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EL VOCATIVO Y LA INTERJECCION ¿. "5 Máximo Brioso Sánchez Los estudios sobre el vocativo, si bien no son todo lo numerosos que podría esperarse, forman una de las parcelas más selectas pero también más tradicionales de la investigación estilístico-sintáctica, al menos en lo que respecta al campo del griego antiguo. En el siglo pasado, Ch. T. Pfuhl, H. Menge, K. J. Kockel, J. Eibel y otros,1 examinaron activamente diversos aspectos de la cuestión. Como en otros muchos hechos gramaticales, las interpretaciones sicológicas han tenido amplia primacía. En el dominio concreto del vocativo esta prioridad hubo de verse grandemente beneficiada, sobre todo, desde que se prestó una atención decidida al curioso comportamien- to de la interjección írl, a la que pronto intentóse someter a estric- tas reglas. Ya los manuales de Kühner-Gerth 2 y Gildersleeve, 3 de 1898 y 1900 respectivamente, resumieron interesantes noticias al respecto. El primero, por ejemplo, notaba que Demóstenes, en el De cor., siempre se dirige a su rival despreciativamente con un sim- ple Alaxlvri. 4 El segundo, recogía las valiosas aportaciones de A. Hug sobre el Banquete de Platón. Estos datos forman hoy parte, junto con otros muchos, del acervo diríamos «académico», que por principio suele transmitirse de cita en cita sin más. 1. Detallada bibliografía en Schwyzer-Debrunner, Gr. Gramm. II, p. 59. 2. Ausführliche griechische Grammatik II, 1, p. 48 s. 3. Syntax of Classical Greek 1, p. 5 ss. 4. Sobre este punto vid, más adelante. La noticia debe proceder de J. Eibel, cuyo trabajo De vocativi usu apud decem ora lores Atticos, Würzburg, 1893, no hemos podido desgraciadamente consultar. 35

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EL VOCATIVO Y LA INTERJECCION ¿."5

Máximo Brioso Sánchez

Los estudios sobre el vocativo, si bien no son todo lo numerososque podría esperarse, forman una de las parcelas más selectas perotambién más tradicionales de la investigación estilístico-sintáctica,al menos en lo que respecta al campo del griego antiguo. En elsiglo pasado, Ch. T. Pfuhl, H. Menge, K. J. Kockel, J. Eibel y otros,1examinaron activamente diversos aspectos de la cuestión. Como enotros muchos hechos gramaticales, las interpretaciones sicológicashan tenido amplia primacía. En el dominio concreto del vocativoesta prioridad hubo de verse grandemente beneficiada, sobre todo,desde que se prestó una atención decidida al curioso comportamien-to de la interjección írl, a la que pronto intentóse someter a estric-tas reglas. Ya los manuales de Kühner-Gerth 2 y Gildersleeve, 3 de1898 y 1900 respectivamente, resumieron interesantes noticias alrespecto. El primero, por ejemplo, notaba que Demóstenes, en elDe cor., siempre se dirige a su rival despreciativamente con un sim-ple Alaxlvri. 4 El segundo, recogía las valiosas aportaciones deA. Hug sobre el Banquete de Platón. Estos datos forman hoy parte,junto con otros muchos, del acervo diríamos «académico», que porprincipio suele transmitirse de cita en cita sin más.

1. Detallada bibliografía en Schwyzer-Debrunner, Gr. Gramm. II, p. 59.2. Ausführliche griechische Grammatik II, 1, p. 48 s.3. Syntax of Classical Greek 1, p. 5 ss.4. Sobre este punto vid, más adelante. La noticia debe proceder de J. Eibel, cuyo trabajo

De vocativi usu apud decem ora lores Atticos, Würzburg, 1893, no hemos podido desgraciadamenteconsultar.

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No hay duda de que la idea de la carga emocional imaginable «apriori» en el uso o no uso de una interjección, es fácilmente admi-sible. Si esta interjección, además, lleva normalmente su existencialigada al raro caso que el vocativo es, el éxito para toda interpreta-ción sicológica está asegurado. Y cuando las cifras la corroboranbrillantemente cualquier duda ha de parecer absurda y anacrónica.J. A. Scott, en una serie de notables artículos, vino justamente acumplir esta última función para casi toda la literatura arcaica yclásica. En adelante, sería la fuente preferida de todos los autores.Otras contribuciones han acabado de redondear su tarea y sus re-sultados. 6

Es evidente, desde luego, que de esta cadena de estudios hansalido conocimientos de apreciable valía. Hoy podemos seguir, conbastante riqueza de datos, la historia del problema desde Homero alos papiros tolemaicos y el Nuevo Testamento. 7 Pero es también unhecho que apenas si existen intentos de fijar los límites de todasestas radicales conclusiones sicológicas. Sólo pueden citarse muycontados casos que escapen a esta afirmación. 8 Ahora bien, que eluso y no uso de J.) no obedecen sólo a bases estrictamente emociona-les (y sociales), es fácil de deducir incluso ya desde las páginas delpropio Scott. Este (II, p. 83) admite lógicamente que en los trágicos«the omission or use of the interjection is largely a matter of hiatusand rhythm, the position of the vocative in the verse, in general,determined the use». Entre sus reglas, enumeradas en diversos lu-

5. «The vocative in Homer and Hesiod», Am. Iourn. of Phil. 24 (1903), pp. 192-6; «The voca-tive in Aeschylus and Sophocles», id. 25 (1904), pp. 81-4, y «Additional Notes on the vocative»,id. 26 (1905), pp. 32-43. En adelante serán citados como Scott I, II y III respectivamente.

