mirada desde la realidad socio-cultural

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Mirada desde la realidad socio-cultural Presentación en la Primera Asamblea Eclesial. Centro de Peregrinos de Schoenstatt, 10 de octubre de 2007 Fecha: Miércoles 10 de Octubre de 2007 Pais: Chile Ciudad: Santiago Autor: Pedro Morandé Court 1. Todas las tendencias socio-culturales reconocidas por el Documento de Aparecida están presentes también en nuestra realidad cultural. Si el fenómeno de la globalización o de emergencia de la sociedad mundial es el factor más decisivo en el contexto social y cultural de nuestros países, se puede afirmar que Chile fue uno de los países latinoamericanos que más tempranamente aceptó este desafío y abrió sus mercados al mundo en busca de integración global. 2. Particularmente, por su importancia, merece destacarse el papel creciente que desempeñan los medios y tecnologías de comunicación de masas (radio, televisión abierta, televisión por cable, internet, teléfonos celulares) en la definición de lo que es "real" para la población, incluida la hipótesis de operar como si Dios no existiese. Las encuestas relativas a la credibilidad y prestigio de la instituciones otorgan a los medios una credibilidad muy alta, precisamente porque la población los reconoce como las ventanas a través de las cuales comparece la realidad cotidiana y encuentra en ello su principio de intelección. Estos medios han cambiado y están cambiando hábitos conductas tradicionales de los chilenos, especialmente la distinción entre lo público y lo privado, las prioridades y valores de la población de manera significativa y de un modo más rápido y profundo que lo que tradicionalmente realizaba la escuela. 3. El DA destaca la fragmentación con que se presenta la realidad a los ojos de las personas, cuya vocación de sentido incluye la interpretación unitaria y coherente del significado de todo lo real. La sociedad ya no ofrece representaciones suficientes de la síntesis y de la unidad, y deja esta tarea prácticamente librada a las búsqueda personales y subjetivas. Para ello valora sobre todo la diversidad y fomenta los procesos de induación, poniendo en riesgo la transmisión de un patrimonio cultural e histórico que pueda ser reconocido con autoridad moral y como un estándar de calidad y nobleza cultural. La fragmentación no sólo produce dispersión, sino también, falta de jerarquización en un canon compartido. El DA ve con preocupación la creciente dificultad de transmitir la cultura a las nuevas generaciones, comenzando por la familia, pero también en la escuela y en los medios de comunicación. El fenómeno afecta hasta la misma conciencia religiosa y la transmisión de la fe en los ámbitos antes mencionados. La religiosidad popular sigue siendo un precioso patrimonio cultural que ha tenido la virtud de proponer un sentido unitario de la existencia, pero ella compite crecientemente con prácticas esotéricas de copiosa oferta en el mercado y de la urbanización creciente de la población que lleva a hacer del tiempo el bien más escaso en medio de las necesidades de desplazamiento y de circulación. Se requiere, por tanto, un salto cualitativo en el desarrollo de la conciencia religiosa que concilie la dimensión racional con la dimensión sapiencial de la realidad. Esta última es la más olvidada, pero cuando ello ocurre, se deforma también la visión racional de la realidad. 4. Aunque desde el punto de vista jurídico pueda expresarse que existe una clara jerarquización de valores y conductas que se expresan en las normas constitucionales, la actitud de las personas ante la majestad de la ley se debilita cuando ella no se acompaña de un cultura coherente con las disposiciones jurídicas en los restantes planos de la vida social, como son las familias, los medios de información, la educación y las expresiones artísticas. Hay una creciente desaprensión frente al orden legal, lo que explica el crecimiento de la delincuencia, de las actividades ilícitas, de la corrupción, de la violencia y de otras formas de regulación que sólo reconocen la eficiencia y la eficacia como sus valores supremos. Todo vale si se consiguen con ello resultados.

