modo que el daño no es resultado de desviar una amenaza existente a otra parte, que serían las denominadas personales, y las que no cumplen tales criterios que serían las impersonales. Greene, J.D., Sommerville, R.B., et al. (2001).

97 Immordino-Yang, M.H. & Singh, V. (2013). Perry, D., Hendler, T., Shamay-Tsoory, S.G. (2011).

98 Moll, J., Eslinger, P.J. & de Oliveira Souza, R. (2001). Moll, J., de Oliveira-Souza, R., Eslinger, P.J., et al. (2002). Heekeren, H.R., Wartenburger, I., Schmidt, H., Schwintowski, H.P., Villringer, A. (2003).

99 Moll, J., de Oliveira-Souza, R., Bramati, I.E. & Grafman, J. (2002). Harenski, C.L. & Hamaan, S. (2006).

100 Greene, J.D., Sommerville, R.B., Nystrom, L.E. et al. (2001).

101 Paxton, J.M. & Greene, J.D. (2010).

102 Mendez, M.F., Chen, A., Shapira, J. & Miller, B. (2005). Mendez, M.F., Anderson, E. & Shapira, J. (2005). Mendez, M.F. (2006).

103 Anderson, S.W., Barrash, J., Bechara, A. & Tranel, D. (2006). Ciaramelli, E., Muccioli, M., Ladavas, E. & di Pellegrino, G. (2007).

104 Bechara, A. & Damasio, A.R. (2005).

105 Young, L. & Saxe, R. (2008). Young, L., Cushman, F., Hauser, M., & Saxe, R. (2007).

106 Young, L., Camprodon, J., Hauser, M., Pascual-Leone, A. & Saxe, R. (2010).

107 Decety, J. & Lamm, C. (2007).

108 Blakemore, S.J. (2008).

109 Fumagalli, M., Ferrucci, R., Mameli, S. et al. (2010).

110 Finger, E.C., Marsh, A.A., Kamel, N. et al. (2006).

111 Avram, M., Hennig-Fast, K,, Bao, Y. et al. (2014).

112 Berns, G., Bell, E., Capra, C.M. et al. (2012).

113 Young, L. & Dungan, J. (2012). Zahn, R., de Oliveira-Souza, R., Moll, J. (2011).

114 McClure, S.M. et al. (2007) .

115 Greene, J.D., Nystrom, L.E., Engell, A.D., Darley, J.M., Cohen J.D. (2004).

116 Greene, J.D., Sommerville, R.B., Nystrom, L.E., Darley, J.M., Cohen, J.D. (2001).

117 Foot, P. (1967).

118 Thomson, J.J. (1976). Greene, J.D. (2008).

119 McClure, S.M., Botvinick, M.M., Yeung, N., Greene, J.D., & Cohen, J.D. (2007).

120 Naddelhoffer, T. & Feltz, A. (2008).

121 Avram, M., Hennig-Fast, K,, Bao, Y. et al. (2014).

Page 195: Neuroética Las bases neurales del juicio moral

Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

195

122 Greene, J.D. (2008).

123 Lo denomina así, por ejemplo, Pankseep, J. (1998). En la misma línea, que ha llegado incluso a trasladarse al público no especializado pueden citarse obras como: Damasio, A. (1994). Goleman, D. (1996). LeDoux, J. (1996).

124 Murphy, F.C. et al. (2000).

125 Granel, D., Bechara, A. & Denburg, N.L. (2002). Davidson, R.J. & Irrwin, W. (1999). Davidson, R.J., Jackson, D.C. & Kalin, N.H. (2000).

126 Davidson, R.J. (1998a). Davidson, R.J. (1994). Davidson, R.J. (1998b).

127 Harenski, C.L. & Hamann, S. (2005). Moll, J., De Oliveria-Souza, R., Eslinger, P.J. et al. (2002). Greene, J., Sommervilles, R.B., Nystrom, L.E. et al. (2001). Greene, J.D., Nystrom, L.E., Engell, A.D., Darley, J.M., Cohen J.D. (2004). Heekeren, H.R., Wartenburger, I., Schmidt, H., Schwintowski, H.P., Villringer, A. (2003).