6. Gildersleebe-Miller, «The vocative in Apollonius Rhodius», Am. Journ. of Phil. 24 (1904),pp. 197-9; Wackernagel, Vorl. über Syntax I, pp. 310-2; Mayser, Grammatik den griechischen Pa-pyri aus den Ptolemiierzeit II, 1, p. 55; Moulton„ Grammar of ¡he New Testament Greek III,p. 33 ss.; Schwyzer-Debrunner, loc. cit., en especial p. 61. De cierto interés es el reciente artícu-lo de G. Giangrande, «Use of the vocative in Alexandrian epic», Class. Quart. 18 (1968), pp. 52-9.Otros estudios sobre el vocativo no han tocado el tema que ahora nos ocupa: así el de A. Nehring,«Anruf, Ausruf und Anrede. Ein Beitrag zur Syntax des Einwortsatzes», Festschrift Th. Siebs,pp. 95-144, o la magistral obra de J. Svennung, Anredeformen, Uppsala, 1958 (cf. especialmentepp. 199-245, que tratan del griego).

7. Un extenso y moderno resumen en José S. Lasso de la Vega, Sintaxis Griega I, Madrid,1968, pp. 339-344.

8. Cf. Kieckers en IF 23 (1908), pp. 361-2. El exhaustivo artículo de R. Loewe en KZ 53(1925), pp. 115-149, aún dentro de la interpretación tradicional, supone interesantes aportaciones:vid, sobre todo, pp. 128, 137 y 141. Un breve resumen y crítica en Lasso de la Vega, op. cit.,p. 342 ss.

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gares, también expone una (ibid.) que es típicamente posicional. Y,además, algunas de sus otras normas también contradicen las preva-lentes motivaciones sicológicas. Dos construcciones reclaman demanera automática la interjeción : a) participio funcionando comovocativo sin el nombre correspondiente, y b) adjetivo igualmentesin nombre. 9 Otros datos podrían ser observados desde el mismopunto de vista. Por ejemplo, es innecesario afirmar, como lo haceScott (III, p. 33 s.), que en la lírica el natStitee es siempre nombrado(por familiaridad) con (I), cuando queda bien claro, a lo largo de susexposiciones, que neci sin interjección, de un modo también casiprácticamente automático, se refiere a un sirviente. 10 Si quisiéramosexpresarnos de otro modo, podríamos hacerlo así : la oposición

/ ncr. es de tal naturaleza, a pesar de las excepciones, que am-bos miembros se comportan semánticamente de modo distinto. Eluso de uno u otro no depende en esencia de las circunstancias sico-lógicas, sino de una bien definida y estabilizada convención social.Ya R. Loewe (op. cit., p. 123), en el caso de giros como J.) Tcat"Ka143150E0), etc., en Heródoto, aludió al hecho que acabamos de men-cionar. Que en este punto el usual imperativo pueda ser un apoyopara la ausencia de la interjección, como el mismo autor (p. 140)pretendía, es totalmente secundario.

Donde creemos que Scott ha cometido errores manifiestos, lle-vado por el rigor de sus propios esquemas, es en algunos ejemplosconcretos que desarrolla con especial detenimiento. Así, en III, p. 39,afirma que en el Hipólito de Eurípides (v. 902 ss.), dos fases emoti-vamente distintas son evidenciadas por el uso del vocativo. En laprimera parte de este diálogo entre Hipólito y Teseo, el hijo en tan-to conserva su calma utiliza en siete ocasiones vocativo sin inter-jección, pero cuando con el calor de la disputa se produce su ex-

9. Sobre los trágicos, vid. II p. 81 ss.; sobre este Loewe, p. 128.10. Hay, desde luego, excepciones. Scott (III p. 33, 40 s.) y Loewe (p. 140) notan ya Tcognis

v. 1249 y Aristófanes, Acharn. 432, 1003, 1136 y 1140. Podemos añadir Sófocles, Philoct. 201, Eurí-pides, Hec. 194, Phoen. 532 (a más de un ejemplo discutible como Troj. 782) y el notable pasajede Esquilo, Choeph. 653 s., donde a raí:, ,ta, dirigidos a un esclavo, siguen c iat, nat,también al mismo. El plural nat8en se comporta de un modo bastante libre con frecuencia.Baste citar Esquilo, Suppl. 176 y 600, Sófocles, E.C. 1255 y 1751, E.R. 142, Eurípides, Med. 914,956 y 1053, Cycl. 587. Sobre el 1.) nar.8e1 de Platón, Banquete 175 b y el di /zar de Menón 82 b,cf. Loewe p. 140. Por otra parte, giros como Antigona 211 nai Ilevoudwl, 1149 /zar., Mov Tbeelov,etc., parecen indicar que la oposición podía cesar (al menos en poesía) cuando el contexto erasuficientemente explícito.