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Page 1: Mirada desde la realidad socio-cultural

Mirada desde la realidad socio-cultural

Presentación en la Primera Asamblea Eclesial. Centro de Peregrinos de Schoenstatt, 10 de octubre de 2007

Fecha: Miércoles 10 de Octubre de 2007Pais: ChileCiudad: SantiagoAutor: Pedro Morandé Court

1. Todas las tendencias socio-culturales reconocidas por el Documento de Aparecida están presentes también en nuestra realidad cultural. Si el fenómeno de la globalización o de emergencia de la sociedad mundial es el factor más decisivo en el contexto social y cultural de nuestros países, se puede afirmar que Chile fue uno de los países latinoamericanos que más tempranamente aceptó este desafío y abrió sus mercados al mundo en busca de integración global.

2. Particularmente, por su importancia, merece destacarse el papel creciente que desempeñan los medios y tecnologías de comunicación de masas (radio, televisión abierta, televisión por cable, internet, teléfonos celulares) en la definición de lo que es "real" para la población, incluida la hipótesis de operar como si Dios no existiese. Las encuestas relativas a la credibilidad y prestigio de la instituciones otorgan a los medios una credibilidad muy alta, precisamente porque la población los reconoce como las ventanas a través de las cuales comparece la realidad cotidiana y encuentra en ello su principio de intelección. Estos medios han cambiado y están cambiando hábitos conductas tradicionales de los chilenos, especialmente la distinción entre lo público y lo privado, las prioridades y valores de la población de manera significativa y de un modo más rápido y profundo que lo que tradicionalmente realizaba la escuela.

3. El DA destaca la fragmentación con que se presenta la realidad a los ojos de las personas, cuya vocación de sentido incluye la interpretación unitaria y coherente del significado de todo lo real. La sociedad ya no ofrece representaciones suficientes de la síntesis y de la unidad, y deja esta tarea prácticamente librada a las búsqueda personales y subjetivas. Para ello valora sobre todo la diversidad y fomenta los procesos de induación, poniendo en riesgo la transmisión de un patrimonio cultural e histórico que pueda ser reconocido con autoridad moral y como un estándar de calidad y nobleza cultural. La fragmentación no sólo produce dispersión, sino también, falta de jerarquización en un canon compartido. El DA ve con preocupación la creciente dificultad de transmitir la cultura a las nuevas generaciones, comenzando por la familia, pero también en la escuela y en los medios de comunicación. El fenómeno afecta hasta la misma conciencia religiosa y la transmisión de la fe en los ámbitos antes mencionados. La religiosidad popular sigue siendo un precioso patrimonio cultural que ha tenido la virtud de proponer un sentido unitario de la existencia, pero ella compite crecientemente con prácticas esotéricas de copiosa oferta en el mercado y de la urbanización creciente de la población que lleva a hacer del tiempo el bien más escaso en medio de las necesidades de desplazamiento y de circulación. Se requiere, por tanto, un salto cualitativo en el desarrollo de la conciencia religiosa que concilie la dimensión racional con la dimensión sapiencial de la realidad. Esta última es la más olvidada, pero cuando ello ocurre, se deforma también la visión racional de la realidad.

4. Aunque desde el punto de vista jurídico pueda expresarse que existe una clara jerarquización de valores y conductas que se expresan en las normas constitucionales, la actitud de las personas ante la majestad de la ley se debilita cuando ella no se acompaña de un cultura coherente con las disposiciones jurídicas en los restantes planos de la vida social, como son las familias, los medios de información, la educación y las expresiones artísticas. Hay una creciente desaprensión frente al orden legal, lo que explica el crecimiento de la delincuencia, de las actividades ilícitas, de la corrupción, de la violencia y de otras formas de regulación que sólo reconocen la eficiencia y la eficacia como sus valores supremos. Todo vale si se consiguen con ello resultados.