128 A.R. Damasio. (1994). Damasio, H., Grabowski, T., Frank, R., Galaburda, A.M. & Damasio, A.R. (1994). Bechara, A., Damasio, H., Tranel, D. & Damasio, A.R. (1997). Christen, Y., Damasio, A. & Damasio, H. (eds.) (1995).

129 Moll, J., Zahn, R., de Oliveira-Souza, Krueger, F., Grafman, J. (2005).

130 Bear, M.F., Connors, B.W., Paradiso, M.A. (2002).

131 LeDoux, J.E. (1987).

132 Miller, E.K., Cohen, J.D. (2001).

133 Harlow, J.M. (1868). A.R. Damasio. (1994).

134 Damasio, H., Grabowski, T., Frank, R., Galaburda, A.M. & Damasio, A.R. (1994).

135 Bechara, A., Damasio, A.R., Damasio, H., Anderson, S. (1994). Bechara, A., Damasio, H., Damasio, A.R., Lee, G.P. (1999). Bechara, A., Tranel, D., Damasio, H., Damasio, A.R. (1996).

136 Bechara, A., Damasio, H., Tranel, D., Damasio, A.R. (1997).

137 Aguado, L. (2002).

138 Damasio, A.R. (1994). Damasio, A.R., Tranel, D., Damasio, H. (1991). Damasio, A.R. (1998b).

139 Greene, J.D., Sommerille, R.B., Nystrom, L.E. et al. (2001). Moll,J., Eslinger, P.J., de Oliveira-Souza, R. (2001).

140 Koenigs, M., Young, L., Adolphs, R. et al. (2007).

141 Bechara, A. & Damasio, A.R. (2005). Damasio, A.R. (1996). Damasio, A.R. (1994).

142 Tirapu-Ustárroz, J., Muñoz-Céspedes, J.M., Pelegrín-Valero, C. (2002).

143 Maia, T.V. & McClelland, J.L. (2004). Maia, T.V. & McClelland, J.L. (2005).

144 Reimann, M. & Bechara, A. (2010).

145 Kuhnen, C.M., & Knutson, B. (2005). Knutson, B. & Greer, S.M. (2008).

Page 196: Neuroética Las bases neurales del juicio moral

Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

196

146 Hansen, F. (2005). Hansen, F. & Christensen, S.R. (2007).

147 Adolphs, R. (2005).

148 Craig, A.D. (2002).

149 Singer, T. et al. (2004).

150 Rolls, E.T. (1999).

151 Davidson, R.J., Jackson, D.C., Kalin, N.H. (2000).

152 Davidson, R.J., Irwin, W. (1999).

153 LeDoux, J. (1996). Cahill, L., McGaugh, J.L. (1998). Aggleton, J.P. (1993).

154 Cahill, L., Weinberger, N.M., Roozendaal, B., McGaugh, J.L. (1999). Fanselow, M.S., LeDoux, J.E. (1999).

155 Davidson, R.J., Irwin, W. (1999).

156 Adolphs, R., Tranel, D., Damasio, H., Damasio, A.R. (1995). Adolphs, R., Dmasio, H., Tranel, D., Damasio, A.R. (1996).