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plosión emotiva (v. 1060 ss.), cada vocativo por él empleado llevaya (7.). En palabras del autor : «the shift from vocative without theinterjection to vocative with interjection exactly corresponds to thechange in his self-control» (ibid.). Pero los hechos, vistos desde máscerca, son un tanto diferentes. Entre los vv. 902 y 1059, Hipólitodice Tcá-rEp siete veces. De estos siete vocativos, tres se dan con cier-to distanciamiento entre sí (vv. 923, 983 y 1041), en momentos enque puede hablarse de un real «self-control». Los restantes se acu-mulan en un corto párrafo (vv. 902-915), en un instante, en cambio,particularmente dramático. La situación, pues, es distinta. Por lodemás, no son raros los pasajes trágicos en que este mismo voca-tivo es intencionadamente reiterado. En la memoria de todos estála sobrecogedora plegaria de Esquilo, Choeph. 479-509, con 7C&TEP

seis veces sin interjección y con posiciones no casuales. Creemosque un hecho como éste precisaría ser examinado desde puntos devista más objetivos. Por otra parte, la segunda serie de vocativos(con (7.) ) responde a tipos diversos, precisamente de los que con lamayor frecuencia llevan en tragedia la interjección, " y explicablesen su mayoría según los modelos por el propio Scott estudiados. Lasmínimas exigencias metodológicas nos inducen a pensar que los dosgrupos de vocativos pertenecen a planos no paralelos, y que estedato debió ser tenido en cuenta previamente.

En el mismo lugar, Scott expone un segundo caso semejante. EnIfigenia en Aúlide (v. 864 ss.), Clitemestra muestra su emoción alsaber el fin destinado a su hija con una serie de vocativos, todoscon J./ : en total también siete. Aquiles y el coro, hasta la línea 975,le responderán con otros dos, igualmente con interjección. Por elcontrario, Ifigenia desde el verso 1368 demostrará su entereza concuatro vocativos, todos sin Como en el ejemplo anterior, basta unexamen más detallado para poner en duda las fáciles conclusionesdel autor. Estos cuatro últimos vocativos son simplemente un rei-terado1,...frrep, sobre cuyo comportamiento volveremos dentro deunos instantes. Y en la misma escena, Ifigenia se dirige a Aquiles(1418), a Orestes (1452) y al coro (1467) siempre con (33.

11. V. 1060(.11 (kat, 1074 (.7> 86.41.crr', 1082 <7.) Suonlacava p.trep, di mapa?. yovat, 1092 di qnlativn...xeSpn (suponemos que el siguiente está regido por la misma interjección), 1094 s. 11 Tc61.14 / salTcd."Eptx0thn'c r.k8ov TpoMvtov, 1098 viot.

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En ambos ejemplos, las palabras de máximo interés, y en lasque se sustenta la argumentación de Scott, son neerEp y ph-Vrep. Justa-mente, en todos sus artículos se echa en falta un detallado análisisdel vocabulario de la esfera del parentesco. De entre las pocas in-dicaciones que a este respecto encontramos, destaca (III, p. 34) aqué-lla en que se nos dice que en Heródoto «the familiar family greet-ings such as father, mother, wife, son, and aaughter have the inter-jection... No exceptions to this rule». Tomando como tacita baseesta afirmación, es evidente que casos como los de los siete necupy los cuatro úlj-rsp, mencionados debían ser sumamente favorables ala tesis sicológica. Heródoto, probablemente, representaría en la se-gunda mitad del siglo V el uso «normal»; Eurípides, por el superiorcontenido dramático de las escenas trágicas, nos mostraría impre-sionantes excepciones. No obstante, los hechos son discutibles. Y,en primer lugar, es ya altamente sospechoso que los vocativos sin aíse usen en ambos casos en momentos de «perfect calmness» y de«complete control», y no en otros en que la tensión escénica hubieseya desbordado los límites de toda noble mesura. Pero hay aún otradificultad que arranca, creemos, de la escasa atención que el filólo-go americano dedicara a la interesante gama de los nombres de pa-rentesco. No es aquí el lugar de proceder a un exhaustivo examende esta cuestión, 12 pero sí queremos aportar algunos elementos dejuicio. En tragedia, los términos neersp y pritrEp tienen un comporta-miento en nada semejante al que presentan en Heródoto. Si toma-mos exclusivamente aquellos vocativos en que estas palabras o bienocupan por sí solas el giro completo, o bien la primera posición, esdecir, en situación tal que se encuentren en contacto con la inter-jección o con el lugar que, de existir ésta, normalmente ocuparía, 13las cifras para los tres principales trágicos son las siguientes :

net-cEp n¿cup LATEE) íro úlTrepEsquilo ... ... 92,5 % 7,5 % 85,5 % 14,5 %Sófocles ... 65,5 » 34,5 » 80 » 20 »Eurípides 14 ... 67,5 » 32,5 » 78,5 » 21,5 »

12. Hay nuevos datos en el ya mencionado artículo de R. Loewe, pp. 135 y 139 sobre todo.13. Casos tales como Eurípides Bac. 254 dufk Inisp11 rcánp, Hipp. 601 11 ?ata pfrup, etc., son

pues excluidos. Naturalmente entran en las cifras que señalamos meras variantes del tipo tiaxepy pkup. Por otra parte, los vocativos como Eurípides Androm. 504, Hec. 177, etc., son con-siderados como uno sólo. No han sido incorporados los vocativos de los fragmentos y de Eurf-pides solamente son tenidas en consideración las obras con seguridad auténticas.