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5. Afectada la cultura en su capacidad de conducir la diversidad a un destino histórico común, se sobrevalora, como compensación, la subjetividad individual y la imaginación centradas en un vivir al día. La preocupación por el bien común, por los derechos sociales y solidarios, se sustituye por la realización inmediata de los deseos y expectativas. La publicidad y el consumo generan la ilusión de que todo deseo puede ser satisfecho por los productos y servicios que se ofrecen en el mercado y con ellos es posible alcanzar la felicidad. Expresado en lenguaje de la DSI, la cuestión es cómo alcanzar el delicado equilibrio entre solidaridad y subsidiaridad. La solidaridad sin subsidiaridad conduce al paternalismo, la sobreprotección de la juventud y la prolongación de un estado de adolescencia más allá de la edad de la vida adulta. La subsidiaridad sin solidaridad, produce un creciente desinterés e indiferencia por todos aquellos sectores de la población que no están inmediatamente vinculados a la vida cotidiana de cada uno y parecen producir un individualismo pragmático y narcisista. En países como Chile y los llamados emergentes, donde la brecha histórica de inequidad y falta de oportunidades es muy grande, esta mentalidad cultural desfavorece la adopción de mediadas efectivas que garanticen la inclusión y disminuyan la exclusión. Aunque el orden institucional proclama y reconoce la inclusión universal y la no-discriminación, la exclusión se ha transformado en la variable empírica de ajuste, lo que lleva a que muchos grupos de personas transiten oscilantemente de un grupo a otro sin lograr echar raíces entre los incluidos.

6. El DA valora como dimensión positiva de la tendencia a la progresiva individuación de la sociedad el valor que adquiere la conciencia y la experiencia individual, la búsqueda de sentido y de la trascendencia, la vivencia personal y el testimonio. Este anhelo de encontrar razones para la existencia pone en movimiento el deseo de encontrarse con otros y de compartir lo vivido. A pesar del peso de la cultura globalizada, subsiste el valor de la familia, de la solidaridad local, de la amistad. Todo esto es muy valioso. Pero se corre el riesgo de vivir paralelamente y sin la adecuada integración un pequeño mundo personalizado donde reina el sentido y la convivencia pacífica, frente a un amplio espacio despersonalizado, donde reina la desconfianza, la resignación, la violencia y la inequidad, y se valoriza el utilitarismo y lo que da resultados.

7. Juan Pablo II fue muy insistente en su enseñanza de que la cultura es el verdadero lugar de la soberanía de los pueblos, de la personalización de la vida, del aprendizaje de una libertad que asume la responsabilidad no sólo de cada uno consigo mismo, sino solidariamente con todo el pueblo con que se comparte una misma historia y destino. También la llamó la "subjetividad de la sociedad", es decir, aquella instancia donde se asume la condición de ser sujeto y protagonista del propio destino. Para hablar de esta misma realidad, el Cardenal Silva acuñó la hermosa expresión "el alma de Chile".

8. La Iglesia tiene muchas formas de contribuir a la formación, crecimiento y constante desarrollo de esta subjetividad de la sociedad: la familia, la catequesis, la educación escolar, la vida en comunidad en las diócesis, parroquias, movimientos y asociaciones. El principal obstáculo que quita nobleza a las culturas es el divorcio entre la información que transmiten los medios y las instituciones y la experiencia personal de la búsqueda del sentido último y unitario de la realidad, es decir, la pérdida de la dimensión sapiencial de la cultura. Cuando la cultura deja de interpelar a las personas en su vocación universal a la santidad, no las motivan a su perfeccionamiento, al cultivo de sí mismas. La cultura se transforma así en "productora" (Gryiel), en objeto decorativo, en simbolismo despersonalizado (ritualismo), en producto de masas para el consumo. Pareciera que éste es el mayor desafío pastoral para la Iglesia, volver a interpelar en nombre de Cristo a cada ser humano en su vocación personal a la santidad, a la vida según la sabiduría del Espíritu, a la experiencia de comunión en la verdad y en la caridad. Como señaló Benedicto XVI en Aparecida, "sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella modo adecuado y realmente humano".