157 Calder, A.J. et al. (1996).

158 Broks, P. et al. (1998).

159 Davidson, R.J., Jackson, D.C., Kalin, N.H. (2000).

160 Davidson, R.J. (1992). Davidson, R.J. (1998b). Davidson R.J, Irwin, W. (1999). Davidson, R.J. (2000).

161 Drevets, W.C. et al. (1992).

162 Cahill, L. et al. (1996).

163 Davidson, R.J. (2003a) Davidson, R.J., Putnam, K.M., Larson, C.L. (2000).

164 Borod, J. (1993). Heller, W., Nitschke, J.B. (1997). Heller, W., Nitschke, J.B. (1998).

165 Davidson, R.J., Irwin, W. (1999).

166 Davidson, R.J. (1994).

167 Gainotti, G. (1972). Sackelm, H.A. et al. (1982). Robinson, R.G. et al. (1984).

168 Robinson, R.G., Downhill, J.E. (1995).

169 Davidson, R.J. et al. (1990). Davidson, R.J. (1992). Davidson, R.J. (1998b).

170 Davidson, R.J. (1998a). Davidson, R.J., Jackson, D.C., Kalin, N.H. (2000).

171 Davidson, R.J., Irwin, W. (1999b) Davidson, R.J., Irwin, W. (1999a).

172 Morgan, M.A., Romanski, L., LeDoux, J.E. (1993).

Page 197: Neuroética Las bases neurales del juicio moral

Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

197

173 Davidson, R.J. (1998a).

174 Borod, J.C., Kent, H., Koff, E., Martin, C. (1988).

175 Davidson, R.J. (1995).

176 Smith, S.D., Bulman-Fleming, M.B. (2004).

177 Stambrook, M., Martin, D.G. (1983).

178 Whalen, P.J. et al. (1998).

179 Smith, S.D., Bulman-Fleming, M.B. (2005).

180 Schirillo, J.A. (2000).

181 Reuter-Lorenz, P., Davidson, R.J. (1981).

182 Chen, A.C., German, C., Zaidel, D.W. (1997).

183 Davidson, R.J., Shackman, A.J., Maxwell, J.S. (2004).

184 Nicholls, M.E.R. et al. (2004).

185 Fox, N. A. et al. (2001). Jones, N.A., McFall, B.A., Diego, M.A. (2004). Tomarken, A.J., Davidson, R.J., (1994). Kang, D.H., Davidson, R.J., Coe, C.L., Wheeler, R.E., Tomarken, A.J., Ershler, W.B. (1991). Nitschke, J.B., Heller, W., Etienne, M.A., Miller, G.A. (2004). Donzella, B., Davidson, R.J., Stickgold, R., Hobson, J.A. (1994).

186 Harmon-Jones, E. (2004).

187 Coan, J.A., Alen, J.J.B. (2004).

188 Davidson, R.J. (2004b).

189 Gong, G., He, Y. & Evans, A.C. (2011). Cahill, L. (2006). Wager, T.D., Phan, K.L., Liberzon, I., Taylor, S.F. (2003).

190 García, E. (2003). Luders, E. & Toga, A.W. (2010).

191 Spelke, E.S. (2005).

192 Hines, M. (2004).

193 Baron-Cohen, S. (1995) y (2003).

194 Schulte-Rüthera, M., Markowitschc, H.J., Shahe, N. J., Finka, G.R., Piefke, M. (2008).

195 Botvinick, M., Jha, A.P., Bylsma, L.M., Fabian, S.A., Solomon, P.E., Prkachin, K.M. (2005). Singer, T., Seymour, B., O’Doherty, J.P., et al. (2006). Lamm, C., Batson, C.D., Decety, J. (2007).

196 Robertson, D., Snarey, J., Ousley, O., et al. (2007).

197 Gilligan, C. (1977).

198 Kohlberg, L. (1964).

Page 198: Neuroética Las bases neurales del juicio moral

Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

198

199 Damasio, A.R., Grabowski, T.J., Bechara, A., et al. (2000). Johnson, M.K., Raye, C.L., Mitchell, K.M., et al. (2006).

200 Greene, J. & Haidt, J. (2002).

201 Greene, J.D., Nystrom, L.E., Engell, A.D., Darley, J.M., Cohen J.D. (2004).

202 Harenski, C.L., Antonenko, O., Shane, M.s., Kiehl, K.A. (2008).

203 Fumagalli, M., Ferrucci, R., Mameli, F. et al. (2010).

204 Bruner, J. (2004).

205 Adolphs, R. (2003).

206 Edwards, K. (1998).

207 Blakemore, S.J. & Decety, J. (2001). Gallagher, H. et al (2000). Fine, C., Lumsden, J. & Blair, R.J.R. (2001).

208 Jedlicka, P. (2005).

209 Farah, M.J. (2005).

210 Dennett, D. (1991). Cooney, J.W. & Gazzaniga, M.S. (2003). Dehaene, S. & Naccache, L. (2001). Baars, B. (2001). Dennet, D.C. (2001).