14. Hemos utilizado el Index Aeschyleus de G. Italie y el Lexicon Aeschyleum de G. Dindorf.

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Esquilo, como puede comprobarse, mantiene un porcentaje ma-yor para la ausencia de la interjección en ambos casos. Sófocles yEurípides aparecen con cantidades casi paralelas. A la vista de éstas,cabe preguntarse si verdaderamente la falta de clí en ambos vocati-vos puede ser un signo relevante en determinada escena, y tam-bién si los indicios de «perfect calmness» y de «complete control»no han de descubrirse a partir de otros criterios. Los porcentajes delas formas sin interjección, frente a las que la poseen, son superio-res a los que (según Scott : III, p. 34 s.) Sófocles y Eurípides tienenpara el vocativo con (.15 de modo global. 15 Estas anomalías requie-ren una explicación que dudamos pueda dar el simple punto devista sicológico. De acuerdo con éste, el término semánticamentecaracterizado se esperaría fuese el menos frecuente. ¿Qué otro sen-tido tiene, si no es así, escribir que el abuso de la interjección enático trajo consigo su invalidación expresiva y otras frases que rei-teradamente hemos leído?

Es claro que, si exceptuamos unas pocas categorías definidaspor el propio Scott, el vocativo en tragedia mantiene una granlibertad. O dicho de otro modo, cuando está sujeto a normas, éstasevidentemente no están cimentadas de un modo necesario y únicoen el plano emocional, al menos tal como hasta hoy ha venido inter-pretándose. En la misma Ifigenia en Aúlide, a sólo dos líneas de dis-tancia, y sin que el tono emotivo háyase alterado, la protagonista(vv. 640 y 642) puede decir ír) necup y neerep. Un poco más adelante,en un diálogo que por el lado de la joven es cariñoso e inocente, em-pleará varias veces J.) neerep, y de nuevo, en una simple pregunta(v. 662), n¿crep, al igual que las dos veces que siguen, para retornaren la línea 676 a I neerep. En Edipo en Colono, en los varios diálogosentre el ciego protagonista y sus hijas, podemos hallar situacionesanálogas. Por ejemplo, los pasajes 324-336 y 1099-1118, en que seproducen dos encuentros de características similares. En el prime-ro alternan las formas con y sin interjección, y en el segundo hayun gran rigor en la presencia de ír.), excepto en el necup final (v. 1117)pronunciado por Antígona. En la misma obra, Polinices se dirige a

Para Sófocles el Lexicon Sophocleurn de Ellendt, así como para Eurípides A Concordance roEuripides de Allen e Italie.

15. Sófocles 60 %, Eurípides 54 %.

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su padre (vv. 1268-1345) con una serie oscilante de Tcdc-rEp y í.r) nekup,sin que el tono de su discurso cambie notablemente desde el prin-cipio al final.

Otros hechos requerirían justificaciones que aún no han sidodadas de modo suficientemente satisfactorio. Los nombres propiosde personas, en el caso de aparecer solos, en el siglo V, tanto enprosa (cf. Heródoto y Tucídides : Scott, III, p. 33; Loewe, pp. 115 y129) como en tragedia (Scott, III, p. 38), rehuyen sistemáticamentela vecindad de la interjección. 16 Scott nos dice que «the interjectionmust have added here a certain familiar tone too undignifief fortragedy» (ibid.). Tipo de explicación que, aparte de no ser válidapara Heródoto, es naturalmente forzada y nos obligaría a añadirun casuístico «here» a cada norma semejante, con lo que tendría-mos una increíble complicación en los usos. Como Sófocles diceveinte veces (I ZED" y sólo en una ocasión Zeg , la regla debería enun-ciarse aquí de modo inverso. 17 Como este mismo vocativo se com-porta de manera distinta en Esquilo, la justificación también ten-dría que ser distinta. " Ya que nat es utilizado para los sirvientesy 1S Tcca para los que no lo son o temporalmente no son sentidoscomo tales, deberíamos de nuevo invertir la norma.

Cuando se trata de algunos de los casos de rígido empleo ex-puestos por Scott, concretamente los nombres propios de perso-nas que, solos, son incapaces de recibir en los textos de tragedia lainterjección, o los nombres de seres inanimados apoyados siempreen ella (Scott, II, p. 82, y III, p. 35 s.), o ante la presencia de unparticipio (II, p. 81, y III, p. 35) o adjetivo (II, p. 82 s., y III, p. 36 s.),ambos sin el nombre correspondiente y con (I obligado, toda posi-bilidad de matización emocional por el uso o no uso de la interjec-ción quedaría excluida. Con lo cual, un número enorme de vocati-vos debería ser calificado (según este enfoque) de expresivamenteneutro. Es paradójico, al mismo tiempo, que sean estas construc-

16. Para Scott las únicas excepciones han de ser explicadas por razones particulares: así,por ejemplo, para la tragedia III p. 38 s. Más tarde, la situación cambiará. Para Jenofonte,vid. Loewe p. 133 s.

17. La aclaración de Scott es en este punto también semejante: «here it is an appeal lo thesympathetic, human personality in the divine• (II p. 82. El subrayado es nuestro).

18. En Esquilo (según el citado Index de Italie) las veces que aparece Ze g con (5 represen-tan sólo el 56 % del total.

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ciones las que más espacio hayan acaparado en la exposición deScott. Por lo demás, estamos frente a tipos de vocativos que gene-ralmente, por su propio contenido, suman un alto grado de emoti-vidad. Una amplia serie de categorías semánticas y formales biendefinidas no admitirían, pues, los dos niveles síquicos que la teoríaaquí enjuiciada implica. Parece que habría que comenzar un exa-men de la cuestión, no con el apriorístico criterio sicológico men-talmente aceptado, sino más bien por el establecimiento y análisisde toda estructura que estadísticamente se revele con un uniformecomportamiento ante la interjección. ° No negamos que Scott lohaya hecho : que no ha sacado las lógicas consecuencias, es lo me-nos que se nos ocurre.

Los nombres propios de persona (solos) han tenido un caminopropio. En Homero sólo hay unos pocos con Pero en Hesiodo (Tra-bajos y días) cá fiépc:rn aparece cinco veces. En los trágicos, como sabe-mos, muy rara vez se lee la interjección a su lado, y una situaciónanáloga se da en Heródoto. En cambio, en Aristófanes (como luegoen Platón), sin que para ello sea necesario un detenido análisis, seobserva que lo corriente es ya el empleo de (1.). Veamos ahora, sinembargo, dos pasajes de cierto interés. De acuerdo con las notas deScott (III, p. 41) en las Ranas el total de los vocativos con (7.) es sólodel 64 %, de los más bajos de Aristófanes (su promedio es de 80 %).La razón provendría de ser una de las obras «with most parody oftragedy and most mock or actual elevation» (III, p. 40). Pues bien,a partir del v. 832, Dioniso se dirige doce veces a Esquilo y Eurípi-des bajo las formas AicrxISke y Eópt7d8rj, sin g/ También Plutón hablaal primero (v. 1500) con un simple Alcrx151E. 20 Según las cifras deScott, en las Ranas el número total de vocativos es de 112, el delos que tienen la interjección, sólo de 72. Si los trece vocativos ci-tados la hubiesen tenido, esta obra habría de ser alineada entre lasde porcentaje aproximadamente medio. No obstante, ante la reali-dad de que ambos nombres propios no admiten (I, es posible recu-

19. Es notable que, según ha indagado G. Giangrande (Class. Quart. XVIII p. 53), los dioses,que en la ¡liada y la Odisea son invocados siempre sin tT, por el poeta y los demás humanos,reciben por primera vez la interjección en el Himno homérico III (vv. 14, 179, 526), no en loslíricos como creían aún Scott y Gildersleeve, y precisamente en «religious epicletic formulas».Giangrande encuentra el mismo hecho en los líricos y más tarde en Apolonio de Rodas.

20. No obstante, cuando Dioniso alude a los poetas con expresas calificaciones, lo hace yacon la interjección: cf. vv. 835, 851, 852.

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rrir a dos explicaciones. Una, la más cómoda y favorable a Scott ysus continuadores, es recurrir al expediente de la parodia. A estaprimera solución, en principio, no podemos oponer reparo alguno.Si, como recordamos, los nombres propios en tragedia no suelenaportar la interjección, esta tesis es perfectamente legítima. La otraes apuntar que Aristófanes, simplemente trató de evitar un, por rei-terado, demasiado escandaloso hiato.

El segundo ejemplo es Acarnienses 400-479. Aquí Diceópolis pue-de exclamar cl -rpt.o-p.axápt.' Eúpt.n1811 (v. 400) y (I ykuxírsa-r' Eúpurct81(vv. 462 y 467), pero en cada ocasión en que pronuncia este nombresolo, siempre (seis veces) dirá Eúpucl81) o EóptTcí,8Lov. 21 De nuevo eslógico pensar en una razón de eufonía, confirmada por lo demáscuando en la línea 475 leemos Eóptird8Lov ír.) ykuxíncesov xr pik-ranov.