211 Newberg, A. & D’Aquili, E. (2002).

212 Rizzolatti, G. Sinigaglia, C. (2006).

213 Ramachandran, V.S. (2006).

214 Rizzolatti, G., Arbib, M.A. (1998).

215 Iacoboni, M. et al. (2005). Fogassi, L. et al. (2005).

216 Gallese, V. (2006).

217 Gallese, V. (2001). Posteriormente lo ha denominado también “costumbre intencional” (intentional attunement): Gallese, V. (2006).

218 Ramachandran, V.S. (2006).

219 Ramachandran, V.S. (2000).

220 Ruby, P., Decety, J. (2004). Ramsey, R., Hansen, P., Apperly, I., Samson, D. (2013).

221 Ochsner, K.N., Knierim, K., Ludlow, D.H., Haneling, J., Ramachandran, T., Glover, G. (2004).

222 Nadelhoffer, T., Feltz, A. (2008).

223 Avram, M. et al. (2014).

224 Immordino-Yang, M.H., Singh, V. (2013). Perry, D., Hendler, T., Shamay-Tsoory, S.G. (2011).

225 Immordino-Yang, M.H. (2011).

Page 199: Neuroética Las bases neurales del juicio moral

Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

199

226 Prehn, K., Wartenburger, I., Mériau, K. et al. (2008).

227 Lewis, G.J., Kanai, R., Bates, T.C., Rees, G. (2012).

228 Prehn, K., Korczykowski, M., Rao, H., et al. (2015).

229 Yoder, K.J. & Decety, J. (2014).

230 Davidson, R.J. (1998b).

231 Davidson, R.J. (2012).

232 Davidson, R.J. (2012).

233 Maguire, E.A., Woollett, K., Spiers, H.J. (2006).

234 Pascual-Leone, A., Amedi, A., Fregni, F., Merabet, L.B. (2005).

235 Zatorre, R.J., Fields, R.D., Johansen-Berg, H. (2012).

236 Fan, Y., Duncan, N.W., de Greck, M., Northoff, G. (2011). Lamm, C., Decety, J., Singer, T. (2011).

237 Batson, C.D. (2009).

238 Yamada, M., Lamm, C., Decety, J. (2011).

239 Chiao, J.Y. & Mathur, V.A. (2010).

240 Hein, G., Silani, G. et al. (2010).

241 Majdandzic, J., Bauer, H. et al. (2012).

242 Decety, J. & Cowell, J.M. (2014a). Ugazio, G., Majdandzic, J., Lamm, C. (2014).

243 Lamm, C. & Majdandzic, J. (2015).

244 Decety, J. & Cowell, J.M. (2014a). Decety, J. & Cowell, J.M. (2014b).

245 Moll, J., Zahn, R., de Oliveira-Souza, R., Krueger, F., Grafman, J. (2005).

246 Greene, J.J., Sommerville, R.B., Nystrom, L.E., Darley, J.M., Cohen, J.D. (2001). Greene, J.D., Nystrom, L.E., Engell, A.D., Darley, J.M., Cohen, J.D. (2004).

247 Millar, E.K. & Cohen, J.D. (2001).

248 Damasio, A.R., Tranel, D., Damasio, H. (1990).

249 Bechara, A., Damasio, A., Tranel, D., Damasio A.R. (1997).

250 Blair, R.J. & Cipolotti, L. (2000).

251 Rolls, E.T., Hornak, J., Wade, D. McGrath, J. (1994).

252 Blair, R.J. (2001). Blair, R.J. (2004).

253 Lough, S., Gregory, C., Hodges, J.R. (2001).

Page 200: Neuroética Las bases neurales del juicio moral

Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

200

254 Baron-Cohen, S. (1992).

255 Wood, J.N. & Grafman, J. (2003). Wood, J.N., Romero, S.G., Knutson, K.M., Grafman, J. (2005). Wood, J.N., Romero, S.G., Makale, M., Grafman, J. (2003).

256 Moll, J., de Oliveira-Souza, R., Eslinger, P.J. (2003). Moll, J., de Oliveira-Souza, R., Eslinger, P.J. et al. (2002).

257 Haidt, J. (2007).

258 Casebeer, W.D. & Churchland, P.S. (2003).

259 Damasio, A.R. (2007).

260 Greene, J., Sommerville, R.B., Nystrom, L.E., et al. (2001). De Martino, B. et al. (2006).

261 Davidson, R.J. (2002).

262 Cacciopo, J.T. et al. (2003).

263 Churchland, P. (2010).

264 Cit. Raichle, M. (2003).

265 Bombín-González, I., Cifuentes-Rodriguez, A. et al. (2014).

266 Casebeer, W.D. (2003).

267 Fiddick, L., Cosmides, L., Tooby, J. (2000). Goel, V., Dolan, R.J. (2003a). Goel, V., Dolan, R.J. (2003b).

268 Casebeer, W.D. & Churchland, P.S. (2003). Casebeer, W.D. (2003).

269 Montague, P.R. et al. (2002).

270 Nisbett, R.E. & Masuda, T. (2003). Ehrlich, P.R. (2000). Nichols, S. (2002). Fehr, E., Fischbacher, U. (2004).

271 Anderson, S.W., Bechara, A., Damasio, H., Granel, D., Damasio, A.R. (1999). Grattan, L.M., Eslinger, P.J. (1992). Eslinger, P.J., Flaherty-Craig, C.V., Benton, A.L. (2004).

272 Moll, J., Zahn, R., de Oliveira-Souza, R., Krueger, F., Grafman, J. (2005).

273 Word, J.N., Grafman, J. (2003). Fuster, J.M. (1997).

274 Fiddick, L., Cosmides, L., Tooby, J. (2000). Cosmides, L., Tooby, J. (1997). Fiddick, L. (2004).

275 Gracia, D. (2000). Gracia, D. (2001).

276 Kahane, G., Wiech, K., Shackel, N. et al. (2012).

277 Kahane, G. & Shackel, N. (2010).

278 J.L.L. Aranguren (1958). Esta distinción tiene su origen en los trabajos de Xavier Zubiri y ha sido desarrollada por Diego Gracia (1989).

279 Jedlicka, P. (2005).

Page 201: Neuroética Las bases neurales del juicio moral

Neuroética. Las bases neurales del juicio moral

201

280 Farah, M.J. (2005).

281 Dennett, D. (1991). Cooney, J.W. & Gazzaniga, M.S. (2003). Dehaene, S. & Naccache, L. (2001). Baars, B. (2001). Dennet, D.C. (2001).

282 Newberg, A. & D’Aquili, E. (2002). Newberg, A. et al. (2003). Azari, N.P. et al (2001). LaPlante, E. (1993).

283 Gazzaniga, M.S. (1993). Gazzaniga, M.S. (2006). Gazzaniga, M.S. & LeDoux, J.E. (1978). Gazzaniga, M.S. (1998). Gazzaniga, M.S. (2000a). García García, E. (2001).

284 Searle, J. (1996).

285 Casebeer, W.D. & Churchland, P.S. (2003).

286 Churchland, P.S. (2006).

287 Libet, B. (1999). Libet, B. (2005).

288 Churchland, P.S. (2006).

288 Libet, B. (1999).

289 Roskies, A. (2006a).

290 Nahmias, E. (2006).

291 Quine, W.V. (1969).

292 Churchland, P.S. (1987).

293 Brook, A., Akins, K. (eds.) (2005).

294 Bennett, M.R. and Hacker, P.M.S. (2003). Bennett, M., Dennett, D., Hacker, P., Searle, J. (2007).

295 Alva Noë (2010) pp.24 y 27.

296 P. Churchland (1986).

297 Damasio, A.R. (1994) p.14.

298 El libro de Damasio es una fuente inagotable de inspiración tanto para psicólogos, como para neurocientíficos o filósofos, de ahí que sea cita obligada. Sobre el tema de su obra discuten por ejemplo: Churchland, P.S. (2001). Martínez Sánchez, A. (2004). Bechtel, W. (1991). Ricoeur, P. & Changeux, J.P. (1999). O el propio Damasio en obras posteriores: Damasio, A.R. (2001b).

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