Aunque sería muy sencillo multiplicar los ejemplos, vamos a li-mitarnos a recoger otra noticia que aparece repetidas veces men-cionada en casi todos los autores que han tratado del asunto quenos ocupa. n Ya hemos aludido a ella en las primeras líneas de estetrabajo. En el manual de Kühner-Gerth, se nos dice que Demóste-nes, en el De cor., siempre se dirige a su rival «mit Verachtung»con un simple Alcrxívii. Si añadimos que el número de veces que seda este vocativo en todo el discurso es de treinta y seis, y que enla producción entera de Demóstenes se eleva a cuarenta y una, in-cluso sin necesidad de una habilidosa presentación este dato puedeestar entre los más firmes puntales de la tesis sicológica. Sin embar-go, también en este caso un análisis más detenido puede ofrecer se-rios motivos de duda. En primer lugar, no deja de ser atrayente lacomparación con los pasajes de Aristófanes que estudiábamos : Ra-

nas 832 ss. (Ato-xIS).E, Eóptadb) y Acarnienses 400-479 (E1Spe1tíPri,EúpucC8Lov). Aunque a cierta distancia en el tiempo, creemos que lacotejación ha de ser útil. Aristófanes, por su parte, por su frecuen-cia en el uso de (I es evidentemente una cima pareja a la que Platónrepresenta en la prosa. No obstante, en estos dos pasajes concre-

21. Cf. Acharn. 404 (Exipman, Eliptnt8wv) con Nubes 222 45 UmpavE4, Oi itoxpwrOwv. Natural-mente a nuestro favor está también cualquier motivación basada en la medida del verso.

22. La leemos ya en Kühner-Gerth, op. cit. II, 1, p. 48 y en el mencionado artículo deR. Loewe, p. 145. También en Wackernagel, Vorl. über Syntax I, p. 311, Schwyzer-Debrunner IIp. 61 y Lasso de la Vega, op. cit., p. 341.

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tos que ahora nos interesan, se ha permitido dar reiteradamente unmismo vocativo sin interjección. Las dos razones antes expresadas(parodia o evitación del hiato), en el fondo no se excluyen. Si lostrágicos rehuían poner en contacto la interjección con los nombrespropios de persona, pudo ser no ajeno a esto el tradicional horrora la que Dionisio de Halicarnaso (de comp. 167) llama 96.)vnévnav=pecho-14. Sagazmente, Gildersleeve aventuró ya una vez 23 que, enel caso de los nombres de dioses, este « taboo» podía tener su origenen la poesía dactílica y en el comienzo vocálico de muchos de ellos. 24

En este punto, la tesis del momento sicológico sería aplicable aquí(en Aristófanes) sólo en el sentido de la falsa dignidad que una pa-rodia trágica requiere. Pues bien, en el discurso de Demóstenes laidea de la parodia no es admisible, pero sí lo es en cambio la de laamenaza del hiato. Sin embargo, el problema requiere un plantea-miento de mayor alcance. De un lado, Demóstenes es, después deIsócrates, uno de los oradores en que el hiato es más cuidadosamen-te evitado. 25 Del otro, como leemos en R. Loewe (p. 145), según losdatos de Eibel, en los oradores id es de regla ante nombres de perso-nas particulares tanto si están a favor o en contra del propio autor,y hay que esperar a Iseo (9, 23) para encontrar la primera excep-ción. Los motivos para los mantenedores de la postura sicológicason obvios : «...fehlt auch bei den Einzelnamen das ¿S, wenn derRedner im Zorn spricht, und bisweilen auch wieder bei rhetorischenFragen» (Loewe, ibid.). En Demóstenes, pues, confluyen ambas ten-dencias, la hostilidad ante el hiato y las excepciones en este concretouso del vocativo. Nuestro parecer es que en el caso del vocativoAlcrxlvri, ambas han podido actuar simultáneamente. Es cierto queel propio Esquines, en toda su obra, nombra a su enemigo Demós-tenes varias veces sin interjección. Pero es también verdad lo con-trario, 26 y una situación semejante hallamos en el Contra Demóste-nes de Dinarco. Admitimos que Demóstenes emplea en aquella obra

23. Am. fourn. of Phil. 24 (1904), p. 197.24. Pero respecto a esto último hemos de recordar que Homero precisamente no se distingue

por sus escrúpulos ante el hiato: cf. Kühner-Gerth, op. cit. I, 1, p. 190 ss.25. Sobre esto Kühner-Gerth, op. cit. 1, 1, p. 199 y Fr. Blass, Die attische Beredsamkeit,

III, 1, p. 100 ss. La base para toda investigación en este terreno sigue siendo la obra de E.Benseler, de hiatu in oratoribus Atticis el historicis Graecis libri duo, Fribergae, 1841.

26. Ocho y seis veces respectivamente. En el Contra Ctesifonte áno.60.0eveÇ se lee una vezen boca de Esquines y dos en las de sus oyentes, y ,Imukr0EvE; en cuatro ocasiones: cf. S. Preuss,lndex Aeschineus. El propio Ctesifonte es aludido dos veces, siempre con la interjección.

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tal ferocidad y desgrana tan nutrida sarta de insultos, 27 que hacenpensar corrientemente en el odio y la cólera mayor imaginables.Pero es el caso que, incluso en esos desmedidos improperios, halla-mos una confirmación a nuestra tesis. Todas las frases insultantesdirigidas contra Esquines tienen ju antepuesto. En esto cúmplese laregla tradicional de que los únicos apelativos que no llevan ja nece-sariamente en los oradores son ypapticesEi3 y dvepurcE, 28 por más queencierren en sí los dichos más graves y venenosos. Igualmente, enlos oradores los adjetivos y participios sin nombres expresos, lle-van tIS con regularidad (Loewe, p. 149). Ahora bien, contra ambas re-glas hay una excepción en el De cor., excepción que ya Eibel (p. 22)citada como la única por él encontrada : 1 1.1.0p6v.rrre en 243, 6. Loewe(ibid.) puede argüir que estamos «an der Spitze einer mit starkenAffekt gesprochenen rhetorischen Frage». Pero para nosotros la mo-tivación de esta sorprendente rotura de normas está con toda segu-ridad en el mero temor a la omisión del hiato. 29 Basta pensar quees, al mismo tiempo, la única expresión insultante que en todo eldiscurso empieza por vocal. Y este transparente caso nos confirmaen nuestra sospecha de que el citado fenómeno no estuvo ausentede la atención del orador cada vez que nombraba a su rival. Comoen los ejemplos de Aristófanes, se trataba de un empleo demasiadoreiterado que, con la interjección, hubiera resultado de una tosque-dad insufrible.

En modo alguno, sin embargo, pretendemos negar radicalmentelos supuestos postulados sico-sociales de la presencia o ausencia dela interjección. Sólo buscamos ver el problema desde otras pers-pectivas más equilibradas, dando paso a la posibilidad de ampliarotros análisis y otros resultados. Un dato de tanta importancia comoes el hiato, por recurrir al ejemplo que más próximo tenemos, ape-nas si ha sido tenido en cuenta excepto de un modo pasajero y enexceso teórico.

Es evidente, por otra parte, que no sólo el uso y no uso de la

27. Sobre estos particulares rasgos de su estilo, cf. Blass, op. cit. III, 1, p. 92 s. Paraotros datos, id., p. 82 ss.

28. Y en ciertos casos ecv8pr.;: cf. Loewe, p. 148, que cita a su vez a Eibel, p. 18 y 21.29. Obsérvese cómo en la misma obra Demóstenes recurre incluso al orden de palabras

para evitarlo. Así, frente a Lisias 12, 36 J., axvrIulr ywre náv-ruiv, Demóstones (312) dirá (.73 icáv•rwvábtxdrurce.

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interjección puede tener un transfondo estilístico y sicológico. Esmás, el empleo mismo del vocativo, haciendo ya caso omiso de lainterjección, de su presencia o ausencia, admite también ser estu-diado desde un punto de vista análogo. Veamos un ejemplo, por cla-ro y conocido no menos instructivo. Es de fácil comprobación queIsócrates es uno de los oradores que menos vocativos emplea. Entotal, para un buen número de obras y algunas de gran extensión,hemos contado aproximadamente unos cuarenta. 30 La mayoría (31)se reparte entre los discursos judiciales. Es más, de estos últimos,veintiséis se encuentran en el Trapecítico. 31 Es decir, que en un solodiscurso de los más típicamente forenses, se acumulan más de lamitad de la cifra total de los vocativos isocráticos. Los epidícticos,como era de esperar, poseen escasísimos vocativos y la mayoría ca-rece de ellos. En todo caso, cuando existen, es normal que el únicoo casi único vocativo se lea en el comienzo mismo del texto : así enel Busiris, A Nicocles, Evágoras (con un segundo vocativo muy cer-ca del final, en el parágrafo 73), Filipo y Plataico (dos : en los pará-grafos 1 y 6). 32 Si repasamos los discursos epidícticos que nos esdado leer con anterioridad a Isócrates, veremos que el fenómenosuele reiterarse : en los pasajes que conservamos de Gorgias sóloencontramos tres vocativos, 33 y en el Epitafio de Lisias (?) se leeotro, justamente también en su comienzo. Otras obras análogas secomportan de modo semejante. 34 Cualquier discurso judicial, encambio, normalmente está sembrado de ellos. Dicho de otro modo,un rasgo como el vocativo puede ya ser una marca diferenciadora

30. Salvo algún error involuntario por nuestra parte, todos con 15. Respecto al número,merece la pena recordar que sólo ya en el De cor. de Demóstenes aparece un centenar devocativos.

31. Sobre el especial carácter de esta pieza, cabe recordar la vieja y hoy normalmente nocompartida tesis de Benseler, con apoyo en otro hecho relevante: la abundancia de hiatos.

32. Esto se repite, asimismo, en el discutible A Demónico.33. Dos en el Palamedes y el tercero en el exordio del Olímpico citado por Aristóteles,

Rhet. III, 14, 1414 b 29.34. En Tucídides el discurso fúnebre del libro II no posee vocativos. No existen tampoco

en otros turracptot 16yot: en el del Pseudo-Demóstenes y en lo que conservamos del pronunciadopor Hipérides. En cuanto al de Sócrates en el Menéxeno posee tres vocativos, todos con G. Larelación existente entre los sucesivos discursos epidícticos es un interesante y (por ahora) noagotado tema. Hoy puede darse por segura, por ejemplo, la influencia de por lo menos algunosaspectos tucidideos sobre Isócrates (cf. L. Bodin en Mélanges Gustave Glotz I, 93 ss. y W. Jaeger,Paideia (trad. esp.), México, 1967, p. 861 s.) y una relación bastante concreta entre el Epitafiode Lisias (?) y el Panegírico de Isócrates: vid. H. Ll. Hudson-Williams, «Thucydides, Isocratesand the rhetorical method of Composition», Class. Quart. 42 (1948), pp. 76-81. De gran interés estambién la extensa contribución de G. Colin en la REG, 1938, pp. 209-266 y 305-394.

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de dos tipos de expresión literaria, una más viva y directa, otra másartificiosa y distante. En Isócrates, incluso la mayor parte de susdiscursos forenses, impregnados ya de los rasgos más esenciales desu estilo, responden, bajo esta perspectiva, a la intromisión de unmodo de hacer jurídico muy poco usual.

Abundando más en esta cuestión podemos recordar, en una obratan propicia para el estudio del vocativo como es el Banquete plató-nico, dos datos que convendría destacar convenientemente. En pri-mer lugar, los discursos de Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanesy Agatón son, en grado mayor o menor, piezas epidícticas, y no essorprendente, pues, que de los ciento quince vocativos con que laobra cuenta, estos discursos, que abarcan una amplia extensión, re-tengan un número muy reducido y oscilante entre tres vocativos enlos dos últimos y ninguno absolutamente en el primero. Todos losvocativos de las cinco piezas oratorias (nueve en total) llevan 1.). y,en general, están también situados al comienzo y final de cada dis-curso. Si dejamos aparte el elogio socrático del amor por la clarainfluencia de sus partes dialogadas, el de Alcibiades tiene por sísolo diecisiete vocativos, de ellos dos sin interjección. En segundolugar, con estos datos contrasta (y los corrobora a un tiempo) lacomprobación de que la cifra mayor de vocativos sin ír) de todo eltexto se acumula en el momento de la entrada de Alcibiades (212 dss.). 35 Las consecuencias son claras. De un lado, se confirma numé-ricamente la idea ,admisible ya «a priori», de que los discursos detipo epidíctico tienden a una mínima cifra de vocativos, y (podemosañadir) dentro de éstos a los acompañados por la interjección. Deotro, que a esta tendencia se contrapone aquella otra, bien cono-cida, de un tipo de oratoria muy diferente, aquí representado por eldiscurso de Alcibiades, que no sólo admite un mayor número devocativos, sino incluso algunos sin interjección, con lo cual su pro-ceder se revela mucho más próximo a (por ejemplo) la prosa cuasi-dramática y descriptiva que podría representarse por el resto de laobra y, en especial, por el momento narrado en 212 d y ss. 36 La opo-sición de ambos procedimientos creemos ha de ser entendida dentrode la divergencia general de dos estilos de oratoria. El estudio del

35. Hasta 213 e 12 siete en total, todos sin ir,. De ellos, cinco son pronunciados por el propioAlcibíades. Naturalmente hay que tener en cuenta la abundancia de imperativos del pasaje:cf. Loewe, p. 137.

36. Sobre este discurso, vid. Loewe, p. 138.

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vocativo, tanto de su número como de su relación con la interjec-ción 1, no puede hacerse sin tener en cuenta razonablemente cadaobra y cada género completo. De ahí que en vez de la disgregaciónde múltiples momentos emocionales, tengamos como preferible elanálisis global y sistemático del vocativo, dentro de un más amplioenfoque crítico. Es así como, por ejemplo, dentro de las directricesde una obra tan compleja como el Banquete, dos firmes orientacio-nes estilísticas podrían ser examinadas ya desde el punto de vistade la simple conducta del vocativo. 37

Es muy probable que por este camino llegásemos a descubrirmayor número de datos. Pero no es lo que ahora más nos importa.Sólo hemos tratado, en realidad, de favorecer con unas breves apor-taciones la renovación de un interesante problema.

Nuestra más profunda convicción es que los motivos de índolesocial y sicológica, pertinazmente defendidos éstos, sobre todo, enla abrumadora mayoría de los trabajos hasta hoy dedicados al te-ma, son indudablemente de gran importancia. Pero también somosconscientes de que diversas motivaciones, en parte sólo sugeridaspor Scott y otros, poseen mucha mayor fuerza de la que se les haconcedido. La tarea que se impone es trazar los límites entre amboscampos. Estructuras enteras y tipos bien definidos de vocativos,excluyen la posibilidad del enfrentamiento de las correspondientesparejas. El hiato y la posición en el verso se revelan como funda-mentales en ciertos momentos y géneros. Los datos que para unautor como Heródoto son válidos, no son fielmente aplicables aotro como Eurípides. La consecuencia es clara : en esta investiga-ción estamos aún iniciando el camino. Aquí hemos querido sólo su-gerir ejemplos y dudas. Otro día, si nos es posible, volveremos deun modo ya más sistemático al planteamiento de nuevos problemas.

37. Otros muchos casos podrían ser examinados. Por citar sólo uno más, mencionaremos eldecisivo papel que el vocativo puede jugar en las parodias. Scott (III, p. 32) señaló ya el rasgopindárico de Aristófanes Av. 905. Entre la multitud de lugares que merecerían recordarse, cita-remos sólo Platón, Protag. 337 c 7, en que Hipfas ('Initter.5 6 crap6;) inicia su breve perorata conun altisonante 7) el na,p6Nne;.

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